TEMA 1 LAS RAÍCES. LA HISPANIA ROMANA Descripción de Iberia, por Estrabón «De [Iberia], la mayor parte es poco habitable, pues en una gran parte se halla cubierta de montes, bosques y llanuras de suelo pobre que ni siquiera dispone de agua en su totalidad. La región septentrional es muy fría, accidentada en extremo y próxima al mar; se halla privada de relaciones y comunicación con las demás tierras, lo que la hace poco hospitalaria. En cambio, la región meridional es fértil en casi su totalidad, sobre todo la de más allá de las Columnas [...]. Se parece Iberia a una piel de buey extendida de oeste a este, con los miembros delanteros en dirección al este, y a lo ancho de norte a sur.» Estrabón, Geografía, III, 1-3 Fundación de Cartago Nova. Recursos de la ciudad «Luego viene Cartago Nova, fundación de Asdrúbal, sucesor de Barca, el padre de Aníbal. Es ésta la ciudad más floreciente de todas las de la región. Está emplazada en un altozano, con una muralla muy bien construida, adornada por puertos y un lago, y tiene las minas de plata de las que hemos hablado. En esta ciudad y en las vecinas hay mucha industria de salazones. Esta ciudad es un gran centro de comercio para los comerciantes extranjeros que buscan los productos locales.» Estrabón, III, 4, 6 (cfr. Arminda Lozano y Emilio Mitre, Análisis y comentario de textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, Alhambra, 1984, p. 114) Riquezas naturales de la Bética «De Turdetania se exporta trigo, mucho vino y aceite; éste, no sólo en cantidad, sino de calidad insuperable. Expórtase también cera, miel, pez, mucha cochinilla y minio mejor que el de la tierra sinóptica. Sus navíos los construyen allí mismo con madera del país. Tienen sal fósil y muchas corrientes de ríos salados, gracias a lo cual, tanto en estas costas como en las de más allá de las Columnas, abundan los talleres de salazón de pescado, que producen salmueras tan buenas como las pónticas. Antes se importaba de aquí cantidad de tejidos; hoy mismo sus lanas son más solicitadas que las de Koraxoí, y nada hay que las supere en belleza. Por un carnero reproductor se paga no menos de un tálaton. De gran calidad son también los tejidos ligeros que fabrican los saltiétai.» Estrabón III, 2,6 (cfr. José María Roldán, La España Romana, Madrid, Historia 16, 1989) El sitio de Numancia y la relajación del ejército «Llegado que hubo [Escipión], expulsó a todos los mercaderes, prostitutas, adivinos y magos, a los que se habían dado los soldados desmoralizados por tantas derrotas; y para lo sucesivo prohibió la introducción de todo lo superfluo y la práctica de sacrificios adivinatorios [...]. Se prohibió tener para las comidas más vajilla que un asador, una marmita de cobre y un vaso. Les fijó, asimismo, los alimentos: carne cocida y asada. Proscribió el uso de lechos, y él mismo se tendía en una tienda de campaña. Prohibió montar en las mulas durante la marcha, pues decía: “¿qué puede esperarse de bueno en las batalla de quien es incapaz de ir a pie?”. Dispuso que en los baños se lavasen y ungiesen ellos mismos, riéndose Escipión de los que, inhábiles de servirse de las manos, como mulos, necesitaban ayuda ajena. De este modo, en breve tiempo restableció la autoridad entre los soldados.» Apiano, Historia romana, libro VI, Sobre Iberia, 85 (cfr. José Manuel Roldán, Las legiones romanas, Cuadernos de Historia 16, núm. 103, Madrid, 1985, separata central) Sobre la huida de los colonos (años 332 y 386) «El emperador Constantino Augusto a los provinciales. Aquella persona en cuya posesión se encontrase un colono perteneciente por derecho a otro no sólo deberá restituirlo a su status original, sino que también deberá asumir por él las costas del impuesto de la capitatio por el tiempo que lo retuvo. También a esos colonos que pretenden la fuga conviene atarlos con cadenas y reducirlos a la condición servil, a fin de que, en razón de su condena a la servidumbre, se vean obligados a desempeñar las tareas que corresponden a los libres. Dado el tres de las calendas de noviembre bajo los consulados de Pacaciano e Hilario [30 de octubre del año 332 d.C.].» Código Teodosiano, V,17,1 (cfr. VV.AA., Textos y documentos de Historia Antigua, Media y Moderna hasta el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España, Barcelona, Labor, 1993, p. 158) Varios cánones del Concilio de Elvira «Si algún fiel, después de haber incurrido en el delito de fornicación, y de haber hecho la penitencia correspondiente, volviere otra vez a fornicar, no recibirá la comunión ni aún al fin de su vida. (Canon VII.) Los obispos, presbíteros y diáconos no salgan a negociar fuera de sus lugares, ni anden de provincia en provincia en busca de pingües ganancias. Ciertamente, para procurarse el sustento necesario envíen a su hijo, liberto, empleado, amigo o cualquier otro. Y si quisieren dedicarse al comercio, sea dentro de la provincia. (Canon XIX.) Se prohíbe que las mujeres velen en los cementerios, porque muchas veces, bajo el pretexto de la oración, se cometen ocultamente graves delitos. (Canon XXXV.) Tenemos por bien avisar a los fieles que, en cuanto les sea posible, prohíban en sus propias casas la tenencia de ídolos. Pero si temen la violencia de sus esclavos, al menos ellos consérvense puros. Si no lo hicieren, sean excluidos de la Iglesia. (Canon XLI.) Si la mujer de algún clérigo cometiere adulterio, y sabiéndolo su marido no la despidiere inmediatamente, no reciba éste la comunión, ni aún a la hora de la muerte, para que no parezca que los ejemplos de maldad proceden de aquellos que deben ser modelo de buena vida. (Canon LXV.)» Concilio de Elvira (cfr. José Vives, Concilios visigóticos e hispanorromanos, Madrid, CSIC, 1963, pp. 3-13) Visiones de la llegada de los bárbaros «Los bárbaros habían penetrado en Hispania saqueando y masacrando sin piedad. Por otra parte, la peste hacía estragos. Mientras los hispanos eran entregados a los excesos de los bárbaros y la peste los acosaba, las riquezas y víveres almacenados en las ciudades eran arrancados por el tiránico recaudador de impuestos y saqueados por los soldados. He aquí la espantosa hambre: los humanos se comen entre sí por la presión del hambre; las madres incluso se alimentan con los cuerpos de sus propios hijos a los que matan. Las bestias feroces, acostumbradas a los cadáveres de los muertos por las armas, el hambre o la peste, matan también a los hombres más fuertes y, alimentadas con su carne, se expanden por doquier [...]. Así los cuatro azotes de las armas, el hambre, la peste y las bestias feroces se reparten por todo el mundo realizándose lo que había anunciado el Señor por sus profetas.» Hidacio, Crónica (cfr. Fe Bajo Álvarez, Los últimos hispanorromanos. El Bajo Imperio en la Península Ibérica, Madrid, Historia 16, 1995, pp. 58-59) El reparto de tierras entre visigodos e hispanorromanos «De la división de tierras hecha entre godo y romano. La división hecha entre un godo y un romano en relación con la partición de tierras de labor o de los bosques por ninguna razón sea alterada, si se prueba que la división fue realizada, de manera que de las dos partes del godo el romano nada usurpe para sí o reclame, y de la tercia del romano el godo nada se atreva a usurpar o a reclamar para sí, a no ser que por nuestra generosidad le fuese donado. Pero lo que por los antepasados o por los vecinos fue dividido, no intente cambiarlo la posteridad.» Leges visigothorum, X,1, 8-9 (cfr. Gisela Ripoll e Isabel Velázquez, La Hispania visigoda. Del rey Ataúlfo a Don Rodrigo, Madrid, Historia 16, 1995, p. 88) La autorización de los matrimonios mixtos por Leovigildo «Que esté permitida la unión matrimonial tanto de un godo con una romana, como de un romano con una goda. Se distingue una solícita preocupación en el príncipe, cuando se procuran beneficios para su pueblo a través de ventajas futuras; y no poco deberá regocijarse la ingénita libertad al quebrantarse el vigor de una antigua ley con la abolición de la orden que, de forma incoherente, prefirió dividir con respecto al matrimonio a las personas, que su dignidad igualará como parejas en la práctica. Habiendo reflexionado saludablemente por lo aquí expuesto que era mejor la remoción de la orden de la vieja ley, sancionamos con esta presente ley de validez perpetua que tanto si un godo una romana, como también un romano una goda, quisieran tener por esposa –dignísima por su previa petición de mano–, exista para ellos la capacidad de contraer nupcias, y esté permitido a un hombre libre tomar por esposa a la mujer libre que quiera, en honesta unión, tras informar bien de su decisión, y con el acompañamiento acostumbrado del consenso del linaje.» Liber Iudiciorum, III, I, 1 (cfr. VV.AA., Recaredo y su época, Cuadernos de Historia 16, núm. 171, Madrid, Historia 16, 1985, separata central)