Mensaje al cierre de las dos primeras semanas del Curso de Ingreso 2016 en todas las sedes de la Universidad Católica de Santa Fe Estimados todos, y cada uno: En la persona de la Lic. Adriana Montenegro como Coordinadora del CIU 2016, quiero detenerme brevemente en este espacio de reflexión que quiere ser un signo de gratitud por el modo y las presencias que han tenido en todas sus formas aquellos integrantes de la Universidad que han trabajado desde las bedelías, el aula, los servicios complementarios, la limpieza, la disposición de los espacios, los equipamientos, los despachos, todo lo que en definitiva contribuye para recibir y llevar adelante este primer acto educativo con los alumnos ingresantes. Recibir es aceptar reconociendo. “Recibir” supone abrirse para “acoger”. Reconocer y disponerse a la enseñanza de lo que debemos ofrecer y al aprendizaje que nuestros nuevos alumnos tienen para desarrollar. La educación es una fuerza que transforma solo cuando se ha logrado que los talentos personales hayan tomado los conocimientos existentes para hacer de ellos un saber protagonizado. Todo lo que ocurre (o no ocurre) en una institución “educa”. Por eso en los detalles propiciatorios, los más significativos y directos, hasta los más remotos e “invisibles” son educadores. Desde esta perspectiva el valor del compromiso que hayan sido capaces de desplegar demuestra su coherencia de vida que trasciende los ámbitos laborales o las responsabilidades funcionales. Siempre lo que hacemos (y cómo lo hacemos) nos “denuncia” tal como nos lo recuerda San Pablo (cfr.1 Cor.13). Una función declarada, por sí sola, no define una tarea, solo la persona que hace le da a la tarea una intensidad capaz de producir intervenciones significativas y con alcance real. Esto hace a esa tarea “adecuadamente útil” para satisfacer las necesidades educativas. Nuestros nuevos alumnos están atentos. Se trata de una atención generacionalmente compleja de comprender desde las percepciones y miradas “tradicionales”. A veces confundimos los modos de “no atender” como desatenciones, pero no nos podemos privar (ni debemos privarlos) de estudiar ese modo de hacer “no haciendo”, evitando. La experiencia de estas generaciones se ha hecho fuerte y crecientemente naturalizante de la de la fluidez, la “liquidez” (cfr.Zygmunt Bauman). Muchas cosas están “licuadas”, desvanecidas, desnaturalizadas, descuidadas y subestimadas, pero no todas. Nos encontramos ya desde los tránsitos en la educación secundaria con un fuerte discurso educativo claudicativo, resignado, que se debilita poco a poco frente a las nuevas formas de violencia que experimentan nuestras chicas y muchachos. Pero existe una contracara de trabajo comprometido, que reedita sus idearios en función de los valores que se aceptan. La voluntad solidaria no desapareció y los jóvenes empáticos e involucrados siguen manifestándose. No quiero replicar el discurso traslativo y evitativo sobre el “patrimonio de las culpas”, sino que solo busco que nos ubiquemos frente al desafío de la peor de las ignorancias que deben ser superadas: “la falta de conciencia de sí mismos”. Sin este aprendizaje permanente, no hay conocimiento posible ni atento a la dignidad integral de la persona humana. Debemos descubrir la esperanza en ellos, porque aún lo que parece evidente no puede cegarnos de lo esencial, de esa bondad y belleza a la que están llamados. Por eso debemos volvernos hacia el rescate de estos lugares, para avanzar hacia las vulnerabilidades, esas “periferias” que son el sentido mismo de nuestra misión como parte de la Iglesia. Recordemos entonces el Evangelio como causa de nuestro compromiso cuando nos parezca “muy poco” lo que hacemos, ¡¡no lo olvidemos!!!: “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho”. (cfr.Lc.16, 10). Entonces, gracias por esa “gran pequeña contribución” que es testimonio de lo que creemos y nos encuentra en esta Casa. Abog. Esp. José Ignacio Mendoza Secretario Académico del Rectorado