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Lectura 6 Jubilación

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16/7/2019
Práctica de la Geriatría, 3e
Capítulo 11: Jubilación
María Cristina Pérez Rociles; Rosalía Rodríguez García
Introducción
Jubilarse de la jubilación, el secreto…
Aunque en todos los escritos sobre el tema se menciona que la palabra jubilación denota júbilo y alegría, el diccionario también incluye la
connotación de desechar por inútil. Esto muestra las dos caras de la jubilación, que constituye uno de los cambios más drásticos y significativos
en la vida de una persona, un hito que pone a prueba la fortaleza interior de cada individuo y los recursos que debe desplegar para adaptarse a
una nueva vida en la que se pierden el estatus social y económico, la motivación y algunas actividades, en especial las rutinas. Los motivos que
llevan a abandonar la actividad productiva remunerada, es decir, el trabajo, son muy variados. Algunos toman la jubilación con beneplácito
porque el trabajo que desempeñan es físicamente demandante o porque les desagrada, aunque es imprescindible para la supervivencia a falta
de otras oportunidades; otros dejan de trabajar porque creen que ya no pueden desempeñarse de manera adecuada por diversas razones y, por
último, la mayoría lo hace de manera obligada porque la ley así lo dispone.
En efecto, existe una obligatoriedad legal y ésta se debe a razones sociales de peso que plantean importantes conflictos, entre otros dejar el lugar
a los jóvenes que ya se prepararon para la vida y necesitan trabajar. En otras épocas, un joven de 18 años se había iniciado ya en las actividades
productivas y, por lo general, tenía una familia; al mismo tiempo, la gente de 60 años ya era vieja, y al dejar el trabajo se enfermaba y moría en
pocos años. Tras la Revolución Industrial, los logros de la lucha de los trabajadores llevaron a ofrecer el beneficio de la jubilación a los 60 años,
cuando se podría disfrutar del descanso con una compensación económica (pensión), fruto del trabajo previo y otros ocuparían el lugar en la
fuerza de trabajo. Se calculaba que la pensión se erogaría por poco tiempo, de acuerdo con la esperanza de vida de entonces. Sin embargo, las
cosas cambiaron con el fenómeno del envejecimiento mundial; la esperanza de vida se alarga cada vez más y los jubilados sobreviven más
tiempo, lo cual rebasa los presupuestos sociales no sólo porque se prolonga el tiempo que se paga la pensión, sino porque se consumen muchos
otros recursos de la seguridad social, sobre todo los de la salud. En consecuencia, es tiempo de redefinir y plantear la jubilación con otros
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parámetros. Por un lado, en la actualidad los jóvenes dependen de su familia por más tiempo y no es raro ver que a los 30 años o más apenas
empiezan a plantearse la formación de una familia; muchos tampoco han iniciado su vida productiva porque alargan cada vez más la
preparación intelectual, esto es, el tiempo de la madurez se recorre. Si la expectativa máxima de vida y el bienestar pudieran alargarse mucho
más tiempo, lo que técnica y científicamente no parece posible por el momento, se vería que la procreación empezaría después de los 80 años y
que a los 200 años se podría cambiar de trabajo y estudiar otra carrera. Estos dilemas respecto del envejecimiento llevarían a un colapso social y
económico total que exigiría un reordenamiento general de la vida y la sociedad.
Por el momento se sabe que el jubilado sobrevive varios años (el promedio pasó de uno a cinco años hasta 20 y más) y consume recursos
abundantes aun si se realiza una planeación individual cuando deja el trabajo. La tercera parte del presupuesto de las instituciones de seguridad
social se destina al pago de la jubilación, cifra muy alta y tristemente insuficiente porque la gran mayoría de los jubilados se encuentra en
condiciones de pobreza; por otro lado, la tercera parte del presupuesto de salud la consumen los viejos. Puesto que existen instituciones con
deudas cuantiosas y problemas económicos derivados de las pensiones, es urgente tomar las medidas adecuadas para solucionar tan grave
problema, en el que se gastan recursos en abundancia pero cuyos resultados son del todo insatisfactorios.
En México existe un problema adicional, el de los jubilados jóvenes. Muchas personas empezaron a trabajar a los 15 años y se jubilaron a los 45
años, en plena madurez, con la esperanza de tener una pensión y al mismo tiempo iniciar otro tipo de vida productiva. Aunque casi todos
proyectaban iniciar un pequeño negocio, las condiciones sociales y políticas de muchos países en desarrollo les han impedido reintegrarse a la
vida productiva, de modo que existe un grupo grande de “jóvenes jubilados” que, desde la perspectiva psicosocial y la de salud, se comporta
como el de los viejos. Entre ellos se observa un elevado índice de alcoholismo, divorcio y aun suicidio. Este sector de la población es poco
atendido y si bien en términos estrictos no pertenece a la gerontología, sin duda alguna le incumbe.
La pensión universal como derecho social conduce a reflexionar, en primera instancia, respecto de ese derecho sancionado por las leyes
establecidas y su aplicación en un contexto determinado, que no siempre se lleva a cabo. Pese a que la pensión es un derecho universal, lo que
significa que debe extenderse a la totalidad de las personas, en todas las épocas y en forma generalizada, surge una serie de interrogantes
respecto de la certeza de las medidas sociales.
El gobierno de Alemania estableció el primer sistema de seguridad social entre los años de 1883 y 1889 y para ello creó tres entidades: el seguro
de enfermedad en 1883, el de accidentes de trabajo en 1884 y el de invalidez y vejez en 1889. Treinta años después se incorporó Austria, seguida
por el Reino Unido y el resto de los países europeos. América Latina, Estados Unidos y Canadá lo hicieron en el decenio de 1930. A partir de la
década de 1960, a través de sus instituciones, la seguridad social buscó la consolidación y ampliación de su cobertura tras incorporar nuevos
beneficios y prestaciones; sin embargo, ya desde entonces había una preocupación por resolver los problemas de financiamiento. En la década
de 1980 se buscaron alternativas de solución que dieran respuesta a los riesgos que los trabajadores corrían, como las cajas de ahorro, que a
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finales del siglo pasado tuvieron un desenlace fatal en el fraude nacional del que gran parte de la población aún no tiene una respuesta
favorable.
Un ejemplo de las propuestas deficientes es el “Sistema de Ahorro para el Retiro” (SAR), que consiste en capitalizar de forma periódica, en una
cuenta individual, las cotizaciones que, estipuladas por ley, corresponden a cada trabajador. Durante su vida laboral, el trabajador acumula un
fondo resultante de las aportaciones y la rentabilidad que se obtiene al ser administrado e invertido por instituciones especializadas elegidas por
el trabajador, menos la comisión que la institución, en este caso una AFORE, cobra por su administración. En este sistema, los fondos se
acumulan en la cuenta de cada trabajador con objeto de financiar, al momento de la jubilación (o de acceder a ésta por algunas de las razones
que la ley establece), una pensión durante su vida pasiva. En este sentido, el nuevo sistema de pensiones busca asegurar un ingreso estable a los
trabajadores que concluyen su vida laboral, más o menos relacionado con el que percibía durante su vida activa y que garantice las seguridades
necesarias sobre el patrimonio del trabajador con mayor transparencia que los sistemas tradicionales. Lo que este sistema plantea es que si el
trabajador cumple 65 años de edad y se le reconoce un mínimo de 1 250 cotizaciones semanales, tendrá derecho a pensionarse, sin más
restricción que lo que él decida; en caso de no tener las cotizaciones mínimas señaladas podrá retirar el saldo total de su cuenta en una sola
exhibición o, en su defecto, seguir cotizando hasta cubrir las semanas necesarias para que sea viable su pensión.
En marzo de 1995 se celebró la Cumbre Mundial para el Desarrollo Social con el fin de continuar la construcción de una seguridad social que
proporcione protección económica y social como uno de los principios que se establecieron en la declaración de Copenhague.
Desde el último tercio del siglo pasado, las restricciones de la seguridad social, que ya podían entreverse, recibieron severas críticas; no obstante,
en realidad son pocos los que cuestionan los derechos de los ciudadanos y las obligaciones que las instituciones públicas y el Estado mismo
tendrían que asumir porque la atención se desvía hacia los procesos de transformación que la política social del país sufre en el marco del
neoliberalismo, en el que uno de los temas prioritarios es, sin duda, el de las pensiones.
En este marco, la premisa ideológica es una reestructuración profunda y el parcial desmantelamiento de las instituciones públicas y la seguridad
social ocasionado por la falta de financiamiento, gracias a un recorte presupuestal cada vez mayor para este aspecto. Se trata de una
reestructuración vinculada con la privatización de la seguridad social, que no es otra cosa que la compra de un servicio; éste, al estratificarse,
enfatiza aún más las desigualdades entre la población y genera un reemplazo de los servicios públicos. Lo anterior constituye un detonante en el
tema de las pensiones, ya que de un modelo solidario basado en la población económicamente activa, que incluye a grupos de muy bajos
ingresos, se pasa a un modelo de consolidación del sector privado en el que se arriesga el destino de tales fondos.
La solidaridad plasmada en los sistemas de seguridad social se convierte en una utopía, en tanto que ya no se contribuye a un bien común y el
apoyo de todos para todos; lo que prevalece es un individualismo sin responsabilidad social porque, aun cuando se trata de rescatar algo de la
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responsabilidad estatal, la verdad es que en nada se asemeja a la solidaridad entendida como una comunidad de intereses y responsabilidades
conjuntas.
Lo anterior se deriva de recomendaciones del Banco Mundial, que emitió algunas propuestas radicales en torno de un sistema privado, tras
justificar que éste es más eficiente. Sin embargo, el caso de Chile debió hacer reflexionar al gobierno y la sociedad respecto de la viabilidad de
esta propuesta, ya que pese a considerar que se garantice una pensión mínima universal para las personas que comprueben ser verdaderamente
pobres, dicha pensión es muy baja, y hasta el momento no hay una legislación que establezca con claridad cuáles son los mecanismos para
hacer cumplir esta propuesta.
Ahora bien, si las nuevas leyes de la seguridad social conducen a reformas del Estado acordes con las exigencias del Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional, se alejan mucho de los principios constitucionales y solidarios, por lo que cabe plantearse una interrogante más: ¿hacia
dónde se dirige el beneficio de las pensiones para la vejez? Quizá a la especulación financiera de las administradoras de fondos.
Si bien las AFORES especifican que todos los trabajadores afiliados podrán pensionarse antes de cumplir los 60 años, siempre y cuando la
pensión que se calcule en la modalidad de renta vitalicia sea 30% más elevada que la pensión mínima garantizada (un salario mínimo general),
una vez cubierta la prima del seguro de supervivencia para sus beneficiarios, la situación se torna compleja en tanto que los trabajadores tienen
que analizar bien antes de elegir una AFORE para que la pensión sea la más ventajosa y apropiada de la gran variedad existente. No obstante, la
carencia de cultura financiera de gran parte de la población, así como el grado considerable de desinformación, hacen muy probable el abuso.
Otro punto de análisis de las reformas propuestas es el incremento de la edad mínima de jubilación de los trabajadores, que en la mayor parte de
los países oscila entre 68 y 70 años de edad. Una revisión del derecho de la seguridad social de los países miembros de la Comunidad Económica
Europea realizado en 1992 (Bélgica, Dinamarca, República Federal de Alemania, Francia, Gran Ducado de Luxemburgo, Gran Bretaña, Grecia,
Irlanda, Italia, Países Bajos, Portugal, España) muestra que no rebasa los 65 años. Sin embargo, aun cuando se considerara una edad de más de
70 años para la jubilación, el problema no se resolvería porque de cualquier forma las cuotas patronales se incrementarían 1% y la prima de
equilibrio del seguro de gastos médicos de pensionados bajaría de 6 a 3.5%. Además, podría intensificar el problema del empleo y reducir aún
más las expectativas para la población joven. Un rescate fiscal de los pensionados sólo incrementaría la carga de todos en impuestos y deudas.
Las instituciones de seguridad social justifican el aumento de las cuotas de los trabajadores porque pueden llegar a adeudar hasta poco más de
50% del producto interno bruto, y el mayor pasivo evidentemente es el de las pensiones. Se ha aducido que las cuotas y aportaciones serán
siempre insuficientes para el pago de las pensiones a causa de los costos crecientes de los beneficios para los pensionados, el aumento de éstos,
el incremento de la esperanza de vida (que a su vez prolonga el tiempo que se paga una pensión) y la limitación de sueldos de los trabajadores
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activos para absorber un monto más elevado de cuotas. Lo anterior suscita gran temor e incertidumbre entre los trabajadores, además de riesgos
sociales evidentes. Urgen nuevas propuestas y negociaciones.
En este sentido, puede haber una participación real de los involucrados en el problema de las pensiones y en torno de la cobertura del riesgo de
retiro por edad avanzada, en la que no se dará un paso adelante en dirección de la justicia social, sino más bien un retroceso, porque los
trabajadores más pobres tendrán pensiones muy bajas, en tanto que muchos otros seguirán sin la posibilidad de contar con un retiro digno,
también porque gran parte de los fondos de jubilación se invierte en instalaciones de salud y otras áreas no aclaradas.
Transición demográfica
El tema de las pensiones alarma a las instituciones responsables de la seguridad social. El acelerado crecimiento de la población en América
Latina a partir del decenio de 1930, cuando la disminución de la mortalidad, aunada a las elevadas tasas de natalidad, produjo un incremento
poblacional de 3% anual, preocupa a los países y los condujo a establecer el Plan de Acción Mundial sobre Población en Bucarest en el año de
1974.
Las proyecciones basadas en tasas de natalidad y mortalidad muy por debajo de las actuales señalan que la población económicamente activa
(PEA) no alcanzará a dar respuesta a las demandas de pensión y salud. Ante el incremento de la esperanza de vida, se deben pensar y reformular
las condiciones en que vivirán los viejos en un ambiente incierto por la incapacidad para hacer valer un derecho de pensión que es universal. Por
otro lado, es necesario detenerse para observar el aumento demográfico desproporcionado entre hombres y mujeres, que se acentúa aún más
en la vejez: las mujeres viven más años que los hombres en razón de diversas situaciones de carácter biológico; la función reproductiva les da
una capacidad de defensa mayor frente al exterior y, en este sentido, la administración que deberá ejercerse respecto de una pensión en
cuestiones de género debe ser muy cuidadosa.
El crecimiento exponencial de la población constituye desde ahora un problema con repercusiones sociales importantes que exige idear muy
bien las formas de ayuda, autoayuda y autogestión, y al mismo tiempo fortalecer una cultura para el buen envejecimiento, que debe generarse
para la población anciana en el país cuando alcance dimensiones superiores de envejecimiento.
El tema de las pensiones debe revisarse a partir de una realidad necesaria, que es el empleo; el modelo económico actual muestra que no
desaparecerán ni el desempleo ni los empleos inestables con bajos ingresos, lo cual agravará el asunto de las pensiones.
Más allá del análisis de la situación actual de las pensiones y de lo que se discute en las altas esferas en cuanto a las decisiones para el pago de
ellas, es necesario revisar quiénes son las personas mayores de 60 años y la manera en que este problema afecta su vida personal, familiar y
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social. Para ello es ineludible enunciar las características de este grupo de edad, establecer la diferencia entre dos grupos de ancianos (los de
comunidades urbanas y los de comunidades rurales) y distinguir a los activos e independientes de los vulnerables y dependientes.
Pérdidas y consecuencias del retiro
En el ámbito urbano no existe una etapa de preparación para retornar al hogar tras la jubilación. El trabajador, luego de ausentarse por largo
tiempo del ámbito familiar por hallarse en la oficina, la fábrica, la obra, etc., tiene que reincorporarse a él y dicha reincorporación no se logra en
el ambiente de armonía y felicidad que se esperaba; por el contrario, se observa un desequilibrio en el proceso de adaptación que es necesario
abordar no sólo de manera individual, sino en conjunto con los miembros de la familia para que acepten la presencia de un “nuevo integrante”
de tiempo completo en el hogar. Propuestas fantasiosas y desesperadas llenan el ambiente con poco éxito. Por ejemplo, la familia propone que
puede ocupar su tiempo en la lectura, pero en realidad los altos índices de baja escolaridad y analfabetismo de los ancianos dificultan esta
propuesta; además, resulta casi inaccesible si se considera que el monto de la pensión se utiliza sobre todo para adquirir la canasta básica de
alimentos, por lo que la compra de un libro es muy poco probable.
Para la mayoría de los ancianos, los días de descanso y esparcimiento se traducen en cuidar a los nietos, hacer algunos “mandados” (realizar
pagos de luz, agua, predial, teléfono, etc.) y ayudar en las labores domésticas (lavar los platos, limpiar la mesa y comprar las tortillas, entre
otras). Si bien tales tareas, de acuerdo con lo que manifiestan, no les desagradan, desearían contar con el poder adquisitivo para tener
actividades divertidas y de esparcimiento (como viajar a lugares que no conocen).
Quienes trabajan en el ámbito rural no suelen alejarse mucho del hogar y laboran hasta edades muy avanzadas; en este sentido, no
experimentan tanto el problema de la adaptación cuando llegan a viejos. Sin embargo, más adelante se verá dónde se incluye al grupo que no
cuenta con una pensión, aun cuando haya laborado toda su vida.
Pérdida de la pareja
Tanto el hombre como la mujer saben que una vez que rebasan los 60 años de edad, de acuerdo con la esperanza de vida para uno y otro sexos,
les quedan, en promedio, 15 y 20 años de vida, respectivamente, según las condiciones físicas y de salud en que se encuentren. Ello significa que
sufrirán la pérdida de su pareja, que tendrán que vivir solos o al lado de los hijos o nietos. Como en toda pérdida, tendrán que pasar por diversos
estadios para superar el duelo, para lo cual necesitarán el apoyo de la familia y la comprensión de la sociedad.
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Aquí es importante señalar la imperiosa necesidad de la pensión por viudez y reflexionar si es factible la propuesta de reducir el número de años
que se otorga, ya que el efecto negativo de la pérdida de la pareja puede traer consecuencias fatales para el cónyuge, quien ahora tendrá que
enfrentar la vida solo y con un respaldo económico menor.
En el ámbito urbano, la soledad que enfrenta quien ha perdido a su pareja no es la misma que en el ámbito rural. En este último se cuenta con
más redes de apoyo social que hacen menos penosa la pérdida, ya sea porque los hijos se encuentran cerca, por la ocupación con los nietos o
porque el apoyo de familiares y vecinos es muy cercano; esto no ocurre en el ámbito urbano, donde los hijos se ausentan por el trabajo, los nietos
por la escuela, el contacto con los vecinos es escaso y las distancias geográficas entre los familiares son grandes.
Sexualidad
La sexualidad en la vejez es un tema reciente; apenas durante los dos últimos decenios se le ha concedido la importancia que merece. Gran parte
de la población niega la sexualidad en términos de genitalidad después de los 60 años, sin detenerse a pensar en que la sexualidad es lo que una
persona piensa, cómo se viste, la manera en que se comporta, sin desaparición por supuesto de la relación sexual. La sexualidad para los
ancianos ha estado vedada, en particular para las personas del sexo femenino respecto de la libertad de que gozan los hombres, que también
suelen ser criticados.
Quienes tienen una pensión, pueden aspirar a “conquistar” a alguien después de los 60 o 65 años, y está comprobado que se debe a la seguridad
económica que les da enfrentar una vida compartida; no sucede lo mismo con quien no recibe un ingreso. Para atraer al sexo opuesto debe
invertir en su aspecto personal y agradar al otro(a) y, por lo tanto, necesitará dinero para comprar un regalo o “tomar un café”. Éstas son
situaciones criticadas por los miembros de la familia sin detenerse a pensar que los jóvenes también llegarán a viejos y enfrentarán una soledad
que los hará buscar una nueva pareja.
Cabe mencionar que también existe un número elevado de personas que, de acuerdo con su ideología, valores y costumbres, no se plantea
siquiera la posibilidad de tener otra pareja. Aunque es una cuestión individual, en relación con su persona y su sexualidad sí será necesario hacer
una inversión económica para agradarse a sí mismo, y esto resalta de nueva cuenta la importancia de contar con una pensión, por mínima que
sea.
La construcción social respecto de la sexualidad en la vejez ha hecho que los viejos se sientan avergonzados o culpables; los hijos, nietos y demás
familiares opinan que tener una relación de pareja después de los 60 años es cuestión de burla porque “ya no pueden”, son “rabos verdes”,
“locos”, “cebollones”, “libidinosos”, “pervertidos” y, en el caso de las mujeres, “son malas”, etc. Una cuestión muy interesante es que no conciben
el cariño o el amor, pero sí un interés económico hacia estas personas, de tal forma que quien tiene acceso a una pensión o goza de una situación
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económica privilegiada sólo “es utilizado” o “lo quieren para explotarlo”. En este sentido, cabe hacer una reflexión por parte de la sociedad y
pensar en los futuros viejos y en sus necesidades, que serán para nosotros también en esa etapa de la vida.
Escolaridad y género
Los altos índices de analfabetismo del grupo de personas mayores de 60 aún son considerables y, por lo general, se vinculan de manera directa
con el sexo femenino, sobre todo en el grupo actual de ancianos, a causa de las condiciones sociales, culturales y económicas de su juventud.
Ahora las cifras se modifican de forma sustancial gracias a programas de apoyo para que la mujer estudie desde temprana edad y después se
incorpore al mercado laboral en empleos con una remuneración igual a la del hombre, de acuerdo con las bases jurídicas que rigen en este país;
no obstante, esta situación se observa en mayor grado en el ámbito urbano que en el rural.
El nivel de preparación y los conocimientos que la mujer mayor de 60 años tiene inciden en el desarrollo de la familia, puesto que es la principal
administradora del presupuesto del hogar. En este aspecto, si cuenta con una pensión, es motivo de alegría contribuir al gasto familiar y dejar un
poco de lado la dependencia de los hijos o nietos, para quienes se considera una carga; si a esto se suma que sabe leer y escribir, puede a su vez
motivar a las mujeres de su familia para que sigan su ejemplo y se superen, con lo cual se eleva el índice de desarrollo del país.
Otro de los rasgos característicos de la población femenina en este grupo de edad es que se trata de mujeres que se desarrollaron con una
ideología de total apoyo a la familia, y la mayoría nunca deja de aportar al gasto familiar y de estar al cuidado de los hijos aun cuando éstos ya
sean jefes de familia. Sólo un porcentaje mínimo realizó estudios y otra proporción aún menor se incorporó al mercado laboral, es decir, se
desarrollaron en condiciones de baja remuneración, alto subempleo y desempleo, y con un ahorro casi nulo.
Vivienda y pensión
La vivienda para una persona que tiene más de 60 años de edad debe tener ciertas características, entre otras, ventilación apropiada,
iluminación adecuada, un piso uniforme y adherente para evitar tropiezos, sobre todo en el área de baño, y pasamanos en los sanitarios. Esto
implica una ergonomía que estas personas no siempre tienen y que, en caso de instalarla por sí mismas, deben asumir su erogación, lo que de
nueva cuenta lleva a revisar el monto de las pensiones, que apenas alcanza para lo más indispensable.
La situación se agrava si a esto se añade que la mayoría de los ancianos no sólo carece con los recursos económicos para proveerse de una
vivienda de esta naturaleza, sino que además vive en hogares que quizás adquirieron ellos mismos y de los que apenas gozan de un espacio muy
reducido, un cuarto en el mejor de los casos, o un cuarto compartido con alguno de los nietos. Se ha encontrado que cuando disponen de una
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pensión, los familiares los “mantienen” dentro de la casa (que en muchos casos es legalmente de ellos) si colaboran con el gasto familiar; para
quienes no tienen pensión alguna, las condiciones son algunas veces infrahumanas, sobre todo por el trato que la familia les da. En este sentido,
contar con una pensión, por muy baja que sea, modifica en grado sustancial el espacio físico de la habitación.
La situación es aún más grave en el ámbito urbano por el tipo de vivienda de interés social prevaleciente, que si bien ha ganado premios
nacionales por su construcción, la verdad es que no considera espacios para los ancianos (las casas cuentan sólo con sala, comedor, dos
recámaras, un baño y un patio común muy estrecho); esto produce marginación porque los excluye de un espacio tan importante como el hogar,
donde muchas veces tendrán que vivir sus últimos años porque no cuentan con la solvencia económica para no depender de hijos, nietos,
sobrinos, etc.; a ello se suma que la necesidad de habitar en estas viviendas trastoca su individualidad, ya que el anciano no tiene más remedio
que compartir la habitación.
Algunas características propias de la vejez, como la pérdida gradual de la vista y el olfato, disminución de la sensibilidad en las papilas gustativas,
mayor lentitud de movimientos, pérdida de dientes, cabello encanecido, cuerpo encorvado, que pueden o no presentarse de acuerdo con el
estilo de vida, orillan a los viejos a una situación de desventaja frente a la población infantil y juvenil porque la atención que requieren en
materia de salud es superior.
De acuerdo con la información emitida en el Programa Nacional de Salud, este grupo de edad utiliza cuatro veces más el servicio médico que el
resto de la población, además de que los servicios que requiere son de un costo mucho más alto; por otro lado, las enfermedades crónicas y
degenerativas características de este grupo de edad constituyen una de las principales causas de ingreso a los hospitales.
Las enfermedades más frecuentes en los ancianos son diabetes, hipertensión, osteoporosis, osteoartritis y trastornos cardiovasculares, al igual
que problemas poco reconocidos como depresión, demencia, desnutrición, caídas e inmovilidad; al respecto, debe señalarse que como algunas
no son curables (sólo controlables), es necesario contar con un ingreso para la adquisición de fármacos y tener una alimentación balanceada que
favorezca la prevención de complicaciones.
Aunque en la actualidad el sector salud aplica programas de apoyo menores para conservar la salud de la población anciana, el apoyo de la
pensión es fundamental para revertir la morbilidad y la mortalidad secundarias a estas enfermedades.
Se ha dicho que la prevención es la solución al problema de las enfermedades; sin embargo, el presupuesto destinado a la atención médica es
insuficiente, y aún más para la prevención, por lo que cada individuo debe aplicar técnicas de autocuidado, entre otras razones, para preservar
su propia salud mucho antes de envejecer.
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Alimentación
En relación con las enfermedades antes mencionadas, suele recomendarse a los ancianos que tengan una alimentación equilibrada, es decir,
que incluyan alimentos de los cuatro grupos de la pirámide nutricional en desayuno, comida y cena.
Al respecto, es necesario considerar que si el anciano depende económicamente de los hijos o nietos es difícil que pueda opinar acerca de lo que
se come o no en casa, y menos aún si no colabora con algún ingreso; por lo tanto, debe adaptarse al tipo de alimentación que la familia pueda
ofrecerle con o sin considerar sus propias necesidades de alimentación. Una vez más se corrobora la importancia de una pensión que contribuya
a mejorar su alimentación y, por ende, su estado de salud.
Una encuesta reveló que en las comunidades urbanas la alimentación para las personas de este grupo de edad que ya no tienen dientes consiste
en una sopa instantánea o cualquier cosa enlatada que dure varios días y cuya preparación no consuma tiempo, en tanto que en el ámbito rural
se les da verdura cocida y pollo con tortilla (molidos). En ambos casos las razones son una “cuestión de tiempo y disponibilidad” y un ingreso por
pensión (en caso de tenerla) que “no da para más”.
Estos problemas de alimentación se suman a problemas de tipo odontológico que afectan la nutrición de esta población y tienen una estrecha
vinculación con los problemas de carácter económico.
Composición de la familia
Los ancianos vivieron una juventud en la que se forjaron una idea de familia nuclear, con un número grande de integrantes que constituirían una
base de apoyo para pasar sus últimos años al lado de los nietos, bajo el abrigo del respaldo económico de los miembros que están en posibilidad
de trabajar y en la que, por tanto, la pensión que reciben representa sólo un apoyo adicional y no la única fuente de supervivencia. En la
actualidad se afirma que a mayor grado de escolaridad, menor número de hijos; el número de integrantes por familia disminuye con el paso de
los años y ello genera mayor incertidumbre para quienes llegan a la vejez, porque los dos o tres hijos que ahora se tienen quizás estudien o
trabajen lejos de casa, es decir, hay mayor independencia de los miembros de la familia respecto del hogar.
Las nuevas generaciones no interactúan con los viejos de la misma forma que antes. En las comunidades urbanas se tiene cada vez menos
contacto con ellos debido a que las mujeres trabajan y los hijos y los nietos acuden a la escuela, de tal modo que los ancianos se quedan solos.
En el ámbito rural se observa el mismo fenómeno: las comunidades están habitadas por algunas mujeres con niños y una mayoría de viejos,
porque los hombres en edad reproductiva emigran, a la que se suman, a su regreso, los ancianos que alguna vez también se fueron al extranjero.
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Si se considera que algunos viejos son dependientes por alguna limitación física o psicológica, las redes de apoyo con que cuentan, aparte de los
integrantes de la familia, son casi nulas. En algunos casos, los ancianos son cuidados por otros ancianos, ya sea esposos, hermanos, primos o
tíos (sobre todo mujeres), y muy pocas veces por los hijos o nietos (casi siempre también las mujeres); esto es, la mayoría recibe atención de los
miembros de la familia de edad similar, lo cual significa que también son ancianos que requerirían los cuidados que brindan a otro anciano.
Aunque en algunos casos las pensiones son una fuente de ingreso que contribuye a mejorar su calidad de vida en tanto puede pagarse un
cuidador, ¿qué ocurre con las personas que ni siquiera cuentan con una pensión por mínima que sea? Si bien antes se decía que pensar en la
edad del retiro por vejez implicaba placer y una sensación de descanso al lado de la familia, ahora se advierte que, sobre todo en las poblaciones
urbanas, hay una gran preocupación por los ingresos que se tendrán para sobrevivir día con día ante una pensión insuficiente y los bajos salarios
de los integrantes de la familia que dificultan aún más las posibilidades de disfrutar de una vida con las comodidades soñadas para la vejez.
Los ancianos con acceso a una pensión
Hasta ahora se ha hecho referencia específica a las personas que de una u otra forma tienen acceso a una pensión; sin embargo, se ha observado
un grave problema en tanto que un sector de la población nunca cotizó, más en las comunidades rurales, aunque también se observa en gran
medida en las urbanas y entre las mujeres.
Puesto que en muchos países la cantidad de personas sin estos privilegios es la más numerosa, puede observarse que dos personas mayores
dependen económicamente de una, que no siempre es el jefe de familia, dado que los procesos migratorios han dejado al frente de ésta a las
mujeres. Son ellas las que mantienen económicamente a padres y suegros, además de hijos, nietos, hermanos, yernos, sobrinos, nueras, lo que
implica una responsabilidad y un compromiso en el hogar.
Campesinos y jornaleros realizan un trabajo de “mano vuelta” y “por ayuda mutua”, lo que significa que trabajan de “sol a sol”, pero sin percibir
ingreso alguno, sólo los alimentos de ese día de trabajo, pulque, aguardiente o refresco. Los campesinos que cuentan con una propiedad, por
pequeña que sea, siembran de acuerdo con la temporada, por ejemplo verduras y legumbres durante todo el año, mientras que de mayo a
noviembre siembran flores y es cuando “ocupan” a los jornaleros para la cosecha, a los que a cambio dan comida y bebida (algo que, en sus
propias palabras, “no se perdona”).
Toda la cosecha se dedica a la comercialización de diferentes formas: a) los intermediarios llegan a los terrenos o milpas y pagan un precio muy
bajo por los productos, pero no de manera inmediata sino “a cuenta” para una semana posterior; b) los mismos campesinos llevan los productos
a los comerciantes que “kilean” en los tianguis; o, c) algunos los venden directamente al consumidor. Con estas formas de comercialización las
ganancias equivalen apenas a la recuperación de los gastos de inversión (compra de semilla, preparación del terreno o barbecho, surcada,
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siembra, deshierbe, aplicación de abonos naturales y químicos, cosecha y pago de mano de obra), por lo que los egresos muchas veces se
igualan a los ingresos, y en ocasiones ni siquiera se recuperan los gastos de inversión. Sin embargo, lo que la cosecha representa para estas
personas mayores va mucho más allá de la ganancia económica y lo hacen para sobrevivir con su familia día con día. El tema de las pensiones
que se discute internacionalmente está fuera de su contexto porque ni siquiera saben lo que es una pensión, puesto que no la reciben.
A este respecto cabe señalar que si bien el programa de pensión universal ha sido muy criticado por considerarlo un gasto y no una inversión, la
población adulta mayor refiere lo contrario a pesar de que se trata de cantidades muy pequeñas. Significa mayor seguridad, tranquilidad,
bienestar, dejar de ser una “carga” económica para su familia, además de que algunas mujeres nunca imaginaron tener un ingreso porque no
trabajaron y “no sabían lo que significaba tener dinero propio”; manifiestan que “valen algo” porque por lo menos ahora pueden comprar
aunque sea la verdura o alguna otra cosa, ya no tienen esa dependencia con los yernos, los hijos e incluso el mismo marido, que siempre “las ha
mantenido”.
El valor social que este sector de la población puede adquirir, por el hecho de contar con una pensión, es importante, en comparación con
quienes nunca han tenido un ingreso. Tanto la concepción de la familia como el apoyo para quien tiene una remuneración también cambian, lo
cual contribuye a modificar la percepción de la vejez.
Hasta aquí se ha revisado la situación de los ancianos que viven dentro del hogar, ya sea con su pareja o hijos, o en casa de nietos, sobrinos,
yernos o primos. Falta revisar la situación de los individuos que no cuentan con el apoyo de ninguno de los miembros de la familia, ya sea por
abandono o por deceso, y la de quienes se encuentran en asilos, hospitales y reclusorios, entre otros, y que tampoco cuentan con una pensión
que les permita vivir dignamente.
Mientras los responsables de la seguridad social analizan los “grandes problemas” ocasionados por la mala administración de los recursos de los
trabajadores, los afectados (en este caso los ancianos) tienen que preocuparse por resolver cada día los problemas que enfrentan en su vida
cotidiana, como la alimentación ante la reducción de los ingresos, su higiene personal, el corte de cabello, el lavado de su ropa, la compra de
desodorante, cosas que parecen “insignificantes” ante los problemas que se discuten en las altas esferas, pero que a final de cuentas impiden a
este grupo de edad tener una buena calidad de vida en esta etapa de su existencia.
La dependencia económica de los ancianos se relaciona con la concepción de abuelos asexuados, pasivos, sin intereses personales y con poca
capacidad para intervenir en la toma de decisiones del hogar, lo cual exige reasignar los papeles que deberán tener en este nuevo siglo. Aunque
se ha señalado la importancia de que la población esté bien informada en cuanto a las pensiones, así como en las decisiones que se toman en
torno de éstas, lo que se encuentra es total desinformación, burocratización e intermediación deficiente de los representantes en el poder
legislativo.
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Consecuencias de la jubilación
El trabajo que no pocas veces es motivo de queja, da valor a las personas, crea un vínculo entre el individuo y la sociedad, confiere un lugar y una
categoría, de acuerdo con el trabajo desempeñado; al ser remunerado, proporciona capacidad económica, mantiene activas a las personas, en
constante adquisición de información y formación, e incorpora a la cultura y fuerza del grupo social al que se pertenece. El trabajo brinda
capacidad económica a la familia y el trabajador satisfecho retroalimenta de manera positiva la dinámica familiar. En el plano personal, el
trabajo hace sentir útil al individuo, algunas veces incluso necesario, y le proporciona una imagen que alimenta la autoestima. Todo lo anterior
se pierde con la jubilación, sobre todo cuando no hay un periodo de transición, si es decidida unilateralmente por el empleador y no el
empleado, y si depende sólo de cuestiones cronológicas y no de capacidad personal. Significa una gran pérdida. Al principio, la presión que
ejerce el hecho y los trámites que siguen a la jubilación suelen disfrazar la gravedad del paso; luego se inicia una etapa de “luna de miel” en la
que se disfruta el descanso y la persona se entretiene con lo que “no había podido hacer antes”. Sin embargo, pronto se enfrenta el duelo de la
gran pérdida: se percibe la reducción de la capacidad económica, la falta de una actividad regular y una motivación diaria, el enfrentamiento al
tiempo libre sin saber cómo llenarlo o emplearlo, en especial en forma productiva. A continuación se sienten las repercusiones en la dinámica
familiar. La vida parece carente de contenido y la persona se percibe inútil y vacía. Es entonces cuando en verdad se enfrenta la jubilación y
cuando muchos individuos son presa de una profunda depresión que los hace vulnerables en todos los sentidos.
Problema económico
Como se indicó antes, las pensiones por jubilación y retiro son insuficientes. El jubilado y su familia sufren un grave desplome en su capacidad
adquisitiva y en muchas ocasiones la pérdida ocurre cuando el dinero más se necesita por problemas de salud o porque el resto de la familia se
encuentra en etapas críticas o de transición. Es preciso reorganizar la vida en un menor nivel del acostumbrado, acorde con la nueva economía.
Por otra parte, este asunto devalúa al individuo dentro de la familia, toda vez que ya no tiene la capacidad de resolución anterior y ha perdido
estatus y control, sobre todo cuando se trata del patriarca. Ahora envejecido, debe sacrificar comida por fármacos, dejar proyectos y paseos para
enfocarse a la simple supervivencia, y esto tiene repercusiones psicológicas importantes. Si intenta emprender otra actividad productiva, se
enfrenta a un mercado de trabajo en el que las oportunidades son muy limitadas, prevalece el desempleo y la discriminación por edad es un
hecho. Muy pocos consiguen una nueva oportunidad de trabajar. En muchos casos hay que recurrir a otras fuentes de apoyo económico o
dependencia.
Problema familiar
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El que trabaja tiene una presencia limitada en cuanto a tiempo en la casa; cuando ya dispone de ese tiempo, no sabe cómo utilizarlo o no puede
reorientarlo, y casi siempre tiene que buscar un nuevo lugar en las actividades de la casa donde su presencia no está considerada, y mucho
menos su intromisión. El desajuste conyugal es entonces muy frecuente; el esposo atropella el lugar y dominio de la mujer o exige tiempo y
atención de ella que dan lugar a un serio desequilibrio que altera la mejor salud mental familiar para volver a ordenar los espacios, las
actividades, las obligaciones, etc. La mujer que recibe en casa a su esposo jubilado a menudo se angustia y deprime, y el problema incide en los
hijos, a los que se recurre por ayuda y aun arbitraje de la lucha por las funciones familiares. Pocos planean otra actividad con horarios y objetivos
definidos, pocos toman con discreción actividades del hogar para ayudar a los demás. Muy pocos no dependen de los demás para mantener su
equilibrio y salud psicosocial. La sociedad misma no lo propicia de esta manera. Algunos tendrán un reencuentro con su pareja que pudiera
fortalecer la unión y favorecer el apoyo mutuo en la difícil etapa de la vejez. La mujer, por su parte, si tan sólo se ha dedicado al trabajo
doméstico, no se jubilará, seguirá sus actividades en la medida de sus capacidades y no sufrirá un cambio de estatus, sólo tendrá que hacer un
reajuste necesario para recibir la presencia del marido jubilado. El trabajo doméstico, entonces, sirve de protector en el proceso de
envejecimiento.
El tiempo libre
La vida, dice Lennon, “es lo que sucede mientras las personas se ocupan de otras cosas”. Cuando se dispone de tiempo para escoger qué hacer,
casi nunca saben qué hacer con tal regalo. La capacidad de ingenio parece muy limitada y el ambiente o hábitat carentes de oportunidades; se
olvida todo lo que se anheló realizar. El sujeto ignora qué hacer consigo mismo y tampoco en función de lo externo. En psiquiatría se dice que la
salud mental y emocional depende de la capacidad de reinversión. La vida conlleva una serie de pérdidas, grandes o pequeñas, que dejan
huecos emocionales; la fuerza que se invertía en lo que se perdió queda libre y debe reinvertirse en otro propósito de la vida, aprender a
reorientar las emociones y la fuerza hacia nuevos proyectos.
Propuestas para una jubilación exitosa
Puesto que los geriatras afrontan en la consulta y los hospitales las consecuencias extremas de la jubilación (depresión, problemas familiares,
abatimiento funcional, fragilidad, etc.), intentan que la jubilación sea el júbilo que pretendía ser o al menos suavizar ese paso tan importante en
una etapa difícil de la vida.
Se proponen sobre todo cursos o conferencias de preparación para la jubilación en los que el pretexto para atraer al trabajador es suministrar la
información administrativa e institucional del tema que resulta un interminable peregrinar por ventanillas y oficinas. En estas pláticas se
introducen los conceptos de pérdida y en general toda la información antes anotada. En opinión de las autoras, se conseguirá un verdadero
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cambio en la medida en que se incrementen los conocimientos de la población sobre el proceso de envejecimiento y se tome la vejez como parte
de la vida misma, se propicie la aceptación de las personas mayores y se las integre naturalmente a la sociedad. Una vez más, la propuesta y el
objetivo principal son crear una cultura hacia un buen envejecimiento. Y esto interesa más a los no tan viejos que miran hacia el futuro y piensan
en modificarlo de modo positivo.
En diferentes ámbitos sociales y políticos se hace toda clase de planeaciones al respecto; se proponen centros de día, institutos para la vejez,
jardines para la tercera edad y otros. No obstante, en tanto el problema se plantee en función de los jóvenes, las cosas no resultarán; habría que
pedir a los propios viejos que expresen sus necesidades para planear posibles soluciones. Al parecer, la verdadera respuesta no se halla en crear
algo especial para los viejos, sino en dejar que éstos dispongan con toda amplitud de las alternativas existentes. Es decir, integrarlos al mundo.
Como declara Neugarten, “devolver la sociedad a los viejos y los viejos a la sociedad”. Las personas mayores no son el objeto de trabajo de los
gerontólogos, es muy simple, los viejos son de todos.
Por último, parece de suma importancia mencionar el trabajo voluntario que en muchos lugares del mundo es casi una religión. El voluntariado
se concibe como una actividad para mujeres desocupadas y no como la entrega que cada individuo, cualesquiera que sean su edad, preparación
intelectual, género, condición social o profesión, puede dar a sus semejantes sin una remuneración a cambio, es simple solidaridad social e
intergeneracional; saber regalar parte del tiempo y la capacidad a otros; el hábito de donar cierto tiempo y comprometerlo en una actividad con
objetivos y contenidos productivos. Un intercambio social puede hacer realidad proyectos muy grandes que no dependen ni del dinero ni de lo
político, sino de apoyo no gubernamental para muy diversas necesidades. En estas opciones no sólo podría encontrar un objetivo de vida el
jubilado, sino que los proyectos que se llevaran a cabo podrían solucionar muchos de sus problemas y, si se acostumbran a ofrecer trabajo
voluntario, no tendrán que jubilarse de esa actividad.
Tener varios intereses y actividades formales en la vida y no sólo un trabajo que apreciar facilita la transición al jubilarse; continuar interesado en
las otras personas y no sólo enfocarse en el interior de uno mismo. Davidson propone como consejo primordial para envejecer bien pensar hacia
fuera, tener interés en los demás, sin esperar la vejez o la etapa prejubilatoria: “Si usted quiere envejecer bien, tome las medidas ahora, hoy
mismo, por joven que sea”. Planee en lo posible sus finanzas, aunque el camino se vea largo y la meta muy lejana.
La única manera de superar el paso de la jubilación es jubilándose de la jubilación; no hay que estancarse ni inmovilizarse. El júbilo se encuentra
en la actividad, cualquiera que se prefiera y pueda desarrollarse; no se puede disfrutar de no hacer nada, se disfruta de la práctica de lo que le
gusta a la persona y, sobre todo, de la que tenga un contenido y un objetivo reales. No importa si es la jardinería, la lectura, la limpieza, el trabajo
voluntario, la atención de los nietos, el asesoramiento de una empresa o cualquier actividad humana, siempre y cuando satisfaga
emocionalmente, ya sea por la actividad en sí misma, o por la ayuda que otros proporcionen al esfuerzo.
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El trabajo es el amor hecho visible.
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