Subido por Juan David

LOS RECURSOS NATURALES Y LA POBLACION

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LOS RECURSOS NATURALES Y LA POBLACION
Los recursos naturales constituyen un tema de debate constante en la escena políticoeconómica contemporánea. Las formas de apropiación, explotación, comercialización y
destino final de tales recursos afectan profundamente las relaciones internacionales,
determinan flujos financieros de envergadura y son causa de conflicto entre Estados
soberanos y corporaciones transnacionales. Pero su importancia va aún más lejos. Podría
decirse que la dotación de recursos y las modalidades adoptadas para su apropiación y
explotación contribuyen a definir patrones específicos de desarrollo en países centrales y
periféricos, así como su forma de inserción en el sistema mundial, en un proceso
acumulativo que refuerza un sistema de división internacional del trabajo.
Las formas de explotación y utilización de los recursos no sólo afectan profundamente el
funcionamiento del sistema socioeconómico mundial, sino que impactan y alteran los
sistemas naturales, hasta el extremo de amenazar sus límites últimos y las posibilidades
de sobrevivencia en la tierra. Esta nueva visión del problema y la conciencia creciente
acerca de su globalidad han centrado el debate mundial en torno a la finitud de los recursos
y el freno eventual que tal finitud podría constituir para el desarrollo. Es decir, se ha
centrado la atención en la existencia y disponibilidad de los recursos, más que en las
formas de explotación y en su uso y que están estrechamente ligados al estilo actual de
desarrollo. Este énfasis en las limitaciones físicas por sobre las prioridades
socioeconómicas de ciertos grupos sociales ha fortalecido la opinión de que la escasez
relativa de los recursos naturales constituye el tope al desarrollo de la humanidad, pasando
este a ser un aspecto clave, alrededor del cual se elaboran los argumentos en pro y en
contra del crecimiento cero. Quizá la otra cara de la polémica --básicamente centrada en
los aspectos socioeconómicos-- está dada por las discusiones en torno a la necesidad de
buscar una relación más equitativa que las actuales formas de intercambio, entre las cuales
los recursos naturales ocupan un lugar de extrema importancia.
Algunos hechos, consecuencia del sistema internacional de relaciones vigente han
contribuido a enardecer el debate sobre los recursos naturales. Entre ellos cabe mencionar
las crisis de petróleo en 1973 y 1978, que atrajeron la atención pública y centró la
polémica mundial tanto en la utilización como en la disponibilidad de los recursos
energéticos y en las formas de gestión de los mismos.
Otro elemento fundamental en esta polémica es el factor población. El crecimiento de la
población, y la presión que supone sobre la producción de alimentos y recursos naturales
en general, constituye uno de los aspectos más visibles de la relación medio ambientedesarrollo. Como en cualquier ecosistema natural, el aumento de la población que lo
habita significa una presión creciente sobre el mismo. En el caso de la población humana
tal presión es mayor todavía, pues no se trata sólo de un aumento numérico, sino asociado
además a la creación y diversificación de nuevas necesidades. Este aspecto cualitativo se
traduce en exigencias sobre los recursos, que en términos cuantitativos son un múltiplo
del crecimiento de la población. Nuevamente en este caso, la relación población-recursos
ha sido vista más en su dimensión cuantitativa que en los aspectos cualitativos que la
acompañan y que, en términos de recursos, son muchas veces más onerosos que el mero
crecimiento de la población.
Los recursos naturales han sido objeto de preocupación a lo largo de la historia del
pensamiento económico. Entre diversos paradigmas científicos, su consideración ha ido
reflejando las ideologías imperantes en cada situación histórica particular.
La necesidad de una adecuada situación de recursos naturales en términos globales, capaz
de sustentar un proceso de desarrollo, fue ampliamente examinada por los clásicos, en
especial por Malthus, Ricardo y Mill. Según estos autores, la eventual escasez de los
recursos naturales llevaría a la larga a un estado estacionario. Dicha preocupación
reaparece en los llamados neomalthusianos, y más recientemente en los trabajos
patrocinados por el Club de Roma sobre los límites del crecimiento y en las expresiones
vertidas por diversos autores, posiciones éstas muy controvertidas que mantienen vigente
y vivo el debate.
Una segunda preocupación de los economistas tiene un carácter más limitado y se enfoca
al examen de la forma de utilización de recursos naturales concretos para la producción
de los bienes y servicios que demanda el mercado. En este caso el interés por los recursos
naturales está enmarcado en el enfoque tradicional de la evaluación de proyectos: los
recursos naturales son considerados como un acervo de capital, y desde este punto de
vista lo importante es definir cómo deben ser explotados, ya sea con el fin de maximizar
las utilidades del productor privado o los ingresos del país productor y su crecimiento
económico. En tal enfoque se pone el acento en la necesidad de maximizar los retornos
de la inversión, las utilidades y el aporte al producto nacional.
CONTROVERSIA SOBRE RECURSOS NATURALES-POBLACIÓN
La preocupación por la escasez de los recursos naturales fue planteada por vez primera
en forma sistemática en 1798 por Malthus. Su proposición básica se refiere a la relación
población-recurso alimenticia, y señala que mientras la población crece en proporción
geométrica, la producción alimenticia lo hace en proporción aritmética. Malthus concreta
su análisis fundamentalmente en el recurso tierra, que considera como finito. En este
contexto la escasez del factor tierra se hace extensiva al resto de los recursos, que pasan
a estimarse como limitados frente a una población siempre creciente. El supuesto básico
es que los recursos constituyen una existencia finita, siendo este hecho el que define el
concepto de escasez.
David Ricardo comparte en gran medida la preocupación malthusiana por el incremento
de la población, pero extiende sus análisis a todos los recursos y no particularmente al
recurso tierra. Sin embargo, su enfoque del problema no descansa en el hecho de que los
recursos sean finitos, sino en la comprobación empírica de que los recursos varían en
calidad y en ubicación. Ello determina un uso diferencial en función de sus respectivas
calidades y ubicaciones, que se traduce en rendimientos económicos decrecientes, al
requerir su explotación mayores cantidades de capital y trabajo. Los problemas de escasez
relativa se traducen así en precios y costos crecientes que se manifiestan desde el
momento mismo en que el recurso de menor calidad y/o más desfavorablemente ubicado
se incorpora al proceso productivo. Es decir, la escasez de recursos, desde de la
perspectiva malthusiana, se da en términos absolutos: recursos homogéneos y en
cantidades finitas. En cambio, en Ricardo el supuesto de calidad diferencial implica un
concepto distinto de escasez, definido por los rendimientos decrecientes que empiezan a
manifestarse una vez que el recurso de mejor calidad y más favorablemente ubicado ha
sido utilizado por completo. Esta situación no necesariamente coincide con el límite
absoluto de los recursos naturales.
John Stuart Mill clarificó y sistematizó el pensamiento de Malthus y Ricardo. Subrayó el
enfoque de éste último al asignar a su concepto de escasez --determinado por la cantidad
limitada en términos de calidad y productividad-- más importancia que a la noción de
escasez definida en términos absolutos. Destacó lo que califica como la ley más
importante de la economía política: el «efecto de escasez», que define cómo el incremento
del costo de capital y trabajo por unidad de producción, debidos a la incorporación al
proceso productivo de recursos naturales de calidades inferiores o localizados
desfavorablemente.
Un segundo elemento importante aportado por Mill es lo que denomina el progreso de la
civilización, fenómeno que contrarrestaría la tendencia a los rendimientos decrecientes.
Este principio antagónico se refiere al progreso de las técnicas agrícolas en los
conocimientos sobre agricultura y ganadería; la incorporación de nuevos productos
alimenticios, y la reducción de desechos en las actividades del agro. Dicho efecto
contrastante sería más factible en el sector minero que en el agrícola. El concepto de
progreso en los términos empleados por Mill constituye una incipiente tentativa de
incorporar el cambio tecnológico como un elemento fundamental para evitar la escasez.
Los planteamientos sobre la escasez de los recursos naturales fueron reactualizados por
los movimientos conservacionistas que se desarrollaron fundamentalmente en Estados
Unidos a fines del siglo XIX y comienzos del XX. La preocupación se circunscribe a un
problema nacional, en el cual el efecto de escasez de Ricardo y Mill es destacado por
sobre el concepto del límite absoluto de los recursos preconizado por Malthus. Un aspecto
importante esbozado por los conservacionistas es el de la interdependencia de los recursos
naturales y el de los aspectos asociados a su deterioro o pérdida como consecuencia de la
utilización de otros recursos o de su empleo en un uso alternativo. Ejemplo de esto sería
el uso de terrenos agrícolas para carreteras o zonas urbanas.
La idea de límites absolutos o de escasez de los recursos naturales como un obstáculo al
crecimiento ha sido replanteada en los informes preparados por el Instituto Tecnológico
de Massachusetts (MIT), bajo los auspicios del Club de Roma, conocidos como World
III, o, más comúnmente, en el libro de Meadows.1 Los conceptos malthusianos de límites
absolutos de los recursos y crecimiento exponencial de la población son desarrollados y
enriquecidos con la consideración de los problemas de la contaminación y del deterioro
del medio ambiente natural en general.
Dentro del modelo elaborado por Meadows y sus colegas para el Club de Roma, el tema
de los recursos naturales se examina detalladamente a través de dos submodelos: uno para
los recursos naturales «no renovables» y otro para el sector agrícola. El supuesto básico
es que los recursos minerales son limitados y que --dado el ritmo de utilización actual-sólo puede garantizarse un suministro de 250 años. A ello se añaden los costos de capital
para ubicar y desarrollar nuevos recursos, que aumentan rápidamente a medida que se
aproximan al límite.
Los supuestos anteriores son apoyados con un tercero, referente al desarrollo tecnológico.
éste sería incapaz de contrarrestar los efectos de costos crecientes en la explotación de los
recursos naturales de origen minero. En relación con el sector agrícola, responsable de la
producción alimentaria para una población que crece exponencialmente, el modelo de
Meadows postula también una serie de supuestos: la tierra agrícola arable es limitada y
son crecientes los costos de incorporar nuevas tierras al sistema productivo. Ello se asocia
al hecho de que los rendimientos de la actividad agrícola son claramente decrecientes.
Los problemas anteriores se acentúan por la pérdida de los terrenos agrícolas, causada por
un proceso centenario de erosión, a la utilización de los suelos agrícolas para otros fines
(carreteras, construcciones habitacionales y/o industriales, etc.) y a la pérdida de fertilidad
por la contaminación.
Las teorías de que la sociedad llegaría a un estado estacionario, y eventualmente al
colapso definitivo como consecuencia de la escasez de recursos naturales, vis à vis del
crecimiento exponencial de la población, fueron y aún son rechazadas por muchos. Marx
atacó violentamente las tesis malthusianas, argumentando que si la sociedad se dirigía
hacia un estado estacionario o de crisis del sistema, se debía a razones socioeconómicas
y en ningún caso a razones de límites físicos absolutos, rendimientos decrecientes y
crecimiento explosivo de la población. En su opinión, más que un científico, Malthus era
el representante de una determinada clase social, y sus argumentos estaban orientados a
justificar ciertas medidas económicas y sociales. Decía al respecto:
The people were right here in sensing instictively that they were confronted not
with a man of science but with bought advocate, a pleader of behalf of their
enemies, a shameless sycophant of the ruler class.2
En lo referente a la población, Marx rechaza la «ley biológica natural», que llevaría a un
exceso de población.
...Dicho exceso poblacional es aparente y creado por el sistema capitalista. De
hecho, el sistema capitalista «necesita de la superpoblación». Hasta el propio
Malthus reconoce como una necesidad de la industria moderna, la necesidad de
la superpoblación, que él con su horizonte limitado, concibe como un exceso
absoluto de población obrera y no como un remanente relativo.3
El exceso de mano de obra en el sistema capitalista es una exigencia sine qua non para su
funcionamiento:
...a la producción capitalista no le basta la cantidad de trabajo disponible que le
suministra el crecimiento natural de la población. Necesita, para poder
desenvolverse desembarazadamente, un ejército industrial de reserva, libre de
esta barrera natural.4
En función de las fluctuaciones de este ejército industrial de reserva se regula el
movimiento general de los salarios. Además de la existencia de una parte de la población
obrera condenada al desempleo, crea una situación de oferta de trabajo superior a la
demanda de mano de obra, con lo cual se contribuye a la formación del ejército industrial
de reserva y se incrementa la creación de riqueza en beneficio del capitalista. Por lo tanto,
...al producir la acumulación de capital, la población obrera produce también,
en proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso relativo. Es
esta una ley de población peculiar de régimen capitalista, pues en realidad todo
régimen histórico concreto de producción tiene sus leyes de población propias.5
El planteamiento marxista establece claramente que la población no debe ser considerada
como variable externa ni como un parámetro. Más bien constituye una variable interna,
cuya trayectoria y dinámica está condicionada por las formas de producción.
Marx rechaza también el planteamiento ricardiano de los rendimientos decrecientes, con
el argumento de que su autor ignoraba la función de la innovación y el desarrollo
tecnológico como las fuerzas fundamentales del sistema capitalista. El planteamiento
malthusiano-ricardiano se encuentra en contradicción con la historia.
No cabe duda que, a medida que progresa la civilización, se ponen en cultivo
tierras cada vez de peor calidad. Pero tampoco cabe duda de que estas tierras de
peor calidad son aún relativamente nuevas en comparación con las tierras buenas
anteriores, gracias a los progresos de la ciencia... Desde 1815 el precio del trigo
ha bajado de 90 a 50 chelines y aún más, de un modo irregular pero constante.
La renta ha ido constantemente en aumento. Así ha ocurrido en Inglaterra y
también, mutatis mutandis, en todos los países del continente... Lo fundamental
en todo esto está en acomodar la ley de la renta a los procesos de fertilidad en la
agricultura, único modo de explicar, de una parte, los hechos históricos y
eliminar, de otra parte la teoría malthusiana del empeoramiento no sólo de
brazos, sino también de la tierra.6
Marx reconoce la existencia de distintos tipos de fertilidad de los suelos, pero subraya el
hecho de que la fertilidad de la tierra aumenta generalmente en forma paralela al
desarrollo de la sociedad. Once años más tarde --y también dirigiéndose a Engels7-afirma que la premisa ricardiana de «un deterioro constante de la agricultura parece los
más ridículo y arbitrario».
La argumentación posterior en contra de los planteamientos neomalthusianos y de las
tesis ricardianas reforzaría la importancia del desarrollo científico tecnológico como una
fuerza que se opone a los rendimientos decrecientes. La sustitución y el reciclaje,
posibilitados por la tecnología, permiten evitar la escasez y el colapso definitivo, y
explican además la tendencia a la baja de los precios de productos agrícolas y mineros.
El desarrollo científico-tecnológico contribuye no sólo a explicar el aumento en la
producción agrícola y minera, sino también el aumento de las posibilidades de sustitución,
al descubrir nuevas fuentes de materias primas y lograr nuevos productos para satisfacer
las mismas necesidades. De este modo permite, por un lado, el desplazamiento y la
sustitución hacia aquellos productos de costos menores o con tendencias decrecientes, y
por otro, explica una tendencia a la reducción de costos y al aumento de la rentabilidad
en la explotación de los recursos tradicionales.
El conocido trabajo de Barnett y Morse señala que en el periodo 1870-1957 los costos
unitarios en el sector agrícola experimentaron tendencias decrecientes, sobre todo a partir
de 1919.
En lo que toca a los recursos de origen mineral, en el mismo estudio se resume la situación
y se afirma que, desde 1880, los costos por unidad de producción neta, medidos en trabajo,
o trabajo y capital, ha declinado rápida y persistentemente. Hacia el final del periodo
(1960), el costo del trabajo y capital por unidad de producción sólo era un quinto del
registrado en 1889. La caída es aún mayor para el costo de trabajo tomado aisladamente.
De nuevo el incremento de productividad es más rápido en la segunda parte del periodo
que en la primera. De 1889 a 1919 se estima que el costo unitario en capital y trabajo de
la producción de minerales declinó a una tasa del 1.2% anual; de 1919 a 1947 la tasa
descendió en 3.2% anual.9
Lo anterior revela que el mayor ritmo de reducción en los costos de explotación se
presenta, paradójicamente, en un periodo en que el consumo de minerales supera todos
los niveles precedentes en la historia de la humanidad.
El debate sobre la relación entre recursos y población se polariza en dos posiciones
extremas: la del estado estacionario o la del expansionismo continuo.
Las teorías del estado estacionario no son nuevas. Los clásicos no sólo lo concebían, sino
que también lo preveían y en algunos casos lo consideraban como una solución o un
estado ideal digno de alcanzarse. Tanto Adam Smith como David Ricardo veían claros
límites al proceso de crecimiento sostenible. Según la visión clásica tradicional, tal
crecimiento es posible en la medida en que exista una tasa de ganancia positiva, aspecto
que asigna a los capitalistas un papel decisivo en el proceso, pues lo mismo los
terratenientes que los trabajadores tienden a consumir la totalidad de sus ingresos.
Son los capitalistas los que ahorran una parte de sus ingresos, parte que finalmente se
transforma en un fondo de inversiones mediante el cual se expande el proceso productivo
a través de la contratación de más mano de obra, más equipos y mayor empleo de los
recursos naturales. Pero las ganancias del capital se ven afectadas por el crecimiento de
la población y por la calidad y cantidad disponible de recursos naturales.
El proceso expansionista, al aumentar la demanda de mano de obra, tiende a hacer subir
la tasa de salarios, con lo cual sube el ingreso de los trabajadores. Mejoran así sus
condiciones de vida, y con ello se produce una baja en la tasa de mortalidad, de la que, al
cabo de cierto tiempo, tiende a reducir los niveles de salarios reales.
Por otro lado, la mayor población estimula la incorporación de tierras de inferior calidad
para producir los alimentos necesarios. La presión sobre la tierra se traduce en una mayor
renta para la tierra de mejor calidad. Es así como el terrateniente tiende a absorber un
porcentaje creciente del valor producido, lo cual quiere decir que la parte a distribuir entre
capitalistas y trabajadores, ganancias y salarios, es cada vez menor. Si declinan tanto la
tasa de ganancia como la de salarios, se dan dos efectos negativos sobre el proceso de
crecimiento. En la medida en que la primera se acerca a cero, el proceso de acumulación
tiende a reducirse, y con ella el crecimiento, llegando eventualmente a cero, cuando la
tasa de ganancia llega, asimismo, a cero.
Por otro lado, la tasa de salarios tiende a bajar, llegando a sus niveles naturales o de
subsistencia. Cuando las tierras fértiles se han agotado paulatinamente, y los costos para
hacer producir la tierra más pobre sólo alcanzan para cubrir los salarios naturales, no hay
ya más estímulos para el capitalista, pues sus ganancias son cero y no hay incentivos ni
posibilidades para su acumulación.
Este fenómeno puede ser retardado y contrarrestado en cierta medida mientras existan
recursos naturales abundantes y de buena calidad, lo cual permitiría un proceso de
acumulación de capital tan rápido que posibilitaría elevadas tasas de salarios.
El progreso técnico, que aplaza la incorporación de tierras de menor calidad, o permite su
explotación a costos decrecientes, es la segunda forma que considera Ricardo para
retardar la llegada del estado estacionario. Finalmente, un tercer factor que lo aleja es el
comercio internacional, que permite la especialización de los países industrializados en
la producción de manufacturas y la de los países en vías de desarrollo ricos y con
abundantes tierras, en la producción alimentaria y de materias primas. Por ello, Ricardo
consideraba el estado estacionario como algo muy lejano.
Malthus pone el acento sobre el aspecto de la demanda efectiva y centra su análisis en los
efectos del aumento de producción y población resultantes de los estímulos y de los
deseos. Por lo tanto, su análisis se basa en las razones que estimulan el consumo y en una
ley del crecimiento de la población asociada a la concepción de un mundo finito y de
recursos limitados. Afirma que la riqueza produce deseos, pero que también los deseos
producen riqueza. Ahora bien, los deseos y el consumo conspicuo de los ricos puede
traducirse en cierta demanda que, a la larga, crea empleo, mientras que el consumo de los
pobres y sus deseos sólo se traducen en consumo de alimentos y crecimiento de la
población. Por el contrario, en las clases altas, el consumo conspicuo se asocia con una
política prudente en términos de expansión de la familia.
El razonamiento de Malthus es diferente en el caso de capitalistas y terratenientes que en
el de los trabajadores. Así, por un lado, la ley natural de la población le permite
pronosticar un estado inevitable de miseria para la gran masa de los habitantes, en tanto
que la teoría de la demanda efectiva ejercida por las clases pudientes asegura el empleo
del capital y el trabajo y la expansión del sistema. Sin embargo, como los recursos
naturales son finitos, el proceso tiene inevitablemente que llegar a una situación de tipo
estacionario.
John Stuart Mill se ocupó explícitamente del estado estacionario en el capítulo sexto de
sus Principios de política económica, viéndolo como resultado lógico e inevitable de un
proceso de aumento de la riqueza que irremediablemente tiene que llegar a su límite.
Reconocía que el crecimiento, aun cuando genera indudables beneficios, también tiene
sus costos. Por otro lado, dicho crecimiento sólo es aceptable en los países más atrasados,
ya que en los más desarrollados el objetivo económico debe ser una mejor distribución,
para lo cual uno de los medios recomendados es el control de la población.
En oposición a los clásicos, lo que plantea Marx es que el modo de producción capitalista
es incompatible con el proceso de crecimiento. De hecho, la esencia del capitalismo está
en la expansión económica. Esta última lleva a la centralización de los medios de
producción que, asociada a la tendencia a la baja de la tasa de ganancias, el crecimiento
del ejército industrial de reserva y la socialización de la producción conducen al sistema
capitalista a una situación de crisis, que puede estar relacionada con un estado
estacionario y cuya única alternativa es el paso a una sociedad socialista o comunista.
La posibilidad del estado estacionario es muy remota en el pensamiento económico
neoclásico. Por un lado, el cambio tecnológico se presenta con caracteres suficientes
como para contrarrestar la ley de rendimientos decrecientes, y, por otro, según los
neoclásicos, el aumento de la población tiende a decrecer a medida que la economía se
expande. En este esquema tanto población como tecnología son consideradas variables
externas al sistema. El pensamiento neoclásico arranca del supuesto de que los capitalistas
están dispuestos a invertir en la medida que exista un fondo de inversión disponible a
partir del cual pueden obtenerse los recursos financieros necesarios. A través del mercado
de capitales, los inversionistas se relacionan con aquellos que ahorran y el nivel de la
inversión vendrá determinado por la intersección de las curvas de oferta y demanda de
inversiones. La tasa de interés desempeña un papel fundamental en este esquema porque,
es en último término, la que determina el nivel de ahorro y el ritmo y monto de la
inversión. Aun cuando la demanda de fondos de inversión tiene, como cualquier curva de
demanda, una pendiente negativa, los adelantos tecnológicos tienden a desplazarla,
alejándola de la intersección del eje de coordenadas. Así, la inversión emprendida se suma
a un stock de capital existente, elevando la productividad de la fuerza de trabajo. El
aumento de productividad se traduce en mayores ingresos, y, por lo tanto, en mayores
ahorros (supuesta una propensión del ahorro positiva), resultando en una oferta de fondos
para inversión crecientes.
El pensamiento neoclásico descansa sobre las posibilidades de un desarrollo tecnológico,
que no presenta límites de especie alguna. Si no hubiera progreso tecnológico, la curva
de demanda para inversión no se desplazaría. Los proyectos de más alto rendimiento van
siendo completados y hay que recurrir a proyectos de menor rendimiento, lo cual quiere
decir que las curvas de demanda y de oferta para inversión se cruzan a tasas de interés
cada vez más bajas. A medida que este proceso se desarrolla, el volumen de actividad
declina, la tasa de interés puede llegar a un nivel tan bajo que la comunidad no desee
ahorrar ni invertir, y la economía se encontraría entonces en un estado estacionario.
Por un lado, tal concepción supone una propensión al ahorro positiva, lo cual permite
crear un fondo de inversión; por otro, concibe una curva de demanda de bienes de
inversión muy elástica, de tal manera que pequeñas bajas en la tasa de interés hacen
rentable una gran cantidad de proyectos, lo que tiende a compensar con creces las posibles
bajas en los proyectos de más alto rendimiento.
El gran optimismo en las posibilidades del desarrollo tecnológico, y la visión de un mundo
abundante en recursos naturales, se tradujo en una posición contraria a tal estado: «no
parece existir razón alguna para creer que nos encontramos próximos a un estado
estacionario», escribía Marshall.10
Las posibilidades se volvieron a plantear con ocasión de la crisis de los años treinta, y
formulada explícitamente por Alvin Hansen, quien señala que la ausencia de
posibilidades de ganancia en fases declinantes del ciclo induce a una escasez de
inversiones. A medida que las fases depresivas se suceden con mayor rapidez, tal escasez
tiende a largo plazo a convertirse en un estado permanente, que lleva en forma inevitable
a un estado estacionario. Frente a esta posición, Keynes plantea que las políticas
monetaria, fiscal y de gasto público permiten superar las situaciones de crisis. Sin
embargo, considera la posibilidad a largo plazo de un estado estacionario, que podría
evitarse en la medida en que la sociedad fuera capaz de controlar la población, lograr un
proceso de acumulación adecuado, asignar a la ciencia la dirección del proceso de
desarrollo tecnológico y evitar las guerras.
La polémica se replantea en los últimos años no sólo como una posibilidad real o teórica,
sino en términos de una política intencional que lleve a tal estado estacionario. Dentro de
esta polémica se destacan el agotamiento de los recursos, el crecimiento de la población
y los problemas de la contaminación como aquellos elementos fundamentales que
inducen a pensar en el estado estacionario, no ya como algo inevitable o posible, sino
como algo que tiene que buscarse, como una solución a los problemas más agudos que
enfrenta la sociedad contemporánea.
El economista Kenneth E. Boulding ya planteaba veinticinco años antes que el Club de
Roma las posibilidades de limitar el proceso de crecimiento económico. Parte de la
premisa de que durante la primera mitad de este siglo la sociedad ha actuado como si el
planeta Tierra fuera un sistema abierto, gracias a una aparente abundancia de recursos
naturales y de un espacio no ocupado que permitió la expansión de la frontera
agropecuaria. Sin embargo, Boulding señala que la sociedad vive en un sistema cerrado,
con espacios perfectamente delimitados y con recursos finitos, límites éstos que son cada
vez más perceptibles. Hay que pasar de una concepción de la economía típicamente
expansiva --que denomina la economía del cowboy-- a una economía de sistema cerrado,
donde los recursos son limitados y el espacio finito. De hecho, el hombre vive en una
verdadera nave espacial, la Tierra.11
El planteamiento de Boulding es recogido por economistas como Herman Daly12 y Robert
Heilbroner.13 Según el segundo, el punto límite de capacidad de este sistema cerrado ha
sido superado ya y prácticamente no hay posibilidades de lograr un nivel de vida decente
para la población mundial dentro del presente esquema. Siguiendo en gran medida a Paul
y Anne Ehrlich y a Boulding, señala que son tres los factores que han llevado a estos
límites: la explosión de la población, los efectos acumulativos negativos de la tecnología
y, finalmente, la situación de hambruna que vive gran parte de la población mundial.
Según Heilbroner, el problema poblacional, desde la perspectiva de Ehrlich, difiere de la
de Malthus, pues no lo examina en el contexto de la relación oferta-demanda, sino como
un problema que guarda relación con el equilibrio ecológico total del sistema. Respecto
a la tecnología, los efectos negativos del desarrollo tecnológico han alcanzado también
su punto límite debido al impacto que causan sobre el sistema por la acumulación de
bióxido de carbono en la atmósfera, la contaminación por insecticidas y fertilizantes y los
efectos contraproducentes de la revolución verde, sobre todo el impacto social negativo
de este tipo de tecnología.
Aceptando la concepción de Boulding de la nave espacial tierra, Heilbroner afirma que
hay en ella dos clases de pasajeros: unos que han logrado ya la satisfacción de sus
necesidades y un elevado nivel de vida, y los demás --que constituyen la gran mayoría--,
cuyos niveles de vida y satisfacción de requerimientos básicos son insuficientes.
El primer grupo estaría constituido por los países desarrollados y las élites de los países
en vías de desarrollo; el segundo, por la gran mayoría de la población de los países en
desarrollo. Estos países nunca podrán alcanzar a los desarrollados y, por lo tanto, tienen
que reorientar sus objetivos de desarrollo. Sin embargo, esto no es suficiente, pues de los
tres factores mencionados --población, tecnología y hambre (escasez de alimentos)-- los
países en desarrollo son responsables del primero y parcialmente del último, mientras que
el factor tecnológico está localizado básicamente en los grupos de altos ingresos, donde
«a cada recién llegado se le equipa con la debida cantidad de capital y maquinaria, y
donde el ritmo de transformación física y química de los recursos per capita aumenta
constantemente».
Heilbroner no logra presentar soluciones diferentes a las ya tradicionales, que ponen el
acento sobre la necesidad de un crecimiento cero, indica la posibilidad de que la crisis
ecológica se traduzca en un nuevo agrupamiento político, donde no habría enemigos de
clase, sino un solo enfrentamiento de la sociedad con la naturaleza. Los sistemas
tradicionales de acumulación capitalista serían considerablemente disminuidos, se
controlaría el ritmo y el tipo de cambio tecnológico y los niveles de beneficio se verían
drásticamente reducidos. Para Heilbroner esta es la única esperanza frente a la posibilidad
alternativa de que la crisis ecológica redunde en la decadencia y destrucción de la
civilización occidental, y de la hegemonía de la ciencia y tecnología característica del
presente patrón de desarrollo.
Daly ahonda el esquema de Boulding con un violento ataque contra los modelos y
políticas económicas contemporáneas centradas en el paradigma del crecimiento,
concibiendo un estado estacionario en función de existencias y flujos constantes de bienes
de consumo y de capital, y de una población constante. En este contexto, los recursos
naturales constituyen una existencia invariable en volumen y calidad, de la cual surge un
flujo continuo --invariable también-- en cantidad del ingreso real.
En todos estos esquemas, el primer paso al crecimiento cero es siempre el crecimiento
cero de la población, y en este contexto, pese a la opinión de Heilbroner de que el enfoque
poblacional moderno respecto al crecimiento cero es diferente al malthusiano, en la
práctica sus planteamientos y recomendaciones son idénticos.
Boulding recomienda un método menos drástico que el de Garret Hardin para controlar
la población, por el simple expediente de crear un mercado de niños. Según Boulding,
cada persona tendría derecho a recibir certificados que le permitieran --sumando sus
derechos con los de su pareja-- tener un número de hijos igual al de la tasa de reemplazo
poblacional. Si la tasa de reemplazo es dos, cada persona recibiría certificados de valor
de uno. Estos permisos se podrían negociar en el mercado. Aquellos que tienen más niños
se verían obligados a pagar o comprar estas licencias a aquellos que no quisieran tenerlos
o se contentaran con un número menor al de la tasa de reemplazo.
El mecanismo de mercado, libre de la intervención burocrática gubernamental,
garantizaría de esta forma la existencia de una población constante, y al mismo tiempo
tendría efectos sociales secundarios benéficos, ya que tendería a una situación más
equitativa en la que los ricos, al tener más niños, se harían más pobres, y los pobres, por
el hecho de tener menos niños, se harían más ricos. Además esto significaría una
compensación monetaria para las parejas infértiles.
En posiciones extremas como las de G. Hardin, o en otras más modernas, como las de
Barry Commoner, es común siempre el convencimiento de que los recursos finitos de la
tierra, asociados al crecimiento de la población --de carácter explosivo en algunos casos- tarde o temprano llevan a una situación no sólo crítica, sino catastrófica para la
humanidad. La mayor parte de estas posiciones y planteamientos los sistematiza, con la
ayuda de la computación, el informe del Club de Roma sobre Los límites al crecimiento
económico, que preparó el equipo del MIT encabezado por D.L. Meadows. Las fallas
metodólogicas, las insuficiencias científicas, la debilidad de la información empírica
utilizada y el claro sesgo ideológico del informe han sido largamente debatidos en los
últimos años y su discusión escapa a los propósitos de estas páginas.17 Por otro lado, es
interesante observar que ese debate ha obligado al Club de Roma retirarse a posiciones
menos extremas, y aun a financiar estudios opuestos al informe de Meadows.18
En lugar de entrar en un debate sobre dichas posiciones, se presentan algunas reflexiones
de índole general concernientes a algunos aspectos que los planteamientos sobre el
crecimiento cero olvidan fácilmente. Estos esquemas tienden a ignorar que, aun cuando
se lograra un tasa de reemplazo poblacional en forma instantánea, es decir, hoy día a nivel
mundial, se requeriría más de un siglo para que la población lograra un estado
estacionario, hecho que debe ser evaluado tomando en cuenta los costos de esta política
de control. Pero, además, lo anterior implica que el crecimiento económico debe continuar
a un ritmo elevado, no sólo para satisfacer las necesidades de una población que seguirá
creciendo durante los próximos cien años, sino también para solucionar graves problemas
de subalimentación de gran parte de la población de países en vías de desarrollo.
Más aún, los esquemas que preconizan el crecimiento cero parecen llevar implícita la idea
que, siendo los recursos finitos, la limitación del crecimiento es el remedio para evitar su
agotamiento, lo cual evidentemente es una falacia. El crecimiento cero no evita el
agotamiento de los recursos; sólo lo pospone. Es más, se concibe perfectamente un estado
estacionario asociado con el aumento de consumo de recursos como consecuencia de
alteraciones de patrones y estructuras de consumo. En otras palabras, la ideología del
crecimiento cero adolece de un cierto mecanicismo y de los defectos de un análisis
realizado en términos estáticos, que pone el acento sobre los costos de lograr un estado
estacionario sin señalar en forma clara y convincente sus beneficios. Ello está asociado
con el hecho concreto de que quienes quieren el estado estacionario y el crecimiento son
aquellos que no sólo han logrado un nivel de consumo más que suficiente, sino que han
entrado además en las fases del sobreconsumo o consumo dispendioso y, por lo tanto,
tienden a desear la consolidación del statu quo.
La disponibilidad de recursos depende de los costos para obtenerlos, y ello está
estrechamente vinculado al desarrollo científico tecnológico. Sobre este punto, son
muchos los partidarios del crecimiento cero que creen que puede alcanzarse deteniendo
el progreso científico y tecnológico. El argumento tiene dos objeciones fundamentales:
primero, el proceso tecnológico es un proceso acumulativo, dinámico, que supone el
abandono de ciertas técnicas y su reemplazo por otras, beneficiándose así de
conocimientos y experiencias adquiridos. No hay razones para suponer que este proceso
se detenga. En el futuro se desarrollarán nuevas técnicas así como algunas --hoy
consideradas fundamentales para el proceso de desarrollo-- pueden ser abandonadas, en
la medida en que sus efectos negativos en lo social o en lo ambiental sean tales que
superen los beneficios del desarrollo y den lugar a otras que, sin reducir esos beneficios,
incorporen además ventajas en términos de su impacto sobre el sistema natural, una
utilización más eficiente de los recursos o un efecto social y económico más justo y
equitativo.
El segundo aspecto referente a la tecnología que no se menciona es que el crecimiento
cero sólo puede obtenerse por el desarrollo y la aplicación de ciertas tecnologías y que el
mantenimiento del estado estacionario requeriría un desarrollo y control tecnológico
sofisticado, que permitía justamente el funcionamiento de este tipo de sociedad.
En otros términos, los partidarios del crecimiento cero consideran el problema
exclusivamente desde el punto de vista de la oferta, lo cual obliga a examinarlo como una
relación entre costos y precios, en el entendido de que la curva de oferta no es fija, pero
es evidente que no podemos limitarnos exclusivamente al examen de la oferta. No sólo
ésta depende de fluctuaciones y cambios en los precios, los costos y la tecnología; también
la demanda está afectada por esos mismos factores y, por lo tanto, es susceptible de ser
manipulada. Así pues, lo importante no es sólo la oferta potencial de un recurso particular,
sino el conjunto de funciones de oferta para todos aquellos recursos materiales y servicios
con propiedades similares, o capaces de satisfacer idénticas necesidades. A partir de estas
premisas pareciera que la limitación del crecimiento no es una forma eficiente --ni
siquiera viable-- para solucionar los problemas asociados con la utilización de recursos,
crecimiento poblacional y desarrollo. El gran ausente en este debate sobre el crecimiento
cero es el aspecto distributivo y, más explícitamente, la interacción entre crecimiento
económico, desarrollo y distribución equitativa de los recursos y la producción.
El problema distributivo no tiene que examinarse con la óptica restringida de una simple
transferencia de recursos y riquezas entre ricos y pobres. Es algo mucho más complejo y
conflictivo. Y la complejidad y el conflicto se magnifica cuando se supera la dimensión
nacional para plantearlos en términos mundiales. Así, los partidarios del crecimiento cero
tienden a ignorar que el agotamiento de los recursos se da estando éstos bajo el control
político, tecnológico y económico, no ya de grandes países industrializados, sino de
grandes corporaciones multinacionales, y que son los países industrializados, con menos
de 20% de la población mundial, los que consumen más de 80% de los recursos.
Pareciera, entonces, que la mejor manera de solucionar el problema de los recursos no
está en restringir y frenar el proceso de crecimiento, sino más bien en reorientarlo, en
función de un patrón de desarrollo en el cual la asignación de recursos sea más racional
socialmente, y su utilización social sea más eficiente, con una gestión del sistema natural
como parte integral del proceso de desarrollo, lo cual requerirá un tipo de tecnología más
eficaz y más igualitaria y que consuma menos recursos.
Así, por un lado, la capacidad productiva no es algo fijo, sino que se expande y diversifica,
respondiendo a patrones definidos de consumo. Por otro lado, el mero control de los
recursos naturales, y su eventual transferencia a los países que los poseen, no es suficiente
si su patrón de utilización no se altera en forma sustancial.
En una posición completamente opuesta a los autores mencionados se encuentran Colin
Clark y el equipo de Hudson Institute que encabezaba Herman Kahn. El enfoque de este
último está claramente arraigado en el planteamiento de Rostow y sus teorías de las etapas
de crecimiento económico, según las cuales cada país llegará tarde o temprano a una etapa
de alto consumo masivo19. Partiendo de este supuesto, se afirma que el crecimiento
económico continuará por muchas generaciones, aunque con tasas decrecientes. Pero
tales tasas no son atribuibles a problemas de escasez de recursos ni a limitaciones del
sistema natural, sino más bien a un proceso paulatino de estabilización en los niveles de
demanda, fenómeno social que resulta de la proliferación y expansión de la
modernización, la alfabetización, la urbanización, la salud pública, la seguridad social, el
control de la natalidad y las políticas gubernamentales y privadas acordes con una
estructura de valor que evolucionan conforme a los factores señalados.
En este planteamiento los problemas de hambruna, sobrepoblación, escasez de recursos
y contaminación se consideran como fenómenos temporales, o aun como fenómenos de
tipo regional, que tienen que ser enfrentados, resueltos y no vistos como un desastre
inevitable. Dentro de este esquema, Kahn manifiesta su preocupación por el hecho de que
las ideologías y políticas de crecimiento impidan la solución de los problemas presentes
y, por ende, en vez de evitar el desastre, lleven a su encuentro.
La metodología utilizada es básicamente de proyecciones de tipo estadístico. El análisis
poblacional de Kahn se basa en la teoría de la transición demográfica y,
consecuentemente, la reducción en las tasas de natalidad van asociadas con el paso de la
sociedad de una etapa de desarrollo a otra. Será, así, el mismo proceso de crecimiento y
expansión del sistema el que lleve a la estabilización de la población.
En lo que toca a los recursos, Kahn, basándose en las estimaciones de la FAO, señalaba
que la disponibilidad de tierra arable potencial es cercana a cuatro veces la actualmente
cultivada, y contribuye, por lo tanto, un aspecto muy positivo a considerar en cuanto a las
posibilidades de sustentar un crecimiento continuo durante los próximos doscientos años.
Este hecho se asocia a una gran confianza en la utilización de variedades de alto
rendimiento, la introducción de nuevas prácticas agrícolas, los cambios en los patrones
de nutrición y tecnologías orientadas a la producción de alimentos de alto contenido
proteínico.
En la discusión sobre la escasez tiene un lugar preponderante el tema energético. Kahn es
en esta materia extremadamente optimista y visualiza un mundo que va desde la
utilización de recursos energéticos agotables hasta aquellos inagotables. Los problemas
energéticos que enfrentamos en la actualidad son simples fluctuaciones temporales
debidas a una mala gestión o simplemente a la mala suerte. El mundo se encuentra, según
el Hudson Institute, en los comienzos de una fase de transición desde fuentes primarias
de energía fósiles hacia otras fuentes energéticas eternas, tales como la solar, la
geotérmica y la fisión o fusión nuclear. Tal transición se completaría en los próximos
setenta y cinco años. Además, el que haya subido el precio del petróleo significa que el
carbón comienza a hacerse rentable y tenderá a reemplazarlo. Que el desplazamiento del
petróleo por el carbón no se haya producido todavía se debe a que la utilización del carbón
como fuente energética requiere proyectos de inversión de larga gestación, incluyendo
obras importantes de infraestructura --puertos y caminos--, y es además una inversión que
se amortiza en un plazo de quince a veinte años.
Por último, Kahn llama la atención al hecho de que la energía se utiliza por sistemas
altamente ineficientes, debido a un bajo conocimiento tecnológico. Los conocimientos
actuales se orientan a lograr una mayor eficiencia en la conversión y utilización de
energía, lo cual además se traduciría en una reducción importante de su impacto
ambiental.
Consideraciones similares se hacen sobre los recursos minerales, donde se subraya el
escaso conocimiento de la corteza terrestre, la posibilidad de desarrollo de nuevas
tecnologías y la perspectiva de utilizar recursos naturales provenientes de los fondos
marinos o ciertas rocas. Estas visiones, en opinión de Kahn y el equipo del Hudson
Institute, no son simplemente optimistas, sino que deben considerarse absolutamente
reales.
La posición de Kahn subestima y minimiza la importancia de las limitaciones de tipo
físico y natural, y las rigideces sociales, económicas e institucionales, así como la
magnitud de los impactos negativos asociados a un proceso expansivo basado en el
desarrollo tecnológico. El esquema descansa en la creencia de posibilidades tecnológicas
sin límite alguno, ignorando la interacción de aquellos factores no tecnológicos,
implícitos en su generación, su desarrollo, su adopción y puesta en práctica por el sistema
social. En otros términos, ignora que los problemas fundamentales del desarrollo social
no son básicamente tecnológicos, sino sociales, políticos, culturales y, en último término,
dependientes de un balance de poder en cada situación histórica.
La metodología de proyecciones utilizada por Kahn se basa en la aceptación de ciertas
relaciones de causalidad implícitas en las tendencias históricas que han caracterizado el
proceso de desarrollo de los países industrializados. Pero un análisis de tendencias y su
extrapolación no necesariamente garantiza que las relaciones causa-efecto que
caracterizaron dichas tendencias históricas sean las mismas, ni que se mantendrán en el
futuro.
La metodología de proyecciones ignora el carácter sistémico del mundo real y la dinámica
implícita en las interrelaciones existentes entre las diferentes partes del sistema. En este
contexto, la metodología adoptada ignora los problemas asociados a la forma de paso
desde una situación presente a una futura. En otras palabras, minimiza las contradicciones
y los conflictos típicos del proceso de desarrollo y, sobre todo, de un proceso de
transición.
Estas extrapolaciones de tipo cuantitativo tienen dos aspectos sobre los cuales es
necesario reflexionar. Por ejemplo, Kahn señalaba que el ingreso per capita mundial
lograría, dentro los próximos cien años, un nivel intermedio entre el doble y cinco veces
el de Estados Unidos, lo cual equivale a afirmar un ingreso per capita 50 veces superior
al de la India y casi 10 veces al de México. ¿Cuáles son las implicaciones sociales,
políticas y económicas de este cambio cuantitativo? De hecho, un cambio cuantitativo de
tal magnitud necesariamente supone una situación distinta en lo cualitativo.
Además, el enfoque adoptado es profundamente mecanicista en el supuesto de que una
cierta ley histórica, no claramente especificada, entre desarrollo tecnológico y
crecimiento económico, tiende a reproducirse en el futuro. Sin embargo, hoy más que
nunca está perfectamente claro que las relaciones causa-efecto dentro un sistema tienen
un elevado margen de incertidumbre, o que son en gran medida de tipo probabilístico.
Ello se acentúa si aceptamos que la dirección del proceso tecnológico va a determinarse
en el futuro por consideraciones económicas y políticas más que por consideraciones
técnicas.
Por último, no podemos olvidar ni dejar de lado el claro sesgo ideológico implícito en
este esquema que --siendo prácticamente el mismo que el de Rostow-- ha recibido muchos
comentarios.
Así como los enfoques catastrofistas de Boulding, etc., tuvieron su representación en un
modelo mundial como el de Meadows, los enfoques expansionistas --no necesariamente
el preconizado por Kahn-- encuentran expresión en el modelo de Bariloche, básicamente
normativo, que parte del supuesto de que los problemas no surgirán en el futuro de
limitantes físicas del sistema natural, sino que son de orden social y político y dependen
de la distribución de poder a niveles nacionales o internacionales.
Esta estructura de poder se traduce en crecientes desigualdades, que, en último término,
son las causantes del deterioro ambiental y del uso irracional de los recursos naturales. El
modelo señala que las posibilidades del mundo natural son tales, que permiten un
desarrollo económico y social más igualitario.
A modo de conclusión, podría decirse que el problema de la utilización de los recursos
naturales, el del cambio tecnológico y el del desarrollo socioeconómico, tienen que ser
considerados en la dinámica global del sistema. En ella todas las actividades se basan en
la transformación de materia y energía, lo cual requiere una gestión del sistema natural
que provee de materia y energía y que sufre el impacto de este proceso de transformación.
Pero, además, este enfoque sistémico requiere una estructura económica e institucional
capaz de poner en práctica patrones de desarrollo adecuados en función tanto de las
limitantes y condicionantes del sistema como de sus potencialidades.
Por lo tanto, no se trata de un expansionismo sin límites, que tiende a ignorar las
limitaciones del sistema en sus aspectos físicos y naturales y en sus rigideces
socioeconómicas y políticas; pero tampoco puede asimilarse una teoría de crecimiento
cero, que no sólo no soluciona los problemas asociados a la utilización de los recursos
naturales, sino que además es un franco intento de consolidación de un statu quo vigente
inaceptable en términos de los valores internacionalmente reconocidos y que han
encontrado expresión en los planteamientos sobre el nuevo orden económico
internacional y sobre la estrategia mundial para el desarrollo, que se analiza y establece
periódicamente.
RESOLVER LAS SIGUIENTES INTERROGANTES:
1.- Actualmente cual es la preocupación mundial con respecto a los recursos naturales?
2.- ¿Cuáles son los ejes centrales de la polémica sobre los recursos naturales y la
población?
3.- ¿Cuál es el enfoque privado en torno a los recursos naturales?
4.- Sustente la controversia sobre los recursos naturales y la población?
5.- Explique brevemente los supuestos de modelo de Meadows.
6.- ¿Cuáles son las críticas de Marx al sistema capitalista?
7.- ¿Qué es un estado estacionario?
8.- ¿El crecimiento cero soluciona la controversia entre los recursos naturales y la
población?
NOTA: SU RESPUESTA DEBE CENTRARSE EXCLUSIVAMENTE EN EL
PRESENTE ARTÍCULO
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