Nombre del Curso: Géneros y Sexualidades en Educación 8º Clase Docente: Dr. Pablo Ariel Scharagrodsky Pedagogas y feministas. Cuestionamientos, negociaciones y resistencias Introducción Gran parte de los guiones generizados y sexualizados tradicionales, jerárquicos, oposicionales, duales y binarios puestos en circulación, transmisión, distribución y producidos desde el discurso pedagógico moderno dominante, el curriculum y el lugar del/la docente fueron puestos en cuestión, objetados, resistidos y/o negociados por un conjunto de agentes, instituciones y actores sociales. Esta clase tiene como objetivo analizar e identificar algunas voces y actores sociales que, en parte, erosionaron, negociaron, enfrentaron o desafiaron los guiones patriarcales, desiguales y androcéntricos. Los feminismos y sus orígenes: movimientos de reclamo y resistencia El feminismo moderno hunde sus raíces en la Ilustración y en la Revolución Francesa. No obstante ello, el texto de Poulain de la Barre titulado Sobre la igualdad de los sexos y publicado en 1673 -en pleno auge del movimiento de preciosas- sería la primera obra feminista que se centra explícitamente en fundamentar la demanda de igualdad sexual. Para Poulain de la Barre el entendimiento, la razón y el buen juicio no tiene sexo. Fraisse ha señalado que con esta obra estaríamos asistiendo a un verdadero cambio en el estatuto epistemológico de la controversia o "guerra entre los sexos": "la comparación entre el hombre y la mujer abandona el centro del debate, y se hace posible una reflexión sobre la igualdad". En la Revolución Francesa veremos aparecer no sólo el fuerte protagonismo de las mujeres en los sucesos revolucionarios, sino la aparición de las más contundentes demandas de igualdad sexual. Sin embargo, pronto se comprobó que una cosa era que la República agradeciese y condecorase a las mujeres por los servicios prestados y otra que estuviera dispuesta a reconocerles otra función que la de madres y esposas (de los ciudadanos). Fue desestimada la petición de Condorcet de que la nueva República educase igualmente a las mujeres y los varones. La Revolución Francesa supuso una amarga y seguramente inesperada, derrota para el feminismo. Los clubes de mujeres fueron cerrados por los jacobinos en 1793, y en 1794 se prohibió explícitamente la presencia de mujeres en cualquier tipo de actividad política. Las que se habían significado en su participación política, fuese cual fuese su adscripción ideológica, compartieron el mismo final: la guillotina o el exilio. Sin embargo, en el siglo XIX, el feminismo aparece, por primera vez, como un movimiento social de carácter internacional, con una identidad autónoma teórica y organizativa. El desarrollo de las democracias y el decisivo hecho de la industrialización suscitaron enormes expectativas. No obstante ello, estas esperanzas chocaron frontalmente con la realidad. Por un lado, a las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos más básicos. Por otro, el proletariado -y lógicamente las mujeres proletarias- quedaba totalmente al margen de la riqueza producida por la industria. Estas contradicciones fueron el caldo de cultivo de las teorías emancipadoras y los movimientos sociales del XIX. Como se señala habitualmente, el capitalismo alteró las relaciones entre los sexos. El nuevo sistema económico incorporó masivamente a las mujeres proletarias al trabajo industrial mano de obra más barata y sumisa que los varones-, pero, en la burguesía, la clase social ascendente, se dio el fenómeno contrario. En este contexto, las mujeres comenzaron a organizarse en torno a la reivindicación del derecho al sufragio. Por ejemplo, en Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo inicialmente muy relacionado con el movimiento abolicionista. En 1848, en el Estado de Nueva York, se aprobó la Declaración de Seneca Falls1, uno de los textos fundacionales del En 1848 se celebró en Seneca Falls (Nueva York) la primera convención sobre los derechos de la mujer en Estados Unidos. Organizada por Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton. El resultado fue la publicación de la "Declaración de Seneca Falls". DECIDIMOS: Que todas aquellas leyes que sean conflictivas en alguna manera con la verdadera y sustancial felicidad de la mujer, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, pues este precepto tiene primacía sobre cualquier otro. Que todas las leyes que impidan que la mujer ocupe en la sociedad la posición que su conciencia le dicte, o que la sitúen en una posición inferior a la del hombre, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y, por lo tanto, no tienen ni fuerza ni autoridad. Que la mujer es igual al hombre - que así lo pretendió el Creador- y que por el bien de la raza humana exige que sea reconocida como tal. Que las mujeres de este país deben ser informadas en cuanto a las leyes bajo la cuales viven, que no deben seguir proclamando su degradación, declarándose satisfechas con su actual situación ni su ignorancia, aseverando que tienen todos los derechos que desean. Que puesto que el hombre pretende ser superior intelectualmente y admite que la mujer lo es moralmente, es preeminente deber suyo animarla a que hable y predique en todas las reuniones religiosas. Que la misma proporción de virtud, delicadeza y refinamiento en el comportamiento que se exige a la mujer en la sociedad, sea exigido al hombre, y las mismas infracciones sean juzgadas con igual severidad, tanto en el hombre como en la mujer. Que la acusación de falta de delicadeza y de decoro con que con tanta frecuencia se inculpa a la mujer cuando dirige la palabra en público, proviene, y con muy mala intención, de los que con su asistencia fomentan su aparición en los escenarios, en los conciertos y en los circos. Que la mujer se ha mantenido satisfecha durante demasiado tiempo dentro de unos límites determinados que unas costumbres corrompidas y una tergiversada interpretación de las Sagradas Escrituras han señalado para ella, y que ya es hora de que se mueva en el medio más amplio que el Creador le ha asignado. Que es deber de las mujeres de este país asegurarse el sagrado derecho del voto. Que la igualdad de los derechos humanos es consecuencia del hecho de que toda la raza humana es idéntica en cuanto a capacidad y responsabilidad. Que habiendo sido investida por el Creador con los mismos dones y con la misma conciencia de responsabilidad para ejercerlos, está demostrado que la mujer, lo mismo que el hombre, tiene el deber y el derecho de promover toda causa justa por todos los medios justos; y en lo que se refiere a los grandes temas religiosos y morales, resulta muy en especial evidente su derecho a impartir con su hermano sus enseñanzas, tanto en público como en privado, por escrito o de palabra, o a través de cualquier medio adecuado, en cualquiera asamblea que valga la pena celebrar; y por ser esto una verdad evidente que emana de los principios de implantación divina de la naturaleza humana, cualquier costumbre o imposición que le sea adversa, tanto si es moderna como si lleva la sanción canosa de la antigüedad, debe ser considerada como una evidente falsedad y en contra de la humanidad. 1 sufragismo. En Europa, el movimiento sufragista inglés fue el más potente y radical. Desde 1866, en que el diputado John Stuart Mill, autor de La sujeción de la mujer, presentó la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento inglés, no dejaron de sucederse iniciativas políticas. Asimismo, el siglo XIX fue testigo en Europa de feministas con adscripciones políticas diferentes: el feminismo socialista (los socialistas utópicos fueron los primeros en abordar el tema de la mujer. El nervio de su pensamiento, como el de todo socialismo, arranca de la miserable situación económica y social en que vivía la clase trabajadora. Tal vez la aportación más específica del socialismo utópico resida en la gran importancia que concedían a la transformación de la institución familiar. Condenaban la doble moral y consideraban el celibato y el matrimonio indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticia e infelicidad. De hecho, como señalara en su día John Stuart Mill, a ellos cabe el honor de haber abordado sin prejuicios temas con los que no se atrevían otros reformadores sociales de la época), el feminismo liberal (se caracterizaba por definir la situación de las mujeres como una de desigualdad -y no de opresión y explotación- y por postular la reforma del sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos. Las liberales comenzaron definiendo el problema principal de las mujeres como su exclusión de la esfera pública, y propugnaban reformas relacionadas con la inclusión de las mismas en el mercado laboral, etc.), las anarquistas (una de las ideas más recurrentes entre las anarquistas -en consonancia con su individualismo- era la de que las mujeres se liberarían gracias a su "propia fuerza" y esfuerzo individual. Así, el énfasis puesto en vivir de acuerdo con las propias convicciones propició auténticas revoluciones en la vida cotidiana de mujeres que, orgullosas, se autodesignaban "mujeres libres". Su rebelión contra la jerarquización, la autoridad y el Estado, las llevaba, por un lado y frente a las sufragistas, a minimizar la importancia del voto y las reformas institucionales; por otro, veían como un peligro enorme lo que a su juicio proponían los comunistas y socialistas: la regulación por parte del Estado de la procreación, la educación y el cuidado de los niños), etc. Lentamente, desde mediados del siglo XIX, muchas de estas ideas ingresaron, circularon y se re-significaron en América. La Argentina, a partir de una significativa inmigración desde finales del siglo XIX, no fue la excepción. Los feminismos en la Argentina Como señala Lavrin, el feminismo fue la palabra que se usó con más frecuencia, entre 1898 y 1910, para referirse a diversos cambios jurídicos y sociales que afectaban a la mujer en el ámbito familiar y laboral. Las tradiciones españolas más antiguas y las ideas más nuevas que traían los inmigrantes o que se leían en la literatura europea y estadounidense le dio al feminismo de la Argentina sus características propias. La clase social, el acceso a la educación y la ubicación en centros urbanos, donde la comunicación permitía la corriente de ideas nuevas desde adentro y desde afuera, cumplieron un papel central en la formación del feminismo. Que la rapidez y el éxito de nuestra causa depende del celo y de los esfuerzos, tanto de los hombres como de las mujeres, para derribar el monopolio de los púlpitos y para conseguir que la mujer participe equitativamente en los diferentes oficios, profesiones y negocios. En la Argentina como en otros países del cono sur, el feminismo tuvo una sólida base urbana de clase media, porque interesó a mujeres educadas, cuyos derechos legales y potencial desarrollo se veían limitados por la ley y las costumbres vigentes. La educación de las dirigentes feministas, aunque no fueran forzosamente adineradas, les permitió comprender el vínculo del sexo que las unían con las mujeres obreras y apoyó su deseo de llegar hasta ellas y actuar en su favor. Tres ideas que fueron los pilares del feminismo inicial en la Argentina: el reconocimiento de la capacidad intelectual de la mujer, su derecho a ejercer toda actividad para la cual tuviese capacidad y su derecho a participar en la vida cívica y en la política. En la Argentina el feminismo se desarrolló principalmente en los centros urbanos. Se comenzó a hablar de feminismo y a definirlo entre 1898 y 1905, y ya en 1920 formaba parte del vocabulario político de socialistas. La evolución del feminismo en la Argentina como en otros países del continente refleja distintas raíces ideológicas y los matices sutiles de la clase social. Antes de 1910 predominaron dos interpretaciones feministas. Una era de orientación socialista. El otro feminismo tenía lazos más estrechos con el feminismo liberal, en boca de hombres como John Stuart Mill. Pero no hubo división cortante ni antagonismo directo entre estas dos interpretaciones. Como afirma Lavrin, en lugar de oponerse a los liberales, los socialistas lucharon con los anarquistas por ganarse la adhesión de la fuerza laboral. (Lavrin, 2005: 30) Los y las anarquistas rechazaban el feminismo como ideología burguesa. Ya a comienzos de los años veinte el arrastre de los anarquistas iba declinando. El feminismo socialista no dejó de ocuparse de las necesidades de las mujeres en sociedades en curso de industrialización y sujetas a cambios rápidos. Pugnó por instalar el concepto de la igualdad de los sexos. El Partido Socialista Argentino, en su convención de 1900, adoptó el sufragio universal para ambos sexos. En 1902, se fundó el Centro Femenino Socialista y la Unión Gremial Socialista. Se proponía otorgar plenos derechos civiles y políticos a la mujer y aprobar leyes de protección para las mujeres obreras. La preocupación socialista por la condición de la mujer obrera no impidió el consenso con mujeres que no participaban de sus ideas. El poder nivelador del trabajo fue un argumento común de las feministas socialistas y liberales, y se fortaleció con el paso del tiempo; se comparaba la igualdad de los sexos con la nivelación de clases: “La nivelación de los sexos es tanto o más importante que la nivelación de las clases”. Las mujeres debían temer ante todo del capitalismo, porque procuraba la reglamentación de sus salarios, horarios y condiciones de trabajo. Alfredo Palacios, apoyó un proyecto de ley de reforma del Código Civil dirigido a ampliar los derechos civiles de la mujer. (Lavrin, 2005:37) Los socialistas querían la eliminación de todas las limitantes jurídicas que afectaban las actividades femeninas, con el fin de alcanzar una “emancipación relativa” en el dominio social y doméstico. A medida que los socialistas se abrían paso en la política fueron perdiendo su aversión a las manifestaciones femeninas. Se alentaba a las mujeres a exigir salarios justos para ellas y a unirse a los hombres en demanda de un horario de trabajo más reducido. El mensaje feminista socialista, en la Argentina, fue, sobre todo, un llamado a las mujeres a organizarse, a buscar la emancipación intelectual, por el socialismo y a obligar al gobierno a otorgar a las mujeres obreras los beneficios previsionales a los que tenía derecho por las funciones especiales de su sexo. La independencia económica y las leyes de protección para la mujer obrera fueron las piezas claves de los planes socialistas de reforma social. Los socialistas (y los anarquistas) tuvieron alguna dificultad en convertir el paradigma de igualdad en relaciones iguales en el hogar, y su lenguaje acusaba la aceptación de lugares secundarios para la mujer. Con palabras elevadas se animaba a la mujer a perseguir sus derechos, pero con frecuencia se la pintaba como compañera dispuesta a seguir al hombre. Los socialistas argentinos manifestaron también lo mismo durante los dos primeros decenios del siglo XX. Los socialistas y anarquistas, igual que los feministas liberales, no querían la subversión de su papel sexual y fijaban sus esperanzas en un futuro en que la mujer ascendería hasta cumplir las normas intelectuales y políticas del hombre. (Lavrin, 2005:42) Los socialistas de comienzos del siglo XX, que movilizaron a las mujeres obreras, estimaron que el feminismo era la iniciativa de cualquier grupo de mujeres con miras a organizarse dentro de sus parámetros ideológicos y de clase. Los socialistas manejaban un programa muy amplio que con el tiempo se flexibilizó lo suficiente para dar cabida a otras opiniones sociales, siempre que no se arriesgara el bien de los obreros. Su papel principal fue el de inyectar la conciencia económica y de clase dentro del enfoque parco y legalista de la igualdad de los sexos que animaba a los hombres reformadores de clase media. Las bases del feminismo liberal argentino las podemos encontrar en pensadoras como la Dra. Elvira Rawson de Dellepiane. La amplia definición de sus metas fue emblemática de la visión del feminismo que imperaba en un cuadro de mujeres educadas: 1) eliminación de todas las leyes del Código Civil que privaban a la mujer de su personalidad jurídica y la obligaban a depender del hombre 2) participación en los nombramientos en el ámbito educacional con poder para tomar decisiones (…) porque la mujer es un factor clave de la educación 3) presencia de la mujer en el Poder Judicial, en particular en los juzgados que resolvían juicios que interesaban a mujeres y niños 4) leyes de protección a la maternidad 5) abolición de las casas de prostitución reglamentadas 6) el mismo pago por el mismo trabajo 7) derechos políticos plenos (tanto a voto como a ser elegida). (Lavrin, 2005:44) El resto de su plan se concentraba en reformar las leyes. Los feministas liberales fueron legalistas y estuvieron a la vez dotados de orientación social. No es extraño que las feministas del cono sur optasen por un feminismo que calzara dentro de un medio social y fuera aceptable para las demás mujeres, además de los hombres que sostenían las riendas del poder. El feminismo orientado a la maternidad era algo más que una estrategia dirigida a conseguir leyes favorables, era un elemento esencial de su patrimonio cultural, una nota que las mujeres no sólo sabían tocar sino querían tocarla. Muchas de ellas adoptaron el feminismo de la compensación. “Ser femenina no significa dejar de ser femenina. Participar en la vida pública no es desatender el propio hogar”. De alguna manera si las feministas rechazaban la opción de la maternidad, estaban destinadas a perder la batalla. En consecuencia, la maternidad terminó por redefinir la relación entre mujer y Estado. De esta manera, el feminismo de compensación, fue tal vez la interpretación más popular del feminismo en el cono sur. (Lavrin, 2005:61) En los años treinta el feminismo de compensación se tradujo en leyes sociales y programas de salud pública que destacaban el “binomio madre-hijo”. No perseguía la “igualdad” ante la ley, sino que creaba un espacio social con cabida para los dos sexos, donde se reconocía la “igualdad espiritual” de la mujer-madre. Las reformas no amenazarían las relaciones de los sexos. En el feminismo no habría revolución sino reparación y compensación. Casi todas las feministas se contentaron con esa línea de pensamiento. La mezcla entre la modernidad que perseguían y los valores profundamente enraizados en la cultura de la región fue el sello particular de las feministas del cono sur y de América Latina. No hizo falta la violencia pública…; optaron por no despertar antagonismo entre los sexos. El precio de la familia y la maternidad no era negociable. (Lavrin, 2005:76) Sin embargo, los feministas del cono sur, pese a su renuencia a modificar las bases de las relaciones entre los sexos, fueron erosionando lentamente el dominio patriarcal del hombre sobre la familia. (Lavrin, 2005:74) El caso de las anarquistas: pequeñas notas educativas Puede afirmarse que la filosofía anarquista entendió la educación como un pilar en la gran tarea regeneradora y fue obsesiva en distinguir al Capital, al Gobierno, la Iglesia y la ignorancia como las cuatro cabezas del monstruo que debían enfrentar, y finalmente suprimir, los oprimidos. Sobre los libertarios se instala una preocupación dominante sobre la educación de masas. Paul Robin y Francisco Ferrer fueron los arquitectos del proyecto de educación racionalista cuya amplia difusión alcanzó a fines del siglo XIX y principios del XX la Argentina. (Barrancos, 1990: 35) Robin puso en marcha la no distinción sexual de las tareas, de forma que niños y niñas compartiesen y se alternasen diversos roles, algo que no siempre fue respetado en las experiencias racionalistas. Otro de sus principios reside en la incorporación de los padres al proceso pedagógico. La defensa de la coeducación de sexos y la iniciación en conocimientos referidos a la sexualidad, asumió trazos de auténtico pionerismo pedagógico. La decisión de hospedar a niños de diferente sexo bajo un mismo techo, constituyó una ruptura que se ensanchaba con el lenguaje franqueado sobre la sexualidad. La Educación Racionalista en la Argentina (1900-1930) pregonada por los libertarios se oponía a la enseñanza monopólica del estado y al sistema confesional. El Estado neutralizó la ofensiva libertaria que se propagaba en los barrios populares. La propuesta curricular era muy osada e incluía materias como sociología, economía y política. Los racionalistas estimularon los picnics, los paseos y las caminatas como prolongación de hábitos pedagógicos permitiendo el contacto directo con la naturaleza, la ruptura de los espacios cerrados y confinadores. (Barrancos, 1990: 88, 119) Pero ni todo lo avanzado que pudieran resultar las ideas libertarias locales en materia de emancipación femenina eran lo suficiente como para autorizar una nueva disposición de la enseñanza, desafiando roles sexuales consagrados. (Barrancos, 1990: 125) Sin embargo, resulta innegable que la coeducación irrestricta, fue introducida por los pedagogos racionalistas, siendo de avanzado tal postura pedagógica. Quedan pocas dudas sobre la importancia que adquirió el voluntarismo militante libertario destinado a difundir y fundar una educación alternativa en la Argentina durante las tres primeras décadas del siglo. (Barrancos, 1990: 188) Esta experiencia quebraba las uniformidades y monocordias que se habían instaurado en las escuelas primarias públicas y en las confesionales. Se anularon las prédicas vinculadas con la “Patria” y la “Nación”, poniendo en su lugar el internacionalismo y la fraternidad universal siempre por encima de las circunstancias particulares. Se marcaba la igualdad, la fraternidad, la solidaridad de la especie -con exclusión de los opresores, patrones y gobernantes-. Estas escuelas albergaron hijos de proletarios. El propósito era la regeneración moral de la sociedad y para ello era necesaria la coeducación. (Barrancos, 1990: 189) El discurso sobre la sexualidad producido por el anarquismo hacia finales del siglo pasado y principios del XX, se incorporó con densidad relevante a una vasta tentativa de subversión de las costumbres, movimiento del que participaron liberales radicalizados, militantes de la masonería, republicanos socialistas, en fin, un reclutamiento amplio de librepensadores de diferentes orígenes. (Barrancos, 1990: 241) Fueron los libertarios quienes pusieron el sexo en locución, les debemos haber inaugurado en el circuito de las formas comunicativas ‘públicas’, la costumbre de hablar de sexualidad. Según Barrancos fue el anarquismo el que posibilitó la incorporación al erotismo discursivo generalizado. Cumplió, además, una segunda tarea: hacer uso de un lenguaje y un estilo pasional que se sabía transgresor. “Al anticipar el discurso erótico en nuestra sociedad se comprometió con una difusión y propagandización masiva”. (Barrancos, 1990: 248-251) Pedagogas y feministas Fueron muchas las pedagogas que se nutrieron de los principios y reclamos feministas. Las maestras de origen extranjero traídas por Sarmiento o Juana Manso, Raquel Camaña, Herminia Brumana, Cecilia Grierson, Elvira López, Alicia Moreau, Elvira Rawson de Dellepiane, Julieta Lanteri, Elvira Garibaldi, Berta W. de Gerchunoff, Carolina Muzilli entre otras interpelaron parte del canon pedagógico dominante. Muchas de ellas como señala Southwell “no formaron parte del canon hegemónico del sistema educativo y sin embargo a la vez, estuvieron plenamente incluidas en la pedagogía de su época” (Southwell, 2011). El concepto de interpelación es central ya que es “uno de los factores que influyen de manera central en la modificación de las identidades de los sujetos sociales es el de la interpelación. A partir de la adhesión o rechazo a diversos sistemas de interpelación, los sujetos se reconocen como miembros de colectividades diversas, realizan acciones que les permiten dar sentido a su práctica social y elaboran nuevos discursos que llevan a la transformación, en mayor o menor medida, de la gramática social” (Southwell, 2011: 33). Muchas de las pedagogas feministas erosionaron el discurso dominante y se concentraron en la educación como uno de los caminos más importantes de transformación para mejorar las condiciones de muchas mujeres injustamente oprimidas. A pesar de ciertos límites epocales muchas educadoras hicieron referencia a un estilo de pensamiento que evocaba o expresaba salidas alternativas a la visión falocéntrica del sujeto educado. De alguna manera, parte de sus propuestas pedagógicas afirmaban una versión políticamente sustentada en una subjetividad alternativa, disidente y, en parte, desobediente. En algún sentido, la educación propuesta por muchas de estas pedagogas tenía como tarea subvertir las perspectivas y representaciones convencionales de la subjetividad humana y especialmente la femenina con el fin de salir de los viejos esquemas de pensamiento. Muchas de ellas intentaron, más allá de los límites propios de su tiempo, la subversión de las convenciones establecidas tomando, en parte, distancia de la hegemonía patriarcal, La obra de Deleuze sobre las líneas de fuga y de devenir es una gran fuente de inspiración para pensar a muchas de estas pedagogas rupturistas. El devenir no es una repetición ni una mera imitación, sino que antes bien constituye una proximidad empática, una interconectividad intensa. El devenir designa un estilo creativo de transformación; una metáfora performativa que permite que surjan encuentros y fuentes de interacción de experiencia y conocimiento insospechadas que, de otro modo, difícilmente tendrían lugar. La conciencia crítica de muchas de estas mujeres pedagogas fue una forma de resistencia política a las visiones hegemónicas y excluyentes de la subjetividad. También implicó una posición epistemológica. La propuesta pedagógica de muchas de estas pedagogas fue una forma de resistirse a la asimilación u homologación de las formas dominantes del patriarcado moderno. Con matices sus posiciones fueron críticamente transgresoras y posibilitaron la construcción de nuevos sentidos en el campo pedagógico y educativo. Bibliografía SOUTHWELL, M., (2011) “Lo social como interpelación a la pedagogía: mujeres educadoras en disputa con sus épocas”. Marcelo Krichesky (comp.). Pedagogía Social y educación popular Perspectivas y estrategias sobre la inclusión y el derecho a la educación. CUADERNOS DE TRABAJO Nº 2, Unipe, pp. 23-36. http://unipe.edu.ar/wpcontent/uploads/2011/11/Cuaderno-TRABAJO-N%C2%BA-2.pdf BARRANCOS, D., (2002) Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres, FCE, Bs. As. https://seminarioteoriasocialfeministaunpsjb.files.wordpress.com/2016/04/dora-barrancos-inclusic3b3nexclusic3b3n.pdf LAVRIN A., (2005) “El feminismo en el cono sur” y “Feminismo y sexualidad: una relación incomoda” En Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890.1940. Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Santiago, pp. 2975 y pp. 165-205. Bibliografía de consulta BARRANCOS, D., (1990) Anarquismo, Educación y costumbres en la Argentina de primeros de siglo, Contrapunto, Bs. As.