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Clase 8 (Pedagogas y feministas. Cuestionamientos, negociaciones y resistencias) (1)

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Nombre del Curso: Géneros y Sexualidades en Educación
8º Clase
Docente: Dr. Pablo Ariel Scharagrodsky
Pedagogas y feministas. Cuestionamientos, negociaciones y resistencias
Introducción
Gran parte de los guiones generizados y sexualizados tradicionales, jerárquicos,
oposicionales, duales y binarios puestos en circulación, transmisión, distribución y
producidos desde el discurso pedagógico moderno dominante, el curriculum y el lugar del/la
docente fueron puestos en cuestión, objetados, resistidos y/o negociados por un conjunto de
agentes, instituciones y actores sociales. Esta clase tiene como objetivo analizar e identificar
algunas voces y actores sociales que, en parte, erosionaron, negociaron, enfrentaron o
desafiaron los guiones patriarcales, desiguales y androcéntricos.
Los feminismos y sus orígenes: movimientos de reclamo y resistencia
El feminismo moderno hunde sus raíces en la Ilustración y en la Revolución Francesa. No
obstante ello, el texto de Poulain de la Barre titulado Sobre la igualdad de los sexos y
publicado en 1673 -en pleno auge del movimiento de preciosas- sería la primera obra
feminista que se centra explícitamente en fundamentar la demanda de igualdad sexual. Para
Poulain de la Barre el entendimiento, la razón y el buen juicio no tiene sexo. Fraisse ha
señalado que con esta obra estaríamos asistiendo a un verdadero cambio en el estatuto
epistemológico de la controversia o "guerra entre los sexos": "la comparación entre el hombre
y la mujer abandona el centro del debate, y se hace posible una reflexión sobre la igualdad".
En la Revolución Francesa veremos aparecer no sólo el fuerte protagonismo de las mujeres
en los sucesos revolucionarios, sino la aparición de las más contundentes demandas de
igualdad sexual. Sin embargo, pronto se comprobó que una cosa era que la República
agradeciese y condecorase a las mujeres por los servicios prestados y otra que estuviera
dispuesta a reconocerles otra función que la de madres y esposas (de los ciudadanos).
Fue desestimada la petición de Condorcet de que la nueva República educase igualmente a
las mujeres y los varones. La Revolución Francesa supuso una amarga y seguramente
inesperada, derrota para el feminismo. Los clubes de mujeres fueron cerrados por los
jacobinos en 1793, y en 1794 se prohibió explícitamente la presencia de mujeres en cualquier
tipo de actividad política. Las que se habían significado en su participación política, fuese
cual fuese su adscripción ideológica, compartieron el mismo final: la guillotina o el exilio.
Sin embargo, en el siglo XIX, el feminismo aparece, por primera vez, como un movimiento
social de carácter internacional, con una identidad autónoma teórica y organizativa. El
desarrollo de las democracias y el decisivo hecho de la industrialización suscitaron enormes
expectativas. No obstante ello, estas esperanzas chocaron frontalmente con la realidad. Por
un lado, a las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos más básicos. Por otro,
el proletariado -y lógicamente las mujeres proletarias- quedaba totalmente al margen de la
riqueza producida por la industria. Estas contradicciones fueron el caldo de cultivo de las
teorías emancipadoras y los movimientos sociales del XIX.
Como se señala habitualmente, el capitalismo alteró las relaciones entre los sexos. El nuevo
sistema económico incorporó masivamente a las mujeres proletarias al trabajo industrial mano de obra más barata y sumisa que los varones-, pero, en la burguesía, la clase social
ascendente, se dio el fenómeno contrario.
En este contexto, las mujeres comenzaron a organizarse en torno a la reivindicación del
derecho al sufragio. Por ejemplo, en Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo
inicialmente muy relacionado con el movimiento abolicionista. En 1848, en el Estado de
Nueva York, se aprobó la Declaración de Seneca Falls1, uno de los textos fundacionales del
En 1848 se celebró en Seneca Falls (Nueva York) la primera convención sobre los derechos de la mujer en
Estados Unidos. Organizada por Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton. El resultado fue la publicación de la
"Declaración de Seneca Falls".
DECIDIMOS:
Que todas aquellas leyes que sean conflictivas en alguna manera con la verdadera y sustancial felicidad de la
mujer, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, pues este precepto tiene primacía
sobre cualquier otro.
Que todas las leyes que impidan que la mujer ocupe en la sociedad la posición que su conciencia le dicte, o que
la sitúen en una posición inferior a la del hombre, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y, por lo tanto,
no tienen ni fuerza ni autoridad.
Que la mujer es igual al hombre - que así lo pretendió el Creador- y que por el bien de la raza humana exige
que sea reconocida como tal.
Que las mujeres de este país deben ser informadas en cuanto a las leyes bajo la cuales viven, que no deben
seguir proclamando su degradación, declarándose satisfechas con su actual situación ni su ignorancia,
aseverando que tienen todos los derechos que desean.
Que puesto que el hombre pretende ser superior intelectualmente y admite que la mujer lo es moralmente, es
preeminente deber suyo animarla a que hable y predique en todas las reuniones religiosas.
Que la misma proporción de virtud, delicadeza y refinamiento en el comportamiento que se exige a la mujer en
la sociedad, sea exigido al hombre, y las mismas infracciones sean juzgadas con igual severidad, tanto en el
hombre como en la mujer.
Que la acusación de falta de delicadeza y de decoro con que con tanta frecuencia se inculpa a la mujer cuando
dirige la palabra en público, proviene, y con muy mala intención, de los que con su asistencia fomentan su
aparición en los escenarios, en los conciertos y en los circos.
Que la mujer se ha mantenido satisfecha durante demasiado tiempo dentro de unos límites determinados que
unas costumbres corrompidas y una tergiversada interpretación de las Sagradas Escrituras han señalado para
ella, y que ya es hora de que se mueva en el medio más amplio que el Creador le ha asignado.
Que es deber de las mujeres de este país asegurarse el sagrado derecho del voto.
Que la igualdad de los derechos humanos es consecuencia del hecho de que toda la raza humana es idéntica en
cuanto a capacidad y responsabilidad.
Que habiendo sido investida por el Creador con los mismos dones y con la misma conciencia de responsabilidad
para ejercerlos, está demostrado que la mujer, lo mismo que el hombre, tiene el deber y el derecho de promover
toda causa justa por todos los medios justos; y en lo que se refiere a los grandes temas religiosos y morales,
resulta muy en especial evidente su derecho a impartir con su hermano sus enseñanzas, tanto en público como
en privado, por escrito o de palabra, o a través de cualquier medio adecuado, en cualquiera asamblea que valga
la pena celebrar; y por ser esto una verdad evidente que emana de los principios de implantación divina de la
naturaleza humana, cualquier costumbre o imposición que le sea adversa, tanto si es moderna como si lleva la
sanción canosa de la antigüedad, debe ser considerada como una evidente falsedad y en contra de la humanidad.
1
sufragismo. En Europa, el movimiento sufragista inglés fue el más potente y radical. Desde
1866, en que el diputado John Stuart Mill, autor de La sujeción de la mujer, presentó la
primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento inglés, no dejaron de sucederse
iniciativas políticas.
Asimismo, el siglo XIX fue testigo en Europa de feministas con adscripciones políticas
diferentes: el feminismo socialista (los socialistas utópicos fueron los primeros en abordar el
tema de la mujer. El nervio de su pensamiento, como el de todo socialismo, arranca de la
miserable situación económica y social en que vivía la clase trabajadora. Tal vez la
aportación más específica del socialismo utópico resida en la gran importancia que concedían
a la transformación de la institución familiar. Condenaban la doble moral y consideraban el
celibato y el matrimonio indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticia e
infelicidad. De hecho, como señalara en su día John Stuart Mill, a ellos cabe el honor de
haber abordado sin prejuicios temas con los que no se atrevían otros reformadores sociales
de la época), el feminismo liberal (se caracterizaba por definir la situación de las mujeres
como una de desigualdad -y no de opresión y explotación- y por postular la reforma del
sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos. Las liberales comenzaron definiendo el
problema principal de las mujeres como su exclusión de la esfera pública, y propugnaban
reformas relacionadas con la inclusión de las mismas en el mercado laboral, etc.), las
anarquistas (una de las ideas más recurrentes entre las anarquistas -en consonancia con su
individualismo- era la de que las mujeres se liberarían gracias a su "propia fuerza" y esfuerzo
individual. Así, el énfasis puesto en vivir de acuerdo con las propias convicciones propició
auténticas revoluciones en la vida cotidiana de mujeres que, orgullosas, se autodesignaban
"mujeres libres". Su rebelión contra la jerarquización, la autoridad y el Estado, las llevaba,
por un lado y frente a las sufragistas, a minimizar la importancia del voto y las reformas
institucionales; por otro, veían como un peligro enorme lo que a su juicio proponían los
comunistas y socialistas: la regulación por parte del Estado de la procreación, la educación y
el cuidado de los niños), etc. Lentamente, desde mediados del siglo XIX, muchas de estas
ideas ingresaron, circularon y se re-significaron en América. La Argentina, a partir de una
significativa inmigración desde finales del siglo XIX, no fue la excepción.
Los feminismos en la Argentina
Como señala Lavrin, el feminismo fue la palabra que se usó con más frecuencia, entre 1898
y 1910, para referirse a diversos cambios jurídicos y sociales que afectaban a la mujer en el
ámbito familiar y laboral.
Las tradiciones españolas más antiguas y las ideas más nuevas que traían los inmigrantes o
que se leían en la literatura europea y estadounidense le dio al feminismo de la Argentina sus
características propias. La clase social, el acceso a la educación y la ubicación en centros
urbanos, donde la comunicación permitía la corriente de ideas nuevas desde adentro y desde
afuera, cumplieron un papel central en la formación del feminismo.
Que la rapidez y el éxito de nuestra causa depende del celo y de los esfuerzos, tanto de los hombres como de
las mujeres, para derribar el monopolio de los púlpitos y para conseguir que la mujer participe equitativamente
en los diferentes oficios, profesiones y negocios.
En la Argentina como en otros países del cono sur, el feminismo tuvo una sólida base urbana
de clase media, porque interesó a mujeres educadas, cuyos derechos legales y potencial
desarrollo se veían limitados por la ley y las costumbres vigentes. La educación de las
dirigentes feministas, aunque no fueran forzosamente adineradas, les permitió comprender el
vínculo del sexo que las unían con las mujeres obreras y apoyó su deseo de llegar hasta ellas
y actuar en su favor.
Tres ideas que fueron los pilares del feminismo inicial en la Argentina: el reconocimiento de
la capacidad intelectual de la mujer, su derecho a ejercer toda actividad para la cual tuviese
capacidad y su derecho a participar en la vida cívica y en la política.
En la Argentina el feminismo se desarrolló principalmente en los centros urbanos. Se
comenzó a hablar de feminismo y a definirlo entre 1898 y 1905, y ya en 1920 formaba parte
del vocabulario político de socialistas. La evolución del feminismo en la Argentina como en
otros países del continente refleja distintas raíces ideológicas y los matices sutiles de la clase
social. Antes de 1910 predominaron dos interpretaciones feministas. Una era de orientación
socialista. El otro feminismo tenía lazos más estrechos con el feminismo liberal, en boca de
hombres como John Stuart Mill. Pero no hubo división cortante ni antagonismo directo entre
estas dos interpretaciones. Como afirma Lavrin, en lugar de oponerse a los liberales, los
socialistas lucharon con los anarquistas por ganarse la adhesión de la fuerza laboral. (Lavrin,
2005: 30) Los y las anarquistas rechazaban el feminismo como ideología burguesa. Ya a
comienzos de los años veinte el arrastre de los anarquistas iba declinando.
El feminismo socialista no dejó de ocuparse de las necesidades de las mujeres en sociedades
en curso de industrialización y sujetas a cambios rápidos. Pugnó por instalar el concepto de
la igualdad de los sexos. El Partido Socialista Argentino, en su convención de 1900, adoptó
el sufragio universal para ambos sexos. En 1902, se fundó el Centro Femenino Socialista y
la Unión Gremial Socialista. Se proponía otorgar plenos derechos civiles y políticos a la
mujer y aprobar leyes de protección para las mujeres obreras.
La preocupación socialista por la condición de la mujer obrera no impidió el consenso con
mujeres que no participaban de sus ideas. El poder nivelador del trabajo fue un argumento
común de las feministas socialistas y liberales, y se fortaleció con el paso del tiempo; se
comparaba la igualdad de los sexos con la nivelación de clases: “La nivelación de los sexos
es tanto o más importante que la nivelación de las clases”. Las mujeres debían temer ante
todo del capitalismo, porque procuraba la reglamentación de sus salarios, horarios y
condiciones de trabajo. Alfredo Palacios, apoyó un proyecto de ley de reforma del Código
Civil dirigido a ampliar los derechos civiles de la mujer. (Lavrin, 2005:37)
Los socialistas querían la eliminación de todas las limitantes jurídicas que afectaban las
actividades femeninas, con el fin de alcanzar una “emancipación relativa” en el dominio
social y doméstico. A medida que los socialistas se abrían paso en la política fueron
perdiendo su aversión a las manifestaciones femeninas. Se alentaba a las mujeres a exigir
salarios justos para ellas y a unirse a los hombres en demanda de un horario de trabajo más
reducido.
El mensaje feminista socialista, en la Argentina, fue, sobre todo, un llamado a las mujeres a
organizarse, a buscar la emancipación intelectual, por el socialismo y a obligar al gobierno a
otorgar a las mujeres obreras los beneficios previsionales a los que tenía derecho por las
funciones especiales de su sexo. La independencia económica y las leyes de protección para
la mujer obrera fueron las piezas claves de los planes socialistas de reforma social.
Los socialistas (y los anarquistas) tuvieron alguna dificultad en convertir el paradigma de
igualdad en relaciones iguales en el hogar, y su lenguaje acusaba la aceptación de lugares
secundarios para la mujer. Con palabras elevadas se animaba a la mujer a perseguir sus
derechos, pero con frecuencia se la pintaba como compañera dispuesta a seguir al hombre.
Los socialistas argentinos manifestaron también lo mismo durante los dos primeros decenios
del siglo XX. Los socialistas y anarquistas, igual que los feministas liberales, no querían la
subversión de su papel sexual y fijaban sus esperanzas en un futuro en que la mujer ascendería
hasta cumplir las normas intelectuales y políticas del hombre. (Lavrin, 2005:42)
Los socialistas de comienzos del siglo XX, que movilizaron a las mujeres obreras, estimaron
que el feminismo era la iniciativa de cualquier grupo de mujeres con miras a organizarse
dentro de sus parámetros ideológicos y de clase. Los socialistas manejaban un programa muy
amplio que con el tiempo se flexibilizó lo suficiente para dar cabida a otras opiniones
sociales, siempre que no se arriesgara el bien de los obreros. Su papel principal fue el de
inyectar la conciencia económica y de clase dentro del enfoque parco y legalista de la
igualdad de los sexos que animaba a los hombres reformadores de clase media.
Las bases del feminismo liberal argentino las podemos encontrar en pensadoras como la Dra.
Elvira Rawson de Dellepiane. La amplia definición de sus metas fue emblemática de la visión
del feminismo que imperaba en un cuadro de mujeres educadas:
1) eliminación de todas las leyes del Código Civil que privaban a la mujer de su
personalidad jurídica y la obligaban a depender del hombre
2) participación en los nombramientos en el ámbito educacional con poder para tomar
decisiones (…) porque la mujer es un factor clave de la educación
3) presencia de la mujer en el Poder Judicial, en particular en los juzgados que resolvían
juicios que interesaban a mujeres y niños
4) leyes de protección a la maternidad
5) abolición de las casas de prostitución reglamentadas
6) el mismo pago por el mismo trabajo
7) derechos políticos plenos (tanto a voto como a ser elegida). (Lavrin, 2005:44)
El resto de su plan se concentraba en reformar las leyes. Los feministas liberales fueron
legalistas y estuvieron a la vez dotados de orientación social. No es extraño que las feministas
del cono sur optasen por un feminismo que calzara dentro de un medio social y fuera
aceptable para las demás mujeres, además de los hombres que sostenían las riendas del poder.
El feminismo orientado a la maternidad era algo más que una estrategia dirigida a conseguir
leyes favorables, era un elemento esencial de su patrimonio cultural, una nota que las mujeres
no sólo sabían tocar sino querían tocarla. Muchas de ellas adoptaron el feminismo de la
compensación. “Ser femenina no significa dejar de ser femenina. Participar en la vida pública
no es desatender el propio hogar”. De alguna manera si las feministas rechazaban la opción
de la maternidad, estaban destinadas a perder la batalla. En consecuencia, la maternidad
terminó por redefinir la relación entre mujer y Estado. De esta manera, el feminismo de
compensación, fue tal vez la interpretación más popular del feminismo en el cono sur.
(Lavrin, 2005:61)
En los años treinta el feminismo de compensación se tradujo en leyes sociales y programas
de salud pública que destacaban el “binomio madre-hijo”. No perseguía la “igualdad” ante la
ley, sino que creaba un espacio social con cabida para los dos sexos, donde se reconocía la
“igualdad espiritual” de la mujer-madre. Las reformas no amenazarían las relaciones de los
sexos. En el feminismo no habría revolución sino reparación y compensación. Casi todas las
feministas se contentaron con esa línea de pensamiento.
La mezcla entre la modernidad que perseguían y los valores profundamente enraizados en la
cultura de la región fue el sello particular de las feministas del cono sur y de América Latina.
No hizo falta la violencia pública…; optaron por no despertar antagonismo entre los sexos.
El precio de la familia y la maternidad no era negociable. (Lavrin, 2005:76) Sin embargo, los
feministas del cono sur, pese a su renuencia a modificar las bases de las relaciones entre los
sexos, fueron erosionando lentamente el dominio patriarcal del hombre sobre la familia.
(Lavrin, 2005:74)
El caso de las anarquistas: pequeñas notas educativas
Puede afirmarse que la filosofía anarquista entendió la educación como un pilar en la gran
tarea regeneradora y fue obsesiva en distinguir al Capital, al Gobierno, la Iglesia y la
ignorancia como las cuatro cabezas del monstruo que debían enfrentar, y finalmente suprimir,
los oprimidos.
Sobre los libertarios se instala una preocupación dominante sobre la educación de masas.
Paul Robin y Francisco Ferrer fueron los arquitectos del proyecto de educación racionalista
cuya amplia difusión alcanzó a fines del siglo XIX y principios del XX la Argentina.
(Barrancos, 1990: 35)
Robin puso en marcha la no distinción sexual de las tareas, de forma que niños y niñas
compartiesen y se alternasen diversos roles, algo que no siempre fue respetado en las
experiencias racionalistas. Otro de sus principios reside en la incorporación de los padres al
proceso pedagógico. La defensa de la coeducación de sexos y la iniciación en conocimientos
referidos a la sexualidad, asumió trazos de auténtico pionerismo pedagógico. La decisión de
hospedar a niños de diferente sexo bajo un mismo techo, constituyó una ruptura que se
ensanchaba con el lenguaje franqueado sobre la sexualidad.
La Educación Racionalista en la Argentina (1900-1930) pregonada por los libertarios se
oponía a la enseñanza monopólica del estado y al sistema confesional. El Estado neutralizó
la ofensiva libertaria que se propagaba en los barrios populares. La propuesta curricular era
muy osada e incluía materias como sociología, economía y política. Los racionalistas
estimularon los picnics, los paseos y las caminatas como prolongación de hábitos
pedagógicos permitiendo el contacto directo con la naturaleza, la ruptura de los espacios
cerrados y confinadores. (Barrancos, 1990: 88, 119)
Pero ni todo lo avanzado que pudieran resultar las ideas libertarias locales en materia de
emancipación femenina eran lo suficiente como para autorizar una nueva disposición de la
enseñanza, desafiando roles sexuales consagrados. (Barrancos, 1990: 125) Sin embargo,
resulta innegable que la coeducación irrestricta, fue introducida por los pedagogos
racionalistas, siendo de avanzado tal postura pedagógica. Quedan pocas dudas sobre la
importancia que adquirió el voluntarismo militante libertario destinado a difundir y fundar
una educación alternativa en la Argentina durante las tres primeras décadas del siglo.
(Barrancos, 1990: 188)
Esta experiencia quebraba las uniformidades y monocordias que se habían instaurado en las
escuelas primarias públicas y en las confesionales. Se anularon las prédicas vinculadas con
la “Patria” y la “Nación”, poniendo en su lugar el internacionalismo y la fraternidad universal
siempre por encima de las circunstancias particulares. Se marcaba la igualdad, la fraternidad,
la solidaridad de la especie -con exclusión de los opresores, patrones y gobernantes-. Estas
escuelas albergaron hijos de proletarios. El propósito era la regeneración moral de la sociedad
y para ello era necesaria la coeducación. (Barrancos, 1990: 189)
El discurso sobre la sexualidad producido por el anarquismo hacia finales del siglo pasado y
principios del XX, se incorporó con densidad relevante a una vasta tentativa de subversión
de las costumbres, movimiento del que participaron liberales radicalizados, militantes de la
masonería, republicanos socialistas, en fin, un reclutamiento amplio de librepensadores de
diferentes orígenes. (Barrancos, 1990: 241)
Fueron los libertarios quienes pusieron el sexo en locución, les debemos haber inaugurado
en el circuito de las formas comunicativas ‘públicas’, la costumbre de hablar de sexualidad.
Según Barrancos fue el anarquismo el que posibilitó la incorporación al erotismo discursivo
generalizado. Cumplió, además, una segunda tarea: hacer uso de un lenguaje y un estilo
pasional que se sabía transgresor. “Al anticipar el discurso erótico en nuestra sociedad se
comprometió con una difusión y propagandización masiva”. (Barrancos, 1990: 248-251)
Pedagogas y feministas
Fueron muchas las pedagogas que se nutrieron de los principios y reclamos feministas. Las
maestras de origen extranjero traídas por Sarmiento o Juana Manso, Raquel Camaña,
Herminia Brumana, Cecilia Grierson, Elvira López, Alicia Moreau, Elvira Rawson de
Dellepiane, Julieta Lanteri, Elvira Garibaldi, Berta W. de Gerchunoff, Carolina Muzilli entre
otras interpelaron parte del canon pedagógico dominante. Muchas de ellas como señala
Southwell “no formaron parte del canon hegemónico del sistema educativo y sin embargo a
la vez, estuvieron plenamente incluidas en la pedagogía de su época” (Southwell, 2011). El
concepto de interpelación es central ya que es “uno de los factores que influyen de manera
central en la modificación de las identidades de los sujetos sociales es el de la interpelación.
A partir de la adhesión o rechazo a diversos sistemas de interpelación, los sujetos se
reconocen como miembros de colectividades diversas, realizan acciones que les permiten dar
sentido a su práctica social y elaboran nuevos discursos que llevan a la transformación, en
mayor o menor medida, de la gramática social” (Southwell, 2011: 33).
Muchas de las pedagogas feministas erosionaron el discurso dominante y se concentraron en
la educación como uno de los caminos más importantes de transformación para mejorar las
condiciones de muchas mujeres injustamente oprimidas. A pesar de ciertos límites epocales
muchas educadoras hicieron referencia a un estilo de pensamiento que evocaba o expresaba
salidas alternativas a la visión falocéntrica del sujeto educado. De alguna manera, parte de
sus propuestas pedagógicas afirmaban una versión políticamente sustentada en una
subjetividad alternativa, disidente y, en parte, desobediente.
En algún sentido, la educación propuesta por muchas de estas pedagogas tenía como tarea
subvertir las perspectivas y representaciones convencionales de la subjetividad humana y
especialmente la femenina con el fin de salir de los viejos esquemas de pensamiento. Muchas
de ellas intentaron, más allá de los límites propios de su tiempo, la subversión de las
convenciones establecidas tomando, en parte, distancia de la hegemonía patriarcal,
La obra de Deleuze sobre las líneas de fuga y de devenir es una gran fuente de inspiración
para pensar a muchas de estas pedagogas rupturistas. El devenir no es una repetición ni una
mera imitación, sino que antes bien constituye una proximidad empática, una
interconectividad intensa. El devenir designa un estilo creativo de transformación; una
metáfora performativa que permite que surjan encuentros y fuentes de interacción de
experiencia y conocimiento insospechadas que, de otro modo, difícilmente tendrían lugar. La
conciencia crítica de muchas de estas mujeres pedagogas fue una forma de resistencia política
a las visiones hegemónicas y excluyentes de la subjetividad. También implicó una posición
epistemológica.
La propuesta pedagógica de muchas de estas pedagogas fue una forma de resistirse a la
asimilación u homologación de las formas dominantes del patriarcado moderno. Con matices
sus posiciones fueron críticamente transgresoras y posibilitaron la construcción de nuevos
sentidos en el campo pedagógico y educativo.
Bibliografía
SOUTHWELL, M., (2011) “Lo social como interpelación a la pedagogía: mujeres
educadoras en disputa con sus épocas”. Marcelo Krichesky (comp.). Pedagogía Social y
educación popular Perspectivas y estrategias sobre la inclusión y el derecho a la educación.
CUADERNOS DE TRABAJO Nº 2, Unipe, pp. 23-36.
http://unipe.edu.ar/wpcontent/uploads/2011/11/Cuaderno-TRABAJO-N%C2%BA-2.pdf
BARRANCOS, D., (2002) Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres, FCE, Bs. As.
https://seminarioteoriasocialfeministaunpsjb.files.wordpress.com/2016/04/dora-barrancos-inclusic3b3nexclusic3b3n.pdf
LAVRIN A., (2005) “El feminismo en el cono sur” y “Feminismo y sexualidad: una relación
incomoda” En Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay
1890.1940. Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Santiago, pp. 2975 y pp. 165-205.
Bibliografía de consulta
BARRANCOS, D., (1990) Anarquismo, Educación y costumbres en la Argentina de
primeros de siglo, Contrapunto, Bs. As.
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