Laboratorio de Educación Social 2. Militancia y diversidad funcional. Jordi Planella y Asun Pié 3. Crítica, educación y acción política. Jordi Solé 4. Cartografías pedagógicas para educadores sociales. José García Molina 5. Trabajo y vínculo social. Xavier Orteu 6. Pensar las adolescencias. Susana Brignoni Gemma Celigueta Jordi Solé Este ha sido el principal objetivo de los autores, convencidos del valor que tiene la etnografía en la reflexión crítica de las tareas, funciones y competencias de cualquier profesional. ETNOGRAFÍA PARA EDUCADORES 1.Acción educativa y funciones de los educadores sociales. Segundo Moyano “Más allá de aprender procedimientos y métodos cualitativos de investigación, nos interesa abordar cómo utilizarlos a la hora de acercarnos a las situaciones sociales que serán objeto de nuestra actividad socioeducativa. Nosotros presentamos algunas características de la práctica etnográfica que nos parecen especialmente relevantes para el trabajo social y educativo.” Este libro está especialmente dirigido a educadores y trabajadores sociales que deseen valerse de la etnografía como instrumento de análisis con el que interpretar y comprender las realidades en las que llevan a cabo sus prácticas profesionales. Para ello se propone una breve pero sugestiva introducción a la etnografía como herramienta de trabajo y reflexión capaz de ofrecer diferentes posibilidades de uso y aplicación al campo profesional de la acción social. 7. #EDUSOENTREVISTAS. Miquel Rubio 8. Danza inclusiva. Neus Canalias 9. Ciudad y educación social. De la calle al medio abierto. Antonio Rosa Palomero Podéis consultar nuestro catálogo en www.editorialuoc.com Gemma Celigueta Profesora del Departamento de Antropología Cultural y de Historia de América y África de la UB. Jordi Solé Profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y miembro del Laboratorio de Educación Social (LES). ISBN: 978-84-9064-066-1 GEMMA CELIGUETA JORDI SOLÉ Títulos de la colección Laboratorio de Educación Social 10 ETNOGRAFÍA PARA EDUCADORES GEMMA CELIGUETA JORDI SOLÉ Etnografía para educadores Gemma Celigueta Comerma Jordi Solé Blanch Directores de la colección: Segundo Moyano y Jordi Planella Diseño del libro y de la cubierta: Natàlia Serrano Primera edición en lengua castellana: diciembre de 2013 Primera edición en formato digital: febrero de 2014 © Gemma Celigueta Comerma, Jordi Solé Blanch, del texto. © Editorial UOC, de esta edición Rambla del Poblenou 156, 08018 Barcelona www.editorialuoc.com Realización editorial: Sònia Poch Masfarré ISBN: 978-84-9064-139-2 Ninguna parte de esta publicación, incluyendo el diseño general y el de la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ningún modo ni a través de ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, de fotocopia o por otros métodos sin la previa autorización por escrito de los titulares del copyright. Índice Introducción 7 1. Etnografía 11 1.1. Las técnicas de investigación en la etnografía 21 2. La etnografía aplicada al trabajo social y educativo 29 2.1. Practicar el extrañamiento antropológico 29 2.2. Etnografiar las instituciones 35 2.3. Recoger los puntos de vista de los sujetos 42 2.4. Capacitar para la crítica transformadora y modificar las prácticas profesionales 48 3. Etnografías: ejemplos de uso para el mundo profesional 51 3.1. Comprender e interpretar la realidad: análisis de problemáticas concretas 52 3.2. Historias de vida: el lugar de la subjetividad 60 5 4. Experiencias de campo: abrir un diario o el hecho de escribir sobre la propia experiencia profesional 69 5. Conclusiones 81 Bibliografía 87 6 Introducción Este libro está especialmente indicado para profesionales de la educación social que desean introducirse en el mundo de la etnografía. Nuestro objetivo es ofrecer una guía, una caja de herramientas metodológicas y conceptos analíticos que permita iniciarse en esta forma particular de aproximarse a los hechos sociales y valorar sus posibilidades de aplicación en el campo de la acción social. Merece la pena destacar las aportaciones de la etnografía en este campo profesional por dos motivos. El primero, a nivel metodológico, pues la etnografía es un proceso de investigación que ha desarrollado un conjunto de métodos, tales como el trabajo de campo que, adaptados a la acción social y educativa, pueden ser de gran utilidad. El segundo tiene que ver con el tipo de conocimiento que esta genera a partir del trabajo etnográfico propiamente dicho. Desde nuestro punto de vista, este conocimiento permite mejorar la identificación, definición y comprensión de las realidades socioculturales con las que se trabaja y es por ello que debe formar parte del conjunto de saberes que, más allá de las fronteras disciplinares, contribuyen a construir el amplio campo profesional e intelectual del trabajo social y educativo. En efecto, el ejercicio profesional no puede separarse de los marcos teóricos y metodológicos con los que se 7 analiza la realidad (Núñez y Tizio, 2010; Moyano, 2012; García Molina, 2012). Así, el trabajo de campo etnográfico ­–tal y como ha sido desarrollado por la antropología social y cultural– aporta una gran variedad de técnicas de investigación y recogida de datos que pueden ser aprovechadas por los profesionales de la acción social en la medida que sepan adaptarlas al análisis de sus contextos de trabajo. Sin embargo, no se trata tan solo de adaptar unas herramientas metodológicas concretas para el uso profesional, sino de aprovechar el corpus de conocimientos generado a partir del trabajo etnográfico. Sin duda, este ha sido el objetivo principal del libro, convencidos del valor que tiene la etnografía en la reflexión crítica de las tareas, funciones y competencias profesionales de la educación social. Así pues, el texto que sigue a continuación se ha organizado en cuatro capítulos diferenciados. En el primero se hace una introducción general a la etnografía y se describen de forma sintética sus técnicas de investigación más características, tales como la observación participante y la entrevista etnográfica o en profundidad. En el segundo capítulo se describen algunos aspectos particulares del proceso de investigación etnográfica y que, a nuestro entender, pueden ser útiles para el ejercicio profesional. Nos referimos a cuestiones como: practicar el extrañamiento antropológico, saber analizar las instituciones y los contextos laborales y aprender a recoger y comprender los puntos de vista de los sujetos a la hora de aproximarse a la realidad. Todo ello para concluir que la etnografía capacita a los profesionales para la crítica transformadora y la modificación de las prácticas y los modelos de trabajo socioeducativo. En el tercer capítulo 8 se ilustran algunos de estos aspectos con dos trabajos etnográficos vinculados al campo profesional de la acción social. Ambas etnografías sirven de ejemplo para mostrar, por un lado, en qué consiste la escritura etnográfica y, por el otro, cuál puede ser su utilidad como fuente de conocimiento para la acción profesional. Finalmente, el último capítulo lo dedicamos a mostrar algunos ejemplos de reflexiones extraídas de una herramienta básica del método etnográfico como es el diario de campo, pero en este caso aplicado a la propia experiencia profesional. Las entradas del diario de campo de un educador o, más recientemente, los apuntes de bloggers que trabajan en el ámbito de la educación social, nos sirven de excusa para motivar a profesionales y estudiantes a abrir sus propios instrumentos de recogida de información en los que registrar sus experiencias sobre el terreno, así como las reflexiones generales sobre cualquier aspecto del mundo social o profesional que merezcan su atención. El objetivo es que los profesionales escriban sobre sus experiencias con el fin de dotarse de un material desde el que reflexionar en torno a sus prácticas, y qué mejor manera de hacerlo que abriendo, en el soporte que sea, su cuaderno de notas particular. 9 1. Etnografía La antropología es la disciplina dedicada al estudio de la condición humana. Ahora bien, como afirma Claude Lévi-Strauss (1986) en su ensayo Raza y cultura, esta humanidad se presenta a nuestros ojos de forma extremadamente diversa. Por ello, para aprehender esta condición en toda su complejidad, la antropología social y cultural ha desarrollado conceptos y métodos específicos que caracterizan su singular perspectiva de conocimiento. La etnografía ha sido y es, junto con la comparación, el método de conocimiento por excelencia de la antropología. Es el método que más han practicado, desarrollado y sobre el que más han reflexionado los antropólogos. Podemos considerarlo como una de las grandes aportaciones de la disciplina al conjunto de las ciencias sociales. No obstante, como nos recuerda Ferrándiz (2011: 27), los métodos de investigación no pertenecen a ninguna disciplina en particular, y podemos encontrar a sociólogos, psicólogos sociales, y como no, educadores y trabajadores sociales, que utilizan técnicas etnográficas. En Etnografía, Martyn Hammersley y Paul Atkinson (2001: 15) la definen como un método o conjunto de métodos cuya principal característica es que el etnógrafo participa en la vida diaria de las personas durante un período de tiempo, observando qué pasa, escuchando qué se dice, haciendo preguntas y recogiendo cualquier dato 11 disponible que sirva para iluminar el tema de su investigación. No obstante, la etnografía es más que un método o conjunto de métodos de investigación. La etnografía es también un texto, la presentación de los resultados de una investigación en la que se han aplicado estos métodos. En este sentido, según Rosana Guber (2001: 12-15), la etnografía se caracteriza por la descripción de los hechos desde el punto de vista de los «nativos», evitando etnocentrismos y juicios de valor. Sin embargo, poner por escrito la complejidad vivida del trabajo de campo es más complicado de lo que parece a simple vista, pues no se trata tanto de describir una serie de instituciones, costumbres y personas, sino de hacer inteligible «las estructuras conceptuales con que la gente actúa». Es decir, el etnógrafo debe convertir los datos que recoge en significantes para sus lectores y a la vez mantener la máxima fidelidad posible a la visión local de los hechos. Se trata, por lo tanto, de la interpretación (algunos autores hablan de traducción y/o evocación) que nos proporciona el etnógrafo en tanto que ha estado, ha visto y ha escuchado a las personas de un lugar en concreto. En este sentido, el etnógrafo construye un argumento o, en palabras del antropólogo norteamericano Clifford Geertz (1989), es también un autor. Así pues, en estas páginas, consideramos a la etnografía como un enfoque que busca comprender los hechos sociales desde la perspectiva de sus actores, agentes o sujetos pero sin olvidar los contextos locales, nacionales e internacionales en los que estos hechos suceden. La etnografía se interesa por el comportamiento de la gente, por cómo interactúan y se relacionan en sus contextos de vida; pero lo más importante es que –tal y como sostiene Woods (1987:14)– «trata de hacer todo 12 esto dentro del grupo y desde dentro de las perspectivas de los miembros del grupo. Lo que cuenta son sus significados e interpretaciones». Se considera la introducción de Los argonautas del Pacífico occidental de Bronislaw Malinowski, publicado por primera vez en Londres en 1922, como el texto fundacional de la etnografía moderna al establecer el trabajo de campo como pilar de la misma. Ante la necesidad de esclarecer su método de trabajo, el antropólogo polaco describe las circunstancias en las que efectuó sus observaciones y recogida de la información en las islas de los Mares del Sur, estableciendo una serie de criterios científicos con los que recoger lo que él llama «los imponderables de la vida real» (Malinowski, 1995: 36). En efecto, ya no se trata únicamente de recoger una serie de datos interesantes pero inconexos entre sí (mitos, canciones, utensilios, nombres de flores y de animales...) sino que estos se deben interpretar dentro de una totalidad. De hecho, es únicamente viviendo una cultura que el etnógrafo puede transmitirla como algo vivo. De la misma introducción de esta obra fundacional podemos extraer algunas características básicas. Según Malinowski (1995: 19-42), el ideal del trabajo etnográfico consiste en: • • Dar un esquema claro y coherente de la estructura social y destacar, entre el conjunto de hechos irrelevantes, las leyes y normas que todo fenómeno cultural conlleva. Se trata de relatar lo que Malinowski llama la anatomía de la cultura. Describir los datos de la vida diaria y el comportamiento habitual de los indígenas, completando 13 • y de alguna manera dotando de vida, el esquema anterior. Descubrir las formas típicas de pensar y sentir que corresponden a las instituciones y a la cultura de una comunidad determinada, y formular los resultados de la forma más convincente posible. Como la estructura, la vida diaria y la mentalidad indígenas no pueden conocerse por sí solas, el etnógrafo extrae el material empírico necesario para su posterior interpretación a partir de las observaciones que hace y las relaciones sociales que establece durante el trabajo de campo. Por ello, el etnógrafo debe sumergirse en la vida de las personas que quiere estudiar hasta que esta forma de vida pierda su carácter exótico y/o extravagante. Es solo mediante esta inmersión que el etnógrafo puede captar el punto de vista de los nativos. De hecho, Malinowski hizo tres expediciones entre 1914 y 1920, estableciendo, para el trabajo de campo, una temporalidad mínima de dos años de duración. Los principios metodológicos establecidos en la introducción de Los argonautas del Pacífico occidental servirían a partir de entonces como fundamento científico del trabajo de campo. Algunos de los dilemas que plantea siguen vigentes en la etnografía contemporánea, cuya meta sigue siendo la misma enunciada al final de esta famosa introducción: «llegar a captar el punto de vista del indígena, su posición ante la vida, comprender su visión de su mundo» (1995: 41). El lector podría considerar que el método etnográfico, tal como fue concebido por Malinowski, tiene 14 sentido sobre todo en sociedades pequeñas, tradicionales y/o rurales con un alto grado de cohesión interna. Como hemos visto, este método implicaba que el etnógrafo debía pasar largos períodos de tiempo viviendo en una sociedad que no era la suya para intentar captar el punto de vista de los nativos. Suponía también que la profunda diferencia del etnógrafo con la sociedad estudiada era la que proporcionaba la distancia social necesaria para asegurar cierto grado de objetividad y cuestionar las propias categorías de pensamiento del etnógrafo o, en otras palabras, su etnocentrismo. Sin embargo, un rápido vistazo a algunas etnografías contemporáneas con títulos tan explícitos como El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro (Augé, 1998) o La casa de jabón. Etnografía de una cárcel Boliviana (Cerbini, 2012) nos convencen rápidamente de que la etnografía ha conquistado desde hace tiempo al mundo urbano. Como afirma el antropólogo Manuel Delgado (2002: 91) cuando defiende una etnografía del espacio público: «el comparador de culturas lo que hace es reconocer como la diversidad humana, que Occidente había puesto en trance de desaparición en su expansión, ha venido a reproducirse en su propio seno». En efecto, hoy en día existen numerosos antropólogos investigando en realidades socioculturales cercanas o similares a las suyas. Los anglosajones han llamado a este nuevo panorama internacional anthropology at home (Pujadas, 2010a: 56). La antropología ha conseguido adaptarse a un nuevo contexto internacional del que prácticamente han desaparecido las mal llamadas sociedades «primitivas» gracias a que su objeto de conocimiento no son los «otros» en sí mismos, sino la 15 condición humana en su variedad y diversidad. Además, la crítica postmoderna a la autoridad etnográfica y, por lo tanto, a la supuesta objetividad de esta disciplina conseguida gracias a la distancia social con los sujetos de estudio, ha favorecido también la existencia de una etnografía at home. De hecho, la etnografía moderna asume la porción de subjetividad inherente al método etnográfico explicitando de forma minuciosa, en extensos apartados dedicados a la metodología, las condiciones de recogida de los datos. La pregunta, no obstante, sigue en pie: ¿qué pasa a la hora de aplicar este método en sociedades urbanas? Una primera respuesta la encontramos en Estados Unidos, donde el método etnográfico fue rápidamente aplicado por sociólogos interesados en investigar en las grandes metrópolis norteamericanas. Los sociólogos de la llamada «Escuela de Chicago» consideraban que las ciudades estaban compuestas por una gran cantidad de grupos diversos que conformaban unidades similares a las «culturas» estudiadas por sus colegas los antropólogos. Por ello, entendían que estos grupos urbanos se podían analizar aplicando su mismo método de investigación. Es así como a partir de los años veinte del siglo xx se empiezan a realizar trabajos de campo en los guetos, donde se asentaban los grupos de inmigrantes, pero también allí donde se hallaban delincuentes, indigentes, prostitutas y otras minorías marginales con el objetivo de definir la especificidad cultural de la vida urbana. Esta línea de investigación etnográfica en torno a los mundos marginales urbanos ha sido muy fructífera hasta la actualidad, especialmente en los EE.UU. Por poner un 16 ejemplo, citamos a dos de las publicaciones ya clásicas en esta línea de investigación como son Antropología de la pobreza (1959) y, sobre todo, Los hijos de Sánchez (1961), ambas del antropólogo norteamericano Oscar Lewis, quien utilizaría el método de las historias de vida para explicar cómo vivían los habitantes de los suburbios de la capital mexicana. Lewis interpretó la forma de vida de estos «pobres» –algo que después sería muy criticado (Harris, 1984: 395)– como una adaptación a la vida marginal, describiendo e interpretando sus valores, normas y actitudes como una «cultura de la pobreza». Nos detenemos un momento aquí para subrayar algunos aspectos críticos de este tipo de etnografía y que pueden ser especialmente sugerentes para cualquier profesional de la acción social. Para ello, nos basamos en algunos argumentos que el sociólogo Loïc Wacquant expone en Merodeando las calles: trampas de la etnografía urbana (2012). En este libro, Wacquant hace una crítica demoledora a la dirección actual que ha tomado este tipo de etnografía urbana. El autor denuncia que muchas de las etnografías sobre las ciudades norteamericanas de los años noventa buscan contrarrestar los estereotipos negativos sobre la gente de la «calle» (subproletariado urbano, guetos, vendedores ambulantes, indigentes...) con trabajos que ensalzan moralmente a dichas comunidades en una especie de neorromanticismo que, ni respeta las reglas de la investigación científica, ni permite mostrar las causas estructurales de la pobreza. Según Wacquant (2012: 12), estos trabajos son presos de problemáticas prefabricadas por los estereotipos públicos y la política asistencial estadounidense de los años noventa. En sus propias palabras: 17 Ir contra el sentido común y combatir los estereotipos sociales son tareas propias de las ciencias sociales, y especialmente de la etnografía (...) Pero esta tarea difícilmente puede llevarse a cabo reemplazando esos estereotipos por figuras de cartón pintado invertidas surgidas del mismo marco simbólico (2012: 129). El mayor problema de estas investigaciones no consiste únicamente en que fuerzan la interpretación de los datos etnográficos para amoldarlos a dicha visión «neorromántica», sino que eliminan también otras cuestiones estrechamente relacionadas con la pobreza como son el poder de clase o la participación del Estado en la producción de la marginación social y la exclusión. No solo eso, Wacquant considera incluso que estas fábulas neorrománticas están vinculadas a «la construcción del Estado neoliberal y su complejo asistencial carcelario para el manejo punitivo de los pobres» (2012: 15). Al presentar una versión positiva de la misma figura social deformada y al eliminar del análisis a los movimientos sociales, la política y el Estado, dichas investigaciones insisten en la responsabilidad individual y los «valores morales» de los pobres sin iluminarnos demasiado sobre las causas estructurales de la pobreza urbana. Así como en la introducción del libro alertábamos sobre los peligros que supone desarticular la práctica educativa de la concepción del mundo que esta vehicula, Wacquant también nos advierte sobre los desaciertos de la etnografía que se realiza bajo la bandera del empirismo puro, desconectándose de la teoría. Dicha etnografía suele situarse demasiado cerca de los agentes, repitiendo su punto de vista sin relacionarlo con un sistema más 18 amplio o, por el contrario, demasiado lejos, forzando las observaciones hasta hacerlas entrar en un esquema teórico preconcebido. La solución, afirma Wacquant, consiste en ir integrando la teoría y sus implicaciones en cada paso de la construcción del objeto. O en otras palabras, asumir el mandato antropológico de articular teoría y datos dentro de la misma etnografía, como forma de comprensión de la realidad. Para hacernos una idea de la importancia de esta articulación, no hay más que ver cómo los cambios ocurridos en el siglo xx han afectado a la misma práctica etnográfica. En el mundo actual, es casi imposible imaginar la cultura como algo homogéneo, estable y adscrito a un territorio y a unas personas concretas, tal como ocurría en las etnografías funcionalistas y estructuralfuncionalistas de la primera mitad del siglo xx. La globalización –afirma Ferrándiz (2011: 199)– ha roto el supuesto vínculo automático entre cultura y lugar. Por ello, la etnografía está obligada a adaptarse a nuevas situaciones sociales y a nuevos entornos si quiere continuar siendo un enfoque interesante y útil para la comprensión de los hechos sociales. Una de estas adaptaciones ha sido la llamada etnografía multisituada o multilocal. Según Ferrándiz (2011: 204), «se trata de una estrategia metodológica diseñada para estudiar gentes, productos culturales o hechos sociales que son expresión directa de los diversos flujos de la globalización». Por su parte, Jordi Roca (2010: 266) la define como «una práctica etnográfica deslocalizada que se basa en la utilización de una multiplicidad de unidades de observación y participación». Así, la etnografía se desplaza de una única localización 19 territorial (comunidad, barrio, institución…) a varios lugares de investigación, observación y participación. Como afirma Marcus (2001: 118), uno de sus principales teóricos: La investigación multilocal está diseñada alrededor de cadenas, sendas, tramas, conjunciones o yuxtaposiciones de locaciones en las cuales el etnógrafo establece alguna forma de presencia, literal o física, con una lógica explícita de asociación o conexión entre sitios que de hecho definen el argumento de la etnografía. Es más, la misma globalización y sus características (multiculturalismo, circulación de bienes y personas…) condicionan los temas de investigación favoreciendo el auge actual de aquellos estudios que siguen, en diversos escenarios, los movimientos de las personas (migraciones, fronteras, exilios y diásporas), los objetos (dinero, bienes, arte) o las historias (memoria, medios de comunicación) (Marcus, 2001: 117-119). Aunque la etnografía contemporánea se encuentra enfrentada a otros retos y contextos de investigación que precisan de nuevas técnicas especializadas a la hora de mostrar el impacto de los fenómenos globales en las sociedades locales (como por ejemplo el análisis de las redes sociales o el trabajo de archivo); algunas de las principales técnicas de investigación sistematizadas para lograr el peculiar enfoque etnográfico –como la observación participante– continúan siendo extremadamente útiles para cualquier investigación que busque privilegiar el punto de vista de los actores. 20 1.1. Las técnicas de investigación en la etnografía Una de las premisas del trabajo de campo es que son las vivencias del investigador las que van apuntando qué y cómo se tiene que investigar. Rosana Guber (2001: 55) afirma que, comparado con los procedimientos de otras ciencias sociales, el trabajo de campo etnográfico se caracteriza por su falta de sistematización. Durante su trabajo de campo, el etnógrafo puede dar clases de alfabetización o de cocina, participar en rituales religiosos, vivir en una casa ocupada, charlar con el alcalde, los jubilados o los niños, vigilar ovejas, tejer bufandas, asistir a bodas, reuniones de vecinos y asambleas de partidos políticos o tomar el té y jugar a las cartas con mujeres de la alta sociedad. Todo depende de qué le interese así como de la calidad y la tipología de las relaciones que haya establecido con los sujetos sociales. De hecho, ningún trabajo de campo es igual a otro aunque se desarrolle en un mismo lugar o, en otras palabras, hay tantos trabajos de campo como etnógrafos. Es esta ambigüedad, afirma Guber (2001: 56), la característica distintiva de un método que (1) precisa de mucha flexibilidad para adaptarse a cada contexto, (2) parte de la ignorancia metodológica del investigador para situarse en el terreno y (3) basa su conocimiento en las relaciones sociales que éste establece con los actores. A pesar de esta ambigüedad, la antropología ha ido definiendo algunas técnicas de investigación características de este método. Por razones de espacio y también por la utilidad que pueden representar para los profesionales de la educación y el trabajo social, en tanto que permiten recoger el punto de vista de los sujetos más allá de estereotipos y juicios de valor, describiremos 21 las más conocidas: la observación participante y la entrevista etnográfica. 1.1.1. La observación participante Identificada a menudo con el trabajo de campo en general e incluso con la etnografía, la observación participante se caracteriza por ser la técnica de investigación diseñada para trabajar directamente sobre el terreno. Es, según Ferrándiz (2011: 84), «el método central, definitorio y más auténtico de la etnografía». Apreciaremos pronto la aparente contradicción entre las dos palabras que componen el nombre de esta técnica de investigación. Es en esta tensión entre la observación y la participación, entre la distancia y la proximidad o entre el exterior y el interior, donde radica su fecundidad y aportación original a las ciencias humanas y sociales (Augé, 1996: 59). Rosana Guber (2001: 57) considera que la observación participante consiste en dos actividades principales: «observar sistemática y controladamente todo lo que acontece en torno del investigador, y participar en una o varias actividades de la población». Por un lado, el investigador participa de la vida cotidiana de los sujetos, realizando sus actividades y aprendiendo a comportarse como uno de ellos. Por el otro, el investigador observa a la sociedad estudiada registrando todo lo que ve y escucha. El objetivo de la observación participante –nos dice Sanmartín (2003: 51-52)– es acumular un corpus de información etnográfica que facilite la elaboración del conocimiento sobre algún problema propio de las ciencias sociales. Este corpus de conocimientos se consigue sobre todo gracias a la inserción del investigador en la vida cotidiana de los actores, es decir, gracias a la 22 experiencia del trabajo de campo. La observación participante requiere, además del bagaje teórico, de ciertas cualidades por parte del investigador como la paciencia, la capacidad para escuchar, una mentalidad abierta, un interés genuino por las ideas y experiencias de los demás o la capacidad de adaptación a nuevas situaciones, entre otras (Ferrándiz, 2011: 89-90). Si la observación participante necesita de la flexibilidad y capacidad de adaptación del investigador, requiere también de la comprensión, paciencia y aceptación por parte de los sujetos de estudio. En efecto, la observación participante supone una relación personal con los actores que condiciona forzosamente los resultados de la investigación. No obstante, parece imposible que el etnógrafo establezca este tipo de relación con todos los miembros del grupo. El etnógrafo entra en contacto, se comunica, se relaciona y se entrevista con un número finito de personas, a menudo escogidas ya sea por sus conocimientos particulares o por la afinidad de caracteres, su disposición a colaborar e incluso el azar. A estos interlocutores se les ha llamado tradicionalmente «informantes» en tanto que explican los detalles y matices de su cultura al etnógrafo que no la conoce. Aunque esta denominación haya sido criticada (p. ej. Bartolomé, 2003: 208-209) por enfatizar una relación unidireccional que no concede suficiente protagonismo a los sujetos de estudio o porque no incluye el retorno de los resultados de la investigación a los mismos, resalta en cambio la situación de ignorancia metodológica que caracteriza al etnógrafo. A diferencia de otras disciplinas, donde el científico se sitúa en la posición del saber y la autoridad, el etnógrafo conoce muy poco sobre la situación que quiere estudiar. Será el «infor- 23 mante» quien lo guíe a través de su cultura, le explique pacientemente aquello que no conoce, lo acoja en su casa o quizás le presente a otras personas que se convertirán, a su vez, en futuros informantes. Esta relación personal requiere obviamente de una ética profesional por parte del etnógrafo que respete la confianza y la seguridad de los sujetos con los que trabaja. La forma preferida para registrar lo que ve, escucha y vive un etnógrafo es el diario de campo. Este tipo de documento consiste en un conjunto articulado de entradas escritas que recogen conversaciones, pensamientos o hechos vividos por el etnógrafo durante su trabajo de campo. Mientras está en el terreno, el etnógrafo anota regularmente todo lo que hace, lo que le pasa y lo que siente de forma similar a como lo haríamos en un diario íntimo, solo que enfocado en el lugar y tema de su investigación (García Jorba, 2000: 15). Hoy en día, otras formas de registro, como son las grabadoras de voz, el vídeo y la fotografía se han incorporado para completar el tradicional diario de campo (Ardèvol, 2006), considerado ya por Malinowski como el método ideal de registro etnográfico. En el cuarto capítulo nos ocuparemos más detalladamente de esta forma particular de registro de los datos en relación con su posible incorporación en la actividad cotidiana de los profesionales del campo social y educativo. 1.1.2. La entrevista etnográfica La observación participante es probablemente la técnica de investigación más característica de la etnografía pero no es la única que se utiliza cuando se hace trabajo de campo. Otras técnicas como, por ejemplo, la elabo- 24 ración de genealogías, mapas y censos, el dibujo (propio o el realizado por los sujetos estudiados), el visionado de álbumes fotográficos con los actores para activar su memoria y recordar aspectos importantes de su vida, los grupos de discusión así como las diferentes modalidades de entrevistas son, entre otras, utilizadas por la etnografía contemporánea. De hecho, el etnógrafo utiliza todas las técnicas (cualitativas y cuantitativas) que considera útiles para su investigación, haciendo, eso sí, una descripción detallada de las mismas en el apartado dedicado a la metodología de su texto final. Una vez abordada la observación participante, nos centraremos en las entrevistas, y sobre todo en la entrevista en profundidad o entrevista no dirigida, que algunos llaman también entrevista etnográfica, por su importancia como técnica no intrusiva de la realidad estudiada. La entrevista etnográfica, informal, abierta o no directiva, a diferencia de la entrevista cerrada en donde se responde con un sí, un no o con una de las opciones que tiene preparadas el investigador, busca que el entrevistado responda a las preguntas del investigador con sus propias categorías de pensamiento. De hecho, tiende hacia una conversación ideal en donde la persona entrevistada habla y el entrevistador escucha, interviniendo solo cuando lo considera estrictamente necesario para pedir alguna aclaración o para dirigir la conversación hacia algún aspecto que le interese. La entrevista etnográfica es, no obstante, distinta de la conversación informal (muy importante en el método etnográfico) en tanto que investigador e informante se reúnen explícitamente para llevar a cabo la entrevista. Ambas formas difieren también en los instrumentos de registro. Mientras que los recuerdos 25 de la conversación informal suelen escribirse en el diario de campo, las entrevistas etnográficas acostumbran a grabarse en algún instrumento de registro para, más tarde, transcribirlas y trabajarlas de acuerdo con los intereses de la investigación. El arte del investigador/entrevistador recaerá, en primer lugar, en ser capaz de hacer aquellas preguntas que provoquen la locuacidad del entrevistado y, en segundo lugar, en el rendimiento posterior que extraiga de las respuestas en el conjunto de la investigación. Aun así, es probable que antes de encontrar las preguntas más significativas, el investigador necesite conocer bastantes detalles de su investigación. Rosana Guber (2001: 89) recomienda que, al principio, las preguntas sean lo más generales y descriptivas posibles. Es decir, que el investigador haga preguntas como: -¿Me puede explicar cómo es el barrio? o ¿Me puede explicar sus primeros años de vida en el barrio? en lugar de ir al grano preguntando, por ejemplo, si en el barrio siempre ha habido delincuencia. En efecto, si preguntamos directamente cuáles son los problemas de un barrio marginal estaremos presuponiendo, por un lado, que el barrio tiene problemas y, por el otro, que lo que nosotros consideramos un problema lo es también para sus habitantes; provocando probablemente que los entrevistados nos den respuestas previsibles de acuerdo con el rol que nos otorguen (representante de las autoridades, educador social, etc...). De hecho, el investigador/entrevistador debe ser lo más neutro posible o, mejor aún, debe ser consciente del marco interpretativo que él y/o sus entrevistados están dando a sus preguntas, ya que este provocará variaciones significativas en las respuestas. Esta precisión es importante 26 para los profesionales del campo social y educativo, pues desarrollan un rol profesional al servicio de un encargo (político, institucional, etc.) determinado que condiciona las respuestas del otro y su interpretación. En resumen, la premisa básica de la entrevista etnográfica es la no directividad que permite que afloren las ideologías, las experiencias y/o los sentimientos de los entrevistados, mostrando sus puntos de vista. La entrevista etnográfica parte de la hipótesis de que si el etnógrafo formula las preguntas y dirige la conversación, está condicionando al entrevistado, que entonces se sitúa, piensa y responde con las categorías del etnógrafo, ocultando así sus propios puntos de vista. En este sentido, tanto la observación participante como la entrevista etnográfica se complementan como técnicas que favorecen el conocimiento del punto de vista de los actores o los significados locales del tema que se está investigando. 27 2. La etnografía aplicada al trabajo social y educativo Más allá de aprender procedimientos y métodos cualitativos de investigación, nos interesa abordar cómo utilizarlos a la hora de acercarnos a las situaciones sociales que serán objeto de nuestra actividad socioeducativa. Nosotros presentamos algunas características de la práctica etnográfica que nos parecen especialmente relevantes para el trabajo social y educativo. En este sentido, Jociles (2002) considera que tanto la perspectiva teorico-epistemológica de la antropología como el método etnográfico pueden ayudar a los profesionales a la hora de mejorar su competencia en el análisis de la realidad sobre la que quieren actuar. 2.1. Practicar el extrañamiento antropológico La etnografía trata de captar significados y reglas de acción social en un contexto particular. Para hacerlo posible, es necesario adoptar –tal como proponen Hammersley y Atkinson (1994: 116)– una actitud inicial de distanciamiento o extrañamiento antropológico que nos permita agudizar la percepción de dicho contexto. Cuando este contexto forma parte de nuestro propio ámbito profesional –nos advierte Jociles (2002: 93)–, esta actitud es tanto más necesaria en la medida que nos per- 29 mite tomar cierta distancia respecto a lo que, de entrada, puede resultar demasiado familiar. El extrañamiento permite, entre otras cosas, que podamos cuestionar nuestra labor cotidiana, neutralizar nuestro etnocentrismo, liberarnos de prejuicios y estereotipos y, por tanto, percibir lo que hacen los demás ignorando nuestras propias expectativas sobre cómo deberían ser las cosas. La distancia social que proporciona esta actitud de extrañamiento a la hora de acercarnos a la realidad nos ampara –tal como afirma la misma autora– contra la propensión al tecnocratismo, es decir, aquella tendencia que muestran algunos profesionales cuando conocen las soluciones antes de enfrentarse al análisis del contexto en el que deben actuar. En qué consiste esta actitud de extrañamiento nos lo muestran muy bien los mismos etnógrafos cuando realizan sus investigaciones. En muchos casos reflexionan sobre su posición diferenciándola de la de los profesionales implicados directamente en sus contextos de trabajo, tal como veremos a continuación a partir de las etnografías de Ángel Martínez (1998) y Nancy Scheper-Hughes (1997). Aún así, nosotros defendemos que los educadores sociales pueden (y deben) incorporar esta actitud en el ejercicio de sus prácticas profesionales, sobre todo en el momento en el que se establece un primer contacto y diagnóstico de la realidad con la que se trabaja. El fragmento que presentamos a continuación del antropólogo Ángel Martínez muestra esta diferencia entre los intereses de la investigación etnográfica y los de la intervención profesional, a la vez que anuncia las posibilidades de la etnografía para dar voz a los que han sido etiquetados como «salvajes» –siguiendo la terminología 30 empleada por Malinowski–, pero también a los «locos» y/o los «delincuentes», que si tienen algo en común es el hecho de utilizar discursos y prácticas que ni son oficiales, ni dominantes. Debo confesar que para Babu, y a veces también para mí, resultaba complicado establecer una distinción entre lo que es una entrevista etnográfica y lo que supone una relación terapéutica. En tanto que yo no soy psiquiatra ni psicólogo, una de las cosas que trataba de aclarar desde el principio con mis informantes era mi condición de antropólogo o etnógrafo que simplemente quiere saber de ellos, pero en modo alguno establecer un tratamiento psicoterapéutico. Mi punto de vista es que si se diferencia en algo la entrevista clínica de una entrevista etnográfica es precisamente en que en la primera el profesional es el que se posiciona en el papel del saber (esa posición que Lacan llamó acertadamente sujeto del supuesto saber), mientras en la segunda el investigador adopta una posición más propia del no-saber. En caso contrario sería difícil, si no imposible, llegar a un conocimiento de la perspectiva nativa o emic, pues el trabajo etnográfico se caracteriza por una apertura al conocimiento autóctono y por ese relativismo metodológico que conlleva toda tarea de exégesis que trate de encontrar un código no tanto dependiente del investigador como del investigado (Martínez, 1998: 57-58). En efecto, Martínez entrevista a Babu para conocer algunas características de la esquizofrenia pero no para curarlo. Babu, en tanto que esquizofrénico, guía al etnógrafo por los mundos de la enfermedad permitiendo que este la interprete y la haga más comprensible a los demás. 31 La posición de autoridad del médico, del psicoterapeuta o, incluso, la del trabajador o educador social, aunque solo sea por el apoyo de la institución en la que se produce el internamiento, condiciona la relación que se establece entre el investigador y el investigado que, en este caso, sería la del profesional con el paciente o beneficiario del servicio. En este ejemplo, la posición de autoridad no solo supondría un cambio en el discurso de Babu, sino también en la condición de ignorancia metodológica que hace posible el conocimiento etnográfico. No solo la posición del etnógrafo condiciona los resultados de la investigación sino que algunas de sus características, como el género, la edad o incluso el fenotipo, pueden influir notablemente en las relaciones sociales que establece durante su trabajo de campo (Hammersley y Atkinson 2001: 110). Ser, por ejemplo, un hombre o una mujer pueden condicionar los resultados de la investigación, no solo abriendo o cerrando espacios de relación, sino también orientando los propios intereses del investigador. Por consiguiente, la posición que ocupa el profesional en el marco institucional condiciona tanto el tipo de datos que se pueden obtener como las hipótesis y categorías analíticas desde las que se conceptualiza la realidad o la propia problemática. La mayor dificultad para los profesionales radica en cómo ajustar el rol institucional con la actitud de extrañamiento que comentábamos al principio, es decir, aquella disposición abierta capaz de desprenderse de la tendencia al tecnocratismo que naturaliza y/o atribuye ciertos comportamientos, deseos y emociones a los actores sociales. El tecnocratismo también impide un acercamiento al punto de vista emic (o de 32 los sujetos), que es el que permitirá intervenir y ofrecer soluciones que no hayan sido fijadas únicamente por las propias instancias o instituciones para las que se trabaja. En otras palabras, no se trata de abandonar el rol profesional sino de incorporar esta actitud de extrañamiento a la hora de analizar la realidad y de planificar y llevar a cabo las acciones profesionales. Además, adoptar el extrañamiento antropológico facilita la distancia social necesaria para iniciar un proceso de investigación en los casos donde esta no se da por sí sola. En efecto, la distancia social con el lugar de trabajo no es natural ni evidente como podía serlo cuando el etnógrafo se instalaba a vivir entre, por ejemplo, los trobriandeses. Para asegurar este extrañamiento, numerosos antropólogos siguen recomendando una cierta distancia social con los sujetos de estudio ya que una implicación demasiado personal puede dificultar la perspectiva crítica del investigador. Otros, en cambio, consideran que el discurso sobre la distancia social es una excusa para mantener la neutralidad política del investigador que debería implicarse en beneficio de los sujetos, especialmente cuando éstos viven situaciones de exclusión y marginación (Guasch, 2002: 37). En cualquier caso, se puede superar la dificultad para lograr una distancia óptima con los sujetos de estudio mediante algunas estrategias. Para Ferrándiz (2001: 88), por ejemplo, «hay que construir este extrañamiento o sentido de la diferencia mediante la toma de conciencia del proceso de investigación y la lectura comparativa, entre otras estrategias». Un ejemplo de esta toma de conciencia del proceso de investigación que se ha convertido a su vez en reflexión ya clásica sobre las diferencias entre la posición 33 del etnógrafo y la del profesional de la acción social, nos llega de la mano de la antropóloga norteamericana Nancy Scheper-Hughes en su etnografía La muerte sin llanto. Violencia y vida cotidiana en Brasil (1997). Nancy Scheper-Hughes vivió entre 1964 y 1966 en una barriada de Brasil como asistente sanitaria de los cuerpos de paz norteamericanos. En 1982 vuelve a la barriada como antropóloga dispuesta a comprender aquello que más la había sorprendido y turbado como agente comunitaria: la actitud resignada de las madres ante la cotidianidad de la muerte infantil. Enfrentarse a la enfermedad, al hambre y a la muerte (especialmente a la muerte infantil) era lo que más turbaba la conciencia y la sensibilidad de una forastera acomodada y lo que dio forma a mi trabajo, primero en el desarrollo comunitario y, muchos años después, en mi investigación antropológica (1997: 22). La tesis original (...) de este libro es el amor y la muerte en el Alto do Cruzeiro y específicamente el amor maternal y la muerte infantil. Este libro trata sobre la cultura y escasez, ambas en su sentido material y psicológico, y sobre sus efectos sobre el pensamiento y la práctica moral, particularmente sobre el «pensamiento maternal» (...) ¿Qué efectos, me preguntaba, tiene un estado crónico de hambre, enfermedad, muerte y pérdida sobre la capacidad de amar, confiar y tener fe, y mantener estos términos en su sentido más amplio? (...) Más de trescientos bebés murieron solo en 1965 (...). Si aquello no me hubiera traumatizado entonces, seguramente hoy no estaría escribiendo este libro (1997: 27). 34 Scheper-Hughes integra emociones y experiencias del pasado en su investigación, pero una vez pasadas por el tamiz del extrañamiento antropológico son entendidas desde una nueva perspectiva. En este caso, en lugar de considerar a los habitantes de la barriada como gente analfabeta, supersticiosa o subdesarrollada cuya mentalidad debe cambiarse en favor del desarrollo, llega a la conclusión de que es justamente la alta expectativa de mortalidad infantil la que determina poderosamente las prácticas maternas de abandono y negligencia hacia los bebés que tanto quiso erradicar en el pasado. Es la alta probabilidad de muerte de los bebés la que hace que el amor materno sea indiferente y no a la inversa. Y ésta es –afirma ScheperHughes (1997: 410)­– «una reacción culturalmente correcta». Al descubrirnos una forma social propia (visión emic) de construir la muerte infantil donde los bebés son seres transitorios (aún no plenamente humanos), entre los ángeles y las personas, que pueden decidir morir por voluntad propia, la autora nos descubre también la «racionalidad» de este comportamiento que nos explica detalladamente (son más de 500 páginas) en su etnografía. Ante esta interpretación de los hechos, la intervención social ya no podría pasar únicamente por cambiar la mentalidad de estas mujeres sin transformar, sobre todo, las condiciones de extrema pobreza que sufren y que condicionan, hasta cierto punto, esta mentalidad. 2.2. Etnografiar las instituciones Los educadores sociales ejercen su práctica profesional en instituciones de diferente tipología. Así pues, dichas instituciones se convierten en un contexto idóneo 35 desde el que poder practicar el extrañamiento antropológico y el enfoque etnográfico. Al mismo tiempo, existe una tradición etnográfica de gran interés para el ejercicio profesional que aborda la descripción y el análisis de las llamadas «instituciones totales». Este tipo de instituciones, tal y como las presentó Erving Goffman en Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, se caracterizan principalmente por programar la vida cotidiana de sus internos con unas intenciones deliberadas, en compañía de otros miembros, en un mismo espacio y bajo una única autoridad. Toda institución –dice Goffman (2009: 20)– absorbe parte del tiempo y del interés de sus miembros y les proporciona en cierto modo un mundo propio; tiene, en síntesis, tendencias absorbentes. (...) La tendencia absorbente o totalizadora está simbolizada por los obstáculos que se oponen a la interacción social con el exterior y al éxodo de los miembros, y que suelen adquirir forma material: puertas cerradas, altos muros (...). Existen estudios que han analizado –desde distintas disciplinas, y no solo desde la antropología– la interacción social que se desarrolla en este tipo de instituciones, así como su propia estructura y funcionamiento. La organización de cualquier institución determina las relaciones interpersonales e intergrupales que se establecen en ella teniendo en cuenta aspectos como: los roles y el estatus de las personas que interactúan, los conflictos que se generan, las relaciones de poder y desigualdad en base a la autoridad, el saber, la edad, el sexo, etc. De acuerdo con la descripción que hace Goffman, las instituciones 36 totales se caracterizan por ejercer un gran control sobre lo que se hace, cuándo y de qué manera, así como por una rutinización de las tareas y ocupación del tiempo, sin margen para la privacidad y bajo un régimen permanente de vigilancia, control y autoridad. Foucault aún iría más lejos a la hora de analizar este tipo de instituciones y lo haría centrándose en las estrategias de saber-poder. Así, en obras como El nacimiento de la clínica, Historia de la locura y Vigilar y castigar demostraría que, más allá de este modelo clásico de funcionamiento, regido por una dinámica vertical en el ejercicio del poder y el control, lo primordial de este tipo de instituciones es su capacidad para transformar la voluntad de los individuos activando una red de saberes y prácticas (conocimientos disciplinarios y profesiones) que actúan sobre la base de una serie de objetivos como el bienestar social, el orden social, el aislamiento de lo que no es normal, la curación, etc. Desde esta perspectiva, instituciones como los hospitales psiquiátricos son el resultado de la disciplinarización de la locura (el hospital es entendido como un sistema/espacio disciplinario, en tanto que se reparten y distribuyen en su interior unas personas designadas como enfermas para poder ser vigiladas y clasificadas), mientras que las cárceles lo son en respuesta a la fabricación de la delincuencia. Sin querer profundizar en el análisis foucaultiano, hospitales psiquiátricos y cárceles son el ejemplo más claro de estas instituciones totales. Desde un punto de vista antropológico, podemos decir que conforman una especie de comunidad o grupo etnográfico con características propias y particulares que facilitan la reconstrucción de la vida cotidiana regida por una dinámica institucional. 37 Así, las aportaciones que puede ofrecer la etnografía para el ejercicio profesional en estas instituciones hay que hallarlas en la percepción de los comportamientos de los agentes sociales y educativos y su posible enfrentamiento o no con los modelos de trabajo impuestos o hegemónicos que proceden de las mismas instituciones y/o de sus organismos de control. Conocer, por ejemplo, el funcionamiento de los centros penitenciarios se convierte en un auténtico reto a la hora de llevar a cabo el trabajo de campo en una institución de este tipo. David Fornons (2008: 110), que lo ha realizado en el centro penitenciario de la Modelo de Barcelona, afirma que el trabajo etnográfico en una prisión significa «la necesidad de confrontar, entre otros, tres espacios: el institucional (normativas, reglamentos...), el cotidiano (regulación de horas, trabajos, comidas, tiempo de juegos...) y el vivido por las personas presas». De lo que se trata –asegura el mismo autor– es de fijar el objeto de estudio y para ello hay que preguntarse qué es lo más importante: hacer una etnografía de la prisión o hacerla sobre las personas presas. Cada objeto de estudio, tal y como sostiene Fornons, implicará diferentes objetivos, planteamientos de hipótesis, metodologías y técnicas de búsqueda de datos. Todo depende de si este «otro» que constituye el objeto del trabajo de campo etnográfico toma la forma de institución o de persona. La experiencia de Fornons demuestra que el trabajo de campo es posible en un medio penitenciario si se hace formando parte de la misma institución. Hay que tenerlo en cuenta porque eso mismo sucede en gran parte de las instituciones donde trabajan los educadores sociales. En el caso específico de la cárcel –según Fornons– trabajar 38 no solo puede ser una ventaja a la hora de investigar, sino casi un requisito debido al carácter extremadamente cerrado de esta institución. Por un lado, facilita la obtención de los permisos institucionales para poder investigar, así como la negociación de las condiciones en las que se realizará la investigación. Por el otro, su experiencia le permite plantearnos hasta qué punto adoptar el rol de investigador también facilita la relación con los internos que, en su caso, convierte en informantes clave de su trabajo etnográfico. Él mismo nos recuerda que el propio Goffman valoraba positivamente este doble papel, el rol de investigador y el rol institucional (familiar), a la hora de afrontar una investigación en instituciones de este tipo, teniendo siempre en cuenta aquella actitud de extrañamiento que, desde un punto de vista metodológico, permite mantener cierto equilibrio entre la inmersión en el campo de estudio y su necesario distanciamiento. 2.2.1. Algunas aportaciones de la etnografía escolar La posibilidad de etnografiar organizaciones, instituciones y centros como espacios acotados, con pautas, lógicas y dinámicas propias, que las aproximan –tal como hemos dicho antes– al ideal de grupo etnográfico, se ha aplicado también a otras instituciones más abiertas al exterior como, por ejemplo, las residencias de ancianos, las escuelas, los hospitales o las empresas. De hecho, la institución escolar, convertida en uno de los principales objetos de estudio del ámbito de la antropología de la educación, ha desarrollado una etnografía propia (Spindler, 1982; Woods, 1987; Velasco, García Castaño, Díaz de Rada, 1993; Bouché, 1994; García Castaño y Pulido, 1994; Bertely, 2000; Axpe, 2003; 39 Jociles, 2007a y 2007b) que hay que tener en cuenta en el campo profesional de la educación social (Planella, Solé y Bretones, 2011). Y lo ha hecho para ocuparse de múltiples aspectos con los que describir, explicar, interpretar y comprender todo lo que tiene que ver con los significados, las normas y las pautas de una determinada comunidad, en este caso la comunidad educativa, así como el contexto sociocultural que la rodea. La etnografía escolar, pues, ha mostrado su interés por entender qué es lo que sucede en el ámbito específico de la institución escolar, pero también en la multiplicidad de situaciones que debe afrontar como escenario privilegiado de todo tipo de conflictos vinculados con las realidades socioculturales y económicas que le afectan y de las que no se puede aislar (Velasco, García Castaño y Díaz de Rada, 1993). Es lo que hace el profesor británico Paul Willis en Aprendiendo a trabajar cuando analiza las estrategias de reproducción de la clase obrera británica en los años setenta a partir de un estudio de caso en profundidad de etnografía escolar. En esta etnografía, Willis se pregunta por qué los hijos de la clase obrera consiguen tan solo trabajos de clase obrera, lo que le llevó a observar a un grupo de doce «colegas» (así se llamaban a sí mismos, en oposición a los estudiantes conformistas, los «pringaos») de un centro británico de secundaria. Willis observó a este grupo de jóvenes en sus reuniones informales, en las aulas y en otros lugares y entrevistó a sus padres y profesores. En la descripción de la actividad educativa institucional, Willis resalta que la enseñanza funciona bajo una perspectiva de control y que los estudiantes tienen siempre una posición subordinada, si bien las prácticas culturales de los «colegas», tales como la oposición a la autoridad y 40 el rechazo a los «pringaos», la actitud racista y la conducta antiacadémica en el instituto, son una respuesta creativa ante su situación familiar, social y laboral. Unas prácticas y formas culturales que, sin embargo, eran consideradas convencionalmente, en su apariencia sensacionalista de violencia e indisciplina en las aulas, hecho que determina las formas específicas de tratamiento por parte de las políticas educativas. No cabe duda que dicho tratamiento sería diferente (más allá del control) si se atendiera al razonamiento que expone Willis en su etnografía, pues con ella descubre que es la propia cultura la que prepara con mayor eficacia a algunos chicos de la clase obrera para conseguir los trabajos propios de la condición social a la que pertenecen. Estos chicos, al despreciar la cultura escolar, se apartan de las posibilidades que el sistema educativo ofrece a la hora de favorecer cierta movilidad social. Hay en ello, por tanto, un elemento de autocondena en la forma de asumir los roles subordinados en el capitalismo occidental. Sin embargo, esta condena es experimentada por parte de los chicos, paradójicamente, como un verdadero aprendizaje, como un acto de afirmación y apropiación e incluso como una forma de resistencia. En realidad, su contracultura se limita a unos actos de rebeldía focalizados sobre todo en la institución escolar y no tienen mayor trascendencia, puesto que forman parte de un momento muy concreto de sus vidas, que después rememorarán, situado entre el conformismo infantil y la resignación adulta, en un universo donde su destino está perfectamente delimitado y que, en el fondo, su actitud inconformista y contraescolar solo contribuye a reforzar. Tal y como explicaría el propio Willis (1993: 459-460) en 41 un texto posterior, los asuntos de la resistencia y de la violencia en el ámbito escolar satisfacen la rabia y la dignidad a corto plazo, pero no la opresión en el futuro, por lo que una política adecuada para la educación debería ocuparse del correcto desarrollo de la clase obrera y no de su regulación. 2.3. Recoger los puntos de vista de los sujetos La comprensión de los hechos sociales desde el punto de vista de los sujetos es una de las características básicas de la etnografía. Ahora bien, tal como ya se ha explicado, no se trata únicamente de reproducir sus discursos, lo que piensan sobre un tema, sus opiniones o sus demandas, sino algo más difícil como es el hecho de conocer sus estructuras mentales, es decir, los marcos socioculturales que determinan unas formas de pensar que no siempre son conscientes. Asimismo, hay que tener en cuenta que las perspectivas de los sujetos nunca son homogéneas, sino que dependen de la posición social que ocupan y de los intereses que tienen. Jociles (2002: 101-102) nos advierte como, a menudo, se cae en la trampa de buscar «representantes» de un grupo determinado. Por ejemplo, si estamos haciendo trabajo de campo en un barrio, podríamos caer en el error de considerar que el presidente de la asociación de vecinos representa a todo el barrio, y es que la representación política nunca es en etnografía una representación metodológica. En este caso también deberíamos entrevistar a vecinos que no están asociados y ser capaces de averiguar qué posiciones diferentes hay alrededor de la situación que se analiza. Esto nos obliga 42 a ser capaces de ver el tema que se quiere estudiar desde todos los ángulos y puntos de vista posibles. Esta voluntad de acercarse a todas las perspectivas hace que el método etnográfico sea ideal para estudiar discursos «sin poder», es decir, aquellos que no han sido elaborados por el saber especializado o las instituciones. Conocer los discursos no significa únicamente que estos se deban reproducir, sino que hay que interpretarlos. Lo importante es captar la variedad de significados y hacerlos accesibles teniendo en cuenta todos los puntos de vista. Lo mostraremos con un ejemplo a partir de la etnografía de Gracia y Comelles cuando en No comerás. Narrativas sobre comidas, cuerpo y género en el nuevo milenio intentan explicar «las relaciones de poder, discriminaciones y los modos como la gente corriente se lo monta en su discurrir diario» (2007: 14) en relación con la comida, el cuerpo, el género y otros aspectos que interactúan. Así, en esta etnografía intentan reflejar «la diversidad, contrariedad y disconformidad que hemos ido encontrando en centros asistenciales, escuelas, asociaciones, hogares o en internet» y lo hacen a partir de diversos narradores y estilos narrativos donde las diferentes personas implicadas (pacientes, profesionales, familiares, educadores, inmigrantes, bloggers y antropólogos) explican sus ideas y experiencias sobre todo aquello que les afecta. Trabajamos durante más de seis años con un centenar de personas, chicas y chicos, hombres y mujeres, dentro y fuera de instituciones, sobre prácticas que hacen referencia a dejar de comer o hartarse, a hacer dietas, o a machacarse el cuerpo en el gimnasio. No nos hemos 43 sentado con ellos y ellas tras la mesa de despacho de una institución sanitaria, ni nos hemos vestido con una bata blanca. No nos interesaba diagnosticar, solo escuchar y tratar de comprender para aprender y transmitir sus razones, sus sentimientos, sus peregrinaciones del psiquiatra al psicólogo, del centro de día a la institución, del centro de atención primaria a la consulta especializada, del centro de día a casa, y vuelta a empezar. Se han sentado ante nosotras en sus casas, en el bar de la esquina, en su lugar de trabajo. (...) Nos han hablado de sus experiencias, de cómo fueron adultos, de cómo percibieron las transformaciones de sus cuerpos, de cómo quisieron o pudieron construir su identidad. Seguimos sus primeras tentativas de ambigüedad adolescente con la comida para describir las actitudes y las conductas que las han conducido a ser «clientes» de instituciones que atienden personas anoréxicas y bulímicas, (...). Hemos estado con ellas y ellos en establecimientos en los que buscan recobrar cierta normalidad. Hemos conocido también a sus padres, amigos o familiares (Gracia y Comelles, 2007: 15-16). Si esta cita nos habla de cómo se procedió a realizar el trabajo etnográfico, los fragmentos que presentamos a continuación, extraídos de la tercera parte del libro que lleva por título Narrativas, donde se agrupan los discursos de las personas diagnosticadas con trastornos de la conducta alimentaria, nos permiten conocer la diversidad de puntos de vista de los sujetos a partir de entrevistas, blogs de los internos en internet y de la propia observación de los investigadores. Es lo que podemos ver, por ejemplo, en el caso de una chica ingresada en el centro terapéutico. 44 (...) Por primera vez, desde hace tiempo, Miriam no va a comer ni en casa ni en la oficina. Tras larga espera, ha firmado un contrato terapéutico y acepta las condiciones que el centro le impone para garantizar su estancia. Miriam está dispuesta y esperando recibir ayuda (...) Al firmar los papeles del ingreso, y el consentimiento informado, le han insistido, machaconamente, que debe acatar las normas. Ni se las ha leído. Se las sabe de memoria. (...) Pero esta vez se ha propuesto ser dócil, y tiene cierta curiosidad por las normas alimentarias del centro. No le cuesta encontrarlas. De camino al comedor topa con ellas. Están colgadas de la pared en el pasillo que da a la sala. RECORDAD, DURANTE LAS COMIDAS… Hay que llevar un orden a la hora de ingerir los alimentos. Se dispone de un tiempo limitado para hacer las comidas. Masticar bien los alimentos. Acabarse toda la comida del plato. Beber el agua indicada. No hablar de comida. No hablar de tallas ni peso. Activarse en la mesa, no quedarse absorto mirando el plato. No comparar los platos de unos con otros. No manipular la comida, mezclar líquidos y sólidos. Mantener la postura adecuada en la silla (espalda recta, piernas sin cruzar). (...) El comedor está bien puesto, el espacio es reducido y ya hay nueve personas dentro. A ambos lados de la puerta se sienta una enfermera. Siete internadas comen, cada una con su bandeja. El octavo lugar es para ella. La enfermera, 45 con sumo cariño, la presenta. Todas la saludan y le dan la bienvenida al «club» (...). Las conversaciones son animadas (...). Empiezan a hablar de los diferentes acentos en el habla en España, y, seguidamente, de las diferentes gastronomías, tradiciones culinarias de Cataluña, Andalucía, Extremadura (...) de modo que a pesar de las normas, la comida es el tema estrella, y Miriam se apunta: MIRIAM: ¿habéis probado la tortilla de patatas solo con cebolla? JUDITH: ¿tú que crees? ¿Dirás de patatas y cebolla? MIRIAM: qué va, solo de cebolla. En lugar de freírla, la haces al microondas. Después la sofríes con unas gotas de aceite en la sartén y le añades el huevo. Está buenísima. Tienes proteínas, verduras y engorda mucho menos porque evitas los hidratos de carbono de la patata. JUDITH: Sí, pero eso ya es otra cosa, no una tortilla de patatas. Tal y como se puede apreciar en esta cita, el discurso etnográfico nos coloca sobre todo en el lugar de Miriam. Conocemos la institución y, a veces, sus propios absurdos en relación, por ejemplo, con los excesos normativos, a través de su mirada. Hay, sin embargo, otras voces. El etnógrafo también nos hace escuchar a las enfermeras, y a veces, en medio de todas ellas, la suya propia. Miriam sonríe, y suspira profundamente, pensando que si son flexibles con la norma de no hablar de comida durante las comidas también, quizás, negocie poder fumarse un pitillo después de comer (...). La enfermera dice que no vigila a las chicas y se limita a ejercer un control sutil, 46 diluido, de las relaciones que se entretejen entre ellas. «Tenemos las hojas de registro de cada una de ellas, con índice de masa corporal, signos vitales, se tiene que mirar cómo han dormido, si hay insomnio o si no, si es distal, si es proximal, actividad física, el descanso, parte de las horas de deposición, vómitos, líquidos, tipos de dieta que lleva (...)». (...) Aparentemente, en las instituciones donde menos insisten en la educación nutricional y menos control se ejerce sobre las prácticas alimentarias, los problemas con la comida se resuelven con mayor rapidez. No significa que la terapéutica sea más breve, ya que depende de factores personales, familiares y contextuales. Pero se hace evidente que las usuarias, como Miriam, suelen conocer de antemano las recomendaciones y las normas alimentarias respecto a qué, cuánto y cómo comer. Por eso quizás debería cuestionarse la necesidad de focalizar en lo nutricional y repensar los motivos y razones por los cuales los pacientes no siguen las recomendaciones (Gracia y Comelles, 2007: 187-205). El etnógrafo compara, generaliza y, en definitiva, reflexiona sobre la eficacia de instituciones, programas y servicios, pero solo después de haberlos descrito y analizado desde todos los puntos de vista posibles. En efecto, las etnografías también influyen en la crítica y la renovación de las instituciones y las políticas sociales, pero siempre mediante el análisis complejo de las mismas. Finalmente, conocer los diferentes servicios, programas e instituciones desde el punto de vista de los beneficiarios o las personas atendidas ya es en sí mismo un ejercicio 47 crítico, cuyo resultado cambiaría si solo conociéramos el punto de vista oficial. 2.4. Capacitar para la crítica transformadora y modificar las prácticas profesionales Además de aportar nuevas perspectivas de análisis sobre la realidad, cuando el método etnográfico es utilizado por los profesionales del campo social, lo más interesante es que sea capaz de producir modificaciones en los puntos de vista que fundamentan la propia acción profesional, así como en la aplicación de los encargos que hay detrás de los servicios y los programas sociales por los que se trabaja. De lo que se trata es de incorporar e incluso priorizar las voces de unos sujetos que demasiado a menudo están ausentes y cuestionar las de unas instituciones que responden a objetivos, intereses y prioridades que no siempre coinciden con los de las personas destinatarias de los programas sociales y las políticas públicas. Así pues, la aplicación que se puede hacer de la etnografía puede configurarse como una forma de crítica con la que producir efectos inmediatos en el diseño de programas de acción concretos. En algunos casos puede servir para desenmascarar las construcciones sociales dominantes y los intereses que estas representan. De hecho, algunas etnografías se enfocan con el objetivo de estudiar la sociedad para transformarla y liberar a las personas de las fuentes de dominación y represión a las que están sometidas (basta pensar en la investigación feminista o en las etnografías con una orientación neomarxista y/o freiriana), o al menos, evidenciar las realida- 48 des socioculturales sobre las que se interviene, aportando –tal como hemos visto– la diversidad de puntos de vista sobre problemas concretos. Gracias al trabajo etnográfico –nos dice Villalón (2012: 105)–, es posible movilizar aquellas concepciones que han sido naturalizadas y que solo contribuyen a consolidar los prejuicios que, en muchos casos, arrastran los propios profesionales. Así pues, y adaptando lo que Velasco y Díaz de Rada (1997: 249-250) dicen en torno a la dimensión crítica y aplicada de la etnografía en el ámbito escolar, podemos resumir la utilidad de la etnografía por parte de los profesionales del campo social y educativo teniendo en cuenta los siguientes propósitos: 1. La etnografía puede contribuir a explicar las realidades socioculturales sobre las que se interviene y ayudar a conocer mejor las condiciones de vida de las personas e instituciones con las que se trabaja. 2. Debido a sus intenciones epistemológicas, la etnografía es un procedimiento especialmente útil para aportar nuevas lecturas e interpretaciones respecto a «problemas» predefinidos, sobre todo cuando se hace desde instancias alejadas de la realidad de aquellos a los que nunca se pregunta cómo viven estos problemas y las soluciones que se les ofrecen. 3. En conexión con el punto anterior, la etnografía es útil para comunicar al mundo profesional las visiones internas que los sujetos sociales tienen de su mundo, y sus modos de construirlo en consonancia o no con estas visiones, estable- 49 ciendo los límites dentro de los cuales puede ser viable cualquier tipo de intervención. 4. Por último, la etnografía hace evidente su potencial transformador cuando es capaz de plasmar la diversidad de formas de vida en sociedad, sobre todo cuando se trabaja desde programas sociales que ejercen una clara función de control o desde instituciones que pretenden imponer criterios de normalidad o paradigmas universales de comprensión del mundo que nada tienen que ver con las formas de vida de las personas que atienden. Las etnografías que presentamos a continuación recogen todos estos objetivos y, por tanto, las inquietudes epistemológicas que este método de trabajo puede aportar en la mejora de las prácticas profesionales. 50 3. Etnografías: ejemplos de uso para el mundo profesional Un doble objetivo nos anima a escribir este tercer capítulo. Por un lado, la necesidad de mostrar con un par de ejemplos en qué consiste concretamente la escritura etnográfica. Como nos recuerdan Pujadas y Roca (2010: 193-194) de poco nos sirve recopilar montañas de información si luego no somos capaces de «traducirlo en un informe, una descripción o un análisis que represente una aportación sustantiva a nuestro conocimiento sobre la realidad estudiada». Por otro lado, queremos demostrar, a partir de estos mismos ejemplos, la utilidad de los textos etnográficos como fuentes de conocimiento que nos ayudan a comprender la realidad social y cultural con la que se trabaja desde el campo profesional de la acción social. Somos conscientes de que la cantidad y modalidad de textos etnográficos existentes nos obligan, de acuerdo a la extensión y finalidad de este libro, a realizar una selección que impide ofrecer una panorámica general que refleje la diversidad de los mismos. Si bien nosotros hemos seleccionado únicamente dos textos que nos hablan de realidades muy concretas, nuestro objetivo consiste en convencer y animar a estudiantes y profesionales sobre la utilidad de leer etnografías que, más allá de que puedan abordar casos o problemáticas relacionadas con entornos laborales más o menos próximos, aportan 51 nuevas visiones a realidades socioculturales cada vez más complejas. Poder contar, por ejemplo, con nuevos puntos de vista, sobre todo cuando se incorpora la subjetividad de las personas (visión emic), permite construir una posición crítica desde la que fundamentar las acciones sociales y educativas más allá de los encargos (políticos, institucionales, administrativos, etc.) que se reciben, así como desarrollar una actividad profesional capaz de romper con unas prácticas a menudo demasiado rutinizadas y que, por este mismo motivo, nunca son cuestionadas. 3.1. Comprender e interpretar la realidad: análisis de problemáticas concretas Las descripciones o construcciones que realizamos de la realidad no pueden desligarse de una determinada línea de acción social. De una forma concreta de pensar el mundo se desprenden unas determinadas formas de intervención social, a la vez que se excluyen otras posibles. Veámoslo con un ejemplo a partir de la reflexión realizada por la gran antropóloga norteamericana Margaret Mead en torno a la figura del «inadaptado» en Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas. En esta obra, Margaret Mead demostró que los rasgos de personalidad que se podían considerar masculinos y femeninos en una sociedad dependían de las condiciones culturales vigentes, por lo que estos rasgos no estaban determinados biológicamente. Si una cultura podía escoger unos cuantos rasgos, entre el amplio conjunto de cualidades humanas, con el objetivo de implantarlos como deseables para cada uno de los sexos de una comunidad, Margaret Mead se preguntaría entonces por la posición del «ina- 52 daptado», es decir, el individuo que, por disposición innata, por la educación que había recibido o por los efectos que ejercían sobre él las contradicciones de su cultura, se oponía a las bases de la sociedad a la que pertenecía. El inadaptado se podía convertir así en un rebelde o bien era condenado a vivir al margen de la sociedad. En el peor de los casos, podía caer en la locura. Las conclusiones a las que llegó Margaret Mead continúan siendo vigentes a la hora de analizar los procesos de segregación, condena y exclusión social en la época actual. Tal y como se puede apreciar en la figura del inadaptado, la lógica de un sistema dominante define las relaciones sociales y, por tanto, ofrece el marco desde el que se inscriben las definiciones sobre los sujetos. En este sentido, el efecto de estas definiciones en las políticas sociales toma como punto de partida una determinada construcción social del «otro» que justifica la necesidad de dar respuestas que trabajen a favor de su «normalización» social (Delgado, Horta y López Bargados, 2009). Esto es así porque el otro representa siempre la «anormalidad» que, tal y como hemos visto con el ejemplo de Margaret Mead, es fruto de contingencias históricas y socioculturales muy diversas. El trabajo etnográfico se convierte, así, en el mejor instrumento para saber apreciar estas contingencias. En unos tiempos en los que las políticas públicas se enmarcan en el retorno de un discurso neohigienista que pretende el control absoluto de la realidad social (Núñez y Tizio, 2010), parece más necesario que nunca recuperar el lugar de la subjetividad. La búsqueda continua de categorías clasificatorias, algunas más vagas que otras, como ocurre con el concepto de «exclusión social», cuyo 53 denominador común impide, tal y como demuestra el Grup de Rercerca sobre Exclusió i Control Socials de la Universidad de Barcelona (GRECS) (Solé y GRECS, 2011: 8), la activación de cualquier toma de conciencia por parte de los individuos o colectivos verdaderamente excluidos, facilita la puesta en marcha de mecanismos administrativos y políticos con los que justificar diversas formas de intervención, «la maquinaria pesada de la protección, la corrección y la reclusión». En efecto, «los excluidos no tienen otra personalidad social que la que puedan recibir de la Administración, un programa de clasificación que pone en marcha un potente operativo de gestión y tratamiento de la exclusión que es, a su vez, un vasto dispositivo de control». Cuando conceptos como el de exclusión social son capaces de aglutinar otras tantas clasificaciones, desde los «fracasados escolares» a la «generación ni-ni», desde los «enfermos mentales» a los «jóvenes delincuentes», los «toxicómanos», los «inmigrantes» o las «familias en situación de riesgo», no es difícil percibir la huella de un discurso oficial y hegemónico que pretende mostrarse ante los profesionales como una realidad en sí misma (Venceslao, 2011). En el campo de las políticas sociales, nos dicen Núñez y Tizio (2010: 75), esta búsqueda de categorías clasificatorias y estandarización de formas, de representaciones y de lenguajes «borra las subjetividades, de manera que diluye a los sujetos en flujos estadísticos de elementos idénticos», o lo que es lo mismo, convierte a las personas en objetos simples de los que se puede prever sus comportamientos a partir del conocimiento previo de ciertas variables tipificadas. Un ideal de estandarización que acabará afectando a los propios profesio- 54 nales mediante la ritualización de sus intervenciones y la obediencia a los protocolos que, como se sabe, vienen a sustituir su responsabilidad a la hora de tomar cualquier decisión (Ubieto, 2012). 3.1.1. El conflicto por la vivienda El texto que presentamos a continuación está extraído del libro de Ubaldo Martínez Veiga Pobreza, Segregación y exclusión espacial. La vivienda de los inmigrantes extranjeros en España. En él se reflexiona sobre el estado de la vivienda entre la población inmigrante en España a partir de cuatro estudios de caso, uno de los cuales –el de la comarca del Poniente Almeriense– ha sido utilizado en este apartado. A través de la descripción y el análisis de estos cuatro casos, Martínez Veiga establece un estado de la cuestión sobre la vivienda y la inmigración en el Estado español que compara con las condiciones de la vivienda entre las poblaciones «pobres» de todo el mundo. En otras palabras, Martínez Veiga escribe lo que Roca (2010: 255) clasifica como una «etnografía de orientación temática». Es decir, sigue la tendencia, cada vez mayor en etnografía, de centrar la investigación en temas específicos de carácter más teórico (como por ejemplo la amistad, la muerte, los sueños o en este caso la vivienda) basándose en el análisis y la comparación de uno o varios casos. En el fragmento que hemos escogido nos fijaremos, sobre todo, en cómo el autor utiliza un acontecimiento –el desalojo de «la casa blanca» del pueblo de El Ejido– para sustentar su tesis: que la segregación espacial de los inmigrantes (en este caso de la población de El Ejido) no obedece a invisibles y neutras leyes del mercado –como acostumbran a hacernos creer los economistas– sino 55 que hay una serie de agentes sociales que promueven esta exclusión. El ejemplo también nos permite apreciar cómo se relacionan la descripción y el análisis en una etnografía. Por otro lado, nos permite profundizar en una problemática de sumo interés para la educación y el trabajo social como es la segregación espacial de la marginación social. Además, en etnografía, el estudio de los acontecimientos, y especialmente de los conflictos, es iluminador y muy fecundo porque permite situar a todos los sujetos sociales alrededor de un mismo hecho. En otras palabras, permite, en un momento concreto, sacar una fotografía de los intereses y alianzas de todos los implicados, favoreciendo la complejidad de nuestro análisis más allá del discurso de los actores directamente involucrados. La primera cosa que llama la atención es que en El Ejido viven 2.000 inmigrantes (...). A pesar de la cantidad de inmigrantes, y del papel irremplazable que juegan en la agricultura intensiva, es llamativo que menos del 1% de la población inmigrante viva dentro del pueblo. El resto de los inmigrantes viven en lo que hemos llamado antes los cortijos. En el caso de esta villa, los cortijos son casas que se encuentran fuera del pueblo. Algunas de ellas están aisladas las unas de las otras. En otros casos son grupos de 10 ó 12 y antiguamente eran pequeños lugares o barrios en donde vivía la población más pobre o jornalera (...). Posteriormente estas casas fueron abandonadas por la población nativa y se convirtieron poco a poco en lugares en donde se almacenan los instrumentos de labranza, 56 los productos de la recolección y otros productos como insecticidas y herbicidas. Poco a poco, cuando llegan los inmigrantes, se instalan en estos cortijos o casas abandonadas. (...) Aunque desde el punto de vista general de Andalucía, este fenómeno ha intentado paliarse, en este caso no se ha obtenido ningún éxito. La Junta de Andalucía llegó hace tiempo a un acuerdo con la compañía aseguradora Mapfre y con la FAVA (Federación de Asociaciones de Vecinos de Andalucía) por el cual se aseguraba a todos aquellos propietarios que quisieran alquilar viviendas a los inmigrantes. Este seguro gratuito serviría para pagar los posibles daños en la vivienda, así como para compensar al dueño en caso de que el inquilino no pague. Es famoso El Ejido por ser un lugar en el que esta política no tuvo ningún éxito. No se alquiló ninguna vivienda con este sistema. De todas maneras, es bueno remarcar que lo que en este caso se produce es un auténtico apartheid. En contraposición a otros lugares de esta zona en donde los cortijos son casas aisladas, en este caso están agrupados en conjuntos de cuatro o cinco casas o más. Esta agrupación hace que la situación de segregación espacial que se produce en El Ejido se parezca bastante a la que se daba hasta hace poco en Sudáfrica con los famosos bantustanes. Esto no es fruto de un proceso de tipo estructural, inconsciente para los actores sociales, sino que se trata de un fenómeno perfectamente consciente y que es producido por unos agentes determinados. Esta observación queremos probarla analizando un acontecimiento bastante llamativo. 57 El hecho ocurrió en un barrio de El Ejido que se llama San Agustín y que se originó como un barrio de colonización en la época franquista. Allí había una casa que pertenecía al IARA (Instituto Andaluz de Reforma Agraria) y que todos los inmigrantes llaman “la casa blanca”. En un momento determinado un vecino de San Agustín empezó a alquilar esta casa a inmigrantes, sobre todo argelinos. Este vecino, en diciembre de 1994, debido al derecho más que dudoso que tenía a cobrar renta, deja de hacerlo y la casa se llena de trabajadores inmigrantes. Es difícil reconstruir el dato exacto, pero podemos afirmar que en una casa no demasiado grande y de dos plantas llegan a vivir más de ochenta personas. Hay que señalar que el grado de hacinamiento no era mayor, sino menor que en la mayoría de los cortijos. Lo que es llamativo es que en el momento en el que el propietario deja de cobrar la renta interviene el alcalde que decide –en abril de 1995– desalojar la casa y para ello hace que la policía municipal entre en ella y obligue por la fuerza a que los inmigrantes la abandonen. Las razones que se dan para el desalojo tienen bastante interés aunque todas tienen que ver con la higiene, y es interesante constatar que los problemas acerca de la higiene empiezan a plantearse siempre cuando los propietarios dejan de cobrar la renta. Da la impresión de que existe la idea de que mientras se pague la renta por las casas el fenómeno está controlado, regulado y que, en el momento en que la renta desaparece, la casa deja de estar controlada y regulada y entonces aparecen los problemas de higiene (...). (...) Lo que ocurre a raíz del desalojo es que la mayoría de los inmigrantes se instalan a vivir con otros en cortijos 58 cuyas facilidades sanitarias son bastante peores de las que se daban en la «casa blanca». Un número de estos inmigrantes –entre 18 y 25– se encierran junto a representantes de varios sindicatos y asociaciones (CCOO, Almería Acoge) en la iglesia de San Agustín. El encierro dura casi dos semanas y al final los trabajadores abandonan la iglesia porque algunos jóvenes de la población arrojan dos garrafones de gasolina a los que previamente les han prendido fuego. (...) Al desalojar la iglesia los sindicatos y asociaciones solicitan de la junta local un edificio que había sido construido para instalar un mercado. Este edificio estaba vacío y sigue así hasta ahora. La junta lo denegó sin aducir razones. Los inmigrantes que habían ocupado la iglesia no pueden encontrar ningún alojamiento ni en el barrio ni en los cortijos de fuera y tienen que buscar alojamiento en Almería a más de 20 km del barrio. Se trata con toda claridad de un fenómeno de alejamiento de la población inmigrante del núcleo de la población, de un auténtico apartheid con un agente que trata de conseguirlo, la junta local y las asociaciones ciudadanas nativas (Martínez Veiga, 1999: 89-95). El análisis de este acontecimiento en una zona que sería, pocos años después, tristemente conocida por sus disturbios racistas, nos permite ejemplificar varias de las características que hemos ido mencionando hasta ahora sobre la etnografía. Desde la necesidad de profundizar en el sentido local de los hechos (desalojo de «la casa blanca») y los conceptos (la higiene) hasta la posibilidad de comprender cómo funciona la relación entre la mirada 59 y la reflexión antropológica. En efecto, es gracias a este acontecimiento que no solo podemos adentrarnos minuciosamente en la estructura social de El Ejido, sino también reflexionar sobre la problemática de la vivienda, las condiciones materiales de la economía sumergida y la economía agrícola intensiva y la inmigración en general. Para realizar esta reflexión general el autor debe complementar sus estudios de caso con otro de los principales métodos de conocimiento de la antropología: la comparación. Es gracias a la comparación con estudios similares realizados por otros autores en Calcuta, Londres o Los Ángeles que Martínez Veiga puede generalizar sobre el problema de la vivienda, la segregación urbana y la población inmigrante. 3.2. Historias de vida: el lugar de la subjetividad La etnografía permite recoger testimonios subjetivos, personales, más allá de su representatividad o de su reducción a una categoría clasificatoria. Es por ello que, de acuerdo con el interés que tiene para la comprensión de los fenómenos sociales y la realidad profesional, destacamos la necesidad de revisar las historias de vida de individuos y/o grupos humanos más amplios que, a través de sus recorridos personales, pueden mostrarnos una auténtica historia social. El antropólogo Carles Feixa nos dice, por ejemplo, que las etnografías basadas en narrativas personales y el género biográfico, permiten leer una sociedad a través de una vida. «Aunque los personajes biografiados no pueden considerarse, en sentido estricto, representativos de sus respectivas culturas (...), sus voces nos dan claves para comprender los respectivos sistemas sociales en los que sus vidas se insertan» (Feixa, 2006: 40). 60 Es lo que sucede cuando revisamos la biografía de individuos que, por diversas razones, se encuentran al margen de la sociedad. Se trata de una modalidad de estudios etnográficos que, tal y como nos recuerda Pujadas (2010b: 234), desde los primeros trabajos de los integrantes de la escuela de Chicago «se ha convertido en un paradigma de los estudios urbanos, los estudios sobre desviación y del compromiso crítico de los investigadores con las políticas de intervención social». En este sentido, en nuestro país han abierto posibilidades de análisis que han tenido cierta repercusión. Un ejemplo conocido lo encontramos en la España de los años setenta y ochenta, interesada en la vida de los famosos «quinquis». El libro del antropólogo Oriol Romaní A tumba abierta. Autobiografía de un grifota, se inscribe en esta tendencia al recrear la vida de «El Botas», un consumidor habitual de hachís que pasa por correccionales, prisiones, robos, la Legión y el matrimonio con una sueca hasta su regreso final a Barcelona, con el objetivo de ofrecer la descripción y el testigo de los inicios de una «subcultura» relacionada con el consumo de drogas, la marginación social de los jóvenes, la delincuencia y la vida en las periferias urbanas. Tal y como dice Romaní (1983: 28) en la introducción de este relato biográfico: (...) siempre que se haya escogido a un personaje adecuado, la biografía puede ofrecer una gran cantidad de información sobre la vida de un individuo y su mundo, y un tipo de información que, además, acostumbra a ser difícil de obtener de otra manera: cargada de vivencias, percepciones, sentimientos, valoraciones... es decir, tal y como se da en la realidad cotidiana. Y si lo que nos interesa a 61 los científicos sociales es (...) conocer la vida de la gente, no hay duda que esta es una de las formas privilegiadas de acercarnos a ella, sobre todo si sabemos contextuar la subjetividad de toda historia de vida en unos determinados parámetros teóricos de tipo más general. Así pues, a partir de historias de vida como la que acabamos de citar, no solo comprendemos los itinerarios vitales de sus protagonistas, sino también el hecho de que algunos de estos itinerarios, sobre todo cuando tienen que ver con trayectorias de marginación social, contribuyen a describir ambientes sociales determinados que ayudan a explicar las causas de estas trayectorias y, más aún, la injusticia del tratamiento (asistencial, preventivo, policial, etc.) a la que a menudo se ven abocadas. Tal y como afirma Bourdieu (1999a: 446) en uno de sus capítulos de La miseria del mundo, «a través del relato de las dificultades más “personales”, de las tensiones y contradicciones en apariencia más estrictamente subjetivas, se expresan muchas veces las estructuras más profundas del mundo social y sus contradicciones». 3.2.1. Relatos de vida: jóvenes migrantes de Latinoamérica Como hemos visto, podemos concebir las historias de vida como fuentes de conocimiento social. Los trabajos de campo actuales, caracterizados por el eclecticismo metodológico e interdisciplinar, incorporan las historias de vida como una forma de dar voz a los actores implicados en el estudio de una realidad concreta. Un buen ejemplo de esta heterogeneidad en el uso de procedimientos de investigación que incluyen las historias de vida y los 62 relatos biográficos lo hallamos en el estudio dirigido por Carles Feixa (2005a) en torno a los jóvenes de origen latinoamericano en Barcelona. Fruto de un encargo de los Servicios de Prevención del Ayuntamiento de Barcelona para conocer la problemática de las «bandas» entre los jóvenes latinos a raíz del asesinato del adolescente colombiano Ronny Tapias, se llevó a cabo un amplio estudio de campo en el que se recopilaron diferentes materiales etnográficos (entrevistas orales, observaciones etnográficas y recopilación de fuentes documentales y mediáticas) con el objetivo de conocer la realidad de un colectivo que, debido a fenómenos puntuales de violencia como el apuntado anteriormente, estaba siendo objeto de una construcción social y mediática criminalizadora. Para ello, se adoptó una perspectiva de análisis que fue combinando cuatro tipos de lentes distintas: En primer lugar –nos dice Feixa (2005a: 20)–, pretendíamos contrastar la óptica «externa» de las fuentes documentales –hemerográficas, audiovisuales, virtuales, institucionales– con la óptica «interna» de los propios sujetos entrevistados. En segundo lugar, buscábamos comparar estas verbalizaciones subjetivas con observaciones etnográficas sobre las prácticas sociales en espacios públicos –plazas, centros comerciales, espacios de ocio, etc. En tercer lugar, queríamos poner frente al espejo la visión de los propios jóvenes –informantes de distintas edades, géneros y procedencias geográficas– con la visión de los adultos que están en contacto con ellos –técnicos, profesores, educadores de calle, familias y miembros de asociaciones. En cuarto lugar, perseguíamos resituar las voces de los distintos sujetos juveniles implicados, agrupados 63 según su condición social –chicos y chicas, migrantes y autóctonos, estudiantes y trabajadores, etc.– y su relación con las «bandas» –líderes, miembros, ex miembros, simpatizantes, no miembros, etc. De los materiales etnográficos recopilados en esta investigación destacan, en primer lugar, los relatos biográficos de diferentes adolescentes y jóvenes latinoamericanos que vivieron la experiencia de la migración. En este caso, Feixa (2005b: 39) apunta que todos ellos parecen cortados por el mismo patrón: (...) una fuerte añoranza del lugar de origen simbolizada en los paisajes de la memoria; una adolescencia vivida en familias transnacionales, al cuidado de abuelas y familiares; un sentimiento de destierro por una decisión de venir que ellos y ellas no han tomado; una acogida emocionante y al mismo tiempo traumática en una nueva ciudad y con unos padres y madres prácticamente desconocidos; una añoranza persistente combinada con un firme deseo de asentamiento. Aunque existen variantes en función del país de origen, del momento y la edad de la migración, el relato integra una triple crisis: la propia de la adolescencia, la de una familia transcontinental, y el vacío de la emigración. Las condiciones de superación o no superación de estas crisis condicionan el proceso de acogida y asentamiento de estos jóvenes. Para trazar este proceso, Feixa lo evoca a partir de las voces de los propios jóvenes. Para ello, intercala sus relatos teniendo en cuenta diversos momentos de su historia migratoria: los recuerdos del lugar de origen, la 64 evocación del país abandonado y la comunidad perdida, la reacción ante el proceso migratorio de sus progenitores (principalmente de las madres), la resistencia a emigrar, el trauma del reencuentro, las condiciones de vida material y social durante el asentamiento, el mantenimiento del contacto con los lugares de origen, etc. forman parte de un proceso que nos permite ver la realidad de estos jóvenes más allá de los efectos más visibles y últimos de la conflictividad social. A continuación, citamos algunos ejemplos que se pueden leer en el libro (Feixa, 2005b: 39-58): Es un pueblo pequeño y yo me crié ahí. Hay muchas montañas, muchos ríos y ríos muy peligrosos, muchos bosques, muchas frutas… La casa tenía animales, había palomas y un perro. Yo allá andaba mucho por la montaña y jugaba con mis amigos e iba a la piscina, los ríos. Las casas allá son muy grandes (...) [Rizos, R. Dominicana, 16]. Yo me quiero volver a Guayaquil, porque allá tengo mis amistades, allá conozco a casi todo el mundo y todo el mundo me defendía [Jimy, Ecuador, 14]. Ahora estoy menos tiempo con mis padres, con mis abuelos, mis tías también. Muchos están aquí, pero ya no comparto las cosas con ellos. (...) Aquí cada uno tiene su casa y nos cuesta más hablar (...). [Vanessa, Ecuador, 13]. Siempre hay bulla, música puesta, subida y con el volumen a tope en las casas, en los bares, donde quieras. (...) Aquí tú escuchas música y empiezan los vecinos de abajo a gritar (...) [El Parcero, Colombia, 16]. 65 Yo no me quería venir de allí. Bueno, al principio me quería venir porque, tú sabes, son mis padres y por lo que sea tengo que estar al lado de ellos y me dijeron que si me quería venir y yo dije que sí, pero al mismo tiempo con la tristeza que sabía que dejaba a mi abuela [Yankee, Ecuador, 16]. Uno se hace una idea y cuando llegas es otra cosa. Cuando yo llegué creí que iba a vivir como una reina, ¡¡¡como una princesa!!!, y ¡mira lo que es esto!, esto es peor que vivir allá [More, R. Dominicana, 19]. Las historias de vida de estos jóvenes sirven también para analizar sus redes de socialización y la configuración de sus identidades culturales. A patrones de identificación preexistentes como el color de la piel, el acento y la gestualidad, los gustos estéticos y musicales, etc. se añaden nuevos elementos identitarios, adquiridos en los nuevos espacios de sociabilidad y en la interacción con la sociedad de acogida. De la interacción con dicha sociedad, surgen ciertas retóricas de la «exclusión», pero también formas de «inclusión» en el espacio público. Extraemos de nuevo algunas citas para dar muestra de ello (Feixa y Porzio, 2005: 59-75): La cosa que falta más para los extranjeros de aquí son los papeles, que son muy difíciles de obtener. (...) Solo pediría papeles para los extranjeros [Amanda, Brasi, 16]. Un día, cuando estábamos en el autobús, veníamos de la playa y no había nadie en el autobús, un amigo tenía los pies levantados en el asiento y dijeron: «¡Quita los 66 pies!» Mi amigo tenía estirados los pies porque estábamos cansados de la playa. ¡Y la señora justo se quiere sentar allí, estando toooodo el autobús vacío! La señora quería hacernos enojar. Y después no sé qué empezó a decir: «Ustedes desde que llegan hacen problemas» [Toño, Perú, 17]. Ahora han bajado mucho las peleas, porque antes había muchas, empezaban dos y ya acababan los amigos, siempre entre españoles y latinoamericanos [Vanessa, Ecuador, 13]. (...) Generalmente la gente busca los parques, pero nosotros no tenemos, hay uno que está en el barrio que ya está ocupado, como quien dice (...) por otro grupo de latinos… con excepción de las canchas ésas, de los filipinos, donde no hay ecuatorianos. (...) Poder ir podemos, el problema es que si vamos, hay mucha tensión en el ambiente. Al no conocernos ellos dudan, sospechan que podemos ser de algún grupo contrario… [Christian, Ecuador, 16]. Una perspectiva metodológica como la etnográfica, capaz de integrar las historias de vida de estos jóvenes, produce una serie de datos primarios estratégicos que acaban siendo fundamentales para el conocimiento y la intervención institucional; en este caso, la del Ayuntamiento de Barcelona. Analizada así, la realidad deviene mucho más compleja. Una respuesta institucional basada, por ejemplo, en la seguridad, reduciría esas vidas a una cuestión de orden público, invisibilizando lo que verdaderamente hay detrás del estereotipo de las «bandas juveniles» violentas. 67 El estudio que citamos es mucho más amplio. Por razones de espacio, no podemos seguir mostrando la gran variedad de material etnográfico recopilado. Con todo, debemos concluir que la investigación tuvo una importante repercusión pública, sobre todo porque permitió dar visibilidad a los portavoces de los principales colectivos (la Nación de los Reyes y Reinas Latinos y la Asociación Ñeta). Tal y como se afirma en la introducción de la publicación que aquí hemos reseñado brevemente, la voluntad de estos colectivos de condenar la violencia e iniciar un proceso de «visibilidad», constituyeron, en definitiva, una verificación práctica de algunas de las conclusiones de este estudio. Sin duda, no fueron las únicas, pues dio a conocer al mundo profesional la realidad de unos jóvenes sobre los que pesan ciertos estereotipos que acaban por condicionar los modelos de trabajo social y educativo realizados con ellos. 68 4. Experiencias de campo: abrir un diario o el hecho de escribir sobre la propia experiencia profesional El proceso de conocimiento de un caso, de una institución o una situación conflictiva determinada desde una perspectiva antropológica comienza con el trabajo de campo etnográfico. Como se explicó en el primer capítulo, la etnografía como metodología utiliza diversas técnicas de recogida de datos, la más característica de las cuales es la observación participante. La herramienta que recoge los datos de la observación participante es el diario de campo. Los etnógrafos han utilizado el diario de campo como instrumento desde el que registrar, formalizar y ordenar la información relacionada con sus investigaciones. Pero el diario de campo es también una herramienta totalmente subjetiva donde se mezclan muchas cosas, desde el registro de lo que se hace a las impresiones obtenidas, desde los estados de ánimo a las obsesiones de los propios etnógrafos; es decir, que tiene mucho de diario personal, de instrumento individual de autocontrol (Pujadas, 2010c: 289), que bien puede incorporarse como herramienta de trabajo para cualquier profesional del campo social. Las anotaciones que vamos haciendo en el diario nos proporcionan un material muy útil a la hora de comprender qué es lo que hay detrás de los conflictos con los 69 que nos enfrentamos. Zabalza (2004: 10-11) señala, en relación con la profesión docente, que escribir un diario es también una forma de entablar una especie de diálogo con uno mismo, que en el ámbito profesional permite racionalizar todo lo que ha sucedido cuando ha finalizado la jornada laboral, pero también descargar tensiones acumuladas, reconstruir mentalmente la actividad de todo el día, dar sentido para uno mismo a las experiencias que se han vivido a lo largo de la jornada, etc. Escribir sobre lo que uno está haciendo como profesional en cualquier contexto –sigue afirmando Zabalza– es un procedimiento excelente para ser consciente de los propios patrones de trabajo. Es una forma de «descentramiento» reflexivo que nos permite ver con perspectiva cómo actuamos y desarrollamos nuestras tareas profesionales. Es, además, una forma de aprender, porque a través de las anotaciones que vamos registrando en el diario de campo acumulamos información sobre lo que el mismo autor denomina la doble dimensión de la práctica profesional: los hechos en los que vamos participando y la evolución que estos hechos y nuestra actuación han ido sufriendo a lo largo del tiempo. De esta manera, revisando el diario podemos obtener esta doble dimensión –sincrónica y diacrónica– de nuestra actividad profesional. Es por este motivo que animamos a los profesionales del campo social a abrir sus propios diarios de campo y lo hacemos a través de algunos ejemplos extraídos de las entradas en los diarios que uno de nosotros ha abierto a lo largo de su recorrido profesional. [6-05-1998]: En Semana Santa los educadores de plantilla cogen vacaciones. (...) A Nico y a mí, que venimos a hacer 70 las sustituciones, nos ha tocado el turno de noche (12 horas). Ya nos habían dicho que en un centro de acogida puede producirse un ingreso en cualquier momento, así que los Mossos nos han traído a una chica de 17 años a las 3h de la madrugada. Nos dicen que la han encontrado en una especie de cueva en las afueras de Salou después de que un agricultor denunciara que un grupo de adolescentes pasaban las noches allí. Parece que esta chica vivía en aquella cueva desde que se fugó de su casa hacía tres semanas. Cuando los Mossos se la han llevado a comisaría, esta lo ha aprovechado para denunciar a sus padres por malos tratos, pero no esperaba que la encerraran a ella en un centro de acogida para protegerla. No ha entrado, pues, demasiado receptiva. Menos aún cuando le hemos dicho que tenía que ducharse y cambiarse de ropa, siguiendo el protocolo de ingreso, antes de darle un vaso de leche y ponerse a dormir. A. es la típica adolescente que, de entrada, genera un fuerte rechazo. Antipática y provocadora, no ha hecho más que quejarse y exigir. Se nos ha reído en la cara (...), a dos tíos de veintitrés tres y veinticuatro años con chándal y zapatillas que aquellas horas de la noche representábamos la autoridad institucional. Le ha entrado la risa cada vez que le hemos dado consignas y más serios nos mostrábamos en el cumplimiento de nuestro deber. De repente, sus colegas han llegado al centro a buscarla. Un grupo de empastillados en coche tuneado y música enlatada a todo volumen dispuestos a llevársela para acabar de pasar la noche de fiesta. Era imposible hacerles entrar en razón, y ha sido necesario llamar a la Guardia Urbana. Mientras tanto, el resto de niños han empezado a salir de sus habitaciones porque no podían dormir debido al ruido de la calle y los gritos de la 71 muchacha que, ante nuestra negativa de dejarla salir, se ha dedicado a tirar muebles y objetos por el suelo y a gritar por toda la casa (...). J. Solé: Diario de campo. Centro de Acogida 1997-1998 La entrada de este diario de campo muestra las primeras experiencias profesionales de un educador novel que no puede disimular su impresión por unas anécdotas que pronto formarán parte de su cotidianeidad laboral. En su intento por recoger los hechos más relevantes de su entrada en el centro, no puede evitar ponerse en medio de la acción. En cierto modo, tal y como les ha ocurrido a tantos etnógrafos, la escritura de las primeras notas en sus cuadernos de campo tiene también una función terapéutica, señal de que su inmersión en un nuevo grupo humano transforma algo de su propia existencia. A medida que pasará el tiempo se acostumbrará a vivir este tipo de situaciones, que lo irán curtiendo y lo harán madurar. Mientras tanto, enriquecerá sus notas con nuevas observaciones que le llevarán a cuestionar el sentido de los comportamientos de los jóvenes acogidos en el centro y su propia práctica profesional. El caso de A., por ejemplo, a pesar de permanecer en el centro tres meses y verla solo en periodos de sustituciones, dará mucho de sí en su proceso de aprendizaje: [1-06-1998]: Pasada la sustitución de Semana Santa, vuelvo al centro al cabo de tres semanas. Esta vez cubro una baja de una trabajadora que se ha roto los ligamentos mientras hacía una excursión por la montaña. Muchos niños se alegran de reencontrarme. Yo no lo tengo tan 72 claro. Como es sábado y entro a primera hora de la mañana, tenemos tiempo para recordar algunas anécdotas de la última vez que estuve en el centro. La educadora que hace conmigo el turno me cuenta que A. sigue «movida» y que «no se está adaptando nada bien a la dinámica del centro». Pronto iniciamos un debate sobre lo que entendemos uno y otro en torno a su presunta inadaptación (...). Enseguida me doy cuenta que el hecho de no haber estado en el centro en las últimas semanas me permite ver el caso con más distancia y sin tanta implicación emocional como la que deposita mi compañera, cansada de los conflictos diarios, los gritos y las reacciones desmesuradas de la muchacha, etc. Sin embargo, yo le he insistido en el valor que tiene el hecho de que siga en el centro, que esto debe querer decir algo, que está estableciendo un vínculo, que todo su comportamiento responde a su desesperación por encontrarse tan sola, con unos padres que solo la han llamado una vez y no la han ido a ver nunca y unos colegas que se han cansado muy rápido de tener que esperarla. «Quizá sí», me dice mi compañera, «pero ¿qué es lo que dirías si cada día con ella hubiera sido como la primera noche que sufriste tú mismo en el momento de su ingreso? (...)». J. Solé: Diario de campo. Centro de Acogida. Período 1997-1998 En el diario de campo se intenta registrar todo lo que puede ser significativo, más allá de las anécdotas que dejarán una huella en la memoria del educador. Las reuniones de equipo, las entrevistas con otros profesionales, la lectura de expedientes, las dificultades en el cumplimiento de las tareas, etc. se convierten en indudables 73 fuentes de información y motivo de reflexión en torno a múltiples aspectos de la práctica profesional. En la entrada que citamos a continuación se podrá observar que en las notas recogidas en el diario de campo no se esconden las situaciones que generan mayor sorpresa o, incluso, cierto conflicto. Lo que se pierde en objetividad se gana en espontaneidad. Con el tiempo, al revisar aquellas notas, uno puede ponderar mejor sus errores y sus aciertos. En este caso, el diario sirve para tomar conciencia de aquellas funciones que definen la identidad profesional en los diferentes contextos de trabajo. [20-05-2003]: He participado ya en algunas reuniones desde que entré en los Servicios Sociales y no pensaba que lo peor de este trabajo tuviera que ver con el hecho de encontrar (y defender) mi lugar profesional. Se habla mucho de equipos multidisciplinarios pero las trabajadoras sociales lo acaparan todo. Ellas fueron las primeras en ser contratadas para poner en marcha la atención primaria de los servicios sociales en todos los municipios de la comarca y, acostumbradas a hacer de todo –como dicen ellas que hacen–, no entienden nuestra figura más allá de tener que intervenir en los «casos de infancia», donde creen resolver la ecuación «educación social = niños», así como algún que otro caso de adolescentes que dan problemas en el instituto, en el pueblo o en casa. Por un lado dicen que están encantadas de que por fin se pueda realizar un trabajo interdisciplinar, compartir casos y no sentirse tan solas. Por el otro solo hacen que llenar sus agendas con primeras entrevistas, en las que filtran los casos y deciden derivarnos aquellos en los que se detecta 74 la presencia de algún niño, siempre y cuando se encuentre en situación de riesgo. Si hay niños quiere decir que tenemos algo que hacer los educadores sociales, pero la decisión última la toman ellas. Después los que nos quedamos solos somos nosotros (...). J. Solé: Diario de Campo. Servicios Sociales del CCBP. Período 2003-2005 Hoy en día hay muchas formas de llevar un diario de campo. La más común es que cada cual haga un uso personal del mismo, aunque siempre se encuentra a educadores dispuestos a compartir sus notas para someterlas a discusión en grupos de trabajo o entre compañeros. El modelo de trabajo de los profesionales del campo de la acción social ha adoptado cierto patrón de exposición de «casos clínicos» y/o «estudios de caso» a la hora de reflexionar y teorizar en torno a las prácticas profesionales y las situaciones vividas (Pereira, Solé y Fernández Rodicio, 2012). Sin embargo, las nuevas tecnologías están dando un impulso diferente a la circulación de saberes y al establecimiento de redes profesionales; también a la hora de escribir sobre sus situaciones profesionales más allá de los circuitos cerrados de las publicaciones académicas. Algunos lo están haciendo a través de blogs y páginas web de todo tipo (Rubio, 2013). Muchas de estas páginas se gestionan de forma colectiva. Poco entusiastas de la autoría individual, hay profesionales que convierten su recopilación de experiencias en el terreno en un proceso de construcción colectiva. Si queremos mostrar algún ejemplo de estos diarios hipertextuales es porque consideramos que también tienen un interés etnográfico, 75 más allá de que formen parte de la intención confesa de sus autores. En cualquier caso, algunos bloggers están inmersos en un proceso de reflexión muy comprometido para intentar comprender mejor su práctica profesional mientras la describen. Es habitual que muchos se dediquen a registrar lo que ocurre en su lugar de trabajo, con el ánimo de aportar una mirada propia de la educación social, un primer paso que dote de contenido a un discurso profesional capaz de mostrar unas prácticas reconocibles en el amplio campo del trabajo social. Así se puede observar, por ejemplo, en los dos posts que recogemos a continuación. 2.0. El wikileaks de los padres de adolescentes. Una señora, llamémosle Elena, se quejaba en mi despacho de su hija adolescente. Su queja reflejaba hasta qué punto las redes sociales están cambiando la percepción de ese conflicto. Hace muy poquito, antes de internet, la queja era lo poco que sabían de sus hijos. (...) Pero la señora Elena no se queja de falta de información. Al contrario, ¡lo sabe todo!. Eso es lo que le preocupa. Antes sin información, y ahora con tanta, una cosa no ha cambiado: detrás de un adolescente hay un padre preocupado. Su hija ya no es la adolescente que Elena fue, en una época en que la privacidad aún tenía cierto caché. Han llovido grandes hermanos y ha llegado la tecnología y las redes sociales. Un paraíso para la adolescencia, lugar de la vida donde la popularidad es algo muy serio. Cuelgan las fotos de sus juergas, fotografían sin parar cada minuto, 76 chatean, se graban en vídeos que cuelgan en la red. Poca broma, les va la vida en ello. Saben que los padres pueden verlos y leerlos pero no parece importarles mucho. Han descubierto que el panóptico después de todo no era tan terrible. Los padres, por su parte, no están preocupados por Facebook o Tuenti, como suele decirse, están preocupados por lo que Facebook y Tuenti les dejará ver a poco que se asomen. Saberlo todo les sirve para comprobar que en realidad seguirán sin saber casi nada de ellos. Pueden abrir por fin la puerta de los secretos y descubrir lo que ya temían: que sus hijos empiezan a ser más hijos de su tiempo que de sus padres. Para los educadores también son tiempos interesantes. La calle, las plazas, las discotecas, todos aquellos territorios por donde andaban los adolescentes, tan opacos y difíciles siempre para un adulto, caben hoy en un smartphone. Quique, 13/01/2011 en http://eleducadorsocialenalaska. blogspot.com La puerta giratoria. En educación social, un@ es o se siente algo veterano cuando empieza a trabajar en un nuevo caso o recibe la visita de una nueva familia y al levantar la vista de los papeles y reconocer visualmente a los otr@s interlocutores, se encuentra a ciudadanos reconocidos, viejos amigos del servicio o antiguos educandos. (...) Estas semanas atrás, ha iniciado el ciclo de acogimiento residencial una joven de nombre Janire. Janire tiene 10 77 años, de los cuales 9 ha vivido dentro de un esquema de familia extensa, donde se sabe quién es el referente de primer orden pero no se atina a vislumbrar quien es el último. «Somos muchos y entre todos la cuidamos», es la práctica cotidiana. Cuando queremos asegurar ciertas costumbres y responsabilidades (asistencia escolar, cuidados básicos de atención e higiene, refuerzo y estimulación personal y educativa, etc., etc.) nunca se sabe bien a quién recurrir. Al fin y al cabo, la niña es feliz en un mar de caos. La institución protectora no puede (ni debe) mirar a otro lado. Se proponen programas de ayuda y asesoramiento familiar, de seguimiento individualizado con la niña reportándole ciertos hábitos cotidianos y acercamiento de aquellos recursos que puedan servir de utilidad. Tantos que incluso los propios educadores sociales tendemos a criticarlos en ocasiones como una sobreexposición a multitud de recursos. Lo que en algunas ocasiones parece ser una ausencia de recursos o ayudas, en otras se convierte en un sobredimensionamiento. (...) Esa nueva visita y ese nuevo caso constataba que Janire no surgía de la nada, ni de unos malos hábitos en su cuidado: apareció, recurrente en el tiempo, como consecuencia de su progenitor. Un joven inconsciente y negligente, que tampoco supo ser padre, evitando el proceso o la institucionalización que él mismo había vivido una década antes. ¿Y dónde queda entonces el trabajo de los profesionales y las instituciones, que no logran evitar este ciclo circular? (...). Asier, 7/02/2011 a http://www.educablog.es 78 Empezar un diario de campo (o un blog, como los que hemos mostrado en los ejemplos anteriores) es un primer paso para iniciar un proceso de conocimiento y reflexión que nos permita analizar la realidad antes de emprender cualquier acción. El hecho de que los educadores sociales abramos un diario de campo o apliquemos cualquier técnica propia del proceso etnográfico no significa, sin embargo, que estemos haciendo etnografía. Probablemente, muchos de nosotros nunca utilizaremos estas técnicas con esa intención. Ahora bien, reiteramos, para finalizar, que la etnografía en general y el diario de campo en particular son muy útiles a la hora de describir, explicar, comprender e interpretar realidades socioculturales e institucionales que están directamente vinculadas con nuestro campo profesional. Saber combinar la observación empírica con las cuestiones teóricas que surgen de la reflexión, tal y como nos ha enseñado la etnografía, es lo que nos permitirá conocer mejor las dimensiones profundas del comportamiento social, la materia prima que, en definitiva, forma parte de nuestro principal objeto de estudio y de trabajo. 79 5. Conclusiones El sistema-mundo en el que vivimos está profundamente marcado por unos procesos de globalización que obligan a utilizar nuevos instrumentos de análisis y marcos de interpretación desde los que poder explicar los fenómenos económicos, sociales y culturales de nuestra época. En este sentido, la antropología y otras disciplinas afines llevan tiempo analizando, por ejemplo, las dinámicas globalizadoras generadas por las nuevas formas de capital. Unas dinámicas que modifican los contextos locales y, con ellos, la experiencia cotidiana y los propios modelos de supervivencia (Ferrándiz, 2011). Aparecen, así, nuevas formas de «sufrimiento social» en escenarios cada vez más complejos (Bourdieu, 1999b; Wacquant, 2001). En este contexto, el sentido de la investigación etnográfica hay que hallarlo en múltiples campos de análisis. Una investigación que debe ser capaz de analizar tanto los espacios más íntimos de la experiencia como los niveles macroestructurales en los que cabe hallar las causas de los conflictos locales. No se puede llegar a interpretar una realidad si, previamente, no se ha sido capaz de comprenderla. Será a partir de esta comprensión que el profesional del campo social podrá construir y tomar una posición en torno a esa realidad y, con ella, fundamentar su modelo de trabajo social y educativo. 81 El sentido que se ha querido dar a la etnografía en estas páginas, así como las razones que se han expuesto para defender su utilidad en el campo de la educación social, parten de la convicción de que la etnografía aporta un enfoque necesario y una mirada original sobre los problemas del mundo contemporáneo que hay que poder integrar en la propia experiencia profesional. La perspectiva etnográfica orienta una manera de situarse en el terreno que, en nuestro caso, no es otro que el de los propios escenarios laborales, guiando una manera de relacionarnos con la gente y, muy especialmente, con las personas con las que se trabaja diariamente, permitiendo hacer de la profesión algo más que el desempeño de unas tareas y funciones encargadas por políticos, administraciones e instituciones. Proponer a los educadores sociales que adopten una actitud etnográfica ante su trabajo significa, para nosotros, tres cosas fundamentales: • Incorporar algunos aportes metodológicos de la etnografía como la actitud de extrañamiento y/o distanciamiento social, así como los análisis e interpretaciones de la realidad que ésta es capaz de desarrollar. Desde esta perspectiva, entendemos que los modos de investigar, describir, analizar y representar las sociedades y las culturas desde la etnografía, así como de aplicar su conocimiento, ofrece marcos epistemológicos y metodológicos muy válidos desde los que fundamentar, renovar y/o problematizar el ejercicio profesional de la educación social. 82 • Tener en cuenta los puntos de vista de los diferentes actores sociales que de una manera u otra forman parte de las realidades con las que se trabaja. Cualquier aproximación a los hechos o fenómenos sociales muestra la necesidad de contemplar la pluralidad de voces que, desde la perspectiva de los actores sociales, configuran una realidad social multifacética, plural, que nos habla de la heterogeneidad de roles y de perspectivas de las personas. Esto quiere decir que nos debemos esforzar en hallar esas voces diferenciadas, para contraponerlas y confrontarlas ante los diferentes hechos que conforman esas mismas realidades. • Adoptar una posición ética (y política) que deriva de un compromiso con el otro, consistente en denunciar (o, como mínimo, no esconder ni negar) las diferentes situaciones de marginación o vulneración de derechos sociales que pueden padecer las personas más débiles de la sociedad. Entre los componentes éticos de esta actitud etnográfica cabe destacar también la responsabilidad profesional de no contribuir a presentar los sujetos y las realidades con las que se trabaja como un problema que pueda acabar promoviendo estereotipos o la estigmatización social. Nuestra posición profesional debe servir, como sucede con el trabajo etnográfico más honesto y compro- 83 metido, para describir los hechos y denunciar los abusos o cualquier forma de discriminación, sobre todo cuando el Estado renuncia a su misión primaria a la hora de sostener la infraestructura organizativa indispensable para asegurar el funcionamiento de una sociedad cada vez más compleja y en la que las desigualdades y la marginación social aumentan de forma exponencial. Sin duda, la actitud etnográfica previene al mundo profesional contra la tecnocratización en el desempeño de sus funciones y la mediatización de las realidades socioculturales, sobre todo cuando son representadas en sus versiones más espectaculares y negativas. En este sentido, aunque no se pueden obviar esas representaciones mediáticas, los profesionales deben ser capaces de distinguir, en un sistema explicativo que impone cierto discurso público dominante, qué factores son los verdaderamente importantes en las situaciones donde desarrollan su actividad profesional. La insuficiencia de los análisis, como ocurre cuando la realidad social se recorta según categorías administrativas, tan cómodas y eficientes desde el punto de vista político, se manifiesta sobre todo en el tipo de soluciones propuestas, que acostumbran a mantenerse en la superficie de las cosas (Champagne, 1999: 192). Esto cuando no forman parte –tal y como ha demostrado Wacquant (2010: 21) en su Antropología histórica del Estado– de una estrategia mucho más agresiva en la actual era del neoliberalismo que pretende reestructurar el Estado social con el Estado penal, «en la medida en que trata de vincular las modificaciones de las políticas sociales a las de las políticas penales». La actitud etnográfica, pues, adquiere todo su sentido si es capaz de promover una conversión de la mirada 84 que permita al profesional desarrollar cierta aptitud para percibir y pensar la realidad más allá de ciertos mecanismos discursivos y prácticos que –tal y como sostiene de nuevo Wacquant (2010: 23)– «operan para unir la sanción penal y la supervisión del Estado de bienestar en un solo aparato para la captura cultural y el control de la conducta de las poblaciones marginales». Esta conversión de la mirada no solo debe aspirar a observar la realidad con mayor objetividad, sino a hacerlo desde lejos –tal y como nos enseña la antropología–, manteniendo la distancia respecto a aquellos hechos que se nos presentan como evidentes de acuerdo a la presunta naturaleza de las cosas y, muy especialmente, a los desafortunados clichés que justifican políticas públicas con las que se acaba estandarizando la actuación de los profesionales. Una conversión de la mirada que debe servir, además, para comprender los problemas expuestos por los otros, sobre todo por aquellas personas directamente afectadas por las políticas públicas y los servicios sociales, con el objetivo de hacerlos propios desde el extrañamiento e identificar con mayor claridad las circunstancias y condiciones objetivas de sus existencias. 85 Bibliografía • • • • • • • • Ardèvol, E. (2006). La búsqueda de una mirada: antropología visual y cine etnográfico. Barcelona: Editorial UOC. Augé, M. (1996). 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