Cuenta tu historia Hechos 4:20 (NVI) «Nosotras no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» ¡No van a creer lo que acaba de pasar! ¡Tengo que contarte una historia! ¿Tienes un minuto para que te cuente algo? ¡Tengo que contárselo a alguien o me voy a reventar! Así pasa cuando algo maravilloso pasa en nuestras vidas. Queremos contarle a alguien lo bueno que nos ha sucedido. Y eso es exactamente lo que Pedro y Juan dijeron: —«no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído». Esto fue lo que pasó: cuando Pedro predicaba el evangelio, cuando los apóstoles contaron la historia de la muerte y resurrección de Jesús, la gente creyó y siguieron el Camino. El día de Pentecostés, ¡tres mil personas se unieron a la naciente iglesia! En la siguiente cruzada de predicación, cinco mil hombres se hicieron creyentes. Y ese total ni siquiera incluye a las mujeres y niños que sin duda escucharon la historia de las buenas noticias y respondieron a ella también. Entonces, esa clase de avivamiento hizo que los líderes de la iglesia trabajaran todos en un frenesí de liderazgo. A Pedro y a Juan los hicieron comparecer ante los líderes del templo debido a sus actividades de predicación y sanación. Cuestionaron la autoridad de los apóstoles y les pidieron sus credenciales educativas. No solo estaban los apóstoles contando la historia de las buenas nuevas, sino que sus acciones hablaban por sí solas, porque acababan de curar a un lisiado en el nombre y poder de Jesucristo. Los líderes del templo se reunieron y reconocieron que todo Jerusalén había oído las historias y visto los milagros. Estaban preocupados. No sabían qué hacer para detener este nuevo movimiento. Así que hicieron lo único que sabían hacer: ordenarles a Pedro y a Juan que dejaran de hablar acerca de Jesús. ¿Qué? ¿Acaso es posible? «Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído». ¡Así se habla, Pedro y Juan! ¡Y que así lo seamos nosotras también! ¿Dónde has visto a Dios obrar en tu vida o en el mundo? Todas tenemos una historia; un testimonio. Dar nuestro testimonio es contarles a los demás lo que Jesús ha hecho en nuestra vida personal. Y hay muchas maneras de «contar nuestra historia»: en cada conversación, hablando con nuestros hijos a la hora de dormir, o haciendo fila para pagar en la tienda, enseñando escuela dominical, cantando en el coro de la iglesia, haciendo trabajo voluntario en comedores de beneficencia. En el libro Practicing Our Faith [Practiquemos nuestra fe], Thomas Hoyt, Jr. escribe un capítulo sobre el testimonio, en el que afirma que el testimonio puede ir más allá de las palabras: «un acto silencioso de compasión puede a veces dar un testimonio más poderoso de la presencia de Dios que un sermón bien elaborado».1 No obstante, los testimonios silenciosos no nos libran de hablar. Nuestras palabras y acciones van de la mano. Si Pedro y Juan hubieran únicamente sanado al lisiado, la historia no habría sido contada. Somos llamadas a contar toda la historia del amor de Jesús por nosotros y por todo el mundo. Después de todo, Jesús murió por todo el mundo. Tenemos una historia que contar, un testimonio que dar al mundo. ¡Seamos narradoras de historia por Jesús!