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Del Mithos al Logos. La filosofía como pensar crítico radical (11) (2) (1)

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Del Mithos al Logos. La filosofía como pensar crítico radical: el conflicto
entre razón versus creencia
José Emanuel Campos Madrigal
«El mito cuenta una historia sagrada; relata un
acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo
primordial, el tiempo fabuloso de los comienzos.»
Mircea Eliade
1. Introducción
Uno de los términos que día a día escuchamos en el uso común de nuestra lengua y
en diversos ámbitos de nuestra vida, es la palabra “mito”. Con frecuencia, escuchamos las
frases: “eso es un mito”, cuando alguien quiere decir que un acontecimiento es una mentira,
o un “cuento”, es decir, cuando queremos expresar que algo no es “real”. Por lo tanto, en
nuestro significado cotidiano del concepto mito, lo usamos como sinónimo de mentira o
engaño. Como veremos en este pequeño ensayo, esa confusión ha generado que los mitos,
asociados al mismo universo de la ficción o el engaño, hayan perdido su trascendencia
original, hasta el punto de perder el interés desde cualquier punto de vista que no sea la pura
fascinación que transmiten por sí mismos.
El problema es que no solamente se produce esta confusión en la significación
conceptual. Es menester precisar lo que entendemos por la palabra mito, pues la utilizamos
de manera ambigua: como vocablo con contenido que remite a una determinada realidad,
aunque no sea la cotidiana, sino engrandecida por lo simbólico, y como todo lo contrario, un
mito es una mentira, un cuento, algo que no significa nada, un bulo, una falsa creencia (este
tema lo veremos más adelante). Sin olvidar el clásico enfrentamiento u oposición entre el
1
“Mythos y Logos”, lo cual apunta a una diferencia de enfoque o perspectiva entre dos formas
de conocimiento.
En muchas ocasiones, vemos que los medios de comunicación otorgan a un personaje
el adjetivo “mítico”, simplemente porque es famoso y no porque represente un arquetipo (un
patrón o modelo a imitar) positivo o negativo para el conjunto de la sociedad que sea capaz
de trascender su contexto histórico. Entonces, ¿podemos considerar a Lionel Messi como un
personaje mítico, como un héroe (así visto en la antigüedad)? ¿Tiene la misma trascendencia
para nuestra sociedad un personaje como Keylor Navas, equiparado con un héroe nacional
como Juan Rafael Mora Porras?
Con esta introducción, lo que busco es problematizar el uso de la palabra mito en
nuestro contexto cotidiano. Así, si un mito es igual que un cuento, ¿qué valor ha de tener en
la investigación sobre los sucesos del pasado?, ¿qué valor cabe conceder a héroes y dioses, a
los que prestamos la misma credibilidad que a Caperucita Roja o al Gato con Botas? ¿Cómo
puede alguien en su sano juicio tomarse en serio las hazañas de Hércules o las aventuras de
Odiseo (Ulises)? De este modo, el mito es rechazado como fuente de conocimiento histórico,
pues, una vez asimilado como cuento, se le niega, igual que a este, toda posibilidad de
transmitir datos o hechos fidedignos.
Un mito, no es un cuento, no es algo falso o ficticio, y un personaje mítico no es un
personaje reconocido ni un futbolista o cantante famoso. Vamos a introducirnos en el
concepto de mito que entendían las culturas ancestrales, que son la base de nuestra forma de
entender el mundo en la actualidad. Para conocer lo que somos, siempre es necesario regresar
al pasado.
Los mitos son historias que nos conciernen, que nos explican a todos; sus
personajes son emblemas que el hombre ha utilizado alternativamente para identificarse con
ellos o para rechazarlos con fiereza, sin duda por verlos como un retrato demasiado
descarnado de su propia humanidad. Son un legado que surge en un contexto muy concreto
—sea la Antigüedad grecolatina, en el caso de los mitos clásicos, o en un periodo concreto
de la creación humana, en el de los mitos literarios—, pero que acaba despegándose casi
mágicamente de él, para cobrar nueva significación en cada época en que posamos los ojos
en ellos. Tan universales son los mitos de Prometeo, o de Sísifo, o del viaje de los argonautas
—o del sacrificio de Isaac o de las desventuras de Job, por ir a la mitología judeocristiana
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que tanto nos ha definido— como los personajes literarios de don Quijote, don Juan, el rey
Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda o, si se quiere, Superman, Spiderman, en general
el superhombre del siglo XX.
2. El mito como forma de interpretación o comprensión de la realidad
Cuando se trata de establecer con exactitud el rol del mito en la filosofía, surge una
serie de dificultades nada sencillas de resolver. No se puede obviar que la misma palabra
mythos (de origen griego) incluía en su etimología un sentido de fábula o relato carente de
verdad, de carácter meramente alegórico y que fue utilizada tempranamente en este sentido.
Si vamos al significado de la palabra original (del griego μῦθος, mythos), nos remite
a los conceptos de fábula o relato, que en la visión moderna, racionalista y científica es
carente de verdad. Desde esta perspectiva, el mito tiene un carácter estrictamente alegórico,
y desde el origen de la filosofía, se siguió utilizando en este sentido. Sin embargo, nos vamos
a distanciar de este prejuicio racionalista heredero de la Ilustración y la Modernidad para
tratar de comprender al mito desde su concepción originaria antropológica y simbólica, con
toda la riqueza que ella tiene. 1
Los pueblos y civilizaciones antiguas entendían el mito como una forma de concebir
el mundo (lo que en filosofía conceptualizamos como cosmovisión). Un mito es un relato
tradicional con base en antiguas creencias de diferentes comunidades y que presenta
explicaciones sobrenaturales de hechos o fenómenos naturales. El relato mítico se relaciona
con creencias religiosas, por lo que es asociado con un carácter ritual, es decir, presenta
elementos invariables (que se repiten) y se distingue por su perdurabilidad a través del
tiempo. El especialista José Manuel Losada lo define como:
El mito es un relato explicativo, simbólico y dinámico, de uno o varios
acontecimientos extraordinarios personales con referente trascendente, que carece en
principio de testimonio histórico, se compone de una serie de elementos invariantes
Para profundizar más en este tema recomiendo los siguientes libros: Mito y Realidad de Mircea Eliade, “El
poder del Mito” de Joseph Campbell. Y Kirk, G. S. El mito: Su significado y funciones en la antigüedad y
otras culturas.
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1
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reducibles a temas y sometidos a crisis, presenta un carácter conflictivo, emotivo,
funcional, ritual y remite siempre a una cosmogonía o a una escatología absolutas,
particulares o universales (Losada, J, 2012, p. 9).
Según M. Eliade (1991), marcar la diferencia establecida por los griegos,
distinguiendo el mito de la fábula, presenta un fundamento no solo válido para los pueblos
antiguos, sino también plenamente vigente hasta la fecha: los hechos que consideramos
historia sagrada, el tiempo sagrado, es decir, In illo tempore (en algún tiempo lejano no
conceptuado por la cronología histórica) no pueden haber sido inventados de la nada,
sino que, para los antiguos, estos son verdaderos. No se trata de una deformación fabulosa
(propia del artificio literario), como por ejemplo que un grillo converse con un escarabajo,
que un oso toque un violín o que una serpiente engañe a una mujer para que coma una
manzana, sino de un origen, un estado indeformable y absolutamente perenne. Lo mítico es
a la vez sagrado y real, y para acceder a él se deben pasar por procesos iniciáticos, propios
de las religiones de cada cultura. No se trataba de un relato fantástico e inverosímil, sino que
el mythos proporcionaba a la gente un contexto que daba sentido a sus vidas cotidianas;
dirigía su atención a lo eterno y universal (Armstrong, 2000). Como sostiene Eliade:
Los mitos revelan, pues, la actividad creadora y develan la sacralidad (o simplemente
la «sobre-naturalidad») de sus obras. En suma, los mitos describen las diversas, y a
veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de lo «sobrenatural») en el Mundo. Es
esta irrupción de lo sagrado la que fundamenta realmente el Mundo y la que le hace
tal como es hoy día. Más aún: el hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y
cultural a consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales (Eliade, M,
1991, p.7).
El propósito del mito no es entretener, como ocurre con el relato literario, sino
brindar una explicación al sentido de la vida. Por eso hay ciertos temas, como el origen
del ser humano y del Universo (mitos cosmogónicos), que aparecen tratados en las
explicaciones mitológicas de todas las culturas. El mito estructuró una forma particular
de entender el mundo y explicar los fenómenos de la existencia humana. A diferencia
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de la filosofía, y posteriormente, de la ciencia, que brindan explicaciones racionales y lógicas
a esos fenómenos; el mito da explicaciones mágicas y, hasta cierto punto, fantásticas. Por
esta razón, en los mitos ocurren hechos absurdos, se dan soluciones irreales y aparecen
personajes fabulosos. En nuestra mentalidad moderna y racionalista, vemos al mito como
algo peyorativo, pero si no lo contextualizamos como se debe, no lo comprenderemos en su
dimensión simbólica y vital para la vida de los antiguos.
El mito no se podía demostrar mediante una prueba racional, sus explicaciones
eran más intuitivas, o iniciáticas (para cada pueblo con su religión determinada).
Solamente llegaba a ser una realidad cuando se encarnaba en el culto, los rituales y las
ceremonias que influían estéticamente sobre los fieles. Además, rememoraba dentro de
ellos una idea de lo sagrado y les permitía comprender las corrientes más profundas de
la existencia.2
Un ejemplo de lo anterior, lo podemos observar en el mito El relato del Génesis no es
una antigua teoría del origen de las especies. En el siglo IV d. C., san Agustín (de Hipona),
teólogo fundador del cristianismo occidental, dedicó quince años a redactar un tratado sobre
la interpretación literal del Génesis, que jamás terminó, en el que ya sostenía que no había
que entender el texto bíblico literalmente cuando se contradice con la verdad que conocemos
a partir de otras fuentes. Más radical aún había sido en el siglo I el filósofo judío de habla
griega Filón de Alejandría, para quien el Génesis era una alegoría o un mito: una serie de
imágenes simbólicas entrelazadas con hechos imaginados que contenía un corpus de
significado que habría sido imposible de expresar con esa misma facilidad por otros medios.
La historia de Adán y Eva comiendo del Árbol de la Ciencia es una imagen mítica del
efecto ambiguo del conocimiento en la libertad humana. Lejos de ser intrínsecamente
liberador, el saber puede ser usado para esclavizarnos. Eso es lo que se quería decir con
aquello de que, tras haber comido la manzana prohibida a instancias de la serpiente –que les
prometió que, si lo hacían, serían como Dios–, Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del
Edén y condenados a una vida de trabajo constante. Los mitos, a diferencia de las teorías
científicas, no pueden ser verdaderos ni falsos. Pero sí pueden ser más o menos fieles a
2
Eliade (1991) plantea que el mito “se vive”. Cuando se toma contacto con un mito se es raptado y
transportado a un tiempo sagrado disímil al nuestro.
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la realidad de la experiencia humana. El objetivo de este relato es condenar la idea egipcia
de que el conocimiento del orden moral lleva a la vida eterna, ya que esta discrepaba con las
enseñanzas monoteístas hebreas. El mito del Génesis es una interpretación más veraz de
ciertos conflictos humanos ancestrales que cualquiera de las que hallamos en la filosofía
griega, que está fundada sobre el mito de que el saber y la bondad están inseparablemente
interconectados. (Dumézil, 2016).
3. Función de los mitos
Los chimpancés, los orangutanes y los bonobos son enormemente inteligentes y muy
parecidos a nosotros, pero por lo que sabemos no necesitan pensar en otra vida después
de la muerte, ni contarse relatos sobre el significado de su existencia, ni inventar mitos sobre
el origen de sus especies.
Solo los humanos tenemos esos impulsos. Podría parecer que eso es un gran éxito, la
muestra definitiva de que somos animales completamente distintos a los demás. Pero, aunque
esto fuera cierto, es también la expresión de que vivimos angustiados, incómodos,
perplejos porque no sabemos para qué sirve nuestra existencia ni por qué hay que vivirla si,
al final, siempre está la muerte. Por eso, probablemente, los humanos necesitamos contarnos
historias.
Todos los animales, sin excepción, se comunican entre sí mediante un conjunto de
señales diversas (auditivas, visuales, olfativas, gesticulares, etc.) que transportan un
contenido simbólico muy elaborado. Estos símbolos, adquiridos a lo largo de la evolución de
cada especie, son imprescindibles y sirven perfectamente para cubrir todas y cada una de sus
necesidades de supervivencia como individuos y como grupo (alimentación, defensa, ataque,
reproducción, delimitación del territorio, jerarquización social, juego...), varían en función
de las especies y subespecies —aunque permanecen constantes dentro de cada una de ellas—
y vienen predeterminados genéticamente y/o se aprenden a través del mecanismo de la
impronta.
En el ser humano subyace la misma necesidad, ya que sin símbolos no podría existir
como colectivo, pero la diferencia con los otros animales radica en que las facultades
intelectivas de los humanos nos permiten disponer de una capacidad de simbolización poco
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menos que infinita y, por ello, podemos crear símbolos apropiados para expresar cada matiz
de nuestra existencia y, hecho fundamental, emplearlos para representar sucesos, fenómenos,
esperanzas o ideas de cualquier tipo que no guardan relación directa alguna con las
necesidades de supervivencia básicas estricto sensu y que, muy importante, pueden referirse
a cualquier momento, real o utópico, del pasado, presente y futuro.
Por símbolo entendemos cualquier objeto o signo que representa a otra cosa en virtud
de su correspondencia o analogía, y las señales que empleamos los humanos para
comunicarnos los símbolos y sus significados las transmitimos a través del sonido (lenguaje,
música, etc.), el gesto (corporal —de estructura relativamente simple—, ritual — mucho más
complejo y elaborado—, etc.) y la imagen (arte, pintura, escultura, escritura... hasta llegar a
nuestra elaboradísima iconografía audiovisual moderna).
Cualquier símbolo, obviamente, ha tenido que ser inventado por un ser humano
concreto en algún momento determinado y por necesidades precisas; pero la autoría de
centenares de elaboraciones simbólicas fundamentales para nuestra evolución cultural se ha
desvanecido en la noche de los tiempos gracias al proceso sociocultural que permite
transformar objetos y signos vacíos de contenido por sí mismos en símbolos valiosos para el
colectivo que los adopta; una dinámica tan ancestral como cotidiana que se basa en la sanción
grupal, en el consenso inicial sobre una idea que posteriormente va afianzándose mediante la
práctica repetitiva de la misma, una generación tras otra, por parte de una colectividad.
Aprendiendo mediante la observación de todo cuanto sucedía a su alrededor, el ser
humano comenzó a buscar —y encontrar— respuestas capaces de explicar y dar sentido a los
sucesos naturales que regían sus posibilidades de subsistencia. La herramienta psíquica más
eficaz que estaba a su alcance para poder elaborar deducciones e interpretaciones era el
mecanismo de la analogía y mediante él comenzó a construir una visión del universo que
fuese razonable, asumible y, sobre todo, personalizable y accesible, eso es que pudiese
atribuir cada hecho a alguna causa individualizable y que ésta permitiese algún tipo de
interacción humana en pos de cambiar a su favor los caprichos imprevisibles de una
Naturaleza voluble y hostil que, obviamente, debía depender de las fuerzas vivas que se
habían definido previamente como la causa explicativa de cada fenómeno concreto. Veamos
un ejemplo imaginario (aunque probable): la humanidad prehistórica no podía explicarse los
mecanismos biológicos de la vida, claro está, pero, como todos los pueblos primitivos, era
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capaz de observar y correlacionar los hechos de todo tipo que acontecían en su entorno, ya
que de ello dependía su supervivencia. Los sujetos más dotados pronto debieron de caer en
la paradoja que les llevó a sentir que cuantos más conocimientos adquirían más dudas surgían
y más perentoria se hacía la necesidad de encontrar respuestas apropiadas para lograr que el
universo percibido por sus sentidos cobrase coherencia.
La lluvia, por ejemplo. ¿De dónde salía y por qué?, ¿caía del cielo?, ¿de qué parte?,
¿se formaba sin más en el aire? —como los sonidos y las palabras—, ¿su aparición estaba
relacionada con los cambios atmosféricos que la precedían? ¿El trueno era parte de la lluvia,
o tal vez su causa?, ¿podía ser, quizás, el nombre con que se anunciaba? Aunque nos parezca
absurdo a los humanos de hoy, cavilaciones como éstas, muchos miles de años atrás, debieron
de ocupar buena parte de las vidas de generaciones de nuestros antepasados hasta que
lograron hallar alguna respuesta que les fuese satisfactoria. Cuando, en algún momento, le
dieron un nombre a la lluvia, ésta cobró vida y, desde la visión inevitablemente
antropomorfizante (la capacidad del ser humano de otorgarle cualidades humanas a cosas
no humanas) que caracteriza a nuestra especie, debió asociarse a algún ser, puesto que en el
pensamiento primitivo, anclado en las analogías, resulta inconcebible que algo pueda
producirse sin mediar el concurso de alguien y ese algo siempre debe responder a los deseos
de alguien y estar bajo su control. Para el nivel de comprensión de los seres humanos de esa
época —y para el de no pocos de la actual—, ese ser aportaba una explicación razonable de
la lluvia y, al evidenciar una causa concreta, eliminaba la angustia que se siente frente a
cualquier fenómeno amenazador y desconocido.
Desde ese momento, cada vez que llovía podía justificarse por la actividad de ese ser,
con lo que el fenómeno natural tenía ya una razón, una causa; había desaparecido la
incertidumbre (aunque bien pudo haber surgido un sentimiento de temor ante la presencia
invisible del ser en cuestión). En el paso siguiente —seguramente muchísimas generaciones
después—, la sola presencia de la lluvia pasó a evocar directamente la actividad de ese ser
sobre la comunidad y pudo comenzarse a tomar como signo, como la prueba inequívoca de
su existencia real. Mucho más tarde, quizá cuando los humanos adquirieron plena
conciencia de la relación que existía entre lluvia/fertilidad de la tierra/abundancia de
plantas y animales y sequía/falta de alimentos/hambre y muerte, el capricho de aquel
ser —ora generoso, ora avaro en humedad— debió verse como dotado de algún tipo de
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intencionalidad para con el colectivo humano, comenzando a imaginárselo con
apariencia y comportamientos cada vez más paralelos a los suyos, aunque, eso sí, dotado
con atributos muy superiores (que la arqueología nos confirma que dedujeron de la
observación de las cualidades más notables y deseables que manifestaban algunos de
los animales que les rodeaban).
De ahí a intentar entrar en contacto con ese poderoso ser del que pendía la vida
humana no había más que un corto paso para la fértil imaginación creadora del Homo sapiens,
que después de haber observado atentamente todo aquello que representaba a la lluvia, se le
relacionaba o la precedía—nubes, truenos, comportamientos animales que la anunciaban,
ríos, lagos o formas geométricas acuosas—, se dispuso a evocar el imaginado poder de
atracción de esos elementos —en base a la ley de la analogía—imitando sus formas, ruidos
y movimientos —bajo la forma de arte, danzas y ritos diversos— con el fin de excitar la
consiguiente actividad del ser invisible, o divinidad de la lluvia, y poder arrancarle así su
húmedo don. Cuando la lluvia llegaba, por fin, el ritual realizado con anterioridad, fuese el
que fuere, quedaba asociado a un acto mágico consagrado de eficacia que podía repetirse de
nuevo cuantas veces fuese preciso.
El ser humano había encontrado la forma de dialogar con el ser invisible para
beneficiarse; había hallado la manera de llegar hasta el mito a través del rito. Había
inventado el mecanismo nuclear de la religión y la magia. El libro para el aprendizaje de
nuestros antepasados sólo pudo ser la Naturaleza, y de ella aprehendieron el ritmo de sus
diferentes ciclos y el dualismo que caracteriza sus procesos vitales. La abundancia de
alimentos —eso es de vida— estaba directamente relacionada con una parte de un ciclo
estacional que se repetía; la escasez iba de la mano de la otra cara del ciclo. Tras la
vida/abundancia llegaba la muerte/escasez; el agua era el motor de la primera y la falta de
ella el de la segunda. La ida nueva, en todas las especies, incluida la nuestra, salía
mágicamente de las hembras procedente de una bolsa de aguas primigenias... Había
suficientes datos como para poder elaborar una cosmogonía coherente.
Mediante procesos mentales como el descrito, el ser humano “primitivo” empezó a
explicarse su universo mediante un tipo de pensamiento circular en el que una causa definida
a priori explicaba el efecto al que se la había asociado y, al tiempo, éste se convertía en prueba
palpable de la existencia real de la causa. La lluvia de nuestro ejemplo tenía su origen en un
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hipotético ser y éste, al ser invisible, sólo podía ser detectado a través de la lluvia; cuando
llovía no sólo se demostraba fehacientemente la existencia del ser sino, también, su relación
complaciente con los humanos. Al no poder disociar el efecto —lluvia— de su causa o
explicación mítica —el ser—, ni disponer de respuestas más satisfactorias —que hoy
llamaríamos científicas—, la existencia del ser pasó a ser incuestionable y los ritos necesarios
para mantener su trato se erigieron en elementos imprescindibles y centrales para cualquier
comunidad; muy especialmente, tal como veremos más adelante, desde el momento en que
se inició la agricultura y ganadería (c. 9000 a.C.), actividades que forzaron definitivamente
la elaboración de las bases de cuantos mitos, dioses y ritos podemos encontrar todavía hoy
en el mundo actual.
Podemos hablar de los siguientes rasgos característicos de los mitos:
1. Personifica y diviniza las fuerzas naturales: la muerte, la vida, el amor, el trueno,
la guerra, la lluvia... son dioses a los que se puede pedir una intervención beneficiosa para el
individuo y el grupo mediante oraciones y plegarias. La religión politeísta griega tenía fuertes
rasgos antropomórficos, esto es, concebía a los dioses del mismo modo que a los seres
humanos, tanto en el aspecto físico como en el psicológico y moral. Jenófanes y Platón
criticaron esta actitud porque rebajaba demasiado lo divino.
2. Los sucesos del mundo se hacen depender de la voluntad de un dios: si no
llueve es porque no se ha rendido culto al dios de la lluvia. En el mundo reina el capricho,
la arbitrariedad de los dioses y, por lo tanto, en la actitud mítica el mundo se presenta como
un Caos.
3. Exige una adhesión emocional y acrítica.
4. Los mitos griegos fueron compilados por los poetas Hesíodo (Teogonía, Los
trabajos y los días) y Homero (Ilíada, Odisea) alrededor del s. VIII a.C. Los mitos fueron un
aspecto fundamental de la vida del hombre griego: todo lo que necesitaba saber para
sobrevivir (astronomía, agricultura, navegación...), vivir una "vida ejemplar" (matrimonio,
trabajo, educación, guerra...) o legitimar el orden social (origen divino de los reyes...) está en
sus mitos. Unido a esto, en la mitología griega (así como en la judeo-cristiana) se reflejan
actitudes sexistas o racistas que encuentran en ella justificación.
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Atendiendo a su temática los mitos pueden dividirse en:
1. Mitos cosmogónicos: nos narran el origen del universo y del ser humano. Ejemplo:
el Génesis.
2. Mito de renovación: Se cuenta como, a partir de su origen, el mundo degenera y,
transcurrido cierto tiempo, debe ser destruido para renovarse completamente. Ejemplo: La
conflagración universal de los estoicos.
3. Mitos escatológicos: Relativos al fin del mundo. Algunos sitúan el fin de un
mundo en el pasado (ej. mitos del "diluvio"), otros hablan del fin del mundo en el fin de los
tiempos (ej: Apocalipsis)
4. Mitos "históricos": Estos mitos suelen transformar simples hechos históricos en
leyendas con un gran significado político. Suelen mezclar las aventuras de los hombres y los
dioses. Por ejemplo, la Ilíada y su tratamiento de la guerra de Troya. (Eliade, 1991).
Para ilustrar la importancia de los mitos a lo largo de la historia de la humanidad
podemos usar un texto de G. Dumezil (2016, p.35):
El país que no tenga leyendas, dice el poeta, está condenado a morir de frío. Es muy
posible. Pero el pueblo que no tenga mitos está ya muerto. La función de la clase
particular de leyendas que son los mitos es, en efecto, expresar dramáticamente la
ideología de que vive la sociedad, mantener ante su conciencia no solamente los
valores que reconoce y los ideales que persigue de generación en generación, sino
ante todo su ser y estructura mismos, los elementos, los vínculos, las tensiones que la
constituyen; justificar, en fin, las reglas y prácticas tradicionales sin las cuales todo
lo suyo se dispersaría."
De este fragmento, se puede considerar el hecho de expresar y difundir la ideología
de una sociedad como fundamento motor de la naturaleza de los mitos. Además, funcionan
como elementos aglutinadores, dotando de unidad a un pueblo, homogeneizando rituales,
conductas, actitudes, etc. En definitiva, son la base que dota de identidad a una comunidad
de personas.
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Es sabido que la necesidad de conocimiento y la curiosidad son hechos “innatos”
a la condición humana. Los seres humanos necesitan dar respuesta a las preguntas
acerca de su origen, su destino, su presente. La respuesta mitológica fue la primera en
aparecer. Agricultores que necesitan lluvia, marineros que quieren dominar el mar,
guerreros que quieren vencer batallas, campesinos con miedo a las tormentas. Todos ellos
encontraron respuestas en los mitos: la lluvia era generada por un dios, el mar bravo era el
enojo de Posidón, Ares apoyaba a los ejércitos que más lo complacían, Zeus lanzaba los rayos
de las tormentas.
Como transmisores de ideologías los mitos son muy poderosos. A sus creadores
y difundidores no se les pasó por alto esta cualidad, y los usaron con fines dogmáticos.
Un ejemplo muy revelador aparece en la Ilíada: en el segundo canto, un soldado aqueo
llamado Tersites se pregunta por qué deben seguir ciegamente las órdenes de los reyes.
Odiseo termina con estas peligrosas dudas usando la violencia. Fernando Savater, en su
obra Política para Amador considera que este pasaje es una ejemplificación de los primeros
problemas que tuvo la democracia. Se puede ver claramente que Tersites no quiere seguir
ciegamente los mandatos de sus superiores ya que cree que su opinión es tan importante como
la de éstos. Homero transmite una apología del respeto ciego a los reyes y, por lo tanto, un
deseo de que se perpetúe la monarquía.
Se puede decir que los mitos otorgaron tres "favores" al ser humanos:
o
Explicación o justificación del mundo
La figura divina surge en la mente humana para explicar lo racionalmente
inexplicable, ante la necesidad de entender o al menos justificar los fenómenos que rodean
al hombre, e incluso la presencia de éste sobre la tierra y la existencia misma de ésta.
El concepto de dios ha evolucionado a la par que el hombre, en las leyendas más
antiguas acerca de dioses estos tienen características muy humanas. Los dioses vivían entre
los hombres, se relacionaban con ellos en Grecia había comercio carnal entre unos y otros.
En cambio, la tribu judía plantea la existencia de un solo dios, omnipotente,
omnipresente eterno y perfecto. En este concepto dios no tiene características humanas,
según el Génesis, Dios crea todo sin requerir la existencia previa de nada, el único acto en el
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cual echa mano de una materia prima previamente creada por él, es la creación del hombre
al que hace de barro.
Si entendemos que dios es el único recurso para justificar lo inexplicable, podemos
establecer que el nacimiento de los dioses era inevitable.
o
Reglas morales de convivencia social
Los dioses son a través de la historia el elemento rector de la vida social humana. Con
su existencia dan sustento al principio de autoridad, a los conceptos de bien y de mal, y a la
búsqueda del bien conforme a cada religión.
Los dioses fundamentan la moralidad necesaria para la convivencia: en la tradición
judeocristiana Dios dicta las leyes y las da a los hombres para que vivan y alcancen la
perfección en su cumplimiento.
En otros casos los dioses son el motor que mueve a los pueblos: Mahoma y la guerra
santa que dio lugar a un gran imperio. En un principio sólo buscaba servir a dios, pero
innegablemente tuvo resultados mucho más amplios y profundos en la historia.
o
Esperanza ante la muerte
Posteriormente el concepto "dios" aporta a la humanidad un servicio quizá más
grande que los anteriores.
Cuando el hombre toma conciencia de su finitud, se apodera de él la desolación,
porque a la pregunta ¿de dónde vengo? Sigue irremediablemente ¿a dónde voy?
La nada es aterradora, el hombre teme a la oscuridad. La creencia en Dios o dioses,
da la esperanza de trascender la finitud, esperanza que se transforma en el sostén más
importante de dios. Quizá por este servicio es que dios no ha muerto del todo.
En consecuencia, el mito es considerado como una de las fuerzas más primitivas,
antiguas y vitales que han organizado la cultura humana desde su aparición en el planeta
como animales simbólicos. El mito está conectado intrínsecamente, como todas las demás
actividades del Sapiens, por lo tanto, es inseparable del lenguaje, de la poesía, del arte, etc.
Por su significación universal, aborda e integra de manera decisiva la construcción racional
del pensamiento ante las dudas, inquietudes y problemas que hemos planteado como especie
a nuestros problemas existenciales y cosmológicos, convirtiéndose en un relato o discurso
tranquilizador que reveló un conocimiento colectivo y unificador, preámbulo de los primeros
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intentos de crear explicaciones verdaderamente razonadas. Sin embargo, como veremos a
partir de ahora, esto lo comenzamos a lograr gracias la contribución de la civilización griega
y su mayor aporte al género humano: dar origen a la filosofía y con ello al pensamiento
racional.
3. El paso del Mito al Logos. Razones del “milagro griego”
Todos los pueblos conocidos de la tierra han estructurado su cosmovisión de la
existencia de sí mismos como pueblos y han respondido a las preguntas fundamentales a
partir de explicaciones mitológicas. Al parecer, la capacidad de crear ficciones es connatural
a la especie humana; es uno de los mecanismos para generar cohesión social y con ello
sobrevivir. Como afirma Yuval Noah Harari:
¿Cómo consiguió Homo Sapiens cruzar ese umbral crítico, y acabar fundando
ciudades que contenían docenas de miles de habitantes e imperios que gobernaban a
cientos de miles de personas? El secreto fue seguramente la aparición de la ficción.
Un gran número de extraños puede cooperar con éxito si creen en mitos comunes.
(2014, p. 41).
Sin embargo, de todas las civilizaciones antiguas, hubo una que comenzó a romper
con las explicaciones mitológicas de la realidad, o por lo menos desde el canon histórico y
filosófico occidental, así se nos ha enseñado desde hace siglos.3 Esta civilización fue la
griega, y a ese proceso histórico se le llamó el paso del “mito al logos”. Una de las
interpretaciones más conocidas y famosas acerca de cómo se produce este paso en la
civilización antigua es la del “milagro griego” que John Burnet, en su obra “La Aurora de la
filosofía griega, publicada en 1915, desarrolla a principios del siglo pasado. Según este
planteamiento teórico, la filosofía habría surgido exclusivamente como producto de la
3
Por ser un texto introductorio a la problemática filosófica y su campo de estudio, seguiremos la
interpretación ortodoxa que afirma que los griegos fueron los inventores de la racionalidad en las
civilizaciones antiguas. Aunque hay autores y propuestas que rompen con esta interpretación canónica.
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“genialidad griega”, sin conexión alguna con el contexto histórico y cultural de la época ni,
mucho menos, con otras tradiciones culturales.
Otras voces surgieron y cuestionaron el planteamiento anterior, entre ellos las de los
pensadores Jean-Pierre Vernant y Francis M. Cornford. Como veremos, dicho planteamiento
no toma en cuenta el desarrollo histórico que fue necesario para que se diera el gran paso del
mito al logos, además que, según muchos autores, nunca ha existido una demarcación que
registre con exactitud una división pura de la filosofía a partir del pensamiento mítico. Según
Cañas: “La mitología siempre estuvo latente en la filosofía griega arcaica, a pesar de que en
los autores milesios se manifiesta una fuerte disipación” (2006, p. 1).
Francis Cornford arguye la tesis del desarrollo del pensamiento filosófico a partir del
pensamiento mítico y religioso. Según esta teoría, la filosofía sería el resultado de la
evolución de las formas primitivas del pensamiento mítico de la Grecia del siglo VII A.C.
Para el pensador inglés, existió continuidad entre las formas mitológicas- religiosas y las
explicaciones racionales, de tal forma que “las maneras de pensar que, en filosofía, logran
definiciones claras y afirmaciones explícitas ya estaban implícitas en las irracionales
intuiciones de lo mitológico" (Conford, 1984, p. 28). Incluso llegó a afirmar que muchos de
los conceptos fundamentales desarrollados en el mito fueron luego fundamentales para el
desarrollo de la filosofía, a saber: moira (destino), justicia, pyhsis (naturaleza), por poner
solo algunos ejemplos.
Vernant en su libro de 1965 “Mito y pensamiento en la Grecia antigua”, explica
algunos elementos importantes derivados del contexto político, sociocultural, económico y
religioso de Grecia donde argumenta cómo fue posible el nacimiento del “Logos”, y por qué
sucedió en Grecia y no en otra civilización. Aduce las siguientes causas: a) la inexistencia de
una casta sacerdotal. En los griegos, la mitología estaba asociada a la religión, pero los
guardianes del mito son los poetas, es decir, en Grecia no había una estructura jerárquica
interesada en guardar o mantener una identidad o “sacralidad mítica”, b) la figura del sabio
como eje transmisor del saber, c) la existencia de la polis o la ciudad, d) la amplia libertad
individual con la que contaban los ciudadanos libres de Grecia, y el desarrollo de la escritura
como transmisión del mito, superando la mera oralidad, hicieron posible el cuestionamiento
de las explicaciones mitológicas y su sustitución por una forma de pensamiento que no
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suponga la creencia y la superstición propias del pensamiento religioso y mítico (mencionado
en López, 2005).
4. El nacimiento del Logos: La filosofía como superación del mito
En las sociedades donde hay textos y dogmas sagrados, no existe posibilidad de
criticar doctrinas o mitos que se consideran como tales, o por lo menos es escasa o implica
un alto costo a nivel existencial o personal, porque supone confrontar a las instituciones que
detentan el poder y a las autoridades políticas del momento, como sigue ocurriendo en
nuestros días.
Para los griegos, las creencias eran menos importantes que las prácticas de culto. Por
lo tanto, dada la falta de coherencia de las narrativas míticas o sus versiones poéticas, los
intentos de interpretaciones alegóricas o racionalistas fueron socavando las interpretaciones
míticas. Como dice Karl Popper (1999), es a partir de los presocráticos que se inició el
pensamiento crítico, es decir la capacidad de los humanos para aprender a cuestionar la
realidad de manera racional, sin tener que recurrir a la autoridad, al dogma o a la tradición.
Frente a una explicación basada en imágenes y comparaciones, como a las que recurre el
mito, la filosofía acude a una explicación en las que el mito es sustituido por causas naturales,
y “el sagrado tiempo originario”, el sustituido por el “principio” (ἀρχή) o elemento originario
del que todo procede.
La filosofía, empero, si bien arraigada en el mito, termina por distanciarse de él y por
oponérsele, por lo que parece ser una invención original del pueblo griego. Su rechazo por lo
sobrenatural, por lo mágico, por la contradicción, son señales de una nueva forma de
comprender la realidad, de una racionalidad que difícilmente podemos encontrar en otras
formas de pensamiento o cosmovisiones anteriores en los pueblos antiguos. Este proceso de
racionalización impone un nuevo modo de investigación: no se trata ya de buscar fuera de
las cosas al responsable de lo que existe, y de lo que ocurre, sino de indagar en las mismas
cosas para encontrar dentro de ellas su razón de ser y descubrir las leyes que rigen el mundo,
lo que hace que se comience a descartar de la filosofía, aunque no del todo, lo misterioso, lo
16
sobrenatural, para imponer una estructura de pensamiento racional que trata de desvelar lo
que hay en la propia estructura de lo real.
El nacimiento del “Logos” (λóγος) a partir de la filosofía como pensar radical, de esa
búsqueda del “arjé” o principio de la realidad, surge del cultivo de la racionalidad filosófica,
y el conocimiento elaborado que se separa del todo del pensamiento mítico anterior.“ Por el
contrario, la observación cuidadosa, la reflexión disciplinada y metódica, el ejercicio
permanente de la crítica y las exigencias del debate, surgen en la Hélade en permanente
tensión con los hábitos consagrados y el sentido común.” (Lopez, 2005 p. 20). En el sentido
más general posible, racionalidad (o bien razón, razonar o raciocinio), designa una modalidad
del pensamiento que se despliega conforme a leyes de validez universal.
El influyente filósofo inglés, W. K. C. Guthrie, afirma que el nacimiento de la
filosofía tiene su clave en el abandono, por parte del pensamiento, de las soluciones míticas
de los problemas relativos al origen y la naturaleza del universo. Así, la fe religiosa y el mito
como forma de conocimiento ritual e iniciático de los más profundos misterios de la
existencia, habría sido sustituida por otra forma de conocimiento distinta, una nueva
confianza, según la cual el mundo visible oculta un orden racional e inteligible, que puede
ser descubierto y mostrado a quien desee verlo, por el mero uso del intelecto, sin necesidad
de entrar en la dimensión mítico- religiosa:
La filosofía europea, en cuanto intento para resolver los problemas del universo sólo
por la razón, que se opone a aceptar explicaciones puramente mágicas o teológicas,
comenzó en las prósperas ciudades comerciales de Jonia, en la costa del Asia Menor,
a principios del siglo VI a. C. Fue, como dice Aristóteles, producto de una época que
ya poseía las cosas necesarias al bienestar físico y el ocio, y su motivo fue la
curiosidad. La escuela jonia o milesia está representada por los nombres de Tales,
Anaximandro y Anaxímenes; y está muy justificado llamarla escuela, porque estos
tres pensadores nacieron en la misma ciudad, vivieron en la misma época, y la
tradición dice que tuvieron entre sí relaciones de maestro y discípulos (Guthrie, 1970,
p. 29).
17
La filosofía, el pensar razonado y fundamentado, nace como expresión de esta nueva
forma de racionalidad que pretendió desde un inicio desvelar la verdad y, en este sentido, la
primigenia forma razonada de pensar filosófico, fueron las primeras explicaciones que dieron
los filósofos presocráticos sobre la constitución de la realidad, buscando este principio no en
explicaciones míticas, sino en la propia naturaleza (physis). Los presocráticos formularon las
primeras cosmologías, en oposición a las cosmogonías míticas elaboradas hasta entonces;
desde esta perspectiva, fueron ellos quienes investigaron el principio material (arjé) de todas
las cosas. Algunos nombres que destacan son los de Tales, Anaximandro y Anaxímenes de
Mileto, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Empédocles, Anaxágoras, Demócrito, entre otros.
Desde esta visión racionalista, heredera de la Ilustración filosófica, la Filosofía, por
su parte, nace alrededor del s VI a. de C. en el momento en que es planteado el que se
considera el primer problema filosófico expresado en la pregunta por el arché de
la physis (Naturaleza), el cual, según Guthrie, se referiría “en primer lugar, [al] estado
originario a partir del cual se ha desarrollado el mundo múltiple y, en segundo lugar, [a] la
base permanente de su ser”(1970, p.25). Una pregunta que implicaría asimismo una
nueva estrategia de respuesta basada en principios racionales que explicarían
la naturaleza última de lo real (el agua para, por ejemplo, Tales de Mileto, considerado
el primer filósofo). La identificación de tal principio supondría la existencia de un orden
racional en el universo que el ser humano es capaz de conocer a través de su propia
racionalidad y del análisis crítico. El universo deja así de ser un caos y pasa a
convertirse en un cosmos ordenado según las leyes de la Naturaleza. La humanidad,
gracias a la Filosofía, dejaba atrás el oscurantismo mitológico para descubrir la Razón
y, consecuentemente, la Filosofía y la Ciencia. Todo desarrollo posterior del
pensamiento racional partiría de ese descubrimiento griego.
5. La filosofía como pensar radical. La racionalidad como eje del pensar filosófico
La filosofía, como nueva forma de entender la realidad, supone también adoptar un
nuevo punto de vista ante las cosas, ante el mundo, ante la vida, ante nosotros mismos, una
actitud que se lleva a cabo por el ejercicio del pensar en el sentido más autónomo del término.
La actitud filosófica consiste en una búsqueda del saber por sí mismo, en un deseo de huir de
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la ignorancia y tomar como guía el uso de la propia razón, para evitar así el peligro de aceptar
como válida cualquier solución ofrecida desde afuera (como en el caso de las mitologías) con
el riesgo del sometimiento o el fanatismo.
La verdadera actitud filosófica se expresa en el sapere aude o “atrévete a saber”
kantiano que invita a utilizar la propia capacidad del pensamiento para salir de la “minoría
de edad” (Kant, 2004). Desde la perspectiva kantiana, la “minoría de edad” es sinónimo de
ignorancia. Solamente el uso de la razón puede conducirnos a la libertad, a la independencia
de pensamiento, a tratar de establecer aquello que tiene sentido, sin importar los gustos, las
modas y las épocas.
La filosofía disciplina la mente, es una caja de herramientas intelectual que nos
introduce en un mundo en que los estándares de razonamiento, rigor argumentativo,
escrutinio crítico y coherencia lógica son más altos que en nuestra vida cotidiana. Gracias a
la filosofía, nuestras capacidades de pensamiento y reflexión aumentan, y desarrollamos
defensas contra el sin sentido y falta de lógica que nos bombardea desde los medios, el
Internet y que afecta nuestro día a día.
En una época convulsa, impaciente, superficial, hipervirtual, confusa, dispersa, etc.,
la filosofía es un instrumento esencial para enfrentarnos al bullicio de informaciones que nos
asaltan por todas partes. La filosofía nos puede liberar del vacío que causa estar rodeado de
datos, del sinsentido que engendra la falta de reflexión, de esa sensación agridulce que nos
deja la acumulación de información, sin llegar a conocer verdaderamente la realidad.
La filosofía implica un espíritu crítico que, de alguna forma, está en todas las
personas, aunque en algunos se encuentre todavía dormido. La filosofía es, o debe ser, una
constante reflexión que nos lleve a repensar el mundo en el que desarrollamos nuestra
existencia. Tenía razón Karl Popper cuando afirmaba que todos los hombres y todas las
mujeres son filósofos, pues sus vidas se desarrollan en un mundo ya pensado, que se acepta
como un prejuicio desde el que comprendemos el mundo (Popper, 1999). Por lo tanto, este
debe ser reexaminado para no vivir en la inconciencia de aceptar lo dado como si fuese la
verdad:
Toda filosofía debe partir de las dudosas y a menudo perniciosas concepciones del
sentido común acrítico. Su objetivo es el sentido común crítico e ilustrado: una
19
concepción más próxima a la verdad y con una influencia menos perniciosa sobre la
vida humana (Popper, 1999, p.86).
6. El conflicto entre razón versus creencia
En el ámbito cotidiano, nos valemos comúnmente de un sistema de creencias
determinado. Este sistema se nutre de las experiencias de socialización que hemos adquirido
desde nuestra infancia. Los estudiosos de las ciencias cognitivas (disciplina que estudia las
relaciones del cerebro con otras áreas del conocimiento) afirman que el cerebro humano es
una máquina de invención de creencias y que este es su método de adaptación. El ser humano
es capaz de observar el entorno, captar información a través de los sentidos, procesar esa
información y elaborar un contenido cognitivo sobre la realidad. Michael Gazzaniga,
psicólogo cognitivo especialista en neuroética, afirma que:
Nuestra especie puede desarrollar las creencias a la velocidad de un rayo. Las creamos
casi como un acto reflejo. Ahora sabemos que el hemisferio izquierdo –el que
relaciona una historia con los datos que recibimos del mundo– fabrica esas
creencias… Y puesto que sabemos todas esas cosas sobre las creencias –que en la
mayoría de los casos son interpretaciones basadas en el conocimiento que tenemos
disponible en el momento en el que se formaron, y que, no obstante, parecen quedar
grabadas en la mente–, ¿cómo podemos tomarnos tan en serio tantas creencias
religiosas y políticas actuales? (Gazzaniga 2015, p. 152).
No obstante esta reflexión, la filosofía nos enseña a cuestionarnos, precisamente,
la validez o invalidez de nuestras creencias. Cuando alguien afirma que “sabe” algo, el
cuestionamiento filosófico nos empuja a pensar que quizás no sea cierto a menos que
nos ofrezca una buena razón o una buena justificación para creerle.
Ahora bien, si para definir que algo es bueno, válido o verdadero, se tomara como
fundamento únicamente nuestra opinión personal, se induciría en un grave error. Por ejemplo,
si alguien creyera que el consumo excesivo de alcohol no es perjudicial para la salud y
decidiera abusar de este, sabríamos de antemano que su opinión personal no le salvaría de
20
los daños posteriores producidos por su exceso. En el momento en que una persona radicaliza
su posición subjetivista, sin mediarla, contrastarla o cuestionarla con la realidad, sin
procesarla con las herramientas críticas que nos otorga nuestra capacidad de pensar, su
posición podría anular toda posibilidad de reflexión o debate, por lo que podría caer en un
discurso dogmático. Como lo indica Adela Cortina (2006): “Un dogmático es aquella persona
que inmuniza sus convicciones, sean teóricas o morales, frente a la crítica racional, y ni
permite, por tanto, que otras personas las pongan en cuestión, ni está dispuesto a revisarlas”
(p.84).
Entonces, cabría plantearse el siguiente cuestionamiento: ¿cómo nos puede ayudar la
filosofía para escudriñar si nuestras creencias son realmente verdaderas? Uno de los primeros
filósofos que se propuso analizar con precisión qué distingue el conocimiento de la creencia
fue Platón, (Platón, 1997). Para saber algo, debemos creer que es verdad y debemos tener
motivos para ello; pero, también tiene que ser verdad realmente. Por ejemplo, puedo creer
que existe San Nicolás, y puedo pensar que está justificado que lo crea porque he visto los
regalos que me deja en Navidad, pero no podemos decir que yo sepa que existe porque, en
realidad, no existe; así pues, no es una creencia verdadera.
El físico americano Paul Davies explica por qué es importante separar nuestra
subjetividad de lo que verdaderamente podemos conocer a partir de la razón:
Obviamente muchas de nuestras creencias están equivocadas, o porque son
incoherentes, o porque entran en conflicto con otras creencias o con los hechos. Dos
mil quinientos años atrás en la antigua Grecia, fue hecho el primer intento sistemático
para establecer alguna clase de fundamentos comunes para las creencias. Los
filósofos griegos buscaron un medio de formalizar el razonamiento humano
proveyendo
reglas
de
deducción
lógica
incuestionables.
Adhiriéndose
a
procedimientos acordados de argumentos racionales, estos filósofos esperaron
remover la confusión, los malos entendidos y las diputas que caracterizan los asuntos
humanos. El mayor objetivo de este esquema era arribar a un conjunto de
suposiciones, o axiomas, los cuales cualquier hombre o mujer razonables aceptaría, y
a partir del cual la resolución de todos los conflictos podría encararse (Davies, 2006,
p. 9).
21
Aquellos primeros filósofos, entonces, trataron de encontrar explicaciones a la
creación y estructura del Universo, y su búsqueda derivó en las disciplinas científicas de la
actualidad. Filósofos posteriores intentaron, por su parte, explicar de modo racional cómo
hay que vivir la naturaleza de la realidad y nuestra existencia como alternativa a las creencias
mitológicas.
7. Conclusión
Hemos analizado en este contexto el papel antropológico del mito, la transición de la
explicación mítica de la realidad a la cosmovisión racional-filosófica, el papel que tiene la
creencia y cómo debemos buscar racionalidad y el pensamiento crítico para realmente poder
comprobar si nuestras creencias son verdaderas.
Como corolario, podemos agregar que la experiencia de la filosofía es
transformadora. Desde sus orígenes, la filosofía se ha presentado como un tipo de saber que
trata de satisfacer la curiosidad innata del ser humano por lo que le rodea. La filosofía nace
de la admiración y de la duda, por lo que es propio de la filosofía como tal ser un discurso
pensado, razonado, argumentativo, con pretensiones de verdad, en el que el ejercicio crítico
y reflexivo de la racionalidad constituye un ámbito de saber caracterizado, de un modo u
otro, por la radicalidad de las preguntas planteadas, así como por la tendencia a articular de
forma totalizante las respuestas ofrecidas. En esto se diferencia del mito. No se necesita de
una “experiencia mística” para acercarse a la verdad. La filosofía como empresa humana,
busca aproximarse a la verdad con los instrumentos, e incluso las limitaciones, que nos brinda
la razón y nuestro aparato cognitivo humano. Por eso, como decía Kant, lo importante no es
aprender sobre filosofía, sino aprender a filosofar. Solo se necesita nuestra atención creativa,
nuestro rigor, nuestra disciplina mental, para poder alcanzar ese genuino saber que buscaban
incansablemente los filósofos griegos que comenzaron a cuestionarse su mundo mítico y
tradicional establecido desde hace 2600 años.
Pero para ello es importante empezar a dudar. Dudar de nuestras creencias, de
nuestras supuestas certezas, de las concepciones establecidas por la sociedad, por la religión,
22
por nuestras costumbres familiares y culturales. Poner en suspenso nuestras cosmovisiones,
es uno de los rasgos fundamentales de nuestra especie, como afirma Victoria Camps (2016):
Creo que fue Bertrand Russell quien dijo que la filosofía es siempre un ejercicio de
escepticismo. Aprender a dudar implica distanciarse de lo dado y poner en cuestión
los tópicos y prejuicios, cuestionarse lo que se ofrece como incuestionable. No para
rechazarlo sin más, pues eso vuelve a ser confrontación. Sino para examinarlo,
analizarlo, razonarlo y decidir qué hacer con ello (p.11).
Desgraciadamente, esto no está al alcance de todos. Ustedes, como estudiantes
universitarios, tienen la posibilidad de abrir sus aristas sobre el mundo gracias a los cursos
de Humanidades. Aprovechen esta oportunidad para cuestionarse sus dogmas, sus posturas
radicales, y aprender a dudar. La maravillosa duda es el arma con la cual los humanos hemos
cambiado la perspectiva de las cosas, hemos logrado cambios en las estructuras del mundo y
hemos podido avanzar de las cavernas hacia un mundo un poco más habitable para todos.
Seamos parte de la enorme capacidad de pensamiento crítico que gozamos como especie. En
ustedes, duerme un filósofo o una filósofa en potencia: “Sapere Aude”: atrévanse a pensar.
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