Subido por Gian Sassano

Resumen Psicoanalítica

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Resumen, Introducción a la Teoría Psicoanalítica. 1er parcial
TP 1. Unidad 2. Ficha 4568. Volumen 6. Psicopatología de la vida cotidiana
En sus escritos de divulgación, a veces daba a las operaciones fallidas preferencia
respecto de los sueños, que entrañaban mecanismos más complicados y tendían a
conducir rápidamente hacia mayores profundidades. Así es como inauguró su gran serie
de Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17) dedicando a las operaciones
fallidas. Estos fenómenos permitían a Freud demostrar lo que, después de todo, era la
tesis fundamental establecida en La interpretación de los sueños: la existencia de dos
modalidades distintas de funcionamiento psíquico, que él llamó «proceso primario» y
«proceso secundario». Otra de las creencias básicas de Freud podía, además, recibir
convincente apoyo mediante el examen de las operaciones fallidas; me refiero a la
vigencia universal del determinismo en los sucesos anímicos. En esta verdad insiste en el
capítulo final del libro: en teoría, sería posible descubrir los determinantes psíquicos aun
de los más ínfimos detalles de los procesos anímicos.
I. El olvido de nombres propios
La ocasión que me indujo a considerar en profundidad este fenómeno del olvido
temporario de nombres fue observar ciertos detalles que, si bien no se presentan en todos
los casos, en algunos se disciernen con bastante nitidez: en estos últimos no sólo se
produce un olvido, sino un recuerdo falso. En el empeño por recuperar un nombre así, que
a uno se le va de la memoria, acuden a la conciencia otros —nombres sustitutivos—, y
estos, aunque discernidos enseguida como incorrectos, una y otra vez tornan a imponerse
con gran tenacidad. El proceso destinado a reproducir el nombre que se busca se ha
desplazado {descentrado}, por así decir, llevando de tal suerte hasta un sustituto
incorrecto. Pues bien, mi premisa es que tal desplazamiento no es dejado al libre albedrío
psíquico, sino que obedece a unas vías calculables y ajustadas a ley. Con otras palabras:
conjeturo que el nombre o los nombres sustitutivos mantienen un nexo pesquisable con el
nombre buscado, y espero que, si consigo rastrear ese nexo, habré de arrojar luz también
sobre el proceso del olvido de nombres.
Simplemente, para ciertos casos, agregamos un motivo a todos los factores admitidos de
tiempo atrás, capaces de producir un olvido; y por otra parte aclaramos el mecanismo del
recordar fallido. También para nuestro caso son indispensables aquellas predisposiciones;
ellas crean la posibilidad de que el elemento reprimido se apodere por vía asociativa del
nombre buscado y lo arrastre consigo a la represión. Acaso ello no habría acontecido con
otro nombre que poseyera unas condiciones de reproducción más favorables. Es
verosímil, en efecto, que un elemento sofocado se afane siempre por prevalecer en
alguna otra parte, pero sólo alcance este resultado allí donde unas condiciones
apropiadas lo solicitan. En otros casos sobreviene una sofocación sin perturbación
funcional o, como podemos decir con acierto, sin síntomas.
Resumamos ahora las condiciones para el olvido de un nombre con recordar fallido: 1)
cierta predisposición para su olvido; 2) un proceso de sofocación trascurrido poco antes, y
3) la posibilidad de establecer una asociación extrínseca entre el nombre en cuestión y el
elemento antes sofocado. Es probable que no debamos exagerar esta última condición,
pues posiblemente se cumpla en la inmensa mayoría de los casos, dado que los
requisitos que debe cumplir la asociación son mínimos. Otro problema, y de más profundo
alcance, es saber si tal asociación extrínseca puede ser, en efecto, condición suficiente
para que el elemento reprimido perturbe la reproducción del nombre que se busca, o sea,
si no hace falta todavía un nexo más íntimo entre los dos temas. En un abordaje
superficial, uno tendería a rechazar este último reclamo y a considerar suficiente la
contigüidad en el tiempo, a despecho de contenidos enteramente dispares. Pero en una
indagación profundizada se descubre, para más y más casos, que los dos elementos
enlazados por una asociación extrínseca (el reprimido y el nuevo) poseen por añadidura
un nexo de contenido.
Creo ilícito separar por principio el caso del olvido de nombres con recordar fallido de
aquellos otros en que no acudieron nombres sustitutivos incorrectos. Es que estos últimos
surgen de manera espontánea en cierto número de casos, pero en otros, en que no
afloraron así, se puede hacerlos emerger concentrando la atención, y entonces muestran
con el elemento reprimido y con el nombre buscado los mismos vínculos que en aquellos
se rastrean. Para el devenir-conciente del nombre sustitutivo parecen decisivos dos
factores: en primer lugar, el empeño de la atención y, en segundo, una condición interna
propia del material psíquico. Buscaría esta última en la mayor o menor facilidad con que
se establezca entre ambos elementos la asociación extrínseca requerida. Así pues, buena
parte de los casos de olvido de nombres sin recordar fallido se asimilan a los casos con
formación de nombres sustitutivos. Es claro, no tendré la osadía de afirmar que todos los
casos de olvido de nombres deban incluirse en ese mismo grupo. Los hay, sin duda, de
proceso mucho más simple. Habremos expuesto la relación de cosas con la suficiente
cautela" si enunciamos: Junto al olvido simple de nombres propios, se presenta también
un olvido que está motivado por represión.
II. Olvido de palabras extranjeras
El léxico usual de nuestra lengua materna parece a salvo del olvido dentro del campo de
una función normal? Notoriamente, no sucede lo propio con los vocablos de una lengua
extranjera. La predisposición a olvidarlos preexiste para todas las partes del discurso, y un
primer grado de perturbación funcional se muestra en la desigual medida con que
disponemos del léxico extranjero según nuestro estado general o nuestra fatiga. Hemos
tomado noticia de un segundo mecanismo del olvido, la perturbación de un pensamiento
por una contradicción interna que proviene de lo reprimido. En el curso de estas
elucidaciones hemos de toparnos todavía muchas veces con este proceso, que nos
parece el más fácilmente inteligible.
Unidad 2. Ficha 4504. Nota sobre el concepto de lo inconciente en psicoanálisis.
Llamemos «conciente» a la representación que está presente en nuestra conciencia y de
la que nosotros nos percatamos, y hagamos de este el único sentido del término
«conciente»; en cambio, a las representaciones latentes, si es que tenemos fundamentos
para suponer que están contenidas en la vida anímica —como los tuvimos en el caso de
la memoria—, habremos de denotarlas con el término «inconciente».
Entonces, una representación inconciente es una de la que nosotros no nos percatamos,
a pesar de lo cual estamos dispuestos a admitir su existencia sobre la base de otros
indicios y pruebas.
La «sugestión poshipnótica» nos enseña a insistir en la importancia del distingo entre
conciente e inconciente, y parece realzar su valor.
En ese experimento, tal como lo ha realizado Bernheim, una persona es puesta en estado
hipnótico y despertada luego. El designio estaba presente en el espíritu de esa persona
en una forma latente o inconciente, hasta que llegó el momento fijado, y le devino
conciente. Pero no le afloró a la conciencia íntegramente, sino sólo la representación del
acto por ejecutar.
La idea de la acción ordenada en la hipnosis no devino un mero objeto de la conciencia en
un momento determinado, sino que, además, devino eficiente. El estímulo real para actuar
es la orden del médico, es difícil no conceder que la idea de la orden del médico devino
eficiente también. Sin embargo, esta última no fue acogida en la conciencia como ocurrió
con su retoño, la idea de la acción; permaneció inconciente y por eso fue al mismo tiempo
eficiente e inconciente.
Carácter psicológico de la sugestión poshipnótica.
La vida anímica del paciente histérico rebosa de estos pensamientos {ideas} eficientes,
pero inconcientes; de ellos provienen todos los síntomas.
Estábamos acostumbrados a pensar que todo pensamiento latente lo era a consecuencia
de su debilidad, y devenía conciente tan pronto cobraba fuerza.
Ahora hemos adquirido la convicción de que hay ciertos pensamientos latentes que no
penetran en la conciencia por intensos que sean. Llamearemos entonces preconcientes a
los pensamientos latentes del primer grupo, mientras que reservaremos el término
inconciente (en el sentido propio) para el segundo grupo, que hemos estudiado en las
neurosis. El término <inconsciente>, que hasta aquí empleábamos en un sentido
meramente descriptivo, recibe ahora un significado más amplio. No sólo designa
pensamientos latentes en general, sino, en particular, pensamientos con un cierto carácter
dinámico, a saber, aquellos que a pesar de su intensidad y su acción eficiente se
mantienen alejados de la conciencia.
Hemos hallado un preconciente eficiente, que sin dificultad pasa a la conciencia, y un
inconciente eficiente, que permanece inconciente y parece estar cortado de la conciencia.
El pensamiento inconciente es excluido de la conciencia por unas fuerzas vivas que se
contraponen a su aceptación, mientras que no estorban a otros pensamientos, los
preconcientes.
El psicoanálisis se funda en el análisis de sueños; la interpretación de estos es el trabajo
más acabado que la joven ciencia ha realizado hasta hoy.
Un caso típico de la formación de sueños puede describirse del siguiente modo: Un
itinerario de pensamiento fue despertado por la actividad mental del día y ha retenido algo
de su capacidad eficiente; en virtud de esta, ha escapado a la disminución general del
interés, la cual es la introducción al dormir y su preparación mental. Durante la noche,
este itinerario de pensamiento consigue hallar la conexión con uno de los deseos
inconcientes que han estado siempre presentes desde la infancia en la vida anímica del
soñante, pero por lo común reprimidos y excluidos de su presencia conciente. Entonces,
en virtud de la fuerza que les presta ese apoyo inconciente, estos pensamientos, los
relictos del trabajo diurno, pueden devenir otra vez eficientes y aflorar a la conciencia en la
forma de un sueño.
Hemos aprendido el arte de descubrir los «restos diurnos» y los «pensamientos oníricos
latentes»; por su comparación con el contenido manifiesto del sueño somos capaces de
formarnos un juicio sobre las migraciones por las que han atravesado y sobre el modo en
que estas sobrevinieron.
TP 2. Unidad 2. Ficha 4583. Volumen 14. Lo inconsciente
El concepto de que existen procesos anímicos inconcientes es, desde luego, fundamental
en la teoría psicoanalítica. Freud nunca cejó de insistir, incansablemente, en los
argumentos en favor de ello, ni de combatir las objeciones que se le oponían.
Debe aclararse enseguida, sin embargo, que el interés de
Freud por este supuesto nunca fue de naturaleza filosófica —aunque, sin duda, los
problemas filosóficos aguardaban inevitablemente a la vuelta de la esquina—. Su interés
era práctico. Encontró que sin ese supuesto le resultaba imposible explicar o aun describir
una gran variedad de fenómenos que le salían al paso.
El reconocimiento de la existencia de procesos anímicos inconcientes desempeñaba un
papel esencial en el sistema de Herbart. A pesar de esto, Freud no adoptó la hipótesis de
inmediato en las primeras etapas de sus investigaciones psicopatológicas. Es cierto que
desde el principio parece haber sentido la fuerza del argumento puesto de relieve en las
páginas iniciales del presente artículo: a saber, que restringir los sucesos anímicos a los
que son concientes, y entremezclarlos con los sucesos puramente físicos, neurológicos,
es algo que «quiebra la continuidad psíquica» e introduce brechas ininteligibles en la
cadena de los fenómenos observados. Pero esta dificultad podía encararse de dos
maneras distintas. Podemos desentendernos de los sucesos físicos y adoptar la hipótesis
de que las brechas están cubiertas por sucesos anímicos inconcientes; o, por el contrario,
podemos desentendernos de los sucesos anímicos concientes y construir una cadena
puramente física, sin solución de continuidad, que abarcaría todos los hechos de la
observación. El método de descripción de los fenómenos psicopatológicos que Freud
adoptó al principio fue el neurológico, y todos sus escritos del período de Breuer se basan
expresamente en ese método.
El método de descripción de los fenómenos psicopatológicos que Freud adoptó al
principio fue el neurológico, y todos sus escritos del período de Breuer se basan
expresamente en ese método.
El neurólogo Freud fue desplazado y sustituido por el psicólogo: cada vez se hizo más
evidente que aun la elaborada maquinaria de los sistemas neuronales resultaba
demasiado incómoda y burda para lidiar con las sutilezas que el «análisis psicológico»
estaba trayendo a la luz, y que sólo podían describirse en el lenguaje de los procesos
anímicos. En realidad, el interés de Freud había ido desplazándose muy gradualmente. El
inconsciente quedó, de tal modo, establecido de una vez para siempre.
Se había hecho evidente que el término “inconciente” era ambiguo. Había investigado
cuidadosamente tales ambigüedades, y diferenciado entre los usos “descriptivo”,
“dinámico” y “sistemático” de la palabra.
El psicoanálisis nos ha enseñado que la esencia del proceso de la represión no consiste
en cancelar, en aniquilar una representación representante de la pulsión, sino en impedirle
que devenga conciente. Decimos entonces que se encuentra en el estado de lo
«inconciente», y podemos ofrecer buenas pruebas de que aun así es capaz de
exteriorizar efectos, incluidos los que finalmente alcanzan la conciencia. Todo lo reprimido
tiene que permanecer inconciente, pero queremos dejar sentado desde el comienzo que
lo reprimido no recubre todo lo inconciente. Lo inconciente abarca el radio más vasto; lo
reprimido es una parte de lo inconciente. ¿De qué modo podemos llegar a conocer lo
inconciente? Desde luego, lo conocemos sólo como conciente, después que ha
experimentado una trasposición o traducción a lo conciente.
Justificación del concepto de lo inconciente
El supuesto de lo inconciente es necesario y es legítimo, y que poseemos numerosas
pruebas en favor de la existencia de lo inconciente.
Es necesario, porque los datos de la conciencia son en alto grado lagunosos; en sanos y
en enfermos aparecen a menudo actos psíquicos cuya explicación presupone otros actos
de los que, empero, la conciencia no es testigo. Tales actos no son sólo las acciones
fallidas y los sueños de los sanos, ni aun todo lo que llamamos síntomas psíquicos y
fenómenos obsesivos en los enfermos; por nuestra experiencia cotidiana más personal
estamos familiarizados con ocurrencias cuyo origen desconocemos y con resultados de
pensamiento cuyo trámite se nos oculta.
La conciencia abarca sólo un contenido exiguo; por tanto, la mayor parte de lo que
llamamos conocimiento conciente tiene que encontrarse en cada caso, y por los períodos
más prolongados; en un estado de latencia; vale decir: en un estado de inconciencia
psíquica.​ ​Estos recuerdos latentes ya no deberían calificarse más de psíquicos, sino que
corresponderían a los restos de procesos somáticos de los cuales lo psíquico puede
brotar de nuevo. Es fácil replicar que, al contrario, el recuerdo latente es indudablemente
el saldo de un estado psíquico. Hay derecho a responder que la igualación convencional
de lo psíquico con lo conciente es enteramente inadecuada.
Admiten ser descritos con todas las categorías que aplicamos a los actos anímicos
concientes, como representaciones, aspiraciones, decisiones, etc.
La obstinada negativa a admitir el carácter psíquico de los actos anímicos latentes se
explica por el hecho de que la mayoría de los fenómenos en cuestión no pasaron a ser
objeto de estudio fuera del psicoanálisis. Quien no conoce los hechos patológicos, juzga
las acciones fallidas de las personas normales como meras contingencias y se conforma
con la vieja sabiduría para la cual los sueños son, no tiene más que soslayar algunos
enigmas de la psicología de la conciencia para ahorrarse el supuesto de una actividad
anímica inconciente.
La experiencia muestra también que esos mismos actos a que no concedemos
reconocimiento psíquico en la persona propia, muy bien los interpretamos en otros, vale
decir, nos arreglamos para insertarlos dentro de la concatenación anímica. Al supuesto de
una conciencia otra, una conciencia segunda que en el interior de mi persona está unida
con la que me es notoria. Solamente aquí encuentra la crítica ocasión justificada para
objetar algo. Debemos estar preparados, por consiguiente, a admitir en nosotros no sólo
una conciencia segunda, sino una tercera, una cuarta, y quizás una serie inacabable de
estados de conciencia desconocidos para nosotros todos ellos y que se ignoran entre sí.
Dentro del psicoanálisis no nos queda, pues, sino declarar que los procesos anímicos son
en sí inconcientes y comparar su percepción por la conciencia con la percepción del
mundo exterior por los órganos sensoriales. Así como Kant nos alertó para que no
juzgásemos a la percepción como idéntica a lo percibido incognoscible, descuidando el
condicionamiento subjetivo de ella, así el psicoanálisis nos advierte que no hemos de
sustituir el proceso psíquico inconciente, que es el objeto de la conciencia, por la
percepción que esta hace de él. Como lo físico, tampoco lo psíquico es necesariamente
en la realidad según se nos aparece. No obstante, nos dispondremos satisfechos a
experimentar que la enmienda de la percepción interior no ofrece dificultades tan grandes
como la de la percepción exterior, y que el objeto interior es menos incognoscible que el
mundo exterior.
II. La multivocidad de lo inconciente y el punto de vista tópico
Existen actos psíquicos de muy diversa dignidad que, sin embargo, coinciden en cuanto al
carácter de ser inconcientes. Lo inconciente abarca, por un lado, actos que son apenas
latentes, inconcientes por algún tiempo, pero en lo demás en nada se diferencian de los
concientes; y, por otro lado, procesos como los reprimidos, que, si devinieran concientes,
contrastarían de la manera más llamativa con los otros procesos concientes.
Un acto psíquico en general atraviesa por dos fases de estado, entre las cuales opera
como selector una suerte de examen (censura). En la primera fase él es inconciente y
pertenece al sistema Ice; si a raíz del examen es rechazado por la censura, se le deniega
el paso a la segunda fase; entonces se llama «reprimido» y tiene que permanecer
inconciente. Pero si sale airoso de este examen entra en la segunda fase y pasa a
pertenecer al segundo sistema, que llamaremos el sistema Cc. Empero, su relación con la
conciencia no es determinada todavía unívocamente por esta pertenencia. No es aún
conciente, sino susceptible de conciencia (según la expresión de J. Breuer)," vale decir,
ahora puede ser objeto de ella sin una particular resistencia toda vez que se reúnan
ciertas condiciones.
Si un acto psíquico (limitémonos aquí a los que son de la naturaleza de una
representación) experimenta la trasposición del sistema Ice al sistema Cc (o Prcc),
¿debemos suponer que a ella se liga una fijación? Nuestra tópica psíquica
provisionalmente nada tiene que ver con la anatomía; se refiere a regiones del aparato
psíquico, dondequiera que estén situadas dentro del cuerpo, y no a localidades
anatómicas. La primera de las dos posibilidades consideradas, a saber, que la fase Ce de
la representación significa una trascripción nueva de ella, situada en otro lugar, es sin
duda la más grosera, aunque también la más cómoda. El segundo supuesto, el de un
cambio de estado meramente funcional, es el más verosímil de antemano, pero es menos
plástico, de manejo más difícil. Con el primer supuesto, el supuesto tópico, se enlaza un
divorcio tópico entre los sistemas Ice y Ce y la posibilidad de que una representación esté
presente al mismo tiempo en dos lugares del aparato psíquico, y aun de que se traslade
regularmente de un lugar a otro si no está inhibida por la censura, llegado el caso sin
perder su primer asentamiento o su primera trascripción. Quizás esto parezca extraño,
pero puede apuntalarse en impresiones extraídas de la práctica psicoanalítica.
III. Sentimientos inconcientes
Una pulsión nunca puede pasar a ser objeto de la conciencia; sólo puede serlo la
representación que es su representante. Ahora bien, tampoco en el interior de lo
inconciente puede estar representada si no es por la representación. Si la pulsión no se
adhiriera a una representación ni saliera a la luz como un estado afectivo, nada podríamos
saber de ella. Entonces, cada vez que pese a eso hablamos de una moción pulsional
inconciente o de una moción pulsional reprimida.
El uso de las expresiones «afecto inconciente» y «sentimiento inconciente» remite en
general a los destinos del factor cuantitativo de la moción pulsional, que son consecuencia
de la represión. Sabemos que esos destinos pueden ser tres: el afecto persiste —en un
todo o en parte— como tal, o es mudado en un monto de afecto cualitativamente diverso
(en particular, en angustia), o es sofocado, es decir, se estorba por completo su
desarrollo. (Estas posibilidades son quizá más fáciles de estudiar en el trabajo del sueño
que en las neurosis). Sabemos también que la sofocación del desarrollo del afecto es la
meta genuina de la represión, y que su trabajo queda inconcluso cuando no la alcanza. En
todos los casos en que la represión consigue inhibir el desarrollo del afecto, llamamos
«inconcientes» a los afectos que volvemos a poner en su sitio tras enderezar lo que el
trabajo represivo había torcido. Por tanto, no puede negarse consecuencia al uso
lingüístico; pero en la comparación con la representación inconciente surge una
importante diferencia: tras la represión, aquella sigue existiendo en el interior del sistema
Ice como formación real, mientras que ahí mismo al afecto inconciente le corresponde
sólo una posibilidad de planteo a la que no se le permite desplegarse. En rigor, y aunque
el uso lingüístico siga siendo intachable, no hay por tanto afectos inconcientes como hay
representaciones inconcientes. Pero dentro del sistema Ice muy bien puede haber
formaciones de afecto que, al igual que otras, devengan concientes. Toda la diferencia
estriba en que las representaciones son investiduras —en el fondo, de huellas
mnémicas—, mientras que los afectos y sentimientos corresponden a procesos de
descarga cuyas exteriorizaciones últimas se perciben como sensaciones.
Es posible que el desprendimiento de afecto parta directamente del sistema Ice, en cuyo
caso tiene siempre el carácter de la angustia, por la cual son trocados todos los afectos
«reprimidos». Pero con frecuencia la moción pulsional tiene que aguardar hasta encontrar
una representación sustitutiva en el interior del sistema Ce. Después el desarrollo del
afecto se hace posible desde este sustituto conciente, cuya naturaleza determina el
carácter cualitativo del afecto. Hemos afirmado que en la represión se produce un divorcio
entre el afecto y su representación, a raíz de lo cual ambos van al encuentro de sus
destinos separados. Esto es incontrastable desde e! punto de vista descriptivo; empero, el
proceso real es, por regla general, que un afecto no hace su aparición hasta que no se ha
consumado la irrupción en una nueva subrogación del sistema Cc.
IV. Tópica y dinámica de la represión
Llegamos entonces a este resultado: la represión es en lo esencial un proceso que se
cumple sobre representaciones en la frontera de los sistemas Icc y Prcc (Cc).
La representación reprimida sigue teniendo capacidad de acción dentro del Icc; por tanto,
debe de haber conservado su investidura. Lo sustraído ha de ser algo diverso.
Consideremos el caso de la represión propiamente dicha (del «esfuerzo de dar caza»), tal
como se ejerce sobre la representación preconciente o aun sobre la ya conciente;
entonces la represión sólo puede consistir en que a la representación se le sustraiga la
investidura (pre)conciente que pertenece al sistema Prcc. La representación queda
entonces desinvestida, o recibe investidura del Icc, o conserva la investidura icc que ya
tenía. Por tanto, hay sustracción de la investidura preconciente, conservación de la
investidura inconciente o sustitución de la investidura preconciente por una inconciente.
Este proceso de sustracción de libido no basta para hacer inteligible otro carácter de la
represión. En tal caso la sustracción de libido tendría que repetirse en ella y ese juego
idéntico se proseguiría interminablemente, pero el resultado no sería la represión. De igual
modo, el aludido mecanismo de sustracción de una investidura preconciente no
funcionaría cuando estuviera en juego la figuración de la represión primordial; es que en
ese caso está presente una representación inconciente que aún no ha recibido investidura
alguna del Prcc y, por tanto, ella no puede serle sustraída.
La contrainvestidura es el único mecanismo de la represión primordial; en la represión
propiamente dicha (el esfuerzo de dar caza) se suma la sustracción de la investidura prcc.
Y es muy posible que precisamente la investidura sustraída de la representación se
aplique a la contrainvestidura.
La expresión de la huida frente a la investidura concierne de la representación sustitutiva
son las evitaciones, renuncias y prohibiciones que permiten individualizar a la histeria de
angustia.
Puede destacarse, este interesante punto de vista: mediante todo el mecanismo de
defensa puesto en acción se ha conseguido proyectar hacia afuera el peligro pulsional. El
yo se comporta como si el peligro del desarrollo de angustia no le amenazase desde una
moción pulsional, sino desde una percepción, y por eso puede reaccionar contra ese
peligro externo con intentos de huida; las evitaciones fóbicas. Algo se logra con este
proceso de la represión; de algún modo puede ponerse dique al desprendimiento de
angustia, aunque sólo a costa de graves sacrificios en materia de libertad personal. En
general, los intentos de huida frente a las exigencias pulsionales son infructuosos, y el
resultado de la huida fóbica sigue siendo, a pesar de todo, insatisfactorio.
De las constelaciones que hemos discernido en la histeria de angustia, buena parte vale
también para las otras dos neurosis, de suerte que podemos circunscribir su elucidación a
las diferencias y al papel de la contrainvestidura. En la histeria de conversión, la
investidura pulsional de la representación reprimida es traspuesta a la inervación del
síntoma.
Con respecto a la neurosis obsesiva, sólo deberíamos agregar a las observaciones
contenidas en el ensayo anterior que en este caso la contrainvestidura del sistema Cc
sale al primer plano de la manera más palmaria. Organizada como formación reactiva, es
ella la que procura la primera represión; y en ella se consuma más tarde la irrupción de la
representación reprimida. Podemos aventurar esta conjetura: al predominio de la
contrainvestidura y a la falta de una descarga se debe que la obra de la represión
aparezca en la histeria de angustia y en la neurosis obsesiva mucho menos lograda que
en la histeria de conversión.
V. Las propiedades particulares del sistema ICC
El núcleo del Icc consiste en agencias representantes de pulsión que quieren descargar
su investidura; por tanto, en mociones de deseo. Estas mociones pulsionales están
coordinadas entre sí, subsisten unas junto a las otras sin influirse y no se contradicen
entre ellas. Ellas no se quitan nada ni se cancelan recíprocamente, sino que confluyen en
la formación de una meta intermedia, de un compromiso.
Dentro de este sistema no existe negación, no existe duda ni grado alguno de certeza.
Todo esto es introducido sólo por el trabajo de la censura entre lcc y Prcc. La negación es
un sustituto de la represión, de nivel más alto. Dentro del Icc no hay sino contenidos
investidos con mayor o menor intensidad.
Prevalece [en el icc] una movilidad mucho mayor de las intensidades de investidura. Por
el proceso del desplazamiento, una representación puede entregar a otra todo el monto
de su investidura; y por el de la condensación, puede tomar sobre sí la investidura íntegra
de muchas otras. He propuesto ver estos dos procesos como indicios del llamado proceso
psíquico primario. Dentro del sistema Prcc rige el proceso secundario; toda vez que a un
tal proceso primario le es permitido jugar con elementos del sistema Prcc, aparece como
«cómico» y mueve a risa.
Los procesos del sistema Icc son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo
al tiempo, no se modifican por el trascurso de este ni, en general, tienen relación alguna
con él. También la relación con el tiempo se sigue del trabajo del sistema Cc.
Tampoco conocen los procesos Icc un miramiento por la realidad. Están sometidos al
principio de placer; su destino sólo depende de la fuerza que poseen y de que cumplan
los requisitos de la regulación de placer-displacer.
Resumamos: ausencia de contradicción, proceso primerio (movilidad de las investiduras),
carácter atemporal y sustitución de la realidad exterior por la psíquica, he ahí los rasgos
cuya presencia estamos autorizados a esperar en procesos pertenecientes al sistema Icc.
Los procesos inconcientes sólo se vuelven cognoscibles para nosotros bajo las
condiciones del soñar y de las neurosis Por sí solo, y en condiciones normales, el sistema
lcc no podría consumar ninguna acción muscular adaptada al fin, con excepción de
aquellas que ya están organizadas como reflejos.
Breuer a suponer dentro de la vida anímica dos estados diversos de la energía de
investidura: uno ligado, tónico, otro móvil, libre y proclive a la descarga. La memoria
conciente parece depender por completo del Prcc; ha de separársela de manera tajante
de las huellas mnémicas en que se fijan las vivencias del Icc. En esta concatenación
hallaremos también los medios para poner fin a nuestras fluctuaciones en la
denominación del sistema más alto, que ahora, de manera aleatoria, llamamos unas
veces Prcc y otras Cc.
VI. El comercio entre los dos sistemas
El Icc es más bien algo vivo, susceptible de desarrollo, y mantiene con el Prcc toda una
serie de relaciones; entre otras, la de la cooperación. A modo de síntesis debe decirse
que el lcc se continúa en los llamados retoños, es asequible a las vicisitudes de la vida,
influye de continuo sobre el Prcc y a su vez está sometido a influencias de parte de este.
Cuando, en otro lugar, investiguemos más a fondo las condiciones del devenir-conciente,
podremos solucionar una parte de las dificultades que han surgido. Aquí parece ventajoso
contraponer a nuestro abordaje anterior, en que nos remontábamos desde el Icc, uno que
parta de la conciencia. A esta, toda la suma de los procesos psíquicos se le presenta
como el reino de lo preconciente. Un sector muy grande de esto preconciente proviene de
lo inconciente, tiene el carácter de sus retoños y sucumbe a una censura antes que pueda
devenir conciente. Otro sector del Prcc es susceptible de conciencia sin censura. Esto nos
lleva a contradecir un supuesto anterior. Cuando consideramos la represión nos vimos
precisados a situar entre los sistemas Icc y Prcc la censura decisiva para el
devenir-conciente. Ahora nos es sugerida una censura entre Prcc y Cc.
Prescindiendo de que lo conciente no lo es siempre, sino que temporariamente es
también latente, la observación nos ha enseñado que mucho de lo que participa de las
propiedades del sistema Prcc no deviene conciente; y todavía llegaremos a saber que
ciertas orientaciones de la atención de este sistema son restrictivas del devenir-conciente.
Por tanto, ni con los sistemas ni con la represión mantiene la conciencia un vínculo
simple. La verdad es que no sólo lo reprimido psíquicamente permanece ajeno a la
conciencia; también, una parte de las mociones que gobiernan nuestro yo, vale decir, del
más fuerte opuesto funcional a lo reprimido.
La existencia de la censura entre Prcc y Cc nos advierte que el devenir-conciente no es
un mero acto de percepción, sino que probablemente se trate también de una
sobreinvestidura, un ulterior progreso de la organización psíquica.
Normalmente, todos los caminos que van desde la percepción hasta el Icc permanecen
expeditos, y sólo los que regresan de él son sometidos a bloqueo por la represión.
La cura psicoanalítica se edifica sobre la influencia del Icc desde la Cc, y en todo caso
muestra que, si bien ella es ardua, no es imposible. Los retoños del Icc que hacen de
mediadores entre los dos sistemas nos facilitan el camino para este logro.
VII. El discernimiento de lo inconciente
En el caso de la esquizofrenia, se nos impuso el supuesto de que tras el proceso de la
represión la libido quitada no busca un nuevo objeto, sino se recoge en el yo; por tanto,
aquí se resignan las investiduras de objeto y se reproduce un estado de narcisismo
primitivo, carente de objeto. En cuanto a los vínculos entre los dos sistemas psíquicos,
ningún observador dejó de notar que en la esquizofrenia se exterioriza como conciente
mucho de lo que en las neurosis de trasferencia sólo puede pesquisarse en el Icc por
medio del psicoanálisis. Pero al principio no logramos establecer un enlace inteligible
entre el vínculo yo-objeto y las relaciones de conciencia.
En la esquizofrenia se observa, sobre todo en sus estadios iniciales, tan instructivos, una
serie de alteraciones del lenguaje, algunas de las cuales merecen ser consideradas desde
un punto de vista determinado. Las frases sufren una peculiar desorganización sintáctica
que las vuelve incomprensibles para nosotros, de suerte que juzgamos disparatadas las
proferencias de los enfermos. En el contenido de esas proferencias muchas veces pasa al
primer plano una referencia a órganos o a inervaciones del cuerpo.
En la esquizofrenia las palabras son sometidas al mismo proceso que desde los
pensamientos oníricos latentes crea las imágenes del sueño, y que hemos llamado el
proceso psíquico primario.
Si nos preguntamos qué es lo que confiere a la formación sustitutiva y al síntoma de la
esquizofrenia su carácter extraño, caemos finalmente en la cuenta de que es el
predominio de la referencia a la palabra sobre la referencia a la cosa. Entre el apretarse
un comedón y una eyaculación del pene hay escasísima semejanza en la cosa misma, y
ella es todavía menor entre los innumerables y apenas marcados poros de la piel y la
vagina; pero, en el primer caso, las dos veces salta algo, y para el segundo vale al pie de
la letra la frase cínica: «Un agujero es un agujero». El sustituto fue prescrito por la
semejanza de la expresión lingüística, no por el parecido de la cosa designada. Toda vez
que ambas —palabra y cosa— no coinciden, la formación sustitutiva de la esquizofrenia
diverge de la que se presenta en el caso de las neurosis de trasferencia.
La representación conciente abarca la representación-cosa más la correspondiente
representación-palabra, y la inconciente es la representación-cosa sola.
Los procesos de pensamiento, vale decir, los actos de investidura más distanciados de las
percepciones, son en sí carentes de cualidad e inconcientes, y sólo cobran su capacidad
de devenir concientes por el enlace con los restos de percepciones de palabra. Las
representaciones-palabra provienen, por su parte, de la percepción sensorial de igual
manera que las representaciones-cosa.
La fórmula según la cual la represión es un proceso que ocurre entre los sistemas Icc y
Prcc (o Cc), con el resultado de que algo es mantenido lejos de la conciencia, sin duda
tiene que ser modificada para incluir el caso de la dementia praecox y de otras afecciones
narcisistas. Pero el intento de huida emprendido por el yo, que se exterioriza en el quite
de la investidura conciente, sigue siendo de cualquier modo lo común {a ambas clases de
enfermedad}, Y la reflexión más superficial nos muestra que ese intento de huida, esa
huida de parte del yo, se pone en obra en las neurosis narcisistas de manera mucho más
radical y profunda.
Apéndice B. El paralelismo psicofísico
La cadena de los procesos fisiológicos dentro del sistema nervioso probablemente no
mantiene un nexo de causalidad con los procesos psíquicos. Los procesos fisiológicos no
cesan en el momento en que comienzan los psíquicos; más bien, la cadena fisiológica
continúa, sólo que cada eslabón de ella (o algunos eslabones) empieza a corresponder, a
partir de cierto momento, a un fenómeno psíquico. Lo psíquico es, por tanto, un proceso
paralelo a lo fisiológico.
Ahora bien, ¿cuál es el correlato fisiológico de la representación simple o de la
representación que retorna en lugar de ella? Manifiestamente, no es algo quieto, sino algo
de la naturaleza de un proceso. Este último es compatible con la localización; parte de un
lugar particular de la corteza y desde él se difunde por toda ella o a lo largo de vías
particulares. Una vez trascurrido, este proceso deja, en la corteza afectada por él, una
modificación: la posibilidad del recuerdo. Es sumamente dudoso que a esta modificación
corresponda también algo psíquico; nuestra conciencia nada sabe de algo semejante,
algo que justifique el nombre de «imagen mnémica latente» desde el lado psíquico. Pero
tan pronto vuelve a ser incitado el mismo estado de la corteza, lo psíquico surge de nuevo
como imagen mnémica. [. . . ]
Apéndice C. Palabra y cosa
Para la psicología, la unidad de la función del lenguaje es la «palabra»: una
representación compleja que se demuestra compuesta por elementos acústicos, visuales
y kinestésicos. De tal modo, nuestra expectativa es que la ausencia de uno de estos
elementos de la representación-palabra habrá de resultar la marca más esencial que nos
permitirá inferir la localización del proceso patológico. Suelen citarse cuatro ingredientes
de la representación-palabra: la «imagen sonora», la «imagen visual de letras», la
«imagen motriz del lenguaje» y la «imagen motriz de la escritura».
La palabra es, pues, una representación compleja, que consta de las imágenes que
hemos consignado; expresado de otro modo: corresponde a la palabra un complicado
proceso asociativo, en el que confluyen los elementos de origen visual, acústico y
kinestésico.
Ahora bien, la palabra cobra su significado por su enlace con la «representación-objeto»,
al menos si consideramos solamente los sustantivos. A su vez, la representación-objeto
es un complejo asociativo de las más diversas representaciones visuales, acústicas,
táctiles, kinestésicas y otras.
La representación-objeto nos aparece como algo no cerrado y que difícilmente podría
serlo, mientras que la representación-palabra nos aparece como algo cerrado, aunque
susceptible de ampliación.
He aquí la tesis que, sobre la base de la patología de los trastornos del lenguaje, no
podemos menos que formular: La representación-palabra se anuda por su extremo
sensible (por medio de las imágenes de sonido) con la representación-objeto. Así
llegamos a suponer la existencia de dos clases de trastornos lingüísticos: 1) una afasia de
primer orden, afasia verbal, en la que solamente están perturbadas las asociaciones entre
los elementos singulares de la representación-palabra, y 2) una afasia de segundo orden,
afasia asimbólica, en la que está perturbada la asociación entre representación-palabra y
representación-objeto.
Uso el término «asimbolia» en otro sentido que el corriente desde Finkelnburg, porque la
relación que media entre representación-palabra y representación-objeto me parece más
merecedora del nombre «simbólica» que la que media entre objeto y
representación-objeto. Propongo llamar «agnosia» a las perturbaciones en el
conocimiento de objetos del mundo que Finkelnburg resume bajo el término «asimbolia».
Ahora bien, sería posible que trastornos agnósticos (que sólo pueden producirse en caso
de lesiones bilaterales y extensas de la corteza) conllevaran también una perturbación del
lenguaje; en efecto, todas las incitaciones para el habla espontánea provienen del campo
de las asociaciones de objeto. A estas perturbaciones del lenguaje las llamaría yo afasias
de tercer orden o afasias agnósticas.
TP 4. Ficha 4559. “Tres ensayos de una Teoría Sexual”. Freud. Cap. 2, punto 6
Fases de desarrollo de la organización sexual
Hasta ahora hemos destacado los siguientes caracteres de la vida sexual infantil: es
esencialmente autoerótica (su objeto se encuentra en el cuerpo propio) y sus pulsiones
parciales singulares, aspiran a conseguir placer cada una por su cuenta, enteramente
desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del
adulto llamada normal
ORGANIZACIONES PREGENITALES: Llamaremos pregenitales a las organizaciones de
la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico.
Una primera organización sexual pregenital es la oral o, si se refiere, canibálica. La
actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado
opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual
consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en calidad de
identificación, desempeñara un papel psíquico tan importante. El chupeteo puede verse
como un resto de esta fase hipotética que la patología nos forzó a suponer; en ella la
actividad sexual, desasiada de la actividad de la alimentación, ha resignado el objeto
ajeno a cambio de uno situado en el cuerpo propio.
Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico-anal. Aquí ya se ha
desplegado la división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero no se los puede
llamar todavía masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo. La
actividad es producida por la pulsión de apoderamiento a través de la musculatura del
cuerpo, y como órgano de meta sexual pasiva se constituye ante todo la mucosa erógena
del intestino; empero, los objetos de estas dos aspiraciones no coincidan. Junto con ello,
se practican otras pulsiones parciales de manera autoerótica. En esta fase, por tanto, ya
son pesquisables la polaridad sexual y el objeto ajeno. Faltan todavía la organización y la
subordinación a la función de la reproducción.
AMBIVALENCIA: Esta forma de la organización sexual puede conservarse a lo largo de
toda la vida y atraer permanentemente hacia si una buena parte de la práctica sexual. El
predominio del sadismo, y de la zona anal en el papel de cloaca, le imprimen un sesgo
notablemente arcaico.
Para completar el cuadro de la vida sexual infantil, es preciso agregar que a menudo, o
regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos
supuesto características de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de los afanes
sexuales se dirigen a una persona única, y en ella quieren alcanzar la meta. La unificación
de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no son
establecidas en la infancia, o lo son de manera muy incompleta. Por lo tanto, la
instauración de ese primado al servicio de la reproducción es la última fase por la que
atraviesa la organización sexual.
EL DOBLE TIEMPO DE LA ELECCIÓN DE OBJETO: La elección de objeto se realiza en
dos tiempos, en dos oleadas. La primera se inicia entre los dos y los cinco años, y el
período de latencia la detiene o la hace retroceder: se caracteriza por la naturaleza infantil
de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la
conformación definitiva de la vida sexual.
Los resultados de la elección infantil de objeto se prolonga hasta una época tardía; o bien
se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la pubertad.
Pero demuestran ser implacables, y ello a consecuencia del desarrollo de la represión,
que se sitúa entre ambas fases. Sus metas sexuales han experimentado un
atemperamiento, y figuran únicamente lo que podemos llamar la corriente tierna de la vida
sexual. La elección de objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos
infantiles y empezar de nuevo como corriente sexual. La no confluencia de las dos
corrientes tiene como efecto hartas veces que no puedan alcanzarse uno de los ideales
de la vida sexual, la unificación de todos los anhelos en un objeto.
Unidad 4. Ficha 12065. Tres ensayos de teoría sexual
Pulsiones parciales y zonas erógenas
Pulsiones parciales no son algo primario, pues admiten una ulterior descomposición. Por
«pulsión» podemos entender al comienzo nada más que la agencia representante
psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir; ello a diferencia del
«estímulo», que es producido por excitaciones singulares provenientes de fuera. Así,
«pulsión» es uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal. La
hipótesis más simple y obvia acerca de la naturaleza de las pulsiones sería esta: en sí no
poseen cualidad alguna, sino que han de considerarse sólo como una medida de
exigencia de trabajo para la vida anímica. Lo que distingue a las pulsiones unas de otras y
las dota de propiedades específicas es su relación con sus fuelles somáticas y con sus
metas. La fuente de la pulsión es un proceso excitador en el interior de un órgano, y su
meta inmediata consiste en cancelar ese estímulo de órgano.
Los órganos del cuerpo brindan excitaciones de dos clases, basadas en diferencias de
naturaleza química. A una de estas clases de excitación la designamos como la
específicamente sexual, y al órgano afectado, como la «zona erógena» de la pulsión
parcial sexual que arranca de él.
La cavidad bucal y la abertura anal, el papel de la zona erógena es visible sin más. En
todo respecto se comporta como una parte del aparato genital.
En el placer de ver y de exhibirse, el ojo corresponde a una zona erógena; en el caso del
dolor y la crueldad en cuanto componentes de la pulsión sexual, es la piel la que adopta
idéntico papel: la piel, que en determinados lugares del cuerpo se ha diferenciado en los
órganos de los sentidos y se ha modificado hasta constituir una mucosa, y que es, por
tanto, la zona erógena {por excelencia}.
Explicación de la aparente preponderancia de la sexualidad perversa en el caso de las
psiconeurosis
La sexualidad de los psiconeuróticos. Quizá sugirieron que, en virtud de su disposición,
ellos se aproximan mucho a los perversos por su conducta sexual, distanciándose de los
normales en la misma medida.
En la mayoría de los psiconeuróticos, la enfermedad se contrae sólo después de la
pubertad y bajo los reclamos de la vida sexual normal; en contra de esta apunta, sobre
todo, la represión. O bien se la contrae más tardíamente, cuando se frustran las vías
normales de satisfacción de la libido. La inaccesibilidad del objeto sexual normal, los
peligros que trae aparejado el acto sexual normal, etc., generan perversiones en
individuos que dejo contrario acaso habrían seguido siendo normales.
Referencia al infantilismo de la sexualidad
Ahora se nos ofrece esta resolución del dilema: en la base de las perversiones hay en
todos los casos algo innato, pero algo que es innato en todos los hombres, por más que
su intensidad fluctúe y pueda con el tiempo ser realzada por influencias vitales. Se trata
de unas raíces innatas de la pulsión sexual, dadas en la constitución misma, que en una
serie de casos (perversiones) se desarrollan hasta convertirse en los portadores reales de
la actividad sexual, otras veces experimentan una sofocación (represión) insuficiente, a
raíz de lo cual pueden atraer a sí mediante un rodeo, en calidad de síntomas patológicos,
una parte considerable de la energía sexual, mientras que en los casos más favorecidos,
situados entre ambos extremos, permiten, gracias a una restricción eficaz y a algún otro
procesamiento, la génesis de la vida sexual llamada normal.
Pero hemos de decirnos, también, que esa presunta constitución que exhibe los
gérmenes de todas las perversiones sólo podrá rastrearse en el niño, aunque en él todas
las pulsiones puedan emerger únicamente con intensidad moderada.
III La sexualidad infantil
Un estudio a fondo de las manifestaciones sexuales de la infancia nos revelaría
probablemente los rasgos esenciales de la pulsión sexual, dejaría traslucir su desarrollo y
mostraría que está compuesta por diversas fuentes. Que yo sepa, ningún autor ha
reconocido con claridad que la existencia de una pulsión sexual en la infancia posee el
carácter de una ley. Y en los escritos, ya numerosos, acerca del desarrollo del niño, casi
siempre se omite tratar el desarrollo sexual.
AMNESIA INFANTIL: Aludo a la peculiar amnesia que en la mayoría de los seres
humanos (¡no en todos!) cubre los primeros años de su infancia, hasta el sexto o el octavo
año de vida.
Por otro lado, tenemos que suponer —o podemos convencernos de ello merced a la
indagación psicológica de otras personas— que esas mismas impresiones que hemos
olvidado dejaron, no obstante, las más profundas huellas en nuestra vida anímica y
pasaron a ser determinantes para todo nuestro desarrollo posterior. No puede tratarse,
pues, de una desaparición real de las impresiones infantiles, sino de una amnesia
semejante a la que observamos en los neuróticos respecto de vivencias posteriores y
cuya esencia consiste en un mero apartamiento de la conciencia (represión).
La existencia de la amnesia infantil proporciona otro punto de comparación entre el estado
anímico del niño y el del psiconeurótico. Ya encontramos un punto semejante cuando se
nos impuso la fórmula de que la sexualidad de los psiconeuróticos conserva el estado
infantil o ha sido remitida a él.
En mi opinión, pues, la amnesia infantil, que convierte la infancia de cada individuo en un
tiempo anterior, por así decir prehistórico, y le oculta los comienzos de su propia vida
sexual, es la culpable de que no se haya otorgado valor al período infantil en el desarrollo
de la vida sexual.
1. El período de latencia sexual de la infancia y sus rupturas
Los hallazgos extraordinariamente frecuentes de mociones sexuales que se creían
excepciones y casos atípicos en la infancia, así como la revelación de los recuerdos
infantiles de los neuróticos, hasta entonces inconcientes,' permiten quizá trazar el
siguiente cuadro de la conducta sexual en ese período: Parece seguro que el neonato trae
consigo gérmenes de mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto
lapso, pero después sufren una progresiva sofocación; esta, a su vez, puede ser
quebrada por oleadas regulares de avance del desarrollo sexual o suspendida por
peculiaridades individuales. Nada seguro se conoce acerca del carácter legal y la
periodicidad de esta vía oscilante de desarrollo. Parece, empero, que casi siempre hacia
el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se expresa en una forma asequible
a la observación."
LAS INHIBICIONES SEXUALES: Durante este período de latencia total o meramente
pardal se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como inhibiciones
en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la manera de unos diques (el
asco, el sentimiento de vergüenza, ios reclamos ideales en lo estético y en lo moral). En el
niño civilizado se tiene la impresión de que el establecimiento de esos diques es obra de
la educación, y sin duda alguna ella contribuye en mucho. Pero en realidad este desarrollo
es de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede
producirse sin ninguna ayuda de la educación.
FORMACIÓN REACTIVA Y SUBLIMACIÓN: Probablemente a expensas de las mociones
sexuales infantiles mismas, cuyo aflujo no ha cesado, pues, ni siquiera en este período de
latencia, pero cuya energía —en su totalidad o en su mayor parte— es desviada del uso
sexual y aplicada a otros fines. Los historiadores de la cultura parecen contestes en
suponer que mediante esa desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas, y
su orientación hacia metas nuevas (un proceso que merece el nombre de sublimación), se
adquieren poderosos componentes para todos los logros culturales.
Puede, asimismo, arriesgarse una conjetura acerca del mecanismo de tal sublimación.
Las mociones sexuales de estos años infantiles serían, por una parte, inaplicables, pues
las funciones de la reproducción-están diferidas, lo cual constituye el carácter principal del
período de latencia; por otra parte, serían en sí perversas, esto es, partirían de zonas
erógenas y se sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo
sólo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias
(mociones reactivas) que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los
mencionados diques psíquicos: asco, vergüenza y moral.
RUPTURAS DEL PERÍODO DE LATENCIA: De tiempo en tiempo irrumpe un bloque de
exteriorización sexual que se ha sustraído a la sublimación, o cierta práctica sexual se
conserva durante todo el período de latencia hasta el estallido reforzado de la pulsión
sexual en la pubertad. Los educadores, en la medida en que prestan alguna atención a la
sexualidad infantil, se conducen como si compartieran nuestras opiniones acerca de la
formación de los poderes de defensa morales a expensas de la sexualidad, y como si
supieran que la práctica sexual hace ineducable al niño; en efecto, persiguen como
«vicios» todas las exteriorizaciones sexuales del niño, aunque sin lograr mucho contra
ellas.
2. Las exteriorizaciones de la sexualidad infantil
El chupeteo: El chupeteo que aparece ya en el lactante y puede conservarse hasta la
madurez o persistir toda la vida, consiste en un contacto de succión con la boca (los
labios), repetido rítmicamente, que no tiene por fin la nutrición. Una parte de los propios
labios, la lengua, un lugar de la piel que esté al alcance —aun el dedo gordo del pie—,
son tomados como objeto sobre el cual se ejecuta la acción de mamar. Una pulsión de
prensión que emerge al mismo tiempo suele manifestarse mediante un simultáneo tironeo
rítmico del lóbulo de la oreja y el apoderamiento de una parte de otra persona (casi
siempre de su oreja) con el mismo fin. La acción de mamar con fruición cautiva por entero
la atención y lleva al adormecimiento o incluso a una reacción motriz en una suerte de
orgasmo. No es raro que el mamar con fruición se combine con el frotamiento de ciertos
lugares sensibles del cuerpo, el pecho, los genitales externos. Por esta vía, muchos niños
pasan del chupeteo a la masturbación. Opino que la concatenación de fenómenos que
gracias a la indagación psicoanalítica hemos podido inteligir nos autoriza a considerar el
chupeteo como una exteriorización sexual, y a estudiar justamente en él los rasgos
esenciales de la práctica sexual infantil.
AUTOEROTISMO: Es claro, además, que la acción del niño chupeteador se rige por la
búsqueda de un placer —ya vivenciado, y ahora recordado—. Así, en el caso más simple,
la satisfacción se obtiene mamando rítmicamente un sector de la piel o de mucosa. Es
fácil colegir también las ocasiones que brindaron al niño las primeras experiencias de ese
placer que ahora aspira a renovar. Su primera actividad, la más importante para su vida,
el mamar del pecho materno (o de sus subrogados), no pudo menos que familiarizarlo con
ese placer. Diríamos que los labios del niño se comportaron como una zona erógena y la
estimulación por el cálido aflujo de leche fue la causa de la sensación placentera. Al
comienzo, claro está, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la satisfacción de
la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala primero en una de las
funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella.
La necesidad de repetir la satisfacción sexual se divorcia entonces de la necesidad de
buscar alimento, un divorcio que se vuelve inevitable cuando aparecen los dientes y la
alimentación ya no se cumple más exclusivamente mamando, sino también masticando.
El niño no se sirve de un objeto ajeno para mamar; prefiere una parte de su propia piel
porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del mundo exterior al que no
puede aún dominar, y porque de esa manera se procura, por así decir, una segunda zona
erógena, si bien de menor valor. El menor valor de este segundo lugar lo llevará más
tarde a buscar en otra persona la parte correspondiente, los labios.
No todos los niños chupetean. Cabe suponer que llegan a hacerlo aquellos en quienes
está constitucionalmente reforzado el valor erógeno de la zona de los labios. Si este
persiste, tales niños, llegados a adultos, serán grandes gustadores del beso, se inclinarán
a besos perversos o, si son hombres, tendrán una potente motivación intrínseca para
beber y fumar. Pero si sobreviene la represión, sentirán asco frente a la comida y
producirán vómitos histéricos. Siendo la zona labial un campo de acción recíproca, la
represión invadirá la pulsión de nutrición. Muchas de mis pacientes con trastornos
alimentarios, estrangulamiento de la garganta y vómitos, fueron en sus años infantiles
enérgicas chupeteadoras.
3. La meta sexual de la infancia.
El niño chupeteador busca por su cuerpo y escoge algún sector para mamárselo con
fruición; después, por acostumbramiento, este pasa a ser el preferido. Cuando por
casualidad tropieza con uno de los sectores predestinados (pezones, genitales), desde
luego será este el predilecto. Tal capacidad de desplazamiento reaparece en la
sintomatología de la histeria de manera enteramente análoga. En esta neurosis, la
represión afecta sobre todo a las zonas genitales en sentido estricto, las que prestan su
estimulabilidad a las restantes zonas erógenas, que de otro modo permanecerían
relegadas en la vida adulta; entonces, estas se comportan en un todo como los genitales.
META SEXUAL INFANTIL: La meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la
satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena que, de un modo u
otro, se ha escogido. Para que se cree una necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene
que haberse vivenciado antes. La zona de los labios: el enlace simultáneo de este sector
del cuerpo con la nutrición. En cuanto estado, la necesidad de repetir la satisfacción se
trasluce por dos cosas: un peculiar sentimiento de tensión, que posee más bien el
carácter del displacer, y una sensación de estímulo o de picazón condicionada
centralmente y proyectada a la zona erógena periférica. Por eso la meta sexual puede
formularse también así: procuraría sustituir la sensación de estímulo proyectada sobre la
zona erógena, por aquel estímulo externo que la cancela al provocar la sensación de la
satisfacción. Este estímulo externo consistirá la mayoría de las veces en una
manipulación análoga al mamar.
4. Las exteriorizaciones sexuales masturbatorias
ACTIVIDAD DE LA ZONA ANAL: La zona anal, a semejanza de la zona de los labios, es
apta por su posición para proporcionar un apuntalamiento de la sexualidad en otras
funciones corporales. Debe admitirse que el valor erógeno de este sector del cuerpo es
originariamente muy grande. Por el psicoanálisis nos enteramos, no sin asombro, de las
trasmudaciones que experimentan normalmente las excitaciones sexuales que parten de
él, y cuan a menudo conserva durante toda la vida una considerable participación en la
excitabilidad genital. Los trastornos intestinales tan frecuentes en la infancia se ocupan de
que no falten excitaciones intensas en esta zona.
Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por
el hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes
contracciones musculares y, al pasar por el ano, pueden ejercer un poderoso estímulo
sobre la mucosa. De esa mañera tienen que producirse sensaciones voluptuosas junto a
las dolorosas.
Evidentemente, lo trata como a una parte de su propio cuerpo; representa el primer
«regalo» por medio del cual el pequeño ser puede expresar su obediencia hacia el medio
circundante exteriorizándolo, y" su desafío, rehusándolo. A partir de este significado de
«regalo», más tarde cobra el de «hijo», el cual, según una de las teorías sexuales
infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino.
La retención de las heces, que al comienzo se practica deliberadamente para aprovechar
su estimulación masturbadora, por así decir, de la zona anal o para emplearla en' la
relación con las personas que cuidan al niño, es por otra parte una de las raíces del
estreñimiento tan frecuente en los neurópatas.
LA ACTIVACION DE LAS ZONAS GENITALES: Por su situación anatómica, por el
sobreaflujo de secreciones, por los lavados y frotaciones del cuidado corporal y por ciertas
excitaciones accidentales (como las migraciones de lombrices intestinales en las niñas),
es inevitable que la sensación placentera que estas partes del cuerpo son capaces de
proporcionar se haga notar al niño ya en su período de lactancia, despertándole una
necesidad de repetirla.
Es preciso distinguir tres fases en la masturbación infantil. La primera corresponde al
período de lactancia, la segunda al breve florecimiento de la práctica sexual hacia el
cuarto año de vida, y sólo la tercera responde al onanismo de la pubertad, el único que
suele tenerse en cuenta.
LA SEGUNDA FASE DE LA MASTURBACIÓN INFANTIL: Todos los detalles de esta
segunda activación sexual infantil dejan tras sí las más profundas (inconcientes) huellas
en la memoria de la persona, determinan el desarrollo de su carácter sí permanece sana,
y la sintomatología de su neurosis si enferma después de la pubertad. En este último
caso, hallamos que este período .sexual se ha olvidado, y se han desplazado los
recuerdos concientes que lo atestiguan; ya dije que yo vincularía también la amnesia
infantil normal con esta activación sexual infantil. Por medio de la exploración
psicoanalítica se logra hacer conciente lo olvidado y, de esta manera, eliminar una
compulsión que parte del material psíquico inconciente.
RETORNO DE LA MASTURBACIÓN DE LA LACTANCIA: La excitación sexual del
período de lactancia retorna en los años de la niñez indicados; puede hacerlo como un
estímulo de picazón, condicionado centralmente, que reclama una satisfacción onanista, o
como un proceso del tipo de una polución, que, de manera análoga a la polución de la
época de madurez, alcanza la satisfacción sin ayuda de ninguna acción.
Causas internas y ocasiones externas son decisivas para la reaparición de la actividad
sexual; en casos de neurosis, ambas pueden colegirse a partir de la conformación de los
síntomas y descubrirse con certeza mediante la exploración psicoanalítica.​ ​Las ocasiones
externas contingentes cobran en esa época una importancia grande y duradera. En primer
término se sitúa la influencia de la seducción, que trata prematuramente al niño como
objeto sexual y, en circunstancias que no pueden menos que provocarle fuerte impresión,
le enseña a conocer la satisfacción de las zonas genitales; secuela de ello es casi siempre
la compulsión a renovarla por vía onanista. Resulta evidente que no se requiere de la
seducción para despertar la vida sexual del niño, y que ese despertar puede producirse
también en forma espontánea a partir de causas internas.
DISPOSICIÓN PERVERSA POLIMORFA: Es instructivo que bajo la influencia de la
seducción el niño pueda convertirse en un perverso polimorfo, siendo descaminado a
practicar todas las trasgresiones posibles. Esto demuestra que en su disposición trae
consigo la aptitud para ello; tales trasgresiones tropiezan con escasas resistencias
porque, según sea la edad del niño, no se han erigido todavía o están en formación los
diques anímicos contra los excesos sexuales: la vergüenza, el asco y la moral. Esa misma
disposición polimorfa, y por tanto infantil, es la que explota la prostituta en su oficio; y en el
inmenso número de las mujeres prostitutas y de aquellas a quienes es preciso atribuir la
aptitud para la prostitución, aunque escaparon de ejercerla, es imposible no reconocer
algo común a todos los seres humanos, algo que tiene sus orígenes en la uniforme
disposición a todas las perversiones.
PULSIONES PARCIALES: Bajo la influencia de la seducción, la perversión de ver puede
alcanzar gran importancia para la vida sexual del niño. No obstante, mis exploraciones de
la niñez de personas sanas y de neuróticos me han llevado a concluir que la pulsión de
ver puede emerger en el niño como una exteriorización sexual espontánea. Niños
pequeños cuya atención se dirigió alguna vez a sus propios genitales —casi siempre por
vía masturbatoria— suelen dar sin contribución ajena el paso ulterior, y desarrollar un vivo
interés por los genitales de sus compañeritos de juegos. Puesto que la ocasión para
satisfacer esa curiosidad se presenta casi siempre solamente al satisfacer las dos
necesidades excrementicias, esos niños se convierten en voyeurs, fervientes mirones de
la micción y la defecación de otros. Sobrevenida la represión de estas inclinaciones, la
curiosidad de ver genitales de otras personas (de su propio sexo o del otro) permanece
como una presión martirizante, que en muchos casos de neurosis presta después la más
potente fuerza impulsora a la formación de síntoma.
Con independencia aún mayor respecto de las otras prácticas sexuales ligadas a las
zonas erógenas, se desarrollan en el niño los componentes crueles de la pulsión sexual.
La crueldad es cosa enteramente natural en el carácter infantil; en efecto, la inhibición en
virtud de la cual la pulsión de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la
capacidad de compadecerse, se desarrollan relativamente tarde.​ ​Niños que se distinguen
por una particular crueldad hacia los animales y los compañeros de juego despiertan la
sospecha, por lo común confirmada, de una práctica sexual prematura e intensa
proveniente de las zonas erógenas; y en casos de madurez anticipada y simultánea de
todas las pulsiones sexuales, la práctica sexual erógena parece ser la primaria. La
ausencia de la barrera de la compasión trae consigo el peligro de que este enlace
«establecido en la niñez entre las pulsiones crueles y las erógenas resulte inescindible
más tarde en la vida.
5. La investigación sexual infantil
LA PULSIÓN DE SABER: A la par que la vida sexual del niño alcanza su primer
florecimiento, entre los tres y los cinco años, se inicia en él también aquella actividad que
se adscribe a la pulsión de saber o de investigar. La pulsión de saber no puede
computarse entre los componentes pulsionales elementales ni subordinarse de manera
exclusiva a la sexualidad. Su acción corresponde, por una parte, a una manera sublimada
del apoderamiento, y, por la otra, trabaja con la energía de la pulsión de ver. Empero, sus
vínculos con la vida sexual tienen particular importancia, pues por los psicoanálisis hemos
averiguado que la pulsión de saber de los niños recae, en forma insospechadamente
precoz y con inesperada intensidad, sobre ios problemas sexuales, y aun quizás es
despertada por estos.
EL ENIGMA DE LA ESFINGE: El primer problema que lo ocupa es, en consonancia con
esta génesis del despertar de la pulsión de saber, no la cuestión de la diferencia entre los
sexos, sino el enigma: «¿De dónde vienen los niños?». En una desfiguración que es fácil
deshacer, es este el mismo enigma que proponía la
Esfinge de Tebas. En cuanto al hecho de los dos sexos, al comienzo el niño no se
revuelve contra él ni le opone reparo alguno. Para el varoncito es cosa natural suponer
que todas las personas poseen un genital como el suyo, y le resulta imposible unir su falta
a la representación que tiene de ellas.
COMPLEJO DE CASTRACIÓN Y ENVIDIA DEL PENE: El varoncito se aferra con energía
a esta convicción, la defiende obstinadamente frente a la contradicción que muy pronto la
realidad le opone, y la abandona sólo tras serias luchas interiores (complejo de
castración). Las formaciones sustitutivas de este pene perdido de la mujer cumplen un
importante papel en la conformación de múltiples perversiones.
El supuesto de que todos los seres humanos poseen idéntico genital (masculino) es la
primera de las asombrosas teorías sexuales infantiles, grávidas de consecuencias. De
poco le sirve al niño que la ciencia biológica dé razón a su prejuicio y deba reconocer al
clítoris femenino como un auténtico sustituto del pene. En cuanto a la niñita, no incurre en
tales rechazos cuando ve ios genitales del varón con su conformación diversa. Al punto
está dispuesta a reconocerla, y es presa de la envidia del pene, que culmina en el deseo
de ser un varón, deseo tan importante luego.
TEORÍAS DEL NACIMIENTO: Muchas personas recuerdan con claridad cuan
intensamente .se interesaron en el período prepuberal por esta cuestión: ¿De dónde
vienen los niños? Las soluciones anatómicas fueron en esa época de ios más diversos
tipos: vienen del pecho, son extraídos del vientre, o el ombligo se abre para dejarlos
pasar. En cuanto a la investigación correspondiente a los primeros años de la infancia, es
muy raro que se la recuerde fuera del análisis; ha caído bajo la represión mucho tiempo
atrás, pero sus resultados fueron uniformes: los hijos se conciben por haber comido algo
determinado (como en los cuentos tradicionales) y se los da a luz por el intestino, como a
la materia fecal. Estas teorías infantiles traen a la memoria modalidades del reino animal,
en especial la cloaca de los tipos zoológicos inferiores a los mamíferos.
CONCEPCIÓN SÁDICA DEL COMERCIO SEXUAL: Si a esa tierna edad los niños son
espectadores del comercio sexual entre adultos, lo cual es favorecido por el
convencimiento de los mayores de que el pequeño no comprende nada de lo sexual, no
puede menos que concebir el acto sexual como una especie de maltrato o sojuzgamiento,
vale decir, en sentido sádico. Por el psicoanálisis nos enteramos de que una impresión de
esa clase recibida en la primera infancia contribuye en mucho a la disposición para un
ulterior desplazamiento {descentramiento} sádico de la meta sexual. En lo sucesivo los
niños se ocupan mucho de este problema: ¿En qué puede consistir el comercio sexual o
—como dicen ellos— el estar casado? Casi siempre buscan la solución del secreto en
alguna relación de comunidad proporcionada por las funciones de la micción o la
defecación.
EL TIPICO FRACASO DE LA INVESTIGACIÓN SEXUAL INFANTIL: Los niños perciben
las alteraciones que el embarazo provoca en la madre y saben interpretarlas rectamente;
a menudo escuchan con una desconfianza profunda, aunque casi siempre silenciosa,
cuando les es contada la fábula de la cigüeña. Pero como la investigación sexual infantil
ignora dos elementos, el papel del semen fecundante y la existencia de la abertura sexual
femenina —los mismos puntos, por lo demás, en que la organización infantil se encuentra
todavía retrasada—, los esfuerzos del pequeño investigador resultan por lo general
infructuosos y terminan en una renuncia que no rara vez deja como secuela un deterioro
permanente de la pulsión de saber. La investigación sexual de la primera infancia es
siempre solitaria; implica un primer paso hacia la orientación autónoma en el mundo y
establece un fuerte extrañamiento del niño respecto de las personas de su contorno, que
antes habían gozado de su plena confianza.
6. Fases del desarrollo de la organización sexual
Hasta ahora hemos destacado los siguientes caracteres de la vida sexual infantil: es
esencialmente autoerótica {su objeto se encuentra en el cuerpo propio) y sus pulsiones
parciales singulares aspiran a conseguir placer cada una por su cuenta, enteramente
desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del
adulto llamada normal; en ella, la consecución de placer se ha puesto' al servicio de la
función de reproducción, y las pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona
erógena, han formado una organización sólida para el logro de la meta sexual en un
objeto ajeno.
ORGANIZACIONES PREGENITALES: Llamaremos pregenitales a las organizaciones de
la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel
hegemónico).
Una primera organización sexual pregenital es la oral o, si se prefiere, canibálica. La
actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado
opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual
consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en calidad de
identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante. El chupeteo puede verse
como un resto de esta fase hipotética que la patología nos forzó a suponer; en ella la
actividad sexual, desasida de la actividad de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno
a cambio de uno situado en el cuerpo propio.
Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico-anal. Aquí ya se ha
desplegado la división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero, no se los puede
llamar todavía masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo. La
actividad es producida por la pulsión de apoderamiento a través de la musculatura del
cuerpo, y como órgano de meta sexual pasiva se constituye ante todo la mucosa erógena
del intestino; empero, los objetos de estas dos aspiraciones no coinciden. Junto a ello, se
practican otras pulsiones parciales de manera autoerótica. En esta fase, por tanto, ya son
pesquisables la polaridad .sexual y el objeto ajeno. Faltan todavía la organización y la
subordinación a la función de la reproducción.
AMBIVALENCIA: El predominio del sadismo, y de la zona anal en el papel de cloaca, le
imprimen un sesgó notablemente arcaico. Además, posee este otro carácter: los pares de
opuestos pulsionales están plasmados en un grado aproximadamente igual, estado de
cosas que se designa con el feliz término introducido por Bleuler: ambivalencia.
La hipótesis de las organizaciones pregenitales de la vida sexual descansa en el análisis
de las neurosis; difícilmente se la pueda apreciar si no es con relación al conocimiento de
estas.
Para completar el cuadro de la vida sexual infantil, es preciso agregar que a menudo, o
regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos
supuesto característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de los afanes
sexuales se dirigen a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí, pues,
el máximo acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva que la vida
sexual presentará después de la pubertad. La diferencia respecto de esta última reside
sólo en el hecho de que la unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al
primado de los genitales no son establecidas en la infancia, o lo son de manera muy
incompleta. Por tanto, la instauración de ese primado al servicio de la reproducción es la
última fase por la que atraviesa la organización sexual.
LOS DOS TIEMPOS DE LA ELECCIÓN DE OBJETO, El siguiente proceso puede
reclamar el nombre de típico: la elección de objeto se realiza en dos tiempos, en dos
oleadas. La primera se inicia entre los dos y los cinco años, y el período de latencia la
detiene o la hace retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas
sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva
de la vida sexual.
Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía; o
bien se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la
pubertad. Pero demuestran ser inaplicables, y ello a consecuencia del desarrollo de la
represión, que se sitúa entre ambas fases. Sus metas sexuales han experimentado un
atemperamiento, y figuran únicamente lo que podemos llamar la corriente tierna de la vida
sexual. La elección de objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos
infantiles y empezar de nuevo como corriente sensual.
7. Fuentes de la sexualidad infantil
En el empeño de rastrear los orígenes de la pulsión sexual hemos hallado hasta aquí que
la excitación sexual nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros
procesos orgánicos; h) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c)
como expresión de algunas «pulsiones» cuyo origen todavía no comprendemos bien (p.
ej., la pulsión de ver y la pulsión a la crueldad).
No nos asombrará enterarnos de que a ciertos tipos de estimulación general de la piel
pueden adscribirse efectos erógenos muy nítidos. Entre estos, destacamos sobre todo los
estímulos térmicos; quizás ello nos facilite la comprensión del efecto terapéutico de los
baños calientes.
EXCITACIONES MECÁNICAS: Además, tenemos que incluir en esta serie la producción
de una excitación sexual mediante sacudimientos mecánicos del cuerpo, de carácter
rítmico. Debemos distinguir en ellos tres clases de influencias de estímulo: las que actúan
sobre el aparató sensorial de los nervios vestibulares, las que actúan sobre la piel y las
que lo hacen sobre las partes profundas (músculos, aparato articular). La existencia de las
sensaciones placenteras así generadas —merece destacarse que estamos autorizados a
usar indistintamente, para todo un tramo, «excitación sexual» y «satisfacción».
Suelen dotar de un enigmático interés, de extraordinaria intensidad, a todo lo relacionado
con el ferrocarril; y en la edad en que se activa la fantasía (poco antes de la pubertad)
suelen convertirlo en el núcleo de un simbolismo refinadamente sexual. Es evidente que la
compulsión a establecer ese enlace entre el viaje por ferrocarril y la sexualidad proviene
del carácter placentero de las sensaciones de movimiento. Y si después se suma la
represión, que hace que tantas de las predilecciones infantiles den un vuelco hacia su
contrario, esas mismas personas reaccionarán en su adolescencia o madurez con
náuseas si son mecidas o hamacadas, o bien un viaje por ferrocarril las agotará
terriblemente, o tenderán a sufrir ataques de angustia en caso de viajar y se protegerán
de la repetición de esa experiencia penosa mediante la angustia al ferrocarril.
A esta serie pertenece el hecho —todavía incomprendido— de que la neurosis traumática
histeriforme grave se produce por sumación de terror y sacudimiento mecánico.
Al menos puede suponerse que estas influencias, que en intensidades mínimas pasan a
ser fuente de excitación sexual, en medida excesiva provocan una profunda conmoción
del mecanismo o quimismo sexuales.
ACTIVIDAD MUSCULAR: Es sabido que una intensa actividad muscular constituye para
el niño una necesidad de cuya satisfacción extrae un placer extraordinario. Está sujeto a
elucidaciones críticas el determinar si este placer tiene algo que ver con la sexualidad, si
él mismo incluye una satisfacción sexual o puede convertirse en ocasión de una
excitación sexual. En la promoción de la excitación sexual por medio de la actividad
muscular habría que reconocer una de las raíces de la pulsión sádica. Para muchos
individuos, el enlace infantil entre juegos violentos y excitación sexual es codeterminante
de la orientación preferencia! que imprimirán más tarde a su pulsión sexual.
PROCESOS AFECTIVOS: El efecto de excitación sexual de muchos afectos en sí
displacenteros, como el angustiarse, el estremecerse de miedo o el espantarse, se
conserva en gran número de seres humanos durante su vida adulta, y explica sin duda
que muchas personas acechen la oportunidad de recibir tales sensaciones, sujetas sólo a
ciertas circunstancias concomitantes (su pertenencia a un mundo de ficción, la lectura, el
teatro) que amengüen la seriedad de la sensación de displacer.
Si es lícito suponer que también sensaciones de dolor intenso provocan idéntico efecto
erógeno, sobre todo cuando el dolor es aminorado o alejado por una condición
concomitante, esta relación constituiría una de las raíces principales de la pulsión
sadomasoquista, en cuya múltiple composición vamos penetrando así poco a poco.
TRABAJO INTELECTUAL: Por último, es innegable que la concentración de la atención
en una tarea intelectual, y, en general, el esfuerzo mental, tiene por consecuencia en
muchas personas, tanto jóvenes como más maduras, una excitación sexual concomitante.
Hemos de considerarla la única base legítima de la tesis, por otra parte tan dudosa, que
hace derivar las perturbaciones nerviosas de un «exceso de trabajo» mental.
LAS VÍAS DE LA INFLUENCIA RECÍPROCA: Si abandonamos las expresiones figuradas
que usamos durante tanto tiempo, y dejamos de hablar de «fuentes» de la excitación
sexual, podemos arribar a esta conjetura: todas las vías de conexión que llegan hasta la
sexualidad desde otras funciones tienen que poderse transitar también en la dirección
inversa. Vaya un ejemplo: si el hecho de ser la zona de los labios patrimonio común de las
dos funciones es el fundamento por el cual la nutrición genera una satisfacción sexual,
ese mismo factor nos permite comprender que la nutrición sufra perturbaciones cuando
son perturbadas las funciones erógenas de la zona común. Y una vez que sabemos que
la concentración de la atención es capaz de producir excitación sexual, ello nos induce a
suponer que actuando por la misma vía, sólo que en dirección inversa, el estado de
excitación sexual influye sobre la disponibilidad de atención orientable. Una buena parte
de la sintomatología de las neurosis, que yo derivo de perturbaciones de los procesos
sexuales, se exterioriza en perturbaciones de la» otras funciones, no sexuales, del cuerpo.
TP 5. Unidad 2 y 4. Ficha 4521. Volumen 14. Contribución a la historia del
movimiento Psicoanalítico
Freud define a la pulsión como «un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático,
como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y
alcanzan el alma». Unos pocos años antes, hacia el final de la sección III de su estudio
del caso Schreber, definió a la pulsión como «el concepto fronterizo de lo somático
respecto de lo anímico, [. . .] el representante psíquico de poderes orgánicos». Pero con
un prólogo fechado en octubre de 1914) de sus Tres ensayos ¿le teoría sexual (1905J), la
definió como «la agencia representante psíquica de una fuente de estímulos intrasomática
en continuo fluir [. . . ] uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo
corporal». Freud traza allí una distinción muy neta entre la pulsión y su representante
psíquico. El ejemplo más claro es quizás un pasaje de «Lo inconciente»: «Una pulsión
nunca puede pasar a ser objeto de la conciencia; sólo puede serlo la representación que
es su representante. Ahora bien, tampoco en el interior de lo inconciente puede estar
representada si no es por la representación. [. .. ] Entonces, cada vez que pese a eso
hablamos de una moción pulsional inconciente o de una moción pulsional reprimida, no
[...] podemos aludir sino a una moción pulsional cuya agencia
representante-representación es inconciente». En el artículo sobre la represión (pág. 143),
Freud habla de la «agencia representante psíquica (agencia
representante-representación) de la pulsión», y continúa: «. . .la agencia representante en
cuestión persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella»; en el mismo artículo escribe
luego que una agencia representante de pulsión es «una representación o un grupo de
representaciones investidas desde la pulsión con un determinado monto de energía
psíquica (libido, interés)», y sigue diciendo que «junto a la representación interviene algo
diverso, algo que representa a la pulsión». En este segundo grupo de citas, por lo tanto, la
pulsión ya no es considerada como agencia representante psíquica de mociones
somáticas, sino más bien como no-psíquica en sí misma. Ambos puntos de vista,
aparentemente diferentes, se encuentran en otros lugares en los escritos posteriores de
Freud, si bien el segundo de ellos es el que predomina. Puede ser, empero, que la
contradicción sea más aparente que real, y que su solución resida precisamente en \a
ambigüedad del concepto mismo —en su carácter de concepto fronterizo entre lo físico y
lo anímico—.
Es cierto que reflexiones posteriores lo llevaron a modificar sus puntos de vista sobre la
clasificación de las pulsiones y sus determinantes más profundos; pero este artículo es
una base indispensable para comprender los desarrollos que habían de seguir.
Freud distingue entre un «estímulo», fuerza que opera «de un solo golpe», y una
«pulsión», que siempre actúa como una fuerza constante. Esta precisa distinción había
sido trazada por él veinte años antes, sólo que en lugar de «estímulo» y «pulsión»
hablaba entonces de «excitación exógena» y «endógena».
En este período inicial, el conflicto subyacente en las psiconeurosis se describía a veces
como un conflicto entre «el yo» y «la sexualidad»; y si bien se usaba con frecuencia el
término «libido», se lo conceptualizaba como manifestación de la «tensión sexual
somática», que a su vez era considerada un fenómeno químico. Recién en los Tres
ensayos se estableció explícitamente que la libido era una expresión de la pulsión sexual.
El otro participante del conflicto («el yo») permaneció indefinido durante mucho más
tiempo. Se examinaron principalmente sus funciones —en particular la «represión», la
«resistencia» y el «examen de realidad»—, pero poco se dijo (fuera de un intento muy
temprano en el «Proyecto»), sobre su estructura o su dinámica.
Freud introdujo la expresión «pulsiones yoicas», a las que identificó, por una parte, con las
pulsiones de autoconservación y, por otra, con la función represora. De ahí en más el
conflicto se presentó regularmente como un conflicto entre dos series de pulsiones: la
libido y las pulsiones yoicas.
Freud planteó la noción de «libido yoica» (o «libido narcisista»), que inviste al yo, por
contraste con la «libido de objeto», que inviste a los objetos. El punto decisivo en la
clasificación de las pulsiones se alcanzó en Más allá del principio de placer (1920). En el
capítulo VI de ese trabajo, Freud reconoce francamente que se había llegado a una
situación difícil, y declara de manera explícita que «desde luego, la libido narcisista es una
exteriorizacion de fuerzas de pulsiones sexuales», y que «es preciso identificarla con las
"pulsiones de autoconservación"». Todavía sostiene, sin embargo, que hay pulsiones
yoicas y pulsiones de objeto que no son libidinales, y continuando con su postura dualista
introduce su hipótesis de la pulsión de muerte. Las pulsiones agresivas y destructivas.
Hasta entonces les había concedido escasa atención, excepto en aquellos casos (como
en el sadismo y el masoquismo).
La pulsión sería un estímulo para lo psíquico. Pero enseguida advertimos que no hemos
de equiparar pulsión y estímulo psíquico. Es evidente que para lo psíquico existen otros
estímulos que los pulsionales: los que se comportan de manera muy parecida a los
estímulos fisiológicos. Por ejemplo, si una fuerte luz hiere el ojo, no es ese un estímulo
pulsional; sí lo es el sentir sequedad en la mucosa de la garganta o acidez en la mucosa
estomacal.
El estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio
organismo. La pulsión, no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre
como una fuerza constante. Puesto que no ataca desde afuera, sino desde el interior del
cuerpo, una huida de nada puede valer contra ella. Será mejor que llamemos «necesidad»
al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la «satisfacción». Esta sólo puede
alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente
interior de estímulo.
Primero hallamos la esencia de la pulsión en sus caracteres principales, a saber, su
proveniencia de fuentes de estímulo situadas en el interior del organismo y su emergencia
como fuerza constante, y de ahí derivamos uno de sus ulteriores caracteres, que es su
incoercibilidad por acciones de huida. Es de naturaleza biológica. Los estímulos exteriores
plantean una única tarea, la de sustraerse de ellos, y esto acontece mediante
movimientos musculares. Los estímulos pulsionales que se generan en el interior del
organismo no pueden tramitarse mediante ese mecanismo. Entonces, tenemos derecho a
inferir que ellas, las pulsiones, y no los estímulos exteriores, son los genuinos motores de
los progresos que han llevado al sistema nervioso (cuya productividad es infinita) a su
actual nivel de desarrollo. Desde luego, nada impide esta conjetura: las pulsiones mismas,
al menos en parte, son decantaciones de la acción de estímulos exteriores que en el
curso de la filogénesis influyeron sobre la sustancia viva, modificándola.
El sentimiento de displacer tiene que ver con un incremento del estímulo, y el de placer
con su disminución. La imprecisión de esta hipótesis es considerable.
Si ahora, desde el aspecto biológico, pasamos a la consideración de la vida anímica, la
«pulsión» nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como
un representante psíquico, de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y
alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo
anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal.
Ahora podemos discutir algunos términos que se usan en conexión con el concepto de
pulsión, y son: esfuerzo, meta, objeto, fuente de la pulsión.
Por esfuerzo de una pulsión se entiende su factor motor, la suma de fuerza o la medida de
la exigencia de trabajo que ella representa. Ese carácter esforzante es una propiedad
universal de las pulsiones, y aun su esencia misma. Toda pulsión es un fragmento de
actividad; cuando negligentemente se habla de pulsiones pasivas, no puede mentarse
otra cosa que pulsiones con una meta pasiva.
La meta de una pulsión es en todos los casos la satisfacción que sólo puede alcanzarse
cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión. Pero si bien es cierto que
esta meta última permanece invariable para toda pulsión, los caminos que llevan a ella
pueden ser diversos, de suerte que para una pulsión se presenten múltiples metas más
próximas o intermediarias, que se combinan entre sí o se permutan unas por otras. La
experiencia nos permite también hablar de pulsiones «de meta inhibida» en el caso de
procesos a los que se permite avanzar un trecho en el sentido de la satisfacción pulsional,
pero después experimentan una' inhibición o una desviación. Cabe suponer que también
con tales procesos va asociada una satisfacción parcial.
El objeto de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más
variable en la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina
sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es
un objeto ajeno; también puede ser una parte del cuerpo propio. En el curso de los
destinos vitales de la pulsión puede sufrir un número cualquiera de cambios de vía; a este
desplazamiento de la pulsión le corresponden los más significativos papeles. Puede
ocurrir que el mismo objeto sirva simultáneamente a la satisfacción de varias pulsiones;
es, según Alfred Adler, el caso del entrelazamiento de pulsiones. Un lazo particularmente
íntimo de la pulsión con el objeto se acusa como fijación de aquella. Suele consumarse en
períodos muy tempranos del desarrollo pulsional y pone término a la movilidad de la
pulsión contrariando con intensidad su desasimiento.
Por fuente de la pulsión se entiende aquel proceso somático, interior a un órgano o a una
parte del cuerpo, cuyo estímulo es representado en la vida anímica por la pulsión. El
estudio de las fuentes pulsionales ya no compete a la psicología; aunque para la pulsión
lo absolutamente decisivo es su origen en la fuente somática.
Basta con el supuesto, más simple, de que todas las pulsiones son cualitativamente de la
misma índole, y deben su efecto sólo a las magnitudes de excitación que conducen o,
quizás, aun a ciertas funciones de esta cantidad. Lo que distingue entre sí a las
operaciones psíquicas que proceden de las diferentes pulsiones puede reconducirse a la
diversidad de las fuentes pulsionales.
He propuesto distinguir dos grupos de tales pulsiones primordiales: las pulsiones yoicas o
de autoconservación y las pulsiones sexuales. Las psiconeurosis, más precisamente el
grupo de las llamadas «neurosis de trasferencia» (la histeria y la neurosis obsesiva), y en
ellas obtuvo la intelección de que en la raíz de todas esas afecciones se hallaba un
conflicto entre los reclamos de la sexualidad y los del yo.
Lo que la biología dice sobre esto no contraría por cierto la separación entre pulsiones
yoicas y pulsiones sexuales. Enseña que la sexualidad no ha de equipararse a las otras
funciones del individuo, pues sus tendencias van más allá de él y tienen por contenido la
producción de nuevos individuos, vale decir, la conservación de la especie. Nos muestra,
además, que dos concepciones del vínculo entre yo y sexualidad coexisten con igual título
una junto a la otra. Para una, el individuo es lo principal; esta aprecia a la sexualidad
como una de sus funciones y a la satisfacción sexual como una de sus necesidades.
El psicoanálisis ha podido aportar hasta ahora datos más o menos satisfactorios
únicamente sobre las pulsiones sexuales; es que sólo este grupo pudo observarse como
aislado en las psiconeurosis.
Con miras a una caracterización general de las pulsiones sexuales puede enunciarse lo
siguiente: Son numerosas, brotan de múltiples fuentes orgánicas, al comienzo actúan con
independencia unas de otras y sólo después se reúnen en una síntesis más o menos
acabada. La meta a que aspira cada una de ellas es el logro del placer de órgano; sólo
tras haber alcanzado una síntesis cumplida entran al servicio de la función de
reproducción, en cuyo carácter se las conoce comúnmente como pulsiones sexuales. En
su primera aparición se apuntalan en las pulsiones de conservación, de las que sólo poco
a poco se desasen; también en el hallazgo de objeto siguen los caminos que les indican
las pulsiones yoicas. Una parte de ellas continúan asociadas toda la vida a estas últimas,
a las cuales proveen de componentes libidinosos que pasan fácilmente inadvertidos
durante la función normal y sólo salen a la luz cuando sobreviene la enfermedad. Se
singularizan por el hecho de que en gran medida hacen un papel vicario unas respecto de
las otras y pueden intercambiar con facilidad sus objetos {cambios de vía}. A
consecuencia de las propiedades mencionadas en último término, se habilitan para
operaciones muy alejadas de sus acciones-meta originarias {sublimación). Tendremos
que circunscribir a las pulsiones sexuales, mejor conocidas por nosotros, la indagación de
los destinos que las pulsiones pueden experimentar ene l curso de su desarrollo. La
observación nos enseña a reconocer, como destinos
Atendiendo a los motivos {las fuerzas} contrarrestantes de una prosecución directa de las
pulsiones, los destinos de pulsión pueden ser presentados también como variedades de la
defensa contra las pulsiones.
El trastorno hacia lo contrario se resuelve, ante una consideración más atenta, en dos
procesos diversos: la vuelta de una pulsión de la actividad a la pasividad, y el trastorno en
cuanto al contenido. Por ser ambos procesos de naturaleza diversa, también ha de
tratárselos por separado.
Ejemplos del primer proceso brindan los pares de opuestos sadismo-masoquismo y placer
de ver-exhibición. El trastorno sólo atañe a las metas de la pulsión; la meta activa
—martirizar, mirar— es remplazada por la pasiva —ser martirizado, ser mirado—. El
trastorno en cuanto al contenido se descubre en este único caso: la mudanza del amor en
odio.
La vuelta hacia la persona propia se nos hace más comprensible si pensamos que el
masoquismo es sin duda un sadismo vuelto hacia el yo propio, y la exhibición lleva
incluido el mirarse el cuerpo propio. La observación analítica no deja subsistir ninguna
duda en cuanto a que el masoquista goza compartidamente la furia que se abate sobre su
persona, y el exhibicionista, su desnudez. Lo esencial en este proceso es entonces el
cambio de vía del objeto, manteniéndose inalterada la meta.
Una vez que el sentir dolores se ha convertido en una meta masoquista, puede surgir
retrogresivamente la meta sádica de infligir dolores; produciéndolos en otro, uno mismo
los goza de manera masoquista en la identificación con el objeto que sufre. Desde luego,
en ambos casos no se goza el dolor mismo, sino la excitación sexual que lo acompaña, y
como sádico esto es particularmente cómodo. El gozar del dolor sería, por tanto, una meta
originariamente masoquista, pero que sólo puede devenir meta pulsional en quien es
originariamente sádico.
Resultados algo diversos y más simples ofrece la indagación de otro par de opuestos: el
de las pulsiones que tienen por meta, respectivamente, el ver y el mostrarse («voyeur» y
exhibicionista en el lenguaje de las perversiones).
La mudanza pulsional mediante trastorno de la actividad en pasividad y mediante vuelta
sobre la persona propia nunca afecta, en verdad, a todo el monto de la moción pulsional.
Todas las etapas de desarrollo de la pulsión (tanto la etapa previa autoerótica cuanto las
conformaciones finales activa y pasiva) subsisten unas junto a las otras.
La mudanza de una pulsión en su contrario (material) sólo es observada en un caso: la
trasposición de amor en odio. Puesto que con particular frecuencia ambos se presentan
dirigidos simultáneamente al mismo objeto, tal coexistencia ofrece también el ejemplo más
significativo de una ambivalencia de sentimientos.
El amar no es susceptible de una sola oposición, sino de tres. Además de la oposición
amar-odiar, hay la que media entre amar y ser-amado, y, por otra parte, amar y odiar
tomados en conjunto se contraponen al estado de indiferencia.
De estas tres oposiciones, la segunda, la que media entre amar y ser-amado, se
corresponde por entero con la vuelta de la actividad a la pasividad y admite también,
como la pulsión de ver, idéntica reconducción a una situación básica. Hela aquí: amarse a
sí mismo, lo cual es para nosotros la característica del narcisismo. Ahora bien, según
sean el objeto o el sujeto los que se permuten por uno ajeno, resultan la aspiración de
meta activa, el amar, o la de meta pasiva, el ser amado, de las cuales la segunda se
mantiene próxima al narcisismo.
Quizá nos acerquemos a la comprensión de los múltiples contrarios del amar si
consideramos que la vida anímica en genera] está gobernada por tres polaridades, las
oposiciones entre:
Sujeto (yo)-Objeto (mundo exterior).
Placer-Displacer.
Activo-Pasivo.
De los objetos que sirven para la conservación del yo no se dice que se los ama; se
destaca que se necesita de ellos, y tal vez se expresa la injerencia de una relación de otra
índole empleando giros que indican un amor muy debilitado: me gusta, lo aprecio, lo
encuentro agradable.
La palabra «amar» se instala entonces, cada vez más, en la esfera del puro vínculo de
placer del yo con el objeto, y se fija en definitiva en los objetos sexuales en sentido
estricto y en aquellos objetos que satisfacen las necesidades de las pulsiones sexuales
sublimadas. La división entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales que hemos impuesto
a nuestra psicología está acorde, pues, con el espíritu de nuestro lenguaje. Si no solemos
decir que la pulsión sexual singular ama a su objeto, y en cambio hallamos que el uso
más adecuado de la palabra «amar» se aplica al vínculo del yo con su objeto sexual, esta
observación nos enseña que su aplicabilidad a tal relación sólo empieza con la síntesis de
todas las pulsiones parciales de la sexualidad bajo el primado de los genitales y al servicio
de la función de la reproducción.
Y aun puede afirmarse que los genuinos modelos de la relación de odio no provienen de
la vida sexual, sino de la lucha del yo por conservarse y afirmarse.
El amor proviene de la capacidad del yo para satisfacer de manera autoerótica, por la
ganancia de un placer de órgano, una parte de sus mociones pulsionales. Es
originariamente narcisista, después pasa a los objetos que se incorporaron al yo
ampliado, y expresa el intento motor del yo por alcanzar esos objetos en cuanto fuentes
de placer. Se enlaza íntimamente con el quehacer de las posteriores pulsiones sexuales y
coincide, cuando la síntesis de ellas se ha cumplido, con la aspiración sexual total. Etapas
previas del amar se presentan como metas sexuales provisionales en el curso del
complicado desarrollo de las pulsiones sexuales.
El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor; brota de la repulsa
primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de
estímulos. Como exteriorización de la reacción displacentera provocada por objetos,
mantiene siempre un estrecho vínculo con las pulsiones de la conservación del yo, de
suerte que pulsiones yoicas y pulsiones sexuales con facilidad pueden entrar en una
oposición que repite la oposición entre odiar y amar.
TP 5. Unidad 2. Ficha 4523. Volumen 14. Contribución a la historia del movimiento
psicoanalítico.
Puede ser el destino de una moción pulsional chocar con resistencias que quieran hacerla
inoperante. Bajo condiciones a cuyo estudio más atento pasaremos enseguida, entra
entonces en el estado de la represión. Si se tratase del efecto de un estímulo exterior, es
evidente que la huida sería el medio apropiado. En el caso de la pulsión, de nada vale la
huida, pues el yo no puede escapar de sí mismo. Más tarde, en algún momento, se
encontrará en la desestimación por el juicio (juicio adverso) un buen recurso contra la
moción pulsional. Una etapa previa al juicio adverso, una cosa intermedia entre la huida y
el juicio adverso, es la represión, cuyo concepto no podía establecerse en el período
anterior a los estudios psicoanalíticos.
La satisfacción de la pulsión sometida a la represión sería sin duda posible y siempre
placentera en sí misma, pero sería inconciliable con otras exigencias y designios. Por
tanto, produciría placer en un lugar y displacer en otro. Tenemos, así, que la condición
para la represión es que el motivo de displacer cobre un poder mayor que el placer de la
satisfacción. Además, la experiencia psicoanalítica en las neurosis de trasferencia nos
impone esta conclusión: La represión no es un mecanismo de defensa presente desde el
origen; no puede engendrarse antes que se haya establecido una separación nítida entre
actividad conciente y actividad inconciente del alma, y su esencia consiste en rechazar
algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella.
Ahora caemos en la cuenta de que represión e inconciente son correlativos.
Represión primordial, una primera fase de la represión que consiste en que a la agencia
representante psíquica (agencia representante-representación) de la pulsión se le deniega
la admisión en lo conciente. Así se establece una fijación; a partir de ese momento la
agencia representante en cuestión persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella.
La segunda etapa de la represión, la represión propiamente dicha, recae sobre retoños
psíquicos de la agencia representante reprimida o sobre unos itinerarios de pensamiento
que, procedentes de alguna otra parte, han entrado en un vínculo asociativo con ella. A
causa de ese vínculo, tales representaciones experimentan el mismo destino que lo
reprimido primordial.
En realidad, la represión sólo perturba el vínculo con un sistema psíquico: el de lo
conciente.
Cuando practicamos la técnica psicoanalítica, invitamos de continuo al paciente a producir
esos retoños de lo reprimido, que, a consecuencia de su distanciamiento o de su
desfiguración, pueden salvar la censura de lo conciente.
La represión trabaja, entonces, de manera en alto grado individual; cada uno de los
retoños de lo reprimido puede tener su destino particular; un poco más o un poco menos
de desfiguración cambia radicalmente el resultado.
Lo mismo que se consigue con un más o un menos de desfiguración puede alcanzarse,
por así decir en el otro extremo del aparato, mediante una modificación en las condiciones
de producción de placer-displacer. Existen técnicas particulares creadas con el propósito
de provocar alteraciones tales en el juego de las fuerzas psíquicas que lo mismo que de
otro modo produciría displacer pueda por una vez resultar placentero; y tan pronto como
uno de estos medios técnicos entra en acción, queda cancelada la represión de una
agencia representante de pulsión que de otro modo sería rechazada. Esas técnicas sólo
se han estudiado hasta ahora con precisión respecto del chiste.
La represión. Ella no sólo es, como acabamos de consignarlo, individual, sino en alto
grado móvil. La represión exige un gasto de fuerza constante; si cejara, peligraría su
resultado haciéndose necesario un nuevo acto represivo. La movilidad de la represión
encuentra expresión en los caracteres psíquicos del estado del dormir, el único que
posibilita la formación del sueño. Con el despertar, las investiduras de represión recogidas
se emiten de nuevo.
Es muy poco lo que enunciamos acerca de una moción pulsional cuando afirmamos que
está reprimida. Es que, sin perjuicio de su represión, puede encontrarse en muy diversos
estados: puede estar inactiva, es decir, escasamente investida con energía psíquica, o
investida en grados variables y así habilitada para la actividad. En el caso de los retoños
no reprimidos de lo inconciente, la medida de la activación o investidura suele decidir el
destino de cada representación singular. En materia de represión, un aumento de la
investidura energética actúa en el mismo sentido que el acercamiento a lo inconciente, y
una disminución, en el mismo que el distanciamiento respecto de lo inconciente o que una
desfiguración. Comprendemos así que las tendencias represoras puedan encontrar en el
debilitamiento de lo desagradable un sustituto de su represión.
El nombre de monto de afecto corresponde a la pulsión en la medida en que esta se ha
desasido de la representación y ha encontrado una expresión proporcionada a su
cantidad en procesos que devienen registrables para la sensación como afectos. Desde
ahora, cuando describamos un caso de represión, tendremos que rastrear separadamente
lo que en virtud de ella se ha hecho de la representación, por un lado, y de la energía
pulsional que adhiere a esta, por el otro.
El factor cuantitativo de la agencia representante de pulsión tiene tres destinos posibles,
como nos lo enseña una ojeada panorámica a las experiencias que nos ha brindado el
psicoanálisis: La pulsión es sofocada por completo, de suerte que nada se descubre de
ella, o sale a la luz como un afecto coloreado cualitativamente de algún modo, o se muda
en angustia.'" Las dos últimas posibilidades nos ponen frente a la tarea de discernir como
un nuevo destino de pulsión la trasposición de las energías psíquicas de las pulsiones en
afectos y, muy particularmente, en angustia.
Recordemos que la represión no tenía otro motivo ni propósito que evitar el displacer. De
ahí se sigue que el destino del monto de afecto de la agencia representante importa
mucho más que el destino de la representación. Por tanto, es el decisivo para nuestro
juicio sobre el proceso represivo.
Si una represión no consigue impedir que nazcan sensaciones de displacer o de angustia,
ello nos autoriza a decir que ha fracasado, aunque haya alcanzado su meta en el otro
componente, la representación.
La represión crea, por regla general, una formación sustitutiva.
La genuina histeria de conversión. Lo sobresaliente en ella es que consigue hacer
desaparecer por completo el monto de afecto. El enfermo exhibe entonces hacia sus
síntomas la conducta que Charcot ha llamado «la belle indifference des hystériquesy>.
Otras veces esta sofocación no se logra tan completa, y una dosis de sensaciones
penosas se anuda a los síntomas mismos, o no puede evitarse algún desprendimiento de
angustia que, a su vez, pone en acción el mecanismo de formación de una fobia. El
contenido de representación de la agencia representante de pulsión se ha sustraído
radicalmente de la conciencia; como formación sustitutiva —y al mismo tiempo como
síntoma—se encuentra una inervación hiperintensa —somática en los casos típicos—,
unas veces de naturaleza sensorial y otras de naturaleza motriz, ya sea como excitación o
como inhibición.
La neurosis obsesiva descansa en la premisa de una regresión por la cual una aspiración
sádica remplaza a una aspiración tierna. Este impulso hostil hacia una persona amada es
el que cae bajo la represión. El efecto es totalmente diverso en una primera fase del
trabajo represivo que en una fase posterior. Primero alcanza un éxito pleno: el contenido
de representación es rechazado y se hace desaparecer el afecto. El mecanismo de la
represión.
Como lo hace dondequiera, esta ha producido una sustracción de libido, pero a este fin se
sirve de la formación reactiva por fortalecimiento de un opuesto. La formación sustitutiva
responde aquí, pues, al mismo mecanismo que la represión, y en el fondo coincide con
esta; pero tanto en el tiempo cuanto en el concepto se aparta de la formación de síntoma.
Es muy probable que la situación de ambivalencia en que se insertó el impulso sádico que
debe reprimirse posibilite el proceso en su conjunto.
Esa represión inicialmente buena no resiste, empero; en el circuito ulterior, su fracaso se
esfuerza resaltando cada vez más. La ambivalencia, en virtud de la cual se había hecho
posible la represión {esfuerzo de desalojo} por formación reactiva, es también el lugar en
el cual lo reprimido consigue retornar. El afecto desaparecido retorna mudándose en
angustia social, en angustia de la conciencia moral, en reproches sin medida; la
representación rechazada se remplaza mediante un sustituto por desplazamiento, a
menudo por desplazamiento a lo ínfimo, a lo indiferente. En la mayoría de los casos hay
una tendencia inequívoca a la producción intacta de la representación reprimida. El
fracaso en la represión del factor cuantitativo, afectivo, pone en juego el mismo
mecanismo de la huida por medio de evitaciones y prohibiciones de que tomamos
conocimiento en la fobia histérica. Pero el rechazo que pesa sobre la representación en
cuanto a su ingreso a lo conciente se mantiene con tenacidad porque trae consigo la
coartación de la acción, el aherrojamiento motor del impulso. Así, en la neurosis obsesiva
el trabajo de la represión desemboca en una pugna estéril e interminable.
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