CÓMO HACER MISIÓN Y NO RENUNCIAR EN EL INTENTO “Dejándolo todo, lo siguieron” Lc 5,1-11 La misión llega cuando menos lo esperamos en momentos de gran comodidad y seguridad. Para mí fue en la adolescencia, saber que Jesús nos llama para emprender un camino de renuncia alegre, para ir en pos de El con fe y optimismo. Gracias a mi catequista de Confirmación, estuve preparado para dar el “si”, después de una noche de vigilia, orando y encomendando a Dios mi presente y mi futuro, aceptaba el desafío de seguirle en un mundo de contradicciones y paradojas. Le seguí a Él. Le serví en mis hermanos más pequeños: los niños. Estaba dispuesto a vestirme de payaso para anunciar la Buena Noticia y aproximar a los demás a la fuente de la alegría perdurable. También me había convertido en catequista y contaba con una variedad de formadores, que con sus palabras y sobretodo su ejemplo me enseñaba a llegar mejor a más personas. Comprendí que la misión no consiste solamente en desarrollar actividades, en hablar, cantar o enseñar las verdades principales de nuestra Fe, sino sobre todo la misión es hacer vida aquello que creemos, esperamos y amamos. Aún seguimos en el proceso de “dejarlo todo”, hasta cierto punto es sencillo dejar cosas, objetos, aficiones, pasatiempos, lugares y costumbres, sin embargo cuán difícil es “dejarse uno mismo”, desligarse de la vanidad, el orgullo, de las propias pretensiones, de los intereses individualistas, muchas veces mezquinos. En este proceso permanente me encuentro: aprendiendo una y otra vez a dejar, abandonar todo aquello que no me permite crecer en la misión de darme a los demás, de servir como lo hizo Jesús. Y es en esta cuarentena prolongada ha sido necesario desaprender muchas cosas que se habían instalado en mi mente y corazón. Salir de la zona de confort, para realizar la misión encomendada, llegando a los demás por medio de las redes sociales. En este tiempo de emergencia sanitaria surgió el desafío de llegar a los niños, jóvenes y adultos, implicó encender el fuego de la creatividad en pos de llegar significativamente con el mensaje de esperanza, de fe y de amor. Y para crecer en coherencia, había que brillar también dentro de casa, con los míos: cultivando momentos de diálogo, compartiendo conversaciones que permitan conocer mejor a mis hermanos, a mis padres. Y como las personas somos un misterio, cada vez descubrimos nuevas facetas de la personalidad y comprendemos mejor a cada uno de ellos. Fue san Juan Pablo II que convocó en 1979 a una Nueva Evangelización, nueva en su ardor, nueva en su método y nueva en sus expresiones. Y en las circunstancias actuales, sigue resonando con mayor fuerza esta imperiosa necesidad de la Nueva Evangelización que no llega solo por parte de la Jerarquía, de nuestros Pastores sino que es una tarea constante de todo cristiano y más aún de todo catequista. Estamos en el escenario donde se precisa innovar, proponer estrategias, ser proactivos frente a las problemáticas actuales, actuar cooperativamente junto a nuestra comunidad. Posibilitar el cambio siendo instrumentos de paz, de justicia, de solidaridad en una sociedad que al contrario reacciona negativamente, se encierra y empequeñece ante el sufrimiento humano. Estamos llamados a dejar la oscuridad, lo sombrío, el pesimismo imperante para seguirle a Él, que como ayer desea extender la mano al pobre y desvalido, que mira con misericordia al pecador, que sirve sin reparo a los demás. Es así, que la misión en este tiempo de incertidumbre cobra mucha importancia, es desafiante, nos pone la vara muy alta para permitir que nosotros nos excedamos en expresar nuestro compromiso, nuestra entrega silenciosa. Vivir la misión, desde que nos levantamos hasta que cerramos los ojos al fin de la jornada, inspirar y expirar, el sístole y diástole del testimonio diario, se cultiva desde adentro hacia afuera. Inclinándome ante la grandeza de nuestro Dios, me encomiendo en sus manos para seguir su voluntad, a pesar de mis proyectos personales, de mis gustos y pretensiones. No hay recetas para perseverar en esta misión continua, es el Espíritu Santo el artífice en este proceso que nos lleva al éxito espiritual; por ello se precisa retirarse para acogerse en el misterio insondable de la gracia , de la presencia de Dios que nos llama, nos provoca, nos impulsa, nos mueve y envía. Cómo hacer misión y no renunciar en el intento en medio de la adversidad, de la enfermedad es posible para Dios que obra en sus siervos, en los obreros de su mies, en sus discípulos y amigos. Nos toca pedirle con insistencia: “Señor, aumenta nuestra Fe”, incrementa nuestra confianza, calienta nuestra frialdad, remedia nuestra ignorancia, sana nuestras dolencias más profundas y así podremos seguir viviendo la misión encomendada en medio de nuestra familia, de nuestra comunidad en nuestras relaciones presenciales y virtuales. Alejandro Calizaya Moreno Arquidiócesis de Santa Cruz de la Sierra Capilla Nuestra Señora de la Esperanza