Subido por Aiskel Rocio Corona Manrique

SURGIMIENTO DEL NACIONALISMO EN EUROPA

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INSTITUCIÓN EDUCATIVA COLEGIO PADRE LUIS VARIARA
“Educamos con calidad humana”
MD2 - EHPP - 02 –
01 – R4
GRADO: 8
ÁREA / CIENCIAS SOCIALES
El surgimiento del nacionalismo en Europa
ESTUDIANTE
MAESTRO
PERIODO: III
FECHA:
Mg. Nestor Torres R
El 18 de octubre de 1813 fue un punto de inflexión en la historia alemana. En
la tarde de ese día, los soldados sajones se dieron repentinamente la vuelta...
y dispararon contra su propia gente. Apuntaban a aquellos soldados de
Napoleón Bonaparte con los que poco antes habían marchado a la batalla de
Leipzig. Ahora ya no luchaban con Francia, sino contra ella. Sajonia no era la
única que llevaba años al lado del emperador francés: también Baden,
Württemberg, Baviera, Westfalia habían estado junto a él. ¿Por qué no?
Napoleón era ilustrado, progresista, tenía éxito. ¿Y Alemania? No existía aún.
Solo el dominio autocrático durante años de Napoleón sobre la alianza
renana, la humillación que infligió a Prusia y las decenas de soldados muertos
en la campaña de Rusia despertaron la resistencia de los alemanes y su
sentimiento nacional, espoleados por las ansias de libertad y
autodeterminación. Los príncipes traicionaron estas ideas en 1815 en el
Congreso de Viena y las laminaron en la revolución de 1848. Bismarck
confinó las ideas nacionales en 1871, Guillermo II las transformó en
chovinismo a partir de 1890 y los nacionalsocialistas las pervirtieron,
convirtiéndolas en su opuesto.
La del nacionalismo es una historia de éxito. Desde ella hay una línea que
conduce hacia la soberbia, el imperialismo y los mayores espantos a los que
los hombres hayan podido someter a otros hombres. Pero también de él parte
una línea que lleva hacia las democracias más vitales y poderosas de la
Tierra, en Alemania o en EE UU, en Francia o en España, en Japón o en
Corea del Sur.
Tenemos que repetir esta historia de éxito en el plano europeo. Quien
contemple hoy el continente verá una alfombra de retales semejante a la que
era Alemania hace 200 años. Pero considérese la Unión Europea, una unión
de Estados cuyos ciudadanos en tiempos se mataban entre sí y que ahora
intentan cooperar. Con un puñado de instituciones pensadas a medias, con
unos cuantos símbolos y mitos que no acaban de asumirse del todo. La
mayoría de la gente se siente más cercana a su nación que a esta UE. Igual
que, en tiempos, para la mayoría de los alemanes su patria chica significaba
más que la nación alemana.
También por esto se refuerza en Europa el falso nacionalismo. Aquel
nacionalismo que no significa libertad, razón y progreso, sino que representa
la manipulación, la agresión y la intolerancia que precipitaron a Europa en las
dos mayores guerras de la historia de la humanidad. Si bien todavía no ha
traído más guerras, ese nacionalismo ya está debilitando a Europa,
aumentando las líneas de falla en el continente en las que Estados como
Rusia y China hunden sus cuñas.
El mejor instrumento para reforzar la UE es sin embargo, paradójicamente,
una vez más el nacionalismo. Europa debe extraer de él las lecciones
correctas. Debe desarrollar una identidad continental del mismo modo que en
el siglo XIX surgió una identidad nacional.
Es un acto de equilibrismo. Semejante nacionalismo europeo no puede estar
basado en la raza, la etnia o la religión, pues así se sembraría la simiente de
nuevas guerras. Su fundamento tienen que ser los valores sobre los que
descansan los Estados nacionales de mayor éxito: la libertad, la igualdad, la
división de poderes. La UE ya se basa en estos principios, que hay que
trasladar de una vez de forma consecuente y consciente. Solo entonces
surgirá un “sentimiento de nosotros”, que es la condición para hablar algún
día en el nivel europeo sobre impuestos, prestaciones sociales y unidad
política.
Requisito central para este “sentimiento de nosotros” son unas fronteras fijas
y seguras. Hay que definir qué es Europa. Eso no significa aislarse. Pero sí
es necesaria una inmigración controlada, basada en derechos y sanciones.
Una Europa valiente y autónoma debe también definir con claridad quiénes
son sus amigos y quiénes sus adversarios. La fórmula es simple: nuestros
amigos son aquellas naciones que comparten nuestros valores. Una Europa
equivalente a una nación tiene además que defender sus valores hacia
dentro. Es necesario enfrentarse con dureza a los países que erosionan las
reglas democráticas en la UE. A la larga, esto no conducirá a la división, sino
a una mayor unidad.
Pero mientras los europeos vean incoherencia y debilidad en la UE, los
ciudadanos se sentirán mejor protegidos por sus Estados nacionales. La
gente solo se sentirá europea cuando existan una identidad europea, un
orgullo nacional europeo y un patriotismo europeos; lo que no excluye, como
muestra el federalismo alemán, entidades e identidades regionales y
nacionales paralelas. De momento, esto parece muy improbable. Tan
improbable como era hace algo más de 200 años que un bávaro, un sajón o
un westfalés se sintieran alemanes.
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