Subido por Magdalena

Roca-Lugares urbanos y estrategias- cap1

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LUGARES URBANOS Y ESTRATEGIAS
M. A. ROCA
Cap. 1
Cuando se piensa en recorrer, asumir, exaltar, entender, nombrar la ciudad y sus lugares se plantea un sin número de
alternativas de métodos.
En una ciudad, cada uno tiene la conciencia de estar viviendo una aventura propia. Ella está compuesta de lugares, de
objeto que están cargados de vivencias y experiencias acumuladas, de tantos, que poseerlos carece casi de sentido, porque
en ellos nos reconocemos y vemos la procesión de los muchos que fueron en sí y en relación con la realidad.
Creemos que otorgando la prioridad al objeto antes que al sujeto evitaremos la generalización que no califica, o los excesos
de una singularidad que recoge la novela o el relato en su descripción y que vale más para sí misma. Preferimos ir de los
lugares al hombre. Si bien la elección de los lugares puede parecer arbitraria, trataremos de visitar aquellos que se refieren
fundamentalmente a la imagen existencial del paisaje urbano.
Trataremos la realidad tal como nos presenta y usando el lenguaje que sirve para designar estas unidades irreductibles que
no son unidades agregadas. Así veremos -que se oponen a disolverse, que tienen un sentido y una significación, una
manera de existir autónoma, propia de los lugares urbanos. Hay una palabra-y sólo una- que los designa y habla de ellos.
Hay un idioma propio de cada lugar urbano:
La calle, la plaza, el bar, la estación, el mercado, etc.
Cuando se reemplaza el nombre de plaza por el de espacio verde, en realidad se habla de otro espacio, el de los grandes
conjuntos urbanos del funcionalismo. Y al escamotear su función, al sustituir su nombre, se pierde su esencialidad y sus
cualidades básicas. Este lenguaje del urbanismo planificador, que maneja volúmenes, tipologías edilicias y áreas en lugar
de tipologías espaciales, bajo la máscara de la neutralidad benéfica, introduce la más dramática escisión entre hombre y
ciudad. Utiliza "la palabra, llamada científica, que no sólo es nociva sino inexacta" dejando de lado las necesidades del
hombre, sus deseos y aspiraciones más grandes, en tanto que no son cuantificables aquí hablaremos de ciudades vivas,
llenas de vitalidad y de pasado más o menos largo o breve, que han sido nombradas por el hombre que las vivió y amó, y
recurriremos a ese idioma que no olvidó nunca las profundas relaciones afectivas entre hombre y lugar. Por ejemplo la
palabra calle, que tiene tantas resonancias, es sustituida en el mundo "preciso", "riguroso" de la ciencia urbana por el de
arteria, vía de circulación primaria, secundaria, etc., en un intento de neutralidad falsa. Falsa, decimos, porque estas
designaciones corresponden a una metáfora orgánica: la ciudad como ser vivo, pretendidamente funcionalista, porque lo
que hace es privilegiar la circulación de las máquinas sobre el hombre, expresando con ello una ideología, una filosofía de
acción, de carga social, claramente evidente. Cuando la gente habla de la calle, en cambio, quiere decir cosas bien distintas
pero reales, incontestables: para el poder, significa una amenaza, es el área vaga del rechazo y de la confrontación; para el
hombre de la calle, el dominio de su manifestación. Vemos con claridad la distancia que hay entre arteria y calle, por lo que
no podemos ser indiferentes a la manera de nombrar las cosas, con frecuencia bajo la pretensión "objetiva" se busca
neutralizar las virtualidades históricas del medio urbano
Analizaremos los lugares tal como se presentan a la conciencia y tal como se designan en el lenguaje común, dado que
estos nombres surgen de los lugares mismos como algo constitutivo de ellos La ciudad es algo connatural al hombre, y su
amor por ella es algo sentido plena y espontáneamente, sin que aparezca como una compensación por una naturaleza
perdida. Sin embargo esta pasión urbana no es algo que siempre haya existido
Así en el medioevo, la ciudad vista como una estructura y una forma parasitaria de vida, como el producto de una
aberración. Por contraposición existía una ciudad celestial, generalmente Entendida como jerusalem.
El prototipo de lugar concentrador de los pecados del hombre era Babilonia y el modelo paradigmático de las
desinteligencias del hombre , la torre de babel. Bosch y bruegel representan respectivamente esto dos temas. Bosch en el
jardín de delicias muestra la ciudad corrupta consumiéndose en el fuego, símbolo de pecado y destrucción.
En dicho tríptico. Otra ciudad hecha de elementos orgánicos, casi transparente, alude a Jerusalén; sin embargo, parece
ocultar algo diabólico en su entraña y tras sus formas de extrañas geometrías.
Por otra parte, no podemos sostener que este sentimiento no cese de existir, como pareciera anunciarlo la moderna
metrópolis, pero en cualquier caso nuestra cultura y nuestros valores, esencialmente urbanos, cesarán de tener su realidad
y su peso, como lo anunciara lefebvre.
Lo que sí puede afirmarse es que la naturaleza, naturante y naturalizadora, asumió en algún momento la forma de ciudad,
urbanizando al hombre como producto de un pacto asumido entre ambos, hombre y ciudad, produciéndonos a nosotros
para que expresemos lo que ella tiene que decir es difícil encontrar en la literatura y en la pintura, no en las referencias a
ciudades imaginarias:
Ideadas por ellas, sino a las reales aún cuando estén referidas a una misma experiencia parís, por ejemplo, una comunidad
de sentido: así, el caso de utrillo y Jules romain, o la Venecia de Thomas mann y canaleto . Pareciera en cambio que
pudiéramos encontrar la clave en las tradiciones populares, orales y escritas, revividas en la concurrencia asidua, constante
de los lugares de una ciudad por las gentes comunes de cualquier edad y condición, las que resuelven, de hecho, la
oposición entre objeto y sujeto.
Querríamos que lo vivido autentique y alimente esa otra vivencia no menos real de las novelas, de las crónicas pintadas,
dándole sustancia a los hábitos y palabras del hombre en la ciudad.
Pareciera que es inherente a la ciudad intensificarse y desplegarse en la conciencia colectiva. Diríamos que la ciudad tiene
una imagen de si misma, llena de reflejos y ecos que resultan difíciles de asir por su mulpilicidad y ambigüedad. Cuesta
diferenciar lo reflejante y lo reflejado, el sonido y su eco, para quien padece la fiebre del sábado a la noche: el tumulto a
legre y complice, las luces vivificadas de las calles.
Lo que parece indudable sin embargo es que difícilmente calificaremos de urbano el espacio u objeto que no este preñado
de resonancias.
La imagen que cada uno traza de su ciudad se basa en una serie de elementos, los lugares urbanos, los que a su vez
responden a ciertos principios.
En efecto estos lugares revelan o descubren de manera única e irreemplazable la ciudad. Entre ellos y esta se establecen
relaciones especiales: los hay que la resumen o intensifican, mientras otros la expresan. En cualquier caso, estos lugares,
las calles, los boulevares, las plazas, los pasajes, las estaciones de tren, los grandes centros comerciales, viven en tensión
con la ciudad.
Por ejemplo, si tomamos la plaza mayor de Madrid, o piazza del campo, en siena, o bedford square, en Londres, nos
confrontamos con piezas urbanas, lugares tales que resumen y expresan a las ciudades donde existen, intensificando el
sentido de todo el tejido. Sólo que en Londres, la transposición de la naturaleza a la ciudad a esta escala no puede ser total,
por lo que la plaza no parece el lugar adecuado y se la lee como una cuasi seminaturaleza, que alude a la otra, sin
simulacros, de hemestead park. Mientras que en los dos primeros ámbitos se busca la equivalencia entre claves bien
diferentes, la de naturaleza-cultura, no sucede lo propio con el último. De ahí que no sea sino verdaderamente forzado, y tal
vez no menos falso, que bedford square tenga el peso simbólico y la carga vital de los otros dos ámbitos aparentemente
equiparables en nombre, magnitud y posición.
Algunos de estos lugares urbanos parecen frívolos, carentes de la respetabilidad confiable de su. historicidad.. Es el caso de
una serie de ámbitos dispersos en la ciudad, tales como los cafés y los bares. Lugares de muy diferente significación y
fruición especial. En términos generales puede decirse que el café es el lugar de los problemas, en tanto el bar es el de las
preocupaciones. En los cafés los problemas se enfrentan, se debaten, se reflexionan, se resuelven. El visitante toma
distancia de sí mismo, de sus inquietudes, de los demás, se transforma en escrutador recogido en la lucidez de un café que
lo activa; observa a distancia los seres y las cosas, pudiendo arribar a soluciones imperfectas o prístinas. Incluso la relación
con los otros, cuando se promueve, da lugar al debate esclarecedor, a la comunicación, al oírse y oír, cual teatro en que los
papeles de espectador-actor fueran interminables y fugazmente, intercambiables.
Dependiendo de la hora y de la estación este lugar privilegiado es un puesto especial de vivencia única de la primavera o el
verano.
Estas mismas facultades las tiene en menor grado la plaza cuando esta quintaesenciada cuando ocurre en roma con piazza
navona o frente al panteón, pero en estas, encontramos ese corazón o nodo que resume el lugar y entra en dialogo directo
con los elementos monumentales que son los cafés y bares del recinto, polarizados en estos nodos.
Señalamos las diferencias entre cafés y bares (pubs,bistrot) por ser estos últimos de una naturaleza tal que apela a recoger
las inquietudes, las preocupaciones de sus clientes que encuentran en la fraternidad del clima reinante, en la compañía
cómplice del lugar y en la fuga que el alcohol propone, en el distanciamiento entre diversos estados de ánimo, una muy
peculiar calificación en nuestras cartografías urbanas. Por todo ello, estos lugares adquieren calidad de elementos
puntuales, de aislados hitos de nuestra emotividad.
Otro criterio importante en la distinción y reconocimiento de un lugar urbano es el carácter de unidad que le es propia, como
lo es a la persona o a la obra de arte, sin que por ello implique renuncia a las contradicciones y complejidades propias.
Si comparamos una gran tienda un supermercado y un mercado, concentrándonos en las áreas o departamentos afines, no
sólo reconoceremos que corresponden una diferente clase social, sino que aún cuando el visitante sea el mismo, cada lugar
señala un ritual de uso, de recorrido, que habla de una necesidad física y psicológica diferente. En el supermercado se
satisface la necesidad funcional de aprovisionamiento, con un recorrido casi prefijado, en el que pareciera contar el tiempo
valorizado en su brevedad.
El procurarse bienes de consumo en la gran tienda tiene su sesgo diferente, derivado del uso total del negocio como lugar
de encuentro consigo mismo idealizado, sublimado. La marcha se hace morosa. Errática. Se ve lo que se necesita y lo que
se merece, se comunican los sueños aspiraciones a una dependiente transformada en confidente 'circunstancial, valorizada
como interlocutora, eso sí, fugazmente sin compromiso. Se trata casi de un gran paseo, paseo por un mundo mágico donde
está todo lo deseable, y este carácter se extiende al departamento de alimentos, donde se busca lo singular y exclusivo
con el mismo espíritu y la misma lenta y cuidadosa selección de un vestido de fiesta. El mercado es lugar de compras de lo
natural y plaza pública, lugar de manifestación de todas las necesidades, de las peculiaridades, y relaciones, y lugar de
expresiones. Es una ciudad dentro de la ciudad, con sus cafés, sus bares, sus calles y tiendas. Es la ciudadela privilegiada
que otorga fueros especiales a sus habitantes.
Los sitios urbanos de significación: tienen una carga de dinamismo que los hace extenderse más allá de sus límites,
generando una territorialidad que pareciera les es propia. Así la iglesia, en un pueblo, domina el paisaje urbano y los ritmos
próximos; más tarde la municipalidad o un lugar de baile generan una atmósfera, un área jurisdiccional presentible.
En los lugares urbanos hay ritos de entrada y salida; éstos con fronteras que califican los espacios más prestigiosos.
Cuando entramos distraídos o por necesidad o por razones puramente funcionales, el lugar pierde su carácter de "forma",
pasa inmediatamente a ser fondo en nuestro campo de percepción.
La trasposición del umbral-puerta nos conduce, en estos casos, a otro medio, y si éste nos da la sensación de devorarnos
sentiremos el placer de estar dentro" de él. Son los límites, las fronteras y las puertas de un lugar los que nos transmiten las
sensaciones de arribo y de alejamiento de los ámbitos importantes de la ciudad.
Los lugares desean intensificarse:
El altar se separa de la iglesia en la que existe como el objeto, el locus, el sujeto esencial. Por ello, debemos encontrar en
todo organismo urbano el lugar especial, generalmente el espacio central del beaux arts, que compromete la estructuración
del conjunto. Sin este polo central, el lugar arriesga lo amorfo. Por otra parte y por sobre todo, un lugar existirá en la
manifestación y expresión de su ser en tanto exista este polo que arroje claridad sobre su naturaleza.
Verdaderos lugares urbanos son aquellos que nos modifican, haciendo que no seamos los mismos al salir que al entrar.
Cuestionable desde el punto de vista de la filosofía vitalista, que diría que esto es cierto para todo ámbito. Sin embargo, no
es igual el grado y privilegio de modificación de todo lugar para el mismo grado de receptividad y apertura del sujeto.
Los grandes lugares urbanos requieren ser recorridos de una manera determinada propia, y se distinguen, particularmente,
por la manera o peculiaridad de trayecto que nos demandan.
La calle, en general y a partir de su vitalidad, de su vigor, de su capacidad de intensificar su sentido y por ser lugar que se
mezcla a nuestro durar, a nuestro ritmo, tiene las calidades que cualquier amante visitante de ciudades sabe reconocer en
las calles de una ciudad que recorre con placer y con la ansiedad de ver desaparecer o extinguirse como una línea caliente
de la misma.
Por la adaptación y el acostumbramiento, la capacidad de modificación de los lugares pareciera reducirse, pero sin embargo
son los lugares habituales los que más nos hablan. Podríamos decir que grandes lugares urbanos son aquellos que
requieren por su familiaridad, ser reactivados, y por ello mismo nos modifican.
Es importante, para determinar carácter y el valor de un espacio urbano, preguntarse o imaginarse como aparecería la
ciudad sin dicho ámbito. ¿Puede imaginarse la ciudad sin plazas, sin una estación de trenes o de autobuses que anuncien
la promesa de una fuga imposible?
Otro rasgo especial es que no podemos conocer los lugares públicos sin una espacialidad concreta y sin un desarrollo en el
tiempo. Mientras no vaciemos el objeto ante nosotros mismos y lo veamos sometido a las horas y los días de una u otra
estación, no sabremos como es dicho objeto.
No podemos imaginar un lugar sin una duración o sin que el mismo fructifique
Podríamos desmitificar o paralelamente mitificar un espacio urbano. Cuando el mito urbano existe, en realidad un eco del
lugar. A desmitificación es sumamente difícil, como lo puede demostrar cualquier ilustre o arraigado elemento, como la calle
o el estudio, el "pent house" de artistas, el pequeño departamento en pisos altos, símbolo de modernidad para tantos. Pero
mientras el último debiera ser desmitificado por sus connotaciones segregativas, la calle', que fue a lo largo de la historia un
poco la suerte del hombre, en tanto ser urbano, debe ser remitificada, precisamente por sus valores adscriptos, residuales y
latentes. Los lugares fundadores de la ciudad, hacedores del "locus ", y la expresión de él, no pueden abandonarse, hay que
restituirles su verdad imaginaria.
El deber de un hacedor-soñador de ciudades (cualquiera sea el plano de su hacer: la pintura, la literatura, la arquitectura) es
restituir la misma a su origen y principio, pero no a través de la erudición y en un rechazo del presente, para que ella vuelva
a su principio de nacimiento y crecimiento, que enriquezca y oriente, y pueda tratarse con ella como con una casi persona.
Para todo ello hay que recurrir tanto al pasado como a la tradición viva y presente, aunque con respecto a una lectura
histórica de la ciudad, ella no es fundamental en el sentido formal. Para una lectura posible de la ciudad. Si únicamente
habláramos desde El punto de vista del sujeto. Tanto o más que los sitios o lugares urbanos de catalización nos interesaría
conocer los trayectos, los recorridos por los que puede reconocerse la ciudad. Pero de cualquier forma, pasear por una
ciudad no es otra cosa que escrutar los lugares esenciales que estructuran su ser real e imaginado.
En toda ciudad hay ejes privilegiados especiales o, como dice lynch, rutas que "facilitan". Nos vemos estimulados por un
espacio muy caracterizado con barreras, zonas neutras y llamadas manifiestas a hacer éste o aquel recorrido, o existen
innumerables recorridos funcionales que obedecen a necesidades con orígenes y destinos prefijados por nuestra actividad
y, que quedan casi predeterminados. Pero una de las características de la casi neutralidad del tejido urbano esta sujeta por
la disponibilidad total y de ahí. La angustia o malestar que nos provoca el vaciamiento de los días festivos en que quedamos
libres.
Los recorridos de una ciudad pueden ser los de los boulevares concurridos, avenidas o calles transitadas, cargadas de
historia, múltiples, pero para que aparezcan como "vías ejemplares" deben darse dos condiciones: que esperemos
encontrar en la ciudad algo esencial, y, en segundo término, que la misma tenga cierta hermeticidad, cierto esoterismo que
para develarse exija una experiencia de vida.
La ciudad aparece como origen y destino final, como nuestro lugar de procedencia y como lugar que da vida a través de
nuestra realización en ella. Podría decirse que la ciudad apela a su gente para establecer la relación armoniosa entre los
gestos, los actos, las dichas, y sus propios ámbitos, sus recorridos, sus calles.
El césped del hombre de ciudad es el asfalto. Por otra parte, es para muchos el lugar de su oportunidad vital, de sus
angustias y esperanzas. Algo profundamente sentido en que nuestro destino está ligado al de la ciudad, que triunfaremos o
fracasaremos con ella, independientemente de todo logro personal, dado que nuestras suertes están íntimamente ligadas
:cual si no pudiéramos realizarnos y comprendernos sin que la comprendamos. Pero para que ella aparezca y se devele
claramente se necesitan ciertos recorridos y actitudes reveladoras, contrariamente a la creencia de que todo debe ser claro
y evidente.
Como todo lo construido por el hombre conforme a un destino, a una función y con un sentido, la ciudad entera es un texto
decodificable. La ciudad coexiste consigo misma, con
Barrios, edificios, lugares de formas y estilos diversos, pero no por ello nos hace pensar que estamos en otra ciudad, y esta
evidencia dimana de un espíritu propio que surge de su propia unidad.
Los lugares de la ciudad son tan visibles como sus objetos o elementos materiales. Como dice merleau-ponty en su
fenomenologia de la percepción, se
Trata de que "nuestra existencia espacial y nuestros espacios existenciales y esenciales". Si no fuera así, sería imposible
una lectura de esencias, tipos y a priori que están fundidos con la realidad. Esta puesta en valor o al descubierto de
realidades esenciales comporta una lectura.
Ningún lugar rechaza ser develado, más bien busca intensificar su sentido expresivo en algún lugar u objeto. Por ello surgen
con igual validez tanto una poética como una fenomenología de los espacios urbanos.
La ciudad no podría develarnos y darnos algo diverso a lo que en ella hemos inscripto, y por ello surge una pregunta curiosa
que nos remite al porqué habríamos de explorarla y cómo: ¿qué puede ocultarnos una ciudad, y por qué lo hace?
Lo cierto es que los siglos se han sucedido sobre el tejido de una ciudad, construyendo, destruyendo, volviendo a construir
en incesantes e interminables secuencias que han borrado a veces las huellas iniciales, pero que uno puede reconstituir por
búsqueda paciente o por inspiración colectiva, en la manifestación de masas. En 1978, Argentina se clasifica campeón del
mundo en fútbol; la gente marcha desde toda la ciudad de Córdoba en medio de gran alegría por esas rutas memorables de
la ciudad que en esa noche quedan verificadas y redefinidas; y estas rutas convergen a la catedral de la ciudad, el centro, y
por sobre todo esa intensificación urbana que es la plaza mayor, la plaza fundacional, al frente del cabildo y la catedral.
La ciudad se ofrece como totalidad. Como globalidad que nosotros reconocemos u exploramos en forma de perspectivas.
Pero es necesario que estas perspectivas encajen, se entrelacen según un orden logrado. Vale decir, recorridas que nos
dan las mejores vistas de la ciudad. Cuando podemos diseñar un trayecto coherente y que se lee como eje de
descubrimiento, siempre viendo lo esencial, eligiendo nuestras calles, cuando podemos prefigurar los pasos de un paseo
placentero, ese es el momento en que la ciudad nos pertenece.
Una de las dificultades que se plantean en la lectura urbana es la práctica social e ideológica que ha ido modificando y
ocultando el sentido de una ciudad. La relación y el conocimiento de una ciudad no dependen de que vivamos en ella, pero
el residir de manera esencial nos permite sentirla con más intensidad.
La ciudad se manifiesta y se oculta a la vez, es como la relación entre dos personas que nunca terminan de conocerse
aunque creen lo contrario, porque ambos frecuentan este darse y cerrarse. La exploración de una ciudad es la
determinación de recorridos válidos para su descubrimiento, en esos furtivos momentos de manifestación y develación.
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