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La subjetividad como condición de y efecto en los saberes

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Estudios de Psicología: Studies in
Psychology
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La experiencia de subjetividad como
condición y efecto de los saberes y las
prácticas psicológicas: producción de
subjetividad y psicología
a
Arthur Arruda-Leal
a
Instituto de Psicología (UFRJ-Rio de Janeiro)
Published online: 23 Jan 2014.
To cite this article: Arthur Arruda-Leal (2011) La experiencia de subjetividad como condición y
efecto de los saberes y las prácticas psicológicas: producción de subjetividad y psicología, Estudios de
Psicología: Studies in Psychology, 32:3, 359-374
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La experiencia de subjetividad como
condición y efecto de los saberes y las
prácticas psicológicas: producción de
subjetividad y psicología
ARTHUR ARRUDA-LEAL
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Instituto de Psicología (UFRJ-Rio de Janeiro)
Resumen
Este artículo es el resultado de una investigación particular; es la propuesta de un plan de trabajo para comprender la
psicología en un sentido histórico y desde sus efectos prácticos en la actualidad. La tesis central es que nuestra experiencia
de la subjetividad es efecto de un conjunto de prácticas de subjetivación, y que esta experiencia es una de las condiciones
para el surgimiento mismo de la psicología, siendo ésta hoy en día uno de los más poderosos vectores de producción de subjetividad. Para ello propondremos inicialmente un conjunto de definiciones previas sobre la subjetividad, la producción de
subjetividad y la psicología. A continuación serán analizadas algunas de las contribuciones sobre el tema de la producción de subjetividades, como los trabajos de Meyerson, Foucault, Guattari y Latour. Más adelante se propone una reflexión histórica de nuestra experiencia de subjetividad a partir de tres prácticas: 1) las de confesión; 2) las referentes a los
dispositivos de privacidad; 3) las relativas a la descripción de las condiciones de autoconocimiento. Para acabar, se planteará cómo estas prácticas constituyen una experiencia constitutiva para la psicología y cómo éstas se establecen como poderosos dispositivos de producción de subjetividades.
Palabras clave: Experiencia de subjetividad, producción de subjetividad, psicologías.
The subjectivity experience as conditionand
effect of psychological knowledge
and practices: Subjectivity production
and psychology
Abstract
This paper is the result of a research study proposing a work plan to understand psychology from a historical
perspective and from its practical effects today. Its central thesis is that our experience of subjectivity is the effect of a set
of subjectivation practices, and that this experience is one of the conditions for the very emergence of psychology, which is
one of the most powerful devices of the subjectificacion process. For this purpose, first, various definitions about
subjectivity, the production of subjectivity, and psychology are proposed. Then theoretical contributions of authors such as
Meyerson, Foucault, Guattari and Latour on the production of subjectivities are analysed. Next, a historical reflexion
about our experience of subjectivity is proposed based on three practices: 1) confession, 2) privacy devices, and 3) conditions
for self-knowledge. Finally, we discuss how these practices make up a constitutive experience for psychology, and how they
are established as powerful subjectification production devices
Keywords: Subjectivity experience, subjectivity production, psychologies.
Correspondencia con el autor: Arthur Arruda Leal Ferreira. Rua do Riachuelo 169/405. Centro – Rio de Janeiro – RJ. CEP:
20.230-014. E-mail: [email protected]
© 2011 Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395
Estudios de Psicología, 2011, 32 (3), 359-374
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Definiciones iniciales
Este artículo no es el resultado de una investigación particular; es la propuesta de un
plan de trabajo para comprender la psicología en un sentido histórico y por sus efectos
prácticos en las formas de vida actuales. La tesis central es que nuestra experiencia de la
subjetividad es efecto de un conjunto de prácticas de subjetivación (o de producción de
subjetividades). Y que esta experiencia es una de las condiciones para el surgimiento
mismo de las psicologías, siendo éstas hoy en día uno de los más poderosos vectores de
producción de subjetividades. Para empezar sería interesante intentar algunas definiciones previas. Sería posible comprender la subjetividad, por ejemplo, como un supuesto
dominio de la realidad que se demarca en oposición a una dimensión exterior (dicha
objetiva o natural) y que constituye, al menos para nosotros los occidentales, un dominio interior, personal, centrado en la experiencia de un yo, potencialmente auto-reflexivo (aunque desde el siglo XIX con supuestas dimensiones inconscientes), y pretendidamente dotado de leyes y principios que permiten un conocimiento verdadero de este
dominio.
Esta dimensión subjetiva no será aquí considerada como un dominio de nuestra
naturaleza humana, pero sí como construida por medio de prácticas y dispositivos contingentes en la historia. Suponer su realidad como construida no implica su rechazo
como falsa o ficticia, pero sí entenderla como verdadera, una vez que construida (y no
como indicio de una naturaleza humana). Esta posición es distinta del realismo (la verdad como revelación de una naturaleza dada) y del constructivismo (la construcción
como producción de ficciones) clásicos; se trata, por el contrario, del constructivismo
realista ya propuesto por Latour (1996/2002).
Es así que, mejor que de subjetividad, se hablará de producción de subjetividades,
refiriéndose a las múltiples formas con que éstas son producidas en sus diversos modos.
En este punto, es importante considerar nuestras subjetividades como efectos de prácticas, agenciamientos, pliegues, amalgamas de términos heterogéneos en composición
(pero también en conflicto, con ruido, en fricción muchas veces), por medio de dispositivos socio-técnicos, discursos, prácticas de gobierno de sí y de los otros, sin los cuales
nuestra experiencia de subjetividad podría ser otra o incluso no existir. Ésta es pues otra
marca de nuestra subjetividad; ella no es sólo contingente, sino incluso rara en el sentido que aclara Veyne (1978/1982): ningún ente histórico es constante a lo largo de la historia, pues su carácter sólido viene de la contingencia de pequeños acontecimientos históricos. Pero como experiencia puede desaparecer como un rostro esculpido en la arena
arrastrado por una ola del mar (Foucault, 1966/2002).
Partiendo de estas directrices, pensar la relación entre psicología y producción de
subjetividades apunta hacia dos grandes direcciones. En primer lugar, tenemos la historia de la psicología donde se pueden estudiar las condiciones de producción de este saber
a partir de una serie de prácticas de investigación y de gobierno de sí y de los otros.
Aquí, cabe la referencia a trabajos como los de Foucault (1966/2002, 1976/1980,
1983/1995b), Rose (1998) y Elias (1994) En segundo lugar existe la posibilidad de
estudiarse las prácticas de subjetivación proporcionadas por las diversas psicologías en
sus diversas formas de operación (especialmente la investigación). La referencia a tener
en cuenta en este caso son los trabajos de Despret (2002) y Latour (1997, 2004). La
intención de este artículo es, por tanto, establecer estas dos posibles relaciones, sin recubrir todas sus posibilidades.
Contribuciones clave al tema de la producción de subjetividades
El tema de la producción de subjetividades (o de las subjetividades en producción)
podría reunir un amplio espectro de teorías y abordajes que de una forma u otra piensan
nuestras subjetividades como producidas: ya sea desde los diversos marxismos (aunque
algunos con versiones realistas), los trabajos de Weber, Mauss y Dumont en la sociolo-
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gía, la historia de las mentalidades, algunas grandes líneas de la antropología cultural
(como el funcionalismo, el estructuralismo, la hermenéutica), estudios lingüísticos
(pragmáticos o estructuralistas) y otras líneas de menor difusión como los estudios de
Cultura y Personalidad (de Benedict y otros) o la Metablética de Van den Berg. Pero para
este artículo serán escogidas como base las contribuciones que: 1) piensan estos procesos
de producción de subjetividad en relación con las psicologías; y 2) evitan poner en la
base de la producción una mega-entidad explicativa: sean éstas las relaciones de producción, la sociedad, la cultura, el lenguaje, el sentido, las estructuras simbólicas o las funciones culturales. Estas grandes explicaciones desnaturalizan la subjetividad al precio de
naturalizar otras entidades.
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La Psicología histórica de Meyerson1
Aunque para muchos desconocido, el proyecto de Psicología Histórica propuesto por
Meyerson es quizás uno de los primeros que proponen claramente nuestras funciones
psicológicas como históricas. En un sentido específico este trabajo es próximo al proyecto de la Historia de las Mentalidades (de Febvre, Bloch, Duby, le Goff y otros). Pero la
diferencia es que la Psicología Histórica desea subrayar los aspectos históricos de las funciones psicológicas específicas (percepción, pensamiento, memoria, noción de persona,
etcétera) y no de nuestras mentalidades en un sentido amplio.
La tesis central de Meyerson es que la pista de nuestras funciones psicológicas humanas está en su “objetivación” en obras e instituciones. El pensamiento, los estados mentales, “se proyectan, adoptan una forma, tienden a consolidarse, a convertirse en objetos”
(Meyerson, 1948, p. 10). Así, “la vía de acceso al sujeto, por tanto, no pasa por la observación directa, inmediata, de la conciencia sino por el análisis de los objetos, de las
“obras”, en tanto que objetivaciones –materializaciones, podríamos decir– del pensamiento” (Pizarroso y Waeny, 2011, 11ª pagina).
No existiría algo así como un “pensamiento puro”: el pensamiento sólo existiría por
medio de formas, que se organizan en “un número más o menos limitado de clases, los
grandes sistemas de obras que se distinguen tradicionalmente en filosofía e historia de la
cultura: las lenguas, las matemáticas, los ritos religiosos, el arte o las leyes” (op. cit., 12ª
pagina). Pero esta relación es dialéctica: así como las formas expresan el pensamiento,
ellas también lo moldean. Según Pizarroso y Waeny (op. cit.), este proceso es más claro
en el arte y la ciencia, donde hay mucha más novedad que en sistemas más estables,
como la lengua2.
Este proceso dialéctico apuntaría no solamente hacia el cambio de los contenidos,
sino principalmente hacia las funciones psicológicas. Y es así como se caracteriza la Psicología Histórica: como un proyecto para trazar una historia de la mente a través de las
obras en un trayecto temporal más o menos azaroso. En este trayecto no habrían funciones psicológicas a priori o primigenias. Como buen historiador, Meyerson no parte del
pasado, sino del presente: de las funciones psicológicas descritas en los tratados tradicionales. El esfuerzo de Meyerson no es eternizar estas funciones, sino investigar su constitución y sus transformaciones, abriendo la posibilidad de encontrar otras funciones producidas a lo largo de la historia. Dentro de estas propuesta, resulta interesante estudiar
la constitución histórica de la propia psicología, y principalmente pensarla como obra
que produce funciones psicológicas, más que revelarlas.
Un buen ejemplo de los esfuerzos de la Psicología Histórica es la noción de persona,
tal y como es trabajada por Meyerson y especialmente por algunos autores próximos
como Vernant (1972). La intención no es hacer un trayecto constitutivo del sujeto
moderno, sino problematizar su estado de auto-evidencia. Por medio de una serie de
estudios especializados con respecto a la religión, la política y el derecho en la Antigüedad, estos autores ponen en cuestión la presencia de una función que sería básica a este
“sujeto”: su “voluntad, universal y permanente”. Así, aunque en la Atenas del siglo V a.
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C. exista en la política y en el derecho un fuerte sistema de responsabilidad, “ni el individuo ni su vida interior han adquirido suficiente consistencia y autonomía como para
constituir al sujeto en centro de decisión del que emanarían sus actos” (Vernant, 1972,
p. 73). Esta forma de subjetivación estaría presente especialmente en la tragedia, donde
se expresaría el conflicto entre “la antigua concepción religiosa de la falta [...] y la concepción nueva, puesta en práctica en el derecho, donde el culpable se define como un
individuo particular que, sin ser forzado a ello, ha elegido deliberadamente cometer un
delito” (op. cit., p. 72).
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Arqueologías y genealogías foucaultianas
La crítica foucaultiana a la pretensión de unidad del discurso en función de la noción
de autor establecida en ¿Qué es un autor? (1969/1992) quizás no encuentre más grande
pertinencia que en el conjunto de enunciados firmados por el propio Michel Foucault.
Es casi imposible detectar un trazo cualquiera de permanencia que no sea el constante
desplazamiento de un pensamiento que siempre borra sus propias huellas y produce
nuevas evidencias en cada texto, manifiesto, entrevista o libro. Sin embargo, en una
entrevista un año antes de su muerte, Foucault (1983/1995b, p. 262) intentó así realizar
una síntesis de sus propias líneas de trabajo:
Tres dominios de genealogía son posibles. Primero, una ontología histórica de nosotros mismos en relación con la verdad, por medio de la cual nos constituimos en sujeto de conocimiento; segundo, una
ontología histórica de nosotros mismos en relación con un campo de poder, por medio del cual nos
constituimos como sujeto de acción sobre otros; y una ontología histórica de nosotros mismos en relación con la ética, por medio de la cual nos constituimos como agentes morales.
Sería posible decir que estos son los “tres modos de objetivación que transforman los
seres humanos en sujetos” (Foucault, 1982/1995a, p. 231), aunque Foucault haga
muchas restricciones en todos sus escritos al término sujeto3. Estas tres genealogías
corresponderían en líneas mucho más generales a tres grandes momentos de sus trabajos: a) la arqueología del saber de los años 1960; b) la genealogía del poder de los años
1970; c) la genealogía de la ética de los años 1980. Para comprender mejor estos diversos modos de producción (o de objetivación de los sujetos), es necesario presentar sus
conceptos clave, aunque éstos se desplacen en toda la extensión de los escritos foucaultianos.
En su arqueología del saber, el concepto clave es el de épistémè, aunque éste progresivamente se fragmente desde su presentación en Las Palabras y las Cosas (1966/2002). La
épistémè, con sus características de profundidad y globalización, se refiere a las condiciones
de posibilidad histórica de un conjunto de saberes aparentemente dispersos en un período.
Esa “experiencia pura de la orden y de sus modos de ser” (op. cit., p. 10) es el que permite
pensar en una estructura histórica de los saberes como, por ejemplo, la representación, como
épistémè del período clásico, dada en la sistematización de los objetos a través de la relación de signos, ya sea analizándolos, ordenándolos y clasificándolos, como es propio de
la historia natural, el análisis de las riquezas y la gramática general de los siglos XVII y
XVIII. En oposición a esa lógica representacional, la modernidad, por medio de las
ciencias empíricas (biología, economía y filología), iría más allá de las superficies semióticas, penetrando en el volumen de los cuerpos, analizando un objeto hasta entonces
inusitado: el hombre como ser histórico y finito, una vez que vivo, hablante y productor
de valores. Ese mismo hombre que, como objeto empírico, es reduplicado en fundamento transcendental por la filosofía, cerraría en torno de sí un círculo que Foucault
denomina como antropológico. Círculo en que el hombre gana el doble estatuto de ser
transcendental y empírico, fuente del cogito y límite impensado de éste, retroceso y
retorno a todo origen. Es dentro de este círculo, entre las ciencias del hombre, las filosofías antropológicas y los sistemas de formalización, que las ciencias humanas (y entre
ellas la psicología) son posibles.
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Por otro lado, en la genealogía de los poderes, éstos son pensados como una multiplicidad de relaciones (y no un bien o una propiedad) que se distribuyen en todas las direcciones del tejido colectivo en una red sináptica (y no algo que opere de arriba a abajo), al
modo de luchas continuas entre los cuerpos (y no operadas por sujetos), pudiendo ser
aglutinadas o no por un Estado, pero principalmente produciendo saberes, deseos y
estados corporales (y no solamente reprimiendo), generando resistencias y contra-poderes. Aunque a finales de los años 1970 el concepto de poder sea sustituido por el de
gubernamentalidad4, se mantiene un registro en el cual es pensada de forma microfísica la
“conducción de la conducta de los hombres” (Foucault, 2004/2006, p. 208). Aquí la
psicología es vista como tributaria de algunos regímenes de poder como la disciplina, el
biopoder y el poder pastoral. Todos estos son modos de gestión basados en la máxima
observación, control y preservación de la vida individual y colectiva, distinguiendo los
individuos sanos de los anormales. La disciplina y la biopolítica fueran generados alrededor de los siglos XVII y XVIII, y el poder pastoral ya se encuentra presente desde
manifestaciones del Antiguo Testamento.
Por fin, en la genealogía de las técnicas de sí o de las éticas, éstas deben ser diferenciadas de los actos o códigos morales. Estos códigos actúan determinando los actos que son
permitidos y prohibidos, o bien actúan apenas determinando el valor de una conducta
posible. De carácter meramente prohibitivo o prescriptivo, habrían permanecido casi
idénticos desde la Antigüedad, regulando la frecuencia sexual, las relaciones extraconyugales y el sexo con los jóvenes. La ética, al contrario, se refiere al modo de relación consigo mismo (Foucault, 1983/1995b, pp. 254; 262-263), y estaría compuesta por cuatro
elementos: la substancia ética (aspecto del comportamiento que se encuentra conectado a
la conducta moral, como pueda ser la aphrodisia griega, la carne o deseo de los primeros
cristianos, la sexualidad moderna, la intención kantiana o aún los sentimientos); los
modos de sujeción (formas por las cuales las personas son llamadas a reconocer sus obligaciones morales, como pueda ser una ley natural, una regla racional, el orden cosmológico, etcétera); el ascetismo o práctica de sí (medios o técnicas utilizados para transformarnos
en sujetos éticos, como la hermenéutica cristiana); y, por último, la teleología (con la que
intentamos transformarnos en el contacto con la moral; por ejemplo un sujeto político
activo o portador de una bella existencia conforme a los antiguos griegos, o un sujeto
purificado de acuerdo con el cristianismo, o, aún más, el individuo “auténtico” para
nosotros). Entre las formas históricas en que el cuidado de sí se presenta, la psicología es
tributaria de las formas confesionales presentes desde el cristianismo primitivo, dada la
búsqueda de una supuesta verdad en el alma de los practicantes.
Todas estas tres genealogías serán utilizadas más adelante para considerar las prácticas constituyentes de nuestra subjetividad y especialmente el modo con que la psicología es producida y produce dichos modelos de subjetividad.
Guattari y la producción de subjetividad
La utilización explícita del término producción de subjetividad surge por primera vez en
los trabajos de Guattari, tanto en solitario como en asociación con Deleuze. Así como se
vio en Meyerson y en Foucault, hay también un rechazo explícito al término subjetividad en su acepción substantiva, proponiéndola como fabricación: “El sujeto, según toda
la tradición de la filosofía y de las ciencias humanas, es un “être-là”, algo del dominio de
una supuesta naturaleza humana. Propongo, al contrario, la idea de una subjetividad de
naturaleza industrial, maquínica, o sea, esencialmente fabricada, modelada, recibida”
(Guatari & Rolnik, 1986, p. 25).
En esta concepción “manufacturante” de la subjetividad, se rechaza no sólo su concepción substantiva-estática, sino también la idea de que ésta sería un “recipiente, en
que se colocarían cosas exteriores, las cuales serían interiorizadas” (op. cit., p. 34). Este
abordaje dinámico impide incluso la asociación de este proceso con el término individuo,
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el cual correspondería solamente a una parte estabilizada y serializada del proceso, generando un precario efecto consciente y auto-reflexivo: “Detrás de la apariencia de subjetividad individualizada, conviene situar cuáles son los reales procesos de subjetivación”
(op. cit., p. 322). O más aún:
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Sería conveniente disociar radicalmente los conceptos de individuo y subjetividad. Para mí, los individuos son resultado de una producción de masa. El individuo es serializado, registrado, modelado. Freud
fue el primero en exponer hasta qué punto es precaria la noción de la totalidad de un ego. La subjetividad jamás se totalizaría o se centralizaría en el individuo. Una cosa es la individuación del cuerpo. Otra
es la multiplicidad de agenciamientos de subjetivación: la subjetividad es esencialmente fabricada y
modelada en el registro de lo social (op. cit., p. 31).
La postulación de estos procesos de individualización o singularización múltiples
ponen en cuestión el concepto de ideología, que supone un único dominio de producción (la infra-estructura), de la cual la subjetividad sería apenas un efecto de superficie
representacional (una super-estructura): “Esto que llamé producción de subjetividad del
CMI (Capitalismo Mundial Integrado) no consiste únicamente en una producción de
poder para controlar las relaciones sociales y las relaciones de producción. La producción
de subjetividad constituye la materia prima de toda y cualquier producción” (op. cit., pp.
27-28). Y añade: “La ideología permanece en la esfera de representación, cuando la producción esencial del CMI no es solamente la de representación, sino la de modelización,
que incluye conductas, sensibilidad, percepción, memoria, relaciones sociales, relaciones sexuales, fantasmas imaginarios, etc.”. (op. cit., p. 28).
Si su modo de producción no se debe a la interiorización o represión, las figuras cruciales en su composición no se restringen a la familia edípica operando por transmisión
de significantes o identificaciones: “se trata de sistemas de conexión directa entre las
grandes máquinas productivas” (op. cit., p. 27). Y estas máquinas productivas son doblemente descentradas, pues pueden ser tanto de naturaleza extra-personal, extra-individual, cuanto de naturaleza infra-psíquica, infra-personal. En el primer caso tenemos
como ejemplo “sistemas maquínicos, económicos, sociales, tecnológicos, icónicos, ecológicos, etológicos, de prensa, etc.” (op. cit., p. 31). Y en el segundo, “sistemas de percepción, de sensibilidad, de afecto, de deseo, de representación, de imágenes, de valor,
modos de memorización y de producción de ideas, sistemas de inhibición y de automatismos, sistemas corporales, orgánicos, biológicos, fisiológicos, etc.” (op. cit., p. 27).
Este abordaje de los procesos de subjetivación conduce a la necesidad de posicionarse
por parte de los psicólogos y demás trabajadores sociales, ya que la búsqueda de los universales de forma objetiva implica una forma de actuación dentro del flujo de procesos
de singularización. Por un lado es posible pensar la propia psicología como un efecto de
estos procesos, en la medida en que se produce por medio de una serie de dispositivos
una región de interioridad individualizada (nuestra subjetividad). Pero por otro, a partir
de la existencia de esta subjetividad interiorizada y de la psicología como saber y técnica, es cuestión de preguntarse sobre cómo actuar frente a este proceso de construcción y
de las formas que se estabilizan en este devenir. Y aquí los profesionales psi (y demás trabajadores sociales) se encuentran ante una encrucijada política:
O van a hacer el juego de esta reproducción de modelos que no nos permiten crear salidas para los procesos de singularización, o, al contrario, van a trabajar para el funcionamiento de estos procesos en la
medida de sus posibilidades y de los agenciamientos que consigan poner para funcionar. Esto quiere
decir que no hay objetividad alguna en este campo, ni una supuesta neutralidad en la relación (por
ejemplo, analítica) (op. cit., p. 27).
Se puede decir que la opción crucial de la mayor parte de la psicología (con raras
excepciones como la Psicología Histórica y el Análisis Institucional) es buscar modelos
con leyes y principios universales que minorizan los procesos de singularización, en
general patologizándolos.
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La Teoría Actor-Red de Latour
La Teoría Actor-Red (Actor-Network Theory o ANT), de forma semejante a la
arqueología y la genealogía foucaultianas, está situada en una nueva formación discursiva en el campo de los saberes: el área de estudios CTS (ciencia, tecnología y sociedad).
Esta área, creada en los años 1980, se pone en el espacio vacío de la antigua división
entre un modo de producción de las ciencias sociales y la historia general (en la que no se
tocaba la ciencia) y un discurso epistemológico (que tenía exclusividad en el abordaje de
la ciencia en un modo evolucionista). Superando este “Muro de Berlín” entre el mundo
de las verdades científicas y la pluralidad de las prácticas sociales, el dominio de estudios
CTS se abrió a un gran número de abordajes (Constructivismo social, la Post-Fenomenología y demás).
Aunque la Teoría Actor-Red sea conducida por autores como Callon, Law y otros, el
énfasis en esta presentación será el trabajo de Latour. Para éste, la propia designación de
Teoría no sería la más adecuada5. Mejor sería considerarla como un método de descripción de los objetos de estudio sin servirse de grandes categorías y dualidades tradicionales como Verdad y Error (ya considerada por el Constructivismo Social), Naturaleza y
Sociedad, Sujeto y Objeto, Modernos y Primitivos. Tal rechazo de las entidades previas
apunta al examen del proceso de constitución y estabilización de entidades dentro de un
colectivo socio-técnico por medio de casi-sujetos o casi-objetos: los fe(i)tiches6 o híbridos.
Dentro de este marco se puede decir que en general la ANT (y especialmente Latour)
considera la cuestión de la subjetividad de una forma negativa, como parte de una división moderna, como es posible ver en Nunca fuimos Modernos (1994/1991) y Culto moderno de los dioses fe(i)tiches (2002/1996). En este libro especialmente, pone en cuestión la
psicología como gran heredera, junto con la epistemología, de la división moderna entre
subjetividad y objetividad. División moderna que actuaría como una bomba de succión/absorción atrayendo los entes hacia cada uno de estos polos de purificación (sean
éstos sujetos u objetos).
De forma más positiva, es posible tomar las consideraciones de Latour (2004) sobre
el cuerpo en How we can talk about the body?. Aquí el cuerpo no sería definido por “una
esencia, una substancia, sino... una interface que se torna más y más descriptible cuando
se aprende a ser afectado por diversos elementos” (op. cit., p. 205). Como ejemplo de esta
potencia de ser afectado, Latour considera el aprendizaje de especialistas en la industria
de perfumes (también llamados “narices”) a través de un equipamiento con kit de olores,
en el cual, después del entrenamiento de una semana, surgirían distinciones totalmente
nuevas. Para el autor, este aprendizaje no sería la simple adquisición de una habilidad
por parte de un cuerpo natural, sino su construcción recíproca con el mundo: “adquirir
un cuerpo es entonces una empresa progresiva que produce de una sola vez un medio
sensorial y un mundo sensible” (op. cit., p. 207). Sería este cuerpo articulado el que permite el conocimiento del mundo (y de otros cuerpos) al coproducirse con éste, registrando diferencias en nuevos modos y ampliando los contrastes entre fenómenos antes tomados como homogéneos: “articulación no significa hablar con autoridad..., sino ser afectado por diferencias” (op. cit., p. 210).
De forma aún más directa podemos encontrar la reflexión sobre composición de la
subjetividad en comparación con los plug-ins tal y como lo hace Latour en Reensemblar lo
social (2005/2008, pp. 294-303). Aquí Latour está poniendo en discusión si habría una
posibilidad de pensar lo social en una forma más pura en el encuentro cara a cara de las
personas. Pero, para el autor, incluso estas habilidades psicológicas supuestamente más
directas, sean las afectivas o las cognitivas, no son entidades naturales de estas personas,
sino que son incorporadas de la misma forma con que se instala un programa informático en un ordenador. Todo el material constitutivo de estas habilidades circula y se
encuentra distribuido en una serie de materialidades y prácticas que constituyen los psicomorfos, que son los formadores de nuestra subjetividad.
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Pero quizás este modelo de los plug-ins sea un modelo demasiado simplificado: del
mismo modo que para Latour se produce la realidad objetiva de forma bastante compleja por medio de amplias controversias, la producción de la realidad subjetiva es ciertamente un proceso tan o más inestable y conflictivo. Lo que es posible entonces recoger
de la ANT en esta cuestión es algo más que su doctrina estricta, es la posibilidad de una
propuesta siempre más constructivista y controvertida de la producción de subjetividad.
Esta composición plural y friccional permitiría pensar, por ejemplo, cómo algunas
categorías psicopatológicas actuales se constituyen en la articulación de pliegues conflictivos. Un caso plausible sería la propia epidemia actual de TDAH (Trastorno de déficit de atención). Más que en una causalidad neurológica, es posible pensar aquí en un
conflicto de agencialidades o de dispositivos de atención, suscitados por prácticas distintas. Así es posible tomar aquí el conflicto entre plug-ins o programas de atención distintos, como los de concentración estimulados por la escuela y los de dispersión propiciados por los videojuegos y las televisiones por cable. En pocas palabras, el conflicto
entre una atención-foco y una atención-zapeada.
La constitución de un plan de subjetividad
Como afirmábamos al inicio del texto, una historia de la subjetividad no se basa en la
búsqueda de una experiencia universal en el hombre, sino en la comprensión de la constitución de esta experiencia a partir de prácticas distintas, oriundas de las técnicas de sí,
de prácticas de gobierno y modos de organización del conocimiento. Será presentada,
entonces, una historia de este proceso, apuntando de inicio algunos momentos en que
esta experiencia de subjetividad fue poco delineada, para seguir a continuación con la
constitución de esta experiencia a través de un conjunto de prácticas y en las transformaciones de su configuración.
La raridad de nuestra subjetividad
La consideración de la historia de las técnicas de sí en la Antigüedad pagana operaría
aquí como una contraprueba de la universalidad de nuestro modo de subjetivación
actual, basada en una reflexividad sobre sí mismo, en qué buscamos revelar, en la densa
floresta de nuestra vida interior, la ciudadela del verdadero yo. Pero esta búsqueda de
este yo no tenía el menor sentido en la Antigüedad greco-romana. Aunque podamos
encontrar la máxima del oráculo de Delfos –“conócete a ti mismo”–, ésta no se busca en
el conocimiento de nuestra intimidad, sino en los límites de nuestra acción. Así, lo que
impera en este período es la búsqueda de constitución de una vida orientada hacia la
autonomía y en la justa medida. En palabras de Foucault (1983/1995b), no hay en la
Antigüedad pagana una búsqueda de conocimiento de sí mismo (una hermenéutica de sí),
sino de constitución de una vida tan bella como una obra de arte (una estética de la existencia). Las técnicas de relación consigo no están fundamentadas en la búsqueda de revelación del yo, sino en la construcción de sí a partir de la verdad y de la enseñanza de los
grandes maestros. Para Vernant (1987/1990), los griegos no poseían una experiencia
generalizada de yo como interioridad individualizada o personalidad, a pesar de que ésta
se manifieste en el discurso en primera persona de la poesía lírica, y en las crónicas de
magos y guerreros. Hay, pues, entre los griegos, una experiencia de interioridad, pero
ésta no es individualizada, reflexiva, apoyada en un yo. Para Vernant, este “yo” en la
Antigüedad clásica tendría la impersonalidad de un “él”.
Por ejemplo, cuando se habla del alma humana, especialmente en círculos pitagóricos y platónicos, ésta no es el alma de alguien, como aprendemos en la tradición cristiana, sino un alma universal. Es más una alma en mí que mi alma. Lo mismo ocurre cuando
se habla del conocimiento que esta alma tiene de los objetos: no hay la clásica oposición
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entre mundo “externo e interno”, sino que supone incorporar en nosotros componentes
de los propios objetos o la esencia de éstos.
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Las prácticas confesionales
La invención de la subjetividad y de la hermenéutica como instrumento de verdad
sólo fueron iniciados a partir de una ética cristiana, gestada a partir del siglo II d. C. Es
entonces cuando empiezan a ser formados los términos básicos para la constitución de
las técnicas de sí actuales, al menos en cuanto a su objeto y a su proceso: la confesión.
Ésta se constituye como práctica de los primeros monasterios del Oriente Próximo
(actuales Siria y Egipto), donde el proceso de purificación del monje implica la revelación de todo, así como cualquier falta lo es tanto en acto como (especialmente) en deseo.
Es en este aspecto que se debe estar atento a las mínimas artimañas del demonio. Se
trata, en esta espeleología de la propia alma, de distinguir los pensamientos de origen
divino de los infundidos por el mal.
Este modo de vida, lentamente producido en el seno de la vida religiosa, en los
monasterios del Oriente lentamente se propagó a lo largo de nuestra vida colectiva por
medio de prácticas culturales, instituciones y hábitos personales. Un hito de esta historia es el Concilio de Trento en el siglo XVI, el cual instituyó a los fieles el sacramento de
la confesión. Sin embargo, la expansión de esta práctica cuenta con algunas inversiones
de signos: el propio yo, por ejemplo, impedido a ser cultivado en las prácticas de los primeros cristianos, se tuvo en cuenta para la purificación del individuo, pasando a convertirse en una finalidad en sí y configurándose como nuestra riqueza más íntima y preciosa.
En el paso hacia el cuidado de sí actual hay, pues, un cambio de finalidad: no se busca
más una purificación del alma, sino una pura afirmación de sí. Y, también, el examen de
sí, otrora ejercido por modos de sujeción religiosos y jurídicos, cede a la ciencia como
justificativa de estas prácticas. Por fin, la propia técnica confesional cede a los aparatos
científicos (la anamnesis, la entrevista clínica, los tests mentales). En consecuencia,
mudan igualmente las técnicas relacionadas a este nuevo cuidado de sí.
Las prácticas de producción de privacidad
Pero ¿cómo se produce el pase de este cuidado de la Antigüedad cristiana hasta sus
formas modernas? Podemos decir que, a partir de la actualidad, pasaran a existir diversas formas de relación consigo, más allá de la religiosa, que nos convidan a un examen de
nuestra vida interior. Una de éstas es la constitución del tema de la sexualidad, tan caro
a nosotros en los días actuales, como bien demuestra Foucault en La Voluntad de saber
(1976/1980). Otra práctica relevante para el fortalecimiento de una región de subjetividad en nuestra existencia es la separación entre los planos público y privado, como productos
de la constitución de los Estados Modernos. Ésta puede ser vista tanto en el surgimiento
de las sociedades cortesanas y de sus rituales de etiqueta, como sugiere Elias
(1977/1980), como también en los escritos de los principales pensadores del Estado
moderno, como expone Figueiredo (1992).
Para comprender cómo esta separación, tan natural a nuestras vidas, puede haber
sido diferente, basta considerar que muchos de nuestros gestos más íntimos y reservados
se desarrollaban a cielo abierto en la vida cotidiana de períodos como la Baja Edad
Media europea. Para Elias (1977/1990), un proceso de expurgo y ritualización de estos
actos y gestos empieza a configurarse en la formación de las sociedades cortesanas, que
empiezan a constituirse dentro del proceso de centralización del poder estatal. Es en el
seno de estas sociedades cortesanas donde todo un conjunto de etiquetas y de representaciones públicas se va conformando, relegando al plano íntimo una serie de actos y pensamientos. Este proceso se disemina paulatinamente hacia diversos sectores colectivos,
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inicialmente extraños a la sociedad cortesana, como los propios grupos burgueses urbanos.
Paralela a la constitución de este conjunto de dispositivos conductuales, surge la
cuestión filosófica de la relación del poder centralizado con las libertades individuales.
Esto conduciría a la diferenciación entre una intimidad libre para ser cultivada en contraposición a una obediencia pública al poder monárquico. En todas estas formas de
pensamiento político, sean las absolutistas, las liberales o las iluministas, la función primordial del Estado sería la preservación de las leyes y derechos naturales, garantizados
por el orden público. La única distinción que es posible hacer, según Figueiredo (1992)
es que en el pensamiento liberal, como también en el iluminista, hay una inversión más
intensa del plano privado e íntimo contra los excesos del poder central y de sus representaciones públicas.
Sin embargo, la instalación del poder central en los Estados Modernos se realizó de
forma diversa en las diferentes naciones europeas, consagrando diversos dispositivos de
ejercicio de la vida privada. Así en Inglaterra se inventó la literatura romántica y las cartas íntimas como espacios de expresión de nuestras experiencias interiores, y el jardín
inglés, el turismo, los pubs, los cafés, los clubs masculinos, como locales de ejercicio de
nuestra vida privada. En Francia se produce el propio movimiento iluminista, más allá
de la literatura libertina y de las sociedades secretas como la masonería. En las naciones
de lengua alemana, se operó la afirmación de una cultura nacional contra los refinamientos civilizatorios importados por la nobleza de las cortes, como el uso de la lengua francesa. Esto está presente no solamente en el romanticismo, sino también en la literatura
psicológica producida a lo largo del siglo XVIII por autores como Johan Heinrich Jung,
Johann Caspar Lavater, Karl Philipp Moritz y Franz Anton Mesmer. El primero fue el
autor de la novela autobiográfica La juventud de Heinrich Stilling – Historia verdadera, con
la que pretendía dar publicidad a sus experiencias privadas. Lavater, también autor de
una novela autobiográfica, fue el creador de la fisiognomía como modo de saber qué
relaciona las características anatómicas a las espirituales. Por su parte, Moritz fue el fundador de una revista de psicología experimental (Magazin zur Erfahrungsseelenkunde als ein
Lesebuch für Gelehrte und Ungelehrte o Conócete a ti mismo), donde fueron publicados diversos relatos de experiencias individuales, como las suyas propias, presentes en otra autobiografía novelada. Por último, se incluye también a Mesmer, el creador del magnetismo animal como técnica de influencia a distancia para el tratamiento de las más diversas
enfermedades. Juzgado por comités de medicina como charlatán, en el siglo XIX sus
técnicas serían retomadas como práctica de sugestión psicológica e hipnosis.
Algunos autores, sin embargo, vislumbran un alcance más amplio de esta experiencia moderna en el campo psicológico. Peter Berger (1965/1985) la ve en la radicalización de esta distinción entre los campos público y privado como la condición fundamental para el surgimiento de los saberes psicológicos. Es la misma postura de Figueiredo (1992), aunque éste comprenda que para esto haya sido necesario una crisis de esta
subjetividad interiorizada, creando una región de completa ignorancia y desconocimiento para el sujeto. De modo más firme podemos afirmar que esta historia refuerza la
de la constitución de un plano interno de subjetividad, crucial para la constitución del
campo psicológico… aunque fueran, en nombre de la cientificidad, orientaciones como
la conductista, que buscaban hacer una psicología centrada en el dominio público.
La subjetividad como fuente de la verdad
Podemos destacar aquí que en el siglo XVII se originó una forma especial de práctica, establecida por el tema del conocimiento, y que será crucial para las psicologías a
partir del siglo XVIII. Si bien la experiencia de constitución de una interioridad en la
Antigüedad cristiana buscaba distinguir la presencia del bien y del mal en nosotros, a
partir del siglo XVII el examen de la interioridad tiene como meta el acceso a la verdad
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y la fuga de las ilusiones, debatiéndose los filósofos en la atribución de la razón o de los
sentidos como vía privilegiada del conocimiento. La cuestión del conocimiento se
impone en el escenario moderno a partir de las incertezas presentes en los siglos XVXVI a consecuencia de rápidos cambios como la reintroducción de la vida urbana, el
incremento del comercio como forma de producción de riquezas, las grandes navegaciones y el contacto con nuevas poblaciones, la constitución de Estados con poder centralizado, la invención de la prensa, la reforma (y la contra-reforma) religiosa, y, por fin, el
surgimiento de la física matemática.
El personaje clave en este nuevo abordaje de la interioridad es Descartes. Es este
autor el que encuentra en el recurso de la propia subjetividad la base para el establecimiento de las nuevas certezas, y el palco desde el que se pueda distinguir la verdad del
error. Pero este proceso de expurgo y purificación ¿cómo ocurre en el núcleo de una interioridad? En Descartes la derrota de la duda se hace nutriéndose de la propia duda
escéptica, radicalizándola, volviéndola hiperbólica, y poniéndola bajo el dominio de un
supuesto genio maligno apto para hacer que nos equivoquemos en todo; es de esta
forma que este filósofo establecerá los primeros pilares de un nuevo refugio del pensamiento:
No hay, pues, duda alguna que soy, si él (el supuesto Genio Maligno) me engaña; y, por más que me
engañe, no podrá jamás hacer con que yo nada sea, en cuanto yo pensara ser alguna cosa. De suerte que,
después de haber pensado bastante en esto y haber examinado cuidadosamente todas las cosas, es necesario en fin concluir y tener por constante que esa proposición “yo soy, yo existo”, es necesariamente verdadera todas las veces que la enuncio en mi espíritu (Descartes, 1641/1972, p. 100).
Esa intuición inmediata del propio yo pensante impone un nuevo punto de partida
para el pensamiento occidental: no más la investigación de esencias de los seres (como
en la metafísica del pensamiento antiguo), o la búsqueda del fundamento divino de la
existencia (como en la metafísica teológica del pensamiento medieval), sino el examen
detenido del espíritu y del sujeto, como sedes de la verdad. Es en este punto en el que el
pensamiento occidental se dirige predominantemente hacia el tema del conocimiento:
para saber sobre la verdad de los objetos conocidos pasa a ser necesario saber, antes, de la
verdad del sujeto, generando toda una serie de prácticas investigativas sobre este
supuesto dominio, como la introspección e intuición filosóficas.
Para Descartes, en el interior del espíritu es posible establecer una distinción entre
una razón de origen divina como base de toda inteligibilidad y consciencia, donde el yo
hace su morada; y una región de frontera de este espíritu, situada en la intersección con
el cuerpo: las pasiones. Si en la primera región encontramos la fuente del conocimiento,
en la segunda se halla la raíz de todos nuestros equívocos, de todas nuestras ilusiones
producidas por nuestros sentidos. En la secuencia se constituye, pues, una escisión fundamental entre dos substancias de naturalezas diversas: la res cogitans o inextensa (el
alma, fuente del conocimiento) y la res extensa (el cuerpo, fuente de los errores). Al principio, el cuerpo se constituye como objeto de examen, rectificación y control por parte
del espíritu. Más tarde, en el siglo XIX, el propio espíritu se establecerá como un objeto
de examen, conocimiento y disciplina.
A esta solución racionalista sobre la cuestión del conocimiento se opone la alternativa empirista de Locke, Berkeley y Hume, para los cuales el saber no proviene de otra
fuente que no sean nuestros propios sentidos. Nada habría en el espíritu que no proviniese de los sentidos, siendo nuestros pensamientos complejos meras conjunciones de
impresiones sensoriales (y en este aspecto responsables de nuestras ilusiones). El dilema
se debate ahora entre razón o sensibilidad: en los siglos XVII y XVIII se discutiría sobre
cuál es la región del espíritu responsable de la verdad, y cuál es en cambio la culpable de
los errores. En el siglo XIX las epistemologías serían sin duda herederas del tratamiento
de esta primera región, responsable del conocimiento verdadero, al mismo tiempo en
que las psicologías ocuparían la región de incerteza desviándose hacia el sujeto de las
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pasiones, o de lo que Galileo denominó “las cualidades secundarias” de nuestra experiencia. Así se constituye una psicología basada en nuestra experiencia inmediata y que
buscó “constituir una disculpa del espíritu” frente a una razón lógico-matemática (Canguilhem, 1958/1973, p. 109).
Empiristas y racionalistas concuerdan, sin embargo, en un aspecto: la transparencia,
la evidencia inmediata del conocimiento del espíritu, en oposición a la opacidad del
cuerpo. Sería más fácil conocer nuestra subjetividad que esta extraña parte de nosotros
que nos fue tornada ajena: el cuerpo. Esta formulación sufrirá, entretanto, un fuerte
cambio a partir de finales del siglo XVIII, cuando este análisis del espíritu escindido
entre razón y sensibilidad se vio desde una nueva formulación de la experiencia de nuestra subjetividad.
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Una nueva cartografía de la subjetividad
La hipótesis aquí defendida es que la intensificación y el entrelazamiento de las prácticas arriba relacionadas producen una experiencia de la subjetividad bastante compleja
en la cual ésta pierde la transparencia como propiedad clave, abriendo espacio para la
suposición de regiones obscuras, inaccesibles a la auto-observación. Esta experiencia
puede ser registrada en la literatura y, por descontado, en la psiquiatría del siglo XIX,
con el surgimiento del tema del inconsciente. Este cambio puede verse incluso en el
campo de las reflexiones sobre el conocimiento. Una evidencia de esta nueva configuración de la subjetividad puede rastrearse en La crítica de la razón pura de Kant
(1781/1972). Aquí, este autor toma el conocimiento en bases distintas al Racionalismo
y el Empirismo, suponiéndolo como una síntesis a priori entre las formas y categorías
del sujeto trascendental (nuestra razón) y del diverso sensible (nuestra experiencia).
Considerados aisladamente, la Razón Pura y el puro sensible apenas nos conducirían
al engaño: la primera nos conduciría a las conclusiones más disparatadas (como haría la
metafísica) y el segundo no produciría sin la razón ningún conocimiento. Dentro de este
marco, nuestro entendimiento pasa a ser visto como compuesto por un Sujeto Trascendental (condición a priori de nuestro conocimiento de los objetos, pero al mismo tiempo
incognoscible y opaco en sí) y un Sujeto Empírico (cognoscible y compuesto por las
experiencias que tenemos de nosotros mismos). Para Kant no habría más la división
entre razón y pasiones, ni la transparencia inmediata del conocimiento de sí que los primeros filósofos modernos atribuían al espíritu. Con esta nueva división, se impone una
nueva instancia, el Sujeto Transcendental, que legitima el conocimiento de los objetos,
pero que es completamente opaco como objeto del conocimiento de sí.
Experiencias de subjetivación y el campo de la psicología
Según lo expuesto hasta ahora ¿cómo se da el paso en que este esquema kantiano,
configurador de nuestra subjetividad desde el siglo XIX, es heredado por la psicología?
La consecuencia más inmediata de esta postulación kantiana de nuestra subjetividad
fueron las críticas a toda tentativa de fundar una psicología que se formularon durante el
siglo XVIII. Por un lado, cabe señalar la crítica a la Psicología Racional (como la de
Wolff), pues el Sujeto Transcendental sería una condición a priori para el conocimiento y
jamás un objeto a ser conocido en el tiempo y en el espacio. Por otro, la crítica a la Psicología Empírica: a ésta le faltaría un elemento discreto de análisis, objetividad y matematización. Estos nuevos parámetros exigen que la psicología, para ser reconocida como
científica, haga más que la descripción del sujeto empírico, o de las vivencias inmersas
en un mundo de ilusiones: aquélla debe ofrecer, en el trato con la experiencia inmediata,
todo el rigor de una experiencia científicamente mediada y matematizada. Las críticas
de este período orientan en cierta medida las transformaciones que las psicologías sufrirán a lo largo del siglo XIX.
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Sin embargo, la herencia de este esquema kantiano sobre nuestra subjetividad para la
psicología no se resume en su contrapunto crítico, sino que, de modo positivo a todas las
psicologías actualmente existentes, se da al reunirse un modo de relación entre el Sujeto
Empírico (nuestras experiencias conscientes) con un Sujeto Transcendental incognoscible (que es en las psicologías generalmente asimilado con un concepto de una ciencia
natural, como por ejemplo los de sensación fisiológica, equilibrio físico y adaptación
biológica). De esta manera, la noción de equilibrio termodinámico de la física se codifica tanto en el principio del placer para el psicoanálisis, como en el concepto de buenaforma gestaltista; la noción biológica de adaptación, en cambio, ampara la de condicionamiento en el conductismo, mientras que la de computación está en la base de los
supuestos módulos de información para el cognitivismo. Esto ocurre incluso en los
modelos psicológicos que toman nuestra consciencia como objeto privilegiado, tal y
como lo hace por ejemplo el gestaltismo, el cual apela a principios y leyes no-conscientes –como la de la buena-forma– para explicarla. Es de este modo como la psicología
busca unir los términos que el pensamiento kantiano intentó distinguir: el Sujeto
Transcendental o epistémico, y el Sujeto Empírico, o impuro.
Así, toda la psicología tendría que realizar el tránsito del plano transfenomenal
(opaco) al de la consciencia (o vivido). De ahí entonces las alternativas propuestas por
Figueiredo (1986): o se hace una psicología partiendo de lo vivido en dirección a los
mecanismos transfenomenales –como realizarían la psicología de la Gestalt, la epistemología genética y el psicoanálisis–, caracterizándose una dirección metapsicológica
(según el concepto que usa el autor), o se parte de lo científicamente establecido, para
abordarse a continuación el ámbito fenomenal de la consciencia –como procede al conductismo, por ejemplo– en una línea parapsicológica (según el concepto que usa el autor).
Así, en la psicología, o bien ésta seguiría los contornos de la experiencia en busca de algo
transfenomenal (siguiendo una posición metapsicológica), o bien partiría de un método
o de un modelo de ciencia natural, limitando parte (o incluso la totalidad) de nuestra
experiencia subjetiva (siguiendo una posición parapsicológica). Como diría Gréco
(1972, p. 19), ésta sería la desgracia del psicólogo en relación a su método: “nunca está
seguro de hacer ciencia. Y cuando la hace, nunca está seguro de que hace psicología”.
Pero, independientemente de este dilema epistemológico, esta colonización operada
por las psicologías de un espacio transcendental por conceptos científicos oriundos de
otras ciencias produce interesantes efectos de subjetivación. No solamente por las formas múltiples con que las psicologías producen nuevos esbozos de la subjetividad, por
medio de transcendentales prestados de otras ciencias, sino especialmente por la operación de poder implicada en esta doble impresión de un modelo científico sobre subjetividades ideales, por un lado, y de éstas aplicadas sobre nuestros individuos comunes psicologizados, por el otro.
Para ello es necesario retomar el concepto foucaultiano de poder y reutilizarlo en
contextos más amplios que los de las ciencias humanas y médicas. Esto se verá sobre
todo en la Epistemología Política de Stengers (1989), donde se piensa el poder científico
en el sentido positivo de la producción de operadores (o dispositivos científicos que se
abren al riesgo del error), capturas conceptuales (cuando estos operadores son bien sucedidos y sirven de modelo a otros saberes) e intereses de diversos agentes (comunidad
científica, órganos científicos, industria, etcétera). El poder aquí no tiene el sentido
negativo de algo que se opone al verdadero conocimiento, sino que lo constituye en sí
mismo.
Esto es posible en un nuevo entendimiento del conocimiento científico, no sólo presente en el trabajo de Stengers, sino también en el de Latour y Despret. Para éstos, el
conocimiento científico no se identifica con una purificación de los datos o con la representación neutra de los objetos a partir de sentencias bien construidas. Por el contrario,
el conocimiento se daría siempre como articulación y co-afectación entre entidades, en
la producción no esperada de efectos, y no en el salto representacional dado en la identi-
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dad entre una sentencia o hipótesis previa y un estado de las cosas. Es por esto que para
Despret (2002), la influencia del investigador sobre los investigados jamás será un problema o un aspecto parasitario a ser purificado, sino un componente integral de relación
de la investigación: la co-articulación entre las entidades, en una especie de génesis recíproca.
Como articulación, el conocimiento científico ya no distingue más entre malas y
buenas representaciones, sino entre malas y buenas articulaciones. En el primer caso,
tenemos una situación en la que la articulación es distorsionada por o condicionada a un
modelo, conduciendo los modos de saber y los entes investigados a un modo de “docilidad”. Aquí habría una relación inadecuada del poder en la que éste se daría como extorsión-sumisión en la relación entre saberes (adoptándose modelos consagrados) o entre
saberes y seres investigados (como extorsión de artefactos).
Por otro lado, una buena articulación se daría en la posibilidad de producirse conocimiento en los márgenes del riesgo. Aquí, el testigo de los sujetos investigados iría más
allá de su simple respuesta a los dispositivos, permitiéndose la invalidación de las cuestiones y proposiciones del investigador. Ante esta posibilidad de problematización, sería
posible la proposición de nuevas cuestiones por los entes investigados, posicionándose
éstos como co-especialistas. Aquí tendríamos una relación que estos autores denominan
como recalcitrancia7.
Así, estos autores opondrán por un lado la recalcitrancia de los seres no-humanos, y,
por otro, la docilidad y obediencia a la autoridad científica de los seres humanos:
Al contrario que los no-humanos, los humanos tienen una gran tendencia, cuando son colocados en presencia de una autoridad científica, a abandonar cualquier recalcitrancia y comportarse como objetos
obedientes ofreciendo a los investigadores apenas declaraciones redundantes, y confortando entonces a
estos investigadores en la creencia de que ellos producen hechos ‘científicos’ robustos e imitan la gran
solidez de las ciencias naturales (Latour, 2004, p. 217).
Para estos autores el problema de la psicología no es la ausencia de objetividad, sino
de recalcitrancia, entendida como mala articulación y operación de poder, al someterse a
los cánones de las ciencias tradicionales y hacer extorsión de sus investigados, produciendo así subjetividades estandarizadas.
Conclusión
Se ha visto que no sólo en la Epistemología Política de Stengers y Despret, así como
en la Teoría Actor-Red de Latour, las genealogías de Foucault, o el esquizoanálisis de
Guattari, la producción de subjetividades no es algo ajeno a la producción de conocimiento, sino incluso parte integrante. El problema no radica en su producción de articulación o de relaciones de poder en los procesos de producción de saber, sino en su mala
utilización de forma extorsiva, docilizante y estandarizante. Y es desde este punto de
vista que se ha considerado la psicología aquí: dentro de un proceso de construcción de
conocimientos y de subjetividades, donde la psicología puede actuar ampliando (y no
reduciendo) el número de versiones con que nos constituimos. Podría así actuar no sólo
estandarizando y extorsionando, sino problematizando las formas de vida más comunes
a las que nos acogemos y liberar otras posibilidades menos corrientes. Actuando, así,
hacia una subjetividad y un modo de producción de conocimiento menos ordinarios y
más plurales.
Notas
1
La base para esta sección es el artículo de Pizarroso y Waeny (2011), aún no publicado. Por esta razón la referencia seguirá las
páginas del artículo considerado individualmente.
2
Aquí se ve claramente que Meyerson considera el lenguaje solamente como uno de los sistemas de formalización, pero no el
único como piensan en cambio algunos estructuralismos, hermenéuticas y concepciones wittgensteinianas. Así, el lenguaje
“ni lo dice ni lo puede decir todo” (Pizarroso y Waeny, 2011, 12ª página).
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El rechazo de Foucault está claramente dirigido a “un sujeto que asegura, en su unidad reflexiva, la síntesis entre la diversidad sucesiva de lo dado y la idealidad que se perfila en su identidad a través del tiempo” (Foucault, 1968/1971, p. 51)
El tránsito del concepto de poder al de gobierno implica en algunos aspectos: 1) la consideración del poder como acción sobre
acciones (y no sobre cuerpos); 2) la importancia de la libertad de las acciones, siendo la violencia excluida de las definiciones
del poder la violencia y el constreñimiento (ver Foucault, 1982/1995a).
5
La ANT (Actor Network Theory) se apoya en términos como actor (por suponer el individuo como agente), red (por la referencias inspiradas por internet) e incluso guión (que apuntaría para la dualidad individuo-sociedad) –ver Latour (1999)–. Si
del concepto original sobreviven las siglas ANT es por la supuesta mirada miope y detallada de que dispone una hormiga
(Ant, en inglés).
6
Fe(i)tiches es una traducción aproximada para un juego de palabras en francés, refieriéndose a algo que es un hecho (fait) y
fetiche al mismo tiempo; real a la vez que producido por nosotros. Es un modo de existencia que incluiría los objetos científicos y los sujetos (libres y producidos al mismo tempo), que los emparentaría con los fetiches producidos por los primitivos.
7
En castellano faltaría traducción más precisa para este término, pues recalcitrancia es, más que una resistencia simple, un cuestionamiento y una reproposición activa de los términos y cuestiones de la investigación.
4
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Referencias
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