Subido por Isabel Leal

ARTICULO VALOR

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Universidad Austral de Chile
Objeto:
fenómeno, texto y cultura
Alumna : Isabel Leal Figueroa ([email protected])
Profesor: Juan Carlos Skewes
Programa: Doctorado en Ciencias Humanas
1
Indice
Introducción …………………………………….…….…………
3
Sobre el objeto fenomelógico …………………………………….
5
El objeto como texto…………………………..............................
8
Objeto y cultura:
El hombre y el pragma del objeto como texto ………..………
14
Sobre el valor del objeto ……………………….………………..
17
Sobre el consumo de objeto………………………………………
21
Conclusión ………………………………………………………..
26
Bibliografía …………………………….…………………………
27
2
Introducción:
El tema “objeto” ha sido una
reflexión constante para mi éste 2008, no
solo
por
cursar
la
asignatura
“Antropología de las cosas que producen
palabras” en la UACH, que sin duda
motivó muchas preguntas, sino que
también porque tuve que realizar dos
asignaturas en donde se abordaba el tema
objeto (“Taller de fundamentos I”, y
“Semiótica del objeto” en la UBB), una
desde una perspectiva fenomenológica y
otra desde un enfoque semántico. Estas
dos formas de abordarlo me resultó
complejo y confuso, porque el nexo entre
lo fenomenológico y lo semántico no me
parecía tan claro. La posible respuesta a
este problema, se presentó por medio de la
idea del texto propuesto por Lotman, en
donde el objeto que es percibido en el
fenómeno, es incorporado al ser por
medio de una interpretación que le
permite entrar al mundo de los
significados, pero entrar al mundo de la
razón, implica transformación conceptual,
y por ello debe pagar un precio, sufrir
cambios profundos que incluyen lo
percibido y al sujeto que lo percibe, pero
sólo de ésta forma se le está permitido
comunicar su existencia.
Estamos hablando entonces, de
hombre y objeto como unidad sistémica,
donde interactúan no sólo en su dimensión
personal del sentirse, crearse y recrearse
en el objeto, sino que también
identificarse, ubicarse y definirse social y
culturalmente. Esto no parece nuevo, sin
embargo, ¿cómo se observa en la práctica
cultural?. Este informe es entonces, una
suma de divagaciones, espero más o
menos coherentes, sobre el tema.
El artículo iniciará reflexionando
en el objeto en su dimensión de fenómeno
sensorial y perceptivo, para luego
conectarlo en su dimensión semántica
como texto, por último, esta visión del
objeto como texto, nos conducirá a
algunos pensamientos sobre su sentido
cultural, lo que desde luego, sólo
considerará algunos puntos, ya que
abordar todos los aspectos semánticoculturales del objeto no sólo sería
imposible, sino que además innecesario.
3
Sobre el objeto fenomelógico
Se relaciona el objeto como una
“cosa” visible, tangible, manipulable, algo
que podemos pesar, medir, intercambiar, o
como un tipo de valor que se transmite a
la descendencia, en definitiva una
materialidad, cuyo trabajo se puede
evaluar con el tiempo, pero también que
se puede poseer y comprar. Henri van Lier
(citado por Llovet, 1981) retoma lo que la
palabra ob-jectum significaba para los
latinos: “fuera del sujeto”. Pero esta
definición, no separaba sujeto –objeto
como podría suponerse, más bien se
entendía como una realidad que sale al
encuentro, es decir, que se nos “aparece”
al momento de ser percibido. Como este
“aparecer” depende de los sentidos,
implica que mientras más cercano se está
de ellos, se nos sugiere más real el
encuentro, es por eso que la manipulación
y la estética visual, ha sido desde siempre
una propiedad del artefacto valorada por
el hombre. Estímulos captados por el tacto
y la visión, permiten asumir la presencia
del objeto como algo cada vez más real,
pero también el vínculo se realiza al
escucharlo, olerlo o gustarlo.
Si bien la cercanía promueve la
intimidad objeto-sujeto, aún en la
distancia el objeto “entra” en nosotros
cuando somos capaces de abarcarlo con la
mirada, y aunque no podamos tocarlo
sabemos que “esta ahí”, lo que lo hace una
posesión a distancia, una aprehensión
comprensiva y contemplativa
Heidegger en su artículo “La
Cosa” reflexiona sobre las distancias,
indicando que ellas -al igual que el
tiempo- es algo relativo en la percepción
del ser humano. El hombre ahora es capaz
de recorrer grandes trechos en tiempos
que antes ni siquiera se hubiese imaginado
y el cine nos ubica en tiempos pasado
como si fueran actuales, pero esa ilusión
no nos aproxima a nada, estamos cerca
pero igualmente lejos, lo que uniforma la
percepción, esto también podemos
experimentarlo (aunque Heidegger no lo
menciona) en varios instrumentos como
los binoculares, los zoom fotográficos y
computacionales, y aún podemos llegar al
límite con la realidad virtual, donde no
solo acercamos las cosas con la vista sino
que también con otros sentidos. Todo esto
nos hace pensar en las cosas ¿cuándo
percibimos la “realidad” de la cosa?,
¿cuándo la vemos?, ¿cuándo las tocamos?,
etc. Volviendo nuevamente a Heidegger
éste expresa los siguiente: “Pero ¿qué es
una cosa?. Hasta ahora el hombre, de
igual modo como ha considerado lo que
es la cercanía, tampoco ha considerado lo
que es la cosa como la cosa. Una cosa es
la jarra. ¿qué es la jarra?. Decimos: un
recipiente; algo que acoge en sí algo
distinto de él. En la jarra lo que acoge son
el fondo y las paredes. Esto que acoge se
puede a su vez coger por el asa,. Como
recipiente, la jarra es algo que esta en sí.
El estar en sí caracteriza a la jarra como
algo autónomo. Como posición autónoma
(Sebststand) de algo autónomo, la jarra se
distingue de un objeto (Gegenstand). Algo
autónomo puede convertirse en objeto si
lo ponemos ante nosotros, ya sea en la
percepción sensible inmediata, ya sea en
el recuerdo que lo hace presente. Sin
embargo, la cosidad de la cosa no
descansa ni en el hecho de que sea un
objeto representado (ante-puesto), ni en el
hecho de que se puede determinar desde
la objetualidad del objeto. La jarra sigue
siendo un recipiente tanto si lo
representamos (ante-ponemos) como si
no. Como recipiente, la jarra está en sí
misma”. La jarra entonces, según la
perspectiva de Heidegger, será un
recipiente sólo en la medida en que sea
llevada a un estar por medio del
4
emplazamiento
humano,
y
este
emplazamiento ha sido llevado a cabo
desde el momento de su producción, es
decir desde que era tierra y agua y se
fabricó como jarra ex profeso para
contener, condición que le es propia para
ser jarra. Pero una vez separada de su
fabricación debe ser jarra y presentar las
condiciones necesarias para contener a la
vista de aquellos que la usarán para tal
propósito. Pero la jarra sigue siendo jarra
aún esté llena de agua, vino o aire. La
jarra será jarra en la medida que cumpla
condiciones para serlo… pero seguirá
siendo “cosa” aunque se destruya porque
la cosidad de la cosa está en su esencia, no
accediendo nunca a la patencia, es decir,
fuera del lenguaje. Basándonos en este
pensamiento Heideggeriano podemos
decir entonces que sólo podremos hablar
en éste artículo del objeto como
elementos, que pueden ser llamados: jarra,
vaso, silla, etc., en definitiva, no de la
cosa como cosa, sino que de la cosa como
acontecer en el lenguaje, en su
emplazamiento humano que implica su
percepción como tal, y entre todos estos,
uno de los más característicos es su
función.
La función sin embargo, también
es confusa, Jordi Llovet (1981), diseñador
industrial, declara que bajo este criterio
fenomenológico, da lo mismo para que
“sirve” o cuál es la función del objeto,
pues siempre tendrá un fin, puesto que la
finalidad no depende del artefacto, sino
que de las personas que al sentirlo
imaginan algún tipo de función para él.
Esto implica que cualquier cosa que se
haya diseñado, creado, o simplemente
percibido como tal, cumple con el fin de
objeto. Sería entonces para este autor lo
más Da-sein (estar ahí) que existe,
siempre y cuando establezcamos con ellos
un vínculo dialógico.
Este diálogo no sólo depende de lo
que se ve o se siente, depende también de
lo que está oculto, de lo que se supone o
infiere.
El sujeto al concentrarse lo divide
y separa de su entorno con el fin de
aprehenderlo e interpretarlo. Merleau
Ponti,
en
su
texto
llamado
“Fenomenología”, explica la división
objeto-entorno de la siguiente manera:
“Ver un objeto significa o bien tenerlo en
el margen del campo visual y poder
fijarlo, o bien responder efectivamente a
esta solicitación fijándolo. Cuando lo fijo,
me anclo en él, pero este “paro” de la
mirada no es más que una modalidad de
su movimiento: prosigo en el interior del
objeto la exploración que, hace un
momento, planeaba sobre todos, en un
solo movimiento cierro el paisaje y abro
el objeto. Las dos operaciones no
coinciden por azar: no son las
contingencias de mi organización
corporal –por ejemplo, la estructura de
mi retina- las que me obligan a ver el
contorno ligeramente si es que quiero ver
el objeto claramente. Inclusive si no
supiera nada de los conos y bastoncillos,
concebiría que es necesario adormecer el
5
contorno para ver mejor el objeto y
perder en fondo lo que se gana en figura,
porque mirar el objeto es hundirse en él, y
los objetos forman un sistema en que uno
no puede mostrarse sin ocultar los otros.
Más precisamente dicho, el horizonte
interior de un objeto no puede convertirse
en objeto sin que los objetos que lo
rodean se conviertan en horizonte y la
visión es un acto de dos caras. Porque no
identifico el objeto detallado, que ahora
tengo, con aquel sobre el cual se
deslizaba mi mirada hace un momento
comparando (…). El horizonte es, pues,
aquello que asegura la identidad del
objeto en el curso de la exploración, es el
correlato de la potencia próxima que
conserva mi mirada sobre objetos que
acaba de recorrer y que tiene ya sobre los
nuevos detalles que va a descubrir.
Ningún recuerdo expreso, ninguna
conjetura explícita podrían desempeñar
este papel; no darían sino una síntesis
probable, en tanto que mi percepción se
da como efectiva. La estructura objetohorizonte, es decir, la perspectiva, no me
perturba pues cuando quiero ver el
objeto: si es el medio que tienen los
objetos para disimularse, es también el
medio que tienen para develarse. Ver es
entrar en un universo de seres que se
muestran y no se mostrarían si no
pudieran esconderse unos detrás de otros
o detrás de mí. En otras palabras: mirar
un objeto es habitarlo y desde ahí captar
todas las cosas según la cara que vuelven
hacia él. (Merleau Ponti, 1957). Ver o
sentir para habitar, habitar para
comprender y comprenderse en ese
habitar, es lo que reclama el objeto, de
otra forma simplemente, no existe.
Pero este diálogo continúa, los
objetos generan su entorno, y el entorno
genera al objeto. “objeto-sujeto-entorno”
se retroalimentan, dialogan, se requieren y
se repelen, hasta finalmente, convertirse
en una unidad. El entorno entonces, no es
pasivo en ésta dinámica, porque nos
permite clasificar y ubicar la relación que
tiene el objeto en nuestra vida, depende de
las categorías que le otorguemos y por
consiguiente, está sujeto como signo en el
lenguaje
Producto de la experiencia
vivencial, el hombre es capaz de entender
posteriormente al mismo objeto o a otros
de su misma clase, en otros entornos, en
otras clasificaciones, en definitiva también
en otras significaciones. Desde una
perspectiva temporal el objeto se vivencia
en el presente pero, seguirá activo como
abstracción de clase en el futuro y en el
futuro será la imagen que nos conecte con
el pasado. Esto es similar al reflejo en el
espejo por medio de otro espejo, creando
un infinito especular.
Pero ¿qué tipo de diálogo se
establece entre el objeto y su perceptor?.
O mejor dicho ¿cómo actúa en el ser
humano el signo objeto?. Si es un signo
participa en el proceso semiótico, y por lo
tanto, para aclarar todas las posibles
interpretaciones del lector, es necesario
entender el objeto como un texto.
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El objeto como texto
Para designar al objeto como
“texto”, lo mejor es abordar a Lotman en
su libro “La semiosfera, semiótica de la
cultura y el texto (1996)”, donde declara
las condiciones de un texto y será
interesante revisar si el objeto cumple con
las condiciones indicadas por éste autor
para cumplir como tal.
Antes que todo, Lotman declara
una condición fundamental y principal
para que algo sea entendido como texto, y
es que el texto está conformado de por lo
menos dos tipos de códigos. Partiendo de
esa base, podemos considerar que el
objeto cumple por si mismo esa
condición, veamos porque: primero, para
ser leído, el lector debe manejar códigos
de función o técnicos y categorizarlo
según las normas que conoce, sólo así es
capaz de reconocer sillas de sillones o de
bancas (por ejemplo). Otro código que
debe manejar son los estéticos o
estilístico, porque de su apariencia
depende si considera el objeto de buen o
mal gusto, de tal o cual periodo histórico,
o simplemente si lo considera bello o feo.
Esto le permite ubicarlo en una gradiente
(como por ejemplo de lo más bello a lo
más feo) que determina su aceptación o
rechazo. Pero también existen otros
códigos involucrados con el objetos, tales
como los de materialidad, los culturales,
sociales, etc.
Que el objeto deba ser interpretado
con más de un código, lo convierte en
texto, pero también implica que posee
varios mensajes. Esto queda aún más en
evidencia cuando Baudrillard en su libro
“El sistema de los objetos”, declara que el
objeto contiene dos tipos de mensajes,
primero posee elementos esenciales, como
un motor por ejemplo, que conformarán el
mensaje denotativo y segundo posee,
elementos inesenciales, como la forma,
color, tamaño y otros aspectos que
conformarán los mensajes connotativos.
Una vez definida la condición de
texto del objeto, Lotman dice además, que
los textos deben cumplir ciertas
características como las siguientes:
primero, los textos están orientados a un
público específico, por lo tanto, es éste
quien selecciona a su auditorio según su
imagen y semejanza, segundo, el texto
posee movilidad semántica, tercero,
cuando no coinciden los códigos del
remitente con los del destinatario (porque
la coincidencia absoluta entre ambos es
teórica
y
nunca
completamente
realizable), el texto del comunicado se
deforma en el proceso de desciframiento
por el mismo receptor y cuarto, el
comunicado influye en el destinatario,
principalmente porque cada texto contiene
lo que es llamado “una imagen del
auditorio”, lo que afecta activamente al
auditorio real y crea en él una suerte de
código normador. A continuación,
veremos cada aspecto en detalle.
1° El texto selecciona a su auditorio
según su imagen y semejanza.
Esta premisa parece inducirnos a
pensar que los objetos poseen algún
grado de voluntad, pero no es así, Lotman
nunca olvida que es el sujeto quien
descifra el texto y por ello es el que busca
con quien establecer diálogo. Es en su
búsqueda de leer textos, que encuentra al
objeto que lo esperaba. Es decir, es la cosa
material la que transmite por sus
condiciones particulares e inherentes, las
señales que su público espera ver de ella.
Pero ¿qué “traduce” el lector del
objeto?, o bien ¿qué es lo que busca el
usuario del objeto?, nuevamente podemos
pensar que lo primero sería su función,
pero función y apariencia son unidad, la
una no existe sin la otra.
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Pero,
si
como
vimos
anteriormente, todo objeto puede tener
una función, entonces dependería de su
totalidad “traducible”. Sin embargo,
tampoco esta fórmula resulta simple,
porque generalmente la técnica o
tecnología que lo hace funcionar, que
determina lo que se espera de él, se
encuentra en muchos casos oculta tras su
estructura exterior, que es la que
“contiene” a esta técnica o tecnología y
que es, en consecuencia lo que finalmente
se lee. El objeto es entonces un texto
dependiente del sujeto que percibe y
traduce contenido y continente al mismo
tiempo. Para Braudillard en el objeto
industrial, (y personalmente creo que en el
artesanal también), ambos mensajes (el
exterior y lo interior técnico o tecnema) se
conforman como una unidad sistémica,
que se convierte en un solo mensaje,
situación indivisible para el lector, porque
ambos se requieren, son dependientes y se
adaptan entre sí. “El nivel tecnológico no
es una autonomía estructural tal que los
“hechos de palabra” (aquí, el objeto
“hablado”) no tengan más importancia
en un análisis de los objetos que la que
tienen en el análisis de los hechos
lingüísticos. Si el hecho de pronunciar la r
arrastrada o guturalmente no cambia
nada en el sistema del lenguaje, es decir,
si el sentido de connotación no pone para
nada en peligro a las estructuras
denotadas, la connotación de objeto, por
su parte, afecta y altera sensiblemente a
las estructuras técnicas. A diferencia de la
lengua, la tecnología no constituye un
sistema estable. Al contrario de los
monemas y de los fonemas, los tecnemas
se
hallan
en
evolución
continua”.(Baudrillard,1969).
Esto hace que los elementos
componentes del sistema objeto posean
movilidad semántica, el mismo objeto
puede tener entonces distintos significados
al momento de ser leído. No depende
entonces de sí mismo, ni tampoco
necesariamente del creador o de su
producción, sino que al igual que
cualquier texto cultural, pertenece al
código con el cual el usuario o lector los
decodifica. Eso nos lleva a la segunda
característica.
2° El texto posee movilidad semántica
Siguiendo esta idea, emerge una
segunda condición de Lotman para el
texto: Otra peculiaridad de los textos
(culturales) —su movilidad semántica—es
decir, que el mismo texto puede proporcionar
a sus distintos consumidores una información
diferente. Sirva aquí también el ejemplo
que nos da Lotman; el lector moderno de
un texto sagrado del Medioevo descifra la
semántica reuniendo códigos diferentes de
los usados por el creador del texto.
Además, cambia igualmente el tipo de
texto: en el sistema de su creador
pertenecía a los textos sagrados, mientras
que en el sistema del lector pertenece a los
artísticos (Lozano, 1998). Es el objeto un
texto que apela a las competencias de cada
lector. Para Rafael Echeverría esto
correspondería al primer principio en el
papel del observador: “No sabemos cómo
las cosas son. Sólo sabemos cómo las
observamos o cómo las interpretamos.
Vivimos en mundos interpretativos”. De
esta forma, cada ser humano “busca” su
objeto, y cada objeto contiene las
propiedades “buscadas” por cada ser
humano que le “corresponde”. Al igual
que el texto escrito, cualquier artefacto
creado será semánticamente interpretado
según su época y por la intención del
lector, pudiendo ser una significación
arqueológica,
artística,
patrimonial,
afectiva, funcional o cualquier otra.
La movilidad semántica se observa
de manera muy patente en el objeto,
especialmente cuando lo vemos en su
relación función- efectividad. Sobre esta
8
diferencia conviene detenerse, porque si
bien se puede anticipar el uso del objeto
de antemano, es más complejo saber qué
tan efectivo puede ser para cumplir una
determinada función, por ejemplo, una
silla de descanso puede cumplir su
función (sentarse sobre ella), pero si es
incómoda no es efectiva. Así resulta
curioso que aún cuando un objeto que se
interpreta fuera de su contexto temporal,
puede conservarse funcionalmente útil,
no resulta efectivo en el presente, y es lo
que lo hace obsoleto. Un ejemplo de esto
puede ser el siguiente: una plancha de
metal antigua, cuyo uso resulta fácil de
traducir porque su forma aún se conserva,
y es un artículo que
aún podría cumplir
su función, resulta
obsoleto para la
vida
cotidiana
actual, esto sucede
por varias razones:
aunque
es
manipulable, es de hierro y pesado, por lo
tanto físicamente es un problema para las
condiciones de la vida moderna. Lo que
antes permitía “alisar” la tela por el peso,
y por el calor entregado por la estufa,
ahora se hace por
medio
del
calor
emanado de la misma
plancha. Sigamos con
su evolución, más
tarde las planchas
fueron diseñadas con
las condiciones de “contener” brazas que
aportaban el calor necesario, pero el tipo
de vivienda contemporánea ya no se
calefacciona con braceros, esto hace que
la plancha ya no sea
“efectiva”
en
la
actualidad.
Si
cualquiera de estas
planchas compitiera
en el mercado con las
planchas modernas,
con el fin de planchar, ya no tendrían
salida, porque las actuales son más
eficientes para la realidad de la dueña de
casa actual, las planchas modernas son
eléctricas, se calientan rápidamente
(porque “ahorrar” tiempo es algo que
actualmente se valora), pueden graduar el
calor (por la ropa sintética, muy usada en
estos tiempos), son más livianas (lo que
facilita su manipulación) y hasta liberan
vapor (un lujo impensable en sus
versiones
pasadas),
todas
estas
condiciones hacen que su función se
optimice. Pero todo esto no indica que la
plancha antigua no tenga uso… su uso
simplemente cambió, ahora cumple una
función decorativa y su efectividad será en
comparación
a
otros
elementos
decorativos existentes en el hogar, eso
implica que su significado ha cambiado.
3° El contenido del texto depende de la
adaptación de códigos que realice el
receptor.
Lotman nos hace ver, lo difícil que
resulta la coincidencia de códigos entre el
sujeto que produce el texto y el lector, por
ello siempre el texto del comunicado se
deforma en el proceso de desciframiento
por el mismo lector.
La primera lectura a este punto
parece simple, porque resulta evidente que
cuando alguien se enfrenta a un artilugio u
objeto que le resulta nuevo o extraño, lo
primero que se pregunta es para qué tipo
de función fue creado. Para obtener
algunas respuestas, debe examinar todas
las pistas que le permiten asociar el objeto
con
los
códigos
conocidos. Estas señales
generalmente
son
encontradas en el aspecto
externo del diseño del
objeto. Por asociación y
semejanza,
entonces
realiza
las
primeras
9
aproximaciones
e
interpretaciones
(“erradas” o no) sobre su función, así lo
clasifica y le asigna una posición en el
mapa de significados. Un ejemplo del
trabajo que tiene este proceso lo suelen
vivir los antropólogos y arqueólogos,
quienes deben luchar continuamente con
éstas interrogantes cuando encuentran
objetos en excavaciones de culturas
pasadas, enfrentados a este dilema, sólo
en el conocimiento de otros aspectos de la
cultura en estudio, tales como costumbres
o hábitos, les permiten asignar ciertas
funciones al objeto descubierto.
Pero aún en el supuesto que el
lector logre “descifrar” el uso primitivo de
un objeto, siempre existe la posibilidad de
asignarle nuevas funciones, porque como
ya dijimos, al igual que cualquier signo, el
objeto cumple su función de sentido en su
acción de uso.
El ejemplo de la plancha,
anteriormente mencionado, nos hace ver
también que las “cosas”, en su interacción
con el destinatario, dependen de los
códigos que maneja el usuario, es decir de
su cultura, temporalidad, función, etc. El
creador del objeto, por otra parte, depende
al momento de hacerlo, de los códigos que
como diseñador dispone (y que no
siempre concuerdan con los de sus
usuarios), como también depende de su
propia estructura social y cultural como
entidad creadora. Un ejemplo claro de la
distancia entre creador y público, son las
creaciones de Leonardo Da Vinci, donde
el creador por sus características de
visionario pocas veces coincidió con los
códigos de los mecenas que le encargaban
los trabajos.
El objeto depende de los códigos
que circunscriben su “aparecer” en el
mundo (uso, función, semejanza con otros
análogos, categoría forzada por las
diferencias de otros, etc.) del lector, eso
implica que los códigos del usuario van a
determinar no solo el uso del objeto sino
que su efectividad, su existencia o el cómo
perduren en el tiempo.
4° El comunicado influye en el
destinatario, porque cada texto contiene
lo que es llamado “una imagen del
auditorio”.
Y la última característica del texto
que le parece importante destacar a
Lotman, es cómo el comunicado influye
en el destinatario, principalmente porque
cada texto contiene lo que es llamado
“una imagen del auditorio” que afecta
activamente al lector real. Se establece de
esta interacción entre texto y auditorio,
una suerte de código normador, que el
10
destinatario termina transformándolo en
una idea sobre sí mismo. Esta autopercepción surgida de la comunión con el
texto del objeto (en este caso), es reflejado
en una conducta real. Este punto, resulta
especialmente activo en la interrelación
del objeto con el sujeto “lector”, donde el
pragma, domina todo tipo de diálogo,
porque en la interacción se involucra toda
experiencia, habilidad y conocimientos
que el sujeto posee del objeto en cuestión.
Además, en el pragma, se pone en juego el
proceso de ensayo-error, lo que provoca
en el ser humano un impacto de
aprendizaje que perdura en su memoria.
Cualquier
artesano,
profesional,
obrero,
o
cualquier sujeto
que desarrolla
una
actividad
manual, sabe cuales son los objetos de su
oficio, y se siente orgulloso de
reconocerlos… son su trabajo. Así, la
forma, el uso, la materialidad, el lugar que
se ha destinado para ubicarlo dentro o
fuera del hogar, la posición corporal y la
fuerza motriz que le exige al usuario y
todos los parámetros de valor que le son
asignados, transforman al mismo usuario
quien selecciona el objeto según su
sentido de identidad, como también en la
imagen que desea proyectar en los demás
y en consecuencia, se adapta a la situación
de manipulación y de código que el objeto
le exige.
Es de esta forma que el texto, se
transforma para Lotman, en un diálogo
activo con su auditorio, porque no sólo es
la suma de un posible código común y dos
enunciados yuxtapuestos, sino que además
es la presencia de una “memoria común”
(entendiéndolo como una estructura de la
memoria y el carácter de lo que la llena)
presente en el destinatario y el oyente.
Para Lotman la ausencia de esta memoria
haría indescifrable el texto. La actividad
discursiva se caracterizaría entonces, por
dos formas: la que está dirigida al
destinatario abstracto, donde el emisor
reconstruye la memoria como cualquier
portador de una lengua determinada y la
que está dirigida a un interlocutor
concreto, personaje que el hablante
conoce y con el cual comparte el volumen
de su memoria cultural.
En la interrelación del individuo
con el objeto, existen de manera básica
dos momentos, primero el objeto y su
creador, quien podría ser un diseñador que
apelando a esa “memoria común” puede
suponer un tipo de destinatario abstracto,
para el cual diseña y sobre el cual supone
todo tipo de diálogo con cada parte del
objeto diseñado. El segundo momento, es
el conformado por el objeto y el personaje
que conforma al interlocutor concreto,
quien será capaz o no de descifrar las
“pistas” dadas por el emisor en el
artefacto creado, para reconocer por
medio del objeto, algunos puntos de esa
memoria común.
Quizá un
aspecto de esa
memoria común
se encuentre en
lo que solemos
llamar estilo. El
estilo es una especie de marca que el
enunciador, que para este efecto será el
creador del objeto o su diseñador, realiza
sobre su producto creado. Personalmente
creo esta voluntad del emisor, puede ser
detectada por un lector competente e
ideal. Un ejemplo de esto, lo podemos ver
cuando los objetos son categorizados
como tecnológicos, objetos antiguos,
electrodomésticos, juguetes infantiles etc.,
cada grupo contiene un “tipo” de público
específico, y cada grupo contiene a su vez
sub-grupos que definen aún más
específicamente cada público. La huella
del hombre que crea suele quedar en el
11
objeto, y puede ser el “estilo”. El estilo
esta presente tanto en el objeto artesanal
como el industrial, porque sólo cambia el
punto de origen, pero ese origen siempre
es producto de una relación íntima entre
obra y sujeto, por ejemplo, en un objeto
industrial podría generarse en la idea del
diseñador industrial plasmada en la
maqueta y los planos, o podría ser, en el
caso de la artesanía, en su proceso
cuidadoso y lento, pero en ambos casos, la
huella queda, ésta puede ser imperceptible
o evidente, reciente o antigua, intencional
o inconsciente… pero esta ahí esperando
ser “descubierta”.
Estilo se ha definido de distintas
formas, he aquí algunos ejemplos
rescatados por los diseñadores Salvador
Lazcano y Fernando Alvarado:
“El estilo es la síntesis visual de los
elementos, las técnicas, la sintaxis, la
instigación, la expresión y la finalidad
básica. Resulta complicado y difícil
describirlo con claridad. Tal vez el mejor
modo de establecer su definición en
términos de alfabetidad visual sea
considerarlo una categoría o clase de la
expresión visual conformada por un
entorno cultural total. Por ejemplo, las
diferencias entre el arte oriental y el arte
occidental están en las convenciones que
los gobiernan”.(Donis A. Dondis “La
Sintaxis de la Imagen”).
"En el estudio de las artes, los
trabajos -no las instituciones ni la genteson el dato primario; en ellos podemos
encontrar ciertas características que son
más o menos estables... Un conjunto
distinguible de tales características es lo
que llamamos estilo”. (James S. Ackerman
“Art and Archaeology.”).
"Por estilo se entiende la forma
constante... y a veces la expresión
constante en el arte de un individuo o un
grupo de ellos”.( Meyer, L. B. Schapiro,
M. “The Concept of Style”).
"Existe una íntima conexión entre
la forma de un producto y el proceso para
su producción. Atribuir cualquier noción
de estilo a un producto involucra, de
algún modo, el reconocimiento del
proceso a través del cual fue
manufacturado”. (Howard Riley What is
Style?).
“El estilo es la señal de una
civilización. Los historiadores pueden
fechar cualquier artefacto por su estilo,
sea egipcio, griego o gótico, renacentista
o colonial, americano o europeo. Es
imposible para el hombre producir objetos
sin reflejar la sociedad de la que forma
parte y el momento de la historia cuando
el concepto del producto se desarrolló en
su mente... En este sentido, todo lo que el
hombre produce tiene un estilo." (Sir
Micha Black Wharton Lectures.).
"El estilo, en su más general sentido, es
un modo específico o característico de
expresión, diseño, construcción o
ejecución. Cuando se refiere al diseño
gráfico, sugiere la estética visual
dominante de un particular tiempo o
lugar. También se utiliza para referirse a
la marca específica de un diseñador
gráfico, su preferencia por cierta
tipografía o familia de tipos, por una
característica paleta de colores, o por un
enfoque decorativo o funcional. El estilo
es más ampliamente definido por el
material a ser diseñado: el estilo
corporativo difiere del editorial, el estilo
de las noticias al de la publicidad, el
estilo político del comercial... y así
sucesivamente. (Steven Heller y Seymour
Schwast, “Graphic Style.”).
En resumen, el estilo puede ser
entendido como la síntesis de una época,
de un modo, diseño, expresión,
construcción, ejecución y finalidad básica,
cuya lectura está principalmente normada
por convenciones, que crean el vínculo
entre autor-lector y que se concentra en el
objeto, constituyendo parte de su texto.
12
Para Mary Douglas (1998), el
contraste entre rasgos intrínsecos y rasgos
extrínsecos permite entender el estilo
como el modo en que está hecha una obra,
a diferencia de qué es la obra en sí misma.
Lo que hace que la obra nunca se separe
de su apariencia. Esto permite sugerir que
todo tiene una esencia oculta y que la
apariencia no muestra inmediatamente,
esto hace que las clasificaciones sean
engañosas en el arte.
Descubrir el estilo es un factor
importante para el estudioso del arte y del
diseño, quien segmenta y delimita en el
tiempo las obras realizadas, agrupándolas
en intenciones y formas, porque así le
resulta más fácil analizarlas, interpretarlas,
estudiarlas y clasificarlas.
Pero, no es
tan simple clasificar una obra en
determinado estilo y menos aún generar
una taxonomía estilística. Es necesario ser
un experto en “huellas”. Las más notorias
de las huellas marcan época, pues han sido
vivenciadas por las personas. Sin
embargo, al vivirlas como simples
usuarios, no somos completamente
concientes como una determinada moda
se ha manifestado en nuestras vidas.
Para Mary Douglas (1998) el estilo
a veces hace pasar por alto las razones
ocultas del consumidor, el estilo los aliena
a una determinada forma de compra que
no necesariamente refleja su ser íntimo.
Sin embargo, ella plantea que la
alienación de una cultura igualmente abre
opciones, generalmente de rebeldía (como
el punk, por ejemplo), que permiten al
consumidor expresarse en su consumo,
aún sino forma parte de ninguna
subcultura, los sujetos que comparten
cultura tiene su propio estilo de vida. La
antropóloga reconoce cuatro estilos de
vida, que ella denomina: el individualista,
el jerárquico, el de enclave y el aislado, de
quienes se hablará más extenso en el
próximo capitulo.
Podemos observar entonces que el
objeto cumple con las condiciones y posee
las características de texto, Lozano
(1998), en mención a Lotman, declara: “Si
el viejo estructuralismo consideraba el
texto como piedra angular, como entidad
separada, aislada, estable y autónoma, las
investigaciones
semióticas
contemporáneas, bien que tomándolo
también como punto de partida, han
dejado de verlo como objeto estable para
concebirlo como una intersección de los
puntos de vista del autor y del público.
Desde hace tiempo Lotman ha insistido en
ver el acto comunicativo no como una
transmisión pasiva de información, sino
como una recodificación, si se quiere
utilizar la jerga informacionalista, o, más
precisamente, una traducción. Un objeto
comunica, pero comunica como un texto
que debe ser traducido por el lector o
usuario, es el punto de intersección entre
el autor y el público. Este autor puede ser
el artesano o, en este mundo
industrializado,
será
el
diseñador
industrial que se unen en el objeto
vivenciado, pero para que ello ocurra
también se debe tener presente que deben
compartir un nexo cultural.
13
Objeto y cultura
El hombre y el pragma del objeto
como texto
Ya hemos mencionado que si el
objeto puede leerse como texto, es porque
su primera ubicación semántica depende
de la lectura de sus códigos, y si bien
hemos mencionado varios códigos
involucrados, no debemos olvidar que el
más importante esta relacionado con su
pragma. El texto “objeto” es un sistema en
torno al hecho o a la actividad que
provoca. Su uso origina y domina su
existencia en la categorización lingüística.
La vida del hombre y del objeto transcurre
en la interacción con lo cotidiano, lo
laborioso, es decir, precisamente en el
aspecto más humano del objeto. El
hombre
va
creando,
adquiriendo,
descubriendo y almacenando objetos que
son el resultado de sus esfuerzos,
invirtiendo y otorgando vida en ellos. Por
ello no parece extraño que los deje como
“legado” o “herencia”. Para algunos
incluso representa el trabajo que los hace
trascender, como una obra de arte, una
producción de ingeniería, un libro, un
edificio, o simplemente donde lo
acumulado se donará a la descendencia,
etc. ¿Acaso esto significa un sentido
materialista de la existencia?, sin duda,
pero demuestra el profundo vínculo entre
el objeto y el ser humano. En las “cosas”
recaerán los “proyecto de existencia”,
porque son creados por el hombre para
precisamente alojarse en él. Ortega
declara: Una cosa, en cuanto prâgma, no
es algo que existe por sí y sin tener que
ver conmigo. Una cosa en cuanto
“prâgma” es algo que manipulo con
determinada finalidad, que manejo o
evito, con que tengo que contar o que
tengo que descontar, es un instrumento o
impedimento para…, un trabajo, un enser,
un chisme, una deficiencia, una falta, una
traba; en suma, es un asunto en que
andar, algo que, más o menos me importa,
que me falta, que me sobra, por tanto,
una importancia.
El hombre ama los objetos, los
construye en relación a sus necesidades de
dominio del entorno, invierte su tiempo,
sus energías, su creatividad, los adapta a
sus intereses, los transa y los posee. La
posesión de cosas, es entonces, en toda
cultura un signo de status, con ellos se va
ganando el reconocimiento entre sus
pares, con ellos pretende demostrar la
capacidad de generar trabajo suficiente
como para expresarlo en todos los objetos
que posee.
Los objetos, se van “apareciendo”
al hombre, en relación a satisfacer una
construcción cultural. Podríamos decir
que en un inicio “aparecen” en el mismo
medio, sin que exista ningún intermediario
humano, “están” en la naturaleza y vemos
en ellos la posibilidad de facilitar la
subsistencia. Se espera de ellos que
faciliten
el
movimiento
y
el
desplazamiento; la acción o el descanso,
que dominen el espacio o ejerzan cierta
influencia o poder en las personas. Es por
ello que es necesario generar objetos, pues
el simple descubrimiento basado en la
utilidad
no
completa
todas
las
expectativas que el objeto concibe. Para
recrear un ejemplo de esto: una calabaza
puede ser encontrada en la naturaleza, con
una simple intervención de vaciado puede
resultar muy útil como “contenedor” de
agua, es cómoda porque ya no se tendría
que acudir a la fuente cada vez que se
sintiera sed, por lo tanto, el poseer un
buen contenedor permite alejarse del lugar
y acudir a él sólo cuando es preciso. Este
objeto (como cualquier otro), desde ésta
perspectiva, tiene el potencial de signo, y
será signo porque poseerá un nombre que
lo relacionará y comunicará directamente
14
con su función, quedando registrado cómo
un espécimen de una categoría mayor. Es
decir “calabaza” será un ejemplo de todas
las de su especie como un “objeto para
trasladar y contener agua”.
Pero, tal parece que el simple
reconocimiento colectivo de la utilidad del
objeto provoca en el ser humano un
proceso de intervención en su materia.
Podemos suponer por ejemplo, que
primero seleccionará de todos los objetos
observados, aquellos que por sus
cualidades, mejor
expresen
la
funcionalidad
asignada.
Una
calabaza
puede
servir
como
contenedor de agua,
pero llevará más
agua, si es más grande, y su forma puede
ayudar en el traslado, etc. Luego, esto será
insuficiente y el ser humano expresará
toda su creatividad para optimizar la
función principal, es decir como
contenedor. Considerará preciso cortar,
quitar,
adherir,
modificar o moldear
algo, el objetivo será
modificar su aspecto
para
facilitar
y
optimizar, de manera
ya artificial, aquellas
propiedades naturales. Luego su energía la
derivará a otras funciones secundarias,
como por ejemplo, facilitar el traslado,
facilitar su manipulación, alterarlo para
mantener el agua fresca más tiempo, etc.
Y finalmente se dedicará
al objeto mismo, tratará
de hacerlo más durable,
más estético, etc.
Cuando
el
hombre invierte tiempo
y energía en un objeto,
implica un cambio radical en su
valor. Ya no es lo mismo rescatar el
objeto directamente del natural, que
poseer uno intervenido. Este principio se
conserva, aún bajo el supuesto de que
todos los integrantes de una misma
comunidad tengan igual acceso a la
materia prima, y por lo tanto a la
capacidad de alterarla. Será el ingenio, el
talento, el que determine quien será el
artesano, aquel que por acuerdo colectivo
y por los motivos que sean, reformula
“mejor” el objeto requerido, esto provoca
distinción entre la colectividad.
El
artesano es aquel que observando y
probando los resultados de su obra,
adquirirá en su práctica continua, más
habilidades que otro sujeto dentro de su
circulo
social.
Esta
competencia
sobresaliente para trabajar la materia y
convertirla en objetos utilitarios será
reconocida y generará distintos tipos de
especialidad dependientes de las materias
usadas, son lo que llamamos oficios.
El artesano se diferencia y se hace
diferenciar, se convierte el trabajo
entonces en una nomenclatura, en una
clasificación. Un nombre para cada
actividad humana, para cada forma de
“hacer”. Nuevamente entra en juego la
taxonomía, las semejanzas y los saberes
en cada cultura. El hombre así como
categoriza, es y será categorizado, entre el
objeto y él no hay diferencia en este
sentido. La necesidad signica del hombre
no hace distinción entre figura y fondo,
entre contenido y continente, entre agente
y agencia, todo es nombrado, todo es
clasificado y jerarquizado, pero este
proceso no se llevaría a cabo si el hombre
no le asignara valor al hacer, al ser
humano que hace algo y al objeto creado.
15
Sobre el valor del objeto
Todo oficio requiere un trabajo de
observación
de
la
materia,
la
experimentación, y el proceso de la obra.
Significa una inversión de energía que
será depositada más tarde en el mismo
artículo creado. En este punto el valor del
objeto va cambiando: de valor de uso a
valor de cambio. Desde luego, un objeto
puede poseer valor de cambio sin ninguna
intervención humana que lo intermedie,
(uno de los ejemplos más insólitos de esto,
es en la década pasada cuando unos
japoneses vendían piedras ¡de mascotas!,
claro que igual dependían del envase y de
la promoción, más extraño resulta saber
que se las compraban) sin embargo, se le
atribuirán más cualidades que aumentarán
su valor de cambio si el objeto es
transformado.
La supervivencia de un objeto, en
la sociedad, con todas las características e
improntas que lo caractericen, depende en
buena parte, no tanto de su valor de uso
como de su valor de cambio, pues el
artesano que lo genera debe vivir de sus
obras, por ello será necesario abordar este
aspecto en detalle.
Valor humano se desprende del
vocablo latín valor-oris de valere que
significa estar sano, tener precio o coste
de alguna cosa, osadía, arrojo o tener una
cualidad estimable.
Para Platón valor "es lo que da la
verdad a los objetos cognoscibles, la luz y
belleza a las cosas, etc., en una palabra es
la fuente de todo ser en el hombre y fuera
de él".
Theodor Lessing en su texto
“Axiomática del valor”, declara que desde
el punto de vista axiológico, las distintas
visiones históricas con las que se puede
entender el concepto de valor, pueden
distinguirse a su vez, en tres dimensiones
de análisis:
a) La esfera “ideal” de las leyes del valor
y de la voluntad, donde existe validez
o contradicción a priori.
b) Las
investigaciones
axiológicas
fenomenológicas donde el fenómeno
intuitivo entrega una evidencia
inmediata y general del sentido y
contrasentido,
adecuación
o
inadecuación del valor.
c) Las
investigaciones
axiológicas
actuales en donde la “realidad”
económica o psicológica donde no hay
contrasentidos sino incompatibilidades
fácticas, es decir existen regularidades
y transcursos típicos, pero no leyes
exactas.
Interesante resulta este texto, pues
se puede apreciar una transformación del
concepto de valor que va desde la idea de
un ideal supremo establecido a priori,
intransable, absoluto, pasando luego por la
concepción valórica cómo fenómeno
dependiente de la vivencia adecuándose a
ella, para finalizar con la concepción
interna psicológica, colectiva y social. Es
destacable como se va trasformando el
concepto “valor” desde algo que sólo es
ingerente al sujeto hasta que gradualmente
va traspasándose al
objeto, así
escuchamos que algunos objetos son
sencillos, ostentosos, violentos, tranquilos,
todos adjetivos humanos. ¿pero hasta que
punto el valor de cambio se ha
humanizado en el objeto? ¿o hemos
humanizado los objetos en su valor? O
mejor dicho ¿en qué medida un objeto
podría guardar alguna relación valórica
semejante a aquellas que les asignamos a
los seres humanos?, para contestar algunas
de éstas preguntas, primero nos
concentraremos en el concepto de valor de
cambio.
En principio podría entenderse el
valor de cambio de un objeto, como la
16
dimensión cualitativa del objeto, ya que
entrega una noción proporcional que nos
permite cambiarlo por otra cosa, pero este
aspecto al variar tanto de lugar y de época,
se nos hace una distinción en extremo
relativa, casual y variable. Para controlar
estas variables es preciso entonces usar
estrategias que permitan normalizar las
nociones de valor, en consiguiente, lo que
determina la magnitud de valor de un
objeto para Marx, por ejemplo, no es más
que la cantidad de trabajo socialmente
necesaria, o sea el “tiempo de trabajo
socialmente
necesario
para
su
producción”, (considerado en tiempos
normales). Los valores de las mercancías
son por lo tanto, tiempo de trabajo
cristalizado. Por otra parte, la magnitud
de valor de una mercancía cambia al
alterarse la capacidad productiva del
trabajo, entendiendo que ésta última
depende de una serie de factores, como
por ejemplo: el grado medio de destreza
del obrero, el nivel de progreso de la
ciencia y de sus aplicaciones, la
organización social del proceso de
producción, el volumen y la eficacia de
los medios de producción y las
condiciones naturales.
Pero considerar que el valor de
cambio de un objeto sólo depende de su
valor funcional, y productivo, aún es una
forma limitada de observación. La
percepción del valor de un objeto para la
gente, es amplío y diverso, incluye no sólo
lo valores de uso y de cambio, sino que
también los valores emotivos, estéticos,
imaginados e históricos, es decir, toda la
dimensión perceptual de él, desde el
personal, familiar, social y cultural, la
vivencia cubre todos los grados con los
que el hombre transa, crea o atesora las
cosas.
Realizando un listado (con
alumnos de tercer año de diseño
Industrial) sobre los posibles valores que
se le pueden asignar a un objeto (dejando
claro que pueden existir muchos más),
surgieron los siguientes:
EMISOR: Valores relacionado con la
emisión del objeto:
1) Valor de producción: El valor de
producción puede subdividirse en:
a) Su valor por la cantidad de
personas que intervienen en el
proceso.
b) Lo complejo de un determinado
proceso de producción, que implica
generalmente
la
dificultad
de
intervenir la materia, la experticia y la
competencia de uno o varios de sus
participantes (pues cada uno de ellos
ha invertido a su vez tiempo y energía
en formarse).
c) La inversión tecnológica que
requiere el proceso, es decir, la
intervención de maquinaria (técnica o
tecnológica), cuyo valor es temporal,
complejo y económicamente alto.
d) El tiempo invertido en el proceso.
e) La energía invertida en el proceso,
como por ejemplo, la cantidad de
petróleo, energía eléctrica, madera u
otra, asigna un costo a la naturaleza
que se ve aplicado en el objeto.
f) El valor cultural del proceso: como
por ejemplo la artesanía versus el
proceso en cadena. Aquí no sólo es
importante la intervención de tiempo y
energía humana sino que también la
experticia formada en la tradición
cultural
(interviene
el
tiempo
histórico), y el entorno, que define
identidad.
17
MENSAJE: Valores relacionado con el
objeto mismo:
2) Su valor material: La materialidad es
valorada generalmente cuando es poco
común o por cualquier razón difícil de
obtener, por lo que el objeto
confeccionado
con
ella
adquiere
inmediatamente
el
valor
de
su
materialidad, independiente de cualquier
otro aporte valórico que pueda tener.
Puede subdividirse en:
en intransable en el mercado una
determinada mercancía. Es característico
el valor que tiene un juguete o su pañal
favorito para un niño, pero este apego
perdura en la edad adulta, donde por
diversas razones que apelan a la memoria,
al afecto que le tenemos a la persona que
nos regaló el objeto, al acontecimiento
con el que lo relacionamos, al hito que
marcaron, o cualquier otra razón
emocional con que conectamos el objeto
con nuestras propias vidas, así cualquier
objeto, por insignificante que parezca
puede alcanzar un valor inapreciable para
aquel que lo posee.
a) Valor por escasez del material: El
ejemplo clásico es el de algunos3)
minerales como el oro, platino, 4) Valor pragmático: en este punto se
diamante, etc. También entran en esa
encuentra la valoración asignada por
categoría vegetales que actualmente
el uso práctico del objeto, como por
están en peligro de extinción o sólo
ejemplo:
crecen en ciertos lugares del planeta
como el Sándalo o el Toromiro en Chile.
a) Valor por función: Que a su vez
puede subdividirse en eficiencia, que
considera relaciones costo- tiempob) Valor por estética del material:
Algunos materiales no son escasos pero
calidad; y efectividad de un
sí muy bellos, como algunas piedras
producto, que considera ergonomía,
preciosas
relativamente
comunes,
comodidad, ahorro de tiempo,
maderas, textiles, etc.
cómoda manipulación y transporte,
etc.
c) Valor por sensorialidad: Están en
ésta categoría aquellos materiales que si
b) Valor por duración del objeto:
bien no son escasos o no son tan
Se encuentran dentro de este rango
estéticos, le entregan al ser humano
la duración práctica del objeto, y su
agradable estímulos sensoriales, como
factibilidad de uso durante el
por ejemplo: la seda, el lino, terciopelo,
periodo de tiempo deseado.
el sándalo, etc.
c) El “Valor Primicia”: Está
relacionad al objeto y su novedad,
RECEPTOR: Valores asignados por el
pero no necesariamente a su
usuario
novedad como originalidad, sino que
3) Valor emotivo: Este tipo de valor
a una suerte de hedonismo existente
incluye al objeto como signo más que
en el uso del artículo “nuevo”, no
cómo objeto. A diferencia del que se ha
usado por nadie antes. Valor muy
llamado “valor simbólico de objeto” aquí
común en el mundo occidental
el objeto no representa los sentimientos de
contemporáneo.
un colectivo sino que de un sujeto
individual. Este tipo de valor transforma
18
CONTEXTO: Valor asignado por los
códigos culturales y sociales de un
colectivo.
5) Valor de oportunidad: Los objetos
poseen
distinto
valor
según
la
circunstancia en la que son requeridos, por
ejemplo si nos encontramos en un
despoblado
y
necesitamos
una
herramienta específica para arreglar el
motor del auto y continuar camino, el
valor de esa herramienta es mucho mayor
que si nos encontramos en una ciudad
donde adquirirla es simple y fácil.
6) Valor por originalidad: El objeto
puede ser el resultado de un proceso u
objeto creativo, que es valorado por
curioso o novedoso. Es el tipo de valor
propio de los juguetes, pero también de
cualquier objeto que sorprende y resulta
agradable por ello. Este valor es uno de
los más pasajeros, pues acabándose la
novedad el objeto pierde este valor.
7) Valor cómo objeto único: Este valor
generalmente es el característico de las
obras de arte, donde las piezas son
irrepetibles, o bien de aquellos objetos
históricos de los que no queda más que un
solo ejemplar. Su valor depende de su
particularidad y de cuánto sea valorado
ésta por la comunidad (no es lo mismo
poseer el único óleo realizado por un
desconocido que por un artista famoso).
8) Valor del objeto cómo símbolo: Aquí
el contenido valórico del objeto le es
asignado por sus características de
símbolo cultural, siendo dos tipos de
categorías validadas por el colectivo
social y cultural.
a) Valor de identidad cultural: la
primera aquellos símbolos culturales
que
le
entregan
identidad
y
reconocimiento al grupo o colectivo,
como son los símbolos patrios:
banderas, estandartes, escudos, textos,
etc. O los símbolos religiosos (toda la
imaginería
e iconografía religiosa).
Pero también se encuentran los símbolos
de
reconocimiento
colectivo
empresariales o institucionales, como
los productos y servicios con sus
respectivas marcas. Estos valores son
“agregados” a los objetos transables en
el mercado.
b) Valor histórico o patrimonial: El
objeto posee historia y ha formado parte
del contexto de la historia, por lo tanto,
si ésta es reconocida socialmente se le
valora como tal. Es así que sin un objeto
fue usado por un personaje histórico
reconocido o en una situación histórica
valorada, el valor del acontecimiento o
del sujeto es traspasado al objeto usado
por él. También el objeto es el resultado
de un periodo, nos muestra cómo se
hacían las cosas, cómo se vivía, que se
adoraba y qué se desechaba, etc. Es
decir es un reflejo de una época y de su
acontecer, por lo tanto, los objetos son
valorados por ser los testigos y nuestras
pistas o conexiones al pasado.
c) Valor mediático: El objeto puede
ser por cualquiera de los valores antes
nombrados, o por muchas otras razones,
objetivo de curiosidad mediática,
nombrado en múltiples ocasiones en los
medios de comunicación colectiva,
reproducido hasta el cansancio en
diversos soportes, hasta que su fama le
otorga un valor que supera a otros
objetos semejantes dentro de su
categoría.
d) Valor símbólico-ideológico: Es el
valor asignado a un objeto y a la persona
que ostenta a quien se le asigna “poder”
para usarlo, por ejemplo aquí se
encontrarían los objetos religiosos o
19
políticos que sólo pueden usar los
líderes, como los objetos que usan los
sacerdote en las ceremonias religiosas o
la banda presidencial.
Sobre el consumo de objeto
Sobre el objeto y su contexto
cultural ya se han mencionado ciertos
aspectos, pero conviene enfatizar algunos
puntos. Lo primero que debemos aclarar
es sobre la importancia de la cultura en el
proceso fenomenológico. Para ello es
necesario considerar que en el devenir del
ser humano, la capacidad que tienen las
cosas de aparecer en su mundo, y el
emplazamiento que tienen esos objetos en
la trayectoria humana que los vincula,
dependen siempre de la cultura en la cual
se encuentran insertos, y por eso mismo
los objetos están marcados por el
lenguaje.
Los objetos no emergen porque sí,
son estímulos que surgen porque tenemos
un sistema nervioso y órganos sensoriales
que nos permiten capturarlo tanto en su
forma, como en cualquier otro aspecto que
nos cautive, contamos además, con un
cerebro suficientemente sofisticado como
para percibir e interpretar esos estímulos y
somos capaces de realizar muchas
acciones intelectuales, tales como:
atención, selección, memoria y muchas
otras, que nos permiten darle a esas
sensaciones sentido, significado y
organización.
En definitiva, la organización,
interpretación, análisis e integración de los
estímulos, implica principalmente, la
actividad de nuestro cerebro. Por lo tanto,
la aprehensión que tengamos de los
objetos que nos rodean forma parte de la
base de nuestra organización cognitiva. La
fenomenología y por lo tanto, la
percepción, en este punto se conectan con
la sociología y con la antropología, puesto
que las “cosas” se comunican con
nosotros en el ámbito de nuestra estructura
social y cultural, generando un diálogo
donde los objetos son definidos pero
también definen al ser humano, en esta
simbiosis el lenguaje es el intermediario.
El diálogo entre objeto y sujeto se
establece en distintos niveles de
aprehensión, como una cadena de
asociaciones concéntricas que van de lo
personal e íntimo (como lo fisiológico,
perceptual, atencional, emocional y
cognitivo) hasta lo macro, como lo social
y cultural.
Para Umberto Eco existen tres
fenómenos que constituyen cultura y que
nos ilustran sobre el proceso que nos
conduce desde la significación a la
comunicación. Primero, la producción y el
uso de objetos que transforman la relación
hombre-naturaleza,
segundo,
las
relaciones de parentesco como núcleo
primario
de
relaciones
sociales
institucionalizadas y en tercer lugar, el
intercambio de bienes económicos.
Resulta fácil conectar el primer y
tercer aspecto mencionado por Eco,
porque como ya hemos dicho, la
producción de objetos depende de las
circunstancias de vida del hombre y en la
actualidad, la mayor parte del tiempo se
produce para y por el intercambio de
bienes. La creación de mercancía es un
proceso cultural y cognoscitivo, así lo
declara Igor Kopytoff: las mercancías no
sólo deben producirse materialmente
como cosas, sino que también deben estar
marcadas culturalmente como un tipo
particular de cosas.
En cada cultura la transacción de
las cosas depende de valores ya asignados
por el consenso colectivo (algunos ya los
hemos mencionado), pero existen formas
de consumo que no se ajustan
necesariamente a la mecánica productiva
del objeto como mercancía. Esto sucede
20
precisamente porque es el ser humano
como consumidor quien se revela a esta
forma de entender el objeto-consumo.
Mary Douglas, en su texto Formas
de Pensar, postula una hipótesis
interesante
sobre
las
conductas
consumidoras de las personas. Declara
que la cultura puede alienar cierto tipo de
consumos, pero los seres humanos
conservan cierto grado de libertad para
elegir el tipo de consumo que desean y
con ello, el tipo de sociedad y cultura a la
que aspiran. En un esquema simple nos
expone cuatro tipos diferentes de culturas
a la que el hombre tiende. Cada tipo
cultural se encuentra en conflicto con las
demás y no pueden desarrollarse en el
dominio
de
otra,
aspecto
que
personalmente encuentro curioso, porque
a pesar de ello conviven.
El primero se basa en la
comunidad jerárquica y por ello defiende
la formalidad y la compartimentación, el
segundo, se basa en la igualdad dentro de
un grupo y por ello está a favor de la
espontaneidad y la negociación libre y
decididamente en contra de otras formas
de vida, el tercer tipo es el de la cultura
competitiva del individualismo y el
cuarto, es la cultura del individuo aislado
que prefiere evitar los controles opresivos
de las demás formas de vida social.
Cualquier elección implica el rechazo de
las otras expresiones. De esta forma, cada
sujeto expresa y expone su ideal cultural
en su actuar en el mundo, en las
decisiones que toma y las cosas que
consume.
Para Mary Douglas, ni la postura
política, ni la demografía o educación,
revelan la tendencia cultural, de forma
más clara que su tendencia consumidora,
así la alimentación, la vestimenta, la
decoración
y
en
el
tipo
de
entretenimientos elegidos puede sugerir
ciertas predisposiciones al tipo de vida al
que se aspira. Este tipo de perfil ya ha sido
estudiado por los publicistas quienes ya
han dejado de lado las categorizaciones
que se derivan del nivel socioeconómico
como el A, B y C y han conformado otras
basadas en lo que se denomina “perfil
psicosocial”,
que
considera
las
preferencias de consumo en diversas áreas
de la vida cotidiana, especialmente las de
entretenimiento.
Otra forma de definir la ubicación
del consumo de ciertos objetos, son las
motivaciones que el sujeto posee al
momento de comprar. Entre las muchas
definiciones de motivación existentes,
podemos resumirla como lo siguiente:
motivación es lo que hace que un
individuo actúe y se comporte de una
determinada manera. Es una combinación
de procesos intelectuales, fisiológicos y
psicológicos que decide, en una situación
dada, con qué vigor se actúa y en qué
dirección se encauza la energía. (Solana,
Ricardo F, 1993). En los seres humanos,
la motivación engloba tanto los impulsos
conscientes como los inconscientes.
La pirámide de Abraham Maslow,
aún resulta un buen marco para acotar los
tipos de motivaciones, porque presenta
una secuencia jerárquica, pero no por ello
inamovible ni estática, que segmenta los
tipos de motivaciones desde lo fisiológico
hasta la autorrealización. La jerarquía de
necesidades de Maslow se describe a
menudo como una pirámide que consta de
5 niveles: Los cuatro primeros niveles
pueden ser agrupados como necesidades
del déficit (Deficit needs); el nivel
superior se le denomina como una
necesidad del ser (being needs). La
diferencia estriba en que mientras las
necesidades de déficit pueden ser
satisfechas, las necesidades del ser son
una fuerza impelente continua. La idea
básica de esta jerarquía es que las
necesidades más altas ocupan nuestra
atención sólo una vez se han satisfecho
necesidades inferiores en la pirámide. Las
21
fuerzas de crecimiento dan lugar a un
movimiento hacia arriba en la jerarquía,
mientras que las fuerzas regresivas
empujan las necesidades básicas hacia
abajo en la jerarquía. En la base de la
pirámide y en orden ascendente, se
encuentran primero las necesidades
fisiológicas básicas que son satisfechas
mediante comida, bebidas, sueño, refugio,
aire fresco, una temperatura apropiada,
liberar desechos corporales y necesidad
sexual. Si todas las necesidades humanas
dejan de ser satisfechas entonces las
necesidades fisiológicas se convierten en
la prioridad más alta. El segundo nivel
esta constituido por la necesidad de
seguridad, cuando las necesidades
fisiológicas son satisfechas entonces el ser
humano se vuelve hacia las necesidades
de seguridad. La seguridad se convierte en
el objetivo de principal prioridad sobre
otros. Una sociedad debe proporcionar
esta seguridad a sus miembros. A veces, la
necesidad de seguridad sobrepasa a la
necesidad de satisfacción fácil de las
necesidades fisiológicas, como pasó por
ejemplo en los residentes de Kosovo, que
eligieron dejar un área insegura para
buscar un área segura, contando con el
riesgo de tener mayores dificultades para
obtener comida. En caso de peligro agudo
la seguridad pasa delante de las
necesidades fisiológicas. Es decir, surgen
de la necesidad de que la persona se sienta
segura y protegida. Dentro de ellas se
encuentran: Seguridad física, de empleo,
de ingresos y recursos, moral y
fisiológica, familiar, de salud, contra el
crimen de la propiedad personal.
Podemos pensar, entonces que los
objetos que el ser humano consume están
delimitados por sus motivaciones y por su
cultura. Esto hace pensar que la fórmula
propuesta por Mary Douglas se encuentra
entre lo cultural y lo motivacional.
Un ejemplo de esta forma de
pensar el consumo se encuentra
claramente descrita en lo que actualmente
es llamado “consumo sostenible”, que
apunta a la sustentabilidad ambiental y
social. El consumo sustentable es el
resultado de la preocupación que muchas
personas tienen sobre la forma en que la
producción de objetos provoca en la
actualidad, donde los sujetos ya no
consiguen una buena calidad de vida
adquiriendo el objeto, sino que más bien
sólo emiten más basura al medio
ambiente. El consumo sustentable se
define como el uso de productos y
servicios que responden a necesidades
básicas y que conllevan a una mejor
calidad de vida y que además minimizan
el uso de recursos naturales, materias
tóxicas, emisiones de desechos y
contaminantes durante todo su ciclo de
vida y que no comprometen las
necesidades de las futuras generaciones.
En este proceso es claro que el
consumidor individualmente no puede
lograr los objetivos de un consumo
sustentable, pero aún puede realizar
acciones
que
cambien
la
idea
contemporánea donde la publicidad
idealiza el derroche.
Dentro de todas las acciones
recomendadas
para
un
consumo
sostenible, una que resulta clave es el
reciclaje, que es definido como la
transformación de las formas y
presentaciones habituales de los objetos
de cartón, papel, latón, vidrio, algunos
plásticos y residuos orgánicos, en materias
primas que la industria de manufactura
puede utilizar de nuevo. También reciclaje
se puede referir al conjunto de actividades
que pretenden reutilizar partes de artículos
que en su conjunto han llegado al término
de su vida útil, pero que aún admiten un
uso adicional para alguno de sus
componentes o elementos.
Este sólo aspecto presenta un
conflicto entre motivaciones, estilo de
vida individual y dominancia cultural. Si
22
consideramos que culturalmente (o
funcionalmente, en la práctica) los objetos
poseen una trayectoria de vida, siempre le
llegará al objeto la posibilidad de ser
desechado, al término de su vida útil, todo
objeto está condenado a convertirse en lo
que conocemos como basura. Igor
Kopytoff, da un ejemplo de la expectativa
de vida de una choza entre los suku de
Zaire, donde la misma choza tendrá
distintas funciones dependiendo de su
antigüedad. Esta asignación socio-cultural
marca la trayectoria del objeto durante
toda su existencia, en muchos casos, va
siendo traspasado a diferentes personas
que poco a poco modifican su uso y le
asignan también distintos niveles en la
jerarquía social (de lo más nuevo a lo más
usado). Esta caída en el status del objeto,
no sólo va asignado a la pérdida de
algunas funciones o el cambio de uso, sino
que recae también en el sujeto que lo
posee y usa.
Ahora si como vemos el objeto
“nuevo” es valorado en culturas donde el
consumo no es el extremo observado del
capitalismo, ¡cómo será complejo para
cualquier sujeto “sertirse” valorado aún
cuando “posea” objetos “viejos” o
usados!. El valor que hemos denominado
“objeto primicia”, es un gran obstáculo
socio-cultural para que se cumplan los
objetivos del reciclaje o de la
reutilización. Tener la primicia del uso de
un objeto implica en muchas culturas un
status mucho más alto dentro de la
estructura social. En la cultura capitalista
esta valorización llega al exceso de que
observamos objetos que aunque aún
pueden prestar utilidad, sólo satisfacen a
un solo usuario, condición postmoderna
del objeto, que desde luego, no fomenta la
ecología y muy por el contrario, incentiva
el consumismo y la contaminación. En el
mundo occidental la filosofía del
neocapitalismo es acortar en lo posible el
proceso de “uso” del objeto. Un ejemplo
de este cambio lo ilustra el objeto navaja,
este articulo útil para afeitarse era
valorado y se solía incluso regalar de
padrea a hijo como señal de madurez,
luego apareció la hoja de afeitar que
aunque ya más económica igualmente
duraba y sólo se cambiaba la hoja
(Gillete), luego aparecen las “azulitas”
aparatos totalmente desechables que
generalmente duran una sola afeitada y se
desechan. La codicia del hombre y su
soberbia avalan este comportamiento. En
la actualidad si se desea alguna cosa, el
hombre está en su pleno “derecho” de
luchar por alcanzarlo. Podríamos decir
que el consumismo es la exacerbación de
la codicia del hombre, el deseo de poseer
los objetos que otros poseen, en la ingenua
creencia que podemos dominar mejor
nuestro entorno sólo si somos dueños de
objetos que nos ilustran el cómo hacerlo,
pero también porque cada objeto
(mientras más nuevo mejor), da señales de
prosperidad a los demás.
Tenemos dentro de ésta lógica, por
ejemplo, ritos sociales que no permiten el
artículo viejo o usado (especialmente éste
último), por ejemplo los premios o los
regalos. En nuestra cultura sería de muy
mal gusto regalar un objeto usado,
cualquier falla del objeto obsequiado
puede ser perdonada, pero regalar un
objeto usado puede marcar socialmente al
que lo obsequia. Otro aspecto socialmente
interesante es que no se debe regalar un
objeto que nos fue regalado anteriormente,
esto será entendido por falta de afecto de
parte nuestra hacía la persona que nos
regaló el objeto. Eso obliga por lo tanto, a
comprar los regalos.
Los objetos que nuestros abuelos
poseían estaban pensados para durar, eso
condicionaba al objeto de varias maneras,
primero, su aspecto estético era
importante, porque estaría mucho tiempo
integrado al ambiente humano, segundo,
poseía muchas piezas independientes e
23
intercambiables, porque cada repuesto se
podía comprar aparte, y por último
dependiendo de su complejidad, existían
muchas formas de arreglar un objeto que
se había deteriorado, así surgían oficios
que estaban relacionados con la
reparación
del
objeto,
zapateros,
costureras, tapiceros y en definitiva
cualquiera
que
pudiese
arreglar
desperfectos de objetos específicos.
Pero, el mundo de la producción
industrial creó objetos colectivos de
duración cada vez más breve y de
imposible reparación. Actualmente existen
muchos artefactos que no se reparan
porque comprar uno nuevo supone un
costo económico inferior que repararlo. La
estética del objeto sufre dos opuestos, o es
excesivamente estético o simplemente feo,
esto sucede principalmente por la misma
razón: como el objeto durará poco debe
ser económico, no importa que esté mal
elaborado y menos aún que sea feo, pero
también se puede usar el criterio donde en
el objeto de muy corta duración (de muy
mala calidad) el único criterio de compra
a impulso es su belleza.
Existen modas en donde, incluso
se apela a exaltar la propiedad, un ejemplo
de esto es el “enchulamiento” del objeto,
acción que se expresa muy claramente en
los celulares, aquí la moda de propiedad
de alta tecnología, se expresa agregando
elementos personales al objetos que por su
elaboración masiva se les pretende dar una
apariencia única, incluso en el mercado
podemos ver cintas, adhesivos, texturas,
etc, que permiten a un público,
generalmente
joven
realizar
esta
“diferenciación”. Desde luego el producto
se desechará luego porque el “ánimo” o la
personalidad del dueño cambiará con la
edad.
Como vemos, todos estos factores
atentan culturalmente contra el consumo
sustentable… pero no son los únicos
grupos que se revelan y apelan a ciertos
tipos de consumo responsable. Existen
grupos de jóvenes que apelan al mínimo
de compra de objetos de primera mano,
otros derivan a lo alimentario, llamando
por ejemplo a preferir lo orgánico, otros
protestan con su consumo, a objetos de
países donde existen malas leyes laborales
o donde se usa mano de obra infantil. O
bien están los que prefieren productos
nacionales por sobre los importados (para
proteger la industria nacional), o bien los
que prefieren no comprar en líneas donde
se sospecha monopolio, etc., etc.
Todo somos de alguna forma
rebeldes al momento de consumir. Y ésta
es una dimensión del texto del objeto que
más nos cautiva porque no sólo estamos
apelando con ello a nuestra capacidad de
decisión de compra, sino que queremos
expresar a los demás todos nuestros
sentimientos y anhelos sobre la sociedad y
cultura que queremos construir.
24
Conclusión
Las reflexiones expresadas en este artículo
sobre el objeto, no han tenido otra finalidad
que tratar de recorrer sus distintas
dimensiones en su interacción con el ser
humano, desde el entender la forma en que
aparecen en su vida hasta cómo las integra a
su cultura. Si bien existen muchas otras
dimensiones no abordadas, son los
razonamientos que me han hecho sentido
durante el proceso, puesto que finalmente,
me he dado cuenta que es muy complejo
separar sus dimensiones sensoriales,
semánticas y culturales. Estas tres facetas
del
objeto
terminan
uniéndose
y
constituyendo una totalidad al momento en
que el ser humano las captura e integra a su
cotidianeidad
y
a
su
dimensión
comunicativa. El objeto finalmente resulta
ser uno de los factores que no solo nos
conectan con el mundo, sino que también,
con otras personas y con nosotros mismos.
No podemos extendernos o vincularnos con
el medio sin capturar los objetos que nos
rodean, ellos prolongan nuestra existencia
en el espacio, y a través de ellos expresamos
desde nuestros aspectos internos más
íntimos y privados, como los sensoriales,
emotivos o cognitivos, hasta los más
colectivos y públicos como son los sociales
y culturales.
Saber crear, utilizar y clasificar distintos
objetos, han marcado nuestra subsistencia
como especie y han provocado cambios
radicales en nuestra estructura sociocultural, por ello son una dimensión sobre
nuestra propia dimensión ontológica del ser
en este mundo y de nuestra finalidad en él.
Nos fuimos construyendo como especie y
como individuos en un diálogo constante
con los objetos que nos provocaban. Por
ello, podríamos decir que somos de todas
las especies de animales los únicos que
poseemos éste vínculo tan estrecho con los
objetos del mundo, porque para nosotros
son el mundo, somos en el mundo como
producto de esta interacción con los
elementos que nos rodean.
Viéndolo de ésta perspectiva, somos
entonces una especie de Homo Sapiens
materialista, sujetos que tuvimos que
recurrir al objeto para sobrevivir, pero que
al mismo tiempo, convertimos esta aparente
debilidad en nuestra mayor fortaleza. Ahora
nos encontramos en el punto en que esta
necesidad objetual traspasó el nivel de
subsistencia, en el momento en que nos
otorga el medio para expresarnos como
creadores, como sujetos útiles en nuestra
colectividad, como seres afectivos con
nuestros cercanos, como seres creyentes,
devotos y espirituales, el mismo objeto nos
supera. Ser materialistas nos ha ubicado
como la especie más peligrosa de la tierra,
repletándola de objetos
inservibles,
llenándola de basura… pero también
tenemos la posibilidad de ser críticos a esta
situación, revelándonos a la dinámica y
dominancia del objeto sobre el sujeto.
Podríamos decir que recién ahora hemos
asumido en parte la conciencia y la
responsabilidad de ser generadores y
poseedores de objetos, sabemos que el ritmo
de consumo que actualmente tenemos es
insostenible, pero no sabemos como parar
esta dinámica.
El objeto ha ganado no sólo su espacio en
nuestras vidas, se ha constituido en nuestra
vida, por ello las tres dimensiones
mencionadas: objeto como fenómeno, texto
y cultura, es en el devenir humano el objeto
como extensión de sí mismo.
Este artículo ha resultado solo una base
para continuar reflexionando sobre el tema.
25
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