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Reseña relecciones del estado

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA
DE MÉXICO
FACULTAD DE DERECHO
DIVISIÓN DE ESTUDIOS DE POSGRADO
RESEÑA
“RELECCIONES DEL ESTADO, DE
LOS INDIOS, Y DEL DERECHO
DE LA GUERRA”
DE FRANCISCO DE VITORIA
ALUMNA: LAURA PATRICIA HERNÁNDEZ SALAS
PROFESORA: DRA. ELVA LEONOR CARDENAS MIRANDA
GRUPO: E035
ESPECIALIDAD EN DERECHO CIVIL
SEGUNDO SEMESTRE
2020-I
Ciudad de México, 30 de septiembre de 2019
DE LA POTESTAD CIVIL
Todo poder público o privado por el cual se administra la república secular, no sólo
es justo y legítimo, sino que tiene a Dios por autor de tal suerte, que ni por el
consentimiento de todo el mundo se puede suprimir.
El hombre sobrepasa a los animales por la razón, por la sabiduría y por la palabra,
así a este eterno, inmortal y sabio animal muchas cosas le fueron negadas por la
Providencia que fueron atribuidas y concedidas a los restantes animales. Solo al
hombre, concediéndole la razón y la virtud, dejó frágil, débil, pobre, enfermo,
destituido de todos los auxilios, indigente, desnudo e implume, como arrojado de un
naufragio. Para subvenir a estas necesidades fue necesario que los hombres no
anduvieren vagos, errantes y asustados a manera de fieras en las selvas, sino que
viviesen en sociedad y se ayudasen mutuamente.
Las sociedades humanas se han constituido para este fin, es decir para que los
unos lleven las cargas de los otros, siendo que se las sociedades, es la civil aquella
que más comodidad y ayuda presenta a los hombres. La fuente y origen de las
ciudades y de las repúblicas procede de la naturaleza misma, que para la defensa
y conservación surgió este modo de vivir social a los mortales. El mismo fin y
necesidad tienen los poderes públicos.
Si todos los hombres fueran iguales y ninguno estuviera sujeto al poder, teniendo
cada uno por su privado parecer a cosas diversas, necesariamente se desharían
los negocios públicos y la ciudad se disolvería si no hubiera alguno que proveyese,
cuidase de la comunidad y mirase por los intereses de todos. Es así como la
potestad publica está constituida por derecho natural, y teniendo el derecho natural
a Dios por autor, es manifiesto que el poder público deviene de Dios y no está
contenido en ninguna condición humana ni en algún derecho positivo.
La monarquía o regia potestad no solo es legítima y justa, sino que los reyes, por
derecho divino y natural, tienen el poder y no lo reciben de la misma republica ni
absolutamente de los hombres. Y se prueba, porque teniendo la republica poder
sobre todos los grupos de ella y no pudiendo ser ejercitado este poder por la misma
multitud (que no podría cómodamente dictar leyes, proponer edictos, dirimir pleitos
y castigar a los transgresores), fue necesario que la administración se confiase a
alguno o algunos que llevasen este cuidado y nada importa que se encomendase a
uno o a varios. Luego, pudiéndose encomendar al príncipe este poder, que es el
mismo de la república.
La potestad regia no viene de la república, sino del mismo Dios, como sienten los
doctores católicos. Porque, aunque el rey sea constituido por la misma república,
no transfiere al rey la potestad, sino la propia autoridad, ni existen dos potestades,
una del rey y otra de la comunidad. Por lo tanto, así como decimos que a la potestad
de la republica está constituida por Dios y por derecho natural, así es menesteres
que la digamos de la potestad regia. Lo cual parece muy conforme a la Santa
Escritura y a la costumbre, que a los príncipes llama ministros de Dios y no de la
república.
El poder público es la autoridad o derecho de gobernar la republica civil. La república
no puede ser privada del derecho de defenderse y de administrarse contra las
injurias de los propios y de los extraños, lo que no puede hacer sin los poderes
públicos. Por lo tanto, si todos los ciudadanos conviniesen en perder todas estas
potestades, en no atenerse a ley alguna, en no mandar a nadie, su pacto seria nulo
e invalido, como contrario al derecho natural.
Toda la república puede ser lícitamente castigada por el pecado del rey. Por donde
si el rey declarase guerra injusta a otro príncipe, puede el que recibió la injuria
saquear y proseguir todos los derechos de guerra hasta dar muerte a los súbditos
del rey, aunque ellos sean inocentes; porque después de que el rey esta instituido
por la república, si alguna insolencia comete el, es imputable a la república; razón
por la cual esta tiene obligación de no encomendar este poder sino al que
justamente lo ejercite, pues de otra suerte se pone en peligro.
Ninguna guerra es justa si consta que se sostiene con mayor mal que bien y utilidad
de la república, por más que sobren títulos y razones para una guerra justa.
Así como mayor parte de la republica puede constituir rey sobre toda ella, aun contra
la voluntad de la minoría, así la mayor parte de los cristianos, aun estorbándolos los
otros, puede crear un monarca, al cual los príncipes y provincias deban obedecer,
ya que, si para constituir un rey se requiere el consentimiento unánime, ¿Por qué
no ha de requerirse para no constituirlo? El regio principado del rey esta no solo
sobre cada uno de los ciudadanos, sino sobre toda la república, es decir sobre todos
a la vez.
La ley divina y la humana convienen en algo y en algo difieren, difieren porque la
ley divina, así como solo por Dios es dada, así también por nadie más poder quitada
o abrogada; y la ley humana, como puesta por el hombre, por él puede ser anulada.
La ley divina para que sea justa, y, por tanto, obligatoria, basta la voluntad del
legislador, sin embargo, para que la ley humana tenga este carácter no basta la
voluntad del legislador, sino que es menester que sea útil a la república y
acompasada a los demás. Las leyes divinas obligan más firme e intensamente que
las humanas y obligan en donde no llegan las humanas. No solo debe llamarse ley
divina a la que sancionó Él mismo, sino también a la que, con poder de Dios,
dispusieron los hombres.
En la ley natural y divina se estima mortal aquello que va contra el honor de Dios y
caridad del prójimo, como la blasfemia y el homicidio, venial se estima lo que es
disconforme de la razón y de la ley, mas no va contra el honor de Dios, ni contra la
caridad del prójimo, como las palabras ociosas y otras faltas de este jaez.
Lo mismo exactamente ocurre con las leyes humanas, si en ellas se manda algo
que contribuye en gran manera a la paz de los ciudadanos, al incremento del bien
público, a la honestidad de las costumbres, su transgresión constituye un pecado
mortal, más si lo que manda no es tan necesario, sino asunto de leve momento,
implicara culpa venial su transgresión.
DE LOS INDIOS RECIENTEMENTE DESCUBIERTOS
Los barbaros no están sometidos al derecho humano, sus cosas no pueden ser
examinadas por las leyes humanas, sino por las divinas, en las cuales los juristas
no son lo suficientemente peritos para poder definir por si semejantes cuestiones.
Los barbaros, antes de la llegada de los españoles no eran verdaderos dueños
publica y privadamente, ni habría entre ellos hombres que fueran verdaderos
príncipes y señores de los demás, porque los siervos no tienen dominio de las
cosas.
Ellos son siervos porque no tienen la suficiente razón para regir ni aun así mismos,
sino que solo les vale su entendimiento para hacerse cargo de lo que les manda y
cuya virtualidad más está en el cuerpo que en el ánimo.
Y no es obstáculo que antes de la llegada de los españoles no tuvieran otros
señores, pues se señala que abandonado de su dueño y por ninguno apropiado, del
siervo se le puede apropiar cualquiera, luego si eran siervos, pudieron los españoles
apropiarse de ellos.
Todo dominio proviene de la autoridad divina, pues Dios es el creador de todo y
nadie puede tener dominio, sino aquel a quien Él se lo diere. El dominio se funda en
la imagen de Dios, pero esta se borró en el pecador, por lo que no puede ser señor.
La infidelidad no destruye el derecho natural ni el humano positivo, pero los
dominios son o de derecho natural o de derecho humano positivo, luego no se
pierden los dominios por la carencia de fe, según el derecho divino, el hereje no
pierde el dominio de los bienes.
Sin embargo, por el derecho humano la condenación, aun hecha después de la
muerte, retrotrae los efectos de la confiscación al tiempo en que se cometió el
crimen, estén los bienes en manos de cualquiera, por lo que las ventas, donaciones
y toda enajenación de bienes hecha desde el día en que se cometió el crimen son
invalidad.
Ni el pecado de infidelidad, ni otros pecados mortales impiden que los barbaros
sean verdaderos dueños o señores, tanto pública como privadamente y no pueden
los cristianos ocuparles sus bienes por este título. Las criaturas irracionales no
pueden tener dominio, pues no pueden tener derecho.
Queda firme que los barbaros eran, sin duda alguna, verdaderos dueños publica y
privadamente, de igual modo que los cristianos y que tampoco por este título
pudieron ser despojados de sus posesiones como si no fueran verdaderos dueños,
tanto sus príncipes como las personas particulares. Y grave cosa seria negarles a
estos que nunca nos hicieron la más leve injuria, lo que no negamos a los
sarracenos y judíos, perpetuos enemigos de la religión cristiana, a quienes les
concedemos el tener verdadero dominio de sus cosas.
No debe considerarse a los barbaros como siervos, solo hay en ellos una necesidad
natural de ser regidos y gobernados por otros, siéndoles muy provechoso el estar a
otros sometidos, ya que antes de la llegada de los españoles eran ellos verdaderos
señores publica y privadamente.
DE LOS TÍTULOS NO LEGÍTIMOS POR LOS CUALES LOS BÁRBAROS DEL
NUEVO MUNDO PUDIERON VENIER A PODER DE LOS ESPAÑOLES
Debe considerarse porque titulo pudieron los barbaros venir a poder de los
españoles. Siete son los títulos no idóneos que pudieran aducirse y siete u ocho los
legítimos y justos, consistentes en:
El emperador es señor del mundo. Lo que resulta falso poro no puede provenir sino
del derecho divino, del natural o del humano positivo, no hay nadie que por derecho
natural tenga el dominio del mundo, es por ello que el dominio y el gobierno han
sido introducidos por el derecho humano y no son, en consecuencia, derecho
natural. El patrimonio de la Iglesia no está sometido al emperador, por derecho
divino no se puede eximir a nadie de ser súbdito del emperador ni de la potestad
papal. Ya que las ciudades que alguna vez fueron parte del imperio pudieron por
derecho de costumbre evadirse de él, lo cual no podría darse si la sujeción fuera de
derecho divino. Luego tampoco tuvo el emperador el dominio del orbe por legitima
sucesión, ni por donación, ni permutación, ni compra, ni por justa guerra, no por
elección, ni por cualquier otro título legal, como es patente. Luego nunca el
emperador fuer señor de todo el mundo.
Autoridad del sumo pontífice. El dominio del emperador se limita a su jurisdicción,
su derecho no se extiende hasta el punto de poder convertir las provincias en lo que
a su provecho personal convenga o poder donar pueblos y haciendas a su arbitrio.
El sumo pontífice monarca de todo el orbe, aun en lo temporal y pudo, por
consiguiente y así lo ha hecho, nombrar a los reyes de España príncipes de aquellos
barbaros y regiones. Si el Papa fuera señor de todo el orbe, también los obispos
serian señores temporales en su obispado, puesto también ellos en su obispado
son vicarios de Cristo, lo cual niegan. Solo tiene potestad temporal en orden a lo
espiritual mas no tiene potestad espiritual sobre ellos.
Aunque los barbaros no quieran reconocer ningún dominio al Papa, no se puede
por ello hacerles la guerra ni ocuparles sus bienes. Los barbaros eran verdaderos
dueños publica y privadamente, por lo que no es aplicable el derecho de
descubrimiento, porque sus bienes no carecían de dueño, por lo que por si solo no
justifica la posesión.
Los barbaros, antes de tener notifica alguna de la fe de Cristo, no cometían pecado
de infidelidad por no creer en Dios, ya que la ignorancia no es un pecado. Para que
la ignorancia pueda imputarse a alguno y sea vencible o pecaminosa, se requiere
que haya verdadera negligencia acerca de la materia ignorada, como que no quiera
escuchar o no quiera creer si oye hablar de ello; y, al contrario, para que haya
verdadera negligencia acerca de la materia ignorada, como que no quiera escuchar
o no quiera creer si oye hablar de ello.
Los barbaros no están obligados a creer en la fe de Cristo al primer anuncio que se
les haga de ella, de modo que pequen mortalmente no creyendo por serles
simplemente anunciado y propuesto que la verdadera religión es la cristiana y que
Cristo es Salvador y Redentor del mundo, sin que acompañen milagros o cualquiera
otra prueba o persuasión en confirmación a ello. Si solamente de ese modo se
propone la fe a los barbaros y no la abrazan, no es razón suficiente para que los
españoles puedan hacerles la guerra ni proceder contra ellos por derechos de
guerra.
Si los barbaros, rogados y amonestados a que escuchen pacíficamente a los
predicadores de la religión no quisieran escucharlos, no se excusan del pecado
moral, pues están obligados a oír y consultar por lo menos. Si están obligados a oír
también lo estarán a asentir a lo que oyen cuando es razonable. Es por ello que los
príncipes cristianos, aun con la autoridad del Papa, no pueden apartar por la fuerza
a los barbaros de los pecados contra naturaleza ni por causa de ellos castigarlos.
Los barbaros no están obligados a sufrir las penas impuestas a ellos por sus
pecados o no. si no están obligados, luego entonces el Papa no puede imponerse
penas. No pueden acatar la sentencia del Papa quienes no sean cristianos, si no
es por el de ser vicario de Cristo.
Otro título es el de la elección voluntaria, que tampoco es titulo idóneo, porque
debían andar ausentes el miedo y la ignorancia que vician toda elección. Teniendo
en cuenta que ellos tenían sus propios señores y príncipes, no puede el pueblo sin
causa razonable llamar a nuevos señores, porque seria con perjuicio de los
primeros. El último título es donación especial, el Espíritu Santo reparte sus dones
para la perfección de sus virtudes, por lo tanto, allí donde la fe, la autoridad o la
providencia indican que debe hacerse, no se ha de recurrir a los dones.
DE LOS TÍTULOS LEGÍTIMOS POR LOS CUALES PUDIERAN VENIR LOS
BÁRBAROS A PODER DE LOS ESPAÑOLES
Los títulos legítimos e idóneos son los siguientes:
De la sociedad y comunicación natural. Los españoles tienen derecho de recorrer
aquellas provincias y de permanecer allí, sin que puedan prohibírselo los barbaros,
pero sin daño alguno de ellos. Esto es así porque el derecho de gentes, que es
derecho natural. Es licito a los españoles comercial con los barbaros, pero sin
perjuicio de su patria, importándoles los productos de que carecen y extrayendo de
ello oro o plata u otras cosas en que ellos abundan, y ni sus príncipes pueden
impedir a sus súbditos que comercien con los españoles, ni, por el contrario, los
príncipes de los españoles pueden prohibirles el comercio con ellos, pues también
es derecho de gentes. Si hay cosas entre los barbaros que son comunes, tanto a
los ciudadanos como a los huéspedes, no es licito a los barbaros prohibir a los
españoles la comunicación y participación de esas cosas, incluso si a algún español
le nacen allí hijos y quisieran estos ser ciudadanos del país, no parece que se les
pueda impedir el habitar en la ciudad o el gozar del acomodo y derechos de los
restantes ciudadanos.
Es por ello que, si los barbaros quisieran negar a los españoles las facultades
declarados por l derecho de gentes, los españoles deben con razones y consejos
evitar el escandalo y mostrar por todos los medios que no vienen a hacerles daño,
sino que quieren amigablemente residir allí y recorrer sus provincias sin daño alguno
para ellos; y deben mostrarlo no solo con palabras, sino con razones. Si dada razón
de todo, los barbaros no quieren acceder, sino que acuden a la violencia, los
españoles pueden defenderse y tomar todas las precauciones que para su
seguridad necesiten. Si no de otro modo no están seguros. Si intentados todos los
medios, los españoles no pueden conseguir seguridad respecto de los barbaros,
sino ocupando sus ciudades y sometiéndolos, pueden lícitamente hacerlo.
Aun si después que los españoles han mostrado con toda diligencia, por palabras
y obras, que no son impedimento ninguno para que los barbaros vivan
pacíficamente y sin perjuicio alguno para sus cosas y no obstante los barbaros
preservaran en su malicia y trabajaran la perdición de los españoles, entonces
pueden estos obrar no ya como si se tratara de inocentes, sino de pérfidos
enemigos, cargar sobre ellos todo el peso de la guerra, despejarlos y reducirlos a
cautiverio, destituir a los antiguos señores y establecer otros nuevos, pero
moderadamente y según la calidad del asunto y de las injurias.
La propagación de la religión cristiana. Los cristianos tienen el derecho de predicar
y anunciar el Evangelio en las provincias de los barbaros. Aun que esto sea común
y licito a todos, pudo, sin embargo, el Papa encomendar este asunto a los españoles
y prohibírselo a los demás. Puesto que el papa no es señor temporal, sino que tiene
potestad sobre las cosas temporales en orden a las espirituales. Y puesto que los
príncipes españoles fueron los primeros que bajo sus auspicios y con su dinero,
tomaron aquella navegación y descubrieron felizmente el nuevo mundo, justo es
que tal peregrinación se prohíba a los demás y ellos solo gocen de lo descubierto.
Si los barbaros permitieran a los españoles predicar el Evangelio libremente y sin
obstáculos, ya reciban la fe, ya no, no es licito por esta capitulo declararles la guerra
ni tampoco ocupar sus tierras. Es por ello que si los barbaros, ya sean sus jefes, ya
el pueblo mismo, impidieran a los españoles anunciar libremente el evangelio
pueden estos, dando antes razón de ello a fin de evitar el escándalo predicarles aun
contra su voluntad y entregarse a la conversión de aquella gente, y, si fuere
necesario, aceptar la guerra o declararla, hasta que den oportunidad y seguridad
para predicar el Evangelio. Lo mismo se ha de decir si, permitiendo la predicación,
impiden las conversiones, matando o castigando de cualquier otra manera a los ya
convertidos a Cristo o de otros modos atemorizando a los demás con amenazas.
Si algunos de los barbaros se convierten al cristianismo y sus príncipes quieren por
la fuerza y el miedo volverlos a la idolatría, pueden por este capítulo también los
españoles, si de otro modo no puede hacerse, declarar la guerra y obligar a los
barbaros a que desistan de semejante injuria y utilizar todos los derechos de guerra
contra los obstinados hasta destruir en ocasiones a los señores, como en las demás
guerras justas.
Si en buena parte de los barbaros se hubiera convertido a la fe de Cristo, ya sea por
las buenas ya por la violencia, esto es, por amenazas, terrores o de otro modo
injusto, con tal de que de hecho sean verdaderamente cristianos, el Papa puede
con causa justa, pídanlo ellos o no, darles un príncipe cristiano y quitarles los otros
señores infieles. La Iglesia puede liberar a todos los siervos cristianos que sirven a
los infieles, aunque por otra parte fueran cautivos legítimos.
La tiranía de los mismos señores de los barbaros o de las leyes inhumanas que
perjudican a los inocentes, como el sacrificio de hombres inocentes o el matar a
hombres culpables para comer sus carnes. Sin necesidad de la autoridad del
Pontífice, los españoles pueden prohibir a los barbaros toda costumbre o rito
nefasto. Y es porque pueden defender a los inocentes de una muerte injusta.
Por una verdadera y voluntaria elección, los barbaros, comprendiendo la humanidad
y sabia administración de los españoles, libremente quisieran, tanto los señores
como los demás, recibir por príncipe al rey de España. La razón es que puede cada
republica constituir su propio señor, sin que para ello sea necesario el
consentimiento de todos, sino que parece basta el de la mayor parte.
Por razón de amistad y alianza. Los mismos barbaros guerrean a veces entre si
legítimamente y la parte que padeció injuria tiene derecho a declarar la guerra,
puede llamar en su auxilio a los españoles y repartir con ellos los frutos de la victoria,
como se cuenta que hicieron los tlascaltecas, los cuales concentraron con los
españoles que les ayudaran a combatir a los mexicanos.
Esos barbaros, aunque, como se ha dicho, no sean del todo faltos de juicio, dilatan
sin embargo en muy poco, por lo que parece que no son aptos para formar o
administrar una república legitima dentro de los términos humanos y civiles.
El comercio no conviene que cese, porque como se ha declarado, hay muchas
cosas en que los barbaros abundan que pueden por cambio adquirir los españoles.
Hay otras muchas que ellos las tienen abandonadas o que son comunes a todos los
que las quieran utilizar. Quizá no fuesen entonces menores los interese del rey,
porque sin faltar ni a la equidad ni a la justicia, podría imponerse un tributo sobre el
oro y plata que se importe de los barbaros, o la quinta parte o mayor, según la
calidad de la mercancía y esto con razón, porque por el príncipe se descubrió esa
navegación y los mercaderes por su autoridad están defendidos.
DE LOS INDIOS O DEL DERECHO DE GUERRA DE LOS ESPAÑOLES SOBRE
LOS BARBAROS
La posesión y ocupación de las provincias de aquellos barbaros, llamados
comúnmente indios, parece por fin que pueden ser defendidas sobre todo por el
derecho de guerra.
Es licito a los cristianos hacer guerra, la guerra fue licita en la ley natural. El fin de
la guerra es la seguridad y la república. Los asuntos morales un argumento
principalísimo es la autoridad. La autoridad para declarar la guerra se encuentra en
la república. La republica debe de bastarse en si misma y no podría conservar
suficientemente el bien publico y su propio estado, si no pudiese vengar las injurias
e infundir respeto a sus enemigos, ya que sin esto se harían los malos mas prontos
y audaces para inferir injuria, si viesen que podrían hacerlo impunemente.
Si en un mismo reino una ciudad moviese guerra a otra, o un gobernador a otro y el
rey se descuidase o no se atreviese a castigar las ofensas inferidas, en este caso,
la ciudad o el jefe agraviado podrían no solo defenderse sino también hacer la
guerra, escarmentar a los enemigos y hasta dar muerte a los culpables, porque de
otra suerte ni aun se podría defender indebidamente, ya que los enemigos se
abstendrían de la injuria, si aquellos que la padecen se contentaran con solo
defenderse. Por cuya razón se concede aun al hombre particular el poder de atacar
a su enemigo, si de otra suerte no ve camino de defenderse de la injuria.
La razón y la causa de una guerra justa no encuentra cabida en la diversidad de la
religión ni en el deseo de ensanchar el propio territorio, tampoco es causa justa de
guerra la gloria o el provecho particular del príncipe. Porque el príncipe debe ordenar
tanto la paz como la guerra al bien común de la república y así como no puede
invertir en gloria o provecho suyo los fondos públicos, mucho menos puede exponer
a sus súbditos al peligro.
El príncipe tiene la autoridad recibida de la república, luego debe de emplearla para
el bien de ella, si los príncipes abusan de los ciudadanos, obligándoles a ir a la
guerra y a contribuir en ella con su dinero no para el bien público, sino para su propia
utilidad, los convierten en esclavos.
La única y sola causa justa de hacer la guerra es la injuria recibida. La guerra
ofensiva se hace para tomar venganza de los enemigos y para escarmentarlos, pero
no puede haber venganza donde no ha precedido culpa e injuria, así tampoco es
licito castigar con la guerra por injurias leves a sus autores, porque la dureza de la
pena debe ser proporcional a la gravedad del delito.
En la guerra es licito hacer todo lo que sea necesario para la defensa del bien
público, es licito recobrar las cosas perdidas y sus intereses, resarcirse con los
bienes del enemigo de los gastos de la guerra y de todos los daños causados por
el injustamente. El príncipe que hace una guerra justa puede pasar aun mas
adelante, hasta hacer todo cuanto sea necesario para asegurar la paz y la seguridad
frente a sus enemigos.
Después de obtenida la victoria y recobradas las cosas y aseguradas la paz y la
tranquilidad, se puede vengar la injuria recibida de los enemigos, escarmentarlos y
castigarlos por las injurias inferidas.
Sin embargo, no siempre es suficiente que el príncipe crea justa la guerra, ya que
para que una guerra sea justa conviene examinar con grande diligencia la justicia y
causas de ella y escuchar asimismo las razones de sus adversarios, si acaso
quieren discutir según razón y justicia. Cuando los súbditos tengan conciencia de la
injusticia de la guerra, no es licito ir a ella, sea que se equivoquen o no. ante todo,
en una guerra defensiva, no solo pueden los súbditos seguir a su príncipe en un
caso dudoso, sino que están obligados a seguirle.
Es ilícito matar a los inocentes en la guerra, ni a los niños, porque son inocentes, ni
a las mujeres a menos que constase la culpabilidad de alguna. Lo mismo se debe
decir de los labradores inofensivos entre cristianos, como también de la demás
gente togada y pacifica pues todos se presumen inocentes mientras no conste lo
contrario.
Como excepción, en algún caso es licito matar inocentes a sabiendas, de otro modo
no podría hacerse la guerra contra los culpables y seria en balde la justicia de los
beligerantes.
Es licito despojar a los inocentes de aquellas cosas que los enemigos habrán de
emplear contra nosotros, como armas, naves y maquinas, pues de otro modo no
podríamos conseguir la victoria, que es el objeto de la guerra. Sin embargo, si la
guerra puede llevarse bien sin necesidad de despojar a los labradores y a otros
inocentes, no es licito despojarlos, sin embargo, si estas cosas han sido tomadas
lícitamente, no son materia de restitución.
En los actos de combate o en el asedio o defensa de una ciudad es licito matar
indiferentemente a todos los que pelean en contra y en general, siempre que haya
peligro, obtenida la victoria y puestas ya las cosas fuera de peligro, es licito matar a
los culpables.
Es licito ocupar y retener el territorio, las fortalezas y ciudades de los enemigos en
cuanto sea necesario para la compensación del daño sufrido, pues ante el derecho
divino y natural que tan licito es tomarla en cosas muebles como en cosas
inmuebles.
Supuesto que el príncipe tiene autoridad para hacer la guerra, lo primero de todo no
debe buscar ocasión y pretextos de ella, sino que en lo posible debe guardar la paz
con todos los hombres, ahora bien, declarada la guerra con justa causa, no debe
ser llevada para la ruina y perdición de la nación a quien se hace, sino para la
realización del derecho, defensa de la patria y de la propia republica y con el fin
ulterior de conseguir la paz y la seguridad.
Obtenida la victoria y terminada la guerra, conviene usar del triunfo con moderación
y modestia cristianas y que el vencedor se considere como juez entre dos
repúblicas, una ofendida y otra que perpetro la injuria, para que de manera profiera
su sentencia no como acusador, sino como juez, con la cual pueda satisfacer a la
nación ofendida.
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