Educar a la persona (I) Lic. Marco Antonio Alberca Balarezo. Prof. Adscrito al Dpto. de ciencias Teológicas. Casi siempre, la mayoría de las personas consideramos de suma importancia para nuestras vidas el garantizar para cada uno de nosotros una adecuada instrucción; es más, los padres consideran importantísimo el hecho de que sus hijos se instruyan de la mejor manera, para que mañana más tarde sean buenos y grandes profesionales; y siendo así, vemos a muchos padres exigiendo a sus hijos luchar denodadamente por obtener los primeros puestos en clase. Esto no cabe duda que es bueno, me refiero al esforzarnos cada día por mejorar y acrecentar nuestros conocimientos, pero denota tan sólo una parte de lo que debe ser el esfuerzo diario por conseguir alcanzar nuestra meta en la vida. La gran mayoría de jóvenes acceden a la vida universitaria casi sin percatarse de por qué quieren ser lo que quieren ser, y es que finalmente no han tenido la oportunidad de descubrir lo que son y lo que pueden llegar a ser si se dejan orientar adecuadamente. La educación constituye un proceso necesario en la vida del hombre, toda vez que implica aprender a vivir como le corresponde vivir; los seres humanos para poder ser lo que estamos llamados a ser, necesitamos desplegar una serie de potencialidades que llevamos guardadas en nuestro interior; para lograrlo no cabe duda que necesitamos de otros seres semejantes a nosotros, capaces de enseñarnos a vivir la vida. De allí que debemos entender la educación en primer lugar como un proceso de información a partir del cual aprendemos una serie de conocimientos que nos van a servir para desarrollarnos en esta vida, conocimientos que nos ayudarán a comprender aquella realidad que nos ha tocado vivir. Pero este proceso educativo no será completo si no va acompañado de un proceso formativo, el cual debe buscar atender nuestro ser interior e individual, y cuyo fin por cierto no es otro que ayudar a la persona a ser mejor persona. Es justamente esta parte del ser humano la que debemos preocuparnos por atender, pues es a través de ella que el hombre se descubre como persona, es decir como un ser capaz de comprender lo que hace y porqué lo hace. El doctor Tomás Melendo, reconocido como “el filósofo de la familia”, nos recuerda lo importante que es atender la interioridad… cuando manifiesta que “Hay que hacer considerar su valía a todos nuestros interlocutores, y especialmente a los más jóvenes. En ella, en ese cosmos medular y recóndito, se lo juegan todo, ya que gracias al cultivo y consistencia de su propio interior la persona puede ser valorada excelsamente, no quedando reducida al valor utilitario de la mera exterioridad de la función”. Debemos llegar a comprender que si el ser humano es “persona”, y nuestra universidad busca sobre todo atender a la persona, tenemos que ocuparnos y preocuparnos de “educar” a la persona. Al respecto, Tomás Melendo considera que, quienes educamos debemos tener muy en claro el hecho de que “por nuestra parte, hemos de ser conscientes de la importancia de ayudar a quienes nos están encomendados a conocer su propia intimidad y, con ella, su eminente abolengo. Tratándose, cuando sea el caso, de personalidades en proceso de maduración, es muy probable que todavía no muestren claramente, ni sepan distinguir, los factores determinantes que subrayan su individualidad”. Resulta importante que quienes educamos, nos demos el tiempo y el espacio para atender a nuestros jóvenes estudiantes en este su proceso de crecimiento; en palabras de Tomás Melendo: “El hombre se acrisola más cuando conoce lo que resulta digno de ser conocido que cuando aplica los conocimientos técnicos a la gestión de su vida (aunque semejante tarea también resulte ineludible, pero más como condición que como fin)”. El proceso educativo debe ayudar al hombre a mejorar, toda vez que el saber la verdad le sirve para vivir como le corresponde, esto es, como un ser que razona; en este sentido es bueno sugerir algunas palabras de Leonardo Polo: “Los animales solo conocen para poder vivir. El conocimiento no tiene en su caso un valor intrínseco, sino que es solo un medio para desplegar las acciones vitales (de manera instintiva, por otra parte). La verdad, por consiguiente, no los mejora, carece en absoluto de significado para ellos. Todo lo contrario de lo que sucede en el hombre, para quien pensar, conocer intelectualmente, es una acción sustantiva, eminente, excelsa, origen de un perfeccionamiento y deleite supremos (que, ciertamente, no se consiguen sin esfuerzo)”. Por lo tanto, se hace necesario informar todo lo que sea necesario para lograr grandes profesionales, pero también formar todo lo que sea necesario con miras a lograr aquellas personas, que como profesionales logren hacer de su trabajo una fuente de felicidad toda vez que al descubrirse como personas habrán logrado aquella “autotrascendencia” que les llevará a salir de sí mismos, buscando a través de sus acciones y su trabajo el bien común. Considero oportuno, muy a propósito de este tema y a manera de conclusión, traer a colación lo dicho por su santidad Juan Pablo II en la Constitución Apostólica sobre las Universidades católicas, Ex Corde Ecclesiae: «Es esencial que nos convenzamos de la prioridad de lo ético sobre lo técnico, de la primacía de la persona humana sobre las cosas, de la superioridad del espíritu sobre la materia. Solamente servirá a la causa del hombre si el saber está unido a la conciencia. Los hombres de ciencia ayudarán realmente a la humanidad sólo si conservan el sentido de la trascendencia del hombre sobre el mundo y de Dios sobre el hombre».