Subido por Melvin Guzmán

6 El nacimiento del alfabeto (Melvin Guzmán)

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El nacimiento del alfabeto.
Durante el Bronce Tardío, el pasillo sirio-palestino y sus muy distintas
sociedades, algunas dedicadas al pastoreo trashumante, otras habitantes de
pequeñas aldeas agrícolas, y otras de grandes urbes, bien capitales estatales o
portuarias, fueron objeto de dominio imperial por parte de los grandes estados
orientales propios del momento (Mitanni, Hatti y Egipto). Sus ciudades y recursos
fueron objeto de polémica constante entre los tres imperios, y llevó a episodios
violentos, tales como la batalla de Qadesh entre Ramsés II de Egipto y Hattusis III
de Hatti, y a una actividad diplomática intensa y constante de las que nos ha
quedado gran testimonio material. De entre todas las ciudades y pequeños estados
conformantes del pasillo sirio-palestino, el que interesa en este trabajo es la
ciudad costera de Ugarit, de la que una serie de excavaciones intensivas han dado
luz a un exuberante palacio real muy especial en el marco que nos toca, en tanto
nos ha legado una gran serie de archivos administrativos, jurídicos, diplomáticos y
epistolares. Ugarit era, ante todo, una ciudad comercial privilegiada, como principal
puerto sirio en poder hitita y egipcio, que mantenía contacto directo con gran parte
del Mediterráneo Oriental. La existencia del plurilingüismo era notoria en casi todo
Próximo Oriente, y mucho más en una ciudad tan “comunicada” como Ugarit, donde,
a parte de la lengua “culta” que escribían los escribas burócratas (acadio), también
se han encontrado otros documentos escritos en ideograma y cuneiforme hitita,
jeroglífico egipcio, chipriota, hurrita, o en mismo ugarítico. Esta gran convivencia fue
propicia para la experimentación de nuevos sistemas más operativos, como fue el
caso del alfabeto, en un primer momento basado en la escritura cuneiforme acadia.
En otras ciudades se recurrió al mismo principio, pero no en el ámbito burocrático,
donde se siguió utilizando el prestigioso sistema babilónico (escritura acadia), sino
en ámbito más privado y “popular”. Se tomó como recurso, esta vez, no la escritura
cuneiforme, sino ideogramas egipcios que, aunque originalmente evocaban sonidos
silábicos, en ocasiones podía dárseles un uso mono-consonántico. Este modo
ingenioso de utilizar los jeroglíficos egipcios fue lo que dio lugar al alfabeto protosinaítico y el proto-cananeo, precedentes directos de todos los alfabetos
posteriores (Finkelstein y Silberman 2011: 93-96; Liverani 1995: 426-452; y RuizGálvez Priego 2013: 69-78). La transcripción de las vocales, como vengo diciendo,
no eran fundamentales en las lenguas semitas por su propia estructura basada en
sonidos consonánticos. Ya desde el alfabeto ugarítico, de lo que se trataba era de
alegar a sonidos aislados, y así, servir para transcribir varias lenguas semitas. No
apareció en un momento dado por efecto casual, sino que, poco a poco, sobre
el sistema cuneiforme mesopotámico, fue imponiéndose por las necesidades
prácticas una simplificación de sus signos, que aludían sonidos silábicos, hacia
formas “amputadas” que tan sólo aludían el fonema inicial (acrofonía). Hacia
las mismas fechas (siglos XV-XIV a. C.), como he anotado más arriba, aparece el
alfabeto protosinaítico (descubierto en excavaciones de Serabit el Khadem, Sinaí,
véase Mapa 2, p. 11), que partía, por su parte, de ideogramas egipcios. La
innovación se basó en relacionar los signos con el sonido inicial del objeto
que representaban, de tal forma que el sonido /a/ era representado con la cabeza
de un buey (aleph en semítico). Mantenido su uso, y sujeto a evoluciones
particulares en cada espacio a lo largo del tiempo, se convertirá en el origen de
todos los alfabetos extendidos a lo largo del Mediterráneo, aún sobre lenguas no
semitas. La letra alfa del alfabeto griego y la A latina están directamente
relacionadas con el aleph primigenio semítico, que aún se mantiene en idéntico
nombre en el alfabeto hebreo.
Alfabeto protosinaítico y su correspondencia con los posteriores fenicio y griego.
De este alfabeto primigenio surgiría, dentro de los siglos inmediatamente
posteriores al colapso general de ca. 1200 a. C. en los grandes estados de Oriente,
otra serie de alfabetos paleo-cananeos que darán lugar al utilizado en las ciudades
fenicias, y, a partir de este, durante el siglo X a. C., el paleohebraico, que se
mantendrá hasta hoy día, cambiando ligeramente las formas de sus signos, aunque
manteniendo el mismo nombre y valor fonético. El proceso no carece de
importancia, si enfocamos las potencialidades intelectuales que otorga el uso del
alfabeto, por lo práctico de su uso. Frente a los millares de signos de la escritura
cuneiforme sumeria que debían memorizar unos pocos afortunados iniciados
sacerdotales, que tenían acceso a la administración y gestión del almacenaje, la
escritura acadia había reducido el número de signos a un centenar de sonidos
silábicos, convirtiéndose así en el sistema de escritura diplomático más
extendido. Pero el alfabeto, más adelante, mostró la ventaja de reducirse a unas
pocas decenas de signos a memorizar, por lo que se evidencia su versatilidad. La
facilidad de su uso permitió, más aún tras la desaparición de los grandes estados
centralizados durante los inicios del Hierro (siglos XII-X a C.), su accesibilidad para
una gran multitud de individuos que no tenían que ver con la burocracia clásica
estatal, pero que sin embargo podían darle un uso práctico en sus quehaceres, por
ejemplo, comerciales. Es de esperar que, una vez democratizado el conocimiento y
el uso de la escritura, una mayor cantidad 12 de individuos participaran de las
potencialidades mentales que la alfabetización aporta, en tanto otorga con su uso
una mayor capacidad de abstracción. La escritura es un sistema, no sólo
comunicativo, sino de pensamiento, que ordena y jerarquiza la información. Así, del
mismo modo, una vez dadas las condiciones socioeconómicas, con la expansión
comercial y colonial fenicia (a partir del siglo IX a. C.) se dará paso a la asimilación
de una herramienta tan útil por parte de numerosas sociedades del Mediterráneo
que entraron en contacto suficiente como para observar su utilidad (Calvet 2007:
127-141; y Ruiz-Gálvez Priego 2013: 37-47). En el caso griego, la asimilación del
alfabeto fenicio se dio de forma muy diversa entre las diferentes islas y regiones que
conforman el heterogéneo territorio helénico. No obstante, con la estabilidad y cierta
homogeneidad ya palpable en los siglos VII-VI a. C., la innovación que aquí se dio
fue, una vez adaptados los signos a una lengua de carácter indoeuropea,
incrementar más la acrofonía de tal modo que, aunque las letras fenicias
designaban un fonema determinado, existía el problema de que no quedaban
representados ciertas vocales, ya que estas se encontraban indirectamente
determinadas dependiendo de la función gramatical de la palabra en su contexto.
En el caso griego la innovación no fue crear las vocales, ya que, de hecho, ya se
encontraban algunas en el alfabeto fenicio (aleph, ‘ayin he’, etc.), sino la
individualización de las consonantes, de tal modo, que la escritura se convirtió a
partir de este momento, en un instrumento más fiel de representación fonética de la
lengua (Havelock 1996: 85-94)
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