Subido por Fabio Rodriguez

TARIFA EGAL

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La tarifa legal: una falacia más en el derecho
Álvaro Enrique Agudelo Reyes*
Introducción
La creencia, tejida desde los presupuestos y por autoridad legal, del sistema de
valoración denominado “Tarifa Legal” (en adelante T L) como un sistema cerrado
para el juez, que le impone el legislador los criterios valorativos, para parecer
como un “autómata”1 en la valoración de la prueba judicial, no deja de ser una
falacia más en la teoría del derecho procesal, y en particular de la teoría de la
prueba, por cuanto el juez mantiene espacio suficiente, discrecional, racional,
y dinamizador en el iter valorativo de la prueba judicial. Esta es la tesis que
pretendemos defender con este ensayo, en franca oposición al mecanicismo
y mutismo del juez. Para derrotarlo partiremos de los presupuestos, de la
concepción de la T L, a fin de confrontarlos frente a temas dinamizadores que
propiciarían el contexto necesario, haciendo explícito nuestro desiderátum, tales
como el modelo positivista de ciencia jurídica, modelo criticado al sostener la
completitud del sistema jurídico; la interpretación de toda norma; la interpretación de los hechos; la discrecionalidad del juez frente a los tres momentos de
la actividad probatoria,2 resaltando la valoración de la prueba como “juicio
de aceptabilidad”, en donde el juez realiza “la verificación de los enunciados
fácticos introducidos al proceso a través de los medios de prueba”,3 y con
resultados de probabilidad. Así, con esta perspectiva tendremos la claridad
suficiente para concluir que el juez no ha dejado de tener protagonismo en la
* Abogado de la Universidad La Gran Colombia, con especialidad en Derecho Procesal de la
Universidad del Rosario, maestrando en Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor de pregrado en la cátedra de Teoría del Proceso y de posgrado en la Universidad del Rosario.
Hernando Devis Echandía, Teoría general de la prueba judicial, t. I, Medellín, Biblioteca
Jurídica Diké, 1987, p. 94. En el mismo sentido se pronuncia: Luis Muñoz Sabaté, Técnica probatoria. Estudios sobre las dificultades de la prueba en el proceso, 3.a ed., Santa Fe de Bogotá,
Temis, 1997, pp. 86-87; Lessona, citado por este último, op. cit., p. 87.
2
Jordi Ferrer Beltrán, La valoración racional de la prueba, Madrid, Marcial Pons, Ediciones
Jurídicas y Sociales S.A., 2007, p. 41.
3
Marina Gascón Abellán, Los hechos en el derecho. Bases argumentales de la prueba, 2.a ed.,
Madrid, Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales, S. A., 2004, p. 156.
1
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actividad valorativa, y que por más que el legislador lo haya querido silenciar
y lo ate a normas procesales de carácter valorativo, necesariamente encuentra
el espacio discrecional que lo identifica de alguna manera como sujeto activo
de la actividad probatoria.
1. La tarifa legal y sus presupuestos
Aquí partimos del concepto de la TL y su génesis para comprender y determinar
sus presupuestos. Así, entre muchas concepciones de la TL, podemos acudir
a la sencillez e integridad que nos proporciona Michele Taruffo, cuando se
refiere a ella como “la producción de reglas que predeterminan, de forma general
y abstracta, el valor que debe atribuirse a cada tipo de prueba”,4 propuestas
por el legislador como respuesta a las manifestaciones primitivas, salvajes y
arbitrarias del juez.5 Esto supone, entonces, que el legislador contrarresta la
arbitrariedad, el salvajismo y el primitivismo de la valoración de la prueba con
proposiciones normativas adjetivas que someten al juez en el tema, tomando
su lugar, vinculándolo a la normatividad procesal a quien se le obliga “a fallar
de acuerdo con ciertas normas o estándares preexistentes y cuya función es
satisfacer unas expectativas que nacen, no de la confianza en sus cualidades
personales, sino en unas prescripciones conocidas por las partes”.6 Parece
subyacer la posición autómata del funcionario judicial, a quien se le trata de
someter en la actividad probatoria. Fue notable la labor de los canonistas para
su afianzamiento en Europa (no se incluye a Inglaterra ni a la República de
Venecia) desde finales del siglo XIII hasta la Revolución francesa, para luego
abrirse paso ante múltiples críticas, que consideraban superada esta etapa,
4
Taruffo, Michele, La prueba de los hechos, trad. Jordi Ferrer Beltrán, Madrid, Trotta, 2002,
p. 387. Igual, nos remitimos a las siguientes definiciones: “El legislador fija taxativamente el valor
a asignar a cada uno de los medios de prueba y el juez se limita a aplicar a la prueba los baremos
establecidos por el legislador.” Gascón Abellán, Marina, Los hechos en el derecho, op. cit.,
p. 157; y, para no ser extensos, Devis Echandía señala que el juez está sujeto a “reglas abstractas
preestablecidas que le señalan la conclusión que forzosamente debe aceptar en presencia o por la
ausencia de determinados medios de prueba.” Devis Echandía, Hernando, op. cit., p. 84.
5
Luis Muñoz Sabaté, op. cit., p. 86. Devis Echandía concuerda con este autor cuando dice que
este sistema desalojó los medios bárbaros y fanáticos. Hernando Devis Echandía, op. cit., p.88.
6
Luis Prieto Sanchís, Ideología e interpretación jurídica, Madrid, Tecnos, 1993, p. 13.
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hacia el sistema de la libre convicción, y como conquista del pensamiento
ilustrado.7 Así, ante la inseguridad, el arbitrio y la desconfianza del operador de
la justicia se esculpió la TL, y como respuesta al despotismo y absolutismo
de los jueces; al menos ese era el intento, en aras de la seguridad jurídica, de
la certeza en el derecho y la predictibilidad en los litigios, reduciendo al juez a
un simple intérprete y aplicador de la ley en forma mecánica.8
Siguiendo lo anterior, podríamos intentar configurar los presupuestos
de la TL y confrontarlos a la luz de los temas referidos que nos ubicarían en el
contexto necesario para el sostenimiento de nuestra tesis; estos serían: i) sujeción
del juez a reglas abstractas preestablecidas; ii) regulación normativa minuciosa;
iii) previsibilidad absoluta y iv) la determinación de los enunciados fácticos con
independencia del convencimiento del juez. Como ya se dijo, estos presupuestos
pilares de la TL serán confrontados con los temas de incompletitud de los sistemas
normativos, la interpretación de las normas, la interpretación de los hechos, la
discrecionalidad del juez y la valoración de la prueba como juicio de aceptabilidad
y de probabilidad a fin de establecer la dinámica del juzgador.
2. La incompletitud de los sistemas normativos
Por más que el legislador se esmere en abarcar un sin número de situaciones
jurídicas para determinarlas en normas, ya sustanciales o procesales, no deja de
ser una “ilusión racional”, y pretensiosa a la vez, que ha servido para justificar
presupuestos que debe tener en cuenta el juez, al menos con relación a los
sistemas jurídicos normativos considerados cerrados, como que los jueces tiene
que resolver toda causa, al tiempo que han de justificar sus decisiones y con base
en normas jurídicas. Es una falacia epistemológica, pues la mente del legislador
no tiene poder abarcativo, ni estaría en condiciones de hacer determinismos bajo
un mismo texto; “creer que todos los sistemas jurídicos son completos porque
ellos deben así serlo es una ilusión; deducir la existencia de completitud de la
7
Luigi, Ferrajoli, Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, 7.a ed., Madrid, Trotta, 2005,
pp. 135-136, 183.
8
Luis Diez-Picazo y Ponce de León, Luis, Experiencias jurídicas y teoría del derecho, 3.ª ed.,
Barcelona, Ariel S.A., 1999, pp.132-135.
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exigencia de completitud es una falacia”.9 Un ideal inalcanzable, una sombra
persistente al creer que se tiene norma específica para regular cada caso, que
las lagunas o ausencias de normas solo son sofismas y que se está en presencia
de un derecho acabado y completo.
Para contrariar esa apariencia, Taruffo dice que en este sistema valorativo
la “pre-codificación” presenta un “grado relativamente bajo de determinación
normativa”, y como consecuencia el vínculo entre el juez y la norma no es
tan riguroso ni tan estricto, que “abre al juez, al menos la posibilidad teórica
de desvincularse o de hacerse a un espacio de juicio autónomo en los casos de
contradicción o en las lagunas de la doctrina”,10 por cuanto inmersamente tendrá
que juzgar con la norma o sin la norma para solucionar el conflicto sometido a
su conocimiento, sin excusarse por la falta de norma. Es decir, según el autor
citado, la codificación le da al juez, y ante la falta de “determinación normativa”,
el espacio para su discreción.
El mundo, la vida, el conocimiento es un constante cambio, producto
ya de la misma naturaleza, ora por fenómenos sociales o bien por la misma
ciencia y tecnología que muchas veces dan al traste con lo normado, al generar
“en su interior una serie de distorsiones y desavenencias que no pueden solventarse con suficiente antelación por las normas del ordenamiento jurídico”.11 La
ciencia y la tecnología es un capítulo aparte, influyentes en el comportamiento
social del hombre, que además cobran relevancia como auxiliadoras en la
ciencia del Derecho; cuando la ciencia es la que viene a enmarcar ciertos hechos,
como acontecimientos, que interesan al Derecho, o en un proceso determinado,
obligando a reedificar los conceptos y valoración sobre los mismos.12 Una
época determinada propicia ciertos tipos de conocimiento debido a los avances
9
Carlos Alchourrón y Eugenio Bulygin, Normative Systems, Wien New York, Springers-Verlag,
1971, p. 175.
10
Taruffo, fuera de lo anterior advierte que en estos sistemas, cuando se quiere abarcar con
exceso y detalladamente en las reglas, “se abren, paradójicamente, para el juez, espacios de libertad”.
Michele Taruffo, op. cit., p. 395.
11
Luis Martínez Roldán y Jesús A. Fernández Suárez, Curso de teoría del derecho, Barcelona,
Ariel, 1997, p. 110.
12
“Los nuevos descubrimientos y experimentos bio-tecnológicos”, además la aparición de
nuevas técnica, etc., hacen de la ciencia una constante modificadora de normas. Luis Martínez
Roldán y Jesús A. Fernández Suárez, op. cit., p. 110.
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científicos que obligan a los cambios necesarios para ser consecuentes; así,
muchos doctrinantes terminan por reacondicionar sus conceptos, y por su puesto
el Derecho no podría ser la excepción.13 El Derecho, como ciencia epistémica,
va de la mano –o al menos literalmente debe ir– y se aprovecha de los avances
científicos, que inevitablemente contornan su estructura. Es así como el Derecho
se modifica, sino por el legislador presto a esos cambios, sí por la misma praxis
que sería la encargada de realizarlos, con lo que se estaría azotando sobre la
petrificación de lo normado y, por supuesto, disfrutando del espacio suficiente
y discrecional.
Las normas procesales que contienen el formato valorativo sobre los
diferentes medios probatorios pertenecen al sistema normativo jurídico; por
tanto, no escapan a la referida “ilusión racional”, como tampoco están exentas
del problema de las antinomias ni de las vaguedades; como consecuencia, habrá
que interpretarlas, como lo dejaremos registrado más adelante. Entonces,
¿por qué creer en su completitud? Si la TL es un sistema normativo cerrado –así
lo dispuso el legislador para imponerle al juez las normas como consecuencia
de su arbitrariedad y despotismo– también padece de momentos deficitarios,
cuando hay vacíos o lagunas jurídicas y ante la exigencia impuesta a los jueces
entronizados en los principios de inexcusabilidad, justificación y de legalidad,14
no le queda otro espacio que ejercer su mandato judicial, acudiendo a la
interpretación como método apropiado para dar salida a esta clase de sistemas
13
Lo siguiente podría ilustrarnos sobre el tema: “…hay que reconocer que, a propósito del
conocimiento e interpretación de las normas, el positivismo más acrítico inició su decadencia a
mediados del siglo XIX. La conversión antiformalista del segundo IHERING, la jurisprudencia de
intereses en Alemania, el sociologismo de DUGUIT, la renovación operada por GENY en Francia, en
suma todos los antiformalistas que culminaron en el Derecho libre o en el realismo norteamericano,
orientaron sus criticas al corazón mismo de la teoría de la interpretación positivista, a los dogmas
de completud y coherencia, a la concepción estatalista de las fuentes y mecanicista de la jurisrudencia”. Marina Gascón Abellán, op. cit., p. 34. La cultura jurídica pos-ilustrada dio al traste
con las pruebas legales, al considerarse que se estaba frente a “una de las páginas políticamente
más amargas e intelectualmente más deprimentes de la historia de las instituciones penales”. Luigi
Ferrajoli, op. cit., p. 139.
14
Los principios aludidos son registrados por Alchourrón y Bulygin quienes exponen: “Por
el de inexcusabilidad, los jueces están obligados a resolver todos los casos; el de justificación, le
impone al juez motivar sus decisiones y el de la legalidad a basarse en normas jurídicas”. Carlos
Alchourrón y Eugenio Bulygin, op. cit., p. 176.
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cerrados, permitiéndole solucionar cualquier caso que se presente en esas
condiciones, manteniendo, para no desentonar la coherencia con las restantes
normas de la materia, lo que implicaría ver al sistema procesal valorativo con
plenitud ideal y consistencia,15 o valorando simplemente la prueba judicial
con criterio discrecional de conformidad con la sana crítica.
A fuerza de encontrarnos con estas circunstancias, no cabe otra alternativa que dar paso a la actuación del juez, con lo que la pasividad, mutismo y
comportamiento mecánico quedarían derrotados. De manera que el presupuesto
de la TL, relativo a la sujeción del juez a reglas abstractas preestablecidas, no se
cumple, al igual que los demás reseñados, por ser un ideal la completitud, por
estar presente –y necesariamente– la interpretación frente a todo enunciado,
dándose la oportunidad para que el juez no solo interprete sino que llene los
espacios. Como los presupuestos hacen relación a normas previas, y al encontrarse el juez ante circunstancias no analizadas por las normas, o ante la misma
dubitación o vacío, siendo su obligación administrar justicia, es inevitable su
intervención relevante para dar solución al conflicto, sin que pueda excusarse
ante la carencia de norma procesal valorativa.
3. Interpretación de la norma
Ya hicimos mención de la interpretación como método apropiado en los sistemas
cerrados. La norma procesal que contiene los criterios valorativos imperativos
que subyugan al juzgador son contextos lingüísticos y como tales siempre
deben interpretarse, creándose espacios suficientes para la discreción del juez,
que puede ser mayor o menor.16 Cuando el juez aplica la norma presupone su
interpretación, toda vez que no sería posible aplicar una norma sino se entiende
su significado, el viejo brocardo in claris nom fit interpretatio ha dejado de
pertenecer al mundo jurídico, como lo expresaremos más adelante.
El juez, al aplicar la norma procesal, está realizando, por ese mismo
hecho, una actividad de escogencia propia dentro del iter probatorio, que se
Carlos Alchourrón y Eugenio Bulygin, op. cit., pp. 117-118.
“Siempre permanecerá un mayor o menor espacio de juego para la libre discreción”, dice
Pablo Navarro acerca de la inevitabilidad de la interpretación. Trabajo presentado en el Seminario
Internacional García Máynez, ITAM, México, septiembre de 2004, p. 4.
15
16
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presenta en el momento de la decisión judicial, ya que las normas han de
activarse sin importar su especialidad, y estas “no pueden reivindicar por sí
mismas sus propios ejemplos, y los hechos no aguardan a los jueces etiquetados
claramente con las reglas que le son aplicables. Las normas no pueden aplicarse por sí mismas, y aún en el más claro de los casos, un ser humano debe
aplicarlas”.17 Esta actividad de escogencia corresponde a un acto de voluntad
y de conocimiento propio del juez que determina el sentido de la norma que
va aplicar en un momento dado; en nuestro caso, de valorar la prueba judicial,
siendo una decisión libre, discrecional, “un fenómeno inherente a todo proceso
de concreción y aplicación del Derecho y que, por tanto, se presenta en todas las
gradas del ordenamiento”18 por el sólo hecho de que el juez se enfrenta con un
abanico de normas cuya actualización habrá de dar al caso; el legislador no llega
al extremo de remplazar tal momento, no podría tenerlo ante la imposibilidad
empírica de controlarlo.
Hacemos referencia al acto mismo de escogencia de la norma a
aplicar, como actividad de voluntad y de conocimiento, en donde el juez
termina por aplicar una norma procesal especial para el caso en estudio,
es decir, el juez aplica una norma procesal que tendrá que justificar en su
decisión, siendo inevitable su interpretación,19 por cuanto el intérprete está
comprendiendo y fijando el alcance normativo. Para Segura, “parece que hoy
existe unanimidad a la hora de afirmar que siempre y en todo caso la aplicación
del Derecho implica una necesaria labor de interpretación que se proyecta sobre
las normas (y los hechos). El viejo brocárdico “in claris non fit interpretatio”
se ha desterrado definitivamente de la mentalidad de los juristas de modo que
aunque las normas sean claras sigue siendo necesario interpretarlas”.20 Y es
que el juez no sólo escoge la norma procesal-valorativa; también lo hace, en la
misma actividad de valoración, con los medios de prueba al seleccionar tanto
Hart, H. L. A., “Problems of the Philosophy of Law”, in: Essays in Jurisprudence and Philosophy, Oxford, Oxford University Press, 1983, p. 106.
18
Isabel Lifante Vidal, “Dos conceptos de discrecionalidad jurídica”, Doxa, 25, 2002, pp.
413-439, 415.
19
Carlos Niño, Derecho, moral y política, Barcelona, Ariel, 1994, p. 84 y ss. Sobre la inevitabilidad de la interpretación.
20
Manuel Segura Ortega, La racionalidad jurídica, Madrid, Tecnos, 1998, p. 93.
17
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las normas probatorias como los medios probatorios relevantes, dejando con
relación a estos últimos aquellos, siendo una actividad constante de escogencia,
de voluntad y de conocimiento.
Las normas procesales, como enunciado lingüístico que son, se valen
de las palabras que el legislador ha de utilizar en lenguaje natural, en cierta
medida, utilizado por la comunidad, atendiendo el significado de las mismas por
el uso que se le esté dando en una comunidad determinada. El significado de
las palabras puede no presentar problema alguno –casos fáciles–, sin embargo,
podremos encontrar desacuerdos con el significado de la expresión –casos
difíciles–, momento en que incluso habrán de tenerse en cuenta “consideraciones
extralingüísticas”, por cuanto no cae en la penumbra prevista, para que el juez
llegue a tomar una decisión,21 tocándole desentrañar y fijar el significado. Desde
esta perspectiva de estructura lingüística, de la norma procesal compuesta por
secuencias de palabras que forman todo un contexto de esa especie, el juez
tendrá que acudir inevitablemente a la interpretación lingüística para encontrar
no sólo su significado individual, que en principio sería el significado común
utilizado en la comunidad, o el que le ha dado el legislador si se ha apartado
del mismo, sin desatender la circunstancia de que cada palabra responde a un
contexto referente a la proposición en donde se está usando, sino también su
uso determinado por el contexto, siendo procedente su interpretación22 y acorde
con el sistema normativo procesal.
4. Interpretación de los hechos
Sin pretender definir lo que se denomina hecho como objeto de la prueba, y ante
la indeterminación, creemos, como lo señala Taruffo, que “ninguna proposición
descriptiva es apta a priori para captar y agotar el ‘hecho’ y ni siquiera se puede
21
Pablo Raúl Bonorino y Jairo Iván Peña Ayazo, Filosofía del derecho, Bogotá, Consejo Superior
de la Judicatura, Escuela judicial “Rodrigo Lara Bonilla”, Unibiblos, 2002, p. 99.
22
“(…) las palabras no tienen un significado propio, ya que el significado de las palabras
dependen del uso, y cada palabra se presta a un uso múltiple. Cada palabra puede tener o bien el
significado que a ella le ha atribuido el hablante, o el significado que le atribuyen los oyentes, y
la coincidencia entre ambos no está de manera alguna garantizada. Por consiguiente, las normas
jurídicas no preexisten a la interpetación: son su resultado”. Ricardo Guastini, Il diritto come
linguaggio, Turín, Giapichelli, 2001, p. 129.
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sostener que éste pueda ser descrito completamente, por una serie, incluso
extensa, de proposiciones”,23 siendo la cuestión fáctica traída en la norma tan
solo una porción del basto mundo factual. Identifiquémoslo como la “porción de
experiencia”,24 de la que el legislador se sirve para describir conductas hipotéticas
tanto en las normas sustanciales como procesales. En la norma sustancial, el
legislador lo identifica “a través de las normas aplicables al caso específico”;25
es decir, el legislador le da su “calificación jurídica” al hecho, que ha de tener
en cuenta, y por ser objeto de la decisión, con la cuestión fáctica surgida en el
proceso de los elementos probatorios. El juez identifica no solo la “prótasis”
fáctica de la norma sustancial, sino también la busca o la identifica a través de
los elementos probatorios,26 por eso la relevancia jurídica27 que deben tener los
hechos “probados”, relevancia impuesta por la misma calificación “protásica”28
de la norma sustancial y que además sirve como criterio de selección.29 Pero
no sólo la norma sustancial los contempla en su calificación jurídica, igual lo
hace la norma procesal cuando se refiere a los hechos que han de valorarse como
resultado de la probanza en el proceso; estos hechos, al igual que en la norma
sustancial, han de ser identificados e interpretados, comenzando por conocer si
son o no relevantes para ser probados.
El juez no sólo interpreta los hechos abstractos, contenidos normativamente, sino que “debe discernir las connotaciones concretas que convierten a
cada hecho en distinto de los demás, por mucho que éstos permanezcan al mismo
Michele Taruffo, op. cit., p. 93.
Mencionada por Taruffo, y que nos sirve para referenciar el hecho. Michele Taruffo, op.
cit., p. 93.
25
Michele Taruffo, op. cit., p. 92.
26
Término que identifica Taruffo con la cuestión fáctica de la norma sustancial. Michele Taruffo,
op. cit., pp. 92-93, 95-97.
27
La individualización del hecho a probar es “dudosa y complicada”, por la misma norma que
lo configura y califica, así que la relevancia jurídica impone el criterio para saber cuál es el hecho
que importa probar y valorar. Michele Taruffo, op. cit., p. 104.
28
Los hechos que representan a la norma, “aquello que debe probarse para que sea posible
aplicar justamente la norma concreto”. Michele Taruffo, op. cit., p. 106.
29
Igual que Taruffo, Hrunschka, citado por el anterior, habla de que en la “construcción del
caso” se da una actividad compleja “en la que el juez formula problemas y busca respuestas,
procediendo por grados, por hipótesis y control del análisis de los hechos, de las normas y de sus
posibles conexione”. Michele Taruffo, op. cit., p. 101.
23
24
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género jurídico. Tales connotaciones nunca son legalmente predeterminables”.30
Solamente si se tiene determinado el hecho se podrá aplicar la norma al caso.
El juez debe asegurarse de que los hechos percibidos por los testigos sean
los correctos, y que son los que quiere trasmitir, debe controlar su percepción
privada, siendo la interpretación de los hechos producto del resultado de todo
el acervo probatorio, si quiere llegar a la hipótesis más probable.
Los hechos “narrados” por los mismos elementos probatorios, como
son los testigos, la confesión, los documentos y demás pruebas han de ser
identificados e interpretados para fijarlos y ser esta, la fijación, producto de una
“construcción” lingüística, conceptual y de resultado probable. La actividad
realizada por el juez se da de manera consciente, prudente y deliberativa para
justificar su escogencia de las normas y de los hechos, correspondiendo a
verdaderos juicios, sin olvidar que el juez al decidir realiza juicios de derecho
y de hecho, siendo este último el de la quaestio facti, tan importante como
el primero, que habrá de situársele en idéntica posición, y no subvalorárseles
hasta el punto de considerar “que los hechos se explican por sí solos”,31 por
cuanto es allí donde se presenta la mayor discrecionalidad pasada por “alto
por la mayoría de los juristas”, como lo sostienen doctrinantes reconocidos.32
De ahí que ante la alta discrecionalidad que representa el juicio de hecho, los
criterios son bueno para su control, resultando la T L un criterio más.
En este tema no podemos pasar por alto los enunciados fácticos que
“incorporan intenciones, voluntades, conocimientos de cosas o juicios de
valor, que resultan difíciles de definir con referentes empíricos precisos”,33 que
hacen más difícil la tarea del juez; presentándose así, nuevamente, el espacio
para la interpretación ante la difícil tarea del legislador para su determinación,
toda vez que estos habrán de responder a distintos contextos que no se van
a analizar en este trabajo. Con lo que queda, una vez más, demostrado que el
Luigi Ferrajoli, op. cit., p. 39.
Andrés Perfecto Ibáñez, Los “Hechos” en la Sentencia Penal, Biblioteca de Ética, Filosofía
del Derecho y Política, México D.F., Distribuciones Fontomara, S.S., 2005, p. 88.
32
Entre otros podremos citar a Andrés Perfecto Ibáñez, op. cit., p. 11, y a J. Frank, Derecho
e incertidumbre, trad. C.M. Bidegain, revisada por G. R. Carrió, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1968, p. 70.
33
Marina Gascón Abellán, op. cit., p. 74.
30
31
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juez es un activista en estos juicios de valor, ante la imposibilidad de hacerlo
el legislador.
Por último, y para no extendernos más, se resalta otra actividad interpretativa, en este caso lingüística, que tiene que hacer juez frente a la misma
prueba que contiene los hechos, en cuanto a su contenido; cuando él interpreta
textualmente el testimonio del tercero, la confesión, el documento –amén de su
intencionalidad–, etcétera, habrá de tener en cuenta el significado de las palabras
de conformidad con el uso que le ha dado su autor, el contexto general y por
su puesto atendiendo las demás circunstancias fácticas provistas en los demás
elementos probatorios.
Entonces, en rigor, se tiene que en el sistema de la TL el juez realiza
actividades, como si estuviera en otros sistemas valorativos, pues las analizadas
no se matricularon solo para sistemas de otra alcurnia, él es quien “interpreta
los hechos” buscando primero su relevancia de lo probado, incluyendo
su interpretación lingüística, para luego valorarlos de conformidad con la
norma tarifaria y por último subsumiéndolos en la norma sustancial que
habrá de aplicarse.34
Esta labor de interpretación del juez tanto de la norma como de los
hechos es propia de una actividad voluntaria, empírica, cognoscitiva y libre, “no
se inspira en la ley y en la lógica, sino en el Derecho libre y en la voluntad”,
según Kantorowicz, citado por Gascón Abellán,35 para resaltar la libertad del juez
frente a las normas y frente a los hechos como enunciados interpretativos.
5. La discrecionalidad de los jueces
El tema de la discrecionalidad del juez ocupa un espacio suficiente en la teoría
del derecho procesal y filosófico, e incluso se ha adentrado en la mitología
griega para dejar ver el poder de decisión del juez, al que se le compara con
varios personajes mitológicos, según tenga o no poder discrecional, así: será
un “Júpiter” si es conservador y sometido al mito del legislador, como sería el
pretendido juez en la TL, ante la desconfianza que se le tenía al juez; será un
34
35
Marina Gascón Abellán, op. cit., p. 73.
Ibídem, p. 190.
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“Hércules” cuando actúa como semidiós, en donde no hay más derecho que el
jurisprudencial, siendo la decisión del juez y no la ley la que crea el derecho,
siendo la discrecionalidad actividad constante; y será un juez “Hermes”,
mensajero de los dioses, capaz de ocupar el puesto del legislador cuando no
hay normas,36 en donde la discrecionalidad es máxima. Estas características
mitológicas identifican no solamente al juez sino al sistema al cual pertenece
y es sometido. La TL, como sistema cerrado de valoración, tendría al frente
de dicha actividad al dios “Júpiter”.
Por discrecionalidad del juez sostendremos cierta libertad que tiene, en
cuanto a su actividad jurisdiccional, en aras a solucionar un conflicto o de imponer
una pena en asunto penal, bien porque la propia norma se lo permite o porque la
misma es insuficiente para la solución de casos. Limitaremos el campo discrecional
solamente a la actividad valorativa frente al sistema tarifario criticado. Como
ya se ha dicho, las normas procesales que contienen la valoración de los medios de
prueba no están cargadas de completitud, esto es, que pueden ser incompletas, así
habrá espacio para la discrecionalidad; Sin embargo, por ser contextos lingüísticos,
también pueden presentar indeterminaciones en definiciones o significados que en
la misma forma propiciarían los espacios inevitables no sólo para la interpretación
sino, y por su puesto, para la discreción del juez. Así, el legislador cree haber
previsto “todo”, y relacionado con la valoración de las pruebas individuales, “la
discrecionalidad del juez no queda nunca absolutamente eliminada”,37 como lo
estamos viendo ante las circunstancias señaladas. Incluso, en el mejor de los
sistemas, como se trata de presentar el sistema de la TL, el problema “no es
solamente cognoscitivista sino también, en alguna medida, potestativa, a causa
de la discrecionalidad que siempre interviene en la interpretación de la ley, en
la valoración de las pruebas, en la connotación del hecho y en la determinación
“(…) en cualquier sistema jurídico, habrá siempre algunos casos que no están reglamentados por la ley en los que en algún momento la decisión a favor o en contra no está dictada por el
Derecho (…) para que decida sobre ellos, el juez debe ejercer su ‘discrecionalidad’ y ‘legislar’, dice
Hart”. César Rodríguez, La decisión judicial, el debate Hart-Dworkin, 3.ª reimpresión, Santafé
de Bogotá, Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes, 2000, pp. 135-136.
37
Michele Taruffo, op. cit., p. 393.
36
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de la medida de la pena,38 como lo establece Ferrajoli, opositor a los sistemas
cerrados o completos –del que hace parte la TL– como sistema de valoración, en
donde las normas son impuestas y someten al juez en esta actividad valorativa;
no obstante, dicha actividad es tan compleja que el juez siempre tendrá “poder
de disposición”, o de discreción.
Un elemento de la discrecionalidad del juez está relacionado con la
argumentación, prevista como elemento justificativo de la decisión, y vista
como parte integrante de la TL, como lo reseñan Devis Echandía y Mittermair,
que creen verla así, recalcando ser un avance más en materia de valoración de
la prueba judicial y como característica propia de este sistema. Mittermair,
citado por Devis Echandía, al exponer las ventajas de la argumentación,
dice que: “La teoría legal da por resultado inmediato que es de grande
importancia la exposición de los considerandos de la sentencia (…) No puede
dejársele a estos jueces el derecho formidable de decidir de una manera absoluta
las acusaciones entabladas contra los ciudadanos, sin ser compelidos a motivar
su sentencia”.39 Y, si motivar es justificar, exponer “las razones que el órgano
en cuestión ha dado para mostrar que su decisión es correcta o aceptable”,40
tenemos que, al justificar su sentencia, el juez lo ha de hacer por partida doble,
en primer lugar con la fijación de las premisas del silogismo práctico, de la
cual hace parte la sentencia, y en segundo lugar justificando su relación
lógica entre estas y la conclusión, como lo describe Marina Gascón: el juez ha
de “mostrar la corrección del razonamiento lógico que conduce de las premisas
a la conclusión”.41
La premisa menor relativa a la cuestión fáctica es tan problemática como
la fijación de la premisa mayor, toda vez que es la actividad donde la discreción
del juez es mayor. Para Ferrajoli, esta exige “decisiones argumentadas”, ante esta
actividad que no sólo es cognoscitiva, “sino que siempre forma la conclusión
más o menos probable de un procedimiento inductivo cuya aceptación es a su
Este autor considera que el juez no es la “bouche de la loi”, ni si quiera en su modelo teórico
ideal. Como se nos pretende mostrar la TL. Luigi Ferrajoli, op. cit., p. 547.
39
Hernando Devis Echandía, op. cit., p. 87.
40
Manuel Atienza, Las razones del derecho, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de investigaciones jurídicas, 2005, p. 115.
41
Marina Gascón Abellán, op. cit., p. 193.
38
199
Álvaro Enrique Agudelo Reyes
vez un acto práctico que expresa un poder de elección respecto de hipótesis
explicativas alternativas”.42 Esto quiere decir que la argumentación se hace
absolutamente necesaria al estar de por medio la inducción de la conclusión
frente a la elección más probable de hipótesis, toda vez que, como sostendremos
más adelante, las pruebas no dan más que probabilidades frente a las cuales el
juez escoge. Si se argumenta a favor de las premisas, de la fijación de estas,
de su relación con la conclusión, es con la intención de descartar lo irracional y
lo subjetivo, siendo así actividad cognoscitiva, discrecional –en cuanto implica
escogencia– que realiza el juez, con lo que se manifiesta su participación y
poder decisional dentro del sistema de la TL. Cómo no va a tener importancia el
juez en este sistema legal si él mismo no está blindado a las circunstancias que
hemos venido analizando. La discrecionalidad se da porque las circunstancias
se lo permiten y su responsabilidad lo llama a actuar, pero no porque las
normas procesales de dicho sistema se lo ordenen.
Aludimos ahora a los momentos de la actividad valorativa de la prueba
judicial, que vienen a ser los mismos en todos los sistemas de valoración por
cuanto responden al mismo patrón, con la diferencia de que el juez valora con
base en las normas impuestas por el legislador en la TL. Relacionaremos tres
momentos, siendo distintos, sucesivos y consecuenciales; el juez encuentra
en ellos un mayor o menor grado de discrecionalidad. El primer momento se
refiere a “la conformación del conjunto de elementos de juicio sobre cuya base
se adoptará la decisión”, en donde el juez tiene facultad propia para admitir o no
los elementos probatorios aportados y solicitados por las partes involucradas en el
litigio, rechazar por inconducentes los mismos, por ilicitud o inconstitucionalidad,
siempre tendiente a que en su conformación estén libres de vicios intrínsecos
e extrínsecos; incluso el juez tendrá que distinguir entre los relevantes de los
no relevantes, encontrándonos frente a un filtro de orden epistemológico que
anuncia la admisión de los elementos probatorios que aportan información y,
por tanto, son objeto del “thema de la prueba”, para formar parte del acervo
probatorio. Para el juez este primer momento representa realizar una actividad
42
200
Luigi Ferrajoli, op. cit., p. 39.
La tarifa legal: una falacia más en el derecho
de conocimiento, empírica y racional, importante para formar “el conjunto de
elementos de juicio” con los que se van a apoyar o refutar las distintas hipótesis,
para ser consecuentes con la máxima “quid non est in actis non est in mundo”;
entonces, la actividad de juez es prioritaria, su discreción empieza con la formación
del acervo probatorio, siendo esta racional y cargada de motividad.
El segundo momento corresponde a “la valoración de esos elementos”,
donde el juez ejerce un máximo de discrecionalidad, al desentrañar en primer
término los hechos relevantes de los elementos probatorios, separándolos e
interpretándolos, y en segundo término subsumiéndolos en la norma procesal
valorativa, siendo una actividad compleja, interpretativa, tanto de la norma
procesal como de los hechos, encarando estas alternativas, propias de las interpretaciones, en donde estaría presente en grado sumo la discrecionalidad.
Por último, “propiamente la decisión”,43 que la realiza el funcionario
judicial fijando los hechos de conformidad con el sistema valorativo propio que
sirve de estándar, es decir, con la norma procesal que contiene la valoración, amén
de que estos han de quedar finalmente subsumidos en la norma sustancial
aplicable al caso controvertido; siendo la participación del juez de grado sumo en
este momento, traducido en la obligación de motivar la sentencia en todos sus
aspectos. Como dijimos, el juez ha de actuar al presentarse estos momentos en
el sistema de la TL; no hay ninguna distinción en su actividad con relación a los
otros sistemas, con lo que se establecería una participación y discrecionalidad en
este sistema, abundando en razones en nuestro ensayo propuesto.
Así, queda planteado el enfrentamiento entre la pasividad que teórica
y literalmente se predica del juez en este sistema con el activismo que ha de
realizar en cada uno de los momentos; protagonismo que viene marcado por el
procedimiento inductivo que hay en toda decisión judicial ante un número no
determinado de probabilidades de las que el juez escoge la que le ofrezca más
posibilidades de haber sucedido, como lo veremos en el siguiente numeral.
43
El autor citado nos trae los tres momentos de la actividad probatoria que hemos citado. Jordi
Ferrer Beltrán, Jordi, op. cit., p. 41.
201
Álvaro Enrique Agudelo Reyes
6. La valoración de la prueba
Este momento procesal se da como culminación del iter probatorio cuando se
ha cerrado “la composición de elementos de juicio que deberán valorarse”44 y
que el juez ha de realizar con la sentencia que pone fin al proceso o que da
la solución al caso. La valoración objeto de nuestro análisis no será otra
que la guiada legal y jurídicamente y que corresponde al sistema de valoración
legal o tasada, que para efectos de nuestro ensayo presenta crisis frente al
mismo concepto de valoración de la prueba judicial, del proceso inductivo que
se da en el juicio de aceptabilidad, de las inferencias, de la motivación y, sin
entrar a analizar otros conceptos, que redundan en razones para sostener que
el juez es algo más que un autómata en este sistema.
Valorar la prueba es realizar un
juicio de aceptabilidad de los resultados producidos por los medios de prueba.
Consiste, más propiamente, en la verificación de los enunciados fácticos
introducidos en el proceso a través de los medios de prueba, así como en el
reconocimiento a los mismos de un determinado valor o peso en la formación
de la convicción del juzgador sobre los hechos que se juzgan.45
Si para imponer un resultado predeterminado ese reconocimiento
valorativo es guiado por la norma procesal, se está en el sistema de la TL,
contrario al de la libre valoración, en donde no hay ninguna imposición legal
valorativa, sirviendo en aquel sistema de estándar valorativo.
El determinismo en el sistema legal a priori mata toda averiguación
de la verdad,
desdibuja claramente el objetivo de búsqueda de la verdad propio de un
modelo cognoscitivista, pues, garantizando los distintos medios de prueba
resultados sólo probables, es muy posible, (…) [que] el grado de probabilidad
alcanzado por una determinada prueba resulte insuficiente para fundar la
decisión, por más que el legislador le haya atribuido un valor específico.46
Jordi Ferrer Beltrán, op. cit., p. 45.
Marina Gascón Abellán, op. cit., p. 157.
46
Ibídem, pp. 157-158.
44
45
202
La tarifa legal: una falacia más en el derecho
Esto es, que ante resultados probables que arrojan las pruebas judiciales no es posible fijar un valor absoluto y mucho menos predeterminado,
como lo hace el legislador en el sistema criticado. Ferrajoli dice que las
pruebas son “condiciones necesarias pero nunca suficientes por sí solas para
justificar la convicción de culpabilidad”;47 de manera que ante los resultados
probables que arrojan los medios de prueba, producto de su insuficiencia, al
no determinarse con certeza la premisa menor del silogismo, su conclusión
será probable, con lo que se anularía el esquema del silogismo deductivo
para convertirse en inductivo, por cuanto la verdad en las conclusiones, ante
la probabilidad fáctica, que puede ser inducida, es sólo “una verdad probable”, siendo el esquema silogístico deductivo “inservible como justificación
epistemológica”,48 y “manifiestamente absurdo”, como lo cataloga Ferrajoli.
Se presenta así la crisis que aludimos en un principio; si el silogismo no es
deductivo, por no partirse de premisas verdaderas, sólo probables, entonces
es inductivo.
Dejemos claro la determinación de los hechos que realiza el juez en la
sentencia, fijándolos en la premisa menor del comentado silogismo, es producto
de haber efectuado un actividad lógica-racional, ante el presupuesto de que la
prueba judicial es un “criterio de decisión y factor de elección entre distintas
versiones de los hechos”,49 siendo esta elección producto de la lógica y del
racionamiento del juez que lo lleva a elegir unos hechos que forman la hipótesis
más probable, y que, para resaltar, “no implica por sí solo nada respecto de la
decisión a adoptar. Para ello, es necesaria la intermediación de algún estándar
de prueba”,50 que en nuestro caso sería el estándar dado por el legislador
en las normas procesales; es decir, el juez descubre los hechos a través de las
pruebas judiciales y los justifica aplicándoles el estándar valorativo dado por
el legislador, lo que en rigor implica una actividad intelectual del funcionario
judicial, contrario a lo que se viene combatiendo, su mutismo y mecanicidad.
Con la insuficiencia de la prueba para justificar la convicción, Ferrajoli termina diciendo que
en este aspecto las pruebas son reputadas “libre”. Marina Gascón Abellán, op. cit., p. 158.
48
Luigi Ferrajoli, op. cit., pp. 133-135.
49
Michele Taruffo, op. cit., p. 447.
50
Jordi Ferrer Beltrán, op. cit., p. 48.
47
203
Álvaro Enrique Agudelo Reyes
La mayoría de las veces el juez descubre los hechos a través de las
inferencias que le proporciona las llamadas pruebas indirectas, como los
testimonios, los documentos, la pericia, la confesión, los indicios, que transmiten
el conocimiento de los mismos en forma mediata o indirecta, entendiendo por
tal el “inferido de, o sugerido por, otro conocimiento ulterior u otro fundamento
o base de conocimiento”.51 Esto es, que el conocimiento de los hechos no es
el “resultado directo de la observación, sino de una inferencia que se realiza a
partir de otros enunciados probatorios”, como lo enuncia Marina Gascón. En
este contexto, la prueba directa sería la inspección judicial, por el contacto directo
que el juez tiene con los hechos, su observación es directa; siendo indirectas
las demás pruebas, al no tener contacto de la forma, sino por referencia de
otros conocimientos, siendo entonces una actividad compleja al estar de por
medio la inferencia que le ha de permitir pasar de las premisas a la conclusión.
El juez no solamente infiere, también ha de realizar el encadenamiento de las
inferencias parciales52 que le dan las diferentes pruebas indirectas, con lo que
estaría inmerso en un razonamiento judicial complejo y, por tanto, opuesto al
silencio y a la mecánica atribuidos al sistema de la TL.
Por último, la motivación o justificación de los enunciados fácticos
con el fin de determinar la premisa menor, tan problemática como la justificación de la premisa mayor, por cuanto la mayor preocupación que tenían los
juristas era la interpretación de las normas, sin reparar en que en este juicio
hay más discrecionalidad de los jueces, como lo hemos venido sosteniendo.
Se trae a colación esta motivación en la premisa menor, toda vez que una de
las características del sistema de la TL es la motivación, y esta comprende la
de los hechos. En este momento definitivo, que pone fin al ejercicio del poder
judicial, es donde el juez es más soberano, pues es “ineludible arrojar alguna
51
La concepción de prueba directa e indirecta desde el punto de vista de transmisión de conocimiento al juez cambia, al considerar la prueba directa como aquella de la que el juez adquiere
conocimiento desde los mismos hechos, como la inspección judicial. La indirecta le transmite los
hechos a través de los medios de prueba, del testigo, del documento, etcétera, es decir, el juez
no está en contacto directo con los mismos. D. M. Armstrong, La percepción y el mundo físico.
Citado por: Marina Gascón Abellán, op. cit., pp. 97-98.
52
Sobre las inferencia deductivas e inductivas y su encadenamiento, véase la obra de González
Lagier, Daniel, “Argumentación y prueba judicial”, en: Estudios sobre prueba, México, Universidad
Nacional Autónoma de México, 2006, pp. 107-134.
204
La tarifa legal: una falacia más en el derecho
luz sobre esta zona oscura que contradice profundamente cualquier modelo
judicial”,53 como el del sistema de la TL, que le impone al juez la valoración,
por ser este un momento racional, “entendida la racionalidad no como un mero
automatismo, sino como la manifestación de que, a la vista de las pruebas
disponibles, es razonable dar por verdaderos ciertos enunciados fácticos”,54 y
que en el sistema de la TL habrán de someterse al estándar de la normatividad
impartida por el legislador. Queda manifiesta la actividad racional que realiza
el juez en este sistema.
Conlusiones
Del análisis de los diferentes temas que han servido para encarar los presupuestos de la TL se establece que el juez nunca pierde su poder judicial como
sujeto de la actividad valorativa de la prueba, que siempre habrá espacio
suficiente para la discreción; así y a manera de conclusión podremos establecer
lo siguiente.
La derrota de la completitud de los sistemas normativos frente a la
incompletitud de estos, como la TL, deja el espacio suficiente par la discreción
del juez, quien ha de sentenciar –es su obligación– con la norma procesal o
sin ella.
Para ser aplicada la norma procesal-valorativa, por ser enunciados
lingüísticos, siempre lleva ínsitamente su interpretación, correspondiéndole al
juez esta actividad. Sin olvidar que ante su sola aplicabilidad primero es necesario
entenderla, lo que se consigue con su interpretación respectiva.
Igualmente, se han de interpretar los hechos componentes sustanciales
de las pruebas; su indeterminación, su relevancia como “thema” a probar en
un proceso, su contexto lingüístico conlleva esta actividad por parte del juez
para fijar la premisa menor; sin descartar juicios de valoración frente a hechos
intencionales, voluntarios u omitivos, o que el legislador los califica, por ejemplo
cuando se ha de actuar como “un buen padre de familia”, etcétera.
53
54
Marina Gascón Abellán, op. cit., p. 196.
Ídem.
205
Álvaro Enrique Agudelo Reyes
La misma valoración de los hechos frente a los estándares dados por el
legislador implica una actividad racional, cognoscitiva y voluntaria del juez
en este sistema, con lo que se descarta su mutismo o mecanicidad.
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