Patagonia sangrienta La sublevación de Sandy Pointn de Sandy Point Lo que sigue es un minucioso intento de reconstrucción de los sucesos ocurridos durante la sublevación en la colonia Sandy Point, también conocida entonces como Punta Arenas. A pesar de los testimonios dejados por testigos y participantes directos de aquellos hechos, más los detalles aportados por destacados historiadores y estudiosos chilenos que se abocaron al tema, aún persiste dudas y ciertos misterios sobre determinados aspectos que aún no han podido ser dilucidados. Walter Raymond El 24 de abril de 1851, el capitán de fragata Benjamín Muñoz Gamero, arribó a la colonia de Punta Arenas para reemplazar al entonces gobernador, José Santos Mardones. La colonia era un abigarrado conjunto de 35 construcciones rodeadas por una empalizada a media altura. Vista desde la bahía, se destacaban por sobre el conjunto las siluetas del cuartel militar y prisión, la casa del gobernador, la iglesia, el hospital y la escuela. El resto eran viviendas rústicas y bajas pero suficientes para cobijar a los escasos colonos que se atrevían a tan lejano confín. La buena administración del gobernador, José Mardones, dejaba en sus barracas al nuevo funcionario víveres y recursos suficientes para abastecer a los 300 habitantes, incluyendo en ellos a los más de cien presidiarios que cumplían allí su condena. Una situación complicada La situación política en el Chile de la época era altamente inestable. Noticias, y muchos más rumores, hablaban de episodios de desacato y conatos de resistencia militar en distintos lugares del país en contra del gobierno de Manuel Bulnes. El 20 de abril ocurrió el hecho más grave y trascendental para esta historia. El regimiento Valdivia entero se sublevó contra el gobierno y en sangriento enfrentamiento con las fuerzas gubernamentales fue finalmente derrotado en La Alameda de Santiago. Su jefe murió, y el resto de los responsables fueron apresados y condenados a fusilamiento. Poco después se conmutó la pena de fusilamiento por nueve años de confinamiento en el penal de Punta Arenas. El gobierno de Manuel Bulnes se debatía entre el uso de la fuerza extrema para reprimir las insurrecciones y el favor de conmutar penas en su afán por pacificar el país. Durante los meses siguientes, sucesivos enfrentamientos fueron incrementando los envíos de militares insurrectos al confinamiento de Punta Arenas, convirtiendo a la pequeña colonia es un reducto de rencor contra las autoridades. El nuevo gobernador de la colonia, Benjamín Muñoz Gamero, estaba al tanto de la difícil situación política aunque nada sabía de la sublevación del regimiento Valdivia. Tal hecho había ocurrido cuatro días atrás, mientras él navegaba hacia su nuevo destino. El elevado número de presidiarios en la colonia, y el laxo sistema de reclusión causó inquietud en el nuevo gobernador. Veía con recelo que los confinados compartieran las actividades diarias con sus carceleros y colonos, circulando con relativa libertad dentro de la colonia. La mayoría de las construcciones habían sido realizadas por ellos o en colaboración con los pobladores. Pese a su inquietud inicial, recién varios meses después, Muñoz Gamero solicitó mediante nota formal al gobierno que no se enviara más delincuentes a la colonia y que, en lo posible, retirara a los que ya habían sido enviados. La custodia militar tampoco aportaba tranquilidad al gobernador. El destacamento contaba con 70 hombres bajo el mando del capitán Gabriel Salas. Aunque no había certezas en cuanto a si Salas, y el gobernador, podrían respaldarse en ellos. Varios de los oficiales y soldados eran militares díscolos que cumplían servicio en la colonia a modo de castigo. Además casi la mitad del destacamento, entre 25 y 30 soldados, eran ex presidiarios con condena cumplida que aceptaron quedarse como parte de la milicia. Los soldados se repartían entre tres apostaderos: una guardia de 15 soldados en Fuerte Bulnes a casi 60 kilómetros al sur, seis soldados más en bahía Agua Fresca, a mitad de distancia de Fuerte Bulnes cuidando el ganado y municiones, el resto se situaba en Punta Arenas. Se cree, y no está claro este detalle, que también había en ese momento una pequeña partida en Puerto Solano, custodiando la carga del recientemente encallado buque Garonne. El historiador Fuenzalida Bade, ilustra sobre aquel destacamento: “...al capitán Salas le asistía el teniente de artillería Miguel José Cambiazo, un hombre de carácter prepotente, díscolo y de conocidos malos antecedentes, y lo seguían dos subtenientes de distinta edad y jerarquía: uno, Luis Villegas, de cincuenta años de edad, (..) que había medrado de cuartel en cuartel, (..) alternando años de retiro y reincorporación (..); el otro, José del Carmen Díaz, de unos treinta y cinco años, tenía una obscura hoja de servicio; el resto del personal, solo personas mediocres”. Relaciones peligrosas En esas condiciones fue que arribó a la colonia el 9 de octubre, procedente de Valparaíso, la barca “Tres Amigos” con 29 confinados que habían participado del levantamiento del Valdivia. Entre ellos había siete sargentos que traían la noticia de la sublevación y se convertirían en actores fundamentales en los próximos días: José María Aréstegui, Bruno Briones, José González, Manuel Prieto, Joaquín Aguilera, Juan de Dios Jiménez y Antonio Bastías. Para entonces, el ex presidente Manuel Bulnes, había traspasado el mando al electo presidente Manuel Montt, investidura que fue rechazada por el opositor general José María de la Cruz, participante de la sublevación de Concepción. El general era muy popular y conocido por la gente como general Cruz, contando con numerosas simpatías en el país y entre los soldados de la guarnición de Punta Arenas. Entre los confinados la adhesión al general Cruz era mucho mayor. Casi finalizando el año 1851, y de acuerdo con el informe del gobernador Nuñez Gamero, la población de Punta Arenas estaba constituida por 436 personas; 254 hombres (de los cuales 144 eran militares en actividad o confinados), 93 mujeres y 89 niños. La efervescencia política en el país, y el arribo de los sargentos del Valdivia a la colonia, no tardaría en generar inconvenientes. El teniente de artillería Miguel Cambiazo, quien ya había manifestado en reiteradas oportunidades su simpatía con la causa del general Cruz, se insubordinó amenazando de muerte con una espada a su jefe, el capitán Gabriel Salas. La guardia lo detuvo, instruyó sumario y envió al calabozo. El historiador Benjamín Vicuña Mackenna, afirma que Cambiazo ingresó al ejército en 1842 y fue despedido en 1850, con el grado de subteniente. Sus jefes no objetaban su conducta militar pero su vida privada ocasionaba complicaciones. Trasladado por tal motivo a Ancud, se casó con una meretriz que frecuentaba al personal militar. Estima -Vicuña Mackenna- que quizás aquel medio de vida de la mujer haya sido origen de las cotidianas reyertas conyugales que derivó en una solicitud de traslado a Valdivia, por parte de Cambiazo. En Valdivia las cosas no mejoraron y fue detenido y enjuiciado por intento de asesinato por envenenamiento, aunque no se le pudo comprobar tal delito. Fue liberado, pero sus borracheras y desmanes se hicieron cada vez más frecuentes hasta que fue despedido de la fuerza el 11 de junio de 1850. Dos circunstancias fortuitas permitieron que volviera al servicio activo: La falta de voluntarios para integrar la compañía fija en la colonia Punta Arenas, y su deuda de 80 pesos de la época para con el ejército. Reincorporado al servicio activo, abandonó a su esposa para luego seducir y raptar a una menor de edad de Ancud, con la intención declarada de llevarla con él a Punta Arenas. La familia de la niña lo denunció y Cambiazo fue arrestado bajo los cargos de robo y rapto. Fue condenado a seis meses de prisión en Castillo de Niebla, Valdivia. En este punto de la historia surge uno de los hechos que aún no ha podido ser dilucidado. El comandante general de armas de la región, coronel Benjamín Viel, intercedió a favor de Cambiazo evitando la condena en Castillo de Niebla, permitiendo que continuara viaje a Punta Arenas. Nunca se conocieron las razones de tal intervención. La personalidad de Cambiazo El historiador Rodrigo Fuenzalida Bade, realiza una dura semblanza del teniente: “...Miguel José Cambiazo, un hombre de 28 años, de una perversidad rayana en la locura, totalmente carente de moral, seductor de menores y, por último, casado con una prostituta de Ancud, muy popular entre los soldados, lo que, naturalmente, le había atraído la malquerencia de los oficiales del Ejército, quienes ostensiblemente le hacían el vacío”. El capitán del buque Florida, Charles Brown, quien fuera su prisionero, lo describe: “Cambiaso era un hombre joven, no más de veinticinco o veintiseis años de edad; en persona, bastante delgado que grueso, y de no más de tamaño medio. Era vanidoso de su belleza y aficionado a los ornamentos. Su apariencia personal: una frente abierta, una tez blanca, con una profusión de cabello oscuro, un bigote amplio y barba espesa” Luego agrega: “Cuando hablaba, nunca miraba fijamente, pero después de terminar sus comentarios, me echaba una mirada de soslayo, como marcando el efecto de lo que decía; y en esa mirada había algo sigiloso y felino (…) Era muy vanidoso, muy aficionado a ser admirado, y muchas veces para obtener el aplauso de sus propios hombres, asumía un aire de fanfarronería”. La sublevación El gobernador Muñoz Gamero, recibió al menos dos avisos previos sobre una posible sublevación en la colonia. Fue el sargento Nicanor García, quien en conocimiento de lo que se tramaba puso en aviso personalmente al gobernador. El secretario del gobernador, Santiago Dunn, confirmó sus dichos. No se conocen las razones de porque el gobernador decidió ignorar tales avisos. En algún momento de la noche del 17 de noviembre, el teniente Cambiazo que estaba bajo vigilancia pero se movía libremente por la colonia, ordenó que comenzara el levantamiento. Un cañonazo fue la señal. Al escuchar el estruendo los confabulados confluyeron hacia el cuartel para proveerse de armamento. Testigos afirman que allí Cambiazo arengó a soldados y confinados: “Iremos a Concepción, donde seremos recibidos por el pueblo y los hombres de bien y el general nos agregará a su ejército para marchar sobre Santiago". En rápida acción los sublevados se desplegaron por la colonia ocupando los puntos principales y trabando la puerta de la vivienda del gobernador. Benjamín Vicuña Mackenna, sostiene que los sublevados eran unos 200 hombres, quienes se armaron con lo que pudieron y se apoderaron de la colonia. De acuerdo al informe anual del gobernador, la colonia tenía 254 hombres incluyendo los reclusos. Por lo que si es correcto el número de 200 sublevados que aporta Benjamín Vicuña Mackenna, la casi totalidad de los hombres se habían sublevado. El capitán Gabriel Salas, jefe del destacamento, fue engrillado y puesto bajo vigilancia hasta que se ordenara su fusilamiento. Persisten dudas en cuanto a las reales motivaciones de Miguel Cambiazo para encabezar el levantamiento. Algunos historiadores creen que fue instigado a la rebelión por los confinados políticos recién llegados. Otros, sostienen, que lo hizo motivado únicamente por el encono y deseo de venganza contra el capitán Salas. Lo cierto, es que ya triunfante, Cambiazo proclamó a José María de la Cruz como presidente de Chile y estableció que el santo y seña para los guardias fuera: ¡Viva Cruz! Un detalle no menor es que le ha resultado difícil a los historiadores, investigadores e incluso a los testigos directos, determinar la fecha exacta de la sublevación. Los historiadores Rodrigo Fuenzalida Bade, Benjamín Vicuña Mackenna y Robustiano Vera, afirman que fue el 17 de noviembre. El historiador Carlos López Irrutia, el 24; Mateo Martinic, junto al capitán Charles Brown y el sargento Nicanor García, los dos últimos, testigos de aquellos hechos, indican el 21 de noviembre. Por último, el subteniente José del Carmen Díaz, participante del levantamiento, afirmó que fue el 19. El tribunal que juzgó aquellos hechos tomó como fecha válida el 17 de noviembre. Braun Menéndez, sostiene que esa noche Cambiazo se designó a si mismo como Gobernador de la región de Magallanes con el grado de General de División, y al general Cruz como presidente de Chile. Ordenando, además, diseñar una nueva bandera de color rojo con una calavera y un par de tibias entrecruzadas con la inscripción “Conmigo no hay cuartel”. Benjamín Vicuña Mackenna afirma, basado en la fecha de los documentos firmados por Cambiazo, que recién el 5 de diciembre comenzó a asignar grados militares a sus secuaces y reclamando para si el grado de capitán, para luego erigirse general, creando al mismo tiempo su propia bandera: “...un lienzo rojo con una cruz blanca en el centro que, al pie, luce un “cráneo engarzado entre dos tibias humanas, todo circundado por esta fanfarrona inscripción: –Conmigo no hai cuartel!– Según algunos testigos, el pendón de Cambiaso llevaba en el reverso este lema tan brutal como infame: –Soi pirata en el mar i salteador en tierra!”. Cambiazo dividió a su tropa en Caballería, Artillería e infantería. Era un grupo numeroso pero sin buen armamento. Solo los cercanos a Cambiazo contaban con armas adecuadas, la mayoría se había armado con cuchillos, lanzas cortas o un simple mazo artesanal. La vida por un brandy La primera víctima fue tropa propia. El guardia a cargo de vigilar al capitán Salas, que era uno de los confinados promovido por buena conducta a integrar la guardia militar, fue denunciado por conversar con el prisionero y recibir de este una botella de brandy. Robustiano Vera, afirmó que quien lo delató fue uno de los sargentos del Valdivia de apellido González. El guardia fue arrastrado hasta un árbol seco y fusilado a las dos de la tarde. En menos de doce horas, el motín se cobraba su primera víctima. Ese tronco de árbol seco sería un silente testigo de la barbarie que comenzaba con esa muerte en la colonia de Punta Arenas. El grabado aportado por Mateo Martinic muestra la empalizada, techos de algunas viviendas y a la derecha de la imagen, el fatídico “peral” u árbol seco donde se ejecutaba a las víctimas. Cambiazo conminó a que todos los soldados y pobladores se hicieran presentes en Punta Arenas. Temía que el destacamento de 15 soldados apostados en Fuerte Bulnes no acatara sus órdenes y diera aviso a las autoridades. Para “convencerlos” envió una partida bien armada en tres botes. Conminaron al jefe Luis Villegas, y a sus soldados, para que no opusieron resistencia. Luego, trasladados a Punta Arenas, el destacamento completo debió jurar lealtad a Cambiazo. El gobernador Muñoz Gamero, encerrado pero no prisionero, solicitó un salvoconducto para retirarse a Río Gallegos. Cambiazo se lo negó. Lo importante en esos primeros momentos era mantener la sublevación en secreto. Cualquier filtración significaría que en pocas semanas, buques y tropas gubernamentales bien preparadas terminaran con la sublevación. Una sucesión de hechos desgraciados Mientras esto ocurría, el 26 de noviembre arribó a Punta Arenas la nave de bandera norteamericana Florida, armada de cuatro cañones y bajo el mando del capitán Charles Brown. Provenía de Valparaíso con destino a Estados Unidos. Transportando a pedido del gobierno chileno 80 finados destinados al penal de Punta Arenas. (Vicuña Mackenna afirma que eran 66, Nicanor García 89) Los reclusos estaban bajo la custodia del capitán Pedro Óvalos, y doce soldados. Al anochecer de ese día -relata el capitán Brown- desde la colonia llegó hasta al Florida, anclado en el fondeadero frente a la colonia, un bote portando una carta (con falsa firma del gobernador) pidiéndole que desembarcara a los prisioneros. No está claro como los sublevados sabían o sospechaban que esa nave traía confinados políticos, es otro de los misterios que alimenta la hipótesis que la sublevación fue un hecho planificado militarmente y que superaba el acotado entendimiento de Cambiazo. El capitán Ávalos desembarcó con documentación y 12 prisioneros. Al llegar a la playa los prisioneros fueron recibidos con vivas al general Cruz. Ya era tarde para el capitán Ávalos y sus soldados. Fueron detenidos y conducidos hasta el cuartel engrillados. Aprovechando la confusión por la llegada del Florida, y el desembarco de prisioneros, el gobernador escapó junto al sacerdote Gregorio Acuña; dos soldados fieles de apellidos Jania y Yaqué, el confinado Manuel Bosques y una mujer que posiblemente fuera su esposa o pareja. Su intención era abordar el bote dejado en la orilla por el capitán Ávalos, y alcanzar el Florida alertando sobre lo que ocurría en la colonia. Se estima que en total habrían escapado durante la sublevación entre diez y doce personas. Algunos con el gobernador, y otros por su cuenta en dirección a los bosques cercanos. El bote había quedado en la playa con un solo remo, otros autores mencionan que tenía los dos remos pero que el bote era de gran porte. Lo cierto es que les fue muy difícil al gobernador y sus leales maniobrar en medio de una tormenta y siendo personas no habituadas ni entrenadas en esos menesteres. Un vigía que había observado la fuga del gobernador dio aviso a Cambiazo. Con el bote ya cerca del Florida los fugitivos escucharon un cañonazo: era la habitual señal de fuga en las colonias penales. En el fragor de la tormenta el gobernador intentó hacerse escuchar. Desde el barco Florida no entendieron sus gritos. En prevención que los ocupantes del bote fueran fugitivos izaron las escaleras para evitar ser abordados. La barca con el gobernador y sus seguidores, fue empujada por el viento y la fuerte marea hacia el centro del canal y se perdió en la noche del Estrecho. Irritado por la fuga del gobernador, Cambiazo ordenó apresar a su secretario Santiago Dunn. Lo encerraron en un pequeño calabozo junto con los capitanes Ávalos y Salas. Apilaron alrededor de ellos leña abundante y esperaron la orden para quemarlos vivos si el buque Florida se hacía a la mar. Entendían, que si eso ocurría, era porque el gobernador les había dado aviso de la sublevación. Sin embargo, y sin que el Florida se moviera de su lugar, el fuego comenzó en el calabozo de los condenados. Algunos soldados acudieron a Cambiazo para convencerlo de que esa ejecución era innecesaria. Lo lograron porque Cambiazo ordenó apagar el fuego aunque ya se había extendido a las contiguas viviendas del gobernador, el sacerdote y el boticario. El fuego del calabozo fue apagado, Ávalos y Salas salvaron momentáneamente sus vidas. Antes que el incendio arrasara las viviendas, iglesia y hospital, Cambiazo ordenó saquear esos lugares. Dos cuadros de familiares de Muñoz Gamero, encontrados en el saqueo fueron apoyados contra un árbol y fusilados con seis tiros. Esa noche las llamas de los tres edificios iluminaron la noche del Estrecho ante el estupor de los marinos del Florida. Las desventuras del gobernador y sus compañeros continuaron durante toda la noche. Luego de perder la oportunidad de abordar el Florida, el fuerte viento les arrastró hasta la costa opuesta del estrecho. En la madrugada del 27 de noviembre llegaron a la orilla. Apenas desembarcados aparecieron varios aborígenes que le exigieron a Muñoz Gamero los botones y galones de su casaca. Se los entregó y desaparecieron. Luego regresaron en mayor cantidad y atacaron al grupo. En la refriega el gobernador fue herido con una lanza o flecha en la espalda. En tanto que otro soldado recibió una pedrada con tal violencia que se le incrustó en su cuerpo. Escaparon, pero exhaustos, heridos y sin posibilidades de gobernar el bote, se dejaron llevar por las corrientes y vientos. Tres o cuatro días después desembarcaron cerca de bahía Agua Fresca y se escondieron en el bosque. Esa misma mañana, un bote desde la colonia se acercó al Florida portando otra carta con firma falsa del gobernador. Le explicaba al capitán Brown que su oficial (el capitán Salas) se había emborrachado y por eso no regresó a la nave. La nave con escasa guardia y desprevenida fue abordada tras breve lucha apresando al capitán Brown, sus oficiales y marineros. En la colonia se celebró la captura con vivas al general Cruz, disparando al aire sus mosquetes. Pocos días después, el 1 de diciembre, atinó a pasar frente a la colonia la goleta británica Eliza Cornish en tránsito desde Valparaíso a Liverpool. Desde tierra le hicieron señales con la intención de atraer la nave a la bahía. Una vez que hubo anclado, enviaron un bote invitando a la oficialidad a desembarcar. Circunstancia planeada y aprovechada por los sublevados para abordar la embarcación. Apresados e interrogados los oficiales del Eliza Cornish, declararon transportar tres cajas con tres barras de oro cada una, una barra de plata y diez talegas de pesos fuertes. Al saquear el equipaje de los viajeros y del capitán, sumaron al botín dos barras de oro y más valores. Días aciagos en el sur Cambiazo ordenó que el capitán y pasajeros del Elisa Cornish fueran fusilados al día siguiente bajo el cargo de transportar el “tesoro” del presidente Montt a Europa. Incluyó en el cadalso al dueño del “Florida”, bajo el cargo de transportar prisioneros partidarios del general Cruz. El capitán charles Brown, afirmó que el capitán Talbot, del Eliza Cornish, comentó que “...algunos de los lingotes de oro fueron cortados ante sus ojos y distribuidos entre los soldados”. Lo repartido habría sido, en realidad, la barra de plata y los pesos fuertes a modo de paga entre los soldados. Una estimación posterior del capitán Brown situó el valor total del tesoro en unos 100 mil dólares de plata de la época. Valor que actualizado podría estimarse entre 300 y 400 mil dólares actuales. El escritor Benjamín Vicuña Mackenna, refiere que entre la huida del gobernador y la llegada de la goleta británica (cuatro días) hubo dos fusilamientos más en la colonia. Según relata, un colono de apellido Torres se había refugiado en los bosques mientras que su esposa permaneció en la colonia. Torres le habría pedido al cabrero Riquelme, le hiciera llegar a su esposa un pedido de víveres. La señora de Torres denunció lo anterior ante Cambiazo. El cuidador de cabras negó haber transmitido encargo alguno. Entonces, Cambiazo envió una partida de soldados llevando a Riquelme para rastrear a Torres. No lo encontraron y Riquelme terminó fusilado y colgado del árbol seco durante algunas horas para luego arrojarlo al fuego. Sobre el otro posible fusilamiento no se aporta información. A las dos de la madrugada del día 2 de diciembre, fueron fusilados el señor Shaw, propietario del Elisa Cornish, Su hijo de 18 años de edad, y el capitán Talbot: “La primera descarga mató al capitán Talbot y al joven, dejando al Sr. Shaw de pie, ni un solo disparo lo tocó. Entonces se lanzó una descarga completa contra él, matándolo instantáneamente. Uno de los soldados se sintió atraído por el brillo de un anillo de diamantes en el dedo del Sr. Shaw, y tan pronto como recibió el disparo, el soldado se acercó a él, tratando de quitárselo, pero al encontrarlo difícil, le cortó el dedo con su machete. (…) Los cuerpos fueron luego colgados del cuello a un árbol, expuestos a todos los transeúntes”. Otra versión indica que el dedo con el anillo fue cortado antes de fusilarlo. Las únicas palabras que atinó a decir el inglés, que no hablaba español, fueron “chileno malo”. Por orden de Cambiazo, los cuerpos de los fusilados debían ser luego colgados a la vista de todos, a modo de advertencia. De allí viene el irónico título de “peral” al tronco de árbol seco donde se ejecutaba a los condenados. A aquellos confabulados, los bultos de los cuerpos inertes colgando les parecían peras maduras. Pasado el mediodía se “invitó” a tres de los prisioneros a dar un paseo junto a Cambiazo. El cortejo marchó con Cambiazo al frente llevando detrás a los tres prisioneros sin grilletes. Cerraba el cortejo una fila de soldados. Es posible que aquellos prisioneros intuyeran que su última hora estaba cerca: “Los condujo fuera del cuartel, hacia los buques. Mientras pasaban bajo los árboles en los que colgaban los cuerpos del Sr. Shaw, el capitán Talbot y el joven muchacho, Cambiazo los señaló y, riendo, les dijo: Ven lo que les sucede a los villanos cuando caen en mis manos; el siguiente será su turno”. A las 3 de la tarde se produjo un nuevo fusilamiento. Afirma Brown, que poco después de escuchar la descarga de fusiles vio un cuerpo pendiendo del árbol. Le dijeron que era uno de los soldados que escapó con el gobernador, que habiéndose entregado por hambre, ofreció entregarle junto a quienes le seguían, a cambio de quinientos dólares. Cambiazo simuló acordar. Obtenida la información le envió a fusilar. Cambiazo envió tres partidas de soldados a caballo para atrapar a los fugitivos. Al caer la tarde regresaron con el gobernador y el sacerdote. Los habían encontrado caminando hacia la colonia. Al parecer, el hambre, las heridas y privaciones les llevaron a tomar esa decisión. Otros de los apresados en esa incursión, no hay datos sobre ellos salvo que eran confinados, fueron condenados a cuatro meses de cárcel. Vicuña Mackenna difiere con esta versión, afirmando que recién el día siguiente, 3 de diciembre, Muñoz Gamero y el sacerdote Acuña se apersonaron en la colonia para parlamentar. De inmediato fueron detenidos, engrillados y puestos en calabozo. También surgen discrepancias en cuanto al apresamiento de fugitivos, Robustiano Vera sostiene que los fugitivos, salvo el gobernador y el sacerdote, se salvaron y fueron rescatados. Se organizó una parodia de juicio a cargo de los oficiales de Cambiazo: “Alrededor de las nueve, en la noche, (..) Las cornetas sonaron la marcha de la muerte, los tambores batieron, (..) el gobernador Muñoz Gamero y el sacerdote Acuña fueron sacados del cuartel”. Poco después se escucharon los disparos y gritos de “viva Cruz”, “muera Montt”. Murieron bajo el mismo árbol que los primeros fusilados de ese día. Más tarde se ordenó encender un gran fuego: “Los soldados danzaron alrededor del fuego cantando el himno nacional de Chile y mezclándose gritos y maldiciones, imprecaciones sobre el gobernador y amenazas de venganza contra los prisioneros restantes; especialmente contra el capitán Salas, (..) y contra el capitán Ávalos, cuyo rango de oficial del gobierno de Chile parecía ser su único crimen. La oscuridad de la noche, el brillo espeluznante de las llamas, el baile fantástico de los soldados, los gritos y maldiciones mezclados, hicieron que todo pareciera una juerga en el infierno...”. En algún momento de esa tétrica escena el cuerpo de Muñoz Gamero habría sido arrojado al fuego. Continúa el capitán Brown: “Aprovechando las brasas pusieron un ternero para asar. (..) Me mantuvieron en la plataforma hasta que las llamas se apagaron”, concluye Brown. Las mujeres del campamento suplicaron a Cambiazo que les entregara el cuerpo del sacerdote para enterrarlo. Les concedió su pedido, pero al no conseguir aquellas mujeres quien cavara la tumba, y ellas apenas pudieron escavar algo, el cuerpo quedó a la intemperie siendo devorado por perros y zorros. La estrategia de la araña En la mañana del 4 de diciembre, un grito de alerta se elevó en el patio:"¡Un barco de vapor un vapor de guerra, con la bandera inglesa!” Era el vapor militar británico Virago. La idea de los sublevados era, al igual que con los anteriores, atraer el barco y asaltarlo. La nave británica bien artillada y con 200 marinos entrenados a bordo se presentaba como un objetivo demasiado ambicioso para los sublevados. Según Brown, deliberaron durante horas sobre qué hacer con aquel buque militar. Por último, y por tan solo cuatro votos, decidieron simular normalidad en la colonia e invitarles a desembarcar para luego dejarles partir sin despertar sospechas. Desembarcó el capitán Stewart, sus oficiales y dos cirujanos para atender al “enfermo” gobernador. Los prisioneros habían sido ocultados. Un secuaz de Cambiazo, todo indica que fue Nicanor García, se hizo pasar por el gobernador enfermo. Los marinos británicos fueron obsequiados con víveres frescos y carbón, el que debían recoger fondeando en Fuerte Bulnes. Siempre con la recomendación de evitar a los “prófugos” que merodeaban la zona. Tal hecho aporta veracidad a la versión de varios fugados que merodeaban en las cercanías, aún a pesar de los que habrían sido detenidos junto al gobernador. Antes de partir el buque Virago, los confabulados le entregaron a los oficiales dos cartas; una dirigida a la Comandancia en Valparaíso, y la otra a la barca “Tres Amigos”, que se presumía anclada cerca de la boca occidental del Estrecho. No está claro porque los marinos británicos no se interesaron por las dos naves ancladas en la bahía, siendo una de ellas británica. Al parecer, cuando preguntaron por esas naves les respondieron que eran naves que albergaban prisioneros debido al escaso lugar en la colonia. El Virago partió y encontró al “Tres Amigos”, entregándole la misiva de Punta Arenas. Sin sospechar la trampa que le tendía Cambiazo, su capitán puso rumbo a la colonia. Sin embargo, durante el trayecto su vigía observó dos siluetas que hacían señales desde tierra. Enviaron una barca y resultaron ser el colono Manuel Bosques y una mujer, que habían escapado junto a ex gobernador Muñoz Gamero y relataron las penurias y crímenes que ocurrían en la colonia. Al tanto ahora de lo que sucedía, el “Tres Amigos” viró su curso y se dirigió presuroso a Ancud, para informar a las autoridades. La suerte de Cambiazo se estaba agotando. Crueldad, y el código Cambiazo Cuenta Brown, que por las noches se organizaban reuniones donde hombres y mujeres bailaban comiendo y bebiendo en abundancia. Esa situación de “normalidad” era quebrada regularmente con algún episodio de extrema violencia: “Una noche de diversión grosera y cruel (..). Todos los perros del campamento fueron conducidos en círculo, y luego perseguidos con palos. Los gritos de los pobres animales asustados, los aullidos de los que fueron derribados, sonaron en mis oídos toda la noche; y a la mañana siguiente sus cadáveres podían verse tirados por todos lados”. Pasada la primer semana de sublevación el panorama en la colonia era de descontrol. Desmanes, borracheras y trifulcas constantes, con heridos de arma blanca y muy posiblemente un fallecido, no confirmado. Es posible que para evitar perder el mando, y no por moralidad, Cambiazo haya dictado el estricto código militar que regía para la población civil y militar. Constaba de 29 artículos, de los cuales 26 concluían con pena de muerte por fusilamiento, hoguera, ahorcamiento o desmembramiento. Dos artículos, el 20 y 22, concluían con penas de 100 y 200 palos respectivamente. Un único artículo, el 28, otorgaba un premio a quien delatara una contravención a las normas anteriores. El misterio continúa Fue en esos días, entre el 15 y 19 de diciembre, que los sublevados autodenominados “Ejercito Libertador”, discutieron sobre si dirigirse a tomar Arauco, Chiloé o Valdivia, incluso también se evaluó tomar Talcahuano. Relata Nicanor García, en su descargo frente al tribunal, que Cambiazo propuso tomar el puerto de Chiloé, matar a todos los comerciantes y “montistas” y luego establecer contacto con el general Cruz. Sus oficiales, especialmente los sargentos del Valdivia, consideraron más adecuado ir a Arauco, evitar el combate y averiguar sobre la suerte del general Cruz. Ante el desacuerdo Cambiazo propuso ir a Caleta del Manzano en Valdivia, y desde allí averiguar sobre el general Cruz. Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron los preparativos para la partida. Surge aquí otra de las incógnitas de la historia. Para cuando ocurrió el citado cónclave el general José de la Cruz ya había sido derrotado el 8 de diciembre en la batalla de Loncomilla y el día 11 firmó la capitulación. Cabe especular la posibilidad que los sublevados, o una parte de ellos, tuvieron información parcial sobre esos acontecimientos militares. El conflicto se había exacerbado desde el mes de septiembre con la sublevación de Concepción y La Serena, el levantamiento de los regimientos Chacabuco y Yungay, y de varios otros destacamentos en distintos lugares del país. A principio de noviembre las fuerzas gubernamentales estaban en minoría y replegándose al norte. ¿Habrá sido ese el motivo de la sublevación del 17 de noviembre en Punta Arenas? Quizás se habrán sentido envalentonados con sumar a Punta Arenas a la insurrección. No lo sabemos. También, puede ser válido considerar, que para la tercera semana de diciembre los sublevados podrían haber recibido algún tipo de información sobre la contraofensiva gubernamental y por eso, los antes tan decididos sargentos del Valdivia, se mostraran cautelosos y requirieran obtener mayor información sobre “la suerte” del general José de la Cruz, antes de combatir. No lo sabemos y nadie sostiene esta posibilidad. La mañana del día de Navidad, la colonia amaneció con la novedad que tehuelches armados merodeaban cerca del ganado que pastaba en inmediaciones de la colonia. En respuesta, Cambiazo ordenó detener a dos pacíficos indígenas que vivían en la colonia (Nicanor García dice que eran tres y una mujer. La cual habría sido perdonada). Fueron llevados hasta un punto situado a dos millas al norte, lanceados y luego colgados de los árboles. Una brutal advertencia. Poco después, una mujer aborigen se hizo presente en el cuartel preguntando por sus hijos. Al ser interrogada por Cambiazo titubeó y contradijo. En ese mismo momento llegaron los pastores alertaron que los aborígenes estaban matando al ganado. Cambiazo ordenó detener a la mujer y perseguir a los atacantes. Los tehuelches dejaron un tendal de ganado muerto y huyeron. Cambiazo regresó y ordenó que la mujer fuera fusilada. La llevaron hasta “el peral” y recibió una descarga que no la mató. Entonces, un soldado obedeciendo a Cambiazo, se acercó y la golpeó con una maza en la cabeza. “Su cadáver estaba colgando del árbol cuando entré al patio”, refiere Brown. Preparativos para la partida Alrededor del 29 o 30 de diciembre, comenzaron a preparar las naves capturadas para una inminente partida. Algunos autores sostienen que Cambiazo ya planeaba huir con el tesoro abandonando a sus seguidores. Vicuña Mackenna, considera que si efectivamente Cambiazo era un revolucionario se habría embarcado en el bergantín más veloz, el Eliza Cornish, con lo mejor de su “ejército” e intentar tomar Ancud u otro puerto. Sin embargo, Cambiazo dispuso que las mujeres y niños abordaran el Elisa Cornish, junto a confinados no políticos y pobladores. Destinando solo 14 soldados para custodiar esa cantidad de prisioneros y a la marinería británica, la cual maniobraría el buque. En el Florida se embarcó él con el tesoro, sus hombres de confianza y una parte de la tropa, reemplazando en la popa el nombre Florida, por Inesperado. Refiere Brown, que en esos preparativos se encontraron en el Eliza Cornish algunas bolsas de mineral de plata debajo de la carga de guano que no habían sido descubiertas en la requisa anterior. El valor de cada una de ellas equivalía a unos 200 dólares. No está claro si les fueron entregadas a Cambiazo. En la mañana del último día del año, Cambiazo abordó el Florida y ordenó a la tripulación norteamericana que alistara la nave para la partida. Lo mismo ocurrió con la tripulación británica del Elisa Cornish. Al día siguiente se cargó más 100 cabras, 24 cerdos y la mayoría de las provisiones en el Florida: “Aproximadamente a las diez de la mañana del 2 de enero, ambos barcos zarparon hacia el oeste”. Las instrucciones generales eran dirigirse a la costa de Mariquina y esperar allí. El Elisa Cornish debía seguir al Florida (bautizado ahora como Inesperado). Cada día, desde el Florida (Inesperado) le indicarían al capitán del Eliza Cornish donde fondear: “Al tercer día arribaron a Agua Fresca, permaneciendo allí haciendo acopio de madera y agua”. Un capitán galés al servicio de Chile El día 4 de enero a la tarde, apenas dos días después que los sublevados abandonaran Punta Arenas, la silueta de un moderno barco a vapor apareció en el horizonte de la solitaria colonia. Era el Lima, proveniente de Liverpool con destino a Valparaíso. El capitán observó los edificios incendiados y el predio abandonado. Solo 14 casas quedaban en pie de las 52 que componían el poblado. Extrañado ante tal situación mantuvo la nave alejada de la costa y alertó a los pasajeros. Entre ellos estaba el capitán galés al servicio de Chile, Santiago Bynon, y varios marinos chilenos que regresaban de estudiar en Francia. El capitán bynon inspeccionó la costa con catalejo logrando avistar a tres personas que hacían señas desde tierra. Bynon, con autorización del capitán del Lima, abordó un bote con cuatro remeros y se dirigió a la costa. Trajo a los tres hombres que eran los soldados leales al gobernador; Villar, Narváez y Torres. Habían escapado con él y aún deambulaban famélicos por la zona esperando ayuda. Le informaron a Bynon sobre los acontecimientos y la reciente partida de “la armada” de Cambiazo con dirección oeste. Fue la segunda noticia de la sublevación comunicada a personas fuera de la población de Punta Arenas (la primera fue a la barca Tres Amigos) Uno de aquellos hombres rescatados aún tenía incrustada en su cuerpo la piedra arrojada por los aborígenes en el frustrado desembarco de Muñoz Gamero. Posteriormente le fue extraída en el hospital de Valparaíso. Ante el riesgo de ser interceptados y abordados por los sublevados el capitán ordenó armar a sus marinos y apagar las luces para no ser visto dirigiéndose a toda máquina a Valparaíso. Al pasar en la noche frente a Fuerte Bulnes divisaron las siluetas de las dos naves fondeadas en su bahía. Salieron del Estrecho y arribaron el 11 de enero a Valparaíso, informando a las autoridades de la sublevación de Cambiazo. Los sublevados, ajenos a estas circunstancias, se habían trasladado a Bahía de San Nicolás, arribando en la tarde del 6 de enero. Dos días después continuaron su viaje al oeste, hacia Puerto Solano en Bahía Wood con el objetivo de saquear el navío francés “Garonne”, naufragado con un cargamento de licor y que aún se mantenía a flote. No está claro si los eventos que siguieron eran parte del plan secreto de Cambiazo para escapar con el tesoro, o si los acontecimientos le obligaron a cambiar de estrategia. El capitán Brown no duda de la voluntad revolucionaria de Cambiazo y sospecha que tuvo algún tipo de contacto con los revolucionarios. Se basa en que su código de leyes y castigos, en especial los artículos 18, 19 y 25 indican pautas de conducta en batalla contra los “montistas” (partidarios del presidente Montt). En cambio, Vicuña Mackenna, le considera un vulgar asesino y traidor. Conceptos similares expresan la mayoría de los historiadores. Una borrachera que cambió el rumbo Durante la estadía en Bahía Wood –relata Brown- “...oficiales, hombres, marineros, todos estaban ebrios; Cambiazo y García parecían tener poco control sobre ellos”. El 12 de enero ordenó que 58 hombres del Florida desembarcaran a recoger leña. Robustiano Vera afirma que eran 128 hombres y 4 mujeres. Al regresar los botes de la orilla, Cambiazo ordena asegurarlos en cubierta y envía órdenes al Elisa Cornish, entonces bajo el mando del sargento Briones, para que ingrese dentro de la bahía. Luego reunió a sus oficiales y les anunció que ya no irían a Valdivia. Explicó que si el general Cruz había triunfado igual serían juzgados por sus crímenes y robos. Si hubieran vencido los “montistas” sería mucho peor. Esa revelación generó desencanto en sus seguidores. Más tarde, en la oscuridad de la noche, el Florida puso rumbo al Atlántico ordenando a los artilleros que si el Elisa Cornish pretendía seguirlo, dispararan. Abandonaba así a la totalidad de los pobladores de Punta Arenas, junto a confinados y también a sus soldados, en un lugar inhóspito y sin provisiones. El historiador Rodrigo Fuenzalida Bade, relata que Cambiazo, una vez que abandonó a parte de sus soldados en Bahía Wood, explicó a sus más cercanos la situación: “Si el general De la Cruz ha vencido, del banquillo, no por eso escaparemos porque somos reos de delitos que los códigos llaman atroces con intención aleve. Por otra parte, los gobiernos inglés y norteamericano pedirán cuenta al nuestro de las propiedades que les hemos robado y de la sangre de sus súbditos que hemos vertido y esas ofensas solo podrán repararse con nuestras vidas”. En tanto, en Valparaíso se dispuso reunir una flota para reprimir a los sublevados. El acto de piratería contra una nave británica facilitó la cesión por parte de Gran Bretaña del Virago, para la represión de los sublevados. Bajo el mando del capitán Bynon, a bordo del Virago, se le sumaron las naves chilenas “Meteoro” e “Infatigable” destacadas en Talcahuano. Rumbo al Atlántico El día 13 de enero, por la mañana, el Florida con Cambiazo y sus hombres a bordo volvió a recalar en la abandonada Punta Arenas. Perduraba entre sus soldados el descontento por no ir a combatir junto al general Cruz y el estupor por los abandonados en Bahía Wood. Cambiazo ordenó que quien quisiera desembarcar lo hiciera para descomprimir la situación. Al principio muchos aceptaron desembarcar pero se corrió la voz que serían ametrallados en el mar. Nadie desembarcó. Esa noche Cambiazo convocó al capitán Brown. A las 10 de la noche concurrió junto al secretario Santiago Dunn, que oficiaba de intérprete por el mal español de Brown. Cambiazo les ofreció 20 mil dólares a cada uno para mantenerse obedientes y conducir la nave hacia el norte. Brown entendió que una vez cerca de un puerto confiable tanto él como su tripulación serían asesinados. La posibilidad de morir era bastante inmediata, por lo que junto a los capitanes Salas y Ávalos elaboraron un desesperado plan para recuperar la nave y salvar sus vidas. “El 14 de enero, dejamos atrás el cabo Gregory y continuamos nuestro rumbo hacia el este, hacia la entrada este del Estrecho (..) entre las ocho y las nueve de la tarde, pasamos (..) el Cabo (Vírgenes)”, así describe Brown como dejaban atrás al Estrecho de Magallanes. Mientras Cambiazo huía, el 18 de enero arribaba a Talcahuano el Virago. El Infatigable ya custodiaba el puerto en previsión de un posible ataque de los sublevados. Al día siguiente, en Valdivia, abordó el Virago un destacamento de 20 soldados. El 22 de enero llegó a Chiloé, y el 27 de ese mes comenzó a patrullar cada lugar del Estrecho en busca de los sublevados. El 28 de enero, en las inmediaciones de Playa Parda, muy cerca de la boca occidental del Estrecho, avistaron al Eliza Cornish. Bastó un solo cañonazo de advertencia para que los sublevados arriaran las velas y se entregaran. Liberados los prisioneros y asegurada la nave quedó fondeada en el lugar. El Virago continuó la búsqueda de los sublevados. Ese mismo día recogieron a dos hombres fugados del Eliza Cornish. Al día siguiente arribó a la arrasada Punta Arenas, donde misteriosamente ondeaba la bandera chilena. Allí se habían congregado 34 personas, de las 58 que habían sido abandonadas en Bahía Wood, quienes en azarosa travesía por tierra de casi cien kilómetros habían regresado. Como medida precautoria todos fueron detenidos y embarcados. La colonia volvió a quedar solitaria. En conocimiento que un grupo de 13 sublevados había conseguido caballos y se dirigían al norte continuaron hasta Cabo Gregorio, con la intención de salir al cruce de los sublevados que huían a caballo. Fue en ese momento cuando la fragata sueca “Eugenia”, que venía del Atlántico, le informó al Virago que no habían avistado nave alguna como el Florida. Sin rastros de Cambiazo, y tampoco de los fugitivos a caballo, el Virago regresaba con la certeza que Cambiazo había podido escapar. A todo o nada En la medida que se alejaban del Estrecho, la vida del capitán Brown, su tripulación y prisioneros tenía cada vez menos valor. El historiador Rodrigo Fuenzalida Bade, afirma que los sublevados comprendieron que su situación era extremadamente grave y para paliar en parte sus delitos resolvieron apresar a Cambiazo como única posibilidad de salvar la vida. Coincide con esta apreciación el historiador Benjamín Vicuña Mackenna, quien señala que el principal promotor del motín fue uno de los siete sargentos del Valdivia, de apellido Prieto. El Contraalmirante R. Miguel Álvarez Ebner, señala por su parte que el ideólogo del plan fue el capitán Ávalos. “..el 15 de enero de 1852 a la medianoche, Ávalos en una audaz acción junto a sus Infantes de Marina, apoyados por el Capitán del buque y algunos marineros de la barca, más un sargento del “Valdivia” que no se ha plegado a los insurrectos, logran apresar y encerrar a Cambiazo y sus secuaces, que se encontraban borrachos”. Nicanor García, uno de los lugartenientes de Cambiazo, afirmó en varias ocasiones que el complot fue liderado por el soldado Luis Villegas y ejecutado por el sargento Prieto. El capitán Brown se erige como líder de la confabulación. Es lógico que difieran los testimonios de los involucrados ya que intentaban mejorar su situación ante la certeza del fusilamiento debido a los crímenes cometidos. Los únicos testigos de aquellos hechos fueron, justamente, sus ejecutores. Lo que si pudo establecerse, por coincidencia entre las diferentes versiones, es que quienes complotaron contra Cambiazo fueron el mencionado sargento Prieto, el capitán Ávalos del ejército de Chile, Charles Brown capitán del Florida con parte de su tripulación, el soldado sublevado Luis Villegas, que había sido ascendido a sargento por Cambiazo luego que se pusiera bajo su mando, el secretario del malogrado gobernador, Santiago Dunn, y los confinados Cataldo y Paives. El abogado e historiador Robustiano Vera, incluye al boticario Martínez, al doctor Hoten, el asistente Farías y a Francisco Pavez. La noche del complot “Durante la noche, Cambiaso y sus oficiales se sentaron alrededor de la mesa en la cabina posterior, ocupados en su ocupación habitual de los juegos de azar (..) A las once, los jugadores comenzaron a levantarse de la mesa, (..) a la medianoche, todo estaba quieto y silencioso a nuestro alrededor”, relata el capitán Brown. La escotilla posterior era vigilada por Dunn y Brown. La delantera por el capitán Ávalos y sus hombres. A la señal de tres campanadas (hora una y media de la madrugada), ingresaron y redujeron luego de corta lucha a Cambiazo, Nicanor García y a Aréstegui. El resto de los complotados corrió al puente para apoyar a los primeros. “El capitán Ávalos y sus hombres recogieron todas las pistolas, alfanjes, pistolas, etc., que se podían encontrar, y los llevaron a la cabina, cargando los mosquetes y las pistolas, mientras yo llamaba a mis hombres a popa y les preguntaba si resistirían en defensa del buque y llevarlo a puerto”, dice Brown. Cuenta Vicuña Mackenna que el soldado Luis Villegas, tomó una pistola y junto a cuatro de sus seguidores gritó desde el puente: “¡Muchachos, viva don Manuel Montt y muera Cambiazo!” Continuó arengando en contra de Cambiazo, detallando sus crímenes y traiciones, mencionando que todos en esa nave serían fusilados por piratas si es que no volvían a Valparaíso y se entregaban a las autoridades. Culminando con un elocuente: “!Viva Montt, viva Villegas, muera Cambiazo!”. Rumbo al Pacífico Ya en posesión del Florida y asegurados los prisioneros, el capitán Brown decide aprovisionarse de agua dulce del río Gallegos (Argentina) y regresar luego a Valparaíso vía Cabo de Hornos. Consideraba de riesgo volver a pasar por Sandy Bay, por lo escaso de su tripulación para defender algún intento de abordaje o sublevación a bordo: “...doscientos dos prisioneros, con unos veintidós hombres para protegerlos y proveerlos y navegar el barco”, expresa su preocupación. Por ese mismo motivo desechó la posibilidad de intentar alcanzar un puerto alternativo al no disponer de grilletes suficientes para asegurar a todos los prisioneros. Arribaron a la desembocadura del río Gallegos al mediodía del día 16. Allí izaron la insignia estadounidense en el Florida, esperando cruzarse con algún navío estadounidense o inglés para pedir ayuda. En la noche del 20 de enero superaron el Cabo de Hornos. Las fuertes tormentas, y dos intentos de alzamiento de los prisioneros, habían agotado a la escasa tripulación leal del Florida. El 13 de febrero, por la tarde, un grupo numeroso de prisioneros sin grilletes apareció en cubierta con algunas armas y objetos. La acción decidida del capitán Ávalos ordenando cargar sus mosquetes y apuntar a cubierta les contuvo. Así estuvieron durante varias horas con las pistolas cargadas, los mosquetes en las manos y espadas desenvainadas, con una reserva de pistolas cargadas sobre la mesa. Los prisioneros por fin retrocedieron y regresaron la bodega. Cuando el último salió de cubierta respiraron aliviados. En la mañana del 14 de febrero de 1852 estaban ya a la vista de Ancud. Al día siguiente el Virago ingresa a Ancud y atraca al lado del “Florida”. Cambiazo, los sublevados y el tesoro robado quedaban a disposición de las autoridades. El 24 de ese mes, los prisioneros fueron trasladados a Valparaíso. El Consejo de Guerra presidido por el capitán de navío Roberto Simpson, confirmó la pena de muerte para Cambiazo y siete conspiradores. El resto fue confinado a presidios como el de Juan Fernández. En la mañana del 4 de abril de 1852, Cambiazo fue ejecutado en las afueras de la cárcel de Valparaíso. La condena indicaba fusilamiento y descuartizamiento. Desde los cerros cercanos unos 20 mil curiosos presenciaron la ejecución. Un presidiario, a cambio de su libertad, se ofreció a realizar el descuartizamiento aunque sin experiencia en la tarea. Dicen que estuvo casi tres horas masacrando el cuerpo con hacha y sierra hasta que le pidieron que abandone la tarea. Walter Raymond Fuentes bibliográficas: Urrutia, Carlos López. Historia de la Marina de Chile. Brown, Charles (Cap.). Insurrection at Magellan. Narrative of the Imprisonment and Escape of Capt. Chas. H. Brown, from the Chilian Convicts. Martinic, Mateo. Punta Arenas en su primer medio siglo: 1848 – 1898. Vicuña, manuel. El bestiario del historiador: las biografías de “monstruos” de Benjamín Vicuña Mackenna y la identidad liberal como un bien en disputa. Vicuña Mackenna, Benjamín. Cambiaso: Relación de los acontecimientos y de los crímenes en Magallanes. (1877). Álvarez Ebner, Miguel. Presencia de los infantes de marina en Magallanes. (Segunda mitad del siglo XIX). Contraalmirante IM (R.) y Miembro de Número de la Academia de Historia Naval y Marítima de Chile. Fuenzalida Bade, Rodrigo. La Armada de Chile, desde la alborada al sesquicentenario – El motín de Cambiazo en Punta Arenas, 1851. Fuenzalida Bade, Rodrigo. La Armada en Magallanes. Desde la toma de posesión hasta el siglo XX. Vera, Robustiano. La colonia de Magallanes y Tierra del Fuego (1843 a 1897). Testimonio escrito del capitán Pedro Ávalos (Cambiaso – B. V. Mackenna). Testimonio escrito del subteniente José del Carmen Díaz (Cambiaso – B. V. Mackenna). Testimonio escrito del comandante Bynon. Testimonio escrito del secretario del gobernador Santiago Dunn.