Subido por Sergio Medina

2. LA LECTURA DEL MITO DE NARCISO DE MARSHALL MCLUHAN DESCRIBE GENIALMENTE LA INFATUACIÓN MODERNA CON LA TECNOLOGÍA DIGITAL

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LA LECTURA DEL MITO DE NARCISO DE MARSHA LL MCLUHAN DESCRIBE GENIALMENTE LA INFATUACIÓN
MODERNA CON LA TECNOLOGÍA DIGITAL
El filósofo y crítico Marshall McLuhan probablemente siga siendo el autor clave para entender los efectos de la
tecnología en la sociedad y en el individuo. Como sugiere Lewis Lapham, quizá la obra de McLuhan sólo se
puede realmente dimensionar a la luz de Facebook, YouTube e Instagram, es decir, 50 años después de sus
"profecías". En su obra más importante, Understanding Media: The Extensions of Man, el profesor de literatura
inglesa dedica un capítulo al narcisismo: "The Gadget Lover: Narcissus as Narcosis". McLuhan rápidamente nos
recuerda que la palabra Narciso se deriva del griego narcosis, que significa "aletargamiento", "estupefacción"
o "entumecimiento". El narcisista es el que está bajo el influjo de un narcótico.
El mito de Narciso, relatado por Ovidio, es la historia de un joven que confunde su reflejo en el agua con el de
otra persona, enamorándose perdidamente de la imagen. Generalmente leemos este mito como una advertencia
del autoinvolucramiento enfermizo, y creemos que Narciso se enamora egoístamente de sí mismo. Pero como
observa McLuhan, en realidad Narciso no se enamora de sí mismo, se enamora de una extensión de sí mismo que
cree que es otro. La diferencia es importante, pues si Narciso hubiera sabido que era él mismo no se habría
enamorado, es la otredad y la exterioridad material lo que ejerce magnetismo. Al final, se da cuenta que su amor
no podrá ser correspondido y se convierte en una flor. "La extensión de sí mismo por el espejo aletargó su
percepción hasta que se convirtió en el servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida". Los esfuerzos
de la ninfa Eco por ganar su amor reproduciendo fragmentos de sus propias palabras fueron vanos, pues "se había
adaptado a la extensión de sí mismo y se había convertido en un sistema cerrado".
Para McLuhan el mito de Narciso no se trata de una mera autoinfatuación, no es la fascinación directa y no
mediada con uno mismo, sino que es la fascinación con la extensión de uno mismo en un material distinto
(exterioridad y no interioridad) y la narcosis perceptual que esto conlleva. El narcisista que describe la psicología
moderna es el que está constantemente obsesionado con su imagen corporal, con cómo lo perciben los demás; el
narcisismo que describe McLuhan es el de la persona que se ve a sí misma en sus extensiones, el individuo que
ama sus gadgets como si reflejaran su propia preciosa imagen. Más aún, es quien, narcóticamente embelesado,
no se da cuenta de que la imagen que persigue es inerte y fatua, que es un espejismo que se hace pasar por algo
vivo y real, y así va sustituyendo lo verdaderamente vivo y real, perdiendo confianza en su propia naturaleza y
depositándola en la extensión. Narciso se convierte en una flor, pero esta flor es una pálida sombra de su esplendor
humano, una flor tóxica, sedante, un mórbido, aunque sublime testimonio de la confusión.
Se ha dicho que nuestra era, la era de las redes sociales -particularmente de Instagram y Facebook- es la era del
narcisismo, pues la gente parece estar obsesionada con su propia imagen virtual, la cual es semificticia, altamente
editada para crear una impresión favorable; y persiguiendo este artificio de la imagen en las vitrinas de las redes
sociales perdemos el tiempo, quedando exangües como Narciso. Pero generalmente esa categoría no nos incluye
a todos, siempre hay algunos que creen ser conscientes del embaucamiento de los mass media y estar por encima
de sus trances. Sin embargo, lo que McLuhan muestra es que nuestra aparente superioridad es otra forma de
narcisismo y en realidad nadie se escapa de esta condición, pues el narcisismo no es cómo usamos la tecnología,
no es el mensaje, es el medio.
McLuhan introduce el concepto de "autoamputación", tomado del trabajo de los médicos Selye y Jonas. Según
McLuhan, invariablemente toda amplificación y extensión es acompañada por una autoamputación que aletarga
o entume cierta función. En términos clínicos, esto puede apreciarse con el trauma o con la sensación de irritación:
en momentos agudos decimos que queremos "salirnos de nuestra piel o de nuestra mente", buscamos proyectarnos
-fuera de nosotros mismos- para escapar el dolor y vivir otra realidad. Bajo una presión irritante, nos desdoblamos
hacia fuera y creamos una extensión; pero este mecanismo necesariamente requiere de una compensación, de una
autoamputación, del entumecimiento de la sensación irritante de la cual hemos escapado. Una nueva tecnología
puede verse como un nuevo órgano proyectado en respuesta a una irritación, con su correspondiente
autoamputación. "Con la tecnología electrónica, el hombre se extendió, o estableció fuera de sí mismo un modelo
vivo del sistema central nervioso". La tecnología sería una forma de protegernos de irritaciones o amenazas
percibidas, desdoblando al exterior nuestra propia naturaleza de manera mecánica, para de alguna manera
blindarnos de la sensación indeseada. Como escribió Max Frisch, la tecnología puede entenderse como "la
habilidad de arreglar el mundo para que no tengamos que experimentarlo". El modelo de la extensión es el de un
analgésico o el de una anestesia local.
Es en este sentido que somos narcisistas, al crear extensiones que nos deslumbran y nos embotan y nos hacen
dejar de experimentar la realidad desnuda, no mediada. McLuhan compara la tecnología con la producción de
ídolos, es decir, de objetos que son animados y venerados, pero que no son la cosa en sí. El culto al gadget es un
nuevo Mammon, el smartphone es el fetiche por excelencia. En el poeta William Blake, que hablo de los "molinos
satánicos" de la industralización hace 300 años, McLuhan encuentra un precursor de sus ideas. Una de las ideas
del poema "Jerusalén" de Blake es que uno se hace como aquello que percibe o que sostiene en su mente. Blake
anticipó la idea de que la fragmentación del proceso de producción mecánico fragmentaba también las facultades
mentales, separando a la razón de la imaginación. Hoy en día, podemos apreciar mejor esto con los sistemas de
notificaciones de los gadgets, que en su constante estímulo fragmentario han creado un problema global de
atención: nuestra mente se vuelve fragmentaria, dispuesta solamente a cortas rachas de atención. Simplemente
esta es la forma en la que está construida la plataforma, no es parte del mensaje: no importa si la interrupción es
un verso de la Metamórfosis, un meme o un anuncio del banco.
McLuhan no era un ludita, no se oponía al uso de la tecnología -en ocasiones incluso se explaya místicamente
sobre las posibilidades sinestésicas retribalizantes de la misma-; sin embargo, sí era seriamente crítico. La
conciencia crítica era, para él, la clave para que podamos utilizar la extensión y amplificación de nuestros sentidos
y facultades sin que el aletargamiento narcótico implícito sea un precio demasiado grande que pagar. Al mismo
tiempo, esta conciencia de la autoamputación es indispensable para poder reorientar la forma en la que adoptamos
las tecnologías y posiblemente reprogramarlas, crear, como ha sugerido Douglas Rushkoff, otro "set and setting",
una diferente configuración para que el Internet no sea un malviaje colectivo. Sin esta autoobservación de los
efectos del medio, corremos el riesgo de convertirnos en las herramientas de nuestras herramientas: "El hombre
se convierte, como si fuere, en los órganos sexuales del mundo de las máquinas". Parafraseando a McLuhan, en
la era electrónica, "la humanidad usa a la computadora como cerebro", pero su propia atención, la energía de su
propio cerebro y la información que genera, está siendo usada por las computadoras para aprender a controlar las
conductas de los seres humanos. Evidentemente, las computadoras no operan solas, están siendo programadas y
diseñadas por humanos, pero justamente por este mecanismo de autoamputación, los humanos no parecen ser
muy conscientes de lo que está en juego al "enamorarse" de las computadoras en las que ven la extensión de su
cerebro. La descripción que hace el informático Jaron Lanier de nuestra relación con los algoritmos tiene algo de
la confusa espectralidad del mito de Narciso:
El algoritmo está tratando de captar los parámetros perfectos para manipular el cerebro, mientras que el
cerebro, para hallar un significado más profundo, está cambiando en respuesta a los experimentos del
algoritmo... Ya que el estímulo no significa nada para el algoritmo, pues es genuinamente aleatorio, el
cerebro no está respondiendo a algo real, sino a una ficción. El proceso -de engancharse en un elusivo
espejismo- es una adicción.
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