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CEREBRO Y DISLEXIA ok (1)

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Ciencias Psicológicas 2009; III (2): 225 - 240
© Prensa Médica Latinoamericana 2009 - ISSN 1688-4094
CEREBRO Y DISLEXIA: UNA REVISIÓN
BRAIN AND DYSLEXIA: A REVISION
Sergio Dansilio
Universidad Católica del Uruguay, Uruguay
Resumen: No hay un área genéticamente predeterminada para la escritura, la alfabetización impacta
sobre regiones cerebrales preadaptadas para otras funciones cognitivas. Las dislexias, que poseen una
base genética bien documentada, están condicionadas por anomalías madurativas de la corteza en las
regiones necesarias para obtener un adecuado emparejamiento entre representaciones ortográficas y
representaciones fonológicas. Habría un circuito hemisférico izquierdo posterior con un componente
ventral occípito-temporal vinculado a la discriminación visual rápida de ortógrafos, y un componente
dorsal témporo-parietal donde se implementa el emparejamiento más laborioso entre representaciones
fonológicas (léxicas y subléxicas) y ortográficas (grafémicas y ortográficas). La alteración en estos
circuitos posteriores es específica de la dislexia. El circuito anterior, centrado por la circunvolución
frontal inferior izquierda, está asociado al esfuerzo lector, cuando requiere de la recodificación fonoarticulatoria. Se han hallado además perturbaciones a nivel magnocelular (dificultades en la discriminación
de secuencias temporales rápidas visuales y auditivas), y cerebeloso (capacidad de asociación rápida, de
aprendizaje procedural de asociaciones). Sin embargo, constituyen hasta ahora fenómenos inconstantes y
de insegura interpretación. Para una adecuada comprensión de los casos con dislexia, sin embargo, debe
considerarse la serie de co-morbilidades que con frecuencia se encuentra y que constituyen indicadores
de un toque encefálico más extenso.
Palabras clave: dislexia, gyrus angularis, gyrus fusiforme, cerebelo, procesamiento fonológico.
Abstract: There is no genetically determined brain area for writing, alphabetization affects brain regions preadapted for other cognitive functions. Dyslexias, with a well documented genetic basis, are
conditioned by cortical developmental anomalies in regions assigned to phonological and orthographic
representational matching. There would be a posterior left hemispheric circuit with a ventral component
linked to rapid orthographic visual discrimination, and a temporo-parietal dorsal one involved in the more
effortful orthography-to-phonology matching between lexical and sublexical representations. Disorders
in these posterior circuits are specific to dyslexia. The anterior circuit, centered by the inferior left frontal
gyrus, is associated to the reading effort, when it requires phono-articulatory recoding. Disorders in other
brain areas have been found. Magnocellular disturbs (rapid visual and auditive sequential discrimination)
and cerebellar dysfunction (rapid association capacities, procedural learning) also have been described,
although they are an inconstant phenomena and barely interpreted. For an adequate interpretation of
multiple dyslexia cases, it must be considered the serie of co-morbidities that are frequently found, and
usually are indicators of a more extended brain disorder.
Keywords: dyslexia, gyrus angularis, gyrus fusiforme, cerebellum, phonological processing
INTRODUCCIÓN
Hace ya prácticamente setenta años (en
1931), Vygotski destacó que el cerebro humano es el cerebro de un ser social (1995).
Actualmente, y dado el avance del conocimiento
sobre el sistema nervioso central, podemos ir
más lejos y afirmar que el cerebro es un órgano
social.
Separados en la ontogénesis, el desarrollo
biológico y el cultural de la conducta terminan
acoplándose. A lo largo de la evolución histórica
y cultural de los seres humanos, y donde lo que
el psicólogo ruso caracterizaba como “órganos
artificiales”, las herramientas, constituyen un
mojón fundamental, el desarrollo de las funciones psíquicas superiores se produce sin que
haya modificaciones biológicas.
Correspondencia: Sergio Dansilio. Departamento de Ciencias Cognitivas y de la Salud. Facultad de Psicología. Universidad
Católica del Uruguay. Correo electrónico: [email protected]
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Ciencias Psicológicas 2009; III (2)
Más recientemente, y de manera congruente con estas ideas, Bradshaw subraya que,
mientras el cerebro estaba ya diferenciado en
el sentido del Homo sapiens sapiens hace por
lo menos 200.000 años, la llamada “explosión
del neolítico”1 se constata hace apenas 30.000
años de manera generalizada (1997). Si a todo
esto se agrega de que la escritura, como código
de representación gráfica del lenguaje comienza
a surgir recién hace 3.000 años con la escritura
cuneiforme de la lengua sumeria Uruk (Calvet,
2001), puede asegurarse que el cerebro ha
constituido una condición necesaria aunque
no suficiente para la emergencia de complejos
dominios cognitivos.
De acuerdo a Varney, habilidades ancestrales de la especie tales como la comprensión de
gestos y el seguimiento de huellas animales se
encontrarían en las bases neurales de la escritura (2002). El área que se asociará al sistema de
la forma visual de la palabra (Cohen & Dehaene,
2004), proviene de una preadaptación de redes
cerebrales que se especializan para reconocer
colores, objetos, herramientas y caras, y que se
diferenciará (cultura mediante) para reconocer
letras y ortógrafos. Como ya lo ha demostrado
Castro-Caldas et al con estudios de Resonancia
Magnética Funcional en analfabetos (1998), la
adquisición del código escrito, y en general la
escolarización literalmente cambia al cerebro.
No hay un área específica entonces destinada
a la escritura, por lo cual ésta impactará en
zonas donde se implementan otras acciones y
tratamientos simbólicos como la comprensión
de gestos, signos gráficos, composiciones visuoconstructivas y práxicas (Ardila, 2004).
En nuestro trabajo de revisión, partimos de
la tesis de que, en la causalidad de los trastornos del código escrito, existen perturbaciones
madurativas en las redes neuronales necesarias
para dominar las representaciones ortográficas,
o más precisamente la integración entre las
representaciones fonológicas y las ortográficas
(Galaburda & Cestnik, 2003; Démonet, Taylor &
Chaix, 2004; Shaywitz & Shaywitz, 2005).
Definimos la dislexia como un trastorno
específico en el aprendizaje del código escrito,
cuando no responde a un déficit intelectual
global, a factores psicopedagógicos, socioculturales, o sensoriales, configurando un trastorno
que resulta persistente y que tiene bases neurobiológicas y genéticas afectando entre un 5
a un 17.5 % de la población (Habib, 2000; Démonet, Taylor & Chaix, 2004). Trataremos aquí
fundamentalmente de analizar las relaciones
entre código escrito y cerebro. Debe hacerse,
sin embargo, una aclaración: no se excluye la
necesidad de realizar una línea explicativa de
naturaleza cognitiva, sino que al contrario, se
considera que dicho abordaje teórico y empírico, contribuye a un mejor conocimiento de los
niveles neurobiológicos implicados. Las perturbaciones madurativas (sean alteraciones en la
organización de las capas corticales, sobreabundancia sináptica, ectopías, reducción del
tejido funcionalmente activo), posiblemente de
naturaleza etiológica (en este sentido causales),
no se presume tampoco que residan en el propio nivel de la decodificación visuo-ortográfica
aunque terminen afectándolo, sino que pueden
remitirse a las conexiones con las redes que
permiten la adecuada discriminación fonémica.
Finalmente, si se toma en cuenta la participación del nivel neurobiológico en la causalidad
de los trastornos específicos en el desarrollo
del código escrito, debe analizarse también la
participación de factores genéticos, en tanto
el desarrollo de las dimensiones estructurales
generales del cerebro está vinculado a dicha
información. Las perturbaciones a nivel de la
decodificación fonológica estarían pues en la
base causal de los trastornos en la adquisición
del código escrito, pero esta línea explicativa
comprensiva y que respeta la parsimonia de
la explicación, responde sólo parcialmente y
con mucha cautela a la otra pregunta: dónde
reside la etiopatogenia de la dislexia, o cuál es
el camino que va de los genes al desarrollo cerebral y de aquí al comportamiento. El dominio
del código escrito pone en juego la interacción
entre el cerebro y la cultura.
GENES Y DISLEXIA
1 Este concepto hace referencia a la aparición de instrumentos para actuar a distancia, uso de redes, trampas,
establecimiento de hogares, áreas diferenciadas para la
vivienda, para dormir, vestimenta sofisticada, preparación
del alimento, arte rupestre y artesanía en piedra (componente decorativo).
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El hecho de que el dominio del código escrito como tal constituya un fenómeno cultural y
psicológico, no excluye que las facultades necesarias –aunque no suficientes – para adquirirlo,
estén condicionadas genéticamente.
Cerebro y Dislexia: Revisión
Según fue dicho en una sección previa,
la lectura, en cuanto a su sustrato cerebral,
requiere de redes preadaptadas para discriminar estímulos visuoperceptivos complejos,
efectuar asociaciones multimodales, y estar
íntimamente conectadas con, mismo incluidas
en, las áreas del lenguaje. Mediante estudios
de correlación entre genética y comportamiento así como en genética molecular de DNA
realizados en gemelos, se ha encontrado una
significativa relación entre variaciones genéticas y habilidad lectora así como con facultades cognitivas (psicolingüísticas) asociadas
(Pennington & Olson, 2005; Olson, 2007).
Actualmente, el Human Gene Nomenclature
Committee, de acuerdo a Williams y D’Onovan
(2006), ha designado nueve loci en relación
a la dislexia, comprendidos desde el DYX1 al
DYX9. Múltiples genes se asocian entonces
a una susceptibilidad para presentar dislexia
con alto grado de consistencia, implicando
los cromosomas 1p, 2p, 6p, 15p, y 18p, y con
evidencia menos fuerte los 6q, 3p, 11p, y Xq.
Estos estudios suelen tomar medidas globales
de lectura y codificación ortográfica, así como
también pruebas de discriminación fonológica,
codificación fonológica, y denominación rápida
(McGrath, Smith, & Pennington, 2006; Williams
& D’Onovan, 2007). No es posible aún determinar la causalidad entre los distintos genes, sus
eventuales mutaciones y el fenotipo, así como
tampoco la interacción gen-gen y gen-ambiente
involucrada para condicionar alteraciones en la
maduración cerebral y luego los trastornos de
la lectura. Para McGrath et al, se trata de una
condición multifactorial donde las variantes
causales están aún por descubrirse, aunque es
conocido que el mecanismo patogénico transcurre por la dirección de procesos madurativos
cerebrales tales como la migración neuronal y
la guía axonal (McGrath, Smith, & Pennington,
2006; Williams & D’Onovan, 2007).
Es necesario pues, determinar si los genes
y sus mutaciones asociadas a la dislexia están
vinculados a la migración neuronal, es decir, al
largo recorrido que deben realizar las neuronas
(miles de veces su tamaño), desde la zona
central originaria hasta el manto cortical en
el lugar justo. Galaburda ha planteado una
hipótesis de trabajo en la cual se vinculan
genes específicos, mutaciones determinadas
y perturbaciones en la migración neuronal
focal en zonas del lenguaje con los posteriores
trastornos de la fonología y de la adquisición del
código escrito (2005). Para Galaburda el primer
paso en la cadena causal fisiopatológica a partir
de la mutación genética y las perturbaciones
de la migración, consistiría en la generación de
disturbios en el procesamiento temporal auditivo.
Estas alteraciones primarias condicionan de
manera definitiva la dificultad en la fonología,
aunque aquellas puedan luego compensarse.
Estudios de linkage y de asociación regional
genética, confirman la identificación de las 8 regiones de interés en el genoma humano en relación a la dislexia, de acuerdo a un meta-análisis
de 11 centros de investigación con diferentes
muestras realizado por Grigorenko (2005), regiones incluidas en las nueve señaladas más
arriba. En el meta-análisis se incluyen grupos
culturales con escrituras transparentes como
Italia y Alemania, y opacas como en diversos
centros de USA, aunque no aparecen estudios
en escrituras logográficas. Para Grigorenko las
dificultades centrales que condicionan la dislexia
en su vínculo con la información genética y el
cerebro dependen de la discriminación fonológica (escrituras opacas), y la automatización de
la extracción léxica (escrituras transparentes),
dominios que no necesariamente se superponen desde el punto de vista funcional (2001).
Sosteniendo un modelo conexionista de
lectura, propone que las perturbaciones nucleares que causan un trastorno específico en el
dominio del código escrito son biológicamente
universales (en lo genético y en lo cerebral),
aunque luego el fenotipo adquiera diferentes
presentaciones al interactuar con factores del
ambiente (entre ellos el sistema de escritura, la
exposición al código, etc.). Un modelo modular,
de doble ruta, exigiría al menos que se correlacionara cada módulo y cada ruta de lectura
con vertientes genéticas diferenciadas. Bates et
al, sin embargo, han encontrado en un estudio
de 1382 gemelos monocigóticos y dicigóticos
(no disléxicos), que la influencia de factores
genéticos es diferente entre la adquisición
de palabras almacenadas en un lexicon y la
adquisición de las reglas de correspondencia
grafema-a-fonema, por lo cual defienden que
la relación genes-dislexia se condice mejor
con un modelo simbólico de doble ruta (2007).
Que se enfoque la dislexia desde una perspectiva genética –con sus implicancias clínicas diagnósticas y etiopatogénicas–, o desde
una perspectiva cognitiva, no necesariamente
termina en una identidad conceptual acerca
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Ciencias Psicológicas 2009; III (2)
del propio trastorno y la tipificación del mismo.
Además, es necesario analizar el vínculo con
las co-morbilidades cognitivas y afectivas para
alcanzar un adecuado conocimiento de las
relaciones entre genética, cerebro y lectura.
Finalmente, es necesario destacar que dicho
conocimiento, posee una importancia no solamente teórica sino práctica, es decir, para el
diagnóstico y el tratamiento (imaginemos lo que
representaría para la prevención y el tratamiento
lograr identificar los genes que se vinculan a
perturbaciones del aprendizaje y del desarrollo
afectivo).
SIMETRÍA Y ASIMETRÍA EN LAS
ÁREAS DEL LENGUAJE
Hace ya tiempo, una serie de tres artículos
de Geschwind y Galaburda, donde se defiende
la llamada tesis “Geschwind-Galaburda-Behan”,
vinculó lateralización hemisférica, alteraciones
del sistema inmune y acción de la testosterona a trastornos del aprendizaje, entre ellos la
dislexia (Geschwind & Galaburda, 1985). De
manera no detallada lo suficiente, las perturbaciones podían responder a factores genéticos y actuaban sobre el primer trimestre del
desarrollo prenatal. Sin embargo, en estudios
posteriores, no pudieron ser demostradas dichas asociaciones, salvo cierta relación entre
testosterona y zurdería (Tønnessen, Løkken,
Høien, Lundberg, 1993; Bryden, Mcmanus &
Bulmanfleming, 1994; Tønnessen, 1997). Así
el modelo de diferenciación hemisférica y de
patologías causantes de trastornos del aprendizaje “Geschwind-Galaburda-Behan” ha perdido
validez. Se mantiene sin embargo la hipótesis
de que los trastornos en la adquisición del
código escrito se corresponden con disturbios
en la organización y estructura del neocortex.
La consideración de las alteraciones en otras
estructuras más allá de la corteza (cerebelo, núcleo magnocelular) se realizará en otra sección
del presente artículo.
En el cerebro de los disléxicos se ha encontrado que las áreas corticales relacionadas
con el lenguaje muestran diferencias significativas en la organización de la conectividad
intracortical y en la estructura de la capa III de
las células piramidales (Hustler & Gazzaniga,
1995). Han sido descritas alteraciones corticales de los procesos de maduración, migración
neuronal y organización laminar tales como
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ectopías, displasias y placas fibromielínicas
(Galaburda, 1993). Habiendo examinado en
su equipo 11 cerebros de disléxicos, Galaburda
destaca como malformaciones frecuentes las
microdisgenesias (nidos ectópicos de neuronas,
generalmente acompañados de alternaciones
en las capas subyacentes), microgiria (aumento
local de las invaginaciones, capas moleculares
fusionadas, reducción de la estratificación), y
malformaciones vasculares variadas, ubicadas en las áreas anteriores y posteriores del
lenguaje aunque no en todos los casos con
esta topografía (1993). Aunque no se descarta
la causalidad genética, estas malformaciones,
de acuerdo al autor, podrían estar asociadas a
lesiones vasculares prenatales de naturaleza
isquémica, pero también a exposición a tóxicos,
traumatismos y hasta infecciones. Dentro de las
más recientementes clasificaciones, las malformaciones de tipo II, debidas a una anormal migración neuronal, tienen una etiopatogenia aún
desconocida (Barkovich et al, 2005). En cambio
las malformaciones debidas a perturbaciones en
la migración neuronal y la organización cortical
(tipo III), las cuales están vinculadas a la extensión neurítica, la sinaptogénesis y la maduración
neuronal, son mejores conocidas y responden
a factores genéticos (Barkovich et al, 2005). En
todos los casos, representan alguna forma de
daño cerebral que ocurriría entre las 16 y las 24
semanas de gestación (Galaburda, 2005). Sin
embargo, hoy día, el factor genético en la base
neurobiológica de la dislexia ha encontrado un
fuerte respaldo tal cual se mencionó en sección
previa. En la revisión de Lambe las anomalías
corticales varían en su distribución de acuerdo
al sexo, siendo más marcadas en la región perisilviana izquierda, y corteza frontal inferior en los
hombres, y más bilaterales en las mujeres con
una característica presencia de placas fibromielínicas en la corteza orbito-frontal (1993). Más
recientemente Casanova et al han mostrado
anomalías minicolumnares en el cerebro de un
paciente disléxico, particularmente un aumento
en el tamaño de las mismas, alteraciones que
no están confinadas a un hemisferio o al área
BA 22 (2002). Alteraciones minicolumnares (que
perturban la conectividad cortical mediante un
desbalance excitación-inhibición), han sido descritas en el Sindrome de Down y en el Autismo,
aunque con otras características de acuerdo a
los autores mencionados. El significado funcional de estos hallazgos es difícil de determinar, y
la realización de estudios anátomo-patológicos
Cerebro y Dislexia: Revisión
en este campo de la Neuropsicología es actualmente excepcional lo cual limita el conocimiento.
Puede observarse de que los trabajos alcanzan
apenas los años noventa, aunque el adecuado
conocimiento anátomo-patológico constituye
un paso fundamental en la comprensión de la
etiopatogenia neurobiológica de la dislexia.
La hipótesis de que en los cerebros de
los disléxicos pueden existir anomalías en la
asimetría de las áreas del lenguaje data de los
años sesenta y setenta, donde Geschwind y
Galaburda han constituido los investigadores
clave (Geschwind & Levitsky, 1968; Galaburda
et al, 1985; Galaburda, 1993). La asimetría del
planum temporal (PT) a expensas del hemisferio
izquierdo se pierde o inclusive se invierte en los
cerebros de los disléxicos que han explorado
estos autores, hallazgo primero de estudios
autópsicos y luego de tomografía computada de
cráneo (Galaburda, 1993). Aunque el significado
funcional no puede determinarse, la relación de
dichas regiones con el procesamiento de los niveles estructurales del lenguaje (fonología léxica y subléxica, fundamentalmente) empieza a
ser vindicada con relación a las perturbaciones
en la adquisición del código escrito. El PT, que
abarca el área de Brodman (BA) 22, comprende
a la corteza de asociación auditiva, y la parte superior del área de Wernicke (Foundas, Leonard
& Heilman, 1995; Knaus et al, 2006), se ubica
caudalmente con respecto al gyrus de Heschl
y está limitado por el tramo final de la cisura de
Silvio (Schultz et al, 1994). El área temporal
auditiva (TA 1), que incluye parte del PT y el
gyrus temporal póstero-superior sería también
mayor a izquierda en cerebros de personas no
disléxicas, inclusive en análisis microscópicos,
y han estado también incluidos en los hallazgos
de los cambios en patrones de simetrías. (Galaburda, 1993; Knaus et al, 2006).
Estudiando 19 estudiantes disléxicos de 15
años de edad, Larsen et al observaron un 70 %
de casos con simetría del PT, contra 30 % de
los sujetos control, y en particular con un déficit
en la decodificación fonológica (1990). También
en cerebros de disléxicos (9 casos), Leonard et
al mediante técnicas morfométricas, encuentran
que se mantiene la asimetría izquierda del PT
si se toma solamente el segmento temporal
(segmento que correlaciona con las habilidades psicolingüísticas), pero que se pierde o
se revierte a expensas del segmento parietal
como consecuencia de un aumento en el tejido
neuronal derecho (Leonard, Voeller, Lomardino,
et al, 1993). Los sujetos con dislexia también
presentan anomalías tales como circunvoluciones duplicadas o ausentes de manera bilateral
en el PT y el opérculo parietal, posiblemente
vinculadas a perturbaciones en la migración
neuronal por causas genéticas o del desarrollo. Comparando lectores normales, casos de
retraso lector simple y disléxicos, Dalby, Ebron
y Stodkilde-Jorgensen, replican en gran parte
los estudios previos, y obtienen que 72 % de los
lectores normales y 24 casos de retraso lector
presentaban áreas temporales y subcorticales
izquierdas (sobre la ínsula) mayores que las
controlaterales, mientras que los disléxicos (17
casos), presentaban un patrón simétrico o de
asimetría a expensas del hemisferio derecho
en un 83 % de los casos (1998). La pérdida del
patrón de asimetría izquierda en los disléxicos
se acompaña de una degradación en la capacidad de discriminación fonémica. En el trabajo de
Dalby, Ebron y Stodkilde-Jorgensen, se consideran los factores de preferencia manual (todos
diestros) y sexo (masculino para su casuística),
factores que pueden incidir en la diferenciación
hemisférica (Foundas, Leonard & Heilman,
1995), pero de manera interesante se informa
una diferencia destacable a nivel cerebral entre
pobreza lectora y dislexia. Schultz, Cho, Staib,
et al, sin embargo, han documentado que, si se
consideran parámetros tales como edad, sexo,
preferencia manual y tamaño cerebral global,
no habría diferencias en el patrón de asimetría
entre cerebros de disléxicos (17) y lectores
normales (1994).
La superficie infrasilviana caudal, o “planum
plus”, incluye al PT y al planum parietal (superficie del gyrus supramarginal sobre el labio
inferior de la cisura silviana posterior y ascendente), podría considerarse como una región
más abarcadora de la corteza de asociación
auditiva asociada al lenguaje. Esta área ha
sido informada más extensa en el cerebro de
disléxicos y de manera simétrica, controlando
edad y sexo (masculino) (Green, Hutsler, Loftus,
et al., 1999). El aumento de tamaño podría corresponder según Green, Hutsler, Loftus, et al,
a un crecimiento más exuberante del neuropilo,
la adición de columnas corticales, o una menor
intensidad de los fenómenos involutivos normales en el curso de la corticogénesis (1999).
En el mismo trabajo los autores sugieren que
los hallazgos no serían epifenómenos de la
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Ciencias Psicológicas 2009; III (2)
dificultad lectora. Dos planteos más de Green,
Hutsler, Loftus, et al son destacables. Dado el
hallazgo en diversas investigaciones de perturbaciones en los cuatro lóbulos cerebrales y en el
cuerpo geniculado, sería adecuado pensar en
un trastorno amplio en los procesos de maduración cerebral que condicionarían la dificultad
lectora. Por otra parte, es necesario reparar en
el hecho de que los disturbios psicolingüísticas
estén vinculados a anomalías microscópicas de
las áreas del lenguaje, que en última instancia
pueden o no estar en la base de los patrones
macroscópicos que obtienen los estudios imagenológicos.
Continúa existiendo un considerable acuerdo de que, en casos sin trastornos del lenguaje
oral o escrito, las personas diestras muestran
una asimetría del PT a expensas del hemisferio izquierdo, mientras que los zurdos poseen
una mayor incidencia de simetría y asimetría
a expensas del hemisferio derecho ya a partir
de los cuatro años de edad por lo menos (Vadlamudi, Hatton, Buth, et al, 2006). Foundas,
Leonard y Hanna-Plady observaron, utilizando
morfometría basada en RMN, que la asimetría
izquierda del PT se encontraba en un 72 % de
67 adultos sanos, observando una asimetría a
expensas del hemisferio derecho en el surco
silviano posterior ascendente en un 64 % y en
ambos casos con efecto significativo de preferencia manual (derecha). La asimetría derecha
del surco silviano posterior ascendente derecho
predice la preferencia manual, y la asimetría
izquierda del PT difiere según el sexo, elementos diferenciales que estarían regulados por el
desarrollo y constituirían un sustrato crítico en la
maduración del lenguaje (2002). La asociación
entre ambos patrones asimétricos se da en un
57 % de los casos. Los disturbios en el desarrollo del lenguaje oral o escrito estarían asociados
a cambios en estos patrones de simetría. El PT
izquierdo es también de mayor tamaño que el
homólogo derecho en el 70.8 % de la casuística
de Knaus et al, sin efecto de sexo, y sin notorio
efecto de preferencia manual (2006).
Menos frecuentemente hay una asimetría
de la pars triangularis (parte del área de Broca), que sería también mayor a izquierda y,
tomando diferentes regiones asociadas a las
áreas del lenguaje (gyrus de Heschl, opérculo
rolándico), no existe un patrón característico
significativamente predominante de asimetríassimetrías.
230
Según Kanus et al, una anatomía atípica en
una región definida no sería patognomónica de
un trastorno específico del desarrollo (2006).
Es una combinación de anomalías dentro de
los circuitos neurales donde se implementan
funciones motoras-articulatorias verbales, del
habla y del lenguaje, que constituirían la condición necesaria para la existencia de trastornos
específicos del lenguaje oral y escrito.
No está acabadamente demostrada para
Vadlamudi, Hatton y Buth la relación entre la
asimetría de las áreas témporo-parietales con
el sexo y la preferencia manual, e inclusive con
el lenguaje (2006). En efecto, mientras que la
lateralización del lenguaje a izquierda se observa en más del 95 % de los seres humanos, la
asimetría izquierda del PT va de 65 a 83 %.
En un meta-análisis realizado por Sommer,
Aleman, Somers et al, (43 estudios incluidos),
no hay efecto de sexo en la asimetría del PT,
aunque tampoco en la lateralización temporal
izquierda con pruebas de escucha dicótica, ni en
la lateralización del lenguaje (2008). Los hombres son zurdos con mayor frecuencia, aunque
ello no incide en la incidencia de la lateralización del PT y del lenguaje. Este meta-análisis
confirma la alta predominancia de la asimetría
a expensas hemisférica izquierda del PT ya sea
que se mida superficie o volumen.
En términos generales, la pérdida o reversión de la asimetría izquierda en las áreas
vinculadas al lenguaje puede observarse de
manera característica en el cerebro de los disléxicos, aunque no es patognomónica, pudiendo
además influir factores tales como el sexo y la
preferencia manual, no así la edad o el volumen
global del encéfalo. Estas anomalías estarían
vinculadas posiblemente a la diferenciación de
las capacidades de discriminación y operación
fonológicas.
ASPECTOS FUNCIONALES
El advenimiento de la imagenología funcional (primero el Tomógrafo por Emisión de
Positrones TEP, luego la Resonancia Magnética Funcional RMf), pero también el perfeccionamiento de tecnologías neurofisiológicas
(Magnetoencefalografía, Potenciales Evocados
vinculados a Eventos PEV), proporcionaron
recursos formidables para comprender la
dinámica de las redes neuronales donde se
implementan los procesos lectores y por tanto
Cerebro y Dislexia: Revisión
los posibles eslabones “disfuncionantes” en las
dislexias.
No debe perderse de vista que la imagenología funcional es esencialmente correlacional,
y por tanto no brinda información de naturaleza
causal. También es necesario tener presente
sus limitaciones (cuestionamientos al método
de sustracción, variabilidad en las técnicas, arbitrariedad relativa en la selección de la llamada
“región de interés”, diferencias entre sujetos,
etc., lo cual no constituye motivo de este trabajo). Una serie de trabajos realizados mayormente desde la mitad de los 90# que muestran
hallazgos consistentes, permiten, en el estado
actual de las cosas, constatar algunos hechos.
Las pruebas de activación empleadas van, en
términos generales, de la lectura de palabras
vs pseudopalabras a pruebas de discriminación
y memoria fonológica, así como discriminación
perceptiva de patrones visuales complejos, basándose en los modelos más extendidamente
aceptados en las dislexias (Snowling, 2000).
La primera etapa en el reconocimiento de
una palabra escrita se realizaría por la mediación de una región ubicada en la vía visual
ventral, más específicamente el gyrus fusiforme (BA 37), donde Cohen et al han referido lo
que llaman el sistema de la forma visual de la
palabra (Cohen et al, 2000; Cohen et al, 2002;
McCandliss, Cohen & Dehane, 2003; Cohen &
Dehaene, 2004) (ver figura 1).
Este nivel de procesamiento cognitivo se
extrae del modelo de Shallice y Warrington
(1980), donde en la forma visual de la palabra se
mezcla el reconocimiento de letras y grafemas
y el ortograma como un todo, fusionándose así
las representaciones léxicas ortográficas y el
analizador grafémico de los modelos habituales
de doble ruta. De ahí la información pasa al sistema semántico o al sistema de la forma verbal
de la palabra, nuevamente, una amalgama mal
definida de niveles léxicos y subléxicos.
El sistema de la forma visual de la palabra se
ubica en el gyrus fusiforme de manera bilateral,
y desde ahí requieren conectarse con las áreas
del lenguaje lateralizadas a izquierda. El gyrus
fusiforme, circunvolución de unión occípitotemporal en su parte póstero-inferior, se activa
de manera diferencial ante estímulos alfabéticos
contra posiciones de ajedrez, por ejemplo (Cohen et al, 2002; Cohen & Dehaene, 2004).
Es menor la activación si se presenta una
cadena de consonantes, no habiendo diferencias en palabras y pseudopalabras, los autores
piensan que corresponde al estatuto léxico
que aún poseen las pseudopalabras (pueden
buscarse o parecerse a).
La activación es notoriamente menor si en
vez de palabras o pseudopalabras, se presentan cadenas de consonantes, posiblemente
por el mayor vínculo lexical de aquellas según
los autores.
Figura 1. Áreas corticales activas durante la lectura y funciones a las que están
asociadas. Visión esquemática basada en: Pugh et al, 2000; Pugh et al, 2001; Paulesu et al, 2001; y Shaywitz & Shaywitz, 2005. Comentarios en el texto.
231
Ciencias Psicológicas 2009; III (2)
El área de la forma visual de palabra también está hipoactivada en disléxicos adultos,
en comparación con lectores hábiles (Candliss,
Cohen & Dehaene, 2003; Cohen et al, 2003), y
su actividad deficitaria podría vincularse a lo que
en el viejo modelo clínico de Boder se conocía
como “dislexia diseidética”, tipificación que se
ha asimilado más recientemente a la dislexia
de superficie (Ellis, 1993).
Una serie de áreas cerebrales se activan en
el TEP y la RMf durante la lectura de palabras,
desde la corteza occipital y occípito-temporal
izquierda como ya fue considerado (circunvoluciones fusiforme y lingual, cerca de las
áreas BA 18 y 37), el opérculo frontal izquierdo
(próximas a las regiones BAs 44, 45 y la ínsula
anterior), hasta activaciones bilaterales en la
corteza cerebelosa, la corteza motora primaria,
la corteza temporal media y superior (cerca
de BA 22, área de Wernicke a izquierda), y
regiones en el área motora suplementaria y el
cortex cingulado (Fiez & Petersen, 1998). Pero
más allá de la localización, las correlaciones
imágenes-comportamiento pueden contribuir
a entender cómo se produce la lectura. Con
respecto al fraccionamiento y significado funcional, Fiez y Petersen señalan como posible
que una o más regiones de las circunvoluciones
temporales superior y media sean necesarias
para lograr las representaciones acústico/fonológicas empleadas en la lectura silente, con BA
22 particularmente asociada al análisis fonológico (1998). Mientras que algunas áreas (como
la corteza frontal izquierda), se muestran más
activas durante la lectura de palabras de baja
frecuencia y de correspondencia ortogramafonología inconsistente, no hay diferencias en
áreas posteriores como el gyrus fusiforme, y
BA 22.
La evidencia tiende a demostrar entonces la
existencia de regiones diferenciadas que realizan procesamientos específicos hacia el interior
de la lectura, aún para el tratamiento de información fonológica. Shaywytz et al no encuentran
diferencias sustanciales en comparación con
el estudio previamente mencionado, en términos de áreas activadas durante la lectura de
palabras (1998). Pero, interesante, hayan que
durante la lectura de palabras y pseudopalabras
aumenta la activación en las áreas de Wernicke,
el gyrus angularis (BA 39) y la corteza estriada
(BA 17) cuando cambia de una mayor demanda
ortográfica a una mayor demanda fonológica,
patrón que no muestran los casos de dislexia.
232
El área anterior BA 37 también acompasa esta
diferencia, habiendo una mayor activación a
derecha en los disléxicos.
Tres hechos han sido constatados en el estudio de imagenología funcional y morfometría
en las dislexias (Hoeft et al, 2006):
(i) La hipoactivación posterior izquierda durante la lectura de palabras y pseudopalabras
en la dyslexia (parieto-temporal o del lóbulo
parietal inferior, y occípito-temporal o de los
gyrus lingual y fusiforme) está relacionada con
la propia dislexia más que con la capacidad para
la lectura. En estos circuitos posteriores (ventral
y dorsal), sería donde reside el núcleo deficitario
definitorio del trastorno en la adquisición del
código escrito.
(ii) La hiperactivación frontal izquierda en la
dislexia está relacionada con la habilidad lectora
más que con la propia dislexia. La circunvolución frontal inferior, frontal media, caudado
izquierdo y tálamo derecho para el test de rima,
por ejemplo, muestran un descenso con la edad
en lectores normales, no así en los disléxicos.
La hiperactivación frontal reflejaría pues un
mecanismo de compensación mediante recodificación articulatoria.
(iii) Las diferencias morfológicas encontradas
en estudios de volumetría están relacionadas
con las áreas de hipoactivación (Eckert et al,
2005; Vickenbosch, Robinchon & Eliez, 2005;
Phinney et al, 2007). La misma región del lóbulo
parietal inferior que muestra una hipoactivación
funcional en la dislexia, también muestra una
reducción en el volumen de sustancia gris ya
sea en comparación con controles emparejados por edad o nivel lector. Estos hallazgos
tenderían a establecer una relación estructurafunción en las bases cerebrales de la dislexia.
Las áreas homólogas hemisféricas derechas
aparecen más activadas que en los cerebros de
los lectores normales, por recursos alternativos
o compensación.
El desarrollo típico entre las edades 7 a 16
años en las habilidades fonológicas, se caracteriza por un decremento en la activación de la
circunvolución frontal izquierda, y un incremento
en la activación del lóbulo parietal inferior (Hoeft
et al, 2006). Es este salto evolutivo anterior-posterior, el que no ocurre en los niños disléxicos.
El lóbulo parietal inferior es la única región que
presenta tanto disturbios funcionales como estructurales. Estas regiones parieto-temporales
y del lóbulo parietal inferior están vinculadas al
Cerebro y Dislexia: Revisión
almacenamiento de las representaciones fonológicas cuando procesa los sonidos del lenguaje
hablado, y en el mapeo de la ortografía a la
estructura fonológica del lenguaje (Vigenau et
al, 2006; Jobard et al, 2007). Su hipoactivación
persiste en disléxicos comparados con controles
de igual nivel lector, aunque la hiperactivación
frontal, talámica y caudada, persiste en controles que tienen edades menores, siendo así
que la actividad de las áreas anteriores refleja
el esfuerzo lector normal ante las dificultades
del aprendizaje o de un disturbio madurativo
(Hoeft et al, 2006).
Pugh et al han propuesto un modelo neurobiológico y neurocognitivo para dar cuenta del
desarrollo lector normal y de las dislexias (Pugh
et al, 2000; Pugh et al, 2001), en concordancia
con las teorías más aceptadas actualmente
(Snowling, 2000; Galaburda & Cestnik, 2005;
Shaywitz & Shaywitz, 2005). Amerita, por su
influencia y contenido empírico, detenerse en
dicho modelo. La lectura hábil está vinculada
al desarrollo un complejo sistema cortical altamente diferenciado que integra características
ortográficas, fonológicas y léxico-semánticas de
las palabras, y se ubica en las zonas posteriores y externas del hemisferio izquierdo. Es así
que Pugh et al reconocen dos circuitos de esta
región posterior:
(i) Un circuito dorsal, témporo-parietal que
involucra al gyrus angularis, el gyrus supramarginal y el área de Wernicke. Está asignado a la
decodificación activa de las relaciones grafofonémicas y ortográfico-fonológicas.
(ii) Un circuito ventral, occípito-temporal
(gyrus fusiforme), dedicado a la identificación rápida de estímulos, que permite el acceso visual
directo a las representaciones ortográficas.
El primer circuito muestra una superioridad
en la lectura de pseudopalabras sobre palabras así como una mayor activación durante
el análisis fonológico. De manera hipotética,
estaría diferenciado para la realización del
análisis reglado de correspondencias entre
fonología (léxica y subléxica), y dimensiones
semánticas.
En el circuito ventral hay una superioridad
en lectura de palabras sobre pseudopalabras,
la respuesta es precoz, la activación aumenta
con la edad y predice la habilidad lectora. Constituiría un sistema de memoria lingüísticamente
estructurado para la identificación rápida de
palabras escritas, es decir, se correspondería
con el sistema de la forma visual de la palabra
mencionado más atrás. Finalmente puede describirse un tercer circuito:
(iii) Región anterior, correspondiente a la
circunvolución frontal izquierda. Se activa en
las lecturas de palabras de baja frecuencia y en
pseudopalabras, generalmente en tareas donde
se evidencia una articulación audible. Hay una
superioridad en la lectura de pseudopalabras
sobre palabras, es sensible a la regularidad
de la correspondencia grafema-fonema, y su
activación es considerablemente mayor en
sujetos disléxicos comparados con lectores
normales de igual edad (aunque no de mismo
nivel lector). La hipótesis es que se encarga
de la recodificación articulatoria de unidades
elementales (fonemas), es decir, de la fonología
de salida (en algunos modelos: retén fonético
de salida).
La integridad funcional de la lectura depende
del funcionamiento de los circuitos posteriores.
Durante el desarrollo se pasa de una modalidad que recluta básicamente los sistemas de
procesamiento del circuito dorsal, más mediado por la fonología, pasándose por efecto del
aprendizaje y práctica a modalidades basadas
en el funcionamiento del circuito ventral que
permite el reconocimiento visual fluido de las
palabras escritas. Al principio del desarrollo del
código, la predominancia del circuito dorsal está
vinculada al procesamiento analítico necesario
para integrar las representaciones ortográficas,
así como léxico-semánticas. Posteriormente, se
pasa a una predominancia del circuito ventral,
más tardío en el desarrollo, donde los ortógrafos
son procesados de forma rápida y directa. En
las dislexias no se produciría ese cambio de
fase de manera adecuada, seguramente por
perturbaciones en la maduración y organización estructural de la corteza en dichas regiones (Pugh et al, 2000 , Shaywitz & Shaywitz,
2005). Finalmente, la hiperactivación frontal
en la lectura, refleja la dificultad y el esfuerzo
para abordar palabras en sus dimensiones
fonológicas y morfológicas y su relación con la
escritura, fundamentalmente cuando se trata
de palabras desconocidas o de excepción y
al inicio de la adquisición. Esta dificultad se
hace extensiva y persistente en los disléxicos,
requiriéndose en estos casos una mayor dependencia en la recodificación articulatoria que
a veces se manifiesta como lectura subvocal.
Que las dislexias se adoptan diferentes patrones o aspectos en diferentes lenguas/sistemas
de escritura ya ha sido puesto en evidencia
233
Ciencias Psicológicas 2009; III (2)
(Miles, 2000; Siok et al, 2004), inclusive poniendo en cuestión la teoría fonológica para toda
forma del trastorno (Friedmann & Lukov, 2008).
Sin embargo ello no afecta necesariamente la
posible universalidad en la causa y en las bases
neurológicas del sindrome. La reducción en
la activación de la corteza temporal izquierda
media y superior y en el área témporo-occipital,
hecho que se aprecia en disléxicos tanto de escrituras opacas como transparentes, ha llevado
a Paulesu et al a afirmar que existe una unicidad
biológica en la dislexia (2001). Efectivamente,
habría una base neurocognitiva universal en el
origen del trastorno en la adquisición del código
escrito, y la diversidad cultural (sistemas de
escritura) afecta a las formas de presentación.
Pero la situación pasa a ser conflictiva cuando
miramos hacia sistemas de escritura logográfica
como el chino, donde se combina además una
alta opacidad (gran número, hasta de nueve
homófonos heterógrafos, por ejemplo), con una
gruesa granularidad (los caracteres representan
unidades fonológicas amplias).
Las reglas ortográficas son particularmente dificultosas en el chino (gran número de
caracteres, diferentes grados de regularidad
posicional, semánticas y fonológicas para los
radicales, etc.). La mayoría de las escuelas en
China adoptan una metodología holística de “ver
y decir”, recurriendo escasamente a estrategias
fonológicas (Ho et al, 2007; 2004).
La lectura de seudocaracteres en chino
también se hace mediante estrategias que
podrían considerarse lexicales, ya que se realizan inferencias en base al contexto morfémico
de los diferentes componentes y sus posibles
referentes fónicos: de ahí la gran importancia
ortográfica visual en el aprendizaje de este sistema de escritura. El déficit ortográfico sería el
déficit nuclear en la dislexia en chino, los autores
ponen en cuestión, no encuentran, dislexias
fonológicas (Ho et al, 2004).
Los trabajos de Ho et al han puesto en
cuestión la validez del modelo de doble ruta
para estos sistema de escritura dado, entre
otras cosas, la ausencia de un procedimiento
analítico por unidades subléxicas de fina granularidad. Sin embargo, aún en chino, los niños
con dislexia de superficie tienen una reducción
en la denominación rápida y en la memoria de
trabajo audioverbal, así como dificultades en la
conciencia fonológica (Ho et al, 2007). Aunque
no está dilucidado, se ha planteado por los autores mencionados previamente, que el déficit en
234
la memoria de trabajo perturbaría la capacidad
de sostener la asociación forma visual-forma
verbal arbitraria para poder aprenderla.
En este contexto deben comprenderse los
trabajos de Siok et al (2004). Utilizando RMf,
Siok et al han demostrado cómo en un grupo
de ocho disléxicos chinos durante una tarea de
juicio de homófonos, hay una actividad aumentada en la circunvolución frontal inferior (BA 45),
con actividad en la corteza parietal inferior que
no se registra en los lectores normales.
Para Siok et al, la actividad reducida en la
circunvolución frontal media izquierda (BA 9),
constituye el marcador neuroanatómico de la
dislexia en chino (2004).
En la circunvolución frontal media izquierda,
de acuerdo a estos autores, se implementa
la representación simultánea de información
audioverbal y visuoperceptiva, coordinando los
recursosejecutivos, y el reconocimiento de homófonos requiere de un análisis visuo-espacial
detallado, con alta interactividad entre ortografía
y fonología.
Las estrategias cognitivas en el desarrollo
de la lectura, el método de enseñanza y el sistema de escritura, ajustan la corteza durante
el desarrollo, por lo cual diferencias que son
culturales generan diferencias a nivel cerebral
(Siok et al, 2004).
El déficit fonológico evidenciado en lo
comportamental, podría ser consecuencia de
una conectividad debilitada entre las áreas
anteriores y posteriores del lenguaje, y más precisamente de una perturbación en el funcionamiento de las estructuras vinculadas a la ínsula
izquierda, que constituye un puente anatómico
entre los circuitos anteriores y posteriores de la
lectura (Paulesu et al., 1996).
Entendiendo que el área de Broca trata la
fonología segmentada, el área de Wernicke la
fonología lexical y el gyrus angularis (BA 40,
parte inferior) permite el acceso a la memoria fonológica, la adecuada realización de tareas que
implican una precisa discriminación fonémica
necesita de la interacción entre las tres áreas.
Esta interacción se produce en el espacio de
la memoria de trabajo. La actividad descendida
en la región de la ínsula, por donde transcurre
el mayor contingente de fibras que comunican
los sistemas anteriores y posteriores, permitiría entender la dislexia en lo neural, como
un sindrome de desconexión (Paulesu et al,
1996). Estudiando la conectividad funcional y
eficaz mediante el análisis de las fluctuaciones
Cerebro y Dislexia: Revisión
temporales en la RMN se ha demostrado un
déficit en las conexiones entre el área BA 39
izquierda (gyrus angularis) y el área de Broca
en el cerebro de los disléxicos (Hampson et
al., 2006).
La pobreza de conexiones sigue un continuo
que va de los malos lectores a las personas propiamente disléxicas, y el verdadero significado
funcional de la desconexión no queda claro.
La desconexión ha sido planteada en otros
niveles. Recientemente, e inspirados por hallazgos que muestran alteraciones morfológicas en
el cuerpo calloso de los disléxicos (Fine et al.,
2007), Monaghan y Shillcock, empleando un
paradigma de simulación, retoman la teoría de
que en algunos disléxicos los trastornos de la
lectura pueden obedecer a perturbaciones en
la transferencia de información entre ambos
hemisferios (2008). Obtienen un modelo de
dislexia de superficie, es decir, “lesionando”
la comunicación entre las redes ocultas que
simulan los hemisferios cerebrales, se afecta
el procesamiento léxico.
El real significado de las alteraciones y
aberraciones del cuerpo calloso en el cerebro
de los disléxicos –cuando se encuentra–, no
se conoce aún, y menos su relación con las
variantes morfométricas y funcionales de las
áreas del lenguaje, mejor estudiadas.
Estudios de anisotropía fraccional y tractografía mediante tensor de difusión, han encontrado
en disléxicos perturbaciones en la microestructura de la sustancia blanca y anomalías en la
direccionalidad, fundamentalmente sobre las
regiones témporo-parietales, y frontales inferiores (Klingberg et al, 2000; Rimodt et al, 2009).
No es posible todavía establecer las relaciones
funcionales y estructurales de estos hallazgos,
con los fenómenos comportamentales, más allá
de sus correlaciones con las variaciones en el
desempeño lector y fonológico.
La teoría magnocelular fue originalmente
planteada por Stein & Walsh (1997). La teoría
magnocelular se basa en que el sistema visual
se divide en un tracto magnocelular y otro parvocelular, encontrándose perturbado el tracto
magnocelular en las personas disléxicas.
El disturbio magnocelular perturba ciertos
aspectos de la percepción visual y la visión
binocular, comprometiendo el reconocimiento
adecuado de las letras. No puede descartarse
de que la disfunción magnocelular comprometa
también la vía auditiva (en adyacencia microscópica!), obstruyendo así la adecuada entrada
sensorial necesaria para elaborar después la
discriminación de parámetros fonológicos, en
tanto permite discriminar transiciones temporales rápidas de frecuencia, teoría que han
defendido por ejemplo Galaburda y Cestnik
(2005).
El tracto magnocelular visual es más sensible a estímulos de bajas frecuencias espaciales, presentados antes poca iluminación y
bajo contraste, y en los disléxicos los hallazgos
no siguen estas condiciones: responden peor
en cualquier frecuencia, o bajo alto contraste
lumínico, o afectados en bajas frecuencias, por
lo cual esta línea de la teoría debe revisarse
(Ramus, 2001). Actualmente, la teoría magnocelular se concibe integrando tanto los aspectos
visuales como audioverbales en los trastornos
de la lectura, e intenta servir de base causal al
propio déficit en la decodificación fonológica,
pero se han documentado casos de disléxicos
donde no hay disturbios del procesamiento
sensorial (Ramus et al, 2003).
La disfunción cerebelosa, presente en 80
% de los disléxicos, así como la constancia
de encontrar anomalías morfométricas en tal
estructura, han contribuido al desarrollo de la
teoría cerebelosa de la dislexia, donde funcionalmente se destaca el compromiso en la capacidad de realizar tareas de manera automática
(Nicholson, Fawcett & Dean, 2001).
La activación de los hemisferios cerebelosos
en la lectura, y en pruebas de juicio ortográfico
y fonológico ya había sido documentada previamente (Fullbright et al, 1999). Nicholson y
Fawcett han propuesto una teoría que repara
en el aspecto ontogenético de los déficits, y
donde las perturbaciones cerebelosas presentes al nacimiento, condicionan las dificultades
fonológicas, de velocidad nominativa y eficacia
lecto-escritora, mediante una obstrucción que
se produce en el nivel de la articulación y la
memoria de trabajo (2005). Se intenta así explicar las perturbaciones motoras, de velocidad
y el déficit fonológico en un solo marco, donde
las diferencias en el locus cerebeloso y la interacción con el medio, ocasionan los subtipos
de dislexias.
Los niños con dislexias tendrían además un
déficit en la estimación del tiempo, o “discronía”
que también estaría asociado a la disfunción
cerebelosa, y a la capacidad de lectura y de
escritura (Nicolson, Fawcett & Dean, 1995). La
reducción del volumen del lóbulo anterior del
hemisferio derecho además de la circunvolución
235
Ciencias Psicológicas 2009; III (2)
frontal inferior, permitirían distinguir disléxicos
de no-disléxicos, y parece ser éste uno de los
hallazgos más constantes en la imagenología
para la dislexia (Eckert et al., 2003). Se trataría
entonces de una teoría “fronto-cerebelosa”, donde se agrega la ubicación central de la región
frontal inferior en el feed-back articulatorio, y la
posibilidad de integrarse a la consolidación de la
relación grafema-fonema. Más recientemente,
Baillieux et al han propuesto la hipótesis de un
defecto en la distribución de información a nivel
intracerebeloso, lo cual afectaría la sincronización sensorio-motora y temporalización de las
acciones (2009).
Las evidencias del compromiso cerebeloso
en el disléxico van desde perturbaciones en
el balance motor y el control del movimiento
ocular hasta del condicionamiento clásico y el
aprendizaje procedural, con una reducción de
tamaño que involucra a la parte posterior del
hemisferio cerebeloso derecho –que conecta
con el hemisferio cerebral izquierdo (Stoodley
& Sein, en prensa). Stoodley y Sein aseguran
que solamente un subgrupo de disléxicos presentarían estos trastornos, y no se puede sostener que la disfunción cerebelosa constituya
la causa principal de la dislexia (en prensa). El
hallazgo no es entonces constante y está diseminado en diversos trastornos del aprendizaje
y el desarrollo, por lo cual además bien podría
ser inespecífico.
La teoría cerebelosa, en su contraparte
clínica, ha quedado supeditada fundamentalmente al hallazgo de síntomas motores, y de
elementos comportamentales poco evaluados
como la adquisición de asociaciones automatizadas y fluidas, lo cual hace que la cuestión
no esté enteramente cerrada. Grigorenko ha
insistido en el déficit en la automatización léxica para el trastorno nuclear del disléxico en
las escrituras transparentes y quizá también
en las logográficas (2001). Se requieren datos
que incluyan facultades comportamentales y
cognitivas que muchas veces son muy pobremente exploradas (para la automatización, por
ejemplo, solamente suelen usarse pruebas de
denominación rápida).
Habib, finalmente, ha intentado sistematizar los hallazgos clínicos y neurofuncionales,
para acceder a una teoría que de cuenta de la
neuropsicología de la persona disléxica (2000).
En lo que ha llamado la constelación “dis”, se
comprueban asociaciones o co-morbilidades
236
que, aunque inconstantes, son frecuentes, e
incluyen disgrafia, disortografia, dispraxia, disfasia, discalculia, trastorno por déficit de atención
con hiperactividad y trastornos no verbales del
aprendizaje, lo que ha llevado a pensar en un
gran núcleo común que puede generar perturbaciones en diversas áreas cognitivas (Habib,
2000; 2003).
Esta postura es comparable a la de Grigorenko, con respecto a su idea de un gran sindrome neuroanatómico (2001). Destacando que
una dificultad en el procesamiento del tiempo
en sus distintas dimensiones (verbal, espacial,
motor) sería una característica universal de los
disléxicos, Habib a propuesto como hipótesis
de trabajo la llamada “Teoría del déficit en el
procesamiento temporal” (2000). La dificultad,
que en esencia corresponde a la “discronía”,
podría dar cuenta de un compromiso en la
percepción de estímulos auditivos transitorios,
un déficit en la generación o juicio del orden
temporal y déficits en diversos niveles de la lectura y escrituras que impliquen procesamientos
rápidos. Aquí Habib incluye las disposiciones
visuoespaciales de las letras, percepción de la
forma global de la palabra e integración de las
posiciones sucesivas y relativas de las palabras
durante el rastreo oculomotor.
El aspecto central de la conciencia fonológica podría interpretarse en este marco como
una actividad secuencial, donde debe darse
un eficaz procesamiento de los constituyentes
fonémicos de la palabra, y mantener esa información en el span de la memoria a corto plazo.
Según Habib, el cerebelo es “el mejor de los
candidatos” para hacerse cargo de esta tarea
(ver página 2392).
El modelo, como el propio autor lo subraya,
es altamente especulativo. De todas formas,
sigue manteniéndose sin rebatir el trabajo de
Ramus et al donde, evaluando disfunciones
magnocelulares, alteraciones cerebelosas y
visuoperceptivas, muestra que, aunque existan
algunos solapamiento, solamente los trastornos en la conciencia fonológica aparecen de
manera constante en todos los casos (Ramus
et al, 2003).
No podemos cerrar esta sección sin al menos mencionar la neurofisiología (PEV vinculados a eventos, Magnetoencefalografía).
Los estudios neurofisiológicos a los cuales
no les hemos podido asignar mucho espacio,
son quizá los más provisorios en lo clínico. Lo
más característico es la asimetría de respues-
Cerebro y Dislexia: Revisión
tas en PEV vinculados a eventos, donde los
chicos con alto riesgo de dislexia (familiares
de primer grado con la dificultad), muestran
una lateralización hemisférica derecha de las
respuestas tardías ante estímulos visuales y
sonoros (Lyytinen et al., 2005).
Estas deflecciones de alta latencia (entre
100 a 600 ms), involucran las ondas N1, MMN
(“mismatch negativity”) y P3. En el estudio longitudinal de Jyväskylä, en Finlandia, comienzan
a obtenerse diferencias ya al nacimiento y mejor
a los seis meses (Lyytinen et al., 2005). La
importancia aquí reside en la posibilidad cierta
de poder sorprender en etapas muy precoces y
mediante una metodología no invasiva, inocua,
y fiable, aquellos indicadores que manifiestan
un riesgo de presentar en el curso del desarrollo perturbaciones en la adquisición del código
escrito, lo cual permitirá desarrollar las medidas
educativas preventivas necesarias.
CONCLUSIONES
El cerebro humano no ha sufrido cambios
sustanciales desde hace por lo menos 200.000
años, y las primeras escrituras aparecen 3.000
AE. La información genética entonces, proporciona áreas cerebrales preadaptadas para
realizar los procesamientos que implican la
lectura, tales como reconocimiento de diseños
perceptivos visuales complejos y emparejamiento de los mismos con el lenguaje.
El cerebro es una condición necesaria para
el dominio del código escrito, pero no suficiente, y la comprensión de las relaciones entre su
estructura y funcionamiento con el aprendizaje
de un código que es esencialmente cultural,
permite obtener un rico conocimiento de los
mecanismos cognitivos subyacentes a una
práctica que debe ser dominada actualmente
por todo ser humano. Los trastornos específicos
en el dominio del código, es decir, la dificultad
del aprendizaje del mismo que no se debe a
un déficit intelectual o a perturbaciones sensoriales (salvo en lo que respecta a las vías
magnocelulares, quizá) constituyen un problema psicopedagógico y social de trascendencia,
involucrando al 5 a 17.5 % de la población.
Estos trastornos estarían condicionados
genéticamente, probablemente vinculándose a
una gama de alteraciones cognitivas que, por
razones tanto genotípicas como fenotípicas y
ambientales, son variadas (disgrafias, disortografias, dispraxias, discalculias, disfasias, etc.).
La expresión final de la información genética condicionaría la existencia de anomalías
corticales, posiblemente ectopías celulares,
desorganización de las capas en el neocortex
o polimicrogiria, anomalías que tienden a concentrarse en las áreas clásicas del lenguaje.
La clásica asimetría de las áreas del lenguaje,
a expensas de un mayor tamaño en el hemisferio izquierdo, tiende a perderse en el cerebro
de los disléxicos, aunque otros factores como
la preferencia manual deben considerarse y
posiblemente también el sexo.
Dos circuitos hemisféricos izquierdos han
sido descritos para la lectura. Los circuitos
posteriores se dividen en un sistema ventral,
occípito-temporal, destinado a la identificación
visual rápida de los ortogramas, y un circuito
dorsal, témporo-parietal, en el cual se implementarían los complejos apareamientos entre
información grafémica, ortográfica, y fonológica,
tanto léxica como subléxica. El circuito anterior
incluye a la circunvolución frontal inferior, abarca la clásica área de Broca, y participaría en
el sistema lector por su papel en la repetición
articulatoria cuando ella es necesaria o mismo
imprescindible.
El déficit característico de las dislexias
afectaría a los circuitos posteriores, que se han
evidenciado hipoactivos en el TEP y la RMf
cuando se comparan disléxicos con lectores
normales de igual edad pero también de menor
edad e igual coeficiente lector. El aumento de la
actividad del circuito anterior, por su parte, está
relacionado con la habilidad lectora y refleja
el esfuerzo compensador ante la ineficacia o
subdesarrollo por edad, de los circuitos posteriores, asociándose a la utilización de recursos
fono-articulatorios para decodificar tanto pseudopalabras como palabras poco conocidas.
Estos hallazgos son los que mejor se han
reproducido y los que han mostrado mayor
consistencia, pero que además considerarse
congruentes con la teoría fonológica de la
dislexia. Un mayor reclutamiento de áreas
homólogas hemisféricas derechas también ha
sido observado en el cerebro de los disléxicos,
que se presume esté indicando la existencia de
mecanismos compensadores.
Las diferencias en los resultados de morfometría cerebral, por su lado, tienden a acompasar los resultados de la imagenología funcional,
inclusive en los estudios más recientes que
exploran la microestructura de la sustancia
237
Ciencias Psicológicas 2009; III (2)
blanca mediante tensor de difusión, aunque no
es seguro que en un futuro inmediato puedan
darse fenómenos divergentes.
Finalmente, componentes cerebelosos y
magnocelulares han sido involucrados en la
causalidad de los trastornos en la adquisición
del código escrito.
En el caso de las estructuras y conexiones
cerebelosas, las perturbaciones asociadas a
la dificultad para adquirir la lectura han estado
referidas a un déficit en la automatización de
tareas, un déficit en los procesos de asociación
rápida entre dos estímulos, a la capacidad para
secuenciar acciones y a la capacidad de realizar
y aplicar estimaciones temporales.
La teoría magnocelular, primariamente orientada a una dificultad en la discriminación de
patrones visuales, agrega luego la afectación en
la capacidad de realizar juicios de transiciones
temporales rápidas en frecuencias sonoras.
En todos los casos se ha intentado vincular
estos hallazgos a la propia teoría fonológica, y
particularmente, como mecanismo etiopatogénico de base.
Hasta el momento actual, continúan aportándose argumentos para relacionar las perturbaciones de la metafonología al trastorno de la
adquisición del código escrito de manera consistente, y aún en ausencia de perturbaciones
visuales, auditivas elementales y cerebelosas.
No obstante, debe tener presente la existencia muy frecuente de co-morbilidades, que habla
de trastornos asociados o quizá emparentados
funcionalmente, que pueden interactuar, y requieren abordajes diferenciales.
El mejor conocimiento de las relaciones
entre los fenómenos cognitivos (normales
o afectados), y los mecanismos cerebrales
subyacentes, contribuirá a un enriquecimiento
no solamente teórico sino también práctico,
ya que es dable esperar que redunde en una
mejor prevención y tratamiento de estas dificultades.
REFERENCIAS
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