Una reforma fiscal para un nuevo modelo de desarrollo

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Una reforma fiscal para un nuevo modelo de desarrollo
Sergio Reuben Soto
El país vive en estos momentos una situación particularmente
delicada. La economía mundial está seriamente debilitada por el lento
crecimiento económico de los Estados Unidos, el virtual estancamiento de la
Zona Euro y el incierto comportamiento de la economía china. Los
principales socios con los que hemos cerrado tratados de libre comercio, no
ofrecen oportunidades alentadoras hacia las cuales nuestras empresas y las
que se han asentado aquí, orienten su expansión.
Al mismo tiempo, el costo social que ha acumulado el modelo de
desarrollo aperturista y desregulado de los gobierno del PLN y del PUSC,
asociado a los programas de recortes al gasto corriente y a la inversión del
Estado y al crecimiento de la desigualdad, ha comenzado a afectar
seriamente la cohesión social, la solidaridad, el sistema de valores sociales y
culturales, amenazando el desempeño general de la sociedad.
Nuestro desarrollo se encuentra así, estancado por el lado del
crecimiento económico, y estancado por el lado del mejoramiento social,
frenando el progreso de nuestras instituciones y el avance y actualización de
nuestras costumbres, de nuestros patrones éticos y morales. En pocas
palabras, se encuentra cerrado a los cambios requeridos para poder
continuar formando parte activa de la comunidad de naciones.
La necesidad de un nuevo modelo de desarrollo
Parece claro entonces que estamos atravesando una coyuntura que
obliga a buscar soluciones nuevas, imaginativas, una situación que requiere
romper moldes, superar prejuicios, que implica audacia tanto en materia
económica como en materia social y política.
Y parece, pues, peligroso insistir en recetas que han fracasado en otros
momentos y en otros países. Recetas que incluso los mismos organismos
financieros internacionales como el FMI y el Banco Mundial han reconocido
como negativas para el crecimiento económico de las naciones. Recetas que,
a todas luces, han implicado un costo social muy alto, el descrédito de las
instituciones políticas, y la inactividad laboral y creativa de proporciones
muy grandes de las poblaciones que las sufrieron…, el peor de los males sociales es privar al individuo de su derecho al trabajo, de su necesidad
primigenia de ganarse el sustento.
Hoy en Costa Rica, a sólo 17 meses de haberse manifestado el pueblo de
manera inconfundible sobre la necesidad de un cambio que oriente al país
por nuevos rumbos, hay grupos de poder que insisten en recomponer un
modelo de desarrollo gastado e ineficiente. Un modelo de desarrollo que
continuará por el rumbo de la desigualdad social y económica, incapacitado
para ofrecerles a sus jóvenes, a sus hombres y mujeres, las oportunidades de
empleo, de salario justo, de condiciones de vida dignas en un ambiente social
y natural sano.
Los ecos de la austeridad fiscal
La austeridad fiscal no es la solución al déficit fiscal. Ese es el viejo
mantra que hoy ha llevado a España, a Portugal, a Irlanda, a Italia al borde
del colapso social, y al pueblo griego a sufrir una de las peores crisis de su
milenaria historia. Las lentas y dolorosas recuperaciones que han
experimentado los primeros, la incapacidad para retornarles a sus
ciudadanos las condiciones de vida que tenían antes del colapso, son una
prueba de la ineficiencia y de la ineficacia de las soluciones planteadas; y de
las debilidades del sistema.
El gasto del Gobierno, el gasto de las empresas estatales, el gasto de las
municipalidades, de los gobiernos locales, es un elemento esencial en el
funcionamiento del sistema capitalista contemporáneo. Contradictorio, sí;
por eso la equivocación de sus defensores. Pero inapelable desde que Keynes
explicó el problema de la insuficiencia de la demanda agregada. Y desde que
los economistas que han estudiado el ciclo de la acumulación de capital
desde Shumpeter, descubrieron la tendencia del sistema a las crisis. Esto no
es ideología, es economía concreta.
La recesión surgida a finales del 2008 no ha sido superada
completamente, hay todavía vigentes muchos signos recesivos en la
iconomanía mundial. Pero a diferencia de los cinco primero años de crisis,
ahora la situación está afectando a las economías en vías de desarrollo. Los
últimos informes del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de
la misma CEPAL dan cuenta de una peligrosa desaceleración de las
economías de América Latina. Y la de nuestro país no es excepción.
Permitir que los grupos que quieren la reconstitución del modelo de
desarrollo vigente en el país conduzcan el cambio, es caminar hacia
soluciones dolorosas y socialmente traumáticas. Es embarcarse en el velero
del pasado y dejar pasar el buque del presente. La crisis actual es una crisis
estructural, una crisis de los mercados monopolizados. Necesitamos darle un
nuevo dinamismo a nuestra economía y una nueva fisonomía a nuestra
sociedad, definiendo nuevos actores, nuevos instrumentos, nuevas relaciones,
nuevas instituciones.
El Estado y la iniciativa privada
Una sociedad más dinámica, más innovadora, más competitiva requiere
de un sistema productivo fundado en empresas ágiles, abiertas al cambio,
asociadas y sustentadas en un sector estatal fuerte que suministre servicios
estratégicos de buena calidad, que explore y abra nuevos sectores
productivos y de servicios, que ofrezca recursos financieros a bajo costo para
el fortalecimiento de la competencia, de la inventiva, de la iniciativa privada.
Es un error pensar, como lo han venido haciendo los economistas
conservadores, que la creatividad y la iniciativa individual, que el dinamismo
del sector privado, se contraponen al tamaño del estado y del gasto
público. Cada vez más, por el contrario, en este sistema económico y social
global, los servicios y bienes ofrecidos por empresas estatales en sectores
estratégicos y las regulaciones institucionales, son esenciales para el buen
funcionamiento de las empresas, para la salud de los mercados y para
alcanzar una justa y equitativa distribución de los recursos escasos entre las
necesidades comunes.
El gasto y la inversión estatales son unos instrumentos de política
económica. Hay coyunturas, como la que estamos viviendo, en que éstos son
fundamentales para fortalecer la demanda agregada, para estimular la
economía y para reorientar los recursos disponibles hacia sectores
estratégicos para el desarrollo deseado. Si no hay suficientes ingresos para
cubrir el gasto requerido, hay que endeudarse y hay que aumentar los
ingresos fiscales por la vía de los impuestos. Dejar que “el mercado”, con la
deficiente distribución de los recursos que hoy presenta, sea el que determine
esa orientación, lo único que se logrará es la acentuación del ciclo depresivo
y de la desigualdad.
Bien empleados esos recursos no hay por qué temerle a las deudas,
como no le temen los buenos empresarios que saben que redundarán en
nuevos ingresos. Ni a las protestas generalmente estridentes de los sectores
sobre los que caen los nuevos impuestos, porque esos dineros, que están
siendo usados innecesariamente, suntuariamente, serán los que en el me-
diano plazo creen las condiciones para un mejor ambiente social, político,
económico y, en fin, de negocios.
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