Subido por Norma Hernandez

Kershaw, Carol J. - La danza hipnótica de la pareja, creacion de estrategias ericksonianas en terapia conyugal

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LA DANZA
H IP N O T IC A
D E L A PAREJA
C rea ció n d e estrategias
ericksonianas en terapia con yu g a l
C A R O L J. K E R S H A W
A m orrortu editores
La danza hipnótica es una interacción
que estimula en los miembros de una pa­
reja estados de conciencia tanto positivos
como negativos. Milton Erickson ha exten­
dido las teorías científicas sobre la hipno­
sis hasta incluir el trance común cotidia­
no. Cuando los compañeros interactúan, el
vocabulario que usan y las conductas que
manifiestan crean una especie de danza
hipnótica en virtud de la cual el comporta­
miento de cada uno empieza a reducir el
foco de conciencia del otro. Dos personas
que interactúan se estimulan mutuamente
estados similares de trance. Se puede defi­
nir este como un enfoque de la atención,
una disociación del pensamiento, del sen­
timiento y de la acción. La hipnosis es autohipnosis; la interacción misma sirve de
catalizador para inducir un estado hipnóti­
co en cada cónyuge. Se trata de unas con­
ductas automáticas que se enlazan en una
pauta de secuencias recíprocas.
Las ideas de Milton Erickson mantienen
una frescura que admite elaboraciones no­
tables. La autora del presente libro toma de
él las nociones que se refieren al incon­
ciente y a la hipnosis para situarlas en
cotejo con una extensa y actualizada bi­
bliografía, que en particular incluye descu­
brimientos recientes alcanzados en el cam­
po de las neurociencias, y para someterlas
a una aplicación osada y fecunda: la conju­
gación de teoría del inconciente y de la
hipnosis, por un lado, y teoría de la pareja,
por el otro, con el objeto de enunciar y
poner a prueba un abordaje especial de te­
rapia hipnótica de la pareja.
Milton Erickson veía en el inconciente
un reservorio de recursos inexplotados que
era preciso poner a disposición de la per­
sona sufriente para que ella misma domi­
nara las tribulaciones de su vida. En el tra­
bajo con parejas, el terapeuta pronto ad­
vierte que cada compañero aporta a la
situación un inconciente individual y un
inconciente de pareja. La tarea del terapeu­
ta consiste en alinearse con el inconciente
tC o n tin ú a en la segu n d a s o la p a .)
L a danza hipnótica
de la pareja
La danza hipnótica
de la pareja
Creación de estrategias ericksonianas
en terapia conyugal
Carol J. Kershaw
Amorrortu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis,
Jorge Colapinto y David Maldavsky
The Couple's Hypnotic Dance. Creating Ericksonian Stra­
tegies, Carol J. Kershaw
© Brunner/Mazel, Inc., por acuerdo con Mark Paterson
and Associates, 1992
Traducción, Zoraida J. Valcárcel
Unica edición en castellano autorizada por Brunner/Ma­
zel, Nueva York, y debidamente protegida en todos los
países. Queda hecho el depósito que previene la ley
ne 11.723. ©Todos los derechos de la edición castellana
reservados por Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225,
7Bpiso, Buenos Aires.
La reproducción total o parcial de este libro en forma
idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o
electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier
sistema de almacenamiento y recuperación de informa­
ción, no autorizada por los editores, viola derechos re­
servados. Cualquier utilización debe ser previamente
solicitada.
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 950-518-545-6
ISBN 0-87630-625-3, Nueva York, edición original
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192,
Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en setiembre de
1994.
Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.
que me hace reír
Indice general
i l Prefacio, Carol H. Lankton y Stephen R. Lankton
17 Agradecimientos
19 Introducción
28
52
70
88
110
141
177
206
235
257
272
275
1. El inconciente de la pareja crea una danza
hipnótica
2. Interacciones hipnóticas pautadas
3. Cómo crean las parejas su mundo
4. Modelo de psicoterapia con la danza hipnótica
5. Inducción de trance
6. Evaluación de la dinámica de pareja
7. Uso del lenguaje del inconciente
8. El uso estratégico del trance
9. El papel del trauma en el conflicto conyugal
10. El papel de una enfermedad crónica en el
conflicto conyugal
Epílogo
Bibliografía
9
Prefacio
Este libro trata sobre hipnosis, parejas y terapia. Tal
combinación de asuntos sonará mal a muchos porque
estos conceptos no van juntos en orientaciones tradicio­
nales de salud mental. Los terapeutas suelen ver en la
hipnosis un instrumento de uso intrapsíquico que sirve
para bucear en recuerdos, llegado el caso con el fin de
sofocar un síntoma en respuesta a una sugestión o con
el de obtener cierto insight en un conflicto histórico. Por
otro lado, las terapias familiar y de pareja son, para mu­
chos, el extremo opuesto de un continuo donde las di­
mensiones interpersonales se toman en el aquí y ahora.
Permanentemente relegada en terapia individual a
un papel más bien periférico y con frecuencia sospecho­
so, la hipnosis sigue siendo casi desconocida en terapia
familiar. Salvo algunos pensadores descollantes de me­
diados de siglo, como R. D. Laing, quien mostró la expe­
riencia hipnótica de la vida familiar, y Eric Berne, que
reparó en la hipnotización de los hijos por sus padres,
pocos la han relacionado con la terapia familiar. Por lo
general, la mayoría de los terapeutas la asocian con «pa­
tología profunda» y con peligrosos arcanos.
De hecho, durante gran parte de su historia, todo el
campo de la salud mental se ha centrado en etiquetar y
tratar a individuos como casos patológicos, y ha presta­
do una atención relativamente escasa al reconocimiento
o la utilización de la salud individual o la dinámica de la
familia. Sólo en estas últimas décadas hemos asistido a
un cambio de orientación: hoy, el contexto más amplio,
social y familiar, es visto como el telón de fondo contra el
cual una patología familiar (ostensiblemente) se mani­
fiesta y se vuelve comprensible. Sin embargo, aun des­
pués de iniciada la investigación de los factores sistémicos, la rotulación orientada hacia la patología sigue
11
siendo, sorprendentemente, un medio de «explicar» a los
individuos en el contexto de parejas y familias.
Los abordajes de terapia familiar con orientación
psicoanalítica comenzaron a fines de la década de 1930,
con el trabajo de Ackerman, y generaron las líneas que
seguirían Boszormenyi-Nagy, Bowen, la Clínica de
Orientación del Niño de Filadelfia, etc. Esta fue una de
las tres tendencias principales dentro de la terapia fa­
miliar. A principios de la década de 1950, Bateson y sus
colaboradores, en aplicación de las conceptualizaciones
de la cibernética y la teoría general de sistemas, promo­
vieron el proyecto de comunicación con orientación in­
terpersonal, el modelo MRI, y otros. Entre estos sobre­
salieron Virginia Satir y el movimiento de desarrollo per­
sonal, y la técnica de resolución de problemas de Jay
Haley. Pero existió una tercera elaboración de terapia
familiar completamente independiente y de una fuente
algo menos ruidosa que también había ejercido consi­
derable influencia sobre el primer equipo de Bateson,
sobre el MRI, Satir y Haley, a causa de su singular abor­
daje de personas y problemas. Nos referimos, desde
luego, a Milton Erickson, quien venía utilizando hip­
nosis en el tratamiento de individuos, parejas y familias.
Su trabajo hipnótico compartía el carácter no analítico
de su terapia familiar.
En las últimas décadas, la serena voz de Milton Eric­
kson ha penetrado en el campo de la salud mental, y ha
llevado a muchos a reconsiderar diversos tipos de co­
municación, hipnótica o no, dentro de un abordaje de
salud mental no patológico y orientado hacia el futuro.
Erickson extendió las teorías científicas vigentes acerca
de la hipnosis para incluir el trance común cotidiano, y
así salvó el hiato entre hipnosis y terapia familiar como
lo habían propuesto Laing y Berne.
En este libro, la doctora Carol Kershaw formula ob­
servaciones agudas y oportunas sobre aspectos hipnóti­
cos en el interior de la diada conyugal. Expone una rese­
ña práctica y completa de la bibliografía de apoyo y de
los fundamentos teóricos de estas ideas, y ofrece pautas
metodológicas destinadas a los terapeutas. La atención
que presta a la conducta del cliente y el uso que hace de
ella, con una orientación no patológica y orientada hacia
12
el futuro, son la impronta del legado ericksoniano; pero
Kershaw también incorpora los puntos fuertes de opi­
niones rivales o contradictorias sustentadas por otros
autores en torno de la hipnosis.
Su tema principal es la hipnosis en familias, en su
doble carácter de intervención terapéutica y componen­
te natural de diadas interpersonales, pero también nos
educa en la hipnosis misma y nos da un panorama
sobre ella. Esa educación se centra intensamente en el
contexto interpersonal, tantas veces subestimado o ig­
norado por completo en muchas obras que detallan as­
pectos de la técnica hipnótica.
Los síntomas son importantes formas de comunica­
ción que señalan un desequilibrio o descontrol de proce­
sos relaciónales. Los síntomas proporcionan una comu­
nicación inconciente sobre conflictos evolutivos que es­
torban el aprendizaje y la resolución de problemas en el
aquí y ahora. Por consiguiente, la perspectiva adoptada
por Kershaw incluye ayudar a los clientes a recuperar
y estructurar sus recursos con miras a facilitar nuevas
pautas relaciónales que vuelvan innecesarios los sínto­
mas como «mejor alternativa» para responder a las de­
mandas evolutivas. Esta exploración nos ayuda a com­
prender mejor la idea de extender los usos tradicionales
de la hipnosis centrada en el individuo más allá de la
relajación y la sugestión directa para la remoción del
síntoma. El marco de Kershaw incluye atender al modo
en que se puede usar lo que denomina «trance sintomá­
tico» para inducir un trance curativo, que se completa
con alteraciones del contexto interpersonal. La biblio­
grafía científica sobre hipnosis en tanto intervención
destinada a facilitar la remoción del síntoma por suges­
tión directa registra un alto índice de logros iniciales, en
especial con síntomas cuya base es la angustia. Pero los
estudios de seguimiento revelan a menudo la transitoriedad de tales cambios o su posterior remplazo por
otros «síntomas». Cuando los terapeutas comprenden la
función interpersonal-evolutiva de los síntomas —o sea,
lo que llamamos los aspectos ecosistémicos— y trabajan
con los clientes en la creación conjunta de respuestas
distintas y creativas a los desafíos evolutivos, los sínto­
mas presentados se abandonan lógicamente a ese pa-
13
sado en el que fueron adaptativos y necesarios. De esto
se infiere que los síntomas psicosomáticos y las crisis
conyugales son señales evolutivas interpretables como
oportunidades de crecimiento personal y conyugal.
En especial, nos atraen la minuciosidad y el respeto
con que la doctora Kershaw trata la importancia del
«desplazamiento de las lentes» por parte del terapeuta.
Adquiere así una empatia con los individuos y un respe­
to por el bienestar del sistema en tanto este representa
hasta ahora el mejor modo de resolver sus problemas.
Define la empatia como una actitud básica de conside­
ración hacia las personas y su lucha por la vida, que no
implica censura. Dentro de este contexto, bosqueja y de­
talla parámetros útiles para evaluar la dinámica de pa­
reja, conciente de la dinámica intrapsíquica que influye
en los hechos interaccionales. A medida que los tera­
peutas comprenden la dinámica del sistema y adquie­
ren un conocimiento evolutivo de los individuos y de la
diada conyugal, crean intervenciones holísticas y poten­
tes con una gran naturalidad. La doctora Kershaw mues­
tra de manera clara y explicable, en consonancia, la co­
nexión entre evaluación y planes de tratamiento tenta­
tivos. No hay riesgo de sobrestimar la importancia de
esa conexión, sobre todo cuando nos apartamos de la
hipnosis tradicional para insistir en las técnicas indirec­
tas. Además, defiende un plan de tratamiento muy indi­
vidualizado, específicamente modelado; esta es otra ca­
racterística propia de la técnica ericksoniana, que prefie­
re la flexibilidad a la aplicación arbitraria de un modelo
rígido a todos los clientes o a todas las categorías de pro­
blemas. En conjunto, el libro presenta una rica variedad
de ideas para formular intervenciones, acompañadas de
útiles pautas de implementación.
Apreciamos en especial la metáfora de la «danza» in­
terpersonal. Como terapeutas, también estamos com­
prometidos en una «danza de pareja». Debemos equili­
brar nuestra posición de expertos, y comprender que no
cambiamos nada sino, más bien, creamos juntamente
con el cliente un contexto en el que se puedan producir
los cambios deseados. La doctora Kershaw ayuda a los
lectores a percibir la terapia como una danza destinada
a estimular recursos y organizarlos en paquetes cohe-
14
rentes de conductas y sentimientos; así se ayuda a las
personas a estimularse eficazmente a ellas mismas y
estimular a otras hacia el desarrollo de un matrimonio y
una familia sanos. La autora reduce el papel del tera­
peuta en tanto realza la confianza del cliente en sí mis­
mo. Presenta una terapia orientada hacia metas y re­
cursos. Cabe esperar que será más breve que el trata­
miento centrado en examinar la patología y fomentar la
dependencia del cliente de un terapeuta «experto».
Desde este punto de vista, hipnosis y terapia familiar
son una tela tejida con el mismo hilo. Por lo tanto, la
combinación que nos presenta la doctora Kershaw sue­
na bien. Sus observaciones y su creatividad concuerdan
con nuestras opiniones y teorías acerca del trabajo he­
cho por Erickson en ambas áreas. Nos complace adver­
tir la ulterior clarificación de ideas sobre hipnosis, ma­
trimonio y terapia familiar tal como las expone aquí la
doctora Kershaw. Este es un libro dotado de una creati­
vidad que inspirará a los lectores y de una erudición que
los imbuirá de profesionalismo. En suma, un verdadero
cotillón para todos.
Carol H. Lankton, master en artes, y Stephen R. Lankton, master en asistencia social
GulfBreeze, Florida
15
Agradecimientos
Un libro es un proyecto que requiere el apoyo de cole­
gas, familiares y amigos. Ante todo, quiero expresar mi
agradecimiento a mi esposo, Bill Wade, a quien también
pertenece esta obra. Es uno de los mejores terapeutas
que conozco y nunca dejó de darme aliento, respaldo
emocional, y de obsequiarme risas maravillosas. Hizo
comentarios significativos sobre la redacción del libro y
participó en su conceptualización.
A mis hijastros, Chris, Stephen y Tiffany Wade, que
soportaron las cenas demoradas y mis distracciones,
además de proporcionarme historias magníficas acerca
de nuestras experiencias especiales compartidas, les
digo: me encanta ser su madrastra.
Vayan mi aprecio y gratitud a Roxanna Erickson
Klein, por la buena voluntad con que leyó los primeros
borradores y corrigió interpretaciones de conceptos
ideados por su padre. Valoro igualmente su amistad y
su visión del mundo.
Agradezco los comentarios de Betty Alice EricksonElliott y sus respuestas a mis consultas. Su contagioso
sentido del humor me ayudó a afrontar los desafíos sur­
gidos mientras escribía el libro.
Stephen y Carol Lankton apoyaron sin medida este
proyecto. Sus largos años de enseñanza y amistad han
sido algo especial para mí. Bill y yo hemos disfrutado
cenas estupendas con ellos en diversos lugares del país.
Linda Graves, mi editora de Houston, copió el origi­
nal, formuló sugerencias y propuso ideas divertidas, co­
mo la «ira femenina» y el «envenenamiento con testosterona», además de brindarme su apoyo junto con el de su
esposo, Richard.
Joseph Zinker y el Grupo 17 han sido mi familia ex­
tensa en los últimos doce años. Gracias por su aliento y
17
por haber tenido la certeza de que yo podría llevar a cabo
el proyecto. Al paso que maduramos con los años, sigo
apreciando el valor de las amistades íntimas.
Judy Geer leyó con cariño la obra en sus etapas ini­
cíales de elaboración y es una amiga querida.
La guía suave pero firme de Dale Hill ha sido invalo­
rable, y ha despertado mi afecto.
Agradezco el respaldo prestado por Myer Reid, Don
Williamson, Jeff Zeig, Yvonne Dolan, Al Serrano, Cari
Whitaker y tantos otros colegas.
Doy gracias a mis padres y a mi abuela, que echaron
las bases para que yo fuera una mujer profesional.
Expreso mi sincero reconocimiento a Mark Tracten,
que estuvo dispuesto a arriesgarse a publicar mi obra, a
Natalie Gilman, por su constante influencia positiva, y
a mi editora, Suzi Tucker, que hasta el nacimiento de su
hijo trabajó conmigo en la tarea de dar al manuscrito la
claridad y la estructura correctas. Gracias, Suzi.
Finalmente, agradezco a mis pacientes haberme per­
mitido participar en su viaje por el matrimonio y la vida.
Siento un profundo respeto hacia ellos. La psicoterapia
es un proceso donde cada uno, paciente y terapeuta,
afecta la vida del otro. He aprendido mucho.
18
Introducción
Todo terapeuta ha vivido la experiencia de ver entrar
en su consultorio a dos adultos que empiezan a reñir co­
mo chicos de tres años. ¿Cómo explicamos este fenómeno? ¿Qué induce a dos personas por lo demás agrada­
bles a empezar a actuar de un modo tan contestador,
defensivo y regresivo?
Cuando los compañeros interactúan, el vocabulario
que usan y las conductas que manifiestan crean una es­
pecie de danza hipnótica en virtud de la cual el compor­
tamiento de cada uno empieza a reducir el foco de aten­
ción del otro. Este proceso suele despertar recuerdos do­
lorosos y provoca sentimientos de intensa vulnerabili­
dad relacionados con el pasado, quizá con los padres u
otras personas encargadas de la crianza. Cuando los
compañeros intentan discutir lo que los perturba, más
se asustan y más vulnerables se vuelven; se sienten y
actúan como personas más jóvenes de lo que conviene a
su edad, y acaso terminen intensificando el conflicto de
una manera que oscurezca el recuerdo perturbador.
Dos personas que interactúan se estimulan mutua­
mente estados similares al trance. Podemos definir este
como un enfoque de la atención, una disociación de
pensamiento, sentimiento y acción. Toda hipnosis es
autohipnosis; en consecuencia, la interacción misma
sirve de catalizador para inducir un estado hipnótico en
cada cónyuge.
La atención de cada persona se estrecha y absorbe, y
se empieza a producir una secuencia interaccional por
la cual los estados de conciencia de cada cónyuge gene­
ran conductas automáticas que, a su vez, se enlazan en
una pauta de secuencias recíprocas. A medida que se
desarrollan, estas pautas tal vez se experimenten como
maravillosas u horribles.
19
Un estado placentero similar al trance puede ser de­
sencadenado por la señal de iniciar sexo que predis­
ponga a la pareja para las conductas automáticas pla­
centeras asociadas a esta pauta. Un estado displacen­
tero similar al trance acompañado de una secuencia de
conducta horrorosa puede ser desencadenado por una
mirada, un gesto, un tono de voz o un tema de discusión
en los que la pareja reconozca una señal de conflicto.
Aunque las pautas sean percibidas por la pareja, a me­
nudo parecen inalterables por un medio conciente. Es
más frecuente que estas pautas permanezcan fuera de
la conciencia de la pareja.
Comprender el modo en que una interacción conyu­
gal estimula en los cónyuges estados de conciencia posi­
tivos o negativos similares al trance (la «danza hipnó­
tica») resulta útil tanto para el terapeuta como para el
paciente. Si contempla la interacción conyugal desde es­
ta perspectiva, el terapeuta puede intervenir con mayor
rapidez y precisión para modificar la naturaleza del
trance que los compañeros se han estimulado el uno al
otro. Siempre que mire la interacción conyugal como un
tipo de inducción de trance, el terapeuta puede empezar
a comprender la naturaleza subjetiva de la experiencia
de cada persona: la razón por la cual los compañeros
sostienen que sus riñas, depresiones, persecuciones y
retraimientos, y el torrente de sentimientos negativos,
parecen «ocurrir simplemente» o ser «causados» por su
pareja, y la razón por la cual cada compañero parece tan
incapaz de alterar su propio ciclo de respuesta.
Este libro se escribió como una guía práctica de hip­
nosis ericksoniana en terapia de pareja y es mucho lo
que debe a las obras de Milton H. Erickson.* El fue un
clínico notable cuya carrera y cuya vida influyeron en
muchos campos de estudio, incluidos psicología, psi­
quiatría, antropología, enfermería y medicina. El libro
está destinado en particular a clínicos deseosos de un
modelo que suscite un cambio conyugal con potencia y
* Remitimos a las obras completas de Milton H. Erickson con la si­
gla CP seguida por el número de volumen del trabajo. Los trabajos incluidos en ellas son los que van desde Erickson, M. H., 1980a hasta
1980d.
20
respeto. El psicoterapeuta de pareja persigue una doble
meta: alterar secuencias interacclonales Improductivas,
dolorosas o limitantes y ampliar el repertorio interaccional de la pareja. Las intervenciones posibles van desde
despotenciar un síntoma por la vía de modificar la se­
cuencia de conducta con el agregado o la sustracción de
una conducta en el trato de la pareja, hasta alterar la re­
presentación interior del cónyuge, cambiar la represen­
tación interior de la familia de origen o alterar cualquier
otro elemento del contexto ecológico. La ecología de pa­
rejas incluye la totalidad de los otros sistemas con los
que ellas interactúan: trabajo, pares, comunidad y acti­
vidades recreativas. Cada sistema incluye a muchos
otros. Cada elemento de un sistema es a la vez parte de
un todo y una entidad independiente que ejerce una
influencia recíproca. Usar hipnosis en terapia de pareja
para hacer impacto en cualquiera de estos niveles puede
romper pautas de pelea, ampliar aprendizajes empobre­
cidos, expandir estilos interpersonales y ayudar a recu­
perar recuerdos de cuidados solícitos.
Erickson desarrolló su técnica hipnótica a lo largo de
su vida. Al comienzo de su carrera usaba principalmen­
te la hipnosis directa y la definía como sueño (CP III,
pág. 15). Después pasó a un trabajo más indirecto, con
empleo de trance naturalista, sugerencias implícitas,
metáforas y símbolos para comunicarse con la mente
inconciente (Lankton y Lankton, 1983). Además intro­
dujo un cambio importante en su pensamiento: aban­
donó un lociis externo de control, en que el operador o
hipnólogo mantenía control directo sobre el paciente, en
favor de un locus interno de control, en que alentaba al
paciente para que elaborara una solución de un proble­
ma orientada hacia el futuro (comunicación personal de
R. Klein, 1989). Erickson creía que usar la disociación
entre la mente conciente y la inconciente, y coparticipar
en la realidad de los pacientes con miras a emplear su
conducta en la creación de una solución, era un abor­
daje mucho más eficaz que su psicoterapia inicial. Este
libro admite esos supuestos.
Uno de los temas principales de este libro es que la
gente cambia a través de un proceso de reorganización.
Estamos dotados de todos los recursos que necesitamos
21
para llevar una vida satisfactoria, aunque muchos de
ellos sean inconcientes. Trasformarnos no significa eli­
minar una parte de nosotros mismos, sino reorganizar
lo que ya tenemos. Podemos expandir, dilatar y apro­
vechar recursos a menudo desconocidos u ocultos a
causa de nuestras definiciones o categorías rígidas. En
muchos casos podemos superar dificultades si emplea­
mos fenómenos de trance que se producen naturalmen­
te para despertar nuestros vastos recursos interiores.
Una de las tesis fundamentales de este libro es que
las parejas se estimulan mutuamente un trance por vía
de sus interacciones y que cada cónyuge se comunica
con el inconciente del otro. Ellas capturan o refuerzan
ciertas conductas, actitudes y emociones en un nivel in­
conciente. Captura es el proceso por el cual elementos
sensoriales se asocian a determinados sentimientos,
conductas o sucesos, y estas experiencias se recuerdan
cuando aquellos elementos son desencadenados. La
representación visual de una rosa puede estar asociada
a una fragancia agradable y a un encuentro romántico
ya vivido. El cruel pinchazo de una espina puede traer a
la memoria el triste final de una relación pasada. Una
melodía hermosa acaso sonaba mientras una pareja
estaba en romántico embeleso, y después esa melodía
desencadena el sentimiento de estar enamorado.
Por la vía de estimular un estado de conciencia alte­
rado auto-inducido en cada compañero, las parejas co­
crean pautas de interacción complementarias. Cada
compañero se autohipnotiza y entra en intercambios co­
evolutivos pautados que lo llevan a la «danza hipnótica*,
es decir, a una secuencia de conductas y emociones mu­
tuamente creada, estimulada por imágenes y escenas
de los mejores y los peores vínculos que se traen desde
la familia de origen. Esta pareja «hecha de imágenes» es
un símbolo del matrimonio pasado, presente y futuro en
la versión tanto de la fantasía como de la pesadilla.
El estado de trance hipnótico inducido por la pareja
se puede producir de diversos modos. Ese tiempo de
enfoque interior puede ocurrir simultáneamente con la
aparición de un síntoma emocional o físico, o en la pau­
ta complementaria y recurrente de la danza hipnótica
entre parejas. Una comunicación acerca de un proble-
22
ma y de la solución intentada puede servir de cataliza­
dor de trance. Además, un trance puede ser desencade­
nado por las sugestiones inconcientes que las parejas se
intercomunican constantemente, por medio de suges­
tiones implícitas y de metáforas contenidas en su len­
guaje. ¿Cómo entran en trance las parejas y cómo el te­
rapeuta puede utilizar los momentos de trance y el pro­
blema mismo para hacer que la gente se sienta más
satisfecha con sus vínculos? Ambos temas serán exami­
nados a fondo en este libro.
Un abordaje ericksoniano emplea trance, momentos
de foco interior que ocurren naturalmente, para quebrar
pautas y disposiciones mentales disfuncionales y para
generar nuevos aprendizajes. El terapeuta puede inte­
rrumpir la danza hipnótica y crear una contrainducción
que conduzca a una experiencia más satisfactoria. Este
proceso ayuda al paciente a abandonar viejos significa­
dos simbólicos y soluciones que han sobrevivido pero
que ya no son útiles.
La psicoterapia ericksoniana acepta y utiliza la rea­
lidad del paciente, para luego expandirse a partir de ella.
Cuando los compañeros se quejan uno de la conducta
del otro, un abordaje ericksoniano acaso acepte que la
situación es dolorosa y que mejoraría mucho si el otro
cambiara, y quizá prescriba en un contexto diferente las
mismas conductas que motivan la demanda de la pareja
o encuadre esas conductas bajo una nueva luz. En oca­
siones, la alteración de una idea o una imagen interior
por medio de una experiencia nueva vivida con el psicoterapeuta o dentro del mundo del paciente promueve un
pequeño cambio cuyo resultado es modificar el rumbo
de toda una vida. El síntoma o la solución antigua, des­
pués de ser situados en un contexto diferente y expan­
didos, se pueden trasformar en una solución nueva.
Erickson usaba un abordaje pragmático de psicote­
rapia y se encontraba con una teoría incompleta. De he­
cho, creaba una teoría cada vez que veía a un paciente.
En una conversación con Jeffrey Zeig (1985) comentó
que el terapeuta necesitaba comprender lo que intenta­
ban expresar sus pacientes. Creía que se formulaban
teorías y después se intentaba obligar a los pacientes a
encajar en ellas. Tal vez habría coincidido con esta opi-
23
nión de T. S. Eliot (1943): «Tuvimos la experiencia, pero
no acertamos con el significado». Erickson proponía, en
cambio, centrar siempre la atención en el paciente y su
situación de vida, y no en la teoría psicológica.
Basaba su abordaje pragmático en la observación
aguda. Procuraba hallar respuestas inconcientes a di­
versos estímulos. Solía decir a sus hijos: «¡Observen, ob­
serven, observen!» (comunicación personal de Betty Alice E. Elliott, 1985). Como terapeutas, también nosotros
debemos valernos de la observación aguda para destra­
bar una conducta férrea y rígida entre cónyuges.
El libro se divide en diez capítulos. El primero aborda
trance, sugestión indirecta y fenómenos de trance que
ocurren de manera natural, tal como se presentan en
un contexto de pareja, y su posible uso para reorganizar
pautas y resolver síntomas. Se reseñan las premisas bá­
sicas de la psicoterapia ericksoniana que interesan a la
terapia de pareja. Se tiende un puente entre elementos
sistémicos y dinámica individual, para uso del terapeuta.
El capítulo 2 expone interacciones hipnóticas pauta­
das que ocurren en un contexto de pareja. Redefine sín­
tomas como inductores de trance y como recursos que a
menudo contienen la solución del problema. Describe
trances positivos y negativos y define la «danza hip­
nótica».
En el capítulo 3 se muestra la creación de realidad
por la pareja y para ello se estudia el modo en que los
individuos usan experiencias pasadas para construir
realidades presentes y futuras. Además, se discuten los
principios perceptuales indispensables para compren­
der el modo en que esas realidades son creadas.
El capítulo 4 presenta un modelo hipnótico como
una estructura que sirve de punto de partida a la tera­
pia conyugal. Este modelo comprende: 1) el síntoma, co­
mo el marco de realidad a través del cual las parejas
miran su relación: 2) la evaluación del sistema de creen­
cias vigente, y 3) el uso del síntoma para generar un
cambio. Experiencias conyugales tempranas no resuel­
tas ni integradas pueden hacer que síntomas encuen­
tren expresión en el «nombre» que los cónyuges dan a su
relación (p.ej., «Abandonados en una isla», «Nenúfar en
una laguna» o «Huracán Alicia»). Ese nombre puede de­
24
terminar en buena parte el devenir del matrimonio. Se
examina la imaginería particular que el nombre esti­
mula entre los esposos. Se estudia el modo de ayudar a
las parejas a alterar la forma en que perciben sus con­
flictos a fin d e allanarles el camino hacia la resolución
del problema.
En el capítulo 5, trato sobre formas de lenguaje que
se pueden usar para provocar inducciones. Hay varios
modos de estimular un trance hipnótico por medio del
«manejo del lenguaje» que existe entre los cónyuges. Se
muestran las diferencias entre la técnica ericksoniana
y un método hipnótico más tradicional de inducción de
trance, el modo de usar un abordaje de conversación
para desarrollar una inducción de trance en una sesión
de terapia, y el de usar el síntoma presentado como un
inductor de trance, constructor de hipótesis y base de
una intervención. Se incluyen trascripciones de ejem­
plos para ilustrar el proceso hipnótico.
El capítulo 6 expone métodos que permiten crear
una hipótesis de trabajo para el tratamiento por medio
de la evaluación de la dinámica de trance en la relación
conyugal. Presento un cuestionario de evaluación que
ayudará al terapeuta de pareja a establecer tres niveles
diferentes de hipótesis: sistèmico, interpersonal e intrapersonal. Este cuestionario está diseñado de manera de
utilizar la metáfora de la propia pareja sobre su relación
y las formas en que cada cónyuge se percibe a sí mismo
y al otro. Describo el modo de diferenciar la danza o la
interacción hipnótica de la pareja y de trabajar con ella.
Revelar estas pautas recurrentes de la danza constituye
un paso decisivo hacia la intervención.
El tema principal del capítulo 7 es enseñar al tera­
peuta a usar un lenguaje terapéutico como estrategia de
intervención. Explica con ejemplos el método de cons­
trucción de metáforas e historias terapéuticas. A modo
de guía, presenta protocolos para construir metáforas
basadas en la etapa evolutiva en que se halla la pareja.
En el capítulo 8, presento las técnicas estratégicas de
inducción de trance aplicables a parejas. Se basan en
los fenómenos de trance particulares que los miembros
de la pareja acaso ya emplean, que a menudo se descu­
bren en el trance sintomático que producen entre ellos.
25
El capítulo 9 se centra en el papel del trauma en la
creación de la danza de inducción de trance entre miem­
bros de parejas. Traumas infantiles pueden ocasionar
problemas con posterioridad, y provocar estados de
trance negativos. En ese capítulo abordo el efecto que
producen estos traumas sobre las parejas. En hogares
alcohólicos o abusivos donde ocurren reiterados inci­
dentes traumáticos, a menudo se desarrolla un síndro­
me de stress postraumático que persiste en la edad
adulta como estado crónico. Las expectativas de sufrir
duros castigos mueven a muchos niños a evadirse por
medio de disociación (Hilgard, 1977). ‘Algunos niños en
peligro se ofuscan o experimentan disociaciones hip­
nóticas para protegerse. Traumas infantiles, conmocio­
nes y una represión de sentimientos y de recuerdos pue­
den generar una sensación de bloqueo emocional y un
miedo avasallador. Es fácil despertar estos sentimientos
y provocar la disociación hipnótica concomitante. Si ese
estado de alerta psicofisiológica se desencadena en un
adulto, puede manifestarse a través de conflictos con­
yugales, enfermedades psicosomáticas, depresión, apa­
gamiento gradual y un profundo sentimiento de ver­
güenza. Describo el tratamiento de este síndrome en un
marco ericksoniano.
El capítulo 10 versa sobre enfermedades psicosomá­
ticas que suelen acompañar al trauma temprano. Exa­
mino el tratamiento de las alergias «de contacto», como
síntoma físico, y las influencias sistémicas y evolutivas
concomitantes. Además, describo la migraña en su do­
ble aspecto de síntoma físico y mecanismo defensivo en
el conflicto conyugal.
El psicoterapeuta conyugal tiene que ser capaz de
observar la danza hipnótica de la pareja, evaluar hasta
cierto punto su dinámica y las creencias a que respon­
de, percibir los fenómenos de trance que se usan en el
trance sintomático que se desarrolla e idear intervencio­
nes que empleen los síntomas mismos. Una vez que ha
reconocido el trance que los cónyuges se estimulan uno
a otro desde sus interacciones, puede hallar una clave
para crear intervenciones orientadas a una solución, un
lenguaje que la pareja procese diferentemente y un sen­
timiento esperanzado por el futuro de la relación.
26
Dentro de la danza, las parejas a menudo encuen­
tran una senda hacia la solución y el bienestar. Pero
esta senda siempre está contenida en la danza de las
mentes inconcientes. Una vez que los elementos básicos
de la danza de trance entre parejas y lo inconciente se
investigan en el capítulo 1, los capítulos posteriores
guían al psicoterapeuta en la elaboración de estrategias
ericksonianas útiles para la terapia de pareja.
Nadie describió esta danza inconciente mejor que
T. S. Eliot en su poema «Burnt Norton»:
En el punto inmóvil del mundo que gira. Ni carnal
[ni descarnada;
Ni desde ni hacia: en el punto inmóvil, allí está la
[danza,
Pero no es detención ni movimiento. Y no la llaméis
[fijeza.
Donde pasado y tiempo se reúnen. Ni movimiento
[desde, ni movimiento hacia.
Ni ascensión ni declinación. A no ser por el punto,
[el punto inmóvil.
No habría danza, y sólo existe la danza.
T. S. Eliot, 1986, pág. 177
27
■
1. El inconciente de la pareja crea una
danza hipnótica
La danza de la pareja es la interacción hipnótica pau­
tada de dos mentes inconcientes; ella genera algunas
dificultades comunes y soluciones potenciales para ese
estado dinámico que llamamos matrimonio. Desde el
punto de vista del psicoterapeuta que trabaja con estas
pautas de interacción, la hipnosis de pareja ofrece opor­
tunidades únicas de desarrollar intervenciones más
precisas que ayuden a generar procesos de relación sa­
tisfactorios. A menudo, los cónyuges se sienten indi­
vidualmente atrapados en un diálogo vertiginoso en el
que se profieren palabras dolorosas e hirientes y se es­
timulan estados de conciencia hipnóticos. Tales estados
de conciencia y sus conductas concomitantes crean una
danza exquisitamente precisa.
Para facilitar una mejor comprensión de esta danza,
se describe primero el marco teórico para el empleo de
psicoterapia hipnótica con parejas. Se presentan varias
premisas básicas de la técnica ericksoniana como prin­
cipios sustentadores de este modelo de intervención
psicológica. Y se examina una diversidad de elementos,
como trance, mente conciente/inconciente, teoría del
trance, fenómenos de trance y trance conyugal.
La teoría del trance que se expone en esta sección
abarca los modelos de psicoterapia sistèmica y psicodinàmica. Enlaza tres componentes importantes: 1) los
procesos evolutivos y relaciónales de la familia histórica;
2) el sistema y la estructura conyugales, y 3) la estruc­
tura psíquica individual.
La familia histórica y su dinámica quedan registra­
das en la mente inconciente de cada individuo. Estos
procesos históricos son capturados como pautas inter­
nas de actividad cerebral, portadoras de un mapa que
orienta el funcionamiento actual en el sistema conyugal.
29
Contribuyen a mantener la estructura psíquica indivi­
dual y el trance conyugal, esa realidad alterada y única
que suelen estimular dos personas ligadas por una rela­
ción íntima.
La segunda parte del capítulo se ocupa específica­
mente del trance conyugal, es decir, del estimulado por
los cónyuges en forma recíproca o por uno de ellos sobre
el otro. Describe este tipo peculiar de estado interper­
sonal alterado como un proceso diàdico idiosincrásico
capaz de crear estados positivos o negativos y de derivar
en conductas generadoras o reductoras de conflictos.
Trance
Estado hipnótico, trance o apertura de lo inconciente
son tres descripciones de un estado único de conciencia
enfocada [focused awareness] en el que, según Erickson, se puede producir un nuevo aprendizaje. Erickson
se oponía a definiciones y teorías rígidas; de ahí su em­
pleo de hipótesis y descripciones generales. Describió el
trance como «un estado de sugestibilidad intensificado
artificialmente y semejante al sueño, en el que parece
haber una disociación normal, aunque con limitación
de tiempo y de estímulos, de los elementos "concientes”
y “subconcientes” de la psique» (CP III, pág. 8), una «re­
lación entre dos personas» (CP III, pág. 6) y «una relación
vital en una persona, estimulada por la calidez de otra*
(Zeig, 1985, pág. 63).
Para Milton Erickson, el estado de trance era «un pe­
ríodo de ensueño, inatención o callada reflexión. El ros­
tro tiende a perder animación, a parecer chato, "plan­
chado”. Todo el cuerpo queda inmóvil en la postura en
que se encuentre, y en ocasiones ciertos reflejos (p.ej.,
tragar saliva, respirar) retardan su ritmo. Hemos formu­
lado la hipótesis de que en la vida diaria la conciencia se
halla en un estado de fluctuación constante entre la
orientación hacia la realidad general y la microdinámica momentánea del trance» (Erickson y Rossi, 1981,
pág. 75). Toda vez que nuestra atención se abstrae mo­
mentáneamente hasta el punto de que el cuerpo parece
30
petrificarse, o los ojos se ponen vidriosos y los procesos
corporales se retardan, se ha producido un estado de
trance natural. Ajuicio de Erickson,
«en la hipnosis, la conciencia se disocia de lo inconcien­
te. La mente conciente es ese estado de conciencia en
que ocurren la evaluación activa y la toma de decisio­
nes. La mente inconciente es un repositorio de todas las
experiencias que uno ha tenido en la vida. La memoria
se va desvaneciendo en el nivel conciente pero se conser­
va intacta en el nivel inconciente; al menos, así lo creía
mi padre (...) La mente inconciente sirve de protectora y
aunque la mente conciente no siempre se percata de la
influencia que aquella ejerce en la toma de decisiones,
ambas contribuyen a originar las acciones del individuo.
La idea fundamental de la hipnoterapia ericksoniana es
la posibilidad de generar la resolución de problemas en
un nivel inconciente por medio de disociación. El foco te­
rapéutico ericksoniano era alentar a la mente inconcien­
te a acceder a sus propios recursos y utilizarlos, lo que
volvía posible un reaprendizaje y una reorganización en
el nivel inconciente, seguidos de cambios de conducta y
resolución de problemas en el nivel conciente» (comuni­
cación personal de Roxanna Klein, 1988).
En este estado disociado se estimula un proceso pecu­
liar del pensamiento.
Otros han definido el trance con especial relación a
una teoría de la disociación. Por ejemplo, Hilgard dice
que es «una conciencia dividida» o una disociación: la
mente conciente puede enfocar su atención en un as­
pecto y la inconciente en otro completamente distinto.
Hilgard señala que dos líneas de pensamiento diferentes
se pueden seguir de manera concurrente. Dos personas
que conversan pueden al mismo tiempo escucharse una
a otra, pensar una respuesta y examinar la información
recibida del interlocutor para modificar el énfasis en un
argumento poco convincente. También es posible que
cada una imagine el momento y el modo en que pondrá
fin a la discusión. Una parte de una persona que pre­
para activamente una respuesta puede no ser percibida
o estar disociada de la mente conciente (Hilgard, 1977).
Hilgard llama a este componente «el observador oculto».
31
Para otros teóricos, el trance es «un estado de con­
ciencia alterado» (Daniel Brown y Erika Fromm, 1986),
cuya función es proporcionar una «regresión al servicio
del yo, junto con un mayor acceso a lo inconciente»
(Fromm, 1980, pág. 75). Fromm adopta una posición
analítica con respecto a la hipnosis. Ludwig (1966) de­
sarrolló esta definición de un estado de conciencia alte­
rado. Sostuvo que un estado de conciencia alterado se
podía alcanzar por medios psicológicos, fisiológicos o
químicos, y que nuestra percepción del mundo es dife­
rente en ese estado hipnótico que en el estado normal de
vigilia.
Beahrs (1988) define la hipnosis desde tres perspec­
tivas: fenoménica, transaccional y formal-procesal. La
primera la ve como el proceso que lleva a experimentar
alteraciones volitivas, perceptivo-mnémicas y cognitivas
tales como la «lógica del trance», según la define Orne
(1959). Para Beahrs, la perspectiva transaccional inclu­
ye al paciente y al hipnólogo, a la inducción y al estado
hipnótico de sugestibilidad. La formal-procesal contiene
elementos de las dos anteriores y atiende a la ritualización del proceso y a su etiquetamiento como «hipnosis».
Beahrs (1982) señala que puede haber muy diversos
tipos de estados de trance. Al respecto, cita una con­
versación con T. X. Barber, en la que este dijo: «Por em­
pezar, si va a hablar del trance, ¿por qué ha de referirse
a el trance? Tal vez hay dos, tres o aun un número infi­
nito de tipos de trance» (pág. 22). Esta propuesta merece
ser tenida en cuenta.
Están el trance común cotidiano y el que se induce
en los deportes (p.ej., la intensa concentración requeri­
da para lanzar una pelota o practicar un arte marcial).
Puede haber una diferencia cualitativa entre los estados
de trance inducidos entre cónyuges y los que ocurren en
presencia de los hijos. Conforme a diversas teorías, en to­
dos estos casos la disociación constituye una caracte­
rística fundamental.
En este libro, el trance se afilia a las teorías sobre la
disociación y se define simplemente como una disocia­
ción de la mente conciente respecto de la mente incon­
ciente. La conducta de trance presenta diversas caracte­
rísticas que incluyen ensimismamiento de la atención,
32
conducta involuntaria en el contexto de la relación, y
factores biológicos.
Para los fines de esta exposición, podemos definir
teóricamente la hipnosis, la mente conciente y la incon­
ciente. Más avanzado el capítulo, observaremos cómo
las interacciones de la pareja suelen correr paralelas a la
conducta hipnótica e incorporar fenómenos del trance
hipnótico al trance conyugal. Podemos decir que la hip­
nosis es ese proceso de creación de un estado de con­
ciencia alterado en que existe una disociación entre la
mente conciente y la inconciente. Esta disociación es lo
que llamamos «trance»: un estado de atención enfocada.
La mente conciente es ese estado de percatación que es
portador de funciones destinadas a la toma de deci­
siones, las evaluaciones, el pensamiento lógico, lineal, y
mantiene una cantidad limitada de fragmentos de infor­
mación simultáneos. La mente inconciente es el reposi­
torio de todas las experiencias y aprendizajes pretéritos.
Según creen los investigadores (Kandel y Schwartz,
1982), reside en pautas de impulsos eléctricos neuronales que conectan muchas sinapsis cerebrales. Al pare­
cer, es capaz de integrar una información compleja y
elaborada sin percatación cognitiva. El Brain/Mind BuUetín (marzo de 1984) afirma que «la mente inconciente
desempeña en la vida mental un papel más importante
que el imaginado hasta ahora. Los estímulos registrados
fuera de la conciencia causan un efecto mensurable en
la conducta» (pág. 2). Emmanuel Donchin, director del
Laboratorio de Psicofisiología Cognitiva de la Universi­
dad de Illinois, expresa allí mismo que «hasta el noventa
y nueve por ciento de la actividad cognitiva puede ser no
conciente» (pág. 2). La mente inconciente también es ca­
paz de responder a las simpatías y aversiones antes de
que la mente conciente sepa siquiera a qué responde.
Toda experiencia es registrada y organizada en una pau­
ta particular, y almacenada en la mente inconciente. Es­
tos recuerdos inconcientes pueden recuperarse y uti­
lizarse como recursos para resolver problemas actuales.
Todo aprendizaje experiencial que hayamos hecho
puede servir después como recurso para resolver pro­
blemas. Aprender a caminar y hablar, a percibir la sen­
sación de hambre y sus señales, a decir no y sí a noso-
33
tros mismos y a los demás, a trabajar en equipo y a ser
un individuo: he ahí sólo algunos de los aprendizajes experienciales que adquirimos a una edad bastante tem­
prana y que utilizamos con frecuencia en la adultez.
Aunque no sepamos exactamente qué es el trance
hipnótico y sus definiciones sean variadas y discutibles,
podemos proponer una definición basada en las ideas
de Erickson. Es posible distinguir el estado de trance del
estado de «no trance» y ver en él un continuo desde el
trance natural con diversos ejes: disociación, profundi­
dad del trance, conducta voluntaria versus conducta in­
voluntaria, alta sugestibilidad versus baja sugestibili­
dad, atención, imaginación, memoria y fenómenos de
trance. Conceptualizamos el estado de no trance dicien­
do que existe cuando una persona está plenamente
asociada al presente y su mente conciente cumple su
función procesadora en una forma lineal y evaluativa
(cf. figura 1.1).
NO-TRANCE
-
---- TRANCE
(Asociación)
(Disociación)
Vigilia p len a ------ — Leve --------- Mediano —------ Profundo
ELEMENTOS DEL CONTINUO DEL TRANCE
CONDUCTA
Voluntaria ------------------- Involuntaria
SUGESTIBILIDAD
Baja ----------------- Alta
ATENCION
A m p lia------------------Reducida
IMAGINACION
(Visual kinestésica, auditiva)
Embotada---------- Vivida
MEMORIA
Recuerda------------ Revive
Figura 1.1. Continuo del trance.
Disociación
La disociación implica una desconexión de un estado
plenamente asociado, producida en el momento presen-
34
te. La persona en estado levemente disociado tal vez tenga
un sueño diurno o no advierta alguna actividad que se
desarrolla en la misma habitación. Según sean los estí­
mulos recibidos, a medida que la disociación avanza
pueden ocurrir varias alteraciones sensoriales perceptuales: el individuo no oye concientemente un sonido,
aunque su inconciente lo registra o experimenta otros
fenómenos perceptuales. Todos los mecanismos de de­
fensa que una persona puede utilizar contienen elemen­
tos de disociación (examinaremos esto en el capítulo 6).
Por último, el polo del continuo de disociación corres­
pondiente a la máxima desconexión podría denominarse
«personalidad múltiple». Tal estado de disociación extre­
ma suele contener una barrera amnésica entre partes
del self. La organización de estas partes desconocidas
puede alcanzar un desarrollo tan completo que sostenga
estados de salud totalmente distintos: por ejemplo, una
parte o personalidad evidencia una diabetes y otra no;
un self carece de agudeza visual y otro tiene una vista
perfecta.
Profundidad del trance
Erickson identificó los «trances comunes cotidianos»
como los que suceden a diario cuando un pensamiento,
una historia interesante o un sueño diurno absorben
nuestra atención. Estos trances leves son incidentes ru­
tinarios, muchas veces marcados por conductas como
fijación de la mirada, inmovilidad física, desatención a
las actividades del entorno, alteraciones de la respira­
ción. Aunque duran apenas unos minutos, en ellos se
observan todos los fenómenos de trance. En un nivel de
trance más profundo, esos fenómenos se intensifican.
Ajuicio de Erickson, el grado de profundidad necesa­
rio para tratar los problemas de un paciente depende de
su personalidad, la naturaleza del problema y la etapa
terapéutica en la que se halle. En algunos casos, sólo se
requiere un trance leve para abordar un problema difí­
cil; en otros, se necesita un trance profundo aunque el
35
problema sea relativamente fácil. El terapeuta debe apli­
car su criterio clínico a cada caso particular; si una téc­
nica no da resultado, siempre podrá recurrir a otra (CP
IV, págs. 29-30).
Atención
Una persona en estado de no trance puede tener un
amplio foco de atención. En cambio, en el estado de
trance, la atención conciente del sujeto se absorbe hasta
el punto de que ruidos fuertes pueden no afectar su con­
centración. Puede ocurrir que un ruido fuerte ni siquiera
provoque una reacción en el paciente, aunque comenta­
rios ulteriores acaso revelen que ese ruido fue registrado.
Es frecuente que haya amnesia para el ruido porque la
mente conciente está enfocada en algún otro estímulo.
La mente conciente de un paciente puede estar absor­
bida por un cuento interesante o un curioso fenómeno
de disociación en trance, como la levitación de una mano
o un cambio perceptual en el peso del cuerpo. Pueden
producir esta absorción una mirada cautivadora del te­
rapeuta, una confusión súbita acerca de una situación o
una idea que atrape la atención.
Una idea o pensamiento puede ser tan absorbente
que el paciente se fije en él y lo repase una y otra vez. El
propósito de esta repetición es dominar un sentimiento
desagradable asociado a la idea, evitar un sentimiento o
controlar a alguien (que es otro modo de manejar un
sentimiento de miedo). Esta inmovilidad de pensamien­
to puede darse en el pensamiento obsesivo, caracteri­
zado en ocasiones por el examen sumamente minucioso
de una idea. Las metáforas ericksonianas fomentaban
este tipo de absorción: solían ser tan curiosas y fasci­
nantes que el paciente pasaba mucho tiempo en el in­
tento de descifrar su significado exacto.
En el caso de una relación de pareja, una persona
puede atascarse a tal extremo en una idea negativa
acerca de su pareja que la lucha interna por resolver su
ira se vuelva dolorosa. Esta lucha tal vez adopte la forma
de atribuir a la conducta del otro una motivación nega-
36
tiva y maliciosa, para luego tratar de resolver los senti­
mientos asociados a esa suposición específica. Veamos
un caso ilustrativo.
Jake quería saber todo lo que hacía Ann durante la
jornada: siempre quería saber adonde iba, qué haría y
con quién. Ann se sentía invadida y controlada por sus
interrogatorios intrusivos. Aunque no le ocultaba nada
a Jake, tendía a ser reservada. Jake percibía esta acti­
tud evasiva de Ann e interpretaba su autoprotección
como señal de que mantenía una relación extraconyu­
gal. Esta idea obsesiva le daba vueltas y más vueltas en
su cabeza. Una mañana en que se sentía particular­
mente atormentado, fue a almorzar a un restaurante a
hora temprana. Dentro del local, tuvo una alucinación
en la que «vio» a su esposa almorzando con otro hombre.
En ese momento, Ann se hallaba en el extremo opuesto
de la ciudad, y participaba activamente en un trabajo
comunitario. Cuando ella le dijo adonde había estado, él
no pudo creerle ni siquiera ante la evidencia de un pro­
grama impreso que Ann había traído a casa porque la
había «visto» con sus propios ojos. En un momento de
su relación con Ann, Jake había tenido expectativas de
abandono a causa de cierto trauma temprano de sepa­
ración. Cuando empezó a experimentar tensión a causa
de problemas cotidianos, no pudo tolerarla. Proyectó su
miedo mayor y creó un estado negativo que lo llevó a
desarrollar una alucinación positiva.
Podemos absorber la atención del paciente pidiéndo­
le que se relaje o sugiriéndole que esté más alerta. Tradi­
cionalmente se asociaba el trance con el sueño, pero ya
no se lo concibe así. La absorción de la atención suele ir
acompañada de relajación con sugestiones para que el
paciente cierre los ojos y reduzca su actividad. En 1976,
E. I. Banyai y Ernest Hilgard desarrollaron un procedi­
miento activo-alerta de inducción de trance. Los sujetos
pedaleaban una bicicleta-ergómetro con los ojos abier­
tos; durante el ejercicio, les impartían diversas suges­
tiones sobre sentirse más atentos y alertas. Los resul­
tados indicaron que una conducta de trance ocurría en
un estado de alerta, según lo demostraba la mirada inex­
presiva de los sujetos, como si hicieran foco sobre un
objeto distante. Todos los fenómenos de trance se expe­
37
rimentaron en ese estado de atención en extremo alerta
y concentrada, entre ellos, alucinaciones positivas y ne­
gativas, sueños hipnóticos, analgesia, hipermnesia, am­
nesia y sugestiones pos-hipnóticas.
Conducta voluntaria o involuntaria
En el estado de no trance, se experimenta sobre todo
una conducta voluntaria. La gente produce elecciones
de conducta y respuestas volitivas. Un marido o una es­
posa llama a su compañero y le pide un documento olvi­
dado. El cónyuge puede responder con la elección conciente de hacer o no hacer caso al pedido. En un trance,
el paciente tiene la impresión de que sus respuestas son
avolitivas o involuntarias. Quizás experimente la suges­
tión indirecta del terapeuta de que cierre los ojos como
un movimiento involuntario de sus párpados. El tera­
peuta acaso haga la sugestión: «No sé cuándo sus ojos
empezarán a sentir cierta pesadez, o cuándo querrán
cerrarse para que usted se sienta más cómodo y pueda
escuchar con atención algo diferente». Al responder a la
sugestión de cerrar los ojos, acaso el paciente experi­
mente esta conducta como avolitiva. La respuesta es vo­
luntaria, pero ha sido condicionada para que ocurra
bajo ciertas circunstancias (p.ej., con la conciencia enfo­
cada).
Una conducta puede parecer involuntaria en el con­
texto de una relación. Cuando un paciente experimenta
ciertos fenómenos de trance como si fueran ajenos a su
voluntad, parece ser el receptor pasivo de los fenómenos
suscitados por el hipnólogo, sean cuales fueren. Si el
terapeuta pide a una paciente cooperativa en estado de
trance que se vea a si misma como una niña de seis
años «sentada allí», es posible que ella se vea realmente
como si estuviese mirando un holograma. Si el terapeu­
ta sugiere una levitación de brazo, la paciente tiene la
impresión de que su brazo, separado del cuerpo, se ele­
va por sí solo sin que medie ninguna opción conciente.
En el ejemplo de Jake y Ann, Jake experimentó la
alucinación positiva como algo que sucedía fuera de él.
38
Le pedí que probara en el consultorio otros fenómenos
hipnóticos totalmente ajenos a su miedo de que Ann
tuviera una aventura. Sólo cuando comprobó en el con­
sultorio que era capaz de tener una alucinación positiva
en la que veía a Ann saliendo por la puerta, consideró la
manera en que él construía la realidad. En ese punto
pudimos iniciar psicoterapia del problema más profun­
do de Jake: el miedo al abandono. Si bien Jake pudo re­
solver su problema sin necesidad de obtener un insight
acerca de él, la combinación de una experiencia y una
comprensión nuevas lo ayudó a establecer nexos inme­
diatos y le proporcionó una sensación de alivio acerca de
lo que le sucedía.
Sugestibilidad
Es la disposición a aceptar una idea ajena, obrar con­
forme a ella y hacerla propia. Es un aspecto tanto de los
estados de trance como de los estados de no trance. El
acto de sugestión puede ocurrir de diversos modos:
Una sugestión se puede producir por medio de men­
sajes verbales, no verbales, extraverbales o intraverbales. Se puede consumar a través de cualquier canal sen­
sorial y puede interesar a los cinco sentidos. Una su­
gestión verbal se puede enviar por vía del lenguaje o de
sonidos humanos. Una sugestión no verbal puede re­
sultar de gestos, miradas o movimientos del cuerpo. La
implicación —una fuerza poderosa dentro de la suges­
tión— puede considerarse extraverbal y comunica un
mensaje sin expresarlo abiertamente. Una sugestión
intraverbal es el significado implícito del mensaje, tras­
mitido por la modulación de la voz o los estilos de una
persona (Kroger, 1963, pág. 6).
La sugestibilidad en el estado de no trance es un pro­
ceso que se presta igualmente a examen. A causa de la
función evaluativa de la mente conciente, hacen falta
técnicas de persuasión directa para influir en la conduc­
ta humana (p.ej., el razonamiento lógico, el recurso a
fuentes dignas de crédito y las consecuencias de deter­
minadas actitudes y conductas). La mente conciente
39
juzga estas comunicaciones según la posición asumida
por el individuo frente a una cuestión, y las evalúa sobre
la base de su proximidad o distancia respecto de esa po­
sición. Si la comunicación expresa una posición cercana
a la del individuo, el resultado será la asimilación; en
otras palabras, esa persona percibirá una similitud en­
tre el mensaje y la posición que ella sostiene, lo evaluará
favorablemente y, en consecuencia, será influida por él.
Podemos determinar el grado de sugestibilidad de la
mente conciente de un individuo si medimos su involucración yoica en una cuestión. Cuanto menos capaz sea
de separar su yo de ella, tanto más se convertirá esta en
una prolongación de su yo. Cualquier comunicación que
respalde una idea situada fuera del margen de acepta­
ción (el de aquellas ideas cuya verdad se acepta de buen
grado) no causará efecto alguno o será rechazada.
Si alguien sostiene con firmeza una opinión, cual­
quier técnica persuasiva que procure cambiarla quizá
sólo sirva para reforzarla. Cuanto más comprometido
esté con una posición, tanto mayor será su involucración yoica y es posible que cualquier discrepancia se vea
como algo personal. La persona y la posición pasan a ser
una sola cosa. La involucración yoica sirve de filtro para
juzgar un mensaje; el individuo lo evaluará en función
de sus experiencias y creencias. El grado de sugestibi­
lidad conciente de una persona puede estar determinado
por la medida en que la comunicación caiga dentro del
margen de aceptación, el grado de credibilidad de su
fuente y la intensidad de afiliación entre quienes se co­
munican.
La sugestibilidad es una característica central de la
hipnosis y el estado de trance. El trance y los fenómenos
de trance se basan en la capacidad de reacción del su­
jeto a las sugestiones. De hecho, tanto la conducta que
acaso se sugiera para resolver un problema como las
sugestiones orientadas a reorganizar recursos se fun­
dan en la sugestibilidad (CP IV, págs. 20-1). Erickson
veía en la hipnosis una comunicación con el inconciente;
por lo tanto, la sugestión es un pedido dirigido al incon­
ciente para que reorganice un recuerdo y lo convierta
en un recurso positivo, tal vez olvidado o ignorado por la
mente conciente. Si el sujeto actúa conforme a la su­
40
gestión recibida, se deduce que su inconciente ha res­
pondido al pedido. Cuando el psicoterapeuta usa la hip­
nosis como instrumento intensificador de sugestiones
terapéuticas, provoca una respuesta positiva en el pa­
ciente.
Imaginación
El acto de imaginar implica formar imágenes menta­
les que posean componentes sensoriales conexos. Las
imágenes afectan los procesos sensoriales y, a la inver­
sa, los sentidos afectan el tipo de imágenes que una per­
sona puede formar. La formación de imágenes suele
preceder a un cambio físico o seguirlo. Luria (1968) in­
vestigó la relación entre imaginería y respuesta física, y
descubrió que uno de sus pacientes podía acelerar su
ritmo cardíaco si se imaginaba que corría para atrapar
un tren. Luthe y Schultz (1969) utilizaron adiestramien­
to autógeno, imaginería mental y relajación en más de
dos mil estudios sobre los efectos psicológicos de la ima­
ginería mental. Achterberg, Simonton y Matthews-Simonton (1976) descubrieron que la naturaleza y la cali­
dad de la imaginería de un paciente canceroso influían
en su capacidad de manejar la enfermedad.
En la hipnosis, se estimula la imaginación de una
persona para formar una gama de imágenes sobre un
continuo que va desde las opacas hasta las vividas. Es­
tas imágenes pueden contener un complejo de dimen­
siones: actitudes, afectos y creencias referidos a expe­
riencias pasadas, presentes y futuras. A veces, la mente
inconciente representa de manera simbólica las dimen­
siones de determinadas actitudes, afectos y conductas.
Algunos de estos sucesos imagínales contienen compo­
nentes auditivos, kinestésicos y visuales que expresan el
complejo de dimensiones. Gracias a estos componentes
y dimensiones imagínales, el individuo puede formar
una imagen futura positiva, alterar la experiencia pre­
sente y contemplar el pasado desde un punto de vista
diferente.
41
Memoria
La hipnosis permite activar recuerdos por medio de
asociaciones y, en especial, por medio de la actividad del
sistema límbico productor de emociones. En ocasiones,
detalles en apariencia triviales estimulan recuerdos crí­
ticos. Al recorrer en automóvil un viejo vecindario, quizá
«revivamos» recuerdos fuertes y pensemos en personas,
lugares y cosas en los que no pensábamos desde hacía
un tiempo. Emociones anejas a percepciones desem­
peñan un papel importante en la creación y el ordena­
miento de los recuerdos (Gloor et aL, 1982).
Los recuerdos actúan como recursos, en el sentido
de que trasportan información valiosa para determina­
da experiencia de aprendizaje vivida en el pasado. La
mascota doméstica que actuó como nuestra mejor ami­
ga tal vez nos proporcionó muchos aprendizajes sobre
cuidado, intimidad y calidez. Este recuerdo puede ser
activado en términos de lo que pensábamos y sentíamos
antes de interactuar con ese animalito y durante la in­
teracción, sea por asociación con la mascota de un ami­
go o por sugestión de la experiencia por medio de la me­
táfora terapéutica.
Los recuerdos se pueden alinear sobre un continuo
que va desde recordar algo, en el sentido de rever una
imagen a la distancia, hasta revivir un recuerdo perci­
biéndonos a nosotros mismos en el acto de repetir una
vieja conducta que creíamos haber cambiado, como si
fuera una acción refleja. En el extremo del espectro, se
alcanza una revivificación máxima: nos sentimos tras­
portados en el tiempo y volvemos a vivir un hecho exac­
tamente tal como ocurrió.
Fenómenos de trance
Los diversos fenómenos de trance son experiencias
de los mismos mecanismos psicológicos que una perso­
na puede tener en estado de no trance, sólo que de un
grado mucho mayor {cf. figura 1.2). La amnesia se pue­
de considerar una forma extrema del olvido. En trance,
42
podemos experimentar un olvido natural de un suceso o
de un sentimiento. Algunas parejas tienen la experien­
cia subjetiva de la amnesia del cónyuge, o sea, su olvido
momentáneo acompañado por la visión alucinatoria del
rostro de un progenitor. La alucinación y la progresión
de edad son formas extremas de la imaginación vivida.
La primera es la experiencia subjetiva de ver, oír, oler o
tocar algo que no está verdaderamente presente en una
realidad objetiva. La segunda es la experiencia subjetiva
de avanzar en el tiempo y experimentarnos como más
maduros, en cuanto a los pensamientos y sentimientos,
y dotados de mayor soltura para generar soluciones. La
regresión de edad es una forma extrema de la memoria
reviviflcadora; en el trance, es la experiencia subjetiva
de volver a una época anterior de nuestra vida en el pen­
samiento, el sentimiento y la experiencia corporal. La
hipermnesia es una forma extrema del recuerdo; en
ocasiones, el trance permite recordar hasta el último de­
talle algún aspecto de una experiencia largamente olvi­
dada en el nivel conciente. La escritura automática es el
garabateo llevado a un grado mayor; en ella, lo incon­
ciente puede comunicar algo ignorado por la mente
conciente. La analgesia y la anestesia son formas extre­
mas del adormecimiento u hormigueo de las extremi­
dades; en el trance, pueden ser una experiencia subje­
tiva de insensibilidad parcial o total.
O lvido--------Amnesia
Imaginación vivida-------- Alucinación
Recuerdo------------- Hipermnesia
Garabateo------------Escritura automática
Adormecimiento leve, hormigueo--------- Analgesia
Falta de sensibilidad----------Anestesia
Memoria reviviflcadora------------ Regresión de edad
Imaginería sobre el fu tu ro---------------Progresión de edad
Figura 1.2. Fenómenos de trance.
Factores biológicos
Los ritmos biológicos normales pueden alterar la
conciencia y provocar el trance (Rossi, 1986). Las íluc-
43
tuaciones fisiológicas normales de los procesos psicofisicos que experimentamos a diario producen mudan­
zas en la conciencia. Antes de la menstruación, es común
que la mujer adopte una actitud más introspectiva, que
se acompaña a veces de una caída del nivel de energía y
de la tolerancia a las frustraciones. Los hombres tam­
bién tienen fluctuaciones en su energía y talante.
Ernest Rossi (1986) ha descrito varios ritmos natura­
les que han sido determinados en la bibliografía espe­
cializada. Los ritmos circadianos son ciclos biológicos
que ocurren cada veinticuatro horas. Pertenecen al ciclo
sueño-vigilia, pasible de ser interrumpido por hechos
tensionantes de la vida (p.ej., cambios en el ciclo labo­
ral). El ritmo ultradiano es un ciclo de actividad seguida
de un descanso que ocurre cada noventa minutos. Se
caracteriza por un dormir o soñar MOR (movimientos
oculares rápidos), dilatación de la pupila, respiración
alternada por una u otra fosa nasal —a causa del predo­
minio alternado de los hemisferios cerebrales (Werntz,
1981)— y congestión del pene o el clítoris.
Estos ritmos biológicos influyen sobre la conciencia y
la conducta de las parejas en las áreas de los apetitos
sexual y de hambre, las pautas de sueño, etc. (Chiba et
aL, 1977). Rossi (1986) explica que: «Mis observaciones
clínicas indican que parejas con una buena relación
conyugal tienden a integrar sus ritmos circadianos y
ultradianos en forma espontánea y están en sincronía;
parejas desdichadas declaran invariablemente conflic­
tos y disincronía en todos estos ritmos» (pág. 217).
Premisas básicas
Erickson no adhirió a una teoría psicoterapèutica
determinada. No obstante, en su trabajo con parejas,
operó a partir de varias premisas básicas. Nunca las
especificó; más bien se han recogido de sus escritos y
videocintas, y por consultas con varios de sus hijos.
1.
Cada individuo posee los recursos necesarios para
atender problemas presentes y futuros. Erickson creía
que el ser humano disponía de todos los recursos nece­
44
sarios para hacer frente a los problemas de la vida. La
percepción de un hecho y la respuesta a él son las que
determinan su carácter positivo o negativo. Tras haber
afrontado reiteradamente la posibilidad de su propia
muerte a lo largo de su vida, Erickson descubrió que po­
seía notables capacidades naturales para manejar esas
dificultades y superar limitaciones concientes, como
todas las personas. En vista de esta capacidad innata,
nada hay que temer por el mañana.
2. La experiencia es subjetiva. Nuestras percepciones
y reacciones otorgan un significado a lo que percibimos;
por consiguiente, podemos alterar la experiencia subje­
tiva de la realidad.
Puesto que otorgamos un significado a lo que percibi­
mos, podemos cambiar ese significado y, con ello, modi­
ficar la realidad. Dado que el contexto determina, en
gran parte, lo que percibimos, al cambiar aquel también
cambia la realidad.
3. Cada persona es un ser único dotado de muchos re­
cursos, a algunos de los cuales los desconoce. Erickson
creía en la singularidad y el valor de cada individuo.
Este puede conocer, o no, los recursos internos de que
dispone y los existentes en su entorno. Erickson des­
cribió el inconciente como un repositorio de recuerdos y
experiencias de vida. El individuo dispone de toda esta
información para resolver problemas, aunque tal vez no
tenga conciencia de ello.
4. Cada persona tiene muchas opciones para resolver
cualquier problema. El papel del terapeuta consiste en
facilitar la recuperación de recursos y en ayudar a gene­
rar por este camino el cambio de actitud, de conducta o
de sentimiento dentro del inconciente del cliente. La ex­
tensión del cambio sólo puede ser anticipada en un nivel
inconciente.
Ya tenemos organizados muchos aprendizajes apli­
cables a nuestros problemas actuales, como abotonar
una prenda o atar los cordones de un zapato o percibir
en perspectiva. A estos se suman miles de aprendizajes
ulteriores; cómo iniciar una discusión y cómo ponerle
fin, cómo prestar atención a una ofensa y cómo olvidar­
la, cómo acelerar y retardar el tiempo, cómo proyectarse
hacia el futuro y hacer un viaje al pasado.
45
5. El conflicto entre cónyuges es contextuaL Determi­
nadas palabras, expresadas en un contexto especifico,
pueden llevar a una comunicación clara o a un malen­
tendido. Se puede moderar la irritación si se redefine el
contexto; por ejemplo, si se lo trasforma en un ámbito de
pullas juguetonas. En tanto se lo considere seguro, ese
contexto proporcionará un ambiente adecuado para el
humor y las conductas experimentales. Como conse­
cuencia, quizá los cónyuges acaben por reírse de ciertas
áreas anteriormente penosas, pero si uno de ellos dis­
crepa acerca de la seguridad del contexto, puede surgir
un conflicto.
6. Cada cónyuge desempeña inadvertidamente un
papel complementario en cualquier problema que surja
en la relación. Aunque Erickson no aplicaba una orien­
tación sistèmica, sus intervenciones dejan entender que
era conciente de la reciprocidad de la conducta entre
cónyuges. Cada cónyuge tiene percepciones y posicio­
nes recíprocas con respecto al otro: el más introvertido y
pasivo suscitará una mayor extraversión y agresividad
en su compañero, y a la inversa.
7. Un trance puede ser consecuencia de una interac­
ción conyugal A veces, interacciones conyugales esti­
mulan el trance en forma recíproca. Cuando se produce
este desplazamiento de la conciencia, es posible que un
esposo vea aparecer, sobre el rostro del otro, el rostro de
un personaje del pasado (amnesia del cónyuge), y que
reaccione momentáneamente como si su pareja fuese
esa otra persona. Un cónyuge puede sentirse niño en
respuesta a cierta conducta verbal o no verbal del otro.
En algunas teorías psicológicas, esta noción se deno­
mina «trasferencia» (trance-ferencia).
8. Dentro del problema está la solución. Erickson pen­
saba que el problema era en muchos casos una metá­
fora de una dificultad soterrada que, si era comprendida
plenamente, también sugería una solución. Partiendo
de esta línea de pensamiento, Gilligan (1987, 1988) sos­
tuvo que «los fenómenos del trance son idénticos a los
fenómenos del síntoma». Un individuo puede utilizar in­
suficientemente o en demasía determinado fenómeno de
trance. La respuesta al problema se puede hallar en el
interior del complejo de síntomas (Gilligan, 1987).
46
9. Cada individuo posee su propio estilo de aprendiza
je para recombinar y desplazar experiencia (Lankton,
1986, pág. 32). El que hace foco casi exclusivo en lo ne­
gativo no puede, cuando se lo piden, hacer foco en as­
pectos positivos. No obstante, tal vez logre diferenciar
matices de negatividad en caso de que le pregunten sí
algo es negativo en un cien por ciento o lo es acaso sólo
en un ochenta por ciento. El terapeuta creará el tipo de
intervención más útil aplicando las reglas que rigen el
funcionamiento de cada persona.
10. Los síntomas aparecen cuando las personas in­
tentan utilizar repetitivamente el mismo estado de con
ciencia y no encuentran los recursos necesarios para
abordar determ inado problem a. Erickson decía que
«problemas psicológicos existen precisamente porque la
mente conciente no sabe cómo producir una experiencia
psicológica y un cambio de conducta en la medida que
desearíamos» (Erickson y Rossi, 1979, pág. 18). Es fre­
cuente que los cónyuges se provoquen mutuamente
ciertos estados de conciencia que, si se repiten en el
tiempo, les estorbarán introducir un cambio en sus in­
teracciones.
11. A menudo, el conflicto conyugal es metafórico y re­
fle ja un significado más profundo que el contenido de la
discusión Si una disputa no se puede resolver en el ni­
vel de las soluciones, es indicio de que opera alguna otra
dinámica. Quizás el conflicto refleje una lucha por el
poder, un intento inconciente de resolver una cuestión
relacionada con la familia de origen o un enojo y desen­
gaño no resueltos.
12. Los fenóm enos de trance se pueden considerar
síntomas, recursos y vehículos para que el terapeuta
induzca un trance en una pareja Fenómenos de trance
sintomático aparecen cuando una pareja, incapaz de re­
solver un problema, queda atrapada en un círculo vicio­
so de conflictos. Los fenómenos de trance, en sentido
general, pueden ser recursos útiles si se utilizan con­
venientemente. Beahrs (1982) sugiere la posibilidad de
que rotular a un paciente con un término psiquiátrico
sólo sirva en realidad para bloquear una intervención
adecuada del terapeuta. Si este es capaz de ver el pro­
blema como una «habilidad hipnótica mal utilizada», po-
47
drá enseñar al paciente a usar sus recursos internos
para resolver problemas.
Haley describe el uso ericksoniano del síntoma en el
caso de una joven esposa que deseaba espaciar las visi­
tas de sus suegros. Contrajo una úlcera incapacitante.
Erlckson le dijo: «En realidad, no quiere a sus suegros.
Son un dolor de estómago cada vez que vienen; esto de­
bería perfeccionarse en provecho de usted: ciertamente,
no pueden pretender que usted limpie el piso si vomita
cuando vienen» (Haley, 1973, pág. 127). La paciente si­
guió el consejo: cada vez que venían sus suegros, vomi­
taba y ellos tenían que limpiar el piso. No sólo dejaron de
visitarla con tanta frecuencia, sino que además se m ar­
chaban en cuanto ella empezaba a tener mal semblante.
Erickson comentó: «Necesitaba verse impedida, por lo
cual reservó todo su dolor estomacal para el momento
en que vinieran sus suegros. Esto la satisfizo (. . .) Su
estómago era tan bueno que podía echar a los parientes»
(Haley, 1973, pág. 128). Para trabajar por el logro de la
resolución de un problema, el terapeuta puede usar los
fenómenos de trance que la pareja emplea en un trance
sintomático para inducir un trance curativo.
Tender un puente entre elementos dinámicos
y sistémicos
A causa de su postura ateórica en psicoterapia,
Erickson poseía esa fluidez y creatividad que caracteri­
zan al maestro. En su abordaje de un trabajo de trance,
era capaz de abarcar a la vez las teorías psicodinàmica
y sistèmica. De hecho, iba más allá de la teoría, y a ve­
ces producía intervenciones como las de un mago, que
en muchos casos provocaron cambios impresionantes.
Más a menudo, dedicaba mucho tiempo a los casos y
trabajaba con ahínco. Llegó al cambio desde varias
perspectivas. Otorgó importancia tanto a la psicodinà­
mica del individuo como al sistema en que este operaba.
Su filosofía del cambio fue singular: «En psicoterapia no
cambiamos a nadie. Las personas se cambian a sí mis­
mas. Nosotros creamos las circunstancias en que un in­
48
dividuo puede responder espontáneamente y cambiar.
Es todo lo que hacemos. El resto depende de ellos» (Zeig,
1985, pág. 69; Ritterman, 1985).
Su uso del estado de trance para influir en la dinámi­
ca intrapsíquica e interpsíquica por igual presenta as­
pectos singulares. Un trance puede asistir al individuo
en la reorganización creativa de su dinámica intrapsí­
quica. Al mismo tiempo, Erickson podía influir sobre el
sistema actual. Como dice Nichols, las relaciones actua­
les tienden a reflejar las relaciones reales e imaginarias
del pasado y el presente (1987, págs. 28-9). Por ejemplo,
explica que hombres que se han criado con una madre
criticona e intrusiva pueden llevar en su interior una
imagen crítica de las mujeres en general. Ya adultos, es
posible que los invada el temor de desagradar a las mu­
jeres y se esfuercen por mantenerlas contentas a expen­
sas de sus necesidades propias. Esto puede moverlos a
soterrar una gran ira y resentimiento (Nichols, 1987). Si
un hombre así se casa, cada vez que su esposa se enfade
con él quizá la vea como a un monstruo. Y él debe «ma­
tar» al monstruo con bondad, pasividad u otra técnica
de apartamiento. De esto se infiere que una dinámica
intrapsíquica influye en sucesos interaccionales.
Para Erickson, el trance era un elemento del proceso
interaccional. El proceso interpersonal desencadena
una búsqueda interior en el individuo. El contexto de
pareja es propicio a la ocurrencia de ciertos procesos
internos. Erickson concedía importancia a la psicodinà­
mica individual, pero ponía de relieve el contexto interpersonal como lugar inicial de los síntomas. Afirmaba la
existencia de «señales importantes de problemas evolu­
tivos en proceso de hacerse concientes. Aquello que los
pacientes aún no puedan expresar claramente en forma
de insight cognitivo o emocional hallará una expresión
somática como un síntoma corporal» (Erickson y Rossi,
1979, pág. 143). Aunque se refería a los síntomas físi­
cos, lo mismo vale para los psicológicos. Erickson sos­
tuvo además que es posible resolver un síntoma si se
trabaja con los aspectos psicodinámicos del paciente de
manera tal que la mente conciente no sepa por qué de­
saparece el síntoma físico. Y añadió: «Por otra parte,
también se resuelve, en forma aparentemente espontá­
49
nea, el problema evolutivo que estaba expresado en el
síntoma» (Erickson y Rossi, 1979, pág. 143).
Desplazar las lentes
Una teoría en particular determina en gran medida
nuestro modo de ver la dinàmica psicológica y de per­
cibir la noción de cambio; esto limita y expande a la vez
nuestra visión del «campo conductal». Ninguna teoría
puede agotar lo que hay para decir acerca de la con­
ducta. Todas acaban por fracasar porque son meras
descripciones de la «realidad». Cada una es útil en tanto
provee una lente distinta para interpretar conductas e
individualizar pautas. Una teoría sistèmica describe
pautas de conducta entre personas. Una teoría individual
considera las imágenes internalizadas de la familia, de­
fensas singulares que una persona pueda haber adqui­
rido y tareas evolutivas que sea preciso llevar a cabo. Por
lo tanto, ser capaz de contemplar la conducta con un
enfoque integrado que incluya estas diversas perspec­
tivas habilita al terapeuta para obtener un cuadro más
completo. Se puede usar un trance para producir un
desplazamiento de paradigma desde un punto de vista
individual hasta una posición sistèmica. En un trance se
puede abordar simultáneamente tanto la dinámica intrapsíquica como la interpsíquica (Kershaw, 1986). Des­
plazar las lentes específicas a través de las cuales una
pareja es percibida por el terapeuta da lugar a un mo­
vimiento desde un nivel de organización de datos hasta
otro. El terapeuta puede determinar la etapa evolutiva
en que opera cada individuo y la dinámica que utiliza el
sistema de la pareja.
Si se mira la conducta desde una perspectiva inte­
grada a modo de mosaico, se puede unir datos evoluti­
vos y sistémicos en un cuadro de evaluación más claro.
Entender la etapa de desarrollo en que un individuo se
encuentra es un componente importante para compren­
der las tareas que es preciso completar para pasar a la
etapa que sigue. Vista desde un punto de vista evoluti­
vo, la pareja se puede examinar también a la luz de las
50
tareas familiares evolutivas que hace falta completar.
Cuando un terapeuta aprehende la dinámica del sistema
y la etapa evolutiva tanto de los individuos como de la
diada formada por la pareja, puede hacer una interven­
ción más holística y quizá más potente. Aprender hip­
nosis es conveniente para aguzar en el terapeuta la ca­
pacidad de observar una conducta en detalle y, por esta
vía, para pasar con comodidad, en la formación de hipó­
tesis, de una dinámica individual a una interacción de
pareja.
Hemos examinado un marco de referencia teórico pa­
ra el uso de hipnosis en terapia conyugal. Dado que el
contexto interpersonal suele estimular un trance en ca­
da cónyuge, las secuencias siguientes de conductas,
actitudes y sentimientos pueden ser percibidas por el
psicoterapeuta como problemas y recursos potenciales.
Hemos definido la mente conciente y la inconciente, y
bosquejado diversas premisas básicas utilizables en
una terapia de pareja ericksoniana. Hemos examinado
diversos elementos del trance en su referencia al trance
conyugal. En el capítulo 2, examinaremos más a fondo
la danza hipnótica de la pareja. Presentaremos para el
psicoterapeuta interacciones hipnóticas pautadas y for­
mación y significado de una sintomatología.
51
2. Interacciones hipnóticas pautadas
La danza hipnótica de la pareja ocurre en el contexto
interpersonal y contiene diversos componentes. Estos
elementos interactuantes se pueden comprender a par­
tir de una posición cibernética de orden segundo, a sa­
ber: la conducta sintomática influye sobre el sistema de
tal modo que este a su vez se desarrolla en torno del
síntoma. Este capítulo examina aspectos de síntomas,
estados de trance positivos y negativos, estimulación re­
cíproca de un trance entre los compañeros, y el lazo hip­
nótico.
Una dinámica individual y una dinámica sistèmica
pueden entrar en acción recíproca para producir inter­
acciones hipnóticas. Jurg Willi (1982) ha delineado va­
rias pautas colusivas de conducta en parejas. Ha des­
crito el modo en que necesidades individuales y tareas
evolutivas inconclusas contribuyen en el sistema de la
pareja para mantener la pauta característica de la dan­
za conductal. Otros autores han esbozado diversas pau­
tas (Dicks, 1967; Mittelmann, 1948; Winch, 1958). Mittelman (1948) expresa: «Dada la naturaleza continua e
íntima del matrimonio, toda neurosis de una persona
casada está fuertemente anclada en la relación matri­
monial. La presencia de una reacción neurótica comple­
mentaria en su cónyuge es un aspecto importante de la
neurosis del paciente casado» (pág. 491). Estas pautas
colusivas reflejan la danza hipnótica de complementariedad de la pareja en la que dos personas «armonizan»
con una precisión exquisita. Cuidador/paciente, Madre
Tierra/hijo infante, progenitor/hijo, amo/esclavo y ado­
rador/ídolo serían otros tantos ejemplos de posiciones
complementarias. Otras pautas de la danza hipnótica
pueden incluir las siguientes posiciones: madre domi­
nante/padre retraído, madre criticadora y acusadora/
52
hijo incompetente (o madre nutricia/hijo cariñoso) y pa­
dre criticador/hija rebelde. Estos roles contienen, en
forma metafórica, suposiciones compartidas acerca de
la relación matrimonial. En algunas relaciones comple­
mentarias se usa una identificación proyectiva. Un cón­
yuge acaso se angustie por algo. Tan pronto como el otro
se hace cargo de este sentimiento, el primer cónyuge tal
vez deje de angustiarse y hasta lo critique por preocu­
parse. Los seres humanos tendemos a producir deter­
minadas defensas en los demás, para luego defendernos
de ellas con defensas complementarias o simétricas.
Pautas simétricas también pueden ser suscitadas en
la danza de la pareja; todo depende de las suposiciones
que teja un cónyuge sobre la conducta del otro, y de los
significados o interpretaciones resultantes. A veces se
observa una simetría en la competencia entre los espo­
sos por ver quién ejecuta mejor una misma tarea. Las
parejas usan a menudo términos competitivos (ganar/
perder, mejor/peor) para describir sus interacciones.
Roles que son aplicación de posiciones simétricas pue­
den incluir: madre competitiva/padre competitivo, hija
rebelde/hijo rebelde, madre pasiva/padre pasivo, o pa­
dres o hijos cooperativos en pie de igualdad.
A esto se añade la frecuencia con que los individuos,
en forma inconciente y recíproca, eligen por pareja a al­
guien que exprese las partes negadas o escindidas de su
propia personalidad. El hombre «obsesivo-compulsivo»
—un tipo clásico en psicodinámica— se relaciona con
una mujer «histérica» a fin de que ella pueda expresar
los sentimientos de él y él pueda expresar la inteligencia
de ella. Estos rótulos son bastante simplistas y estereo­
tipados, pero es fecunda una descripción de la inter­
acción. Un psicólogo (Kelly, 1979, comunicación per­
sonal) propuso la idea de que en un matrimonio disfun­
cional «la mujer pierde su mente y el hombre su alma».
En otras palabras, ella «se embrutece» y depende del
marido para la toma de decisiones; él sacrifica su capa­
cidad de ser una persona independiente con necesida­
des legítimas. Quizá cada uno critique después aquellos
aspectos del otro que representan las partes escindidas
de su propia personalidad. Tal vez un cónyuge sea por­
tador del afecto, y el otro, de la capacidad cognitiva. Por
53
ejemplo, el marido mantiene una actitud estoica y la es­
posa llora en su nombre; o el marido carga con la ira de
su mujer para que ella no tenga que sentirla. En ocasio­
nes, un cónyuge se angustia mucho más que el otro y,
como los sistemas tienden a reflejar los extremos de una
polaridad, su pareja se sentirá más tranquila.
El proceso de identificación proyectiva es una pode­
rosa dinámica de pareja. Sólo podemos conocer nuestro
mundo fenomenológico, el mundo de la experiencia. Si
las representaciones internas de quienes desempeña­
ban el rol de personas nutricias son portadoras de emo­
ciones conflictivas, es probable que sean proyectadas
hacia afuera. Por ejemplo, el padre «malvado», que consti­
tuye un aspecto del self, es el padre malvado que una
persona lleva adentro, que proyecta hacia afuera y que
ve en otra persona. Del mismo modo, lo que alguien tie­
ne de madre cariñosa puede ser proyectado en su cón­
yuge. Desde luego, estos roles son reversibles. Joseph
Zinker (1977) comenta acerca de este proceso:
«La proyección es una forma de escapismo (. . .) En una
proyección patológica, la persona impotente colorea el
mundo como castrador; la iracunda, como destructivo;
la cruel, como sádico; la persona temerosa de su homo­
sexualidad ve un mundo de homosexuales airosos. Ca­
da individuo ve el mundo según el color de su vida inte­
rior. Una vida interior perturbada busca y encuentra pe­
sadillas, aunque tenga que alucinarlas» (pág. 15).
En cambio, la persona serena, emocionalmente estable,
quizá busque y descubra fantasías agradables. Tene­
mos, pues, dos aspectos de la proyección: 1) retenemos
cierta identificación con lo proyectado; 2) provocamos
en otros, sobre todo en nuestra pareja, cierto modo de
tratarnos, de comportarse con nosotros. Por eso es co­
mún que la gente se divorcie por las mismas razones
que la llevaron a casarse.
A menudo, la vida interior proyectada hacia afuera
impele al sistema hacia un frenesí destructivo. Recuer­
do el caso de una paciente que alternaba entre una ira
intensa e impropia y una conducta seductoramente in­
fantil. Como esquivaba casi todas las interacciones, el
54
otro nunca sabía a ciencia cierta si se había convenido
alguna acción entre ambos. Cuando la confrontaban
con su ira y su conducta impropia, negaba haberse sen­
tido o comportado así. Para escapar de su depresión,
buscaba pelea con su ex marido o se lanzaba a gastar
desenfrenadamente. Cada interacción de ella dejaba al
otro confundido y desorientado. Cuando su depresión
era grave, solía enfurecerse con los hijos, parientes, etc.
Se quejaba de que conspiraban contra ella. Era discutidora y propensa a sentirse despreciada. Sus hijos la tra­
taban con suma cautela y ellos mismos experimentaban
una angustia considerable. El hijo mayor se confundía
con facilidad; el menor adoptó una enérgica actitud de
«tener derecho a todo» y se volvió asmático. La hija ma­
yor contrajo un trastorno en la alimentación; la menor
parecía asustadiza. Esta madre bloqueaba casi todos
los intentos de su ex marido por mantenerse involucra­
do en la vida de sus hijos. El padre se vio obligado a pen­
sar y a actuar de manera estratégica para sortearla; a
menudo se sentía atrapado en interacciones desorien­
tadoras con su ex esposa. Al parecer, había un paralelo
entre esta experiencia y sus comunicaciones pretéritas
con su propia madre, lo que se combinaba con un fuerte
mandato paterno de no herir los sentimientos de la ma­
dre; de ahí que se debatiera entre la culpa y la vergüenza
por haber dejado ese matrimonio disfuncional y recla­
mado una vida propia. Descubrió que intentaba ser de­
masiado comprensivo e indulgente con su ex esposa
porque, cuando niña, había sido víctima de abusos.
Pero, al mismo tiempo, sentía que ella era no menos
abusiva con él.
En su interacción con su ex marido, esta mujer se
sentía victimizada por él y creía necesario proteger a sus
hijos de un padre a quien juzgaba temible. Percibía
cualquier bondad de su parte como un acto que la obli­
gaba y la hacía demasiado vulnerable. Su self parecía
sufrir frecuentes colapsos, a los que respondía montan­
do otra vez en cólera contra sus hijos o su ex marido. Pa­
ra esta mujer, el mundo era un lugar inseguro y aterra­
dor en el que debía vivir en un estado de hiper-alerta a fin
de apartar sus peligros. Detrás de cada interacción ha­
bía un intento de conservar el control.
55
Una conducta patològica en un sistema lleva a otros
miembros del sistema a reflejar esa patología. En este
caso, el padre notó que, cuando se veía obligado a Ínter actuar con su ex esposa, ardía de ira y se le ocurrían
pensamientos paranoides. Declaró que era el único con­
texto en que experimentaba tales sentimientos. En la in­
teracción y ante comunicaciones desorientadoras expe­
rimentaba un trance negativo, estado de conciencia ca­
racterizado por un foco introvertido en sentimientos
terribles y desconcertantes.
La capacidad de desplazarse de una perspectiva in­
dividual a una posición sistèmica puede ayudar en un
tratamiento a explicar una serie de interacciones des­
concertantes. Desde un punto de vista cibernético, es
importante distinguir entre secuencias de conducta fa­
miliar. Lynn Hoffman (1985) juzga útil examinar «se­
cuencias de relaciones en una red de realimentación»
para poder idear una intervención, y concluye que «el
problema está en la pauta y no en el sistema» (pág. 386).
La reacción e inter-reacción de cada miembro de la
familia a un síntoma y a cada uno de los demás define al
sistema. Por consiguiente, el terapeuta necesita com­
prender cómo se involucra en el sistema cada uno de
sus integrantes. Hoffman (1985) declara, refiriéndose a
la enfermedad psiquiátrica: «Ya no podemos decir que
está en la familia, ni que está “en" la unidad [espacial­
mente definida]. Está “en" la cabeza o el sistema ner­
vioso de todos los que intervienen en su especificación.
La antigua epistemología implicaba que el sistema crea­
ba el problema: la nueva epistemología implica que el
problema crea el sistema. El problema es aquello en que
consistía la aflicción original, no importa en qué consis­
tiera esta, más todo aquello que esa aflicción consiguió
captar en su alegre camino por el mundo» (págs. 386-7).
Como se habrá advertido en el ejemplo anterior, para
comprender un problema es importante considerar las
dinámicas individuales. El mapa interior del individuo,
que sirve para crear una red interactiva de creencias, es
a menudo la realidad problemática creada. Ese mapa se
traza a partir de aprendizajes tempranos en el seno de la
familia, de la constitución de personalidad y de apren­
dizajes acumulativos ganados en el desarrollo. Esta
56
realidad perceptual creada suele ocasionar dolor e insa­
tisfacción en vínculos cuando un individuo proyecta las
pautas del mapa interior a una conducta de otro, y bus­
ca en ella una concordancia manifiesta o la confirma­
ción de esa realidad.
No es raro que se establezca una pauta colusiva en
parejas y dentro de las familias, mientras la danza hip­
nótica prosigue su «alegre camino». Paul Wachtel (1985)
describe un proceso similar dentro de lo que él llama
teoría psicodinámica cíclica. Según Wachtel y Wachtel
(1986), esta teoría destaca el papel del inconciente en
materia de conflictos y defensas, que contribuye a man­
tener una imagen de sí. Por lo tanto, «desde este punto
de vísta, el “mundo interior” oculto no es un reino en sí
mismo, sino que es a la vez un producto, una simboliza­
ción y una causa de las pautas de interacción en que
participa una persona» (Wachtel, 1985, pág. 18). En
consecuencia, al formular un plan de terapia hay que
tener en cuenta ambas dinámicas: la interpsíquica y la
intrapsíquica.
Gracias a esta capacidad de desplazar las lentes, el
terapeuta llega a sentir empatia por el individuo y respe­
to por el bienestar del sistema. Si una persona o un sis­
tema perciben que no se presta atención a una u otro,
quizá respondan con una resistencia o con una actitud
protectora. Podemos definir la resistencia como una res­
puesta ante el peligro, una maniobra para el manteni­
miento de la integridad familiar e individual.
La empatia es un respeto básico por la gente y su lu­
cha por la vida. En psicoterapia no hay lugar para la in­
culpación. Muchas veces, los terapeutas familiares han
atribuido a los padres los problemas del hijo: inician
una misión investigadora para poner en evidencia al
«culpable», al responsable de la conducta patológica, y
formulan la inculpación bajo la forma de matices sutiles
que expresen desdén hacia los padres. Es una actitud
similar a la que solían trasmitir los terapeutas indivi­
duales hacia la madre, a quien definían como el pro­
genitor patológico. Hoy, muchos terapeutas familiares
incluyen al padre en su búsqueda de un culpable.
La teoría cibernética de orden segundo, donde «el
problema crea al sistema», proporciona un paradigma
57
más útil. En vez de culpar al sistema parental por el pro­
blema presentado, postula que el problema, con su etio­
logía múltiple, sirve de estímulo al sistema en evolución.
El sistema se organiza en torno del problema a ñn de
manejar la dificultad. A medida que el problema se exa­
cerba, el sistema evoluciona para amoldarse a su mane­
jo (Kershaw, 1986; Hoffman, 1985). Ahora podemos ex­
plorar los componentes de la sintomatología compartida
por las parejas.
Sintomatología
Cada síntoma es una forma valiosa de comunicación,
indicadora de que algo anda mal. El dolor que causa
señala a quien lo padece que algo se ha desequilibrado y
descontrolado. Los síntomas son secuencias congeladas
de conducta que son reiterativas y comunican la solu­
ción idéntica de un problema. Una conducta hipnótica
espontánea aparece a menudo como un síntoma (Frankel, 1976). Los síntomas presentan diversos aspectos:
complejo de conductas, tiempo de relación, conceptualización y conducta alteradas, ideodinamismo y signifi­
cado simbólico.
Por lo común, surgen en torno de transiciones evo­
lutivas y constituyen complejas pautas de conducta.
Quién dice qué a quién, el efecto que provoca y la res­
puesta recíproca crean la pauta de conducta implícita
en un síntoma. En una pareja, la conducta sintomáti­
ca puede manifestarse poco después del casamiento,
cuando se activan los introyectos de la familia de origen,
comienza el proceso de proyección y la danza hipnótica
de la pareja sigue su «alegre camino». Los problemas
pueden empezar tras el nacimiento de un hijo, un cam­
bio de empleo, el inicio de la edad madura o el aleja­
miento de los hijos. Cualquier cambio o desplazamiento
en la estructura familiar, cualquier transición percibida
como una dificultad, pueden tener como consecuencia
una formación de síntoma.
Suele haber absorción en las conductas sintomáticas
a causa de la función que cumplen. Casi siempre, las
58
defensas sirven para manejar angustia, aunque lo ha­
gan improductivamente. Resulta difícil modificar acti­
tudes, conductas y sentimientos por medio de un tra­
bajo directo con la mente conciente, porque en el pasado
ellos demostraron cierta eficacia para poner coto a la an­
gustia. El foco de la terapia consiste en alterar o desor­
ganizar el síntoma o la pauta de conducta habitual. To­
dos poseemos aprendizajes no reconocidos que hacen
posible la resolución de problemas. El uso del incon­
ciente como agente de cambio puede conducir a una
reorganización y resolución del problema. Para desarro­
llar un plan de cambio, conviene tener presente el tiem­
po de relación.
En una discusión sobre el dolor, Erickson y Rossi
(1979) sostuvieron que el malestar tiene tres componen­
tes de tiempo relacional: recuerdo de malestares pasa­
dos, malestar presente y expectativa de malestares fu­
turos. Cualquier síntoma puede contener estos compo­
nentes. Habitualmente, los síntomas se contraen en
respuesta a una situación muy tensionante cuando las
defensas del individuo no logran manejar la circunstan­
cia. El síntoma hace las veces de inductor de trance por­
que la pauta de conducta introvierte el foco de atención
del sujeto y reduce el campo de respuesta o congela las
respuestas en apenas una o dos.
En medio de un síntoma doloroso, la pareja experi­
mentará estos tres componentes de tiempo relacional.
Si el dolor del síntoma es manejable, quizá pueda utili­
zar el recuerdo de un malestar pasado y la expectativa
de un bienestar futuro para resolver el síntoma tras des­
cubrir los recursos que en el pasado le permitieron su­
perarlo. Entonces podrá esperar el futuro conciente de
que conoce los pasos que la saquen del aprieto actual.
Por ejemplo, preguntar a una pareja cómo pasó la vez
anterior de un conflicto a una convivencia pacífica quizá
la ayude a redescubrir un recurso que ya sabía emplear:
humor, descanso, apaciguamiento o alejamiento. Pero
una persona sumida en un síntoma pierde el sentido del
tiempo. Este se distorsiona —se retarda, se acelera o
aun se detiene— y parece que las sensaciones negativas
duraran desde hace meses cuando en realidad sólo pa­
saron minutos de tiempo objetivo (o cronométrico).
59
Por lo general, todo síntoma contiene alguna forma
de fenómenos de trance: tal vez amnesia, distorsión del
tiempo, alucinaciones positivas o negativas, anestesia o
hipermnesia. La danza hipnótica sintomática comparti­
da por los cónyuges puede utilizar uno o varios fenómenos
y ser «autodesvalorizante» (Gilligan, 1987). Los resulta­
dos de las investigaciones sobre disociación indicarían
que esta acompaña normalmente al stress percibido
(Sanders et aL, 1989).
Su ideodinamismo es otro elemento del síntoma. Las
parejas suelen experimentar un problema como algo
que escapa a su control. Se diría que surge sin que me­
die una acción determinada de su parte. Desde luego,
no identifican el mecanismo de inducción recíproca del
trance utilizado por ambos cónyuges.
Erickson creía posible que los síntomas simbolizaran
un hecho traumático, recrearan circunstancias específi­
cas de la vida, fueran la adaptación a la circunstancia
existencial o «. . .constituyeran [a la vez] defensas contra
las mociones instintuales subyacentes y un castigo infli­
gido por ellas. Quizás enmascaren reacciones esquizo­
frénicas soterradas o refrenen depresiones suicidas» (CP
IV, pág. 103). Determinar el significado de la representa­
ción simbólica ayuda al paciente a resolver los conflictos
psicodinámicos subyacentes. De hecho, Erickson veía
en los síntomas otros tantos recursos bloqueados. He11er y Steele (1987) comentan: «. . . Todos los problemas
y síntomas presentados son, en realidad, metáforas que
contienen una historia acerca de la verdadera naturale­
za del problema. Por consiguiente, incumbe al terapeuta
crear metáforas que contengan una historia que, a su
vez, contenga las soluciones (posibles). La metáfora es el
mensaje» (pág. 30).
Los síntomas contienen a menudo la solución al pro­
blema. Las parejas suelen utilizar sus recursos de una
manera excesiva o insuficiente, y este proceso puede
conducir a la formación de síntomas. Varios autores
proponen una frecuente equivalencia fenomenológica
entre los síntomas y los fenómenos de trance (Gilligan,
1987, 1988; Frankel, 1974; Horowitz, 1983). El complejo
de síntomas es una secuencia rígida de conductas y de
actitudes inmovilizadas que se repiten una y otra vez.
60
En muchos casos, la solución se encuentra en la con­
ducta de trance empleada como parte de ese mismo
complejo.
Estados de trance positivos y negativos
Gran parte de la obra de Erickson se basa en la pre­
misa de que la mente conciente es limitada y la incon­
ciente es un reservorio de recursos. Su notable capaci­
dad de observación —adquirida cuando, después de su­
frir poliomielitis, debió enseñarse a sí mismo a caminar
nuevamente— le permitió descubrir que nuestro foco de
atención se trasforma en nuestro marco de realidad.
Además, aprendió a confiar en que su mente inconcien­
te lo guiaría por la senda más productiva.
El trance puede ser positivo o negativo (Araoz, 1985),
o autovalorizante o autodesvalorizante (Gilligan, 1987).
Veamos un ejemplo de estado de trance negativo. Una
joven había cobrado temor a la noche y las habitaciones
a oscuras. Al narrar los orígenes de este miedo, contó
que sus padres le decían constantemente que no podía
conducir el auto de noche. Recordaba sus palabras: «Re­
sultarás herida o muerta». Este aserto la indujo a introvertir su foco de una manera negativa que ella definió
como dotada de cualidades similares al trance: expre­
saban el temor de que alguien la arrojara a la banquina
o de ser incapaz de afrontar otras situaciones peligro­
sas. No obstante, sus padres habían permitido que una
de sus amigas manejara el auto de noche. La joven em­
pezó a dudar de sí misma y a ser prudente al extremo de
esperar una catástrofe. Los padres reaccionaron ante
esta cautela e incertidumbre que ellos mismos le habían
instilado, con lo cual las reforzaron, y la hija respondió
intensificando su miedo hasta convertirlo en fobia. Ca­
da vez que intentaba actuar en forma competente, sus
padres se angustiaban. Su miedo a conducir de noche
pronto se generalizó: primero se extendió a las salidas
nocturnas: luego, fue trasferido al interior del hogar y a
las habitaciones a oscuras. Las imágenes creadas por
sus padres formaban un cuadro de fracaso. El senti­
61
miento de miedo, asociado con estas imágenes, fomen­
taba una respuesta ñsiológico-psicológica de agitación
por liberación de adrenalina y otras sustancias bioquí­
micas. Así fue como el estado negativo similar al trance,
inspirado por experiencias pretéritas, llegó a dominar su
situación actual. En este ejemplo, la secuencia de he­
chos que estimularon una experiencia similar al trance
también resultó autodesvalorizante.
Los estados de trance positivos o negativos pueden
ser inducidos mediante el proceso diàdico idiosincrásico.
Este produce un tipo específico de estado interpersonal
alterado que, combinado con trances positivos o negati­
vos, genera relaciones sintomáticas o reducidas a con­
flictos. Veamos cómo se estimulan estos trances.
Trance co-inducido por el cónyuge
Una interacción social puede producir trance; de ahí
la frecuencia con que las parejas se ponen en trance
mutuamente de modo natural. Un cónyuge dice algo
que provoca en el otro un foco interno momentáneo. El
cónyuge en trance puede hacer foco después sobre una
asociación del pasado o con cobertura emocional. Este
segundo cónyuge acaso responda con una reacción que
genere un foco interno en el otro. Los cónyuges suelen
tener pautas de interacción que producen inducciones
naturales. Este proceso es una ocurrencia natural en
un contexto interpersonal. Los esposos no son víctimas
de hipnosis recíproca: co-crean el proceso.
Hay cinco tipos de señales inductivas entre cónyuges
que estimulan una imaginería interior: palabras impul­
soras, experiencias visuales, experiencias auditivas, ex­
periencias kinestésicas y el uso de sugestiones interca­
ladas.
Palabras impulsoras
Una imaginería conyugal ocurre con una inducción
verbal en la que una palabra o frase de un cónyuge in-
62
trovierte el foco de atención del otro para crear un mo­
mento de trance. Tuve una paciente en quien la palabra
«mona» estimulaba una imaginería negativa. En boca
de su esposo, le sonaba a un cumplido desdeñable: «Es
lo que se suele decir de una mujer un tanto fea, pero
con una buena personalidad», comentaba. Se enfurecía
cuando la escuchaba, porque la asociaba con una cosificación. En cambio, para el marido tenía una asocia­
ción agradable. Vemos pues que el estímulo verbal emi­
tido por un cónyuge puede impulsar al otro a experi­
mentar un recuerdo visual, auditivo o generador de un
sentimiento determinado. Cuando se evocan estos re­
cuerdos, el segundo cónyuge suele responder a la expe­
riencia interna y a menudo proyecta su interpretación
sobre la otra persona. El resultado es una percepción
positiva o negativa del primer cónyuge.
Señalizaciones inductivas visuales, auditivas y
\anestésicas
Una mirada, un gesto, un roce u otra conducta pue­
den ser igualmente inductivos. Del mismo modo, cierta
acción de un cónyuge puede ser una señal que desen­
cadene en el otro una experiencia kinestésica interna,
hacerle oír una voz interior o ver mentalmente un filme.
Un toque ligero, una presión leve, activan a veces un
«guión» completo. Este tipo de proceso ocurre, por ejem­
plo, en algunas parejas en que un cónyuge ha sido víc­
tima de incesto. Determinado toque por parte de su pa­
reja acaso lo retrotraiga a la escena incestuosa. Si tiene
amnesia en cuanto al hecho pero recuerda qué sintió, la
pareja tal vez suponga equivocadamente que el dolor
radica en la relación y no en un hecho histórico. La señal
inductiva despertará los sentimientos, pero el recuerdo
del hecho queda protegido por la amnesia.
Supongamos que una persona tenga amnesia para el
hecho y los sentimientos que experimentó. Cuando su
pareja la toca en una forma determinada, tal acción le
recuerda inconcientemente el episodio traumático. La
disociación es un método de uso común para hacer
frente a traumas tales como la violación. Ciertos toques
63
pueden activar inconcientemente la disociación en el
cónyuge que ha sido violado, lo que traerá dificultades
en la excitación sexual.
Podemos establecer un nexo entre la disociación y la
generalización del estímulo. Todos creamos modelos
mentales de interacción con el mundo. Recibimos una
realimentación que tiende a mantener el modelo que
hemos creado. Supongamos que un episodio actual des­
pierte un recuerdo traumático y provoque una conducta
asociada. La realimentación mantiene esa conducta, la
empeora o ayuda a resolverla. En ocasiones, los sucesos
traumáticos del pasado modelan la conducta y esta mo­
dela el entorno de una manera mutua y recursiva. Al
cabo de muchos años, ambos se entrelazan. Una mujer
traumatizada por un incesto puede manifestar indife­
rencia sexual hacia el marido. El marido acaso crea que
el problema obedece a alguna insuficiencia de él. Tal vez
conserva recuerdos traumáticos de haber sido recha­
zado y sentirse no deseado.
Esa pareja puede crear un conjunto de sentimientos
en apariencia referidos sólo a su relación conyugal.
Pronto este modo de interactuar y los sentimientos re­
sultantes adquirirán vida propia y se establecerá una
asociación recíproca entre los sentimientos dolorosos.
Los hechos presentes empezarán a tener un peso consi­
derable. Para desenrollar este ovillo enmarañado y ver
dónde encaja cada sentimiento, conviene que el tera­
peuta ayude al paciente a recuperar y clasificar recuer­
dos y sentimientos reprimidos. El trance es un instru­
mento eficacísimo para este trabajo.
No es raro que alguien experimente un sentimiento
en apariencia ajeno a los hechos del momento, y que ese
sentimiento le provoque un estado de confusión del que
procure salir señalando a su cónyuge como causante
del dolor. Este proceso de inculpación lo ayuda a man­
tener una sensación de control. De ahí la gama de reac­
ciones posibles de un marido frente a un sentimiento
dado (p.ej., pensará que su esposa no lo ama o le es in­
fiel). Tal reacción justifica y explica el sentimiento ini­
cialmente desorientador. El trabajo de trance induce una
confusión leve. En un ambiente seguro, permite que la
persona experimente confusión y la tolere. Cuando des­
64
pués tenga esos sentimientos, los vivirá más como cu­
riosidades que como problemas. En consecuencia, un
trabajo eficaz de trance puede despertar la curiosidad
del individuo hacia sus sentimientos de ira en vez de
enfocar su atención en un problema por resolver con su
cónyuge. De hecho, puede existir un problema que re­
quiera solución, pero es muy probable que el sentimien­
to se refiera a otra cosa. Una solución rápida que culpe
al cónyuge puede empeorar la situación. En vez de bus­
car el divorcio u otra amputación psicológica, sería me­
jor encajar el sentimiento en un contexto más correcto.
Uso conyugal de sugestiones intercaladas
Otra forma de inducción de pareja consiste en el uso
mutuo de órdenes implícitas intercaladas en el habla
cotidiana. Una esposa se quejó del modo de interacción
verbal que su marido empleaba con ella: consistía ínte­
gramente en preguntas. Parecía pedirle información,
pero ella se sentía compelida a hacer lo que sus pre­
guntas insinuaban, fuera lo que fuere. Por ejemplo, en el
momento en que ella salía de la casa para ir al trabajo, él
solía hacerle preguntas de este tenor: «¿Vas a retirar ro­
pa de la tintorería?». La sugestión implícita es: «Irás a re­
tirar ropa de la tintorería». La esposa respondía cayendo
en trance y manteniendo una conversación interior:
«¿Iré a la tintorería? No. Pero él quiere que vaya. No ten­
go tiempo, pero supongo que lo mismo iré». Experimen­
taba ira y resentimiento; sin embargo, pasaba por la tin­
torería. Desconcertado ante su ira, el marido la atribuía
a un desequilibrio hormonal. Ninguno de los dos advir­
tió que entre ellos se producía un estado de sugestión
negativa hasta que solicitaron tratamiento. Propuse a la
mujer que formulara varios pedidos a su marido en el
instante preciso en que saliera de casa. Así lo hizo y
pronto pasaron de un contexto de sentimientos heridos
a otro humorístico. Un hecho antes serio y doloroso se
convirtió en un juego placentero y compartido.
La intercalación de sugestiones que provoquen el de­
sarrollo de un trance por un proceso de inducción mu­
tua puede causar efectos muy fuertes. El mensaje im­
65
plícito habla a la mente inconciente (Erickson, 1966).
En un nivel, trasmite una comunicación sobre un tema;
en otro nivel, se recibe un mensaje distinto con instruc­
ciones referidas a conductas específicas. Un matrimonio
se quejaba de una excesiva sensibilidad recíproca a sus
estados de ánimo. La esposa preguntaba constante­
mente al marido: «¿Hoy te pondrás furioso?», con lo que
le impartía la sugestión «Hoy te pondrás furioso». El
cooperaba cortésmente y se enfurecía.
La danza hipnótica
Podemos ver en la interacción de pareja una especie
de danza hipnótica. Esta puede ser agradable o dolorosa. Según el contexto, una secuencia de conductas
verbales y no verbales puede manifestarse en una inter­
acción repetida con frecuencia que induzca simultánea­
mente trance en ambos cónyuges.
Cuando se definen reglas de relación conyugal, qui­
zás haya una comunicación paradójica que produzca
dos mensajes opuestos entre los cónyuges. Estos men­
sajes enviados son a menudo pedidos de ayuda que lue­
go se niegan y se reiteran. Si una esposa comenta al ma­
rido a la hora de la cena: «¡Estoy muy cansada!», él acaso
perciba el pedido de ayuda. Si se ofrece a preparar la
cena, acaso ella responda en tono resignado: «No, está
bien así». El sigue oyendo el pedido y empieza a sentir
angustia e ira; ella percibe su irritación y reacciona con
ira y resentimiento. La comunicación en lazo induce
trance y suele conducir a una experiencia negativa (Haley, 1963). Los esposos se disocian y entran en trance
como un medio de resolver los mensajes paradójicos
que se contradicen en diversos niveles.
Los significados están vinculados al contexto. Por
consiguiente, una persona puede quedar atrapada en
un lazo hipnótico paradójico del que sólo podrá zafar si
pasa a otro nivel de significado. En la novela de Joseph
Heller Catch 22, uno de los personajes, Yosarian, queda
atrapado en el vínculo de tener que combatir en una
guerra. Como piloto, si es cuerdo, debe conducir su
66
avión en combate. Si vuela, lo más probable es que lo
maten; por consiguiente, si opta por esta alternativa,
está loco. Si está loco, no puede volar. Un hombre loco
no puede optar cuerdamente por pilotear su avión en el
esfuerzo de guerra (Jacobs, 1980). Las únicas salidas de
este vinculo o lazo son que la guerra termine, que Yosarian muera como un héroe o que huya a un país neutral.
Este lazo paradójico e hipnótico se suele observar en
tiempos de tensión en que la secuencia conduce a un
conflicto a modo de salida del lazo. Por ejemplo, el lazo
puede girar en torno de una regla básica del matrimo­
nio. Si estamos juntos, podemos soltarnos mutuamen­
te. Si nos separamos (puede tratarse de una simple se­
paración ocasional), debemos aferrarnos el uno al otro.
Si nos aferramos el uno al otro, eso significa que esta­
mos juntos. Supongamos que dos cónyuges en vacacio­
nes deciden permitirse mutuamente dos horas diarias
de soledad. Si alguno prolongara este lapso, podría in­
terpretarse que desea separarse para siempre. Por lo
tanto, ambos deben volver a reunirse y decirse recípro­
camente que la separación les resultó odiosa.
Examinemos otra regla que emplea el lazo hipnótico:
si el marido sabe lo que más conviene, él tomará las de­
cisiones. Empero, si él decide, decidirá que su esposa
está mejor informada. Si la esposa está mejor informa­
da, decidirá que su marido sabe lo que más conviene.
En la vida diaria abundan los ejemplos de este lazo. Un
marido expresa a su esposa su deseo de que ella decida
qué película irán a ver. La mujer responde que no le im­
porta: lo que él decida hacer, estará bien para ella. El
prolonga el lazo defiriéndole otra vez la decisión final.
Este tipo de paradoja crea la necesidad de descubrir
una alternativa diferente (Jacobs, 1980). Cuando la dis­
tancia es un regulador de la intimidad y la diferen­
ciación, como sucede en el primer ejemplo, este víncu­
lo puede ser indicativo de fusión entre los cónyuges.
Cuando la distancia emocional es excesiva, se suscita
una angustia que puede señalar el comienzo del lazo.
Los terapeutas reconocen muchas veces este tema en
conflictos: quién puede hacer qué separado del otro
cónyuge y qué se debe hacer conjuntamente. Una fle­
xibilidad escasa en estas cuestiones refleja sentimientos
67
de inseguridad en cuanto a ser individuos distintos, y
puede representar un atascamiento en la etapa evolu­
tiva de separación-individuación.
El segundo lazo refleja igualmente problemas pre­
sentes en la declaración de una posición. Si el equilibrio
es correcto y cada uno tiene libertad para decidir, el más
informado será unas veces el marido, y otras, la esposa.
Pero si no puede haber estado de separación, existe una
seudointimidad. Este tema puede ser discernido por el
terapeuta como una seudomutualidad. Como no hay in­
dividuación, ninguno de los cónyuges se siente cómodo
cuando adopta una posición. Hostilidad, ira y resenti­
miento suelen estar soterrados en este lazo porque uno
de los cónyuges, o los dos, se aviene a hacer algo no de­
seado. Cuando negocian en tales condiciones, el cónyu­
ge que parece tener mayor poder suele dar por supuesto
que él tiene razón y que su pareja sumisa no está eno­
jada, sino que concuerda totalmente con él. De este mo­
do, las reglas y creencias acerca de nosotros mismos y
de nuestra pareja pueden encajar unas con otras en un
lazo paradójico e hipnótico capaz de generar conflictos o
satisfacciones. Una comunicación en lazo originada en
dos cónyuges requiere a la vez estabilidad y cambio por
parte de ambos y del psicoterapeuta. Una manera de
romper el lazo consiste en que el terapeuta reencuadre
la comunicación de la pareja como una protección, o use
el trance negativo co-creado por los esposos como con­
trainducción de un trance más positivo.
Ciertos rituales de pareja, bodas, comidas, juegos de
pareja especializados (conocidos únicamente por los
cónyuges), u otras actividades, como ir a la iglesia, a
veces producen sentimientos de satisfacción porque la
pareja sale de su lazo negativo gracias a la actividad ri­
tual. Podemos inducir a una pareja atrapada en un lazo
a entrar en un trance placentero; por ejemplo, mientras
asiste a un casamiento que le recuerda los placenteros
sentimientos recíprocos que experimentó en su propia
boda.
Durante una interacción, los esposos suelen partici­
par en una co-inducción de trance. Dentro de este pro­
ceso, ocurren diversos fenómenos que hacen del trance
una experiencia positiva o negativa y pueden ser utiliza­
68
dos por el terapeuta para lograr que las parejas funcio­
nen en un nivel superior. Estos fenómenos incluyen
regresión de edad, progresión de edad, distorsión tem­
poral, amnesia, amnesia del compañero, hipermnesia o
disociación. Pueden ser problemáticos, pero el terapeu­
ta los puede utilizar con miras a desenlaces más positi­
vos. En el capítulo 8 me referiré a ellos como síntomas y
problemas despotenciadores.
Cuando un cónyuge reacciona excesivamente ante
la conducta del otro, es probable que se haya produci­
do un estado de trance negativo. El esposo que produce
la reacción excesiva ha regresado a una edad en que
ocurrió una dinámica similar, o se ha emitido alguna
señal de alerta que marca el comienzo del lazo hipnótico
paradójico. En tales casos, el sistema interpersonal in­
teractúa con la dinámica individual.
Erickson descubrió que, dada la frecuencia con que
las parejas se inducen mutuamente un trance, una téc­
nica terapéutica que emplee comunicación directa —por
ejemplo, hacer que la pareja use únicamente determina­
das palabras o modos de expresión (declaraciones en
primera persona del singular, etc.) — no siempre genera
un cambio duradero. Aun cuando los cónyuges apren­
dan a hablarse de una manera diferente, sus gestos,
miradas, tonos de voz o cualquier otra señal pueden
provocar un trance negativo que derive en una conducta
disfuncional. Lo percibido por cada esposo suscita una
respuesta especial. Por lo tanto, en el capítulo siguiente
echaremos un vistazo a la realidad percibida entre los
cónyuges.
69
3. Cómo crean las parejas su mundo
Hace unos años, un joven asistente social me pidió
que lo supervisara. Cursaba un programa de posgrado
sobre matrimonio y familia en el que, además de apren­
der la diagnosis correcta y a hacer intervenciones, pug­
naba por integrar toda la gama de teorías. Me contó que
se sentía inepto como clínico. Ansiaba profundamente
ayudar a la gente a cambiar, pero se creía incapaz de
influir sobre ella. Molesto y avergonzado, no sólo le cos­
taba cobrar honorarios adecuados por sus servicios: a
veces, trabajaba gratis. Cuanto más lo alentaba yo, y le
señalaba que aprender la teoría e integrarla en un pa­
radigma comprensible es un proceso que lleva tiempo,
tanto más se quejaba él de su imposibilidad de lograrlo.
Cuanto más positiva era yo, tanto más negativa era su
respuesta.
Finalmente, hallándonos un día en clase, me acerqué
a él y le dije: «Rick, tengo algo para ti». Extendí la mano,
le di una moneda de veinticinco centavos, y comenté:
«Tengo entendido que te interesas por un poco de cam­
bio». Se lo vio atónito, perplejo, enseguida cayó en trance
y quedó un momento inmóvil. Como estaba motivado
para ayudar a la gente a cambiar pero se sentía incom­
petente, y por eso incómodo para cobrar honorarios, le
interesaba tener «un poco de cambio». Dentro de la ex­
periencia que creé para él, Rick recibió una conmoción
psicológica que estableció un distingo, le causó confu­
sión y desplazó su marco de referencia para el problema
como yo no podría haberlo conseguido directamente.
El juego de palabras y la conmoción lo pusieron en
trance para buscar un significado dentro de sí mismo.
Cuando volvió a verme para que lo supervisara, me pre­
guntó: «Doctora Kershaw, ¿qué quiso decirme exacta­
mente al darme esa moneda?». Le respondí que debía
70
extraer de esa experiencia su propio significado y per­
mitir que su mente inconciente cosechara un aprendi­
zaje. Pocas semanas después, Rick empezó a debatirse
menos con el proceso de aprendizaje y me dijo, como al
pasar, que ahora cobraba honorarios adecuados por sus
servicios. Al cabo de unos meses, dejó la supervisión pa­
ra proseguir otros estudios. Dos años después, lo vi en
una conferencia y volvió a preguntarme: «Doctora Kershaw, ¿qué quiso decirme exactamente al darme esa
moneda? He pensado en muchas interpretaciones». «Su
inconciente es capaz de extraer muchos aprendizajes de
una sola experiencia —le respondí—. Entonces, tal vez
quiera y necesite seguir revisándola de tiempo en tiempo
para descubrir el significado que quiere trasmitirle su
inconciente en ese momento». Para Rick, fue una expe­
riencia de desplazamiento perceptual generativo que él
siempre recordará y llevará consigo. Esta sola experien­
cia simbólica generará un aprendizaje continuo. Com­
prender cómo trabaja la experiencia simbólica en con­
junción con principios de percepción ayuda para saber
cómo se construye la realidad.
Hay varios principios perceptuales indispensables
para comprender el proceso de creación conjunta de la
realidad por las parejas.
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Los constructos personales crean realidad.
El lenguaje crea realidad.
La cultura y la subcultura crean realidad.
La percepción es egocéntrica.
La fisiología crea realidad.
La interacción con el cónyuge se basa en la inter­
acción interna, y no en lo que ocurre «fuera» de la
persona.
7. Los estados de trance subjetivos influyen en la
percepción de la realidad objetiva.
Los constructos personales crean realidad
Todas las distinciones que establecemos o las des­
cripciones que creamos en torno de lo que «vemos» son
71
inadecuadas. Siempre hay algo más que decir. Por otra
parte, estamos constreñidos por nuestras suposiciones
y creencias básicas, en particular las concernientes a
las relaciones. Combs y Snygg (1959) afirman, desde un
punto de vista fenomenológico: «Toda conducta, sin ex­
cepción, está determinada íntegramente por el campo
fenoménico del organismo actuante e interesa a este»
(pág. 40). Podemos decir que nuestras percepciones ba­
sadas en nuestras suposiciones crean nuestra realidad.
Humberto Maturana, biólogo chileno que ha influido
en el campo de la terapia familiar, dice que no podemos
distinguir entre percepciones e ilusiones. El observador
establece distinciones y usa el lenguaje con miras a
cambiar las clases de distinciones efectuadas. Según
Maturana, el observador distingue lo que será observa­
do. La pareja especifica lo que oye y escucha. La mente
conciente filtra lo que se oye a través de un determinado
sistema de creencias y acaso mantenga categorías rígi­
das. Cuando el terapeuta trabaja con lo inconciente, el
proceso le es muy útil para cambiar las distinciones.
El marco de una ventana determina qué se ve; en
consecuencia, ese marco distingue una parte del mundo
que entra en el foco visual. Si miramos por un ventanal
panorámico, por fuerza vemos algo diferente de lo que
escudriñaríamos a través de una tronera. El marco de la
ventana es una construcción expansible y contráctil; en
otras palabras, posee cierta plasticidad o fluidez.
Hallamos un buen ejemplo de este concepto en una
obra literaria muy conocida: El mago de Oz. Dorothy
descubre con asombro cuán fluida es la experiencia hu­
mana por lo que hace Oz con los habitantes de la Ciu­
dad Esineralda (Baum, 1900):
«Sólo para distraerme y mantener ocupada a la buena
gente, le ordené construir esta Ciudad y mi Palacio; lo
hizo todo bien y de buen grado. Luego pensé que siendo
el país tan verde y hermoso, lo llamaría la Ciudad Es­
meralda. Para que el nombre le cuadrara mejor, les puse
gafas verdes a todos: así verían todo verde». «¿Pero acá
no es todo verde?», preguntó Dorothy. «No más que en
cualquier otra ciudad —replicó Oz—, pero cuando usas
anteojos verdes, naturalmente, todo lo que ves te parece
72
verde (. . .) Mi pueblo ha usado gafas verdes delante de
sus ojos durante tanto tiempo que en su mayoría cree
que realmente es una Ciudad Esmeralda, y por cierto que
es un hermoso lugar» (pág. 149).
El mago creó una ilusión. La interacción entre el perso­
naje y esa ilusión ejemplifica dos cosas: que las supo­
siciones acerca del mundo lo crean efectivamente y que,
cuando la realidad cambia, lo que cambia es nuestra
percepción de ella.
La historia de Darwin y el Beagle nos ofrece otro
ejemplo de este concepto. Hallándose anclado frente a
una isla de los Mares del Sur, se hizo trasladar en bote
hasta la costa para explorarla. Al desembarcar, los re­
meros quedaron asombrados: los isleños percibían el
bote de remos, pero no veían el barco. Nunca habían vis­
to un velero —era una experiencia desconocida para
ellos—, pero sí conocían los botes de remos. ¿Qué bu­
ques acaso están anclados frente a la costa de nuestra
conciencia?
Construimos una realidad personal guiándonos por
lo que nos enseñan. Las familias que perciben el mundo
como algo peligroso y temible enseñan a sus hijos a fun­
cionar conforme al mismo modelo. Algunos adultos pa­
san su vida debatiéndose con una visión del mundo
negativa y limitadora, aunque racionalmente sepan que
esa visión fomenta angustia e insatisfacción con la vida.
Si una familia percibe el mundo como algo más bien be­
nigno y cree que cada persona puede decidir sobre el
rumbo o camino por tomar e influir en él, el niño adqui­
rirá una visión del mundo positiva y orientada hacia el
futuro. Es tarea del terapeuta ayudar a reordenar la
visión individual del mundo para hacerla más funcional.
Parte del proceso consiste en alterar el modelo o metá­
fora fundamentales del individuo, una creencia vital que
puede adoptar muchas formas pero también ser esce­
nificada repetitivamente. Se podría decir que todos vivi­
mos dentro de una burbuja metafórica. Un joven que
vivió literalmente dentro de una burbuja tuvo una visión
única del mundo.
Me refiero a David, un hombre joven, indefenso fren­
te a invasores virósicos y bacterianos a causa de un sín-
73
drome de inmunodeficiencla congènita. Para protegerse
de las infecciones, pasó su vida internado en una ha­
bitación esterilizada. Su aislamiento y su falta de expe­
riencias perceptuales normales distorsionaron su pers­
pectiva de profundidad y distancia. Creía que los edi­
ficios situados frente al hospital, calle por medio, y que
observaba desde su habitación, carecían de fondo. Sólo
cuando pudo usar la burbuja ambulante diseñada por
la NASA y ver la parte posterior de los edificios, se dio
cuenta de que su construcción era similar a la de una
caja. Se sorprendió al enterarse de que el verdor de las
plantas provenía de ellas mismas. Además, como veía
que los edificios al fondo de la calle eran más pequeños,
creía en verdad que habían sido construidos así y no
que los empequeñecía la distancia. No tenía noción de la
perspectiva, de que los objetos «aumentan» cuando ca­
minamos hacia ellos y «disminuyen» cuando nos ale­
jamos. Sólo cuando dispuso de la burbuja ambulante
pudo demostrarse a sí mismo que los objetos lejanos se
agrandaban a medida que se acercaba a ellos (comuni­
cación personal de J. Vogel, 1985).
Su visión del césped y los árboles era igualmente fas­
cinante. Creía que no tenían raíces. Sólo comprendió
que las plantas crecían bajo tierra cuando su enfermera
le permitió arrancar una de la maceta. David era inca­
paz de comprender el mundo natural a través de progra­
mas televisivos o de explicaciones. Sólo la experiencia
efectiva de fenómenos perceptuales le permitió modi­
ficar sus creencias acerca del aspecto que presenta el
mundo y del modo en que los seres humanos operan
dentro del conjunto de sus propios fenómenos percep­
tuales organísmicos. Las enfermeras que trabajaron con
él llegaron a la siguiente conclusión: «La observación de
su desarrollo perceptual indica que inconcientemente
insertamos nuestras experiencias pasadas cuando con­
templamos el espacio y la distancia (. . .) Para aprender
sobre fenómenos, es preciso experimentarlos» (Murphy y
Vogel, 1984).
En el matrimonio, cada esposo es portador de un
marco o una red de constructos para interpretar el
mundo de la relación conyugal y, sobre todo, la con­
ducta del otro. Estos constructos o creencias acerca de
74
sí mismo, la vida y la propia pareja se aplican para
predecir el futuro, poner cierto orden en el presente y
categorizar el pasado. Todos tenemos constructos per­
sonales. Estos son creaciones o suposiciones internas
acerca de lo que está fuera de nosotros. Ellos nos per­
miten observar el mundo y formular interpretaciones
sobre lo que creemos que hay en él. George Kelly (1963)
dice que «todas nuestras interpretaciones actuales del
universo están sujetas a revisión o remplazo» (pág. 43).
Sostiene que las personas perciben sus mundos a tra­
vés de «modelos trasparentes» que ellas mismas crean y
que luego intentan «encajar sobre las realidades de que
está compuesto el mundo» (Kelly, 1963, pág. 8).
Prevemos lo que sucederá a través de los constructos
que llevamos dentro y de los significados compartidos
experimentados por nosotros, y después nos compor­
tamos como si hubiéramos visitado realmente el futuro.
Así como el viajero ideado por H. G. Wells en La máquina
del tiempo fue un hombre que se adelantó a su época,
del mismo modo los constructos personales y los signifi­
cados compartidos crean una realidad futura anticipa­
da por cónyuges que se adelantan a su tiempo.
La realidad cobra vida para nosotros porque vemos lo
que necesitamos ver. Seleccionamos las percepciones
basadas en experiencias pretéritas y, a través de nues­
tro conjunto de creencias, proyectamos un mundo crea­
do sobre personas y sucesos.
El lenguaje crea realidad
El lenguaje es un sistema de símbolos que encarna la
experiencia de una cultura y su interpretación. Se con­
vierte en las lentes a través de las cuales vemos la rea­
lidad. De hecho, según la hipótesis de Sapir-Whorf, nos
inclinamos a adoptar las presuposiciones del lenguaje
que aprendemos. Lo que percibimos está determinado
en gran medida por el modo en que el lenguaje encuadra
o designa lo que está fuera de nosotros. En consecuen­
cia, lenguajes diferentes reflejan significados diferentes
y, por lo tanto, construcciones diferentes de la realidad.
75
Ahora bien, las palabras construyen mapas de la rea­
lidad. Alfred Korzybski (1933), creador del concepto de
semántica general, nos advirtió que no confundiéramos
el mapa con la realidad misma. Propuso la existencia
teórica de dos mundos: el de la realidad y el de los sím­
bolos. Necesariamente existe un hiato entre estos dos
mundos; cuanto más amplio es, tanto más «locos» so­
mos. Hoy cabria decir que el lenguaje sólo puede repre­
sentar una experiencia fenomenològica por medio de
simbolización. Cuanto más casados estemos con la des­
cripción de la realidad como algo «correcto», tanto menor
será nuestra cordura.
Cada visión individual del mundo es apenas una in­
terpretación subjetiva de una realidad objetiva. Ajuicio
de Joseph Pearce (1971), puesto que creamos el mundo
con nuestros sentidos y palabras, no sólo lo observa­
mos, sino que participamos simultáneamente en él.
Afirma: «Nuestra realidad es una creación semántica
de nuestras creencias culturales. Lo que creemos verda­
dero se hace verdadero» (pág. 136). Cada interpretación
no es más que una descripción creada para orientarnos
en el mundo. A veces olvidamos que la descripción es
sólo eso, y no una realidad completa.
Construimos nuestra realidad interior a partir de ex­
periencias pasadas, de la cultura en que vivimos y de los
valores presentes y pretéritos que sustentamos. El mun­
do interior es, además, un mundo de imágenes, senti­
mientos y sensaciones. Para comprender todos estos ele­
mentos, recurrimos al pensamiento. Pensamos con sím­
bolos como un modo de representar la experiencia, y nos
comunicamos con un lenguaje que cambia y evoluciona
de continuo a la par de la experiencia comunitaria.
El lenguaje representa una manera compartida de
definir la realidad, un sistema de valores compartidos,
un modo compartido de ver el mundo. Más aún: es una
forma de conocer nuestro inconciente. Este se expresa
por medio de símbolos, en cuya experiencia y expresión
se mantiene el propio ser. George Steiner (1975) escri­
bió: «Más que hablarnos a nosotros mismos, hablamos
nosotros mismos» (pág. 18).
Harry Goolishian y Harlene Anderson, del Family Institute de Galveston, opinan que los sistemas humanos
76
son sistemas generadores de lenguaje y significado.
Puesto que damos un significado a las acciones, la es­
tructura social evoluciona a partir de los significados
que generamos entre nosotros. El problema particular
presentado en terapia no se sitúa en la estructura del
sistema, sino en el «significado». Por consiguiente, la
terapia es un hecho lingüístico que fija como meta la
creación de significados nuevos para crear nuevas reali­
dades narrativas. Goolishian y Anderson (1988) afir­
man: «Los problemas no se resuelven: se disuelven».
El lenguaje puede limitar la representación de la ex­
periencia. Muchas veces, se pierde algo al traducir una
experiencia individual en palabras. Por ejemplo, la per­
sona que tiene actualmente cuarenta años experimenta
esta edad de manera muy distinta de alguien que tuvo
cuarenta años hace veinte. El padre nunca tuvo la edad
del hijo porque los dos mundos son diferentes. Hasta
podríamos decir que nuestros padres vivieron en otro
planeta: nuestros hijos saben que eso es cierto respecto
de sus padres. Según Korzybski (1933), para ser más
cuerdos debemos alterar lo que hacemos con el lengua­
je. Propone un cuestionamiento de tres postulados del
pensamiento lineal aristotélico: las leyes de identidad,
de tercero excluido y de contradicción.
Ley de identidad
Sostiene que un enunciado como «El matrimonio es
difícil» asimila matrimonio y dificultad para crear una
definición que ve difícil la totalidad de la vida conyugal.
Esta definición no presenta el proceso conyugal como
una energía dinámica entre dos personas. Se cierra en
un concepto, forma una imagen interior negativa y pre­
dice lucha. Esta definición limita la realidad del indi­
viduo a causa de la categoría que arbitrariamente crea.
Ley del tercero excluido
Propone una realidad dicotòmica en lugar de una
orientación de valores múltiples. Un mundo donde sólo
77
existen lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, lo verda­
dero y lo falso, no abarca los matices Intermedios. Vea­
mos un ejemplo de este pensamiento dicotòmico. Un pa­
ciente reveló que la madre le había enseñado que una
mujer sólo debía casarse con un hombre si él la amaba,
y no si ella lo amaba a él. Ante esta admonición, la hija
tuvo que rebelarse contra su madre; revirtió su creencia
y categorizó como únicos hombres disponibles a aque­
llos a quienes ella amaba. Esta noción la mantenía en
constante prosecución de una meta imposible: un hom­
bre emocionalmente inasequible. El mundo es poliva­
lente pero a menudo se lo describe con sólo dos valores.
Una orientación fundada en dos valores nos vuelve «lo­
cos» o distorsiona el pensamiento.
Ley de contradicción
Señala la imposibilidad de que una entidad posea
una característica y su opuesta al mismo tiempo; una
cosa no puede poseer dos características mutuamente
excluyentes. Por ejemplo, el agua puede estar fría o ca­
liente; todo depende del marco de referencia. Si en un
día gélido una mujer entra en la casa y sumerge la mano
en agua a una temperatura de 40°, la sentirá caliente.
En cambio, en un cálido día de verano, esa misma agua
le parecerá fría. En el matrimonio, un cónyuge puede
ser odiado y amado a la vez. De hecho, a menos que se
reconozca la furia asesina que existe entre algunas pa­
rejas, el amor no se podrá experimentar plenamente.
La cultura y la subcultura crean realidad
Las diversas culturas experimentan la realidad bajo
aspectos diferentes y, por fuerza, elaboran descripcio­
nes diferentes. Los esquimales crearon muchas pala­
bras para designar lo que nosotros llamamos «nieve».
Obligados a vivir en armonía con un medio nivoso, pues
de ello depende su subsistencia, se han vuelto expertos
en distinguir diversos elementos y formas de nieve. Los
78
indios hopi tienen un concepto del tiempo diferente del
nuestro. Para ellos, no hay una noción lineal de tiempo.
No hay pasado o futuro: sólo existe el presente. De he­
cho, sus verbos carecen de tiempos, lo cual les permite
vivir en un presente continuo. El lenguaje se centra más
bien en nuestra relación con la naturaleza (Rogers etaL,
1977).
La lengua tahitiana carece de palabras que designen
la depresión o la aflicción, pero posee más de cuarenta
palabras para designar los diferentes grados de ira
(Mendelson, 1974). Si no tuviésemos palabras para de­
signar la depresión, quizá tampoco tendríamos ese fenó­
meno. Las culturas que no tienen palabras para desig­
nar su concepto, no la experimentan (Rowe, 1982).
Las subculturas, en particular la masculina y la fe­
menina, experimentan realidades diferentes y poseen
descripciones diferentes. A las mujeres se las socializa
para que se orienten más hacia las relaciones; a los
hombres, para que se orienten más hacia las metas (Gilligan, 1982). A menos que lo hayan sensibilizado para
cuestiones referidas al género, un hombre habrá sido
educado para obtener poder y fijar las reglas. A las mu­
jeres se las educa para que cuiden de otros, los nutran y
los eduquen; aun cuando se las estimule a abrazar una
profesión, se refuerza su conducta de cuidado. Esta di­
ferencia en el foco formativo hace que el hombre y la
mujer experimenten el mundo bajo aspectos distintos.
Cada subcultura familiar proporciona una descrip­
ción peculiar de la realidad. La vida familiar de cada
persona crea un modelo interiorizado de amantes, pa­
dres, roles masculinos y femeninos, así como el marco
de «normalidad» para la vida familiar y una visión del
mundo.
La percepción es egocéntrica
Todos interactuamos con algo que está fuera de no­
sotros y que llamamos realidad. No obstante, la cons­
trucción o modelo que acerca del mundo elaboramos en
nuestra mente siempre guarda relación con nosotros. Es
79
imposible salirse de sí mismo y observar algo objetiva­
mente.
«La percepción es esencialmente egocéntrica, atada
desde todo punto de vista a la posición del que percibe
en relación con el objeto (. . .) es estrictamente personal
e incomunicable, salvo por la mediación del lenguaje o
de dibujos (. . .) El egocentrismo no sólo es limitante:
también da origen a errores sistemáticos» (Piaget, 1969,
pág. 285).
Se produce cierta distorsión cuando percibimos a
través de nuestros propios filtros de propio ser, vulnera­
bilidad, valores, miedos, fantasías, sueños. Esta distor­
sión afecta la memoria y la percepción del presente y del
futuro. En verdad, revemos una y otra vez fragmentos
de recuerdos negativos, y ellos suelen causarnos más
dificultades que si pudiésemos rememorar siempre el
recuerdo completo (comunicación personal de Betty
Alice E. Elliott, 1990). En un tratamiento es indicado el
intento de comprender distorsiones individuales dentro
de un sistema de pareja. Por ejemplo, las personas se
inclinan a creer que todo lo que ellas experimentan es
realidad. Los físicos saben que no es así.
El físico Fred Alan Wolf dice que «ningún suceso pa­
sado tiene existencia. Su único registro existe en nues­
tros repliegues neurales» (1984, pág. 109). A continua­
ción sostiene que «Freud afirmaba que nuestras memo­
rias estaban llenas de pasados cuya existencia ni siquie­
ra conocíamos» (pág. 110). De hecho, tenemos muchos
pasados diferentes. En el trance, podemos examinarlos
y traer al presente aquellos recursos que necesitamos.
La fisiología crea realidad
La configuración de nuestros sentidos hace que el
mundo que vemos, oímos, gustamos, olemos y palpa­
mos defina al mundo como dotado de masa, profundi­
dad, color, textura, olor, sonido y sabor. Este modo de
«ver» supone que unos sucesos nos ocurren y responde­
80
mos a ellos; que unos sucesos nos trascienden. El ojo
sólo puede percibir una parte limitada del espectro elec­
tromagnético. Además, todos los seres humanos expe­
rimentan un fenómeno fascinante: el punto ciego. Se
trata de una zona de la retina insensible a la luz. Existe
ahí de hecho un hueco en la visión de un individuo. No
obstante, percibimos pautas y espacio continuos. Como
dice Humberto Maturana: «No vemos que no vemos»
(Maturana y Várela, 1987, pág. 17). Otra característica
interesante de la visión es que los colores que vemos no
existen fuera de nosotros. El color no proviene del exte­
rior: depende de la actividad neural que se desarrolla en
nuestro interior. La forma en que percibimos los colores
se basa además en estados de actividad neuronal de­
sencadenados por perturbaciones del ambiente y deter­
minados por la estructura de cada persona.
Otros animales poseen capacidades visuales diferen­
tes. El cernícalo tiene visión telescópica —es capaz de
divisar un pequeño ratón campestre desde un kilómetro
y medio de altura—, pero su visión periférica es débil. El
gato ve bastante bien en la oscuridad, pero se cree que
su visión es granulosa y acromática. El gorila ve a dis­
tancias de hasta nueve kilómetros.
La audición es otra función del hombre en tanto ani­
mal. Nuestros oídos responden a vibraciones del sonido
de veinte a veinte mil ciclos por segundo. No obstante, el
aire vibra por encima y por debajo de los límites de de­
tección del oído humano. Algunos animales oyen soni­
dos para nosotros inaudibles. Además, media un lapso
entre el momento en que se produce un sonido y su au­
dición real: por ejemplo, entre el campanilleo de un telé­
fono y su audición trascurren varios microsegundos,
pero nuestra mente registra ambos sucesos como si fue­
ran simultáneos. Wolf (1984) cree que «para que el hecho
real se registre en nuestra conciencia, nuestro “oído
mental” proyecta hacia atrás la audición del campani­
lleo retrotrayéndola al momento en que sonó realmente
el teléfono. Esta proyección es inconciente» (págs. 193-4).
En cuanto a que los objetos parezcan dotados de ma­
sa y de profundidad, la física cuántica proporciona
pruebas sobre que no existe algo tal como un material
sólido. Los científicos creen que hay ondas de probabili­
81
dad de interconexiones. En el nivel subatómico, todo
está conectado de manera tal que el universo muestra
una unidad (Capra, 1975). No obstante, en ese nivel
subatómico sólo hay espacio y pautas.
La realidad subliminal
Los sentidos físicos reciben constantemente datos de
otras fuentes y permiten que el individuo responda ba­
sado en su interpretación «extraconciente». Varias emo­
ciones pueden ser «vistas» o «percibidas» por observa­
dores sagaces, pues provocan contracción o dilatación
de vasos sanguíneos. Aunque la mayoría de las perso­
nas notan estas reacciones en un nivel subliminal, es
posible que en un nivel conciente no sepan qué senti­
mientos se expresan. La mente inconciente posee la ca­
pacidad de saber cuándo otra persona está enojada, sexualmente excitada, físicamente enferma, etc., por las
diferentes temperaturas asociadas con tales estados.
Por ejemplo, se puede registrar información a través de
la piel si se consigue detectar colores a partir de diferen­
tes niveles de calor o vibración. El color de la piel cambia
con diferentes emociones. Hay receptores de tempera­
tura cutáneos que registran información sobre fluctua­
ciones de calor y frescura, indicando quizá la existencia
de otro canal sensorial de percepción dermo-óptica
(Youtz et aL, 1966).
Cuando un sentido se deteriora, otros afinan más su
función clasificadora de información. Se ha investigado
a personas ciegas que pueden percibir la presencia de
objetos en una habitación. Mejora su agudeza auditiva
y su capacidad de sentir el calor irradiado (Marcuse,
1959). Esto significa que todos poseemos esta capaci­
dad. Podemos aguzar los sentidos enfocando la aten­
ción. T. X. Barber (1984) demostró la posibilidad de «me­
jorar la habilidad cognitiva» impartiendo instrucciones
para enfocarla de determinada manera. Bajo control
normal se encuentran temperatura cutánea, agudeza
visual, respuestas alérgicas, dolor, regresión de edad,
amnesia y relajación.
82
La mayoría de nosotros utilizamos el olfato para reci­
bir mensajes sobre otras personas (Welner, 1966). Mu­
chas familias pueden reconocer a sus miembros por su
olor. De hecho, para aumentar el vínculo y el apego con­
yugales debe haber una atracción olfatoria entre los
cónyuges. Uno de mis pacientes se quejaba de no dis­
frutar los olores genitales de su esposa, ni aun cuando
acababa de bañarse. Se distanció de ella por otras razo­
nes y finalmente abandonó la relación. Desde el princi­
pio, había sido conciente de que el olor natural de esa
mujer lo molestaba, pero se casó con ella presionado por
su familia. Como no existía ninguna causa física para
ese olor extraño, el problema se convirtió en una metá­
fora de las dificultades en la relación.
Los terapeutas pueden acrecentar su capacidad sen­
sorial si dedican tiempo a concentrarse en un solo sen­
tido. En nuestros grupos de formación, solemos pedir a
los participantes que concurran a restaurantes e inten­
ten oír las conversaciones mantenidas en el extremo
opuesto del salón, o diferenciar los aromas de las comi­
das de los olores de la gente. Tal vez sea una actividad
inaceptable desde el punto de vista social, pero es útil
aprender a desarrollar los sentidos.
La interacción con el cónyuge se basa en la
imagen interior
Podemos decir que porque creamos realidad, tam­
bién creamos a nuestra pareja. La persona que está ahí,
fuera de nosotros, no es exactamente la que percibimos
interiormente. Por cierto, si algunos cónyuges pudieran
atlsbar en la mente del otro y ver el filme que en ella se
representa, quizá no se reconocerían a sí mismos. En
algunas relaciones muy conflictivas, cada miembro de la
pareja lleva en sí una representación del otro que susci­
taría la respuesta «¡Ese no soy yo!». En muchos aspec­
tos, cada esposo es un constructo y está representado
como una imagen que a veces encarna al peor y al mejor
cónyuge. Gregoiy Bateson (1978) propuso la noción de
que somos sistemas generadores y creadores de signi­
83
ficados. No podemos crear significados prescindiendo
de otra persona. La percepción del otro es una imagen
proyectada desde el cerebro de la primera persona. El
significado se genera a partir de la interacción de dos
personas. En realidad, cada cónyuge es «creado» a partir
de la interacción.
Cada miembro de la pareja tiene varios estados espe­
cialmente extraídos de su compañero. Existe un esta­
do de conciencia extraído del compañero que es exclu­
sivo de la relación conyugal en el sentido de que otros
individuos pueden comportarse de igual modo pero no
provocan las mismas respuestas emocionales. Ese es­
tado de conciencia puede desplazarse hasta una edad
emocional basada en necesidades experimentadas y en
la receptividad y disponibilidad del cónyuge. Si se siente
asustado y necesitado de ayuda, un cónyuge quizá re­
troceda emocional y momentáneamente a la infancia.
Cuando un esposo ataca al otro, utiliza un estado de
conciencia específico. Por lo común, hay una sensación
de visión en túnel: su agudeza visual se altera de tal
modo que sólo puede ver lo que tiene directamente a la
vista. Una vez que ha «entrado» en ese estado, le cuesta
tanto salir de él que debe dar vueltas hasta lograrlo. A
veces se produce amnesia sobre lo que se dijo en ese
estado.
Los estados de trance subjetivos influyen en la
percepción de la realidad
La conciencia cambia con la actividad y estados de
trance normales se dan a diario. Diversos fenómenos de
trance influyen sobre el modo en que un individuo expe­
rimenta el mundo. Muchos automovilistas han tenido
una alucinación negativa que les impidió «ver» un auto
que se acercaba, o una alucinación positiva en la que
«vieron» una señal de detención inexistente. Se puede te­
ner la impresión de que ha pasado un largo rato cuando,
en realidad, sólo han trascurrido unos minutos, y existe
una experiencia subjetiva de distorsión del tiempo. En
trance, la percepción se distorsiona y el foco se reduce.
84
Este proceso puede ocasionar resultados positivos o ne­
gativos.
La experiencia simbólica crea realidad
Cualquier experiencia que trastorne una modalidad
de respuesta pautada, altere la conciencia y represente
un tema universal puede convertirse en un aprendizaje
simbólico generativo. Estas experiencias pueden ir des­
de lo corriente hasta lo insólito. La experiencia que tuvo
Rick cuando le di la moneda fue un cuestionamiento
simbólico que alteró su realidad apenas lo suficiente
para sacarlo de su perplejidad. Quienes han sobrevivido
a enfermedades o accidentes terribles han sufrido una
alteración más impresionante de su realidad. Han es­
tado al borde de la muerte, y esto quizá les dio una opor­
tunidad extraordinaria de hacer una revaluación y fijar­
se nuevas prioridades. El interrogante universal «¿Qué
sentido tiene la vida?» adquiere un nuevo significado pa­
ra estos individuos, que suelen alterar su estilo de vida y
empezar a dar más importancia a la familia y a las re­
laciones. Este fuerte desplazamiento del foco, provocado
por una experiencia que cambió su vida, se convierte en
un marcador que les señala una senda diferente hacia
una vida más rica y profunda.
Una experiencia simbólica utiliza todos los principios
de la percepción y siempre trabaja para cambiar la
realidad. A veces, es preciso que nuestras suposiciones
sean destruidas por nuevas percepciones antes de que
pasemos a otra realidad. El significado que aportamos a
estas experiencias simbólicas modela nuestra vida y la
de nuestros pacientes.
Construcción de la realidad por la pareja
Cada miembro de una pareja trae a la relación una
imagen del matrimonio deseado y un nombre para él.
Unas imágenes serán románticas; otras, prácticas. Un
85
cónyuge querrá que el otro sea un compañero, amante,
amigo, prostituta, madre, padre, hijo, mecánico o coci­
nero para gourmets; alguien que cure antiguas heridas;
alguien con quien se pueda establecer contacto e inti­
mar. Estas imágenes tienen nombres intrínsecos: Ma­
dre Amantísima, Padre Bien Informado, Pastor. . . Ade­
más de nombrar el papel del otro, la relación misma
puede ser nombrada. Cuando preguntamos a los pa­
cientes cómo «llamarían» a su matrimonio, proponen
una amplia variedad de nombres: Tercera Guerra Mun­
dial, Luna de Miel, El Buen Barquito de Caramelo, Los
Muertos Agradecidos, Jardín de Lirios y Tierra de Gra­
cia. Las metáforas abundan en imágenes sensoriales.
Aunque el nombre de la relación escape a la conciencia,
hay una expectativa de cierto rol por desempeñar y un
deseo de que el otro cónyuge adopte determinada con­
ducta solícita.
Estos nombres suelen construirse a partir de profun­
dos anhelos íntimos y cuestiones pendientes desde la
infancia. Los sueños y fantasías románticos que se sus­
citan al comienzo de una relación encienden la espe­
ranza de que la pareja será todo lo que no fueron los pa­
dres. En los breves momentos en que un compañero al­
canza la imagen idealizada, el otro bulle de excitación y
esperanza: ¡por fin podrá ser amado plenamente! Cuan­
do la conducta de un cónyuge parece coincidir con la
imagen interna, el otro aguarda, esperanzado y expec­
tante, que represente el guión proyectado en su pantalla
cinematográfica interior, esa parte de la mente capaz de
repetir el pasado, el presente y el futuro como un filme.
Pero raras veces la realidad es paralela al guión ima­
ginado. En tanto no se resuelvan estos anhelos y espe­
ranzas, los cónyuges se inclinarán a pretender que su
pareja satisfaga ciertas exigencias quiméricas. Si los
nombres no son realistas, habrá un conflicto.
Parte del obstáculo que impide vivir relaciones con
felicidad concierne a la calidad del contacto establecido
por los individuos. Por lo general, la gente sabe cuándo
no ha conseguido establecer contacto con alguien o pe­
netrarlo psicológicamente. Falta algo, hay una sensa­
ción de soledad y tristeza por lo que no se logró. Pintauro
(1970) ha comprendido bien este sentimiento: «Algunas
86
cáscaras de huevo son tan delgadas que podemos ver a
través de una de ellas durante cien años sin llegar a sa­
ber nunca que estamos dentro». Conviene que el tera­
peuta comprenda las imágenes interiores y los nombres
sobre relaciones presentes y pasadas de que cada es­
poso es portador. Sus respectivos lenguajes son ele­
mentos importantes para definir la construcción que
cada uno hace de la realidad. Sus expectativas y creen­
cias acerca del modo de resolver conflictos y expresar
afecto, las reglas sobre comunicación, las expectativas
de rol y las reglas acerca de reglas constituyen una in­
formación importante para el terapeuta de pareja. Esta
información puede ser recogida a través del proceso
terapéutico.
Creamos realidad descifrando el significado de nues­
tras experiencias de cosas o de personas; por lo tanto,
podríamos decir que cada miembro de la pareja es una
creación. Cada uno inventa la percepción del otro. Al­
gunas veces, la descripción de un cónyuge se asemeja
mucho a la que formula su compañero; otras no. Cuando
las descripciones son similares y promueven el cre­
cimiento, la relación es íntima y vibrante.
En el capítulo que sigue, presentaré un modelo de
psicoterapia que he elaborado a partir de las premisas
ericksonianas en torno del cambio y del proceso tera­
péutico.
87
4. Modelo de psicoterapia con la danza
hipnótica
El psicoterapeuta debe atender tanto al proceso te­
rapéutico como a la meta por alcanzar. Para obtener la
cooperación del paciente, es fundamental establecer y
mantener con él una relación cálida, solícita y respe­
tuosa. También es importante definir una meta tera­
péutica y avanzar hacia ella. A continuación, presentaré
un modelo de trabajo con parejas que parte de una pers­
pectiva ericksoniana y tiende a lograr ambos fines.
Para trabajar dentro de un contexto
ericksoniano
El proceso global de psicoterapia dentro de un marco
de referencia ericksoniano recorre varias etapas: ob­
servar la danza, comprenderla, participar en ella, atra­
parla, hacer una contradanza y recuperar recursos.
Para ceñir aún más el enfoque, podemos seguir deter­
minados pasos en cada sesión. En el presente modelo
terapéutico, se identifican los siguientes pasos:
1. Observar la danza hipnótica y distinguir la natura­
leza recíproca del problema.
2. Adecuarse a la realidad afectiva del problema para
cada cónyuge a fin de establecer un rapport. Entrar
momentáneamente en la realidad de cada persona.
3. «Atrapar la atención»: absorber la atención de la pa­
reja.
4. Individualizar los fenómenos hipnóticos en uso. (Si
hay regresión de edad, determinar qué edad susci­
ta cada esposo. Los compañeros suelen retrotraer­
se a sus tiempos históricos más vulnerables.)
88
5.
6.
7.
8.
Determinar el significado simbólico del problema.
Recuperar o estructurar recursos.
Utilizar el síntoma en la intervención.
Simbolizar la solución.
Observar la danza hipnótica
La danza hipnótica de la pareja es la secuencia de
aquellas conductas y sentimientos recíprocos, sincróni­
cos e idiosincrásicos que son desencadenados por cada
cónyuge y presentan características similares al trance.
Cuando dos esposos describen su problema desde sus
respectivos puntos de vista, el terapeuta puede empezar
a discernir la secuencia causante de la dificultad.
Es probable que cada uno se mantenga mediana­
mente atrincherado en una posición respecto de la con­
ducta de su cónyuge que considera problemática. Des­
de la perspectiva individual, la conducta propia parece
razonable y protegería tanto al cónyuge como a la rela­
ción de pareja. Cada distorsión revelará problemas psicodinámicos o conflictos no resueltos que uno de los es­
posos intenta ordenar, interpretar o resolver de algún
modo, aunque temiendo que la vieja herida se reabra sin
ninguna esperanza de cura. En estas relaciones percibi­
mos el fenómeno del «arrastre».
El arrastre es un concepto destinado a explicar por
qué se genera una sincronía de ritmos entre objetos o
seres que gasten energía en una acción pulsátil. Por
ejemplo, si dejamos en una habitación dos relojes de
caja, sus péndulos empezarán a oscilar simultánea­
mente y en la misma dirección. Los pollitos que compar­
ten un mismo espacio se pondrán a piar en sincronía.
Las mujeres que viven juntas advierten con frecuencia
que sus ciclos menstruales empiezan a coincidir. Tera­
peutas y pacientes declaran haber notado una sincronía
en sus ritmos respiratorio y cardíaco (Leonard, 1978).
Según William Condon (1975), entre las personas se
produce un sinnúmero de sutiles movimientos sincró­
nicos muy similares a una danza. Ha logrado filmar al­
gunos. Condon informa: «La comunicación se parece
mucho a una danza en la que todos participan con mo-
89
virulentos intrincados y compartidos a lo largo de nume­
rosas dimensiones sutiles y, sin embargo, son extraña­
mente inconcientes de ello (. . .) No hay un solo retardo
perceptible, ni siquiera en 1/48". Cuando el que habla
retoma la palabra tras un silencio, al cabo de 1/48" el
oyente empieza a ejecutar movimientos sincrónicos» (op.
cit., pág. 43).
Condon y Sander (1974) estudiaron además reaccio­
nes del bebé normal hacia la madre y descubrieron que
ambos crean un movimiento sincronizado en el que se
miran, se escuchan y se mueven rítmicamente. El bebé
mueve su cuerpo en coordinación con pautas del habla.
Los investigadores descubrieron que quizás alce una ce­
ja cuando el que habla toma aliento, o mueva un miem­
bro si aquel acentúa una sílaba. Esta sincronización pa­
rece ser la base de sus futuras relaciones emocionales.
Aparte de los movimientos físicos, está el proceso de
co-inducción en un nivel verbal. Hay secuencias Ínter accionales que co-inducen un estado de trance positivo
o negativo. Estas secuencias ocurren de manera repeti­
tiva con ocasión de un contenido diferente pero de te­
mas similares.
Cuando la danza estimula un estado de trance positi­
vo, es placentera; cuando estimula un trance negativo,
no satisface. Por lo común, el trance negativo es activa­
do cuando uno de los esposos siente aprensión y luego
intenta adquirir seguridad controlando al otro, a veces
mediante insinuación hipnótica. Recuerdo el caso de
una paciente a quien el marido, durante la terapia, le
había pedido que fuera más independiente. Cuando em­
pezó a contarle sus tentativas en tal sentido, él le res­
pondió: «Tienes que decidir qué ganas y qué no ganas
con esta relación. Puedes quedarte cuando la disfrutes».
Este comentario angustió a la mujer porque lo inter­
pretó como una expresión de ambivalencia acerca de su
permanencia en el matrimonio. Dije al marido que él
eludía los sentimientos que le provocaba el que su espo­
sa hablara de valerse por sí sola. Si bien se había que­
jado de su falta de autonomía, pudo discernir su miedo
de que ella se apartara más de él.
En otra ocasión, una esposa preguntó al marido:
«¿Por qué no tienes afecto hacia los niños?» (aquí había
90
una pregunta oculta sobre sus sentimientos hacia ella).
El se defendió, y replicó en tono iracundo y malhumora­
do: «Les tengo afecto. Simplemente, a veces no sé qué
decir». Ella sólo podía enfocar su atención en su conduc­
ta retraída. Era incapaz de ver el contexto más amplio de
un hombre criado por un padrastro que no sabía ser a
la vez íntimo y viril, y se distanciaba cuando las emocio­
nes eran intensas. Doce años antes, el marido la había
abandonado de repente, y ella nunca tuvo la certeza de
que había vuelto porque quisiera estar con ella. El trau­
ma de ese abandono la mantenía angustiada ante la ex­
pectativa de un nuevo alejamiento. Se volvió hiper-alerta a cualquier conducta de distanciamiento de su parte.
Como reacción a los comentarios que ella le hacía acer­
ca de su conducta, el marido se puso hiper-alerta a su
persecución y su exigencia tácita de que restableciera
un contacto más íntimo con ella. El habitualmente em­
pezaba a sentir una responsabilidad excesiva por los
sentimientos de su esposa y le pesaba la carga que sig­
nificaba tener que cuidar de ella; comenzaba a percibirla
como a una niña necesitada de atención que se aferraba
a él; se distanciaba aún más, y la esposa respondía exi­
giéndole una mayor intimidad.
En este ejemplo, la mujer utilizaba una hipermnesia
para recordar la conducta de su marido previa a su
abandono, y una amnesia para los momentos en que él
la trataba con afecto. También usaba la regresión de
edad cuando recordaba que, al verse abandonada por
su esposo, se había sentido como una niñita de tres
años, totalmente incapaz de cuidar de sí misma o de sus
hijos. Hasta había pensado en suicidarse. Por su parte,
el marido solía experimentar una regresión de edad
cuando ella lo presionaba en solicitud de un mayor
acercamiento. También experimentaba una amnesia al
ver en ella a su madre dominante, de quien había tenido
que alejarse. Esta co-inducción provocaba en cada cón­
yuge un estado de trance negativo que derivaba en un
estrechamiento del foco problema, acompañado de un
sufrimiento emocional.
Estados de trance negativo pueden ocurrir cuando
las interacciones se amortiguan o se vuelven agresivas.
Los esposos pierden la capacidad de usar una disocia­
91
ción de trance extrovertida y de observar su proceso de
manera más objetiva, desde fuera de sí mismos. Solomon (1989) lo explica así: «En este estado, el “yo obser­
vador" no está disponible para reflexionar concientemente sobre el proceso mientras este sucede. El estado
yoico que ataca o provoca un ataque no está disponible
para el razonamiento ni para otros estados de concien­
cia» (pág. 90). En vez de ello, la pareja se hiper-enfoca en
un estado de trance interno, pierde su visión periférica
y, a menudo, declara haber perdido cierto sentido del
propio ser mientras sus dos miembros «devienen» un
sentimiento sin cuerpo ni mente. En algunos casos, tal
estado de trance sólo se puede romper por medios dra­
máticos, como gritos, llanto, estallidos de violencia, en
los que se utiliza la ira para recuperar un sentido del
propio ser mediante un cambio repentino de estados
mentales.
Además de observar los movimientos sincrónicos y el
proceso interaccional de las parejas, conviene fijarse en
los movimientos ideomotores, esas señales inconcientes
que responden a una comunicación. Esos movimientos
pueden sugerir temas habitualmente soterrados y reve­
lar áreas conflictivas tal vez evitadas en la conciencia.
Algunos psicoterapeutas prestan especial atención a los
movimientos leves de la cabeza o de cualquier extremi­
dad. Quizás un cónyuge asienta apenas, expresando su
acuerdo o su discrepancia con lo que dice el otro, o pa­
rezca concordar con él mientras la agitación impaciente
de su pie nos dice otra cosa.
El terapeuta de pareja puede discernir la secuencia
de conductas y emociones si observa cómo interactúan
los esposos en torno de cuestiones que encierran una
carga emocional. La pareja pauta y ritualiza la secuen­
cia de manera tal que cada vez que uno de sus miem­
bros la inicia, el otro manifiesta de inmediato la con­
ducta siguiente. Entre ellos hay una pauta ritualizada y
compartida, que puede ser estimulada de diversos mo­
dos y ejecutada inconcientemente sin que para ello se
requiera la presencia física de ambos en la totalidad de
la secuencia. Cada esposo conoce tan bien la «coreogra­
fía» que puede ejecutar los pasos junto con su pareja o
separado de ella, en la imaginación, con los sentimien­
92
tos concomitantes. La naturaleza automática de la dan­
za hipnótica guarda relación con el uso de fenómenos
hipnóticos en el ritual. La danza hipnótica de la pareja
se disocia de la noticia conciente de ambos cónyuges. La
naturaleza automática de una respuesta conductal ha­
ce suponer que el control personal es casi imposible. Un
individuo posee muchas imágenes que se desarrollan en
medio de las respuestas pautadas y automáticas.
Algo que contribuye a discernir la danza hipnótica es
distinguir las imágenes estimuladas en un contexto de
pareja en cada cónyuge sobre la peor y la mejor relación.
La imagen de esa relación se puede situar en cualquier
punto a lo largo de este continuo peor-mejor. Para esto
es útil preguntar por el «nombre» del matrimonio. Las
imágenes suscitadas y el nombre dado acaso revelen el
significado simbólico del problema. Este paso de obser­
vación es importante para la orientación de la terapia.
Hace falta que el terapeuta emplee destrezas observacionales sutiles para «ver» realmente la danza hip­
nótica. Erickson era un maestro para la observación y
veía a cada paciente con ojos diferentes. Don Juan, el
hechicero mexicano, dice a Carlos, su aprendiz: «Cuan­
do ves, ya no hay más rasgos familiares en el mundo.
Todo es nuevo. Nada ha sucedido antes. El mundo es in­
creíble» (Castañeda, 1971, pág. 159). Este proceso es más
que una visión objetiva. El terapeuta debe integrarse a la
«intensidad vital» que se da entre las personas presentes
en el consultorio. Como dice Franck: «El ver implica en­
trar en el proceso vital —establecer contacto con él— y
no limitarse a observarlo sin involucrarse» (1973, pág. 6).
A d e c u a rs e al afecto p a ra esta b lecer u n rapport
La experiencia de cada esposo parece tan real y co­
rrecta que conviene reconocer la realidad afectiva que el
problema tiene para uno y otro. En ocasiones, es un pa­
so delicado, pues se debe dar sin que uno de los cónyu­
ges crea que el terapeuta se pone de parte del otro. A ve­
ces, ambos se hallan tan necesitados de apoyo que al
terapeuta le resulta demasiado difícil brindárselo a cada
uno en presencia del otro, por lo que se ve obligado a
93
verlos Individualmente. Este problema puede surgir
cuando un esposo percibe como abandono cualquier in­
tento del terapeuta de apoyar a su pareja.
Penetrar en la realidad de cada esposo, y aceptarla,
es un paso importante para establecer un rapport y
comprender el modo en que la danza hipnótica se activa
y sigue su curso por sus etapas de intensidad, explo­
sión, resolución, sólo para ser reactivada.
A tra p a r la atención
Erickson era un maestro en el arte de retener la aten­
ción de la mente conciente mientras hablaba a la mente
inconciente. Desordenaba el contexto y, de ese modo,
sacaba a las personas de su habitual visión restrictiva
del mundo. Carol Lankton (1983) cuenta la siguiente
anécdota: un día visitó a Erickson y, cuando ya se reti­
raba, él le arrojó algo que parecía un pesado fragmento
de roca. Al atraparlo, resultó ser increíblemente liviano.
«No tomes nada por granito», comentó él, dirigiéndole
una mirada chispeante.
En este modelo ericksoniano, atrapar la atención sig­
nifica: 1) desordenar el contexto habitual o despotenciar
la disposición de la mente conciente; 2) reencuadrar en
términos positivos de futuro la distorsión con la que
cada esposo percibe la conducta del otro y expandir su
marco de realidad, y 3) hacer foco más en la incompren­
sión de los cónyuges que en sus resentimientos. Una
pareja me solicitó terapia porque estaba enzarzada en
un conflicto tremendo. La esposa reaccionaba cada vez
que el marido regresaba del trabajo y empezaba a pre­
guntar por qué se había hecho tal o cual cosa de deter­
minada manera. Por ejemplo, si ella había dejado el auto
estacionado en la calle para trabajar en el garaje, él le
preguntaba por qué estaba allí. La esposa interpretaba
sus preguntas como otras tantas críticas por haber he­
cho mal las tareas. Por cierto, él era un hombre muy es­
crupuloso, un perfeccionista en grado obsesivo, y en un
nivel la estaba criticando, pero al mismo tiempo se sen­
tía apartado de la familia y era torpe en sus intentos de
establecer contacto con ella al regresar al hogar. «Sólo
94
quiere controlarme», me dijo la mujer, insinuando una
motivación maliciosa. «¿Quiere controlarla o es su modo
de reingresar en la familia, por torpe que sea?», respon­
dí. El reencuadramiento implícito en mi pregunta atrapó
su atención; cayó en trance y creó un momento recep­
tivo, durante el cual se expandió la categoría dolorosa
que había construido para definir la motivación de su
esposo. El cayó en trance simultáneamente y empezó a
enviar señales afirmativas con leves movimientos ideomotores de cabeza. (En el capítulo 8, me extenderé más
sobre esta técnica de «soslayar definiciones», que es una
forma de reencuadramiento.)
Individualizarfenóm enos hipnóticos
Conviene averiguar los fenómenos de disociación
hipnótica que usa cada esposo en la danza. Las parejas
pueden utilizar diversos fenómenos de trance en la
danza hipnótica: 1) regresión de edad; 2) progresión de
edad; 3) alucinaciones positivas y negativas; 4) distor­
sión del tiempo; 5) disociación; 6) analgesia o anestesia;
7) amnesia, y 8) hipermnesia.
Regresión de edad: Puede ser un resultado de la inter­
acción. Si lo es, el terapeuta querrá determinar la edad
que evoca cada miembro de la pareja. Los esposos regre­
san a su tiempo histórico más vulnerable, a aquel en
que tenían menos recursos que pudiesen utilizar concientemente en la resolución de sus problemas. Indagar
la edad en que se siente cada cónyuge es útil para la
prosecución de la terapia.
Progresión de edad: Ocurre cuando un miembro de la
pareja se lanza hacia el futuro y vive, en su imaginación,
la mejor o peor situación hipotética. Se pueden formular
en el presente decisiones basadas en este «viaje en el
tiempo». Una de mis pacientes temía tanto ser abando­
nada por los hombres que siempre arreglaba las cosas
para ser ella la primera en dejar la relación. Otra pacien­
te presa del mismo temor me contó que siempre influía
en la situación de manera tal que el hombre se enojaba
con ella y se marchaba. Ella predisponía el incidente para
no ser la primera en decidir abiertamente el abandono.
95
Alucinaciones visuales o auditivas, positivas o nega­
tivas: En plena danza hipnótica, se puede producir una
alucinación positiva en la que un cónyuge «vea» compor­
tarse al otro en determinada forma o lo «oiga» manifestar
algo en particular cuando, en realidad, no ha ocurrido ni
lo uno ni lo otro. Muchas veces, se activa un filme interior
que acaso incorpore algunas emociones muy intensas.
Cuando los esposos no escuchan o no ven lo sucedido,
es probable que abunden las alucinaciones negativas.
Uno de los ejemplos más profundos de alucinación ne­
gativa es el cónyuge que no ve la prueba de la infidelidad
del otro.
Distorsión del tiempo: Ocurre en la danza hipnótica
cuando esta es agradable y se tiene la sensación de que
el tiempo vuela. En cambio, si la danza es conflictiva, se
diría que el tiempo se dilata y los sentimientos negativos
parecen interminables.
Disociación: Se experimenta de diversos modos. To­
dos los demás fenómenos de trance son formas de diso­
ciación, pero se deben enumerar aparte porque la disocia­
ción puede ser espacial, temporal, auditiva, kinestésica o
visual. Algunos individuos se pueden experimentar a sí
mismos en trance tanto «aquí» como «allí», o verse senta­
dos en dos puntos opuestos del consultorio o en este y
en otro lugar a la vez. El fenómeno ejemplifica la lógi­
ca del trance, que nos permite estar simultáneamente
«aquí» y «allí». En trance, nos parecerá perfectamente
lógico tener a la vez seis y sesenta años. En la disocia­
ción auditiva, oímos sonidos dentro o fuera de nosotros
mismos. Todos conocemos la experiencia de «oír» una
melodía dentro de nuestra cabeza, o imaginar una or­
questa que toque en un parque sobre una plataforma
con techado acústico (o sea, fuera de nosotros). La di­
sociación kinestésica ocurre cuando se disparan impul­
sos eléctricos que acaso envíen a una parte del cuerpo
mensajes emocionales, pero la persona no se percata del
sentimiento. Sensaciones sexuales se pueden producir
en nuestro cuerpo, pero ser adormecidas. Algunos indi­
viduos quizás experimenten un sentimiento y lo expre­
sen con el cuerpo o anestesien una sensación física y la
expresen con un sentimiento. Perls et a i (1951) descri­
ben así un proceso de somatización de una emoción de
96
llanto, donde el sujeto sofoca su sentimiento en vez de
desahogarlo:
«En vez de eso, ahora sufre jaquecas, dificultades en la
respiración y hasta sinusitis. Los músculos de los ojos,
la garganta y el diafragma se paralizan para impedir la
expresión y la percatación del llanto inminente. Pero el
retorcerse y sofocarse provoca a su vez excitaciones (de
dolor, irritación o huida) que también deben ser elimi­
nadas porque un hombre tiene artes y ciencias en que
ocupar su mente más importantes que el arte de la vida
y el conocimiento délfico de sí mismo» (pág. 269).
La disociación visual ocurre cuando «vemos» imágenes
interiores con el ojo de la mente, al tiempo que miramos
objetos exteriores.
Analgesia /anestesia: Es un adormecimiento de sen­
saciones físicas. En otras palabras, una persona herida
o enferma puede experimentar diversas alteraciones
químicas que la anestesien a tal extremo que apenas sea
conciente (o no lo sea) del dolor o la molestia resultantes.
En algunos vínculos, es inaceptable admitir sufrimiento
físico y la pareja aprende a utilizar su capacidad natural
de prestar poca atención a una señal de dolor que la re­
quiere.
En ocasiones, este fenómeno es un medio eficaz de
manejar el dolor. No es raro que la gente use natural­
mente anestesia para desoír las señales corporales y se­
guir a tono con las exigencias del mundo. Por desgracia,
esto puede traer ásperas consecuencias en el cuerpo y el
espíritu.
Amnesia: Es una pérdida natural de la memoria, que
se experimenta a veces en la danza hipnótica. Cuando
un esposo empieza a narrar detalladamente una situa­
ción, el otro quizá la olvide.
Hipermnesia: Es la capacidad de recordar detalles
históricos nimios. La hipermnesia en un cónyuge suele
ir seguida de amnesia en el otro.
El terapeuta debe demostrar que lo inconciente pue­
de influir en una conducta y que el punto focal para el
cambio se localiza en ello. El paso siguiente del modelo
atiende a este objetivo.
97
D eterm in a r el significado sim bólico d el
p ro b lem a
En este paso, el terapeuta querrá utilizar datos sistémicos, evolutivos e intrapsíquicos para determinar lo
que intentan aprender o dominar los cónyuges, indivi­
dualmente y como pareja. El síntoma encierra el sím­
bolo de la posible resolución del problema. Desde este
punto de vista, podemos considerarlo un aliado.
Recuperar recursos
Para Lankton y Lankton (1983), recursos denotan
«pautas automatizadas de sentimiento, percepción y
conducta. A veces existen de hecho; con frecuencia, de­
ben ser “creados” uniendo fragmentos asociados y pie­
zas de experiencia» (pág. 121). Erickson creía que cual­
quier experiencia, aun las dolorosas, podía hacer las
veces de recurso positivo. Como dijo a Monde (Erickson
y Lustig, 1975): «Recibir una bofetada cuando niña due­
le, pero es verdaderamente grato saber que una puede
tener sentimientos, ¿no es así?». Podemos acceder a ex­
periencias por medio de memoria, metáfora, narración,
analogía o asociación. Ejemplos de importantes apren­
dizajes tempranos que obran como recursos que la ma­
yoría de la gente posee incluyen la capacidad de entrar y
salir de sentimientos, la de discrepar o coincidir con
otros, la de ejecutar tareas, la de decir sí y no, autodisciplinarse, perseverar, tener coraje y aguante, y sentir do­
lor. Todo síntoma es un recurso; todo problema contiene
un aprendizaje potencial. Toda situación novedosa, co­
mo una confusión, ofrece la posibilidad de expandirse
hacia la claridad. Erickson invertía problemas y solucio­
nes para que la vida pudiera ser fluida y aventurera.
Algunas personas sienten que su pasado bloquea su
capacidad de avance. Un pasado difícil puede perma­
necer como un recurso no reconocido, y convertirse en
un motivo para que el individuo mantenga determinado
síntoma. Quizá las terapias que insisten demasiado en
reexaminar las ofensas y heridas pasadas sólo sirven,
en realidad, para prolongar la infelicidad del paciente.
98
Utilizar el sín tom a e n la interven ción
Usar la actitud, emoción o conducta sintomáticas en
la intervención constituye un paso importante en este
modelo. Los síntomas son tentativas de dominar un
conflicto vital. El que una persona continúe involucrán­
dose con la misma clase de gente disfuncional puede
representar un intento de dominar algo.
S im boliza r la solución
El uso de una comunicación simbólica para generar
una solución puede ser un eficacísimo instrumento de
cambio. Por ser significativo en múltiples niveles, el sím­
bolo proporciona una sensación de comodidad y con­
tiene una solución generativa para el presente y el fu­
turo.
Una pareja solicitó tratamiento porque estaba enzar­
zada en una lucha de poder en torno de quién debía fijar
las reglas de relación. El contenido de la batalla se cen­
traba en el aseo y el orden domésticos. Un cónyuge pre­
fería guardar todo en su sitio; el otro era más flexible. En
un nivel más profundo, el tema de la disputa era la indi­
viduación y la separación o cómo ser al mismo tiempo
individuos y pareja, cómo ser funcionales fuera de sus
familias de origen. Había cuestiones importantes rela­
cionadas con la familia de origen que afectaban notable­
mente este vínculo, pero era preciso apaciguar la lucha
antes de que los esposos pudieran empezar el trata­
miento. Les pedí que colocaran una mesa en el centro de
una habitación, por una semana, y pusieran sobre ella
objetos que pertenecieran a uno y otro cónyuge. Así lo
hicieron; uno desparramó zapatos sobre la mesa y el
otro papeles estrujados. Fueron instruidos para no pro­
cesar nada con relación a la mesa durante la semana, y
en cambio considerar qué significado quería darle yo.
Cuando volvieron al consultorio para la siguiente se­
sión, ambos me informaron que sus reyertas habían
cesado; ahora, se echaban a reír entre ellos cada vez que
debían caminar alrededor de la mesa. Los dos elabo­
raron interpretaciones maravillosas para el significado
99
de la mesa y, de este modo, estuvieron en condiciones
de empezar a trabajar sobre la relación.
Otro matrimonio se presentó en mi consultorio con
su hija Suzie, de ocho años, presa de sentimientos si­
multáneos de ira y temor a causa del suicidio de su
abuelo paterno. Era una niña precoz y, sabiendo que
sus padres se habían tratado conmigo, les preguntó si
no podría hacer terapia también ella. La muerte del
abuelo la perturbaba, y me dijo que su otro abuelo se
estaba muriendo de cáncer. Parecía triste y agitada. «Si
mi abuelo estuviera vivo, lo mataría —me dijo—. Estoy
furiosa porque no habló con nadie. Desearía que la gen­
te no tuviera que morir, que pudiera seguir viviendo
eternamente en el centro de la Tierra». Durante la se­
sión, me contó que tiempo antes sus padres se habían
ausentado de la ciudad. Ella tomó un retrato de ambos,
lo rompió y luego volvió a juntar los pedazos. Le propuse
que dibujara a su abuelo e hiciera lo mismo; la idea le
pareció buena y ejecutó la tarea enseguida. Comentó
que su abuelo amaba las rosas y que ella tenía intención
de plantar un rosal en el fondo de su casa. Le propuse
que se llevara su dibujo roto y lo plantara junto con el
rosal. La conversación prosiguió en estos términos:
Carol Kershaw: ¿Sabes qué les sucede a los rosales a lo
largo del año?
Suzie: Echan hojas y botones y rosas.
C. K : ¿Y qué pasa después?
Suzie (entristecida): Después mueren y las hojas y las
flores se esparcen por el suelo.
C. K.: Las hojas y las flores se reintegran a la tierra y
alimentan al rosal cuando vuelve a florecer. También
nutren a los nuevos rosales que nacen de él.
Suzie (en tono esperanzado): ¿De veras hacen eso? ¿Y
todas las personas también se reintegran a la tierra?
(Estableció rápidamente el nexo.)
La niña se debatía con su ira asesina y la expresó
desgarrando el dibujo. Como también amaba al abuelo,
quiso recomponer los fragmentos, lo cual simbolizaba
su deseo de que él estuviera vivo. Utilicé el símbolo del
rosal para representar el nacimiento, la vida, la muerte
100
y la trasformación, e infundirle de ese modo consuelo y
esperanza.
Suzie vino a una segunda sesión y empezó a relatar­
me cómo habían plantado sus rosales.
Suzie: Mi padre dijo que el sábado probablemente iría
conmigo al centro, a comprarme las plantitas. Luego ca­
varíamos un pedacito del jardín y las plantaríamos.
C. K : Me gustaría que me hablaras de eso.
Suzie: A uno de los rosales, el de rosas rojas, lo llamaré
Paul (el nombre de su abuelo). Es mi favorito. El de ro­
sas rosadas se llamará. . . lo llamaré. . . (se detiene a
pensarlo). Lo llamaré Crystal.
C. K ; ¡Qué lindo es eso! Paul y Crystal creciendo juntos
de la tierra para embellecer el fondo de tu casa.
Suzie: ¿Podemos hacer otra vez eso de la hipnosis?
C. K : ¿Para que tus pies y tus manos puedan volver a
experimentar esa agradable sensación de hormigueo,
cálida y divertida? ¿Todavía la tienes?
Suzie (echándose a reír): ¡Me están picando!
C. K.: Eso es. Me pregunto cuándo subirá ese hormigueo
hasta tus tobillos. . .
Suzie: ¡Ya llegó justito hasta ahí!
C. K : ¿Hasta tus rodillas? Y hay una parte especial de ti,
Suzie, que puede permitir que esa sensación cambie,
que un hormigueo más leve, más fuerte o mediano se
quede exactamente ahí, en tu pierna izquierda, mien­
tras tú adviertes, tal vez, que a tu mano derecha. . . le
entran ganas de elevarse, ¿no es así?
Suzie continúa entrando en trance y, como la mayo­
ría de los niños, empieza a agitarse en su silla para luego
quedarse muy quieta.
Suzie: Mi brazo izquierdo está pesado. Mi brazo derecho
se siente muy liviano. (El brazo derecho comienza a ele­
varse.) No, un momento. . . Ahora, mi brazo derecho se
está poniendo pesado.
C. K : Oh, esa parte especial de ti decidió trocar una sen­
sación por otra, de modo que la sensación que estaba en
el brazo izquierdo está ahora en el derecho y, natural­
mente, esa es la sensación correcta, ¿verdad?
101
Suzie: ¿Cómo pude hacer el trueque?
C. K.: No lo sé y tú tampoco, pero esa parte especial de ti,
en el fondo de tu mente, en tu inconciente, sabe cómo
trocar una sensación por otra enfocando tus pensa­
mientos en otra idea.
Suzie: ¿Mis rosas pueden sentir? Iba a poner una plaquita con su nombre, para que sobresaliera de la tierra.
C. K : ¿Y qué ibas a decir en la placa?
Suzie: En homenaje a mi abuelo.
Me contó que se veía a sí misma de pie junto a la pla­
ca. Su abuelo se le apareció en el trance, le agradeció la
placa y dijo que era muy linda.
Luego, Suzie salió del trance y conversamos sobre
otros temas hasta el final de la sesión.
Al comienzo de la siguiente entrevista, Suzie quiso
contarme lo que había hecho con respecto a su abuelo.
Suzie: Entonces tomé esos retratos, fui al fondo de mi
casa mientras él estaba allí, cavé un pocito, metí en él
los papeles y los enterré.
C. K.: ¿Hiciste todo eso sola? ¿Cómo te sentiste des­
pués?
Suzie: Me sentí un poquito mejor. Y fingí creer, sólo lo
fingí, que había un cristal encima. (Alude a una amatis­
ta que tengo en mi consultorio y a la historia de unos ni­
ños y una montaña de cristal, que ella me había narrado
en otra ocasión.)
C. K : ¿Una montaña de cristal?
Suzie: Ajá. Deseo que mi abuelo viva y, si él estuviera
vivo, probablemente lo mataría.
C. K : ¿Tendrías ganas de matarlo porque estás enojada
con él y también estás triste?
Suzie: Si él estuviera vivo, desearía no volverlo a ver
nunca más por lo mal que me hizo sentir. Y no quiero
que mi otro abuelo haga lo que él hace [síc]. Me hace
sentir tan mal. . .
Acababan de diagnosticarle un cáncer terminal a su
abuelo materno. La expectativa de esta pérdida cercana,
inmediatamente tras el suicidio del abuelo paterno, era
demasiado abrumadora para ella.
102
Suzie cambió de tema y me contó el caso de una niña
a la que maltrataban sus padres; lo había oído en un in­
formativo. Era una descripción metafórica del modo en
que se sentía «maltratada» por aquellos dos aconteci­
mientos tan próximos. A continuación, volvió a hablar­
me de sus rosas.
Suzie: Las riego todas las mañanas o, al menos, procuro
acordarme de hacerlo. Mi rosal rosado todavía no ha da­
do flor. El rojo dio una por empezar, pero ahora la rosa
se está muriendo. Pienso que si yo. . . la próxima vez que
venga mi cuidadora. . . ella cultiva rosales, asi que po­
dría enseñarme a podarlos, yo podría podarlos ¡y ellos
crecerían! Entonces, tal vez podría podar el rosado, que
todavía no ha dado flor, y a lo mejor crecería otro. Y si
podo ese, quizá crezcan dos más; y si podo esos dos,
quizá crezcan otros cuatro; y si podo esos cuatro, quizá
crezcan ocho; y si podo esos, crecerían dieciséis; y si
podo esos, crecerían treinta y dos. . . (Toma la amatista.)
Me gusta mirarla y ver el futuro.
C. K.: Sí. Ya que miras dentro de ella como si fuera el fu­
turo, ¿qué ves hoy?
Suzie: Pues. . . a mi hermano Peter. Parece que saca una
mala nota en un examen. Mi mamá obtendrá su diplo­
ma de doctora en filosofía... ¿Sabes para cuándo lo ten­
drás enmarcado? El cristal estallará y el diploma se
desgarrará. Y mi papá se jubilará algún día. Tendrá tan­
to dinero que comprará una mansión; tendrá mucho,
será verdaderamente rico. Y su asma mejorará. No creo
que eso sea posible, pero descubrirán algún remedio que
lo mejore. ¿Y yo? Seré bailarina y me romperé la pierna.
C. K : ¿Y cuando se cure?
Suzie: Entonces me pondré mejor y seré actriz y cantan­
te. Después perderé la voz, la recuperaré ¡y entonces to­
do será maravilloso!
Suzie estaba aprendiendo a incorporar el manejo de
las pérdidas normales que sufrimos en la vida y a espe­
rar un futuro positivo.
C. K : Es grato saber que en el futuro pueden suceder
tantas cosas interesantes. Puedes disfrutar esperando
103
el futuro que más deseas. Es divertido construir cosas y
verlas crecer como tus pies.
Usé la distracción y la confusión para retrotraer su
atención a una experiencia sobre la que sentía cierto do­
minio. En el nivel inconciente, le estaba enseñando a
cambiar un sentimiento por otro.
C. K. (en alusión a una sesión anterior, en la que había
aprendido a entumecer sus pies): Fíjate si ahora mismo
no empieza el hormigueo en tu pie.
Suzie: ¡Hormiguea!
C. K ; Muy bien.
Suzie: Se lo hice a mi pie, y mi pie se durmió, y no lo pu­
de despertar hasta mucho después.
C. K : ¡Oh! Bueno, si vas a hacerlo dormir, tal vez quieras
decirle también cuándo deberá despertar.
Suzie: ¿Cómo voy a decirle a mi pie cuándo debe desper­
tar?
C. K : Dile simplemente: «Puedes despertar dentro de
uno o dos minutos».
Suzie: Le di unos golpecitos, así, y no se despertó.
C. K.: ¡Oh, no, fue porque su sueño era demasiado pro­
fundo!
Suzie: Tiene el sueño muy pesado.
C. K.: Así es.
Suzie: Mis dos pies y mi nariz.
C. K : ¿Conque se duermen muy profundamente, eh? Tú
ya sabes cuánto cuesta despertarse.
Suzie: ¿Esta mañana? En cuanto desperté, ya quería
dormir una siesta. ¿Sabes qué es eso?
C. K : Sí, un sueño breve.
Suzie: Hum. . . ¡Un sueño breve! ¡Yo quería dormir el día
entero!
C. K.: Y un sueño breve siempre termina cuando des­
piertas. (Suzie toma la amatista.) Bien, puedes mirar
dentro de esa piedrecita; quizá veas muchas cosas en tu
futuro. ¿Qué ves en el futuro?
Suzie: Pues. . . Cuando tenga ciento un años, este con­
sultorio será un departamento en la cocina de alguien y
el surtidor... todavía habrá un surtidor, pero su aspecto
será diferente: tendrá a su alrededor unas cosas extra­
104
ñas de color púrpura. . . Aquí vivirán artistas; harán
esculturas en mármol rodeadas de piedras color púrpu­
ra, así. Y en el centro del surtidor de agua habrá una
larga piscina púrpura.
C. K : ¿Puedes mirar dentro de ese cristal y ver pasar el
tiempo?
Suzie: Puedo ver un período en particular.
C. K : ¿Y qué ves allí?
Suzie: Paz. Nunca habrá una guerra. .. nunca habrá una
Tercera Guerra Mundial, ¡a Dios gracias! Estados Uni­
dos sólo tendrá una guerra más. Creo que con Rusia.
Dice que será en Rusia. Dice «R-U-S-I-A». ¿Quieres mirar
en el futuro? La primera vez que miré dentro de ella, em­
pecé por este lado; luego la moví y volví a moverla. Tie­
nes que moverla para ver el futuro. Si quieres, puedes
enfocar a la gente. Puedes ver cómo será su vida. Estoy
tratando de enfocar las flores para ver qué podrá sucederles.
C. K : Bien. ¿Quieres atisbar en el futuro y contemplar
tus rosales?
Suzie: Algunos habrán muerto.
C. K : ¿Lo crees?
Suzie: Creo que morirán antes que yo. Mucho antes.
C. K : Me pregunto por qué.
Suzie: ¡Bueno, no son eternos! Tampoco viven tanto
como las personas. Amo las rosas.
C. K.: Pero tienen hijos que, a su vez, tienen otros hijos.
Suzie: Sí, y en el futuro voy a Florida, me convierto en
una artista, hago una escultura que representa la tum­
ba de mi abuelo y pongo las muñecas alrededor. Todo en
miniatura. Luego, tomo las muñecas de verdad y se las
doy a mis hijos. Sólo que no creo que vaya a ser una ar­
tista. . . Quiero ser actriz.
La niña describe metafóricamente cómo seguirá afec­
tándola este acontecimiento trágico en su adultez, pero
también cómo lo incorporará y volcará su vitalidad ha­
cia sus hijos y hacia su propia vida.
Siguió visitándome de vez en cuando por unos me­
ses. Me hablaba de sus rosas y de cuánto extrañaba a
su abuelo. Podía hablar abiertamente con sus padres de
sus sentimientos de ira y tristeza. El matrimonio tam­
105
bién trabajaba, en forma individual y conjunta, sobre el
impacto que las dos muertes parentales habían causado
en su vida conyugal.
La técnica terapéutica que apliqué a la esposa con­
sistió principalmente en trabajo de apoyo. Ella no tenía
dificultad en expresar sus sentimientos. Además, el sui­
cidio del suegro la estimulaba a vencer su reticencia a
decir a su padre todo lo que deseaba comunicarle antes
de que él muriera.
En cuanto al marido, la muerte del padre había sido
tan repentina que se sentía vacío e inconcluso. Utilicé
una sesión en trance para sugerirle que se viera a sí
mismo en compañía de su padre, sentado en el extremo
opuesto del consultorio, y le hablara.
M arido: CTras respirar profundam ente varías veces.)
Querido papá, ya ha pasado más de un mes desde tu
muerte y todavía estoy tratando de comprender lo ocu­
rrido. Sabía que tenías problemas y que en una oportu­
nidad anterior habías intentado suicidarte pero, en ver­
dad, no creía que lo harías. Lo siento. Desearía haber
podido ayudarte más. Creo que no sabía cómo hacerlo.
A la larga, harías lo que tú quisieras.
Me entristece mucho saber cuán difícil era para ti ca­
da día. La vida era una verdadera lucha. Recuerdo algu­
nos momentos de mi vida en que cada día era una lucha
terrible; yo lo comenzaba ansiando que terminara. Sé
cuán difícil y agotador puede ser eso. Al final, sencilla­
mente se había agotado tu deseo de seguir adelante.
Hay veces en que yo también siento una ira increíblemen­
te enorme hacia ti. Me enfurece ver cómo malgastaste
gran parte de tu vida... cómo elegiste no hacerte cargo de
ti mismo. . . por qué creaste este mundo absolutamente
hostil. Eso no era cierto; fue una gran mentira. .. Pudis­
te haber tenido mucho más de lo que deseabas.
Mi ira también toma un cariz muy egoísta. Me enfu­
rece ver cómo me afectó lo que te hiciste a ti mismo. He
pasado muchos años esforzándome por liberarme de los
sentimientos de indefensión, inferioridad e incompeten­
cia. Eso no es real y estoy enojado contigo porque no me
permitiste saborear el mundo y sus posibilidades cuan­
do era un muchacho. Sé que lo pasaste mal cuidando de
106
ti mismo, pero intuyo que esperaba, y aún espero, que
superaras tus miedos para ayudarme a lograr más. Ca­
da vez que me invade una angustia o depresión extre­
mas, me siento engañado por eso. . . Cuando me siento
así, me alegro de que estés muerto.
Cuando me enteré de tu suicidio, recuerdo haber
sentido muchas cosas a la vez. Estaba conmocionado,
encolerizado, triste, aliviado. . . aliviado porque te ha­
bías ido. Fue como si me quitaran un ancla del cuello; ya
no tenía que protegerte, podía ser lo que quisiera y como
quisiera. Lo siento en mis huesos. Estoy seguro de ello.
Haré cosas importantes que no pude hacer mientras es­
tuviste vivo. En cierto modo, me hiciste un gran favor.
Me siento como un caballo que ya no tiene a nadie tirán­
dole de las riendas.
También estoy triste y te extraño. Había algo en ti que
valoro y respeto. Sé que me amabas. Podía oírlo en tu
voz y verlo en tus ojos cuando me mirabas y me pregun­
tabas qué tal me iba. Sé que estabas orgulloso de los éxi­
tos que he tenido en mi vida; de ti aprendí a ser benévolo
y cortés, a cuidar solícitamente de la familia y ser gene­
roso con los extraños. Adquirí curiosidad por el mundo y
un sentido de obligación hacia los demás. Poseías esas
cualidades e intentaré tenerlas.
Te echo de menos. Ojalá pudiera hablar contigo una
sola vez más. (Sale del trance.)
Cuando estaba con mi madre en Florida, en el fune­
ral, experimenté una sensación de alivio. Creo que, de
un modo extraño, al hacer lo que hizo fue como si me
diera permiso, o casi, para no seguir pareciéndome obli­
gadamente a él.
C. K : Así es. Puede vivir de otra manera.
Hace un par de años, tuve un cliente judío. Cuando
su padre murió, cremaron el cuerpo y él asistió a la cre­
mación. Tenía que enviar los restos de regreso al Norte
pero, debido a su posición económica, sólo podía des­
pachar la urna por correo. Según me dijo, fue la expe­
riencia más extraña de su vida. Ahí estaba, parado en la
oficina de correos tras haber sacado un número, espe­
rando en la fila para enviar a su padre de regreso al
hogar. En toda la oficina de correos, nadie más conocía
el contenido de la caja que se disponía a despachar. Era
107
una de las situaciones más increíblemente absurdas
que uno pueda imaginar y, sin embargo, mientras es­
peraba que lo llamaran por el número, se despidió de su
padre. Le dijo cuánto apreciaba lo que había recibido de
él, y le expresó su tristeza por lo que no había recibido.
Gritan su número. Entrega el paquete al empleado y, en
el preciso instante en que lo suelta, usted experimenta
esa sensación de alivio y liberación. Al salir de la oficina
de correos, se dio cuenta de que le habían quitado de
encima un peso increíble. Su padre regresaba a casa.
Cuando a usted le quitan un peso de encima, empie­
za a sentirse mucho más liviano: su paso y su andar se
aligeran, respira con mayor facilidad. Nunca sabe exac­
tamente cuánto tardará algo en completarse, digamos
cuánto tardarán en crecer los rosales de Suzie. A medi­
da que ellos crezcan, tal vez usted descubra que oye un
galopar de caballos. . . libres para gozar del espacio y el
aire, sin más riendas que los refrenen.
El padre de Suzie siguió lamentándose y hablándome
de los recuerdos paternos. Le sugerí otra tarea simbóli­
ca: visitar el rosedal de la ciudad. Pasó allí varias horas
por semana, hasta completar la tarea, disfrutando de
las variedades de rosas que su padre solía cultivar. Se
estaba despidiendo, saboreando algunas de las cualida­
des positivas manifestadas por su padre, sintiéndose re­
confortado por el rosedal. Esta experiencia simbólica fue
útil como intervención curadora generativa. El rosedal y
los rosales cultivados por Suzie continuarían estimulan­
do de muchas maneras la curación del padre. Más ade­
lante, me dijo que las rosas lo conmovían profundamen­
te. Aunque no comprendía el proceso, sabía que se esta­
ba curando por dentro.
Erickson trabajaba constantemente en un nivel sim­
bólico y respondía a la comunicación simbólica del pa­
ciente para allanarle el camino hacia la curación y el
cambio. Cierta vez, pidió a uno de ellos que escribiera el
nombre de su padre en un papel y lo arrojara al desagüe
del inodoro, para simbolizar así la ruptura de su depen­
dencia del padre. A su juicio, «todos adoptamos una ac­
titud simbólica hacia muchas cosas» (Erickson y Rossi,
1980, págs. 147-8). La actitud a la que él se refería se re­
108
fleja en nuestro lenguaje. Uno de los ejemplos señalados
por él es: «Ese es un asunto al que me gustaría hincarle
el diente» (op. cíí., pág. 148), expresión simbólica del
deseo de involucrarse.
En el capítulo siguiente, examinaremos qué es la in­
ducción de trance desde una perspectiva ericksoniana,
cómo podemos llevarla a cabo y cómo usar la danza in­
terpersonal para ayudar a estimular un trance en una
pareja. También nos ocuparemos de sugestión indirecta
y formas lingüísticas.
109
5. Inducción de trance
Para permanecer dentro de un marco de sistemas de
creencia vigentes, es importante coparticipar en la dan­
za ritualista y familiar de la pareja antes de intervenir.
Debemos coparticipar en el sistema y utilizar el síntoma
como instrumento que coadyuve al cambio. Inducir un
trance es un modo de entrar en la realidad del paciente,
de utilizar el contexto del «como si» (actuaremos como si
esta realidad percibida fuera real), de valernos del sínto­
ma para expandir las estrategias de pareja orientadas a
lograr satisfacciones y de comprometer a la mente in­
conciente a desarrollar soluciones orientadas hacia el
futuro.
El trance —o sea, la disociación de la mente conciente respecto de la inconciente— se puede producir de di­
versas formas. La espontánea se da, por ejemplo, en los
sueños diurnos o cuando se entra en trance mientras se
conduce un auto por una ruta. Una persona puede ab­
sorberse en sus pensamientos o fantasías al extremo de
perder la noción del tiempo y trascender el «espaciotiempo». Acaso vea el pasado y el futuro como si acaecie­
ran en el presente. Un trance puede ser inducido en el
contexto de un matrimonio, como en el caso de los ritua­
les, juegos o conflictos de pareja. Cada persona enfoca
su atención, de manera creciente, en sentimientos po­
sitivos o negativos, al par que ayuda a reducir el foco de
atención del compañero. Un trance puede ser inducido
por las actividades intencionales del terapeuta de un
modo más formal y directo, o por medio de conversación
e indirección. En este capítulo, investigamos cómo el
terapeuta puede inducir un trance intencionalmente si
recurre al trance espontáneo, que es autoinducido por el
paciente de manera inadvertida, y al trance negativo
estimulado por el compañero, que es co-creado por la
110
pareja. Antes de adentrarnos en el tema, es importante
señalar las diferencias entre la técnica ericksoniana y
un método de hipnosis más tradicional.
La hipnosis tradicional sigue un procedimiento lineal
peculiar dividido en varias etapas específicas que, según
Zeig (1984), comprenden la etapa de preinducción, la
inducción, profundización, terapia, y terminación. La
preinducción incluye el proceso de establecer un rapport, diagnosticar el problema, disipar los mitos que
pueda tener el paciente y aplicar tests de sugestibilidad.
La inducción se centra en el uso de sugestiones directas
de relajación, como sucede en la relajación progresiva.
La profundización por el hipnólogo tradicional puede
incluir sugestiones directas de sumirse más en el tran­
ce, o un fraccionamiento en el que, por ejemplo, el hip­
nólogo sugiere sucesivamente al paciente que entre en
un trance más profundo, que despierte por unos instan­
tes y que retorne a un trance aún más profundo, con lo
que se generan experiencias sucesivas de profundiza­
ción y despertar. Quizá sugiera visualizar un número
que indique el grado de profundidad del trance. En esta
etapa, algunos hipnólogos aplican un test de sugestión
para provocar varios fenómenos hipnóticos. En la etapa
terapéutica suelen impartirse sugestiones positivas y
negativas con miras a eliminar el síntoma, fortalecer el
yo o abordar directamente el problema presentado. La
terminación consiste en sacar al paciente del trance y
hacerlo nuevamente responsable de sí mismo (Zeig,
1984).
En cambio, en el método inductivo ericksoniano, el
terapeuta usa un hecho natural —la alteración de la
conciencia— con fines terapéuticos. Erickson esfumaba
los límites entre inducción y trabajo en trance propia­
mente dicho. Iba más allá de la técnica tradicional, y a
menudo partía de una conversación mantenida con na­
turalidad en vez de dar órdenes formales y autoritarias.
La hipnosis siempre es el producto de una reducción
creciente del foco de atención o conciencia del individuo.
El terapeuta ericksoniano proporciona un contexto,
crea una invitación mediante un rapport intenso o gene­
ra un ambiente que, si ha sido adaptado a las necesida­
des específicas del individuo, satisface sus requeri­
111
mientos del momento para entrar en trance. Erickson
era un experto en adecuarse a la experiencia de una
persona en un momento dado con el propósito de inten­
sificar el trance.
Toda hipnosis es autoinducida; por consiguiente, el
paciente se limita a responder a la invitación del tera­
peuta. La mayoría de las personas entran en trance o
experimentan un estado de conciencia alterado cuando
ingresan en el consultorio del terapeuta. Empiezan a en­
focar su atención o su conciencia no bien se sientan y el
clínico invita a hacer un foco interno sobre actitudes,
sentimientos y conductas personales. En realidad, to­
das las terapias proporcionan la invitación a un trance;
cada una tiene su propio procedimiento de inducción
(Lankton, 1980). La ericksoniana utiliza el tipo de trance
autoinducido exclusivo de cada paciente para posibili­
tarle un nuevo aprendizaje.
Erickson desarrolló su estilo a partir del modelo for­
mal, lineal, hasta llegar a otro más interpersonal que in­
cluía prácticas tales como enfocar la atención, estructu­
rar una capacidad de respuesta a señales mínimas, aso­
ciar al paciente a recordar sus recursos, adecuarse a la
experiencia actual, utilizar confusión para desorganizar
la disposición de la mente conciente, estimular disocia­
ción, motivar al paciente y conectar el cambio con lo que
el paciente valore, ratificar la respuesta y dar a la expe­
riencia el nombre de «hipnosis» (Zeig, 1984).
El terapeuta ericksoniano acaso parta de lo que se
observa ahora: «Usted está sentado en esa silla, enfoca
su atención en mí y duda sobre la hipnosis».
El aserto siguiente puede ser «Usted puede notar que
su respiración empieza a cambiar». Con este aserto em­
pezamos a enfocar la atención del paciente y a construir
una sensibilidad de respuesta para los desplazamientos
minúsculos que se producen cuando una persona entra
en trance, al mismo tiempo que orientamos y sugerimos
esas conductas. Sin embargo, si se lo hace en forma
indirecta, el paciente casi tendrá la impresión de que el
terapeuta lee sus pensamientos.
«¿Ha estado usted en trance alguna vez?» puede pre­
guntar el terapeuta. «Todos hemos leído un buen libro y
nos interesamos tanto que absorbió nuestra atención».
112
La única respuesta posible a esta pregunta es «Sí». La
asociación con un aprendizaje común a todos sigue de­
sarrollando el trance, y el cambio de pronombre de «to­
dos» a «usted» profundiza la experiencia; un cambio en el
tono de voz marca el carácter significativo de la palabra
«usted».
Si a continuación deseamos adecuarnos a la expe­
riencia del paciente, le diremos: «Tal vez usted experi­
menta en su cuerpo una sensación de pesantez, ligereza
u otro tipo de sensación. Sea cual fuere, es una sensa­
ción perfectamente respetable porque es su sensación».
Después se puede usar confusión para desorganizar
la mente conciente e impedirle pensar del modo habi­
tual. Un ejemplo sería: «Y usted puede quedar tan ab­
sorto en la lectura de ese buen libro que en su mente se
formen imágenes de una manera tan interesante y vivi­
da que. . . en verdad, puede tener la sensación de que
está viendo un filme y, al rato, advierte que ha perdido la
página que leía. No sabe con certeza en qué página lo
dejó, ¿era la cincuenta y seis o la sesenta y cinco, la cin­
cuenta y cinco o la sesenta y seis, o cuál era exactamen­
te la página correcta en que lo dejó? El pasaje que aca­
baba de leer, ¿estaba a la derecha o a la izquierda? El
pasaje que acababa de leer, ¿era exactamente el pasaje
que quería leer, o el pasaje correcto era el que dejó y que
estaba a la izquierda?».
Tras la confusión viene la disociación para seguir
profundizando el trance y despotenciando la disposición
de la mente conciente. Por ejemplo: «Su mano derecha o
su mano izquierda tal vez empiece a experimentar una
sensación de liviandad. No sé qué mano elegirá su men­
te inconciente para tener esa sensación de liviandad
mientras su mente conciente la observa con curiosidad.
Quizás empiece con un crispamiento leve, cuando su
inconciente elija».
Luego procuraríamos motivar al paciente, conectar el
cambio con sus valores y realimentar su respuesta a las
sugestiones, diciéndole: «Su mente inconciente ha elegido
a su brazo y mano izquierdos para esa experiencia de levitación; para que pierdan peso y se eleven, se eleven. . .
así está bien. . . recorriendo toda la distancia hasta su
rostro».
113
Mientras el paciente responde, podemos ratificar su
respuesta y definirla como una hipnosis: «Y usted puede
apreciar realmente el placer y el bienestar que es capaz
de proporcionarle su trance».
En este punto, tal vez expandamos el trance inicial y
pasemos a un trabajo metafórico o procuremos suscitar
más fenómenos hipnóticos. Diversas formas del lengua­
je nos proveerán de instrumentos sumamente eficaces.
Uso de formas lingüísticas para provocar un
cambio
Gracias al estudio intensivo del diccionario, Erickson
descubrió que las mismas palabras poseen numerosas
acepciones. Es el contexto el que les da su significado.
Creamos contextos lingüísticamente y en los niveles conciente e inconciente. Erickson fue un experto en crear
contextos que el paciente debía aceptar como ciertos. En
ocasiones, formulaba una pregunta y, al mismo tiempo,
impartía una sugestión: «¿Antes ha estado alguna vez en
trance?». Aquí estructura el contexto para el paciente y
le pregunta si alguna vez ha estado en trance, pero deja
un interrogante ambiguo: ¿antes de este trance o antes
del trance que está por comenzar? El significado de «an­
tes» no está claro (Zeig, 1984). El contexto creado por
Erickson en este ejemplo insinúa que está por suceder
algo importante que originará un cambio. El paciente
avanzará hacia una meta y cualquier respuesta que dé
será la correcta. En la videocinta de su sesión con Lee
(Zeig, 1982), Erickson pasa un largo rato sugiriendo una
levitación de mano y, como la paciente no responde ele­
vándola, dice finalmente en tono autoritario: «Vean, sus
manos se han paralizado». La conducta elegida por Lee,
sea cual fuere, queda encuadrada como si se hubiera
dejado guiar por él. Lee ha aceptado su marco de refe­
rencia; por consiguiente, cualquier respuesta de ella es
definida como un cumplimiento de lo sugerido por Eric­
kson y como el mejor modo de responder.
Este ejemplo muestra que la tarea de la psicoterapia
y la hipnosis consiste en desorganizar la disposición de
114
la mente conciente y ampliar la definición del paciente
respecto de lo que se puede y lo que no se puede lograr.
El terapeuta debe hacer coparticipación con el paciente
en el nivel de su experiencia, reconocer su realidad, re­
cuperar aprendizajes anteriores y expandir la realidad
hacia una nueva solución. Todas las formas lingüísticas
utilizadas por Erickson cumplen simultáneamente dos
o tres de estas tareas: activan procesos inconcientes, ge­
neran trance y trasmiten sugestiones.
Varios autores han esbozado los diversos tipos de
formas lingüísticas utilizables en el encuadramiento de
sugestiones. Erickson y Rossi (1979, 1981), Lankton y
Lankton (1983), Ritterman (1983) y O’Hanlon (1987)
han individualizado algunas de estas formas de len­
guaje indirecto que incorporan la sugestión y cumplen
las tareas antedichas: crear el contexto, despotenciar la
disposición de la mente conciente y llevar al paciente a
un trance. A continuación, presentaré varias de ellas.
1. Sugestión implícita. Es aquella inserta en una for­
mulación o pregunta que, apenas destacada por medio
de una alteración apropiada del tono de voz, guía al otro
hacia una meta específica.
Ejemplo: «Me pregunto si querrá ir al cine esta noche».
Ejemplo: «No sé si ahora entrará en trance».
También puede adoptar la forma de un símbolo o
una narración metafórica, como la famosa historia de la
planta de tomate que relató Erickson a Joe, un florista
canceroso que sufría atrozmente. Erickson describió la
siembra, el cuidado y el crecimiento de una planta de to­
mate, y diseminó en el relato sugestiones en torno de la
comodidad, la seguridad, la paz y el no sentir molestias.
El florista pudo dormir y hasta experimentó cierta mejo­
ría física (Erickson, 1966).
2. Opción ilusoria. Es una formulación o pregunta
que sólo ofrece dos alternativas que conducen ambas a
un resultado determinado.
Ejemplo: «¿Quiere ir ahora o dentro de unos minu­
tos?». El supuesto a priori es que «iremos» y sólo se
ofrecen dos alternativas: hacerlo ahora o dentro de unos
minutos.
115
Ejemplo: «Puede entrar en trance mientras le hablo o
en las pausas entre mis palabras». El supuesto a príorí
es que «usted entrará en trance» y que este se producirá
mientras escuche mis palabras o mis pausas.
3.
Implicación. Es una formulación o pregunta que
induce al otro a pensar en la idea no expresada y a com­
portarse conforme a ella.
Ejemplo: «¿En cuál de estas sillas le gustaría sentar­
se?». La implicación es que el individuo quiere sentarse
en una silla. Otro ejemplo podría ser: «Desconozco qué
cambio experimentará su conducta», donde la idea im­
plícita es: «Su conducta cambiará».
La implicación se puede expresar igualmente me­
diante la conjunción condicional «si».
Ejemplo: «Si entra en trance, podrá averiguar muchí­
simo más acerca de sus capacidades».
Una de las hijas de Erickson, Betty Alice, me contó la
historia divertida de una interacción que tuvo con su
padre, siendo ella mucho más joven. El estaba sentado
leyendo el diario; ella se le acercó y le dijo en tono desa­
fiante: «Si eres un psiquiatra tan competente, ¿no po­
drías darme una dieta para rebajar de peso?». Erickson
bajó el diario pausadamente, le dirigió una mirada seve­
ra y respondió con aspereza: «¿De veras quieres que te
dé una dieta para rebajar de peso?». Betty Alice recibió el
mensaje claro y tonante de que no debía desafiarlo por­
que lo pasaría mal, y replicó: «¡No, señor!» (comunica­
ción personal de Betty Alice Erickson Elliott, 1989). En
este caso, Erickson usó la implicación de manera muy
enérgica, por medio del tono de voz y de la expresión
facial.
Supongamos que un hombre utiliza la implicación y
pregunte a su esposa: «¿Retiraste la ropa de la tintore­
ría?». La pregunta da por sentado cierto acuerdo previo
en el sentido de que ella recogería la ropa o una con­
versación anterior sobre el tema. Si la esposa acepta ta­
les suposiciones como válidas, quizá se ponga a la de­
fensiva y se excuse, con lo que podría ocasionar nuevos
conflictos.
La implicación puede usar presuposiciones: cuando,
antes, después, mientras, etc., para dirigir la sugestión
116
que sigue. Por ejemplo: «Después que me haya hablado
por unos minutos, puede entrar en trance». Me ocuparé
de estas formas particulares más adelante.
Ahora bien, si preguntamos al paciente: «¿En cuál de
estas dos sillas le agradaría entrar en trance?», utiliza­
mos las tres formas lingüísticas precedentes. Está la
sugestión im plícita «le agradaría entrar en trance»; la
opción ilusoria «en cuál de estas dos sillas» y la implica­
ción de que se sentará en una de las dos sillas y entrará
en trance.
4. Perogrulladas. Son asertos que expresan algo ge­
neralmente aceptado.
Ejemplo: «El sol sale por la mañana y se pone al atar­
decer».
Ejemplo: «Todos saben qué es relajarse; todos saben
lo que es sentirse satisfecho tras un trabajo arduo».
5. Sugestiones abiertas. Si le ofrecemos muchas res­
puestas posibles, el paciente podrá elegir la más conve­
niente para él. Cualquier respuesta que dé se tendrá por
correcta, con lo cual se eliminará toda resistencia. Una
posible finalidad de est^s sugestiones es lograr que el
paciente aprenda algo durante la sesión: a sentirse có­
modo, a entrar en trance, a recuperar un recuerdo en
particular, etcétera.
Ejemplo: «Usted puede llegar a sentirse cómodo con
sólo sentarse allí y respirar a un ritmo natural».
Ejemplo: «Usted puede valerse de sus pasadas expe­
riencias personales para aprender a enfrentar el pre­
sente».
6. Sugestiones que abarcan todas las alternativas po­
sibles. Las formulaciones que cubren todas las posibili­
dades que ofrece una clase de conducta son indiscutibles.
Con esta sugestión, cualquier respuesta que dé el pa­
ciente será la correcta y se la definirá como cooperación
con el terapeuta.
Ejemplo: «Tal vez quiera ponerse cómodo, ya sea apo­
yando las manos en las rodillas, en el regazo o en los
brazos de la silla, o prefiera buscar otra posición para sus
manos».
117
Ejemplo: «Puede entrar en trance con los ojos abier­
tos, o puede entrar en trance con los ojos cerrados, o
puede entrar en trance con los ojos entreabiertos».
7. Aposición de opuestos. Son asertos descriptivos de
dos conductas que cambian en sentidos contrarios; uti­
lizan el giro «cuanto más suceda esto, tanto más ocurri­
rá lo opuesto».
Ejemplo: «Cuanto más sufra, tanto más se sorpren­
derá al sentirse aliviado».
Ejemplo: «Cuanto más entre en trance, tanto más ca­
paz será su mano izquierda de permanecer despierta».
Ejemplo: «Cuanto más tenso esté ahora, tanto más
relajado podrá estar después».
8. Vínculo entre la conciencia y lo inconciente. Este
tipo de sugestión separa la mente conciente de la incon­
ciente y predice que harán dos cosas distintas. El víncu­
lo se crea describiendo la mente como separada en dos
categorías polares (conciente e inconciente) y formulan­
do en cada caso la sugestión consiguiente.
Ejemplo: «Su mente conciente puede crear determi­
nado nivel de tensión, en tanto que su inconciente pue­
de usar esa tensión para entrar en trance».
Ejemplo: «La mente inconciente es un depósito don­
de se almacenan cuantiosos recursos utilizables por la
mente conciente».
9. Vínculos entre alternativas comparables. Son for­
mulaciones que proponen alternativas similares, pero
sólo crean dos opciones por vez.
Ejemplo: «¿Usted querría entrar en trance mientras
describe su situación o desearía que yo lo escuchara
primero?».
Ejemplo: «Podría recordar algo de cuando tenía diez
años o, quizá, nueve. No sé qué recuerdo le vendrá pri­
mero a la mente».
10. Dobles vínculos que llevan a un non sequitur. Son
enunciados que presentan un doble vínculo bajo la
forma de una conexión ilógica, pero con similitud en el
contenido.
118
Ejemplo: «Puede entrar en trance ahora, o puede
aprender observando cómo su cónyuge experimenta
una alteración conciente».
Ejemplo: «Entrará en trance paulatinamente o su in­
conciente tendrá una experiencia simbólica».
11. Retruécanos. Son Juegos de palabras humorísti­
cos a partir de similitudes fonéticas.
Ejemplo: «Error del pirata» (por error del piloto).
Ejemplo: «Trance acción» (por transacción).
12. Oxímoron. Es un término o frase portador de una
contradicción intrínseca.
Ejemplo: Servicio Postal [sic].
Ejemplo: Armas para la Paz.
13. Confusión basada en la orientación, el tiempo y la
condición. Son enunciaciones que confunden al paciente
yuxtaponiendo estos tres aspectos.
Ejemplo de orientación: «Usted está sentado allí y yo
estoy sentado aquí, pero su allí es mi aquí y mi aquí es
su allí, de modo que usted está aquí y yo estoy allí».
Ejemplo de orientación: «Usted puede experimentar
una sensación en su mano diestra o siniestra, y la sen­
sación en su siniestra es una sensación diestra pero,
¿no resulta siniestra?».
Ejemplo de tiempo: «Su mente inconciente puede
producir ese cambio. . . quizás el próximo martes, o
miércoles, o jueves. Ciertamente, no me importaría que
lo hiciera el viernes o el sábado, pero no el domingo. Su
inconciente puede elegir el jueves siguiente, o el miérco­
les anterior al lunes pasado, el que siguió al feriado si­
guiente que cayó en jueves, ¿verdad?».
Ejemplo de condición: «Su esposo es más caliente, de
modo que su enfriadora le resulta a usted más fría, pero
cuando usted está fría, él está más caliente y su sánd­
wich de salchicha de Francfort es el confortable de us­
ted, pero el confortable de él es su refresco, pero ahora
usted está cómoda, ¿verdad? De modo que cuando us­
ted está caliente, él no lo está, pero él está cómodo sin­
tiéndose fresco y ¿cuál es la diferencia entre caliente y
frío? Cuando su mano [la de ella] está fría y usted lo toca
119
a él para calentarlo, él puede apreciar ese cambio de
temperatura agradable y refrescante».
Ejemplo de condición: «Los adolescentes de hoy alte­
ran mucho su lenguaje. Algo que es caliente no lo es; al­
go que es frío es caliente y, como a usted le gusta frío y
no caliente, usted es frío, ¿no? Algo que es malo es bue­
no, de modo que cuando ellos dicen "El es malo" quieren
decir que es bueno, de manera tal que ser malo es ser
bueno y ser bueno es verdaderamente malo, ¿y eso es
malo o bueno?».
14. Negaciones triples. Se usan tres negaciones en
una enunciación a fin de confundir a la mente conciente
y desorganizar una determinada línea de pensamiento.
Lo inconciente no procesa los negativos; en consecuen­
cia, esa parte de la mente oye estas enunciaciones en el
modo positivo. La mente inconciente opera con procesos
primarios o imágenes, símbolos y metáforas, en tanto
que la mente conciente usa procesos secundarios o pen­
samientos verbalizados. Entre las características del
proceso primario figura la ausencia de negaciones, tiem­
pos verbales o cualquier modo lingüístico del tipo «. . .no
identificación del indicativo, subjuntivo, optativo, etc.».
El proceso primario destaca las relaciones entre perso­
nas o cosas representadas metafóricamente; el secun­
dario (mente conciente) se centra en personas o cosas
específicas (Bateson, 1972).
Ejemplo: «Usted no sabe si ahora no es el momento
oportuno para no entrar en trance».
Ejemplo: «Usted no necesita hacer nada con su men­
te conciente para no descubrir qué estado no le sirve para
permitir que su mente inconciente comunique algo sig­
nificativo».
15. Tiempo verbal El uso de los tiempos pretérito,
presente y futuro dirigirá la mente inconciente hacia una
dimensión temporal, y al mismo tiempo le impartirá una
sugestión.
Ejemplo: «Usted puede entrar en trance ahora» (pre­
sente).
Ejemplo: «Usted ya entró en trance en muchas opor­
tunidades anteriores» (pretérito).
120
Ejemplo: «Usted entrará en trance. Tal vez entre en
trance mañana» (futuro).
Ejemplo: «Usted ha entrado en trance ahora» (presen­
te perfecto).
Ejemplo: «Usted había entrado en trance en muchas
oportunidades anteriores» (pretérito perfecto).
Ejemplo: «Usted habrá entrado en trance la próxima
vez que lo vea» (futuro perfecto).
Inducción de trance utilizando formas
lingüísticas
La siguiente trascripción ha sido tomada de una de­
mostración, hecha ante un público general, del modo en
que podemos utilizar las diversas formas lingüísticas en
una inducción con el propósito de sugerir disociaciones,
varios fenómenos de trance, sugestión pos-hipnótica, y
reorientación. Los puntos suspensivos indican pausas
en el discurso. El terapeuta debe usar estas formas en la
interacción con un paciente y en respuesta a la conduc­
ta del paciente.
Puede empezar a desarrollar trance de varias ma­
neras, enfocando la atención hacia adentro. . . quizá,
para reparar en su respiración. . . cuando entra y
cuando sale. . . o tal vez quiera apoyar el pie de plano
en el piso y buscar una posición cómoda. .. enfocando
la atención hacia afuera, fijándola en la sensación que
le produce la silla al sostenerla (sugestión abierta). . .
Qué bueno es sentir ese sostén (sugestión implíci­
ta). . . Una de las cosas agradables que tiene entrar
en trance es que, en verdad, usted no tiene que hacer
nada ni pensar en nada. . . porque puede quedarse
simplemente sentada ahí. . . donde. . . está y expe­
rimentar su propio trance que es único. Tal vez su
mente conciente quiera hacer una sola cosa por aho­
ra, ya sea escuchar mis palabras o los sonidos exte­
riores. . . en tanto que su mente inconciente puede
escuchar otra cosa interior (vínculo entre la concien­
cia y el inconciente). Ahora bien, no sé si querrá
121
cerrar los ojos o dejará que se pongan pesados en po­
cos instantes, o los cerrará un poquito después (to­
das las alternativas posibles). . . para poder empezar
a enfocar realmente su atención en su propia expe­
riencia. Teniendo los ojos cerrados, puede ver con el
ojo de su mente tan bien como si los tuviera abiertos,
y cuanto más trance desarrolle, tanto más probable
será que su mente inconciente tenga un aprendizaje
para el estado de vigilia (aposición de opuestos). Todo
niño ha conocido la maravillosa experiencia de des­
cubrir algo nuevo (perogrullada). . . Y me pregunto
qué alteraciones podrían empezar a producirse en su
respiración o su mente inconciente notará un cambio
(doble vínculo con non sequitur). Simplemente, por
cuál fosa nasal, la izquierda o la derecha, entra y sale
su aliento. .. Y si es la izquierda, domina su hemisfe­
rio derecho. . . y si es la derecha, domina su hemis­
ferio izquierdo (doble vínculo entre la conciencia y el
inconciente), o, si tiene la nariz tapada, notar simple­
mente cuándo se despejará indicando la apertura de
otra cosa, alguna nueva apertura al aprendizaje. Es­
tas alteraciones pueden ser un cambio en su respi­
ración, o un cambio en una sensación. . . de un lado
a otro; quizás una sensación de pesantez en un cos­
tado. . . o una sensación de levedad en el otro (todas
las alternativas posibles). Sin duda, una sensación
puede ser algo que usted experimenta (perogrullada)
y tiene derecho a sentir curiosidad por saber simple­
mente cuáles serán esas sensaciones. Una sensación
puede empezar a desarrollarse en sus manos, ¿una
sensación de hormigueo?
Cuando usted entra en trance, experimenta algo
parecido a lo que siente al leer un buen libro, cuando
fija la vista en las páginas y puede ver esas palabras,
y esas palabras pueden formar imágenes y cuadros
en su mente. Quizá le resulte interesante dejar que
esa sensación de hormigueo en sus manos y en sus
dedos empiece a extenderse. . . quizá suba hasta la
muñeca.
Y cuando su atención queda absorta en imágenes
interesantes, esas imágenes pueden parecer muy
reales, exactamente igual que cuando lee ese buen li-
122
bro y experimenta una sensación de excitación y pla­
cer, una sensación de bienestar. . . Y así como mira
una película, sentada entre los espectadores, obser­
vando los personajes sobre una pantalla, ¿no le pare­
cería curioso observarse a sí misma ahí sentada, ex­
perimentando esa rara sensación de hormigueo (su­
gestiones implícitas). . . y puede estar sentada frente
a sí misma que está ahí sentada, observándose sim­
plemente con los ojos cerrados, mirando esa trance
acción (sugestión implícita, implicación y retruécano)
entre usted que está ahí sentada frente a usted mis­
ma que está aquí sentada (confusión).
La mayoría de la gente ha tenido la experiencia de
hojear un álbum fotográfico (perogrullada) y, al ir
dando vuelta las páginas, puede ver fotos de usted
misma. Si empieza por el final y avanza retrocedien­
do en el tiempo, puede verse en fotos tal como era a
una edad más joven y puede mirarse a una distancia,
dentro de un marco pequeño (sugestión implícita de
disociación). ¡Y cómo puede cambiar ese marco! Pue­
de ser blanco y negro, puede ser en colores. La foto
puede ser grande. Puede ser pequeña. Puede haber
muchas fotos en una misma página o, tal vez, sólo
una. . . Y usted puede recorrer el álbum de derecha a
izquierda o de izquierda a derecha; no hay un sentido
específicamente correcto. . . Pero, sea cual fuere el
sentido correcto en que usted decida moverse, siem­
pre queda una foto por mirar (confusión por doble in­
versión de polaridades).
Sólo tiene que mirar las fotos que desea realmente
ver. Y tiene derecho a mirar cuantas quiera (suges­
tiones implícitas). . . Puede escoger una que parezca
interesante, tomada en una época de su vida en que
tuvo una experiencia feliz. Qué interesante es poder
fotografiar una experiencia agradable y años des­
pués. . . volverla a ver y recordar ese tiempo feliz,
¿verdad? (sugestión implícita de regresión de edad
para recuperar sensaciones placenteras).
Y no sería curioso si se levantara de estar sentada
frente a usted, haciendo esas observaciones, y se de­
jara a usted exactamente allí (inversión «izquierdaderecha») y decidiera salir por la puerta, y entrar en
123
otra habitación donde hubiera un espejo triple (nueva
disociación), como los espejos en que se mira al pro­
barse un vestido nuevo (sugestión implícita de explo­
rar otros fenómenos de trance). . . y tiene la expe­
riencia de verse a sí misma a la derecha, a la izquier­
da y delante de usted (enfoque de la atención). Ahí
está, de pie, con el vestido nuevo puesto. . . mirándo­
se, rodeándose. . . Y puede estar de pie junto a usted
misma, al lado de usted misma, mirándose en el es­
pejo (enfoque de la atención y suscitación de expec­
tativas). . . y al mirar en el espejo y ver la imagen
reflejada hacia usted, mirándola. . . resulta en ver­
dad difícil saber con exactitud quién está mirando
a quién. Si es usted quien mira la imagen que le de­
vuelve la mirada, o si usted está en el espejo, obser­
vándose en realidad a usted misma, mirando la imagen
que le devuelve la mirada. . . le devuelve la mirada. . .
le devuelve la mirada. . . le devuelve la mirada. . .
entrndo en trance (mala pronunciación intencional
para sugerir trance).
Y hay muchas sensaciones que usted puede tener.
Se acuesta por la noche y por la mañana despierta
con ciertas sensaciones (perogrullada). Puede expe­
rimentar una sensación de hormigueo cuando su
brazo se va a dormir. . . Y esa puede ser una sensa­
ción agradable, un hormigueo agradable (sugestio­
nes de analgesia). . . una señal de que su cuerpo ha
producido una alteración (implicación). Y ese hormi­
gueo puede extenderse. Puede empezar en un dedo o
en la palma de la mano y extenderse. . . casi imper­
ceptiblemente, centímetro por centímetro. . . Y, sin
duda, es correcto dejar que esa sensación aumente
hasta el entumecimiento. . . si afuera hace frío. A ve­
ces, cuando su cuerpo está deslizándose placentera­
mente sobre los esquíes o un trineo, sus dedos no
perciben el frío. ¿Y no es divertido disfrutar de la nie­
ve? En verdad, no advierte el frío de sus manos, por­
que usted y los otros están jugando y riendo, mien­
tras se deslizan cuesta abajo divirtiéndose deliciosa­
mente. . . una sensación de entumecimiento y, sin
embargo, una sensación que no es desagradable (su­
gestiones de anestesia). Y esa sensación puede exten­
124
derse a las manos, las muñecas y, quizás, hasta la
mitad de los brazos. Correcto. Y esa sensación espe­
cial de entumecimiento del brazo derecho. . . que tie­
ne esa sensación y lo más que puede durar esa sen­
sación es hasta que yo castañetee con los dedos. . .
un poquito después de que usted se reoriente del
trance (sugestión pos-hipnótica) y exactamente en­
tonces las sensaciones podrán volver.
Y puede empezar esa reorientación. . . sabiendo
que puede volver cuando quiera. . . Encontrándose
frente al espejo, regresando a usted misma, entrando
nuevamente aquí. . . sabiendo que puede conectarse
y reconectarse con partes del cuerpo (no con su tota­
lidad hasta mi castañeteo). Sentada frente a usted;
sintiendo los dedos de sus pies, y puede tomarse el
tiempo que quiera en un instante para regresar a es­
ta habitación. . . sabiendo que su mente inconciente
puede utilizar esta experiencia como lo desee, pero
su mente conciente quizá no sepa con exactitud qué
sabe su mente inconciente (vínculo entre la concien­
cia y el inconciente y reorientación) que usted pueda
utilizar en el futuro. Sin duda, puede estar a la expec­
tativa de descubrir esa sorpresa, ese aprendizaje,
pues ya llevará un tiempo usándolo cuando advierta
qué es (orientación hacia el futuro). Y puede abrir los
ojos y regresar aquí.
Actitud del terapeuta
Como en toda técnica psicoterapèutica, el clínico de­
be: 1) trasmitir respeto, calidez y empatia hacia el pa­
ciente y hacia el problema particular que ha traído cada
persona; 2) expresar confianza en la capacidad de cam­
bio del paciente, y 3) establecer un rapport con cada
miembro de la pareja, sin tomar partido. Más adelante,
tal vez quiera ponerse estratégicamente de parte de uno
o de ambos. Cada pareja de pacientes ha contraído el
dolor que experimenta por buenas razones. Sus siste­
mas de creencia, su trauma vivido con la familia de ori­
gen, su constitución única, la ha llevado a desarrollar
125
una forma de Interacción conyugal protectora quizá dis­
funcional, pero comprensible. El terapeuta empieza a
establecer rapport con el primer contacto y sigue mante­
niendo una actitud cálida y solícita. Este tipo de actitud
de aceptación comunica a los pacientes la idea de que
su realidad es comprensible, aunque dolorosa, y pro­
porciona un ambiente seguro para realizar el trabajo
psicológico.
También querrá expresar confianza en el trabajo hip­
nótico, así como la expectativa de que la pareja podrá
modificar una relación disfuncional. El mensaje por
trasmitir es este: «Ustedes poseen los recursos necesa­
rios para elaborar una relación diferente, aunque nin­
guno sepa exactamente cómo se estructurará». Esta cla­
se de actitud fomenta esperanza en los pacientes.
Relacionarse con cada miembro de la pareja es un
paso importante, pero delicado, dentro del trabajo con­
junto. Es preciso adecuarse a la realidad de cada espo­
so, y ratificar que esa es la realidad que él vive. Por lo
común, ambos cónyuges se muestran cautelosos. Cada
uno teme que el terapeuta lo designe como el miembro
extraño o enfermo de la pareja y, en algún nivel, le gus­
taría que designara a su compañero como cónyuge pro­
blema. Cada uno procurará demostrar que es el más
herido y que, en consecuencia, su pareja debe modifi­
car alguna conducta. Y presentará argumentos y prue­
bas que corroboren tal posición. El terapeuta quiere co­
municar, de una manera sustentadora, que existe una
«danza» entre los cónyuges y que cada uno acaso tenga
problemas individuales que se confundan con lo que
hace o no hace el otro. Cada uno, pues, participa en la
creación de la danza hipnótica con su respuesta a la
conducta del otro. Cuando exploren los «pasos» que da
cada uno, ambos cónyuges empezarán a reconocer la
secuencia de conductas o la señal que parte de uno de
ellos con la consecuencia de iniciar una determinada
respuesta disfuncional.
Al comienzo del trabajo de trance, el terapeuta puede
seguir estas etapas: 1) absorber la atención de ambos
cónyuges comunicándose significativamente con cada
uno de ellos; 2) usar el tono de voz apropiado; 3) utilizar
cualquier resistencia al trance; 4) emplear disociaciones
126
entre la conciencia y el Inconciente; 5) despotenciar los
procesos concientes, y 6) empezar a intercalar sugestio­
nes terapéuticas. Este procedimiento es igualmente
apto para la terapia individual.
A b s o r b e r la atención
Hay varios modos de absorber y enfocar la atención.
En ocasiones, empezamos por pedir al paciente que
haga un foco más interior, y centre su atención en ex­
periencias físicas, como la respiración, o en la idea pro­
blemática en particular. Podemos desarrollar un trance
si orientamos la atención del paciente hacia lo exterior o
lo interior. En el primer caso, lo conseguimos si hace­
mos que el paciente enfoque su atención en algún objeto
presente en el consultorio; en el segundo, lo llevamos a
centrar la atención en su respiración u otra experiencia
interna, o en una imagen interior placentera evocada
mediante un trabajo anecdótico.
Si un paciente se resiste a dejar que el terapeuta ab­
sorba su atención, este puede sugerirle que continúe
mirándolo a los ojos. A medida que el terapeuta entra en
trance, quizá sus ojos comiencen a agrandarse levemen­
te y permanezcan abiertos sin pestañear de manera que
cautiven la mirada del paciente. A la larga, los ojos del
paciente se cansarán, empezarán a pestañear y enton­
ces el terapeuta podrá sugerirle indirectamente que los
cierre.
E l tono d e voz
Es un medio importante para promover absorción.
En algunos casos, un tono seductor y una dicción rítmi­
ca ayudan a profundizar el trance a medida que la men­
te conciente aguza su enfoque en una idea. Cuando se
imparten sugestiones implícitas que exceden la capa­
cidad de percatación de la mente conciente, es impor­
tante hablar en un tono significativo que destaque cier­
tas palabras, y bajar la voz cuando se imparte una su­
gestión. Erickson solía usar dos tonos de voz; uno para
127
hablar a la mente conciente y otro para dirigirse a la
mente inconciente (CP I, pág. 438).
Ejemplo: «Quizás empiece a reparar en su respira­
ción (voz normal). . . y e n que cuando inspira y espira su­
cede algo (cambio de voz). . . tal vez se altere la tensión
(voz normal). . . o tal vez sobrevenga un cambio en el ni­
vel de relajación o una sensación de pesantez o levedad
en su cuerpo (cambio de voz). A veces puede sentir una
especie de hormigueo agradable en tal o cual parte del
cuerpo. ¿Aún no ha llegado a sus dedos? (voz normal)».
Ejemplo: «Esa idea particularmente penosa acerca de
su cónyuge, esa idea en la que ha estado pensando, tal
vez se exprese en un cuadro que ve el ojo de su mente o
en una palabra o frase repetida a modo de estribillo en
una canción que no consigue quitarse de la cabeza. . . y
da vueltas y vueltas, hasta que se le hace difícil saber
realmente cómo reconocer el principio y elfin de una me­
lodía (cambio de voz), qué viene antes y qué viene des­
pués, y cuándo (voz normal) ha olvidado esa melodía
(cambio de voz) hasta que alguien le sugiere pasar al
verso siguiente (voz normal)».
Acaso le sirva al terapeuta practicar los cambios de
tono leyendo en voz alta la siguiente inducción de trance
para sesiones conjuntas:
«. . .Quizás empieza a producirse una alteración leve
en aquello que su mente conciente enfoca, mientras sus
mentes inconcientes se orientan hacia una nueva ex­
periencia de aprendizaje acerca de ustedes mismos y el
otro. Quizá se están preguntando si. . . (nombre del
cónyugel vive ahora la misma experiencia u otra, una
experiencia de estar aquí juntos y, sin embargo, sepa­
rados. Mentes separadas y cuerpos separados que com­
parten este espacio en el tiempo conjunta y separa­
damente. Y su mente conciente puede tener un pensa­
miento, una idea que parece antigua y familiar, en tanto
que su mente inconciente puede usar una nueva pers­
pectiva, un ángulo diferente capaz de crear una idea
totalmente nueva, pero ustedes no sabrán en verdad
qué es hasta que hayan descubierto que ven de manera
diferente. Todo niñito conoce la experiencia de contem­
plar algo muy conocido y de ver algo que no vio antes. . .
128
por ejemplo, un caballito de madera de fabricación case­
ra se trasforma en un espléndido corcel. . . que cabalga
hacia una aventura maravillosa o hacia el borde de la
cómoda hasta que se golpea la pata. Entonces, proba­
blemente ustedes caminen con prudencia alrededor de
los bordes o hallen el modo de acolchonarlos».
Utilizar las resistencias al trance
La renuencia a cooperar con el terapeuta y a desarro­
llar un trance representa una defensa protectora frente
a un daño posible. La cautela del paciente refleja su vigi­
lancia puesta en determinar la confiabilidad del tera­
peuta y si le atribuye o no una capacidad en particular.
Para soslayar cualquier resistencia a la experiencia de
trance y allanar el camino hacia una confianza creciente
por parte del paciente, el terapeuta puede empezar por
asociar la experiencia previa de este con la experiencia
de trance. Después el terapeuta tendrá que autorizar al
paciente a responder a las sugestiones de una manera
peculiar e individual.
Algunas parejas son reacias a usar el trabajo hipnóti­
co. En tales casos, podemos recurrir al trance dialogal
para establecer y afianzar un rapport con los esposos,
ponerlos cómodos y desarrollar un modo de comuni­
cación que altere el trance hipnótico negativo que ellos
co-crearon.
Recuerdo el caso de un marido reacio que se mostra­
ba reservado y cauteloso para dejarse entrar en trance.
Era pintor y le sugerí que ya sabía cómo entrar en tran­
ce. Ya había experimentado el desplazamiento a un es­
tado de conciencia alterado para pintar. Además, expe­
rimentaba en su arte, reunía diversas texturas, colores
y formas nunca vistos. De hecho, usaba el dibujo auto­
mático: entraba en un estado de sosiego (así lo llamaba
él) en el que dejaba correr su mano sobre la tela, «tocán­
dola donde la mano decidiera». Según me informó, podía
usar su propio estado de trance a solas o con la casa
llena de gente.
Estaba convencido de que su inconciente lo ayudaba
a crear las imágenes que aparecían en sus telas —y en
129
esto coincidí con él—. Algunas de las que me mostró ex­
presaban una energía, pasión y sensibilidad elevadas.
Le sugerí que había hallado una manera de llegar a su
alma y conmoverla, y que quizá le interesara ver qué
sucedería «cuando se deje entrar en trance de manera
similar, esta vez, quizás, escuchando mis palabras, o
sus propias palabras interiores, o viendo imágenes de
colores y texturas. . . O quizá quiera permitir que su
mente conciente permanezca fuera del trance mientras
hablo a su esposa (que ya había entrado en trance).
Entonces podría quedar absorto en sus propias imáge­
nes mientras observa cómo entra ella en ¿ranee. Quizás
aparezcan imágenes que aún no ha visto. Esta referen­
cia a su obra lo intrigó; empezó a desplazar su concien­
cia y entró en trance».
E m p lea r u n a disociación con cien cia /in con cien te
En sus últimos años, Erickson quiso confiar el poder
al paciente. Las sugestiones en cuyos términos la mente
conciente hace una cosa y la mente inconciente hace
otra refuerzan la noción de que hay por lo menos dos
operaciones simultáneas en curso. La mente conciente
aprende de una manera lineal en tanto que la mente
inconciente lo hace de una manera simbólica. Ambas
operaciones son importantes. No obstante, Erickson in­
sistía en que la parte inconciente de la mente es la más
inteligente. Ella contiene innumerables recursos, re­
cuerdos de aprendizajes menudos que son los ladrillos
con que habrán de construirse los aprendizajes y los
buenos resultados posteriores. Posteriormente se des­
cubrió que la mente conciente sólo puede recordar a la
vez siete datos. En cambio, la mente inconciente puede
aprender muchos más para posibilitar el mantenimien­
to de los procesos psicobiofisicos y la generación de
nuevos aprendizajes.
130
D esp o ten cia r los p ro c eso s con cien tes
Por lo general, la mente conciente puede elaborar unas
pocas soluciones para un problema determinado. A me­
nudo las parejas se esfuerzan por resolver un conflicto
reexaminando estas soluciones una y otra vez. No es
raro que la mente conciente quede enfocada o trabada
en una idea de solución, aunque ella no sea viable para
el otro cónyuge.
A una pareja que había hecho terapia conmigo para
salir de una relación enmarañada y desarrollar persona­
lidades más separadas, le surgió un problema durante
una excursión. Fran había salido a caminar con una
a m iga en tanto que Jim se iba a escalar una montaña.
Al llegar a la cima, Jim empezó a notar de veras cuánto
deseaba la presencia de su esposa para poder alardear
y hacerse fotografiar por ella. Lo invadió cierto resen­
timiento ante el hecho de que, por primera vez, Fran
estuviera haciendo algo por sí. Descendió de la monta­
ña. Para entonces creía haber reelaborado estos senti­
mientos pero después, cuando se reunió con su esposa,
le dijo que una muchacha le había pedido que la fotogra­
fiara; después había saltado sobre sus rodillas y lo ha­
bía abrazado fuertemente. Este comentario produjo en
Fran sentimientos simultáneos de castigo, celos, miedo
y una gran confusión. Años antes, Jim había tenido una
aventura amorosa y sus palabras reactualizaban viejos
sentimientos de agravio e ira.
En la siguiente sesión de terapia, Jim se responsabi­
lizó por esta conducta. Según dijo, se había dado cuenta
de que una parte más joven de su ser, ávida de elogios y
reconocimiento, se sentía inmediatamente herida si no
los recibía. Pidió disculpas a Fran por haberle hecho ex­
perimentar su ira en una forma indirecta e inmadura.
Aun así, ella no logró desprenderse de su sentimiento de
ofensa y su miedo al abandono. Simplemente no podía
poner fin a su obsesión; ni siquiera lo consiguió cuando
Jim le aseguró que aquel fin de semana había signifi­
cado mucho para él y que, pese a su comportamiento
ofensivo, había disfrutado mucho de su compañía. En
ese punto, utilicé un trabajo de trance y una confusión
para despotenciar la mente conciente y ayudar a Fran a
131
apartarse de su espiral reiterativa de sentimientos e
imágenes negativos:
Jim y Fran, ustedes están aquí sentados tratando de
encontrar una salida de estos sentimientos penosos.
A veces, el pasado salta de repente sobre nosotros y
nos hace sentir su presencia, y en verdad no sabe­
mos de dónde provienen los sentimientos que expe­
rimentamos. Entonces, el pasado está ahí atrás. El
futuro está adelante, es un mañana que viene a no­
sotros. El presente está aquí y ahora. Pero a veces re­
sulta difícil ver un futuro mañana cuando el pasado
visita el presente. . . y entonces ustedes están en el
pasado que es el presente tratando de hallar un futu­
ro que es el pasado pero ustedes saben que es el pre­
sente. . . y mirando un poquito hacia adelante. . . ha­
cia el presente futuro, sabiendo que el pasado fue
otro tiempo y sin saber aún cómo el pasado puede ser
un presente para su futuro. . . y se han producido
muchos cambios para crear la presencia del futuro
que ustedes quieren compartir. . . y que pueden em­
pezar a hacer foco ahora mismo sobre esos cambios,
capaces de hablar de modo tan diferente, sintiéndose
escuchados y reconocidos, lo cual permite que un
sentimiento se desplace de cómo era al principio. . .
del sentimiento. . . a la parte media del sentimien­
to. . . al final de este sentimiento. . . ahora. . . de
modo que pueden hablar más. . . más tarde. . . con
más claridad y calma.
En ese momento usé un trabajo de trance adicional
para ayudar a Fran a redescubrir un sentimiento de
seguridad perdido en su propio trance negativo.
Intercalar su g estio n es terapéuticas
Erickson desarrolló la técnica de intercalación de su­
gestiones terapéuticas dentro de una conversación con
una meta específica. La usó para absorber la atención
del paciente y distraerlo de todo posible estorbo a la te­
rapia. Podemos valernos de ella para obtener la coopera­
132
ción del paciente y evocar diversos recursos que él ahora
usa mal o en forma incompleta (Erickson, 1966). Tam­
bién podemos insertar estas sugestiones implícitas en
una historia anecdótica o metafórica con miras a provo­
car diferentes fenómenos de trance o coadyuvar al cam­
bio de actitudes, emociones o conductas. La construc­
ción de historias metafóricas se aborda en el capítulo 7.
Veamos un ejemplo de sesión de terapia conyugal
ilustrativo del trabajo conjunto en trance.
Una pareja solicitó tratamiento porque estaba en­
vuelta en un conflicto sumamente intenso. Cada vez que
la esposa. Jane, se deprimía, se quejaba de que su mari­
do, Joe, no le prestaba suficiente atención o lo acusaba
de serle infiel. El empezaba a defenderse con vehemen­
cia, exasperado por el hecho de que a ella se le ocurrie­
ran siquiera semejantes ideas. Jane acentuaba su des­
dén, aseguraba que estaba bien y su depresión desa­
parecía temporariamente. Esta respuesta intensificaba
el conflicto que, de ordinario, terminaba con Jane gol­
peando a su marido y este marchándose del hogar. Ante
su partida, empezaban a aflorar la angustia de Jane y
sus miedos de abandono. Sin embargo, sólo recaía en la
depresión cuando los cónyuges se sentían más sosega­
dos el uno con el otro y ella comenzaba a prestar aten­
ción a su propia tristeza. Más adelante en la evaluación,
Joe reveló que a veces se sentía abandonado por su es­
posa; entonces solía retraerse, lo que le daba a ella la
señal para empezar a quejarse. El conflicto resultante
sacaba a ambos cónyuges de su disociación respecto de
sus sentimientos personales y cambiaba su estado psicobiológico por otro de más fácil manejo.
La siguiente trascripción parcial ilustra sobre el mo­
do de adecuarse a cada compañero y apoyarlo, de for­
mular la hipótesis de trabajo y de preparar a la pareja
para el trabajo de trance. Además, ejemplifica el modo
en que se utiliza una conversación para llevar a una pa­
reja al trance por medio de una contrainducción.
Joe: No sé si podré soportar más esto. Jane no cesa de
atacarme; me acusa de serle infiel o de no prestarle bas­
tante atención. Siento como si no pudiera hacer nada
bien. Pone esa cara y ya sé que debo «tener cuidado».
133
Jane: Yo no te ataco. Estás distante casi siempre que ne­
cesito hablarte. Eso me enfurece y me siento completa­
mente sola en esta relación.
Carol Kershaw: Joe, usted se siente realmente frustrado
cuando intenta complacer a Jane, y lo que usted hace
sencillamente no parece bastarle a ella. Aún no ha des­
cubierto del todo lo que ocurre entré los dos o por qué se
esfuerza tanto por hacerla feliz. Quizá sepa que hay
cierto tono de voz, cierta mirada o cierto grupo de pa­
labras que lo lanzan a una experiencia negativa.
Aquí me adecuó al afecto para apoyar a Joe. Median­
te una implicación, le sugiero que descubrirá algo im­
portante sobre sí mismo y sobre su contribución al pro­
blema, de manera que este queda encuadrado como
una dificultad compartida. También le insinúo que su
deseo de complacer a Jane acaso es excesivo y le impar­
to indirectamente la consigna de que identifique la señal
desencadenante del trance negativo.
C. K.: Jane, cuando Joe le retira su atención, usted se
siente abandonada, asustada y, después, furiosa; estos
sentimientos son muy intensos. Quizás él hace algo
muy específico: por ejemplo, rehúye su mirada, no res­
ponde a sus comentarios o muestra un semblante pecu­
liar. Tal vez usted aún no sabe a ciencia cierta en qué sen­
tido su retraimiento le causa un problema, pero quizá
tenga curiosidad por averiguarlo.
Apoyo los sentimientos de Jane y le trasmito el men­
saje de que evidentemente estas reacciones tan intensas
derivan de algo indeterminado que sucede entre los dos
y dentro de ellos. Uso la implicación para sugerirle que
estamos a punto de experimentar un aprendizaje acerca
de lo que ocurre, de las señales que desencadenan como
respuesta un trance negativo, y que tal vez tenga cu­
riosidad y expectación por descubrir una respuesta.
C. K : Uno y otro, ¿podrían hablarme un poco más de lo
sucedido antes del último conflicto?
Jane: Me sentía deprimida y sola. ¡Joe estaba tan dis­
tante! Me sentí enojada y resentida, y se lo dije.
134
Joe: ¡Me criticaste!
C. K.: Jane, antes de advertir que echaba de menos a
Joe, ¿qué la deprimía?
Jane: No lo sé. Supongo que me deprimo mucho, y en­
tonces miro nuestro matrimonio y lo encuentro tan pa­
recido al de mis padres que me siento peor. Ellos fueron
desdichados cincuenta años. No quiero vivir así.
Jane revela ser portadora de una imagen parental
conflictuada y expresa una sensibilidad intensa, casi
fóbica, a todo lo que se asemeje al matrimonio de sus
padres. Le sugiero la posibilidad de que esté deprimida a
causa de otras cuestiones, además de Joe.
Joe: Jane siempre parece deprimida. No puede ser úni­
camente por mi causa. Come poco y anda apática y de­
sanimada. En verdad, tengo ganas de marcharme.
El marido aprovecha la oportunidad de designar a
Jane como «el problema» y amenaza con irse, aunque lo
expresa como un cuasi sentimiento. También se apre­
sura a intervenir antes de que Jane pueda identificar lo
que está ocurriendo en su interior y se queje de él. Joe se
protege y la protege del conocimiento de lo que pudiera
estar sucediendo realmente dentro de ella.
C. K.: Joe, hay un sentimiento del que usted desea apar­
tarse, ¿no es cierto? Tal vez querría ser capaz de trasfor­
mar un sentimiento.
Joe: Sí, frustración, ira o como quiera llamarlo. Si tan
sólo ella pudiera dejar de quejarse. . .
El deseo de abandonar la relación ha quedado en­
cuadrado como un deseo de abandonar un sentimiento
penoso, lo que implica que Joe será capaz de aprender a
cambiar sus sentimientos.
C. K ; ¿En qué edad se siente cada uno de ustedes cuan­
do riñen?
Produzco un viraje leve, porque Joe sigue insinuando
que el problema es Jane.
135
Joe: No lo sé, tal vez catorce.
Jane: Cuando nos peleamos, siempre me siento una
niña de ocho años; cuando mis padres reñían mucho,
me sentía exactamente igual.
C. K : De modo que ambos se sienten más Jóvenes e in­
tentan hallar una solución adulta teniendo ocho y cator­
ce años, pero sólo pueden obtener soluciones propias de
los ocho y los catorce años. Fueron edades importantes
para su crecimiento y maduración. No sé qué pueden
recordar o contarme sobre esos años importantes.
Aquí se imparte la sugestión de que se produzca una
regresión de edad, y de que es demasiado difícil para un
niño resolver un conflicto de adultos. Además, se im­
parte la sugestión de que puede haber muchas solu­
ciones para una situación.
Jane: Ellos reñían constantemente. Mi padre era alco­
hólico y tenía arrebatos de cólera. Mi madre siempre es­
taba deprimida y le respondía a gritos. Mi hermano y yo
permanecíamos en nuestros cuartos. Yo solía aumentar
el volumen de la radio, pero aun así los oía gritar. Pasa­
ba casi todo el tiempo angustiada y asustada. Mi padre
se encolerizaba y se marchaba violentamente de casa.
Nunca sabíamos si regresaría. Yo esperaba que no vol­
viera. Un día se marchó y sufrió un accidente automovi­
lístico; entonces me sentí verdaderamente culpable. Se
recuperó y las cosas se calmaron por un tiempo, pero
luego todo volvió a ser exactamente como antes.
C. K : Parece haber sido difícil crecer en esa familia. ¿Y
usted, Joe?
Joe: Supongo que mis padres fueron felices, aunque a
mi madre se la veía muy triste. Nunca hicieron muchas
cosas juntos. Mi papá jugaba al golf y mi madre tenía
sus amistades. Nunca riñeron delante de nosotros. Mi
madre solía decirme confidencialmente que papá nunca
trabajaba lo suficiente; eso me enojaba con ella. Mi her­
mano y yo éramos muy unidos, pero no teníamos de­
masiado apego por nuestros padres. En verdad, quiero
que mi relación con Jane sea más estrecha que la de
ellos pero, sencillamente, no sé cómo lograrlo.
C. K : Sus padres eran más distantes de lo que usted
136
quiere ser respecto de Jane. Se diría que ambos tienen
cierto miedo de recrear la vida conyugal de sus padres.
Son imágenes aterradoras que uno lleva encima. Me
imagino que cuando ustedes, cada uno por su lado, em­
piezan a ver algo similar a esas imágenes, quieren actuar
prontamente para. .. mantenerlas en ese tiempo pasado
al que pertenecen. Cuando usted, Joe, ve deprimida a
Jane, recuerda a su madre, se asusta y quiere impedir
que haga lo mismo. Cuando usted, Jane, ve distanciarse
a Joe, procura obligarlo con sus quejas para no sentirse
abandonada. Cuanto más se esfuerza cada uno de uste­
des por mantener al otro feliz y comprometido en la rela­
ción, tanto más se intensifica el conflicto.
Joe y Jane indicaron, en forma no verbal, su concor­
dancia con estas hipótesis sistémicas e interpersonales.
Sus riñas han quedado reencuadradas como un ele­
mento servicial y protector de la relación. Les planteo
una hipótesis de trabajo en el nivel sistèmico e interper­
sonal a fin de encapsular un conflicto que parecía irre­
mediable, confuso e incontrolable, y de presentarlo co­
mo algo manejable.
C. K.: Sus mentes concientes no saben cómo poner fin a
estas riñas porque creen que ustedes no tienen otro mo­
do de manejar sus sentimientos de angustia y temor,
porque no han aprendido aún el verdadero significado
de esa tensión física peculiar. ¿Acaso un sentimiento no
es cierto tipo de tensión?. . . ¿Y qué tipo de tensión es
exactamente?. . . ¿Una tensión fuerte. . . una tensión
medianamente fuerte. . . o una tensión ligeramente
fuerte? Uno de mis pacientes describió el sentimiento
como una especie de electricidad que es conectada y
recorre el cuerpo. ¿Y en qué punto preciso de su cuerpo
la sienten? Y esa tensión o electricidad, ¿qué les dice
acerca de sí mismos y de sus necesidades?
Aquí es fijada la mente conciente por la vía de pro­
poner un enunciado con el que ambos deben concordar,
y la mente inconciente es lanzada a una búsqueda, por
el recurso de impartirle la sugestión implícita de que
«saber cómo poner fin a estas riñas» y «no tener (no
137
conocer) otro modo de manejar sus sentimientos», con la
enseñanza de que en realidad el sentimiento sólo es una
tensión física. Les sugiero que tengan curiosidad por esa
tensión. Utilizo palabras y tono de voz para impartirles
sugestiones indirectas de trance. Se introduce la impli­
cación de que cada uno necesita enfocarse introspecti­
vamente en lugar de ver en el otro al cónyuge problema.
C. K.: Sus mentes concientes quizá no sepan lo que us­
tedes necesitan, pero su inconciente lo sabe muy bien.
En ese punto inicio una inducción conversacional de
trance más amplia, que Incluye la distinción entre estar
juntos y estar separados, la disociación entre las mentes
conclente e inconciente, la confusión para despotenciar
las disposiciones de la mente conciente, la levitación de
mano, la disposición temprana para aprender y el co­
mienzo de una historia metafórica.
Los dos están aquí sentados. . . juntos pero separa­
dos. . . sentados separadamente. . . juntos. Se me
ocurre que sus mentes inconcientes notaron algo im­
portante cuando ustedes se vieron por primera vez.
Su mente conciente se orientó hacia ciertas caracte­
rísticas agradables de uno y otro. Sus mentes incon­
cientes se enfocaron de manera diferente. . . advir­
tieron que se daba una oportunidad de que, en cierto
modo, se produjera realmente algún tipo de curación
de sus viejas heridas, una oportunidad que nunca
habían tenido hasta entonces. . . y expectación. . . la
esperanza de que su vida sería diferente. Empezaron
a notar otros detalles, por ejemplo —quizá sus ojos se
sienten pesados, pueden cerrarlos— sensaciones,
algo así como la sensación de elevar su espíritu. . . y
su inconciente puede elegir una mano para empezar
a sentirse más liviano; puede ser la derecha o la iz­
quierda, en realidad no importa. Sea cual fuere la
mano derecha elegida para elevarse, es la mano co­
rrecta que se presta para notar alguna diferencia de
sentimiento, y esa mano que se presta es la mano
derecha para dejarla para ese sentimiento correcto.
Desconozco qué mano elegirá su inconciente; quizá
138
sus mentes inconcientes compartidas lo decidirán.
Cuando se encontraron por primera vez y tomaron
esa decisión importantísima. . . la decisión de estar
juntos. . . empezaron a desarrollar una mente incon­
ciente compartida, una mente que actúa para bien de
ustedes. . . que comparte y reparte tantos recursos
entre ustedes. Allí hay muchos aprendizajes impor­
tantes, provenientes del pasado, utilizables en el pre­
sente y que los preparan para su futuro. Todo niñito
que se prepara para pasar a la próxima etapa evolu­
tiva y gatea con pies y manos, un día se pone de pie y
mira el mundo desde una nueva perspectiva. Co­
mienza a producirse el cambio más notable. Los ob­
jetos en la habitación empiezan a encogerse apenas.
El niño empieza a mover un pie delante del otro y a
mantenerse en equilibrio del modo correcto para te­
ner un aprendizaje muy intrincado y complejo. Una
vez que han aprendido eso, entra en su mente in­
conciente. . . de manera tal que no necesitan pensar
concientemente en ello. Este es uno de los miles de
aprendizajes. . . sobre los que ustedes empiezan a
edificar. Aprender a atarse un zapato. . . es al prin­
cipio una tarea muy difícil. Pero una vez que al fin
aprenden a sujetar un cordón. . . a enlazarlo alrede­
dor del otro y hacer un nudo perfecto. .. es un apren­
dizaje que nunca olvidan y en el que, en verdad, no
necesitan pensar. Aprender a abotonarse la cami­
sa. . . exige movimientos intrincados de ciertos gru­
pos de músculos. . . y si alguna vez se pusieron una
camisa con los botones en la espalda, saben cuán di­
fícil es abotonarla y eso tal vez los ayude a apreciar
qué tarea enorme significa para un pequeñuelo.
Quizás esa sensación de levedad se ha intensifi­
cado a medida que su mano se eleva, se eleva hacia
su rostro, se eleva mientras se produce una alte­
ración. Ya hubo varios desplazamientos mientras les
hablaba. Su enfoque es más interior, su respiración
ha cambiado. . . es más lenta. . . la temperatura de su
cuerpo ha cambiado. A causa de ese enfoque, es posi­
ble que olviden reparar en que. . . tienen puesto un
reloj. . . pero no lo sienten, y tal vez queden tan ab­
sortos en un filme interesante que el tiempo pase sin
139
que ustedes lo adviertan concientemente; es una his­
toria fascinante y el tiempo pasa en tal forma que
ustedes olvidan notarlo. Pueden olvidarse de su reloj,
sabiendo que su inconciente es capaz de mantener­
los encarrilados. Las manecillas de un reloj pueden
moverse. . . inadvertidamente. . . y los físicos nos
dicen que el tiempo es una conceptualización. . . algo
tan arbitrario. . . en verdad, es lindo olvidarse de
notar cuánto tiempo pasa. . .
En este punto del trabajo de trance podemos consi­
derar varias hipótesis específicas de cambio.
En el capítulo 6, veremos cómo se recopilan datos es­
pecíficos y se formulan hipótesis de trabajo que luego
serán abordadas en psicoterapia hipnótica.
140
6. Evaluación de la dinàmica de pareja
Muchas parejas tienen la impresión de estar bajo un
hechizo que les impide volver a experimentar los senti­
mientos apasionados, tiernos, cálidos que una vez tu­
vieron. Si se quiere comprender cómo opera la mente
inconciente para proteger al individuo de un daño perci­
bido, y cómo puede expresarse esa protección en la rela­
ción de pareja, hace falta una evaluación completa de la
dinámica relacional e individual. Este capítulo examina
la evaluación de la dinámica de la pareja y la construc­
ción de hipótesis en tres niveles: sistèmico, interper­
sonal e intrapsíquico.
El nivel sistèmico concierne a la totalidad del grupo
familiar y a las pautas de comunicación que incluyen
lazos hipnóticos que producen amplificación, desviación
o intensificación de la simetría o la complementariedad.
El sistema incluye también la influencia ecológica más
amplia de otros sistemas, como la comunidad o el ám­
bito laboral. lim ites que existen entre los miembros de
la pareja y entre esta y el medio exterior se describen en
este nivel. El nivel interpersonal concierne a la dinámica
interconyugal (p.ej., las imágenes del cónyuge y el ma­
trimonio) y al modo en que se maneja una angustia esti­
mulada entre los esposbs.
El nivel intrapsíquico corresponde a las fuerzas in­
ternas del individuo, tales como su auto-imagen, sus
mecanismos de defensa y su grado de fortaleza yoica.
Desde luego, estos niveles se superpondrán. El tera­
peuta puede observar a los esposos y observar la con­
ducta conyugal a través de una lente gran angular al co­
mienzo, para luego adoptar un enfoque cada vez más
reducido. La capacidad de desplazar el foco hacia atrás
y hacia adelante es un factor importante en el proceso
de evaluación.
141
Una evaluación adecuada es decisiva para el proceso
terapéutico. Para evaluar con miras a intervenir en la
«danza hipnótica de la pareja», hay que tomar en cuenta
ciertas variables importantes: las pautas interaccionales inconcientes entre los cónyuges, el sistema que ellos
co-crean, los lados fuertes y débiles que cada uno aporta
al matrimonio y las cuestiones evolutivas enjuego. Con­
viene que el terapeuta conyugal distinga estas catego­
rías y establezca metas terapéuticas que se descompon­
gan en pasos de corto plazo.
Siempre resulta peligroso para un proceso descom­
ponerlo a fin de establecer las metas apropiadas. La psi­
coterapia se estructura sobre la base de una relación y
se convierte en un símbolo de la relación temprana entre
el niño y sus padres. Es en la relación simbólica, más
que en una técnica o estrategia, donde se produce un
crecimiento en dirección a experiencias nuevas, más
funcionales. La intervención terapéutica debe evolucio­
nar a partir de la relación misma, de manera tal que
emerja de las identidades del paciente y del terapeuta.
Para desarrollar una estrategia hipnótica de inter­
vención a partir de la evaluación y dentro del modelo
presentado en el capítulo anterior, el terapeuta puede
explorar diversas hipótesis intrapsíquicas, interperso­
nales y sistémicas referidas a la pauta de relación, a las
operaciones dinámicas cíclicas, a las conductas indivi­
duales y recíprocas, a los afectos, a las actitudes y a los
recursos necesarios. Estas hipótesis constituyen la base
de una terapia eficaz. Aunque Erickson partía invaria­
blemente de la explicación más simple de un problema
personal, sus intervenciones siempre se referían a una
hipótesis. El desarrollo de estrategias hipnóticas incluye
tres pasos importantes que descomponen aún más el
proceso: 1) compilar datos para evaluar los aspectos evo­
lutivos y sistémicos individuales del problema; 2) for­
mular hipótesis de trabajo, y 3) fijar metas terapéuticas
que identifiquen y encaucen los recursos necesarios.
142
Compilar información
Los terapeutas de pareja podemos hacer las siguien­
tes preguntas para facilitar este proceso:
1. ¿Cómo define el problema cada cónyuge?
Cuando el terapeuta recoge información del paciente,
debe prestar especial atención al modo en que este de­
fine el problema. Si un cónyuge esboza una hipótesis, es
preciso reparar en el lenguaje descriptivo que usa. Las
percepciones particulares quizá conflictivas, y con que
parece estar casado cada miembro de la pareja, a veces
ayudan a individualizar los orígenes evolutivos del pro­
blema. Las definiciones suelen referirse a experiencias
tempranas o a visiones del mundo que evolucionaron
con el paso del tiempo.
En este paso, recogeremos múltiples descripciones
del problema. Si ambos cónyuges hacen terapia, el mo­
do en que cada uno perciba al otro y ai conflicto, el ma­
terial concerniente a la familia de origen así como los
conflictos evolutivos y sistémicos proporcionarán una
variedad de datos desde perspectivas diferentes. Poder
variar perspectivas es un recurso valioso para compren­
der los datos de la evaluación y, después, para tratar a
la pareja con mayor flexibilidad. Mientras compila des­
cripciones, el terapeuta debe observar detenidamente la
conducta del paciente para detectar una comunicación
inconciente. Una pareja que solicitó tratamiento para
manejar su conflicto creciente, me informó que la espo­
sa había sido sometida a abusos sexuales por su pa­
drastro desde los ocho hasta los dieciocho años. Esta
experiencia terrible influyó en su evolución. A los treinta
años, también se había visto acosada sexualmente por
hombres y mujeres, y asqueada por sus insinuaciones.
Aunque aparentaba ser tímida, mientras contaba su
historia se alzó la falda dejando al descubierto sus ro­
dillas y me lanzó varias guiñadas. Cuando le pregunté
por qué hacía eso, se vio que no era conciente de su con­
ducta. Más adelante, el terapeuta que me había deri­
vado el caso mencionó su comportamiento seductor. Es
posible que cuando adulta haya participado involunta­
riamente en aquellas proposiciones sexuales con su
143
conducta inconciente. (Cabe señalar que en el abuso de
niños —ya sea sexual, físico o emocional— la víctima
nunca participa en el acto, en ningún nivel. El perpe­
trador siempre es el adulto.)
Esta paciente ejemplificó la relación cibernética entre
las personas y el mundo, detalle que escapa a la expe­
riencia perceptual de la mayoría de la gente. Gregory Bateson (1972, pág. 146) propuso la hipótesis de que so­
mos incapaces de ver circuitos enteros; sólo percibimos
arcos de circuitos, desgajados de su matriz por nuestra
atención selectiva. Por tal razón, solemos percibir única­
mente el arco de conducta proveniente de otra persona,
y no el circuito completo. Delozier y Grinder (1987) aña­
den: «Si dos personas mantienen una relación estrecha,
continua y prolongada, ya sea profesional, conyugal o
fraternal, acaban por especializarse en exceso, a menos
que sean extraordinariamente concientes y posean un
sistema compensador (. . .) Empiezan a tomar parte
en arcos de los circuitos del otro. Representan circuitos
enteros uno en otro. Son circuitos que están dentro de
ellos pero, con el tiempo, pueden atrofiarse al extremo
de perder su funcionalidad, del mismo modo en que se
atrofia un músculo por falta de uso» (pág. 45). Bateson
creía que respondemos a representaciones o imágenes
del mundo contextual generadas por nosotros mismos,
y que tales representaciones configuran nuestras des­
cripciones. Cada descripción es limitante pero útil; cada
una añade algo al mosaico que se formará cuando se
combinen todas ellas.
Para obtener un cuadro completo, es importante po­
der describir la mayor parte posible del circuito. El único
modo de lograrlo con mayor precisión es crear descrip­
ciones múltiples. Gregory Bateson preguntaba: «¿Cuál
es la pauta que conecta. . .?» (Bateson, 1979, pág. 8).
Sólo descripciones múltiples pueden iluminarla. Este
procedimiento permite discernir los temas recurrentes y
las distorsiones perceptuales en parejas.
El contenido del conflicto no siempre es tan impor­
tante como el tema recurrente individualizable. Ese te­
ma es una línea argumental o una «melodía» dentro de la
sinfonía de la dinámica de pareja, tocada, cantada, tara­
reada y tamborileada a través de una diversidad de
144
asuntos. Entre los temas más frecuentes podemos enu­
merar:
«Se supone que él es mi padre» o «Ella debería ser mi
madre y atender a todas mis necesidades».
«El (o ella) acabará por abandonarme, de modo que
yo me iré primero».
«No ofendas a tu madre (o a tu esposa) ni hieras sus
sentimientos» o «Complace a tu marido a cualquier
precio».
«Intimidad significa asfixia».
«El tener muchas reglas sobre lo que debe hacer tu
pareja producirá la dicha conyugal de una felicidad
eterna».
Con frecuencia, estos temas derivan de mitos familiares,
trasmitidos de generación en generación, que influyen
en el desarrollo del sistema conyugal.
Los mitos aprendidos en el seno de nuestra familia
que nos dicen quiénes somos, qué sucederá en la vida y,
específicamente, qué debemos hacer, simbolizan los va­
lores en torno de los cuales estructuramos nuestra vida.
Las historias de los sistemas y los roles participativos
nos han hipnotizado a tal punto que tendemos a repetir
pautas de conducta antiquísimas que escapan a nues­
tra conciencia. Una paciente luchaba contra su actitud
ambivalente frente al embarazo. Se sentía más cómoda
con la idea de tener un hijo; en cambio, se agitaba y llo­
raba al pensar que podría tener una niña. Sabía que su
bisabuela había perdido una hija al nacer, su abuela ha­
bía entregado la suya a su hermana para que la criara y
su madre había abortado un feto de sexo femenino. Esta
mujer no advertía concientemente que el imperativo fa­
miliar le ordenaba desprenderse también de su hija.
Había sufrido graves trastornos pélvicos y su ginecólogo
le había advertido que tendría dificultades en quedar
embarazada. El problema físico tal vez obedeciera a va­
rias razones. En un nivel simbólico, los problemas pélvi­
cos se convirtieron en una valla para que ella no actuara
el imperativo familiar.
Los temas suelen co-evolucionar en las parejas y
coincidir con el imperativo familiar de cada compañero
145
(cf. figura 6.1). Reflejan una particular redundancia de
conducta entre los miembros de la pareja e incluyen el
síntoma que co-evoluciona dentro de las pautas de la re­
lación. Estas se refuerzan mutuamente, pero cambian
constantemente para mantener su «coincidencia» con
cada miembro de la pareja.
Debemos identificar las actitudes, los afectos y las
conductas que acompañan a los temas recurrentes y
utilizarlos en la formulación de las metas-blanco tera­
péuticas. Por otra parte, podemos descifrar actitudes,
sentimientos y conductas más apropiados.
2. ¿Cuáles son las imágenes problemáticas de la reía
ción?
La descripción que cada esposo lleva dentro de sí es
también una clave de la imagen problema que él mantie­
ne respecto de su compañero. Cada miembro de la pare­
ja mantiene una descripción problemática y una imagen
del otro y de la relación. A menudo, estas descripciones
e imágenes son el resultado de heridas tempranas. En
ocasiones, el filme interior producido por la historia in­
dividual desarrolla determinados guiones en respuesta
a ciertas expresiones, gestos o lenguajes reminiscentes
de algo pretérito. Un cónyuge dirige al otro una mirada
peculiar que le provoca una reacción súbita e intensa, la
que a su vez activa el filme interior de aquel. El desajus­
te (positivo o negativo) entre la realidad exterior y la ima­
gen interior puede suscitar sentimientos dolorosos, in­
cluida la vergüenza.
Al desarrollar una hipótesis, es importante identifi­
car las imágenes y los guiones problemáticos. Necesita­
mos saber si «él es un monstruo», «ella es una bruja» o
si la imagen de una figura del pasado ronda la relación
conyugal. En la mayoría de las relaciones juegan mu­
chas imágenes. La mujer que ha tenido un padre abu­
sivo, agresivo y aparentemente poderoso elegirá, con
toda probabilidad, un marido bondadoso, tierno y nu­
triente que la trate con mayor dulzura. Tal vez tenga una
noción conflictuada acerca del cuidado solícito, pues
su padre desempeñó el rol de nutriente-agresor. Quizás
ame y odie a la vez a su esposo hasta que reelabore la
imagen conflictuada del padre. Quizás ame su carácter
146
Definición del problema por la esposa:
Definición del problema por el marido:
TEMAS CO-EVOLUTIVOS
Esposa:____________________________________
Marido:
Imágenes:
Secuencia de Inducción negativa:
BASADO EN:
Actitudes problemáticas:
E:
1) ___
2)
____
3 )---M:
1 )___
2)
____
3 )___
Emociones problemáticas: E:
1) ___
2) ____
3 )---M:
1 )___
2) --3 )___
Conductas problemáticas: E:
1) ___
2) --3 )---M:
1 )___
2)
____
3 )___
Figura 6.1. Configuración del problema.
147
nutriente porque le hace sentirse temporariamente se­
gura, aunque también es posible que deteste su dulzura
porque probablemente vea en ella una señal de debili­
dad e ineptitud.
3. ¿Cuáles son las inducciones negativas basadas en la
vergüenza?
Las inducciones negativas co-creadas se suelen ba­
sar en la vergüenza. Estas inducciones pueden ser ob­
servadas por el terapeuta e incluyen conductas verbales
y no verbales. Por lo común, se experimenta vergüenza
en interacciones interpersonales, y ella puede ser in­
teriorizada e inducida fácilmente por otros en diferentes
contextos. Vergüenza es aquel sentimiento de humilla­
ción por el hecho de tener ciertos pensamientos, senti­
mientos o conductas, que, al principio, es originalmente
comunicado a los niños por personas significativas. Fossum y Masón (1986) la definen como «un sentimiento
interior de total rebajamiento o deficiencia como perso­
na» (pág. 5). Una persona puede sentirse tan expuesta e
incompetente que se vea despojada del sentimiento de
su propia valía.
A veces estos sentimientos empiezan a edad tempra­
na, e incluso a edad preverbal. Main y Weston (1982)
grabaron videocintas de bebés que respondían al re­
greso de la madre tras una separación. Manifestaban
ambivalencia hacia su madre, a la que abrazaban y
apartaban, o mantenían una mirada inexpresiva. Otros,
más inseguros, reaccionaron con conductas de evita­
ción activa. En opinión de Helen Lewis (1987), estas
reacciones serían las señales precursoras de un senti­
miento de vergüenza ante el rechazo. Tal vez el niño pro­
cure evitarlo pasando a la ira y el furor.
En los análisis de un conflicto adulto para el que sea
posible comprobar un desarrollo temprano de senti­
mientos de vergüenza, la vergüenza acaso constituya la
base de inducciones interpersonales y de defensas in­
dividuales negativas. Los afanes de perfeccionismo, de
poder y de éxito (Kaufman, 1980), u otras aspiraciones
que permitan evitar la experiencia terrible de la ver­
güenza, pueden convertirse en potentes inductores de
trance en la comunicación conyugal. Veamos un ejem-
148
pío hipotético de inducción negativa basada en la ver­
güenza:
Esposa (en tono acusador): Necesitamos más dinero pa­
ra la casa.
Esta afirmación avergüenza al marido y activa un filme
interior en el que su padre aparece despreciado por su
madre, u otro que lo muestra a él como un esposo terri­
ble. La implicación es: «Eres un marido incompetente y
tengo miedo».
Marido (en tono acusador): No logro comprender por qué
no puedes administrar las cuentas de la casa.
Este aserto avergüenza a la esposa y activa un filme in­
terior en el que su madre aparece despreciada por el pa­
dre, u otro que la muestra a ella como una esposa in­
competente. La implicación es: «Eres irresponsable y
tengo miedo».
Esposa; No puedo hablarte de esto y las cuentas se acu­
mulan. No importa, como siempre, me ocuparé de eso.
Esta declaración provoca aún más vergüenza y senti­
mientos íntimos de abandono. La implicación es: «Seré
más competente, pero deseo que cuides de mí».
Marido: ¡Bruja! ¡Déjame en paz!
Su exclamación suscita ira, sensación de rechazo y sen­
timientos íntimos de abandono. La implicación es: «Te
apartaré de mí para que no puedas ser la primera en
marcharse emocionalmente».
La atención de cada cónyuge está enfocada hacia
adentro: en este punto, ambos han experimentado pro­
bablemente alguna forma de disociación. La inducción
basada en la vergüenza ha promovido en ellos un estado
de trance negativo.
4. ¿Qué actitudes, emociones y conductas problemáticas
los llevan a la disjunción y el descontento?
Al analizar la pauta sintomática en parejas, conviene
discernir entre las creencias limitantes o los modelos de
respuesta emocional que parecen incontrolables, y las
conductas concomitantes. Una pareja con la que trabajé
149
explicó que su relación había sido romántica y apasio­
nada al comienzo; ambos tenían la sensación de haber
hallado por ñn a la única persona capaz de hacer que se
sintieran conectados y atendidos por un ser nutriente.
La esposa dijo haber creído equivocadamente que este
segundo matrimonio daría un nuevo «papá» a su hija (y
a ella) sin generar conflicto alguno acerca del anterior
papá. De hecho, había querido remplazar a su primer
marido, convencida de que podría hacerlo sin causar
aflicción o dolor alguno. Aunque advertía que eso era
una quimera, siguió presionando a su nuevo esposo
para que actuara paternalmente con ella y con su hija.
Pretendía que fuera el padre perfecto, pero estorbaba su
acción parental porque temía que fuese demasiado duro
con su hija. Su esperanza de tener un padre-salvador
que la rescatara de su desdichado matrimonio anterior
constituía una actitud problemática porque colocaba a
su segundo marido en un rol imposible. Por su parte, él
intentaba cumplirlo mostrándose exigente y áspero con
su hijastra. Tenía la expectativa de cumplir para esta el
papel parental en todos sus matices, pero en cambio se
veía apartado con violencia de la relación madre-hija.
Ansiaba desesperadamente ser amado y apreciado, y
creía tener la solución para el problema de la hija de ma­
la conducta con tal que su esposa lo escuchara.
En esta parte de la compilación de datos es impor­
tante discernir las defensas utilizadas por cada cónyuge
que suscitan defensas complementarias. Las diversas
defensas empleadas indican la clase de distorsiones que
se producen. Para crear una estabilidad, se suscitan de­
fensas recíprocas: por ejemplo, la ira y la hostilidad de
un cónyuge suelen provocar sentimientos similares o un
retraimiento pasivo. Una identificación proyectiva sus­
citará lo proyectado: el hombre que cree ser víctima de
agresiones o engaños por parte de otros y proyecta esta
idea en su esposa, provocará en ella una conducta agre­
siva o embaucadora. Los terapeutas orientados hacia la
relación de objeto denominan «contratrasferencia» a
esta respuesta provocada. Si jugamos con las palabras,
diríamos que se produce una «contra-trance/ferencia».
La «trance-ferencia» original es una inducción mutua en
la que el esposo que inicia el proceso experimenta una
150
regresión de edad, y a veces el otro hace una progresión
de edad y pasa a ser una figura parental. La contra­
trance /ferencia se agota en estos roles o en la batalla
que se sigue por determinar quién podrá seguir siendo
el hijo y quién la figura parental.
Si el conflicto es simétrico o complementario, el tera­
peuta puede individualizar el modelo de respuesta de­
fensiva. Quizás una complementariedad creciente in­
cluya al marido que dicta órdenes a medida que aumen­
ta la torpeza de la esposa, y una simetría creciente, al
marido que critica a su esposa y es criticado por ella.
Desde luego, estos roles pueden invertirse. Para deter­
minar el consiguiente proceso de devaluación mutua y
conducta ritualista en trance, el terapeuta averiguará la
naturaleza del conflicto, las defensas utilizadas y las
conductas que provocan el trance negativo. Además, de­
be discernir las conductas que inducen un trance ritua­
lista positivo (comunicación personal de J. W. Wade,
1989). El trance es ritualista porque el mismo tema o
comunicación ocurre repetitivamente en determinados
momentos de la relación, provocado por las mismas
señales (cf. figura 6.1).
5. ¿Cuáles son ¡as cuestiones evolutivas y las tareas in­
completas implicadas en el problema?
Muchos problemas actuales en la relación de pareja
se originan en la vida temprana de los cónyuges. El sín­
toma emergente, sea cual fuere, se enraíza de algún mo­
do en percepciones distorsionadas, perturbaciones afec­
tivas y una crianza inadecuada que se remontan a un
pasado distante. Sheldon Cashdan (1988) opina que «la
naturaleza de las dificultades del paciente se puede atri­
buir a detenciones en el desarrollo del s elf y a anomalías
en la escisión» (pág. 53). Es importante que el terapeuta
esté familiarizado con la teoría evolutiva. Para determi­
nar las carencias evolutivas de cada persona, conviene
tener presente un esquema. Una vez identificados los
problemas evolutivos, el terapeuta conyugal podrá ayu­
dar a cada esposo a proporcionar estas experiencias me­
diante el trabajo en trance y/o la asignación de tareas.
Rupturas en el apego sufridas a edad temprana sue­
len ocasionar dificultades en la atadura conyugal y en la
151
atadura adulta en general. Por lo común, los adultos
que se sienten solos y vacíos, que son reacios a las rela­
ciones íntimas y se retraen de los demás, han tenido di­
ficultades en su atadura temprana. En las familias en
que se cometen abusos, no es raro que se exija a los ni­
ños un comportamiento adulto. Si un cuidador presiona
a un niño para que sea un personaje de apego o es am­
bivalente en su función nutricia, es probable que ese ni­
ño cobre un apego angustioso por él. El cuidador amena­
zará abandonarlo si se rehúsa a actuar como personaje
de apego. El niño se volverá iracundo, demasiado res­
ponsable y acosado por el sentimiento de culpa (DeLozier, 1982). Ya adulto, tal vez intente compensar esto
cobrando un apego ambivalente por su cónyuge.
La separación-individuación es una experiencia uni­
versal que ocurre a lo largo de la vida, y no sólo en una
fase temprana como postulan algunos teóricos evolu­
tivos. El proceso se percibe en cada experiencia de con­
tacto con otras personas. Comienza cuando una perso­
na conoce a otra, inicia relación con ella y, dentro de la
relación, se acerca y se aleja alternativamente. Es visible
en todas las fases de nuestro desarrollo cuando trata­
mos de aprender a ser individuos y, al mismo tiempo, a
relacionarnos con los otros, y nos ponemos en una si­
tuación paradójica que no es un proceso de y/o, sino de
y/y. Esta dinámica culmina en la muerte, la separación
definitiva de la relación tal como la conocemos.
E ta p a s ev o lu tiv a s 1’2
El siguiente breve esquema evolutivo pretende asistir
al terapeuta en su evaluación de lados débiles y fuertes.
1 Un estilo de vida Influye sobre estadios evolutivos. Los que llevan
una vida sana y equilibrada pasan con más comodidad las fases de
transición para experimentar diferentes estadios de desarrollo. Los
métodos que la gente emplea para obtener satisfacción pueden pro­
longar o acortar el lapso de vida.
2 Las mujeres experimentan las etapas de desarrollo de una ma­
nera un poco diferente que los hombres. El terapeuta debe tener en
cuenta estas diferencias
152
Hasta los 6 meses: El bebé debe cobrar apego a la
madre o al cuidador y ser capaz de formarse una Imagen
mental de él. Surgen nociones tempranas sobre la esci­
sión entre «el progenitor bueno y el malo» (esto depende
de la disponibilidad de la madre para atender a las de­
mandas inmediatas del bebé). La madre o el cuidador
tienen que experimentar hacia el bebé un sentimiento
de cálida solicitud. Las interacciones entre este y su ma­
dre o cuidador influirán en su personalidad adulta.
El terapeuta conyugal puede querer determinar la
calidad y naturaleza del apego que cada esposo ha co­
brado por el otro. La calidad del contacto que cada uno
establece con el otro puede reflejar un trastorno en su
evolución a partir de este período. Por lo tanto, el trabajo
hipnótico abordará la recreación de experiencias de ape­
go en forma simbólica o metafórica.
5 a 9 meses: El bebé empieza a sentirse separado de
su cuidador, y se produce un «nacimiento psicológico» al
iniciarse su diferenciación respecto de este. La defini­
ción de «a mí» comienza en esta etapa. El niño se aparta
físicamente del cuidador, si bien continúa utilizándolo
como el puerto de origen al que puede volver en caso ne­
cesario. Nace en él la necesidad de explorar su entorno,
que lo impulsa a gatear y dar sus primeros pasos. El
cuidador debe apoyar esta separación incipiente y, a la
vez, estar disponible cuando el bebé vuelva a él para cer­
ciorarse de que aún está allí.
9 a 18 meses: Algunos terapeutas de la corriente de
las relaciones de objeto denominan a esta fase «periodo
de reacercamiento». La separación de su madre o cui­
dador angustia al niño; debe aprender a estar separado
y a mantener una sensación de seguridad. Por esta épo­
ca, el niño empieza a nombrarse a sí mismo y a identi­
ficarse con su madre o cuidador. Se establece la perma­
nencia de objeto: si el cuidador sale de la habitación, el
niño puede conservar una imagen interior de él que le
proporcione una sensación de seguridad hasta su regre­
so. La imposibilidad de lograr la constancia y perm a­
nencia de objeto puede generar una memoria evocativa deficiente y ahogar la capacidad de hacer el duelo
(Masterson y Rinsley, 1975). En opinión de Masterson
(1981), el niño criado por un cuidador fronterizo verá re­
153
forzada su conducta dependiente y regresiva, y castiga­
da su conducta separadora-individuadora. Las imáge­
nes interiorizadas del propio ser y el cuidador adqui­
rirán dimensiones polarizadas. Una parte de la imagen
interior del cuidador estará teñida de censura, hostili­
dad, ira y ataque; otra parte parecerá cariñosa, apro­
badora y dispuesta a prestar apoyo. En cuanto a la ima­
gen del propio ser, en un polo estará desvalorizada con
sentimientos de indefensión y culpa, sumados a un
afecto de ira y furor crónicos bajo cuya superficie se
oculta una depresión por abandono; en el polo opuesto,
será complaciente, obediente y buena, con un afecto de
calidez y confianza que oculta un deseo de reunirse con
el cuidador (Meissner, 1988).
El terapeuta conyugal querrá evaluar la diferencia­
ción de cada esposo respecto de su primer cuidador a fin
de establecer cuánto propio ser separado ha aportado a
la relación. Tal vez tenga que diferenciar el periodo ac­
tual del período de la adolescencia en que la separación
vuelve a constituir un problema. La frecuencia con que
cada esposo experimenta la necesidad de estar en con­
tacto con un progenitor puede evidenciar una falta de
diferenciación. Si la constancia o permanencia de obje­
to constituye un problema, el trabajo hipnótico deberá
abordar el problema de permanecer separado y seguro
y, al mismo tiempo, mantenerse conectado.
2 a 3 años: El proceso de separación debe completar­
se en este período. Se forman las imágenes interiores de
propio ser y otros; se escinden las imágenes del propio
ser bueno-malo, pero persiste la del cuidador buenomalo. El niño sigue desarrollando la constancia de ob­
jeto hasta los tres años, de manera tal que el progenitor
puede salir de la habitación y el hijo puede mantener
una imagen interior de él para sentirse seguro.
Es posible que el terapeuta conyugal evalúe la cons­
tancia de objeto de ambos cónyuges para determinar si
la angustia de separación guarda relación con un pro­
blema temprano. Ante una separación temporaria, al­
gunas personas son incapaces de mantener una imagen
del cónyuge o la sensación de estar conectadas con él.
En tales casos, resulta útil hacerles llevar consigo un re­
trato del esposo (que contemplarán de vez en cuando) o
154
un objeto de su pertenencia que actúe como «objeto
transicional», es decir, como un símbolo portador de la
sensación y la imagen de conexión durante las separa­
ciones.
Otto Kernberg (1979, 1984) señala tres etapas evolu­
tivas que, a su juicio, reflejan la relación madre-hijo
compuesta de «representaciones intrapsíquicas bipola­
res»: introyección, identificación e identidad yoica. Estas
representaciones contienen tres elementos: una imagen
del self\ una imagen del otro y un afecto asociado. La in­
troyección consiste en asimilar las imágenes de objeto y
del self derivadas de experiencias vividas con el primer
cuidador, y en asignarles valencias positivas o negati­
vas. La etapa de identificación refleja la capacidad del
niño de adquirir un sentido de sí mismo, es decir, sentir­
se un individuo capaz de influir en su mundo y de ma­
nejar sus sentimientos. Por último, la etapa de la iden­
tidad yoica refleja una integración del s e lf a partir de
todas las experiencias vividas con los padres; tal inte­
gración puede dirigir la conducta.
El terapeuta conyugal debe recordar que el padre de­
sempeña un papel importante en la evolución temprana
del hijo y en la relación triàdica madre-padre-hijo inicia­
da no bien nace el bebé. La representación de esta rela­
ción queda interiorizada en el niño como una imagen del
se¡f, de los progenitores (separadamente y como pareja)
y de afectos asociados por experiencias vinculadas con
la danza diàdica o triàdica.
3 a 7 años: El niño vive en un mundo mágico donde
los hechos parecen acaecer impelidos por alguna fuerza
misteriosa. Se establece la capacidad de pensamiento
lógico. El niño empieza a pensar que otras personas
construyen el mundo como lo hace él; además, aprende
ciertos mecanismos defensivos (p.ej., proyección y re­
presión).
En ocasiones, el terapeuta conyugal observa en un
paciente adulto tendencias al pensamiento mágico indi­
cadoras de que tuvo alguna dificultad de aprendizaje en
este período. En tales casos, le conviene identificar los
mecanismos defensivos del individuo.
7 a 11 años: En la prepubertad, el niño empieza a in­
teresarse más por los familiares de su mismo sexo y
155
aprende a ser compañero. Una experiencia abusiva
vivida a esta edad puede traer dificultades en la forma­
ción de la identidad sexual durante la etapa siguiente.
11 a 15 años: La adolescencia es un periodo decisivo
del desarrollo. Aparece la capacidad de abstracción a
medida que se discuten conceptos y constructos. El
adolescente se caracteriza por su pensamiento idealista,
un enfoque de la atención en el aspecto físico y una ten­
dencia a tener opiniones simplistas y precisas acerca de
ciertas cuestiones, con la idea de que «Yo tengo razón; tú
estás equivocado». Comienzan a desarrollarse las rela­
ciones con el sexo opuesto. Si a los padres les cuesta
allanarle el camino hacia la partida del hogar y dejarle
practicar con sus nuevas relaciones, fomentarán invo­
luntariamente en el adolescente sentimientos de culpa y
vergüenza por tener estos deseos naturales.
Los problemas derivados de este período de creci­
miento quizá se revelen en la adultez a través de suce­
sivas aventuras extramatrimoniales, dificultades sexua­
les, matrimonios en serie o tendencias a cambiar de em­
pleo con frecuencia.
15 a 20 años: En esta etapa de adultez temprana se
establecen las metas futuras. El joven empieza a elegir
sus intereses y a trazar sus rumbos. Por lo general, a
esta edad se independiza y deja el hogar. En algunos ca­
sos, las dificultades que experimenta en su preparación
para partir y durante la partida lo impelen a quedarse
en el hogar paterno hasta ya entrada la edad adulta, y a
mostrarse reacio a fundar una familia.
20 a 30 años: Esta suele ser la etapa de la adultez en
que la persona se establece: se casa, funda una familia y
abraza una profesión. Aprender a equilibrar las tensio­
nes de la vida de relación y las exigencias de la profesión
constituye un problema para muchos hombres y muje­
res. Por lo común, la esposa que queda embarazada introvierte su atención, apartándola del marido, para ma­
nejar el proceso de la gestación y el parto. Si el marido
tiene dificultad en dominar la aflicción que le causa el
«perder» a su esposa a manos de un pequeño intruso, tal
vez se retraiga resentido. Si ella se siente abandonada
por su esposo, ambos podrían tener dificultades en re­
conectarse tras el nacimiento del hijo.
156
30 a 40 años: Hacia los treinta años, suelen derrum­
barse los viejos mecanismos defensivos que sostuvieron
y guiaron al individuo en su camino por la vida, y se pro­
duce un profundo trastorno y una revaluación del pro­
pio ser, del matrimonio y de la profesión. El individuo
empieza a darse cuenta de que es mortal. Es común que
la mujer se sienta urgida a tener un hijo.
40 a 50 años: En esta etapa de la vida hay un afán de
triunfar en la profesión. Se suele experimentar angustia
por la propia condición mortal. La trasformación natu­
ral de la estructura familiar a medida que los hijos dejan
el hogar destaca el paso del tiempo. Hombres y mujeres
por igual pueden sufrir la «crisis de la mediana edad»,
que fomenta una integración de diversos aspectos de
nosotros mismos. Intentamos conciliar nuestras polari­
dades afectuoso-mezquino, altruista-egoísta, creativodestructivo.
50 a 60 años: Esta etapa se caracteriza por la pre­
paración para la vejez. Con frecuencia, se despierta un
interés por objetivos espirituales y por el desarrollo per­
sonal. Los adultos suelen convertirse en abuelos y nece­
sitan reconciliarse con ciertos desengaños que quizá
tuvieron con sus hijos. También pueden surgir proble­
mas de cambios físicos y pérdida de potencia física.
60 a 70 años: Muchas personas continúan trabajan­
do hasta bien entrada la vejez, por lo que podría decirse
que en esta etapa disfrutan del papel de «ancianos esta­
distas». A menudo, pasan a ser los sabios consejeros y
mentores de la gente más joven. Orientando a quienes
necesitan una guía frente a los problemas de la vida.
Puede ser la época más productiva para integrar di­
versos aspectos del propio ser, y aquella en que se reali­
ce y disfrute el trabajo profesional más productivo.
Más de 70 años: Esta etapa se caracteriza por la pre­
paración para una vida fecunda. La jubilación o cierta
disminución del rendimiento suelen marcar un cambio
en la vida laboral. El individuo atiende más a vivir para
sí y hacer aquellas cosas quizá postergadas en una eta­
pa anterior. A esta edad, se requiere una doble capaci­
dad de reenfoque para identificarse con algo que no sea
una profesión. Es posible que sobrevengan grandes cri­
sis evolutivas como la viudez o los cambios en la salud.
157
Etapas evolutivas en la relación conyugal
Además de las etapas evolutivas individuales, la rela­
ción conyugal se caracteriza por otras siete etapas evo­
lutivas y sus tareas concomitantes: romance, desilu­
sión, conflicto, reorganización, expansión, contracción y
estabilización de la relación. De hecho, no es raro que
una pareja oscile entre una etapa y otra hasta alcanzar
la estabilización. Una vez estabilizada la relación, dis­
minuye la recirculación por las etapas anteriores.
Romance: El comienzo de un matrimonio se caracte­
riza por la idealización y la proyección. El estado de con­
ciencia positivo mutuo que experimentan ambos cónyu­
ges es un túnel emocional a modo de un útero que pro­
cura un maravilloso estado de seguridad y pertenencia.
Los límites yoicos se derrumban para dar paso a una
unión simbiótica que se percibe nutriente y extática. Pe­
ro la vida empieza a volver a la normalidad, y cada es­
poso comienza a redefinirse a sí mismo como individuo y
como parte de la pareja. La tarea evolutiva de esta etapa
es el apego y la ligazón. Si el proceso se logra, los límites
yoicos se restablecen naturalmente; si hay dificultades
en la separación-individuación, surgirán conflictos.
Una pareja con la que trabajé relató la historia del
inicio de su relación. Se habían conocido en el lugar de
trabajo, pero la política de la empresa prohibía las citas
entre sus empleados. Había algo muy intenso, eléctrico
y arriesgado en el hecho de estar juntos. En el trabajo
fingían conocerse poco, lo cual sólo aumentaba el ro­
manticismo de sus citas, en las que compartían el vino y
un secreto maravilloso a la luz de las velas. Finalmente,
la intensidad de la relación se hizo tan dolorosa que uno
de ellos cambió de empleo. Se casaron y a los seis meses
hacían terapia, quejándose de la tediosa vida conyugal.
Se sentían confundidos y frustrados ante el cambio su­
frido por sus antiguos sentimientos. La excitación desa­
pareció junto con el secreto que los había unido tan in­
tensamente. Al cambiar el contexto que originó su cone­
xión, descubrieron de qué modo habían dejado que el
inicio de una relación definiera su matrimonio.
Desilusión: Esta etapa de la relación marca el co­
mienzo del desengaño, al advertir que el cónyuge no es,
158
quizá, la persona Idealizada que alguna vez supusimos.
Enfrentar la humanidad del compañero es una parte
difícil del proceso de separación de la fusión. Por otro
lado, y esto también genera desilusión, cada esposo se
da cuenta de que él o ella tampoco es la imagen de la
persona ideal. En esta fase, algunas parejas experimen­
tan una fusión intensa que puede durar años. Cuanto
más intensa sea, tanto mayor será el sentimiento de am­
bivalencia sobre si llevarán adelante el matrimonio o le
pondrán fin.
Las tareas de esta etapa incluyen desarrollar una
imagen realista del cónyuge, negociar el movimiento en­
tre la separación y la unión, y llegar a apreciar al compa­
ñero tal como es, con sus virtudes y sus debilidades.
Conflicto: Es una etapa cargada de discusiones y lu­
chas, en la que cada esposo intenta definir un s elf den­
tro de la relación. Esta vez, el escenario del crecimiento
será la responsabilidad por las decisiones (quién decide
qué). Suele empezar la danza hipnótica y se identifican
los primeros motivos de disputa que quizá sigan a la
pareja a lo largo de su relación.
La tarea en esta etapa consiste en establecer las re­
glas de la relación. Se resuelve dónde fijará cada esposo
los límites para su self y su pareja, lo cual provoca con­
flicto.
Reorganización: Hay una aceptación y un reordena­
miento de las idealizaciones, que se trasforman en per­
cepciones más realistas de la pareja elegida. Si esta eta­
pa no se ha dado antes del nacimiento de los hijos, el re­
ordenamiento implicará una adecuación del rol parental
dentro de la propia identidad. La mujer embarazada
tiende a introvertir su atención, apartándola de su ma­
rido; queda absorta por la vida que lleva dentro de sí
y mantiene una comunicación constante con otro me­
diante la conexión más íntima que pueda experimentar
un ser humano. Todo esto es natural. Si, una vez nacido
el hijo, a los cónyuges les cuesta reconectarse (para la
mujer, esto equivale a pasar de un estado de trance orien­
tado hacia adentro a otro orientado hacia afuera), habrá
conflictos y dificultades en la etapa de reorganización.
Expansión: Se caracteriza por la incorporación de
nuevas personas a la relación. Las tareas de esta etapa
159
incluyen integrar una profesión y la crianza de los hijos
en el estilo de vida corriente. Cada esposo debe reajustar
su tiempo, energías y recursos, y afrontar la aflicción
que le causa la pérdida de la antigua relación puramen­
te diàdica. El triángulo de la familia de origen (madrepadre-hijo) que se había interiorizado se forma ahora en
la realidad, fuera de la imagen mental de la persona. Se
imponen otros ajustes que permitan abordar las pro­
yecciones consiguientes y la dinámica de la relación
triangular, que evolucionará con el tiempo.
Contracción: Los hijos se emancipan uno tras otro y el
sistema se contrae. Cada vez que un hijo deja el hogar,
los padres deben contraerse y reenfocarse más en su re­
lación. Su capacidad de retracción depende de su capa­
cidad de enfrentar su propio envejecimiento, los sueños
quizá no cumplidos todavía y el deseo de perseguir otros
intereses.
Estabilización: En la vida de muchas parejas, llega
un momento en que la disyuntiva sobre si seguirán con­
viviendo o no deja de ser un problema. Se han compro­
metido mutuamente y con su relación. Esta etapa los
encuentra dedicados a resolver sus conflictos y a traba­
jar juntos por un futuro mejor.
Años fecundos: Si la pareja ha sido capaz de tratar
sus problemas productivamente y ha logrado resolver,
hasta cierto punto, sus temores frente a su condición
mortal, este puede ser uno de los períodos más satisfac­
torios de la vida conyugal. Acaso se insista en las cues­
tiones espirituales, y haya más trasferencia recíproca y
un profundo aprecio mutuo como individuos.
En la vida, hay transiciones evolutivas por las que
pasan todas las parejas: matrimonio, nacimiento del
primogénito, edad escolar, adolescencia y emancipación
de los hijos, pérdida de los padres, ser abuelos, viudez
(en algunos casos), nuevas nupcias o vivir solos.
Cabe señalar la frecuente interacción entre las eta­
pas evolutivas individuales y la etapa de desarrollo de la
pareja. A veces, estos factores generan conflictos. Los
tiempos de transición entre etapas de crecimiento indi­
viduales y transiciones evolutivas de la pareja y/o fami­
lia pueden dificultar la capacidad de cooperación de los
esposos.
160
6. ¿Qué cuestiones sistémicas íntewinientes en el pro­
blema incluyen fronteras funcionales, poder, deposición
de resentimientos, fantasmas generacionales, contexto y
regulación de la distancia?
Fronteras: En algunos casos, existen fronteras claras
y flexibles entre los esposos dentro del sistema conyu­
gal, entre la pareja y otros subsistemas (hijos, abuelos) y
entre la parejay otros sistemas ecológicos (p.ej., amigos,
entorno laboral, organizaciones). Llamamos «fronteras»
a las actitudes y conductas que definen a la pareja como
entidad y la separan del mundo. También definen a los
cónyuges como individuos separados entre sí. Las fron­
teras pueden ser rígidas o permeables.
La dificultad surge cuando la frontera entre la pareja
y el mundo exterior es confusa y permite la participa­
ción de otras personas en la experiencia íntima de la
relación conyugal (permeabilidad excesiva de los pará­
metros). A veces este problema se plantea cuando un
compañero discute su relación con un progenitor para
solicitar su intervención ante el otro cónyuge. Una de­
pendencia excesiva o insuficiente del mundo exterior
como fuente de apoyo también puede ocasionar pro­
blemas. Algunas parejas se involucran a tal punto con
otras personas que desatienden su relación, o se invo­
lucran tan poco que esperan que el matrimonio satis­
faga todas sus necesidades. Cuando una pareja parece
tener dificultad en mantener sus amistades, tal vez se
deba a la rigidez de sus límites.
Uno de los problemas conyugales de más difícil supe­
ración es la falta de fronteras entre los cónyuges dentro
de la relación. Fronteras permeables implican una ten­
dencia a asumir una responsabilidad excesiva por el otro
al extremo de sacrificar el propio bienestar, y una inca­
pacidad de estar solo o separado, o de sostener opiniones
disímiles sin sentir una angustia abrumadora. Esta ten­
dencia se suele llamar «afán de fusión» de dos personas
que se sienten ineptas. En ocasiones, una pareja se une
en un intento de formar una persona completa. A cier­
ta paciente joven la invadía totalmente el pánico si su
amante no la llamaba por teléfono por lo menos una vez
al día. Empezaba a sentirse abandonada y separada a
tal extremo que vivía su propio temor a no existir.
161
Poder: Gregory Bateson ha discernido dos relaciones
importantes de poder: simétrica y complementaria. Am ­
bas son importantes en relaciones funcionales. Cuando
se comparte el poder, hay reciprocidad y equilibrio. En
cambio, las relaciones meramente simétricas tienden a
ser extremadamente competitivas. Es preciso que haya
intercambios complementarios, cierta capacidad para
adoptar, de vez en cuando, la posición desigual en la que
uno da y el otro recibe. Cuando se lucha por el poder,
aumenta el conflicto y la comunicación se hace confusa.
Deponer un resentimiento y aferramiento a é l La in­
capacidad de deponer resentimientos es un importante
criterio diagnóstico. Puede ser función de cierta falta de
fortaleza interior, o tal vez tenga su raiz en un conflicto
temprano. De ordinario, esta dinámica opera entre las
parejas cuando el resentimiento desempeña un papel
importante en la regulación de la intimidad y el distanciamiento. En una relación conyugal, cada esposo debe
experimentar un se¡f separado en grado suficiente para
desidentificarse de su propia interpretación de la con­
ducta del otro y aceptar otra idea o explicación.
Fantasmas generacionales: Las lealtades a genera­
ciones anteriores y la dificultad para fijar límites jerár­
quicos pueden estorbar la relación de pareja. Donald
Williamson (comunicación personal, 1984) opina que es
imposible diferenciar y crear plenamente un matrimo­
nio sano mientras no se renegocie la frontera jerárquica
entre el progenitor y el hijo adulto. Estos problemas re­
lacionados con la familia de origen traban constante­
mente la capacidad de funcionamiento pleno del sis­
tema conyugal. Algunas familias de origen exigen que
sus hijos adultos vivan en la misma vecindad que los pa­
dres: de lo contrario, los excluyen por desleales. Estas
presiones pueden tensionar a un matrimonio al extremo
de llevarlo al divorcio a menos que la pareja sea capaz de
arriesgarse a defraudar a sus padres.
El terapeuta conyugal querrá discernir si alguna otra
«entidad» cohabita con la pareja o, por decirlo así, vive
dentro del matrimonio. La frecuente presencia fantas­
mal de un progenitor o un abuelo complica las interac­
ciones conyugales e influye en la pauta establecida en­
tre los cónyuges.
162
Contexto: Para evaluar el problema de una pareja, es
importante considerar la influencia del contexto sobre
su relación. ¿En qué medida la pareja y los individuos
que la componen están bien establecidos en su comu­
nidad o están aislados de ella? La respuesta a esta pre­
gunta refleja el grado de intimidad recíproca que pueden
alcanzar. Cuanto mayor sea la capacidad de una pareja
de aportar otros apoyos a la psique del matrimonio tanto
más fácil le resultará a esta psique capear temporales
conyugales. La fuerza de su conexión con la comunidad
es un factor decisivo para determinar su capacidad de
resistencia a las dificultades.
Regulación de la distancia: Kantor y Lehr (1975) han
descubierto un ciclo de apego y distanciamiento, un vai­
vén constante entre los cónyuges que expresa una am­
bivalencia normal. Este movimiento regula la necesidad
de intimidad y distancia; cuando un esposo desea la pri­
mera y el otro la segunda, puede haber problemas.
7. ¿Cuáles son los procesos evolutivos para el terapeuta?
La posición evolutiva del terapeuta en función de la
etapa actual de su vida, las tareas evolutivas que hayan
quedado pendientes de etapas anteriores y cualquier
problema no resuelto con su familia de origen afectarán
el proceso de psicoterapia y su vida privada. La posición
en que estamos en nuestra vida determina la clase de
psicoterapia que hacemos, el tipo de lentes que usamos
para percibir a nuestros pacientes y el modo en que ex­
perimentamos lo que Cari Whitaker (comunicación per­
sonal, 1989) llama el «proceso dialéctico», esto es, el en­
trar y salir de la familia desprendiéndose del triángulo
de la familia de origen para formar otro con el cónyuge y
la nueva familia. Whitaker compara este proceso con el
acto sexual: «Uno no puede quedarse adentro ni quedar­
se afuera; el secreto para lograrlo está en el movimiento
de atrás para adelante» (Whitaker, 1989).
8. ¿Q ué fenóm enos hipnóticos utiliza la pareja como
recursos? ¿Cuáles usa en demasía o insuficientemente?
Los esposos pueden utilizar y ampliar los fenómenos
específicos de trance ya en uso, su capacidad humorísti­
ca y lúdica, sus mecanismos de superación de stress y
163
otras fuerzas. También puede emplear y aplicar, con mi­
ras al cambio, aquellos recursos que impiden la des­
trucción definitiva de la pareja en tiempos difíciles. Es
importante precisar los fenómenos específicos de trance
ya en uso (cf. cap. 1). La mayoría de las parejas son
capaces de poner fin a una riña; no están en conflicto las
veinticuatro horas del día. Muchas tienen hipermnesia
para iniciar una reyerta y amnesia para salir de ella. El
terapeuta querrá ampliar su foco sobre el modo en que
salieron del conflicto y enseñarles a perfeccionar la so­
lución, para lo cual deberá evaluar con cuidado tanto
los fenómenos de trance en uso como los que benefi­
ciarían a la pareja.
9. ¿Cuáles son las principales defensas que esgrime ca­
da cónyuge contra la angustia?
Todos los mecanismos defensivos pueden conside­
rarse formas de disociación hipnótica; proporcionan un
refugio frente a un torrente de sentimientos abrumado­
res. Unas veces se desarrollan en respuesta a actitudes
familiares que han evolucionado de generación en gene­
ración; otras, son el producto de las críticas parentales o
del modo en que la familia resuelve los problemas. Por lo
general, las personas modelan sus actitudes y conduc­
tas según las de sus padres, o reaccionan contra estas
modelando diligentemente sus opuestos. Sobre la base
de las defensas particulares que utilizan las personas,
se pueden inferir las actitudes que se tenían en el sis­
tema familiar y las conductas repetitivas que se esceni­
ficaban. A los hijos se les enseña a usar las mismas de­
fensas que sus padres o las opuestas: por ejemplo, una
conducta criticadora y desdeñosa o despreciativa por
parte de un sistema familiar quizá produzca un niño con
las mismas características, o un niño pasivo, tímido y
sumiso. Si un terapeuta desea tejer hipótesis acerca de
los recursos que necesita un paciente para resolver un
dilema actual, le conviene determinar las defensas que
utiliza y cotejar con él sus suposiciones acerca de las
actitudes y conductas parentales.
Algunas personas han aprendido a entregarse a pen­
samientos obsesivos, acompañados a veces de conduc­
tas compulsivas: comer en exceso, hacer el amor para
164
reducir la angustia, estallar en furores compulsivos, be­
ber, gastar dinero o trabajar. Por lo común no advierten
en absoluto que la motivación básica de su conducta
Marido Esposa
Uso excesivo
Uso Insuficiente
Am nesia________________________________________
Amnesia del cónyuge________________________________________
Hipermnesia________________________________________
Regresión de ed a d ________________________________________
Progresión de ed a d ________________________________________
Alucinación positiva________________________________________
Alucinación negativa________________________________________
Disociación________________________________________
Anestesia________________________________________
Analgesia________________________________________
Distorsión del tiem po________________________________________
Figura 6.2. Fenómenos de trance.
puede estar dada por un sentimiento disociado. El afec­
to de angustia o miedo es manejado y mantenido fuera
de la conciencia por un pensamiento, incluso un afecto,
o una conducta repetitivos.
Cuando alguien se siente atascado en el examen de
un sentimiento repetitivo que parece inundar su mente
conciente de manera incontrolable, es posible que diso­
cie cognición de afecto. Una paciente creía que para «re­
elaborar sus sentimientos» debía pasar horas enteras
examinándolos, y así gran parte de su energía quedó re­
servada exclusivamente al examen de su dolor. Gracias
a una sugestión pos-hipnótica impartida durante un
trabajo de trance anterior, descubrió que cada vez que
recomenzaba sus reflexiones repetitivas y obsesivas po­
día reenfocar su atención en vez de seguir analizando su
sentimiento de dolor en busca de algún alivio y solución.
En estado de trance, aprendió a distraerse de él una vez
que hubo comprendido que era una vieja solución para
manejar el miedo. Pudo mirarlo desde una distancia y
examinarlo como algo dotado de textura, color y sustan -
165
cia o forma. Para completar la descripción del senti­
miento, adquirió la capacidad de diferenciar los grados
de angustia asociados a él y de percibir, en forma experiencial, su localización en su cuerpo y su pesantez o
levedad aparentes. A medida que empleaba sus propios
recursos en este examen interesante, pudo descubrir qué
estimulaba el miedo y formular un plan para reducirlo.
Todos los mecanismos defensivos implican una diso­
ciación del afecto respecto de la cognición o la conducta.
Entre los mecanismos de defensa se cuentan represión,
sofocación, desmentida, proyección, intelectualización,
formación reactiva, reacción de conversión, sublimación
y regresión. Los teóricos analíticos y psicodinámicos los
han definido como dispositivos protectores contra la an­
gustia y los sentimientos inaceptables.
Represión: Disociación grave de afecto y cognición
respecto de conducta, de manera tal que no hay ningún
recuerdo sobre el que se pueda basar un sentimiento,
pensamiento o acción presentes. Ejemplo: Una mujer
experimenta angustia cada vez que su esposo la toca en
determinada forma, pero no guarda ningún recuerdo
específico con el que pueda relacionar su reacción. No
obstante, es posible que más tarde rememore a un pa­
riente ligado al recuerdo de un incesto, a medida que
empiece a emerger la imagen penosa.
Sofocación: Disociación menos grave de un afecto que
acaso se expresa en un pensamiento o conducta. Ejem­
plo: Una mujer que siente ira hacia otra persona por al­
guna razón, se permite expresar indirectamente ese
sentimiento haciéndole una broma mordaz.
Negación: Disociación de afecto o cognición respecto
de conducta; es también una defensa frente a percep­
ciones. Ejemplo: Un bebedor justifica su conducta ase­
gurándose a sí mismo y a los demás que puede dejar de
beber en cualquier momento.
Proyección: Disociación de afecto o de pensamiento
en la que se percibe a otra persona como poseedora del
sentimiento o pensamiento inaceptables. Ejemplo: Un
cónyuge se siente distante y experimenta al otro como
deseoso de distanciarse. A menudo se descubre la circularidad de esta defensa cuando emerge en la siguiente
secuencia: «Tengo inquina» se convierte en «El me tiene
166
inquina» que, por su parte, se trasforma en «Le tengo in­
quina».
Intelectualización: Disociación de afecto acompañada
de un paso más bien hacia la explicación que hacia la
expresión de un sentimiento. Ejemplo: Un cónyuge vive
la experiencia de perder a un progenitor y la pena lo
abruma; el otro le dice, a modo de explicación, que «ya
era tiempo de que se muriera». Esta explicación es a la
vez un intento de apartar de sí el sentimiento de pesar y
proteger al cónyuge afligido, e impedirle «abandonar»
emocionalmente a su pareja.
Reacción de conversión: Disociación de afecto acom­
pañada de una conversión (a menudo, en una dolencia
somática). Ejemplo: Muchas personas que padecen de
jaqueca pueden expresar parcialmente su ira desenca­
denando una.
Sublimación: Disociación de afecto respecto de con­
ducta. Ejemplo: Un individuo remplaza su deseo de ac­
tuar [act out] una ira asesina por otros medios más se­
guros de desahogarla, como jugar al fútbol.
Regresión: Disociación de cognición respecto de afec­
to. Ejemplo: Una persona asustada empieza a vestirse, a
hablar y a actuar como si su edad emocional fuera mu­
cho menor que la cronológica.
10. ¿Cuál es la imagen del sistema fam iliar? ¿Cómo se
mantiene? ¿Es parte del problema?
Hay casos en que los conflictos no resueltos que se
traen desde la familia de origen se recrean en el sistema
familiar actual. Para comprender cómo se perpetúan
ciertos conflictos, conviene hacer explícita la familia que
cada uno lleva dentro de sí. La pareja compara y con­
trasta su propia relación con la de sus padres. Desen­
gaños no reconocidos en cuanto a si el cónyuge se pare­
ce o no a un progenitor a veces contribuyen a crear insa­
tisfacción en un matrimonio.
11. ¿Cuáles son la organización temporal y la capacidad
de futurización» de la pareja?
Conviene determinar el modo en que cada esposo
maneja el tiempo. Si enfoca demasiado su atención en el
pasado, el presente o el futuro, posiblemente el terapeu-
167
ta tenga que ayudar a la pareja a efectuar ciertos ajustes.
Algunos cónyuges adquieren una orientación excesiva
hacia el futuro, al que sólo ven con colores románticos e
idealistas. Otros permanecen demasiado orientados ha­
cia el pasado y sólo ven limitaciones negativas. Para ge­
nerar y evaluar posibilidades o metas futuras, la pareja
debe ser capaz de percibir metas futuras positivas y per­
cibir su tiempo en forma sincrónica. Cuando hay un
conflicto que atañe más bien al ajuste conyugal, «las
imágenes del futuro que tiene una persona suelen casar
mal con las de otros integrantes de su red social, los pla­
nes de acción trazados juntamente con otros individuos
se desincronizan y la emoción que prevalece suele ser
una ambivalencia hacia las expectativas e intenciones
ajenas respecto de la persona propia» (Melges, 1982,
pág. 288). Cuando la angustia traba la capacidad de
una persona de percibir el futuro como algo positivo, se
forma una espiral cibernética que, según apunta Mel­
ges, «consiste principalmente en una proalimentación
[feedforw ard] excesiva de previsiones o expectativas
aterradoras que se alimentan mutuamente» (pág. 288).
12. ¿Cuál es la imagen de la meta terapéutica?¿Qué imá­
genes estimula el paciente en el terapeuta?
El terapeuta puede futurizar al paciente y proyectar
su posible posición futura y aun el aspecto que tendrá
(comunicación personal de Stephen G. Gilligan, 1987).
Estas imágenes pueden ser valiosos recursos terapéu­
ticos inconcientes para el terapeuta siempre que tenga
presente la posibilidad de que el paciente se haya for­
mado otras imágenes.
13. ¿Qué grado de capacidad tiene la pareja para fa cili­
tar el movimiento pendular entre los estados de separa­
ción y unión?
La tendencia a fusionarse está presente en todas las
relaciones de pareja. Resulta útil averiguar con qué gra­
do de facilidad puede pasar una pareja de un estado de
separación a otro de unión. Cuando la fusión es consi­
derable, también suele serlo la ambivalencia acerca de
permanecer dentro de la relación. Podemos considerar
la fusión como un estado de conciencia en el que cada
168
cónyuge experimenta al otro como si fuera él mismo.
Una vez establecido el nivel de fusión al comienzo de la
terapia, el paso siguiente será formular varias hipótesis
para encauzar el tratamiento.
La calidad del contacto recíproco entre los cónyuges
es otra información importante para el diagnóstico. El
contacto es la energía intercambiada entre las personas.
Podría decirse que es la conexión de nuestro espíritu
con otro. El contacto genuino entraña un encuentro de
estados de ánimo o sentimientos que nos deja una expe­
riencia de inspiración, elevación o trascendencia de lo
mundano. Algunas personas son muy prudentes y cui­
dadosas respecto de su participación en la danza; otras
son agresivas, se desesperan por ser alimentadas y con
frecuencia se muestran ávidas de «devorar» a otro. Ri­
chard Heckler (1984) indica que «entrar en contacto con
el ritmo de entusiasmo de alguien es conectarse con la
parte más profunda y esencial de esa persona, y esta
conexión crea las condiciones para avanzar en el apren­
dizaje y la comunicación» (pág. 120). La calidad del
contacto se une a la calidad y la satisfacción del sistema
de relación. Según Heckler, un contacto puede estar
unido a la polaridad contención-descarga. A algunos in­
dividuos les cuesta contener su energía, que desborda
sus propios límites y los del cónyuge. Otros tienen pro­
blemas de descarga y retienen su contacto de manera
tal que su pareja siempre los está persiguiendo. Habi­
tualmente, cuando un esposo retiene sus sentimientos,
el otro descarga los suyos hasta la exageración. Este
proceso es un intento de equilibrar el sistema.
En los comienzos de mi carrera profesional, trabajé
en un hospital donde se trataban muchos casos de re­
habilitación. Allí, un joven retardado mental me enseñó
qué era el contacto íntimo. Frecuentaba mucho el hos­
pital porque había nacido con el corazón perforado. Un
día, al presentarme a trabajar, mis colaboradores me
informaron que Dennis se había internado nuevamente.
Cuando fui a verlo, por la tarde, me dijo que se iba a ver
a su abuela, quien había muerto ese mismo año. Presa
del pánico, pensé que debía protegerlo y darle aliento.
Pero cuando intenté tranquilizarlo diciéndole que regre­
saría pronto, me lanzó una mirada directa y resuelta.
169
sonrió y respondió: «En verdad, está bien morirse». En
aquel instante compartimos una serenidad Increíble, el
sentimiento de que ambos habíamos trascendido su re­
tardo mental y mi retardo emocional para tocarnos mo­
mentáneamente. Al día siguiente, su corazón dejó de
latir. Dennis entró profundamente en mi conciencia.
Siempre recordaré su rostro aniñado y su sabiduría in­
trínseca.
La manera en que una persona usa el contacto nos
permitirá descubrir cuál es el modo más apropiado de
abordarla. Si somos demasiado efusivos en nuestros
contactos iniciales con un paciente cauteloso e introver­
tido, sólo conseguiremos que se retraiga aún más. Tene­
mos que seguir sus señales en nuestro avance hacia
una mayor intimidad en la relación terapéutica.
El repertorio de contactos de que dispone cada cón­
yuge es importante para definir este elemento como un
recurso aprovechable. Si la pareja puede utilizar pala­
bras, toques, gestos u otros medios de establecer con­
tacto, se amplía la gama de posibilidades. Si un cónyuge
sólo posee un medio de contacto (p.ej., las palabras),
pueden surgir dificultades. Recuerdo el dicho de un
personaje de T. S. Eliot completamente fuera de con­
tacto: «Tengo que usar palabras cuando te,hablo» (1986,
pág. 123). Si las parejas intentan forzar contacto, el re­
sultado será un descontento.
Hay reciprocidad entre las personas por su modo de
contactarse: un cónyuge quizá responda a la agresivi­
dad del otro con una actitud más pasiva. Por lo general,
los esposos procuran equilibrar la dinámica de contacto.
En El Principito, Saint-Exupéry (1943) ejemplifica el
proceso para los más recelosos:
«¿Qué significa "domesticar"?», preguntó el Principito.
«Significa establecer vínculos», contestó el Zorro. «¿Qué
debo hacer para domesticarte?», insistió el Principito.
«Debes ser muy paciente —respondió el Zorro—. Prime­
ro te sentarás a cierta distancia de mí. . . así. . . sobre
la hierba. Yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no di­
rás nada. Las palabras son la causa de las desavenen­
cias. Pero cada día te sentarás un poco más cerca de mí»
(pág. 84).
170
\
Si los compañeros respetan sus fronteras y la capacidad
de contener y descargar en forma adecuada, experimen­
tan un sentimiento de intimidad. Es imposible, y aun in­
deseable, mantenerse en permanente contacto con otra
persona. Debe haber un tiempo para el retiro, para des­
cansar, renovarse y asimilar la experiencia del otro. Si
ambos cónyuges pueden hacer esto con soltura y flexi­
bilidad, se sentirán satisfechos. Si la separación provoca
una aflicción abrumadora, tal vez sea preciso recurrir al
trabajo terapéutico para abordar esta dificultad.
Construir hipótesis
Podemos crear hipótesis a partir de datos sistémicos
y evolutivos, e integrarlas de manera tal que permitan
establecer una meta terapéutica y producir una inter­
vención adecuada. La observación del sistema conyugal
es un factor importante en la formulación de una hipó­
tesis sistèmica acerca de la pauta disfuncional que es
preciso interrumpir. De hecho, algunas parejas vuelven
a sus carriles con sólo interrumpir esa pauta.
Determinar el complejo de conductas, actitudes y
afectos problema en la danza hipnótica es importante en
el contexto de averiguar las tareas evolutivas que se
deben cumplir porque no se completaron en años tem­
pranos. ¿Qué intenta llevar a cabo la pareja por medio
del síntoma? Cualquier experiencia que haya sido pa­
sada por alto a causa de una destitución sufrida en la
niñez puede ser creada durante la etapa de intervención
por medio de asignaciones de tareas, metáforas o una
«recrianza» materna o paterna.
Hay tres niveles posibles de creación de hipótesis
(véase figura 6.3). El primero es el de las hipótesis sistémicas; aborda las secuencias de comunicación, los lazos
hipnóticos, las fronteras, la influencia ecológica (o sea,
el grado en que cada uno de los demás sistemas influye
sobre la vida de la pareja) y el sentimiento de unión con­
yugal (es decir, el sentimiento de ligazón, de constituir
una pareja). La construcción de una hipótesis sistèmica
puede revelar secuencias conducíales recíprocas entre
171
compañeros. Además, se puede observar la influencia
familiar sobre la relación conyugal. Para ampliar la inNivel intrapsíquico
1. Imagen de si mismo
2. Miedos, mecanismos de
defensa
3. Percepciones de limitaciones
Hipótesis:
4. Sentimientos aceptables e
inaceptables
5. Nivel general de fortaleza
yoica: capacidad para el
Recursos
humor y para manejar stress
necesarios:
6. Edad evolutiva
Nivel Interpersonal.
1. Identificación o escisión
proyectivas
2. Imagen del cónyuge y/o del
Hipótesis:
matrimonio
3. Modo de manejar la
angustia interpersonal
a. retraimiento
b. socialización
Recursos
necesarios:
c. agresividad u hostilidad
4. Capacidad de contactarse
5. Capacidad de estar solo
6. Edad evolutiva de la pareja
Nivel sistèmico
1. Secuencias de comunicación
2. Lazos hipnóticos
Hipótesis:
3. Fronteras
4. Influencia ecológica
Recursos
5. Unión conyugal
necesarios:
Figura 6.3. Construcción de hipótesis.
vestigación, el terapeuta pasará al segundo nivel de for­
mación de hipótesis. Formulará las hipótesis interper­
172
sonales, donde quizá determine diversos aspectos de los
cuidadores que son proyectados en los cónyuges para
que estos los actúen por vía de identificación o de esci­
sión proyectivas. También averiguará la imagen del ma­
trimonio. Se evaluará el estilo de manejo de una angustia
interpersonal así como la capacidad de estar solo y la de
establecer un contacto. Además se pueden definir en.
este nivel las diversas tareas evolutivas aún inconclu­
sas. El tercer nivel de formación de hipótesis puede ser
el nivel intrapsíquico donde se experimentan los conflic­
tos individuales. Aquí es donde abordamos el conflicto
del individuo con la imagen interiorizada de sí mismo,
sus mecanismos defensivos frente a la angustia, el gra­
do de fortaleza yoica (la capacidad de afrontar stress sin
quebrarse), los sentimientos aceptables e inaceptables y
las percepciones de sus limitaciones. Una vez formu­
ladas estas hipótesis, el terapeuta conyugal puede fijar
las metas terapéuticas, determinar los recursos reque­
ridos y enfocar su atención en la intervención. A medida
que avance el tratamiento, se introducirán las modifica­
ciones necesarias en las hipótesis de trabajo.
El psicoterapeuta debe recordar tres nociones:
1. Los elementos de cada nivel afectan los de todos
los niveles de modo que una influencia recíproca
está siempre presente.
2. Debe «des-creer» de sus hipótesis y saber que las
formula como un medio de comprender la infor­
mación presentada. La flexibilidad en la cons­
trucción de hipótesis es un requisito decisivo para
ayudar al paciente a cambiar.
3. La mente inconciente del terapeuta puede ser un
instrumento valioso para que un clínico formado
produzca el salto de la hipótesis a la meta terapéu­
tica, y de esta, a la intervención. En otras pala­
bras, su interacción con el cliente generará en su
mente imágenes o pensamientos capaces de esti­
mular ideas de intervención.
173
Fijar metas terapéuticas
Una vez construidas las hipótesis, podemos estable­
cer metas terapéuticas. La meta de la terapia, en un
sentido general, se conceptualiza determinando las ex­
periencias evolutivas que necesita el paciente, las se­
cuencias conducíales que es preciso interrumpir dentro
del contexto conyugal y las actitudes, emociones o con­
ductas que deberían modificarse. Las actitudes suelen
cambiarse creando perspectivas diferentes, por medio
de nuevos datos o experiencias que reorganicen las vie­
jas categorías y las trasformen en otras más creativas.
La resolución de conflictos de relación de objeto que tie­
nen por teatro el matrimonio es importante para el fun­
cionamiento satisfactorio duradero del vínculo. Tal reso­
lución se puede producir si se remplazan imágenes conflictuales de cuidadores por nuevas imágenes de figuras
parentales funcionales y cariñosas, o si se resuelven y
encauzan sentimientos intensos hacia personas ade­
cuadas en vez de proyectarlos sobre el cónyuge.
Algunas de estas metas, o todas ellas, pueden ser fija­
das por el terapeuta con arreglo a los déficit evolutivos
del paciente, al nivel de motivación que el terapeuta pue­
da lograr que él desarrolle, a la capacidad de ambos de
establecer una relación solícita y a la capacidad del tera­
peuta de entrar en la realidad del otro. Conviene fijar
metas de largo plazo y descomponerlas en metas más
pequeñas de corto plazo para no desviarse durante el
proceso terapéutico. De hecho, deberíamos revaluar
constantemente las metas de corto plazo en el curso del
tratamiento. Una vez creadas las metas terapéuticas, se
puede formular un plan de terapia.
Plan de terapia
Ninguna intervención será útil si no se define el plan
de terapia y se lo amolda a los requerimientos especí­
ficos de la pareja. El terapeuta conyugal enfoca princi­
palmente su atención en necesidades, inquietudes, re­
cursos y posibilidades del individuo. Dada la importan-
174
r
\
eia que tiene trazar un plan a la medida de cada perso­
na, la relación terapeuta-paciente resulta mucho más
significativa que el uso de cualquier técnica en particu­
lar. Toda intervención debe evolucionar a partir de la
preocupación solicita del terapeuta; todo plan de terapia
se debe poner en práctica con flexibilidad. Erickson
creía que era deber del psicoterapeuta guiar al paciente
de regreso al camino que este sabía era el correcto en vez
de obligarlo a adoptar una conducta «sana».
Por lo común, lo mejor es partir del nivel sistèmico
para aplacar la crisis inmediata. Muchas parejas entran
en el consultorio del terapeuta en un estado de pánico,
con una secuencia de comunicación rígidamente enla­
zada que son incapaces de interrumpir. En ocasiones,
esta secuencia disfuncional de conductas promueve la
interrupción y la despotenciación. La crisis conyugal es
una oportunidad para que la pareja como tal y los espo­
sos como individuos crezcan y maduren dentro del con­
texto de una relación íntima. Una vez despotenciada es­
ta crisis, se podrán abordar los niveles evolutivo e intrapersonal.
Conflictos suelen estallar cuando las personas tratan
de despertarse de un estado de amortecimiento creado
por un sistema que tal vez sólo se mantuvo vivo en el
nivel más bajo posible. Con un plan de terapia y las in­
tervenciones apropiadas, alguna nueva historia (pauta)
está a punto de emerger del cambio inminente; una his­
toria que enriquecerá el espíritu del matrimonio. Alice
Walker en In search o jo u r mothers’gardens (1983) des­
cribe esta búsqueda de una vida y un espíritu nuevos,
tal como la manifestaba su madre:
«Recuerdo que la gente venía al patio de mi madre a bus­
car gajos de sus plantas florales; vuelvo a oír los elogios
que le prodigaban porque ella convertía en jardín cual­
quier pedregal en el que aterrizaba. Un jardín tan reful­
gente de colores, tan original en su diseño, tan magnífi­
camente lleno de vida y creatividad que todavía hoy la
gente que pasa en auto junto a nuestra casa, en Georgia
—gente perfecta o imperfectamente desconocida —, pide
permiso para detenerse o pasear entre las obras de arte
de mi madre.
175
»Advierto que cuando mi madre trabaja con sus flo­
res, y sólo entonces, está radiante casi al extremo de
hacerse invisible. . . salvo como Creadora: mano y ojo.
Está entregada al trabajo que su alma necesita: ordenar
el universo a imagen de su concepción personal de la be­
lleza.
»Mientras prepara el Arte que es su don, su rostro es
un legado de respeto que me deja, de respeto por todo lo
que ilumina, aprecia y fomenta la vida. Ha trasmitido el
respeto por las posibilidades. . . y la voluntad de atra­
parlas con avidez» (pág. 241).
Estas son las posibilidades emergentes de una rela­
ción que el terapeuta de pareja debe descubrir, cultivar,
respetar y acrecentar. Para cultivarlas, puede idear es­
trategias de intervención que aborden cada hipótesis: el
capítulo siguiente ayudará a elaborarlas.
176
7. Uso del lenguaje del inconciente
En la literatura abundan los peregrinajes en pos de
una visión o un tesoro, las búsquedas de salvación, del
Santo Grial o de alguna joya escondida cuyo hallazgo
hará mucho más satisfactoria la vida. Este viaje metafó­
rico que emprende el ser humano para encontrarse a sí
mismo y hallar contento y felicidad en sus relaciones es
un viaje universal. También es el viaje a través de una
psicoterapia. Lo que facilita este viaje es el lenguaje del
inconciente: mito, símbolo, metáfora, ritual e imágenes.
Paciente y terapeuta por igual crean este lenguaje.
Los rituales, símbolos, metáforas y mitos de la pareja
representan la esencia del elemento aglutinante de una
relación, la calidad «tras-cendente» del hecho primor­
dial: por qué dos personas forman pareja. En este capí­
tulo, describiré el uso estratégico de asignaciones de ri­
tual, de símbolo, de metáfora, de mito y de imágenes en
el tratamiento de una relación de pareja que promueva
«la experiencia de estar vivos».
Mito
«Nos contamos historias para vivir», dice Joan Didion
en The white álbum (1979, pág. 1). Estas historias gene­
racionales son las que mantienen tradiciones, valores y
pasajes de la vida, y obran a modo de hitos en todo viaje
que emprendan un individuo o una pareja. Las historias
o mitos describen los temas universales del inconciente:
el nacimiento, el trascurso de la vida, la muerte y la re­
surrección o renacimiento. Las historias culturales son
mitos que contienen símbolos, metáforas y un ritual.
Los mitos reflejan temas universales, sirven a los «um­
177
brales interiores de pasaje» (Campbell y Moyers, 1988,
pág. 4) y conducen a ellos.
Campbell describe el mito como aquello que «. ,*.le
ayuda a uno a poner la mente en contacto con esta expe­
riencia de estar vivo». Nos dice qué es esa experiencia.
En el caso del matrimonio, revela que es «la reunión de
la diada separada. Originariamente, usted era uno solo.
Ahora, ustedes son dos en el mundo, pero reconocen
una identidad espiritual; el matrimonio es ese reconoci­
miento» (Campbell, 1988, pág. 6). Añade que quienes se
casan porque esperan que el romance y la pasión sos­
tendrán su relación suelen divorciarse; en efecto, toda
aventura amorosa termina en desengaño. Más aún: la
supervivencia del matrimonio exige que los cónyuges
sacrifiquen el falso yo en aras de la relación. Campbell
identificó dos etapas en el matrimonio: lajuvenil, en que
la pareja procrea, y la alquímica, en que ambos cónyu­
ges experimentan la unidad de la relación.
Cada pareja desarrolla su propio mito o historia so­
bre cómo y por qué estos esposos se casaron, perma­
necieron unidos y continúan la relación. Estas historias
suelen recurrir mucho a los recuerdos que cada uno
guarda de las luchas por la vida que libraron juntos.
Hay historias sobre la superación de conflictos, sobre
experiencias cómicas compartidas y sobre el compro­
miso sentido hacia el vínculo. En muchos casos, el tera­
peuta puede utilizar la mitología de otras parejas para
comunicar un significado al inconciente de sus pacien­
tes, o bien aprovechar el uso del mito en la literatura.
Símbolo
Hacia el final de su carrera, Erickson solía valerse de
los símbolos para comunicarse con el inconciente y fa­
cilitar el camino hacia la curación. Se emplean de diver­
sas formas: 1) para «absorber o desviar sentimientos»
(Zeig y Erickson, 1984); 2) para hablar al inconciente
acerca de la resolución de un problema; 3) para man­
tener ocupada la mente conciente mientras la mente
inconciente emprende la curación; 4) para facilitar el
178
proceso de poiesls, por el cual, partiendo de la compa­
ración entre dos cosas, damos vida a algo que antes no
existía (Cox y Theilgaard, 1986).
Un símbolo, en sentido lato, es el uso de un objeto
para representar otro. En literatura es un tropo, una
figura del lenguaje que utiliza un cambio de significado.
Es «el uso de una palabra con un sentido distinto del
correcto o literal; en esta acepción hace las veces de una
comparación» como metáfora o símbolo. Al definir el
símbolo, es importante discernir que se trata d e «. . .una
imagen que evoca una realidad objetiva, concreta, y
hace que esa realidad sugiera otro nivel de significado»
(Holman, 1978, pág. 509).
Tendemos a vivir simultáneamente en dos diferentes
mundos de experiencia: el del hemisferio izquierdo y el
del hemisferio derecho (Sperry, 1968). Si bien ahora sa­
bemos que esta dicotomía no es del todo exacta, puesto
que ambos hemisferios operan de manera constante, es
principalmente en el hemisferio derecho donde el sím­
bolo, la metáfora, el ritual y las imágenes influyen sobre
el individuo.
Metáfora
Es un modo de expresar una experiencia en varias
dimensiones. Las metáforas contienen percepciones de
un suceso global y de conjuntos de experiencias por
cuyo intermedio vemos el mundo y entramos en con­
tacto con él. Son descripciones de sucesos subjetivos y,
como tales, pueden comunicarse a la mente conciente y
a la mente inconciente. Ciertas metáforas nos ayudan
bastante en una etapa de la vida, pero es preciso cam­
biarlas en otra etapa ulterior.
Mary Catherine Bateson afirmaba que «nada hay
más tóxico que una mala metáfora» (Moyers, 1989, pág.
347). Como psicoterapeutas, procuramos dar nuevos
símbolos a nuestros pacientes o cambiar el significado
de sus símbolos antiguos. Cuando nos atascamos en
nuestro trabajo, tenemos que alterar las antiguas metá­
foras para los clientes y para nosotros mismos. Bateson
179
decía que somos nuestra propia metáfora central; cuan­
do ella cambia y tiene nuevas asociaciones, nos sucede
lo mismo.
La metáfora es «una analogía implícita que identifica
imaginativamente un objeto con otro y atribuye al pri­
mero una o varias cualidades del segundo, o lo inviste
de cualidades emocionales o imaginativas asociadas con
el segundo» (Holman, 1978, pág. 314). I. A. Richards
percibió la diferencia entre el «tenor» y el «vehículo» de la
metáfora. «El tenor es la idea que se expresa, el tema o la
comparación; el vehículo es la imagen por cuyo interme­
dio se trasmite esta idea (. . .) El tenor y el vehículo, to­
mados juntamente, constituyen la figura del lenguaje, el
tropo, el “giro” del significado que trasmite la metáfora»
(Holman, 1978, pág. 314). Las características referenciales y emotivas de la metáfora pueden ir más allá de
estos significados para comunicar una verdad.
El mago Merlín pudo aprovechar el poder del dragón
y provocar una trasformación valiéndose del encanta­
miento. El chamán del mundo occidental es el psicoterapeuta. En un proceso parecido a una «cura» provocada
por algún cántico o ritual extraño, y en la que interviene
alguna poción o trasformación mágica conseguida por
la alquimia, el terapeuta provoca el cambio con la «ma­
gia» de su lenguaje y la ofrenda de su propio ser en una
relación. La alquimia dramatiza el cambio a través de
símbolo, metáfora; ritual y mito, en los que Erickson era
un maestro. Estos agentes de cambio permiten al in­
conciente crear asociaciones en un nivel muy profundo.
El paciente puede después expandir categorías y defi­
niciones personales y librarse de creencias autolimitantes. Estos vehículos quedan anclados en su inconciente
para ayudarlo en su viaje por los mares agitados, cal­
mos, ignotos y familiares, mientras continúa desarro­
llando su personalidad.
Lenrow (1966) sostiene que:
«Las metáforas también pueden realzar las suposiciones
tácitas de una persona sobre sus capacidades para ejer­
cer, en el futuro, una influencia efectiva sobre su entor­
no. De este modo, condensan su visión figurada de la
suerte que le ha tocado en la vida, y le dan vivacidad.
180
Además, las metáforas pueden poner de relieve la con­
tribución activa del cliente a su propia situación y, de ese
modo, indicar opciones que él tenga para modificarla»
(pág. 146).
La metáfora es un dispositivo abierto, destinado a su­
gerir opciones ilimitadas para problemas específicos. De
hecho, cumple mucha funciones como modalidad tera­
péutica:
1. Proporciona al terapeuta un medio de hablar al pa­
ciente sin interferencias concientes. El paciente no
puede saber con certeza que el terapeuta está ha­
blando de él, y por eso está más abierto a la su­
gestión contenida en la metáfora.
2. A veces, encierra un humorismo capaz de distraer
la mente conciente e impedirle experimentar una
intrusión. Así el paciente puede escuchar más aten­
tamente al terapeuta sin sentir la menor vergüenza.
3. Su naturaleza simbólica le permite permanecer
largo tiempo en el fondo de la mente del paciente y
generar nuevos significados (esto último depende­
rá de los nuevos contextos).
4. Sugiere soluciones a dilemas similares del pacien­
te, y le brinda la esperanza de que su resolución
sea absolutamente posible.
5. Provee imágenes poéticas que adquieren vida pro­
pia y resuenan dentro del individuo mientras prosi­
gue su viaje.
6. Metáforas provenientes de lenguas diferentes ex­
presan ciertas emociones, acciones e ideas; su len­
guaje cultural peculiar influye tanto en la percep­
ción del lenguaje cultural como en su cognición
(Whorf, 1969).
La metáfora contiene múltiples niveles de experiencia
y significado y se comunica con la mente inconciente
como no lo puede hacer la comunicación directa. Turbayne (1962) postuló la existencia de otras funciones de
la metáfora, dignas de ser notadas. Al hacer foco sobre
un aspecto y desenfocar otro, crean una perspectiva y
desplazan o cambian actitudes. En la literatura, halla­
mos buenos ejemplos de metáforas que ilustran sobre
181
estos puntos. El primero es una metáfora poética de un
conocido poema de Robert Frost, «The road not taken»:
Dos senderos divergían en un bosque, y yo. . .
yo tomé por el menos transitado,
y eso fue decisivo.
Robert Frost (pág. 131)
Robert Frost emplea una hermosa imaginería poética
para sugerir que las opciones de la vida, simbolizadas
por los dos senderos que atraviesan el bosque, indican
que el estilo de vida impuesto por la norma cultural pue­
de ser menos satisfactorio que el riesgo de vivir de otro
modo. Para Frost, el sendero no seguido que da título al
poema es el que pocos transitan, con lo cual da a enten­
der que, a su juicio, este camino ofrece más oportunida­
des y posibilidades creadoras. También nos trasmite su
firme ilusión de que siempre podrá volver al punto en
que se abren los dos senderos y tomar por el otro aun­
que, en realidad, sabe que no lo hará.
Por otro lado, Dysart, el psiquiatra de Equus, se ciega
a su pasión latente por la vida, así como su joven pa­
ciente ciega a los caballos para que no vean su pasión
sexual. Ante la imposibilidad de encontrar su pasión y
compartirla con su esposa indiferente, sólo puede leer
acerca de ella. Se autodescribe como «el marido afectado
y criticador que contempla la Grecia mítica a través de
sus libros de arte». Comprende su propia tragedia al
describirse a sí mismo: «Encogí mi vida. Nadie puede ha­
cerlo por uno. Mi eterna timidez me indujo a contentar­
me con ser un hombre descolorido y provinciano». En
una metáfora fuerte, Dysart alega por una percepción
nueva, un lenguaje nuevo, un modo de crear significatividad. Dice: «Lo cierto es que estoy desesperado. ¿Ven?
Yo mismo estoy usando esa cabeza de caballo. Así me
siento, enjaezado en el viejo lenguaje y las viejas premi­
sas, pugnando por saltar, desherrado, sobre una pista
existencial totalmente nueva, cuya presencia apenas
sospecho. No puedo verla porque mi cabeza, educada y
común, es sostenida en un ángulo inapropiado. No pue­
do saltar porque el freno me lo impide y mi propia fuerza
básica —mi caballo de fuerza, si así lo prefieren— es
demasiado pequeña. Lo único que sé con certeza es es­
to: en conclusión, una cabeza de caballo me resulta in­
cognoscible». Esta metáfora pone en tela de juicio la
tendencia de los terapeutas a casarse con determinada
teoría o sistema de creencias en psicoterapia.
A. R. Ammons (1972) expresa en forma creativa la
recursividad de los sistemas y el «reflejo» que nos pro­
porcionan otras personas, valiéndose de una hermosa
metáfora poética:
Reflexivo
Encontré una
hierba
que tenía un
espejo dentro
y ese
espejo
se miraba
en un espejo
dentro
de mí
que tenía una
hierba dentro.
A. R. Ammons (pág. 170)
En la literatura, el mago o hechicero ha pasado largo
tiempo descubriendo fuerzas del universo que revelan
más aspectos de nosotros mismos, al par que nos pro­
porcionan modos de ver el mundo generadores de rela­
ciones más satisfactorias. El hechicero es un curador.
Se interesa no sólo por curar problemas físicos, sino
también por curar la psique. La práctica de la hechicería
ayuda a borrar las cicatrices psicológicas y a crear per­
cepciones distintas. El hechicero aprende que la mejor
instrucción no se imparte diciendo directamente algo a
alguien, sino dándole oportunidades de experimentar
183
algo de manera diferente. Erickson no era en modo al­
guno un hechicero; sin embargo, recurría con frecuen­
cia al símbolo, la experiencia simbólica y la metáfora pa­
ra trasmitir una enseñanza por el uso de los recursos
desechados u olvidados concientemente por quien la
recibía.
La historia o la analogía metafóricas pueden servir de
vehículo para abrir nuevas formas de pensamiento, per­
cepción y conducta. Deben centrarse siempre en la pareja
y ajustarse a su situación específica. Un matrimonio que
vino a solicitar tratamiento me contó que ya había visto
a cinco terapeutas experimentados; había hecho cuatro
sesiones con cada uno, pero creía que yo poseía cierta
«magia» de la que ellos carecían. Respondí que me ha­
bían regalado una varita mágica. Traía un folleto de ins­
trucciones porque, si se formulaba incorrectamente un
hechizo, su efecto sería contraproducente, y por cierto
que yo no quería empeorar su situación, sobre todo te­
niendo en cuenta que sólo dispondríamos de cuatro se­
siones. Me aseguraron que habían oído hablar de mi
reputación y deseaban tratarse por más tiempo. Dije
que comprendía su plan, por lo demás bien concebido,
pero su pauta indicaba la probable acción de alguna in­
fluencia sistèmica cósmica que los compelería a aban­
donar el tratamiento al cabo de cuatro sesiones. (Era
una pareja de terapeutas que llevaba cuatro años ca­
sada en terceras nupcias y comprendía el significado y
la importancia de una orientación sistèmica. Pero un
sistema cósmico era en cierto modo una cosa diferente.)
Nuestro plan de terapia se basaría en cuatro sesiones
a fin de que ellos recibieran todos los beneficios del
tratamiento. Ahora bien, las instrucciones anexas a la
varita mágica especificaban que el usuario debía soste­
ner la vara en la mano derecha, salvo que fuera zurdo, lo
cual significaría, naturalmente, que la mano derecha
sería la mano que quedaría para sostener la varita mági­
ca, salvo que uno estuviera de pie frente au n espejo. En
tal caso, la mano derecha sería la mano izquierda refle­
jada en la imagen del espejo que sostendría la varita má­
gica que, naturalmente, era la mano correcta que que­
daba. Las palabras mágicas debían pronunciarse agi­
tando la vara sobre la pareja. «Leí las instrucciones hace
184
ya un tiempo, pero creo poder recordarlas», les advertí.
Echaron a reír y, para ayudarme, empezaron a decir
diversas palabras mágicas aprendidas en la infancia.
«Abracadabra, las palabras mágicas son pronunciadas,
la historia es narrada y el sueño se revelará», añadí. Y
empecé a contarles la siguiente historia de un monje y
una monja.
Benjamín era monje desde hacía cuatro años. Su ín­
tima amiga Marie, monja desde hacía cuatro años, solía
estudiar con Benjamin y ambos pasaban muchos ratos
de intimidad entregados a pláticas interesantes. No obs­
tante, los dos sentían que les faltaba algo, que cierta va­
cuidad irrumpía en su conciencia. Ambos deseaban de­
sesperadamente conocer el significado de la vida. Ha­
bían hecho estudios breves con muchos maestros, pero
se diría que al rompecabezas de la vida le faltaba una
pieza. Entonces Benjamin y Marie emprendieron un
viaje largo, tedioso y cansador en busca del sabio capaz
de esclarecer su espíritu. El monje y la monja buscaron
en un país tras otro. Recorrieron grandes distancias
hasta comarcas de costumbres extrañas e insólitas. Su
afán de encontrar al sabio era tal que prestaron escasa
atención al viaje en sí, a los lugares interesantes, a los
pueblos fascinantes y a sus costumbres exóticas. Final­
mente, descubrieron al Maestro en las montañas de un
remoto país. El Maestro permitió que el monje y la mon­
ja entraran en su morada para exponerle sus inquietu­
des. Entusiasmados y aliviados a la vez por haber ha­
llado a la única persona capaz de decirles lo que bus­
caban desde hacía tanto tiempo, el monje preguntó al
Maestro: «¿Cuál es el significado de la vida?», y la monja
suplicó: «Sí, ¡por favor!, ¿cuál es el significado de la vi­
da?». Con una sonrisa afectuosa, el Maestro extrajo un
viejo trozo de pergamino, escribió en él unas líneas, se
los entregó y les ordenó que se marcharan. Apenas sa­
lieron de la morada, el monje y la monja desplegaron el
pergamino y advirtieron que esas líneas habían sido
escritas en un idioma desconocido. Un tanto desalen­
tados, el monje y la monja buscaron infructuosamente a
alguien capaz de interpretar esa escritura extraña.
El monje y la monja regresaron, pues, junto al Maestro
y le preguntaron: «Por favor, señor, ¿cuál es el -significa -
185
do de la vida?». El Maestro ordenó al monje y a la monja
que llevaran el pergamino consigo por la mañana tem­
prano y contemplaran la puesta del sol. Aunque tal di­
rectiva les pareció harto desconcertante, Benjamín y
Marie la cumplieron al pie de la letra. Fue una hermosa
puesta de sol y la pareja sintió la presencia de algo tan
magnífico que los dejaba sin habla. Luego, volvieron a la
morada del Maestro a compartir su experiencia con él,
pero también a reiterarle su pregunta: «¿Cuál es el signi­
ficado de la vida? ¡Sabemos que usted tiene la respues­
ta!». El Maestro les dijo que tomaran el pergamino, en­
traran en el jardín y se sentaran con una rosa. El monje
y la monja así lo hicieron: observaron una rosa durante
tanto tiempo que empezaron a sentirse parte integral de
ella. Percibieron que se fusionaban con la rosa, que pe­
netraban en ella de modo tal que se veían viajando ju n ­
tos sobre una molécula por la galaxia interior de la rosa.
Fue un viaje espléndido: vieron un mundo parecido a la
Vía Láctea, sólo que estaba contenido en una flor. Había
colores centelleantes, jamás vistos, formas, ángulos y
otras criaturas extrañas pero amistosas.
Volvieron junto al Maestro, le contaron la experiencia
y le preguntaron una vez más: «¿Cuál es el significado de
la vida?». El anciano les respondió con paciencia que
pasaran un tiempo junto a sus seres queridos y se en­
tregaran a ellos generosamente. «Tómense de veras su
tiempo para ir más despacio y comprender la relación. Y
al final del día, pregúntense siempre cómo está su espí­
ritu».
Trascurrieron muchos años, hasta que un día Benja­
mín y Marie regresaron junto al Maestro. Parecían sere­
nos y llenos de paz; habían desechado sus hábitos, ves­
tían ropas informales y en la mano izquierda lucían sen­
dos anillos de oro idénticos. Entregaron el pergamino al
Maestro, este lo desenrolló y vio que las líneas habían
sido borradas. «Finalmente, comprendí el significado de
la vida», dijo el ex monje. «El significado está en el espa­
cio entre las líneas», dijo la ex monja. Y ambos se con­
virtieron en Maestros.
La pareja que escuchó esta historia decidió hacer
nueve meses de terapia y pudo reelaborar muchas cues­
tiones.
186
En esta metáfora, el vehículo fue un viaje hecho por
Benjamin y Marie para encontrarse a sí mismos y des­
cubrirse mutuamente. En una actitud bastante similar
a la de Dorothy, que acude al mago de Oz en busca de
respuestas, la pareja de la historia acudió a una perso­
na ajena a ella, el Maestro, en busca de un significado.
Utilicé los símbolos del monje y la monja para sugerir
que la pareja no podía unirse plenamente porque estaba
comprometida con alguien (la Madre Iglesia). Esta aso­
ciación indirecta puede suscitar diversas asociaciones
inconcientes: por ejemplo, la de estar atados a la propia
madre o a otro cuidador de una manera que nos impida
comprometernos en una relación personal.
Repetí el número cuatro inspirándome en los años de
matrimonio que llevaba la pareja y en las sesiones que
se permitían hacer con cada terapeuta. Durante el pro­
ceso terapéutico, descubrí que ambos habían vivido una
grave experiencia de abandono a la edad de cuatro años,
en pleno crecimiento. La cifra adquirió cierta calidad
mágica en el nivel inconciente de su vida hasta que re­
cibieron la intervención terapéutica.
Las palabras poseen múltiples significados y crean
asociaciones inconcientes. Erickson podía utilizar la
metáfora para establecer un enfoque asociativo indirec­
to y hablar en varios niveles simultáneos. El primer libro
que leyó fue un diccionario no abreviado: eso lo hizo
enormemente conciente del significado profundo de las
palabras. En la única videocinta que se conoce de su
trabajo con una pareja, emplea una inducción muy di­
vulgada de la disposición temprana al aprendizaje, re­
ferida a la recordación del alfabeto y los números. Cuan­
do pregunta: «¿El 6 es un 9 invertido o el 9 es un 6 inver­
tido? ¿Hacia qué lado van las patas del 3? ¿O acaso es
una eme en posición vertical?» (Zeig, 1990), usa conno­
taciones sexuales. Más adelante, repite estas cifras en
una historia metafórica y siembra la noción de que un
hombre y una mujer maduros pueden funcionar juntos
sexualmente y saber cómo ser hombre y cómo ser mu­
jer. Erickson cuenta que a los dieciséis años acompa­
ñaba a su padre en su diario reparto de leche por las
granjas de los alrededores. En una de ellas, una niñita
preguntó a su madre, al verlo entrar: «¿Quién es ese
187
hombre, ese desconocido?». Erickson dice que al oírse
llamar «hombre» tuvo la experiencia repentina de sen­
tirse tal, y pasa a describir la maravilla de esa com­
prensión.
Además, dirige parte de la historia a la esposa sugi­
riéndole que puede recordar sus sentimientos de ser
mujer. Zeig comenta que fue «una historia delicada de
una niña que había infundido poder a un chico. Tam ­
bién fue un puente para crear algunos sentimientos
buenos entre los cónyuges a quienes trataba». Zeig
continúa explicando que Erickson «sembró conceptos,
construyó una sensibilidad de respuesta y descargó la
resistencia» (Zeig y Erickson, 1984, pág. 34).
En la videocinta, el marido pide ayuda a Erickson pa­
ra superar la tensión que experimenta al leer y escribir.
Su pedido pareció simbolizar una dificultad para «asimi­
lar» y expresarse hacia afuera. La escritura acaso sea
vista con una asociación sexual por el esposo que usa
su «instrumento» de escritura para tener sexo mientras
que quizá viera en el leer la asimilación cómoda de es­
tímulos sexuales provenientes de su esposa. Erickson
pasa a usar una metáfora sexual con ambos cónyuges,
recién casados.
La esposa no cooperó cuando Erickson le pidió varias
veces que hiciera levitación de una mano. En cuatro
tentativas infructuosas, ella no hizo lo que él le sugería.
Erickson decidió relatar la historia de la experiencia
vivida a los dieciséis años y de una niñita que había in­
fundido poder a un muchacho. El mensaje para la espo­
sa era que podía infundir poder a su marido brindándole
respeto y reconocimiento, o quitárselo negándose a co­
operar con él.
Ritual
Erickson solía hacer uso terapéutico de un ritual con
parejas a causa de su gran capacidad para promover el
cambio. O. van der Hart (1983) explica que «los rituales
se proponen ocasionar cambios en la conciencia de
quienes los practican. Como mínimo, deben Ajar la aten­
188
ción de los participantes, con lo cual los mensajes del
ritual se asimilan también inconcientemente» (pág. 5).
Erickson trató a una pareja que desde hacía algún tiem­
po libraba una guerra conyugal, incapaz de unirse o de
separarse, y le impartió el siguiente ejercicio ritual: un
esposo debía subir al Pico Squaw y el otro visitar el ja r ­
dín botánico. Al comparar sus experiencias, descubrie­
ron que valoraban cosas totalmente distintas y que, de
permanecer juntos, serian desdichados. Más adelante,
Erickson se enteró de que se habían divorciado y ambos
habían iniciado una vida más productiva.
Este ritual ambiguo se convirtió en un medio de ac­
tuar en forma simbólica las diferencias inconciliables
entre los cónyuges. Habían sido incapaces de avenirse a
las dificultades de su relación por un lapso suficiente
para resolverlas o disolver el matrimonio. La ambigüe­
dad del ejercicio, ideado por Erickson de modo tan crea­
tivo, hizo que cada esposo proyectara en él su propio sig­
nificado. Luego, cada uno supo claramente qué rumbo
debía tomar.
Imágenes
Son una ventana abierta hacia la mente inconciente.
Todos los estímulos que afectan primordialmente el he­
misferio derecho (p.ej., mitos, símbolos, metáforas, ri­
tuales) las usan. Al producirse el trance, no es raro que
surjan imágenes espontáneas desencadenantes de cier­
tas emociones, seguidas de una conducta. Los últimos
trabajos de Erickson destacaban el uso de imágenes por
medio del símbolo y la metáfora. Las imágenes sugerían
varias estrategias de superación y ampliaciones de pers­
pectiva.
En su «Proyecto de psicología», Freud (1895) teorizó
acerca del modo en que las imágenes desempeñan su
función coadyuvante. Una experiencia de satisfacción
produce una asociación entre imágenes: una imagen de
deseo, o sea, de algo que se espera lograr en el futuro, y
otra perceptual, o sea, una imagen o conjunto de imáge­
nes de acciones requeridas para realizar la imagen de
189
deseo. Para Freud, las imágenes de deseo eran las hue­
llas mnémicas de experiencias de satisfacción con cui­
dadores vividas cuando éramos infantes. La inhibición
deviene un aprendizaje necesario, o un aprendizaje de
posponer la satisfacción cuando «estados de ansia*, que
han pasado por el cedazo de la experiencia, se convier­
ten en «estados de deseo» y, después, en «estados de ex­
pectación», es decir, en estados que admiten un examen
de realidad (Pribram, 1971, págs. 82-3). Estas imágenes
presentan una mayor semejanza con los procesos in­
concientes que el pensamiento verbal (pág. 183).
En 1971, Karl Pribram propuso la idea de que el cere­
bro funciona como una imagen especial, como un holograma. Un holograma es una placa fotográfica especial
que, al ser atravesada por un rayo láser, produce una
imagen tridimensional. Cualquier parte del holograma
puede crear la imagen exacta en su totalidad. Pribram
(1971) cree que «dado el modo en que están organizados
los sistemas motores, sólo se puede realizar un paso de
una acción por vez. No obstante, cuando nos sentamos
a escribir a mano o a máquina, a hablar o a tocar el pia­
no, tenemos almacenada en nuestro cerebro una repre­
sentación bastante detallada del modo en que ha de
llevarse a cabo la totalidad de la acción» (pág. 217).
Sugiere que la representación opera como un hologra­
ma, en el sentido de que cualquier parte de una secuen­
cia o pauta puede generar un recuerdo completo de un
suceso o experiencia. Describe la trasformación de pro­
cesos visuales, kinestésicos y conducíales en una ac­
ción, y la atribuye a un proceso de formación de imá­
genes al que denomina «creación de la Imagen de Rea­
lización», que «contiene toda la información de entrada y
salida necesaria para llevar a cabo el paso siguiente de
esa realización» (pág. 243). Pribram dice que la Imagen
de Realización «regula la conducta de modo muy similar
a como lo hacen los topes de un termostato: en el dial no
está codificada la pauta de encendido y apagado del
horno, sino sólo los puntos predeterminados que deben
alcanzarse» (pág. 243).
Las imágenes que se forman a partir de la relacióninteracción entre paciente y terapeuta en trance acaso
derivan de la resonancia profunda y las pautas de viven­
190
cia holográflcas que contienen simultáneamente el pa­
sado, el presente y el futuro. Cuando el paciente vive una
experiencia nueva con un personaje parental afectuoso,
las pautas de vivencia tienen asociaciones de aceptación
y comprensión, y una creencia en que esa persona pue­
de llevar una vida satisfactoria. En tales casos, no sólo
el paciente es portador de una Imagen de Realización:
también el terapeuta lleva en sí una imagen de lo que el
paciente puede realizar.
Von Foerster opina, en cambio, que la teoría holográfica del funcionamiento cerebral trivializa una operación
sumamente compleja. El holograma «se limita a darnos
una sola imagen de lo que sucede en ese momento» (Se­
gal, 1986, pág. 106). A su juicio, los seres humanos so­
mos no-triviales y recursivos porque cambiamos nues­
tra conducta en respuesta a nuestros estados interiores.
Tendemos a funcionar como sistemas holísticos sólo en
el presente; no hay ningún acceso directo al pasado.
Sostiene, además, que trivializamos las cosas y las per­
sonas para crear una sensación de certeza. Terminamos
por tomar nuestras simples descripciones lineales de la
realidad como si fueran explicaciones. Las hipótesis se
confunden con los hechos. Formula un «imperativo éti­
co: actuar siempre para incrementar el número de op­
ciones» en el contexto de una comunidad (Segal, 1986,
pág. 147). Es un buen consejo para el terapeuta.
Lo evidente es que nadie sabe a ciencia cierta cómo
funciona el cerebro. En este punto de nuestra compren­
sión, lo más que podemos obtener es una descripción,
una metáfora. La visión metafórica del cerebro como un
holograma o un sistema holístico más inclusivo, donde
imágenes se entretejen de modo inextricable en emo­
ciones, conductas y cambios de actitud, puede resultar­
nos útil cuando pensamos en símbolos, mitos, metá­
foras y rituales como intervenciones. Provocar un cam­
bio tal vez sea cuestión de alterar la imagen sensorial,
modificar una actitud, suscitar una emoción y enseñar
una conducta nueva. Desde luego, el proceso es más
complejo de lo que indicaría esta lista, pero la aplicación
de este paradigma bastará para nuestros fines.
El uso de la metáfora y la sugestión indirecta puede
estimular el pensamiento inconciente por «contraste
191
comparativo, asociación mnémica, verificación de con­
gruencia, identificación de atribuciones al recuerdo
presente, etc.» (Lankton y Lankton, 1986, pág. 51). Es­
tos autores han ideado una estructura útil para cons­
truir metáforas en el formato múltiple implícito (Lank­
ton y Lankton, 1983, 1986, 1988) y han elaborado di­
versos protocolos auxiliares. Los tres protocolos que
sirven de base a todos los demás son los correspon­
dientes a actitud, afecto y conducta, que resumiré a
continuación.
Reestructuración de actitudes
Para ayudar a un paciente a cambiar una actitud que
le causa dificultades, podemos construir una metáfora
que abarque los siguientes pasos:
1. Examinar las actitudes y conductas por cambiar,
desde la perspectiva del protagonista.
2. Evaluar las conductas y actitudes opuestas desde
el punto de vista de otro protagonista, o analizar el
mismo comportamiento tal como lo percibe alguna
otra persona significativa.
3. Establecer una relación entre las consecuencias
de la conducta y las percepciones del protagonista
y/o de otras personas involucradas tangencial­
mente.
Reestructuración de afectos
Para facilitar a un paciente el cambio de un senti­
miento o el aprendizaje del manejo de un afecto, pode­
mos construir una metáfora que abarque los siguientes
pasos:
1. Establecer una relación entre un protagonista y
cualquier persona, lugar u objeto que involucre un
afecto cualquiera.
192
2. Describir un movimiento dentro de la relación, lo
que puede incluir alejamientos, aproximaciones,
oposiciones o concordancias.
3. Mostrar los cambios fisiológicos internos que
acompañan al sentimiento fortalecedor que expe­
rimenta el protagonista y que acaso refleje la con­
ducta del paciente.
Reestructuración de conductas
Podemos dirigir las conductas hacia un blanco deli­
berado de cambio, e idear una metáfora que utilice los
siguientes pasos:
1. Describir la conducta del protagonista, que es si­
milar a la conducta deseada que debería adquirir
el paciente.
2. Exponer la experiencia interior del protagonista y
usarla en apoyo de la nueva conducta que tam­
bién puede ser utilizada por el paciente. Reinter­
pretar los acontecimientos internos.
3. Repetir varias veces las descripciones de conduc­
tas en diferentes contextos dentro de la historia.
Estos tres protocolos pueden usarse solos o juntos para
construir y enlazar actitudes, afectos y conductas nue­
vos a cambios futuros. Todos los problemas se basan en
actitudes, emociones y conductas defectuosas. De he­
cho, es probable que algunas actitudes peculiares de las
que un individuo es portador determinen directamente
el nivel de dolor que experimentará en su vida. También
es probable que las emociones y la conducta en las que
persiste, al punto de que parecen automáticas, determi­
nen directamente el nivel de satisfacción que experi­
mentará (p.ej., si un paciente declara «La semana pasa­
da tuve un acceso de pánico», eso no indica que él haya
creado tal sentimiento sino, más bien, que alguna fuer­
za exterior lo hizo sentirse abrumado por la angustia).
Podemos avanzar por esta línea de pensamiento y
proponer la existencia de influjos complementarios y si­
193
métricos de todas las actitudes, emociones y conductas
estudiadas por la teoría de sistemas. Pero en realidad no
tratamos sistemas. Tratamos a individuos que se influ­
yen mutuamente. La unidad elemental de cambio con­
siste en reestructurar actitudes, emociones y conduc­
tas. De ahí la importancia decisiva que tiene, para el lo­
gro de la intervención, descomponer todas las hipótesis
en estos elementos (comunicación personal de J. W.
Wade, 1990).
Esbozar, en trance, el modo de introducir cambios en
uno de estos aspectos o en todos ellos puede ayudar al
individuo o a la pareja a crear una mayor satisfacción.
En el caso de cónyuges, podemos utilizar para la cons­
trucción de metáforas un protocolo de estructura de
pareja que sirva de armazón más elaborada para abor­
dar los tres elementos, sea en forma simultánea o uno
por vez.
La mayoría de las parejas desarrolla un conflicto cró­
nico recurrente que genera dolor y frustración. Por lo co­
mún, uno de los cónyuges se enfoca en una conducta
que resulta irritante en el presente; después, repasa to­
dos los episodios pretéritos en que esta conducta le pro­
vocó frustración; por último, la frustración actual se in­
tensifica y se trasforma en profunda decepción, ira y, a
veces, desesperación. Aquello que lo irrita bloquea aho­
ra su capacidad de acercarse a su pareja y sentirse ín­
timamente unido a ella. Tal vez experimente, en cambio,
el afecto de sentirse solo y la sensación concomitante de
tener que soportar a otro «hijo». En cierto modo, lo irri­
tante actúa para mantener apartada a la pareja, o para
apartarla enérgicamente cuando ha excedido su límite
de tolerancia a la intimidad. Si deseamos interrumpir
este ciclo y usar recursos olvidados o desaprovechados,
la metáfora puede servirnos de poderoso instrumento
de cambio.
Protocolo de estructura de pareja
Una vez identificada la secuencia interaccional y re­
veladas las imágenes interiores del matrimonio, los pa­
194
dres y el self, podemos preguntar qué cambios es preci­
so efectuar en cada una de estas imágenes mediante
desplazamientos de pensamiento, sentimiento y acción.
¿Qué recursos se necesitan para ayudar a los cónyuges
a manifestar una intimidad evolutiva adecuada y habi­
lidades propias de su edad que se reflejen en sus pen­
samientos, sentimientos y acciones? ¿Qué fenómenos
importantes de trance se utilizan ya? Despertamos o
enseñamos estos recursos valiéndonos de historias me­
tafóricas y de la interacción simbólica entre paciente y
terapeuta, o de otras estrategias de intervención que se
expondrán en el capítulo 8.
La metáfora debe abordar primero la hipótesis sistè­
mica y la imagen del matrimonio. Si la estructura del
sistema de pareja es disfuncional (p.ej., si hay un dese­
quilibrio entre las dinámicas simétrica y complementa­
ria), podemos sugerir metafóricamente una reestructu­
ración del sistema. En segundo lugar, la hipótesis interpersonal y la imagen de la familia de origen pueden ser
el foco de un trabajo metafórico que atienda a distorsio­
nes perceptivas. Este nivel irá seguido del foco intrapersonal y la imagen del se¡f. Como ya se dijo, todas estas
pautas de imagen contienen conjuntos de conductas.
Debemos ser cuidadosos en el uso de los fenómenos
de trance insuficiente o excesivamente empleados para
cada nivel de hipótesis. Por ejemplo, crearemos una sola
historia metafórica para cada hipótesis o recurriremos a
una metáfora inclusiva para abordar actitudes, emocio­
nes y conductas específicas.
La construcción de historias metafóricas que abor­
den la dinámica de la pareja exige incorporar varios ele­
mentos: 1) protagonistas que afronten un conflicto en el
que esté involucrado otro personaje; 2) un antagonista;
3) una motivación central de alcanzar determinada me­
ta; 4) una reacción exagerada frente al problema; 5) una
línea argumental o una cadena de sucesos concatena­
dos por una relación causal que afecten a los protago­
nistas (Meredith y Fitzgerald, 1972). Podemos colocar a
los protagonistas frente aun conflicto temático que sim­
bolice los problemas de los pacientes: lucharán contra
otra persona o situación, a partir de lo cual se producirá
un aprendizaje importante de las realidades de la vida.
195
El antagonista simbolizará lo que el paciente necesita
superar (p.ej., el miedo o la resolución de un conflicto). A
menudo, este personaje provee al protagonista de un es­
pejo en el que ve su lado «oscuro», la faz de su persona­
lidad que necesita ser equilibrada por la resolución de
un conflicto o la avenencia con alguna insatisfacción. El
mago de Oz ofrece un ejemplo exagerado de estas dos
caras de una misma persona, representadas por el pro­
tagonista y el antagonista, cuando Dorothy busca en él
una respuesta a la pregunta sobre cómo regresar a Kansas. El mago sólo es un hombre normal que finge poseer
poderes mágicos. Representa una parte escindida de
Dorothy que ella busca. En realidad, la de ella es una es­
pecie de búsqueda de una visión que le permita encon­
trarse a sí misma y a su propio poder. Es un tema exa­
minado una y otra vez por la literatura, el teatro y el ci­
ne. En la novela Shoeless Joe [Joe el Descalzo], de W. P.
Kinsella (1982) y su versión cinematográfica, Fleld o f
Dreams [Ei campo de los sueños], el protagonista carga
con un sentimiento de ira y culpa hacia su padre, el an­
tagonista, a causa de su relación no resuelta. Su padre
falleció antes de que pudiera producirse resolución al­
guna. Joe sigue un sueño donde escucha una voz que le
ordena construir un campo de béisbol, y de este modo
finalmente puede encontrarse cara a cara con su padre,
ex jugador de béisbol. Lo más increíble de la experiencia
es que su padre tiene veinticinco años. La conversación
entre ambos es una fuerte experiencia trasformadora
para el hijo, que empieza a comprender la naturaleza
humana del padre. Esta experiencia lo cura. Gracias a
este encuentro, el protagonista puede reclamar su pro­
pia humanidad, entrar en contacto con su sentimiento
de que su padre debería haber sido algo más (un deseo
universal) y aceptar su propia desilusión ante la sen­
sación de que también él debería haber sido algo más.
Cada una de estas historias metafóricas contiene una
motivación central para alcanzar una meta de autodescubrimiento y resolución de algún conflicto. La motiva­
ción de Joe para construir un campo de béisbol en su
granja es una fuerza interior que, en el nivel conciente,
lo impele a hacer algo extraordinario y, en el inconcien­
te, lo incita a resolver su íntimo anhelo de amar y respe­
196
tar al padre. Las historias metafóricas contienen, ade­
más, una reacción exagerada frente al problema y una
trama o línea argumental.
La línea argumental está destinada a alcanzar dos
objetivos. Primero: recuperar una experiencia mnémica
o construir, por asociación, una experiencia que sirva de
recurso al paciente y le allane el camino hacia la reso­
lución del problema abordado, sea cual fuere. La recu­
peración y el incremento de estos recursos puede llevar
al aprendizaje generativo de nuevas experiencias pre­
sentes y futuras. Segundo: el terapeuta puede insertar
sugestiones en la trama de la historia y, al mismo tiem­
po, regular y guiar al paciente para que desarrolle su
sensibilidad de respuesta. Para ello, observaremos esa
sensibilidad e incorporaremos a la metáfora y al trance
la información recibida del paciente (cf. figura 7.1).
Hipótesis por abordar: Sistèmica, Interpersonal,
Intrapersonal
Cambio de actitud, emoción y/o conducta requerido:
Fenómenos de trance utilizados:
Protagonista:
Antagonista u otro personaje:
Conflicto o Problema:
Motivación y Meta que ha de alcanzar el protagonista:
Reacción ante el problema - Protagonista:
Reacción ante el problema - Antagonista u otro personaje:
Linea argumental:
Desenlace:
Figura 7.1. Formulario para construir una historia metafórica.
Dentro de la metáfora, atendemos al desplazamiento
de actitud que debe producirse, a la emoción que debe
197
cambiar y a la conducta más conveniente para producir
un resultado positivo. Podemos incorporar a la metáfora
los peculiares fenómenos de trance que utilizan las pa­
rejas y aplicarlos a crear el resultado deseado. En Fíeld
o f Dreams, se usa primordialmente el fenómeno de di­
sociación. La experiencia curativa que vive el protago­
nista es una combinación única de progresión de edad,
disociación y sorpresa al hablar con un padre más joven
que él. Una vez que Joe ha comprendido los factores que
modelaron a su padre, le es más fácil alcanzar un senti­
miento de perdón.
En una historia metafórica, la acción debe fluir en
cierta dirección. El «momento inicial» monta el escenario
para el comienzo de la metáfora, al que sigue la presen­
tación de los personajes. La acción empieza a emerger.
Luego, se provoca un efecto dramático y se aviva el in­
terés del paciente introduciendo una complicación que
culmina en una «crisis». La historia avanza; se produce
un vuelco en la crisis, que conduce a algún tipo de so­
lución, y la narración termina, tal vez con un desenlace
abierto, un momento de suspenso Anal que deja per­
plejo al paciente —¿cómo resolver el caso?— o la suges­
tión de que habrá otra metáfora en una próxima sesión.
Podemos utilizar varios protocolos, según la etapa
evolutiva en que esté la pareja. Cuando los esposos lle­
van pocos años casados, usamos el primer protocolo an­
te la posibilidad de que estén en la etapa de conflicto,
tengan muchos problemas con sus familias de origen y
aún no hayan entrado de lleno en el matrimonio.
Imposibilidad crónica de unirse o apartarse
Podemos construir la metáfora alrededor de las si­
guientes fases:
1. La pareja se enamora.
2. Las familias desaprueban la relación arrojando so­
bre ella un maleficio que mantiene a la pareja uni­
da y, sin embargo, apartada en lazos intermina­
bles.
198
3. La pareja pide ayuda a un curador que ha librado
una lucha similar.
4. El curador ayuda a la pareja a crear un contrahe­
chizo o a romper el malefìcio para poder unirse en
plenitud.
Este protocolo es aplicable tanto a la etapa de roman­
ce como a la de conflicto.
Resolución de la crisis de la mitad de la vida
Podemos construir la metáfora alrededor de las si­
guientes fases:
1. Cada cónyuge toma conciencia de una sensación
de tedio y la proyecta en el otro.
2. Cada esposo propone un plan o una experiencia
extravagante, que ya practica en secreto.
3. Para alcanzar la meta del plan, los cónyuges se
necesitan. No la pueden lograr individualmente.
4. El plan entraña cierto riesgo, algo fuera de lo co­
mún que se sale de un curso de acción moderado
o tradicional.
5. Se produce una trasformación, cuyo resultado es
una reorientación o una motivación recientemente
adquirida. Esa trasformación puede manifestarse
como la aceptación de algún desafío nunca afron­
tado (p.ej., aceptar un empleo nuevo en otro lugar
del país).
Este protocolo sirve para la etapa de desilusión o la
de contracción.
La etapafecunda
Podemos construir la metáfora conveniente atenién­
donos a las siguientes fases:
1. Uno de los cónyuges está por concluir una tarea
larga, tediosa e importante. Lo entristece el inrni-
199
nente cumplimiento del proyecto y se siente abu­
rrido porque no tiene ante sí ningún desafío nue­
vo. Esta situación deriva en un conflicto interior.
2. Los cónyuges crean independientemente sendos
proyectos novedosos.
3. Intentan un nuevo emprendimiento que implique
desasirse de algo viejo y ejecutar una acción nueva.
4. La energía renovada, volcada en una tarea exter­
na, aviva el interés por la relación.
Un trabajo individual o conjunto se puede hacer uti­
lizando los protocolos simples de actitud, afecto o con­
ducta, o los de estructura de pareja, más complejos. El
capítulo siguiente detalla varias estrategias que se pue­
den aplicar por separado o combinadas con las cons­
trucciones metafóricas anteriores.
Con miras a la eficacia psicoterapèutica, es impor­
tante comprender la metáfora del propio paciente. En
ocasiones, sus descripciones metafóricas revelan simul­
táneamente el problema y el camino hacia su solución,
una vez que el terapeuta empieza a reconocer el lengua­
je peculiar de la metáfora. El lenguaje que usamos y las
asociaciones que derivamos de él, ya sea en forma de
imágenes visuales o de sentimientos suscitados, crean
una sensación de alegría o de dolor.
Hay diversos modos de comprender la metáfora de
un paciente. El contexto en que se comunica nos guiará
hacia una interpretación de su significado. Las circuns­
tancias que rodean la vida de ese individuo o esa pareja
también influirán en el significado. Un joven solicitó tra­
tamiento con la queja de que sentía poco gusto por la
vida y una depresión abrumadora. Carecía del aprendi­
zaje necesario para conectarse bien con los otros y se
sentía totalmente solo en su comunidad. Me contó que
había llegado al extremo de descuidar una planta enor­
me que lo acompañaba desde hacía años y que ahora se
estaba secando. Le pregunté si quedaba algún resto de
vida en ella, y replicó: «Un poco, quizá». Le sugerí que la
trajera al interior de su departamento para nutrirla, re­
garla y fertilizarla adecuadamente. Así lo hizo, y en otra
sesión empezó a describirme lo que le sucedía a su plan­
ta. Metafóricamente, se estaba describiendo a sí mismo.
200
«El [sic] no sabía que se recuperaría, pero está arraigan­
do y las hojas echan brotes nuevos. ¡Me siento tan aver­
gonzado por haberlo abandonado!», comentó. A medida
que la planta pasó a crecer y a desarrollarse, el paciente
comenzó a cuidar mejor de sí mismo. Nunca estable­
cimos un nexo verbal directo entre la planta y él. En un
nivel inconciente, este joven tomó nota del modo en que
evitaba cuidar de sí mismo. Una depresión que arras­
traba desde su familia de origen le impedía nutrirse a sí
mismo. Una vez que la planta hubo respondido a sus
cuidados, el joven empezó a tolerar una terapia más in­
tensiva.
Por lo general, y como lo demuestra el ejemplo prece­
dente, la metáfora del paciente está preñada de conno­
taciones afectivas y cognitivas. Es una creación princi­
palmente simbólica, lo cual impide al terapeuta darle
un significado partiendo de un punto de vista lógico. El
terapeuta puede dejar que bañe al paciente y sea absor­
bida por él, esperar que este haga sus propias asociacio­
nes metafóricas y permitir que su mente inconciente
dance con la de él. Cuando existe una relación de empa­
tia entre la mente inconciente del terapeuta y la mente
inconciente del paciente, se produce una resonancia.
Este proceso inconciente simboliza la relación temprana
entre madre e hijo (Chessick, 1965; comunicación per­
sonal de Whitaker, 1982).
Toda comunicación entre terapeuta y paciente se es­
tablece en varios niveles. Erickson era ducho en comu­
nicarse en los niveles simbólico y de contenido; sabía
que el nivel simbólico abordaba cuestiones psicodinámicas así como la relación entre paciente y terapeuta. De
hecho, toda comunicación entre ambos aborda simultá­
neamente estos niveles.
Ahsen (1978) desarrolló este concepto y propuso la
noción de que todo suceso evolutivo importante vivido
por una persona queda codificado para su recordación
eidètica. Una imagen eidètica es la que contiene la ima­
gen en sí, la respuesta somática y el significado o res­
puesta emocional. Un cambio en la imagen puede pro­
ducir una modificación de las respuestas somática y
emocional. Es posible que estas imágenes estén codifi­
cadas en un patrón de símbolos que estimule respues­
201
tas afectivas y somáticas. El trabajo en trance estimula
y utiliza los símbolos del paciente.
Theodore X. Barber (1961) atribuye la eficacia de la
hipnosis a la imaginería que crea, en un individuo, por
medio de sugestión. Cuando se produce trance, no es
raro que surjan imágenes o sentimientos espontáneos.
C a s o ilustrativo
Susan se quejaba amargamente de que su marido no
quería encargarse de tareas de cuidado del hogar. Su
reacción fue tan grave que se volvió una mujer deprimi­
da, irritable y malhumorada. Además manifestaba una
ira vehemente hacia su marido. Parecía excesivo, habi­
da cuenta de la situación desencadenante. Recordaba
haber experimentado sentimientos similares en su fa­
milia de origen, cuando su madre era incapaz de acom­
pañarla como ella deseaba. Sus padres eran judíos y ha­
bían huido de su patria, Alemania, tras el ascenso de Hitler al poder. Mantuvieron los valores del Viejo Mundo y
les costó amalgamarlos con la cultura norteamericana.
Continuaron presionando a su hija para que cuidara de
ellos en su vejez porque eso era lo que se esperaba de la
hija mayor, y no aceptaron ninguno de los límites fijados
por Susan. Por su parte, Susan persistió en su actitud
furibunda y encolerizada, y les exigía que la amaran e
hicieran lo que ella esperaba. Luego de una intensa y
conmovedora sesión de hipnosis, Susan regresó al con­
sultorio diciendo que veía constantemente la imagen de
una serpiente dorada cubierta de escamas resplande­
cientes, que la miraba con ojos centelleantes y le sonreía
con sus labios color rubí, y la tentaba a desahogar toda
su furia y su pasión.
Susan: La serpiente me parece maligna. El [sic] me tien­
ta a hacer algo que no quiero hacer. Podría interpretar
fácilmente a esta serpiente. Mi psicoanálisis me traicio­
nó. Probablemente, él tiene algo que ver con el sexo.
Carol Kershaw: ¿En verdad le cuesta mucho ver real­
mente a la serpiente como a un aliado? ¿Cree que la ser­
piente del Jardín del Edén era el Mal?
202
Susan: Sí. Lo veo como un tentador.
C. K.: Sin duda, tentó a Eva con la conciencia y, por eso,
con el orgullo; la tentó con el árbol del conocimiento y la
invitó a contrariar los deseos de Dios.
Esta imagen la aterraba porque la sentía como algo
maligno. La serpiente la seducía, invitándola simultá­
neamente a liberar y a guardar sus sentimientos. Me
dijo que el símbolo de la serpiente encerraba un gran
significado.
La serpiente solía ser la guardiana de un tesoro; ser­
vía para mantener alejado al que intentase robarlo. Los
traductores e intérpretes de la Septuaginta definieron el
vocablo hebreo tanniym, empleado en el Antiguo Testa­
mento, como alusivo al gran dragón o serpiente Sata­
nás. En Job 40-41 hallamos uno de los mejores ejem­
plos de una descripción con empleo de esta palabra,
cuando dice que el dragón se caracteriza por tener «una
piel impenetrable, ojos centelleantes, aliento ígneo y
ollares humeantes». En la versión griega, el dragón es el
orgullo, la vanidad o la pereza. En Salmos 74:13 e Isaías
27:1 y 51:9, es «leviatán». Evans (1987, págs. 40-1) lo
define como «un símbolo alegórico del pecado del orgu­
llo, personificado (. ..) en Satanás». Los dragones del An­
tiguo Testamento guardan relación con los mitos orien­
tales en torno de un dios que mata al dragón primordial
en un intento de poner orden en el mundo (op. cít., pág.
40). El gran dragón Satanás fue expulsado del Paraíso y
adoptó la forma ofídica del dragón que aparece en el
Jardín del Edén. El arcángel Miguel trabó combate con
el burlador y acabó por arrojarlo a la Tierra, donde tentó
a Eva a la desobediencia. La Caída lo fue de la inocencia
al conocimiento; con el conocimiento, el ser humano se
enorgulleció de sus propias capacidades. Adán y Eva
comieron del fruto prohibido y adquirieron conciencia.
Tal fue el comienzo de su iniciación en una vida propia
y, como dijo Campbell (1988, pág. 51), «la vida empezó
realmente con el acto de desobediencia».
Descubrimos que el «orgullo» de esta paciente se si­
tuaba en su capacidad de sufrimiento. Llevaba ya mu­
chos años sintiéndose rechazada y usada sin el menor
reconocimiento por unos padres judíos, provenientes de
203
una cultura distinta de aquella en la que se había for­
mado Susan, que mantenían las viejas tradiciones fami­
liares. En su sistema de creencias, las hijas debían cui­
dar de los padres necesitados; se esperaba que sacrifi­
caran sus necesidades personales para satisfacer las de
sus progenitores. La paciente se debatía penosamente
con sus deseos (y su necesidad) de que sus padres adop­
taran valores más actualizados y aceptaran su incum­
plimiento de los dictados de la familia. Se esforzaba por
exigírselos, pero cuanto más les pedía que cambiaran su
modo de ser tanto más intentaban ellos manipularla
formando coaliciones con otros miembros de la familia y
enviándole mensajes por intermedio de los hijos y otros
parientes de Susan. Todos los mensajes señalaban que
ella nunca hacía lo suficiente por sus padres. La pacien­
te acabó por sentirse culpable, deprimida y tan hen­
chida de furor que no se permitía expresar sus senti­
mientos por temor a lo que pudiera suceder. Sin embar­
go, también se guiaba por la noción de que para purgar
sus malos sentimientos debía pasar horas y horas exa­
minándolos. La serpiente masculina de sus sueños era
una imagen poderosa que representaba la invitación a
continuar así, o a usarla como aliada para descubrir el
modo de poner fin a sus dolorosos e intensos sentimien­
tos de rechazo, furia, vergüenza y culpa.
Después de la sesión de hipnosis pro conversación, a
la que me he referido, Susan decidió abundar sobre un
ritual sugerido por mí para ayudarla a desasirse de su
exigencia de que sus padres, humanos e imperfectos,
fueran progenitores idealizados, a aceptar a sus padres,
a aprender nuevas maneras de protegerse cuando los
tuviera cerca y, quizás, hasta a disfrutar de algunos as­
pectos de ellos. Visitó el sector del cementerio reservado
a su familia y, en las parcelas destinadas a sus padres,
enterró una cuchara de bebé y otros objetos que la re­
presentaban como niña. Todos los miembros de la fami­
lia, salvo Susan, pensaban ser sepultados allí. La pacien­
te usó ese sector para «enterrar» al bebé exigente que
llevaba dentro. Por medio de este ritual hipnótico, peno­
so y emotivo, pasó simbólicamente a la edad adulta.
Cuando visitó a sus padres, de regreso del cementerio,
se sintió capaz de mantenerse a suficiente distancia
204
como para protegerse y, al mismo tiempo, ser una hija
nutricia. Al avanzar en su trabajo psicoterapèutico, em­
pezó a enfocar su atención en nutrirse adecuadamente
a sí misma en vez de esperar que sus padres continua­
ran desempeñando ese papel.
Empezó a resolver algunos de estos problemas evolu­
tivos y a mostrarse más tolerante con el hecho de que su
marido no cuidara del hogar (una metáfora de cuidar de
ella). Cuanto menos se quejó y presionó a su esposo tan­
to más libre se sintió él para ofrecerse a colaborar más
en el cuidado del hogar.
El capítulo siguiente examina estrategias basadas en
el uso primario de fenómenos de trance por parte de la
pareja. Se alienta al terapeuta a desarrollar estrategias
fundadas en las necesidades y las deficiencias evolu­
tivas propias de cada pareja.
205
8. El uso estratégico del trance
El terapeuta conyugal dispone, en lo Inconciente, de
un tesoro de perlas utilizables como medios de cambio.
Su fe en la idea de que todo individuo lleva dentro de sí
lo que necesita para vivir le permite extraer esas perlas y
usarlas valiéndose de diversas técnicas. Cada pareja de­
bería tener un plan de tratamiento personalizado y flexi­
ble; ninguna debería verse obligada a adaptarse a un
modelo prescrito ni ser presionada para ajustarse a la
definición de salud que postula el terapeuta. Las técni­
cas presentadas en este capítulo quizá sirvan de estímu­
lo para la creación de intervenciones eficaces.
Cabe señalar que Erickson utilizaba por igual un tra­
bajo directo y un trabajo indirecto. Ponía el acento en el
uso de un método simple y permisivo, y apuntó que «las
técnicas hipnóticas deben ajustarse a la medida de las
necesidades individuales de la situación específica. Por
consiguiente, los hipnólogos deberían conocer a fondo
todo tipo de técnicas hipnóticas y apreciar plenamente al
sujeto como personalidad» (Erickson, 1964, pág. 162).
Insistía en que el hipnoterapeuta debía ser capaz de
pasar de una técnica a otra en caso necesario (op. ctt.).
Cuando empleaba historias metafóricas, solía responder
directamente a las preguntas del paciente acerca de la
relación entre la historia y su problema (comunicación
personal de Betty Alice Elliott, 1990). Cuando se pre­
guntó a Betty Alice si Erickson en sus últimos tiempos
había preferido un método más indirecto, respondió que
él creía en «la posibilidad de usar una técnica directa o
indirecta en el trabajo con los pacientes. Determinar
cuál puede ser más apropiada para un paciente deter­
minado en una situación específica, es cuestión de cri­
terio terapéutico y de experiencia» (comunicación per­
sonal de R. Klein, 1989).
206
Cuando un paciente se ve atrapado en una limitación
conciente y encuentra difícil cooperar con el terapeuta,
parece más conveniente recurrir a un método indirecto
porque este tiende a soslayar la resistencia conciente y
suele proporcionar al paciente un símbolo generativo de
salud, equilibrio y bienestar.
Antes de tratar sobre estrategias, es importante exa­
minar otro aspecto de la hipnoterapia. Como toda psi­
coterapia, la hipnosis opera dentro de una comunica­
ción paradójica. Por ejemplo, cuando se pide al paciente
que haga una levitación de mano, él experimenta un
sentimiento paradójico: «Estoy haciendo esto, no estoy
haciendo esto». Parece que el hipnólogo fuera causa de
ese desempeño, pero el paciente «sabe» que en realidad
es él quien levanta la mano. Puesto que se produce una
disociación, es como si la levitación ocurriera con inde­
pendencia de la persona. Es la paradoja la que produce
disociación (Hoorwitz, 1989).
Una conducta sintomática corre paralela a una con­
ducta de trance y también opera dentro de nexos para­
dójicos. La conducta problemática se da con frecuencia
cuando una persona se siente atrapada en esta parado­
ja: «Yo produzco este síntoma; yo no produzco este sínto­
ma. Me sucede». Si un cónyuge se debate con un sínto­
ma, como conducta compulsiva, ira, tedio o depresión, y
comunica esta situación a su pareja, el mensaje es: «Me
sucede esto. ¡Socórreme!». Cuando recibe este pedido
humillado de «socorro», el otro cónyuge pasa al frente en
un intento de asistencia, de consejo o de alguna otra
conducta en favor de su compañero. Por lo común, el
primer cónyuge recobra la posición de superioridad, y
alega que el consejo recibido no es suficientemente bue­
no, porque no hace efecto. Pero enseguida recae en la
posición humillada y comunica a su pareja: «Este sínto­
ma me domina. Por favor, ayúdame». El otro quizás en­
saye algunos consejos o se haga cargo de la situación,
con lo que otra vez asumirá una posición de superiori­
dad. Por supuesto, el primer esposo encuentra «insufi­
ciente» esta respuesta, con lo cual sube a la posición
de superioridad para luego descender nuevamente. En
muchos casos, la pareja visita al psicoterapeuta cuando
el cónyuge salvador ha fallado. El estado de trance de­
207
sarrollado durante este proceso, que es un estado diná­
mico compartido, suele ser experimentado como nega­
tivo y frustrante. Es preciso alterar la danza hipnótica.
Si el terapeuta asume la posición que había mantenido
el cónyuge salvador, es posible que se repita el mismo
proceso, siendo esta vez el terapeuta quien fracase en
resolver la dificultad, como había fracasado el esposo
salvador. Inducido a entrar en la danza hipnótica nega­
tiva, corre el riesgo de llevar finalmente a su hogar la
frustración y la angustia de esa pareja, de comunicarlas
a su cónyuge y de co-crear su propia danza hipnótica
negativa. Este ciclo puede extenderse a sus hijos y a sus
amigos, y retornar por la vía inversa.
Pero si el terapeuta consigue crear un doble vínculo
terapéutico, tal vez el paciente pueda abandonar el sín­
toma. El paciente dirá: «Produzco este síntoma, pero no
produzco este síntoma». El terapeuta concuerda con él y
le sugiere que es inútil eliminar el síntoma pero que qui­
zás el paciente pueda experimentarlo en mayor o menor
grado. Este es el principio en que se basa Alcohólicos
Anónimos cuando insta a los bebedores problema a ad­
mitir su alcoholismo. Sólo podemos controlar un proble­
ma si capitulamos ante él. Al pasar de una posición si­
métrica de auto-control a una posición complementaria
de capitulación ante un poder más fuerte que el propio,
el alcohólico cree que la única forma de asumir el con­
trol es abandonarlo (Bateson, 1972).
El doble vínculo es el acicate del trance. Cuando un
individuo se siente atrapado en una paradoja, entra en
un estado alterado. Como una manera de encontrar
sentido a cierta experiencia que sustenta una lógica de
«tanto/como», la lógica del trance (o sea, algo es tanto de
un modo como del modo opuesto al mismo tiempo), una
persona desarrolla un estado de conciencia alterada
para protegerse de la angustia de una confusión tre­
menda. En el universo lógico, algo puede ser sólo de un
modo al mismo tiempo, no «tanto/como». En el universo
del trance, es fácil experimentar la sensación de estar a
la vez aquí y allá, en el futuro y en el pasado, de tener
simultáneamente varias edades. Muchos adultos que
reanudan la práctica de un deporte al que se dedicaron
en su niñez o adolescencia dicen tener esta experiencia
208
de sentirse a la vez un muchacho de catorce años y un
hombre de cuarenta y tres. Pueden jugar al béisbol co­
mo adultos y tener nuevas vivencias, pero continúan ex­
perimentando los viejos sentimientos de su niñez cuan­
do, parados en la base de cara al lanzador, ansiaban de­
sesperadamente ser héroes o, al menos, no fallar. El
desafio está en evitar la humillación que tal vez sintie­
ron de niños.
Hay varios métodos de uso del trance en terapia de
pareja: trabajo en trance individual, trabajo conjunto y
trabajo por medio de conversaciones con uno solo de los
cónyuges o con los dos. Estas y otras intervenciones
hipnóticas están destinadas a bloquear las señales in­
terpersonales o intrapersonales que han alterado a los
esposos y generado su conducta sintomática. Se aplican
para crear una contrainducción, de manera que la señal
desencadenante de la conducta sintomática deje de ser
activada o adquiera un significado diferente. El tera­
peuta elige uno o varios métodos guiándose por la eva­
luación de la relación de pareja, los diversos fenómenos
del trance ya en uso y los que él pueda enseñar. Cuando
la relación se ve afectada por problemas individuales, se
puede usar un trabajo de trance con una persona mien­
tras la otra observa el proceso. No es raro que si un es­
poso entra en trance, el otro haga lo mismo. También es
posible ver a los esposos en forma individual, sin dejar
de abordar por ello el sistema conyugal. Ninguna de es­
tas técnicas debe emplearse antes del «momento opor­
tuno para la enseñanza».
El «momento oportuno para la enseñanza» es aquel
en que los individuos o compañeros hacen una pausa
en la confusión generada por su interacción y caen en
un trance leve. Este tiempo estratégico para iniciar el
trabajo de trance se da en cada sesión de terapia. Es el
momento utilizable terapéuticamente para desorganizar
el contexto habitual a fin de cambiar un modo de per­
cepción, una secuencia conductal redundante o el sig­
nificado de una emoción. Este momento suele presen­
tarse cuando el paciente se halla en un estado de con­
fusión o el terapeuta ha dicho algo que le suena veraz.
Si la pareja requiere un trabajo individual, tal vez
convenga trabajar separadamente con los esposos y
209
recurrir al trance más formal y al dialogal. En ocasiones,
esta separación resulta más beneficiosa que el trabajo
conjunto cuando los esposos persisten en su renuencia
a cooperar entre sí durante las sesiones y cada intento
del terapeuta de apoyar a uno de ellos es percibido por
el otro como un abandono. En tales casos, el terapeuta
puede seguir el mismo modelo y procedimiento evaluativo que en las sesiones conjuntas.
El trabajo de trance dialogal o más formal es útil en
ciertos casos de terapia conjunta en que el terapeuta
desea trabajar con un esposo mientras el otro los ob­
serva y luego proporciona información, o trabajar simul­
táneamente con ambos. El trabajo conjunto es valioso
cuando acrecienta la ligazón y las sensaciones de ha­
llarse en un estado de conexión.
Los siguientes fenómenos de trance, así como las in­
tervenciones estructuradas y directas asociadas a ellos,
son utilizables en terapia conjunta o en el trabajo indi­
vidual en torno de problemas de pareja. El terapeuta
acaso se decida por una de estas intervenciones sobre la
base de los fenómenos de trance ya practicados por la
pareja que, a su vez, acaso intervengan en el proceso
sintomático conyugal. Esos fenómenos se pueden ex­
pandir en una dirección más positiva. El propósito de la
intervención debe ser abordar una de las hipótesis sistémicas, interpersonales o intrapersonales, desarrolla­
das por el terapeuta a partir de los datos recogidos en el
cuestionario.
Disociación
Es la capacidad de separar afecto de cognición. Si
nos vemos a nosotros mismos separadamente de nues­
tros problemas, o no sentimos dolor, o, hallándonos
sentados en una habitación, nos vemos en un espejo si­
tuado en un cuarto contiguo, o vemos una escena de
nuestro pasado como en un filme, empleamos disocia­
ción. Ser capaz de percibirnos sin los límites corporales
puede constituir un recurso utilizable en la interven­
ción. No es raro que en la disociación un aspecto de una
210
experiencia se escinda de los demás aspectos. Por ejem­
plo, el paciente experimenta una levitación hipnótica de
un brazo como si sucediera fuera de él. La experiencia
subjetiva le dice que en realidad el brazo no colabora.
La disociación existe sobre un continuo. Puede ser
leve en las experiencias comunes de la vida y más in­
tensa en un trauma si ciertas partes de la personalidad
se escinden por completo de la conciencia y surge una
barrera amnésica. El trastorno de personalidad múlti­
ple es un ejemplo de disociación extrema. Podemos ex­
perimentar una disociación de los sentimientos a conse­
cuencia de una conmoción o trauma. Un paciente que
mantenga en el tiempo la disociación entre afecto y
cognición acabará por ser incapaz de reconocer los sen­
timientos fundamentales: ira, vergüenza, dolor, alegría,
culpa, soledad. En tal caso, hay que estimular y desen­
cadenar esos sentimientos.
También nosotros podemos experimentar una diso­
ciación entre cognición y afecto. Puede ser necesario
modular y administrar la intensidad del afecto si una
persona es conciente de sus sentimientos al extremo de
no poder tolerarlos o experimentarlos en forma equi­
librada —sin pecar por exceso, de modo que el paciente
se vuelva disfuncional, ni por defecto, de modo que cai­
ga en la chatura afectiva—. Algunas personas se obse­
sionan con el pensamiento y se disocian del afecto; otras
se obsesionan con los sentimientos y se disocian de la
cognición; otras, en fin, mantienen una conducta com­
pulsiva, y se disocian del afecto y la cognición. Veamos
algunas intervenciones que utilizan la disociación.
Ensayo mental
Es una técnica aplicable con individuos para prac­
ticar una respuesta diferente de la establecida que aca­
so resulta insatisfactoria. Si lo desea, el terapeuta con­
yugal puede guiar a cada compañero por los siguientes
pasos:
1. Pedirle un examen crítico de la conducta proble­
mática del otro. Después, pedirle que haga lo mis­
211
mo con su propia respuesta insatisfactoria en to­
dos los niveles (actitud, conducta, respuesta fisio­
lógica) en estado de vigilia.
2. Hacer que elija aquel recurso de trance que le ayu­
daría a cambiar la respuesta.
3. Sugerirle que evite las interpretaciones psicológi­
cas acerca de lo que le ocurre a él o a su pareja.
4. Hacerle construir un guión escénico con el recurso
de trance, para ponerlo en escena con la respuesta
deseada.
Una esposa joven, criada en una familia alcohólica
donde estallaban conflictos ruidosamente manifestados
con gritos, alaridos y golpes, empezó a tener una reac­
ción de angustia (palmas sudorosas, palpitaciones car­
díacas, mareos y sentimientos de furia) cada vez que su
marido alzaba la voz o gritaba por algún motivo, aunque
este nada tuviera que ver con ella. Según me informó, en
esos momentos se sentía confundida y asustadísima, y
no dejaba de pensar que su marido, si la amaba, nunca
debería alzar la voz. Solía responderle a gritos como un
medio de poner fin a su conducta, pues temía que él la
golpeara igual que su padre. El marido quedaba perplejo
y se sentía reprendido por algo que no tenía relación al­
guna con su esposa. En vista de que le resultaba rela­
tivamente fácil disociar, sugerí a la esposa que cons­
truyera un guión escénico en donde su marido alzara la
voz por un motivo que no le concerniera y ella pudiera
disociarse con mayor facilidad. La joven practicó una
disociación en la que se adentraba en un bosque hasta
llegar a un lugar secreto donde era imposible oír ruidos
incluso a máximo volumen. El marido comprendió que
actuaba de manera complaciente e inmadura cuando
reaccionaba dando gritos ante una frustración. Empezó
a revisar un guión escénico en el que primero vociferaba
por un lapso más breve que el habitual y después, de ser
necesario, salía a dar un paseo. Durante el proceso tera­
péutico, marido y mujer lograron aprender a identificar
y manejar unos sentimientos que hasta entonces les
habían parecido incontrolables.
212
Diálogo entre estados de conciencia
Una intervención potente que utiliza disociación con­
siste en hacer dialogar al paciente con las diversas par­
tes de su ser que están en conflicto. Watkins y Watkins
(1979) y Beahrs (1982) opinan que todos somos conglo­
merados de diferentes «seí/i o estados de conciencia que
son «co-conciencias». Las personas sumidas en conflic­
tos dolorosos suelen desear la disolución o desaparición
de una parte de sí mismas. Les cuesta apreciar lo que
cada estado de conciencia hace por ellas; de ahí su pro­
bable deseo de eliminar ese estado. Separar los dife­
rentes estados yoicos envueltos en un conflicto y en­
cuadrar la parte «negativa» como una parte importante,
útil o protectora, ayuda muchas veces a integrar estos
aspectos del propio ser.
Con frecuencia, los terapeutas cometen el error de
pedir a sus pacientes que pasen de un estado de concien­
cia intenso a otro, y hagan foco sobre una selección
conciente de formas de acción de alternativa. Los pa­
cientes acaban por «resistirse», y luchan con el tera­
peuta. En definitiva, todos se sienten fracasados, lo que
no es bueno para la reputación y el estado anímico del
terapeuta ni para las posibilidades que tiene el paciente
de dominar su problema. En vez de intentar pasar de un
estado negativo a otro positivo, tal vez convenga más
trasformar aquel dividiéndolo primero en varias partes y
alentando, después, algún tipo de diálogo entre ellas.
Supongamos que el terapeuta pida al paciente que
identifique y nombre los aspectos de su ser en conflicto.
Estas partes, que representarán diversas cualidades del
individuo, pueden adoptar identidades masculinas, fe­
meninas o animales. Al trabajar directamente sobre un
problema conyugal, el terapeuta quizá pida al paciente
que nombre la parte de su ser envuelta en el conflicto
que está representado por su cónyuge, y después de­
sarrolle un diálogo entre los estados de conciencia.
Otra posibilidad sería dividir esos estados más en
emociones que en personalidades, y producir una reela­
boración similar con miras a la integración. Una mujer
de unos treinta y cuatro años, casada y hospitalizada
por abuso de cocaína, habló de su niñez en una familia
213
increíblemente abusiva. Su madre solía golpearla, bebía
hasta atontarse y se retiraba al dormitorio. Su padre, en
su intento de ser a la vez padre y madre, se acercó de­
masiado a su hija, y la convirtió en su confidente, com­
pañera y esposa simbólica. La mujer hablaba de estos
antecedentes como si hubieran sido normales. Quedó
conmocionada al descubrir que las familias funcionales
no eran abusivas. Sus antecedentes familiares dificulta­
ron su divorcio del padre y la fundación de su propia fa­
milia. La paciente identificó una pauta en sus relaciones
con los hombres: tenía estallidos de furia en que los
apartaba violentamente de sí; después, se sentía depri­
mida y confusa ante lo sucedido. Sólo podía etiquetar
los sentimientos que experimentaba cuando la conduc­
ta de una pareja potencial la hacía desdichada. Cuando
exploré con ella el conjunto de sentimientos que llamaba
«ira», identificó primeramente un sentimiento de desilu­
sión con su compañero. La desilusión la bañaba, cual
enorme ola, cada vez que él no respondía a la imagen
interior que ella mantenía de un hombre relación de pa­
reja. Me dijo que los hombres por quienes se había sen­
tido atraída eran bondadosos pero se mantenían muy
distantes, y se retraían frente a los conflictos. Cuando
un hombre la trataba con dulzura, ella sentía una nece­
sidad desesperada de atrapar su atención y sacrificaba
todos sus deseos para complacerlo. Me informó que
buscaba cuidados maternales en compañeros distan­
tes, emocionalmente inasequibles, con lo que recreaba
la relación mantenida con su madre.
La etapa siguiente en el complejo de sentimientos era
la depresión. «Si lo miro bien, mi sentimiento siguiente
es de rechazo —me explicó—. Después, en vez de que­
darme con ese sentimiento, aparto al hombre y lo re­
chazo con ira». Intentaba dominar o manejar el senti­
miento de rechazo convirtiéndolo de golpe en un rechazo
del otro. Se sentía más poderosa si era la primera en
abandonar la relación en vez de ser ella la abandonada.
Al comienzo del trabajo de trance, esta paciente pudo
disociarse con facilidad. Una vez que estuvo en trance,
le pedí que antropomorfizara cada uno de estos sen­
timientos y les hablara por separado como si fueran per­
sonas (cf. el examen de mi trabajo en Achterberg y Law-
214
lis, 1980, cap. «Diabetes mellitus: Learning to think for
an organ»). Sentó en tres sillas a Soledad, Depresión y
Rechazo. En un animado diálogo con ellas, descubrió
que cada una de estas «entidades» era su aliada. Sole­
dad la reconfortó, Depresión la protegió y, cuando se
sentó en la silla de Rechazo, sucedió algo curioso: se
acurrucó hasta hacerse una pelotita, su voz sonó mu­
cho más joven y rompió a llorar. «¿Cuántos años tiene?»,
le pregunté. «Cuatro», respondió. Empezó a contar una
situación en que deseaba desesperadamente estar con
su madre, pero esta se hallaba bebiendo, completamen­
te inasequible a cualquier contacto. Se sintió rechazada y
sola, y me dijo: «No puedo salir de este sentimiento. Así
me siento constantemente». Le sugerí que se sentara en
la primera silla y fuera ella misma, y dialogamos así:
Carol Kershaw: Quizá usted pueda cuidar a esta niñita
de cuatro años.
Paciente: No sé cómo hacerlo. Me siento tan mal. . . (Tenia dos hijos propios y había descrito, en tono cálido y
complacido, los cuidados que les prodigaba.)
C. K.: ¿Qué haría si su niñita acudiera a usted llorando,
porque se sintiera sola y rechazada?
Paciente: Pues. . . la abrazaría (abraza su propio cuerpo
con naturalidad) y le diría que se pondrá bien, que yo la
protegeré y que la amo. (Se repitió a sí misma estas pala
bras, una y otra vez, sollozando. Por último, su voz cam­
bió, afirmándose y serenándose. Dejó de llorar y empezó
a sentirse más sosegada.)
C. K.: Su mente inconciente puede recordarle que le ha­
ble a esta niñita de vez en cuando.
Paciente: No sé qué sucedió, pero me siento mejor.
C. K.: Su mente inconciente puede seguir proporcionán­
dole una sensación de comodidad y seguridad; puede
seguir cumpliendo el trabajo interior que usted necesita
para lograr su equilibrio y satisfacción.
La paciente empezó a interactuar de otro modo con
su pareja actual. No podía seguir manteniendo la vieja
pauta ritualizada porque ahora tenía otras asociaciones
y significados para sus sentimientos. Se dio cuenta de
que estos correspondían a una persona mucho más jo-
215
ven, que se sentía asustada, abandonada y sola. En este
punto de la terapia, comenzamos a explorar otros recur­
sos de los que podría echar mano para cuidarse. Con
ayuda de la hlpnoterapia y del programa de atención
hospitalaria, esta mujer brusca, amedrentadora y po­
tencialmente explosiva se trasformò en una persona
más bondadosa, comprensiva y tolerante. Tres meses
después de su breve internación, me llamó por teléfono
para contarme que había roto su relación por dos moti­
vos: descubrió que estaba mucho menos necesitada y
encontró un hombre mucho más asequible.
Esta mujer aprendió muchísimo acerca de su capaci­
dad de diferenciar los sentimientos, comprenderlos, ma­
nejarlos y cambiarlos. Se sorprendió al descubrir que
era capaz de dominar emociones y conductas que hasta
entonces parecían escapar completamente de su con­
trol. Descubrió un poder cuya posesión ignoraba.
A quienes se sienten dominados por emociones que
ascienden en espiral, les conviene aprender a convertir
un sentimiento en otro. La disociación puede ser un ins­
trumento valioso para cambiar y manejar sentimientos
fuertes.
S u eñ o dentro d e otro su eñ o
Este expediente utiliza la disociación, la confusión y
la profundización en el trabajo de trance con individuos
o parejas. El terapeuta hace que el protagonista —un ex
cliente o una persona ficticia— tenga un sueño en el que
el soñante tiene otro sueño relacionado con el problema
inmediato.
El primer sueño puede seguir una línea argumental o
ser una mera descripción del conflicto del protagonista:
el segundo contiene a veces una metáfora bien desarro­
llada y la «imagen fundamental», es decir, una imagen
organizadora en torno de la cual se construya una histo­
ria que refuerce ciertos aspectos de la persona. A este
sueño dentro de un sueño se pueden incorporar técni­
cas de fortalecimiento del yo; por ejemplo, diremos: «Us­
ted puede sentir realmente una sensación de confianza
que aumentará a diario con tal que su inconciente siga
216
usando sus propios recursos interiores para proporcio­
narle una mayor sensación de seguridad personal. Us­
ted es capaz de atender a sus propias necesidades».
En ocasiones, un cónyuge tiene un sueño asociado al
trabajo de pareja. Resulta muy útil usar el sueño relata­
do durante la sesión como un material inconciente acer­
ca del cual la pareja acaso se ha comunicado mientras
dormía. Otras variantes posibles consisten en hacer que
la pareja sueñe con el sueño narrado en la sesión, o en
sugerir a cada esposo que sueñe con el otro.
Examen disociado de un acontecimiento
pretérito
Si una persona o una pareja sufren un bloqueo que
les impide experimentar sentimientos o contenerlos,
pueden rever un acontecimiento significativo de su pa­
sado cercano como si lo miraran en un videograbador
con pantalla, utilizando todos los controles: arranque,
parada, pausa, avance acelerado, rebobinado. Con el
expediente de retardar el evento, el terapeuta ayuda al
paciente a descubrir el punto exacto en que usó la anes­
tesia para adormecer sentimientos y disociarse de ellos.
Cuando el paciente es incapaz de contener sus emocio­
nes, su terapeuta señala el punto exacto donde se pro­
duce la disociación de una cognición, y trabaja con los
«controles» del videograbador, de suerte que la conten­
ción de afecto parezca posible.
M eterse en la piel del otro
Cuando la pareja está trabada en un conflicto y, no
obstante, quiere resolver sus problemas, el terapeuta
puede hacer que cada esposo «se meta en la piel» del
otro, y asuma sus sentimientos, su perspectiva y la tri­
bulación central de su vida. De este modo, cada uno po­
drá reexaminar, desde la perspectiva del otro, un guión
escénico que incluya el conflicto en que se sienten atas­
cados. La capacidad de experimentar las emociones,
creencias, actitudes y «entretelas» del otro produce a
217
veces una comprensión más profunda y una disposición
para cooperar. Entre los miembros de una pareja, hay
una resonancia eléctrica única. El intercambio de «piel»
puede mejorar la conexión y aumentar la resonancia.
C a p ta r los h u ecos d e son id o
Con frecuencia, los cónyuges se empantanan en una
lucha por algo y, en vez de ser capaces de oír recíproca­
mente las expresiones de sus sentimientos, se vuelven
susceptibles y acusadores. El terapeuta quizá desee su­
gerirles dos actividades en estado de trance. Primera:
Que cada esposo esté atento a los «huecos de sonido», o
sea, a lo que su pareja experimenta realmente, y enfo­
que su atención en el sonido de su discurso y en sus es­
pacios intersticiales y en los que lo enmarcan. Las pri­
meros revelan qué siente realmente el otro y con qué se
debate, lo cual tiene escasa relación con su pareja. Con­
viene enfocar la atención en el problema porque es una
«cosa aparte», separada de los cónyuges. Pero cuando
los esposos están demasiado atascados para separar
objetivamente el problema de sus personas, quizá resul­
te útil captar los huecos de sonido. Segunda: El tera­
peuta enseña al paciente a estar atento a la pausa entre
las últimas palabras de su pareja y su propia respuesta.
Esta pausa es el espacio dentro del cual se decide el mo­
do en que se responderá, tras examinar varias respues­
tas en la pantalla cinematográfica interior. La gente sue­
le quejarse de que sus respuestas escapan de su con­
trol. Una vez que empiece a prestar atención a los hue­
cos de sonido, posiblemente se sienta más inclinada a
elegir la respuesta que produzca un mejor resultado.
A p a rea r d escripcion es
Muchos cónyuges entran en el consultorio del tera­
peuta con interpretaciones arraigadas sobre la conduc­
ta de su pareja. Por lo común, la interpretación implica
alguna intención maliciosa o patológica cuando, en rea­
lidad, no existe ninguna. Además, el paciente quiere que
218
el terapeuta crea en su interpretación y, al mismo tiem­
po, le ayude a desasirse de ella. Tomemos el caso de un
matrimonio que riñe a causa de las rabietas del marido.
Cuanto más le exige la esposa que actúe como un adul­
to, y no como un niño, tanto más parece defender él su
conducta. El terapeuta puede responder así a la des­
cripción formulada por la mujer: «¿Su marido tiene una
rabieta cuando las cosas no salen como él quiere [des­
cripción dada por la esposa] o lo abruman el miedo y el
pánico y le resulta difícil gobernar estos sentimientos
que la terapia puede ayudarlo a dominar?» (comunica­
ción personal de D. Hill, 1986). Este procedimiento de
aparear el encuadramiento negativo de la conducta del
esposo con otro más positivo y viable permite a ambos
cónyuges adoptar un enfoque diferente y salir de su per­
niciosa comunicación en lazo. A medida que la esposa
comience a modificar su percepción del marido, y vea en
él más a un hombre con una dificultad que puede llegar
a dominar que a un ser irremediablemente inmaduro, el
esposo podrá volverse más competente en el gobierno de
sus sentimientos.
S e r inaccesible
Si una persona siente la necesidad constante de ser
accesible a su pareja y, en consecuencia, centra su vida
en ella, la relación acaba por enmarañarse. A menudo,
la pasión se apaga. Tomarse su tiempo para atender a
las propias necesidades protege al individuo del agota­
miento y la extenuación total. Esta última ocurre cuan­
do alguien sacrifica sus necesidades para atender las de
otro. Por su parte, el otro se sentirá demasiado endeu­
dado y empezará a agotarse.
La fusión es el producto de una disociación excesiva,
a punto tal que ninguno de los cónyuges tenga un fuerte
sentido de individualidad. Algunas parejas utilizan diso­
ciación para adquirir una inaccesibilidad adecuada y fo­
mentar la oscilación entre los sentimientos psicológicos
de unión y separación. En las sesiones conjuntas o indi­
viduales, el terapeuta puede impartir sugestiones que
faciliten este movimiento.
219
Regresión de edad
Es la capacidad de experimentarse a sí mismo como
alguien física, emocional y cognitivamente más joven.
En momentos de tensión en las relaciones, los indivi­
duos suelen regresar a su edad más vulnerable, aquella
en que se sentían pequeños, indefensos, desprotegidos y
solos. Sin embargo, también podemos regresar a tiem­
pos felices. Una paciente regresó a su fiesta de cum­
pleaños favorita, a la primera vez que un muchacho la
reconoció delante de sus amigas y al día en que cobró su
primer sueldo, para recuperar un sentimiento de valía e
importancia. Hay varias técnicas que utilizan la regre­
sión de edad como fenómeno de trance.
P o n er f in al diálogo interior
El hábito generalizado de emplear el mismo recurso
una y otra vez hace que a menudo las personas se atas­
quen en un estado de conciencia no siempre útil para
un problema determinado. En las relaciones, tendemos
a activar recursos familiares. También somos proclives
a crear un mundo familiar por la vía de revisar el pasado
y superponerlo al presente para asegurarnos de que el
mundo sigue existiendo. Nuestras reacciones habitua­
les ante la tensión —frustración, miedo, depresión o de­
silusión— son aprendidas, reducen la angustia y pronto
se trasforman en habilidades bien desarrolladas. Todas
estas habilidades pasan a ser funciones importantes en
la vida del individuo; quizá no incrementen por sí mis­
mas el crecimiento pero, en formas alteradas, sirven de
recursos accesibles.
Hay varios modos de poner fin a un diálogo interior
que contribuye a mantener un estado de conciencia im­
productivo. Si un cónyuge establece un diálogo interior
iracundo, criticador y sarcástico hacia la conducta de su
pareja, no siempre es fácil cambiar su estado de con­
ciencia. El terapeuta acaso desee sugerirle que el talante
iracundo o irritable es un posible recordatorio de que él
evita hacerse responsable de los actos que condujeron
al estado que provocó la ira. Otra interpretación sería
220
que el sentimiento existe para alertarlo sobre el hecho
de que ha venido evitando algo que requería su aten­
ción; en otras palabras, el sentimiento era en realidad
un recurso que tendía a restaurar cierto sentido de
equilibrio interior.
Para interrumpir el diálogo interno, el terapeuta pue­
de trabajar con el paciente y hacer que este altere su
perspectiva con el propósito de romper el contexto ha­
bitual. Quizá le sugiera que tome todas las defensas
puestas de manifiesto por medio del diálogo interior y
las visualice en forma de escudos. Estos escudos sirven
para proteger al individuo y a su pareja de las dificulta­
des de la vida diaria. Representan todas las actividades
del individuo que posean cierta cualidad protectora y
cada uno puede diferir de los demás en su forma, color
y ornamentación. El terapeuta trabaja con el paciente
para cambiar el aspecto, la estructura, el color o la loca­
lización protectora de determinado escudo así como las
actitudes, emociones y conductas relacionadas con él.
Si un paciente se atasca en pensamientos obsesivos
acerca de sus incapacidades, el clínico puede sugerirle
que mienta para cambiar el diálogo interior. Por ejem­
plo, si sabe que el paciente se censura constantemente,
obsesionado por su incompetencia, puede sugerirle que
se mienta a sí mismo durante ocho días. En vez de til­
darse de incompetente, se dirá, mintiéndose, que es ex­
tremadamente competente. El propósito de este ejer­
cicio es enseñar al paciente que ambos asertos son fal­
sos. Es una estrategia paradójica semejante a la ideada
por Erickson para crear dobles vínculos terapéuticos.
Otro método que ayuda a interrumpir el diálogo inte­
rior y a cambiar el estado de conciencia consiste en vi­
sitar al paciente en un momento de su pasado. Erickson
creía posible alterar la historia perceptual de una perso­
na por medio de técnicas de regresión de edad similares
a las descritas en El Hombre de Febrero (Erickson y
Rossi, 1989). Allí vemos que un adulto puede retroceder
en el tiempo hasta un hecho vivido cuando el paciente
era más joven y vulnerable. El adulto nutre y protege al
niño, o lo aconseja. El terapeuta quizá desee reforzar es­
ta técnica y crear en trance el «ambiente de amparo» del
paciente. Para ello, le sugerirá un personaje femenino,
221
cálido y nutricio, y otro masculino, igualmente nutricio,
que lo acompañarán en su regresión a una edad más
difícil y lo protegerán hasta que complete la revisión de
un episodio traumático. Los dos personajes lo ayudarán
a modificar los efectos del trauma, o lo asistirán para
protegerlo de daños y peligros.
C om p leta r la tarea evolu tiva
Durante la regresión de edad, el terapeuta puede uti­
lizar un personaje nutricio para hacer que el paciente
vuelva a aprender las tareas evolutivas que aprendió
mal o no aprendió en absoluto. A veces lo retrotraerá
metafóricamente a toda la fase de ligazón materno-infantil durante la cual (especialmente en la lactancia) el
bebé contempla, chupa y lame el área que rodea el pe­
zón; madre e hijo se miran a los ojos con deleite y se to­
can; el bebé y su cuidadora se palpan la piel y la huelen
con un placer sensual; el hijo y la madre o el padre dis­
frutan del olor del otro, mientras oyen el sonido de su
voz y se mueven con un ritmo sincronizado. Tal vez su­
giera al paciente en trance que ambos progenitores lo
sostuvieron en sus brazos, y le haga pasar por estas
conductas de apego tempranas para que complete la
tarea crucial de apegarse (Erickson, 1988, y J. William
Wade, 1989, comunicación personal). Las tareas evolu­
tivas incompletas se pueden recrear por medio de una
regresión de edad. Por ejemplo, el paciente aprende la
constancia de objeto mientras un cuidador nutricio le
sugiere que «fotografíe» al otro cuidador nutricio y luego,
cuando este se ausente de la habitación, contemple la
fotografía en la pantalla de su cinematógrafo interior.
U sa r u n p u e n te afectivo
Gracias a un puente así, descrito por primera vez por
Watkins (1971), un paciente pudo recuperar un senti­
miento o suceso originales y situarlos en el contexto
adecuado. El terapeuta puede pedir al paciente que en­
foque su atención en el sentimiento o síntoma corporal
222
recurrentes y los use como puentes tendidos hacia el
pasado para regresar a la primera vez en que experi­
mentó esa emoción o síntoma. Si emplea esta técnica, el
terapeuta quizá descubra la tarea evolutiva que ha que­
dado pendiente. Además, traerá a luz el conflicto origi­
nal, que quizás opere de manera encubierta. Acaso esto
deje en claro para el paciente un nexo con el problema
actual, lo que permitirá al terapeuta avanzar hacia su
solución.
Recuperar recursos
Se pide a la pareja que se retrotraiga a una época
más positiva y recuerde los sentimientos cálidos y las
fuerzas que cada uno de los compañeros vivenció en el
otro. Podemos hacerles revivir pensamientos, senti­
mientos y conductas para luego enlazar estos recursos
con el presente, y pedir a sus mentes inconcientes que
retengan estos sentimientos positivos y elaboren una
solución del problema actual (Protinsky, 1988).
D ia loga r con p erso n a lid a d es d el p a sa d o
Podemos pedir a los miembros de la pareja que retro­
cedan en el tiempo, se encuentren consigo mismos tal
como eran cuando estuvieron juntos por primera vez,
antes de casarse, y aconsejen a sus personalidades más
jóvenes sobre el modo de evitar ciertos obstáculos. Ade­
más, pueden retrotraerse a su etapa de galanteo. Des­
pués, les pedimos que se vean formando pareja con dife­
rentes personas y conversen con ellas. Otra alternati­
va sería regresar a la infancia, encontrarse y hablar de
sus miedos o alegrías. La personalidad adulta de cada
compañero puede acompañar a la personalidad infantil
y dialogar con las personalidades infantil y adulta del
otro.
223
Progresión de edad
En este fenómeno de trance, también llamado seudoorientación en el tiempo, los individuos o las parejas son
trasportados a una época futura en la que habrán al­
canzado una determinada meta. Entonces pueden re­
visar esa meta en los términos de actitudes, afectos y
conductas. El paciente elige un momento futuro, o el
terapeuta elige, para la sugestión, un tiempo futuro (en
un sentido general) acompañado indirectamente de una
amnesia. Acerca de la importancia de un futuro posible
imaginado, Richard Bach (1977) apuntó: «A lo largo de
su vida, ustedes son guiados por la criatura interior que
aprende, por el ser espiritual y juguetón que es el ver­
dadero ser de ustedes. No se aparten de los futuros po­
sibles sin haberse cerciorado de que nada tienen que
aprender de ellos. Siempre podrán cambiar de idea y
elegir otro futuro u otro pasado» (pág. 51). Hay varias es­
trategias de progresión de edad que pueden beneficiar a
las parejas en conflicto.
T écnica d e la b o la d e cristal
Erickson inducía en el paciente un estado de alu­
cinación en el que veía varias bolas de cristal. Después
lo inducía a ver en cada una diversas experiencias emo­
cionalmente significativas que ocurrían en tiempos dis­
tintos. Cada escena incluía conductas y reacciones
emocionales; todas estaban encerradas dentro de la bo­
la para que el paciente las reexaminara por separado. A
continuación, Erickson proyectaba al paciente a una
época posterior a la terminación de la terapia y al logro de
las metas. Desde esta distancia segura, el paciente mira­
ba retrospectivamente las bolas de cristal de su pasado.
Después, le hacía ver otra serie de bolas de cristal y le
pedía que examinara sus logros, que eran resoluciones
de los problemas revisados en la primera serie de bolas
(CP IV, págs. 397-407).
224
Insight inconciente con seu d o-orien ta ción e n el
tiem po
Cuando es preciso comprender un problema actual
cuya gran carga emocional hace imposible su discusión
objetiva por los compañeros, podemos hipnotizar con­
juntamente a estos y proyectarlos hacia el futuro. Desde
esta perspectiva, podrán ver la evolución del problema
actual a partir de un momento pretérito, pasando por
una dificultad presente o por otra prevista para el fu­
turo. Un examen más objetivo del problema tratado en
terapia quizá les permitirá salir de una comunicación en
lazo cada vez más intensa (CP IV, págs. 424-6). Erickson
propone iniciar el procedimiento induciendo, por lo me­
nos, un estado de trance mediano y haciendo que la pa­
reja se disocie del entorno. Se imparten sugestiones
acerca de la poca importancia que tienen el día de la se­
mana o el mes corriente. Tras esto, cada compañero
puede entrar en el futuro para mirar retrospectivamente
el pasado —que en realidad es el presente— desde una
nueva perspectiva. La flamante comprensión del pro­
blema contendrá también su solución porque la nueva
perspectiva lo ve desde el futuro, es decir, desde una
época en que el problema ya no existe. Se imparten su­
gestiones para hacer notar cómo se ha resuelto el pro­
blema. Estas sugestiones son seguidas de una amnesia
de tiempo y de lugar sin perder conciencia de la propia
identidad. Gracias a esta estrategia, muchas parejas
pudieron adquirir un insight inconciente acerca de su
dificultad actual.
P erso n a lid a d es d e l fu tu ro
Si una pareja sigue adelante por la misma senda que
recorre en la actualidad y cada compañero produce los
cambios deseados, ambos pueden progresar en edad y
conocer a sus personalidades futuras. Hay tres futuros
diferentes en que es posible el diálogo entre la pareja
actual y la futura. Los dos primeros ya han sido des­
critos. En el tercero, el compañero está ausente (p.ej.,
ha habido un divorcio).
225
Es característico que un cónyuge imagine concientemente varios futuros en compañía de su pareja. En
trance, podemos sondear la mente inconciente y extraer
de ella ideas sobre el futuro desconocidas para la mente
conciente.
P royección tem poral a la próxim a eta p a
evolu tiva
Cuando las parejas se mueven dificultosamente en
una transición de una etapa evolutiva a otra, tal vez les
convenga una proyección temporal que aborde con­
ductas, actitudes y emociones por medio de tareas espe­
cíficas. Podemos impartir sugestiones metafóricas con­
cernientes a los logros alcanzados en las etapas previas,
a fin de suscitar sentimientos de auto-confianza y una
actitud de convencimiento sobre las posibilidades de
éxito en la tarea asignada. Esta estrategia se usa jun­
tamente con una regresión de edad cuando se desea re­
solver cualquier dificultad del pasado capaz de impedir
el avance de la pareja hacia su próxima etapa evolutiva.
Distorsión del tiempo
Es la capacidad de experim entar expandida o
contraída la duración temporal. El físico Stephen Hawking (1988) emplea la frase «flecha psicológica del tiempo»
para describir su movimiento del pasado al presente y al
futuro y nuestro recuerdo del pasado como algo estable
y ordenado. La segunda ley de la termodinámica expre­
sa que el desorden aumenta con el paso del tiempo. Por
eso, el mayor desorden diferencia el pasado del futuro.
Presente y futuro se suelen percibir como inestables o
desordenados a causa del cambio constante. El pasado
se percibe como fijo, hasta que alguna experiencia del
presente estimula una nueva perspectiva de aquel; pue­
de decirse que en ese punto el pasado cambia.
A menudo, la percepción subjetiva del tiempo es muy
distinta de su duración real. Cooper y Erickson (1959)
226
opinan que «cuando existe una diferencia "marcada" en­
tre la duración aparente de un intervalo dado y su lectu­
ra en el reloj, decimos que hay una “distorsión del tiem­
po”» (pág. 2). La «duración aparente» es esa percepción
de la cantidad de tiempo trascurrido. A veces, cuanto
más disfrutamos de un suceso, tanto más acortamos el
tiempo de su goce; cuanto más doloroso nos resulta,
tanto más expandimos el tiempo de sufrir.
No es raro que las parejas experimenten una expan­
sión del tiempo cuando las invade un sentimiento de
amor recíproco. El proceso de la aproximación sexual y
el orgasmo en parejas cuyos compañeros se sienten sa­
tisfechos uno con otro suele ser una experiencia de un
placer moroso, intenso. En cambio, si existe una ira re­
cíproca, el contacto sexual parecerá durar unos treinta
segundos. En medio de un conflicto, el tiempo se con­
trae, se retarda hasta alcanzar una lentitud torturante y
los sentimientos dolorosos parecen prolongarse indefi­
nidamente. En unos pocos segundos fugaces, cada es­
poso puede repasar todos los hechos penosos de su his­
toria percibidos como injusticias cometidas por el otro,
junto con los resultados de su conducta «mezquina y
desconsiderada». Hay dos estrategias básicas utilizables
para ayudar a resolver conflictos: la condensación y la
expansión del tiempo.
Condensación del tiempo
En trance, podemos acortar subjetivamente el tiem­
po de manera tal que cuando los compañeros se sientan
cálidamente conectados, puedan pasar de un conflicto
específico a su resolución. Un modo de lograrlo consiste
en pedirles que tengan un sueño terapéutico de cinco
minutos sobre el problema, en el que aparezca repre­
sentada alguna resolución.
Este fenómeno se consigue impartiendo sugestiones
de experiencias placenteras: por ejemplo, vacaciones
que parezcan vertiginosas o actividades que exijan una
gran concentración de enfoque, como la pintura o el
canto. Podemos vincular este recurso a la reducción del
trastorno subjetivo de la conducta de un cónyuge.
227
E x p a n sió n d el tiem po
A veces, tenemos la Impresión de que el tiempo perci­
bido trascurre mucho más despacio de lo que indica el
reloj. Por medio de sugestión, podemos expandir la du­
ración de los sentimientos positivos entre cónyuges y
contraer la de sus sentimientos negativos. Para muchas
personas, la distinción entre pasado, presente y futuro
es sólo una ilusión, aunque sea una ilusión pertinaz.
Analgesia /anestesia
Es un fenómeno de trance que ocurre de manera na­
tural, en el que una persona olvida o modifica sus sen­
saciones físicas y hace foco sobre algo que absorbe su
atención (CP IV, pág. 224). Todos hemos tenido la expe­
riencia de anestesiarnos, por ejemplo, ante la sensación
producida por determinadas prendas (interiores o no) y
calzado. Cuando una historia interesante o un certamen
deportivo apasionante absorben nuestra atención, una
jaqueca aguda —o cualquier otra sensación física —
puede quedar tan relegada que apenas la sintamos.
Cuando existe falta de respuesta sexual con un cón­
yuge, se emplea analgesia o anestesia con propósitos de
protección. Puede haber una respuesta natural de in­
sensibilización a causa de un trauma temprano o una
enseñanza restrictiva toda vez que la lealtad al sistema
familiar prevalezca sobre el placer físico.
Las mujeres que desean dar a luz sin recibir medica­
ción alguna o los pacientes con dolores crónicos pueden
anestesiarse. Cualquier malestar crónico acaba por
afectar la relación de pareja, y se convierte en un punto
focal en torno del cual se organiza, a veces, el sistema fa­
miliar. Una técnica de inducción indirecta de anestesia
consiste en interrogar al paciente acerca de su dolor y
desviar luego su atención hacia otro tema más agrada­
ble. Para intensificarla, se imparten sugestiones refe­
rentes a los efectos insensibilizadores de la nieve, el
hielo o la novocaína.
228
Amnesia / hipermnesia
La primera es el olvido natural de lo acontecido; la
segunda es la capacidad de recordar acontecimientos
hasta en sus mínimos detalles. Podemos visualizar la
amnesia como un continuo que va del olvido temporario
del pasado reciente a un olvido más profundo donde se
sepultan recuerdos y sentimientos traumáticos. Abun­
dan los casos de matrimonios entre una persona adepta
a la amnesia y otra experta en hipermnesia. El conflicto
generado por las «expediciones arqueológicas» que de­
sentierran artefactos de una experiencia histórica se­
pultada en el olvido puede conducir a la pareja a dolorosas persecuciones y retraimientos. En pleno conflicto
doloroso, los cónyuges utilizan amnesia para sentimien­
tos afectuosos e hipermnesia para conductas hirientes,
y esto hace difícil detener la espiral descendente del
trance negativo.
El terapeuta debe fomentar la hipermnesia y sugerir
indirectamente a la pareja que ella quizá desee reexami­
nar su etapa de galanteo y, en particular, sus momentos
de grata convivencia. Pedirá al cónyuge hipermnésico
que estimule la memoria del otro y que recuerde los lu­
gares que visitaron, las personas que conocieron y los
objetos que compraron como elementos representativos
de aquellos buenos tiempos. Quizás incorpore una alu­
cinación negativa y una capacidad de usar amnesia, y
les proponga que repasen el modo en que los dos pasa­
ron por alto ciertas irritaciones (alucinación negativa) y,
de hecho, las olvidaron porque su foco de atención eran
los sentimientos placenteros y la resonancia recíproca.
O empleará hipermnesia para hacer que un compañero
note realmente algún aspecto importante de su pareja
en el que quizá no había reparado y que contribuye al
bienestar conyugal.
Alucinación positiva y negativa
Llamamos alucinación positiva a la capacidad de
percibir algo que no está presente. Por ejemplo, vemos
229
*
un libro determinado en el estante de la biblioteca y, al
tomarlo, descubrimos que es otro. Entre quienes dejan
regularmente su automóvil en el mismo estacionamien­
to provisto de una barrera protectora automática que
sube y baja cada vez que entra un vehículo, es común
que la vean aunque haya sido arrancada. Estas alucina­
ciones cotidianas también pueden ser auditivas. En oca­
siones, el terapeuta se vale de alucinaciones positivas
para sugerir que cada esposo vea en una bola de cristal,
o en una pantalla cinematográfica, la respuesta especí­
fica que desea dar en una situación cargada de tensión.
La alucinación negativa es otra forma de alucinación
natural, definida como la capacidad de no ver algo que
está presente. Por ejemplo, no damos con las llaves de la
casa a pesar de tenerlas delante de nuestros ojos; quizá
las miremos directamente, pero no podemos verlas. La
incapacidad de reparar en sonidos, en sensaciones físi­
cas o en ciertas señales visuales se puede aprovechar
como un recurso en terapia conyugal. La mayoría de los
cónyuges contraen ciertas irritaciones idiosincrásicas
frente a su pareja. Prestar atención a «ese tono de voz» o
«esa mirada» puede ser la señal desencadenante de un
conflicto cada vez más intenso. El terapeuta procura in­
terrumpir la pauta sugiriendo que los esposos no repa­
ren en ciertas señales y sí presten atención a algún ele­
mento más grato (Lankton y Lankton, 1983, 1988). Hay
casos en que es importante averiguar la asociación que
establece esa persona con su fastidio o molestia a fin de
poder resolverlo por completo.
El uso de una o varias de estas estrategias depende
de la meta terapéutica y de los fenómenos de trance uti­
lizados corrientemente por la pareja. Para interrumpir
una interacción que se inicia en un miedo intenso y con­
duce a sentimientos negativos, podemos aplicar la si­
guiente estrategia (salvo en casos de abuso).
Muchas veces, un esposo provoca involuntariamente
en el otro un miedo que marca el comienzo de la interac­
ción disfuncional en lazo. El sentimiento de temor de­
sencadena una regresión de edad y un estado de trance
negativo. Cuando uno de los cónyuges o los dos pueden
individualizarlo como un factor desencadenante de la
danza hipnótica, el terapeuta les enseña a manejar ese
230
sentimiento aplicando el siguiente protocolo. El paciente
podrá practicar y usar las habilidades adquiridas para
interrumpir una respuesta habitual, y así interrumpirá
también la pauta disfuncional. Los pasos que siguen se
pueden adoptar una vez inducido un trance. Las citas
que acompañan cada paso han sido tomadas de la vi­
deocinta del trabajo hecho por Erickson con Monde
(Erickson y Lustig, 1975). Ejemplifican los pasos desti­
nados a enseñar a una paciente a mantener un senti­
miento de seguridad e indemnidad por medio del pro­
tocolo hipnótico.
1. Sugiérale indirectamente que puede ver desde
cierta distancia lo ocurrido en el pasado. «Y ahora,
mientras se sumerge cada vez más profundamente en
un trance, es como si viajara por una carretera y pasara
una escena, y pasara otra escena de su vida. Quizá pase
alguna muy agradable que pueda recordar y en la que
no ha pensado por años».
2. Recupere un recuerdo positivo de la niñez que haya
traído seguridad e indemnidad y que sea en la adultez.
«Y me parece que sería interesantísimo que encontrara
algún recuerdo de su niñez, o de su infancia, en el que
no haya pensado por años. . . por ejemplo, el momento
en que descubrió que podía ponerse de pie y el mundo
entero le pareció diferente».
3. Introduzca una mayor disociación valiéndose de un
fenómeno de trance, como la levitacíón de una mano, y
siga sugiriendo un recuerdo positivo de la niñez. «Y su
inconciente manifiesta ese movimiento brusco (se refie­
re a la levitación de una mano) porque su inconciente ha
permitido a su mente conciente usar un movimiento
fluido. Tarde o temprano, no sé exactamente cuándo,
usted se preguntará por algo que le gustaría ver».
4. Hágale visualizar una escena fe liz y pídale que
abra los ojos para que lo vea simultáneamente a usted.
«Ahora bien, en alguna parte de su pasado encontrará
una escena feliz. Quiero que la visualice. Una escena fe­
liz. . . no necesita tenerlo todo, solamente la felicidad. . .
Veamos si puede abrir un poquito los ojos y estar a solas
conmigo. . . Y quiero que centre su atención exclusiva­
mente en mí, mientras siente y ve esa escena del pasado».
231
5. Hágale m em orizar los sentimientos positivos.
Monde recuerda sus chapoteos en un lago cuando tenía
dos años. Erlckson realza los buenos sentimientos: «Y
memorice todos esos buenos sentimientos, porque son
muchos. Es un aprendizaje. . . Así como aprender un al­
fabeto, aprender a reconocer las letras y los números, es
la base de todo un futuro de lectura, escritura y enume­
ración, del mismo modo, memorizar los buenos senti­
mientos de chapotear en el agua con total abandono es
algo que usted aprende y que permanecerá con usted en
las etapas ulteriores de su vida para ser utilizado en
forma directa».
6. Suscite un segundo recuerdo positivo y repase los
buenos sentimientos. Monde tiene otro recuerdo positivo
de cuando perseguía despreocupadamente a los patos.
«Ella necesita aprender ese goce porque hay diversas
cosas a lo largo del camino de la vida, y usted tenía que
aprender esas cosas. . . y descubrir, más adelante, el
modo de usar esos aprendizajes».
7. Hágale cerrar los o/os y tener un recuerdo negativo
de su niñez. Erickson pide a Monde que tenga un mal
recuerdo con los ojos cerrados. Ella recuerda el patear
una ventana de la escuela y sobresaltarse al ver que se
rompe. Erickson reencuadra el incidente, dicléndole:
«Es lindo aprender qué es un sobresalto, ¿verdad?».
Erickson se adecúa al ritmo de la paciente, recupera
un recuerdo acompañado de un sentimiento y lo reen­
cuadra en un nuevo aprendizaje que, según dice, un
adulto puede adquirir y comprender en mayor medida
que un niño. A continuación, recupera un sentimiento
de seguridad e indemnidad.
8. Evoque los sentimientos negativos y sugiérale que
puede cambiarlos abriendo los ojos. Erickson le sugiere
a Monde que, no bien cierre los ojos, empezará a sentir­
se molesta pero luego, cuando los reabra por indicación
de él, se sentirá bien. Repite el proceso y le dice: «Puede
permitirse sufrir y sentirse desdichada porque sabe que
cuando haya experimentado esos sentimientos comple­
tamente, puede abrir los ojos y desterrarlos».
Le hace examinar el sentimiento molesto y le sugiere
que lo está atravesando. Después, le pide que abra los
ojos y vea qué hace, como niña de dos años, en el extre­
232
mo opuesto del consultorio. Monde puede mantener el
sentimiento positivo como mujer adulta.
9. Repase una vez más los sentimientos negativos. Pi­
da al paciente que abra los ojos para eliminar el senti­
miento previo y repase los sentimientos positivos recor­
dados mientras procura retener el sentimiento negativo.
Erickson hace recordar a Monde una paliza recibida.
Le dice que creyó que no sobreviviría a ella, pero que so­
brevivió; lo mismo sucede con la mayoría de los infor­
tunios. Ella sobrevivió a la paliza y puede sobrevivir a
otros infortunios. Después, le hace experimentar una
paliza peor aún, y le dice: «Sentirá cierto odio en su inte­
rior a causa de esa paliza... odio, ira y dolor. .. Siéntalos
todos. Y experimentará cierta sensación de “nunca
más". Y ahora sentirá: “Puedo sobrevivir a esto y nunca
más tendré esa paliza, ese odio y esa ira"». Le pide que
reexamine a fondo el sentimiento de dolor; así sabrá que
es capaz de tolerarlo. No obstante, le sugiere que en su
vida adulta nunca volverá a tener esa experiencia dolorosa. Tampoco necesita mantener el odio y la ira por este
incidente que puede quedar en el pasado y, al mismo
tiempo, ser integrado totalmente.
10. Valiéndose del recurso de seguridad recuperada,
reexamine una situación negativa actual concerniente al
cónyuge del paciente; después, revea la peor situación
conyugal posible y pida al paciente que abra los ojos para
eliminar ese sentimiento malo. Hecho esto, repase los
sentimientos positivos de seguridad e indemnidad. Ha­
ga que su paciente revise la situación negativa utilizan­
do el recurso positivo.
Erickson sugiere a su paciente que la Monde adulta
lo conocerá, la Monde que abriga sentimientos de segu­
ridad y bienestar «sabiendo que cuando la golpee un
malestar o una pena, podrá cerrar los ojos y luego abrir­
los». Enseguida le hace practicar la técnica de desterrar
los sentimientos negativos cerrando y reabriendo los
ojos. Por último, le imparte una sugestión importante,
orientada hacia el futuro, cuando le dice: «Usted puede
pretender cualquier cosa y dominarla».
La afirmación «Usted puede pretender cualquier cosa
y dominarla» contiene una estrategia poderosa para su­
233
perar las limitaciones aprendidas y practicar una habili­
dad deseada. Se puede resolver un trauma que acaso
impida a una pareja disfrutar de su relación. En los
capítulos siguientes abordaremos el posible efecto de un
trauma temprano sobre una relación desde la doble
perspectiva del conflicto conyugal y la enfermedad
psicosomàtica, y propondremos estrategias específicas
para resolver estos problemas.
234
9. El papel del trauma en el conflicto
conyugal
Un trauma psicológico sobreviene cuando un indivi­
duo sufre un miedo insoportable a consecuencia de al­
gún suceso de la vida. Un niño que experimente trau­
mas familiares reiterados a veces se evadirá del miedo y
el dolor por medio de un proceso disociativo. Durante el
trauma, quizá se le nuble la vista o llegue a «salirse del
cuerpo» para proteger su ser del peligro. En el momento
del suceso abusivo, el niño se disocia estando en otra
parte, contemplando la escena desde cierta distancia o
siendo verdaderamente otra persona. Una sucesión de
traumas, conmociones y represiones de sentimientos y
recuerdos puede desembocar en una suspensión de las
emociones y en un miedo abrumador que se activen
fácilmente frente a cualquier símbolo de ese recuerdo.
Una mirada, un gesto, un sonido, un roce, un cuadro,
una expresión facial, un tono de voz: todos pueden ac­
tuar como activadores de un trauma profundo y estímu­
los de un trance negativo. Cuando ese estado de alerta
psicofisiològico es activado en un adulto, quizá se mani­
fieste por medio de algún conflicto conyugal, enferme­
dad psicosomàtica, depresión o «apagamiento», enten­
diéndose por tal el período durante el cual una persona
puede disociarse y distraerse con otro mundo o fantasía,
con total desconocimiento de lo que suceda en su en­
torno inmediato. Al regresar a un mundo conciente, tal
vez experimente una profunda vergüenza. Este capítulo
examina el proceso disociativo utilizado como reacción a
un trauma, y su tratamiento con psicoterapia ericksoniana.
El momento traumático afecta los niveles emocional,
fisiológico y conductal. En ocasiones, la experiencia
afectiva incluye un sentimiento de indefensión, aturdi­
miento, descontrol, depresión y un miedo abrumador.
235
No es raro que sobrevenga una amnesia del suceso,
acompañada de una represión de la memoria y los sen­
timientos. Más adelante, esa persona tal vez responda
con manifestaciones de sobresalto, hipersensibilidad al
ruido, anestesia emocional, incapacidad de experimen­
tar sentimientos o reconocerlos, alexitimia y conversión
a síntomas somáticos. Entre las conductas posibles,
figuran el estado hiperalerta, el retraimiento, el malhu­
mor, la dificultad para conservar amistades. Otra con­
ducta puede incluir un trabajo excesivo destinado a
mantener distancia de otros.
En el nivel fisiológico ocurren ciertos cambios impre­
sionantes. El stress ineludible agota la norepinefrina, la
dopamina y la serotonina, importantes neurotrasmisores por medio de los cuales el cerebro nos mantiene mo­
tivados para ejecutar una tarea. La conmoción, igual­
mente ineludible, va seguida de un agotamiento de la
catecolamina que, a su vez, reduce el pestañeo y la efi­
ciencia en el trabajo y genera un temblor tosco. El agota­
miento de los neurotrasmisores provoca sobresaltos,
estallidos, pesadillas y remembranzas intrusivas (Van
derKolk, 1987).
Adicción al trauma
Ciertos investigadores (Bowlby, 1973, 1984) han se­
ñalado que un ambiente temprano insensible o abusivo
puede estimular la aparición de un estado de hiperangustia, susceptible de afectar a largo plazo la capa­
cidad de un niño para manejar la angustia y la agresión
(Green, 1978; Lynch y Roberts, 1982). El trato abusivo
provoca un stress constante e ineludible que incremen­
ta las endorfinas beta, cuya presencia se ha detectado a
continuación de operaciones quirúrgicas, juego por di­
nero y maratones (Van der Kolk et a i, 1985, pág. 72). La
razón por la cual individuos traumatizados se exponen
reiteradamente a un stress (niños victimas de abusos
que se entregan a conductas autodestructivas, o adul­
tos que recrean relaciones abusivas mantenidas en el
pasado) quizá se relacione con la liberación opioide
236
endógena que produce un estado de relajación. Algunas
personas son concientes de las crisis constantes que
jalonan su vida.
Un paciente eludió por años el pago de impuestos. Se
jactaba de no haber sido perseguido, pero sabía que era
una simple cuestión de tiempo. Sé involucró en una cri­
sis tras otra, desde una aventura amorosa con la mujer
a quien luego desposó (lo cual le costó su empleo) hasta
transacciones financieras que lo llevaron peligrosa­
mente al borde del desastre. Su esposa mantuvo el ma­
trimonio a causa de su aferramiento a tradiciones reli­
giosas contrarias al divorcio. Ella reconoció una pauta
de conducta: elegía a hombres que necesitaban ser sal­
vados y después, al no realizarse la idealización del ro­
mance, se enfurecía y se sentía decepcionada. El marido
se había criado en una familia alcohólica y abusiva don­
de las palizas eran cosa corriente. Su capacidad de con­
fianza era mínima; además, manifestaba una edad emo­
cional mucho menor que la cronológica. Cada vez que
bailaba al borde de la destrucción, experimentaba un
sentimiento de euforia. Tal conducta suscitaba en la es­
posa resentimiento y, a la vez, cuidados solícitos. La eu­
foria o liberación de placer que sigue a un acto abusivo
refuerza esa conducta como un medio de sentir placer y
descargar tensión.
A menudo, el tratamiento psicológico del trauma ha
puesto el acento en una revivificación en el trabajo de
trance hipnótico: revivir el trauma a fin de integrarlo.
Pero si esto va seguido de una liberación condicionada
de endorfinas y una hiper-reactividad ulterior, se corre
el riesgo de que la evocación y la nueva vivencia de re­
cuerdos en torno del trauma produzcan más bien un
empeoramiento de los síntomas y una retraumatización
del paciente. El terapeuta debe cerciorarse de que el pa­
ciente puede ver a una personalidad más joven desde
una distancia segura que le permita sentirse a salvo.
Mary Jo Peebles (1987, 1989) ha creado un ejemplo
artístico del proceso de «reelaboración» para el trastorno
de stress postraumático (PTSD \post-traumatic stress
disorder]) por medio de hipnoterapia analítica. Sin em­
bargo, después que pidió a una paciente revivir el re­
cuerdo terrible de haber despertado durante una opera­
237
ción quirúrgica, causante de su PTSD, en la siguiente
sesión la mujer le confesó que había estado a punto de
no volver al consultorio porque la revivencia había exa­
cerbado sus jaquecas y demás síntomas. Peebles re­
currió entonces a la visualización de la escena en un
monitor de televisión. Aunque logró ayudar hábilmente
a la paciente a resolver el trauma, quizá todo habría sido
más fácil para ambas si hubiera empleado medios in­
directos mucho antes. Cuando se conduce una terapia,
hay que tener presentes ciertos factores biológicos. Erickson nos prevenía contra el abordaje directo e indicaba
que el paciente podía reexaminar un hecho desde cierta
distancia: «Pueden (...) hacerle crear por alucinación un
escudo protector o una tela opaca, y hacer que ese escu­
do o tela se vuelva cada vez más delgado y trasparente, y
le deje ver el área de angustia» (CP IV, pág. 396). A su
juicio, el terapeuta tenía más libertad de acción para
ayudar al paciente a resolver sus problemas si este ac­
tuaba como un observador por medio de una revisión
disociativa, es decir, la revisión de un trauma desde
cierta distancia, fuera a través de una metáfora o de la
contemplación de sí mismo a distancia, en lugar de re­
vivir de una manera actual el hecho traumático histó­
rico. Hacer que un paciente reviva reiteradamente un
trauma equivale, en esencia, a hipnotizarlo en esa pauta
traumática.
Trastorno de stre ss postraumático
Los síntomas que acabamos de describir se atribuye­
ron históricamente al PTSD, clasificado en el DSM-III-R
como trastorno psicológico. Kardiner (1941) lo asoció al
trauma de guerra. Más adelante, se describió el síndro­
me en relación con accidentes (Lindemann, 1944), per­
sonalidad múltiple (Braun, 1984; Bliss, 1980), violación
(Burgess, 1974), incesto (Courtois, 1988), maltrato (Van
der Kolk, 1987) y trastorno de personalidad fronteriza
(Van der Kolk, 1987). El médico Cari Kirsch (comunica­
ción personal, 1987) acuñó recientemente la expresión
«conmoción crónica» para describir el conjunto de sínto­
238
\
mas experimentados por adultos hijos de alcohólicos, o
por cualquier adulto que haya sobrevivido a un trauma
familiar.
Quienquiera que haya pasado por dislocaciones gra­
ves en la vida de su familia de origen puede convertirse
en una víctima del PTSD. Tales dislocaciones incluyen
mudanzas frecuentes, pérdida del empleo por un proge­
nitor, gritos y palizas como método disciplinario, violen­
cia entre los padres, retiro de afecto por un progenitor,
muerte no lamentada de un progenitor o cualquier otro
episodio familiar percibido como una experiencia abru­
madora. Si el suceso no es «nombrado» (para ablandar
el efecto cristalizado), integrado y comprendido, puede
afectar por largo tiempo la conducta del individuo.
Muchos pacientes que presentan estados de angus­
tia, depresión o desorientación, acompañados de afeccio­
nes somáticas, tal vez padezcan una conmoción crónica
con frecuencia mal diagnosticada. A veces les diagnos­
tican ataques de pánico, agorafobia, depresión o angus­
tia. Se puede creer que sufren dolencias somáticas o un
conflicto conyugal. No cabe duda de que un diagnóstico
correcto es indispensable para un tratamiento eficaz.
En los pacientes incorrectamente evaluados, es común
que la psicoterapia produzca una disminución tempora­
ria de los síntomas pero, a la larga, suelen volver y el pa­
ciente se siente peor.
Sin razón alguna de la que el paciente tenga concien­
cia, tal vez empiece a tener pesadillas, o a experimentar
una plétora de sentimientos, una ira incontrolable o una
angustia ajena a su situación actual. Por lo común, no
hay percatación conciente de un suceso al que se pudie­
ran atribuir esos sentimientos. Esta «irrupción» de re­
cuerdos o sentimientos en la conciencia del individuo se
debe por lo general al desmoronamiento de la estructura
defensiva que, durante tantos años, lo mantuvo en la
ignorancia de ciertos hechos.
El proceso por el que se gesta una «conmoción cró­
nica» parece responder a esta secuencia: 1) suceso de la
vida abrumador o trauma continuo; 2) conmoción emo­
cional y entumecimiento de los sentimientos; 3) retrai­
miento, y 4) disociación. La respuesta de disociación es
un mecanismo de supervivencia que usa el individuo
239
para resistir el trauma y mantener su ser. Le sigue una
respuesta de sobresalto, depresión, irritabilidad, per­
turbaciones del sueño y relaciones muy conflictivas en
las que a veces se vuelve a representar el trauma. Den­
tro de la relación conyugal, es posible que varios ele­
mentos actúen como recordatorios del trauma y que el
conflicto consiguiente escasa o ninguna relación guarde
con el vinculo como tal.
Aprendizaje dependiente de un estado
Erickson demostró que amnesias de origen traumá­
tico eran psicofisiológicas; afectan al individuo en su to­
talidad. Muchas veces, el recuerdo del estado emocional
suscitado por el hecho va acompañado de un recuerdo
«corporal». En hipnoterapia, la disociación producida y
el cambio concomitante de naturaleza fisiológica se pue­
den tratar con una «resíntesis interior» {Rossi, 1986). No
pocos adultos sobrevivientes de un trauma familiar pre­
sentan una amnesia para el suceso traumático, pero ex­
perimentan muchos sentimientos incomprensibles en el
nivel conciente. También puede ocurrir lo contrario: el
paciente presenta una amnesia para los sentimientos y
recuerda el suceso. El recuerdo de uno o de otros está
en el inconciente, pero el individuo se ha disociado del
trauma para sobrevivir.
Cheek (1960) indicó que «una hipnosis ocurre es­
pontáneamente en tiempos de stress, lo que daría a en­
tender que este fenómeno es una condición dependiente
de un estado que moviliza una información precon­
dicionada por un stress similar anterior» (pág. 108).
Formuló la hipótesis de que el trauma conduce a una
disociación hipnótica a fin de proteger al sel/". Algunos
animales experimentan un proceso similar cuando se
«paralizan», en un acceso cataléptico, frente al peligro.
El aprendizaje dependiente de un estado (SDL [síaíedependent learníng]) no es un concepto nuevo, pero sí es
importante. Fischer (1971) definió así la ligazón o aco­
plamiento con un estado: «Una experiencia significativa
surge de la ligazón o el acoplamiento de (1) un determi­
240
nado estado o nivel de vigilancia con (2) una determina­
da interpretación simbólica de la vigilancia; la experien­
cia queda ligada al estado y ello hace posible su evoca­
ción, sea por inducción (natural, hipnótica o con ayuda
de drogas) del nivel de vigilancia específico, sea por
presentación de algún símbolo de su interpretación
(p.ej., una imagen, una melodía o un sabor)» (pág. 373).
En algunos experimentos con SDL, se embriagó a un
grupo de sujetos con bebidas alcohólicas y luego se les
enseñó sílabas carentes de sentido. Ya sobrios, varios
miembros del grupo fueron incapaces de recordarlas pe­
ro, tras embriagarse nuevamente, pudieron recordarlas
muy bien. Se ha demostrado que, además de ser un
efecto de drogas, el SDL se da en ciertas estrategias de
memorización, estados emocionales y stress (Henry,
Weingartner y Murphy, 1973). Además, está entre los
efectos del sueño y el ritmo circadiano (Holloway, 1978).
Bower (1981) revisó la bibliografía sobre el SDL condi­
cionado por el estado de ánimo. Podemos inferir que
existe una rememoración dependiente del estado de áni­
mo. Los datos indican la posibilidad de vincular el es­
tado de ánimo natural o inducido (por hipnosis o drogas)
con la codificación y la rememoración de recuerdos. A
cada aprendizaje corresponde un estado neuropsicoflsiológico especial; cuando se da este mismo estado, re­
torna lo codificado o aprendido en él, sea cual fuere su
naturaleza. En la bibliografía sobre el trastorno de per­
sonalidad múltiple hemos descubierto que ciertos fenó­
menos aparentemente extraños son, en realidad, for­
mas extremas de una pauta de respuesta disponible
para todos. El trastorno de personalidad múltiple (gene­
rado en muchos casos por malos tratos severos sufridos
en la infancia) ocupa el extremo de un continuo de diso­
ciación normal que parte de los sueños diurnos o los
estados de trance cotidianos y normales, y llega a «la re­
presión, los estados yoicos, la disociación extrema y la
personalidad múltiple» (Braun, 1984, pág. 173). Con
frecuencia, las diferentes personalidades llevan en sí
respuestas inmunológicas y estados de enfermedad di­
símiles: una padece diabetes y otra no, una tiene una
vista excelente y otra necesita usar anteojos, o difieren
sus ritmos cardíacos, sus umbrales de sensibilidad al
241
dolor y sus reacciones alérgicas. En la actualidad, se
Investiga la posibilidad de establecer contacto con los
estados sanos y utilizarlos en personas que se disocian
dentro de una franja más normal. Como terapeutas, nos
conviene comprender que los estados Internos siempre
son interpretados por el individuo.
Los pacientes que describen la respuesta de sobre­
salto ante ruidos fuertes o que alucinan algún suceso
traumático de su niñez y lo superponen Inadecuada­
mente a su presente tienen un determinado nivel de vi­
gilancia aguzada y lo Interpretan como «Me matarán».
En tales casos, nos conviene ayudarlos a reinterpretar la
experiencia kinestésica de una manera más apropiada,
y no como una cuestión de vida o muerte.
Efectos del trauma sobre el matrimonio
Los adultos que tienen historias familiares traumáti­
cas son proclives a constituir relaciones enmarañadas
con su pareja. La fusión es una defensa frente a los re­
cuerdos de haber sido abandonados en su infancia.
Cuanto peor sea el trauma percibido, tanto mayor pue­
de ser la fusión con otro adulto. Hasta puede sobrevenir
un «apego angustiado» entre compañeros con tráfico de
conductas de funcionamiento exagerado, de responsa­
bilidad excesiva o de contradependencia. Cualquier acto
de autonomía por parte de un cónyuge puede suscitar
en el otro el miedo de ser abandonado. Tal vez un esposo
se enfurezca con el otro para protegerse de sus recuer­
dos tempranos de un intenso sentimiento de soledad e
indefensión. Si un cónyuge es poco apegado a su familia
de origen, es probable que presione al otro para que le
proporcione todo el apoyo emocional necesario a fin de
mantener reducida al mínimo la asistencia nutricia ex­
terna. Algunos tienden a aislarse de la comunidad y a
trazar fronteras muy cerradas alrededor de la diada
conyugal (Krugman, 1987).
Aveces, las personas ligadas por esta fusión sofocan­
te se sienten atrapadas y solas. Una pareja me contó la
historia de su relación conyugal, tan enmarañada que la
242
esposa vivía obsesionada por la idea de abandonar el
matrimonio, algo mal visto por su religión. El marido se
había criado en un hogar donde la cólera era previsible y
se exigía conformidad. Tenía fuertes sentimientos de
inseguridad y de miedo y, para defenderse de ellos, se­
guía a su esposa adondequiera que fuere. La persuadió
de que trabajara en su oficina, así podrían pasar el día
juntos. Cada vez que ella quería reunirse con sus amis­
tades o Jugar al tenis, él la llevaba en el auto y la espe­
raba, o le exigía que lo llamara por teléfono tres veces
durante su ausencia. Si «se olvidaba», se enfurecía hasta
sumirla en el remordimiento. La esposa se había criado
en un hogar en el que la madre era victima de los furores
del padre —que, además, la rebajaba con sus actitudes
y conductas— sin que ella le hiciera frente jamás. Por
consiguiente, se había formado en la creencia de que las
mujeres eran seres débiles que necesitaban del cuidado
de un hombre aunque los modales de él fueran ásperos.
Había procurado someterse a las exigencias de su espo­
so, pero su depresión y su ira aumentaron hasta llegar a
un punto en que empezó a manifestar una conducta pa­
sivo-agresiva. Por último, comenzó a interesarse por su
compañero de tenis, quien la trataba con mayor amabi­
lidad que su marido. Acabaron por compartir algo más
que un partido de tenis y el marido descubrió su rela­
ción. Fue entonces cuando iniciaron el tratamiento.
Veamos otro efecto potencial del trauma sobre la vida
conyugal de los adultos. Muchos individuos que de ni­
ños sufrieron un trato abusivo se hacen muy suscepti­
bles a la hipnosis (Hilgard, 1972). Rossi (1986) ha inves­
tigado el modo en que ciertos mecanismos ligados a un
estado provocan un trance. Estos mismos mecanismos
pueden operar entre los esposos. Cuando un estímulo
(p.ej., la conducta de un cónyuge) provoca determinado
estado, un recuerdo emerge burbujeante y sobreviene
de repente un proceso psicofisiològico. Un estado de
alerta y alarma penetra la mente y el cuerpo, el indivi­
duo hace una regresión de edad y quizás experimenta
los mismos sentimientos que tuvo cuando niño durante
el episodio abusivo. Si bien es posible despertar del
mismo modo recuerdos positivos, quien ha tenido un
pasado de maltrato reparará más en reacciones de so­
243
bresalto y alarma repentina que en sentimientos posi­
tivos. De ahí la posible susceptibilidad de uno de los
cónyuges o de los dos a un trance negativo en el con­
texto conyugal. Tal vez se retrotraigan a una experiencia
anterior (•Jlashback») o se alucinen y experimenten a su
pareja de una manera completamente distinta de como
ella se experimenta a sí misma. Calof (1989) dice que
«para el sobreviviente (que vive fuera del tiempo), el nivel
de realidad percibida de un “Jlashback' a un episodio
anterior equivale a la experiencia original del episodio
como tal o a la experiencia cotidiana corriente» (pág. 11).
Esta experiencia puede ocurrir en alguien que ha tenido
que soportar otras experiencias de maltrato durante su
crianza. La respuesta asaz dramática de un cónyuge
suele provocar en el otro reacciones adicionales que, a
su vez, susciten nuevas reacciones en aquel. El resul­
tado es la circularidad, la reciprocidad y el surgimiento
de dificultades compartidas para determinar los senti­
mientos o la dinámica. Cada esposo no siempre es capaz
de definir lo que le sucede a medida que se intensifica la
reacción dual. De hecho, algunos sólo pueden expresar
ansiedad, dolor, ira y miedo con maniobras de acusa­
ción y ataque.
Si un trauma temprano no es resuelto e integrado,
estorbará en la tarea de abrir el camino hacia una rela­
ción conyugal funcional porque afectará la percepción
adecuada del compañero y la capacidad de manejar
afectos tales como el dolor y la alegría, y porque refor­
zará la conducta de aferramiento o distanciamiento. El
niño desatendido o maltratado tiene una mayor vigi­
lancia fisiológica. El cuidador puede reducirla por medio
de una conducta nutricia (p.ej., calmándolo con caricias
o palabras tranquilizadoras). En cambio, si lo trata con
brusquedad una y otra vez, el nivel de vigilancia del niño
se disparará fácilmente, generará pánico y un movi­
miento crónico hacia la autosedación rápida por cual­
quier medio que tenga a mano: comida, bebidas alcohó­
licas, drogas, sexo o conductas compulsivas. Ya adulto,
tal vez se procure consuelo recurriendo a un proceso
dependiente en sus relaciones, en el que sacrificará sus
necesidades para mantenerse conectado con otra per­
sona.
244
Tratamiento
La hipnosis ericksoniana puede servir para tratar la
conmoción crónica manifestada en un conflicto de pa­
reja o una enfermedad psicosomática. Una vez evaluado
este problema, se puede aconsejar a la pareja que una
parte de las sesiones se reserve para el tratamiento por
separado de problemas individuales, donde se emplee
hipnosis con psicoterapia a fin de recuperar recuerdos
amnésicos que están presentes en fragmentos perturba­
dores, integrarlos y ayudar al paciente a cambiar sus
sentimientos e imágenes interiores. Al mismo tiempo, el
terapeuta querrá ayudarlo a diferenciar a su pareja de
su progenitor conflictivo interiorizado. Si aquella se ase­
meja en algo a uno de sus progenitores, nuestro deseo
será enfocar al paciente sobre respuestas más funciona­
les que las utilizadas en su infancia, y se las enseñare­
mos en forma directa, por medio del diálogo, o indirecta,
por vía de metáfora. La reelaboración de un recuerdo re­
cuperado por medio de regresión de edad, la técnica del
Hombre (o la Mujer) de Febrero, la contemplación a dis­
tancia o el trance temporal en una conversación, donde
se reexamina el trauma desde una distancia, pueden
conducir a la integración del recuerdo por el expediente
de capturar una visión desde una perspectiva diferente:
la de un adulto que dispone de muchos más recursos.
Podemos iniciar este proceso pidiendo al paciente
que se fije metas específicas. Su logro tal vez requiera
descubrir recuerdos y resolver un trauma conocido o ig­
norado por el paciente. Tendremos que determinar, ba­
sados en la evaluación, si estas metas son razonables.
En caso afirmativo, un objetivo terapéutico importante
será ayudar al paciente a aprender a modular un afecto
estimulando lentamente sus sentimientos y recuerdos;
para ello, se valdrá de un repaso disociativo de expe­
riencias de seguridad e indemnidad. En caso necesario,
podemos provocarle amnesia, alucinaciones positivas y
negativas y otros fenómenos de trance a fin de prepa­
rarlo para la ulterior reconstrucción de un recuerdo. De­
bemos advertir que algunos pacientes se creen en la ne­
cesidad de recordar todas sus experiencias terribles. La
reconstrucción de recuerdos es útil cuando hay frag­
245
mentos perturbadores que hacen intrusión en la vida
cotidiana. Pero el repaso de recuerdos negativos no
suele ser terapéutico cuando su único propósito es la
revisión por sí misma.
El terapeuta puede pasar a asistir al paciente para
que determine sus lagunas mnémicas con empleo de
una hipnosis por conversación: le pedirá que determine
su fecha de nacimiento y que luego, avanzando en el
tiempo, marque cada año de vida con el correspondiente
año escolar. El recuerdo de un año escolar puede des­
pertar recuerdos significativos porque la asistencia a la
escuela es una experiencia universal. Recordar a maes­
tros, lugares, experiencias concretas y otros detalles
suele estimular un recuerdo. Si se determina que la la­
guna mnémica representa un período problema poten­
cial donde pudo haberse producido un trauma, el tera­
peuta puede usar una regresión de edad (inducida en la
conversación) para retrotraer al paciente a una época
anterior al problema y, después, seguir trabajando en
forma retrospectiva. Como existe la posibilidad de que
se desencadene un torrente de sentimientos incontro­
lables, el trabajo debe incluir una preparación del pa­
ciente por medio de la práctica de despertar recursos de
confianza y seguridad.
El siguiente protocolo indica los pasos que ayudarán
al terapeuta a facilitar la recuperación del paciente y a
alterar un recuerdo penoso o traumático.
1. Induzca un trance.
2. Imparta una sugestión indirecta para que el pa­
ciente reexamine recuerdos de su pasado a dis­
tancia y escena por escena.
3. Comience por un recuerdo neutral (p.ej., la pri­
mera vez que nos paramos y descubrimos el
cambio de perspectiva).
4. Interrúmpalo suscitando un fenómeno de trance
(p.ej., una disociación por levitación de mano).
5. Intercale en la suscitación del fenómeno de tran­
ce sugestiones de un recuerdo placentero de la
niñez y profundice el trance.
6. Despierte sentimientos de seguridad e indemni­
dad describiendo metafóricamente una escena fe­
246
7.
8.
9.
10.
liz universal (p.ej., acariciar a un animal domésti­
co y sentirse cabalmente amado y aceptado). Su­
giera al paciente que estos sentimientos perma­
necerán en él, como recursos, para su posterior
uso. Si desea reexaminar otro recurso positivo,
puede suscitar un segundo recuerdo feliz, reite­
rando la sugestión de que podrá usar este recur­
so en un momento ulterior de su vida. Destaque
los sentimientos de seguridad e indemnidad.
Imparta la sugestión de que, por medio de una
disociación, vea al niño que fue poco antes de
entrar en los posibles tiempos difíciles. Empie­
ce a alterar la experiencia introduciendo una fi­
gura confortadora a la que el niño pueda contar
lo que le sucede. Esa persona puede ser usted o
un maestro confiable.
Utilice disociación y sugiera al paciente que la
parte adulta del individuo puede ver que la parte
infantil vive una experiencia dolorosa. Entretan­
to, debe seguir dialogando con él acerca de lo que
le ocurre.
Vuelva a suscitar un sentimiento de seguridad e
indemnidad y sugiérale que podrá experimentar­
lo no bien abra los ojos. Continúe recuperando
disociaciones y sentimientos de comodidad y se­
guridad por medio de una contemplación distan­
te. Es importante medir y regular con cuidado el
ritmo del paciente.
Prosiga su trabajo cauteloso hacia el recuerdo
más traumático y siga alterando el recuerdo con
un personaje o varios personajes confortadores.
El terapeuta debe asistir poco a poco al paciente
para que construya recursos superadores. Para
ello, lo alentará con suavidad a ver al niño que
vive una experiencia dolorosa y le recordará a la
parte adulta que proporcione a la parte infantil
los recursos que necesitó en el pasado. Nunca
debe actuar demasiado rápido. De ser necesario,
puede impartir la consigna de retardar la obser­
vación del recuerdo. Tal vez el paciente sea capaz
de permitir la emergencia gradual de los senti­
mientos dolorosos en el niño, y aprender así que
247
puede sobrevivir a ellos, integrarlos y cambiar­
los. Después, el paciente puede abrir los ojos y
experimentar la desaparición del sentimiento.
Entonces se le podrá sugerir que deje para siem­
pre en el pasado esos sentimientos y ese suceso.
La amnesia como fenómeno de trance se pue­
de usar para hacer un trabajo hipnoterapéutico
después que el recuerdo se reexaminó en trance.
El terapeuta puede sugerir que la pintura inte­
rior se complete así que la mente conciente esté
dispuesta. Estos pasos señalan tan sólo uno de
los muchos caminos que se pueden seguir para
resolver un trauma que tal vez afecta actualmen­
te a una persona con la consecuencia de depri­
mirla, de reducir su autoestima o de dificultar
sus relaciones.
Otro método de reconstrucción de recuerdos consiste
en asignar tareas experienciales: por ejemplo, hacer que
el paciente recorra el barrio donde pasó su infancia y
vea delante de él al niño conciente de sentimientos sus­
citados por ciertos sucesos. Esta clase de experiencia
activa el estado de trance así como los sentidos vincula­
dos al recuerdo; este suele traer consigo una experiencia
kinestésica de sensación cutánea, remembranza audi­
tiva, familiaridad olfatoria y reconocimiento visual. Este
método resulta a veces muy eficaz para facilitar la recor­
dación, pero no debe aplicarse hasta tanto no se haya
establecido una relación positiva entre terapeuta y pa­
ciente, y se haya hecho una tarea preliminar para des­
pertar y construir recursos que ayuden en este trabajo
más difícil. El paciente necesita tener una gran fortaleza
yoica y capacidad de manejo de sus sentimientos antes
de activar recuerdos más penosos y sensoriales. El tera­
peuta debe sugerirle que está capacitado para retirarse
del barrio de su niñez, o, como medida de protección,
retardar el flujo de sus recuerdos antes de visitarlo.
Una mujer envuelta en un conflicto vincular reveló
una historia de graves maltratos físicos y emocionales.
Solicitó tratamiento para hacer frente a ciertos recuer­
dos traumáticos que habían empezado a emerger tras
un accidente automovilístico y que inundaban su mente
248
conciente e interrumpían su vida cotidiana. Su autoesti­
ma era bajísima y su contacto con los otros estaba satu­
rado de sentimientos de vergüenza. Programé una se­
sión de trance para ayudarla a retardar sus recuerdos y
a contemplarlos desde una distancia, a diferenciar sus
sentimientos y a aceptarlos sin avergonzarse. El acci­
dente le había dejado como secuela algunos problemas
neurológicos que afectaban su vista y su equilibrio. Se
llevaba mal con sus padres y necesitaba mucha recrian­
za y mucho restañamiento de heridas tempranas.
La sexta sesión comenzó con una exploración de su
memoria en busca de un personaje confortador.
Carol Kershaw: ¿Hubo adultos con quienes se sintió
muy unida de niña?
Paciente: Estoy segura de que debo. . . no puedo re­
cordar.
C. K.: Recuerdo que cierta vez le pregunté a una mujer:
«Si pudiese volver atrás y elegir los padres que siempre
quiso tener, ¿cómo serían?». Ella replicó: «Pues. . . siem­
pre me gustó mirar a Roy Rogers y Dale Evans. (Mi pa­
ciente ríe.) Ellos tenían todos esos hijos adoptivos para
amar y criar». Me dijo que una vez, siendo niña, le había
escrito una carta a Roy Rogers. El le contestó y le envió
una foto. La atesoró durante años y cada vez que la mi­
raba sabía realmente en su corazón que él la amaba.
Paciente: (Entra en trance, sonríe y asiente.) Cuando iba
al jardín de infantes, pasé un tiempo en casa de otra fa­
milia. Siempre me sentí cómoda allí.
C. K ; ¿Disfrutó la estada?
Paciente: Sí.
C. K.: ¿Le gustaban la mamá y el papá?
Paciente: Sí; ambos fueron bondadosos conmigo.
C. K : Por lo tanto, tiene una variedad de buenas expe­
riencias que puede recordar ahora y, quizás, otras en las
que aún no ha pensado. . . experiencias recogidas en el
trato con esa otra familia más normal.
Paciente: Sí, así es. (Empieza a relatar otros recuerdos.)
Tuve una maestra muy cariñosa, pero no lo aprecié por
entonces.
C. K.: Siempre es difícil saber cómo podremos usar más
adelante nuestras experiencias presentes. Aveces usted
249
ni siquiera puede imaginarlo hasta que tiene esa pers­
pectiva futura. . . y mira hacia atrás. (La oriento hacía el
trance.) Quizás ahora pueda hacer algunos ajustes para
dejarse llevar por esos sentimientos agradables de reci­
bir una atención cariñosa y darse el placer de ponerse
cómoda. (Lapaciente se acomoda en la silla.) Pero usted
ya ha estado en trance y puede iniciar su proceso único
y propio de entrar en trance. . . sea enfocando su aten­
ción en su respiración o hallando algún otro modo de
volver su atención. . . hacia adentro. Por cierto que es
agradable sentarse aquí y entrar en trance. . . tomándo­
se algunos instantes para sí. Naturalmente, entramos
en trance cada pocos minutos, pero es agradable hacer­
lo ahora. Su mente conciente puede tener un pensa­
miento, y su mente inconciente, otro. Tal vez su mente
conciente quiera saber que usted puede estar segura en
este lugar. Tiene diversas experiencias de estar aquí, se­
gura. El trance es una mera experiencia personal que
usted crea para sí. Y su inconciente posee la capacidad
de proteger a la conciencia de todo aquello en lo que no
quiera pensar. Así como usted tiene ahora mismo una
bicicleta con una tercera rueda para mantener el equi­
librio, así la mente inconciente hace las veces de una
cuarta rueda que posibilita esa sensación de equilibrio.
Cuando una persona sentada se pone de pie, equili­
bra el peso sobre ambos pies con un movimiento natu­
ral que usted aprendió hace ya mucho tiempo. . . un
aprendizaje que penetró en su mente inconciente de
manera tal que ahora no necesita pensar en él. Cuando
se pone de pie, sus manos asen los brazos de la silla, de
modo que hay cuatro pies manteniendo el equilibrio.. . y
luego dos, cuando se suelta. Su mente conciente puede
seguir una línea de pensamiento y su mente inconciente
otra, porque una persona en trance puede hacer dos
cosas al mismo tiempo.
Ya antes, usted ha sido capaz de crear ciertas sensa­
ciones en su cuerpo. . . quizás una sensación de hor­
migueo, o un adormecimiento parcial, o una sensación
cambiante por el puro placer de experimentarla. (Sigo
fomentando por un rato los fenómenos de trance.)
Estos tesoros, a veces no descubiertos, residen en
una variedad de aprendizajes. (Inducción.) Todo niño
250
que empieza a aprender a caminar. . . aprende esa sen­
sación de guardar el equilibrio apoyándose en los pies.
Todos los músculos se coordinan de una manera deter­
minada y, en verdad, no pensamos concientemente en
cómo sucede eso. Una vez que la niñita ha descubierto
que puede pararse sobre sus dos pies. . . aunque tal vez
se tambalee. . . hasta que sus piernas aprendan a cami­
nar poniendo un pie delante del otro, ese aprendizaje
entra en su mente inconciente y, pasado un tiempo, esa
niña ni siquiera piensa en la acción de caminar, correr o
saltar.
(Comienzo la metáfora que procura abordar la actitud
de que puede manejar los recuerdos negativos y recupe­
rar recuerdos positivos.) Una amiga mía me contó un via­
je que había hecho en tren. Mientras una parte de usted
continúa desarrollando el nivel de trance que le gustaría
experimentar hoy, otra parte quizá tenga curiosidad por
saber qué relación tiene un viaje en tren con un nuevo
aprendizaje.
Aquel día, al tomar el tren, mi amiga no tenía la me­
nor idea sobre lo que aprendería. Pero subió al tren con
una amiga. Estaban muy entusiasmadas porque no
viajaban en tren desde su infancia. Para revivir la expe­
riencia, cruzarían el país.
Encontraron sus asientos, vino el guarda a marcar
sus pasajes y se dispusieron a disfrutar de lo que sería
una aventura interesante. El tren arrancó con ese ruido
que parecía tan familiar. . . triquitraque, triquitraque. . .
un ruido que ella reconoció. Era un tren muy distinto de
los que ella conocía. Tenía un compartimiento muy es­
pecial. . . con televisores, un lugar donde relajarse, don­
de apenas si se oía el traqueteo de las ruedas de la loco­
motora. Apenas si sentían el traqueteo del tren. . . una
sensación placentera. . . como si algo se meciera en el
fondo de la mente.
Mi amiga decidió encender uno de los televisores y se
quedó ahí sentada, junto a su amiga. Había tomado un
folleto que describía las funciones del aparato, diferen­
tes de las de un televisor común. La recepción de la ima­
gen no era muy nítida a causa de todas las señales por
las que pasaba el tren al atravesar un pueblo tras otro.
El folleto decía que ese televisor peculiar podía orientar -
251
se, de una manera absolutamente única, hacia la perso­
na que operaba sus controles. «Si usted sigue cuidado­
samente las instrucciones, podrá crear su propio filme
—explicaba—. Podrá elegir los personajes, una linea
argumental. ¡Qué interesante es esto!. . . es como parti­
cipar en un libro viviente que escribe usted misma. .. te­
ner la capacidad y el control necesarios para cambiar
cualquier aspecto de él».
El usuario podía optar entre varios temas, pero a mi
amiga le pareció particularmente interesante uno en
que se visitaba a una familia donde se desarrollaban ac­
tividades normales. Aunque había estudiado mucho
acerca de las familias, esta podía resultar interesante. . .
observar realmente a una familia en una interacción
cotidiana normal.
Oprimió un botón y en la pantalla fulguraron estas
preguntas: «¿Qué personaje elegirá? ¿Qué nombres da­
rá a la madre, el padre y los hijos? ¿Qué edades ten­
drán?». Mi amiga escribió sus opciones en el teclado de
computadora conectado a la pantalla del televisor. Hubo
una pausa. . . evidentemente, la computadora estaba
operando para incorporar la nueva información al par
que recuperaba otros datos... y coordinaba el conjunto.
En la pantalla, aparecieron esas instrucciones: «PUE
DE COMENZAR OPRIMIENDO EL BOTON “ARRAN­
QUE”».
Así lo hizo, y empezó a mirar un filme acerca de una
familia. (Recuperación de una crianza positiva por parte
de figuras parentales.) En esta familia, la madre era muy
bondadosa aunque, por cierto, trataba con firmeza a
sus hijos cuando era preciso. Observándola en la panta­
lla del televisor, mi amiga advirtió, entre otras cosas, el
modo en que esa madre miraba a sus hijos con verdadera
intensidad. . . sus ojos chispeantes les comunicaban
amor y afecto. . . y cómo los niños recibían y absorbían
hasta quedar saciados . . . y cómo jugaba la madre con
sus hijos. Cuando el papá regresaba del trabajo, se to­
maba un tiempo para relajarse. Después, jugaba con
sus hijos. . . les arrojaba pelotas o les hacía bromas.
Ellos soltaban risitas tontas, reían a carcajadas y lo pa­
saban estupendamente. Papá les dijo a poco: «Dentro de
un par de minutos, tendremos que interrumpir el juego
252
para que puedan hacer los deberes». Los niños accedie­
ron a regañadientes y subieron al piso alto, a estudiar.
Mi amiga notó que en esa familia había mucho amor.
Sus miembros podían hablarse unos a otros y actuar en
forma respetuosa y solícita.
En la familia había una niñita aparentemente más
necesitada de cuidados cariñosos. Su madre percibía
las necesidades de esa hijita. De vez en cuando, le pre­
guntaba con sincero interés cómo le iba con sus debe­
res. En un momento, se volvió hacia el papá y le dijo: «So­
mos afortunados por tenerla, ¡es una niña tan buena!».
Luego, la imagen cambió y aparecieron nuevas ins­
trucciones: «PARA PROYECTAR LA HISTORIA HACIA
EL FUTURO, OPRIMA EL BOTON VERDE». (Proyección
del selffuturo para crear más recursos.) Según me contó
mi amiga, era tal su curiosidad por saber qué clase de
futuro tendría esta niñita, que oprimió el botón verde.
En la pantalla apareció otra pregunta: «¿CUANTOS
AÑOS HACIA EL FUTURO?». Mi amiga apretó la tecla
DIEZ; la computadora zumbó y se orientó hacia un
tiempo nuevo.
La niñita era ahora una joven. Estaba en un aula y
sus compañeros le pedían ayuda pues había llegado a
ser una estudiante excelente. La joven mujer notaba có­
mo respetaban sus capacidades y conocimientos: solía
ser la primera a la que consultaban en caso de duda.
Ella observaba cómo los demás recibían su ayuda,
apreciaban su compañía y la disfrutaban.
La imagen volvió a cambiar enseguida, y apareció
nuevamente la pregunta: «¿CUANTOS AÑOS HACIA EL
FUTURO?». Ella oprimió otra vez la tecla DIEZ y la
computadora se orientó otros diez años hacia el futuro.
Aparecieron en la pantalla la niñita, la joven y una
mujer mayor, muy semejantes físicamente, e iniciaron
una conversación.
La mujer interactuó con las otras dos, diciéndoles:
«Es posible que ahora tengan muchas experiencias que
no saben cómo utilizar en su futuro. Quizá no sepan de
qué modo su pasado puede ser un presente futuro, un
regalo. (Le imparto la sugestión de que los aprendizajes
actuales la ayudarán en el futuro, igual que los anterio­
res.) Nadie puede mirar hacia adelante y predecir Con
253
exactitud cómo usará esos aprendizajes, pero aquí estoy
yo: vengo de su futuro y, en mis años de vida, he logrado
muchas cosas. He tenido éxito —prosiguió diciendo—.
Siento esa confianza en mí misma que ustedes pueden
tener cuando echan los hombros hacia atrás y mantie­
nen la cabeza erguida y el mentón bajo. Y nunca supe
todos los pasos que debía dar para llegar adonde estoy;
no obstante, desde esta perspectiva, puedo volver la vis­
ta atrás y reexaminarlos, uno por uno. Todas las expe­
riencias se ven distintas desde esta perspectiva futura,
parada aquí, en el futuro, mirándolas a ustedes, mis
personalidades pasadas». Y añadió: «Quiero alentarlas
en cada paso del camino. Con cada paso que dan, con
cada día, adquieren un aprendizaje que su mente incon­
ciente puede utilizar para su propio crecimiento y ma­
duración. . . y a veces esas experiencias son juguetonas.
Unas veces son experiencias de trabajo o conmovedo­
ras. . . otras, humorísticas. . . pero cada experiencia en
sí, aun las dolorosas, puede ser un aprendizaje impor­
tante. .. útil para su futuro. En verdad —admitió—, sólo
supe eso cuando leí una novela de uno de mis autores
favoritos. En ella, describía una experiencia extraña.
Volaba en un biplano. . . uno de esos viejos aviones sin
techo. . . y se preguntaba, en más de un sentido, cómo
marchaba su vida. Absorto en sus pensamientos, expe­
rimentaba esa sensación de libertad que se puede tener
volando alto, cuando de pronto sintió la presencia de al­
guien sentado a su lado. Se volvió a mirar y vio a alguien
que le resultaba familiar. Era un hombre que le sonrió y
le dijo: “Vengo de tu futuro. Soy tu futura personalidad”.
El piloto pensó que había ascendido demasiado y tenía
alucinaciones por falta de oxígeno. El hombre siguió di­
ciendo: "Hay diversas experiencias que son importantes
para ti; he regresado para decírtelo. Cuando estas nue­
vas experiencias enriquezcan tu vida y la hagan más
placentera, evitarás tomar algunas decisiones. En rea­
lidad, he venido a informarte que tomarás la decisión
correcta porque, si no lo hicieras, yo no sería quien soy.
Conque ¡adiós!”. “¡Espera! ¿Quién eres?”, exclamó el
piloto, pero el hombre había desaparecido. El piloto que­
dó con una sensación rara. Por cierto, recibir la visita de
nuestra futura personalidad puede darnos que pensar».
254
Mientras miraba el final de la historia en la pantalla
del televisor, mi amiga volvió a sentir la presencia del
tren. El ritmo de las ruedas que avanzaban por la vía. . .
la vía correcta hacia su destino. Hasta pudo oírlo silbar.
El tren se detuvo en la estación. Descendió con su amiga
y lo primero que vio al pisar el andén fue un hermoso ca­
ballo castaño oscuro atado a un poste. El jefe de esta­
ción vino hacia ella, le preguntó su nombre y le dijo que
alguien le había dejado ese caballo para que lo disfruta­
ra. Mi amiga quedó atónita, pero se acercó al animal y
sintió un rapport inmediato con él.
Cuando me visitó, a su regreso del viaje, me dijo que
había retenido una idea. «Que tu mente inconciente. . .
siempre sabe proveerte de experiencias de aprendiza­
je. .. y que puedes anticipar todas las experiencias que
tienes, y son muchas, para poder mirar hacia atrás y re­
ver todos los pasos que has dado. . . todos los aprendi­
zajes que has adquirido. . . son innumerables. . . dema­
siados para retenerlos en tu mente conciente. . . pero tu
inconciente puede retenerlos. Demasiados tesoros para
que tu mente conciente los explore, pero tu inconciente
puede hacerlo y es capaz de enseñar algo nuevo a tu
mente conciente».
Antes de que ella se marchara, el jefe de la estación le
dijo: «¡Oh, a propósito! Esa persona me dio algo más
para que se lo entregara a usted». Era un pequeño pre­
sente, envuelto en un papel colorido y atado con una
cinta. Ella lo miró sorprendida y él la instó: «Vamos,
ábralo». Desató la cinta, quitó el papel y abrió la caja,
pero dentro halló sólo otra caja, por supuesto que más
pequeña, envuelta en un papel. La desenvolvió, la abrió
y halló una tercera caja. Echó a reír, pensando que era
una broma. Abrió la tercera caja, la desenvolvió y extrajo
un papel de seda plegado, con un objeto dentro. Des­
plegó el papel, y dejó al descubierto el objeto. Era una
moneda de oro, fechada en 1896. La dio vuelta en su
mano, la examinó detenidamente, y pensó: «¡Qué tesoro!
Me pregunto cuántas personas habrán tenido en sus
manos esta moneda, esta reliquia del pasado». Decidió
guardarla en un lugar especial porque «uno nunca sabe
exactamente el empleo que puede llegar a tener un pre­
sente en su futuro».
255
Esta paciente continuó su trabajo hipnótico hasta
adquirir una sensación de dominio sobre su mundo. En
vista del precario equilibrio con que se mantenía en pie,
le sugerí que al pararse desviara levemente la vista ha­
cia la derecha en vez de mirar al frente. Esta técnica la
ayudó a aprender a pararse, a caminar y, con el tiempo,
a montar nuevamente a caballo, compensando la lesión
cerebral sufrida en el accidente.
En este capítulo, hemos propuesto varias estrategias
de intervención en la danza hipnótica basadas en los fe­
nómenos de trance que ya utilizan los cónyuges. En el
siguiente, examinaremos de qué modo una enfermedad
puede desempeñar un rol en el conflicto entre los com­
pañeros.
10. El papel de una enfermedad crónica
en el conflicto conyugal
El contexto en el que operamos e interactuamos
evoluciona a veces con una rapidez mayor de la que es­
tamos preparados para experimentar. Además, influye
en nuestra respuesta a lo que nos sucede. Nuestras
reacciones evolucionan a la par del contexto. Bateson
(1972) destacó esta noción:«. . .La evolución del caballo,
a partir del IZohíppus, no fue una adaptación unilateral a
la vida en las praderas. Sin duda, las praderas en sí evo­
lucionaron a la par de la dentadura y los cascos de los
caballos y otros ungulados. La hierba fue la respuesta
evolutiva de la vegetación a la evolución del caballo. El
que evoluciona es el contexto» (pág. 155). Nosotros for­
mamos parte del contexto; por consiguiente, evolucio­
namos a la par de nuestro ambiente interior y exterior.
Los terapeutas a veces piden a sus pacientes que avan­
cen demasiado rápido, a un ritmo que excede a su pro­
pia capacidad yoica, con la consecuencia de que protec­
ciones desde el inconciente sobrecompensen la falta. En
ocasiones esto crea un problema mayor que el original.
En el nivel fisiológico, tal vez respondamos al contex­
to con cambios internos que afecten nuestras percepcio­
nes, relaciones y experiencia de bienestar. Cambios ex­
ternos producidos en el nivel social o comunitario pue­
den afectar también nuestra fisiología. Cada vez son
más las pruebas de que un stress externo percibido con­
duce a un stress interno que se experimenta bajo la for­
ma de una disminución del sistema inmunitario y las
enfermedades concomitantes. Procesos inconcientes
afectan el sistema inmunitario y operan como parte de
una danza cuya existencia sospechamos aunque desco­
nozcamos sus pasos exactos. De hecho, hay casos en
que estos procesos afectan nuestra fisiología marcando
a ciertos órganos con una disfunción.
257
Antiguamente se creía que la enfermedad ailigia a los
individuos a causa de sus pecados. Hoy algunos propo­
nen la noción de que la gente «necesita» sus enferme­
dades; en otras palabras, que se pone enferma por sus
emociones desbocadas, sus estilos de vida ponzoñosos o
sus pensamientos negativos. Aunque es indudable que
estos factores intervienen de algún modo en la evolución
de la enfermedad, la etiología de muchas afecciones
presentes en nuestra cultura que guardan cierta rela­
ción con el stress (p.ej., la migraña o el asma) es multicausal.
El terapeuta de pareja que trata a un matrimonio en
el que uno de los cónyuges o los dos padecen una enfer­
medad tiene que ser conciente de sus propias creencias
sobre la evolución de las enfermedades y el manteni­
miento de la salud. Erickson creía que síntomas psicosomáticos podían ser una comunicación inconciente
acerca de un conflicto evolutivo. Las vulnerabilidades
genéticas, las defensas contra el stress, el estilo de vida
y el contexto sistèmico en el que operan las parejas pue­
den determinar si serán sanas o enfermas. Una explica­
ción simple de los problemas físicos insinuaría un re­
proche sutil por el hecho de enfermarse. El inconciente
también puede servir de instrumento para influir positi­
vamente sobre la salud.
El psicólogo David McClelland (1984) llevó a cabo un
experimento para medir la presencia en la saliva de la
inmunoglobulina A, una sustancia que mata a los virus
capaces de infectar el tramo superior del aparato respi­
ratorio. Tomó a un grupo de estudiantes y les hizo ver
un filme sobre la Madre Teresa de Calcuta, que cuida de
los enfermos. La mitad del grupo dictaminó que era una
simuladora y, por añadidura, demasiado religiosa. Sin
embargo, la película estimuló un incremento notable de
la inmunoglobulina A. Los investigadores los sometie­
ron además a tests proyectivos y llegaron a la conclu­
sión de que los estudiantes se habían beneficiado incon­
cientemente con el filme.
McClelland también realizó experimentos con un sa­
nador que usó el humor en un grupo de personas con
resfríos incipientes y estimuló un aumento significativo
de los niveles de inmunoglobulina A. Trece de las quince
258
personas que recibieron su intervención no se resfriaron
y, entre ellas, tres que habían recibido un placebo evi­
taron el resfrío. Es posible que las interacciones del
terapeuta y el cónyuge del paciente logren estimular el
sistema inmunológíco de este. Pero existe el riesgo de
que los esposos estimulen ese sistema bajo formas ne­
gativas.
Síntomas físicos pueden desarrollarse en el contexto
conyugal. Acaso expresen una vulnerabilidad de un ór­
gano que se quebranta tras años de padecer un stress
negativo no resuelto que deriva en el mantenimiento de
imágenes negativas. El matrimonio puede constituirse
en una forma de stress en la que se interioricen un con­
flicto y un dolor constantes y cuya manifestación exter­
na sea un problema psicofisico. Cuando se exacerba el
síntoma, la relación conyugal se modifica para amoldar­
se al cambio. Veamos un ejemplo de participación de
una migraña en un conflicto conyugal y hagamos algu­
nas consideraciones sobre su tratamiento.
Cuando aparece una disfunción física, la danza con­
yugal se modifica para incorporar un nuevo paso. A me­
dida que el problema evoluciona, es posible que cobre
vida propia y que la enfermedad casi llegue a ser una
entidad totalmente diferente dentro de la relación. Una
paciente que había contraído jaqueca algunos años des­
pués de casada, siempre sucumbía a unas migrañas
atroces cuando su marido se mostraba más distante, y
emergían sentimientos de abandono. Se había criado en
una familia alcohólica y podía mencionar muchos epi­
sodios de maltrato; por ejemplo, a la hora de cenar, la
hacían sentarse a la mesa con un palo de escoba atra­
vesando sus brazos para obligarla a mantenerse dere­
cha. Sus descripciones trasuntaban poco afecto. De he­
cho, era alexitímica, salvo en lo tocante a sus jaquecas.
Tenía conciencia de que estas la deprimían. La migraña
se convirtió en una señal para que su esposo le brindara
más atención y cuidados tiernos; el dolor actuaba, en­
tonces, como regulador de distancia y barómetro de in­
timidad. Naturalmente, el marido se sentía culpable por
su conducta esquiva y responsable del bienestar de su
esposa. Esta noción exacerbada de la responsabilidad le
hacía sentirse atrapado y solo.
259
Había sido adoptado por su padrastro a los ocho
años y se sentía constantemente criticado por él. Ade­
más, lo habían mandado a una escuela como pupilo. De
niño, se sintió doblemente abandonado: primero por su
padre biológico y después por su padrastro. Se volvió un
hombre iracundo y amargado que creía poseer ciertos de­
rechos pero, a la vez, luchaba contra una tremenda sen­
sación de fracaso y vergüenza porque creía que ninguno
de sus logros era suficientemente bueno. La perfección
se convirtió en la meta de todos sus emprendimientos.
Aprendió muy bien a enfocar su atención en el aspecto
negativo de un logro de manera que no pudiera desper­
tar en apoyo de una conducta riesgosa actual los senti­
mientos de confianza que suelen acompañar a un éxito.
Solía pensar en lo que no había querido o podido hacer,
incluso cuando un negocio le salía bien, con lo cual con­
vertía cada experiencia positiva en otra negativa.
Se hizo imperioso tratar en este matrimonio 1e . fusión
y los fenómenos concomitantes de regresión de edad y
de amnesia del compañero, los déficit evolutivos de cada
esposo, los componentes emocionales de la reacción de
migraña y el manejo de sus señales tempranas. El sín­
toma contraído en este caso servía de límite y protección
frente al sentimiento de ira. El marido seguía «viendo» a
su madre cada vez que miraba a su esposa. Le había
dado el anillo de bodas de su madre y, al morir esta, le
resultó casi insoportable vérselo lucir. Su madre había
muerto a raíz de un cáncer de mama, siendo aún joven.
Muchos años antes había superado esa enfermedad.
Pero cuando se repitieron nuevos pero conocidos sínto­
mas, prefirió posponer un tratamiento hasta nueve me­
ses después (un acto suicida), momento en que murió
su propia madre. Por desgracia, para entonces el cáncer
había hecho metástasis, y murió muy pronto. El pacien­
te se sentía incapaz de despedirse de su madre; a cinco
años de su fallecimiento, parecía empantanado en la
aflicción. Se retraía de su esposa cuando ella le recor­
daba a su madre.
Al comienzo de la terapia, la esposa se describió a sí
misma con una viva metáfora: dijo que vivía dentro de
una burbuja de la que no podía escapar. Desde su inte­
rior, contemplaba el paso del tiempo y su propia sole­
260
dad; esta imagen representaba su peor miedo. Al mirar
hacia adelante, hacia el futuro, se veía como una espec­
tadora solitaria de la vida. Durante el tratamiento, notó
que cada vez que se enojaba con su marido sufría una
jaqueca. En sesiones individuales, trabajó en situar la
migraña fuera de ella: la imaginó como una forma colo­
reada, la sacó del consultorio, le hizo cruzar la playa de
estacionamiento y la introdujo en el brazo del río. Las
aguas cenagosas la arrastraron lejos. Muchas veces con­
siguió eliminar los síntomas incipientes de una jaqueca
y descubrió que podía interrumpir la mayoría de las ja ­
quecas si practicaba esta técnica en su casa. Hacia el fincl de la terapia, aumentó su actividad social, dismi­
nuyeron sus males somáticos y se sintió esperanzada
respecto de su futuro conyugal.
Al principio del tratamiento, me comuniqué con su
médico y él se ocupó de buscar una medicación que la
ayudara como parte de la terapia. Siempre que proble­
mas médicos de esta índole se traten con hipnosis, es
importante trabajar junto con un facultativo.
Como la mayoría de los trastornos fisiológicos, la
jaqueca tiene una etiología múltiple. Hay toda una gama
de factores desencadenantes; ciertas comidas, píldoras
anticonceptivas, acceso premenstrual, etc. Por lo gene­
ral, un conflicto psicológico precede al ataque. Escasean
las pruebas de que exista un tipo especial de personali­
dad propensa a sufrir estas jaquecas vasculares aunque
es posible que quienes tienden a sofocar la ira sean más
proclives a ellas. En el caso que nos ocupa, la jaqueca
recurrente se convirtió en una entidad más dentro de la
relación de pareja. Cuando la pareja empezó a resolver
su conflicto conyugal y sus problemas individuales, y
adquirió un nuevo sentido de la intimidad, las jaquecas
de la esposa se hicieron menos frecuentes.
El marido resolvió sus sentimientos de aflicción por
su madre y fue capaz de reconocer que su miedo abru­
mador a decir a su esposa «Te amo» se enraizaba en otro
miedo: si pronunciaba esas palabras, de algún modo él
desaparecería por completo. En trance, dijo que se veía
a sí mismo descendiendo a una caverna. Ante su intran­
quilidad manifiesta, le sugerí que se viera con una cuer­
da de seguridad atada a su cintura. Recientemente se
261
había iniciado en el alpinismo tras una tarea terapéu­
tica que consistió en escalar Enchanted Rock, una zona
montañosa cercana a la ciudad, de modo que conocía la
sensación y la seguridad que proporcionaba la cuerda.
En el fondo de la caverna estaba su esposa, que irradia­
ba cálidos sentimientos de amor y aceptación. Al acer­
cársele, aumentó su angustia. Rompió a llorar y dijo que
quería aceptar su amor, pero temía no ser digno de él.
Sus labios iniciaron un movimiento involuntario de suc­
ción. Le sugerí que podía verse volviendo atrás para
recobrar la sensación de seguridad y él describió las
paredes de la caverna: las sentía blandas, cálidas y res­
baladizas. Introduje una historia metafórica acerca del
nacimiento de un bebé (lo presenté como un logro) y la
atadura que acaso se establece cuando él succiona el
pecho de la madre, la mira a los ojos y se separa de ella
naturalmente, con cálidos sentimientos de ser reconfor­
tado de una manera muy distinta que estando en su
vientre. La historia condujo al paciente por varias eta­
pas evolutivas; terminó con la satisfacción de los padres
al ver que su hijo se hacía hombre y emprendía una vida
independiente. El propósito de la narración no era tratar
de cambiar su experiencia histórica sino sugerir etapas
evolutivas adecuadas que debe seguir una persona.
Suscité en él sentimientos de seguridad, que asocié por
igual a los estados de separación y unión, e incorporé la
construcción metafórica de una auto-imagen. Cuando
por fin el paciente pudo sentirse íntimamente unido a su
esposa y declararle su amor, reconoció que había cre­
cido y madurado mucho.
A continuación, presentaré un último caso ilustrativo
de psicoterapia ericksoniana para el tratamiento de en­
fermedades. La paciente, Sarah, era una médica de se­
senta y siete años que escribía poesías. Solicitó trata­
miento para sus alergias «de contacto» (afección clínica
que produce una inflamación cutánea en diversas áreas
del cuerpo cuando entran en contacto con diferentes
materiales de uso común). Como segundo problema, se­
ñaló que su matrimonio era muy conflictuado. Su ma­
rido, a quien muchos años antes habían diagnosticado
una depresión maníaca, sufría de una inestabilidad ex­
trema en sus estados de ánimo: en sus accesos manía-
262
eos era abusivo; cuando se deprimía, era muy criticador.
Sarah no había tenido ningún trastorno cutáneo hasta
que se trasladaron a una gran ciudad donde conocía a
poca gente. Varias sesiones después, la paciente me
contó que le costaba creer en las cosas como le eran pre­
sentadas y podía ser bastante hostil en su trato social:
no bien iniciaba una conversación, tendía a discrepar
con su interlocutor, quienquiera que fuese. Construi­
mos la siguiente hipótesis preliminar: Sarah sufría real­
mente de alergias «de contacto» o miedo de ser incapaz
de controlar situaciones y personas. El síntoma restrin­
gía su involucración con los otros.
Sarah era una mujer encantadora, inteligente, bien
informada, capaz de establecer analogías maravillosa­
mente poéticas, sobre todo bajo el estímulo de un traba­
jo hipnótico. La trascripción comienza en la segunda se­
sión, con una asociación del trance con su actividad de
escritora. Después, introduzco una idea diferente que
aumenta su angustia, por lo que empieza a oponer cier­
ta resistencia. A lo largo de la trascripción presento los
pasos del modelo utilizado en este libro.
Carol Kershaw: Sarah, usted sabe que cuando escribe
altera su conciencia de una manera peculiar a fin de en­
trar en trance y enfocar realmente su atención en las
ideas.
Es importante relacionar la experiencia de trance con
algo que ya le sea familiar a la paciente.
Sarah: Es cierto. Uno debe concentrarse.
C. K : Sí. Es una actividad que no puede forzar. En ver­
dad, usted ya sabe cómo entrar en trance a partir de su
propio trabajo.
Sarah: No había pensado en ello desde esa perspectiva.
C. K : Ahora bien, su respiración es un proceso natural.
Usted respira de un modo muy particular. Básicamente,
inhala el aire por una fosa nasal y lo exhala por la otra.
De hecho, si alguna vez se sintiera bloqueada al escribir,
quizá le resulte útil alterar el funcionamiento de los he­
misferios acostándose sobre su lado derecho y abriendo
la otra fosa nasal. El funcionamiento hemisférico guar­
263
da relación con el predominio de una u otra fosa nasal;
por consiguiente, el respirar principalmente por la fosa
izquierda puede hacer que el hemisferio derecho produz­
ca imágenes y metáforas interesantes para su trabajo.
Sarah (interrumpiéndome): Usted sabe que no creo real­
mente en eso. Es una de las técnicas que enseñan en
yoga. En verdad, la considero un mero ejercicio y el úni­
co modo de practicarlo es tapándose una fosa nasal. Su­
pongo que su única finalidad es hacernos concentrar
pero, sinceramente, no creo en ella.
Etapas de la acción
O b s e rv a r la d a n za hipnótica
La paciente empieza a mostrar su parte de la danza
hipnótica. Mi reacción inicial es querer convencerla de
la utilidad del ejercicio, y este probablemente es el modo
en que otras personas reaccionan ante ella.
C. K.: Eso suena verdaderamente ridículo y poco creíble,
aun después de haber leído el estudio hecho en la Uni­
versidad de California, en San Diego (Werntz, 1981;
W erntzeíaí., 1983).
Sarah: Bueno, tal vez sea una habilidad adquirióle, pero
no sé. . .
Adecuarse a la realidad afectiva del problema
Responde persistiendo en su incredulidad. Me des­
plazo hacia la adecuación para restablecer el rapport in­
terrumpido por los comentarios anteriores.
C. K.: Sin duda, es bueno tener una sana dosis de escep­
ticismo mientras se experimenta con esa técnica.
Sarah: Pues. . . si la han estudiado, quizá sea cierta.
Pienso que es sólo un ardid para centrar nuestra aten­
ción, pero si otros lo han hecho. . . Muy bien, probaré.
264
C. K : Es importante ser prudente con las ideas nuevas
cuando se trata de probarlas en uno mismo. Pero hoy ha
venido aquí a hacer trabajo hipnótico. Me pregunto si
desea contarme algo más ahora.
En este momento, es importante cambiar de tema
para que la paciente pueda apartarse concientemente
de esta idea perturbadora, pero siga pensando en ella
por su cuenta.
Sarah: ¡Vaya, estoy traspirando! Esta tela que llevo enci­
ma irrita mi piel.
Atrapar la atención
C. K : ¿Puede sentir el movimiento del aire aquí?
Desorganizo la disposición de su mente conciente
con el propósito de apartar su atención del síntoma.
Sarah: Sí. . . Esto tiene que ver con el hecho de que al
venir hacia acá crucé la calle corriendo. Instalaron todo
ese equipo ahí afuera. .. También traspiro cuando escri­
bo; se relaciona con el hecho de que estoy trabajando.
C. K.: Sí, el suyo es un trabajo arduo y el sudor le indica
que su cuerpo está generando energía. . .
Me valgo de un reencuadramiento para seguir desor­
ganizando la disposición de la mente conciente, pero la
paciente no lo acepta.
Sarah (interrumpiéndome): También es una reacción de
stress. ¡Oh, bueno! Me sucede cuando he estado escri­
biendo y concentrándome.
C. K : Si presta atención a la corriente de aire, quizá la
sienta en su piel y su cara. También puede sentir cómo
el aire empieza a enfriar esa traspiración.
Vuelvo a enfocar el tema que había desorganizado la
disposición de su mente conciente. Ahora la paciente lo
acepta.
265
Sarah: (Su ritmo se hace más pausado y comienza a en­
trar en trance.) Sí, en efecto. Es muy agradable.
Identificar losfenóm enos hipnóticos en uso
Exploro nuevos modos de estimular su capacidad de
disociación.
C. K : Bien. Ahora mismo podría empezar a contrastarlo
con la sensación que experimenta una parte de su cuer­
po a medida que el aire va enfriando su piel.
Sarah (asintiendo, sonriente): Es muy buena.
C. K : Es agradable notar una diferencia. . . en la sensa­
ción de comodidad. Está bien así. Su mente conciente
está familiarizada con diversos temas porque usted ha
vivido el tiempo suficiente para adquirir una sana dosis
de escepticismo acerca de las cosas en general y, en el
fondo de su mente conciente, puede interrogarse acerca
de esta experiencia mientras su inconciente puede per­
mitirle aprestarse para algún nuevo aprendizaje. Por
cierto que es importante tener una sana dosis de escep­
ticismo. De lo contrario, podría comprar algo que no de­
sea ni necesita. Mientras le hablo, su mente conciente
tal vez quiera prestar atención a mis palabras o largarse
a inventar sus propias palabras, o hacer alguna otra co­
sa importante, en tanto que su mente inconciente puede
utilizar mis palabras en la forma que le parezca más
apropiada para su aprendizaje y crecimiento. No sé si ya
puede producir un hormigueo en sus manos como lo
hizo la última vez que estuvo aquí. A lo mejor comienza
en la derecha. . .
Sarah: Todavía no. Espere, está ocurriendo en la iz­
quierda.
La paciente demuestra cuánto necesita mantener el
control de cualquier cambio aunque la disociación con­
tinúe evolucionando muy bien.
C. K : Correcto. Su inconciente ha elegido su mano iz­
quierda como la mano correcta para tener esa sensación
de hormigueo. . . o sencillamente para que esa sensa-
266
ción de hormigueo suba por sus brazos mientras la otra
mano quizás empiece a experimentar una sensación
más leve.
Sarah: Sí, está sintiendo una especie de calor pesado.
Determinar el significado simbólico del
problema
Una vez más, la paciente manifiesta su oposición a
las sugestiones. La autorizo a tener su propia respuesta.
Se acumulan las pruebas de que el síntoma expresa un
miedo de ser aceptada y una solución a su apartamiento
de los otros. En la primera sesión reveló que, cuando
hacía el amor con su marido, su colonia solía provocarle
una reacción alérgica que la obligaba a retirarse de la
experiencia.
C. K.: Su mente inconciente ha elegido una sensación de
calor pesado y es posible que usted tenga una asocia­
ción particular con el calor pesado. . . y su mente incon­
ciente ha decidido que es correcto que el brazo y la mano
derechos tengan esa sensación leve, y que se la puede
dejar correctamente allí, en ese brazo y mano derechos,
y que la sensación puede desplazarse; su mente conciente puede percatarse de muchas cosas.
Recuperar recursos
Ahora exploro otros recursos como posible socorro
para el síntoma físico y para la relación interpersonal de
la paciente.
C. K.: Como médica, sin duda será una buena observa­
dora. Su mente inconciente opera constantemente y le
envía mensajes indicativos sobre aquello a lo que debe
prestar atención y aquello que debe relegar a un segun­
do plano. Todos hemos tenido la experiencia de pasar
junto a un lugar familiar, notar un día cierto detalle y,
tiempo después, al pasar nuevamente por el mismo lu­
gar, olvidarnos de reparar en ese detalle familiar y espe-
267
rar verdaderamente otra cosa muy distinta, de suerte
que toda la escena cambia. Es una experiencia insólita.
Dos razones me mueven a utilizar una serie de anéc­
dotas para provocar una alucinación positiva como
recurso. Sarah me había informado antes que a veces le
bastaba ver determinada tela para que aparecieran los
síntomas. Además, enfocaba excesivamente su atención
en las respuestas de otras personas, reaccionaba ante
ellas con un sentimiento de miedo y no recibía ninguna
realimentación acerca de ella misma. Una alucinación
positiva podría ser útil para tratar ambos problemas.
Sarah: (Indica su acuerdo con movimientos ideomotores
de la cabeza.)
C. K.: Tomar nota de lo que pasa al primer plano y de lo
que puede ser relegado al segundo plano. La mayoría de
las personas sienten que esto sólo les sucede a ellas.
Que su mente inconciente elija esos detalles para que
usted repare de veras en ellos, porque es importante
para su propio bienestar que, simplemente, no repare
en algunas cosas. Por ejemplo, viajar en auto. . . con un
niño puede ser, sin duda, una experiencia odiosa si ese
niño hace mucho barullo, o puede ser una experiencia
placentera si usted enfoca su atención en los sonidos de
una familia feliz y relega el ruido molesto al fondo del
segundo plano. Todos hemos tenido la experiencia de
aumentar o disminuir el volumen de auriculares (Sarah
usa audífono). . . La mayoría de las personas desconoce
que puede aumentar o disminuir su sensibilidad audi­
tiva. Pero usted, que es una observadora muy sagaz, ya
sabe cómo cambiar muchas sensaciones diferentes.
El doctor Erickson, un hipnólogo famoso, contaba
cómo había pasado una noche entera en una fábrica de
calderas. Cuando entró en ella, el ruido era sencillamen­
te espantoso. A medida que avanzaba la noche, vivió la
experiencia de poder apagar realmente ese ruido y dor­
mirse. Descubrió a qué podemos prestar atención y a qué
podemos olvidarnos de prestar atención. . . con la adver­
tencia de que esas cosas que su mente inconciente trae
a su conciencia están allí por alguna razón importante.
268
Utilizar el síntoma en la intervención
Toda la sesión utilizó el síntoma sugiriendo a la pa­
ciente que lo tenga, pero de una manera especial. Ahora
me refiero a él en varios niveles y lo expando para cam­
biar la experiencia.
C. K : Todos hemos experimentado dolores musculares
aquí y allá. Usted sabrá, sin duda, lo que significa tener
un área de irritación. . . al principio se la nota y se siente
una molestia, para luego empezar a sentir las áreas de
comodidad fuera de la irritación.
Simbolizar la solución
Se ofrece la solución al manejo del síntoma. Como
aún se desconocía su significado psicodínámico, se eli­
gió como meta el manejo en vez del alivio. Se supuso que
el síntoma acaso tenía un propósito, aunque en menor
medida.
C. K : . . .y entonces, notar en qué punto exacto empieza
el borde de la comodidad alrededor de esa área, como la
ribera de un lago de aguas frías. . . centrar su atención
en alguna otra área de comodidad, como puede hacerlo
cuando la pica un mosquito. De pequeña, mi padre me
enseñaba a engañar la picadura frotando suavemente la
piel alrededor de sus bordes para que se creyera rasca­
da, y me explicaba que la experiencia entonces cam­
biaba. En realidad, usted no necesita prestar atención a
todos sus malestares y dolores aunque, por cierto, es
importante tenerlos. . . a veces, es una señal importan­
te. Su mente inconciente puede ser la guardiana para
cualquier dificultad a la que necesite prestar atención.
Ese agradable estado de comodidad puede persistir en
el futuro mientras exploramos otros aspectos del trance.
Quien practica un arte advierte que cada vez se le hace
más fácil; lo mismo sucede con la práctica del trance.
La que antecede es una condensación de sugestiones
que se impartieron para suscitar analgesia. En este
269
punto del tratamiento, presto mayor atención a las alte­
raciones que manifiesta el cuerpo de la paciente al paso
que ratifico el trance y despotencio su mente conciente.
Ahora, Sarah pudo experimentar una sensación de
pesantez que le sube por los brazos. Después, utilizando
la anestesia, consiguió cambiarla por una sensación de
entumecimiento. Practicó esta nueva habilidad y, al ca­
bo de unas ocho sesiones, la reacción alérgica, que an­
tes ocurría dentro de los cinco minutos de contacto con
ciertos materiales, tardaba cuatro horas en aparecer y
aun entonces era mucho más leve. «Siento que mi domi­
nio de este problema ha aumentado enormemente», co­
mentó. Una vez reducido el síntoma, Sarah decidió por
sí sola que quería ser mucho menos hostil con la gente.
Me dijo darse cuenta de que su respuesta inicial a las
sugerencias u opiniones ajenas era siempre negativa o
crítica, y de que lo mismo había hecho conmigo. Usó el
puente afectivo para producir una regresión de edad a
una época en que tenía ese sentimiento de oposición y
descubrió que, por debajo de él, había realmente un
sentimiento de terror. Recordó sorprendida que tenía
dos años, su madre había enfermado gravemente y la
mantenían aislada en una habitación, lejos de Sarah.
No pudo estar con ella por varios meses. Recordó que,
cuando ella ya era un poco más grande, su madre co­
mentó al padre que Sarah se mostraba muy renuente a
ir a cualquier parte o a hacer cualquier cosa sin ella.
Cuando adulta, Sarah tuvo muchos miedos sobre su ca­
pacidad de ir en auto a un lugar desconocido o de cono­
cer gente nueva, y cayó en el consiguiente aislamiento.
Continuamos la psicoterapia hasta que pudo recuperar
sus recursos de seguridad e indemnidad en situaciones
extrañas. Apliqué la técnica del Hombre de Febrero para
que un personaje reconfortante la acompañara a hacer
regresión a los dos años de edad y elaborar una nueva
perspectiva en el presente.
Erickson desarrolló la técnica del Hombre de Febrero
(Erickson y Rossi, 1989) en su trabajo con una joven tan
carente de experiencias de una buena crianza materna
que temía ser una madre inepta. Erickson usó la regre­
sión de edad en una serie de sesiones terapéuticas y se
situó en el pasado de la paciente como un viejo amigo
270
del padre que la guiaba bondadosamente a través de ex­
periencias importantes. Siempre visitaba a la niña el día
de su cumpleaños, que caía en febrero; de ahí el apela­
tivo Hombre de Febrero. Después del tratamiento, la jo ­
ven mujer pudo tener hijos y darles la crianza adecuada.
Yo utilicé a una mujer mayor para acompañar a Sarah e interpretar la experiencia traumática que había te­
nido a los dos años. Al cabo de varias sesiones, Sarah
me trajo un poema titulado «My father's back» y repitió
algunos versos:
No sé por qué volvemos sobre las viejas heridas
una y otra vez en nuestra mente, los falsos arranques
y los comienzos verdaderos,
como si eso pudiera hablarnos de un mundo que
(llamamos el pasado,
quiénes somos ahora,
o fuimos, o podríamos haber sido.
(Hirsch, 1989, pág. 38)
Me dijo que ya no la entristecía el recuerdo de aquel pe­
ríodo de su pasado. Eso había terminado de una vez por
todas.
En este capítulo, examinamos diversas estrategias
hipnóticas utilizables por el terapeuta. Se basan en fe­
nómenos de trance que tal vez las parejas ya usan. Toda
elección de una estrategia debe fundarse en los indi­
viduos dentro del matrimonio; se deben considerar las
etapas evolutivas individual y conyugal y las idiosin­
crasias de los pacientes. El terapeuta debe preguntarse:
«¿Quiénes son estas personas? ¿Qué recursos poseen?
¿Qué intentan aprender?».
271
Epílogo
Desde Freud, lo Inconciente se ha visto como un cal­
dero hirviente de pasiones y talantes indómitos que la
psicoterapia estaba destinada a domeñar o vencer. Milton Erickson fue quizás el primero en ver en el incon­
ciente un reservorio de recursos inexplotados o tesoros
ocultos por descubrir y utilizar positivamente. En lugar
de concebir la mente inconciente como algo que debía
ser controlado, Erickson descubrió por experiencia vital
propia que en el inconciente existen capacidades o re­
cursos notables, útiles para dominar cualquier situa­
ción de la vida. Estos recursos pueden ser despertados
por fenómenos de trance, símbolos y una experiencia
metafórica, y son capaces de reorientar nuestras sendas
personales y nuestro ánimo hacia el equilibrio y la ar­
monía.
Milton Erickson no es el único que vio en la psico­
terapia un proceso de conexión con el propio ser más
profundo. Cari Jung, Karen Horney, Cari Rogers, Virgi­
nia Satir y Cari Whitaker compartieron este punto de
vista. Erickson describió el propio ser más profundo
como «ese sentido vital de la “existencialidad" del propio
ser. . .» (CP II, pág. 345). La intención del terapeuta es
explotar la sabiduría y la claridad del inconciente, y ayu­
dar a los pacientes a ver el mundo como suelen verlo los
niños: de manera simple, precisa, imaginativa, creativa,
espontánea y sintiéndose conectados consigo mismos y
con el otro. Esta aventura alquimica que en el matrimo­
nio es compartida con otro constituye la «gracia de par­
ticipar en la vida de otro» (Campbell, 1988, pág. 74).
En el trabajo con parejas, el terapeuta pronto advier­
te que cada esposo aporta a la situación un inconciente
individual y un inconciente de pareja. La tarea del tera­
peuta es alinearse con el inconciente de cada cónyuge y
272
apreciar el dolor que experimenta la pareja así como los
recursos potenciales disponibles en la danza interaccional inconciente.
En este libro hemos investigado el uso de la hipnosis
ericksoniana en terapia de pareja. Hemos examinado la
filosofía y las ideas de la psicoterapia ericksoniana, la
evaluación y la formulación de hipótesis y la construc­
ción de metáforas. Hemos estudiado las estrategias de
intervención basadas en una integración entre dinámi­
ca del sistema y problemas evolutivos individuales que
se reflejan siempre en las actitudes, emociones y con­
ductas funcionales y disfuncionales de cada cónyuge.
De la danza hipnótica conyugal, entre las mentes in­
concientes emergen pautas curiosas y fascinantes. Las
mentes inconcientes hallan modos exquisitos de bailar
juntas a fin de crear su experiencia singular de intimi­
dad. Ver en la danza una fuerza positiva potencial orien­
tada hacia la curación equivale a confiar en el poder del
inconciente, un poder que puede ser convocado y utili­
zado para trasformar un problema en una solución.
Llevo ya muchos años investigando esta danza en los
matrimonios de mis pacientes y en el mío. No obstante,
sólo descubrí un modo mucho más positivo y esperan­
zado de abordar el cambio cuando Milton Erickson, por
intermedio de sus discípulos y familiares, se convirtió en
un foco de mis investigaciones. Este libro resume e in­
terpreta el abordaje ericksoniano tal como se aplica en
terapia de pareja. Tiende un puente entre las teorías sis­
tèmica y evolutiva. Asimila la hipnosis ericksoniana co­
mo un instrumento importante para desplazar secuen­
cias interaccionales de las parejas, sus actitudes, con­
ductas y emociones.
Chris, mi hijastro, me hace notar que una neblina
purpúrea se ha asentado esta mañana sobre la ciudad.
El cielo está encapotado y hay poco viento. El tinte pur­
púreo ha alterado la forma de las casas y los árboles de
tal suerte que vienen a la mente imágenes surrealistas.
¡Qué fenómeno oportuno mientras doy los últimos reto­
ques a este libro basado en la obra de Milton Erickson!
El púrpura era su color favorito. Los chinos quizá supu­
sieran que el Dragón —el guardián del tesoro interior,
respetado y amado— cruza la comarca. Tal vez sea así.
273
Sin duda, hay tesoros inconcientes que cada uno de
nosotros utiliza. El objeto de la psicoterapia es recupe­
rar y usar los recursos que posee cada persona, recono­
cer en ellos otros tantos senderos hacia la trasforma­
ción. En este proceso dinámico y relacional, terapeuta y
pareja por igual se encontrarán aprendiendo nuevos
movimientos en la danza hipnótica.
274
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(V ie n e d e la p r im e r a s o la p a .]
de cada cón yu ge y en apreciar el d o lor que
experim enta la pareja a sí com o lo s rec u r­
s o s p o ten ciales d isp o n ib le s en la dan za interaccion al inconciente.
C arol K e rs h a w investiga en este libro la
h ip n o sis e ric k so n ia n a aplicada a la terapia
de pareja. E xam in a la filosofía y las ideas
de la p sicoterapia erick son ian a, el m étodo
de evaluación de lo s pacientes, la form u la­
ción de h ip ó tesis y la c o n stru cción de m e­
táforas con fin es terapéuticos. E stu dia e s ­
trategias de interven ción b a sa d a s en una
integración entre din ám ica del sistem a y
p ro b le m a s evolutivos in d ividu ales qu e se
reflejan siem pre en la s actitudes, em ocio­
n es y con du ctas fu n cion ales y d isfu n cion a­
le s de cada com pañ ero. De la dan za h ip n ó­
tica con yu gal entre la s m entes in con cien ­
tes em ergen pau tas c u rio sa s y fascinantes.
L a s m en tes in con cien tes hallan m od os ex­
q u isitos de ba ila r ju n ta s a fin de crear su
experiencia sin gu la r de intimidad. V er en la
dan za u n a fuerza positiva potencial orie n ­
tada hacia la cu ración equivale a confiar en
el p o d e r tdel in c o n c ien te , un p o d e r que
puede se r con vocado y utilizado para tras­
form ar un p roblem a en una solución . A la
n ovedad, en c o n se c u e n c ia , de rela cio n a r
h ip n o sis con fam ilia, este libro añade la de
tender un puente entre las teorías sistèm i­
ca y evolutiva para en la za r de u n a m anera
flexible terapia fam iliar con terapia indivi­
dual; lo e se n cia l de la p ro d u c c ió n de un
cam bio qu eda a cargo de lo s pacientes m is­
m os d e sp u é s que experim entaron u n a re­
organ ización y se reapropiaron de s u s re­
cu rso s.
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