Israel Previo a Jesús Desde la entrada en la Tierra prometida Israel comienza un proceso que le lleva a establecerse en Canaán como “pueblo de Dios” en medio de otros pueblos. La experiencia del largo camino por el desierto, bajo la guía directa de Dios, le ha enseñado a reconocer la absoluta soberanía de Dios sobre ellos. Dios es su Dios y Señor. Durante el período de los Jueces no entra en discusión esta presencia y señorío de Dios. Pero, pasando de nómadas a sedentarios, al poseer campos y ciudades, su vida y fe comienza a cambiar. Las tiendas se sustituyen por casas, el maná por los frutos de la tierra, la confianza en Dios, que cada día manda su alimento, en confianza en el trabajo de los propios campos. Al pedir un rey, “como tienen los otros pueblos”, Israel está cambiando sus relaciones con Dios. En Ramá Samuel y los representantes del pueblo se enfrentan en una dura discusión: “Mira, tú eres ya viejo. Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones” (1S 8,5; Hch 3,21- 23). Samuel, persuadido por el Señor, cede a sus pretensiones y, como verdadero profeta del Señor, descifra el designio divino de salvación incluso en medio del pecado del pueblo. Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de Dios y de gritos de angustia, a los que Dios responde fielmente con el perdón y la salvación. Pero el pueblo se olvida de la salvación gratuita de Dios y cae continuamente en la opresión. El pecado de Israel hace vana la salvación de Dios siempre que quiere ser como los demás pueblos. Entonces experimenta su pequeñez y queda a merced de los otros pueblos más fuertes que él (1S 12,6-11). Esta historia, que Samuel recuerda e interpreta al pueblo, se repite constantemente, hasta el momento presente (1S 12,12-15). Samuel califica a la monarquía de idolatría. Pero Dios, en su fidelidad a la elección de Israel, mantiene su alianza y transforma el pecado del pueblo en bendición. El rey, reclamado por el pueblo con pretensiones idolátricas, es transformado en don de Dios al pueblo: “Dios ha constituido un rey sobre vosotros” (1S 12,13). Dios saca el bien incluso del mal, cambia lo que es expresión de abandono en signo de su presencia amorosa en medio del pueblo (Rm 5,20-21). Samuel unge como rey, primero, a Saúl y, después, a David. Samuel se retira a Ramá, donde muere y es enterrado con la asistencia de todo Israel a sus funerales. Así le recuerda el Eclesiástico: “Amado del pueblo y de Dios. Ofrecido a Dios desde el seno de su madre, Samuel fue juez y profeta del Señor. Por la palabra de Dios fundó la realeza y ungió príncipes sobre el pueblo. Según la ley del Señor gobernó al pueblo, visitando los campamentos de Israel. Por su fidelidad se acreditó como profeta; por sus oráculos fue reconocido como fiel vidente. Invocó al Señor cuando los enemigos le acosaban por todas partes, ofreciendo un cordero lechal. Y el Señor tronó desde el cielo, se oyó el eco de su voz y derrotó a los jefes enemigos y a todos los príncipes filisteos. Antes de la hora de su sueño eterno, dio testimonio ante el Señor y su ungido: ¿De quién he recibido un par de sandalias? y nadie reclamó nada de él. Y después de dormido todavía profetizó y anunció al rey (Saúl) su fin; del seno de la tierra alzó su voz en profecía para borrar la culpa del pueblo” (Si 46,13-20). Samuel, el confidente de Dios desde su infancia, es su profeta, que no deja caer por tierra ni una de sus palabras. Con su fidelidad a Dios salva al pueblo de los enemigos y de sí. Es la figura del hombre de fe, que acoge la palabra de Dios, y deja que esta se encarne en él y en la historia. Es la figura de Jesús, el siervo de Dios, que vive y se nutre de la voluntad del Padre, aunque pase por la muerte en cruz. Saúl es el primer rey de Israel. Con él se instaura la monarquía, deseada por el pueblo, contradiciendo la elección de Dios, que separó a Israel de en medio de los pueblos, uniéndose a él de un modo particular: “Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”. Samuel encuentra a Saúl en el campo, buscando unas asnas perdidas, toma el cuerno de aceite y lo derrama sobre su cabeza, diciendo: “El Señor te unge como jefe de su pueblo Israel; tú gobernarás al pueblo del Señor, tú lo salvarás de sus enemigos” (1S 9-10). El espíritu de Dios invade a Saúl, que reúne un potente ejército y salva a sus hermanos de Yabés de Galaad de la amenaza de los ammonitas. El pueblo, tras esta primera victoria, le corona solemnemente como rey en Guilgal (1S 11). Reconocido como rey, Saúl comienza sus campañas victoriosas contra los filisteos. Pero la historia de Saúl es dramática. Ante la amenaza de los filisteos, concentrados para combatir a Israel con un ejército inmenso como la arena de la orilla del mar, los hombres de Israel se ven en peligro y comienzan a esconderse en las cavernas. En medio de esta desbandada, Saúl se siente solo, esperando en Dios que no le responde y aguardando al profeta que no llega. En su miedo a ser completamente abandonado por el pueblo llega a ejercer hasta la función sacerdotal, ofreciendo holocaustos y sacrificios, lo que provoca el primer reproche airado de Samuel: “¿Qué has hecho?”. Saúl mismo se condena a sí mismo, tratando de dar las razones de su actuación. Ha buscado la salvación en Dios, pero actuando por su cuenta, sin obedecer a Dios y a su profeta. Se arroga, para defender su poder, el ministerio sacerdotal: “Como vi que el ejército me abandonaba y se desbandaba y que tú no venías en el plazo fijado y que los filisteos estaban ya concentrados, me dije: Ahora los filisteos van a bajar contra mí a Guilgal y no he apaciguado a Yahveh. Entonces me he visto obligado a ofrecer el holocausto”. Samuel le replica: “Te has portado como un necio. Si te hubieras mantenido fiel a Yahveh, El habría afianzado tu reino para siempre sobre Israel. Pero ahora tu reino no se mantendrá. Yahveh se ha buscado un hombre según su corazón, que te reemplazará” (1S 13). Samuel se aleja hacia Guilgal siguiendo su camino. Pero Samuel vuelve a enfrentarse con Saúl para anunciarle el rechazo definitivo de parte de Dios. Saúl, el rey sin discernimiento, pretende dar culto a Dios desobedeciéndolo. Enfatuado por el poder, que no quiere perder, se glorifica a sí mismo y condesciende con el pueblo, para buscar su aplauso, aunque sea oponiéndose a la palabra de Dios. Samuel se presenta y le dice: “Escucha las palabras del Señor, que te dice: Voy a tomar cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel, cortándole el camino cuando subía de Egipto. Ahora ve y atácalo. Entrega al exterminio todo lo que posee, toros y ovejas, camellos y asnos, y a él no le perdones la vida”. Amalec es la expresión del mal y Dios quiere erradicarlo de la tierra. La palabra de Dios a Saúl es clara. Pero Saúl es un necio, como le llama Samuel, ni escucha ni entiende. Dios entrega en sus manos a Amalec. Sin embargo, Saúl pone su razón por encima de la palabra de Dios y trata de complacer al pueblo y a Dios, buscando un compromiso entre Dios, que le ha elegido, y el pueblo, que le ha aclamado. Perdona la vida a Agag, rey de Amalec, a las mejores ovejas y vacas, al ganado bien cebado, a los corderos y a todo lo que valía la pena, sin querer exterminarlo; en cambio, extermina lo que no vale nada. Entonces le fue dirigida a Samuel esta palabra de Dios: “Me arrepiento de haber constituido rey a Saúl, porque se ha apartado de mí y no ha seguido mi palabra” (1S 15,1-10). Samuel va a buscar a Saúl. Cuando Saúl le ve ante sí, le dice: “El Señor te bendiga. 66 Ya he cumplido la orden del Señor”. El orgullo le ha hecho inconsciente e insensato, creyendo que puede eludir el juicio del Señor. Pero Samuel le pregunta: “¿Y qué son esos balidos que oigo y esos mugidos que siento?”. Saúl contesta: “Los han traído de Amalec. El pueblo ha dejado con vida a las mejores ovejas y vacas, para ofrecérselas en sacrificio a Yahveh, tu Dios”. Samuel no se deja engañar y le replica: “¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a su palabra? Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Por haber rechazado la palabra de Yahveh, Él te rechaza hoy como rey”. Samuel, pronunciado el oráculo del Señor, se da media vuelta para marcharse, pero Saúl se agarra a la orla del manto, que se rasgó (Lc 23,45). El manto rasgado es el signo de la ruptura definitiva e irreparable, como explica Samuel, mientras se aleja: “El Señor te ha arrancado el reino de Israel y se lo ha dado a otro mejor que tú” (1S 1,12-28; Os 6,6; Am 5,21-25; Mt 27,51). Palestina y las provincias de Galilea, Samaria y Judea están bajo la administración romana. Esta dominación se inició en 63 a.C., cuando los romanos incorporaron Palestina a su imperio. La dominación romana de la Palestina judía comenzó con una conquista violenta, seguida de un largo período de luchas por el poder. Para los campesinos judíos, la dominación herodiana y romana generalmente significaba pesada tributación y, más que esto, una seria amenaza para su existencia, ya que muchos fueron expulsados de sus tierras. Una de las políticas de los emperadores para sustentar su gobierno era la práctica de la persecución a los adversarios y el exterminio del opositor, acusándolo de diversos actos contra la autoridad establecida. El imperio romano no escapó a estas prácticas, sino que las intensificó. Es así como persiguió movimient os opositores, encarceló y mató a sus líderes. Los ejércitos romanos incendiaban y destruían completamente ciudades, masacrando, crucificando o esclavizando a sus pueblos. Por ejemplo, cuando Casio conquistó Tariquea, en Galilea, esclavizó aproximadamente treinta mil hombres y posteriormente esclavizó pueblos de importantes ciudades regionales como Gofna, Emaús, Lidia y Tamna. Imagen: territorio del imperio romano La época de la dominación romana fue escenario de continuas luchas, guerrillas y sublevaciones populares. Se describe a Palestina como "uno de los focos de mayor rebeldía contra el imperio esclavista de los romanos". A esto se añade que "en Palestina la situación económica de la población durante el primer siglo era mala, según todos los índices. La prueba más concreta de esto son las violentas y frecuentes guerras civiles y los conatos de sublevación contra Roma". Producto de la dominación romana, la situación de opresión del pueblo se reflejaba en el deterioro de la calidad de vida. En el siglo primero, Palestina se vio golpeada por crisis económicas y políticas cada vez más graves. Las personas humildes vivían en estado de penuria e inestabilidad. Se puede observar el desenraizamiento social en múltiples formas: emigración, neocolonizaciones, bandidaje, revueltas y también radicalismo itinerante. Imagen: Herodes Jerusalén, ya en los tiempos de Jesús, representaba un centro de mendicidad. No es de admirarse que ya entonces había personas que simulaban ceguera, fingían ser sordas, hidrópicas, cojas etc. Los efectos de un sistema imperial producen a su vez otras secuelas. En la situación palestina, una de esas secuelas fue el surgimiento de numerosas sectas mesiánicas apocalípticas. Esto es también una expresión del esfuerzo del pueblo por salir del sistema dominante. Esto, sin embargo, no significa que todos los grupos político-religiosos del tiempo de Jesús asumieran una actitud combativa contra Roma o que fueran sus cómplices. Cada grupo debe ser visto en su propia esencia. El imperio romano estaba estructurado según el modelo de producción esclavista. El trabajo productivo era realizado por los esclavos, que con el tiempo sustituyeron a los campesinos libres que habían constituido la fuerza de la república de Roma. Por su parte, el templo era el centro del poder político, económico y religioso. El templo era, de hecho, el centro simbólico del poder económico y político. La ley era el instrumento que impulsaba este sistema social, interpretada a partir de los sectores dominantes, lo que permitía y establecía la separación de las personas en puros e impuros, en justos y pecadores. El sistema político, donde grandes imperios ejercen dominio sobre los pueblos pequeños y pobres, ya fue varias veces analizado. En Israel, la situación de vivir sometido a una potencia imperial se reitera frecuentemente. Cuando hablamos del imperio romano aludimos a una de las épocas más sangrientas, y que marcó profundamente la situación del pueblo judío, del movimiento de Jesús y de las comunidades cristianas primitivas. Imagen: emperador César Augusto SITUACION SOCIAL del IMPERIO El imperio romano es un inmenso territorio protegido por un ejército relativamente poco importante unas treinta legiones, duplicadas con tropas auxiliares, o sea unos 350 a 400000 hombres. La población se calcula en unos cincuenta millones de habitantes. Las Ciudades más pobladas son Roma (700 000 a un millón), Alejandría (unos 700000) y Antioquia (unos 300000). La Unidad que existe a nivel del poder central de la política exterior y de cierto número de valores culturales no logra sin embargo borrar los particularismos El Imperio no es un bloque monolítico, ya que generalmente no coincide los límites territoriales y el derecho de gentes. En efecto, los súbditos del emperador pertenecen a razas y a Ciudades diferentes, además, los habitantes de una misma Ciudad o región pueden ser de «derecho» distinta, así, por ejemplo, entre los hombres libres hay que distinguir a los ciudadanos romanos y a las gentes de derecho peregrino. Los primeros gozan de varios privilegios Judiciales, fiscales y políticos, la noción de peregrino engloba a todos los demás, esto es, a los «extranjeros» a la ciudadanía romana, en el sentido Jurídico del término, dependen entonces del derecho de su Ciudad o de su raza original Generalmente, el gobierno imperial supo dejar un amplio margen de autonomía a las comunidades locales, reservándose la supervisión fiscal, el derecho penal y la política exterior Los esclavos son numerosos jurídicamente carecen de existencia pero baja la influencia de las reflexiones filosóficas los Juristas reconocen que el esclavo es un hombre. La condición servil no es uniforme los que trabajan en las minas llevan una vida mucho más penosa y tampoco es muy de envidiar la suerte de los que trabajan en el campo, al contrario, los esclavos «especializados» (cocineros, medicas, secretarios) tienen un gran valor en el mercado, son bien tratados y consiguen fácilmente liberarse. El esclavo artesano que trabaja en un taller entregando a su amo una sencilla renta no se distingue mucho en su nivel de vida del pequeño artesano libre de nacimiento. La legislación del Imperio intentó suavizar la suerte de los esclavos, controlando sobre todo el derecho de vida y muerte del amo y privando de su derecho de propiedad al que abandonaba a un esclavo anciano o enfermo. En una palabra, se trata de un grupo importante cuya definición Jurídica no debe engañarnos -ya que las situaciones particulares varían mucho en cada caso- y que no hemos de considerar en bloque como una verdadera clase social. ¿Qué podemos encontrar en la Biblia acerca del imperio romano? En Mateo 2:1-18 vemos cómo el rey Herodes manda asesinar a niños menores de dos años porque sintió amenazado su reino: “Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así está escrito por el Profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel"». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».” En Mateo 2: 22 vemos cómo José y María tuvieron miedo de vivir en Judea, porque en ese lugar reinaba Arquelao, el hijo de Herodes. Y estoy completamente seguro que este miedo no era infundado. Los historiadores han dejado asentado claramente las crueldades de este rey: “Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: "Será llamado Nazareno". En Marcos 6:14 podemos ver con claridad la inmoralidad reinante de la época, pues en ese pasaje se describe el adulterio del rey Herodes Antípas con la esposa de su hermano: “El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos.” En Lucas 9:9 vemos cómo Herodes dice: “A Juan yo lo hice decapitar...”. Lo que nos muestra una vez más lo peligrosa y cruel que fue esta dinastía: “Pero Herodes decía: «A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?». Y trataba de verlo.” En Marcos 6:17, Herodes amenaza de muerte a Jesús: “Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado”. El registro bíblico de las actividades de Jesús y sus discípulos incluye numerosas referencias a hechos históricos del siglo primero. Observe la precisión con que el escritor bíblico Lucas señaló el año que vio dos acontecimientos importancia, a saber, el comienzo del ministerio de Juan el Bautista y el bautismo de Jesús, cuando este se convirtió en el Cristo, o Mesías. Lucas dejó constancia de que ambos hechos ocurrieron en “el año decimoquinto del reinado de Tiberio César [29 de nuestra era], cuando Poncio Pilato era gobernador de Judea, y Herodes era gobernante de distrito de Galilea” (Lucas 3:1-3, 21). El evangelista mencionó también los nombres de otros cuatro funcionarios importantes: Filipo (hermano de Herodes), Lisanias, Anás y Caifás. Estos siete nombres han sido confirmados por historiadores seglares. De momento, hablaremos de Tiberio, Pilato y Herodes. Los relatos bíblicos también hacen referencia a sucesos notables ocurridos en la época romana. Respecto al tiempo del nacimiento de Jesús, leemos: “Ahora bien, en aquellos días salió un decreto de César Augusto de que se inscribiera toda la tierra habitada (esta primera inscripción se efectuó cuando Quirinio era el gobernador de Siria); y todos se pusieron a viajar para inscribirse, cada uno a su propia ciudad” (Lucas 2:1-3). Las Escrituras también dicen que hubo “una gran hambre [...] en el tiempo [del emperador romano] Claudio” (Hechos 11:28). Josefo, quien vivió en el primer siglo, corrobora este hecho: “En aquel momento la ciudad sufría por el hambre, y muchos morían”. Además, en Hechos 18:2 leemos que “Claudio había ordenado que todos los judíos se fueran de Roma”. Esto queda confirmado por una biografía suya escrita por el historiador romano Suetonio alrededor del año 121. Claudio “expulsó de Roma a los judíos”, dice Suetonio, y añade que los judíos “provocaban alborotos continuamente” debido a su hostilidad hacia los cristianos. Los orígenes del mesianismo judío En época de la dominación romana, los judíos aguardaban a un líder redentor que les libraría del yugo extranjero y les devolvería no sólo la independencia perdida, sino también los días de gloria que Israel había vivido en época de David, a cuyo linaje debía pertenecer el libertador en cuestión. A este personaje se le conocería de manera genérica como el «mesías» ()משיח, en griego χριστός, término que, en origen, designaba a los reyes ungidos de Israel. A) El mesías, profeta, siervo y paciente. Profeta es el que habla en nombre de Dios, siendo numerosas las figuras del Antiguo Testamento en relación con la misión profética, que los presenta como hombres de Dios, coherentes hasta el heroísmo en el cumplimiento de su misión. Tal figura es empleada por Dios para representar al futuro mesías, cuando la del rey esté desgastada y resulte inexpresiva. Esta nueva apertura mesiánica se halla presente en el libro de Isaías, sobre todo en los cuatro poemas del siervo de Yahvé, si bien se la encuentra, aunque apenas aludida, en profetas como Jeremías y Ezequiel, los cuales durante el destierro se solidarizaron con los israelitas afrontando sacrificios y sufrimientos. La figura del mesías que destaca en los cantos de Isaías, es la del profeta que acepta sufrir y morir por su pueblo. Es la imagen "más pura y más clara" de todo el Antiguo Testamento. El primer canto describe la investidura del siervo de Yahvé (Is. 42, 14). El segundo canto es la historia de la vocación del siervo paciente (Is. 49, 16). El tercero presenta la inmensa confianza en Dios (Is. 50, 49). El cuarto canto presenta la imagen del mesías paciente (Is. 52, 1353,12). La identificación histórica del siervo es hoy objeto de polémica. Si bien, en un análisis individual, la referencia a un mesías paciente definitivo parece indiscutible, bien porque los rasgos recordados no se realizaron -todos juntos- ni en personajes históricos de la época ni en el pueblo de Israel, bien porque la Iglesia ha reconocido en el siervo paciente la prefiguración de Jesús. B) El mesías sacerdote. El tema del mesías sacerdote está poco subrayado en el Antiguo Testamento. Esta representación refleja una situación particular creada después del destierro. Tras un breve periodo en el que Israel tuvo dos jefes, uno de estirpe regia y otro de estirpe sacerdotal. En este contexto, el mesías escatológico es esperado de la descendencia de Aarón. En realidad, el mesías sacerdote que el Antiguo Testamento recuerda con mayor insistencia, rompe los esquemas tradicionales: no desciende de Aarón, sino que es según el orden de Melquisedec (Sal. 110,4), el rey sacerdote mencionado por el Génesis antes que el mismo Aarón (Gen. 14, 18).La novedad de este mesías sacerdote se desprende también de las características del culto que se celebrará en Jerusalén, que es descrito a grandes rasgos en las visiones proféticas. Se trata de un culto que exigirá una gran pureza interior, estará desvinculado del culto de entonces, tendrá carácter universalista y cósmico y comprenderá la ofrenda de un nuevo sacrificio. C) El mesianismo apocalíptico. El mesianismo apocalíptico, iniciado a comienzos del siglo II a. C.. cuando la fe judía se ve amenazada, como ocurrió con la persecución de Antioco IV Epífanes. En este período se desarrolla la literatura de tipo apocalíptico, que proclama el próximo advenimiento de Dios para juzgar a los imperios humanos y eliminarlos, intentando así infundir esperanza en la victoria definitiva del Señor. A esta literatura pertenece también el Libro de Daniel en el que se hace mención del mesías apocalíptico. El mesianismo de Jesús y las falsas expectativas La palabra Cristo, de origen griego, proviene de la hebrea mesías. Cuando los cristianos dicen Jesucristo, en realidad están afirmando que Jesús de Nazaret es el único Mesías de esta historia y el Cristo de su fe. En este sentido se dice que es único e irrepetible. Sin embargo, así como sucede hoy, también quienes estaban cercanos a Jesús, sus seguidores, no lo entendían, porque la palabra mesías aludía a la acción nacionalista de un hombre que, actuando en nombre de un Dios fuerte y poderoso, devolvería la independencia política y la igualdad social. Pedro esperaba a un mesías que fuera un guerrero combativo y pusiera fin a la opresión romana, por ello le confiesa a Jesús: “tú eres el Mesías” (Mc 8,29). Jesús lo manda a callar. ¿Por qué? Pedro entendía que la única forma de mesianismo posible era la revolucionaria y militante, que pudiera atraer a las masas para asaltar el poder. Así que, ante la confesión de un mesianismo de este tipo, Jesús reacciona categóricamente diciéndole: “¡quítate de mi vista Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios” (Mc 8,33). La actitud de Pedro llevaba a matar, recordemos que andaba armado (Jn 18,10). Jesús lo llama Satanás, que significa uno que es causa de división y deshumanización, siempre dispuesto a odiar o dar muerte a sus enemigos. El dios de Pedro no era el Dios a quien Jesús oraba. En su tiempo no se entendía que Jesús se llamara a sí mismo Hijo del hombre, uno que “no tenía ni dónde reclinar la cabeza” (Mt 8,20), que “debía sufrir mucho y ser reprobado” (Mc 8,31), uno cuyas acciones y palabras inspiraban un estilo de vida incluyente y fraterno. Esto representaba debilidad y, por tanto, era absurdo para quienes deseaban el poder político o religioso. Pero Jesús nunca se dejó identificar con las expectativas mesiánicas dominantes en su tiempo, porque la gente lo podía comenzar a ver, precisamente, como Pedro lo percibía. Por eso, optó por un estilo de vida mesiánico no político, es decir, ungido y guiado por el Espíritu de un Dios compasivo (y no fuerte), bueno (y no envidioso). Uno que sólo sabía servir y levantar al caído. Jesús vivió un mesianismo asuntivo. Sí tendría consecuencias sociopolíticas y religiosas, pero nunca provocadas por la vía de la violencia o la imposición de su proyecto (Jn 18,36). Y esta fue la gran tentación de Pedro. 1era. Celebración Objetivo del encuentro » Descubrir a Jesús como el Amigo solidario, comprometido y fiel. » Reconocer las personas que han dejado huellas en la sociedad y en sus vidas. » Conocer el testimonio de seguidores de Jesús. Materiales: - Una huella grande en un folio - Dos huellas pequeñas para cada estudiante El docente invita a los chicos a recoger una de las huellas pequeñas y poner su nombre dentro. El catequista les lanza estas preguntas: ¿Cómo podríamos encontrar a una persona perdida en un desierto o en una playa?¿Qué es una huella? ¿Para qué sirve una huella? ¿Qué tipos de huellas conoces ?... Todas estas preguntas intentan profundizar en la imagen que estamos utilizando. En este intento se pueden utilizar también las referencias a los indios y cómo ellos son expertos en seguir las huellas para llegar hasta sus presas, o el caso de la policía o de los detectives que analizan las huellas para llegar al ladrón o asesino. Por eso las huellas son importantes pues indican que por allí ha pasado alguien o algo. Saber interpretar las huellas tiene gran valor para los indios y la policía ¿Y para nosotros? ¿Es importante saber interpretar hoy en nuestra sociedad las huellas que otros dejan o han dejado?, (“huellas” no físicas, sino porque marcan de alguna manera un estilo o deja “huella” por algo) ¿Por qué? Se entabla un diálogo con los chicos. Dinámica de trabajo ¨Huellas que/me han marcado y que/me marcan“. (10 m) Cada uno escribe en su huella el nombre de las 5 personas que, según ellos, en la historia o en la actualidad han dejado o están dejando más huella en el mundo sea por el motivo que sea. Cuando hayan concluido se pondrá en común y se pedirá que compartan estas preguntas: ¿Por qué han dejado huella en la sociedad? ¿cuál ha sido su huella? Luego, por el otro lado, anotan las 3 personas que más huella han dejado o están dejando en sus propias vidas: parientes, amigos, conocidos, personajes famosos... Cuando hayan concluido se pondrá en común y se pedirá que compartan estas preguntas: ¿Por qué han dejado huella en ellos? ¿cuál ha sido su huella? Para ir cerrando En un ambiente más de recogimiento les pedimos que en silencio, escriban en otra huella ¿qué actitudes o valores del Evangelio pueden ellos poner en su día a día como ¨huella” que siguen a las huellas de Jesús? O dicho de otro modo: ¿Qué compromiso pueden asumir como seguidores de Jesús en su casa, en el colegio y con las personas que le rodean? (Nos preparamos para la oración final) Oración final y envío (Se pone la Biblia abierta en el medio con una vela encendida) El docente inicia la oración: En el nombre del Padre, .... Dirige esta pequeña oración de introducción: Padre, hoy queremos expresarte nuestro deseo de seguir a Jesús como lo han hecho ya muchos cristianos. La huella que queremos dejar es ésta: Cada uno lee en alto sus compromisos y coloca su huella en dirección a la Biblia. Padrenuestro. Que viva Jesús en nuestros corazones. Por siempre Evangelio y evangelios (2do Trimestre) En su origen, la palabra evangelio no designaba a los cuatro escritos que conocemos hoy, sino que se refería a la serie de anuncios que eran proclamados oralmente. El término evangelio, de origen griego, significa etimológicamente “buena noticia” o “noticia que causa felicidad”. El verbo griego evangelizein se usa en el Antiguo Testamento para “anunciar la salvación que Dios concede” (Isaías 52:7; 61:1). En el Nuevo Testamento, se usa el sustantivo evangelion con el significado de “buena noticia”. Es en el siglo II cuando se emplea “evangelios” para designar los escritos, según Justino (Apología 66) de los recuerdos de los apóstoles. La palabra “evangelio” significa entonces la predicción de Jesús o de los apóstoles, el contenido de esa predicación, es decir, la buena noticia de la llegada del reinado de Dios. Por lo tanto, hay un solo evangelio, una sola buena noticia, presentada de cuatro formas a las que llamamos los cuatro evangelios. A continuación, presentamos las tres etapas en la formación de los evangelios: Etapa 1 Jesús nace en tiempos de Herodes (6 a.c.), vivió en Nazaret como un piadoso judío. Fue bautizado por Juan el Bautista, luego comienza su vida pública. Su predicación hacía hincapié en que la salvación viene de Dios, quien está de parte de los marginados, de los enfermos, de las mujeres, de los pobres, de los pecadores, y les promete nueva vida. A la luz de la salvación que llega, todas las personas son llamadas a la conversión, a abrir sus corazones para recibir misericordia y el amor de Dios. Esta buena noticia fue predicada en forma de parábolas y representada por Él a lo largo de su vida. Se sentó a la mesa con pecadores, sano a los enfermos, crítico a las autoridades represoras, ofreció de forma concreta la promesa de vida a todos. Llamó a hombres y mujeres a ser sus discípulos, a seguir sus pasos y a compartir sus esfuerzos en nombre de Dios. Al cabo de muy poco tiempo Jesús fue rechazado por las autoridades religiosas. Luego de ser arrestado y torturado, fue ejecutado por las autoridades políticas. Los discípulos que una vez habían estado con él, lo abandonaron; mientras que fueron las mujeres quienes lo acompañaron (San Marcos 15:40ss). Aparentemente todo había concluido, sólo quedaba el recuerdo de aquellos años. Por eso, estos amigos y compañeros pensaron que tendrían que regresar a sus tareas antiguas. Etapa 2 Algo muy importante sucedió: ¡las mujeres fueron al sepulcro y encontraron que estaba vacío Jesús había resucitado! Esta noticia la anunciaron a los discípulos y luego estos comenzaron a proclamarlo (Kerigma). Todos ellos predicaron la buena nueva, anunciando su historia como la de un milagro viviente. La proclamación se centra en la presentación del reinado de Dios. Después de la muerte y la resurrección de Jesús, las comunidades hacen memoria de todo lo que habían experimentado y procuraban vivir en sintonía con sus enseñanzas. Para poder mantener vivo el mensaje, estas comunidades sintieron necesidad de poner por escrito las enseñanzas del resucitado. Etapa 3 Las comunidades de creyentes formadas por todo el Mediterráneo reflejaban diferentes características culturales y sociológicas. Algunos de sus miembros decidieron poner por escrito la experiencia que, de acuerdo con la predicación y enseñanzas recibidas, tenían del Cristo resucitado. Por eso, encontramos una diversidad de matices en el mensaje presentado y en la respuesta a la pregunta: ¿Quién dicen que soy yo? Evangelio según San Marcos: Jesús es el Mesías, hijo de Dios. 1. Evangelio según San Mateo: Jesús es el nuevo Moisés, maestro de la nueva ley. 2. Evangelio según San Lucas: Jesús es el salvador de todos y todas. 3. Evangelio según San Juan: Jesús es la palabra de Dios hecha carne. Estos escritores de diferente cultura y lugar de origen, profesan la misma fe, expresada de distinta manera. Al unir sus escritos, formaron lo que hoy se conoce como evangelios, porque transmiten la memoria, el mensaje de Jesús y el testimonio de las comunidades. Marcos, el primer evangelio Se le atribuye a Marcos ser el primero en usar este nuevo género literario: el evangelio. Jesús anunció la buena noticia, la llegada del reinado de Dios; Marcos escribe para presentar la buena noticia relativa a Jesús. el anunciante se convierte en el anunciado; son sus palabras y acciones las que se proclaman como buena noticia, como evangelio. Con Marcos, la predicación se convierte en relato y el relato se pone al servicio de la predicación. Como el resto de los libros del Nuevo Testamento, este evangelio fue escrito en el griego popular, Koiné. Marcos, un joven judío, fue sobrino de Bernabé, quien había acompañado a Pablo en su primer viaje para abandonarlo poco después. Marcos se vincula a la predicación de Pedro y se considera su intérprete. Escribe en Roma, aproximadamente entre el 64-67 d.C. La comunidad de fe que siguió las enseñanzas del apóstol San Marcos estaba compuesta por cristianos provenientes de ámbitos no judíos, a quienes había que explicar algunas costumbres (Marcos 7. 3-4) y términos arameos. Esta comunidad estaba sufriendo o había sufrido persecuciones. La fe que propone Marcos se enfrenta a los riesgos de la época de Neron (65 d.C.). El evangelio según Marcos nos presenta a un Jesús muy humano, siendo su primera acción la de llamar y escoger a los discípulos a quienes prepara para su ministerio poniéndolos al servicio del pueblo. Jesús enseña el reinado de Dios con su manera de actuar y de vivir. El foco de la enseñanza de Marcos es el foco de la enseñanza de Jesús, el reinado de Dios. Mientras Jesús enseña en parábolas lo que es el reinado de Dios, su vida es verdaderamente la parábola del reino. Marcos afirma que el que desee entender y conocer el reinado de Dios debe mirar a Jesús el sanador, el maestro, el crucificado y resucitado. Marcos escribe un evangelio centrado en dos elementos: los milagros de Jesús y su crucifixión, muerte y resurrección. En los milagros, el Jesús de Marcos se presenta como libertador, el que libera a todos los oprimidos. Desde esta perspectiva, los milagros son signos de esperanza. Por ese Jesús de los milagros es el Mesías, el hijo de Dios, que en el momento de su muerte se da a conocer como el único y verdadero milagro. Es en el momento de la muerte donde se descubre su verdadera identidad, “verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. El evangelio según Mateo El evangelio que tenemos hoy día contiene una colección de dichos de Jesús llamada Q (del alemán Quelle- fuente), que también se encuentra en el evangelio de Lucas. El autor de este evangelio fue seguramente un maestro o tal vez un rabino convertido. Mateo compuso su obra después de Marcos (64-67 d.C.) probablemente alrededor del 75-85 d.C. En los primeros dos capítulos nos presenta la genealogía de Jesús, los magos y las huidas de Egipto; datos que ningún otro evangelista presenta. Con esto refuerza que Jesús es el Mesías anunciado y prometido por los profetas. Su objetivo principal al escribir era instruir a la comunidad y a la misma vez animarlos en su fe. Al usar el material de la fuente Q, Mateo enfatiza los dichos de Jesús más que los hechos. El evangelio según Mateo reúne las enseñanzas de Jesús en cinco grandes discursos: 1. El Sermón de la Montaña (6-7) 2. El discurso misionero (10) 3. El discurso en parábolas (13) 4. El discurso de la comunidad (18) 5. El discurso escatológico (23-25) Los cristianos han encontrado en estos discursos la joya del evangelio. Vemos que el evangelio según Mateo tiene como intención principal asistir a los líderes en su predicación, misión y enseñanza. Por eso ha querido enfocar todo hacia la persona de Jesús el Cristo y su reinado como buena noticia de salvación. Para Mateo, Jesús es el nuevo Moisés. El evangelio según Lucas De acuerdo a la tradición, podemos deducir que Lucas era médico, compañero de Pablo. Escribió los Hechos de los Apóstoles, al igual que el evangelio. probablemente en Antioquía, Siria, de donde es originario. Se cree también que escribió después de la destrucción del Templo de Jerusalén hacia el 80-85 d.C. Al igual que el evangelio según Mateo, Lucas utiliza la fuente Q, adopta material del evangelio según Marcos y material propio. El evangelio según Lucas enfatiza que Jesús es el salvador de todos, pero sobre todo de los pobres, enfermos, marginados y mujeres. Lucas presenta a un Dios misericordioso y compasivo. La misión de Jesús es inclusiva y busca atraer y restaurar todo en el Padre, por eso sana a todos de aquello que no les permitía ser mejores personas. Jesús es el Señor que salva, pero su salvación no se realiza desde el poder ni las posesiones materiales, sino desde la misericordia y la ternura con los pobres y débiles. El Dios misericordioso es el tema central del evangelio de Lucas, basta con mirar en el capítulo 15 las tres parábolas que nos hablan de la misericordia de Dios para con todos, incluyendo los que se alejan de la casa paterna. Para Lucas, Dios siempre es perdón y misericordia. A diferencia de Marcos y Mateo, Lucas suaviza la muerte de Jesús, por eso nos presenta a un Jesús que aun en la cruz está perdonando: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. La misión de Jesús es presentar el verdadero rostro de Dios compasivo y misericordioso. El evangelio según Juan Este evangelio debió haber sido escrito por miembros de la comunidad de creyentes conocida como la comunidad de fe de seguidores de las enseñanzas del apóstol Juan. Se piensa que el autor pudo haber sido el discípulo amado, pero el mismo texto contiene una referencia a su muerte (Juan. 21, 20:23): por tanto, no pudo haber sido su autor. Este evangelio data de los años 90-100 d.C., se cree que fue escrito en Éfeso, en la llamada región de Asia Menor. La influencia de la cultura y cosmovisión griega es notable. El evangelio según Juan divide su obra en dos partes: 1. Libro de las Señales (capítulos 1- 12) 2. Libro de la Gloria (capítulos 13-20) Su objetivo es que todo aquel que lea crea que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios y que por Él tenga vida (Juan 20:31). Él es la palabra hecha carne que vino a cumplir una misión y, una vez cumplida, vuelve al Padre; esa es la hora del que glorifica al Padre. El mensaje del Evangelio de Juan se resume así: Jesús es el hijo de Dios, la fuente de vida eterna. El que cree y ve al Hijo, ve al Padre. Él es la palabra hecha carne. Él es el Pan de la vida eterna. Él es el camino, la verdad y la vida. La misión de Jesús es que podamos ser hijos e hijas del Padre en el Hijo, que por su encarnación podamos llegar a conocer el verdadero rostro de Dios. El mensaje de Jesús Hoy en día, Jesús es la fuente y el modelo de los cristianos. Los evangelios nos lo presentan anunciando la buena noticia a los hombres y mujeres de aquella época. Él vivió en un tiempo conflictivo: había hambre, pobreza, enfermedades, desempleo, una religión oficial ambigua y opresora, organizada en torno a la sinagoga y al templo. Pero Jesús no se mantiene neutro, se hizo presente en la vida del pueblo y asume una postura. Se identifica con aquellos que no tenían lugar dentro del sistema social y religioso y pasa a ser conocido como amigo de los publicanos y pecadores. Jesús hablaba para todos y no excluye a nadie, pero hablaba a partir de los pobres y marginados. Esta actitud es clara, no se puede ser amigo de Jesús y al mismo tiempo continuar apoyando un sistema que margina a tanta gente en nombre de Dios. Condenando este sistema, se sacudieron los pilares del sistema religioso. Esta opción lo llevó a entrar en conflicto con los grupos de liderazgo de la sociedad: los fariseos, los escribas (maestros de la ley), los saduceos y los herodianos, conflicto que fue la causa de su muerte. Ayer como hoy, Jesús nos invita a definirnos frente a los valores fundamentales de la vida humana y del proyecto de Dios: justicia, fraternidad, misericordia, solidaridad y honestidad. La novedad que nos presenta es que el reino de Dios ya llegó y, para presentar ese hecho, Jesús usaba las parábolas. Las parábolas (comparaciones en forma de historia) ayudan al pueblo a descubrir las cosas de Dios a partir de su propia experiencia de vida, por eso usaba ejemplos de la vida cotidiana. En ese mensaje, pide metanoia, es decir, cambiar el modo de pensar y actuar. Éste es el llamado a la conversión que la llegada del reino de Dios trae consigo. Sin este cambio radical, no se puede entender el mensaje de Jesús. El cambio que se pide es uno que engloba todos los aspectos de la vida de la persona, del pueblo y de la nación. No basta corregir defectos, es necesario hacer todo de nuevo: metanoia. Nacer de nuevo (Juan 3:3), reconocer el propio error, aceptar una nueva lectura del pasado e iniciar un nuevo camino: es decir, nacer de nuevo. La buena nueva no es una doctrina que se enseña, ni una moral que se impone o, ni una ideología que se transmite. Es un hecho de vida en el que Dios está presente, actuando, liberando al pueblo y realizando su proyecto de salvación, mostrando que es el Señor de la historia. Jesús aparece como el Mesías (Ungido) que trae la salud a este mundo enfermo y la liberación a todos. La experiencia que Jesús tiene de Dios lo llevó a llamarle Abbá (padre) y enseñó a otros a llamarle así y a confiar plenamente en él como un Padre cercano y compasivo. La misión de Jesús es revelar al Padre para el pueblo, hacer brillar el rostro de Dios sobre el mundo. El rostro de Dios es la transparencia de la vida humana, la raíz de la liberación y de la resurrección, es la buena noticia para el pueblo oprimido. Sin este rostro todo es tinieblas, no hay luz pueda sustituirlo. El encuentro con Él revoluciona la vida, hace cambiar el rumbo y anima en la lucha. Si llegamos a reproducir en nosotros ese rostro entonces, como Jesús, seremos una revelación de Dios al pueblo, podremos continuar la misión de anunciar la buena noticia del reino de Dios a los pobres (Lucas 4:18) y a todo aquel que busca el sentido a la vida. El reino de Dios acontece en Jesús, en Él aparece lo que sucede cuando el ser humano deja a Dios ser Dios en su vida. Entonces todo cobra sentido y se tiene esperanza. El evangelio que anuncia Jesús es el evangelio del reino de Dios y para esta misión llamó a sus discípulos y los envió a predicar. El reinado de Dios es el centro y la esencia de la predicación de Jesús y abarca también toda su actividad. Esta buena noticia se dirige de manera especial a aquellos que viven algún tipo de privación o pobreza. Dios se encuentra especialmente cerca de los hambrientos, de los perseguidos, de los pobres. Las bienaventuranzas (Mateo 5:1-12) anuncian lo que Dios hace por aquellos que son pobres, sufren y son perseguidos. Indican un camino, un estilo de vida de mayor perfección. Jesús anuncia un acontecimiento, la acción definitiva, libre y gratuita a favor del ser humano y, para que sea algo verdaderamente eficaz, pide que toda persona deje a un lado las inseguridades y decida a favor del reino. Muerte y resurrección de Jesús, el Cristo La muerte de Jesús no se produjo por casualidad, ese fue el precio que tuvo que pagar por su vida y su ministerio. Jesús provocó una gran cantidad de conflictos con las autoridades de su tiempo. Su muerte violenta fue una consecuencia de su predicación y de la actividad que llevó a cabo, lo que provocó una oposición cada vez más fuerte. Jesús se convirtió en un ser políticamente peligroso. Lo seguían muchedumbres y las autoridades pensaban que esto podía generar una rebelión que terminara en la intervención romana (Juan 11, 48-50). La implicación política de su ministerio y las consecuencias del mismo llevaron a las autoridades a arrestarlo. Jesús no buscó la muerte, ésta le vino impuesta, pero Él la aceptó como expresión de libertad y de fidelidad a la voluntad del Padre y por amor a la humanidad. Las exigencias de conversión, la nueva imagen de Dios, su libertad frente a las leyes religiosas absurdas y las críticas contra las autoridades políticas, económicas y religiosas provocaron el conflicto que lo llevaría a la muerte. Las autoridades religiosas lo acusaron de blasfemo por presentar a un Dios Padre, compasivo y misericordioso; las autoridades romanas lo acusaron de rebelde, de ser rey, sin embargo. Él siempre renuncio a un mesianismo político basado en el poder. Abandonado y rechazado, no se doblegó, sino que se mantuvo fiel a su misión. Jesús quedó absolutamente solo ante un aparente fracaso. Dios también lo había abandonado (Marcos 15:33-34). El verdadero dolor de Jesús en la cruz es el abandono de Dios. Jesús había vivido toda su vida en constante comunión con el Padre: “Nada hago por mi cuenta, sino digo lo que me enseñó el Padre. El que me ha enviado está conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él” (Juan 8:28-29). En la cruz, esta comunión con el padre parece haber terminado; Dios ésta totalmente lejano. El crucificado le hace una pregunta en la que resuena el profundo dolor humano: “¿Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado?” Éste es el grito y la pregunta de los pobres, de los explotados, de los oprimidos para los que no existe futuro. Jesús hace suyo este grito. Pero Dios guarda silencio. El Hijo muere profundamente herido por el distanciamiento del Padre; el Padre “muere” porque “entrega” dolorosamente a su Hijo, como un día Abraham “entregó” a Isaac. El Espíritu está también presente en el silencio, entregado por el Hijo al Padre (“Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”) en el instante de la muerte. La cruz es la historia trinitaria de Dios. El dolor manifiesta el corazón trinitario de Dios. El sufrimiento y el dolor del Hijo no son impuestos, sino escogidos libremente por amor, ofreciendo el testimonio del amor que salva. El amor y la fe del crucificado, en solidaridad con el sufrimiento de la humanidad, se convierten en una posibilidad de salvación, por eso la muerte se transforma en vida. Es imposible reflexionar sobre la cruz sin contemplar simultáneamente la resurrección. Con la resurrección, el Padre rompe el silencio y dice sí al amor del Hijo, el Espíritu vuelve a unirle con el Padre y establece en Él la alianza nueva y perfecta. ¡Es la resurrección del crucificado! Quien resucita es el crucificado; su vida auténtica, no es rota y aniquilada por la muerte, sino que es acogida y glorificada por Dios. “Al morir por nosotros se nos presenta la figura del resucitado, y este nos introduce con él en su vida. En el que se hizo pobre por nosotros se manifiesta la riqueza de Dios por nosotros; en el que se hizo esclavo por nosotros nos aferra la libertad de Dios; en el que se hizo por nosotros pecado se hacen los pecadores justicia de Dios en el mundo”. Jesús, el Cristo en nuestra vida Como afirmamos anteriormente, la vida de Jesús recibe todo su sentido del anuncio del Reinado de Dios. Toda su vida la pone al servicio del Reino de Dios y éste se hace visible en la historia humana creando solidaridad y comunión. La buena nueva del reinado de Dios es un hecho de vida, donde Dios está presente, actuando liberando a su pueblo, realizando su proyecto de salvación. La conversión, la enseñanza en parábolas, los milagros y el perdón de los pecados son algunos de los signos de la presencia del Reino de Dios que irrumpen en la historia como oferta de salvación y liberación. Jesús es el modelo de libertad, vive la libertad como don gratuito del Padre que lo lleva al compromiso y hasta a la entrega de su propia vida. Su libertad se manifestó a lo largo de su vida, para rechazar las tentaciones, para enfrentarse con autoridad frente a las autoridades religiosas, para soportar la oposición provocada por su predicación y sus actitudes a favor de los menos privilegiados, para mantenerse fiel a la voluntad del Padre. Jesús se mantiene libre en el poder, la fuerza o el mérito, se traduce en verdadero camino de la liberación. Es una libertad para el amor, para el servicio de la liberación de los otros. Jesús, hoy como ayer, nos invita a seguirle, a buscar el perdón de los pecados y la liberación, a comprometernos en la construcción del Reino de Dios. El Reino de Dios es una experiencia de comunión, de reconciliación con Dios y con la comunidad. La libertad cristiana es el fruto de un largo proceso de liberación. Por eso, el cristiano es libre en la medida que acepta, asume y se compromete en el proceso de liberación. La libertad de seguir a Jesús exige renuncias que colocan al Reino de Dios por encima de las riquezas, del orgullo propio, del poder y del dinero. Es la libertad de optar por la justicia, por la paz, la solidaridad y por la comunión entre los seres humanos. El evangelio debe ser leído hoy con nuevos ojos, con una nueva mirada, reflexionando a partir de los acontecimientos, no como un código moral, ni buscando respuestas concretas a las situaciones históricas en las que nos encontramos hoy. El evangelio es el anuncio de la presencia del Reino de Dios, de la acción salvadora de Jesús, del camino que nos conduce a la verdadera liberación. Las situaciones de orden personal, social, político, moral y económico que nos interpelan hoy no son necesariamente las mismas que enfrentaron Jesús y sus discípulos. Hoy nos enfrentamos a situaciones nuevas que exigen respuestas nuevas. El evangelio nos ofrece un modelo de vida, un estilo de actuación, un espíritu que sirve de inspiración a todos los que desean conformar su vida a las exigencias del Reino de Dios. El evangelio nos invita a cambiar nuestra manera de ser y de pensar, y a conformarla a los valores que vivió Jesús. Estos valores deben ser el centro de nuestra vida cristiana cotidiana, iluminando nuestra situación histórica. La opción por el camino de Jesús exige no solo compromiso en la construcción de una nueva sociedad más solidaria y justa, sino también creatividad en el proceso. Entrar en esta dinámica implica un cambio de vida, una transformación, un volver a nacer, para poder acoger el don de Dios. De esta manera, el creyente asume las renuncias y exigencias que su opción requiere. El cristiano o cristiana no hace las renuncias para encontrar a Jesús, las realiza por que ya ha encontrado a Jesús, quien ha iluminado su vida. Su vida entonces se convierte en praxis de misericordia, de perdón, de justicia, de reconciliación, de paz. Por eso, la vida cristiana es un don y responsabilidad histórica, acogida de la salvación y libertad de Jesús y liberación responsable y conflictiva de todo aquello que se opone a la realización del Reino de Dios. Las distintas etapas del evangelio El evangelio ha sido anunciado en distintos momentos y de distintas formas. Muchos han anunciado la Buena Noticia: primero es el mismo Jesús, luego los Apóstoles, más tarde los escritores, y cada uno tiene su modalidad. a. Jesús Cuando el Concilio Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum, V, 18-19) explica cómo llegaron hasta la época actual estos libros que se llaman “Evangelios”, muestra tres etapas o momentos distintos, y cada una de ellas tiene sus características propias: El primero es el anuncio hecho por el mismo Jesús. El que no escribió ningún libro. Siempre predicaba a viva voz y lo más importante era su misma presencia. Si se quiere hacer un resumen de lo que es la predicación de Jesús, el anuncio de la Buena Noticia por parte de Jesús, habrá que decir que la Buena Noticia es Él mismo. Él es aquel en quien se manifiesta el Reino de Dios. En la época de los Santos Padres alguien dijo que Jesús es el Reino de Dios porque es Dios entre nosotros. Durante todo el tiempo de su actuación, Jesús estuvo rodeado de gente que podía captar lo que Él decía, porque no hablaba de una manera oscura sino acomodándose a lo que los más sencillos podían entender, y utilizando las mismas formas de enseñar que estaban en práctica entre los maestros de su tiempo. Además, siempre tuvo discípulos que lo acompañaban y eran testigos de sus hechos y de sus enseñanzas. La gente y los Apóstoles podrían luego recordar y repetir fielmente lo que habían visto y habían oído. b. Los Apóstoles El segundo momento o etapa del Evangelio está constituido por los Apóstoles, es decir los discípulos los elegidos por Jesús que fueron testigos de todo lo que Él hizo y dijo. Por lo que se ve en las páginas del Evangelio, mientras Jesús actuaba o predicaba, los discípulos que estaban a su lado comprendieron lo que sucedía, pero de una manera muy limitada. Esto se puso de manifiesto sobre todo con el comportamiento que ellos tuvieron durante la pasión: uno lo traicionó, otro lo negó, todos huyeron, durante la cena discutían en la mesa sobre quién es el más grande entre ellos. Esto da la pauta de que la visión que ellos tenían en ese momento era muy reducida. Entendían el Reino, pero no en el sentido de los profetas y de Jesús. Pero hubo un acontecimiento que cambió esta situación: la resurrección del Señor y la donación del Espíritu Santo. Los apóstoles, bajo la influencia de los sucesos de Pascua y Pentecostés, experimentaron una transformación de la visión que ellos tenían del Señor. Al ver a Cristo resucitado entendieron de otra forma todo lo que había sucedido, y, principalmente con la venida del Espíritu Santo, profundizaron y comprendieron el verdadero sentido que tenían las expresiones, las palabras, los hechos y la misma muerte del Señor. Durante la última cena, así como está relatada en el evangelio de san Juan, Jesús anunció que el Espíritu sería dado a los discípulos para que pudieran comprender todas las cosas que el Señor les había enseñado: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16, 12-13) “El paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). En dos momentos este mismo Evangelio de san Juan observa el cambio que se produjo en los discípulos después de la glorificación del Señor: “Los judíos le preguntaron: ¿Qué signo nos das para obrar así?” Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le dijeron: ¿“¿Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este templo, y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que Él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2, 18-22). “Al encontrar un asno, Jesús montó sobre él, conforme a lo que está escrito: No temas, hija de Sión; ya viene tu rey, montado sobre la cría de un asna. Al comienzo, sus discípulos no comprendieron esto. Pero cuando Jesús fue glorificado, recordaron que todo lo que había sucedido era lo que estaba escrito acerca de Él” (Jn 12, 14-16). Después de la Ascensión del Señor al Cielo los discípulos se encargaron de salir a anunciar el Evangelio. Esto está relatado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Ellos no se limitaron a repetir textualmente lo que oyeron, sino que lo hicieron con esta nueva intelección posterior a la Pascua y Pentecostés. Predicaron un Jesús explicado, aclarado, interpretado, porque ellos mismos entendían de otra manera lo que significó la vida del Señor. También comprendieron que todo había sucedido de acuerdo con lo que leían en el Antiguo Testamento, y por esa razón proclamaron todo lo referente a Jesús relacionándolo con los textos bíblicos. ahora se entiende lo que significa el contenido del Kérygma: no sólo el hecho histórico, sino su sentido profundo de (valor de salvación) y las referencias a las Sagradas Escrituras. Si el Evangelio anunciado por Jesús es una presencia, una persona que actúa, El Evangelio anunciado por los Apóstoles es una visión de toda la actuación de Jesús (hechos y palabras) a la luz de dos experiencias irrepetibles: Pascua y Pentecostés que les hacen comprender y profundizar todo lo que esto significa y la relación que esto tiene con las palabras del Antiguo Testamento. c. Los escritores El tercer y último momento es el de los Escritores. Cuando los Apóstoles predicaron la Buena Noticia y fundaron comunidades en distintos lugares del mundo, fueron apareciendo algunos textos escritos. En primer lugar, se escribieron las cartas: como los Apóstoles no podían estar en todas partes al mismo tiempo, se comunicaban con las comunidades a través de cartas, como hizo san Pablo. Dentro de las comunidades también aparecieron textos: Por ejemplo, las celebraciones litúrgicas (la Eucaristía, o el Bautismo) requerían palabras del Señor para ser leídas en esos momentos. También era necesario tener algunos textos para ayudar a la predicación: había que recordar ciertas frases de Jesús, o algunas parábolas, las citas del Antiguo Testamento que se relacionaban con los hechos o los dichos de Jesús. La comunidad cristiana debía polemizar en distintos frentes con diversos adversarios, judíos o paganos. Se debían retener frases o gestos de Jesús que pudieran oponer a los adversarios en las discusiones. También había que tener textos para la catequesis, es decir para los que ya eran cristianos y debían profundizar su fe: era necesario tener un buen material de discurso y parábolas de Jesús. También se necesitaban normas para la organización de las comunidades: palabras de Jesús que indicarán cómo debían ir a predicar los misioneros, qué actitudes debía asumir el que presidía una comunidad, etc. Las comunidades fundadas por los Apóstoles fueron dejando anotadas todas esas cosas que recibieron de estos predicadores: la enseñanza apostólica. Pero cuando llegó el momento en que los Apóstoles murieron y les sucedió otra generación, se presentó el peligro de que toda la enseñanza se desvirtúa como ha pasado con enseñanzas de otros maestros. Fue entonces que el Señor suscitó en las comunidades algunos personajes para que pusieran por escrito lo que los Apóstoles habían predicado. Ellos recorrieron las iglesias para recoger todo material apostólico perteneciente a cada una de las comunidades. Lucas dice en el prólogo de su Evangelio que él investigó cuidadosamente lo que muchos habían escrito (Lc 1, 1-4). Además de recopilar, los escritores debieron realizar una selección, porque muchas cosas estaban repetidas, otras no estaban bien conservadas. Una vez seleccionado el material, se lo debió sintetizar, encontrando el contexto apropiado para una frase, el encuadre histórico conveniente, la relación con otros textos, etc. Por último, se debió realizar un trabajo de adaptación. Los Escritores no se encontraban en comunidades exactamente iguales a la que se habían formado en torno a Jesús y a los Apóstoles. Estaban en otros territorios, con personas que tenían una cultura diferente a la judía, en otras circunstancias, en otro grado de institucionalización. Estas comunidades ya habían profundizado más el misterio cristiano, vivían en iglesias organizadas, con problemas que no se daban en la época en que predicaba Jesús. El Evangelio escrito debía dar una respuesta a estas comunidades en estas situaciones nuevas. Los Escritores, bajo la luz del Espíritu Santo, recogieron el material de la época de los Apóstoles y lo expresaron adaptándolo a este nuevo auditorio, teniendo en cuenta cuál era su estado cultural, la situación de su fe, los interrogantes que podían tener, los errores que se podían dar, en cada comunidad. Esta es la primera explicación a las variantes que se encuentran cuando se comparan los cuatro evangelios entre sí. Cuando se pasa de un evangelio a otro, se encuentran los mismos hechos o las mismas palabras de Jesús, pero dichos de maneras más o menos diferente, porque cada uno de los Autores -con mayor conocimiento y mayor profundización- los expresó de tal forma que sirvieran como enseñanza y respuesta a los nuevos auditorios. ¿Quiénes encarnan hoy el modelo de Jesús? En los evangelios queda muy claro que Jesús reunió en su entorno a un grupo de discípulos; en principio es algo similar a lo que hacían los maestros de Israel, que también tenían sus escuelas con sus propios discípulos. Sin embargo, la relación de Jesús con sus discípulos tiene rasgos peculiares: En este caso, no son los alumnos los que van a “apuntarse”, sino que la iniciativa es de Jesús, que es quien les llama, y lo hace, además, con una autoridad insólita, porque no puede alegar títulos académicos, no ha sido discípulo de otro gran maestro… La autoridad de Jesús procede de su honda experiencia de Dios. Los discípulos de Jesús tampoco aspiran a convertirse en maestros del mismo rango que Jesús: “Ustedes no tienen otro maestro que Jesús”, dice el evangelio de Mateo. Hay también diferentes tipos de discípulos según las versiones del evangelio: Un grupo de doce, especialmente ligados a él. Un grupo itinerante, compuesto de hombres y mujeres, que van con él, le acompañan… Otro grupo de discípulos a los que se suele denominar “sedentarios”; son los que no han abandonado sus casas, sino que acogen al grupo de los itinerantes con Jesús a la cabeza, cuando pasan por aquel lugar. Y finalmente, vemos con frecuencia que la gente acude a él porque en lo que dice y en lo que hace aquel hombre, descubren que hay algo significativo; a este grupo, por tanto, no lo llamaríamos discípulos, sino “simpatizantes”. El discípulo aprende la enseñanza del maestro, Jesús en este caso, pero se vincula de una forma especial con su persona. Estos discípulos siguen a Jesús, de alguna manera adoptan su estilo de vida peculiar, pero, como él mismo dice, si al maestro le han llamado Belcebú, a sus discípulos les va a pasar lo mismo. Algo muy importante es ver que el seguimiento de Jesús no termina en su propia persona, sino que le siguen por la causa del Reino de Dios. A continuación, pasa junto al lago de Galilea y llama, primero a Pedro y Andrés, que dejan todo y le siguen y luego a los hijos del Zebedeo, que también lo dejan todo y van tras él… Esto quiere decir que Jesús, en primer lugar, anuncia el Reino de Dios, e inmediatamente después empieza a congregar una comunidad de discípulos que aceptan ese Reino, están llamados a visibilizar sus valores y que, a su vez, van a ser enviados para proclamarlo posteriormente. En el evangelio de Marcos, el más antiguo, vemos que los discípulos están continuamente con Jesús, pero –paradoja- ¡no le entienden nada! Si seguimos leyendo observaremos, además, que no hay ningún proceso de mejora activa, le siguen sin entender. Incluso al final (14,50) cuando van a detener a Jesús dice: Todos lo abandonaron y huyeron. El evangelio de Mateo, que es posterior, mejora algo la presentación de los discípulos diciendo, con un término típico suyo, que son hombres de poca fe. Es decir, tienen fe, pero poca; por eso, cuando llega la dificultad, se tambalean y le abandonan. Hay otros dos textos en el evangelio de Mateo que quiero comentar ahora. El primero: Al final del evangelio (28,19) Jesús dice solemnemente a sus discípulos: Vayan y hagan que todos sean mis discípulos. Esto implica universalismo; y, si tenemos en cuenta que la comunidad de Mateo es judeocristiana, procedente del judaísmo, veremos que anunciar este universalismo a una comunidad de estas características, es algo muy original, sumamente importante. El segundo texto es el Sermón de la Montaña: Después de las bienaventuranzas Jesús les dice a sus discípulos: Ustedes son la luz del mundo y la sal de la tierra. No se puede ocultar una ciudad puesta en la cima de un monte. Que brille su luz delante de los hombres para que, viendo, glorifiquen al Padre que está en los cielos. (Mt 5, 13,ss). Aquí Jesús no les envía fuera, a otro lugar, sino que les dice que den testimonio, de forma que su vida se convierta en algo atrayente. Es decir, el misionero, tiene que comenzar por ser un testimonio, por incorporar los valores de Jesús, que después va a proclamar. Ambos textos se complementan. El misionero tiene que dar testimonio de lo que anuncia con su vida. Los discípulos siempre actúan como miembros de una comunidad y como enviados por ella. Por tanto, no se es discípulo de Jesús por libre, sino que implica formar parte de una comunidad, la Iglesia. El discípulo debe preocuparse por edificar la Iglesia -término que aparece continuamente en el NT-, por construir una comunidad de seguidores de Jesús que le sean fieles, que visibilicen sus valores, su estilo de vida. Y la Iglesia, a su vez, alimenta y sostiene la fe de los discípulos y se convierte en punto de referencia, a los ojos del mundo, de lo que éstos hacen y dicen. LA LÓGICA DEL DON Y DE LA GRATUIDAD El discípulo de Jesús se esfuerza por introducir en las relaciones personales, y también en las sociales, la lógica del don y de la gratuidad. Esto nace de la misma entraña de su experiencia de Dios, en la que se descubre amado y perdonado por Dios, llamado a recibir gratuitamente un don que supera todas sus posibilidades. La lógica del don, del amor gratuito y desinteresado, es una auténtica novedad en una sociedad como la nuestra, tan marcada por las relaciones mercantiles e interesadas, algunas de las cuales han colonizado absolutamente toda la vida social. Cuando nos encontramos con un destello, un amor desinteresado, ahí podemos descubrir un signo del Reino de Dios, ver que es posible vivir de otra manera, un signo radicalmente novedoso y, a la vez, de lo más altamente humanizador. Es, por otra parte, la máxima expresión de la libertad humana, que puede ir más allá de las respuestas determinadas por estímulos proporcionados. Pensemos ahora quienes viven el mensaje de Jesús hoy… 2da. Celebración Escucha atenta a nuestro corazón y a Dios Introducción La escucha no es algo espontáneo, es un arte. Y bíblicamente hablando, es también fe. Como arte, la escucha requiere ejercicio, aprendizaje, tiempo, paciencia y, sobre todo, una serie de condiciones. Oír es en primera instancia, percibir sonidos, escuchar es prestar atención a lo que se oye. Y solo se presta atención a quien dice algo que me interesa, algo que me resulta bueno, que está en mi sintonía, mis anhelos, con mis pensamientos, con mi vida. Entonces a todo esto, la palabra de Dios se presenta como una buena noticia. Como cristianos, sabemos que Dios nos habla en el corazón y en el alma, hay que detenerse a escuchar, y cuando escuchamos a Dios, no sólo escuchamos a él, sino también a nuestro corazón. Para ejercitar la escucha de nuestro corazón, invitamos a realizar la siguiente celebración: Docente: Recordemos que estamos y vivimos en la presencia de Dios Estudiantes: Te adoramos Señor Símbolos Pequeños corazones de papel para distribuir Una lapicera Biblia Como oración de inicio, escuchamos la siguiente canción: - Falta la canción Cada estudiante escribe en un corazón lo que más le ha tocado de la canción, lo tendrá como intención durante la oración; al final de la oración se coloca al redor de la biblia. Motivación Detente, escucha, mira, párate. Alguien quiere hablar contigo. No andes inquieto sin saber lo que vas a alcanzar. Permanece donde estás para que percibas de dónde viene la llamada. Dondequiera que estés, el Señor te habla. ¡Pero, detente!,¡Escucha! Oyes muchas voces, muchos ruidos. Él está, pero tú no consigues oír su llamada. Sólo uno debe resonar dentro de ti: Dios. El habla en el silencio, en las profundidades del alma, en el corazón. Solo conseguirás oírlo si acallas los ruidos, si sintonizas lo que viene de Dios. Pero, ¡escucha, mira! No con tus ojos, pero si con los ojos de Dios. Esta mirada está en el corazón. Solo lo conseguirás limpiando lo que está nublado. Porque lo esencial es invisible a los ojos, solo se ve con el corazón. Pero, mira, ¡detente, escucha, mira! Reflexión La vida es la verdadera escuela para aprender a escuchar. Por eso, escuchar la voz del Jesús implica colocarnos en el camino de la verdadera y auténtica humanización. De ahí la insistencia en tener una actitud abierta y acogedora de escuchar. Las personas no podrán dejar resonar en su interior la voz del buen Pastor mientras su mente y su corazón están atentas a otras cosas. Ser seguidor de Jesús nos pide un nuevo oído para facilitar nuevas relaciones, la transformación social y aceptar la nueva visión de la existencia humana. Escuchamos la Palabra de Dios Evangelio de Mateo 6 del 5 al 8 “Jesús dijo a sus discípulos: Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan”. Compartimos en grupo de 4: - ¿En qué momento del día hacemos silencio para escucharme? - ¿Qué cosas me digo cuando escucho? - ¿Intento escuchar la voz de Dios en ese silencio? - ¿En qué momentos del día rezo Dios? Luego del compartir, realizamos un plenario para escucharnos que cada grupo reflexionó. (En este momento, se sugiere propiciar espacio de silencio para que los estudiantes se puedan escuchar, guiado por el docente) Finalizamos con una canción Discípulos de Emaús 3er. Trimestre Seguramente ya hemos escuchado varias veces es pasaje bíblico de los discípulos de Emaús, lectura donde relata la experiencia de dos seguidores de Jesús que caminaban hacia un pueblo llamado Emaús, desilusionados y tristes porque el que iba a liberarlos, murió como cualquier otro en la cruz, dejándolos en la desesperanza y el dolor, luego Jesús se les aparece en el camino y camina con ellos y les explica porqué debía morir en la cruz. En esta parte del cuadernillo vamos a trabajar y reflexionar acerca de la experiencia de un Jesís compañero de camino, que se hace amigo, que nos anima, nos da esperanza y nos enseña a seguir el camino. En grupo compartamos la lectura de los Discípulos de Emaús Lucas 24, 13-35 Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra de Dios ¿Qué pasó de camino hacia la aldea de Emaús? Es muy importante que nos fijemos bien en todos los detalles del relato. Lo que destaca de la historia que cuenta Lucas no son los detalles históricos, sino la historia que cuenta. Hay cuatro momentos: se encuentran en el camino, conversan y son acompañados, cenan en Emaús y regresan a Jerusalén. De camino a Emaús, dos discípulos van andando y, un tercer caminante desconocido se les acerca y acompaña. Se trata de un «diálogo a tres». Tiempo atrás en Galilea, habían dejado sus tareas y fueron siguiendo a Jesús camino a Jerusalén. Su muerte en la cruz puso fin a sus esperanzas. Ya, volviendo a casa, --decepcionados--, de regreso a la vida que llevaban antes de conocerlo, el mismo Jesús se les acercó. Pero ¿qué hacían esos discípulos? Iban hablando de Él por el camino. No han podido olvidar a Jesús, aunque ha desaparecido de sus vidas. Lucas nos dice el nombre de uno de ellos: Cleofás. Al escribir el relato, el evangelista Lucas piensa en los cristianos de las siguientes generaciones. Tomás, Pedro, María Magdalena y los demás discípulos han tenido experiencias «especiales» de encuentro con Jesús vivo. Pero los que vendrán después con el paso del tiempo, ¿cómo conseguirán despertar su fe y encontrarse con Jesús Resucitado en el camino? Esto nos plantea el relato de los discípulos de Emaús. El desánimo y la frustración tras la Ascensión de Jesús, hizo que los seguidores de Jesús tuvieran la sensación de sentirse abandonados, en medio de un mundo difícil. Su fe en Jesús se iba apagando. Ya no se respiraba el entusiasmo de los inicios. Sin embargo, en este pasaje, Lucas recuerda a todos que Jesús está cerca, que lo podemos encontrar a cada paso, «en el camino» de nuestra vida. ¡Es verdad! Nos cuesta cada vez más encontrar a Jesús. Más que hacer una crónica periodística sobre las apariciones de Jesús, Lucas elabora una catequesis para mostrar de qué manera Jesús resucitado sigue haciéndose presente en medio de los suyos. Que curioso es que el evangelista no sitúe la escena ni en Jerusalén ni en la aldea de Emaús, sino «en el camino» que unía ambas poblaciones. Emaús es el actual pueblo el-Kubebe (El Qubeibeh), que dista de Jerusalén en sesenta estadios (unos 13 kilómetros). En la forma de escribir de Lucas, el camino no es tanto un lugar geográfico sino un símbolo del seguimiento de Jesús. En todo el Evangelio, Jesús enseñó y educó a los suyos en el camino hacia Jerusalén. Están decepcionados. Jesús había despertado en ellos muchas esperanzas. Creían que era un Mesías libertador político, que soltaría al pueblo de Israel del yugo de los romanos e instauraría el poderoso reino de David. Iban hablando por el camino sobre Jesús, hablan de Él como aquel profeta poderoso, en quien habían puesto sus esperanzas de liberador de Israel. Pero ¿dónde estaban ahora sus expectativas? La cruz fue para ellos una derrota. Aquellos dos discípulos regresan ahora a sus hogares. Por el camino, en medio de esa gran decepción, Jesús sale a su encuentro y se pone a caminar con ellos, les acompaña en su viaje, e incluso se interesa en conversar con ellos, pero son incapaces de reconocerlo. Para nosotros Jesús está en medio de todas las personas que andan decepcionadas, tristes. Estaban tan ofuscados y deprimidos por los hechos sucedidos en Jerusalén esos días que no hicieron caso del testimonio de las mujeres. Recibieron la Buena Noticia, pero no daban crédito; es una ilusión, cosas de mujeres. No podía ser verdad que a quien habían ejecutado, ahora estuviera «vivo». A pesar de haber convivido con Él, de escuchar sus palabras, de haber visto sus gestos... Y su decepción estaba fundamentada: «Ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió». Para la mentalidad hebrea, las almas vuelan por tres días sobre el cadáver y, en ese tiempo, mantienen la creencia de un retorno a la vida. Pasado ese tiempo, acabó su esperanza de que Jesús volviese a la vida. A pesar de haber escuchado la Buena Noticia de su resurrección, les falta lo más decisivo: encontrarse personalmente con Jesús, cara a cara: descubrir en sus vidas la presencia de Jesús Resucitado. Los discípulos, apenados por su desolación, iban hablando y discutiendo sobre Él. Recordando sus palabras, su vida. No lo olvidaran. Mientras tanto, Jesús «se acerca» y «se puso a caminar con ellos». No interviene mientras los discípulos conversan sobre lo que ha pasado en Jerusalén. Son ellos quienes «se detuvieron con aire entristecido» ante su desconocimiento de los hechos. ¿Cómo puede ser que no te hayas enterado de lo que ha pasado allí? Después de escucharlos con paciencia, les recrimina su torpeza para comprender. Luego les explica, a la luz de las Escrituras (libros de Moisés --la Torà-- y los demás escritos (todos los Profetas) del Antiguo Testamento), para que alcancen a entender el verdadero sentido de todo aquello que había sucedido. Todavía no lo reconocen, a pesar de la explicación de las Escrituras, pero les va preparando el corazón. No basta con entender las Escrituras, falta algo más. Por tanto, allí donde un grupo de personas camina a pesar de sus tristezas, fracasos y desesperanzas, pensando en Jesús, recordando sus palabras y sus hechos, buscando entender y encontrar el significado de su mensaje y sus obras, allí donde se hace memoria de su pasión y se escucha con alegría la Buena Noticia de su Resurrección, allí estará Él «caminando junto» a ellos. «Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó»: se hace presente Jesús, se acerca a caminar junto a quienes no lo olvidan. Sentir que nuestro corazón arde al escuchar sus Palabras, reunirse en su nombre, leer los Evangelios y descubrir su significado, hacer memoria y escuchar el anuncio de su Resurrección. Los discípulos no saben quién es, pero están a gusto con él. No quieren que se marche: «¡Quédate con nosotros!». Se sienta a la mesa con ellos, y sorprendentemente, es Él el invitado que asume las tareas propias del anfitrión: pronuncia la bendición y parte el pan para los comensales. Estos gestos son los mismos que Jesús realizó durante la Última Cena y permiten a aquellos discípulos descubrir la presencia de Jesús. Es el contacto personal con Jesús, Al recordar su mensaje, al oír sus Palabras, cuando nuestro corazón «arde». Al celebrar «la fracción del pan», Jesús nos alimenta, nos fortalece, nos envía. De ahí se nutre nuestra fe en el Resucitado. Después de haber sido esclarecidos por la Palabra, es «en la fracción del pan» dónde se les han abierto los ojos de la fe y han quedado fascinados ante su presencia. Se dan cuenta de cómo se calienta su corazón mientras Jesús les «hablaba en el camino» y les «explicaba las Escrituas» y cómo se les abrieron los ojos «al partir el pan». Impresionante. Los discípulos no leen un texto bíblico; escuchan la voz de Jesús que abrasa su corazón. No celebran «misa»; se sientan como amigos en la misma mesa y descubren que es Jesús quien se da, quien se entrega como alimento. Ese trozo de pan es Él mismo. Estas son las dos experiencias básicas de las que nos habla Lucas para alimentar nuestra fe en Jesús. Es alrededor de la mesa, escuchando sus palabras, dónde volvemos a recuperar el entusiasmo de los inicios: todo vuelve a empezar. Sin perder un minuto, vuelven a ponerse «en camino». Lo que tienen que comunicar no puede esperar. Tienen una Buena Noticia que dar: Jesús está vivo, ha salido a nuestro encuentro, nos ha explicado las Escrituras y lo hemos reconocido al partir el pan. Vuelven a Jerusalén completamente transformados, pasan de la tristeza y decepción a la alegría, y se reencuentran con el resto de seguidores y los discípulos que antes habían abandonado por su desesperanza y frustración. ¿Quiénes me acompañan hoy? 3era Celebración Objetivo Queremos hacer memoria de nuestro caminar de todos los días para descubrir la presencia de Jesús que nos acompaña. Recursos: Hojas en blanco o afiches y fibrones. Primer Momento: El docente invita a sentarse cómodamente, a hacer silencio, cerrar los ojos, y a recordar un camino que habitualmente recorre cada uno (puede ser el que se camina al volver a casa desde el colegio, al club, a la casa de un amigo, pariente, etc.) o algún camino en común que hayan hecho, como alguna peregrinación, caminata, marcha, viaje. Se sugiere que vayan recorriendo las imágenes que se ven en ese camino, teniendo en cuenta los siguientes aspectos: ¿Qué cosas te llaman la atención? ¿Qué olores te vienen a la memoria? ¿A quiénes ves, con quiénes hablás? ¿Qué ruidos son los más frecuentes? ¿Quiénes te acompañan en ese caminar? ¿Qué preocupaciones te han aparecido? Luego de un tiempo se pide que vuelvan a tomar contacto lentamente con el aquí y ahora. Se les entrega unas hojas o un afiche donde tienen que dibujar las cosas que fueron reconociendo en su caminar y los sentimientos que les ha producido el ejercicio, sin escribir palabras. Luego se comparte en pequeños grupos. Antes de compartir el texto bíblico, hacemos la siguiente oración: Nos disponemos a dedicar un tiempo para estar con vos, Jesús. Ahora que vamos a escuchar tu Palabra, ábrenos la mente y los oídos, el corazón, para descubrir que nos acompañas. Que nuestros oídos oigan el susurro de tus pasos al caminar con nosotros. Jesús, has vencido a la muerte y estás con nosotros todos los días hasta el final. Tratamos de hacer silencio en nuestro interior para hacernos conscientes de tu presencia. Ya atardece y el día va de caída, Jesús. ¡Quédate con nosotros! Se lee la lectura de los discípulos de Emaús: Lucas 24, 13-35 Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra de Dios Preguntas para compartir Ante las preguntas que hicimos al inicio de la celebración y luego de escuchar la lectura ¿En qué momentos del día siento que Jesús me acompaña? ¿Presto atención en las actividades que hago durante el día, para estar atento en a su presencia? ¿Qué puedo hacer para que otros puedan sentir que Jesús acompaña? Enviados para compartir Los discípulos cuando se dan cuenta del mensaje de Jesús, corren a contárselo a sus amigos. Nosotros, si realmente descubrimos el mensaje de Jesús al compartir este momento, tenemos que poder contárselo a alguien más. En nuestra vida cotidiana, a través de nuestras acciones, palabras y gestos damos testimonio de que se puede compartir y contagiamos la felicidad que esto nos produce a quienes nos rodean