Diego Castañeda: Los peligros de la apertura Opinión Invitada 15 Dic. 13 Tras la aprobación en ambas Cámaras de la reforma energética, la apertura del sector es cuestión de tiempo. Sin embargo, poco se ha hablado sobre los verdaderos riesgos que la apertura implica. En la experiencia internacional, muchos problemas han ocurrido con la liberalización de mercados y en México no es la excepción. Existe mucha literatura que destaca los problemas comunes que se presentan; incumplimiento de términos contractuales, asignación no competitiva de contratos, mayor concentración en el mercado, discriminación de precios, entre otros. En nuestra experiencia, vivimos estos fenómenos en las distintas privatizaciones y aperturas realizadas. Por esta razón es necesario ponerlos sobre la mesa, pues tanto el contenido de la reforma como la forma en que ésta fue aprobada exponen al sector a los mismos problemas que plagan al País. México es un país donde no existe mucha transparencia, la rendición de cuentas es limitada, las instituciones son débiles y hay una capacidad restringida de regulación en los mercados. Esta combinación de problemas es preocupante en un sector que por sí mismo es opaco en todo el mundo y donde se mueven grandes intereses capaces de capturar instituciones del Estado. Cualquier reforma que busque traer una apertura exitosa, en cualquier sector, por necesidad debería primero fortalecer las instituciones del País, mejorar drásticamente los derechos de propiedad y el Estado de derecho. Aún más en el sector energético, para asegurar que la opacidad no se vea fortalecida por la debilidad del Estado mexicano. Sin embargo, no se realizó nada de eso antes de llevar a cabo la apertura del sector y por tanto se expone al mismo a riesgos que no son diversificables, como que el Estado sea incapaz de regular las actividades de las empresas y se pierda control del sector. La experiencia mexicana ha mostrado falta de capacidad de regulación, y existe un claro conflicto de interés entre la iniciativa privada y el Estado que pondrá a prueba toda su capacidad reguladora. El conflicto de interés estriba en que la empresa privada, por definición, tiene por objetivo la maximización de la utilidad, lo cual implica minimizar los costos en los que incurre o maximizar el precio de los servicios que presta. Para efecto de las empresas petroleras, esto es el dinero pagado al Estado. A su vez, el Estado tiene el objetivo de maximizar la renta petrolera, es decir, la diferencia entre el precio del hidrocarburo y su costo de extracción. Ambos objetivos son opuestos por naturaleza y ante la debilidad del Estado mexicano se presentan incentivos para minimizar los pagos a éste. La flexibilidad contractual que se presume como fortaleza de la reforma, y que se espera genere grandes entradas de capital en el País, también es un problema. Entre mayor la cantidad de tipos de contratos, mayor es su complejidad y la dificultad para ejecutarlos efectivamente, abriendo la puerta a agujeros legales que hagan difícil su pleno cumplimiento. Los contratos son una de las fuentes de corrupción más notorias en la administración pública, tanto en la asignación de los mismos como en las cláusulas y condiciones que contienen. Una reforma que tanto presume de tomar en cuenta la diversificación de riesgos en la inversión del Estado, se expone a un riesgo aún mayor: el de perder parte de sus ingresos por complicaciones legales, dado que el Estado se ha mostrado constantemente incapaz de hacer valer el interés público sobre los intereses privados. La Comisión Reguladora de Energía es uno más entre los muchos aparatos reguladores con los que contamos que no tienen dientes para poner en orden los mercados. Tratándose de un mercado tan trascendente para la economía del País y con la experiencia de corrupción y captura del Estado del pasado, nos expone al peligro de agravar los ya grandes problemas de corrupción con los que contamos. En términos técnicos e ideológicos es posible argumentar en pro o en contra de la apertura energética, pero nadie puede sentirse satisfecho frente a la posibilidad de dejar al sector en el peor de los mundos posibles: con mayor opacidad y corrupción, siendo un camino para que intereses privados continúen la captura del Estado. El autor es economista independiente y estudiante de Economía y Desarrollo en la University of London. [email protected] http://www.elnorte.com/editoriales/nacional/778/1555537/