RESUMEN Nacer en el cuerpo equivocado… Nacer en el cuerpo equivocado la vida, de un transexual Cambiar de sexo es una decisión difícil. Ser transexual implica pagar un alto precio no sólo por la cirugía y las trabas burocráticas que acompañan al cambio de nombre, sino en lo personal, familiar y social. Gloria Hazle Davenport cuenta a MILENIO Semanal cómo desde que era pequeñita sentía que el pene y los testículos que tenía entre las piernas le estorbaban; le parecía que eran como los de los muñequitos de plástico y pensaba que tarde o temprano terminarían por caerse. Cuando a los cinco años le practicaron la circuncisión se sintió contenta, pensando que le iban a retirar esos colgajos que le sobraban; al quitarle las gasas y ver que aún estaban allí se sintió muy frustrada. Levantarse por la mañana, mirarse al espejo y ver reflejada la imagen de un hombre siendo mujer —o viceversa— es lo que viven todos los días las personas transexuales que desde su temprana adolescencia y a veces desde su niñez se sienten atrapados en un cuerpo que no les corresponde. A esto se suma la violencia familiar y social que experimentan cuando se comportan de acuerdo al sexo al que sienten pertenecer. De acuerdo al doctor Juan Luis Álvarez Gayou, presidente del Instituto Mexicano de Sexología (IMESEX), la transexualidad es la convicción psicológica de identificación con el sexo que no le corresponde al cuerpo sin alteraciones genéticas u hormonales; la persona transexual que acude a consulta expresará su insatisfacción con sus genitales y su cuerpo sintiendo que pertenece al otro sexo. Así, por ejemplo, una mujer biológica dirá que es en realidad un hombre en el cuerpo de una mujer. Esto se denomina como “discordancia de la identidad sexo-genérica” y no se relaciona con la homosexualidad: Álvarez reconoce casos de transexuales que luego de convertirse en mujeres con tratamiento hormonal y quirúrgico optaron por el lesbianismo. El término transexualismo fue utilizado por primera vez por el doctor Harry Benjamin, endocrinólogo de Nueva York, en 1953. Para esas fechas el DSM (manual de enfermedades mentales) ubicaba esta condición como una patología psiquiátrica. Hoy las nuevas revisiones del DSM definen al transexual como la persona con una diferenciación sexual normal que tiene la convicción de pertenecer al sexo opuesto, con un rechazo absoluto, agobiante e inalterable de sus caracteres sexuales biológicos primarios y secundarios. La primera persona que logró una operación de reasignación sexual fue la danesa Cristina Jorgensen en 1953; al día de hoy, la Harry Benjamin Internacional Gender Disforia Association asevera que en Estados Unidos existen alrededor de seis mil personas que han sido reasignadas sexualmente por medios quirúrgicos y hormonales, calculando que en el mundo hay de 30 mil a 60 mil candidatos (as) que desean someterse a la resignación sexual. De acuerdo a la sexóloga Patricia Becerra García, presidenta del Colegio Mexicano de Educación Sexual y Sexología, la transexualidad es un fenómeno que nos demuestra la importancia de las cuestiones biológicas y hormonales en el ser humano. Señala que la transexualidad afecta a uno de cada cien mil hombres biológicos y a una de cada 130 mil mujeres biológicas, y afirma que es fundamental que las personas transexuales acudan a terapia psicológica antes de iniciar la transformación quirúrgica hacía el otro sexo, ya que algunos cirujanos plásticos realizan operaciones de reasignación sexual sin que la persona haya seguido un protocolo que le permita valorar si podrá desempeñarse en el sexo distinto al que le fue asignado genéticamente al nacer: de acuerdo a las normas internacionales, una persona transexual debe someterse por lo menos a tres años a psicoterapia, aunada a terapia hormonal reversible, viviendo ese tiempo socialmente en el sexo al que dicen pertenecer antes de someterse a una cirugía de reasignación sexual. Igual de importante y difícil es hacer los trámites ante el registro civil para que el acta de nacimiento incluya el nuevo nombre y sexo que usará la persona. Pocos han logrado concluir el trámite en México, pese a que, por lo menos en el DF, ya existe una Ley que lo contempla. Caso aislado es el de Marcela, una médica que originalmente fue registrada como niño y que tras su reasignación logró que el Registro Civil de Guadalajara le expidiera un acta con su nuevo nombre, con la cual logró sacar su credencial del IFE. No corrió con tanta suerte en la Secretaria de Relaciones Exteriores que, hasta hoy, se ha negado a expedirle un pasaporte con su nombre femenino, impidiéndole a Marcela acudir a Congresos Médicos fuera del país. Esa misma dificultad evitó que Gloria Hazell fuera candidata por el PSD a una diputación, ya que el IFE la quería registrar con su nombre original, masculino, lo cual ella no aceptó. La falta de documentos oficiales para sus nuevas identidades lleva a que muchos transexuales deban desempeñar trabajos que no corresponden a su profesión, denuncia Hazell, y señala que hay en el país varias mujeres trans que pese a tener un título universitario, incluso maestrías y doctorados, terminan realizando labores de afanadoras, de estilistas o dedicándose al trabajo sexual, como si la modificación de los genitales les hubiera atrofiado el cerebro, afirma, al enfrentarse a empleadores que se niegan a incluir en su plantilla laboral a transexuales. Pero la discriminación no se da sólo en México: hace nueve años, en el aeropuerto de Durbán, en Sudáfrica, la activista oaxaqueña Amaranta Gómez fue obligada a cambiar su ropa y apariencia femenina por una más masculina para poder ingresar al país. Cambiar de sexo es una decisión difícil. Ser transexual implica pagar un alto precio no sólo por la cirugía y las trabas burocráticas que acompañan al cambio de nombre, sino en lo personal, familiar y social. Levantarse por la mañana, mirarse al espejo y ver reflejada la imagen de un hombre siendo mujer —o viceversa— es lo que viven todos los días las personas transexuales que desde su temprana adolescencia y a veces desde su niñez se sienten atrapados en un cuerpo que no les corresponde. A esto se suma la violencia familiar y social que experimentan cuando se comportan de acuerdo al sexo al que sienten pertenecer. De acuerdo al doctor Juan Luis Álvarez Gayou, presidente del Instituto Mexicano de Sexología (IMESEX), la transexualidad es la convicción psicológica de identificación con el sexo que no le corresponde al cuerpo sin alteraciones genéticas u hormonales; el término transexualismo fue utilizado por primera vez por el doctor Harry Benjamin, endocrinólogo de Nueva York, en 1953. Para esas fechas el DSM (manual de enfermedades mentales) ubicaba esta condición como una patología psiquiátrica. Hoy las nuevas revisiones del DSM definen al transexual como la persona con una diferenciación sexual normal que tiene la convicción de pertenecer al sexo opuesto, con un rechazo absoluto, agobiante e inalterable de sus caracteres sexuales biológicos primarios y secundarios. La transexualidad afecta a uno de cada cien mil hombres biológicos y a una de cada 130 mil mujeres biológicas, de acuerdo a las normas internacionales, una persona transexual debe someterse por lo menos a tres años a psicoterapia, aunada a terapia hormonal reversible, viviendo ese tiempo socialmente en el sexo al que dicen pertenecer antes de someterse a una cirugía de reasignación sexual. Hay en el país varias mujeres trans que pese a tener un título universitario, incluso maestrías y doctorados, terminan realizando labores de afanadoras, de estilistas o dedicándose al trabajo sexual, como si la modificación de los genitales les hubiera atrofiado el cerebro, afirma, al enfrentarse a empleadores que se niegan a incluir en su plantilla laboral a transexuales.