Subido por juan ramirez

Darnton Robert - El Diablo En El Agua Bendita El Arte De La Calumnia De Luis XIV A Napoleon

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ROBERT DARNTON (Nueva York, 1939) es un historiador estadunidense
pionero en el estudio de la historia cultural del libro. Es considerado uno
de los mayores expertos en lo que se refiere a la Francia del siglo XVIII y
los aspectos culturales de este periodo. Sus obras destacan por su
conocimiento de los géneros literarios y cómo éstos intervienen en la
práctica moral y social. Su contribución a la historia de la cultura abarca
también los terrenos de la antropología y la literatura. Se desempeñó como
reportero de The New York Times, profesor y catedrático en la Universidad
de Princeton y director de la biblioteca de la Universidad de Harvard.
SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA
EL DIABLO EN EL AGUA BENDITA
FIGURA 1. Le Gazetier cuirassé, frontispicio de la edición de 1777 (copia privada).
ROBERT DARNTON
El diablo en el agua bendita
O EL ARTE DE LA CALUMNIA
DE LUIS XIV A NAPOLEÓN
Traducción de
PABLO DUARTE
Primera edición en inglés, 2009
Primera edición en español, 2014
Primera edición electrónica, 2014
Título original: The Devil in the Holy Water
or the Art of Slander from Louis XIV to Napoleon
© 2009, Robert Darnton
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit
D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-2508-3 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
A la memoria de Lawrence Stone
FIGURA 2. Le Diable dans un bénitier, frontispicio (copia privada).
ÍNDICE GENERAL
Introducción
Primera parte
LIBELOS ENTRELAZADOS
I. El gacetillero acorazado
II. El diablo en el agua bendita
III. La policía de París al descubierto
IV. La vida secreta de Pierre Manuel
V. El fin de la línea
VI. Bibliografía e iconografía
VII. La lectura
Segunda parte
POLÍTICA Y LABOR POLICIAL
VIII. Calumnia y política
IX. La policía del libro en acción
X. Un agente doble y sus autores
XI. Misiones secretas
XII. Un completo desbarajuste, o entre bambalinas
XIII. Celada
XIV. La vista desde Versalles
XV. El diablo en la Bastilla
XVI. Bohemios antes de la bohemia
XVII. La vía Grub Street hacia la Revolución
XVIII. La calumnia al servicio del Terror
XIX. Palabras y actos
XX. Posdata, 1802
Tercera parte
LA LITERATURA DEL LIBELO: INGREDIENTES BÁSICOS
XXI. La naturaleza de los libelos
XXII. Anécdotas
XXIII. Retratos
XXIV. Noticias
Cuarta parte
LA LITERATURA DEL LIBELO: VIDAS PRIVADAS
XXV. Metamorfosis revolucionarias
XXVI. Sexo y política
XXVII. Decadencia y despotismo
XXVIII. Depravación de la realeza
XXIX. Vidas privadas y asuntos públicos
Conclusión
Agradecimientos
Índice analítico
FIGURA 3. La Police de Paris dévoilée, frontispicio (copia privada).
FIGURA 4. Vie secrète de Pierre Manuel, grabado que sirve como frontispicio (Princeton University Library).
INTRODUCCIÓN
Los cuatro frontispicios reproducidos en las páginas anteriores son evidencia de una variedad
peculiar de la literatura, la más aborrecida en la Europa de inicios de la Edad Moderna y que
ostentaba el nombre de libelo. Los cuatro frontispicios son el punto de partida de cuatro
libelos, y éstos se unen para contar una historia: una historia tan llena de intriga y envuelta en
tal desorden no ajeno al sigilo que parece demasiado extravagante para ser verdad, aunque
algunos documentos en los archivos de la policía y el servicio diplomático francés confirmen
cada uno de sus detalles. ¿Por qué intentar reconstruirla? Más allá de sus atributos como
historia de detectives, revela mucho acerca de la autoría, el comercio de libros, el
periodismo, la opinión pública, la ideología y la revolución en el siglo XVIII en Francia. Al
estudiar cuatro libelos particularmente cáusticos, es posible ver cómo el arte y la política de
la calumnia se desarrolló a lo largo de cuatro regímenes: del reinado de Luis XV al de Luis
XVI, la monarquía constitucional de 1789 a 1792 y la república jacobina de 1792 a 1794. A
partir de estos estudios de caso uno puede entonces ampliar la investigación para abarcar la
literatura del libelo en general.
Para entender el libelo es importante estudiar a los libelistas y el mundo que habitaban.
Vivían en Grub Street,* un entorno que para después de 1750 estaba sobrepoblándose debido
a una explosión demográfica en la República de las Letras. Para 1789 Francia había
desarrollado una amplia subcultura de autores indigentes: 672 poetas tan sólo, de acuerdo con
un estimado contemporáneo.1 La mayoría de ellos vivían en la pobreza en París y sobrevivían
como podían haciendo trabajitos de gacetilleros y apoyándose en algunos magros auspicios.
Cuando la desesperación los alcanzaba, ya fuera por deudas o por la amenaza de la Bastilla,
intentaban escapar. Huían a Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Estocolmo, San Petersburgo y otros
centros urbanos con sus propias Grub Streets. Una diáspora de escritores andrajosos buscaba
fortuna donde fuera que pudieran aprovecharse de la fascinación por todo lo francés. Se
empleaban como tutores, traducían, vendían panfletos, dirigían obras de teatro, probaban
suerte en el periodismo, especulaban como editores y difundían las modas parisinas en todo
ámbito, desde el de sombreros hasta el de libros.2
La colonia más grande de todas se dio en Londres, el lugar que desde el siglo XVI había
dado la bienvenida a los emigrados franceses, cuando los primeros hugonotes buscaron
refugiarse de la persecución. Londres desarrolló una de las culturas de Grub Street más vivas
en Europa. Era el hogar del Grub Street Journal (1730-1737) y de la calle misma, que
atravesaba el East End y que a inicios del siglo XVII fue acumulando una población de
escritores que sobrevivían a base de componer sin cesar textos de dudoso valor y recibían un
pago mezquino. Para 1726, cuando llegó Voltaire como refugiado de la Bastilla, los escritores
de poca monta se habían mudado a otros sitios y se ganaban la vida en gran medida a través de
las riñas y el mancillamiento de la reputación, típicos de la política hanoveriana.3 Sus
contrapartes parisinos vivían de manera muy semejante, esparcidos en buhardillas por toda la
ciudad. Crearon su propia manera de ensuciar reputaciones: el libelle (libelo), un relato
escandaloso de los asuntos públicos y la vida privada de grandes personajes de la Corte y la
capital. El término no se usa mucho en francés moderno, pero pertenecía al habla cotidiana en
el comercio de libros del Antiguo Régimen, y los autores de esas obras eran registrados en los
archivos de la policía como libellistes (libelistas).4
La colonia de libelistas franceses en Londres aprendió a vivir en las Grub Streets de
ambas capitales. Muchos de ellos aprendieron lo elemental para calumniar en el submundo
literario de París y emigraron para escapar del encierro, no sólo en la Bastilla, sino en lugares
peores, como las sórdidas celdas de Bicêtre o el Fort l’Evêque, o las galeras de Marsella,
después de ser marcados y exhibidos en la Place de Grève. Al llegar a Londres descubrían un
mundo de folletos, opúsculos y periodismo panfletarios sin cortapisas, en gran parte
financiado por políticos que contrataban a escritores de poca monta para vilipendiar a sus
rivales. Algunos de los expatriados comenzaron a hacer periodismo, particularmente como
colaboradores en el Courrier de l’Europe, una revista bisemanal publicada en Londres y
reimpresa en Boulogne-sur-Mer, que suministraba los reportes más completos acerca de la
Revolución estadunidense y la política británica disponibles para los lectores franceses
durante las décadas de 1770 y 1780. Otros vivían de escribir libelos. Gracias a los reportes
de informantes secretos en París y Versalles, producían muchos libros y opúsculos que
difamaban a todos, desde el rey y sus ministros hasta las bailarinas y los hombres de mundo.
Sus obras se vendían abiertamente en Inglaterra, sobre todo en una librería en la calle St.
James, en Londres, operada por un expatriado genovés llamado Boissière. No obstante, su
principal mercado era Francia, donde los libelos eran el principal producto del comercio de
libros clandestino.5
Es imposible decir qué tan profundo y extenso era este submundo. Sin duda alcanzaba cada
rincón del reino, y se convirtió en el sector más vital de la industria editorial durante la
segunda mitad del siglo. Para publicar un libro de manera legal, éste debía enfrentarse a un
combate de censores y burócratas adscritos a la oficina de gobierno encargada del comercio
de libros (Direction de la Librairie). Para 1789 el gobierno empleaba a casi 200 censores que
revisaban manuscritos. Con frecuencia objetaban deficiencias de estilo y de contenido, así
como cualquier ofensa en contra de la Iglesia, el Estado, la moralidad convencional y la
reputación de los individuos. Sin su aprobación escrita ningún libro podía aspirar al privilegio
real otorgado por la Cancillería, que daba legalidad y algo semejante al derecho de autor. Los
inspectores del libro supervisaban el comercio en las principales ciudades, y al ejercer su
labor confiscaban obras ilegales en casas aduanales o hacían redadas en las librerías según se
necesitara. El gremio parisino de vendedores de libros (Communauté des Libraires et des
Imprimeurs de Paris) también ejercía poderes policiacos para fortalecer su monopolio sobre
la literatura con privilegios.6
El sistema era menos rígido en la práctica de lo que parecía en papel; era así
necesariamente, ya que las regulaciones impresas, cerca de 3 000 edictos sobre el comercio
del libro emitidos entre 1715 y 1789, aparecían con tal frecuencia y eran tan densas que ningún
vendedor de libros, incluso cuando intentara respetarlas, podía estar al tanto de todas las
reglas del juego.7 Con frecuencia los inspectores se hacían de la vista gorda cuando llegaban
cargamentos ilegales a su territorio, y el uso de medidas semioficiales como las permissions
tacites (acuerdos para tolerar libros que no podían recibir privilegios) abría enormes huecos
en la legislación represiva. Aun así, las obras que ponían en entredicho las perspectivas
ortodoxas —incluida casi toda la Ilustración— usualmente se producían en las imprentas que
proliferaban más allá de las fronteras francesas, desde Ámsterdam y La Haya hasta Bruselas,
Lieja, la zona del Rin, Suiza y Aviñón, que era entonces territorio papal. Estas imprentas
también pirateaban todo lo que en el comercio legal se estuviera vendiendo bien. Crearon una
compleja red de contrabandistas para cruzar los libros a través de las porosas fronteras
francesas y hacerlos llegar a los distribuidores que los entregaban a libreros y vendedores en
todo el reino. Al ofrecerles a los lectores hambrientos una dieta picante de libros prohibidos,
los comerciantes clandestinos hicieron un gran negocio. Probablemente hicieron circular más
de la mitad de la literatura producida durante el siglo XVIII, es decir, libros de ficción y no
ficción de todo tipo, además de obras profesionales, publicaciones religiosas, almanaques y
chapbooks, la llamada literatura de cordel.8
En un estudio previo, compilé pedidos de literatura prohibida realizados por libreros
esparcidos por toda Francia e hice una lista retrospectiva de best sellers. La lista incluía
libros de Voltaire, Rousseau y otros filósofos famosos, así como numerosas obras
pornográficas y libros sacrílegos. Pero una sorprendente proporción de los best sellers eran
libelos, ya fueran biografías difamatorias de personajes públicos, recuentos incendiarios de
historia contemporánea o una variedad seductora del periodismo conocida como chroniques
scandaleuses. Cinco de los 12 libros más solicitados —tomados de una muestra que incluía
720 títulos— pertenecían a esta categoría. Eran Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry
(1775); Journal historique de la révolution opérée dans la constitution de la monarchie
française par M. de Maupeou (1774-1776), siete volúmenes; L’Arrétin (1763), titulado
L’Arrétin moderne en algunas ediciones posteriores; Mémoires de l’abbé Terray, contrôleurgénéral (1776), dos volúmenes, y Mémoires de Louis XV, roi de France et de Navarre
(1775).9 Otros libelos ubicados en los primeros lugares de la lista de best sellers eran
L’Observateur anglais, ou correspondance secrète entre Milord All’Eye et Milord All’Ear
(1777-1778), 10 volúmenes; Vie privée de Louis XV, ou principaux événements,
particularités et anecdotes de son règne (1781), cuatro volúmenes; Correspondance secrète
et familière de M. de Maupeou avec M. de Sor***, conseiller du nouveau parlement (1771),
tres volúmenes; Les Fastes de Louis XV, de ses ministres, maîtresses, généraux et autres
notables personnages de son règne (1782), dos volúmenes; Mémoires secrets pour servir à
l’histoire de la république des lettres en France (1777-1789), 36 volúmenes, y Le Gazetier
cuirassé, ou anecdotes scandaleuses de la cour de France (1771).
Todos estos libros eran anónimos. Todos fueron compuestos por escritores de poco relieve
que eran perfectos desconocidos. Muchos eran obras extensas, de varios volúmenes y que
ofrecían una perspectiva desencantada de los acontecimientos contemporáneos y de las vidas
privadas de “los grandes” (les grands). Cuando me adentré en los textos, me parecieron
difamatorios, tendenciosos, perversos, indecentes, y una muy entretenida lectura: por eso se
vendían tan bien. Sin embargo, nunca lograron entrar en la historia literaria y rara vez
figuraban en las investigaciones sobre política e ideología. Un mundo perdido aguardaba a ser
explorado.
Ese mundo parecía demasiado vasto para circunnavegarlo en un solo libro. Después de
publicar algunos estudios de este mundo clandestino —la manera en que operaba y el carácter
general de la literatura que proveía—, decidí investigar los géneros que los franceses
agrupaban bajo la denominación de libelles. En lugar de revisar cientos de obras difamatorias
y construir, libro a libro, un argumento para llegar a conclusiones generales, decidí proceder
haciendo un análisis detallado de algunos textos representativos y luego trabajar hacia una
interpretación general del arte y la política de la calumnia. Los libelos apuntaban hacia
objetivos obvios, pero jugaban con la sensibilidad de los lectores durante la fase temprana de
la Era Moderna de una manera que hoy resultaría desconcertante. Algunos de los textos
incluso funcionaban como acertijos. Para entender el mensaje, el lector debe descifrar un
código, tras lo cual surgen toda suerte de preguntas acerca del entorno de los autores y acerca
de las autoridades francesas que intentaban reprimirlos.
Muchos de los libelos más incendiarios de las décadas de 1770 y 1780 fueron producidos
por los expatriados franceses en Londres —“a cien leguas de la Bastilla”, como lo apuntaban
en las portadas de sus folletos—. No sólo difamaban a toda persona de importancia en
Versalles, también añadían chantajes a sus especulaciones literarias. El gobierno francés
respondió con el envío de una serie de agentes secretos para asesinar, secuestrar o sobornar a
los libelistas en Londres. Sus aventuras y desventuras forman una historia rocambolesca que
desemboca directamente en la Revolución francesa. Este mismo tipo de literatura,
desarrollada por muchos de los mismos autores, encendió polémicas durante los años del
Terror. Su sustancia cambió pero su forma permaneció igual.
Para entender esta interacción entre continuidad y cambio es necesario apreciar las
polémicas de finales del siglo XVIII desde una perspectiva más amplia. La larga historia del
libelo toca las intrigas de la Corte en el siglo XVII, las guerras religiosas del siglo XVI, las
luchas por el poder en la Italia renacentista y la literatura de la antigua Roma y Grecia. Sin que
éste sea un esfuerzo por repasarla a detalle, he intentado mostrar cómo los libelistas de la
última época recurrieron a las técnicas de los antiguos maestros como Aretino y Procopio. El
asesinato de una reputación puede parecer sencillo: hurgue usted hasta encontrar algo de lodo
y luego lánceselo a alguien. Al estudiarlos en detalle a lo largo de los siglos, empero, resulta
que los libelos tienen características muy peculiares. Combinan los ingredientes básicos, que
tienen nombres familiares —“anécdotas”, “retratos”, nouvelles (noticias)—, pero que en
realidad pertenecían a técnicas retóricas diseñadas para entretener a los lectores de principios
de la Edad Moderna. Sin embargo, todos los libelos tenían una cosa en común: reducían las
luchas por el poder a un juego de personalidades. Ya fuera que denigraran a las amantes reales
o a los agitadores sans-culottes, siempre evadían las complejas consideraciones sobre
políticas y principios, y concentraban su artillería en la personalidad de sus víctimas. Los
asuntos públicos aparecen en la literatura del libelo, entonces, como producto de las vidas
privadas, a veces literalmente, como en la serie de “vidas privadas” que van de la Vie privée
de Louis XV a la Vie privée du général Buonaparte.
¿Por qué dedicar tanto trabajo y tantas páginas a un tema tan obsceno? Casi cualquier libro
sobre la Francia del siglo XVIII tratará sobre las clásicas cuestiones de ideología, política y la
primera gran revolución de los tiempos modernos. Este libro tiene implicaciones que tocan
esas cuestiones, pero obedece a un propósito distinto: procura explorar un corpus literario y la
subcultura que lo generó. Quiero entender las vidas de los libelistas, la relación entre sus
publicaciones y su entorno, la manera en la que funcionaban sus textos (el uso de imágenes y
tipografías, así como de la retórica), las interconexiones entre los libelos como corpus
literario y, en la medida de lo posible, las reacciones de los lectores. Los libelos también
figuran en medio de las luchas políticas, en las rivalidades entre las facciones de la Corte
antes de 1789 y en las de los partidos políticos después. Mostraré su importancia en la
historia política conforme se presente la ocasión, pero no estoy intentando reescribir esa
historia, y no pretendo repasar historias ya conocidas como el jansenismo, la oposición
parlamentaria a la Corona, la ideología del absolutismo, el movimiento de reforma
patrocinado por el Estado y la aplicación de las ideas de la Ilustración a los asuntos políticos.
En lugar de ello, quiero ir en una dirección distinta, una que desemboque en la zona
problemática donde la historia y la literatura comienzan a confundirse con la antropología.10
Tomados como un conjunto, los libelos comunicaban una perspectiva sobre la autoridad
política que puede ser caracterizada como folclor o mitología.11 Aunque de modo tendencioso
e impreciso, esta representación daba a los franceses una manera de entender el mundo a su
alrededor; no el mundo inmediato de la vida familiar y el trabajo, sino la esfera más amplia de
las personas famosas y los grandes eventos. La creación de significado, según lo entienden los
antropólogos, es un aspecto fundamental de la condición humana, transmitido principalmente a
través de mitos y símbolos. En la Francia del siglo XVIII acontecía de muchas maneras
distintas, entre ellas a través de las actividades de relatar, escuchar, escribir y leer historias.
Las narrativas acerca del rey, sus amantes o ministros y otras figuras públicas se prestaban
para formar una visión mítica de los grandes (les grands). Según la literatura del libelo, les
grands habitaban una especie de mundo satánico de fantasía donde podían dar rienda suelta a
la satisfacción de su lujuria y sus ansias de poder. En escenarios apartados, como los
aposentos del rey en Versalles, las alcobas de las mansiones parisinas o los palcos en la
ópera, ellos se comportaban como dioses: como las deidades caprichosas y maliciosas que
habían imperado sobre el destino de Grecia y Roma. Sin embargo, el destino de Francia
estaba atado a los sucesos del día. Los ricos, los bien nacidos y los poderosos determinaban
el rumbo de los asuntos que afectaban las vidas de las personas comunes, o por lo menos
despertaban su interés. Conforme el siglo avanzó y los desastres se acumularon —en la guerra,
en la paz y en el mercado—, la demanda de información sobre los comportamientos en la cima
de la sociedad se incrementó entre las personas cercanas a los estratos bajos, aquellos que
componían un público letrado y semiletrado avecindado en su mayoría en pueblos y ciudades.
Las publicaciones legales no satisfacían esta demanda, porque las biografías de los personajes
públicos, los recuentos de asuntos diarios y casi todas las variedades de la historia
contemporánea estaban prohibidos. Para obtener información sobre esos temas, los franceses
dependían de lo que podían obtener en el submundo literario, es decir, en gran medida, de los
libelos. Les atraía este reino imaginario poblado por personajes que eran la encarnación de la
vida entre los grandes: el abate Dubois, el mariscal de Richelieu, Madame de Pompadour,
Madame du Barry y todos los miembros de la Familia Real. Los franceses llegaron a ver el
destino de Francia como si fuera una historia incluida en la Vie privée de Louis XV y docenas
de obras similares.
La reducción de contingencias complejas a narrativas acerca de figuras públicas ha
proliferado en diferentes momentos y lugares. Aún existe hoy en día. De hecho, dado que la
tecnología moderna permite difundir el escándalo a una escala que el pasado jamás soñó que
fuera posible, la personalización de la política se ha vuelto más insidiosa que nunca. Sin
embargo, los medios masivos de hoy se apegan a un principio que establecieron las imprentas
mecánicas de siglos pasados: los nombres hacen la noticia.
La calumnia siempre ha sido un negocio ruin, pero su carácter desagradable no es razón
suficiente para considerarla indigna de ser estudiada con seriedad. Al destruir reputaciones,
ayudó a deslegitimizar regímenes y a derrocar gobiernos en muchos momentos y lugares. El
estudio de la calumnia en la Francia del siglo XVIII es particularmente revelador porque
muestra la manera en que una corriente literaria horadó la autoridad durante una mo narquía
absoluta y fue absorbida por una cultura política republicana, la cual alcanzó su punto más alto
con Robespierre pero incluía una variedad de maneras de injuriar desarrolladas durante el
reinado de Luis XV. La historia, entonces, comienza con uno de los ataques más insidiosos
contra Luis XV: Le Gazetier cuirassé (1771).
*
Término común en inglés tomado del nombre de una calle antigua de Londres en que vivían escritores y periodistas
necesitados que debían ser mercenarios [T.].
1
Antoine de Rivarol, Le petit almanach de nos grands hommes, s. l., 1788. Intenté calcular el crecimiento de la población
literaria en la Francia del siglo XVIII en dos estudios: “A Police Inspector Sorts His Files: The Anatomy of the Republic of
Letters”, en The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History, Nueva York, 1984 [La gran
matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, FCE, México, 1987], y “The Facts of Literary Life
in Eighteenth-Century France”, en Keith Baker, ed., The Political Culture of the Old Regime, Oxford, 1987, pp. 261-291.
Todos los estimados se enfrentaron al problema de definir a un autor y de interpretar fuentes imperfectas. Después de
considerar estos problemas, concluí que Francia tenía por lo menos 3 000 autores en 1789, siendo un “autor” una persona que
hubiera publicado por lo menos un libro.
2
Para algunos estudios de caso reveladores, véase Aleksandr Stroev, Les aventuriers des Lumières, París, 1997.
3
Véase Pat Rogers, Grub Street: Studies in a Subculture, Londres, 1972, y John Brewer, Party Ideology and Popular
Politics at the Accession of George III, Cambridge, 1976.
4
El francés no tenía un equivalente para el término inglés Grub Street en el siglo XVIII, pero con frecuencia hablaban de la
literatura abyecta, producida por la canalla o los autores salidos de las alcantarillas, esos Rousseau del arroyo (“la basse
littérature”, “la canaille de la littérature” y “les Rousseau du ruisseau”), expresiones que aparecen con frecuencia en las obras
de Voltaire, Louis-Sébastien Mercier y otros. No hay un estudio exhaustivo de este entorno, pero he esbozado algunos aspectos
sobre él en The Literary Underground of the Old Regime, Cambridge, Massachusetts, 1982 [Edición y subversión.
Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, FCE/Turner, México, 2003].
5
La fuente de información más rica acerca de los expatriados franceses en Londres son los archivos del Ministerio de
Asuntos Exteriores en la Quai d’Orsay: Correspondance politique: Angleterre, especialmente mss. 540-550. Las fuentes
impresas más importantes incluyen el libelle anónimo y tendencioso pero muy revelador de Anne-Gédéon Lafitte (o
simplemente Lafite en algunas versiones de su nombre), marqués de Pelleport (o Pellepore en algunas versiones), Le Diable
dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche, ou tentative du sieur Receveur, inspecteur de la
police de Paris, chevalier de St. Louis, pour établir à Londres une police à l’instar de celle de Paris, París, 1783; los
reportes de policía publicados por Pierre-Louis Manuel, La Police de Paris dévoilée, 2 vols., París, 1790; las versiones
editadas y parafraseadas por Manuel de los documentos de la Bastilla, La Bastille dévoilée, ou recueil de pièces
authentiques pour servir à son histoire, París, 1789-1790, 8 livraisons o volúmenes, dependiendo de como estén
empastados; y la excelente colección de documentos editada por Gunnar von Proschwitz y Mavis von Proschwitz,
Beaumarchais et le “Courier de l’Europe”, 2 vols., Oxford, 1990, La biografía del libelista más tristemente famoso, Charles
Théveneau de Morande, de Paul Robiquet, Théveneau de Morande: Étude sur le XVIIe siècle, París, 1882, recurre a esas
fuentes pero con frecuencia las confunde. Ha sido superada por Simon Burrows, Blackmail, Scandal, and Revolution:
London’s French Libellistes, 1758-92, Manchester, 2006. Burrows disiente de mi interpretación sobre este tema, la cual
publiqué por primera vez como “The High Enlightenment and the Low-Life of Literature in Pre-revolutionary France”, Past
and Present, núm. 51, 1971, pp. 81-115. Para una discusión de estos temas, véase Haydn Mason, ed., The Darnton Debate:
Books and Revolution in the Eighteenth Century, Oxford, 1998.
6
La fuente más rica de información acerca de la censura está en los reportes y los memorandos compuestos por los
censores mismos en la Bibliothèque Nationale de France, Collection Anisson, manuscrits français 22137-22152, y las Mémoires
sur la librairie de Chrétien Guillaume Lamoignon de Malesherbes, director del Comercio de Libros (Directeur de la Librairie,
un puesto en la Administración Real bajo las órdenes de la Cancillería) de 1750 a 1763. Véase Roger Chartier, ed., Mémoires
sur la librairie: Mémoire sur la liberté de la presse [1809], París, 1994. Entre las obras secundarias, véase especialmente
Barbara de Negroni, Lectures interdites: Le travail des censeurs au XVIIIe siècle 1723-1774. Para una síntesis de la
literatura en todos los aspectos del comercio del libro bajo el Antiguo Régimen, véase Henri-Jean Martin y Roger Chartier, eds.,
Histoire de l’édition française. Tome II, Le livre triomphant, 1660-1830, París, 1984.
7
Giles Barber, “French Royal Decrees Concerning the Book Trade, 1700-1789”, Australian Journal of French Studies,
vol. 3, núm. 3, 1966, pp. 312-330.
8
Éste es mi propio estimado, pero debo admitir que no puedo probarlo. Está basado en una lectura de prácticamente todos
los documentos del periodo de 1750 a 1789 en las colecciones de manuscritos en la Bibliothèque Nationale de France y en la
Bibliothèque de l’Arsenal, así como las 50 000 cartas de libreros, editores y otras personas involucradas en la industria del libro
en los documentos de la Société Typographique de Neuchâtel, Bibliothèque Publique et Universitaire, Neuchâtel, Suiza. Debido
a que el Estado francés no pudo ejercer con eficacia los privilegios para los libros, la piratería se convirtió en una gran industria
que rebasaba por mucho a la producción legal.
9
Robert Darnton, The Forbidden Best-Sellers of Pre-Revolutionary France, Nueva York, 1995 [Los best sellers
prohibidos en Francia antes de la Revolución, FCE, México, 2008], y su volumen complementario, The Corpus of
Clandestine Literature in France, 1769-1789, Nueva York, 1995. La técnica del muestreo y el problema del sesgo inherente
a las fuentes se discuten en estos volúmenes.
10
Como estudios ejemplares, véase Roland Barthes, Mythologies, París, 1957 [Mitologías, Siglo XXI, México, 1980];
Clifford Geertz, Negara: The Theatre State in Nineteenth-Century Bali, Princeton, Nueva Jersey, 1980 [Negara: El Estadoteatro en el Bali del siglo XIX, Paidós, Barcelona, 1999], y Jacob Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia, Porrúa,
México, 1984.
11
Los científicos sociales han propuesto varias definiciones de mito y folclor. Aunque los conceptos con frecuencia se
traslapan en el uso común, el mito tiende a connotar una creencia acerca de algo trascendental o profundamente significativo
como el origen del mundo, mientras que el folclor tiene que ver con la cultura expresiva vinculada con temas mucho más
seculares como los acertijos o las historias sobre timadores (tricksters). Véanse los ensayos “Folklore” y “Myth” en Neil J.
Smelser y Paul B. Bates, eds., International Encyclopedia of the Social and Behavioral Sciences, Ámsterdam, 2001, vol.
8, pp. 5711-5715, y vol. 15, pp. 10273-10278. He utilizado ambos términos. “Folclor” parece más apropiado para el tema de los
libelos, pero “mito” transmite su perspectiva general sobre la naturaleza elemental del sistema político.
PRIMERA PARTE
LIBELOS ENTRELAZADOS
I. EL GACETILLERO ACORAZADO
AL ENFRENTARSE a la primera de las cuatro ilustraciones presentadas al inicio de este libro,
uno podría plantearse una pregunta que pertenece al comienzo de cualquier investigación,
según una formulación atribuida a Erving Goffman: ¿qué pasa aquí?
El frontispicio se publicó al otro lado de la portada de Le Gazetier cuirassé ou anecdotes
scandaleuses de la cour de France, uno de los libelos más escandalosos y mejor vendidos del
Antiguo Régimen. Muestra la manera en que un libelista elegía representarse a sí mismo: un
gacetillero acorazado que dispara cañonazos en todas direcciones, especialmente contra las
figuras amenazantes en los cielos. Aunque destaca como una imagen particularmente dramática
de un escritor del siglo XVIII, es difícil descifrarla, quizá con toda intención, porque el libro
estaba destinado a ser provocador. Utiliza dos estrategias básicas para atrapar y retener la
atención de sus lectores: los escandaliza al difamar a los grandes y los entretiene al esconder
las calumnias tras alusiones que tienen que descifrarse.
La primera edición de Le Gazetier cuirassé se publicó en 1771, en el punto más alto de la
crisis política más importante del régimen de Luis XV.1 El canciller René Nicolas de Maupeou
reorganizó el sistema judicial a través de un golpe de Estado, lo suficientemente espectacular
como para que sus contemporáneos lo llamaran una “revolución”, que destruyó el poder
político de los parlamentos (las altas Cortes, con frecuencia opuestas a las políticas del rey) y
eliminó los obstáculos principales para el ejercicio del poder real. Con el apoyo de la amante
del rey, Jeanne Bécu, condesa du Barry, Maupeou y sus compañeros ministros, Emmanuel
Armand de Vignerot, duque d’Aiguillon, y el abate Joseph Marie Terray, gobernaron Francia
con mano de hierro hasta la muerte del rey en 1774. Las protestas se desbordaron, muchas de
ellas en forma de libelos; hubo tantos libelos dirigidos en contra de Maupeou que se les
conocía colectivamente como “Maupeouana”. Le Gazetier cuirassé se distinguió como el
ejemplo más atrevido y desvergonzado de este tipo de literatura clandestina.
FIGURA I.1. Le Gazetier cuirassé, portada de la edición de 1771 (copia privada).
La primera edición era una impresión burda, hecha sobre papel barato sin frontispicio. La
portada anunciaba el carácter del libro: agasajaría al lector con anécdotas escandalosas y
estallaría contra las figuras más importantes en Francia desde la seguridad de un lugar
designado por su dirección: “Impreso a cien leguas de la Bastilla, bajo el Signo de la
Libertad”. Un subtítulo, añadido en la segunda edición, especificaba que las anécdotas
relatarían “noticias”, pero noticias de un tipo muy peculiar: “políticas”, “apócrifas”,
“secretas”, “extraordinarias”, “enigmáticas” y “transparentes”, así como también obscenas,
pues se incluía bastante material sobre mujeres de escasa virtud. Este tipo de periodismo
parece ajustarse al género de la chronique scandaleuse y presumía su carácter sedicioso; y,
sin embargo, tenía un tono extrañamente lúdico. ¿A qué se refería el gacetillero con la
“miscelánea confusa acerca de asuntos muy precisos” anunciada en el subtítulo? ¿Estaba
jugando con el lector? ¿Y por qué adoptaba ese tono burlón para discutir una crisis política tan
seria y urgente como la que recientemente envolvía a Francia? Había algo desconcertante
acerca de este libelo.
Ingresado de contrabando a Francia, reimpreso y pirateado varias veces, Le Gazetier
cuirassé tuvo tanto éxito, un succès de scandale, que para 1777 le incorporaron un
frontispicio elaborado y algunos materiales complementarios que revelaban el funcionamiento
interno de la Bastilla.2 Las ediciones posteriores continuaron utilizando la dirección
desafiante, que identificaba a Francia con el despotismo simbolizado por la Bastilla, en
contraste con Inglaterra, a cien leguas de distancia, donde se imprimía “bajo el Signo de la
Libertad”.
La portada de la edición de 1777 parece arcaica para el ojo moderno. Está colmada de
texto. La tipografía echa mano de por lo menos ocho fuentes distintas, incluidos caracteres en
cursivas y redondas, mayúsculas y minúsculas, organizados en combinaciones abigarradas.
Los espacios y el uso de interlineados crean patrones complejos, de tal manera que la mirada
del lector baila dentro y fuera de los márgenes, y hacia arriba y hacia abajo de la página, en
respuesta a la configuración del material impreso. Leer las frases de esta portada es como si
se contemplara una fachada rococó en un edificio o una pintura de Boucher. El diseño es al
mismo tiempo juguetón y provocativo, como lo es también el frontispicio de la página opuesta
(fig. 1). Desafía al lector a que descifre sus detalles y desentrañe su significado general.
La leyenda en latín en la parte baja del frontispicio es la primera pieza del rompecabezas.
Un lector educado habría sido capaz de descifrar lo suficiente como para reconocer que
celebraba el poder que tenía el gacetillero de destruir a sus objetivos.
Etna provee de estas armas volcánicas al hombre imperturbable,
Etna que derrotará la furia loca de los gigantes.3
Sin embargo, un epigrama en latín y verso heptámetro parece estar fuera de tono como
punto de entrada a una obra de descarada difamación. Parece estar dirigido a un lector lo
suficientemente sofisticado como para leer latín y reconocer el mito al que evoca, una historia
acerca del titán rebelde Tifón, que intentó atacar el reino de Zeus levantando el monte Etna y
lanzándolo a los cielos. Zeus respondió lanzando una serie de rayos que atraparon a Tifón bajo
el Etna, donde permanece hasta ahora, escupiendo lava y humo. A pesar de su armadura
anacrónica, el gacetillero evidentemente se consideraba a sí mismo un héroe emanado del
mismo molde que el de los antiguos. En lugar de identificarse con los dioses, sin embargo, los
trataba como sus adversarios, “gigantes” que lanzaban rayos mientras él asumía la posición de
Tifón y respondía con cañonazos volcánicos. Él era el héroe, el “hombre imperturbable”
comandando un ataque en contra de las fuerzas malignas en las alturas.
Las iniciales en la parte superior del frontispicio muestran quiénes eran los villanos,
aunque identificarlos precisa resolver un poco más del acertijo. Si fueron capaces de descifrar
la escritura intrincada y relacionarla con los personajes más elevados en Versalles, los
lectores del siglo XVIII se habrán dado cuenta de que la DB en la parte superior izquierda
corresponde a Du Barry, la SF junto a ella a Saint-Florentin, y la DM del lado derecho a De
Maupeou. En 1771, cuando se publicó la primera edición del libro, la condesa Du Barry
estaba en el punto más alto de su influencia como amante de Luis XV. Luis Phélypeaux, conde
de Saint-Florentin, más tarde duque de La Vrillière, ejercía su autoridad sobre la Bastilla y
despachaba lettres de cachet (cartas con órdenes de encarcelamiento o destierro provistas con
el sello real) en su papel como ministro a cargo de la Maison du Roi y el Département de
Paris. Y el canciller Maupeou había echado a andar la “revolución” al interior del sistema de
poder al destruir la capacidad que tenían los parlamentos para limitar la autoridad del rey
rehusándose a registrar los decretos reales.
FIGURA I.2. Le Gazetier cuirassé, portada de la edición de 1777 (copia privada).
Las imágenes debajo de las iniciales identifican a los tres principales villanos de manera
un poco más explícita. La imagen del barril a la izquierda es un pictograma que denota a la
amante del rey. (En el siglo XVIII, como ahora, la letra final en baril no se pronunciaba, lo que
daba a los libelistas infinidad de oportunidades para mofarse de du Barry.)4 Una típica
nouvelle de un párrafo o una anécdota algo noticiosa en el texto sirve para ilustrar estas
difamaciones comunes: “Una estatua ecuestre de uno de nuestros reyes [es decir, la estatua de
Luis XV erigida en 1763 en lo que ahora es la Plaza de la Concordia] fue hallada cubierta de
la suciedad de un barril que le fue volteado encima, y ésta la embarra hasta los hombros. Los
perpetradores de este hecho eligieron un barril de aquellos usados en las zanjas del drenaje de
París”.5 De la cabeza de Saint-Florentin emergen serpientes como de Medusa que escupen
rayos acompañados de lettres de cachet. El cachet o sello se ve claramente en las cartas como
una forma oval, junto con la frase “et plus bas Phélypeaux” (“y más abajo Phélypeaux”), la
fórmula usual en estos documentos, que incluían la firma del rey (con frecuencia realizada por
algún secretario) y, al final, la firma del ministro (en este caso Phélypeaux, el nombre de pila
del conde de Saint-Florentin) que enviaba la orden de arresto.
La cabeza del canciller Maupeou también escupe rayos, como para mostrar su intención de
obliterar (foudroyer) cualquier oposición a sus despóticas medidas. Como a Madame du
Barry, a lo largo del texto también se ridiculiza a Saint-Florentin y Maupeou, junto con el
duque d’Aiguillon, el abate Terray y otras figuras clave en el gobierno. Al escribir en el
momento más explosivo de la crisis de Maupeou, el libelista pretendía dramatizar la amenaza
del despotismo y su propia respuesta ante ella, porque el héroe del libro es él. El frontispicio
lo muestra disparando copias del libro como si fueran balas de cañón y metralla dirigidas
contra los poderes malévolos de la monarquía.6
Esta dramatización de sí mismo se extiende a lo largo de las primeras páginas del libro,
especialmente en su dedicatoria, que parodia el estilo obsequioso de las dedicaciones
dirigidas a los patronos.
Epístola dedicatoria
a MÍ
Mi querida Persona,
¡Regocíjese en su gloria sin preocuparse por ningún peligro! Estará expuesto a ellos, claro, a causa de todos los
enemigos de su patria. Afilará su furia y duplicará su ferocidad. Pero debe saber, mi querida Persona, que al revelar los
inicuos misterios perpetrados en los rincones oscuros y secretos de su conciencia, usted está haciendo justicia a los
inocentes… Haga temblar a aquellos monstruos crueles cuya existencia es tan odiosa y tan nociva para la humanidad…
Lo conozco lo suficiente como para temer que se relajen sus principios. Su determinación es garantía de que nunca se
desviará de ellos. En este parecer, mi querida Persona, soy,
Su más humilde y devoto servidor,
Yo mismo
El empuje político del libro es inconfundible: su blanco son las principales figuras en el
gobierno francés y los actos despóticos que se estima que perpetran. No obstante, la retórica
desbordada y autocelebratoria está minada por un tono de bufonería que se acerca al cinismo.
A la mitad del texto el autor deja de lado la pose de gacetillero heroico y adopta la del
“filósofo cínico”. Entonces dispensa incontables anécdotas sobre prostitutas y sus clientes
aristócratas. Describe estas historias como “noticias” y las cuenta en párrafos cortos y
lapidarios, similares a los flashes informativos del moderno periodismo sensacionalista y los
programas de radio. No hay una narrativa que enlace las anécdotas: aparecen en desorden, una
tras de otra, sin un tema que las conecte, a no ser por la noción general de podredumbre moral
que carcome a las capas más altas de la sociedad. La mayoría, especialmente las de la sección
dedicada a las “noticias de la Ópera, de las vestales y matronas de París”, no tienen
repercusión política. Parecen estar ahí sólo para escandalizar, entretener o excitar al lector.
Muchas son obviamente ficticias; muchas, pero no todas, ni totalmente: la mezcla de hechos e
invenciones les da un sabor peculiar a las noticias que aparecen en los libelos, al contrario de
los reportes veraces pero censurados en la Gazette de France oficial. Es menester del lector
separar los hechos de los rumores. El autor lo dice con su acostumbrado descaro en un
prefacio: “Debo advertir al público que algunas de las noticias que presento como verdaderas
son, en su mayoría, probables, y que entre ellas hallarán algunas cuya falsedad es obvia. No
me he preocupado por separarlas: es menester de la gente de la alta sociedad, quienes saben
lo bastante de verdades y mentiras (por su uso frecuente de ambas) para juzgar y elegir”.
Más una incitación que una advertencia, el prefacio alertaba a los lectores acerca de lo
que podían esperar del libro, y la manera en la que debían leerlo. También les daba un cierto
papel: debían pensarse como sofisticados, gens du monde, capaces de escarbar entre los
chismes para hallar las pepitas de verdad. Le Gazetier cuirassé les daba juegos que jugar.
Claro, los horrores del gobierno francés provocarían muchos escalofríos, pero el libro
también entretendría. Podía ser disfrutado como un acertijo, como uno de los juegos de
palabras tan populares en las revistas literarias de la época. En lugar de identificar a sus
víctimas abiertamente, el autor anónimo imprimía sólo las primeras letras de sus nombres,
seguidas de puntos suspensivos o de sus títulos, siempre en cursivas, y al exhibir su vida
privada sólo levantaba una parte del velo. Era el lector quien debía proveer la información
faltante, reconocer las claves, descifrar las alusiones y extraer la verdad al interior de cada
anécdota.
Las anécdotas no serían efectivas si fueran producto únicamente de la fantasía; los libelos
eran más efectivos cuando trataban con medias verdades. El libelista con frecuencia les
recordaba a sus lectores que recurría a un inventario de información sólida y la distorsionaba
después, movido por el espíritu de juego. En una nota al pie después de una anécdota sobre
una enfermedad venérea que Madame du Barry transmitió al rey, aclara: “Esta aventura bien
puede no ser totalmente cierta, pero me aseguran que no es completamente falsa”.7 El libro
está compuesto de noticias, pero noticias con un giro favorable a la imagen del autor, y al
reconocer que ha decorado la verdad, el libelista en realidad hace que su mensaje sea más
insidioso porque reta al lector a jugar un juego que sólo se gana descubriendo las claves que
llevan a los datos duros situados al fondo de las historias. ¿De dónde saca sus datos? El
gacetillero no revela sus fuentes, pero libelos subsecuentes indican que tenía informantes en
Versalles. Se dice que uno era una mujer llamada De Courcelles, que poseía información tan
comprometedora que a veces no aceptaba confiarla por correo y se la entregaba a él
personalmente en Londres.8
FIGURA I.3. Le Gazetier cuirassé, detalle del frontispicio donde se muestra una carta con el sello real (copia privada).
Los siguientes ejemplos, todos de una página en la primera sección del libro, titulada
“Noticias políticas”, muestran cómo operaba esta retórica.
Al primer alguacil del viejo Parlamento le fue ofrecida la posición de primer presidente en el nuevo [es decir, en la
Corte subordinada con que Maupeou había sustituido al viejo Parlamento de París]; la rechazó.
El presbítero… y el duque d’Aiguill… dominan al r… a tal punto que sólo le permiten acostarse con sus amantes,
acariciar a sus perros y firmar contratos de matrimonio.
Las prostitutas de París le han presentado tantas protestas a madame Du Barry en contra del sargento de policía que
éste tiene prohibido poner pie en ningún b…9
Las dos primeras anécdotas no debían tomarse literalmente, pero ilustran algunas actitudes
difundidas entre el público parisino: desdén por la Corte creada por Maupeou para remplazar
al Parlamento de París y desagrado ante la disposición del rey a ser manipulado por sus
ministros. La tercera anécdota se basa un poco en hechos: Madame du Barry había sido
prostituta.10 El libro usaba esta información para urdir una historia acerca de su solidaridad
con sus antiguas colegas, expresada a través de prohibirle al policía entrar a cualquier burdel.
Una nota al pie hace explícito este punto, al señalar que les extendía su “gracia” a todas las
prostitutas que alguna vez le hicieron compañía.
En el libro abundan las notas al pie. Están relacionadas con las anécdotas, cada una de las
cuales ocupa un párrafo separado en el texto; la composición de las páginas, entonces, anima a
que el lector mueva los ojos de arriba a abajo, saltando de una frase provocadora a otra.
Algunas veces las notas ayudan a que el lector descifre los nombres y comprenda el chiste de
las anécdotas, pero la mayoría de las veces añaden fuerza al incluir material más escandaloso,
tan ambiguo como las afirmaciones en el texto. Incluso intentan engañar al lector burlándose de
sí mismas. Una nota dice: “La mitad de este artículo es cierta”.11 ¿Qué mitad? Eso le
corresponde decidirlo al lector.
Con frecuencia, en la época de Luis XV los libelos estaban destinados a entretener a sus
lectores al tiempo que difamaban a sus víctimas. Leerlos era participar en un juego. Como
sucede con las novelas en clave (romans à clef), otro género predilecto, que generalmente
eran libelos disfrazados de novelas, el juego consistía en identificar a los personajes cuyos
nombres estaban ocultos, comúnmente con puntos suspensivos. En una edición de Le Gazetier
cuirassé, las notas aparecen en la parte final del libro con el título “Clave para las anécdotas
y las noticias”, haciendo evidente el género de roman à clef.12 El atractivo de los libelos para
los lectores del siglo XVIII iba más allá del impacto del murmurador; era también un asunto de
descifrar enigmas, resolver misterios, decodificar pictogramas, entender chistes y solucionar
acertijos.
Los acertijos presentados anteriormente eran fáciles de resolver. Pero el juego de adivinar
se hacía cada vez más difícil a medida que el autor llevaba a sus lectores “detrás de los
secretos de las escenas, que revelaré al correr el velo”.13 Por ejemplo: “Se dice sotto voce
que la condesa de la Mar…, enfrentada con la imposibilidad de hacerse de príncipe, ha
decidido hacerse de un pequeño obispo, y que recibió en esa ocasión la bendición del
coadjutor de Reims, quien es el prelado francés más confiable para este tipo de cosas seguido
de Monsieur de Montaz… y el príncipe Luis”.14
Se esperaba que la mayoría de los lectores reconocieran el mensaje anticlerical, que
contaba cómo la mujer de un conde lo engañaba con un príncipe de la Iglesia, y muchos
habrían podido completar lo que faltaba de los nombres: la condesa de la Marck y el
arzobispo de Lyon, de Montazet. Una nota al pie, no obstante, extendía las procacidades
sacrílegas aún más: “Los tres prelados referidos aquí son aquellos que están más cercanos al
cardenal de Bernis, quien tomó y destiló doce huevos frescos en doce ocasiones distintas en
un periodo de tres horas”. La referencia a la famosa vida sexual del cardenal Bernis en Roma
es inconfundible, pero ¿a qué alude esa docena de huevos? Quizá se refiere al tipo de
comportamiento escandaloso que aparece en otro libelo en contra de Maupeou: Oeufs rouges;
quizá sugiere que Bernis desfloró a una docena de vírgenes en tres horas, imponiendo con eso
un récord en los anales del sexo entre el clero francés, aunque en otra parte del texto aparecía
como un homosexual que prefería copular con cardenales.15 Se decía que Maupeou, en cambio,
prefería a los jesuitas, un tema que le daba al libelista ocasión para asociar la sodomía con los
rumores de que el gobierno planeaba restituir a la Compañía de Jesús, que había sido disuelta
en 1764.16 Las ambigüedades y las sugerencias volvían más estimulante el texto, pero algunas
veces era imposible desentrañarlas, incluso en las notas al pie que acompañan a las anécdotas
y que, aparentemente, las explican. Aun así, al ir de las notas al pie al texto, y al relacionar
una anécdota con otra, los lectores del siglo XVIII probablemente podían entender la mayoría
de los chistes. Aquellos que no se pudieran entender servían como un indicador de misterios
más profundos todavía por resolverse. Las dificultades incrementaban el placer del juego; y
conforme se iba haciendo más difícil, los lectores tenían la sensación de estar adentrándose
cada vez más en los secretos más oscuros del Estado.
Cuando exhibía los misterios del arte de gobernar en lugar de la vida sexual de los
clérigos, el juego se convertía en algo sedicioso, no revolucionario: Le Gazetier cuirassé
nunca llamó a derrocar al régimen ni imaginó la posibilidad de un cambio fundamental en el
orden político. Como muchos panfletos anteriores a 1789, denunciaba el despotismo
ministerial. Mezclados con las bromas y acertijos, presentaba algunos ataques frontales y
serios en contra del gobierno de Maupeou; pero este mensaje evidente no debe ser
desestimado como simple propaganda, producto de las políticas cortesanas del siglo XVIII.17
Es innegable que el libelista dirigía la mayor parte de sus calumnias a los ministros en el
poder, y mostraba simpatía por sus oponentes, simpatizantes del exiliado duque de Choiseul.
Pero de pronto lanzaba un golpe en contra de los choiseulistas,18 y hacía objeto de todo el
escarnio a los grandes: colegas, generales, jueces, cortesanos, clérigos, hombres de mundo e
incluso hombres de letras, entre los que estaban Voltaire, d’Alembert y la Académie Française
completa. Vistas como un todo, las anécdotas se unen como las piezas de un mosaico, y
transmiten la imagen de una sociedad corroída por la incompetencia, la inmoralidad y la
impotencia. La inhabilidad de los aristócratas para propagar su linaje era uno de los temas
favoritos del libelista, así como las enfermedades venéreas transmitidas de los burdeles a la
Corte. Madame du Barry encarnaba esta cadena de transmisión: en tanto que era una arpía
plebeya y una vieja prostituta que supuestamente tenía al rey bien apergollado, personificaba
las transgresiones de las jerarquías de género y sociales que hacían que Versalles apareciera
como la fuente de las ofensas para las sensibilidades del siglo XVIII. El escarnio en contra de
la Corte se extendía al rey mismo. Dominado por mujeres depravadas, manipulado por
ministros corruptos e incapaz de mantener el estatus de Francia entre las naciones de Europa,
Luis XV parecía alguien despreciable, la antítesis de su predecesor, Luis XIV, el Grande. Y su
sucesor, el futuro Luis XVI, ni siquiera podía concebir a un heredero.19
FIGURA I.4. Le Gazetier cuirassé, la composición de una página típica (copia privada).
Aunque no expresaba simpatía por la causa republicana, Le Gazetier cuirassé sobajaba
los símbolos que habían creado un aura sagrada alrededor de los monarcas franceses: el cetro,
el trono, el cuerpo mismo del rey, corrompido por la viruela y drenado de su virilidad.20 En
algún punto el gacetillero incluso atacó el fundamento religioso de la monarquía: “Los reyes
de Francia están obligados a probar su origen divino mostrando el contrato que el Padre
Eterno firmó con ellos”.21 Y las ediciones posteriores incluían un suplemento que exhibía los
horrores de la Bastilla —las celdas aisladas, los muros gruesos, el frío que cala, la oscuridad
aterrorizadora, las ratas y lagartijas, los olores fétidos, la comida repugnante—, espectáculo
“que clama por una venganza ante Dios y los hombres”.22 Esta protesta se ajustaba a un
leitmotiv que recorría toda la literatura de la calumnia: la monarquía francesa había
degenerado en despotismo. Apareció en Le Gazetier cuirassé mucho antes de que obras como
Mémoires sur la Bastille (1783) de Simon-Nicolas-Henri Linguet hicieran de la Bastilla el
mito que encarnaba todo lo que los franceses temían y odiaban sobre su sistema político. Aun
así, la retórica radical estaba plagada de agudezas subidas de tono y jocosidades. Para el
lector moderno, la mezcla parece incongruente. ¿Cómo reaccionaron a ella los lectores del
siglo XVIII?
No lo sabemos. Como sucede con la mayoría de las obras del siglo XVIII, hay muy poca
información sobre la recepción que tuvo Le Gazetier cuirassé entre los lectores comunes.
Pero puede apreciarse el impacto del libro a partir de la respuesta de un lector extraordinario:
Voltaire. Los libros del mismo Voltaire habían escandalizado al público lector a lo largo de
Europa. Éstos circulaban también de manera clandestina y habían sido prohibidos y quemados.
Sin embargo, para Voltaire nada tenían en común con Le Gazetier cuirassé, que lo
horrorizaba: “Una obra satánica acaba de aparecer en la que todos, desde el monarca hasta el
último ciudadano, son insultados furiosamente, en la que las calumnias más atroces y absurdas
esparcen un veneno terrible sobre todo lo que uno quiere y respeta”.23
La respuesta de Voltaire, sin embargo, merece un comentario. Al contrario de la mayoría
de los demás filósofos, Voltaire apoyaba el trabajo de ministro de Maupeou y secundaba la
destrucción de los parlamentos por considerarla una victoria sobre los poderes de la
superstición y la intolerancia que habían condenado tanto a sus libros como a víctimas
inocentes de la justicia mal aplicada, como Jean Calas. Además, Le Gazetier cuirassé
difamaba a Voltaire mismo. El gacetillero lo tachaba de sodomita y luego iba más allá al
consignar que Voltaire había acusado a Fréron de ese mismo vicio.24 Con frecuencia Voltaire
lanzaba epítetos como “sodomita” a sus enemigos, quizá incluso a Federico II (una referencia
en el Cándido al comandante de los “Bulgares” es probablemente una alusión a la
homosexualidad de Federico). Entonces ¿podemos también considerar a Voltaire un libelista?
Aunque la pregunta suena injuriosa, no hay manera de negar que Voltaire usaba la calumnia
en sus obras polémicas. Durante 1759-1760, cuando a los filósofos los atacaban por todos
lados —la Iglesia, el Parlamento de París, el Consejo del Rey e incluso la Comédie
Française, por no mencionar a toda una serie de panfletistas deseosos de aprovechar el ánimo
represivo en Versalles después del intento de asesinato de Luis XV por parte de Robert
François Damiens—, d’Alembert le pidió ayuda a Voltaire. Los filósofos de París tenían la
espalda contra la pared, escribió. Voltaire, como su comandante en jefe, debería auxiliarlos
con un alud de panfletos que él podría producir desde la seguridad de su retiro cerca de la
frontera ginebrina en Ferney. Voltaire accedió y comenzó a reunir sus municiones. Busquen
fango sobre los escritores ubicados en el campo enemigo, instruyó a sus agentes en París. ¿No
había algo de manipuleo lúbrico y secreto relacionado con la intervención del arzobispo de
Lyon en favor de las enfermeras de hospital? ¿Qué jesuita del Collège Louis le Grand era el
más conocido por tomarse libertades con los estudiantes? “Exhibir a los canallas es buena
cosa”, escribió Voltaire. Pedía “anécdotas”, el ingrediente esencial de todos los libelos, desde
sus propias Anecdotes sur Fréron hasta best sellers como Anecdotes sur Mme la comtesse du
Barry.25 D’Alembert respondió con un relato sobre la manera en que Abraham Chaumeix
contrajo una enfermedad venérea en la Opéra comique y cómo el abate Nicolas Trublet
seducía a sus fieles desde el confesionario.26 Cuando hubo acumulado suficiente información
de este tipo, Voltaire la convirtió en obuses de obras anónimas que disparó desde Ferney.
Éstos ayudaron a cambiar la opinión pública en 1760, y siguió disparándoles así a los
enemigos de la Ilustración hasta su muerte en 1778.27 De hecho, Voltaire produjo obras
difamatorias desde el inicio de su carrera: lo vincularon (erróneamente) con los libelos en
contra del regente (en especial el venenoso Philippiques, escrito por François Joseph de La
Grange-Chancel), y esto llevó a su primer encarcelamiento en la Bastilla en 1717. No
obstante, en las batallas literarias y políticas del siglo XVIII hay difamaciones por doquier, lo
mismo que en las mazarinadas del siglo XVII, las Flugschriften de la Reforma, las
pasquinadas del Renacimiento y géneros similares que datan de la antigüedad. No es que toda
esa literatura pueda interpretarse como difamatoria sino que los libelos expresaban un estilo
polémico generalizado. En Ferney Voltaire utilizó las mismas tácticas que el libelista que lo
atacó. Detrás de Le Gazetier cuirassé hay una vasta literatura que merece ser rescatada del
olvido en que ha caído. Una manera de comenzar es planteando la pregunta: ¿quién era el
gacetillero acorazado?
1
Para un panorama experto del reinado completo, véase Michel Antoine, Louis XV, París, 1989. Sobre la crisis de 17701774, dos obras del siglo XIX siguen siendo fundamentales: Jules Flammermont, Le Chancelier Maupeou et les parlements,
París, 1885, y Marcel Marion, La Bretagne et le duc d’Aiguillon, París, 1898. Las polémicas ideológicas iniciadas por la
“Revolución” de Maupeou se discuten en Durand Echeverria, The Maupeou Revolution: A Study in the History of
Libertarianism, France, 1770-1774, Baton Rouge, 1985, pero ese estudio será superado por la obra próxima de Shanti Marie
Singham basada en su tesis de doctorado en la Universidad de Princeton, “‘A Conspiracy of Twenty Million Frenchmen’: Public
Opinion, Patriotism, and the Assault on Absolutism During the Maupeou Years, 1770-1775”, presentada en 1991.
2
He identificado seis ediciones de Le Gazetier cuirassé, dos de 1771, una de 1772, una de 1777, una de 1785 y una de
1790, pero probablemente hubo varias más, la mayoría piratas. La que estimo es la primera edición, una obra mal impresa en
papel barato de 1771, no tiene un frontispicio. Una copia de otra edición de 1771 en la Bibliothèque Nationale de France,
Lb38.1270, está impresa con más cuidado e incluye el elaborado grabado del frontispicio que aparece en las ediciones
subsecuentes. Las ediciones posteriores incluyen tanto el frontispicio como el nuevo material sobre la Bastilla. Es algo engañoso
referirse a las ediciones “piratas”, ya que la edición original no tenía copyright ni privilegio ni aspiraciones de legalidad. El
Ministerio del Exterior francés supo de una edición impresa en Ginebra y exigió a las autoridades ginebrinas que castigaran al
impresor. Véase Theodore Besterman, ed., The Complete Works of Voltaire: Correspondence and Related Documents,
Banbury, 1975, vol. 38, p. 197.
3
Agradezco a Denis Feeney por su ayuda para traducir del latín al inglés.
4
Véase “Baril” en Le Grand vocabulaire français, París, 1768, vol. 1, p. 147: “Le l final est muet devant une consonne;
mais il se fait sentir devant une voyelle” [“La l final es muda delante de una consonante; pero se hace perceptible delante de
una vocal”]. Véase también André Martinet y Henriette Walter, Dictionnaire de la prononciation française dans son usage
réel, París, 1973, p. 129.
5
Le Gazetier cuirassé ou anecdotes scandaleuses de la cour de France, 1777, p. 54. Una nota al pie en la misma
página hizo más clara la alusión: “Si ce casque royal avait été ombragé de tous les panaches que la comtesse aurait pu y
ajouter, le piédestal se serait écroulé à coup sûr” [“Si a ese casco regio lo hubiera oscurecido la capa de todas las plumas que
la condesa hubiera podido agregarle, de seguro el pedestal se habría derrumbado”]. Para más juegos de palabras con baril,
véase p. 32. Por razones de conveniencia, las citas están tomadas de la edición de 1777, aunque el estilo de frasear es el mismo
que en las ediciones de 1771.
6
La obra que considero como la segunda edición de 1771 contiene una “explication du frontispice” en el reverso de la
página de la portada: “Un homme armé de toutes pièces et assis tranquillement sous la protection de l’artillerie qui l’environne,
dissipe la foudre et brise le [sic] nuages qui sont sur sa tête à coups de canon. Une tête coiffée en méduse, un baril, et une tête
à perruque sont les emblèmes parlants des trois puissances qui ont fait tant de belles choses en France. Les feuilles qui voltigent
à travers la foudre au-dessus de l’homme armé sont des lettres de cachet dont il est garanti par la seule fumée de son artillerie,
qui les empêche d’arriver jusqu’à lui. Les mortiers auxquels il met le feu sont destinés à porter la vérité sur tous les gens vicieux
qu’elle écrase, pour en faire des exemples” [“Provisto de armas de toda especie y sentado apaciblemente bajo el amparo de la
artillería a su alrededor, un hombre disipa el rayo y despedaza las nubes que tiene encima a golpes de cañón. Una cabeza
cubierta de medusas, un barril y una testa con peluca son los emblemas parlantes de los tres poderes que tantas cosas bellas
han hecho por Francia. Las hojas que revolotean alrededor del rayo situado encima del hombre armado son cartas con el sello
real; éstas quisieran descender hasta donde se encuentra él, pero basta el humo de su artillería para ponerles un obstáculo. Los
morteros que aprovisiona de fuego están destinados a lograr que la verdad se aproxime a todas las personas viciosas y, así, las
aplaste, imponiéndoles un castigo ejemplar”]. Esta explicación no está en las ediciones posteriores, probablemente porque los
lectores debían descifrarlo por sí solos.
7
Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 44.
8
Pelleport, Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, op. cit., París, 1783,
pp. 37, 79.
9
Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 31.
10
Véase Erica-Marie Benabou, La Prostitution et la police des moeurs au XVIIIe siècle, París, 1987, pp. 257-259. Esta
sólida obra de historia social traspasa las leyendas alrededor de Madame du Barry y las otras mujeres procuradas para Luis
XV, varias de ellas prostitutas.
11
Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 34.
12
Ibid., p. 123. Esta copia en la Bibliothèque Nationale de France, Réserve, Lb38.1270, aparentemente proviene de la
segunda edición de 1771. El texto de la clave es el mismo que el de las notas al pie en otras ediciones. En esta edición al texto
principal le siguen dos secciones separadas, “Mélanges confus sur des matières fort claires, par l’auteur du Gazetier cuirassé:
Imprimé sous le soleil” y “Le Philosophe cynique, pour servir de suite aux Anecdotes scandaleuses de la cour de France:
Imprimé dans une île qui fait trembler la terre ferme”. Aparecen en forma de suplementos con paginación separada y sus
propias claves al final. En la que considero que es la primera edición, también publicada en 1771 (la secuencia exacta de las
ediciones es difícil de determinar), todo este material está unido en una paginación continua y con notas al pie en lugar de
claves. Los títulos humorísticos, las direcciones y diversos modos de partir el texto servían aparentemente para captar la
atención del lector y entretenerlo.
13
Ibid., p. 124.
14
Ibid., p. 49.
15
Ibid., p. 172.
16
Ibid., pp. 41, 176.
17
Véase, por ejemplo, “Copie d’une lettre écrite de Paris le 10 juin 1771”, ibid., pp. 118-122, y “Epître à un ami”, ibid., pp.
75-76, en el que el autor anónimo se felicitaba a sí mismo por su heroísmo al oponerse a la tiranía y adoptaba un estilo
sentimental que estaba reñido con su disposición a calumniar como un autoproclamado philosophe cynique.
18
Véase, por ejemplo, el ataque al primo distante de Choiseul, el duque de Praslin, que había formado parte de su gobierno
como ministro del Exterior y ministro naval. Ibid., p. 27.
19
Ibid., p. 47.
20
Para 1771, apuntaba el libelista, el rey ya no podía copular exitosamente a pesar de los trucos que Madame du Barry
había aprendido en los burdeles y que empleaba para revivir su extenuada libido. Ibid., pp. 54-55, 57. Como un ejemplo de la
denigración de los símbolos de la monarquía, véase p. 171: “On a publié un monitoire pour savoir ce qu’étaient devenus le
sceptre et la main de justice d’un des plus grands rois de l’Europe. Après des perquisitions très longues, ils se sont trouvés sur
la toilette d’une jolie femme appellée comtesse, qui s’en sert pour amuser son chat” [“Se publicó un monitorio para averiguar
qué había sido del cetro y la Mano de Justicia de uno de los más grandes reyes de Europa. Tras el levantamiento de registros
muy dilatados, se encontraron sobre el tocador de una linda dama llamada condesa, que se sirve de ellos para entretener a su
gato”].
21
Ibid., p. 106.
22
Ibid., p. 20 del suplemento al final titulado “Remarques historiques et anecdotes sur le château de la Bastille et
l’Inquisition de France”.
23
Voltaire, “Quisquis”, en Questions sur l’Encyclopédie par des amateurs, s. l., 1775, vol. 6, p. 278. Una reseña de Le
Gazetier cuirassé en el clandestino Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France,
Londres, 1771-1789, entrada del 15 de agosto de 1771, se refería al libro como un ataque audaz en contra de los hombres en el
poder, incluido el rey, pero señalaba que su tono bromista y sus anécdotas escabrosas lo hacían “une rapsodie très informe et
fort méchante” [“una rapsodia muy informe y de muy malas intenciones”].
24
Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 174.
25
Voltaire a Jean le Rond d’Alembert, 13 de agosto de 1760, The Complete Works of Voltaire…, op. cit., vol. 106, pp. 4445.
26
D’Alembert a Voltaire, 2 de septiembre de 1760, en ibid., vol. 106, p. 88.
27
Las polémicas de 1759-1760 marcaron un punto de inflexión crucial en la Ilustración francesa. D’Alembert, escribiendo
desde París, reprendía a Voltaire como líder de los philosophes por no entender la gravedad de la amenaza en contra de su
causa. Al principio Voltaire vaciló, pero una vez que estuvo convencido de la necesidad de pasar a la ofensiva, produjo una serie
de ataques en contra de los anti-philosophes. Véase todas las cartas que intercambiaron en 1760, especialmente d’Alembert a
Voltaire, 6 de mayo, ibid., vol. 105, p. 284; d’Alembert a Voltaire, 26 de mayo, ibid., vol. 105, p. 329; Voltaire a d’Alembert, 10
de junio, ibid., vol. 105, p. 361; d’Alembert a Voltaire, 16 de junio de 1760, ibid., vol. 105, p. 375; Voltaire a Nicolas Claude
Thiriot, 7 de julio, ibid., vol. 105, p. 443; Voltaire a d’Alembert, 9 de julio, ibid., vol. 105, p. 449, y Voltaire a Thiriot, 9 de
septiembre, ibid., vol. 106, p. 108. La mayoría de los ataques fueron dirigidos al enemigo favorito de Voltaire, Élie Catherine
Fréron, editor de L’Année littéraire, quien en realidad reaccionó con una gran dignidad y los trató de libelles. Véase Fréron a
Chrétien Guillaume Lamoignon de Malesherbes, 20 de agosto de 1760, ibid., vol. 106, p. 67.
II. EL DIABLO EN EL AGUA BENDITA
AUNQUE el gacetillero acorazado se escondió tras el velo de anonimato en Le Gazetier
cuirassé, fue exhibido —y no sólo exhibido, sino hasta difamado— en una obra subsecuente:
Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche, ou
tentative du sieur Receveur, inspecteur de la police de Paris, chevalier de St. Louis, pour
établir à Londres une police à l’instar de celle de Paris (1783), o El diablo en el agua
bendita y la metamorfosis del gacetillero acorazado en un espía policial, o el intento del
señor Receveur, un inspector de policía, condecorado caballero de San Luis, por establecer
una fuerza de policía en Londres moldeada según la de París. El título resume el tema del
libro: la transformación del gacetillero acorazado en espía policial (mouche) durante el
intento de un inspector de París por establecer una división secreta de la policía parisina en
Londres. El intrépido gacetillero había desertado para integrarse a las filas enemigas: ése era
el principal escándalo que revelaba el libro, que incluía también un frontispicio que detallaba
su trama en imágenes (fig. 2).
También en este caso la imagen requiere cierto desciframiento de parte del lector. El pie
de foto, que contiene los puntos suspensivos usuales después de las primeras iniciales de los
nombres, explica que muestra al plenipotenciario francés en Londres (el conde de Moustier)
presidiendo una ceremonia en la que “Charlot” renuncia a su pasado y a cambio recibe la cruz
de san Andrés de parte de “R…….r” (Receveur, el inspector de policía parisino). Charlot es
el antihéroe del libro, el supremo difamador del siglo XVIII y el autor de Le Gazetier cuirassé:
Charles Théveneau de Morande. La escena corresponde al momento climático de la narración,
y éste da más información para descifrar el frontispicio.1 Morande está hincado a los pies de
Receveur, el “gran maestro” de la cuasi masónica Orden de San Andrés, llamada así por la
cruz de San Andrés en forma de X con la que supuestamente la policía torturaba a sus
víctimas. (Receveur porta el emblema de la cruz en su chaqueta por encima de las esposas, y
los instrumentos de tortura cuelgan de su bolsillo.) Mientras Morande recita un juramento de
lealtad como agente secreto de la policía, Receveur lo inicia en la orden al tocarlo con las
pinzas de tortura utilizadas para acercar carbón caliente a los pies de los prisioneros de la
Bastilla a fin de que revelaran los nombres de sus cómplices. Moustier preside la ceremonia
desde una especie de trono y frente a unas cortinas decoradas con fleurs-de-lis borbónicas. Al
lado izquierdo, el asistente de Receveur, Pierre Ange Goudar, le entrega a Morande la insignia
de la orden: una medalla en forma de la rueda en la que torturaban a los prisioneros. Goudar,
un famoso aventurero literario, aparece en el texto como un escritor a destajo vuelto espía al
servicio de la policía; se le identifica en la imagen por el título de su obra más conocida,
L’Espion chinois, una chronique scandaleuse de seis volúmenes. (Ésta puede verse en un
pedazo de papel que sale de su bolsillo, igual que se revela la identidad de Morande con un
papel bajo su pie que dice Le Gazetier cuirassé.) Bajo el brazo carga una caja marcada con la
etiqueta “ampolletas de olvido” y “pastillas de opio”, lo cual sugiere que, ahora que se ha
unido a las fuerzas de la ley, el pasado de Morande será borrado.
La portada refleja esta burla de las autoridades francesas, e, igual que la portada de Le
Gazetier cuirassé, consiste en un área saturada de tipografía. La variedad de tipos y la
compleja articulación de los espacios sirven para inducir al lector a detenerse en los detalles
y disfrutar de los juegos verbales que se acumulan línea a línea. Pero en lugar de presentar
abiertamente sus provocadoras observaciones, usa parodias paratextuales para incitar al
lector. Se presenta como una obra totalmente legal. Exhibe un privilegio y una prerrogativa
falsos, una dirección falsa (la Imprenta Real en París), una dedicatoria falsa (al marqués de
Castries, ministro de Marina y uno de los personajes ridiculizados en el texto), un editor falso
(el abate Jean Louis Aubert, editor de la ortodoxa Gazette de France y censor de la edición
francesa del Courrier de l’Europe, que lo hacían la bête noire de los autores franceses
expatriados del Courrier en Londres), y un autor falso (posiblemente Arnold Joseph Leroux,
un periodista e impresor clandestino en el principado de Lieja). El diablo que aparece en el
título es Receveur, quien llegó a Londres en 1783 en una misión secreta para reprimir libelos y
secuestrar libelistas. Las víctimas elegidas se enteraban de sus planes y lo encaminaban a
tantas intrigas sin sentido que al final terminó recorriendo Londres frenético como un chivo
pero sin alcanzar ningún éxito… o, como dicen los franceses, “como un diablo en la pila de
bautizo”. Para un lector moderno la expresión parece referirse a una fuerza satánica que mina
las instituciones sagradas. No obstante, en el habla coloquial del siglo XVIII denotaba una
agitación rabiosa pero ineficaz, como lo expresa el verso popular de J.-B.-L. Gresset, VertVert (1734):
Bien vite il sut jurer et maugréer
Mieux qu’un vieux diable au fond d’un bénitier.
[Muy pronto aprendió a maldecir y a resoplar
Mejor que un viejo diablo al fondo de la pila bautismal.]2
FIGURA II.1. Le Diable dans un bénitier, portada (copia privada).
Puede que Receveur haya sido irremediablemente despiadado, pero su condición
diabólica era sobre todo cómica, más cercana a la de Le Diable boiteux de Alain-René
Lesage que al Satanás de Milton. Juntos, el frontispicio y la portada prometen bastantes
revelaciones escandalosas, pero nada que suene a revolución. Por encima de todo ofrecían una
lectura muy divertida.
El texto del libro es tan desordenado y complejo como sus páginas preliminares. También
tenía que ser leído como un acertijo, no sólo porque sus personajes están ocultos tras puntos
suspensivos sino también porque contenía todo tipo de alusiones, pistas y chistes locales que
exigían ser descifrados y que estaban acompañados por numerosos llamados de atención y
guiños al lector que parecían querer hacerlo cómplice de la trama. La trama misma tenía
algunas de las características de la roman à clef. Uno de los ejemplares que aún existen
incluye una clave al final del libro escrita a mano por un lector del siglo XVIII, quien identificó
a los personajes de acuerdo con los puntos o los guiones tras las iniciales de sus nombres y
anotó las páginas en las que aparecen.
Al contrario de Le Gazetier cuirassé, Le Diable dans un bénitier sigue una línea narrativa
coherente, aunque la historia por momentos se enreda en una cronología confusa. Describe
cómo dos villanos, Morande y Receveur, unieron fuerzas en un intento conjunto por terminar
con la producción de libelos en Londres. Según cuenta el autor anónimo, sus biografías
representaban ambos extremos de Grub Street: Morande, el archilibelista, personificaba al
gacetillero, mientras que Receveur, el enemigo supremo de los libelistas, encarnaba el intento
policiaco por reprimir a los gacetilleros. Sus vidas se cruzaron en un momento en que Grub
Street estaba colmada por el tráfico de ida y vuelta entre policías y panfletistas, pues los
libelistas se convertían a menudo en espías al servicio de la policía y los inspectores a veces
traficaban con libelos. Estos cambios de lugares y de casacas eran lo que hacía que el relato
fuera tan entretenido.
Morande aparece en el libro por primera vez en un “retrato”. Los “retratos” verbales, un
género familiar para los lectores franceses desde inicios del siglo XVII, enfatizaban tanto los
rasgos morales como los físicos de sus personajes. A menudo se incluían dentro de los libelos,
lo cual preocupaba gravemente a las autoridades francesas, encargadas especialmente de la
protección de la reputación de las figuras públicas. El narrador de Le Diable dans un bénitier
presentaba a Morande directamente a los lectores, y reforzaba el efecto al abandonar la
tercera persona, voz prevalente a lo largo del texto: “Imaginen, lectores, una cara amplia y
plana cuyas facciones están compuestas por una materia grasosa, amoratada y flácida; unos
ojos demacrados y de párpados pesados; una nariz chata con fosas amplias y abiertas, que
parecen inhalar el más descarado aire de lascivia… una boca de cuyas comisuras escurre un
hilillo constante de pus enrojecida, el verdadero emblema del veneno que ella disemina por
todos lados”.3
A este retrato, que se asemeja a la imagen de Morande en el frontispicio, le sigue una
breve biografía. Gracias a su disposición natural y a su nacimiento en el seno de la familia de
un notario corrupto de origen borgoñés, explica, Morande se inició pronto en el mal. Se enlistó
en un regimiento de caballería, desertó, fue deslizándose hacia el bajo mundo de las casas de
apuestas y los burdeles de París, y pronto se vio encarcelado en Bicêtre, una prisión para
criminales de pésima reputación. Para estar a salvo de la policía francesa, al salir se mudó
junto a los marginados de Londres. Ahí vivió como proxeneta de homosexuales a quienes
después chantajeaba. No obstante, en Francia descubrió mejores posibilidades para la
extorsión, gracias a los reportes que sus informantes le daban sobre los comportamientos
escandalosos en Versalles. Reunió las anécdotas en Le Gazetier cuirassé, una obra tan
difamatoria que el gobierno estaba dispuesto a pagar una fortuna para evitar la publicación de
una continuación, Mémoires secrets d’une femme publique, protagonizada por Madame Du
Barry. Esta situación llevó a Beaumarchais a una misión secreta para coordinar el pago: 32
000 libras y una anualidad de 4 800 libras. Los dos bribones posteriormente colaboraron
como espías vendiendo sus servicios a los postores más altos, fueran franceses, ingleses o
estadunidenses, durante la guerra de Independencia. Después, mientras Beaumarchais
perseguía otras intrigas, Morande se relacionó con la policía de París desde su escondite en
Londres. A cambio de pagos cada vez más altos, los aconsejaba acerca de cómo lidiar con
otros expatriados franceses que intentaban seguir su ejemplo y hacerse ricos a fuerza de
extorsiones. Apoyada por el marqués de Castries en el Ministerio de Marina y el conde de
Vergennes en el Ministerio de Asuntos Exteriores, la policía envió a un agente secreto tras otro
para acallar a los libelistas, ya fuera mediante asesinatos, secuestros o sobornos. La misión
más importante la dirigió Receveur en 1783: así fue que su carrera se cruzó con la de
Morande, y surgió el material principal para Le Diable dans un bénitier.
FIGURA II.2. Una clave manuscrita en una copia privada de Le Diable dans un bénitier. La columna de la izquierda
muestra el número de página en que aparece el personaje. La siguiente columna contiene la versión encubierta del
nombre del personaje y la columna derecha enlista las identificaciones que realizó el lector del siglo XVIII (copia
privada).
El libro hacía parecer a Receveur igualmente satánico pero mucho más siniestro, y al
realizar el esbozo de su vida daba bastante información acerca del tráfico internacional de
libelos. Contaba el libro que Receveur era de orígenes humildes —provenía de las clases
trabajadoras de París— y se había elevado a la cumbre de la villanía al llegar a ser el matón
principal de la policía en sus intentos por acabar con cualquier remedo de libertad de prensa.
Aunque nunca logró dominar ni la lectura ni la escritura, mostró una disposición precoz a la
violencia. Cuando todavía era un niño se juntó con espías y acompañaba gustoso a los
secuaces de la policía cuando éstos arrastraban a sus víctimas a prisión. Cortejó a la hija de
un verdugo con la esperanza de adquirir el oficio de su suegro, pero su propio padre, un
honesto fabricante de carruajes con nociones convencionales sobre el honor familiar, impidió
la unión. Receveur entonces se enlistó en el ejército. Cuando estaba apostado en el extranjero
por primera vez conoció a un expatriado, a quien atrajo con engaños a París, lo culpó de un
crimen literario inexistente y lo llevó a morir torturado en la rueda. Esta hazaña fue el inicio
de una gloriosa carrera como agente encubierto de la policía: 20 años de espionaje, de
crímenes inducidos, lettres de cachet, ahorcamientos y torturas a sus víctimas en Bicêtre y la
Bastilla, coronados al final por la Croix de St. Louis como recompensa por sus servicios al
rey.
Después de dominar las artes del despotismo, Receveur —el monstruoso Receveur que
aparece en Le Diable dans un bénitier— se embarcó en dos misiones que convergieron en la
misión de 1783 en Londres. En 1781 siguió la pista de una gran colección de libelos inéditos
—ataques contra la princesa de Guémenée, la duquesa de Bouillon y otros personajes
eminentes, acompañados con grabados y chantajes— hasta Ámsterdam. Después de hacer una
redada en una imprenta con ayuda de las autoridades holandesas, descubrió información que lo
llevaba al origen de los libelos: dos hombres en París que colaboraron desde extremos
opuestos de Grub Street, uno desde el lado panfletario y otro desde el lado policiaco. El
gacetillero era Louis de Launay, un doctor en bancarrota convertido en periodista que comenzó
a escribir libelos después del colapso de la Gazette anglo-américaine que editaba en
Maastricht. (Su propietario, Samuel Swinton, también publicaba un periódico similar, el
Courrier de l’Europe, que fungía como un centro de actividad para los libelistas en Londres.)
El agente de la policía era Jean-Claude Jacquet de la Douay, un inspector a cargo del
comercio de libros extranjeros, que había comisionado uno de los libelos para poder
organizar su confiscación, y así recibir el dinero de la extorsión y al mismo tiempo
impresionar a sus superiores con su determinación para hacer cumplir la ley. Armado con esta
información, Receveur se apresuró para regresar a París, arrestó a los dos hombres y
probablemente los torturó hasta matarlos en un calabozo. El autor de Le Diable sólo podía
especular sobre el destino de ambos: De Launay, creía, había sido estrangulado en la Bastilla;
no sabía qué fue de Jacquet, aunque tenía una explicación para el misterio que rodeaba a su
desaparición. Un Tercer Hombre, identificado únicamente como el “dueño” de un alijo de esos
mismos libelos en Londres, había colaborado también con Jacquet y había amenazado con que
publicaría todo el material si se enteraba de que Jacquet había sufrido algún daño.
De hecho, desde una dirección que no podía ser rastreada, este ominoso Tercer Hombre
(que era sospechosamente parecido al autor anónimo de Le Diable) comenzó a extorsionar y
lanzar amenazas de que los publicaría. Estas exigencias fueron transmitidas a las autoridades
francesas por un librero expatriado llamado Boissière. Su tienda en la calle St. James vendía
todo tipo de literatura francesa, principalmente libelos, y servía como punto de reunión de
libelistas. La situación parecía ser lo suficientemente seria para que la policía francesa
mudara el teatro principal de sus operaciones, de los Países Bajos a Inglaterra, y enviara a una
serie de agentes encubiertos para investigarla. Según se describe en Le Diable, los agentes
formaban un grupo variopinto. Ataviados con toda suerte de disfraces improbables y perplejos
porque ninguno de ellos podía hablar el idioma, nunca comprendieron las costumbres de los
nativos, en especial esas extrañas instituciones como el habeas corpus, los juicios con jurado
y la libertad de prensa.
Primero arribó Louis Valentin de Goesman, conocido adversario de Beaumarchais durante
su famoso juicio ante la Corte de Maupeou, que fue sustituida por el Parlamento de París
cuando Luis XVI restituyó los antiguos parlamentos en 1774. Goesman se presentó en la
librería de Boissière como el barón de Thurne, un noble alsaciano, y participó en una serie de
barrocas intrigas que a fin de cuentas desembocaron en la supresión de una de las obras de la
colección de Jacquet, Les Amours de Charlot et Toinette (un poema-panfleto acerca de la
impotencia de Luis XVI, la libido exaltada de la reina y una supuesta relación entre ella y el
conde de Artois, ilustrada ampliamente con grabados obscenos), por 17 400 libras. Con todo,
tan pronto como pagó ese libelo, Goesman anunció que otros estaban en prensa. Aseguró que
podía destruirlos gracias a las excelentes relaciones que había entablado con Boissière, pero
eso costaría mucho más, y el prospecto de una infinidad de libelos y gastos sin fin convenció a
las autoridades francesas de la necesidad de un nuevo agente secreto.
Eligieron a Alexis d’Anouilh, un policía espía que asediaba a la escoria de París, y lo
enviaron a investigar a Goesman y a sus libelistas. Después de visitar los antros de apuestas y
los burdeles de Londres —al contar sus aventuras, Le Diable dans un bénitier destacaba su
afición por un ambiente que también frecuentaba en París—, d’Anouilh hizo contacto con
Richard Sheridan, el dramaturgo que se había unido al gobierno como subsecretario de Estado
para Asuntos Exteriores y quien esperaba usar su posición para ensanchar su cartera. Al
principio parecía que un soborno bien colocado convencería a Sheridan de deportar a un
grupo de expatriados franceses acusándolos de difamación. Pero después de investigar más,
quedó claro que la ley de libelo británica no se aplicaba para ofensas cometidas en contra de
extranjeros. De Anouilh se embarcó entonces en un proyecto más ambicioso: con la ayuda de
Sheridan habría de modificar la ley; sólo era necesario movilizar a una mayoría en el
Parlamento y ofrecer sobornos a una escala mucho mayor de la que anticipaba. Había gastado
ya los 5 000 luises que le otorgó el Ministerio de Marina, que estaba patrocinando su
expedición junto con la policía de París. Así que regresó a París con una petición de varios
miles de luises más. De Castries, el ministro de Marina, escuchó la historia de De Anouilh y
de inmediato lo encerró en la Bastilla, donde Receveur lo torturó hasta que confesó que se
había embolsado la mayor parte del dinero.
¿A quién mandar después? Receveur era la opción evidente. Es verdad que no sabía una
palabra de inglés y apenas podía escribir en francés, pero era alguien en quien se podía
confiar. Ya había capturado a docenas de gacetilleros, y podía investigar tanto las tramas de
d’Anouilh como las de Goesman, así como a los expatriados que investigaba Goesman.
Receveur también viajó como un falso barón, acompañado por una comitiva de asistentes,
entre los que iba Ange Goudar, el autor de L’Espion chinois, que hablaba inglés con fluidez y,
según la policía, habría de ser un excelente espía. Así fue que Receveur —todo esto según la
narrativa picaresca de Le Diable dans un bénitier—, ataviado como “le baron de Livermont”,
estableció su base en Jermyn Street y lanzó una campaña para exterminar a los libelistas en
Londres.
Las maniobras de Receveur, combinadas con las de Morande, servían como el tema
principal para Le Diable dans un bénitier. La historia daba tantas vueltas y giros que era
difícil de seguir, pero le daba al lector un recuento completo de las tácticas empleadas por la
policía secreta. Eran básicamente tres. La primera: force majeure. Receveur llegó armado con
todas las herramientas de su oficio: esposas, cadenas e incluso, se decía, un carruaje con un
compartimento secreto suficientemente grande para ocultar a una víctima atada. Su equipo de
apoyo incluía a un matón llamado Humbert, que podía someter a cualquier autor y amordazarlo
para enviarlo hasta la Bastilla, donde la tortura y los interrogatorios descubrirían toda su red
de cómplices. Sin embargo, Londres estaba lleno de autores franceses andrajosos. ¿Quién de
entre ellos había producido la última ronda de libelos? ¿Quién era el Tercer Hombre a cargo
del inventario de manuscritos difamatorios de Jacquet? Cuando Humbert se presentó en la
Grobetty Tavern, un famoso abrevadero para los expatriados, éstos huyeron aterrados. Poco
tiempo después comenzaron a distribuir un folleto en las calles.
Lo escribieron en inglés pero, para beneficio del público lector al otro lado del Canal,
aparecía en francés en las páginas de Le Diable dans un bénitier.
UNA CAMPANA DE ALARMA
contra
LOS ESPÍAS FRANCESES
y
UNA ADVERTENCIA,
Especialmente para los Extranjeros que no están de acuerdo con
ser encerrados en la Bastilla.
El Espíritu libre y valiente de los Britanos se alza contra dos desesperadas Pandillas de Espías Franceses y sus
Confederados, algunos alojados en la Ciudad, y otros cerca de St. James, y que están en constante Vigilancia (Día y
Noche), equipados con Mordazas, Esposas y Dagas, para confiscar y transportar a París, ya sea vivos o muertos, a los
Autores o Editores de los tres Panfletos siguientes:
Les Passe-temps d’Antoinette, avec figures.
Les Amours et Avantures du Vizir Vergen***.
Les Petits-Soupers et les Nuits de l’Hôtel-Bouill**.
Se reporta que los dos primeros se están imprimiendo en Londres y el último, impreso en Bouillon, está a la Venta en
la calle St. James, Haymarket y la calle New-Bond.
Para ejecutar su diabólico Propósito, dos Carruajes, construidos para sus Planes, están preparados, cerca de la calle
Duke, con Cajas dentro para ocultar a dos o tres Hombres: también Caballos frescos en distintas Partes del Camino, y un
Paquebote Francés listo para enviarlos a Francia.
***El Jefe de los ESPÍAS antes mencionados es el tristemente famoso y despiadado R-CEVEUR (penosamente
condecorado con la Cruz de St. Louis), enviado aquí hace diez Años para el mismo Asunto infame, y posteriormente
expuesto en los Diarios Públicos; ahora vive cobijado bajo un Título ficticio, a menos de cien Millas de las calles Jermyn y
Bury.
Este golpe de publicidad puso fin al peligro de ser secuestrado o asesinado porque en el
Londres de 1783 todavía bullía la hostilidad contra Francia y todavía podía explotar
violentamente como lo había hecho durante los disturbios conocidos como los Gordon Riots*
de 1780. Como lo decía el folleto, Morande había incitado a un grupo de gente a expulsar a un
destacamento de la policía francesa, incluyendo a Receveur, quien había intentado secuestrarlo
en 1774.4 Los agentes secretos franceses podían ser ejecutados por ser espías antes del 3 de
septiembre de 1783, cuando el Tratado de Versalles puso fin formalmente a las hostilidades
entre Francia e Inglaterra. Le Diable dans un bénitier apunta que ahorcaron a un agente,
François Henry de La Motte, en 1781. Al narrar la misión de Receveur en 1783, subrayaba
que la policía francesa pronto se enfrentó al peligro de terminar despedazada por una turba
indignada de impresores aprendices, “rectos defensores de la libertad de prensa”.5 El folleto
entonces obligó a Receveur a replegarse a su departamento en la calle Jermyn, y al mismo
tiempo les dio más publicidad a tres libelos que estaban a punto de publicarse.
Según Le Diable dans un bénitier, Receveur, aconsejado por Morande y por Moustier en
la embajada francesa, recurrió a un segundo ángulo de ataque. Comisionó a un abogado inglés
para que preparara un reporte acerca de la factibilidad de acusar a los libelistas de
difamación en una corte inglesa. También intentó continuar los esfuerzos de d’Anouilh por
superar las barreras legales al conspirar para que el Parlamento aprobara un estatuto especial.
Pero Sheridan se rehusó a cooperar, y el reporte, publicado en parte en Le Diable dans un
bénitier, sólo confirmó la santidad de esa peculiar institución británica: la libertad de prensa.
FIGURA II.3. Un folleto distribuido en Londres por los libelistas franceses en el que se advertía acerca de la amenaza de
la policía parisina. De una copia original en un envío del conde de Moustier, el plenipotenciario francés en Londres,
al conde de Vergennes, el ministro francés del Exterior, fechado el 7 de abril de 1783. Archivos del Ministerio de
Asuntos Exteriores de Francia, correspondence politique, Angleterre, ms. 539.
Ante el fracaso para conseguir la cooperación de las autoridades británicas, Receveur
tenía una última opción: la negociación. Aquí la dificultad principal derivaba del colapso de
una ronda previa de negociaciones acerca de un libelo clave anunciado en el folleto: Les
Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouill-n: Lettre de milord comte de ****** à milord
****** au sujet des récréations de M. de C-stri-s ou de la danse de l’ours; anecdote
singulière d’un cocher qui s’est pendu à l’hôtel Bouill-n, le 31 décembre 1778 à l’occasion
de la danse de l’ours [Las cenas y noches íntimas del Hôtel Bouill-n: Carta del lord conde
de****** a lord ****** acerca de las recreaciones de M. de C-stri-s, o el baile del oso; una
anécdota singular acerca de un cochero que se colgó en el Hôtel Bouill-n el 31 de diciembre
de 1778 en el evento del baile del oso], publicado en 1783. Como lo sugiere el subtítulo,
típicamente provocador, esta obra pretendía revelar el escandaloso affair entre la princesa de
Bouillon y Charles Eugène Gabriel, marqués de Castries, el ministro de Marina. Le Diable
dans un bénitier detallaba las intrigas alrededor de la publicación de Les Petits Soupers y
recapitulaba su trama con tanto detalle que el texto se convertía en un libelo dentro de un
libelo.
De acuerdo con el resumen de la trama, que se parecía mucho al original, De Castries
desvió grandes cantidades de dinero de su ministerio para pagar las deudas de juego de la
princesa y después se vio inmiscuido en una orgía que incluía a los sirvientes de la dama,
principalmente a un cochero a quien se descubrió latigueando a un sacerdote. El sacerdote, un
hermano particularmente velludo de la orden teatina llamado Fortuné, había estado
entreteniendo a De Castries y a la princesa retozando desnudo con una mucama entrada en
años: por eso la referencia al “baile del oso”. La escena sucedió en privado, pero el cochero,
que pensaba que tenía acceso exclusivo al lecho de la mucama, halló a Fortuné en ella. En un
ataque de ira, atacó a Fortuné con su látigo, lo obligó a correr a la calle e hizo tanto escándalo
que la ronda de vigilancia nocturna intervino. El bullicio hizo que la princesa temiera que su
vida sexual —una serie de desenfrenos que sólo conocían sus parejas, sus sirvientes y, como
después se sabría, el libelista anónimo— pudiera terminar expuesta al público. Para acallar
las cosas, amenazó con enviar al cochero a la prisión de Bicêtre; para él, un destino peor que
la muerte, por lo que optó por ahorcarse con su látigo.
Le Diable dans un bénitier resumía Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon de
tal forma que parecía sugerir que provenían de la misma fuente. Más adelante daba un reporte
sospechosamente bien informado de los intentos por usar Les Petits Soupers para extorsionar
a la princesa. Revelaba que, después de recibir cartas de amenaza, ella logró convencer a De
Castries para que autorizara las negociaciones con el libelista anónimo a través del
intermediario de Boissière. El gobierno francés estaba dispuesto a pagar 150 luises de oro (3
600 libras de Tours) para la supresión del libro, pero el autor exigía más de lo que éste quería
pagar: 175 luises (4 200 libras). Así que Les Petits Soupers salió a la venta, y el autor de Le
Diable informó a sus lectores que aún podía adquirirse en la librería de Boissière. ¿Acaso la
misma persona escribió los dos libros?
Un estudio puntual de los textos confirmaría esa conclusión, pero el trabajo detectivesco
de Receveur, según lo escrito en Le Diable, no involucraba el análisis literario. Apenas podía
leer francés y no hablaba una palabra de inglés, por lo que dependía de Morande. En su papel
como decano de los libelistas, Morande conocía todos los trucos y a todos los timadores de
las Grub Streets de ambas capitales. Y, después de iniciarse en la división secreta de la
policía de París en Londres, estaba dispuesto a compartir sus conocimientos. Le Diable lo
describía dando un informe a Receveur en la trastienda de una taberna londinense, la Dog and
Duck.6 Hablaron de emboscadas y de lettres de cachet, compararon los logros de sus pasados
como villanos (Receveur presumió haber arrestado a 4 000 hombres, de los cuales decía
haber torturado en la rueda a una tercera parte), bebieron varias botellas de vino “con cargo al
Ministerio de Asuntos Exteriores”,7 como escribían burlonamente, se abrazaron y se
despidieron como amigos, unidos por su compromiso común de suprimir la libertad de
expresión. Sin embargo, Morande conservó algunas de sus conexiones secretas con su antiguo
negocio de extorsiones. En lugar de llevar a Receveur al origen de esos libelos, lo encaminó
en varias investigaciones inútiles, o por lo menos eso cuenta la historia en Le Diable dans un
bénitier, y, como se mencionará más adelante, todos sus detalles esenciales pueden ser
confirmados a través de documentos en el Ministerio francés de Asuntos Exteriores.
Estas pesquisas lo llevaron por un laberinto de tabernas, cafés y trastiendas donde
Receveur y sus hombres se veían las caras con expatriados de todo tipo. Su objetivo era
capturar dos libelos más —Les Passe-temps d’Antoinette y Les Amours du vizir de Vergennes
— que provenían del inventario que tenía el Tercer Hombre y que, según las notas de
extorsión de Francia entregadas a Receveur, estaban por ser publicados después de Les Petits
Soupers de l’Hôtel Bouillon. Para descubrir al autor de las notas, Receveur ordenó a sus
hombres que recolectaran muestras de la letra de cada sospechoso que encontraran, pero
emprendieron esta tarea de una manera tan torpe que se empezó a correr la voz a través de la
colonia francesa. Uno de los aventureros franceses compuso una carta y la vendió a un agente
encubierto como evidencia en contra de otro expatriado, a quien denunció con la esperanza de
cobrar la recompensa. Sin embargo, el expatriado señalado se libró de la acusación al pedir
con toda osadía una audiencia con Receveur y escribir en su presencia la carta con una letra
completamente distinta. Después de acceder al campo enemigo de esta manera, ofreció ser
intermediario en las negociaciones para impedir la aparición de otro libelo más, uno que él
mismo anunció y luego fabricó uniendo retazos de material tomado de otras publicaciones.
Después de varias semanas de estar persiguiendo pistas falsas, Receveur finalmente entró
a la tienda de Boissière, se presentó como el barón de Livermont y pidió entrar en
negociaciones para la supresión de libelos. Boissière, sin embargo, ya estaba negociando con
Goesman en su papel de barón de Thurne. Dos falsos barones fueron más de lo que Boissière
podía manejar. En adelante también declinó todas las invitaciones que le enviaba la embajada
francesa por temor a ser secuestrado. Así que el tiempo pasó y la policía parisina andaba en
círculos sin llegar a ningún lado. Para julio de 1783 un nuevo embajador, el conde de
Adhémar, remplazó a Moustier y recomendó abandonar todas las negociaciones con los
libelistas. Argumentaba que sólo incentivarían la producción de más libelos, y al final
Receveur tuvo que estar de acuerdo. Cuando por fin se dio cuenta de que Morande había
colaborado con la banda de rufianes que lo llevaron tras pistas falsas, empacó sus
implementos de tortura y navegó hacia Francia, maldiciendo la tierra de la libertad: “Tierra
maldita, perra de la libertad, gente que odia la autoridad de los reyes y de los inspectores de
policía, he enfrentado los peligros más grandes en su suelo; sus leyes han manchados mis
laureles… pero no importa, recibo mi revancha adecuada, ingleses crueles, porque les dejo a
Morande”.8
Le Diable dans un bénitier termina en ese tono. Trata a la misión de Receveur como un
intento no sólo por suprimir el escándalo sino también por destruir la libertad de prensa.
Presenta su alianza con Morande como una conspiración que buscaba crear un Estado
policiaco al estilo francés en una tierra de libertad, y hace que los libelistas parezcan héroes
en la lucha general por defender “los derechos de la humanidad”, “los derechos del hombre”,
“los derechos sagrados de la naturaleza” y los principios representados por la revolución
estadunidense.9 Es cierto que no menciona a la mayoría de los libelistas por nombre y no niega
que sus tratados generalmente incluían materiales desagradables o que jugaban sucio, incluso
entre ellos, pero el radicalismo general de su mensaje resalta claramente. Al igual que Le
Gazetier cuirassé, perpetuaba la mítica imagen de Francia como una tierra de despotismo, e
incluso iba más lejos que Morande al amontonar ofensas contra “el imbécil de Luis XV”,10 así
como contra sus malvados ministros y sus sucesores en el reinado de Luis XVI.
Sin embargo, la ideología radical —expresada en estallidos ocasionales de indignación—
curiosamente contrasta con el tono de escarnio y mofa que permea al libro y que también tiene
un poco de afinidad con la retórica sardónica de Le Gazetier cuirassé. Le Diable dans un
bénitier trata a la policía como un grupo de payasos. Según sus descripciones, los espías y
agentes secretos tropiezan y chocan entre ellos con sus absurdos disfraces, echando a perder
todos sus intentos por dar con los villanos. Explicaba que en París podían simplemente
mostrar una carta con órdenes de encarcelamiento o destierro provista con el sello real (lettre
de cachet) y enjaular a sus víctimas en la Bastilla. En Londres, en cambio, tenían que lidiar
con instituciones extranjeras —un sistema judicial con jurados, una prensa sin censores—, y
trabajar entre gente extraña que sentía un desconcertante amor por la libertad. Sus intentos
torpes por defender la causa del despotismo los hacía verse ridículos, y este ridículo con
frecuencia parecía ser cosechado por puro gusto, simplemente para entretener o escandalizar a
los lectores. El libro difamaba gratuitamente a algunas figuras, como a la princesa de
Bouillon, sin que hubiera ninguna conexión con los altos principios de los que era partidario.
De hecho, daba a entender que había más escándalos y más libelos esperando ser impresos,
como si estuviera abriendo la posibilidad de una nueva extorsión y de las consiguientes
negociaciones. El autor anónimo parecía estar hablando a nombre del “depositario” o el
Tercer Hombre en el grupo de libelistas de Jacquet;11 el libro mismo se lee como un libelo,
pero uno con un nuevo giro, porque hacía de la policía —junto con algunos altos personajes
como Moustier, De Castries y Vergennes— el objeto de sus habladurías. Les quitaba el velo a
sus actividades y ofrecía a los lectores un sensacional desenmascaramiento de los
sinvergüenzas y de las conspiraciones del lado policiaco de la Grub Street. Libelo sobre la
difamación, estaba situado firmemente en el mundo de los libelistas. Escondía sus identidades,
claro, y sesgaba la narrativa para que parecieran unos paladines de la libertad esquivando a
los pérfidos agentes del despotismo, pero revelaba mucho acerca de su entorno. De toda la
literatura efímera del Antiguo Régimen, Le Diable dans un bénitier es la fuente de
información más valiosa sobre la historia de la calumnia. De hecho es tan importante para el
entendimiento general de la difamación que suscita nuevas preguntas: ¿cuáles fueron las
circunstancias de su publicación?, ¿quién lo escribió?, ¿quiénes eran los socios del autor
dentro de la extraordinaria colonia de expatriados franceses en Londres? Para responder estas
preguntas uno debe consultar una tercera obra sobre los libelistas de Londres: La Police de
Paris dévoilée.
1
Marqués de Pelleport, Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, París,
1783, pp. 84-85.
2
“Diable” en Pierre Larousse, Grand Dictionnaire universel du XIXe siecle, París, 1866, y Alain Rey y Sophie Chantreau,
Dictionnaire des expressions et locutions, París, 1989, p. 406. El texto de Le Diable dans un bénitier no explica a qué
personaje se refiere el título; el diablo podría haber sido Morande. Sin embargo, es poco probable, porque el relato destaca la
manera en que Receveur fue vencido por sus pretendidas víctimas entre los libelistas.
3
Pelleport, Le Diable dans un bénitier…, op. cit., p. 36.
*
Motines de corte antipapal y sesgo xenofóbico encabezados por lord Gordon en 1780. [T.]
4
Según una versión de este incidente en Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en
France, Londres, 1771-1789, en una entrada fechada el 5 de febrero de 1774, los londinenses casi masacraron a los agentes
secretos de la policía parisina: “L’exempt Receveur en a eu une telle frayeur qu’il est encore fou” [“Quien salió exceptuado,
Receveur, sufrió tal espanto que aún sigue enloquecido”]. Dado que hay tantas ediciones mutuamente incompatibles de
Mémoires secrets, las citas convencionalmente sólo indican la fecha de la entrada, no el volumen ni las páginas.
5
Pelleport, Le Diable dans un bénitier…, op. cit., p. 100.
6
Esta taberna, fundada en 1723, todavía existe en la calle Great Russell, frente al Museo Británico.
7
Pelleport, Le Diable dans un bénitier…, op. cit., p. 106.
8
Ibid., pp. 158-159.
9
Ibid., pp. 5-6, 10-11, 52.
10
Ibid., pp. 31, 37, 40.
11
ibid., pp. 59-60, 119-122.
III. LA POLICÍA DE PARÍS AL DESCUBIERTO
COMO lo anunciaba su título, La Police de Paris dévoilée [La policía de París al descubierto]
deleitaba al lector con otro desenmascaramiento de las fechorías de la policía de París. Su
frontispicio (fig. 3) muestra a dos agentes de policía acarreando a una víctima esposada a la
Bastilla, que se aprecia al fondo con aire amenazador. En primer plano, otra víctima del
despotismo duerme encadenada sobre un montón de paja, como si se hallara en una celda de la
Bastilla, y un asesino parecido a Medusa se prepara para hundir una daga en el pecho del
prisionero. Las ropas antiguas de las dos figuras principales dejan entrever su carácter
simbólico: la Inocencia o la Verdad está por ser aniquilada a manos de la Maldad o la Tiranía,
que acaba de quitarse la máscara. Este desenmascaramiento hace eco de otra revelación en la
parte superior: un ángel vengador revela la maldad que anida allá abajo al jalar una cortina
que la mantenía oculta e iluminar la escena con la luz de su antorcha. El autor, Pierre Manuel,
probablemente pretendía equipararse con la diseminación de la llama, porque puso su nombre
en mayúsculas debajo del portador de la antorcha, y aparece a lo largo del texto como un
adalid de la iluminación, manifestada en forma de “publicidad”: es decir, la exhibición del
despotismo a través de la palabra impresa.1
El epígrafe impreso en la portada destaca este tema: “La publicidad es la salvaguarda de
las leyes y la moral”, una declaración escrita por el mismo Manuel en francés sencillo y un
distanciamiento del tipo de epígrafes utilizados en la mayoría de las demás obras, que
preferían usar citas de autores clásicos. Manuel ubicó su nombre de manera prominente bajo
el título y se identificó a sí mismo como “uno de los administradores de 1789”, es decir, como
un oficial electo de la Comuna revolucionaria de París. También daba el nombre y la
dirección de su impresor, J. B. Garnery, junto con la fecha de publicación: “el segundo año de
la libertad”, o 1790. Todo en este libro proclamaba que su talante era producto de la
Revolución. Incluso el diseño de la portada rompía con los antiguos modelos del Antiguo
Régimen. En lugar de un título y un subtítulo farragosos, llenos de alusiones crípticas y
complicadas aglomeraciones de tipos, reducía su mensaje al mínimo: declaraciones simples y
cortas, destacadas por muchos espacios en blanco. Si uno fuera a hacer una analogía con la
pintura, el diseño de la portada recuerda más a David que a Boucher. Y sin importar las
afinidades estéticas que tuviera, la política del libro resaltaba desde su primera página, una
dedicatoria a los miembros del Club de los Jacobinos.
FIGURA III.1. La Police de Paris dévoilée, portada (copia privada).
Manuel explicaba, dirigiéndose a sus hermanos militantes, que pretendía promover la
libertad bajo el nuevo régimen al revelar lo horrible que había sido ser reprimidos durante el
régimen anterior. Después de su elección para la Comuna, había tomado las riendas del
departamento dentro del gobierno municipal encargado de vigilar el comercio de libros. Al
contrario de sus predecesores, insistía, no encarceló autores ni embodegó libros. En cambio,
hizo todo lo posible por promover la libertad de prensa, y utilizó su puesto para reunir
material de los archivos de la antigua policía con el fin de publicar una denuncia completa de
sus abusos de poder. Sus mayores crímenes, perpetrados gracias al uso indiscriminado de
espías, lettres de cachet y de la Bastilla, tenían que ver con el silenciamiento de la opinión
pública. Manuel, entonces, dedicó gran parte de sus dos volúmenes a revelar el arresto de
autores y la confiscación de libros; aderezaba su narrativa con extractos de los archivos
policiacos. La operación encubierta en Londres lo proveyó del material más escandaloso, así
que lo destacó de manera prominente en varias secciones: “La vigilancia de los libelos”, “La
vigilancia de espías”, “La vigilancia de las prisiones” y “La vigilancia de los más notables
refugiados franceses en Londres”.
Así pues, en cierto sentido La Police de Paris dévoilée era una continuación de Le Diable
dans un bénitier. Repasaba los mismos episodios, los documentaba con el material de archivo
que, según garantizaba Manuel, era veraz, y revelaba su desenlace: una sucesión de intrigas
barrocas que incluía a la colonia entera de libelistas y terminaba con la captura del autor
anónimo de Le Diable. Manuel lo identificaba como Anne-Gédéon Lafitte, marqués de
Pelleport y toda una fichita, según los reportes reunidos por la policía. Lo retrataban como un
bueno para nada que había sido dado de baja de dos regimientos y encarcelado varias veces a
petición de su propia familia por “atrocidades contra el honor”.2 Después de una temporada
como maestro en Suiza, donde se casó con una empleada doméstica y tuvo varios hijos,
abandonó a su familia y se enfiló hacia Inglaterra. Vivía precariamente en Londres como tutor
y traductor hasta que, inspirado por el ejemplo de Morande, intentó hacerse rico a través de la
difamación y la extorsión. Su primer intento, Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel
Bouillon, fracasó, como lo cuenta precisamente Le Diable dans un bénitier, porque exigía 175
luises a cambio de su supresión y los franceses se negaron a dar más de 150. Durante las
negociaciones, Pelleport se escondía tras de Boissière, quien actuó como intermediario y
pretendía no saber nada acerca del origen de los libelos, aunque la policía sospechaba que él
los había comisionado. Después, Pelleport anunció, a través de Boissière, la publicación
inminente de dos obras más escandalosas aún, Les Passe-temps d’Antoinette (también
conocida como Les Amusements d’Antoinette) y Les Amours du vizir de Vergennes. Ambas
parecían derivar del inventario de libelos acumulados por Jacquet de la Douay, el inspector de
policía vuelto impresor clandestino. Dado que difamaban a la reina y al ministro del Exterior,
el gobierno despachó a su agente más confiable, Receveur, a perseguirlos. Estaba facultado
para secuestrar o sobornar a su autor, y se le encomendó investigar al otro agente secreto del
gobierno, Goesman, disfrazado de barón de Thurne, quien había comenzado a negociar con
Boissière la supresión de Les Passe-temps d’Antoinette, pero había logrado tan poco que la
policía comenzaba a sospechar que era colaborador de Boissière. Receveur no logró penetrar
en todas estas intrigas por las razones explicadas en Le Diable dans un bénitier, y el resultado
de su fracaso fue precisamente Le Diable, es decir, otro libelo escrito por Pelleport y vendido
por Boissière que exhibía todas las maquinaciones de la policía de París en Londres.
La historia, como tantas otras, terminó en la Bastilla. Después de hacerse de las pruebas
de Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon, Moran-de identificó la caligrafía de
Pelleport y lo denunció a la policía. Lo atrajeron a Boulogne-sur-Mer, lo capturaron y lo
encerraron en la Bastilla el 11 de julio de 1784. Al día siguiente encarcelaron a su amigo
cercano Jacques Pierre Brissot de Warville, el futuro líder de los girondino durante la
Revolución francesa. Brissot se había unido a los expatriados en Londres donde intentó formar
un club filosófico, o “Licée”, y subsistir mediante el periodismo. No obstante, sus proyectos
amenazaban con hundirse en la bancarrota, y cuando viajó a París para recaudar más dinero la
policía lo arrestó bajo sospecha de ser colaborador de Pelleport, quizá incluso porque
Pelleport mismo lo incriminó durante un interrogatorio en la Bastilla.
Al relatar el destino de estos dos prisioneros, La Police de Paris dévoilée presentaba a
Brissot como un inocente sin conexión con la industria del libelo. En efecto, aparece como la
encarnación de la virtud, a diferencia de Pelleport y el resto de los réprobos de la colonia
francesa en Londres.3 Sin embargo, esa versión puede estar sesgada, porque para 1790 Manuel
había estrechado relación con Brissot. Eran aliados políticos que seguían caminos paralelos a
lo largo de la Revolución: de la agitación temprana en París al periodo girondino en el poder
y, al final, en la guillotina.4 En otro libro, La Bastille dévoilée, que contenía extractos de los
expedientes de prisioneros en la Bastilla, Manuel explicaba que en lugar de publicar el
expediente de Brissot pidió a éste escribir su propia versión de su embastillement. Brissot
escribió que nunca tuvo nada que ver con la publicación de libelos: “El verdadero motivo de
mi detención fue el celo con el que en todo momento y en todos mis escritos he defendido los
principios que hoy triunfan”.5 Pelleport no recibió un trato tan benévolo. La Bastille dévoilée
lo describía como el principal libelista en Londres después de la deserción de Morande: “El
registro de sus interrogatorios podría servir como un catálogo de todos los panfletos que han
aparecido durante los últimos seis años. Se sospecha que él los compuso todos”.6 Sea cual sea
el alcance de la colaboración entre ambos, Brissot se defendió con mayor eficacia que
Pelleport durante sus interrogatorios en la Bastilla. La policía lo dejó libre después de cuatro
meses, mientras que a Pelleport lo dejaron encerrado por más de cuatro años: hasta la muerte
de Vergennes, quien había emitido la orden de arresto en su contra, y la designación en 1788
de un secretario de Estado menos hostil a cargo de los asuntos parisinos, Laurent de
Villedeuil.
La Police de Paris dévoilée se concentraba en la policía en vez de en sus víctimas, pero
las vidas de los libelistas, según aparecían en los archivos policiacos, eran tan buen material
que Manuel les dedicó mucho espacio. Pelleport y Morande fueron los que ameritaron las
notas biográficas más completas, pero el libro hacía un recuento de la población completa de
expatriados franceses e incluía amplios reportes de los espías de la policía —todos
transcritos, por insistencia de Manuel, sin la menor alteración—. Sea que hayan sido precisos
o no, los reportes pintan un cuadro muy vívido del ambiente general en el que habitaban los
libelistas. Sugieren incluso el patrón de una subcultura en particular: el inicio de la bohème.
De acuerdo con los espías policiacos, los libelistas se congregaban en “barriadas y cafés
del nivel más bajo”: tabernas baratas como el table d’hôte en Grobetty o cafeterías como el
Café de Stangter y el Café d’Orange, “donde todos los refugiados franceses en Londres se
reúnen a perorar en contra de Francia”.7 Naturalmente los expatriados gravitaban en torno a la
librería de Boissière en la calle St. James, donde podían hallar todo el catálogo de obras
francesas, especialmente los libelos más recientes. El archivo policial sobre Boissière
indicaba que venía de Ginebra y que había desperdiciado su juventud juntándose con
aventureros internacionales. Mientras era lacayo en Lubeck se involucró en una operación de
apuestas y fue llevado a juicio por robo, pero libró la pena por falta de evidencia. Probó
entonces con la industria de los libros en Londres y convirtió su tienda en un negocio “cuyo
principal comercio era comisionar libelos a desgraciados hambrientos y después negociar su
supresión”.8 Los expatriados también se reunían en las oficinas del Courrier de l’Europe, el
periódico de lengua francesa especializado en noticias británicas y asuntos estadunidenses. Lo
publicaba Samuel Swinton, el empresario escocés que también fundó la Gazette anglofrançaise de Maastricht, que duró poco y era editada por De Launay antes de que éste se
convirtiera en libelista y desapareciera en la Bastilla. El editor del Courrier de l’Europe era
Antoine Joseph de Serres de La Tour, quien también era dueño de una tercera parte del
periódico. La policía lo incluyó en sus archivos como alguien que “había dirigido intrigas
durante 20 años en las calles de París al hacerse pasar por el hijo de un comandante de
batallón del regimiento de Navarra”.9 Después de verse involucrado en una desastrosa
bancarrota, consiguió un puesto como secretario de un oficial administrativo, y más tarde huyó
a Londres con la esposa de su empleador.
Varios expatriados escribían para el Courrier, incluidos Brissot, que editaba la versión
censurada que se publicaba en Boulogne-sur-mer, y Morande, quien remplazó a Serres de La
Tour como editor de la edición londinense en 1784. Morande, claro, tenía su propio
expediente, que correspondía bastante bien con el recuento tendencioso de su carrera en Le
Diable dans un bénitier. La policía lo retrataba como el libelista más notorio y abusivo de
Londres, pero apuntaba que había cambiado de lealtades, renunciando a la difamación y la
extorsión para congraciarse con las autoridades francesas. Los colaboradores del Courrier
incluían también a dos aventureros de la misma calaña: Perkins MacMahon y John Goy.
MacMahon, un sacerdote católico irlandés excomulgado, nacido y criado en Francia, había
huido con una joven mujer de su parroquia en Ruan y se ganó la vida escribiendo crónicas
escandalosas de la Corte francesa para los periódicos ingleses y franceses. Goy dejó Francia
antes y pasó la mayor parte de su vida adulta en Inglaterra, siendo tutor y traductor en la
embajada francesa. Fue subeditor del Courrier, pero lo despidieron cuando entregó unos
documentos comprometedores a Receveur.
El periodismo, especialmente el de tipo francés publicado desde la relativa seguridad que
daban las ciudades extranjeras, daba empleo temporal a otros franceses que querían evitar la
Bastilla, y más aún la infame cárcel de Bicêtre (“prisionero fugado de Bicêtre” era uno de los
insultos más ofensivos en sus panfletos). El más conocido de entre éstos era Simon-NicolasHenri Linguet, quien se mudó a Londres con sus Annales politiques, civiles, et littéraires
después de salir de la Bastilla en 1782. Al tiempo que intentaba mantener vivo su periódico,
publicó sus Mémoires sur la Bastille (1783), el libro de mayor influencia entre los que
propagaron la imagen de una monarquía que había degenerado en despotismo. Linguet había
sido tratado favorablemente en Le Diable dans un bénitier, pero mantenía su distancia de casi
todos los demás expatriados. La policía se percató de que no sobresalía en Londres, y en
consecuencia él transfirió su base de operaciones a Bruselas en 1785. Los demás periodistas
eran oscuros gacetilleros que dividían su vida entre buhardillas y prisiones. Un tal señor
Maurice, quien vivía de trabajitos literarios en París —trabajo secretarial y censor para la
policía, artículos para la Gazette de France—, había buscado refugio en Londres después de
ser arrestado por su involucramiento en la bancarrota del príncipe de Guémenée. Según la
policía, se ganaba la vida principalmente como proxeneta de su esposa. Un tal señor SaintFlozel, quien se hacía llamar Lefebvre, había colaborado con el Journal encyclopédique de
Bouillon y trabajado como secretario en la embajada francesa en Coblentz hasta que fue
despedido por “fraudes”.10 Entonces unió fuerzas en Londres con un abate, Séchamp, quien
había huido de Francia para evitar ser arrestado por complicidad en el asesinato de un
comerciante acaudalado de Nantes. Intentaron lanzar una revista filosófico-filantrópica como
el Correspondance universelle sur ce qui intéresse le bonheur de l’homme et de la société
de Brissot, pero tuvieron que recurrir de nuevo al tráfico de libelos, o así le parecía a la
policía, que identificó a Séchamp como uno de los intermediarios en las negociaciones entre
Receveur, Boissière y Pelleport.
Receveur también cruzó caminos en Grub Street con muchos otros refugiados que reciben
pequeñas menciones en La Police de Paris dévoilée: un pulgoso barón de Navan que desertó
de su regimiento e intentó vender libelos tanto a Receveur como a Goesman; un tal caballero
Joubert, otro desertor, que acompañó a Pelleport a Londres, donde se contrató con Receveur y
después intentó engañarlo con evidencia falsa; un señor Doucet, que había huido de sus deudas
en Francia y de la prisión de deudores en Gante, y a quien Pelleport intentó contratar para que
copiara el manuscrito de Les Passe-temps d’Antoinette para poder venderlo a Receveur con
una caligrafía distinta a la de Pelleport; un caballero Echelin, antiguo proxeneta y espía de la
policía en el bajo mundo de los homosexuales parisinos, que había pasado siete años como
presidiario y espía en las prisiones de París y después se volvió espía en Londres, donde
ofreció sus servicios a Receveur pero fue rechazado por no ser confiable; un señor Lamblet,
un suizo que enseñaba idiomas en Londres y que se acercó a Pelleport, sólo para ser su
víctima cuando lo incriminó como el autor de Les Passe-temps d’Antoinette, y un señor
Belson, que se hacía pasar por doctor bajo el nombre de la Boucharderie y se involucró en las
intrigas de Goesman y Boissière mientras espiaba tanto para los ingleses como para los
franceses.
Ésta era la colección de gacetilleros que formaban el círculo de Pelleport y quienes
llevaron a la policía francesa a una animada persecución sin sentido por todo Londres, según
los documentos publicados en La Police de Paris dévoilée. Se ocultaban en círculos cercanos
compuestos por personajes igualmente dudosos y aún más oscuros. El “registro” de la policía,
como lo llamaba Manuel, incluía a 39 de ellos.11 Mostraba cómo sus caminos se cruzaban en
las distintas Grub Streets de Londres, y cómo sus vidas se entrelazaban en un submundo de
aventureros que coqueteaban con el desastre y acumulaban resentimientos contra el régimen
del que habían huido. Por ejemplo, a Dom Louis, un monje que había escapado con unas
medallas robadas de su abadía, la policía lo halló maquilando literatura sediciosa en un
departamento en Hampstead. Había escrito un tratado anticatólico, L’Enfer fermé et le paradis
ouvert à tous les hommes, y estaba trabajando intensamente en un ataque general contra la
monarquía francesa, Histoire des rois de France cités au tribunal de la raison. Un ex jesuita
y ex convicto llamado Delatouche era un caso similar: después de salir de la cárcel en Rennes
migró a La Haya, donde se casó con una prostituta, y luego se mudó a Londres, donde produjo
el Courrier de Londres, lleno de diatribas contra Francia. La Rochette, un geógrafo
expatriado, e Ipreville, un matemático emigrado, también disertaban contra todo lo francés
pero sólo verbalmente, como miembros de un “grupo de agitadores radicales que se reúnen en
la tienda de Boissière”.12 Más allá del margen de los “agitadores”, la policía ubicaba una
colección de verdaderos criminales que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por dinero.
Desertores del ejército, sacerdotes excomulgados, defraudadores en bancarrota, empleados
que huyeron con cajas de dinero, fugitivos acusados de robo y asesinato, apostadores y
embaucadores de toda estirpe, conformaban toda una galería de réprobos, y Manuel
probablemente esperaba que sus biografías resultaran lecturas amenas para un público ansioso
de conocer las revelaciones del turbio proceder del Antiguo Régimen. Pero ¿acaso las retocó
para que se vendieran?
Al presentar los reportes policiacos, Manuel insistía en que no cambió una sola palabra en
ellos.
Encontré notas acerca de ellos [los expatriados franceses en Londres], que reproduzco tal cual como las encontré.
Cualquiera que esté comprometido o haya sido acusado no puede quejarse de mí. Les estoy dando una oportunidad,
la cual no habrían tenido de otra manera, de exigir justicia o clemencia.
La policía nunca tuvo el derecho de juzgar a un ciudadano en secreto, pero cada ciudadano debe estar siempre
preparado para rendir cuentas por su vida al pueblo francés.13
Por lo que sugiere su tono defensivo, a Manuel quizá le preocupaba que tomaran su libro
como una crítica a los libelistas y no a la policía. Incluso podía considerársele un libelo.
Tenía muchas de las cualidades estilísticas del género: anécdotas cortas y sensacionalistas
acerca de personajes prominentes; alusiones juguetonas empleadas para atraer a los lectores;
nombres famosos medio ocultos con puntos suspensivos; escándalos que parecen relatados
sólo por el gusto de crear escándalo, sin ninguna relevancia para la narrativa general. Para ser
claros, nada sugiere que Manuel modificara los documentos que cita. Pero cuando no los cita
directamente, los parafrasea de tal forma que resalta lo que hay en ellos de impactante.
Prometía revelar los pecados de muchos “nobles poderosos y distinguidos” en su prefacio. Su
libro los exhibiría “justo como los hallé, con sus debilidades, vicios y crímenes”.14 Y cumplió
su palabra.
Grandes partes del libro consistían en puras anécdotas chismosas, comprimidas en uno o
dos enunciados y alineadas una junto a la otra, exactamente igual que las notas cortas y
sensacionalistas en Le Gazetier cuirassé. El formato derivaba en parte de sus fuentes, porque
la policía con frecuencia reescribía los reportes de sus espías en forma de una gaceta; se
trataba de su propia versión de los boletines manuscritos conocidos como nouvelles à la
main, que entregaban en Versalles para el deleite del rey y sus ministros. Pero Manuel no sólo
reimprimió el material extraído de los archivos policiacos: lo seleccionó y lo acomodó, como
había hecho Morande con las noticias que obtuvo de sus propias fuentes. La Police de Paris
dévoilée contenía grandes secciones dedicadas a las aventuras de curas en burdeles (30
páginas), la prostitución en general (48 páginas), casas de apuestas (14 páginas) y vicios
varios (144 páginas, principalmente de anécdotas impactantes o entretenidas sobre
aristócratas depravados, bailarinas y enfermedades venéreas). Éstos son algunos ejemplos
típicos:
El príncipe de Conti fue sacado de su comisión por una chica conocida como la Pequeña F…… Culpa de esto a
Guerin, su consejero médico.
Mademoiselle Allar mandó a hacer con Le Noir su propio retrato al desnudo. Todo el mundo la reconoció.
El duque de… sorprendió a su esposa en los brazos del tutor de su hijo. Ella le dijo con una impudicia digna de una
cortesana: “¿Por qué no estaba ahí, Monsieur? Cuando no tengo a mi propietario terrateniente, le tomo el brazo a mi
lacayo”.15
Estos pasajes podrían haber salido de Le Gazetier cuirassé. Corresponden exactamente en
estilo y contenido a muchas de las chroniques scandaleuses del reinado de Luis XV. Sin
embargo, hay una distinción. A diferencia de sus predecesores, Manuel exhibía escándalos del
pasado. Una revolución lo separaba de su tema, y escribió para lectores con actitudes y
expectativas moldeadas por los eventos cruciales de 1789. En lugar de una dedicatoria
convencional, comenzó el libro con una carta abierta a sus compañeros en el Club de los
Jacobinos que equiparaba el tema principal del libro con el objetivo principal de la
Revolución: la purificación de la moralidad cívica (moeurs). Producir una nueva
Constitución, insistía, no era suficiente: “Francia debe cambiar su moral así como cambia sus
leyes”.16 La única fuerza que podía movilizarse para lograr eso era la opinión pública, y ésta a
su vez dependía de dos factores cruciales: hombres de letras independientes, capaces de
denunciar todo tipo de corrupción, y una prensa libre, que comunique sus ideas. Cada pueblo
debía designar a un hombre de letras para promover la virtud y reprimir los vicios, no
mediante la insinuación y la ironía del tipo que prevaleció entre los autores de moda durante
el Antiguo Régimen, sino a través de discusiones abiertas y vigorosas. Lo que Francia
necesitaba era la verdad, es decir, lecciones viriles acerca de las virtudes cívicas, para
fortalecer al sistema de gobierno y a la comunidad del mismo modo que los censores habían
formado las fibras morales de la Grecia y la Roma antiguas: “El gran poder que modela la
moralidad es la opinión, y nunca será eficaz si se acompaña de una blanda indulgencia. La
amabilidad hipócrita enervará el carácter de todos… ¡Lecciones! ¡Verdades! Eso es lo que nos
debemos a nosotros mismos. Que la censura franca destierre la calumnia cobarde de nuestras
reuniones junto al fuego”.17 En lugar del ágora antigua, el censor moderno usaba a la prensa.
Pero ejercer de censor (es decir, de crítico juicioso) no equivalía a practicar la censura en
sentido estrecho, poniendo cortapisas en todo momento. Manuel argumentaba en contra de
todas las restricciones a la palabra escrita y predicaba la libertad de prensa como si estuviera
difundiendo el evangelio de una religión civil.
Pero digámoslo con frecuencia, digámoslo siempre: es especialmente la libertad de prensa la que preservará para
la gente todos los beneficios de la Revolución. Las imprentas son más útiles que las parroquias; y si la patria
tuviera apóstoles como la religión los tuvo, entonces los ricos que no saben qué hacer con su fortuna se apurarían a
fundar imprentas así como en tiempos pasados se fundaban capillas; y como patronos de estos beneficios, se
encargarían de que los misionarios de la filosofía las usaran para esparcir los principios de la Constitución a lo
largo del territorio.18
Estas ideas, derivadas de Rousseau y otras variantes del republicanismo cívico, pueden
apreciarse por todos lados en los escritos de los revolucionarios. El lenguaje puede sonar
falso a los oídos modernos, pero encarnaba una retórica que permeaba la política
revolucionaria, desde las primeras sesiones de los Estados Generales hasta la Convención, y
eso era especialmente atractivo para los miembros del Club de los Jacobinos: una retórica de
la denuncia. “Tuve que tener valor para denunciar a los culpables”, dijo Manuel en su carta a
los jacobinos.19 Al contrario que los libelistas del Antiguo Régimen, que exponían los vicios
del clero y de la Corte con un toque suave, como para entretener a sus lectores, él se
presentaba como alguien que sí se atrevía a rasgar el velo que encubría una podredumbre
moral. No había trazas de humor en su escritura. No estaba jugando con sus lectores, no los
entretenía con juegos de palabras ni los provocaba con alusiones medio ocultas. No: él estaba
denunciando la corrupción moral y lo hacía de manera abierta, como lo proclamaba al poner
su nombre en la portada. Sólo comprendiendo la extensión total de la maldad del Antiguo
Régimen era posible que los ciudadanos recién liberados de Francia se protegieran a sí
mismos de esclavizaciones futuras: la contrarrevolución prosperaba con la corrupción y
cualquier debilidad en los moeurs reviviría al despotismo.
Este argumento podía justificar cualquier cantidad de trapos enlodados para echar tierra a
una reputación, y debe decirse que Manuel sacó mucho lodo cuando escarbó en los archivos
de la policía: no sólo La Police de Paris dévoilée (1790), en dos volúmenes, sino también La
Bastille dévoilée [La Bastilla al descubierto] (1789), ocho entregas de pedidos (livraisons)
en cuatro volúmenes, y La Chasteté du clergé dévoilée [La castidad del clérigo al
descubierto] (1790), en dos volúmenes. Todas estas compilaciones venían de las mismas
fuentes y esparcían el mismo mensaje: para que la Revolución fuera exitosa, debía purgar al
cuerpo político de la inmoralidad heredada del Antiguo Régimen. Si alguien dudaba de esta
conclusión sólo debía consultar los documentos publicados a lo largo de esa serie. Cada
volumen tomaba como fuente los papeles confiscados después del colapso de la Bastilla; cada
uno exhibía escándalos; y cada uno lo hacía del mismo modo, utilizando las mismas metáforas.
Manuel pasó los primeros dos años de la Revolución descubriendo, desenmascarando y
desgarrando los velos que habían mantenido ocultos los horrores hasta que llegó el nuevo
amanecer de apertura.
Su hallazgo más importante fue un conjunto de cartas que Mirabeau había escrito desde la
prisión de Vincennes y que la policía había guardado en sus archivos después de permitirles a
los destinatarios leerlas. Incluían algunas intensas cartas de amor para su amante, Sophie de
Monnier, que había huido con él después de dejar a su esposo y que languidecía en una prisión
aparte, víctima tanto de la pasión como de una lettre de cachet. Como su título sugería, las
Lettres originales de Mirabeau, écrites du donjon de Vincennes pendant les années 1777,
78, 79, et 80, contenant tous les détails sur sa vie privée, ses malheurs, et ses amours avec
Sophie Ruffei, marquise de Monnier [Cartas originales de Mirabeau, escritas desde un
calabozo en Vincennes durante los años 1777, 1778, 1779 y 1780, y que contienen todos los
detalles de su vida privada, sus infortunios y su amorío con Sophie Ruffei, marquesa de
Monnier] (1792), en dos volúmenes, podía considerarse un libelo, al igual que las “vidas
privadas” del Antiguo Régimen. Para la madre de Mirabeau, heredera suya después de su
muerte en abril de 1791, el libro fue una publicación comercial que no sólo lo difamaba sino
que violaba los derechos que ella tenía sobre su patrimonio. Llevó a Manuel a juicio, donde él
se defendió arguyendo ser un patriota dedicado a cumplir con el deber de denunciar los abusos
del Antiguo Régimen. Usó el mismo argumento en un “discurso preliminar” en las Lettres, y
logró que el caso fuera desestimado. (Fue trasladado a otra corte y abandonado después de la
caída de la monarquía el 10 de agosto de 1792.)20
Sin importar su estatus legal, las publicaciones de Manuel —La Police de Paris dévoilée
y todas las demás— generaban dudas sobre su carrera revolucionaria. ¿Era un jacobino
decidido a exterminar el vicio o un gacetillero, un escritor de poca monta que trabajaba a
destajo y buscaba vender libros? ¿Creía en el trabajo de revelar y desenmascarar, o sólo lo
hacía para explotar un nuevo mercado literario creado por la Revolución y animado por la
demanda de revelaciones escandalosas acerca del Antiguo Régimen? ¿Expresaban sus
denuncias un genuino involucramiento con la política jacobina o eran únicamente un artilugio
retórico adaptado a un nuevo tipo de libelo, uno más apropiado para el clima existente en
1789?
Las preguntas de tipo “o lo uno o lo otro” pueden parecer obvias a quienes creen que el
interés personal puede explicar el compromiso ideológico. Sin embargo, una sospecha
moderna de arribismo puede no ser adecuada para entender a un escritor arrastrado al vórtice
de la Revolución francesa. Antes de apresurarse a sacar conclusiones, sería mejor hacer una
pregunta directa: ¿quién era Pierre Manuel? El último de los cuatro libelos entrelazados da
una respuesta.
1
La figura parecida a un ángel en la parte superior del frontispicio puede ser Cronos, aunque no sostiene un reloj de arena,
representación usual del tiempo en su iconografía. No puedo identificar al familiar parecido a un zorro de la malvada figura que
sostiene una daga.
2
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, p. 235. Las referencias a los libelistas londinenses están dispersas
por todo el texto de La Police de Paris dévoilée. Véanse los vol. 1, pp. 3839, 136-156, 236-275, y vol. 2, pp. 28-30, 231-269.
3
Ibid., vol. 2, p. 28.
4
Con frecuencia Brissot y Manuel se mencionaban mutuamente en sus escritos. Véase, por ejemplo, Claude Perroud, ed.,
J.-P. Brissot Mémoires (1754-1793), París, 1910, vol. 1, p. 187, y vol. 2, pp. 26, 205-206. Para finales de 1792, Manuel era
conocido como un famoso “brissotista” o “girondino” y el Club de los Jacobinos lo acusaba de haber sido “brissotizado”. Véase
Alphonse Aulard, ed., La Société des Jacobins: Recueil de documents pour l’histoire du Club des Jacobins de Paris,
París, 1892, vol. 4, p. 612.
5
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, p. 78. En varias fuentes, como el catálogo de la Bibliothèque Nationale de
France, esta obra se le atribuye tanto a cierto Charpentier como a Manuel. Tiene todas las huellas de las otras compilaciones
que Manuel produjo a partir de las mismas fuentes durante la Revolución francesa: La Police de Paris dévoilée y La Chasteté
du clergé dévoilée, ou procès-verbaux des séances du clergé chez les filles de Paris, trouvés à la Bastille, “à Rome, de
l’Imprimerie de la Propagande, et se trouve à Paris, chez les marchands de nouveautés”, París, 1790. El editor anónimo de La
Bastille dévoilée, op. cit., vol. 3, p. 75, apuntaba que estaba imprimiendo el aviso del encarcelamiento de Brissot que había
recibido del propio Brissot. En sus memorias, Brissot indicaba que este editor era Manuel, quien le había enviado su expediente
de la Bastilla, “en me disant qu’il ne fallait pas qu’il restât rien de moi dans les ordures de la police” [“diciéndome que no había
que dejar que nada de mí se quedara guardado en el basurero de la policía”]. J.-P. Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 2, p. 23.
Concluyo que Manuel escribió todo o la mayor parte de La Bastille dévoilée, aunque pudo haber recibido ayuda.
6
Manuel, La Bastille dévoilée, op. cit., vol. 3, p. 66.
7
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, pp. 258-259.
8
Ibid., vol. 2, p. 236. En otro reporte la policía describe la tienda de Boissière como un “conciliabule politique”, donde los
refugiados franceses intercambian comentarios injuriosos sobre el régimen francés, ibid., vol. 2, p. 246.
9
Ibid., vol. 2, p. 234. En el Courrier de l’Europe, véase Gunnar von Proschwitz, “Courrier de l’Europe (1776-1792)”, en
Jean Sgard, ed., Dictionnaire des journaux, 1600-1789, Oxford, 1991, vol. 1, pp. 282-293, y la excelente colección de
documentos y comentarios publicados por Gunnar von Proschwitz y Mavis von Proschwitz, Beaumarchais et le “Courier de
l’Europe”, op. cit.
10
La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, p. 246.
11
Ibid., vol. 2, p. 231.
12
Ibid., vol. 2, p. 247.
13
Ibid., vol. 2, pp. 231-232.
14
Ibid., vol. 1, p. 6.
15
Ibid., vol. 2, pp. 91, 93, 123.
16
Ibid., vol. 1, p. 8.
17
Ibid., vol. 1, p. 7.
18
Ibid., vol. 1, pp. 8-9.
19
Ibid., vol. 1, p. 6.
20
Véase el “Discours préliminaire” de Manuel en Lettres originales de Mirabeau, écrites du donjon de Vincennes
pendant les années 1777, 78, 79 et 80, contenant tous les détails sur sa vie privée, ses malheurs, et ses amours avec
Sophie Ruffei, marquise de Monnier, París, 1792, y su defensa durante el juicio, publicado como Interrogatoire de Pierre
Manuel, Procureur de la Commune (1792), Bibliothèque Nationale de France, Lb39.5939.
IV. LA VIDA SECRETA DE PIERRE MANUEL
VIE SECRÈTE DE PIERRE MANUEL [La vida secreta de Pierre Manuel] (1793), el último en la
cadena de libelos, lleva la historia de los textos y las imágenes entrelazadas al corazón de la
Revolución. El diseño de su portada continúa la tendencia hacia la simplificación y la
austeridad mostradas en La Police de Paris dévoilée.
Reducido a cinco palabras en tipos negros gruesos, el título llama al lector igual que lo
hace el encabezado en un boletín: Manuel, uno de los diputados más conocidos de la
Convención, tenía una vida secreta, probablemente algo sórdida, porque el epígrafe latino
(“Por el crimen de uno, conócelos a todos”: Virgilio, La Eneida, libro II, verso 65) inicia con
una palabra que habría sido obvia para cualquier lector, incluso alguien sin la menor noción
del latín: “Criminé”. Manuel debe haber llevado una vida secreta como criminal. Al abrir el
libro, uno podría acceder a un recuento de sus hazañas nefandas. Sin embargo, la portada daba
señales encontradas. No aparecía el nombre de ningún autor, así que el libro bien podría ser un
libelo escrito por un gacetillero anónimo contratado por los enemigos de Manuel. Y, sin
embargo, la abierta mención de la dirección del impresor en la parte inferior de la página
sugería que no era una publicación clandestina. Aunque la Vie secrète de Pierre Manuel no
tenía fecha alguna, circulaba durante el verano de 1793, después de que Robespierre se uniera
al Comité de Seguridad Pública y sus enemigos, los girondinos, hubieran huido o
desaparecieran en prisión. Como un aliado de los girondinos, Manuel era un objetivo obvio de
la izquierda triunfante de Montagnard. ¿Acaso el ataque en su contra representaba una nueva
línea política publicitada por el nuevo gobierno revolucionario?
El libro contaba con una especie de frontispicio; sin embargo, en lugar de aparecer en el
lugar acostumbrado, en la página opuesta a la portada, el grabado destaca sorpresivamente
entre la página 6 y la 7 (fig. 4); separa el discurso preliminar del cuerpo principal del texto,
que comienza en la página 7, de manera que su ubicación tiene algo de sentido. No obstante un
retrato grabado en papel grueso, insertado entre las hojas endebles de un panfleto anónimo de
63 páginas, parece incongruente. El lector llega a él de sorpresa: primero se enfrenta con el
reverso en blanco y enseguida, al dar la vuelta a la página, lo confronta la imagen de Manuel
mirando desde un marco oval con un aire de suficiencia mientras la banda de diputado de la
Convención Nacional le atraviesa el pecho. Es un retrato un tanto halagador, sin duda, no una
caricatura, aunque en la leyenda al pie se lee el típico contenido de los libelos:
FIGURA IV.1. Vie secrète de Pierre Manuel, portada (Princeton University Library).
P. Manuel
No nací con una disposición delicada,
Mi alma es sórdida y vulgar,
He robado altares y traicionado al Estado
Para aumentar mi fortuna.
¿Qué había detrás de estas incongruencias?
La extraña ubicación del frontispicio correspondía con el carácter malhecho de la obra en
su conjunto. Todo acerca del libro (o del opúsculo o folleto, depende de cómo defina uno ese
tipo de publicación) sugiere que fue armado a la carrera con material barato. El papel es
descomunalmente tosco: color café desvaído, de textura desigual, dañado por agujeros y
pedazos de tela que resistieron el proceso de pulverización en la fábrica de papel. El texto
está dividido en tres partes, escritas de modo tocho y que no embonaban del todo, como si
hubieran sido producidas a la carrera por escritores distintos. La primera parte se concentra
en los primeros años de vida de Manuel, la parte dos en sus actividades en las primeras etapas
de la Revolución, y la parte tres en su carrera como diputado de la Convención Nacional de
17921793. No obstante, esta última parte regresa a los periodos tratados en las primeras dos
partes y acumula anécdotas sin unirlas en una narrativa coherente.
La historia termina con una denuncia general de su antihéroe. Concluye que después de
desplumar a sus electores, conspirar con la contrarrevolución y desertar de la Convención,
Manuel ahora vive de sus ganancias mal habidas en un pueblo en las afueras de París. Una
nota al pie en la última página, claramente añadida de último minuto, anunciaba triunfal que
había sido arrestado. “Nos hemos enterado hace un momento de que Manuel ha sido arrestado
en Fontainebleau y lo han llevado a la abadía… Que esto sirva como ejemplo para cualquiera
que sea suficientemente audaz como para imitarlo.”1 El arresto ocurrió el 20 de agosto de
1793. Manuel fue enjuiciado por el Tribunal Revolucionario el 12 de noviembre y ejecutado
como contrarrevolucionario el 14 de noviembre. Vie secrète de Pierre Manuel era un burdo
llamado a la guillotina.
A este respecto, representaba el nuevo género del libelo jacobino, pero derivaba de una
categoría de literatura difamatoria que floreció durante el siglo XVIII: biografías hostiles que
comúnmente llevaban títulos que iniciaban con Vie privée de… [“La vida privada de…”] o Vie
secrète de… [“La vida secreta de…”]. Al exhibir la vida privada de las figuras públicas,
intentaban destruir sus reputaciones y minar su poder. En el caso de Manuel, el biógrafo
anónimo dejaba en claro su intención gracias a una cierta moralina inmisericorde en el
“discurso preliminar”. Prevenía a sus lectores de que la Revolución había abierto el camino al
poder a una nueva raza de hipócritas, una más pérfida aún que los sacerdotes y los cortesanos
del Antiguo Régimen. Aventureros y agitadores fingían ser patriotas para hacerse elegir o
acceder a los nuevos puestos creados por la Revolución, y una vez que estaban ahí hacían un
acopio de todo a su alrededor para hacerse ricos a expensas del público. Manuel era el
ejemplo máximo de esta especie. El esbozo de su juventud en la primera parte del texto —
reforzado por unos últimos golpes al final de la tercera parte— mostraba la manera en que
había luchado por sacudirse sus orígenes humildes y por avanzar bajo las condiciones
adversas del Antiguo Régimen.
Nacido en la familia de un mercero pobre de Montargis (en realidad nació en Namur el 14
de diciembre de 1753, pero fue criado en Montargis), a Manuel le fue suficientemente bien en
la escuela local como para que sus padres lo enviaran a un seminario en Sens, con la
esperanza de que se volviera sacerdote. Ahí pulió tanto sus modales como para que pasara por
un petit-maître. Sobresalió en el salón de clases, leyó obras filosóficas fuera de clases y
aprendió a seducir a las mujeres (todo esto según la Vie secrète). Sus conquistas incluyeron a
la hija de un burgués acaudalado que de pronto se halló embarazada y sin prospectos de
matrimonio decente, mientras que Manuel perseguía propósitos más grandes, es decir, los
burdeles de París. Al principio hacía los mandados a su padre, cobraba facturas y se gastaba
el dinero en sí mismo. Cuando su ingreso se secó, se volvió a enfundar la sotana y gracias a su
labia logró ingresar al Seminario de San Luis, y fue ascendiendo hasta convertirse en maestro
de teología. No obstante, se le escaparon demasiadas frases de Voltaire en el refectorio y,
después de ser expulsado y de hallarse en la calle y sin dinero, tuvo que volver a Montargis,
donde fue acogido por una hermana que se había casado con cierto “Desnoyers, maestro de
billar y tabaquero”.2 (El autor anónimo daba suficientes nombres y detalles concretos como
para establecer su autoridad, a la manera de la versión siglo XVIII del reportero de
investigación.) Manuel regresó a París y pasó otra temporada en una casa religiosa; luego
finalmente dejó la Iglesia en favor de lo que prometía ser su verdadera vocación: el negocio
de los libros.
En su relato de esta fase de la carrera de Manuel, la primera parte de Vie secrète habla
sólo de un “trabajo menor en el negocio de los libros”, pero la tercera parte da más detalles.3
Cuenta que en 1785 Carnery, un impresor y librero en la rue Serpente, le dio alojamiento a
Manuel a cambio de que le ayudara en su tienda. Manuel corregía pruebas, contribuía con
textos en algunos “libelos”4 y distribuía materiales a los vendedores. El apoyo que recibía de
los vendedores, relata el texto, le dio el impulso inicial a su carrera revolucionaria. Al
promover su campaña para ser electo representante de su distrito en la Comuna, ellos
ayudaron a que se afianzara en la administración municipal, donde dirigió el departamento a
cargo de la supervisión del comercio de libros. En lugar de suprimir las publicaciones no
autorizadas como lo hizo la policía bajo el Antiguo Régimen, Manuel dejó en libertad a los
vendedores, libreros e impresores para que hicieran lo que quisieran. En ese sentido, según la
Vie secrète, merecía ser elogiado. Congruente con sus principios ilustrados, “se comportó
como un verdadero philosophe”.5 Sin embargo, descubrió que podía utilizar su poder para
llenarse los bolsillos. Su puesto le daba acceso a una nutrida reserva de documentos de los
archivos de la policía y de la Bastilla. Después de cribarlos terminó con una colección de
expedientes sobre sacerdotes sorprendidos en burdeles, un jugoso material de autenticidad
impecable, preparado por la policía misma e ideal para ofrecerlo a un público ávido de
anécdotas sobre escándalos del Antiguo Régimen. Manuel los vendió a un editor a 1 000
libras por expediente, y le cobró 3 000 libras a Champion de Cicé, el arzobispo de Burdeos,
para suprimir algunos de los materiales más comprometedores. El resultado, La Chasteté du
clergé dévoilée, en dos volúmenes, se publicó justo a tiempo para aprovecharse de las
demandas anticlericales que los debates acerca de la Constitución civil del clero habían
encendido en 1790. Sin embargo, de acuerdo con la Vie secrète no ayudó a la causa
revolucionaria, porque esta maledicencia corrompía la moral de los jóvenes en lugar de
inspirarlos a través de los ideales de la austeridad republicana. En pocas palabras, Manuel
exhibía indecencias como un libelista del Antiguo Régimen… y todo para hacer dinero.
Según la Vie secrète, después de este aprendizaje sobre el uso del puesto público para
beneficio personal, Manuel nunca volvió la vista atrás. La narración de sus fechorías se
enreda en repeticiones y en una cronología confusa, probablemente, como ya se ha dicho,
debido a que el texto fue armado a toda prisa; pero su punto principal es claro. Después de
aprender el arte del infundio antes de 1789, Manuel siguió practicándolo durante la
Revolución. Los archivos de la policía lo equipaban con material para producir incontables
“revelaciones”, en La Bastile dévoilée y en La Police de Paris dévoilée, así como en La
Chasteté du clergé dévoilée. Vie secrète mencionaba estas compilaciones de varios
volúmenes de manera general únicamente, para destacar la motivación que había detrás de
ellas: Manuel no publicaba los materiales escandalosos de los archivos del Antiguo Régimen
como parte de un deseo patriótico de promover la Revolución: explotaba la Revolución para
amasar fortuna. Vie secrète afirmaba que había vendido una compilación a Garnery por 12 000
libras y después complementó ese ingreso extorsionando a las personas que no querían que sus
archivos policiacos aparecieran impresos.
El gran golpe de Manuel fue Lettres originales de Mirabeau, écrites du donjon de
Vincennes pendant les années 1777, 78, 79 et 80, contenant tous les détails sur sa vie
privée, ses malheurs, et ses amours avec Sophie Ruffei, marquise de Monnier. Aunque
pregonó que su participación en esta publicación era un acto de patriotismo —(revelar más
abusos del Antiguo Régimen)—, Vie secrète de Pierre Manuel lo denunciaba por
especulación comercial. Para cuando murió, mientras era presidente de la Asamblea Nacional
en 1791, Mirabeau destacaba en la estima pública como el líder más audaz y visible de la
Revolución. Sus cartas de amor a Sophie Monnier eran grandes textos, y Manuel aprovechó al
máximo su valor en el mercado al sacarlas de los archivos y publicarlas con Garnery en enero
de 1792. Según el relato de este incidente en Vie secrète, las cartas le reportaron una gran
cantidad de dinero, y el caso judicial que resultó significó un bono debido a la publicidad
favorable. El juez, un reaccionario apegado a la causa realista, intentó condenar a Manuel por
agitador, pero éste se defendió tan elocuentemente que casi provocó una revuelta y logró que
el caso fuera desechado. Famoso a partir de entonces por ser un defensor de la gente e
instalado como el procurador (procureur) público de la Comuna, participó en el
derrocamiento de la monarquía el 10 de agosto de 1792 y destacó como uno de los jacobinos
más prominentes en ser electos a la Convención.
Hasta este punto, Vie secrète hacía un recuento favorable de la carrera política de Manuel.
En efecto, había demostrado un deplorable amor por el lucro, pero siempre se había puesto
del lado de la gente común y promovió el programa de la izquierda. La tercera parte de Vie
secrète mostraba cómo la contradicción entre su vida privada y su vida pública llevó al
inevitable desastre: Manuel cedió a la corrupción y se pasó al lado de la contrarrevolución.
Cuando ingresó a la Convención se sentó con la derecha, votó con los girondinos y se mostró
sospechosamente partidario de la causa del rey. Durante el juicio al rey intentó amañar el
procedimiento de votación de modo que salvara la vida de Luis. Una vez que falló, abandonó
la Convención, dejando de lado sus responsabilidades públicas para dedicarse a disfrutar de
sus riquezas mal habidas en privado. Había amasado una fortuna, no sólo a través de sus
operaciones editoriales sino también apropiándose de bienes lujosos que habían sido
confiscados por la República o que habían sido donados a ella por gente patriota. Para cuando
se retiró a Montargis, su conducta escandalosa había alienado incluso a la gente del pueblo, y
casi lo matan en una revuelta en marzo de 1793. Se ocultó justo cuando Vie secrète entró a la
imprenta, pero fue arrestado justo a tiempo para incluir la nota al pie que daba cuenta del final
de su historia: Manuel estaba en prisión, esperando el inevitable y último castigo, un ejemplo
de cómo la Revolución podía descarriarse si se permitía a las personas equivocadas tomar las
riendas.
Por supuesto que la historia es propaganda jacobina: se adhería a la línea robespierrista
sobre la necesidad de virtud en una república, y expresaba la tendencia de la izquierda a lidiar
con sus enemigos por vía de la denuncia, en espera de la guillotina. La dirección en su portada
—“à l’Imprimerie de Franklin, rue de Cléry núm. 75”— es la misma que aparece en libelos
similares de esta etapa de la Revolución, el año II (1793-1794): Vie secrète et politique de
Brissot (“Imprimerie de Franklin, An II”, reimpreso el mismo año que Vie privée et politique
de Brissot); Vie de L.-P.-J. Capet, ci-devant duc d’Orléans (“Imprimerie de Franklin, An II”),
y Vie privée et politique de J.-R. Hébert (“Imprimerie de Franklin, An II”). La imprenta de
Franklin en la rue de Cléry estaba a unas cuantas puertas del impresor que produjo Vie privée
de l’ex Capucin François Chabot et de Gaspard Chaumette (“rue de Cléry núm. 15, An II”).
Los títulos y las direcciones comunes sugieren la existencia de una campaña de parte de los
robespierristas para hacerse del favor de la opinión pública durante una fase crucial del
Terror, cuando intentaban consolidarse en el poder. Evidentemente pensaban que eliminar a
sus enemigos usando la guillotina no era suficiente —ya fuera enemigos en la derecha (Brissot,
Manuel y Orleans) o en la izquierda (Hébert, Chabot y Chaumette)—: también era necesario
destruir su reputación; así que buscaron la ropa sucia en sus vidas privadas y extendieron la
noticia a lo largo y ancho de vies privées, usando a los mismos impresores y el mismo modelo
derivado de los gacetilleros del Antiguo Régimen.
La continuidad no debe ser motivo de sorpresa ya que todos los libelos difaman a sus víctimas
de la misma manera, a pesar de las variaciones en tono y contexto. Ya sea en un ánimo de
sorna o de indignación, siempre desgarran el velo que oculta la vida privada de alguien y
exhiben algún escándalo relacionado con asuntos públicos. Las diferencias entre los cuatro
libelos discutidos hasta ahora corresponden a las etapas en la evolución de un gran corpus
literario. Le Gazetier cuirassé marcó la culminación de una avalancha de calumnias dirigidas
a Luis XV y las principales figuras de su reinado. A pesar de lo radical de su lenguaje, se
dirigía a sus lectores de una manera juguetona que combinaba la difamación con el
entretenimiento en un estilo derivado de las maledicencias del siglo XVII. Esta cualidad lúdica
se repite en Le Diable dans un bénitier, que hacía de la policía misma el objeto de su
escarnio y revelaba la historia de sus intentos por eliminar las calumnias durante el reinado de
Luis XVI. La Police de Paris dévoilée llevó la historia a la era revolucionaria pero utilizó un
tono más atemperado. Ahora era la indignación moral la que animaba a la narrativa, aunque
aún aparecían muchos detalles sensacionalistas para abrir el apetito del lector en pos de
emociones o lascivia. Para cuando se publicó Vie secrète de Pierre Manuel el
sensacionalismo había dejado su lugar a la denuncia, y la calumnia servía como propaganda
para el Terror.
La sucesión de libelos también ofrece una serie de imágenes de los autores de Grub Street.
Cada obra estaba vinculada con sus predecesoras, y cada una reafirmaba la cualidad
autorreferencial que recorre toda la cadena, desde la dramatización que Morande hace de sí
mismo como un gacetillero intrépido hasta la burla que hace Pelleport de la policía desde la
perspectiva de sus enemigos, y la autoglorificación de Manuel como un patriota que
desenmascaró todo el negocio (sólo para ser desenmascarado él mismo en la más mortífera de
las vies privées). Pero ¿acaso la línea termina ahí?
1
Vie secrète de Pierre Manuel, París, sin fecha pero publicado en 1793, p. 63.
Ibid., p. 28.
3
Ibid., p. 29.
4
ibid., p. 47.
5
Ibid., p. 34.
2
V. EL FIN DE LA LÍNEA
¿QUIÉN escribió la Vie secrète de Pierre Manuel? El catálogo de la Bibliothèque Nationale
de France, siguiendo al Dictionnaire des ouvrages anonymes de A.-A. Barbier, la atribuye,
junto con otras tres “vidas privadas” jacobinas, a un tal Pierre Turbat.1 Pero ninguna de las
fuentes, ni las numerosas bibliografías dedicadas a la Revolución, citan evidencia que sustente
dicha atribución, ni dan información alguna sobre Turbat.
Si realmente él escribió todas las obras que aparecen a su nombre en el catálogo de la
Bibliothèque Nationale de France, Turbat cubría gran parte del espectro ideológico, y
cambiaba su postura con cada soplo del viento. A sus libelos de 1793-1794, partidarios de un
robespierrismo violento, les siguió después (suponiendo que también él era el autor) un
periódico ferozmente antirrobespierrista, Petite feuille de Paris, en 1794-1795. Ahí aparece
por primera vez su nombre impreso. Se identifica como P. Turbat, nativo de La Charité-surLoire, y describe su personalidad como la de “un personaje independiente y vivaz con un amor
ardiente por la libertad de mi país”.2 Este amor a la libertad no le impidió, sin embargo,
adherirse a todos los giros y tumbos de la reacción termidoriana en la política. Para 1798
había cruzado la línea que dividía la reacción del monarquismo. En Procès de Louis XVI
(1798) narró el juicio y la ejecución del rey de una manera que lo hacía parecer como un
mártir, y complementaba la historia con documentos que extrajo de los archivos del Tribunal
Revolucionario, de modo muy parecido a como Manuel había publicado extractos de los
archivos de la Bastilla.
Manuel aparece en la última publicación de Turbat, que cubre el mismo terreno pero esta
vez como una obra ultra monárquica escrita por un “amigo del Trono”, Les Tuileries, le
Temple, le Tribunal révolutionnaire et la Conciergerie, sous la tyrannie de la Convention
(1814). Turbat describe a Manuel con desdén, como “un hombre que pretendía ser un filósofo
y que escribió una ostentosa carta al rey que comenzaba con las palabras: ‘Señor, yo desprecio
a los reyes’”.3 Manuel había puesto esa frase desafiante al inicio de una carta abierta a Luis
XVI en 1792, y causó gran revuelo, pero en 1814 parecía como un eco de un pasado que
estaba asumiendo ya su carácter de mito. Turbat la citó en medio de un recuento sentimental de
los últimos días del rey y añadió otra frase atribuida a Manuel, que adoptaba el mismo tono.
De acuerdo con Turbat, Manuel visitó a Luis XVI en la prisión del Templo poco después de la
abolición de la monarquía el 21 de septiembre de 1792, y el autor dio la siguiente descripción
de su encuentro: “Creí que debía informarle acerca de la fundación de la República: ‘Usted ya
no es rey’, le dije. ‘Ésta es una buena oportunidad para convertirse en un buen ciudadano’. No
me pareció que estuviera afectado… Le dije de nuestras conquistas… y le anuncié ‘la caída de
los reyes tan cercana como la de las hojas de los árboles’”.4
Una escena dramática, pero ¿en verdad sucedió alguna vez? ¿Escribió Turbat las obras que
se le atribuyen? ¿Quién era él en realidad? En este punto la evidencia se acaba y el rastro de
libelos se pierde en las cambiantes arenas ideológicas del siglo XIX.
1
Véase Antoine-Alexandre Barbier, Dictionnaire des ouvrages anonymes, París, 1879, vol. 4, pp. 964, 983, 1001. Aunque
tuvo acceso a algunos documentos importantes, Barbier con frecuencia equivocaba las atribuciones, y no citaba sus fuentes.
Turbat no aparece en J.-M. Quérard, Les Superchéries littéraires dévoilées, París, 1869, ni en ninguna de las obras sobre
periódicos o periodistas durante el siglo XVIII. Se le menciona en Maurice Tourneux, Bibliographie de l’histoire de Paris
pendant la Révolution française, 5 vols., París, 1890-1913, vol. 4, p. 231, pero en este caso Tourneux toma sus atribuciones
de Barbier.
2
Petite feuille de Paris par Turbat, imprimeur en lettres, núm. 42, 25 frimaire An II, 15 de diciembre de 1793, p. 166.
3
Les Tuileries, le Temple, le Tribunal révolutionnaire et la Conciergerie, sous la tyrannie de la Convention par un
ami du trône, París, 1814, anónimo, pero de Pierre Turbat según el catálogo de la Bibliothèque Nationale de France, p. 86.
4
Ibid., p. 85.
VI. BIBLIOGRAFÍA E ICONOGRAFÍA
AUNQUE Vie secrète de Pierre Manuel recurría a las técnicas del infundio desarrolladas en el
género de las “vidas privadas” o “vidas secretas” del Antiguo Régimen, pertenecía a la
cultura política de la Revolución. Mezclaba imágenes y palabras de maneras diseñadas para
gustar a los jacobinos y que parecen extrañas a los lectores modernos. Para desentrañarlas es
necesario reconsiderar el texto desde el punto de vista de la bibliografía y la iconografía.
El frontispicio de un libro naturalmente aparece al principio, sin importar lo primitivo que
sea. El frontispicio mal colocado en el libelo contra Manuel, entonces, precisa ser explicado,
y la mejor explicación implica una breve desviación hacia el análisis bibliográfico. A manera
de recordatorio para los no bibliógrafos, debe decirse que los primeros libros modernos
estaban compuestos por pliegos, y cada pliego contenía varias páginas de texto organizadas
para poder ser dobladas en cuadernillos: un doblez (con cuatro páginas) para libros de
formato en folio, dos dobleces (ocho páginas) para los de formato en cuarto y tres dobleces
(16 páginas) para los de formato en octavo. Los cuadernillos, identificados con marcas como
A, B y así sucesivamente hasta utilizar las 23 letras del alfabeto del impresor, se cosían y se
cortaban para que las páginas se pudieran leer en orden consecutivo. Vie secrète de Pierre
Manuel es un libro en octavo compuesto por medios pliegos. (Las líneas paralelas verticales
en el papel indican que el formato es octavo, uno que era común para publicaciones casuales
de este tipo.) Cada cuadernillo consiste en cuatro hojas u ocho páginas (en lugar de ocho hojas
o 16 páginas), y las marcas van de la A a la H sin interrupción y sin que sobre papel. La
descripción bibliográfica del libro —8°: A4-H4— corresponde a su estructura extremadamente
simple: ocho medios pliegos cosidos sin sobrantes, excepto por el grabado de Manuel.
Normalmente, los libros, opúsculos o folletos panfletarios contenían hojas preliminares,
que eran usadas para materiales iniciales como la portada, la portadilla, la dedicatoria y el
índice, y la secuencia principal de marcas comenzaba con el inicio del texto. No así con Vie
secrète de Pierre Manuel. No tiene preliminares. Su portada funciona como tapa y es la
primera página del primero de los ocho cuadernillos que componen el libro. Dado que el libro
no tiene una portadilla o tapa de ningún tipo, el frontispicio no podía ser insertado en el lugar
usual —después de una hoja preliminar y frente a la portada—. En cambio, estaba pegado
como una hoja insertada entre las dos últimas hojas del primer cuadernillo. De esta manera, el
impresor ahorró papel pero sacrificó la elegancia. El carácter descuidado del trabajo sugiere
que no se preocupaba por estas sutilezas tipográficas. Tenía que entregar una obra al vapor lo
más rápido posible.
Pero ¿por qué un libro de ésos habría de tener un frontispicio o ilustraciones? Puede
parecer extraño, ya que los frontispicios aparecían en publicaciones más elegantes. Había, sin
embargo, impresos baratos de todo tipo —caricaturas, volantes, recuentos de chismes, afiches
y grabados de sucesos actuales— inundando las calles de París durante la Revolución. Las
tiendas de la rue Saint Jacques los producían en masa, y los ofrecían en venta en los
embarcaderos, eran exhibidos de modo prominente en las librerías, cacareados por
vendedores callejeros y pegados en las paredes de la ciudad. Muchos eran retratos de líderes
revolucionarios. El público, ávido de información sobre sucesos políticos, quería saber cómo
era esa nueva raza de políticos y cómo era su vida privada antes de aparecer en la escena
pública. Un grabado iba perfecto con una “vida privada”, y una figura pública como Manuel
dejó tras de sí un rastro de imágenes al tiempo que ascendía en la jerarquía de líderes
revolucionarios.
Al seguir este rastro, uno puede hallar gran cantidad de información acerca de Manuel y
del modo en que aparecía ante el mirada del público. Aunque nunca alcanzó la fama de Marat
o de Danton y, salvo por algunos especialistas en la historia de la Revolución francesa, apenas
si se le recuerda hoy en día,1 estaba entre los diputados más conocidos cuando la Convención
Nacional se reunió por primera vez el 21 de septiembre de 1792, y comenzó a tener que lidiar
con una abrumadora agenda de problemas: el destino de Luis XVI, la creación de una nueva
República, la defensa del país contra los ejércitos invasores de Austria y Prusia, y la
hostilidad creciente del movimiento sans-culotte en París, que había explotado en horribles
masacres del 2 al 6 de septiembre.
Manuel le debía su elección al apoyo de los militantes parisinos. Aunque Vie secrète de
Pierre Manuel daba una versión tendenciosa de su biografía, casi todos los hechos eran
verídicos. Después de luchar sin mucho éxito por hacerse de una vida y un nombre como
hombre de letras antes de 1789, halló una nueva carrera en el funcionariado creado por la
Revolución en París: primero como un defensor abierto del Tercer Estado en su distrito
electoral local, después como representante de la Comuna de París y, para 1790, como
administrador en la oficina del mayor responsable de vigilar el comercio de libros. Gracias al
apoyo del Club de los Jacobinos, donde se dio a conocer por su oratoria desinhibida, fue
elegido procurador (procureur) público de la Comuna el 2 de diciembre de 1791. Desde ese
puesto adquirió notoriedad al escribir su carta abierta al rey, la que menciona Pierre Turbat y
que inicia con “Señor, yo desprecio a los reyes” y recomienda a Luis XVI que confíe la
educación del delfín al autor popular y rousseauniano Bernardin de Saint-Pierre. Manuel fue
suspendido de sus funciones por complicidad con la insurrección del 20 de junio de 1792,
cuando una turba hostil invadió el Palacio de las Tullerías y obligó al rey a beber a la salud de
la nación. Pero fue reinstituido a tiempo para participar en el derrocamiento de la monarquía
el 10 de agosto. Durante las siguientes seis semanas navegó sobre la ola del poder sansculotte que había barrido con todo antes de que al final consumiera a todo París con las
masacres de septiembre. Aunque intervino para salvar algunas vidas, estuvo del lado de los
líderes más radicales de la Comuna —incluyendo a Robespierre, Collot d’Herbois y BillaudVarennes— durante las masacres y por ello emergió como el partidario del pueblo durante las
elecciones para la Convención. Cuando ocupó su lugar como parte de la delegación parisina
radical el 21 de septiembre, su retrato estaba siendo ofrecido en las calles de París junto con
el de los demás diputados prominentes.
No se puede rastrear el origen de esas imágenes, pero las que circulaban de Manuel en las
calles probablemente derivaban, por medio de grabados o copias de copias, de un retrato que
hoy se encuentra en el Musée historique de Versalles. Éste también tiene un pasado incierto.
Manuel mismo puede haberlo comisionado, probablemente entre la primavera y el verano de
1792. Para entonces era uno de los políticos más populares de París y, de acuerdo con una
observadora particularmente aguda, era algo vanidoso.
En sus Considérations sur les principaux événements de la Révolution française (1818),
Madame de Staël incluye un esbozo de Manuel al relatar cómo sobrevivió a las masacres de
septiembre. Durante los últimos días de agosto, mientras circulaban rumores de una catástrofe
inminente, ella se sentía segura. Su esposo, el barón de Staël-Holstein, embajador sueco, había
salido de París, pero la embajada sueca, donde ella permanecía, no parecía ser un blanco
probable de las multitudes. Dos de sus amigos más cercanos, sin embargo, habían sido
encarcelados por supuestas simpatías aristocráticas, y para el inicio de septiembre de 1792
los sans-culottes estaban pidiendo la muerte para todos los prisioneros. Se rumoraba que
posiblemente haría erupción una conspiración contrarrevolucionaria desde las prisiones y así
se extendería la carnicería al frente local mientras que el enemigo invadía las fronteras.
Francia declaró la guerra a Austria el 20 de abril, confiada en que sus ejércitos arrasarían con
la victoria. En lugar de ello, la ofensiva francesa se estancó; Lafayette, el general francés más
famoso, desertó al bando enemigo, y los austriacos junto con sus aliados prusianos
conquistaron las fortificaciones clave en la frontera francesa. Avanzaron hasta Verdún, y
parecía que nada los detendría antes de que llegaran a París y masacraran a todos los
dispuestos a resistir. El Manifiesto Brunswick, emitido el 25 de julio por el comandante de los
ejércitos austro-prusianos, amenazaba a los sans-culot-tes con terminar así. Éstos
respondieron con un llamado a una contramasacre, que eliminaría el peligro dentro de las
prisiones y así les permitiría enfocarse en la invasión con una batalla final hasta la muerte. Las
calles se llenaron de alborotadores, el aire se llenó de habladurías. Traiciones, matanzas, un
alzamiento para purgar al territorio de la contrarrevolución: todo parecía posible.
La situación parecía tan apremiante que, como relataba Madame de Staël, nada podría
salvar a sus amigos excepto una intervención de último minuto de alguien con algo de poder.
Pero ¿quién? Revisó una lista de todos los miembros de la Comuna con la esperanza de hallar
a un rescatador. Sus ojos brillaron cuando se encontró con el nombre de Manuel. En ella se
avivó un vago recuerdo: ¿no era él uno de los oscuros escritores que habían luchado por salir
de los escalones más bajos de la República de las Letras en los albores de la Revolución?
Había publicado la correspondencia de Mirabeau con un prefacio que evidenciaba su deseo
de reconocimiento, aunque no mucho talento. Quizá lo podría persuadir alguien que había
dirigido un salón en el punto más alto del mundo literario anterior a 1789.
La petición de audiencia dio lugar a una reunión en el estudio de Manuel a las siete de la
mañana —“una hora democrática”— del 1° de septiembre. Mientras esperaba a que el
procurador público apareciera, la baronesa estudió el entorno: “[Y] vi su retrato, hecho para
él y puesto sobre su propio escritorio; eso me dio esperanza de que quizá por lo menos fuera
vulnerable a un intento de apelar a su vanidad”.2 No cualquier líder sans-culotte defendía la
causa del pueblo con un retrato colgado frente a su vista. Una vez ablandado por las finezas de
Mme de Staël, Manuel no dejó que sus conexiones plebeyas le impidieran ayudar a algunos
aristócratas. Fue generoso, incluso heroico, según la reconstrucción de hechos de Madame de
Staël. Ordenó que sus amigos fueran liberados y al día siguiente él mismo la salvó. Al intentar
escapar de París en un carruaje tirado por seis caballos y conducido por lacayos en librea —
un intento de impresionar a los sans-culottes que fracasó—, la rodeó una multitud y fue
llevada al Hôtel de Ville para someterla a interrogatorio. Ahí se encontró con Manuel de
nuevo. Él estaba recibiendo reportes de las escenas de matanzas y despachaba emisarios para
intentar detenerlas, pero se tomó un minuto de ese sangriento asunto para conducirla a su
oficina. Ahí permaneció por siete horas, viendo desde la ventana cómo llegaban los
masacradores cubiertos de sangre a reportarse a la Comuna. Esa noche Manuel la acompañó a
su residencia en su propio coche. Cuando eran detenidos por los sans-culottes, él gritaba:
“Procurador público de la Comuna” y los dejaban seguir. Gracias a un nuevo pasaporte que él
hizo que le entregaran, ella logró escapar a Suiza al día siguiente.
Es casi seguro que el retrato que Madame de Staël estudió con tanta ansiedad sea el que
ahora cuelga en el Museo de Versalles, la única pintura que existe de Manuel. Vista en su
ubicación actual, impresiona: Manuel, sentado en posición erguida, mira directamente al
espectador con un aire digno. Es una pintura al pastel altamente detallada, realizada por uno
de los maestros del Antiguo Régimen que se unió a la Revolución, Joseph Ducreux. A pesar de
haber recibido algunas comisiones importantes antes de 1789 (el duque de Choiseul lo envió a
Viena para realizar el primer retrato oficial de María Antonieta después de su compromiso
con el futuro Luis XVI), Ducreux no había logrado que lo admitieran en la Real Academia de
Pintura y Escultura. Como Jacques-Louis David, un amigo cercano, él también se convirtió en
un jacobino apasionado. Celebró la transformación de las instituciones culturales que trajo la
Revolución y pintó a sus principales líderes, incluyendo a Mirabeau, Barnave, Saint-Just y
Robespierre. Su retrato incluyó a Manuel entre buena y jacobina compañía.
Las colecciones de imágenes de la Bibliothèque Nationale de France contienen ocho
retratos de Manuel, todos grabados en placa de cobre o aguatinta.3 Muchos no dan indicios
acerca de su origen, pero uno tiene la inscripción “Ducreux pinxt P. M. Alix Sculptr”, es decir,
que Alix fue quien hizo el grabado de la pintura de Ducreux. Su leyenda reza:
P. MANUEL
Procurador público de la Comuna de París en 1792;
Diputado para la Convención en el primer año de la República francesa;
Autor de L’Année française en cuatro volúmenes;
De Coup d’oeil philosophique sur Saint-Louis;
De La Police dévoilée;
Editor de Lettres de Mirabeau
En la residencia del autor, rue Christine núm. 2
FIGURA VI.1. Retrato de Manuel por Joseph Ducreux (Établissement du Musée et du Domaine de Versailles).
Como lo indica la leyenda, el grabado le hizo publicidad a Manuel poco después de su
elección para la Convención. Lo presenta como un hombre de letras vuelto servidor público, y
enlista sus obras más destacadas como si constituyeran un pedigrí (sobre las publicaciones
más dudosas no dice nada). El grabado puede también haber pretendido darle algo de dinero,
porque la leyenda especifica que podía ser adquirido en casa de Manuel. Y un aire de familia
lo une a las otras imágenes, que pueden haber sido copiadas o adaptadas con cambios menores
de la pintura de Ducreux.
A pesar de su similitud, sin embargo, las otras imágenes de Manuel pertenecen a contextos
distintos y transmiten mensajes diferentes. Una fue realizada después de su muerte; lo sabemos
porque incluye la fecha de su ejecución. Otra es la misma que el frontispicio de Vie secrète,
pero no tiene leyenda y ha sido recortada de tal manera que uno no puede deducir nada acerca
de su procedencia: puede haber sido extraída de un libro o, como parece ser el caso, puede
haber circulado de manera independiente al igual que otras imágenes populares. Dos retratos
más proceden probablemente de los primeros días de la Convención y se vendían en las
tiendas de libros o los cargaban los vendedores ambulantes como parte de los recuerdos de
17921793. El primero, una litografía de Auguste Bry, sólo decía que estaba a la venta en la
librería de Rosselin, Quai Voltaire. El segundo tenía una leyenda que identificaba a Manuel de
modo neutral y daba como fuente la imprenta de Basset en la esquina de la rue Saint Jacques y
la rue des Mathurins.
Esa tienda aparece en una caricatura de febrero de 1790. El sabueso Basset en el anuncio
arriba de la puerta es un pictograma que evoca a Paul-André Basset, uno de los más
importantes productores y distribuidores de imágenes de finales del siglo XVIII.4 Hizo una
fortuna al ajustar su producción de imágenes según los cambios en la temperatura política. En
la década de 1780 produjo panegíricos a Luis XVI; en la década de 1790 se adhirió a la línea
jacobina; y después de 1800 celebró a Bonaparte. En este caso, presentaba su propia tienda en
el fondo de una escena que servía de obsceno comentario a la secularización de los
monasterios: dos monjes están siendo afeitados y vestidos para la vida civil; el que figura en
primer plano, un hombre del hábito estereotípico que es presa de sus obsesiones sexuales, está
retozando con su peluquera.
Dentro de la tienda, una mujer está sentada tras el mostrador con imágenes apilándose
frente a ella. Hay otras imágenes en exhibición afuera, y un vendedor está saliendo de la tienda
cargado de imágenes para vocearlas en las calles. La caricatura que cuelga de la carga del
vendedor es una de las imágenes más famosas de 1789: en denuncia de la explotación del
Tercer Estado, muestra a un prelado y a un noble montados sobre la espalda de un campesino
encorvado. Para que el mensaje sea claro, su leyenda está escrita como una nota pegada a la
carga: “Esperemos que este juego termine pronto”.
FIGURA VI.2. Imagen de Manuel (Bibliothèque Nationale de France, Département des Estampes, D203608).
FIGURA VI.3. Imagen de Manuel (Bibliothèque Nationale de France, Département des Estampes, 203610).
Las imágenes de Manuel circulaban en este entorno y, como pasaba con la imagen de
Basset, transmitían un mensaje ideológico. Una caricatura, una imagen monarquista de
diciembre de 1792, muestra a Manuel en compañía de los republicanos radicales que habían
dirigido los ataques en contra de Luis XVI. Mientras que un grupo heterogéneo de agitadores
intenta salvar a la nación —representada como una escultura de hielo que los rayos de un sol
Borbón derriten—, él, acompañado por su tristemente famoso “Señor, yo desprecio a los
reyes”, apenas se mantiene a flote sobre un montón de estiércol al centro del cuadro. Los
periodistas alrededor suyo —Brissot, Carra, Gorsas, Fauchet, Desmoulins y Audouin—
pertenecen a diferentes facciones de la izquierda que dominaron a la Convención cuando se
reunió por primera vez.
FIGURA VI.4. Una imagen satírica sobre la secularización de las órdenes monásticas (Bibliothèque Nationale de France,
Collection Vinck, 3362).
Sin embargo, la izquierda se fracturó en el gran debate acerca del destino del rey en enero
de 1793. Manuel ejemplificaba esta vacilación. Aunque no dudaba en declararlo culpable de
traición, no podía obligarse a votar por la inmediata ejecución de Luis. Abandonó la
Convención en cuanto se pronunció el veredicto de pena de muerte, renunció y se retiró a su
pueblo natal de Montargis. Para marzo había adquirido tal reputación de moderado —en
términos jacobinos esto quiere decir ser girondino y contrarrevolucionario— que casi muere
en un motín local. Se escondió en las afueras de París pero lo cazaron después del
derrocamiento de los girondinos el 31 de mayo, y fue ejecutado el 14 de noviembre como uno
de sus co-conspiradores.
FIGURA VI.5. Detalle que muestra la tienda de Basset (Bibliothèque Nationale de France, Collection Vinck, 3362).
FIGURA VI.6. Imagen que protesta contra la explotación del campesinado (Bibliothèque Nationale de France, Collection
Vinck, 2793).
Los dramáticos vaivenes en la carrera revolucionaria de Manuel sirvieron como materia
para el tema de la última imagen, una extensa hoja en folio que pudo haber sido vendida en las
calles como un volante pero que ha sobrevivido en forma de libro como un “tableau” en la
Collection complète des tableaux historiques de la Révolution française (París, 1789-1802).
Esta magnífica colección de grabados en folio en tres volúmenes ofrecía un panorama de la
Revolución desde la perspectiva del Consulado Napoléonico; una perspectiva que reafirmaba
los cambios fundamentales producidos de 1789 a 1792 al tiempo que condenaba los excesos
de 1793 a 1794. El segundo volumen contiene retratos de las 60 personas que, a juicio de los
editores anónimos, tuvieron los papeles más importantes en la Revolución. Cada retrato ocupa
una página y está compuesto de tres partes: un grabado del individuo hasta los hombros, la
imagen de algún evento en el que estuvo involucrado y un texto grabado o un “discurso
histórico que incluye la vida privada y política del individuo representado”. Al combinar el
texto con las imágenes, cada cuadro da un “retrato” en el sentido más amplio de la palabra, ya
que en él se anima la imagen con un esbozo biográfico del tipo que abundó en la literatura
francesa desde Jean de La Bruyère y Madeleine de Scudéry.
Muchas de las minibiografías, incluida la de Manuel, también tenían alguna afinidad con
los libelos, como lo deja en claro la introducción, al destacar el tratamiento de la “vida
privada” de los sujetos. Los grabados y la narración que acompaña a las imágenes funcionaban
en conjunto, como lo habían hecho en clásicos clandestinos del Antiguo Régimen tales como
Vie privée de Louis XV. El último retrato —y el más elaborado— de Manuel muestra cómo
varios elementos se habían fundido en una visión retrospectiva de la Revolución que se
cristalizaba en ortodoxia en la época del ascenso de Bonaparte al poder.
El retrato en el marco circular se asemeja a otras imágenes de Manuel y puede haber
derivado del pastel de Ducreux. En la imagen debajo de él aparece Manuel siendo atacado por
una turba de jacobinos hostiles durante la revuelta en Montargis en marzo de 1793. Una
pequeña inscripción debajo de la imagen la identifica como obra de Jean Duplessi-Bertaux,
pintada y grabada por él en el año VIII (1799-1800). Como Ducreux, Duplessi-Bertaux había
obtenido varias comisiones importantes bajo el Antiguo Régimen pero nunca llegó a la Real
Academia de Pintura y Escultura. Él también siguió el ejemplo de David en la política
revolucionaria cultural. Se convirtió en un jacobino fervoroso y produjo pinturas y grabados
de sucesos revolucionarios hasta 1800. Muchos de sus grabados fueron publicados en la
edición de 1802 de Tableaux historiques de la Révolution française, que lo elogiaba como
“el CALLOT de nuestra época”. Al representar la violencia, sus grabados hacen eco de
aquellos sobre las atrocidades de guerra producidos por Jacques Callot en la década de 1630,
pero también tienen una cualidad monumental y una frialdad clásica que recuerda los
bajorrelieves antiguos. La elección de temas sugiere una simpatía por los triunfos elementales
de la Revolución combinada con una repugnancia ante el Terror, o lo que ellos llamaban
“maratismo”. Esta postura, un tipo de jacobinismo moderado muy apropiado para los primeros
años del Consulado, es visible claramente en los textos grabados debajo de los cuadros de
Duplessi-Bertaux.
FIGURA VI.7. Una caricatura monarquista de 1792 que muestra a Manuel al centro de un grupo de radicales
(Bibliothèque Nationale de France, Collection Vinck, 4364).
El esbozo biográfico de Manuel lo retrata como inconsistente y poco sincero, como un
oportunista que se lanzó al movimiento radical de las secciones de París sólo para
abandonarlo después, ya que lo había vuelto una figura eminente. He aquí la “vida privada y
pública” de Manuel en resumen, como la presentaron al público por última vez:
Si había alguien durante la Revolución que mostrara una habilidad para blandir conceptos revolucionarios por un
lado y para exhibir una conducta vacilante por el otro, sin duda era Manuel. Es difícil saber qué pensar de tan
extraño y contradictorio personaje, considerando su declaración pública de odio a los reyes y las lamentaciones que
expresó ante la condena del último rey de los franceses, sus conexiones íntimas con los partidarios del maratismo y
su valiente oposición a las actividades de aquel partido, así como su amor por la filosofía y la humanidad contrastado
con el papel que jugó en las execrables masacres del 2 y 3 de septiembre. Con frecuencia se cree que sólo se dijo
partidario de Marat para lograr ser elegido para la Convención y que al final estaba arrepentido por los excesos que
había cometido.
De cuna humilde, se convirtió en profesor. Después se volvió famoso por publicar De la police dévoilée. Al lisonjear
a la gente común y proclamarse enemigo de los reyes, logró hacerse nombrar procurador público de la Comuna. Todavía
estaba en ese puesto cuando los levantamientos del 10 de agosto y se adjudicó responsabilidad por los éxitos de ese día.
Ejercía todavía como funcionario cuando sucedieron los asesinatos en las cárceles el 2 de septiembre. Esto lo aceptó, pues
durante su interrogatorio [ante el Tribunal Revolucionario] dijo que había visto ahí dos figuras cadavéricas todavía
palpitantes. Parece que hizo poco para detener esas atrocidades, porque siguieron sucediendo. Después de eso fue electo
diputado para la Convención. Pero desde el inicio rompió con todos sus colegas de la diputación parisina. Se unió al partido
de Gironde y se volvió uno de los enemigos más vehementes de los jacobinos.
Durante el juicio del último rey, Manuel, que era uno de los secretarios de la Convención responsables de tabular los
votos, fue acusado de haber manejado mal la lista y haberse comportado de manera decididamente parcial. Unos días
después renunció y se retiró a Montargis, su pueblo natal. Ahí fue cazado por agentes de los maratistas y los orleanistas y
asaltado por una banda de enloquecidos que lo abandonaron pensando que estaba muerto. Poco tiempo después fue
arrestado y llevado ante el Tribunal Revolucionario, que lo mandó al cadalso.5
FIGURA VI.8. Retrato y esbozo biográfico de Manuel en Tableaux historiques de la Révolution francaise (Bibliothèque
Nationale de France, D. 203603).
Como dejan claro las imágenes reproducidas en este capítulo, el frontispicio de Vie
secrète de Pierre Manuel (véase figura 4) pertenece al género de las imágenes populares
vendidas en las calles de París durante la década revolucionaria. Estas imágenes no se podían
vender abiertamente durante el Antiguo Régimen porque la policía parisina en general logró
moderar la inclinación satírica de artistas e ilustradores de la rue Saint Jacques. A pesar de la
producción clandestina y las importaciones extranjeras, Francia nunca desarrolló una cultura
política visual comparable a las caricaturas que florecieron en el Londres de Hogarth, Gilray
y Rowlandson. Pero después de la caída de la Bastilla hubo una explosión de actividad en la
rue Saint Jacques; los vendedores callejeros hicieron un negociazo vendiendo imágenes y
panfletos para un público ávido de ver las caras de los hombres cuyas “vidas privadas”
quedaban exhibidas al desnudo. Estos librillos ilustrados, como lo demuestra su mala factura,
estaban diseñados para gustar a los lectores comunes. A diferencia de los grabados finos, que
con frecuencia se vendían por 10 libras, las imágenes baratas apenas costaban 10 sous (20
sous hacían una libra), casi lo mismo que un panfleto o folleto de tamaño mediano o la mitad
del precio de un libro delgado.6 Un trabajador especializado como cerrajero o impresor
ganaba entre 40 y 50 sous al día; podía permitirse gastar 30 sous para pagar una “vida
privada” con frontispicio, aunque no con demasiada holgura, y habría preferido leerla en una
taberna o en un club político.
Claro, algunas veces había textos con imágenes en la literatura clandestina del Antiguo
Régimen. Algunos libelos llevaban frontispicios que combinaban retratos sobrios con
epígrafes difamatorios, justamente como sucede en Vie secrète de Pierre Manuel. Anecdotes
sur Mme la comtesse du Barry (1775), el libelo mejor vendido del género, mostraba a la
amante del rey en la página opuesta a la portada como si hubiera captado la auténtica imagen,
así como la historia oculta de su antiheroína. Debajo de ese retrato bastante atractivo, la
leyenda dice:
Sin ingenio, sin talento, surgida de la infamia,
Fue elevada al trono.
Nunca contra ninguna camarilla enemiga
Conspiró;
Y sin percatarse de las señales de alarma de la ambición,
Como un títere de los intrigantes, reinó gracias únicamente a sus encantos.
Vie secrète de Pierre Manuel se apegaba a este modelo bien establecido. La continuidad
de la técnica —un asunto de contrastar palabras con imágenes— vinculaba la propaganda del
Terror con la propaganda contra Luis XV.
Pero cuando los impresores reunieron los ingredientes de Vie secrète de Pierre Manuel,
se dieron cuenta de que era imposible colocar el frontispicio en la página opuesta a la portada
sin añadir otro medio pliego. Por lo tanto, lo insertaron en un lugar conveniente del primer
cuadernillo. En su prisa por armar un ataque contra un girondino prominente, el impresor en
jefe de la Imprimerie de Franklin, en la rue de Cléry núm. 75, quizá no tuvo tiempo de
comisionar un nuevo grabado. En lugar de invertir en una obra original, probablemente
recurrió a las existencias disponibles en las tiendas cercanas de la rue Saint Jacques, tiendas
como la de Paul-André Basset, que había creado el grabado de Manuel que se ofrecía en las
calles meses atrás. Los grabadores quizá retocaron una vieja placa y le añadieron el epitafio
infamante, que debilita la imagen de la misma manera en que lo hace la estrofa grabada debajo
del frontispicio de Madame du Barry.
Uno sólo puede imaginar la naturaleza exacta del proceso de producción. Pero cualquiera
que haya sido el proceso que siguieron, los impresores combinaron el material visual con un
texto biográfico de un modo que habría resultado familiar para sus clientes. Muchos de los
otros ataques difamatorios contra los políticos revolucionarios hacían lo mismo. He
identificado 38 libelos así. Muchos de ellos llevan títulos que inician con vie privée o vie
secrète y 14 contienen retratos, comúnmente como frontispicios con pies de imagen
despectivos. Vie secrète de Pierre Manuel era un ejemplo típico de lo que constituye en sí
todo un género: el libelo revolucionario.
La dimensión iconográfica de esta literatura apenas si sorprende. Los lectores querían ver
cómo eran las personas, leer en sus rostros las claves de su carácter. Gracias a la
representación visual y a los retratos textuales, los lectores podían comparar al personaje
exterior con el interior y disfrutar hasta el estremecimiento de la emoción de ver la villanía al
desnudo. O, si simpatizaban con las víctimas, podían oponer resistencia al argumento textual y
buscar en las facciones de un político difamado, expuesto al desprecio público, aquellos
rasgos que lo redimían. En cualquier caso, el mensaje lo transmitían las metáforas visuales y
verbales de la revelación y el desenmascaramiento. Manuel había hecho más que ningún otro
libelista para explotar este registro retórico en La Police de Paris dévoilée y en sus otras
obras. En Vie secrète de Pierre Manuel fue víctima de los artilugios que él mismo había
perfeccionado.
FIGURA VI.9. Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry, frontispicio (copia privada).
FIGURA VI.10. Retrato en Vie politique de Jérôme Pétion (Bibliothèque Nationale de France, L27n.16130).
FIGURA VI.11. Retrato de Brissot, probablemente tomado de una imagen vendida por separado en las calles, insertada
como frontispicio en Vie privée et politique de Brissot. Otras copias de esta obra no incluyen la imagen, que
probablemente fue tomada del grupo de imágenes a la venta en las calles e insertada en esta copia (copia privada).
No fue un final feliz; y quizá no es una conclusión satisfactoria tampoco, porque el
argumento puede estar sujeto a una objeción fundamental. Parece razonable suponer que los
libelos eran diseñados para que provocaran reacciones particulares en los lectores, pero
¿cómo podemos saber la manera en que los lectores los leían?
1
A pesar de su papel prominente en los sucesos de 1792-1793, no hay biografía de Manuel previa a la publicación de
Huguette Leloup-Audibert, Pierre Louis Manuel (1753-1793): Du pouvoir à l’échafaud, Gien, 2006, que tenía poca
información sobre sus años de juventud. La nota biográfica en August Kuscinski, Dictionnaire des conventionnels, París,
1916-1919, vol. 2, pp. 427428, resume la mayor parte de la información disponible acerca de su vida. Algunos documentos clave
concernientes a su carrera prerrevolucionaria están en el expediente relacionado con su encarcelamiento en la Bastilla el 3 de
febrero de 1786: Archivos Nacionales W295, núm. 246; Bibliothèque de l’Arsenal, ms. 12460; Manuel, La Bastille dévoilée…,
op. cit., vol. 3, pp. 105-106, y Frantz Funck-Brentano, Les Lettres de cachet à Paris, étude suivie d’une liste des
prisonniers de la Bastille (1659-1789), París, 1903, pp. 415-416. También hay algunos apuntes acertados sobre la vida de
Manuel como gacetillero a sueldo antes de 1789 en Gudrun Gersmann, Im Schatten der Bastille: Die Welt der Schriftsteller,
Kolporteure und Buchhändler am Vorabend der Französischen Revolution, Stuttgart, 1993, pp. 146-152. Además de sus
propios escritos, las mejores fuentes sobre el papel de Manuel en la Revolución son Aulard, ed., La Société des Jacobins…,
op. cit., 6 vols., y Paul Robiquet, Le Personnel municipal de Paris pendant la Révolution, 2 vols., París, 1890.
2
Anne Louise Germaine Necker, baronne de Staël-Holstein, Considérations sur la Révolution française, Jacques
Godechot, ed. [1818], París, 1983, p. 283.
3
Bibliothèque Nationale de France, Département des Estampes, D203602-5, D203608-10, y Collection compléte des
tableaux historiques de la Rèvolution francaise, en deux volumes, París, 1798. Véase también Images de la Révolution
francaise: Catalogue du vidéodisque coproduit par la Bibliothèque Nationale et Pergamon Press, 3 vols., París, 1990.
4
Aunque no hay un estudio de amplio alcance de Basset, la naturaleza de su oficio puede reconstruirse a partir de las
referencias en Maxime Préaud, Pierre Casselle, Marianne Grivel y Corinne Le Bitouzé, Dictionnaire des éditeurs d’estampes
à Paris sous l’Ancien Régime, París, 1987, pp. 45-46; Roger Portalis y Henri Béraldi, Les Graveurs du dixhuitième siècle,
París, 1882, vol. 3, p. 719, y Marcel Roux, Bibliothèque Nationale Département des Estampes: Inventaire du fonds
français, París, 1933, vol. 2, pp. 157-158. Para un panorama general de los grabados en el siglo XVIII, véase Pierre-Louis
Duchartre y René Saulnier, L’Imagerie parisienne (L’Imagerie de la rue Saint-Jacques), París, 1944; Antoine de Baecq, La
Caricature révolutionnaire, París, 1988; Klaus Herding y Rolf Reichardt, Die Bildpublizistik der Französischen
Revolution, Fráncfort del Meno, 1989; Christoph Denelzik-Brüggemann y Rolf Reichardt, Bildgedächtnis eines
welthistorischen Ereignisses: Die Tableaux historiques de la Révolution Française, Gotinga, 2001, y François-Louis Bruel,
Un Siècle d’histoire de France par l’estampe, 1770-1871, 8 vols., París, 1909.
5
Collection complète des tableaux historiques de la Révolution française…, op. cit., vol. 2, s. p. Sobre la compleja
historia editorial de esta obra, véase Claudette Hould, “Neue Hypothesen zu den französischen Ausgaben der Tableaux
historiques de la Révolution française”, en Denelzik-Brüggemann y Reichardt, Bildgedächtnis eines welthistorischen
Ereignisses…, op. cit., pp. 35-84.
6
Antoine de Baecq, La Caricature révolutionnaire, París, 1988, p. 27.
VII. LA LECTURA
EL PROBLEMA de la recepción de los lectores no tiene una solución sencilla. ¿Cómo adentrarse
en la mente de gente que hace más de dos siglos intentó hallarles sentido a las palabras
impresas? Casi no dejaron tras de sí registros de sus reacciones. En ocasiones uno se
encuentra con algunos apuntes garabateados en un margen, una entrada en algún diario
personal, un párrafo en un libro de locus communis, una referencia en una carta, un reporte de
algún vendedor de libros, una nota de un espía policiaco, una descripción en una obra de
ficción o un ensayo escrito por un contemporáneo fascinado con la expansión de la lectura
como fenómeno social. Pero ¿cómo componer a partir de esta evidencia fragmentaria una
imagen general precisa? ¿Cómo investigar todas las variedades de prácticas de lectura, que
podrían haber cambiado infinitamente? ¿Cómo distinguir la respuesta a los libelos de las
respuestas a otros tipos de escritura, y cómo extrapolar las respuestas de los individuos a la
formación de la actitud colectiva que, a falta de una mejor frase, llamamos opinión pública?
Las dificultades parecen ser tan grandes que uno está tentado a abandonar el esfuerzo
completamente y a restringir la investigación a los textos mismos. En lugar de lidiar con gente
real, el argumento podría restringirse a los personajes imaginarios que algunos críticos
literarios hacen aparecer ante nuestra vista: los “lectores implícitos” a los que los textos
parecen dirigirse y los tipos de lectura que los libros parecen dar por sentado que tendrán.1
No obstante, el escepticismo hipercrítico ante la evidencia puede ser paralizante. ¿Por qué
no tomar en cuenta los escasos documentos que han sobrevivido para ver si ofrecen por lo
menos algunas conclusiones tentativas? Aquí, por ejemplo, está el reporte de un espía
policiaco acerca de la lectura de libelos en un café parisino, Chez Maugis, rue Saint Séverin,
probablemente en 1729.
De las nueve de la mañana hasta entrada la noche [el Café Chez Maugis] es el lugar de reunión de abogados,
juristas, vendedores de libros y vendedores de noticias [nouvellistes], quienes exhiben y leen todo tipo de libelos
difamatorios. La gente habla abiertamente acerca de todo tipo de asuntos —de asuntos del Estado, de finanzas y de
relaciones exteriores— y los reportes son verificados por los vendedores de libros que tienen correspondientes en
Inglaterra, Holanda y Ginebra.2
París tenía por lo menos 380 cafés en esa época. Si los libelos desataban ese tipo de
conversaciones en 1729, ¿qué cantidad de discusiones habrían provocado en 1789, cuando los
parisinos intercambiaban chismes en por lo menos 800 cafés y otros 2 000 establecimientos de
ingesta de bebidas?3 Según la descripción de la agitación que produjo un tratado en contra del
gobierno en 1788, los meseros en los cafés del Palais-Royal hicieron una “fortuna” al rentar el
tratado, y los lectores memorizaron pasajes enteros para poder declamarlos ante los que no
alcanzaron a obtener una copia.4
Los cafés funcionaban como centros neurálgicos para transmitir mensajes a través del
cuerpo político en el París del siglo XVIII. Junto con el café, ofrecían noticias en forma de
chismes y gacetas, tanto publicaciones legales como chroniques scandaleuses manuscritas. La
información que difundían también podía ser adquirida en otros lugares clave del paisaje
urbano: puentes (particularmente el Pont Neuf), mercados (especialmente en la Place
Maubert), quais o embarcaderos (principalmente el Quai des Augustins), juzgados (sobre todo
la Cour de Mai del Parlamento de París) y jardines públicos (aquellos afuera de los palacios
de Luxemburgo y de las Tullerías). Los vendedores de libros y libreros de viejo
(bouquinistes) ofrecían sus mercancías en todos estos lugares, que servían como los puntos
nodales de un vasto sistema de comunicación. A lo largo del sistema, los mensajes escritos, ya
fuera manuscritos o impresos, se amplificaban de viva voz. La lectura y la conversación iban
juntas, particularmente en el punto de reunión predilecto de los nouvellistes: las librerías, los
cafés y el jardín del Palais-Royal.5
El Palais-Royal pertenecía al duque de Orleans, conocido en la década de 1770 y 1780
por su disposición a colaborar con las agitaciones que socavaran a la Corona. Después de un
incendio en 1773, encerró el jardín dentro de una enorme arcada que contaba con tiendas y
apartamentos, incluidos algunos de los cafés más animados de la ciudad (el Café du Caveau,
el Café de Foy y, fuera del jardín, el Café de la Régence en la Place du Palais-Royal).
Permitía que los parisinos caminaran por el jardín, que hablaran tan libremente como
quisieran acerca de cualquier tema. Podían comprar libros ilegales en las tiendas bajo la
arcada, detenerse en los cafés para refrescarse y chismear, elegir entre una interminable
circulación de prostitutas o probar suerte en los antros de apuestas. Muchas de estas
actividades eran ilegales, pero la policía no podía perseguirlas sin pedir primero permiso al
gobernador del palacio, porque bajo el sistema judicial del Antiguo Régimen el Palais-Royal
constituía un “espacio privilegiado” (lieu privilégié) sujeto a la autoridad del duque por ser
un príncipe de sangre real. Fue en el Palais-Royal donde Diderot dio rienda suelta a sus
pensamientos —“Mes pensées, ce sont mes catins” (“Mis pensamientos son mis meretrices”)6
— y donde conversó con el sobrino librepensador de Rameau. Fue en el Palais-Royal donde,
parado sobre una mesa en un café, Camille Desmoulins arengó a los parisinos a tomar las
armas y desató el asalto a la Bastilla.
Aunque no podían arrestar a discreción a los personajes sospechosos que se congregaban
en el Palais-Royal, la policía los mantenía vigilados. Muchos expedientes en los archivos de
la policía mencionaban a los libreros que comerciaban con literatura prohibida, aunque sólo
algunos se referían a los clientes. En diciembre de 1774, por ejemplo, Pierre-Antoine-Auguste
Goupil, un inspector del mercado de libros (y él mismo un personaje sospechoso que figurará
más adelante en capítulos de este libro), recibió una orden del teniente general de policía para
hallar al autor, al impresor y los distribuidores del libelo titulado Lettre de M. l’abbé Terray,
ex-contrôleur-général, à M. Turgot, ministre des finances. Goupil envió inmediatamente a un
espía a husmear en el Palais-Royal. El espía halló la Lettre a la venta en dos boutiques y
logró comprar dos copias de la fuente principal: la tienda de la joven La Marche en un pasaje
que llevaba del Palais-Royal a la rue de Richelieu. De acuerdo con los reportes de Goupil, la
Lettre atraía a toda una muchedumbre a la tienda, que era sólo un puesto al exterior, y su texto
calumnioso tenía a todos hablando: “La gente se agolpa en su tienda como si fueran a una
nueva obra de teatro, y eso causa sensación. Además, este panfleto da lugar a que se hable de
las personas que aparecen mencionadas en él; y aunque está muy mal escrito, los malvados y
mordaces comentarios ahí vertidos hacen que se venda y sea leído”.7 La Marche le dijo al
hombre de Goupil que pronto se publicaría una continuación. Sus provisiones llegarían antes
que a las demás boutiques, y le prometía guardar media docena de copias para él. Animada
por su interés en este tipo de literatura, ella inició una comprometedora plática sobre ventas:
FIGURA VII.1. Nouvellistes intercambiando chismes y leyendo en un café en el Palais-Royal (Bibliothèque Nationale de
France).
FIGURA VII.2. Conversación sobre periódicos en los jardines del Palais-Royal. La figura de la izquierda está leyendo el
Courrier de l’Europe, un periódico francés publicado en Londres, que era la fuente principal de información acerca de
la revolución estadunidense y la política británica disponible en Francia (Bibliothèque Nationale de France).
Ella le preguntó a él [el espía de Goupil] si conocía Vie de Mme du Barry. “Naturalmente —contestó—; ¿por
qué?” “Porque todavía tengo varias copias de 200 que recibí de Flandes hace dos semanas. ¿Tiene este nuevo
material? —preguntó ella en un tono bromista—. Es el Bréviaire des chanoines de Rouen, y proviene de ese
pueblo.” E inmediatamente sacó de debajo de su puesto el libro que adjunto aquí y por el que me cobró 2 libras 8
sous. Como puede ver, Monsieur, es una compilación de indecencias que seguramente corromperá las costumbres.8
Cinco días después Goupil irrumpió en el departamento de La Marche, un departamento
modesto en el sexto piso encima de una tabaquería, en busca de la mercancía secreta. Juntó
algunos panfletos políticos y pornografía, y después la llevó a la Bastilla. Al interrogarla
Goupil se enteró de que su nombre real era Louise Manichel; nativa de París, de 38 años,
siempre había vivido de vender libros, como su padre, su madre y su hermana. No tenían
autorización para hacerlo, como tampoco la tenían los otros bouquinistes del Palais-Royal,
Lesprit, Morin y Guyot, quienes también guardaban copias de la Lettre de M. l’abbé Terray
bajo sus mostradores. La Marche le aseguró a Goupil que todos ellos vendían los mismos
productos. Con todo gusto ella le informaría sobre el comercio de sus competidores y,
mientras fungiera como espía, ella lo proveería de copias de todas las últimas obras ilegales,
justo como había hecho con su antecesor, el inspector Joseph d’Hémery, si tan sólo la dejaba
salir de la Bastilla. Pero Goupil tenía instrucciones estrictas de rastrear el suministro hasta
llegar a la fuente. Este camino lo llevó a la señora Mequignon, una bouquiniste en la Cour de
Mai del Parlamento, que tenía un inventario secreto de la Lettre de M. l’abbé Terray… y lo
mantenía este material oculto de su esposo, quien tenía el molesto hábito de exigir una tajada
de sus ganancias. Madame Mequignon obtenía sus provisiones de Abraham Lucas, un librero
de Ruan, y él obtenía las suyas de Jacques Manoury, un librero de Caen que dirigía toda la
empresa. Le tomó a Goupil semanas de viajes, arrestos e interrogaciones desentrañar la red de
producción y distribución. En el camino acumuló una impresionante cuenta de gastos por sus
comidas en posadas de pueblo y recibió una excelente educación en los modos del sub-mundo
literario, que más adelante pondría en práctica cuando se adentrara en él. Pero nunca pudo
identificar al impresor ni al autor de la Lettre y, desafortunadamente para el historiador de la
lectura, nunca escribió más reportes acerca de las multitudes que se reunían alrededor de los
puestos de libros y de la manera en la que se leían pedazos de libros unos a otros,
pontificando apasionadamente acerca de las vidas secretas de los grandes.9
Eso es todo lo que uno puede conocer de una inusualmente rica partida de expedientes en
los archivos policiales, pero todo esto lo confirma una descripción de los bouquinistes en el
Tableau de Paris escrito por Louis-Sébastien Mercier. De acuerdo con Mercier, vendían de
todo, “incluso el libro prohibido más reciente; pero cuidábanse de no exhibirlo; lo mostraban
debajo de las tablas de su tienda: todos estos ajetreados tejemanejes les daban para exigir
unos cuantos centavos más”.10 Algunos de los bouquinistes espiaban secretamente para la
policía, exactamente como La Marche había ofrecido hacer para Goupil: “Entre estos
vendedores estacionados en los pasajes que desembocaban en los paseos públicos había
espías que cumplían dos propósitos: reconocer a las personas bajo vigilancia y denunciar a
cualquiera que les ofreciera un folleto ilegal o que preguntara, con excesiva insistencia, acerca
de alguno de aquellos libelos, las más de las veces provistos de títulos imaginarios”. Los
clientes se abarrotaban alrededor de los puestos y dentro de las tiendas para conversar y para
leer: “Se ven grupos de ellos que se pegan al mostrador como si estuvieran atraídos ahí por un
imán. Fastidian al vendedor, que ha quitado todas las sillas para hacer que permanezcan de
pie; no obstante, ellos permanecen ahí, hora tras hora, recargados contra los libros,
constantemente hojeando los panfletos y discutiendo sin parar acerca de los méritos y del
impacto político de obras que apenas si han visto”.11
Las descripciones de Mercier acerca de la vida diaria en el París prerrevolucionario no
deben tomarse literalmente porque con frecuencia las retocaba para hacerlas más vívidas, y
tampoco dudaba en deslizar en ellas sus propias opiniones. Pero tenía un buen oído para la
conversación casual, así como un ojo preciso para el estilo de vida a nivel de la calle. Dedicó
todo un libro, Les Entretiens du Palais-Royal (1786), a reportar las conversaciones del
Palais-Royal. Aunque no reproduce el habla con la precisión de un reporte estenográfico,
transmite la manera en que la gente iniciaba las conversaciones, los temas que discutían y el
tono general de sus encuentros. Según lo relata Mercier, el Palais-Royal proporcionaba un
escenario en el que los extraños se sentían libres para abordarse el uno al otro y discutir lo
que tuvieran en mente. Saltaban rápidamente de un tema a otro, cambiaban de interlocutores de
un momento a otro y se acercaban y se alejaban de los grupos donde los más locuaces podían
perorar aburridamente durante horas. Les gustaba en particular chismear acerca de los grandes
personajes del gobierno y de la Corte; por ello, con frecuencia lo que disparaba sus
conversaciones eran las lecturas de libelos disponibles en las boutiques.12
Mercier aseguraba que una calumnia que aparecía impresa tenía más probabilidades de ser
tomada por cierta que una que se difundía de boca en boca. Sin lugar a dudas, las personas
razonables (les hommes sensés) no se dejaban engañar por la burda difamación, pero éstas
eran una reducida minoría: “No eran sino un puñado en comparación con los maldicientes, los
réprobos, los tontos, quienes creen en las calumnias como si fueran artículos de fe,
especialmente cuando están impresas”.13 Los libelistas inventaban mucho de lo que escribían,
y sin embargo sus escritos resonaban entre un público amplio, y podían hacerse ricos al
difamar a los grandes. Mercier aseguraba haber conocido a uno de ellos en Holanda. El
libelista había hecho una fortuna recolectando anécdotas de informantes en Francia y
reescribiéndolas como libros y folletos panfletarios que luego animaban las discusiones en el
Palais-Royal:
Nosotros producimos calumnias [contaba el libelista], y nadie… tiene una correspondencia tan extensa como
nosotros. Las cortes, las ciudades, las familias, los monasterios son nuestros tributarios. Todo lo que necesitas es
una imaginación tendiente a la perfidia, y al inventar historias que atribuyan vicios a una persona y ridiculicen a otra
puedes ganar tanto como quieras… Incluso las personas más devotas leen secretamente nuestros libelos, aunque
para evitar la condena eterna piadosamente creen sólo la mitad de lo que ven.14
Aunque Mercier les atribuía a los libelistas enormes poderes de persuasión, no afirmaba
que pudieran manipular la opinión popular a voluntad. Al contrario, apuntaba que las
reacciones de los lectores variaban, dependiendo de los distintos grados de credulidad entre
los individuos y de las diferentes subculturas dentro de la población parisina. Un reporte
noticioso podría sorprender a las mujeres del mercado en la Place Maubert e impresionar a
los artesanos en el faubourg Saint Jacques al tiempo que no provocaba nada más que
escepticismo entre los sofisticados del faubourg Saint Honoré. Un panfleto podía desatar
discusiones muy distintas en los Jardines de Luxemburgo que en el Jardin du Roi, en las
Tullerías o en los bulevares. Pero la credulidad prevalecía en todos lados, especialmente en el
Palais-Royal, el nodo más importante del sistema nervioso de la ciudad. Todos ahí discutían
las noticias (nouvelles). En un instante podían asumir una postura firme frente a alguna
cuestión pública —desde los reportes sobre las intrigas ministeriales y los asuntos extranjeros
hasta los naufragios y el clima— y retractarse al momento siguiente. No importaba: seguían
comentando interminablemente y con convicción el tema más reciente, el más de moda.
Mercier los describía escrutando los opúsculos y las gacetas, leyendo cada sílaba de texto y
luego saltando a la discusión general, convencidos de sus hechos y decididos a dominar el
debate. Podían aguardar a que hubiera un momento de calma en el barullo para llevar la
conversación por nuevos derroteros. Entonces, nadando con la corriente, podían continuar
durante horas. De cuando en cuando corrían a algún café, donde consultaban esos impresos
para obtener nuevas provisiones de información. Una vez rearmados se lanzaban a la plática
de nuevo, y al final del día volvían con sus familias y arengaban a sus esposas y a sus hijos, la
audiencia cautiva alrededor de la mesa del comedor, quienes escuchaban asombrados las
revelaciones acerca de la vida de los notables, esas personas colocadas en posición
prominente y ubicadas en lugares exóticos cuyos nombres sonaban tan extraños que casi daban
miedo.15
Esta nouvellomanie (la manía por las noticias) implicaba ventilar una gran cantidad de
opiniones personales. Las lecturas públicas y los debates llevaban a elaborar veredictos sobre
todos y todo.
La impaciencia de ciertos nouvellistes con frecuencia degenera en frenesí. Toda su existencia está dedicada a
correr entre los paseos públicos para recoger y repetir todo lo que ahí se dice, todo lo que se publica. Y en su apuro
por creerlo todo, las conjeturas más ingenuas se convierten en realidad ante sus ojos. La Corte, la ciudad, las
repúblicas, los reinos, el universo entero son su dominio; y nunca están más en su elemento que cuando emiten
pronunciamientos sobre ministros, generales del ejército e incluso sobre los soberanos.16
Era gracias a la mezcla de lecturas y conversaciones, muchas de ellas animadas por
nouvellistes de estirpes variadas, que la opinión pública tomaba forma. Como muchos
filósofos del siglo XVIII, Mercier tenía fe en el poder de la imprenta para mantener informado
al público y, en última instancia, hacer que la verdad prevaleciera. Pero no concebía a la
opinión pública como el proceso de filtrado de perspectivas encontradas del que, merced a la
crítica y la reflexión, ha de emerger un consenso racional. En lugar de esta visión estándar de
la Ilustración, él describía a la opinión pública como una cacofonía que se arremolinaba por
las calles y bullía en algunos sitios clave, como el Palais-Royal: “Es ahí donde las fantasías
se vuelven realidad, donde uno imagina alianzas, fabrica tratados, despide ministros y dicta
que los soberanos vivan o mueran”.17 A pesar de no ser racional ni ceñirse a los hechos, la
opinión pública operaba como una fuerza. De hecho, podía arrasar París como una tormenta
violenta, y el ojo del huracán se ubicaba en el Palais-Royal. A las discusiones frenéticas en el
jardín y las boutiques lo único que les hacía falta era dar un gran salto a una mesa en el Café
Desmoulins, y París se encaminaría a asediar la Bastilla… o eso podría concluir uno después
de leer a Mercier.18
Pero ese escenario es demasiado simple. A pesar de que los libelos echaban a volar la
imaginación y contribuían al horror colectivo ante el despotismo que movilizó a los parisinos
en 1789, había otras fuentes de agitación, y había otros tipos de lectura. En lugar de imaginar
una línea recta de causalidades —de los libelos a la lectura a la opinión pública a la acción
revolucionaria—, sería mucho más preciso visualizar un amplio espectro de maneras en que
los lectores asimilaban la palabra impresa. La indignación revolucionaria puede tomarse
como un fenómeno representativo de un extremo; el entretenimiento inocente, como el de otro:
es decir, un tipo de lectura casual, apolítica que también amerita ser evaluada.
Leer por entretenimiento puede tomar muchas formas, incluida la manera más familiar hoy
en día: el consumo de ficciones ligeras, sobre todo de novelas. Pero los franceses también se
entretenían con variedades de lectura ahora casi extintas. Una de estas variedades, que deja
entrever mucho de su aproximación a los libelos, consistía en la lectura como solución de
acertijos. Los acertijos adoptaban distintos formatos: notas escritas a mano, artículos de
revistas, volantes impresos y libros de gran formato. Algunos combinaban palabras con
imágenes, como en el frontispicio de Le Gazetier cuirassé. Los más elaborados eran los
acertijos con pictogramas, uno de los géneros preferidos del siglo XVIII.19
Otros enigmas pertenecían el género del verso ligero y las ocurrencias conocidas como
pièces fugitives. Aparecían por todos lados en las revistas de reseñas literarias como el
Mercure de France, el periódico más popular durante el Antiguo Régimen. Para 1779, cuando
el magnate de la prensa Charles-Joseph Panckoucke asumió el control del Mercure y combinó
su sección literaria con un suplemento político, la publicación se había incrementado a 48
páginas por número; aparecía una vez por semana y llegaba a 7 000 suscriptores, además de
varios miles de lectores adicionales. (Las suscripciones crecieron a lo largo de la década de
1780 y llegaron a su punto más alto de 15 000 en 1789.)20 Varias secciones del Mercure
estaban diseñadas para leerse de una manera específica, que combinaba el entretenimiento con
el desciframiento. Para “entenderlas”, el lector tenía que resolver un acertijo; era algo muy
similar a lo que sucedía en los frontispicios y los textos de Le Gazetier cuirassé y Le Diable
dans un bénitier. La expresión común francesa trouver le mot de l’énigme (“hallar la palabra
del enigma”, equivalente aproximado a “unir los puntos” usado de manera figurativa) se
refiere a esta experiencia, ya que cada número del Mercure incluía un enigma que tenía que ser
resuelto de cierta manera. Sólo había una respuesta válida; cualquier otra habría sido
desechada como una mala lectura. Por ejemplo, el enigma impreso en el Mercure del 3 de
abril de 1784 iba así:
ÉNIGME
Je puis avec huit pieds offenser le prochain;
Supprimez le second, je sers un Capucin.
[Con mis ocho pies puedo ofender al prójimo;
Elimina al segundo y soy útil para un capuchino.]
La respuesta aparecía en el número de la siguiente semana: scandale. La palabra tenía
ocho letras y si la segunda letra se eliminaba quedaba sandale. No hay otra lectura posible. La
cadencia y la rima se sumaban al ingenio del acertijo, y lo hacían un jeu d’esprit exitoso, o un
juego de palabras del tipo de los que eran extremadamente populares durante el Antiguo
Régimen.
El mismo número también incluía una charada:
CHARADE
Privés de mon premier et transis par le froid,
Les malheureux allaient périr tous de misère,
Lorsque de mon second le chef et digne Père
Sut terminer mon tout et calmer leur effroi.
[Privados de mi primera y congelados hasta los huesos,
Los desafortunados estaban a punto de morir de miseria,
Cuando el líder y noble Padre de mi segunda
Supo completarme toda y calmar su terror.]
La respuesta, que apareció en el siguiente número, mostraba que el autor había usado
inteligentemente los recuerdos del terrible invierno de 1783-1784 y al mismo tiempo le rendía
tributo al rey, quien había respondido al frío extremo distribuyendo comida entre los pobres.
En este caso los números se refieren a las sílabas y no a las letras. La primera era sou, o
centavo; la segunda, France, y la “toda” era sou-France: esto es, souffrance, penalidad o
sufrimiento.
Inmediatamente después de estos dos acertijos en el número del 3 de abril de 1784 venía
un logogryphe, un popular juego de palabras conocido como logogrifo, que puede describirse
como un superanagrama. Los lectores tenían que ir recogiendo pistas de los versos para
componer una serie de palabras, y todas éstas, después de reorganizarlas anagramáticamente,
estaban contenidas dentro de la palabra que era la respuesta al acertijo.
LOGOGRYPHE
Je suis un être affreux, horrible, extravagant,
Que l’amour et le jeu produisent trop souvent.
J’ai neuf pieds; cube ou rond, à tes yeux je présente
Un seul nom; une chose ou chagrine ou riante;
Un légume; un bon fruit; le contraire de mieux;
Le plus grand bien du pauvre et de l’ambitieux;
Ce que l’oiseau désire enfermé dans sa cage;
Ce qu’éprouve un beau front sur le déclin de l’âge;
L’ouvrage d’un insecte, et l’un des demi-Dieux;
Et l’instant désiré par les amants heureux.
[Soy un ser terrible, horrible, extravagante,
Que el amor y las apuestas producen con frecuencia.
Tengo nueve pies; como cubo o redondo, tengo ante ti
Un solo nombre; una cosa lamentable o feliz;
FIGURA VII.3. Un típico acertijo con pictogramas del siglo
XVIII
(Bibliothèque Nationale de France).
Un vegetal; una buena fruta; lo opuesto de mejor;
El mejor bien para el pobre y para el ambicioso;
Eso que es deseado por el ave enjaulada;
Eso que desfigura una frente con la edad;
La obra de un insecto, y la de los semidioses;
y el momento deseado por los amantes felices.]
El siguiente número reveló la respuesta: désespoir. Se podían componer palabras a modo
de anagrama a partir de las nueve letras, de acuerdo con las claves dadas en cada línea.
Estaban en orden sucesivo: dé (à coudre et à jouer) (dedal y dado para apostar, la misma
palabra en francés); idée (idea); pois (chícharos); poire (pera); pire (peor); espoir
(esperanza); essor (vuelo); ride (arruga); soie (seda); Persée (Perseo), y soir (tarde).
Para 1750 cada número del Mercure incluía una charada, un enigma y un logogrifo junto
con muchos otros juegos de adivinanzas, casi siempre en verso, en una sección titulada Pièces
fugitives. Aparecían bajo muchos nombres: épigramme, épitaphe, épithalame, étrennes,
bouts rimés, question, fable, parodie, anecdote, allégorie, portrait, boutade, bon mot,
placet, brunette, chansonette. Algunos nombres también se aplicaban para otros tipos de
escrituras, que podían no incluir acertijos. Pero la profusión de nombres y géneros sugiere que
resolver acertijos era una variedad muy común de la lectura, y parecía no tener otro propósito
que el entretenimiento y el ejercicio del ingenio.
Casi todas las otras revistas literarias incluían este tipo de versos ligeros, dirigidos a
entretener a los lectores con juegos. Los lectores con frecuencia enviaban adivinanzas en
verso a los periódicos o los anotaban en pedazos de papel, que llevaban en sus bolsillos para
luego mostrarlos en los cafés a fin de divertir a sus amigos y espectadores. Los pedazos de
papel se coleccionaban y se intercambiaban. Varias colecciones, hechas de álbumes de
recortes con notas garrapateadas que quedaban pegadas en las hojas o registros con entradas
transcritas por manos secretariales, han sobrevivido en la Bibliothèque Historique de la Ville
de Paris y en la Bibliothèque Nationale de France.21 Estas pièces fugitives son exactamente
como aquellas que aparecían en las revistas literarias, pero circulaban libremente sin pasar
por la censura; podían referirse a individuos específicos (cosa que era imposible en una
revista censurada), e incluían algunas piezas políticas y obscenas. La mayoría, sin embargo,
eran bastante inocentes. Por ejemplo, una colección contenía un logogrifo típico sobre una
actriz cuyo apellido, Mets, se prestaba para hacer un juego de palabras con la ciudad de Metz
en la región conocida como los Tres Obispados:
Lecteur, sans vous donner une peine infinie,
Dans votre mémoire cherchez,
Et dans l’un des Trois Evêchés
Vous trouverez le nom d’une actrice jolie.
[Lector, sin darse infinitos problemas,
Busque en su memoria,
Y en uno de los Tres Obispados
Hallará el nombre de una bonita actriz.]22
El copista incorporó la solución del acertijo al título del poema: “Mademoiselle Mets,
Logogryphe”.
Cuando transcribían adivinanzas más difíciles, los copistas con frecuencia escribían las
soluciones en los márgenes de los álbumes. Por ejemplo, “Les Échos des seigneurs et dames
de la cour” se burlaba de los cortesanos acudiendo a un recurso popular, el écho o una palabra
formada a partir de las últimas sílabas de cada verso. Al escuchar el écho en el siguiente
verso, los lectores bien informados tenían todas las claves que necesitaban para identificar al
objeto de la broma.
De Vénus et de Bellonne
Également favorisé,
Près des belles qu’il empoisonne
Comment est maintenant ce courtisan rusé?… usé.
[De Venus y Bellona
Favorecido por igual,
FIGURA VII.4. Versos casuales pegados en un álbum de recortes (Bibliothèque Nationale de France).
Cerca de las bellezas que él envenena,
¿Cómo se estima ahora a este cortesano astuto?… desgastado.]23
Una nota añadida al margen identifica al destinatario de este verso como el duque de
Richelieu, tristemente famoso por su donjuanismo y sus campañas militares (de ahí las
referencias a Venus y a Bellona, la diosa romana de la guerra), en que persistió incluso en su
vejez. Los ingeniosos de café probablemente declamaban los 14 versos de este poema,
haciendo al final de cada uno una pausa para retar a sus escuchas a identificar de quién se
trataba. El juego sí era difamatorio pero no era el tipo de cosas que provocarían un alboroto
político.
Había filos en los poemas enigmáticos que lidiaban con asuntos actuales, pero nunca
producían heridas muy profundas. Por ejemplo, un acertijo contenía referencias desdeñosas a
Luis XV y los mariscales de Saxe y de Lowendahl, quienes comandaron la conquista francesa
de la Holanda austriaca durante la Guerra de Sucesión austriaca (1740-1748). Debido a que
los dos mariscales eran extranjeros, las campañas dieron pie a ciertas habladurías a propósito
de la carencia de comandantes nacidos en Francia. Adicionalmente, el Tratado de Aix-laChapelle (1748) requería que Francia devolviera el territorio conquistado y expulsara a
Charles Edward Stuart, el Joven Pretendiente, a quien se le había proporcionado asilo
después de apoyar su fallido intento de provocar una revolución en Gran Bretaña en 17451746. Por ello, el acuerdo de paz era visto entre el público parisino como una humillación. Al
ir a la guerra, Luis había dicho que no ambicionaba extender el territorio, y al aceptar la paz
quiso presentarse como un árbitro desinteresado. Sin embargo, después de casi ocho años de
bajas importantes y muchos impuestos, los franceses sentían que merecían algunas
recompensas en el tratado de paz. No ayudó que los términos del tratado fueran negociados
por otro extranjero, el conde de Saint-Séverin, un aragonés que representaba a Francia en Aixla-Chapelle. El siguiente poema de enero de 1749 apelaba a esa sensación de orgullo nacional
herido al tiempo que jugaba con las palabras y desafiaba al lector a descifrar las alusiones. Un
copista escribió las respuestas en el margen.
Louis XV
Celui qui ne voulait rien prendre,
Celui qui prit tout, pour tout rendre,
Les maréchaux de
Prit deux étrangers pour tout prendre;
Saxe et Lowendahl
M. le comte de
Prit un étranger pour tout rendre;
Saint-Séverin
Le Prince Edouard
Prit le Prétendant pour le prendre;
Prit le Prétendant pour le rendre.
[Luis XV
El que no quería tomar nada,
El que tomó todo para entregarlo de vuelta,
Mariscales de
Saxe y Lowendahl
Tomó a dos extranjeros para tomar todo;
el conde de
Tomó a un extranjero para entregar todo de vuelta;
Saint-Séverin
Príncipe Edward
Tomó al Pretendiente para tomarlo;
(Stuart)
Tomó al Pretendiente para entregarlo de vuelta.]24
Para resolver este acertijo los lectores tenían que saber bastante acerca del pasado
reciente; y si no lograban resolverlo, una vez que aprendían la solución podían sentirse
impelidos entonces a ver los sucesos actuales con un ojo crítico. Pero era más frecuente que
los enigmas en verso dieran una versión triunfal de los eventos. La victoria francesa en
Lawfeldt (2 de julio de 1747) inspiró los siguientes extractos de un poema de cabos rimados
(bouts rimés). Las respuestas, añadidas en el margen derecho, tenían que rimar con la última
palabra en el texto del lado izquierdo, y el copista también añadió notas para explicar las
referencias:
Le prince Valdeck… est échec (b)
On a fait Ligonnier… prisonnier (c)
M. de Batiani… s’est enfui (d)
Les Anglois sont… aux abois.
[El príncipe Valdeck… fue derrotado (b)
Han hecho a Ligonnier… prisionero (c)
M. de Batiani… huyó (d)
Los ingleses están… en un aprieto desesperado.]25
Las notas explicaban las referencias a las fuerzas aliadas que los franceses habían
derrotado: Valdeck comandaba las tropas holandesas; Ligonnier, un comandante inglés, fue
hecho prisionero, y Batiani comandaba a las tropas austriacas. Los poemas enigmáticos con
frecuencia se ajustaban a este modelo. Aunque circulaban fuera de los canales legales, era
igualmente posible que aplaudieran al gobierno o que lo criticaran.
Dado el amor que sentían los franceses por el verso casual e improvisado, no debe
sorprender que tales poemas ofrecieran un comentario constante de los sucesos del momento.
El sistema político podía tolerar una buena cantidad de estos ataques, siempre y cuando no
aparecieran impresos. Pero había límites. El conde de Maurepas, un ministro clave durante la
Guerra de Sucesión austriaca, cayó en desgracia porque compuso o hizo circular el siguiente
poema:
FIGURA VII.5. Un acertijo político en forma de poema (Bibliothèque Nationale de France, ms. fr. 12719, p. 23).
Par vos façons nobles et franches,
Iris, vous enchantez nos coeurs;
Sur nos pas vous semez des fleurs,
Mais ce sont des fleurs blanches.
[Por tu noble y libre manera,
Iris, encantas nuestros corazones;
En nuestro camino esparces flores,
Pero son flores blancas.]26
Para el ojo inculto la estrofa puede parecer un madrigal cualquiera acerca de una pastora y
la inocencia bucólica. Pero un lector astuto y bien informado sabría que Iris representaba a
Madame de Pompadour, quien había dado unos jacintos blancos a Maurepas y a Luis XV en
una cena privada. Fleurs blanches era un juego de palabras que se refería a los flujos
menstruales (flueurs) cuando hay una enfermedad venérea. En cuanto el rey se enteró de este
acertijo, que daba vueltas alrededor de Versalles y París de boca en boca y en copias
manuscritas, despidió a Maurepas y lo envió al exilio. La caída de Maurepas el 24 de abril de
1749 fue el evento político más importante del año y dio pie a más versos, incluyendo el
siguiente écho:
La faveur de ton roi, Maurepas, quand tu pars
Dis-nous ce qui t’attire un si cruel revers… vers.
[El favor de tu rey, Maurepas, dinos cuando te vayas
Qué te acarreó un destino tan adverso… verso.]27
Algunas veces los versos de ocasión podían dañar a los individuos y al sistema político
como un todo. Durante la mitad del siglo, los años de los que surgen estos ejemplos, se
acumuló una gran cantidad de descontento. Disminuyó y volvió a crecer durante la última fase
de las controversias jansenistas y la Guerra de los Siete Años (1756-1763), la crisis de
Maupeou (1770-1784), y la prerrevolución (1787-1788). Los acertijos, enigmas y juegos de
palabras de todo tipo adquirieron un tono sedicioso durante esos periodos críticos. Hay
cientos de ellos en Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en
France, versión impresa de una chronique scandaleuse o un boletín manuscrito que cubría los
años de 1771 a 1787. Pero sería un error atribuirles demasiada influencia a estos versos
casuales.28 Por cada logogrifo dirigido a un ministro, había docenas dedicados a la bebida y
las mozas. En general, este tipo de poesía buscaba entretener a los lectores, nada más. Su
carácter era lúdico, como los crucigramas modernos, y merece atención —aunque nunca ha
sido estudiada por los historiadores de la literatura— porque ilustra una manera particular de
leer que floreció durante el Antiguo Régimen y que puede ser recobrada al volver a jugar los
juegos como fueron diseñados para hacerlo hace más de dos siglos.
Entre el impacto de los libelos, por un lado, y el entretenimiento que dan los acertijos por
el otro, el espectro de la lectura dejaba espacio para muchas otras experiencias. ¿Acaso no
incluía el modo de leer que quizá se les ocurra primero a los lectores de hoy, en específico, la
sensación de inclinarse sobre un libro en una mesa y absorber sus contenidos a solas y en
silencio? Sin duda, aunque la evidencia iconográfica sugiere que los lectores tendían a
sostener los libros con las manos, tanto bajo techo como al aire libre, sin recargarlos contra
una mesa; el elemento cinético en la lectura —la sensación del papel hecho a mano, el peso
del tomo sobre las palmas— puede haber sido más intenso en el siglo XVIII de lo que es
ahora.29
Varios contemporáneos atestiguaron la intensidad de la lectura en solitario; incluso
Mercier la invoca. Es verdad, con frecuencia la describía como una actividad social que
sucedía en medio del ir y venir de la vida diaria, pero también celebraba el poder de la letra
impresa para atravesar las convenciones sociales y penetrar en lo profundo del alma. En
varios ensayos evocó fantasías acerca de vidas transformadas por una lectura profunda y
solitaria: un joven salvado de la vida monástica por un tratado de Voltaire, una joven
rescatada del adulterio gracias a La Nouvelle Héloïse e incluso un heredero al trono que
adoptó la causa de la gente común debido a las verdades transmitidas por los libros
directamente hacia su ser interior.30 Cuando seguía esta línea de pensamiento, Mercier
distinguía tres factores: el genio de los escritores individuales, el poder de la imprenta para
difundir sus ideas y la respuesta a esas ideas que en última instancia tomaba forma como el
juicio del público.
Esta perspectiva, que desembocaba en la noción romántica de los poetas como los
legisladores no reconocidos del mundo, la compartían muchos franceses inteligentes en
vísperas de la Revolución. La versión más reveladora de ella viene de Mémoire sur la liberté
de la presse compuesta por Chrétien Guillaume Lamoignon de Malesherbes en 1788. Como
director del comercio de libros de 1750 a 1763, Malesherbes había adquirido un
conocimiento sin igual sobre cómo circulaban en realidad los libros por Francia, aunque su
familiaridad con las prácticas de los autores, los impresores y los libreros —muchos de ellos
ladinos y convenencieros, incluso los ubicados entre los filósofos más importantes— no le
impedía creer que la verdad inevitablemente triunfaría sobre la falsedad gracias al poder de la
palabra impresa. Describía el mundo de la imprenta como una vasta arena abierta a todos. En
el choque de opiniones encontradas, los escritores avezados podrían engañar por momentos al
público pero tarde o temprano sus errores serían exhibidos, y la verdad triunfaría. Aunque era
un dedicado siervo de la monarquía, Malesherbes celebraba a la imprenta como una fuerza
democrática: “La nación entera es el juez; y si este juez supremo ha sido llevado al error,
como sucede con frecuencia, siempre hay tiempo para llevarlo de nuevo a la verdad… Al
final, la verdad prevalece”.31 Estas mismas ideas, reforzadas por un concepto de la política
como matemática aplicada, le dio a Condorcet el material para una filosofía de la historia.
Durante los momentos más oscuros del Terror, aseveró que la razón y la justicia a fin de
cuentas prevalecerían ante el tribunal de la opinión pública, gracias a las fuerzas unidas de la
escritura, la imprenta y la lectura.32
Condorcet se aferró a esta visión del futuro con una tenacidad que le ayudó a confrontar
los horrores del presente, pero su perspectiva no debe ser desechada por considerarla una
ilusión utópica. A sus ojos, correspondía con las condiciones de la vida intelectual como
existían en ese momento en la Francia del siglo XVIII, y tiene un parecido sorprendente con la
versión que desarrolló después el sociólogo moderno Jürgen Habermas. Para éste, la Francia
de Condorcet tenía todos los ingredientes de un tipo ideal: el surgimiento de una esfera
pública caracterizada por un debate racional-crítico. La lectura era la fuerza detrás de este
proceso según lo entendía Habermas. Al concentrarse en los libros —especialmente en las
novelas— en la privacidad de sus hogares, los lectores burgueses desarrollaron una
subjetividad individualizada; y al discutirlos en clubes de lectura, bibliotecas por suscripción,
cafés y salones, crearon un público lector, es decir, un ámbito de intersubjetividad donde
individuos pertenecientes al ámbito privado participaban en juicios colectivos y, así, afilaban
sus facultades críticas de tal manera que promovían el debate racional o, en una palabra, la
ilustración. Cuando los juicios variaban de temas literarios a temas políticos, el público lector
se transformaba en una esfera pública, lista para someter al Estado a una crítica racional. La
opinión pública expresada por una ciudadanía informada ponía en entredicho una vieja forma
de soberanía nobiliaria basada en arcana imperii, o secretos de Estado. La lectura, la razón y
la opinión pública operaban juntas de forma democrática —aunque restringidas a la burguesía
—, muy similar a la manera en que Condorcet lo había entendido; y Francia estaba lista para
la revolución.33
FIGURA VII.6. Samuel Johnson, por Gilbert Stuart, al estilo de Sir Joshua Reynolds. Óleo sobre lienzo, ca. 1780 (The
Donald and Mary Hyde Collection of Dr. Samuel Johnson, Houghton Library, Harvard University).
La tesis Condorcet-Habermas ayuda a explicar la transformación en el sistema de valores
que legitimó a la monarquía absoluta y el orden jerárquico en la sociedad francesa del siglo
XVII. Da una manera de entender la visión racional y crítica del mundo que tenían los diputados
del Tercer Estado en 1789, quienes combinaban lecturas serias con una sólida experiencia en
asuntos públicos gracias a sus carreras durante el Antiguo Régimen.34 Sin embargo, esta tesis
no corresponde al tipo de opinión pública que Mercier describía en sus crónicas del PalaisRoyal. Ni se ajusta a otras descripciones contemporáneas del comportamiento en los cafés, los
jardines públicos e incluso dentro de los salones, que no funcionaban como sociedades de
debate abiertas e igualitarias. Pero para disponer de una teoría que desentrañe la manera en
que las opiniones se forman en estos ambientes, uno puede recurrir a otro sociólogo, Gabriel
Tarde.
Tarde se concentró en dos instituciones que Habermas identifica como parte de la esfera
pública: el periódico y el café. Según Tarde, éstos operaban en conjunto para producir los
fenómenos que Habermas describió —la conciencia intersubjetiva y la opinión pública—,
pero lo hacían de una manera distinta. Los parisinios se reunían en cafés y saciaban su apetito
de información consultando los periódicos. Aunque leían crónicas distintas de los sucesos,
desarrollaban una sensación común de exposición a un cuerpo de información que otros
lectores estaban absorbiendo al mismo tiempo y de la misma manera. La lectura también daba
pie a conversaciones —no tanto a un debate racional como a comentarios casuales— que se
desenvolvían a lo largo del día, mezclando polémicas con ocurrencias, y que adquirían ímpetu
hasta que emergían algunas perspectivas generales. Estas perspectivas finalmente se filtraban
en otros materiales impresos y otras conversaciones. De tal manera que la lectura y la
conversación se reforzaban mutuamente, y al final producían la opinión pública: no un
consenso creado por un razonamiento crítico, sino una conciencia colectiva plagada de
contradicciones y pasiones acerca de lo que sucedía en la vida pública.35
El análisis que hace Tarde de la opinión pública se correlaciona de manera muy cercana
con los reportajes de Mercier. Como Tarde, Mercier describía la interacción entre la lectura y
la conversación en los cafés, donde la disponibilidad de periódicos y opúsculos panfletarios
era el menú para la dieta diaria de chismes: “Descubrimos [en los cafés] a los lectores de
papeles públicos que iban ahí por su dosis diaria de ingenio”.36 Las lecturas públicas sucedían
en el jardín así como dentro de los cafés del Palais-Royal y en otros jardines, y siempre
desataban conversaciones. Así lo muestra el relato de Mercier de un paseo por los jardines de
las Tullerías.
Es una cosa asombrosa, me dije a mí mismo, este entusiasmo con el que todo París ansía conocer las noticias del
día… Apenas comenzaba a rumiar el asunto cuando, sin advertirlo, llegué al centro de los jardines de las Tullerías,
donde había un clamor sin fin.
“Está equivocado”, decía una persona. “Está en lo cierto”, decía otra. ¿Por qué había tanto alboroto? Dos oponentes
bastante conocidos dominaban la escena pública con su debate acerca de asuntos financieros.
Todos habían leído sus panfletos, estudiado sus estimaciones, y era absolutamente crucial tomar partido. El lado peor
informado era el que hacía el mayor ruido. Entraban al café, salían de él, y en medio de la agitación, gente desconocida me
hablaba como si me hubieran hecho compañía desde siempre.
Un abate se puso las gafas y leyó algunas páginas de un nuevo decreto del Parlamento; un financiero retirado citó una
operación que tuvo lugar ese día…
Si no hay debates parlamentarios en Francia como en Inglaterra, debe decirse que el público francés es una Cámara
de los Comunes.37
¿Cuál visión sobre los efectos de la lectura es preferible, la de Habermas-Condorcet o la
de Tarde-Mercier? Plantear la pregunta de manera tan burda es darle un carácter de lo uno o lo
otro que no puede hacerles justicia a las complejidades de la vida social e intelectual del siglo
XVIII. Cada visión puede ser válida por sí misma, una como explicación de la transformación
general de las actitudes hacia los asuntos públicos, la otra como un recuento de la manera en
que los parisinos les encontraban sentido a los sucesos diarios. Pueden haber convergido y
divergido de formas todavía no exploradas. Pero la exploración debe comenzar con un intento
de conocer más acerca de la manera en que se producían algunos de los materiales impresos
sometidos a discusión en los jardines del Palais-Royal y las Tullerías. Para emprender la tarea
es necesario suspender el análisis de los textos y la consideración de teorías y concentrarse en
una variedad más convencional de la historiografía: el estudio de los archivos diplomáticos y
documentos de la policía.
1
La historia de la lectura se ha convertido en un campo de estudio importante. Según entiendo, comenzó en Alemania,
donde encararon los problemas teóricos y empíricos en la década de los sesenta. Entre los teóricos, Hans-Robert Jauss y
Wolfgang Iser demostraron el potencial de una Rezeptionsästhetik. Véase Jauss, Literaturgeschichte als Provokation,
Fráncfort del Meno, 1970 [La literatura como provocación, Península, Barcelona, 1976]. Entre los empiristas, Rolf Engelsing
reveló cuánto se puede descubrir acerca de las prácticas de lectura en su estudio pionero sobre Bremen, publicado bajo el título
algo engañoso de Der Bürger als Leser: Lesergeschichte in Deutschland, 1500-1800, Stuttgart, 1974. Durante el curso de
sus investigaciones formuló una tesis sobre una “revolución lectora”, hacia finales del siglo XVIII, que involucró un cambio de la
lectura “intensa” y repetida de unos cuantos libros a una lectura “extensa” de todo tipo de materiales impresos. Véase su “Die
Perioden der Lesergeschichte in der Neuzeit: Das statistische Ausmass und die soziokulturelle Bedeutung der Lektüre”, Archiv
für Geschichte des Buchwesens, núm. 10, 1969, columnas 944-1002. Yo he criticado esa tesis en mi intento de ofrecer un
panorama sobre el tema en “First Steps Toward a History of Reading”, Australian Journal of French Studies, vol. 23, 1986,
pp. 5-30. Roger Chartier la acepta y la asocia con la idea de Stanley Fish de una “comunidad interpretativa” en sus ensayos,
especialmente “Communautés de lecteurs”, en L’Ordre des livres: Lecteurs, auteurs, bibliothèques en Europe entre XIVe et
XVIIe siècle, Aix-en-Provence, 1992, pp. 13-33. Reinhard Wittmann también suscribe el argumento de Engelsing, aunque lo
debilita al apuntar que el antiguo modo de lectura “intensiva” con frecuencia era mecánico mientras que la versión moderna de
lectura “extensiva” era con frecuencia pasional. Véase su “Une Révolution de la lecture à la fin du XVIIIe siècle?”, en
Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, eds., Histoire de la lecture dans le monde occidental, París, 1997, pp. 331-364 [“¿Hubo
una revolución en la lectura a finales del siglo XVIII?”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, eds., Historia de la lectura en
el mundo occidental, Taurus, Madrid, 2001]. Los ensayos compilados ahí dan ejemplos excelentes de investigaciones
recientes. El presente capítulo retoma el argumento donde lo dejé en Los best sellers prohibidos en Francia antes de la
Revolución, FCE, México, 2008, cap. 9.
2
Bibliothèque de l’Arsenal, ms. 10170, f. 4.
3
La cifra de los 380 cafés viene de Jacques Savary des Bruslons, Dictionnaire universel de commerce, 1723, según lo
cita Jean Claude Bologne, Histoire des cafés et des cafetiers, París, 1993, p. 102. Louis-Sébastien Mercier asegura que París
tenía 800 cafés en 1788: Tableau de Paris, Ámsterdam, 1788, vol. 12, p. 297. Otros estimados ubican el número de cafés en 1
000 y de cabarets en 3 000 o más para 1789. Véase Thomas Brennan, Public Drinking and Popular Culture in EighteenthCentury Paris, Princeton, Nueva Jersey, 1988, pp. 76-89. Brennan apunta que en los cabarets (tabernas), a diferencia de los
cafés, había una clientela plebeya. Eran los centros de sociabilidad vecinal, y hasta donde uno puede ver por los registros
judiciales, sus conversaciones de sobremesa se centraban en asuntos de chismes locales y no en asuntos públicos.
4
Lettre à Milord XXX au sujet de M. Bergasse et de ses Observations dans l’affaire de M. Kornmann, 1788, p. 3. En
su Tableau de Paris, op. cit., vol. 5, p. 57, Mercier anota que en el punto más alto de la demanda de algunas obras, los libreros
con frecuencia las dividían en partes y las rentaban por hora.
5
He intentado desarrollar un argumento acerca del París del siglo XVIII como un sistema de información en dos ensayos:
“The News in Paris: An Early Information Society”, American Historical Review, vol. 105, febrero de 2000, pp. 1-35, y
“Public Opinion and Communication Networks in Eighteenth-Century Paris”, en Peter-Eckhard Knabe, ed., Opinion, Berlín,
2000, pp. 149-230.
6
Esta famosa frase aparece en el primer párrafo de Neveu de Rameau de Diderot.
7
Pierre-Antoine-Auguste Goupil a Jean-Charles-Pierre Lenoir, teniente general de policía, 18 de enero de 1775, en
Bibliothèque de l’Arsenal, ms. 12446.
8
Idem.
9
Todas las etapas de la investigación pueden seguirse en los documentos de la Bibliothèque de l’Arsenal, ms. 12446. Para
más información sobre Manoury y el papel que desempeñaba en el comercio clandestino de libros, véase Robert Darnton
Édition et sédition: L’Univers de la littérature clandestine au XVIIIe siècle, París, 1991, cap. 5 [Edición y subversión.
Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, FCE/Turner, México, 2003].
10
Mercier, Tableau de Paris, op. cit., vol. 12, p. 93.
11
Ibid., vol. 12, pp. 94-95.
12
Louis-Sébastien Mercier, Les Entretiens du Palais-Royal, París, 1786. Véanse también las descripciones que hace
Mercier de las conversaciones y las lecturas en Les Entretiens du jardin des Tuileries de Paris, París, 1788. Sobre Mercier
como observador de París véase la introducción de Jean-Claude Bonnet así como sus notas y las de sus colaboradores en su
excelente edición de Jean-Claude Bonnet, ed., Tableau de Paris, 2 vols., París, 1994, reimpresión de las ediciones sucesivas de
1781-1787.
13
Mercier, Les Entretiens du Palais-Royal…, op. cit., p. 105.
14
Ibid., pp. 105-106. Véase también la observación de Mercier acerca del poder de los libelos, p. 104: “Orgon sort d’une
société blanc comme la neige, on lui campe un libelle à sa porte; le voilà plus noir que l’encre même, et demain la ville et les
faubourgs qui l’adorent aujourd’hui, le déchireront à belles dents” [“Orgon sobresale en un círculo social como alguien tan
blanco como la nieve, y entonces le plantan un libelo ante la puerta; helo aquí ahora más ennegrecido que la tinta misma, y
mañana la ciudad y los barrios que lo veneran hoy en día lo destrozarán a dentelladas”].
15
“Franz Funck-Brentano y Paul Estrée, Les Nouvellistes, París, 1906, pp. 184-188.
Ibid., p. 185.
17
Ibid., p. 187.
18
Mercier cambió de opinión acerca de muchas cosas durante la Revolución, incluido el efecto de la prensa libre y la
opinión pública. Véase su Le Nouveau Paris, París, 1799, y Jean-Claude Bonnet, ed., París, 1994, reimp., una continuación de
Tableau de Paris, especialmente los capítulos “Palais-Egalité, ci-devant Palais-Royal”, “Philosophisme”, “Esprit public”,
“Imprimeries”, “Consommation de papier”, “Libellistes” y “Sans-culottes”.
19
Bibliothèque Nationale de France, Département des Estampes, Collection Hennin, núm. 8362. La dirección en este afiche
indica que fue producido por Jean-Baptiste Crépy, “rue Saint-Jacques, à l’image de Saint Pierre”. Crépy fue un comerciante
importante de grabados populares durante la segunda mitad del siglo XVIII. Véase Maxime Préaud, Pierre Casselle, Marianne
Grivel y Corinne Le Bitouzé, Dictionnaire des éditeurs d’estampes à Paris…, op. cit., pp. 92-93.
20
Sgard, ed., Dictionnaire des journaux…, op. cit., vol. 2, pp. 856-857.
21
Muchas de las colecciones están catalogadas como chansonniers, cancioneros o recopilaciones de canciones callejeras,
pero contienen todo tipo de versos y prosa, además de canciones. Uno de ellos, ms. C.P. 4312 en la Bibliothèque Historique de
la Ville de Paris, tiene una tabla al final que remite a sus contenidos (todas las entradas están en verso) según los siguientes
géneros: épigrammes, rondeaux, odes, épitaphes, épîtres, chansons, contes, huitains, madrigaux, quatrains, bons mots,
ballades, frivolets, fables. Para otros ejemplos, véase Bibliothèque historique de la Ville de Paris, mss. C.P. 4274-4279, 4289,
4290-4291, y N.A. 229. Las fuentes más importantes en la Bibliothèque Nationale de France son el Chansonnier Clairambault
(estudié principalmente el volumen de 1749, ms. fr. 12719) y el Chansonnier Maurepas (estudié principalmente el ms. fr. 12650,
que abarca 1747). Aunque los especialistas se han concentrado en estos dos últimos, bien conocidos chansonniers, han
investigado poco otras formas de recompilación, que incluyen muchos tipos de ephemera. A falta de un mejor término, los he
llamado scrapbooks (“libros de recortes”). La expresión francesa más cercana es journal, aunque tiene una connotación
cercana al “diario”. Y no conozco un equivalente francés para “libro de lugares comunes” (commonplace book), o de
investigaciones francesas similares al estudio de los “libros de lugares comunes” que ahora florece en Gran Bretaña y en los
Estados Unidos.
22
Les Etrennes des acteurs des théâtres de Paris, contenant leurs noms, portraits et caractères, París, 1747, p. 9, en la
Bibiothèque Nationale de France, Chansonnier Maurepas, ms. fr. 12650, pp. 387-422.
23
Bibliothèque Nationale de France, Chansonnier Clairambault, ms. fr. 12719, p. 243.
24
Bibliothèque Nationale de France, Chansonnier Clairambault, ms. fr. 12719, p. 23. Véase también el acertijo satírico
acerca de Saxe y Lowendahl en el Chansonnier Maurepas, ms. fr. 12650, p. 145. Fue escrito como un pie de imagen para un
grabado que muestra al diablo arrastrándolos a los dos al infierno. El diablo los describe así: “Tous deux vaillants,/Tous deux
prudents,/Tous deux galants;/Tous deux paillards,/Tous deux pillards,/Tous deux bâtards;/Tous deux sans foi,/Tous deux sans
loi,/Tous deux à moi” [“Ambos valientes,/Ambos prudentes,/Ambos galantes,/Ambos libertinos,/Ambos saqueadores,/Ambos
bastardos,/Ambos descreídos,/Ambos sin ley,/Ambos de mi propiedad”].
25
Chansonnier Maurepas, ms. fr. 12650, p. 155.
26
E. J. B. Rathery, ed., Journal et mémoires du marquis d’Argenson, París, 1862, vol. 5, p. 456.
27
Chansonnier Clairambault, ms. fr. 12719, p. 244.
28
Las canciones callejeras parecen haber sido más radicales y estar más difundidas que la poesía incidental. Véase Robert
Darnton, “Public Opinion and Communication Networks”, en Knabe, ed., Opinion, op. cit.
29
Véase Eric Schön, Der Verlust der Sinnlichkeit oder die Verwandlungen des Lesers: Mentalitätswandel um 1800,
Stuttgart, 1987, un osado pero especulativo recuento de los elementos cinéticos y sensuales en la lectura.
30
Louis-Sébastien Mercier, Histoire d’une jeune luthérienne, Neuchâtel, 1785, pp. 142-143; Mon Bonnet de nuit,
Lausana, 1788, vol. 1, p. 72; Tableau de Paris, op. cit., vol. 5, pp. 57, 168.
31
Malesherbes, Mémoires sur la librairie: Mémoire sur la liberté de la presse, Roger Chartier, ed., op. cit., p. 226.
32
M. J. A. N. de Caritat, marqués de Condorcet, “Huitième époque: depuis l’invention de l’imprimerie jusqu’au temps où les
sciences et la philosophie secouèrent le joug de l’autorité”, en O. H. Prior, ed., Esquisse d’un tableau historique des progrès
de l’esprit humain, 1794, París, 1933.
33
Jürgen Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois
Society, trad. Thomas Burger con Frederick Lawrence, M IT, Cambridge, Massachusetts, 1991 [edición original en alemán,
1962], pp. 49-56. [Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida pública, trad. Antonio
Doménech, Gustavo Gili, 1981.]Sobre el público lector y la opinión pública, véanse también pp. 23-26, 85-88.
34
Véase Timothy Tackett, Becoming a Revolutionary: The Deputies of the French National Assembly and the
Emergence of a Revolutionary Culture (1789-1790), Princeton, Nueva Jersey, 1996.
35
Gabriel Tarde, L’Opinion et la foule, París, 1901. Selecciones de los escritos de Tarde están disponibles en inglés en
Terry N. Clark, ed., Gabriel Tarde on Communication and Social Influence, Chicago, 1969. Gabriel Tarde anticipa algunas
de las ideas desarrolladas por Benedict Anderson en Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of
Nationalism, Londres, 1983 [Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, FCE,
16
México, 1993].
36
Mercier, Les Entretiens du Palais-Royal, op. cit., p. 51. Véase también p. 67.
37
Mercier, Les Entretiens du jardin des Tuileries, op. cit., pp. 3-5.
SEGUNDA PARTE
POLÍTICA Y LABOR POLICIAL
VIII. CALUMNIA Y POLÍTICA
VISTOS como una sucesión de textos, los cuatro libelos discutidos en los capítulos I a IV
cuentan una historia que encaja perfectamente, cuyas partes están unidas en una narrativa que
se extiende de la Corte de Luis XV al Terror de Robespierre. Pero ¿ es verdadera la historia?
La noción misma de verdad histórica puede parecer dudosa hoy, cuando los historiadores
siguen la guía de los críticos literarios1 y la historia parece más una construcción verbal hecha
de tropos que un edificio sólido construido por hechos. Buscar los hechos detrás de la
narrativa de los libelos puede ser una empresa equívoca, pero a pesar de todo ahí están: no
son hechos obvios, “duros” que puedan ser extraídos de los archivos como si fueran pepitas
de realidad, sino son evidencias incrustadas en los documentos a las que se les puede extraer
sentido.
Los documentos vienen de las fuentes más conocidas y trabajadas de la vieja historia: las
correspondencias diplomáticas y los archivos policiales. Sin embargo, están llenos de
información sobre asuntos literarios. La historia detrás-del-texto de los libelistas londinenses
puede ser reconstruida a través de las cartas de la Quai d’Orsay, y las cartas confirman los
detalles más extravagantes de los libelos. Mientras que los diplomáticos les allanaban el
camino, los policías parisinos montaban una elaborada operación subterránea para sacar a los
autores franceses de sus guaridas en la Grub Street de Londres. Hablando de historias de
detectives, es difícil superar los reportes policiales y los mensajes que viajaban dentro de la
valija diplomática.
Para tener un panorama general del tema, sin embargo, uno debe comenzar con los papeles
personales de Jean-Charles-Pierre Lenoir, que fue teniente general de la policía de París de
agosto de 1774 a mayo de 1775, y de junio de 1776 a agosto de 1785.2 Hacia 1770 el teniente
general era uno de los oficiales más poderosos de Francia, prácticamente el equivalente del
actual ministro del Interior. Al tiempo que supervisaba el suministro de comida, la higiene, los
caminos, el alumbrado, la seguridad y muchos otros aspectos de la administración municipal
de París, mantenía un ojo puesto en la circulación de información, ya fueran rumores,
canciones, boletines manuscritos u opúsculos y libros panfletarios. Tenía un amplio
presupuesto, 12 millones de libras, y bastante personal —comisionados, inspectores y
subordinados que a su vez contrataban a cientos de informantes secretos—. Los espías
denunciaban con frecuencia a los autores y los vendedores callejeros de libros prohibidos, y
reportaban con regularidad sobre los bruits publics (ruidos públicos) o chismes sobre asuntos
públicos de los que se enteraban en cualquier lugar que hubiera parisinos reunidos: cafés,
tabernas, jardines públicos, mercados, librerías y burdeles. El teniente general presidía una
vasta red de información como un dios omnisciente e inescrutable, o así le parecía a LouisSébastien Mercier, un escritor que, salvo el propio teniente general, conocía París mejor que
nadie.
Si este magistrado quisiera comunicar al filósofo todo lo que sabe, todo de lo que se entera, todo lo que ve y
también informarle acerca de ciertas cosas secretas de las cuales sólo él [el teniente general] está bien enterado,
entonces nada sería tan interesante e instructivo como el relato que el filósofo hiciera de todo ello. El filósofo
sorprendería a todos sus colegas. Pero este magistrado es como la Gran Penitenciaría: escucha todo pero no
reporta nada.3
Cuando Lenoir se sentó a escribir sus memorias pudo haber revelado mucho acerca de la
información y el modo en que ésta se difundía a través de la sociedad en vísperas de la
Revolución. Desafortunadamente nunca las terminó. Su manuscrito incompleto ahora ocupa
tres cajas en la Biblioteca Municipal de Orleans, un desorden de notas, varios memorandos y
borradores de ensayos que nunca vieron la luz. A pesar de lo imperfecto, las anotaciones y los
garrapatos dan ciertas claves de la manera en que las autoridades francesas veían a los medios
de comunicación de su tiempo y cómo intentaban controlarlos. Los papeles de Lenoir incluyen
también el más detallado reporte de la vigilancia de los libelos que realizara alguien desde el
interior. Pero antes de adentrarse en ellos, es importante preguntarse por su confiabilidad.
Lenoir huyó de Francia con la primera ola de émigrés después de la caída de la Bastilla.
Escribió en varios momentos entre su arribo a Suiza en 1790 y su muerte en 1807. ¿Acaso el
trauma de la revolución y la emigración lo predispusieron a distorsionar su descripción del
mundo que había perdido?
Todos los aspectos de la carrera de Lenoir sugieren que era un oficial diligente, inteligente
y responsable, el tipo de administrador de alto nivel que entendía su trabajo y su lugar en el
sistema de poder del Antiguo Régimen. Nacido en 1732 en una familia que había hecho su
fortuna en el comercio de la seda durante el reinado de Luis XIV y que después escalara en la
jerarquía de la nobleza de toga, siguió el camino convencional hacia el éxito: fue educado en
el collège de Louis-le-Grand y en la facultad de derecho de la Universidad de París;
desempeñó varias funciones en las oficinas de la corte de Châtelet en París, donde su padre
había sido lieutenant particulier; fue designado maître des requêtes, un puesto clave para ser
promovido a cargos administrativos más altos (probó su eficacia como sirviente de la Corona
al confrontar a los jueces hostiles en los parlamentos de Rennes y de Aix-en-Provence durante
la crisis de Maupeou), y fue recompensado con una superintendencia, seguida de inmediato, en
agosto de 1774, por la promoción al puesto más alto dentro de la policía de París. Como dejan
claro sus notas, Lenoir tenía un entendimiento total del funcionamiento de los engranes de la
maquinaria del poder, y evitó quedar atrapado entre ellos. Sabía cómo moverse dentro de la
red de patronazgo en Versalles; y, por ende, cultivó protectores: en especial el conde de
Maurepas, primer ministro de facto cuando el joven Luis XVI ascendió al trono en 1774; A.R.-J.-G.-G. Sartine, el anterior teniente general de la policía, que fungió como ministro de la
Marina de 1774 a 1780, y Charles Alexandre de Calonne, ministro de Finanzas de 1783 a
1787. Lenoir también se cuidó de entrar en conflicto con los ministros de facciones hostiles,
aunque no siempre lo logró. Un desacuerdo con Turgot durante los disturbios del pan
conocidos como la Guerre des Farines (la Guerra de la Harina) llevó a la destitución de
Lenoir en mayo de 1775, pero la caída del propio Turgot hizo posible que Lenoir regresara a
su puesto en junio de 1776. Continuó como teniente general hasta agosto de 1785, cuando se
convirtió en conseiller ordinaire en el Consejo de Estado, el consejo de administración más
importante del reino.
Durante este periodo, que coincidió con la guerra estadunidense y con el periodo más
activo de los libelistas en Londres, Lenoir se dio cuenta de que no podía vigilar el comercio
de libros sin entrar en los pleitos de poder en la Corte. Los ministros estaban siempre
preocupados por que alguna publicación ilícita dañara su reputación, les impidiera tener
acceso al rey o les arruinara su habilidad para hacerse de apoyo fuera de Versalles al apelar a
la opinión pública. Algunos se mostraban más preocupados por los libelos que otros, pero
ninguno, excepto Maurepas, era verdaderamente indiferente al modo en que consideraba el
público, según Lenoir. En los borradores de sus memorias discute a cada uno de los ministros
de Luis XVI, y apunta instancias en las que el escándalo y la calumnia se convirtieron en
asuntos serios de política. Incompletos y todo, los manuscritos de Lenoir dan una imagen
sustancial de las políticas de los medios en un momento en que la imprenta emergía como una
fuerza crucial en la historia.4
Pero, ¿se le puede creer? Lenoir no sólo hablaba de la industria editorial desde el punto de
vista de la policía, sino que también tenía razones de peso para presentarla de modo negativo
porque él también había sido una víctima de la difamación. Los primeros ataques en su contra
tuvieron lugar en 1787 y proliferaron durante los primeros años de la Revolución, cuando los
periodistas y los políticos radicales competían por denunciar a la policía del Antiguo
Régimen. Lenoir fue encasillado en el papel del coco dentro de la mitología revolucionaria en
la que los déspotas se deleitaban arrestando víctimas inocentes por medio de cartas con el
sello real (lettres de cachet) y torturándolas en la Bastilla.5 En consecuencia, el hombre que
en un momento fue responsable de prohibir los libelos se volvió blanco de ellos. No se puede
esperar que mostrara simpatía por los libelistas cuando se refiere a ellos en sus memorias.
Sentía desprecio en general tanto por ellos como por los escritores dedicados a encargos de
poca relevancia, tildándolos de excréments de la littérature.6
Sin embargo, el recuento que hace Lenoir de la literatura difamatoria en la Francia de Luis
XVI está más provisto de matices y es en realidad bastante más sofisticado. En lugar de
descartar los libelos por considerarlos obras efímeras de gacetilleros en bancarrota, los trata
como un ingrediente elemental en el sistema político del Antiguo Régimen. La policía tenía
que tomarlos en serio, explicaba, porque podían perturbar el orden público de dos maneras:
eran usados como armas en las interminables luchas de poder dentro de la política cortesana e
incentivaban un fenómeno que tomaba fuerza a las afueras de Versalles: la opinión pública.
En retrospectiva, a Lenoir le parecía que el momento decisivo en la capacidad del
gobierno de controlar la prensa y la opinión pública llegó con la gran crisis de 1770-1774,
cuando el canciller R.-N.-C.-A. de Maupeou destruyó el poder político de los parlamentos al
reorganizar todo el sistema judicial del reino: “En 1770 hubo una oleada de libros y libelos al
mismo tiempo que ocurría la supresión de los parlamentos. Esta larga crisis, esta revolución,
produjo una licencia que no podía ser detenida ni castigada”.7 Los tratados, conocidos
colectivamente como “Maupeouana”,8 acumulaban escarnio en contra del gobierno,
ridiculizaban a sus miembros y condenaban sus políticas por haber transformado a la
monarquía en un despotismo.
Para cuando Lenoir se convirtió en teniente general de policía, en agosto de 1774, el nuevo
rey, Luis XVI, había despedido al ministerio de Maupeou y se disponía a restablecer los
parlamentos. Pero la propaganda en contra de Maupeou siguió haciendo eco por todo el reino.
Le siguió una nueva oleada de publicaciones, incluidos los best sellers Anecdotes sur Mme la
comtesse du Barry (1775) y Vie privée de Louis XV (1781), que continuaban el ataque en
contra del despotismo, pero de una manera más sensacionalista al poner la mira en el difunto
rey así como en sus amantes y sus ministros. Lenoir intentó investigar la fuente de esta
literatura, pero no pasó de unos cuantos vendedores ambulantes y libreros, excepto en un caso.
En 1779 un abate llamado Jabineau fue arrestado por traer libros de contrabando a París. La
policía sospechaba que él había colaborado también en libelos en contra del gobierno durante
el ministerio de Maupeou. Maurepas ordenó a Lenoir que, mientras interrogaba a Jabineau en
la Bastilla, intentara descubrir la identidad de los autores de una antología difamatoria en tres
volúmenes titulada Maupeouana. Jabineau declaró que estaba dispuesto a colaborar, pero no
pudo dar una respuesta adecuada. Explicó que tantas personas habían colaborado en esa
compilación que no podía atribuírsele a una persona en particular. Sin embargo, nombró a los
autores que él conocía. Incluía a algunos de los personajes franceses más excelsos y brillantes
de la élite intelectual y política: C. G. Lamoignon de Malesherbes, el antiguo administrador a
cargo del comercio de libros; A.-T. Hue de Miromesnil, el poderoso primer presidente del
Parlamento de Ruan; dom P.-L. Lièble, un docto bibliotecario de Saint-Germain-des-Près, y
varios abogados eminentes, como A.-L. Séguier, G.-Y.-B. Target y André Blonde. Jabineau
explicó que 20 imprentas clandestinas produjeron ediciones de la obra y fueron subsidiadas
por financieros, magistrados en los parlamentos e incluso príncipes y sus iguales. La
operación entera estuvo organizada con tal sigilo que nadie sabía qué tan lejos llegaba.
Cuando Lenoir le dio esta información a Maurepas, éste lo superó al revelar que él también
había sido uno de los colaboradores.9
Con frecuencia, personas ubicadas en los estratos más altos de la estructura del poder
originaban los libelos, explicaba Lenoir. Los ministros filtraban información o comisionaban
panfletos para socavar a sus pares. Como ejemplo citaba una campaña de libelos clandestinos
para sacar a Miromesnil de su puesto después de que dejó el Parlamento de Ruan para
convertirse en guardián de los Sellos (esto es, ministro de Justicia) en 1774. La muerte de
Maurepas en 1781 había dejado a Miromesnil sin aliados de peso en el gobierno, y algunos
magistrados del Parlamento de París, principalmente C. F. de Lamoignon de Basville, ansiaban
reemplazarlo. Pero Luis XVI ordenó a Lenoir que acudiera a Versalles, lo instó a tomar todas
las medidas posibles para suprimir los libelos y en presencia de otros cortesanos refrendó su
confianza en Miromesnil. Eso fue suficiente para detener las calumnias, escribió Lenoir. Unos
días después un magistrado entregó la edición completa de un libelo recién impreso y
Miromesnil permaneció en su puesto… hasta que fue expulsado por Lamoignon luego de otra
serie de intrigas en 1787.10
Jacques Necker, director de Finanzas Reales de 1777 a 1781, perdió el asidero que tenía
en el poder durante una escaramuza similar por unos panfletos escandalosos. Lenoir lo
describe como alguien particularmente sensible a la opinión pública, alguien ávido de
utilizarla para promover sus políticas y empeñado en destruir cualquier publicación que lo
hiciera ver mal. Cuando sus enemigos lo atacaron con libelos en 1781, le exigió a Lenoir
tomar acciones enérgicas. Lenoir confiscó un panfleto y encarceló a su impresor, pero Necker
quería que su autor, Antoine Bourboulon, un oficial bien conectado en la casa del conde de
Artois, se volviera un ejemplo. Eso era pedir demasiado, objetó Lenoir. Podía arrestar a
impresores y libreros, pero no podía emprenderla en contra de una persona tan respetable sin
autorización del rey. Necker explotó, amenazó con hacerse él mismo de unas lettres de cachet
y enviar a todos sus enemigos a la cárcel de Bicêtre, un lugar mucho peor que la Bastilla. Este
incidente, aprovechado hábilmente por Maurepas en sesiones privadas con el rey (o así lo
creía Lenoir), precipitó la destitución de Necker el 19 de mayo de 1781.11
Según Lenoir, Necker también subsidiaba prensas secretas para imprimir propaganda a su
favor. Intervino para sacar de la Bastilla a un impresor clandestino llamado Sauson y lo
instaló en una tienda que pertenecía al Ministerio de Finanzas. Pero Sauson se aprovechó de la
protección que le daba Necker y produjo una serie de obras escandalosas por su lado; y
después de que la policía lo descubrió produciendo una edición de Thérèse philosophe, una
obscena novela filosófica, fue enviado de vuelta a la Bastilla.12 Lenoir reveló que el rival de
Necker, Charles Alexandre de Calonne, escribió una serie de libelos en su contra: Lettres de
Caraccioli, Les Pourquoi, Les Quand y Crispin à la cour.13 En la década de 1780, escritores
de ingenio afilado como Beaumarchais y Chamfort produjeron más libelos en contra de figuras
prominentes en Versalles, en colaboración con cortesanos disidentes como el marqués de
Montesquiou y el caballero de Créquy.14
Lenoir no calificaba todas estas calumnias como sediciosas. Al contrario, las trataba como
parte de las habladurías desagradables que formaban una porción de las luchas de poder en
Versalles desde el inicio del siglo, y las asociaba con su principal protector, el conde de
Maurepas, a quien describe en varias partes de sus memorias como el epítome de un estilo de
política cortesana más antiguo, más desinteresado. Maurepas había sido secretario de Estado a
cargo de la Maison du Roi de 1718 a 1749 y secretario de Marina de 1723 a 1749. Había
mantenido su poder durante un periodo tan largo de tiempo gracias a que desarrolló una
percepción muy aguda para las intrigas y sabía cómo congraciarse con el rey. Gracias a los
reportes secretos que le daba el teniente general de policía cada semana, Maurepas entretenía
al joven Luis XV con interminables anécdotas acerca de sacerdotes atrapados en burdeles y
cortesanos sorprendidos con los pantalones abajo. Lo divertían en particular las bon mots, los
versos y las canciones que los ingeniosos y enterados improvisaban sobre las tonadas
conocidas y con las que comentaban los sucesos del momento. La frivolidad escandalosa era
parte del juego que se jugaba siempre en la Corte, y pertenecía también a la vida diaria en
París según la entendía Lenoir.
Bon mots y panegíricos, canciones y sátiras, han caracterizado desde siempre al francés y en especial al parisino.
Nada circula más rápido que una ocurrencia y un buen epigrama mordaz, especialmente cuando la sátira va dirigida
a un personaje de importancia, a una figura distinguida o a un hombre de poder… M. de Maurepas solía recitar
poemas en contra de sí mismo con gran júbilo en su círculo de amigos íntimos. Decía que era y siempre sería un
entretenimiento y que la circulación de ese tipo de versos daba algo que hacer a un gran número de parisinos con
mucho tiempo entre manos y con ganas de darse importancia. Le gustaba citar al canciller Pontchartrain, quien
decía después de ser atacado por una sátira hiriente: “Entre más reprimas ese tipo de ataques, más fuertes serán”.15
Sin embargo, estos escándalos podían destruir carreras políticas. Maurepas aprendió esta
lección en abril de 1749, cuando Luis XV lo despidió del gobierno y lo mandó al exilio
porque se había visto comprometido por el poema, citado en el capítulo anterior, que hacía
mofa de Madame de Pompadour por transmitirle al rey una enfermedad venérea. Como estaba
compuesto sobre la tonada de una canción popular, el poema fue llevado a las calles por
cantantes callejeros y se difundió por todo París. Aunque era aparentemente trivial en sí
mismo, este incidente produjo un cambio decisivo en el equilibrio de poder entre las facciones
al interior de Versalles.16
Cuando Maurepas regresó al poder en 1774 como la figura dominante dentro del gobierno
del recién coronado Luis XVI, siguió divirtiéndose con las ocurrencias políticas, pero cambió
de parecer en cuanto a su inocuidad cuando se enteró de los libelos que se producían en
Londres. El punto de inflexión en su política, según Lenoir, llegó cuando el servicio exterior le
informó acerca de Les Amours de Charlot et Toinette, una sátira obscena que se burlaba de
Luis XVI por no ser capaz de engendrar un heredero y porque su esposa lo engañaba con su
hermano, el conde de Artois:
A M. de Maurepas, quien hasta entonces había permanecido indiferente acerca de los epigramas y las canciones
en contra suya, a M. de Maurepas, quien se divertía con todos los libelos y las anécdotas escandalosas compuestas
e impresas impunemente, le informaron que algunos escritores habían armado una especulación entre ellos, que
habían creado una red de correspondencia a través de la cual los localizados en París enviaban los últimos chismes
junto con los últimos títulos y otros materiales a aquellos localizados en La Haya y en Londres, quienes a su vez
escribían algo al respecto, lo imprimían y lo enviaban de vuelta a Francia en pequeñas cantidades traídas por
viajeros extranjeros. Un secretario de la embajada en Inglaterra le informó que un libelo abominable titulado Les
Amours de Charlot et d’Antoniette [sic] pronto sería ingresado de contrabando a Francia.17
En ese momento, de acuerdo con Lenoir, Maurepas apoyó totalmente una campaña para
destruir los libelos. El oficial que tomó el mando de las medidas represivas fue el ministro del
Exterior, el conde de Vergennes, quien dominó el gobierno después de la muerte de Maurepas,
el 9 de noviembre de 1781. Ambos ministros trabajaron muy de cerca con Lenoir, quien
mantenía una estricta vigilancia sobre los impresores, libreros y vendedores callejeros de
París. Pero a pesar de todos sus informantes secretos, fue imposible para Lenoir seguir la
cadena de producción en reversa hasta la fuente.
Hombres de la Corte ordenaban la impresión de las obras escandalosas o protegían a quienes las imprimían. La
policía de París sólo podía llegar hasta los minoristas y vendedores ambulantes que las ofrecían. Los vendedores
callejeros eran encarcelados en la Bastilla, pero este castigo tenía muy poco efecto sobre la clase de pobres y
avariciosos miserables, que con frecuencia no sabían quiénes eran los verdaderos autores e impresores… Durante
los años previos a la Revolución, la ley era igualmente impotente como arma frente a los libelos
antigubernamentales.18
La amenaza de los libelos se volvió cada vez más seria, a los ojos de Lenoir, debido a que
la difamación dio un giro particularmente desagradable al inicio de la década de 1780. En
lugar de difundir chismes sobre amantes de los monarcas, una vieja práctica que había
entretenido a los europeos durante siglos, se concentró en la supuesta impotencia de Luis XVI
y en la presunta infidelidad de María Antonieta.19 A Lenoir le preocupaba el efecto que esta
información falsa podía tener, porque percibía un cambio en la manera en que los parisinos se
comportaban ante la reina. Ella había sido bastante popular entre los parisinos al inicio de su
reinado, escribió en uno de los borradores de sus memorias. Cuando visitaba la ciudad la
recibían con gritos espontáneos de vive la reine. Pasada la mitad de 1781, sin embargo, no
lograba que se alzaran gritos ni distribuyendo dinero entre la multitud.20 Circulaban rumores
de que estaba desviando enormes cantidades de la tesorería real y enviándolas a su familia en
Viena. Lenoir rastreó esta calumnia hasta dar con boletines manuscritos producidos por dos
cortesanos adscritos a las casas del rey y de la reina; pero falló al intentar arrestarlos, pues
huyeron al ser avisados por otro informante dentro de Versalles —sospechaba que había sido
probablemente uno de los empleados de Vergennes—.21 Hubo más historias escandalosas,
incluyendo una acerca de una reunión secreta entre María Antonieta y un amante, que se
difundió porque llegó en una carroza rentada a un baile en la Ópera debido a que la suya había
tenido una avería en el camino.22 El peor golpe al prestigio de la corona vino cuando el
cardenal de Rohan fue arrestado el 15 de agosto de 1785 bajo sospecha de tratar de ganarse el
favor de la reina al regalarle un collar de diamantes. Lenoir se retiró como teniente general
cuatro días después de que este escándalo se hiciera público, pero se refería al Affair del
Collar de Diamantes y a los rumores que lo acompañaban —especulaciones que pintaban al
sacerdote haciendo al rey un cornudo— como el punto sin retorno en lo tocante al respeto que
tenían los parisinos por la monarquía. Incluso lo señalaba como el “evento que quizá fue una
de las causas de la Revolución”.23
Lenoir no se aventuraba a discutir en extenso la causa, pero identificaba un factor que
resultó ser decisivo en el encumbramiento y la caída de los ministerios, si no es que en el
colapso de la monarquía entera. Este factor era la opinión pública. Destacaba que tanto
Necker y Calonne como el sucesor de Calonne, E. C. de Loménie de Brienne, todos habían
puesto mucha atención a lo que decía de ellos el público parisino. Y hacían bien al
preocuparse, pensaba, porque durante los últimos años del Antiguo Régimen la opinión
pública podía acarrear el derrumbe de los ministros. De ahí la caída de Calonne durante la
Asamblea de Notables —la reunión de dignatarios a la que convocó a fin de apoyar su
programa para salvar a la Corona de la bancarrota— en abril de 1787: “Antes de que
terminara esta asamblea, cuyos miembros habían sido escogidos por él, la opinión se alzó en
su contra. Su reputación fue atacada; fue denunciado, inculpado y destruido por la opinión
pública”.24 La misma fuerza se cernió sobre Brienne en agosto de 1788: “La opinión pública
se volvió totalmente en su contra”.25 Lenoir no era sociólogo. No explicaba lo que quería decir
al hablar de público, ni analizaba las formas en que el chisme se cohesionaba para formar un
juicio colectivo. Pero percibía la tendencia en los parisinos a ser escépticos ante la
información que venía de fuentes oficiales y a dar credibilidad a las calumnias: “Los parisinos
tenían una mayor propensión a creer en el chismorreo hostil y los libelos que circulaban en
secreto de lo que creían en los hechos consignados en impresos y publicados por orden o con
el permiso del gobierno”.26 Al observar en retrospectiva el colapso del Antiguo Régimen, veía
una complicada mezcla de elementos causales —intrigas ministeriales, políticas
contradictorias, indecisión de parte del rey—, pero atribuía una particular importancia a la
lucha cruenta por la información. Existía a muchos niveles, de las buhardillas en París a las
antecámaras en Versalles, pero podía hacer o deshacer al gobierno. Es por eso que la policía
se tomaba tan en serio las calumnias.
1
Debo confesar que mi propio entendimiento de la literatura de la calumnia le debe mucho al tipo de crítica literaria
representada por Roland Barthes, particularmente sus Mythologies, París, 1957 [Mitologías, Siglo XXI, México, 1980].
2
El siguiente relato está basado en los documentos de Lenoir guardados en la Bibliothèque Municipale d’Orléans, mss.
1421, 1422 y 1423. Georges Lefebvre los declaró genuinos y los describió brevemente en “Les Papiers de Lenoir”, Annales
historiques de la Révolution française, núm. 21, mayo-junio de 1927, pp. 300-301. Desde entonces han sido utilizados en
algunos estudios, de los cuales el más importante es Pierre Chevallier, “Les Philosophes et le lieutenant de police Jean-CharlesPierre Le Noir (1775-1785)”, French Studies, vol. 17, abril de 1963, pp. 105120. He publicado extractos extensos de los
papeles de Lenoir en dos artículos, “Le Lieutenant de police J.-C.-P. Lenoir, la Guerre des Farines et l’approvisionnement de
Paris à la veille de la Révolution”, Revue d’histoire moderne et contemporaine, vol. 16, 1969, pp. 611-624, y “The Memoirs of
Lenoir, Lieutenant de Police of Paris, 1774-1785”, English Historical Review, vol. 85, 1970, pp. 532-559. Se está preparando
ahora una versión completa para ser publicada por la Université d’Orléans, y puede consultarse una selección de los ensayos de
Lenoir sobre los libelos en el suplemento electrónico de este libro. Curiosamente, los papeles de Lenoir no fueron utilizados de
manera extensa en la biografía sobre él que hizo Maxime de Sars, Le Noir, lieutenant de police, París, 1948; De Sars descartó
el uso de ellos que hizo el archivista de policía Jacques Peuchet en Mémoires tirés des archives de la police de Paris, pour
servir à l’histoire de la morale et de la police, depuis Louis XIV jusqu’à nos jours, París, 1838, vol. 3, pp. 1-104. A juzgar
por el estilo y el contenido del material publicado por Peuchet, creo que tuvo acceso a algunos de los papeles de Lenoir que
desde entonces han desaparecido. En cualquier caso, su obra de seis volúmenes contiene información valiosa acerca de la
policía durante el Ancien Régime.
3
Louis-Sébastien Mercier, Tableau de Paris, Jean-Claude Bonnet, ed., París, 1944, reimpresión de las ediciones sucesivas
de 1781-1787, vol. 1, pp. 192-193.
4
Véase el relato de Lenoir de sus relaciones con los ministros en Darnton, “The Memoirs of Lenoir…”, art. cit.
5
Ibid., p. 535, nota 1.
6
Borrador de un ensayo titulado “Sciences et arts libéraux”, Papeles de Lenoir, Bibliothèque Municipale d’Orléans, ms.
1422, titre 8.
7
“Sûreté”, Papeles de Lenoir, ms. 1422, titre 6.
8
El término era usado ampliamente para designar todas las obras que atacaban el ministerio de Maupeou, pero también se
refería específicamente a la colección de tratados titulada Correspondance secrète et familière de M. de Maupeou avec M.
de Sor***, conseiller au nouveau parlament, que originalmente fue publicada en tres volúmenes en 1771 y reimpresa por lo
menos dos veces antes de 1774 con el título de Maupeouana.
9
“Sur les écrits clandestins”, Papeles de Lenoir, ms. 1423, pp. 263-264.
10
Darnton, “The Memoirs of Lenoir”, art. cit., pp. 542-543.
11
Ibid., pp. 556-557.
12
Notas reunidas bajo el encabezado “Moufle, Costard, Prudhomme, Godefroy, Desauges, Granger, Neveu, Le Normand,
Sauson”, Papeles de Lenoir, ms. 1422, titre 6.
13
“De l’administration de l’ancienne police concernant les libelles, les mauvaises satires et chansons, leurs auteurs
coupables, délinquants, complices ou adérents”, Papeles de Lenoir, ms. 1422, titre 6.
14
Idem.
15
Idem.
16
Para un recuento detallado de este episodio, véase Robert Darnton, “Public Opinion and Communication Networks in
Eighteenth-Century Paris”, en Knabe, ed., Opinion, Berlín, 2000, pp. 149-230.
17
“Mélanges”, Papeles de Lenoir, ms. 1423.
18
“Des imprimeurs et libraires, des colporteurs, des censeurs d’ouvrages littéraires”, Papeles de Lenoir, ms. 1422, titre 6.
19
“Des Mesures de police contre la médisance et contre la calomnie”, Papeles de Lenoir, ms. 1423: “Les moeurs du
successeur de Louis Quinze étant inattaquables, le nouveau roi fut inaccessible de ce côté à la calomnie pendant les premières
années de son règne, mais on commença en 1778 à le diffamer du côté da sa faiblesse, et les premières calomnies qui furent
ourdies contre sa personne ne préludèrent que de très peu de mois ceux de la méchanceté contre la reine” [“El sucesor de Luis
XV tenía costumbres intachables y, en este respecto, el nuevo rey se mantuvo a prueba de la calumnia durante los primeros
años de su reinado, pero en 1778 comenzaron a difamarlo por su debilidad, y las primeras calumnias en tejerse en su contra no
se anticiparon sino por muy pocos meses a los comentarios malintencionados sobre la reina”].
20
Darnton, “The Memoirs of Lenoir”, art. cit., p. 545. En una nota entre sus papeles, ms. 1423, f. 338, Lenoir comentaba:
“Je n’avais fait encore jusques là [1777] en aucune circonstance distribuer de l’argent pour exciter les cris de vive la reine.
Depuis, j’en ai vainement fait répandre; ce moyen n’a produit que des cris presqu’isolés ou des battements de mains que l’on
disait et reconnaissait avoir été payés” [“Hasta entonces (en 1777), en ninguna circunstancia había mandado que se repartiera
dinero para avivar los gritos de viva la reina. Desde entonces me he esforzado vanamente en diseminarlos; ese medio no ha
producido más que gritos prácticamente aislados o el batir de palmas que, según se decía y era admitido, se originaban en un
pago”].
21
Darnton, “The Memoirs of Lenoir”, art. cit., pp. 545-546.
22
Papeles de Lenoir, ms. 1422, titre 2.
Darnton, “The Memoirs of Lenoir”, art. cit., pp. 541, 546.
24
“Résidus, notes éparses”, Papeles de Lenoir, ms. 1423, f. 83.
25
Idem.
26
“Sûreté”, Papeles de Lenoir, ms. 1422, titre 6.
23
IX. LA POLICÍA DEL LIBRO EN ACCIÓN
MIENTRAS los ministros desde las alturas de Versalles se preocupaban por los efectos que
provocaban los libelos, a nivel de la calle la policía luchaba por suprimirlos. Las
investigaciones policiacas involucraban todas las instancias de producción y difusión de una
obra escandalosa: su origen, generalmente en algún punto nodal de una red de comunicación
oral; la confección del texto, con frecuencia realizada dentro de una habitación infestada de
pulgas en una pensión miserable (chambre garnie); la impresión del manuscrito, ya fuera en
una prensa clandestina en París o, lo más probable, en un taller localizado a una distancia
segura (“a cien leguas de la Bastilla” o “en Filadelfia”, como lo proclamaban algunas de las
portadas); la distribución de los materiales impresos a través de un sistema clandestino de
carretoneros, bodegueros y contrabandistas; y finalmente, su venta a través de toda suerte de
libreros, bouquinistes y vendedores callejeros.
Como observó Lenoir, los policías no podían emprender acciones en contra de los
cortesanos bien protegidos. En cambio se concentraban en blancos más vulnerables situados
más abajo en la cadena de producción y difusión, especialmente en escritores y comerciantes
furtivos que transitaban por el mundo de Grub Street. Ese mundo unía buhardillas y trastiendas
de librerías a lo largo de las ciudades más importantes de Europa occidental. Para perseguir a
sus presas, entonces, la policía de París tenía que perseguir pistas que serpenteaban por
Ámsterdam, Bruselas, Lieja y otros centros de la diáspora libelista, especialmente Londres,
donde se concentraba la colonia más grande de todas. Mucho de este territorio era familiar
para los agentes de la policía porque pertenecían al mismo mundo. Algunos, como Joseph
d’Hémery, el formidable inspecteur de la librairie que se encargó de vigilar libros y autores
de 1748 a 1773, eran profesionales dedicados que trabajaban eficazmente e incluso mostraban
una apreciación significativa de la literatura. (Los archivos personales de d’Hémery muestran
que admiraba a los escritores talentosos, en especial Montesquieu y Voltaire, y que
despreciaba a los poetas que no podían versificar correctamente.)1 Pero los sucesores de
d’Hémery eran personajes sospechosos que jugaban para los dos bandos dentro de Grub
Street. Lenoir, que los conocía bien, los describe como peores que los autores e impresores
que debían perseguir. En sus memorias menciona a dos en particular, Pierre-Antoine-Auguste
Goupil y Jean-Claude Jacquet de la Douay. Sus carreras los llevaron a todas las ciudades
donde se producían libelos y finalmente al corazón del mercado de libelos en Londres.
Debe de nuevo hacerse énfasis en que “policía” en el siglo XVIII significaba algo muy
distinto de lo que significa ahora. No sólo los inspectores de policía se hacían cargo de todo
ese tipo de tareas que ahora le corresponden a la administración municipal, sino que también,
como muchos funcionarios del Antiguo Régimen, eran dueños de sus puestos; así que no
podían ser disciplinados con la severidad que acompaña a una cadena de mando moderna.
D’Hémery, por ejemplo, comenzó su carrera como policía el 16 de enero de 1741 al comprar
el oficio de exempt en la compagnie du lieutenant criminel de robe-courte au Châtelet: un
título larguísimo que significaba que se había unido a los oficiales de la ley adscritos a la
Corte parisina de Châtelet. Fue promovido siete años después al comprar el título de
“teniente” en la misma compañía. Le costó una cantidad importante, 10 000 libras, y lo
adquirió de su suegro —una manera típica durante el Antiguo Régimen de transmitir estos
bienes—. El puesto incluía un sueldo y, al cabo del tiempo, una pensión, y d’Hémery amplió
su alcance al incorporar funciones que estaban dispersas en otros puestos, aunque todos
trabajaban por un fin común: la vigilancia del comercio del libro. La comisión principal de
d’Hémery, adquirida en 1748, fue hacer cumplir las regulaciones generales que gobernaban
este mercado —una asignatura que le significaba 50 libras por cada transgresor que encerrara
en prisión—. A esto le añadió otras “inspecciones”, que en general tenían que ver con los
intentos del Estado, a través de la Direction de la Librairie (la Administración del Comercio
de Libros) a cargo del canciller y el guardián de los Sellos, de suprimir los libros prohibidos
o piratas: la inspección de cargamentos de libros que llegaban por barco provenientes de
Ruan; la inspección de los bultos de libros que los carretoneros llevaban a las aduanas de
París y que eran incautados por la cámara sindical del gremio de libreros parisinos, y la
inspección, mediante visitas sorpresa, de todos los talleres de impresores y las librerías en la
ciudad. D’Hémery reunió todas estas tareas poco a poco hasta que formó una división
especializada de la policía. Después de adquirir el título de inspecteur de la librairie
(inspector del comercio de libros) en 1748, siguió extendiendo su autoridad sobre el mercado
de libros durante los siguientes 25 años, y cuando vendió su puesto a su sucesor en 1773 había
creado una zona de actividad profesional amplia dentro de la administración real. Sus papeles
—miles de cartas, memorandos y reportes— muestran a un servidor público serio y
sistemático en acción, modernizando los intentos de la monarquía borbónica por vigilar la
palabra impresa.2
El sucesor de d’Hémery, Pierre-Antoine-Auguste Goupil, era un hombre hecho de un
material distinto. Antes de que Goupil asumiera su puesto, d’Hémery le explicó la misión en
un memorando típico, que se lee como un breve tratado sobre la ciencia de vigilar libros
(véase el texto del memorando en el suplemento electrónico de este libro). D’Hémery delineó
las funciones principales del inspector en 10 rubros y después explicaba cada una en una serie
de ensayos complementarios. Goupil debía inspeccionar cada fundidora de tipos de imprenta
en la ciudad por lo menos dos veces al año y llevar un registro de todo lo que producían,
desde la más audaz y extensa novela (gros roman) hasta el más delicado y pequeño texto (petit
texte). También debía seguir la pista de los escritores públicos (écrivains publics): al
recolectar muestras de su caligrafía podría seguir el rastro de una copia comprometedora. Las
talleres de imprenta debían ser inspeccionados una vez cada tres meses, las librerías una vez
al año, para verificar que todas las obras producidas y en venta correspondieran con los
registros de privilegios y permisos que mantenía la Direction de la Librairie. Los vendedores
callejeros requerían atención especial ya que nueve de cada 10 obras ilegales pasaban por sus
manos. Goupil debía contratar a algunos como informantes para descubrir las operaciones
clandestinas de impresión, y debía sospechar de todos, incluso de los autores, especialmente
aquellos que resultaban en particular poco fiables: “Hay que dedicar la mayor atención a esas
personas: al no tener nada que perder, arriesgarán todo y no tendrán respeto por nada”. Una
vez reunida suficiente evidencia, Goupil podía arrestar a los sospechosos. Pero debía seguir
los procedimientos adecuados. Requería una orden especial —por lo general una carta con el
sello real— del teniente general. Luego, acompañado por un agente de policía, debía entrar
por la fuerza al domicilio del autor o al establecimiento del impresor o del librero. Debía
inspeccionar el lugar cuidadosamente y confiscar todos los manuscritos, hojas de imprenta y
otros papeles. Tenía que describir todos los hallazgos en un reporte formal. Y finalmente, una
vez que estaban todos los documentos debidamente compuestos, firmados y sellados, debía
llevar al sospechoso a prisión.3
Goupil emprendió su labor con un ánimo distinto. Su manera de entregar una lettre de
cachet puede apreciarse en un episodio que Jacques Pierre Brissot describe en sus memorias.
Sucedió en 1777, cuando Brissot, entonces un joven que intentaba salir de Grub Street gracias
a sus escritos, había publicado un libelo que calumniaba a un importante líder de un salón
parisino y que trajo como consecuencia una carta con el sello real para su arresto. Goupil se
apareció en la buhardilla de Brissot y le anunció la mala noticia en los términos más cordiales
posibles:
Has cometido estúpidamente un grave error. Aunque no merece un castigo tan severo, uno se ve en la obligación
de emitir una carta con el sello real. Ya que ésta será presentada formalmente mañana para tu arresto, asegúrate
de escapar hoy. Pero, para que parezca que yo he realizado mi labor, deja tras de ti una o dos páginas del
manuscrito de aquel panfleto. Yo simularé haberlas hallado en tu habitación y las entregaré como prueba de mi celo
al ejecutar las órdenes.4
¿Por qué tanta deferencia? De acuerdo con Brissot, Goupil quería enlistarlo para escribir
obras difamatorias que Goupil pudiera fingir que confiscaba y luego vender secretamente con
la ayuda de su esposa. Al jugar este doble juego, quería ganarse la confianza de sus superiores
para avanzar en su carrera al tiempo que hacía un dinero extra por su lado. Brissot se negó a
colaborar, pero lo remplazó otro gacetillero de poca monta, que también siguió el camino que
iba de Grub Street al Club de los Jacobinos: François-Martin Poultier d’Elmotte.
D’Elmotte (o Poultier, como se hacía llamar durante la fase más radical de la Revolución,
cuando un apellido con apóstrofo podía sonar sospechosamente aristocrático) pertenecía a esa
raza de aventureros literarios que entraban y salían de la Bastilla al tiempo que improvisaban
trayectorias cada que surgía la oportunidad. Halló empleo en diferentes momentos como
soldado, secretario, periodista, panfletista, actor, espía para la policía y monje, antes de irse
de lleno a la Revolución, donde nadó con la corriente y mantuvo la cabeza afuera del agua
durante el Terror, el Directorio y el Imperio.5
Según algunos de los fragmentos que sobreviven del archivo de d’Elmotte en los
documentos de la Bastilla, fue encarcelado el 9 de marzo de 1778 por escribir panfletos que
Goupil usó “para sus intrigas”.6 El relato del embastillement de d’Elmotte, publicado en la
tercera entrega de La Bastille dévoilée, en 1789, confirmaba que había sido arrestado por
colaborar con Goupil, pero no reveló la naturaleza de su trabajo. D’Elmotte mismo dio esos
detalles en una carta publicada en la sexta entrega de La Bastille dévoilée en 1790, así como
en el periódico semanal de corte radical Révolutions de Paris.7 Explicaba que su contacto con
Goupil se remontaba a un encarcelamiento previo, cuando fue arrestado por escribir panfletos
sobre sexo y peculado en altos niveles. También había colaborado en algunos periódicos
extranjeros con artículos que hacían ver mal a las autoridades francesas, y había dado algunos
pasos en el comercio de libros ilegales. Por todo lo anterior esperaba pasar un tiempo largo
tras las rejas, pero a los nueve días Goupil se apareció en su celda, rebosante de buena
voluntad y simpatía, y le anunció su liberación. Ellos en realidad eran camaradas, le explicó
Goupil, porque ambos habían pertenecido a la gendarmería; así, deberían volverse amigos.
Goupil con gusto le haría un lugar en su mesa e incluso acomodaría las piezas para que
d’Elmotte fuera su sucesor como inspector del comercio de libros, porque esperaba escalar a
un puesto más lucrativo en las oficinas del correo. En lo que esperaban a que llegara ese feliz
desenlace, lo único que le pedía a d’Elmotte era que lo asistiera con sus actividades literarias.
Goupil no tenía un conocimiento amplio de la literatura, confesó, y necesitaba de alguien en
particular que lo abasteciera de nouveautés8 —esto es, las últimas publicaciones escandalosas
sobre personas eminentes en la Corte y en la capital— o, en otras palabras, de libelos.
Se reveló que los nouveautés estaban en el corazón de las intrigues de Goupil. Llegaban a
Francia de las imprentas en Ámsterdam, Bruselas, Lieja y otros lugares en la zona del Rin.
Goupil viajó en misiones a estas ciudades, aparentemente para erradicar la producción en su
lugar de origen, pero en realidad iba a hacer acuerdos secretos con los impresores. Acordó
que les confiscaría cargamentos, entregaría algunos de los libros a sus superiores para
demostrar su eficacia como agente de supresión y, secretamente, vendería el resto. Incluso
comisionó a algunos escritores de poca valía para que produjeran nuevos libelos, y negociaba
su impresión para así orquestar nuevas confiscaciones. En un viaje a Holanda y a los Países
Bajos austriacos, según La Bastille dévoilée, se propuso incautar un ataque particularmente vil
contra María Antonieta, que se rumoraba estaba en prensa. Descubrió que este ataque no
existía; así que comisionó uno, lo mandó imprimir, volvió triunfante con la edición completa y
fue recibido como un héroe. La reina declaró que estaba dispuesta a recompensarlo por su
protección, y de ahí en adelante Goupil puso sus miras en un puesto más alto dentro del
gobierno francés.9
Para entonces la esposa de Goupil, a quien la policía describía como astuta y atractiva,
había logrado congraciarse con la princesa de Lamballe, una de las compañeras favoritas de
María Antonieta. Ya desde finales de la década de 1770 aparecían en folletos manuscritos
escandalosos y libelos impresos relatos injuriosos acerca de la vida sexual de la reina, en los
que se incluían descripciones de orgías lesbianas con su favorita. Goupil desviaba los libelos
hacia su esposa, quien los entregaba a la princesa de Lamballe, quien a su vez informó de su
existencia a la reina. Horrorizada porque circularan tales calumnias y agradecida con Goupil
por hacérselo saber, la princesa le propuso recompensarlo con un puesto en el servicio postal
—él esperaba remplazar a Rigoley d’Oigny en el cabinet noir (oficina negra) donde los
expertos abrían las cartas con vapor para extraer información secreta— y también planeaba
promover a su esposa al influyente puesto de lectora de la reina.10
Barajar apoyos de este modo requería la intervención de ministros, así que en este punto la
intriga de Goupil se mezcló con la política cortesana. De acuerdo con el relato de las intrigas
realizado por d’Emotte, que en su mayoría confirman los papeles de Lenoir, A.-J. Amelot de
Chaillou, el secretario de Estado a cargo de la casa del rey, sospechaba que A.-R.-J.-G.-G. de
Sartine, el ministro de Marina, conspiraba para sacarlo de su puesto. Amelot pensaba incluso
que había descubierto una conjura de Sartine y su protegido, Lenoir, para despedir a todo el
ministerio al persuadir al rey para que restableciera al duque de Choiseul como cabeza del
gobierno. Para adquirir evidencia incriminatoria, Amelot empleó a Goupil a fin de que,
usando todos los trucos de su oficio, espiara a Sartine y Lenoir. Debía engatusar secretarios en
la oficina del ministro, sacar información a ayudantes de cámara y sobornar lacayos. Pero
necesitaba de alguien que pudiera blandir una pluma filosa: de ahí su deseo de colaborar con
d’Elmotte. Goupil le entregaría los trapos sucios, y d’Elmotte los incorporaría en un
memorando secreto, inventando más detalles si lo consideraba necesario. Entonces Goupil
entregaría ese memorando a Maurepas, que era quien de verdad detentaba poder dentro del
gobierno, y todos avanzarían en los juegos de poder que tenían lugar en Versalles: mientras
Maurepas echaba a Sartine y Lenoir de sus puestos, Amelot consolidaría su poder dentro de la
casa del rey (esto incluía al influyente Departamento de París y el control de la policía
parisina), Goupil conseguiría el puesto lucrativo en el servicio postal y d’Elmotte lo
remplazaría como inspector del comercio de libros.
En lo que a conspiraciones se refiere, ésta era casi increíble de tan barroca, y d’Elmotte se
negó a colaborar… o eso decía él en su versión del asunto. Pero como lo describió
retrospectivamente en 1790, su renuencia estaba motivada principalmente por un acuerdo
secreto al que había llegado con Lenoir. El teniente general le permitió vender libros ilegales,
siempre y cuando éstos no fueran demasiado extremos, y también (aunque d’Elmotte deja
implícito esto en su recuento del asunto) él le daría información acerca de lo que acontecía en
los bajos mundos. Goupil, igualmente, recurría a él para obtener información fresca y
abastecerse de libelos. Así que en lugar de meterlo en problemas, su negocio por debajo del
agua le trajo protección a d’Elmotte. Un escritor de exigua estimación convertido en vendedor
callejero de libros no podía disfrutar de una mejor relación con la policía.11
Tomó a d’Elmotte completamente por sorpresa, entonces, que mientras iba en camino a
visitar a Goupil, el 9 de marzo de 1778, un inspector de policía lo detuviera en la calle, le
presentara una carta con el sello real y lo llevara a la Bastilla. Pasaron ocho días durante los
cuales estuvo dentro de su celda tratando de entender qué había desarticulado su protección.
Cuando por fin lo condujeron para ser interrogado, apareció Lenoir con semblante
compungido. Lenoir le preguntó a d’Elmotte por qué había mostrado tanta ingratitud. Mientras
que la policía se hacía de la vista gorda ante su negocio clandestino de libros, él había
colaborado en una conspiración para destruir a Lenoir y derrocar al gobierno. D’Elmotte,
obviamente, negó todo. No está claro si estaba o no implicado profundamente en la conjura de
Goupil, pero una vez que Lenoir le informó que Goupil estaba arrestado, entonces
voluntariamente proporcionó tanta información como pudo sin inculparse él mismo. Explicó su
parte de la historia en un memorando que Lenoir le entregó a Maurepas, y cuando Maurepas se
declaró satisfecho, d’Elmotte fue liberado. La esposa de Goupil, que había sido llevada el
mismo día a la Bastilla, permaneció encerrada durante siete meses y luego pasó más tiempo
confinada en el casi carcelario convento de la Madeleine en La Flèche. Goupil por su parte,
que había sido encerrado en el calabozo de Vincennes mientras los otros eran llevados a la
Bastilla, sobrevivió en su celda por tres meses; su salud se deterioró rápidamente y murió ahí,
“envenenado o ahogado”, según d’Elmotte.12
Por extravagante que parezca, el relato de d’Elmotte sobre la conspiración puede ser
corroborado en su mayoría por un ensayo que escribió Lenoir para ser incluido en sus
memorias. Lenoir confirmó que d’Elmotte había trabajado para la policía al tiempo que fungía
como asistente (commis) de Goupil, pero indicaba que la asistencia incluía la composición de
la denuncia que Goupil envió a Maurepas. En ella, d’Elmotte aun aseguraba que él y Madame
Goupil, quienes por alguna razón terminaron encerrados en un clóset en el cuartel general de
Lenoir, escucharon a Sartine y a Lenoir discutiendo su plan para derrocar al gobierno. Pero
mientras que Goupil fabricaba esta historia para destruir a Lenoir, éste recibía una
contradenuncia de alguien que estaba empeñado en destruir a Goupil. Esta persona, un
caballero de Saint Louis a quien Lenoir no menciona por nombre, previno a éste de las
traiciones de Goupil. Lenoir les dio el mensaje a Maurepas y a Amelot. Ambos acababan de
recibir la denuncia de Goupil y, por tanto, decidieron llegar al fondo de todas las tramas y
contratramas arrestando a Goupil, a su esposa y a d’Elmotte e interrogándolos por separado
para comparar las versiones de su historia. La versión de d’Elmotte fue la más convincente.
Por ello la policía lo liberó mientras interrogaba a los Goupil, quienes se acusaron
mutuamente de una larga serie de crímenes que incluían especulaciones y libelos.13
Al final, Goupil se dio cuenta de que se le había acabado el juego. Padecía una
enfermedad en el pulmón que, después de varias semanas de encierro en el calabozo húmedo
de Vincennes, parecía ser mortal, así que decidió hacer una confesión general a Lenoir.
Cuando era niño, le dijo, su padre lo corrió de su casa y negó reconocerlo como suyo. Se
dedicó al bandolerismo en las carreteras; luego, a los 15 años, fue encerrado en la nefanda
cárcel de Bicêtre. Para salir libre, se enlistó como soldado, desertó y volvió a enlistarse, pero
esta vez en el área militar de la policía (la maréchaussée), donde por fin halló a algunos
protectores. Éstos lo recomendaron con Sartine, quien era entonces teniente general de la
policía. Sartine accedió a aceptarlo como inspector, y Goupil pudo comprar su puesto gracias
a que recientemente se había casado y pudo usar la dote de su esposa. Una vez que tuvo cierta
autoridad autónoma, de inmediato abusó de ella. Admitió todo tipo de fechorías,
especialmente al vigilar los libelos, que utilizó para llenarse los bolsillos de dinero y hacer
avanzar su carrera como funcionario. Al hacerse del manuscrito sobre las relaciones de la
reina con la princesa de Lamballe, imprimió una parte y la entregó a la princesa como
evidencia de que había confiscado la edición entera. La quemó, junto con el manuscrito, en su
presencia, y, como recompensa, ella le prometió interceder a su favor para conseguirle el
puesto en el servicio postal y lograr que su esposa fuera nombrada lectora de la reina.
Al desembarazarse de sus crímenes, Goupil le dijo a Lenoir que antes de morir quería ver
a su padre. Lenoir contactó al padre, un comerciante respetable en París, pero el viejo
respondió que no había visto a Goupil en 25 años y que no quería volver a verlo nunca más.
Había condenado a su hijo con una maldición formal, le dijo. De hecho, no creía que Goupil
fuera su hijo en realidad, porque tenía ocho hijos más, todos ellos honorables súbditos del rey,
y la única manera en la que él se explicaba la aberrante depravación de Goupil era que había
habido un accidente en su nacimiento: el verdadero bebé Goupil debe haber sido
intercambiado por error por otro mientras estaba a cargo de su matrona; no era algo imposible,
si se toma en cuenta que los bebés se enviaban y se dejaban al cuidado de la industria de las
matronas durante el Antiguo Régimen.14 El padre accedió, sin embargo, a visitar Vincennes.
Pero no hubo reconciliación final y Goupil murió en su celda dos meses después.15
Aunque Lenoir hizo el recuento de la historia de Goupil en su estilo usual —plano y sin
embellecimientos literarios—, da la sensación de ser ficción. Uno puede imaginarla
convertida en la trama de una novela sentimental: algo escrito por Restif de la Bretonne con
ilustraciones de Greuze. Por ello puede parecer sospechosa como una introducción al trabajo
de vigilar los libelos. Pero suficiente documentación respalda su veracidad —fragmentos de
memorias, archivos policiacos e incluso un boletín contemporáneo y clandestino conocido
como Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France—
como testimonio de la manera en que la policía literaria, o por lo menos una parte de ella,
hacía realmente su trabajo. La duplicidad y la traición eran parte del sistema. Había
demasiado dinero rondando los libelos como para que la mayoría de los inspectores
mantuvieran sus manos limpias, y la limpieza a la hora de lidiar con los asuntos del rey no era
algo común durante el Antiguo Régimen, donde los sobornos —llamados eufemísticamente
épices (especias) y pots de vin (garrafas de vino)— allanaban el camino para las carreras en
la administración y el sistema judicial. Puede parecer extraño, sin embargo, que la policía
haya sido infectada por la criminalidad que Goupil encarnaba, cuando los profesionales
dedicados como d’Hémery le habían granjeado una reputación como la agencia policiaca más
progresiva de Europa.16
Goupil y d’Hémery claramente representan dos tendencias opuestas dentro del mismo
sistema, aunque es posible explicar el abuso de Goupil con argumentos distintos que la simple
pillería o lo que sea que haya sucedido con la matrona. La administración policiaca durante el
Antiguo Régimen, tan avanzada como estaba en comparación con otros países, no era ningún
servicio civil moderno. Los hombres escalaban su jerarquía por medio del mecenazgo y las
influencias, y en los niveles más altos tenían que comprar sus puestos. Pero el efecto
combinado de la protección y la venalidad no quiere decir que la conducta no contara. Cuando
Goupil apareció por primera vez ante sus superiores, parecía un joven prometedor. Cuando su
nombre aparece en sus registros lo hace acompañado de informes de un trabajo bien realizado.
Sus primeras “inspecciones” —ya fuera limpiando las calles de vendedores no autorizados o
llevando prisioneros a la Bastilla— parecen haber sido realizadas diligentemente. El teniente
general Sartine, su superior en los primeros años de la década de 1770, escribió una
recomendación bastante positiva dirigida a su futura suegra, quien pidió informes sobre su
carácter. Sólo después de su matrimonio y de la compra de su puesto, lo que le significó un
salario decente aunque no excesivo de 3 000 mil libras al año, fue que Goupil comenzó a
aprovecharse de la oportunidad que tenía para el desfalco a gran escala.17
El sistema policiaco hacía posible este tipo de oportunidades, pero no se parecía a las
historias de horror perpetuadas por los libelos y los best sellers sensacionalistas como las
Mémoires sur la Bastille de Linguet o Des lettres de cachet et des prisons d’etat, de
Mirabeau. Los oficiales de policía, así como los libelistas, tenían que navegar a través de
contradicciones y complejidades. Habitaban un mundo imperfecto y muy humano, que no debe
confundirse con las caricaturas presentadas en la literatura que reprimía y a la vez reproducía.
Es importante mantener una visión equilibrada del Antiguo Régimen al recorrer el siguiente
recuento del trabajo de la policía del libro, porque Goupil fue remplazado por un personaje
que lo superó en su intento de tornar al sistema en contra de sí mismo.
1
Véase Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, FCE,
México, 1987, cap. 4.
2
Esta descripción de la carrera y las funciones de d’Hémery está basada en un extenso estudio de sus documentos,
conocidos como la Colección Anisson, en la Bibliothèque Nationale de France, mss. fr. 22061-22193. Ernest Coyecque incluyó
una pequeña biografía de d’Hémery en la introducción a su excelente inventario de los papeles, Inventaire de la Collection
Anisson sur l’histoire de l’imprimerie et la librairie principalement à Paris, 2 vols., París, 1900.
3
“État des objets relatifs à la librairie dont le sieur Goupil doit être chargé sur la démission du sieur d’Hémery qui en avait le
détail ci-devant”, Bibliothèque de l’Arsenal, de la Bastilla, ms. 10028, ff. 307-310. Hay otra copia en la Bibliothèque Nationale
de France, ms. fr. 22053, pieza 44.
4
Brissot, Mémoires (1754-1793), Claude Perroud, ed., París, 1910, vol. 1, pp. 104-105.
5
Véase la nota sobre Poultier d’Elmotte de François Moureau en Jean Sgard, ed., Dictionnaire des journalistes, 16001789, Oxford, 1999, vol. 2, pp. 807-808; la mínima información sobre el encarcelamiento de Poultier en la Bastilla en 1778, en
los documentos de la Bastilla, Bibliothèque de l’Arsenal, mss. 12478, 12481; Manuel, La Bastille dévoilée, París, 1789-1790,
vol. 4, p. 17, vol. 5, pp. 65-68, y vol. 6, pp. 9-22; Les Crimes et forfaits du représentant du peuple Poultier, París, 1794, un
libelo lleno de información sugerente pero poco confiable, y los apuntes sobre Goupil de Poultier en los papeles del teniente
general de la policía Jean-Charles-Pierre Lenoir, Bibliothèque Municipale d’Orléans, ms. 1422, titre 6.
6
Funck-Brentano, Les Lettres de cachet à Paris, étude suivie d’une liste des prisonniers de la Bastille (1659-1789),
París, 1903, p. 402, y los documentos de la Bastilla, Bibliothèque de l’Arsenal, ms. 12478.
7
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 5, pp. 65-68, y vol. 6, pp. 9-22; Révolutions de Paris, núm. 29, 30 de enero
de 1790, pp. 33-35; núm. 30, 6 de febrero de 1790, pp. 33-38, y núm. 31, 13 de febrero de 1790, pp. 35-38. La carta de Poultier
d’Elmotte difundida por estos tres números de Révolutions de Paris confirmaba el relato de su encarcelamiento que publicó en
La Bastille dévoilée, utilizando casi el mismo lenguaje pero con algunos detalles adicionales.
8
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 6, pp. 11-12. El término “nouveautés”, cuando lo usaban los libreros con
frecuencia, quería decir las publicaciones más recientes, pero Poultier d’Elmotte lo utilizaba para referirse a los libelos más
recientes.
9
Ibid., vol. 3, pp. 54-65. Véase también Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en
France, Londres, 1771-1789, las entradas del 29 de marzo y el 11 de mayo de 1778. En sus memorias, Jeanne Louise Henriette
Campan, la sirvienta de María Antonieta, relató una versión de este incidente en el que el beneficio de Goupil, se decía, era de
72 000 libras por comprar el libelo, que había escrito él mismo, y 24 000 libras como recompensa por cumplir con su misión con
tanta celeridad: Mémoires sur la vie de Marie-Antoniette, reine de France et de Navarre, París, 1876, pp. 119-120.
10
En su carta en Révolutions de Paris, núm. 30, 6 de febrero de 1790, pp. 33-34, Poultier d’Elmotte dijo que Goupil
describía sus intrigas así: “Je suis sur le point d’obtenir, par la faveur de Madame la princesse de Lamballe, un bon de visiteur
général des postes. J’entretiens cette éminente protection par le moyen des nouveautés que je lui porte et dont ensuite elle faite
part à une personne d’une plus haute importance” [“Estoy a un paso de obtener algo mejor merced al favor de la señora
princesa de Lamballe, el puesto de visitante general de los servicios postales. Me he granjeado esta eminente protección gracias
a los libelos que le llevo y de los que, enseguida, ella hace partícipe a una persona de una posición más elevada”]. Más tarde se
refirió a la princesa de Lamballe “et sa royale commettante” [“y su comitente de la realeza”], de una manera que claramente
indicaba a la reina.
11
En su relato de esta conspiración en Révolutions de Paris, núm. 30, 6 de febrero de 1790, p. 35, Poultier d’Elmotte
destacó sus contactos con los proveedores de libelos ubicados fuera de Francia: “Je cherchai tous les moyens de me procurer
les nouveautés qui s’imprimaient chez l’étranger. Pour cela, j’entretins des correspondances très dispendieuses à Londres, en
Suisse, à Genève, et en Allemagne” [“Busqué por todos los medios conseguir los libelos que se imprimían en el extranjero. Para
ese efecto sostuve correspondencias muy onerosas en Londres, en Suiza, en Ginebra y en Alemania”].
12
Révolutions de Paris, núm. 31, 13 de febrero de 1790, p. 37.
13
Bibliothèque Municipale d’Orléans, papeles de Lenoir, ms. 1422, titre 6: “Goupil, sa femme, Delmotte [sic], etc”.
14
Véase Olwen Hufton, The Poor of Eighteenth-Century France, 1750-1789, Oxford, 1974.
15
Además de los papeles de Lenoir, que son la fuente principal del relato de este capítulo sobre el encarcelamiento y la
muerte de Goupil, véase Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 262-265.
16
Como ejemplo de la forma en que la policía de París servía como modelo para otros regímenes que querían modernizar su
policía, véase “Mémoire sur l’administration de la police”, escrito para José II y María Teresa de Austria en 1776 por un
comisionado de policía llamado Lemaire y que publicó Augustin Gazier como “La Police de Paris en 1770”, en Mémoires de la
Société de l’Histoire de Paris et de l’Île de France, vol. 5, 1879, pp. 1-131. Lenoir se basó en las memorias de Lemaire
cuando organizó sus papeles y esbozó sus memorias.
17
Estos comentarios se basan en escritos que se hallan dispersos dentro de una caja en la Bibliothèque de l’Arsenal,
documentos de la Bastilla, ms. 10028. Incluyen la carta de recomendación de Sartine para Goupil, dirigida a Madame Payen, del
9 de noviembre de 1770: “On m’a rendu de lui en différentes occasions un assez bon témoignage. Plusieurs personnes de
considération s’y intéressent. Je lui connaît de l’intelligence et de l’activité. Peut-être met-il un peu trop de vivacité dans les
affaires dont il est chargé, mais il y a lieu de croire qu’il s’en corrigera avec l’âge et l’expérience, et je ne crois pas, Madame,
que ce doive être un obstacle aux arrangements que vous auriez à faire avec lui, s’il vous convient d’ailleurs. Quant à la
protection que je peux lui accorder, elle dépendra de la façon dont il se conduira” [“En diversas ocasiones me han dado un
testimonio muy favorable a este individuo. Varias personas de considerable rango se interesan en él. Lo tengo bien ubicado por
su inteligencia y su diligencia. Quizá pueda decirse que se desempeña con excesiva presteza en los asuntos que se le encargan,
pero hay bases para sostener que mediante la edad y la experiencia podrá corregirse en este respecto, y no pienso, señora, que
ello deba obstaculizar los arreglos que usted haya de acordar con él, si es que, por lo demás, resulta de su conveniencia. En
cuanto a la protección que yo pueda brindarle, ésta dependerá de la manera en que se conduzca”]. La caja también contiene
varios informes relacionados con arrestos conducidos por Goupil y cuya fecha se remonta al 9 de noviembre de 1768. Goupil
recibió su comisión para suceder a d’Hémery el 4 de noviembre de 1773. En una carta adjunta, Sartine le ordena seguir la guía
de d’Hémery. Fue la transferencia de su oficio en esta ocasión lo que llevó a d’Hémery a escribir el memorando acerca de sus
funciones mencionado al inicio de este capítulo.
X. UN AGENTE DOBLE Y SUS AUTORES
EL 21 DE DICIEMBRE DE 1781 un hombre no identificado irrumpió en el Café du caveau y
anunció con gran emocion: “Messieurs, tengo una gran noticia y estoy seguro de ella. Ayer
Jacquet fue ejecutado en la Bastilla, culpable del crimen de lesa majestad… y como autor del
libelo contra la reina”.1
De acuerdo con un informe contemporáneo, esta noticia produjo “consternación general”.
Se propagó del café, que por su ubicación en el Palais-Royal lo hacía un punto de reunión
preferido para nouvellistes (murmuradores que se especializaban en noticias), a través de las
redes de comunicación oral por toda la ciudad. Jacquet no necesitaba identificación. Todos en
el café sabían que era un inspector de policía asignado para cazar libelos. Que él mismo
hubiera escrito un libelo contra la reina y después hubiera sido llevado por sus colegas a la
Bastilla, ése era el tipo de noticia que causaba sensación en las mesas de café y que luego
viajaba a máxima velocidad por todos los medios de la época. Se transmitía de boca en boca
(nouvelles de bouche), luego en boletines clandestinos escritos a mano (nouvelles à la main)
y finalmente impresa, donde se le podía dar seguimiento en la publicación ilegal conocida
como Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France.
Este tipo de noticias no podía aparecer en periódicos oficiales como la Gazette de
France, ni en periódicos no oficiales como el Journal de Leyde, que se producían fuera de
Francia pero a los que se les permitía libre circulación dentro del reino con la aprobación (y
frecuente censura) de las autoridades francesas. Estaba prohibido que los sucesos que daban
de que hablar aparecieran en la prensa legal del Antiguo Régimen. Circulaban en cambio a
través de canales ilegales de comunicación por doquier, pero al hacerlo con frecuencia eran
distorsionados. Jacquet no había sido ejecutado, pero estaba encarcelado en la Bastilla por
producir libelos: por sí mismo, éste era un artículo noticioso suficientemente escandaloso y
uno puede entrever las sensaciones que producía al seguir la cobertura que se le dio en las
Mémoires secrets.
El contexto inmediato de los informes sobre Jacquet consistía en la circulación de algunas
despiadadas noëls en diciembre de 1781. Cada año, durante la temporada navideña, los más
ingeniosos en Francia improvisaban canciones satíricas acerca de sucesos recientes. Estas
noëls difundían comentarios picantes acerca de los pecadillos de los notables, y eran
pegajosas entre las personas comunes porque estaban compuestas al ritmo de tonadas
conocidas por todos.2 En vísperas del día de Navidad en 1781, los parisinos cantaban un tema
que iba mucho más allá de los límites de la sátira aceptable, según las Mémoires secrets. Las
noëls estaban llenas de “calumnias sacrílegas”, cosas tan horribles que no podían ser
mencionadas, ni siquiera en un periódico clandestino. Los autores anónimos de las Mémoires
secrets simplemente apuntaban que se habían convertido en “el tema de todas las
conversaciones y la repulsión en todo París”.3
En esa época los rumores acerca de la impotencia del rey y las supuestas infidelidades de
la reina se consideraban demasiado escandalosos para ser consignados por escrito. Pero los
informes acerca de Jacquet indicaban que él había publicado un libelo que contenía el mismo
material sacrílego que había infectado esas noëls. El salto de difundirse de boca en boca a
estar impreso significaba que las autoridades tenían que hacerle frente a un problema mayor, y
el arresto de Jacquet evidenciaba que parte de ese problema surgía de la insubordinación
dentro de sus propias filas. ¡Un inspector de policía convertido en libelista! Era
extraordinario, y las Mémoires secrets anunciaban su determinación de llegar al fondo de ese
“oscuro asunto que es tan difícil de desentrañar”.4
Conscientes de la dificultad de discernir entre hechos y fantasías en un mundo en el que la
discusión pública de la vida privada de los soberanos estaba prohibida, las Mémoires secrets
restringían su cobertura a lo que consideraban sus informes más confiables. Jacquet era
conocido como un “mal tipo”, eso estaba claro. Trabajaba para la policía y se especializaba
en la vigilancia del comercio de libros. Esta misión lo enviaba con frecuencia a Inglaterra y
los Países Bajos, donde se familiarizó con la industria del libelo frecuentando a personajes
sospechosos como Théveneau de Morande. Unos meses antes de su arresto, Maurepas lo había
enviado a Londres para comprar la edición completa de un libelo particularmente indignante,
pero cuando regresó informó que algunas copias se le habían escapado. Por ello necesitaba
hacer un nuevo viaje y gastar una pequeña fortuna para comprar las copias restantes. Esto
sonaba suficientemente sospechoso para que la policía revisara su equipaje a su regreso a
París después de ese segundo viaje. Junto con las obras impresas hallaron el manuscrito
original, escrito de su propia mano.5
La información sobre Jacquet era tan escandalosa como los libros que se suponía que tenía
que prohibir, así que los autores de las Mémoires secrets continuaron dando seguimiento a la
historia. El 14 de enero de 1782 corrigieron su informe anterior: Jacquet no había sido
ejecutado; estaba todavía en la Bastilla y se le implicaba en otras actividades criminales. El
26 de enero publicaron el título del libelo, Vie d’Antoinette, y los nombres de dos cómplices
que habían sido arrestados con Jacquet: un librero en bancarrota llamado Costard y MichelLouis de Marcenay, “un hombre de mundo y un mal tipo”. Dos días después finalmente
publicaron algo de información acerca del propio Jacquet, suministrada por un corresponsal
en Besançon, su pueblo de origen. Jean-Claude Jacquet de la Douay provenía de una familia
adinerada y bien conectada en la Franche-Comté. Después de estudiar leyes, asumió un puesto
como abogado en la Corte de bailliage de Lons-le-Saunier y parecía estar destinado a tener
una carrera distinguida en el Parlamento de Besançon, donde estaban ya varios de sus
parientes. Pero, decía la gente, no estaba contento con su vida en la provincia. Se fue a París
para buscar fortuna; y si se hubiera de meter en problemas allá, nadie se sorprendería, porque
cuando estaba en Besançon se le conocía como un “mal tipo”:6 un epíteto que seguía a los
personajes sospechosos como un perro lanzando mordidas a los tobillos.
Una carta de Bruselas, publicada el 7 de febrero, revelaba que Jacquet había organizado
un amplio negocio de publicaciones que producía libelos en los Países Bajos, así como en
Inglaterra. La policía francesa había capturado a varios de sus colaboradores en una redada en
Bruselas, y la gente estaba sorprendida al enterarse de que alguien en la posición de Jacquet
—un inspector comisionado expresamente al comercio de libros extranjeros (inspecteur de la
librairie étrangère)— imprimiera, vendiera e incluso escribiera algunos libelos junto con un
equipo de criminales. Esto parecía cerrar el caso, excepto por algunos detalles finales que
llegaron de Besançon en noviembre de 1782. Un corresponsal informó desde allá que Jacquet
había dejado una esposa y una hija pequeña, que ahora vivían en una pequeña propiedad cerca
de Lons-le-Saunier. Tan pronto como se enteró de su arresto, su esposa corrió a París para
pedir clemencia, porque lo habían condenado a muerte, o por lo menos eso creían los
habitantes de Besançon. Por lo que a ellos concernía, merecía ser colgado, pero creían que su
sentencia había sido conmutada a cadena perpetua. Sólo podían sentir pena por su esposa, que
venía de una buena familia y le había dado una dote considerable, que él había despilfarrado.7
Las Mémoires secrets rara vez seguían una historia con tanto detalle. Le habían dedicado
dos pequeños artículos al arresto de Goupil, pero la cobertura del caso de Jacquet mostraba
que su asunto se había convertido en un fenómeno de otro orden, un acontecimiento que
figuraba de manera prominente en los medios del momento —orales, escritos e impresos— a
pesar de que, en principio, pertenecía al ámbito secreto de las razones de Estado. Para 1780
los libelos y los intentos por hacerlos desaparecer figuraban de manera abierta como un asunto
de opinión pública. La exposición pública de sus actividades secretas le añadía una nueva
dimensión al trabajo de la policía del libro.
Así las cosas en cuanto a la manera en que el asunto aparecía a los ojos del público. Pero
¿qué había sucedido realmente? Para desentrañar sus complejidades se deben consultar dos
fuentes: los documentos del teniente general de la policía, Jean-Charles-Pierre Lenoir, y los
archivos policiales que Pierre Manuel publicó en 1789-1790, La Police de Paris dévoilée y
La Bastille dévoilée, que pueden ser complementados por algunos manuscritos de los archivos
de la Bastilla.8 Lenoir describía a Jacquet como un “agente doble”, que había perfeccionado
su talento para la duplicidad en misiones secretas para varios ministros.9 Maurepas y
Vergennes le dieron una comisión especial para descubrir libelos en contra de la Corte
francesa que se publicaran en Londres y La Haya. Les preocupaba Londres especialmente,
porque en 1779 habían aceptado pagar una cantidad exorbitante de dinero —8 000 luises (192
000 libras)— para comprar la edición completa de un ataque particularmente vil en contra de
la reina escrito por un extorsionador en la colonia londinense de refugiados franceses. El autor
anónimo negoció a través de un vendedor de libros francés (casi seguro que fue Boissière, que
tenía una tienda en la calle St. James), y el ministro del Exterior francés solicitó la ayuda de
Lord North, el jefe del gobierno británico. Al final, una caja que contenía el tiraje completo de
pliegos de imprenta y grabados, sellado con el escudo de North y acompañado por una guardia
armada, llegó a la Bastilla, donde permaneció guardada bajo llave hasta la Revolución. Pero
el rumor se extendió pronto. Inspirados por este ejemplo, todo tipo de aventureros se
apresuraron a llegar a la obscena fábrica de Londres —Lenoir se refería a ella como una única
fabrique pero indicaba que sus operaciones estaban esparcidas por todo Londres y los Países
Bajos— para producir más infamias.10
La misión de Jacquet era cerrarles el negocio. Su primer viaje lo llevó a Ámsterdam y La
Haya, donde los autores franceses expatriados y los impresores holandeses mantenían un
activo comercio de libelos. Regresó con una decepcionante cosecha de anécdotas y canciones
subidas de tono que Maurepas desechó por considerarlas basura. Aunque Jacquet
supuestamente tenía que concertar sus actividades con la embajada francesa en La Haya, ésta
reportaba que nunca lo habían visto y que los prospectos de obras difamatorias seguían
proliferando. Mientras tanto, llegó una carta enviada por Charles Théveneau de Morande, el
libelista vuelto espía de la policía, que decía que había visto a Jacquet en Londres, donde
había acordado la publicación de manuscritos que él llevaba consigo desde París.
Esta información le pareció lo suficientemente preocupante a Lenoir como para, después
de consultar a Maurepas, asignara a uno de sus inspectores más confiables el trabajo de
investigarla. Aunque no menciona al veterano por nombre, el relato que hace Lenoir del asunto
indica que el hombre al que escogió fue Receveur, el antihéroe de Le Diable dans un bénitier.
Receveur tenía suficiente experiencia espiando espías y capturando libelistas. Cuando Jacquet
partió en una segunda misión hacia Londres en 1781, Receveur lo siguió, coordinó su
investigación con la embajada francesa, colaboró con Morande y confirmó las sospechas de
Lenoir: Jacquet tenía un negocio de publicaciones clandestinas. Comisionaba a gacetilleros de
poca monta en París para que hicieran los manuscritos, los imprimía en Londres y Holanda y
contrataba a contrabandistas para ingresar los libros a París.
Uno de los contrabandistas denunció a Jacquet después de un pleito. Mientras, la oficina
postal francesa interceptó cartas incriminatorias que dos de los autores de Jacquet, MichelLouis de Marcenay y Louis-Claude-César de Launay, le habían enviado. Lenoir entonces tenía
toda la evidencia que necesitaba para dar un golpe decisivo a la operación de Jacquet,
incluidos sus autores y distribuidores. El 30 de octubre de 1781, como informaron las
Mémoires secrets, la policía encerró a cuatro prisioneros en la Bastilla: Jacquet, Marcenay,
otro escritor —el abate Théophile-Imarigeon Duvernet— y el librero Costard, quien trabajaba
para Jacquet como copista. Lenoir y sus hombres los interrogaron por separado durante días
sin lograr quebrar su resistencia. Pero al final Marcenay sucumbió. Confesó que él había
escrito dos libelos sobre temas que le asignó Jacquet. Lenoir entonces lo encaró con los otros
en una serie de “confrontaciones” —escenas dramáticas en las que los interrogadores juntaban
a los prisioneros y los azuzaban para que se incriminaran mutuamente—. A final de cuentas
lograron sacarle una confesión a Duvernet, quien dijo que había escrito un libelo en contra de
Maurepas a pedido de Jacquet y nombró a otros de sus autores. Jacquet se negó a hablar y
después fingió estar loco, un ardid que le sirvió para ser enviado dos años al asilo de
Charenton. Como recompensa por su testimonio, Marcenay y Duvernet fueron liberados de la
Bastilla después de periodos de encarcelamiento relativamente cortos, pero Jacquet regresó
ahí en noviembre de 1783 para cumplir una condena por un periodo de tiempo indefinido.
Lenoir termina su relato de este asunto aquí, pero la detención policial del 30 de octubre de
1781 siguió teniendo repercusiones por todo el mundo de los libelistas porque expuso pistas
que Receveur y otros agentes secretos persiguieron durante los siguientes tres años.11
El archivo más triste que produjeron estas investigaciones tiene que ver con un escritor
que Jacquet reclutó en Ámsterdam, Louis-Claude-César, caballero De Launay. Él había
emprendido una carrera aparentemente exitosa como doctor en Avignon e incluso se había
convertido en censor de la monarquía para libros de medicina. Pero en 1780, por razones
poco claras, estaba quebrado en París. Con la esperanza de salir de la pobreza escribiendo,
aceptó el puesto de autor y editor único de la Gazette anglo-française publicada en
Maastricht por Samuel Swinton, un especulador escocés y potencial barón de la prensa que
también era dueño del Courrier de l’Europe, el periódico francés en Londres que empleaba a
muchos libelistas. La Gazette no estaba ganando dinero. Swinton y el caballero De Launay se
pelearon. Aquél abandonó el periódico y éste intentó darle continuidad, pero pronto se rindió
por falta de fondos. Ahora en bancarrota, se mudó a Ámsterdam, donde comenzó a escribir
libelos, algunos de ellos para Jacquet. Cuando esta nueva oleada de difamaciones llegó a las
calles de París, Lenoir envió a Receveur a hallar su origen, que parecía estar en algún lugar de
los Países Bajos. En Ámsterdam, ayudado por diplomáticos franceses y las autoridades
holandesas, Receveur hizo una redada en una imprenta y logró hacer que los impresores
hablaran. Éstos le revelaron que el manuscrito había venido de De Launay, quien para
entonces había vuelto a París. Receveur corrió de vuelta y lo envió a la Bastilla el 4 de
septiembre de 1782. Dieciséis días después, De Launay fue hallado muerto en su celda.12
La muerte de De Launay, seguida de la de Goupil, alimentaba la creciente mitología de los
oscuros secretos que guardaban los calabozos y las cámaras de tortura.13 La Bastille dévoilée
reportaba que una autopsia no había hallado evidencia de que hubiera habido juego sucio,
pero daba cabida a la sospecha de que ocurriera una “muerte violenta”, y Le Diable dans un
bénitier, que también hacía un recuento del caso, aseguraba que el caballero De Launay había
sido estrangulado por Receveur. A pesar del carácter confuso de la documentación, no hay
razón para sospechar que la policía abusara de sus prisioneros. Aun así, seguían encerrando
libelistas, y sus arrestos revelaban mucho acerca de las condiciones de vida en Grub Street.14
De Launay y los dos libelistas arrestados con Jacquet sirven para ilustrar una tendencia
común entre los gacetilleros parisinos: una movilidad social en dirección descendente. Los
tres habían recibido buena educación y se embarcaron en carreras prometedoras: el caballero
De Launay en medicina, Duvernet en la Iglesia y Marcenay en la administración real. No
queda claro qué fue precisamente lo que hizo que los dos primeros se desviaran del camino
convencional, pero Marcenay se tropezó de una manera que revela qué tan mal podían ir las
carreras. De acuerdo con La Bastille dévoilée, él mismo echó a perder un buen trabajo en el
Ministerio de Finanzas por hacer una broma pesada que mostraba su falta de respeto a sus
superiores. Imprimió y distribuyó la noticia de que su jefe acababa de ser enterrado. El jefe no
lo consideró gracioso (para ese momento el gobierno francés se estaba convirtiendo en una
“burocracia”, un término utilizado por primera vez en 1764) y Marcenay terminó en la calle.
Desesperado por hallar trabajo, se dedicó a escribir panfletos y emigró a Holanda, donde
escribía para la prensa en lengua francesa; ahí conoció a Jacquet y éste lo reclutó como
libelista.15
Los otros gacetilleros en la nómina fija de autores de Jacquet también recurrieron a la
escritura como un modo de poner pan en la mesa cuando estaban hambrientos. El género que
mejor pagaba, como lo demostraba Jacquet al reclutarlos, era el libelo. Él les daba el tema y
la paga; ellos escribían los textos. Algunos textos los escribía el propio Jacquet mismo. Según
La Bastille dévoilée, en ocasiones escribía pequeños ensayos que enviaba a Lenoir como
“extractos” de libelos completos que, según él, estaban a punto de entrar a prensa en Londres o
en Ámsterdam con títulos como La Vie du prince ***, Le Portefeuille de ***, Les Aventures
de Mme de Polig ***, Le Ministre de Vergennes y Le Cri de la France contre M. de
Maurepas. Jacquet le aseguraba a Lenoir que gracias a sus contactos en el submundo literario
había podido persuadir a los autores de suprimir las ediciones completas de esas obras
siempre y cuando la policía les entregara un pago adecuado, que por lo general oscilaba entre
500 y 1 000 luises; esto es, entre 12 000 y 24 000 libras. (El botín de las extorsiones por lo
general se daba en luises, una denominación más elegante que las libras, así como las
transacciones importantes en Inglaterra se daban en guineas y no en libras.) Muchos de estos
libros nunca existieron. Pero mediante engaños y timos Jacquet logró hacerse de suficiente
capital para montar un negocio de publicaciones genuino. Sus escritores e impresores
produjeron una gran cantidad de libelos, aunque es imposible determinar quién escribió qué en
este corpus de literatura que en su mayoría ha desaparecido.16
Por fortuna, es posible rastrear por medio de los archivos policiacos y hasta las
estanterías de las bibliotecas un ejemplo que muestra cómo operaba el negocio: Les Jouers et
M. Dusaulx, un ataque anónimo de 60 páginas en contra de parisinos prominentes que se
habían visto enredados en apuestas ilícitas y prostitución. Fue escrito, impreso y publicado en
Bruselas por tres colaboradores de Jacquet, quienes formaban un área dentro de su empresa
mayor. Jacquet los proveía de información y aparentemente le asignó a uno de sus autores
parisinos, el abate Duvernet, que los asistiera cuando fuera necesario. Bruselas, sin embargo,
era el corazón de la operación. Su líder era Jean-Baptiste Imbert de Villebon, un empresario
francés que huyó a Bruselas para escapar ante una acusación de bancarrota fraudulenta. La
mayoría de sus negocios tenían que ver con el de libros ilegales: producirlos, venderlos y
tenderles una red de espionaje para la policía francesa. Algunos libros salían de la pluma de
su hermano, François-Guillaume Imbert de Boudeaux, un monje benedictino expulsado de la
orden que se inició como libelista para mantenerse en París después de dejar el monasterio.
La obra más conocida de Imbert de Boudeaux, La Chronique scandaleuse (publicada por
primera vez en 1783, supuestamente en “París, desde un rincón donde todo se puede ver”, y
ampliada a cuatro volúmenes en una edición de 1785 y a cinco en 1791), era el epítome de la
maledicencia que rodeaba a las figuras públicas durante los últimos años del reinado de Luis
XVI. Se especializaba en anécdotas picantes que circulaban en boletines manuscritos y que
luego aparecían en publicaciones ilegales como la Correspondance littéraire secrète,
publicada por Louis-François Metra en Neuwied. Los hermanos Imbert trabajaban también con
Antoine La Coste de Mézières, un ex oficial del ejército que terminó viviendo la vida de Grub
Street en París y Bruselas, donde escribía para las prensas clandestinas. Les Joueurs era sólo
una de la media docena de obras que este equipo produjo de 1780 a 1781.17
Leído fuera de contexto, este libelo parece ser un desenmascaramiento de los antros de
apuestas en París, mal disfrazado de una narración acerca de dos caballeros de provincia que
perdieron sus fortunas al ser engañados por personajes del submundo y que cuentan sus tristes
historias a Jean Dusaulx, el eminente y filosófico autor de un tratado en contra de las apuestas,
Lettre et réflexions sur la fureur du jeu (1775). El narrador adopta una perspectiva
magnánima ante su sujeto. Indignado, moraliza acerca del vicio, que victimiza la virtud, y
defiende los principios de la Ilustración contra las fuerzas del oscurantismo. Pero al condenar
la depravación, provee un recuento voyerístico de ella. Revela cómo las prostitutas, vestidas
de mujeres respetables, ligan con víctimas inocentes en los teatros de París, los convencen de
ir a burdeles disfrazados de salones, los ahogan con tragos baratos y los llevan a las mesas de
apuestas, donde despilfarran las fortunas de sus familias, auxiliadas por los profesionales del
engaño para precipitar su caída. La narrativa lleva al lector de un antro de apuestas a otro —el
Palais-Royal, el Palacio de Luxemburgo, la embajada veneciana— y empalma las
descripciones con retratos biográficos de personajes de los bajos mundos que reclutan a las
mujeres de placer, que cortan las cartas, administran el banco y pagan sobornos a la policía.
De este modo, por momentos es como leer Le Gazetier cuirassé, que cubría los mismos temas
y al que incluso en algún punto se cita.18 Las anécdotas escabrosas se siguen atropelladamente,
sin mucha conexión con la trama, como si fueran contadas por el puro gusto de relatarlas.
Así, aparece una viñeta típica de una prostituta, Liennette Dufrêne, hija de un zapatero y
una vendedora de flores en Lyon, que el narrador inserta gratuitamente en el texto. Después de
haber sido vendida de niña al hijo de un banquero en la rue des Trois Carreaux por 60 libras,
explica (detalles así de precisos figuran en la mayoría de los libelos para darles un aire de
autenticidad), Liennette empezó a ir de burdel en burdel en Montpellier y Burdeos y finalmente
se graduó en París, “donde todo está a la venta”.
Un comerciante en la rue Aux Fers la adoptó y sin duda acrecentó su fortuna. Lo siguió un duque, un hombre
avaro, tristemente famoso por su imprudencia y su lascivia… Debido a su avaricia o a su impotencia, Liennette lo
dejó y recayó en los trabajos diarios en los Jardines de las Tullerías, en las alcantarillas y pocilgas, y en el
levantamiento de clientes en los espectáculos de vodevil en los bulevares. Una tarde, mientras daba sus vueltas, se
enredó con un sirviente del duque de la Vrillière; otra, se lio con un valet del conde d’Estaing. Inspirados por los
relatos de sus valets, los señores iban a ver a esta Friné. Ella [después] convenció al duque de la Vrillière de que
estaba embarazada de él. Hizo creer a este desgraciado impotente que era un Hércules y le endilgó a su ducado
tres hijos, que, como Liennette, nunca tuvieron idea acerca de la identidad de su verdadero padre. Utilizando el
pretexto de que tenía que mantener a esta prole, obtuvo permiso para ir a apostar, y M. Lenoir, quien ahora funge
de instrumento de Dios como jefe de la policía, le dio permiso para montar un establecimiento. Ahora Liennette va
por ahí proclamando: “He vivido con el duque de la Vrillière, y miren, éste es su hijo”. Ella destaca por su figura
entre las mujeres de su posición social y ahora mantiene este antro de juego y burdel en la rue de Richelieu.19
A pesar de su moralina y su manifiesto hilo narrativo, Les Joueurs tiene, pues, casi todas
las características de una chronique scandaleuse. Pero la obra encierra algo más que sólo el
intento de explotar el mercado de la literatura escandalosa. La referencia al duque de la
Vrillière, el ministro a cargo de la Bastilla y una bête noire para los libelistas, expresaba el
mensaje político del texto. Les Joueurs denunciaba a la policía y a sus superiores de Versalles
como el poder secreto que administraba la industria de las apuestas. Todos los días, decía, los
banqueros de los antros de juego obtenían su dinero de una tesorería central operada por un
policía llamado Gombaud, y cada noche le regresaban el dinero junto con una porción de las
ganancias del día. La cadena de protecciones iba de Gombaud a Lenoir, La Vrillière y
Maurepas en el punto más alto del gobierno. A todo lo largo de esta línea los políticos y la
policía disfrutaban a manos llenas de las prostitutas y del dinero. La única persona en el
mundo que se resistía a esta corrupción era Dusaulx, el filósofo que expuso su amenaza a la
virtud cívica. Les Joueurs se presentaba como un suplemento a su obra —él exponía los
principios filosóficos y este añadido revelaba los abusos— y lo celebraba como un hombre de
letras incorruptible que rechazaba el intento de Lenoir por comprarlo con una declaración de
independencia: “Yo cultivo el mundo de las letras. Como sé cómo ajustar mis necesidades a
mi ingreso, lo poco que tengo es suficiente; y prefiero el bien público a mi propio interés”.20
Esta declaración de fe puede haber representado el ideal de autoría que tenían los autores,
pero vivían en el mundo real, donde los apetitos tenían que satisfacerse y había que hacer
dinero. Los archivos policiacos muestran que diseñaron el libro de tal forma que se podía usar
para extorsionar. Los nombres de sus víctimas potenciales resaltan en cursivas en el texto: La
Vrillière, ministro de la casa del rey responsable del Departamento de París (de ahí su
autoridad sobre la Bastilla); Sartine, ministro de Marina y antiguo teniente general de policía;
d’Aligre, primer presidente del Parlamento de París; Séguier, fiscal general del Parlamento; un
conjunto de cortesanos —el duque de Duras, el duque de Mazarino, el marqués de Fleury—, y
muchos otros, incluidos los propietarios de las casas de apuestas. El modo en que los
libelistas se dividieron la labor no queda claro. Parece que Jacquet inició esta empresa desde
París, donde Duvernet lo ayudó a recopilar información. Imbert de Boudeaux, que vivía en una
habitación rentada por un comerciante de ropa de segunda mano en París, y Mézières, que se
había mudado de París a Bruselas, probablemente colaboraron en la redacción del texto.
Imbert de Villebon supervisó la impresión y la distribución en Bruselas. Todos los
involucrados fueron arrestados durante la redada que la policía hizo del grupo de Jacquet en
diciembre de 1781 y enero de 1782. Cuando los interrogaron en la Bastilla, confesaron lo
suficiente para revelar cómo se llevaba a cabo la típica operación de extorsión, aun cuando
ésta fracasara.
Después de terminar el texto, imprimieron un folleto informativo que enviaron a sus
pretendidas víctimas con una carta introductoria en la que exigían ciertas cantidades de dinero
a cambio de suprimir ciertos pasajes. De acuerdo con el testimonio de un colaborador,
probablemente Duvernet, Jacquet dirigió esta fase de la especulación: “Él tiene conocimiento
sobre cómo usar cartas anónimas para obtener dinero de personas a las que quiere intimidar.
Recuerdo haberlo escuchado decir: ‘Podemos obtener mucho de Sartine, de Montbarrey e
incluso del primer presidente [del Parlamento de París], aunque él es un miserable, si
producimos un buen panfleto en su contra. En cuanto a Séguier, no vale la pena la molestia. No
tiene un centavo’”.21 Mézières esperaba obtener el pago de cinco de los propietarios de las
casas de apuestas, pero se resistieron a ser intimidados, y ninguno de los prospectos enviados
tuvo respuesta. Imbert de Villebon entonces le giró instrucciones a su hermano en París para
que le propusiera a Lenoir entregarle toda la edición a cambio de una recompensa. Para
entonces, sin embargo, se habían filtrado algunas copias al mercado. Al final, entonces, los
libelistas abandonaron sus intentos de extorsión y se conformaron con vender el libro por lo
que fuera que pudieran en el mercado clandestino.22
Les Joueurs era sólo una pequeña parte de un negocio mayor operado por Jacquet. Pero
entre más creció el negocio, se volvía más vulnerable a una debilidad fundamental: operaba
bajo el principio del honor entre ladrones. Finalmente se quebró en una etapa crucial en el
sistema de distribución: el punto en que los libelos tenían que ser ingresados de contrabando a
París. El principal contrabandista de Jacquet, un librero de Versalles llamado André, recibía
cargamentos de las imprentas en Londres y los Países Bajos; los guardaba en varios almacenes
secretos (el palacio mismo incluía varias habitaciones secretas llenas de libros prohibidos); y
los enviaba después a los vendedores en la ciudad utilizando diversas maniobras (la más
común era sobornar a los sirvientes para esconder paquetes en las carrozas de los personajes
suficientemente importantes para estar exentos de las inspecciones en las aduanas de la
ciudad). A cambio, André recolectaba una tajada de las ganancias. Pero ¿cómo podía saber
que estaba recibiendo la parte que le correspondía? Sospechaba que le estaban tomando el
pelo, porque Jacquet comenzó a utilizar otra técnica para hacer llegar los libros a París. Al
enviarle su reporte a Lenoir mientras estaba en una misión extranjera, le anunciaba que había
confiscado un cargamento de libelos y que los estaba trayendo de regreso a París. Entonces
podía pasar por los puntos de inspección sin problemas, depositaba unas copias en la Bastilla
como testimonio de su celo al perseguir las calumnias sediciosas y el resto lo vendía por su
lado.
En el otoño de 1781 André descubrió que Jacquet había importado un gran cargamento de
media docena de libelos utilizando este método. Incluían calumnias atacando a Maurepas, el
duque de Chartres, el conde de Artois y Necker, junto con el libro que la policía más quería
hacer desaparecer, La Vie de la reine. Furioso por haber sido engañado con los mismos
métodos que Jacquet usaba contra la policía, André lo denunció ante Lenoir; a cambio, lo
recompensaron con una comisión para estafar por doble partida, porque, según La Bastille
dévoilée, fue incluido como uno de los espías de Lenoir mientras continuaba con su negocio
ilegal de libros.23
Al poner al descubierto la operación de Jacquet, André reveló los nombres de varios de
sus colaboradores en Bruselas. Lenoir envió al formidable Receveur a cazarlos, y éste logró
encerrar a los dos hermanos Imbert y a Mézières en una cárcel local para el final de 1781. Es
verdad, no tenía autoridad alguna para hacerlo, pero consiguió la ayuda de algunos oficiales
de Walloon, quienes estaban más que dispuestos a ayudar al superpoder que invadía su país
con regularidad desde hacía 100 años. Mantuvieron a los prisioneros tras las rejas en Bruselas
en lo que Receveur organizaba su traslado a Francia. El trío entró a la Bastilla el 7 de enero
de 1782, y pasó las siguientes semanas sometido a un intenso interrogatorio. Receveur también
trajo consigo evidencia incriminatoria en forma de libros —Essai sur la vie de MarieAntoinette d’Autriche, reine de France, Les Joueurs et M. Desaulx y dos panfletos contra
Necker— que había confiscado en Bruselas y Leiden, y que almacenó en una de las bodegas
de la Bastilla.24
Las transcripciones de los interrogatorios, citadas en extenso en La Bastille dévoilée,
muestran que la policía sabía que estaba lidiando con profesionales expertos y que su
principal preocupación tenía que ser reunir evidencia sobre la difamación de que era víctima
la reina.25 Muchos de los títulos o las versiones del mismo título eran mencionados
recurrentemente en el interrogatorio: La Vie de la reine, La Vie privée de la reine, La Vie de
Marie-Antoinette y Essai sur la vie de la reine. Aunque es imposible reconstruir la historia
de la publicación de estas obras, parecen haber pasado por varias transformaciones, tanto en
manuscrito como en libro impreso, antes de que apareciera una edición definitiva en 1789
titulada Essais historiques sur la vie de Marie-Antoinette d’Autriche, reine de France: Pour
servir à l’histoire de cette princesse.26 Como parte de la especulación que llevó a su pleito
con André (y también como evidencia de su eficacia para confiscar libelos), Jacquet entregó
una parte de su edición de La Vie de la reine a la Bastilla. La policía, entonces, sabía que sus
autores estaban produciendo textos en tal grado difamatorios que constituían un crimen de lèse
majesté, como lo llamaban según los registros de los interrogatorios. Las calumnias contenían
las historias más desagradables y exageradas acerca de la presunta impotencia del rey, las
infidelidades que lo convertían en cornudo, las orgías de la reina con una larga lista de
amantes que incluía al hermano del rey, el conde de Artois y su primo, el duque de Chartres, y
la bastardía de sus hijos, que se relataba en un capítulo especialmente gráfico (ilustrado en
algunas ediciones) sobre el nacimiento de su primer hijo.
Enfrentados a cargos tan serios, los tres prisioneros hicieron todo lo posible por minimizar
su participación en el asunto. Imbert de Villebon intentó probar su inocencia asegurando que
cualquier actividad sospechosa en la que él estuviera involucrado era en realidad una fachada
para su labor como agente secreto de la policía de París. Explicó en su interrogatorio que
había accedido a espiar las publicaciones ilegales en Bruselas e insistía en que había hecho
bien su trabajo. Es verdad: había recibido dinero por sus servicios, pero nunca habría siquiera
soñado con comisionar obras para luego orquestar su confiscación o para utilizarlas con fines
de extorsión. Le había informado a Lenoir acerca de la existencia de más de 40 libelos que
estaban en vías de escribirse o imprimirse, incluyendo el nefando ataque contra la reina. De
hecho, él había intentado impedir la publicación de La Vie de la reine al ofrecer 3 000 libras
por el manuscrito mediante uno de sus contactos en el submundo literario.
Desafortunadamente, el poseedor del manuscrito había pedido 4 000, así que al final se
publicó. Jacquet había comprado la edición completa en Londres junto con varios otros
libelos… o, por lo menos, eso decía él: había contado esta versión de la historia cuando se
reunió con Imbert al pasar por Bruselas, en su camino de vuelta a París después de estar en
Londres. De acuerdo con otra versión que le parecía más veraz a Imbert, Jacquet se había
embolsado la mayor parte del dinero que la policía había ofrecido para la compra de la
edición y luego había vendido por su lado la mayor parte de las copias. De hecho, Imbert creía
que Jacquet nunca había ido a Londres, sino que había mandado imprimir la edición en
Holanda después de adquirir el manuscrito de un cortesano inconforme en Versalles.
Este testimonio era un intento de transferir toda la culpa a Jacquet, pero,
desafortunadamente para Imbert, la policía había obtenido evidencia contraria de Mézières. Él
admitió que, instigado por Imbert, había escrito dos libelos, Confession générale de madame
la comtesse du Barry y La Diligence, ou Conversation libre entre trois gens pas trop sots.
Aunque la carrera de Madame du Barry había dado a los libelistas el mejor material de los
últimos diez años, seguía siendo un crimen bajo Luis XVI difamar la memoria de Luis XV, y La
Diligence incluía algunas de las acusaciones más extravagantes e indignantes sobre María
Antonieta incluidas en La Vie de la reine. Así que los interrogadores presionaron intensamente
a Mézières.
Se le preguntó: ¿cómo pudo componer dos obras tan espantosas en las que atacaba las sagradas personas de sus
majestades, a la Familia Real entera, a los príncipes y princesas de la Corte, a ministros, magistrados y personas
que ocupaban el rango y la dignidad más alta?
Respondió que lo hizo provocado por sieur Imbert de Villebonne, quien le prometió que se encargaría de la venta de
esos manuscritos al señor conde de Maurepas.27
En su propio interrogatorio Imbert negó tajantemente haberle comisionado la escritura de
ningún libelo a Mézières. Aseguraba, por el contrario, que le había advertido a Mézières no
escribir nada que faltara al respeto al rey o la reina, porque tal obra sería considerada un
crimen de lèse majesté. Pero Mézières no le hizo caso. Desesperado por obtener algo de
dinero, le había respondido que “hasta ahora había usado todos los medios posibles para
mantenerse y sobrevivir, que ésta era la última que le quedaba y que quería aprovecharse de
ella, sin importar el costo”.28
La situación de Mézières en la Grub Street de Bruselas puede haber sido en verdad
desesperada, pero era peor su situación al interior de la Bastilla. Enfrentado a incesantes
interrogatorios —y tentado, sin duda, por la oferta de clemencia si confesaba—, finalmente se
doblegó y reveló el alcance completo de la operación en Bruselas. Imbert había establecido un
negocio de libelos siguiendo el modelo de Jacquet. Había dado a Mézières algunos libelos y
nouvelles à la main recientes junto con información acerca de los temas de La Vie de la reine
para que pudiera confeccionar una copia nueva. Aprovechándose de su papel como espía de la
policía, Imbert planeaba poner a la vista el manuscrito de Mézières como evidencia de los
nuevos libelos que estaban por publicarse y después cobrar la recompensa por confiscarlos.
Desde la perspectiva de Bruselas, parecía que a la policía de París se le podía hacer
participar en todo tipo de extorsiones gracias a las cantidades ilimitadas de dinero que recibía
del gobierno.
Sin embargo, había límites. Imbert de Villebon negoció con Lenoir a través de su hermano,
quien era bien conocido para la policía de París. A este hermano lo habían arrestado en 1772
por colaborar en boletines clandestinos. Cuando catearon su habitación hallaron una gran
cantidad de libros antirreligiosos, que había reunido, según dijo, para escribir una defensa del
cristianismo.29 Sus publicaciones posteriores, incluida La Chronique scandaleuse,
evidenciaban que sus opiniones eran todo menos ortodoxas, pero a la policía le interesaban
principalmente sus actividades en el comercio clandestino de libros. Le permitieron vender
algunas obras ilegales por debajo de la mesa, siempre y cuando les informara todo a ellos y
los mantuviera al tanto de sus contactos. Espiaba entonces para la policía de París, así como
su hermano lo hacía desde Bruselas, y estaba bien posicionado para transmitir las propuestas
de su hermano a Lenoir. Dos de las propuestas de confiscación de libelos enviadas en
noviembre de 1781 tenían que ver con un supuesto ataque al marqués de Castries, que era
entonces secretario de Marina, y otro panfleto acerca de la vida sexual de la reina, titulado
Soirées de la reine. Para entonces, sin embargo, Lenoir comenzaba a sospechar que los
hermanos Imbert inventaban títulos de libros para entonces comisionarlos e imprimirlos si él
conseguía el dinero suficiente para comprarlos todos. Con la denuncia de sus actividades
clandestinas hecha por André, sus sospechas fueron confirmadas. En lugar de enviar dinero,
entonces, Lenoir mandó a Receveur, quien los arrestó junto con Mézières. (Imbert de
Boudeaux había viajado a Bruselas en ese momento para concertar los planes con los otros
dos.) Y cuando intentaron esquivar sus preguntas durante los interrogatorios en la Bastilla,
Lenoir se dio cuenta de que habían estado mintiendo: ninguno de los dos libelos existía.
Pero La Vie de la reine sí existía. Cuando arrestó a los hermanos Imbert, Receveur ya
había incautado algunas cartas que mostraban que Imbert de Villebon les ofreció esa obra a
dos de los más famosos distribuidores de libros ilegales, Dufour de Maastricht y Metra de
Neuwied. Villebon respondió débilmente que sólo les había planteado esa oferta como una
treta para descubrir si los dos libreros habían recibido propuestas similares de otras fuentes.
Imbert de Boudeaux no se defendió mejor en su interrogatorio. Receveur había confiscado
algunas anécdotas comprometedoras sobre ciertos dignatarios que planeaba publicar en la
Correspondance littéraire secrète de Metra. En su defensa Boudeaux sólo podía asegurarles a
sus interrogadores que apenas había apuntado algunos de los chismes que escuchó en Bruselas
y que jamás publicaría algo de ese tipo sin antes haber recibido la aprobación de Lenoir.
Ya fuera que hubiera descubierto todos los trucos de los hermanos Imbert o no, la policía
había reunido suficiente evidencia para concluir que los colaboradores de Jacquet, así como
el mismo Jacquet, habían jugado un doble juego. Así como él había utilizado su puesto en la
policía para organizar un negocio de publicaciones ilegales, ellos se habían aprovechado de
sus posiciones como espías de la policía para realizar especulaciones colaterales. Puede
parecer extraño desde una perspectiva moderna que el sistema diera pie a tanto espionaje y
tanta malversación, pero, como ya se explicó, los empleados estatales del siglo XVIII no se
consideraban ni se comportaban como servidores públicos modernos; por lo menos, no de los
que existen en ciertos países. (Después del colapso del comunismo en 1989 quedó claro que
los apparatchiks podían ser empresarios que usaban al Estado para desarrollar sus propios
imperios. Si Jacquet y compañía pueden ser comparados con alguien ahora, sería con los
agentes subalternos de los regímenes autoritarios.) El Antiguo Régimen pertenecía a una
categoría propia, situada en algún punto entre el absolutismo de los monarcas de principios de
la modernidad temprana y la burocracia de los Estados modernos. Sus policías abusaban de su
poder de modos intrínsecos al sistema que los empleaba. Aquellos que eran dueños de sus
puestos los utilizaban para llenarse los bolsillos, y no tenían problemas para hallar
colaboradores entre aquellos que no tenían casi nada: autores indigentes y libreros marginales.
Grub Street rebosaba de espías de la policía porque ofrecía un escenario en el que los medios
de la modernidad temprana —rumores, canciones, boletines, folletos u opúsculos y libros—
podían echar raíces y difundirse. Sus habitantes producían las obras que a la policía más le
interesaba prohibir, en especial los libelos. Y la represión llevaba a la colaboración.
Naturalmente, la policía reclutaba espías de entre los escritores de poca valía, los
nouvellistes y los vendedores callejeros a quienes se encontraba en sus rondines diarios; y
cuando un inspector se pasaba al bando contrario de Grub Street para establecer su propia
operación ilegal de especulación contrataba colaboradores del mismo entorno.
El espionaje era un aspecto importante del trabajo policial. Lenoir tenía cientos, si no es
que miles, de espías a su servicio en París. Algunos eran empleados de tiempo completo que
escribían informes diarios acerca de las conversaciones escuchadas en mercados y cafés.
Otros daban información ocasional a cambio de pequeños pagos o favores varios. Algunos se
convertían en informantes para conseguir su liberación de la Bastilla y para poder seguir
vendiendo libros o escribiendo panfletos bajo la “protección” de la policía. Por sorprendente
que pueda parecer ahora, la colusión de la policía con los gacetilleros de escasa significación
formaba parte consustancial de la estructura de la vida literaria en el siglo XVIII, y la Bastilla
funcionaba como el eje del sistema. Los miembros del cuerpo de policía no la utilizaban como
si fuera una penitenciaría moderna, ni tenían nociones modernas del castigo a través de
condenas extensas. Cuando encarcelaron a Mézières y a los hermanos Imbert estaban lidiando
con un sector del comercio de libros que conocían íntimamente, y al enterarse de todo lo
posible a través de los interrogatorios, no mantuvieron a los prisioneros encerrados durante un
periodo largo de tiempo. Dejaron ir a Mézières después de cinco meses, un periodo típico de
encarcelamiento, y a los Imbert a los dos meses (presumiblemente para que siguieran con sus
labores espías).
Jacquet era un caso especial. Como lo notó posteriormente Lenoir, nunca confesó sino que
fingió estar loco. Cuando regresó a la Bastilla en noviembre de 1783, después de un año en el
asilo de Charenton, siguió encubriendo sus actividades. Los pocos fragmentos que sobreviven
de los documentos de su archivo original sugieren que cedió a un sentimiento creciente de
desamparo. En algunas notas para sus guardias apuntó que nunca un ser humano había sufrido
tanto como lo había hecho él. Su salud estaba arruinada. No podía mover una pierna. Lo
atormentaban dolores de cabeza, sordera y escalofríos. Rogaba que le dieran más agua, ropa
más abrigadora, una mejor cobija… y noticias sobre su familia, porque no sabía nada de su
esposa, y tenía cuatro hijos (no uno, como lo informaban las Mémoires secrets). En una nota
típica se describe como “una criatura desafortunada que perece tras gruesos muros, alguien
para quien el sol jamás volverá a brillar, un padre de cuatro hijos que estaban arruinados por
sus fechorías y a quienes no vería nunca más, un hombre que le suplica en nombre de todo lo
que pueda conmover a su alma que le diga si su esposa aún vive y cuál es el destino de sus
hijos”.30 Las cartas de los prisioneros con frecuencia incluían lamentos de ese tipo, y las
escribían con la esperanza de conseguir algún alivio para su miseria, pero Jacquet tenía razón
para creer que permanecería en prisión por el resto de su vida. No podía pedir clemencia a
Lenoir, lo sabía, porque éste se negaba a recibir sus cartas. Así que se quedó en la Bastilla. Se
quedó y ahí permaneció… hasta el 9 de julio de 1789, cuando fue liberado y exiliado a su
natal Franche-Comté. Estuvo a cinco días de ser liberado por la Revolución francesa.
Jacquet reapareció en París en algún momento de la segunda mitad de 1789. Para entonces
la Bastilla estaba siendo desmantelada y sus archivos publicados por Pierre Manuel. Manuel
necesitaba a un asistente que pudiera navegar en los archivos de la policía y que le ayudara en
la delicada tarea de expurgar el material que pudiera comprometer a los líderes de la
Revolución. ¿Quién estaba mejor calificado para este trabajo que Jacquet? En 1792 Manuel
fue llevado a juicio por haberse apropiado indebidamente de algunos de los archivos: las
cartas que Mirabeau había escrito desde la cárcel de Vicennes y que sus herederos reclamaban
como de su propiedad. En su defensa argumentó, con éxito, que los papeles pertenecían al
pueblo francés y que estaba realizando una labor patriótica al publicarlos para ponerlos a
disposición de la gente. En algunos casos, explicó, les había entregado a los antiguos
prisioneros los archivos que les concernían. Jacquet era uno de éstos. Manuel testificó que le
había dado a “M. Jacquet, inspector de policía, el expediente que le concernía y que en varias
otras ocasiones, según fuera necesario, le había pedido que hiciera investigación”.31
De inspector de policía a agente doble, editor clandestino, prisionero en la Bastilla y
asistente de investigación en la edición de los papeles de la Bastilla: la carrera de Jacquet se
extendía por todo el abanico de actividades que conectaban a los libelos durante Antiguo
Régimen con la propaganda de la Revolución.
1
Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France, Londres, 17711789, entrada del 21 de
diciembre de 1781.
2
Véase Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry, Londres, 1775, p. 251: “On fait assez volontiers sur la fin de l’année
des noëls où la cour est ordinairement critiquée. On y rappelle les anecdotes les plus scandaleuses du moment, ou galantes ou
politiques… Il y a toujours des méchants qui font parvenir ces facéties aux gens intéressés” [“Hacia fin de año se hacen de
muy buen grado noëls en las que la Corte es por lo común criticada. En esas composiciones se recuerdan las anécdotas más
escandalosas del momento, ya sea amorosas o políticas… Siempre hay malvados que les hacen llegar estas burlas a las
personas interesadas”].
3
Mémoires secrets, entradas del 15 y 20 de diciembre de 1781.
4
Ibid., 21 de diciembre de 1781.
5
Idem.
6
Ibid., 28 de enero de 1782.
7
Ibid., 2 de noviembre de 1782.
8
En general estas fuentes están de acuerdo, y pueden verificarse en parte mediante documentos del Ministerio de Asuntos
Exteriores. Aunque Manuel insistió en que no había cambiado ni una palabra en los originales y ofrecía que estarían disponibles
para que sus contemporáneos los revisaran, su edición evidenciaba una clara parcialidad; por ello, es importante comparar su
versión de los hechos con los documentos disponibles de otras fuentes.
9
Bibliothèque municipale d’Orléans, papeles de Lenoir, ms. 1422, notas preliminares para un ensayo titulado “Sûreté”.
10
Idem. En Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 37-39, Manuel publicó una memoria de los archivos
policiacos que estaba presentada en forma de inventario que enlistaba los libros prohibidos guardados bajo sello en una bodega
de la Bastilla. Incluían: “Toute l’édition d’un ouvrage acheté à Londres. Malle cachetée du Lord North. On pense que c’est un
libelle contre la R. [Reine]” [“Toda la edición de una obra adquirida en Londres. Un cofre sellado por obra de lord North. Se
cree que es un libelo contra la R. (reina)”.]
11
Hay algunos errores aparentes en el relato de Lenoir, por ejemplo, su referencia a De Launay como un “abate” arrestado
al mismo tiempo que Jacquet y Marcenay. Los archivos de la Bastilla muestran que el segundo autor arrestado el 30 de octubre
de 1781 fue Duvernet y que De Launay, un médico convertido en periodista, no fue arrestado sino hasta el 4 de septiembre de
1782. Véase Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12453. Sospecho que al esbozar sus memorias, Lenoir
confundió a Duvernet con De Launay.
12
Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12453, piezas 61-76. Sobre Swinton y el Courrier de l’Europe,
véase Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 1, pp. 155-179; Gunnar von Proschwitz, “Courrier de l’Europe (1776-1792)”, en
Sgard, ed., Dictionnaire des journaux…, op. cit., vol. 1, pp. 282-293, y Gunnar von Proschwitz y Mavis von Proschwitz,
Beaumarchais et le “Courier de l’Europe”, op. cit., vol. 1, pp. 100-103, y vol. 2, pp. 611-616.
13
Véase, por ejemplo, Mémoires secrets, entrada del 11 de octubre de 1784.
14
Pese a que los resúmenes de los archivos policiacos publicados en La Bastille dévoilée parecen ser bastante fieles a los
originales, que con frecuencia son citados al pie de la letra, en un punto de su narración del asunto de De Launay La Bastille
dévoilée tomó algunos textos de Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche (1783)
sin darle el crédito: véase La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, pp. 56-57, y Pelleport, Le Diable dans un bénitier, et la
métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, París, 1783, p. 57. Pero el relato de La Bastille dévoilée coincide con
algunos de los documentos originales que han sobrevivido en la Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12453.
Estos últimos incluyen algunas cartas entre De Launay y Swinton y un informe escrito por un doctor que examinó el cuerpo de
De Launay y certificó que había muerto de causas naturales.
15
Manuel, La Bastille dévoilée, op. cit., vol 3, pp. 39-40.
16
Ibid., vol. 3, pp. 36-39.
17
Ibid., vol. 8, pp. 102-133.
18
Les Joueurs et M. Dusaulx, 1780, p. 59.
19
Ibid., pp. 11-12.
20
Ibid., p. 53.
21
Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12453, pieza 48. Aunque este documento no tiene firma ni
fecha, está junto con otros documentos en el expediente de Duvernet, así que probablemente lo escribió él en la Bastilla.
22
Además de los documentos publicados en Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 8, pp. 102-133, hay información
sobre este asunto en la Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12451, f. 105 y ms. 12453, pieza 37, pp. 45-52.
23
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, pp. 37-39, y vol. 8, pp. 113, 123.
24
Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12453, piezas 1-4, p. 37. Los dos panfletos en contra de Necker
se titulaban Conversations de M. Necker y Les Administrations provinciales. Receveur regresó de su misión en Bruselas y
Leiden con una gran carga de libros: cinco paquetes que contenían los libelos antes mencionados, los cuales fueron guardados
en el dépôt des livres de la Bastilla. Estos libros correspondían con varios mencionados en un inventario de Ballots conservés
au dépôt de la Bastille sous le cachet de M. Lenoir, que fue publicado en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit.,
vol. 1, p. 39. La lista incluía una sección especial sobre ouvrages que le sieur Jacquet a fait imprimer, que se describen así:
200 Réflexions sur les pirateries du sieur Gombault.
300 Administration provinciale.
79 Conversation de Mme Necker.
534 Essais sur la vie d’Antoinette… libelle abominable contre la R.
34 Les Joueurs de Dussault [sic]… libelle contre M. Amelot et autres.
500 Erreurs et désavantages de l’Etat par Pellisery… libelle contre M. Necker.
700 De l’Administration provinciale, in quarto par M. le Trône… ouvrage saisi et retenu par ordre de M. le garde des
sceaux et de M. Necker.
De estos títulos, el segundo y probablemente el último se refieren a la misma obra, un ataque en contra de la propuesta de
Necker para las administraciones provinciales: Guillaume-François Le Trosne, De l’Administration provinciale et de la
réforme de l’impôt, Basilea, 1780. No he identificado el Réflexions sur les pirateries du sieur Gombault, pero
probablemente era un libelo que atacaba a Gombault por su papel en la vigilancia de las apuestas relacionado con Les Joueurs
et M. Dusaulx. Las Conversations de Mme Necker (no M. Necker, como se menciona en los documentos de la Bastilla, ms.
12453, pieza 1) pudo haber sido una edición previa de Conversation de Madame Necker avec Madame la princesse de P…,
1789. El otro ataque en contra de Necker era Roche-Antoine de Pellissery, Erreur et désavantage pour l’Etat de ses
emprunts du 7 janvier et du 7 février 1777, Basilea, 1777.
25
El siguiente relato está basado en los documentos recogidos en Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, pp. 36-40,
y vol. 8, pp. 108-133.
26
Para una discusión completa de este importante libelo, véase el capítulo XXVIII.
27
Manuel, La Bastille dévoilée., op. cit., vol. 3, p. 40.
28
Ibid., vol. 8, p. 118.
29
Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12400, expediente de Imbert de Boudeaux. Los libros incluían
obras de Voltaire y Rousseau y muchos tratados ateos producidos por el barón d’Holbach y sus socios, particularmente Système
de la nature, Le Christianisme dévoilé, Recherches sur l’origine du despotisme oriental e Histoire critique de Jésus
Christ. En su interrogatorio, Imbert aseguró que frecuentaba el círculo del científico Jean-Jacques Dortous de Mairan, donde se
había encontrado a d’Alembert.
30
Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12453, pieza 14. Las cartas de Jacquet, dirigidas al gobernador
de la Bastilla y a su asistente principal, Antoine Jérôme de l’Osme, no tienen fecha. No revelan nada acerca de sus actividades
como agente doble y sólo contienen súplicas para que alivien sus sufrimientos. Por ello, ibid., pieza 28: “Jamais mortel n’a
souffert autant que moi” [“Jamás ha sufrido ningún mortal tanto como yo”].
31
Como se explica en el capítulo 17, Manuel no distorsionaba los manuscritos que publicaba, y los ponía a disposición del
público para que lo examinara. Pero los seleccionaba de tal manera que servía a sus propósitos, y también resumía algunos
expedientes con sus propias palabras. Su resumen del material sobre Jacquet, en Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol.
3, pp. 36-39, sin duda no era halagador, y no hay razón para dudar de su precisión. Lo mismo puede decirse del ensayo sobre
Jacquet en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 256-262.
XI. MISIONES SECRETAS
COMO lo demuestra el caso de Jacquet, los muros de la Bastilla no podían mantener ocultas
las operaciones de la policía, y cuando eran retomadas por la prensa de la época, amenazaban
con sumarse al daño que los libelos producían. Los percances de Jacquet dieron a los
chismosos de café y los cronistas de pliegos de noticias un material tan escandaloso como los
pecadillos de los cortesanos. De hecho, los dos tipos de escándalos parecían complementarse
el uno al otro. Una fuerza policiaca corrupta y arbitraria trabajaba codo a codo con un
gobierno despótico y decadente: ése era el tema principal de libelos como Le Diable dans un
bénitier. Por ello, las autoridades francesas se enfrentaban a un problema doble: tenían que
frenar la producción de libelos y hacerlo de un modo que evitara causar más escándalos.
Ministros como Maurepas y Vergennes se tomaron muy en serio este problema. Era una
preocupación central para la oficina de Asuntos Exteriores franceses, porque los libelistas
más vociferantes operaban fuera del reino. El resultado fue una serie de misiones secretas
diseñadas para exterminar a la industria del libelo desde el núcleo mismo: la colonia de
expatriados franceses en Londres.
Londres ya era el sitio ideal para crear libelos mucho antes de que Jacquet lo hiciera el
centro de sus operaciones. Gracias al Canal de la Mancha, ofrecía mucha más protección que
Bruselas o Ámsterdam contra redadas como las que Receveur organizó para capturar a De
Launay, Mézières y los hermanos Imbert. Más aún, la longeva hostilidad de los británicos ante
Francia los mantenía despreocupados de obras que calumniaran a los franceses, y se jactaban
de la tradición inglesa de la libertad de prensa, que databa del vencimiento de la Ley de
Licencias de 1695. Hay que ser claro: la prensa con frecuencia era mucho más libre en
principio que en la práctica. Los autores y los editores que ofendían a personajes poderosos
podían ser hallados culpables en un juicio del crimen de calumnia sediciosa. Pero los libelos
florecieron durante la era de Walpole, y proliferaron todavía más en las décadas de 1760 y
1770, durante la agitación producida por John Wilkes y la revolución estadunidense. Los
visitantes franceses apenas podían creer que fuera tan virulenta la prensa británica cuando
exploraban las cafeterías y las librerías en Londres. Y únicamente tenían que entrar a la tienda
de Boissière en St. James Street para hallar obras de un libelista francés que superaba en
sensacionalismo a los ingleses: Charles Théveneau de Morande.1
El primer libelo de Morande, Le Gazetier cuirassé, lo enriqueció y lo volvió la envidia
de todo autor que había salido de Francia para buscar fortuna más allá del alcance de la
Bastilla. La obra de las Mémoires secrets reportó que había ganado una vasta suma: 1 000
guineas inglesas, o cerca de 24 000 libras francesas.2 Gracias a su éxito, de acuerdo con
algunas notas del inspector d’Hémery, Morande vivía de manera lujosa y se movía por
Londres en carruaje. Es más, había escrito una continuación, Mémoires secrets d’une femme
publique, ou essai sur les aventures de Madame la comtesse Dub***, depuis son berceau
jusqu’au lit d’honneur, que sin duda lo volvería todavía más rico.3 En lugar de lanzar el libro
directamente al mercado, Morande preparó el camino con un poco de publicidad por
adelantado. Difundió el rumor de que sería una biografía completa y sin tapujos de Madame du
Barry en cuatro volúmenes, con todo e ilustraciones. En ese entonces, a inicios de abril de
1774, Madame du Barry tenía una posición importante en Versalles como la amante oficial de
Luis XV. Había sido bastante maltratada por Le Gazetier cuirassé; sin embargo, el nuevo
libro prometía ser mucho peor, según los rumores que llegaron a las Mémoires secrets: “Es
una compilación satánica. Le Gazetier cuirassé es como agua de rosas comparada con esta
nueva obra maestra”.4
Morande había echado a andar la máquina de habladurías porque quería cobrar más dinero
que nunca mediante una nueva estrategia, que después inspiró las maquinaciones de Jacquet: la
extorsión. En notas circuladas a través de intermediarios, ofrecía destruir la edición completa
a cambio de una fuerte cantidad de dinero y una pensión anual, que le transferiría a su esposa
en cuanto él muriera. (D’Hémery informó que cuando comenzó a vérselas negras en Londres,
Morande no podía pagar la renta y se casó con la hija de su casero para escapar de la prisión
de los deudores.) Las autoridades francesas respondieron enviando a una delegación de
agentes encubiertos, aparentemente para negociar, pero en realidad para secuestrar a Morande
y llevarlo a la Bastilla, donde podía forzársele a revelar las fuentes de su información; la
policía creía que los libelos eran eficaces porque contenían un mínimo de información certera,
y Morande parecía tener algunas fuentes bien informadas.5
De hecho, las fuentes de Morande funcionaban de manera tan cumplida que lo alertaron
acerca de ese plan. Por ello, cuando llegaron los agentes franceses a Londres, los recibió
como si fueran auténticos representantes del Ministerio de Asuntos Exteriores; aceptó entrar
en negociaciones, siempre y cuando ellos le dieran 30 luises (720 libras) como adelanto en
muestra de su sinceridad; y una vez que se lo entregaron, armó un gran escándalo y los acusó
de que lo intentaron asesinar. ¡Secuaces de la policía francesa se habían infiltrado en Londres!
¡Intentaban asesinar a un autor inocente que buscó refugio en un país que respeta la libertad de
expresión! Este pedido de auxilio bien calculado casi produjo un disturbio entre los
partidarios de Morande —principalmente un grupo de impresores jornaleros de puños pesados
que no tenían ni un ápice de amor por los franceses ni por la policía—. La media docena de
agentes desenmascarados corrieron por sus vidas. Uno de ellos, el ubicuo Receveur,
aparentemente fue lanzado al Támesis y casi enloqueció del miedo. Morande entonces siguió
preparando su manuscrito para la imprenta y recorrió la ciudad para leer copias de las cartas
que había enviado al canciller Maupeou u otros potentados de Versalles previniéndolos de que
pronto quedarían sepultados por la ignominia.6
Ésa fue por lo menos la versión de la historia que difundían los boletines parisinos y que
quedó impresa en los libelos subsecuentes. Probablemente era bastante certera, porque
coincide en mucho con la información disponible en los informes policiales y en los archivos
del Ministerio de Asuntos Exteriores. En cualquier caso, la farsa que aconteció en Londres
hacía ver peor al gobierno en París, y dejaba a las autoridades francesas en una posición
incómoda. Al haber fallado en su intento de secuestrar a Morande, ahora tenían que
sobornarlo. Pero ¿quién podía ejecutar un asunto tan delicado, superando las justificadas
sospechas de Morande cuidando al mismo tiempo mantener todo en secreto? Para quienes
planearon la estrategia en Versalles, había un hombre que parecía perfecto para esta misión, un
hombre que estaba por encima de todos los otros, un hombre de irresistible carisma que era
también un maestro de las intrigas barrocas: Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais.
Compositor, músico, artista de vodevil, dramaturgo, especulador, panfletista y editor entre
muchas otras cosas más, Beaumarchais fue el siguiente de los agentes secretos que el gobierno
envió para negociar con los libelistas en Londres. Se embarcó hacia Inglaterra en el punto más
alto de su fama, pero viajó perseguido por una sombra debido al mismísimo enredo que lo
hizo famoso: el caso Goesman.7
Louis Valentin de Goesman (o Goëzman o Goetzmann; la escritura de su nombre variaba de
manera considerable, y siguió cambiando más adelante en su vida, cuando adoptó una serie de
alias) era un juez en el nuevo Parlamento dócil que Maupeou había creado para remplazar al
Parlamento de París en 1771. Para sus enemigos, la Corte de Maupeou era el epítome del
despotismo que el canciller le infligía a Francia al destruir su judicatura independiente. Para
Beaumarchais, la Corte era el sitio donde su destino sería determinado. Se había visto
envuelto en un juicio complejo y peligroso con el conde de La Blache, y si perdía el caso
podía terminar en la ruina. Pero no sería capaz de ganar el caso sin ofrecer su versión de los
hechos en una audiencia privada con el rapporteur o el magistrado designado para
recomendar una decisión a la Corte completa. Goesman era el rapporteur, y se negó a reunirse
con Beaumarchais… hasta que, después de varias maniobras, éste le entregó a la esposa de
aquél 100 luises (2 400 libras) y un reloj adornado con diamantes con un valor de otros 100
luises, además de un regalo complementario de 15 luises a la secretaria de Goesman. Madame
Goesman aceptó regresar el soborno si el Parlamento fallaba en contra de Beaumarchais. Así
sucedió y sus regalos fueron regresados, excepto los 15 luises, con los que Madame Goesman
se quedó. Beaumarchais exigió que se los regresara; ella negó que se los hubiera quedado, y
su esposo contraatacó acusando a Beaumarchais de calumnia, lo que dio lugar a un segundo
juicio, más espectacular que el primero.
Beaumarchais actuó como su propio abogado y se defendió en cuatro mémoires, o
deposiciones legales, cada una más elocuente, hilarante y persuasiva que la anterior. Como
muchas de las mémoires judiciales, éstas se imprimían y circulaban públicamente sin censura.
Pero a diferencia de las demás, las suyas eran obras maestras literarias, tan brillantes como
sus obras de teatro. Fueron editadas en varias ocasiones, cautivaron al público y colmaron de
ridículo y desdén al Parlamento de Maupeou. Por ello, el Parlamento, encarnado en la figura
corrupta y fatua de Goesman, fue condenado ante el “tribunal de la opinión pública”, una frase
que entraba en el uso común en esa época.8 En un intento ineficaz por recobrar algo de crédito,
el Parlamento expulsó a Goesman. Pero también castigó a Beaumarchais al someterlo a una
sentencia de blâme —esto es, una sanción moral que lo privaba de sus derechos civiles—.
Había ganado la fama de un héroe, se convirtió en el campeón de la resistencia popular al
gobierno de Maupeou; pero sin poder legal para revertir su infortunio, en especial al intentar
apelar en contra del juicio en el caso La Blâche, su futuro parecía desolador. ¿En qué se
convertiría ahora?
En un agente secreto del gobierno. Las mémoires de Beaumarchais cautivaron a Madame
du Barry y Luis XV tanto como a todo el mundo. El rey no vacilaba en su apoyo al ministerio
de Maupeou, pero en asuntos exteriores seguía sus propias políticas, conocidas entre los
iniciados como “el secreto del rey”, porque las escondía de la mayoría de los diplomáticos en
el Ministerio de Asuntos Exteriores. Las amenazas de Morande eran el tipo de cosas que
entraban en el dominio del secreto del rey, y Beaumarchais era el tipo de persona indicada
para lidiar con ellas: alguien ajeno al personal diplomático, hábil para las intrigas y que
probablemente agradaría a Morande por su renombre literario. Gracias a la intervención de un
intermediario en la Corte, sondearon a Beaumarchais acerca de la posibilidad de participar en
una misión secreta para silenciar a Morande. La tomó de inmediato. Sabía que si tenía éxito
podía revertir la sentencia de blâme, y que se abrirían nuevas oportunidades para otras
misiones. Poco tiempo después de haber perdido su caso ante la Corte, pero haberlo ganado
frente al público, Beaumarchais estaba por enfrentarse a Morande en un duelo de ingenio.
Morande había aprendido a sospechar de los franceses que llegaban ofreciendo regalos.
Después de escapar de Receveur y otros agentes secretos enviados para atraparlo se afanó en
vender las Mémoires secrets d’une femme publique a través de las vías usuales en el mercado
clandestino de libros. Ya había terminado la impresión, embalado las copias y estaba listo
para enviarlas a los distribuidores a lo largo de toda Europa cuando Beaumarchais llegó a
Londres. Es imposible saber cómo éste logró acercarse a Morande, pues se trata de uno de los
episodios más oscuros de la biografía de Beaumarchais. Los dos hombres, sin embargo, tenían
mucho en común: amaban la aventura, odiaban el régimen de Maupeou y eran despiadados con
su pluma. Como a tantos otros lectores, las Mémoires de Beaumarchais cautivaron a Morande,
y como a tantos otros, Beaumarchais le pareció irresistible cuando lo conoció en persona. “Es
un hombre adorable. Y veo que no se anda con rodeos con la verdad —le confió a un
corresponsal—. Escribe tan bellamente que me dan ganas de ahorcarme. Como estilista,
Voltaire nunca se le acercó.”9
El encanto y el talento literario fueron la clave, no que Morande se haya resistido a la
propuesta de hacer una fortuna mediante la extorsión. Aceptó suspender el envío del libelo,
toda la edición de 3 000 copias recién impresas, y le dio a Beaumarchais una copia para que
fuera inspeccionada por las autoridades francesas. En Versalles, Beaumarchais recibió
autorización de Luis XV y del ministro del Exterior para llegar a un acuerdo. De nuevo en
Londres, ahora hablaba como agente del rey, apenas disfrazado como el chevalier de Ronac
(un anagrama de su nombre de familia, Caron, que probablemente no engañó a nadie, pero
andar de incógnito era parte del trabajo). Después de algunos regateos, “Ronac” y Morande
acordaron una cantidad: 32 000 libras en efectivo y una anualidad de 4 000 libras. En una
ceremonia extraordinaria a las afueras de la ciudad, con Beaumarchais como testigo, Morande
quemó la edición completa en un horno de cal; toda, salvo una copia, que rompió por la mitad;
una parte de esta copia se la quedó él y la otra se la entregó a Beaumarchais como evidencia
de que el libro había existido físicamente. Beaumarchais regresó triunfal a Francia, pero unos
días antes de que pudiera cobrar su recompensa y liberarse de sus enredos legales murió Luis
XV. Luis XVI pronto restauró los viejos parlamentos, y Beaumarchais, exonerado de las
persecuciones que sufrió durante la era de Maupeou, se embarcó en otras aventuras. Sus
hazañas como el chevalier de Ronac hicieron de Morande un hombre rico y le permitieron
darse cuenta de que ahora podía lograr más colaborando con las autoridades francesas que
des-afiándolas. Como lo dijo Beaumarchais, era un “cazador furtivo… que haría un buen
trabajo como guardabosques” —esto es, de hecho, como un espía para la policía—.10 Pero
también era un ejemplo que inspiraba a otros refugiados franceses en Londres, hombres
igualmente necesitados de dinero e igualmente despiadados con las palabras.
El nuevo régimen trajo nuevas oportunidades para los libelistas. Sus temas favoritos
durante los días de Luis XV —orgías de la realeza y cortesanas corruptas— no se aplicaban a
Luis XVI, pero el joven rey y la joven reina significaban otro tipo de blanco. Tal vez
incapacitado por una malformación genital (aunque a este aspecto de la historia real lo nubla
la incertidumbre), el futuro Luis XVI no pudo consumar su matrimonio hasta siete años
después de la boda. Corrió pronto el rumor de que era impotente; de que María Antonieta,
llevada por la frustración sexual y un apetito perverso, se hizo de varios amantes, hombres y
mujeres, y de que los hijos que ella tuvo eran ilegítimos. Éstos fueron los temas preferidos de
Jacquet y los otros escritores de escaso valor bajo su mando. Realizaron incontables
variaciones sobre el tema del libelo principal por el que Jacquet estaba encarcelado, La Vie
de la reine, y produjeron obras difamando a ministros, cortesanos y personajes de importancia
de todo tipo. Imbert de Villebon alertó a la policía de la existencia de 40 de estos libelos, y
debe considerarse que él se topó sólo con los que habían salido en Bruselas, que era uno de
los muchos tributarios que abrevaban de la fuente principal en Londres. Le Diable dans un
bénitier identificaba a esa fuente como un dépositaire de los manuscritos de Jacquet: una
especie de Tercer Hombre que pudo haber dirigido la operación libelista o que quizá fue
inventado para confundir a la policía con una pista falsa.11 Independientemente de que Jacquet
haya dejado un arsenal de libelos o no, Londres contaba con una nutrida población de autores
franceses hambrientos y dispuestos a producir más de estos impresos. Tenían frente a ellos el
ejemplo a seguir de Morande, y sus propias fuentes en Francia les daban información fresca.
Así que para los nuevos ministros de Luis XVI, en especial el conde de Vergennes, ministro de
Asuntos Exteriores, la amenaza de los libelos era mayor ahora que Morande estaba cooptado y
que Luis XV yacía bajo tierra. También se sentían menos capaces de lidiar con ella, porque
para 1777 la revolución estadunidense había producido una nueva oleada de hostilidad entre
Francia e Inglaterra, que llevó a la guerra en mayo de 1778. Incapaz de intervenir directamente
y sin poder esperar que el gobierno británico ayudara, el gobierno francés se vio obligado a
pagar las extorsiones y mantener vigilados a los libelistas mediante agentes secretos.
El agente elegido para suceder a Beaumarchais era nada más y nada menos que su
archienemigo, Goesman. Cómo fue que la fortuna dio este giro, es imposible decirlo; no
obstante, los archivos del Ministerio del Exterior muestran que para noviembre de 1780
Goesman se había establecido en Londres e intercambiaba una correspondencia secreta con
los hombres más poderosos de Versalles. Aunque Beaumarchais lo había hecho quedar como
un tonto, Goesman no era ningún idiota. Hijo de un alguacil en Landser, Alsacia, estudió leyes
en la Universidad de Estrasburgo y escaló a los puestos más altos de la judicatura en la
Alsacia (conseiller en el Conseil Souverain d’Alsace), cuando, como muchos otros
provincianos de talento, sucumbió a la atracción de París. Vendió su puesto, despilfarró sus
ganancias en varios proyectos y para 1770 se hallaba luchando por vivir como un
parlementaire parisino sin el ingreso correspondiente. Entonces intentó escribir para salir de
sus deudas. Con ayuda de algunos contactos en Versalles y de editores en Suiza, logró lanzar
un Journal diplomatique, pero nunca pasó de ser un prospecto cuyos costos de impresión
nunca pagó. A algunos tratados populares sobre asuntos de ley pública e historia no les iba
mejor. Pero la emoción generada por la batalla entre el gobierno y los parlamentos sugería que
había dinero que hacer en un Tableau historique, politique et juridique de la monarchie
française, en dos volúmenes, que explicaría los antecedentes del conflicto. Este libro nunca
apareció porque Goesman no pudo pagar la factura de la impresión del primer volumen y
tampoco entregó la copia del segundo. El prospecto, sin embargo, mostraba que sus temas
principales —que la monarquía no derivaba su autoridad de algún contrato arcaico con la
gente; que disfrutaba de soberanía ilimitada, y que los parlamentos no podían tener bases
legítimas para representar a los súbditos del rey— daban el tipo de argumentos históricos y
constitucionales que Maupeou necesitaba al destruir el viejo Parlamento de París y crear uno
nuevo.12
Este servicio, reforzado por un patronazgo bien acomodado (una parte de él venía del
duque d’Aiguillon), parece haber convencido a Maupeou de nombrar a Goesman consejero de
su Parlamento. Al tiempo que trabajaba en una gran cantidad de casos, Goesman logró rentar
una casa en el campo y amueblarla, pero todavía se le dificultaba pagar sus cuentas. Su salario
no era mucho, decía, y no llegaba a tiempo. Los sobornos como el de Beaumarchais parecían
ser parte del trabajo. Pero Beaumarchais hizo del asunto del soborno un escándalo que le
costó el puesto a Goesman. Los cobradores, entonces, se volvieron más amenazantes.
Goesman cambió su nombre a “De Thurne”; se mudó a un cuarto amueblado, y más tarde pasó
por una sucesión de cuartos, siempre un paso adelante de los alguaciles. Mientras se escondía
en los altillos, comenzó a escribir panfletos —sobre el origen de los títulos nobiliarios, sobre
la coronación de los reyes, sobre aspectos judiciales de temas políticos—, todos ellos
anónimos y publicados en Holanda y Suiza. Dado que conocía cómo funcionaba el mercado de
libros, vendió su Tableau historique a un segundo editor con un título nuevo. El truco funcionó
tan bien que copió el texto a mano y lo vendió, o logró que se publicara a cambio de un
porcentaje de las ventas, dos veces más con dos títulos distintos. Finalmente apareció de
manera anónima en 1777 como Histoire politique du gouvernement français, ou les quatres
âges de la monarchie française; supuestamente tendría cuatro volúmenes pero nunca pasó del
primero. En pocas palabras, Goesman cayó en una existencia de Grub Street como la de los
libelistas con los que después tendría que vérselas en Londres.13
Durante todo este trance, sin embargo, mantuvo una fachada de respetabilidad. Era un
hombre guapo de trato imponente, y era muy elocuente. Después de dar con él en París, uno de
sus editores suizos no pudo evitar quedar impresionado: “Por fin logré hallar a M. Goesman.
¡Qué hombre! Una cara muy bella, una lengua de oro… y nada de oro en el bolsillo”.14 De
alguna manera Goesman logró mantener contacto con gente en el poder desde sus escondites.
Se había ganado el favor del duque d’Aiguillon en 1771, mientras éste era ministro del
Exterior, y en 1780 se ganó la confianza de Sartine, el antiguo teniente general de la policía
que después se convirtió en ministro de Marina y que quería plantar un espía en Londres que
enviaría informes sobre la estrategia y los movimientos de la flota británica. Era una
asignatura peligrosa, pero también era una manera de escapar de las deudas sofocantes.
Sartine, respaldado por Maurepas, le prometió a Goesman 200 luises (4 800 libras) para
pagar a sus deudores, 4 000 libras para hacerse pasar creíblemente y establecerse como barón
alsaciano de visita en Londres y 12 000 al año como salario. Goesman se mudó a Londres en
noviembre de 1780. Durante un breve viaje a París, en octubre de 1781, se le ordenó enviar
sus informes secretos a Vergennes, ministro del Exterior, en lugar de a Sartine. Desde entonces
y hasta el final de su misión, en julio de 1783, Goesman intercambió de manera frecuente
correspondencia con Vergennes. En sus cartas asumía la posición del estadista, conocedor de
los asuntos del mundo, capaz de detectar las corrientes profundas tras los sucesos y penetrar
en las maniobras secretas que se tejían en los gabinetes de los grandes hombres. Tampoco
dejaba de pedir dinero.15
Leída hoy en el elegante ambiente del Quai d’Orsay, la correspondencia tiene un sabor a
intriga que va bien con el estilo rococó de la diplomacia del siglo XVIII. Goesman usaba dos
alias: uno, el barón de Thurne, para las actividades cotidianas; el otro, el barón de
Lerchenberg, para los asuntos con la embajada francesa en Londres, donde también aparecía
de incógnito. Enviaba sus cartas a Vergennes a través de dos intermediarios parisinos
localizados en la rue de Richelieu, uno llamado Baudouin y el otro Guillaume Larcher. Cuando
trataba temas particularmente sensibles usaba un código: a veces en números (a = 18, b = 4,
etc.) y a veces en palabras, muchas de ellas pomposas y literarias.
Poemas, estrofas ………………………………….. explicaciones
Elegías……………………………………..flotas, escuadrones
Juicio ……………………………………………….. guerra
Granjeros decentes ……………………………. los estadunidenses
El filósofo pobre……………………………….el rey de Inglaterra
Prometeo……………………………………………Franklin
Malos granjeros ……………………………….. la administración
El buen padre………………………………………… Adams16
Baudouin y Larcher enviaban las respuestas de Vergennes, pero nunca lo mencionaban por
nombre y parafraseaban sus mensajes en sus propias palabras. De esta manera, la
correspondencia podía pasar a través del correo normal como si fuera un asunto de individuos
privados, y Goesman podía dirigirse al ministro del Exterior de manera indirecta sin utilizar
las formalidades que dictaba el protocolo. Vergennes probablemente accedió a este arreglo
porque necesitaba urgentemente información acerca de los asuntos británicos durante la guerra
estadunidense. Después de romper relaciones diplomáticas con Inglaterra, Francia sólo
mantuvo a un chargé d’affaires —en un principio Gérard de Rayneval, después el conde de
Moustier— en su embajada en Londres, y éste estaba aislado. Goesman, disfrazado de barón
alsaciano de viaje, podía enviar informes acerca de los debates parlamentarios, las intrigas
ministeriales y todo lo que escuchaba en las cafeterías. Recibía una buena paga por sus
servicios, pero estaba en riesgo: otro de los informantes de Vergennes, François Henry de La
Motte, había sido ahorcado por espionaje en julio de 1781.
Goesman enviaba dos o tres informes al mes en los que comentaba extensamente los
eventos actuales, y predecía sus desenlaces… siempre de manera equivocada. Después de que
el librero Boissière lo presentó con un valet del conde de Shelburne, él afirmaba en sus
reportes tener información privilegiada sobre el gobierno formado por Shelburne en julio de
1782. Al final del año, cuando Vergennes estaba afinando los detalles de un tratado de paz,
Goesman no preveía nada más que guerra. Había visto a dos españoles sospechosos en una
casa de huéspedes londinense que parecían enfocados en armar una revolución diplomática:
España dejaría su alianza con Francia para aliarse con Inglaterra; sería recompensada con
Gibraltar, y los dos países entonces se embarcarían en una campaña para recapturar a los
Estados Unidos para el rey Jorge III. El tratado de Versalles, firmado el 3 de septiembre de
1783, finalmente puso punto final a esa idea absurda. Para entonces Shelburne llevaba cinco
meses separado de su puesto y nunca volvería a él, a pesar de las aseveraciones de Goesman
de que regresaría al poder en cualquier momento. Finalmente Vergennes se cansó de las falsas
profecías de Goesman; se quejó de él en una carta a Baudouin: “Lee cosas ocultas en el fondo
de los corazones y no puede ver los sucesos que pasan frente a sus ojos… Sus profecías no
han sido respaldadas por un solo evento”.17 Sin embargo, el ministro del Exterior siguió
enviándole dinero porque Goesman se enfocó en una tarea más urgente que había obsesionado
a Vergennes desde el inicio de su correspondencia: la supresión de libelos.
Poco después de su llegada a Londres, en noviembre de 1780, como muchos otros viajeros
provenientes de Francia, Goesman visitó la librería de Boissière en St. James Street. No tomó
mucho tiempo para que Boissière se diera cuenta de que el “barón de Thurne” no era un turista
ordinario, porque de pronto ya estaban conversando sobre los entretelones del comercio ilegal
de libros. Como le contó Goesman a Vergennes más tarde en sus informes, se propuso hacerse
de la confianza de Boissière para obtener información acerca de los libelos. Boissière
probablemente adivinó a qué jugaba él y estaba deseoso de unirse a ese juego, porque un
francés con un marcado interés por los libelos siempre significaba nuevas posibilidades para
hacer dinero. Después de haber aprendido a mirar a través de los disfraces cuando fue
sirviente de un estafador (un apostador llamado Matousky) y a hacer trampa en las mesas de
Lubeck, donde apenas si escapó de ser ahorcado, este aventurero ginebrino vuelto lacayo,
vuelto apostador y vuelto librero bien pudo haber sentido cierta afinidad por este falso barón
alsaciano. En cualquier caso, Boissière y Goesman pasaron la mayor parte de los siguientes
dos años negociando acuerdos para suprimir libelos.18
Tal como más tarde explicaría Goesman en un memorando de sus actividades encubiertas,
el primer libro que Boissière le mencionó fue Les Amours de Charlot et Toinette, un recuento
obsceno de las orgías de la reina con varios amantes, especialmente con el hermano del rey,
Carlos, conde de Artois, a quien se le conocía sardónicamente como “Charlot”. Estaba escrito
en un satírico verso heroico e ilustrado con placas que mostraban a doctores examinando el
flácido pene real y a la reina copulando con Artois. Boissière negaba, claro, que él tuviera
cualquier interés en su publicación. Simplemente actuaba como un conocido del autor, a quien
le había prometido no nombrarlo —y, como hombre de honor, nunca faltó a su promesa—.
Pero como amigo de Goesman, también se sentía con el deber de informarle que el libro
aparecería pronto, aunque podía ser detenido por completo si el gobierno francés ofrecía la
cantidad suficiente. Goesman transmitió el mensaje a Vergennes, éste organizó el envío del
dinero, y Goesman le pagó a Boissière: 17 400 libras y una letra de cambio por 50 luises
(otras 1 200 libras). A cambio, Boissière le entregó la edición completa con un recibo por el
pago, debidamente firmado, sellado y fechado al 31 de julio de 1781.
Yo el abajo firmante tanto en mi nombre como a nombre del propietario de una obra en verso francés titulada Les
Amours de Charlot et Toinette, con ilustraciones, junto con las placas de las mencionadas ilustraciones, reconozco
que M. de Thurne me ha pagado por la edición completa de esta obra, las imágenes y las placas la cantidad de
diecisiete mil cuatrocientas libras en moneda de Francia, con una letra de cambio por cincuenta luises, pagable a mí
mismo en Ostend el trece del mes siguiente, y prometo bajo mi palabra como hombre de honor y sujeto a la pena de
indemnización con intereses que ni yo ni el propietario provocaremos jamás que aparezca una copia de esta obra, ya
que ha sido vendida bajo la condición de su supresión. Bajo fe de lo cual firmo el presente documento sobre el que
he colocado mi sello. Hecho esto en Londres este 31 de julio de 1781.
BOISSIÈRE19
¿Cómo enviar el botín de vuelta a París? Goesman necesitaba entregar los libros a Lenoir
como evidencia de que en efecto había capturado toda la edición, pero temía que fuera
confiscada por la aduana inglesa. Por ello, contrató un barco pesquero y envió de contrabando
la carga de pliegos impresos a través del canal a Ostend, donde lo esperaban con órdenes de
dejarlo pasar sin ser molestado a través de las aduanas francesas hasta París. Entregó
triunfalmente la carga a Lenoir, quien la guardó bajo llave en una bodega especial de la
Bastilla. Este cargamento apareció unos años después en un inventario de todos los libelos que
Lenoir había enviado a la Bastilla: “Les Amours de Charlot et Antoinette [sic]. La edición
completa. En verso y con grabados muy insultantes para la R.”20
Después de regresar a Londres y retomar sus informes, Goesman siempre se refirió a este
caso en los términos más heroicos. Había sorteado peligros y logrado superar dificultades
inmensas para proteger el honor de su rey. Ése era el único propósito de su misión. Para
lograrla, sin embargo, se había visto obligado a contraer más deudas. Y al mismo tiempo
seguía descubriendo más libelos que estaban a punto de ser publicados desde Londres por
expatriados franceses despreciables y desleales. Se sentía confiado de que podía destruirlos,
gracias a su excelente relación con Boissière, pero eso costaría más. De hecho, el tema
principal de sus informes autocelebratorios a Vergennes se podía resumir en una sola frase:
envíe dinero.
En lugar de eso, como se cuenta en Le Diable dans un bénitier, Vergennes envió a otro
agente, Alexis d’Anouilh, un espía empleado por la policía de París y el Ministerio de Marina,
que aseguraba que podía llegar al fondo del problema sobornando a la estructura de poder
inglesa. Tenía acceso, decía, a Richard Sheridan, el dramaturgo, que se había vuelto
subsecretario de Estado para Asuntos Exteriores en 1782. La especulación de Sheridan en la
Ópera de Covent Garden le había dejado una gran deuda. Si se le animaba con el regalo
adecuado en luises de oro, Sheridan podía persuadir al gobierno británico de expulsar a los
libelistas franceses del país, un gesto que tendría el beneficio añadido de mejorar las
relaciones con Francia ahora que la guerra estadunidense estaba llegando a su fin. D’Anouilh
sabía por lo menos lo suficiente acerca de Inglaterra —llovía mucho allá— para adoptar un
disfraz apropiado: viajó como vendedor de paraguas. Pero al llegar descubrió que los ingleses
tenían nociones muy peculiares acerca de la libertad de prensa, el gobierno parlamentario y la
apropiada cantidad para un soborno a un subsecretario de Estado. Sheridan no podía ser
comprado con los 5 000 luises que el marqués de Castries, ministro de Marina, le había dado
a d’Anouilh… o lo que quedaba de ellos, porque d’Anouilh se apropió de gran parte de los
luises para sus propios gastos. Por ello regresó a París para solicitar más fondos. De Castries
respondió enviándolo a la Bastilla.21
Cuando lo interrogaron, d’Anouilh no pudo dar cuenta de la mayor parte del dinero que
afirmaba haber gastado. Lenoir consideró que el caso era lo suficientemente serio como para
ameritar una investigación más profunda en Londres. Pero ¿a quién enviar ahora? En este
punto, llamó a Receveur. Aunque éste no hablaba inglés y su única incursión en Londres como
parte de la delegación enviada para secuestrar a Morande en 1774 había terminado de manera
desastrosa, tenía una gran ventaja: se podía confiar en él. Había capturado a tantos gacetilleros
y libreros que lo habían recompensado con la Cruz de San Luis, una distinción reservada para
quienes realizaban un servicio espectacular para la Corona. Receveur se embarcó con un
sargento llamado Barbier hacia el final de 1782. Cuando llegó a Calais decidió enviar por
delante a Barbier, quizá, como lo cuenta Le Diable dans un bénitier, porque Receveur casi
había sido linchado en 1774 y estaba en peligro de ser ahorcado por espionaje ahora que
Francia e Inglaterra estaban en guerra. Barbier buscó a Morande, quien para entonces había
dejado de escribir libelos para convertirse en espía, y juntos descubrieron una gran parte del
rastro que d’Anouilh había dejado tras de sí como para concluir que jamás había logrado nada
con Sheridan y que había despilfarrado sus fondos en mujeres y caballos. Con esta
información, Receveur regresó a informarle a Lenoir. Éste logró finalmente que d’Anouilh
confesara que había escondido la mayor parte del dinero para quedárselo; una vez que la
policía lo recuperó, lo dejaron ir.
La necesidad de realizar otra misión en Londres no desapareció, empero, porque Goesman
alertó de un nuevo ataque en contra de la reina, y llegó el rumor de que había un intento
adicional de extorsión, éste enfocado en la duquesa de Bouillon, por un libelista que lo hacía
de nuevo a través de Boissière. Las relaciones entre Boissière y Goesman, y las peticiones de
dinero de este último, complicaban más las cosas. Lenoir, Vergennes y De Castries acordaron
que necesitaban un nuevo hombre en Londres. Pero ¿quién? La opción obvia era Receveur.
Podía investigar tanto a Goesman como a los expatriados que éste investigaba, y se podía
confiar en él para que comprara a los libelistas de Boissière según se requiriera. Dado que la
paz era inminente, no corría el riesgo de ser ahorcado, aunque, claro, debía tener un disfraz.
Lenoir lo convirtió en otro barón, el barón de Livermont, y lo envió a Londres en marzo de
1783.
1
La obra más importante sobre Morande, los libelistas franceses en Londres y sus relaciones con las autoridades francesas
es Gunnar von Proschwitz y Mavis von Proschwitz, Beaumarchais et le “Courier de l’Europe”, op. cit., 2 vols. La única
biografía de Morande es de Paul Robiquet, Théveneau de Morande…, op. cit., que es superficial y no se ajusta mucho a la
realidad, pero que, a mi parecer, lo caracteriza correctamente como un aventurero literario sin principios. Simon Burrows, en “A
Literary Low-Life Reassessed: Charles Théveneau de Morande in London, 17691791”, Eighteenth-Century Life, vol. 22,
1998, pp. 76-94, da un retrato erudito de la carrera de Morande, si bien concluye de manera poco convincente que era un
patriota de altas miras, dedicado a la reforma y no al burdo interés personal.
2
Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France, Londres, 17711789, entrada del 1° de
septiembre de 1771.
3
Bibliothèque Nationale de France, ms. fr. 22101, pieza 91, nota de d’Hémery fechada el 10 de agosto de 1771, sobre Le
Gazetier cuirassé: “Cet ouvrage… est une satire affreuse contre la France et tous ses ministres et les personnes en place…
Le chevalier L. qui m’a prêté ce livre m’a dit qu’il savait de bonne part que l’auteur était un M. le chevalier de Morande, qui
avait resté longtemps à Paris jouissant de la plus mauvaise réputation et répandu beaucoup avec la société qu’on appelle de ces
Messieurs, qui avait passé en Angleterre, où ayant fait des dettes dans l’auberge où il était logé, avait épousé la fille de la
maison pour s’en débarrasser; qui’il avait assuré qu’il avait été lieutenant dans les carabiniers, et qu’enfin depuis qu’il avail fait
cet ouvrage il avait un carrosse et faisait beaucoup de dépense. On assure aussi qu’il est lié avec d’Éon et qu’il pourrait bien
avoir été de société avec lui pour la composition. Pour moi, je crains bien que M. le comte de Lauragais y e au quelque part, car
il est impossible que des gens absents de Paris depuis longtemps aient pu être si bien au fait de toutes les nouvelles qu’on
raconte. On assure encore que le chevalier de Morande a deux ouvrages du même genre tous prêts à imprimer”. [“Esta obra
es una sátira afrentosa contra Francia, todos sus ministros y las demás personas de categoría. L., el caballero que me ha
prestado el libro, me dijo que, según sabe de buena fuente, el autor era un tal caballero de Morande, que durante mucho tiempo
había permanecido en París gozando de la peor reputación y teniendo trato muy frecuente con la llamada sociedad de señores
de esa laya; que se trasladó a Inglaterra, donde, después de contraer deudas en la posada donde se hospedaba, se casó con la
hija del dueño para librarse de ellas; que, según aseguraba, fue teniente de los carabineros; y, en fin, que desde que compuso
esa obra se hizo de un carruaje y realizaba muchos gastos. Se asegura también que está ligado con el caballero d’Éon —
Charles de Beaumont, caballero d’Éon, el vergonzosamente famoso agente de la diplomacia secreta de Luis XV en Londres,
quien se hacía pasar por mujer—, y que bien podría haberse reunido con él para redactarla. Por mi parte, tengo mucho temor
de que el señor conde de Lauragais —Louis-Léon-Félicité de Brancas, conde de Lauragais, un patrono de las artes y un ingenio
que pasó mucho tiempo en Londres— haya participado de alguna manera en el libro, pues es imposible que unas personas que
hayan estado ausentes de París desde hace largo tiempo puedan estar en tal grado al corriente de todas las nouvelles que
relatan. Aún más, se da por hecho que el caballero de Morande tiene dos obras del mismo género listas para imprimirse”].
Sobre las Mémoires secretes d’une femme publique, véase también Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry, op. cit., p.
312.
4
Mémoires secrets, entrada del 30 de abril de 1774. En 1791, cuando regresó a Francia y se enredó en polémicas con
Jacques Pierre Brissot, Morande publicó su propia versión de sus actividades en Londres durante las décadas de 1770 y 1780:
Réplique de Charles Théveneau de Morande à Jacques Pierre Brissot sur les erreurs, les oublis, les infidélités et les
calomnies de sa Réponse, París, 1791, especialmente pp. 19-22. A pesar del sesgo polémico en esta apología de sí mismo, el
relato de Morande parece ser bastante veraz, y corresponde con la información de los archivos del Ministère des Affaires
Étrangères y con los archivos de la policía parisina publicados (y en ocasiones parafraseados) por Pierre Manuel en La Police
de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 265-267, y vol. 2, pp. 250-253.
5
Bibliothèque Nationale de France, ms. fr. 22101, pieza 9, nota de d’Hémery fechada el 10 de agosto de 1771.
6
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 265-266, y vol. 2, pp. 250-253; Mémoires secrets, entradas del
5 y el 19 de febrero y el 30 de abril de 1774. En su versión del asunto, Morande aseguraba que él había obtenido también una
orden de arresto en contra de los agentes franceses: Réplique à Brissot, pp. 20-21. La información de estas fuentes coincide
con el relato de las actividades de Morande en Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry, op. cit., pp. 310-313, 321-324.
Anecdotes contiene algunos pasajes que también aparecen en Mémoires secrets, probablemente porque los escribió el mismo
hombre, Mathieu-François Pidansat de Mairobert. Ambas obras deben ser leídas con cuidado, debido a su carácter tendencioso,
pero están muy bien informadas.
7
De los muchos estudios sobre Beaumarchais, la vieja biografía de Louis de Loménie, Beaumarchais et son temps, 2 vols.,
París, 1856, todavía provee un resumen muy completo de una carrera extraordinaria, y la biografía más reciente de Maurice
Lever es excelente: Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, 3 vols., París, 1999-2004. Una vez que se publique la
correspondencia de Beaumarchais, probablemente en los próximos años, se aclararán muchos aspectos de sus aventuras.
Mientras tanto, sus relaciones con Morande pueden seguirse en la rica colección de documentos en Gunnar von Proschwitz y
Mavis von Proschwitz, Beaumarchais et le “Courier de l’Europe”, op. cit., que es la fuente principal del siguiente recuento.
8
De acuerdo con Lever, la propia Madame du Barry usó el término: Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais…, op. cit.,
vol. 1, p. 464.
9
Gunnar von Proschwitz y Mavis von Proschwitz, Beaumarchais et le “Courier de l’Europe”, op. cit., vol. 1, p. 221.
10
Ibid., vol. 1, p. 112.
11
Pelleport, Le Diable dans un bénitier…, op. cit., pp. 58-59.
Goesman se merece una biografía a gran escala. Para obtener alguna información básica, véase el retrato biográfico bajo
su nombre (escrito ahí como Goetzmann) en el Dictionnaire de biographie française, J. Balteau et al., eds., París, 1933.
Muchos más detalles pueden deducirse de la correspondencia de Goesman con la Société Typographique de Neuchâtel (STN),
38 cartas que corresponden a sus proyectos editoriales y a su accidentada carrera: Bibliothèque Publique et Universitaire de
Neuchâtel, documentos de la STN, ms. 1158. Este expediente puede complementarse con información sobre Goesman en los
expedientes de otros de los correspondientes de la STN, principalmente Du Terraux, ms. 1146; Bailleux, ms. 1115, y Boullanger,
ms. 1126. El siguiente relato está basado en este material, en las obras publicadas de Goesman, en especial su Histoire
politique du gouvernement français, ou les quatre âges de la monarchie française, París, 1777, de las que solamente el
prospecto y el primer volumen aparecieron impresos, y en su extensa correspondencia con el Ministerio del Exterior francés en
Ministère des Affaires Étrangères, Correspondance politique, Angleterre, mss. 533-545.
13
Los proyectos editoriales de Goesman, mencionados en su correspondencia con la STN, incluían media docena de obras
sobre leyes, la historia de la monarquía, la historia de los títulos nobiliarios franceses y algunos panfletos anónimos sobre asuntos
contemporáneos. El primer volumen de su altamente ortodoxa y monarquista Histoire politique du governement français fue
publicado en 1777 con aprobación y privilegio de Jean-Augustin Grangé, un librero e impresor parisino. Aunque pretendía ser de
cuatro volúmenes, el resto nunca apareció. Antes de que este volumen apareciera Goesman había acordado publicar el mismo
texto con la STN como Tableau historique, politique et juridique de la monarchie française y con la Société Typographique
de Lausana como Les Fastes de la nation française. También la vendió a otro editor parisino, Edme-Jean Le Jay, como Les
Trois Âges de la monarchie française. Después de descubrir que ambos habían sido engañados, los editores en Neuchâtel y
Lausana planeaban unir fuerzas para piratear la edición parisina de 1777, pero nunca ejecutaron este plan. Según he podido
investigar, la edición incompleta de 1777 fue la única versión del libro que apareció impresa. Goesman intentó vender su
manuscrito a estos editores, pero en el caso de la edición de la STN comisionó la impresión y luego intentó pasarle el costo de la
impresión a la STN y recibir compensación con copias gratis o una parte de las ventas. La STN casi completa la impresión del
volumen uno, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que no pagaría su cuenta, que llegó a las 2 267 libras. Esto llevó a una
demanda, a un acuerdo fuera de la Corte y, finalmente, a la pérdida de 1 705 libras por parte de la STN. A pesar de toda la
confusión y la ofuscación que la rodea, la historia de esta especulación prueba una conclusión: Goesman intentó publicar la
misma obra con cuatro editores y con cuatro títulos distintos.
14
Samuel Frédéric Ostervald a la STN, 7 de junio de 1775, documentos de la STN, ms. 1189.
15
Goesman logró congraciarse con el séquito de Lord Shelburne y Charles James Fox. Sus cartas proveen un comentario
interesante sobre la política británica al tiempo que habla mucho de su propio genio como observador de ésta y su necesidad de
dinero. Tras regresar a Francia escribió unas memorias, fechadas el 6 de septiembre de 1783, que probablemente estaban
dirigidas a Vergennes. Resumían sus actividades e incluían copias de cartas de Sartine y Vergennes que las autorizaban. La
carta de Sartine, sin fecha, destacaba la necesidad que tenían de un espía —“un homme sûr dont le caractère ait subi des
épreuves” [“Un hombre seguro de sí cuyo carácter haya sufrido una serie de pruebas”]— y explicaba su elección: “J’ai jeté les
yeux sur le sieur Goesman de Thurne, dont je connais le zèle, l’application et les études” [“A ojos cerrados me inclino por el tal
Goesman de Thurne, de quien puedo atestiguar su empeño, su dedicación y su preparación a base de estudios”]. Ministère des
affaires étrangères, Correspondance politique, Angleterre, ms. 544.
16
Goesman a Vergennes, 15 de agosto de 1781, Ministère des Affaires Étrangères, Correspondance politique, Angleterre,
ms. 533. Goesman no utilizó el código en sus cartas normales, que enviaba por medio de Larcher y Baudouin. Lo reservaba
para envíos especiales, como explicaba en su carta del 15 de agosto de 1781: “Pour tromper la vigilance et la curiosité des
commis au bureau des postes, il a été convenu qu’on ferait un usage très sobre du chiffre” [“Para burlar la vigilancia y la
curiosidad de los empleados de la oficina de correos se ha convenido hacer un uso muy sobrio de la cifra”]. Esta carta estaba
impresa de manera precisa en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 239-240, probablemente a partir de
una copia enviada a la policía. La conformidad de esa versión con el manuscrito original es una indicación de la exactitud de los
documentos reproducidos en La Police de Paris dévoilée.
17
Vergennes a Baudouin, 12 de diciembre de 1783, Ministère des Affaires Étrangères, Correspondance politique,
Angleterre, ms. 546.
18
Sobre el pasado turbio de Boissière, véase el informe policiaco sobre él en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit.,
vol. 2, pp. 236-237, y el informe subsecuente sobre Goesman, vol. 2, pp. 237-238, a quien describen como su intime ami. En un
envío a Vergennes del 31 de marzo de 1783 el conde de Moustier le daba la siguiente información, descubierta por la policía
parisina en Londres: “On a découvert que Boissière connaît Matousky. Il a pâli à ce nom. Les indices font présumer qu’il est le
voleur de ce joueur” [“Descubrieron que Boissière conoce a Matousky. Se quedó pálido al escuchar ese nombre. Los indicios
hacen suponer que trabaja de ladrón para un apostador”]. Ministère des Affaires Étrangères, Correspondance politique,
Angleterre, ms. 541.
19
Memoria de Goesman fechada el 6 de septiembre de 1783, probablemente dirigida a Vergennes: Ministère des Affaires
Étrangères, Correspondance politique, Angleterre, ms. 544. La memoria fue reimpresa correctamente pero con una frase
suprimida en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 237-238; es otra indicación de la autenticidad de los
documentos en esa obra.
12
20
Memoria de Goesman fechada el 6 de septiembre de 1783; Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 38-
39.
21
Lamentablemente nada queda de la misión de d’Anouilh en los documentos de la Bastilla más allá del registro de su
ingreso el 3 de septiembre de 1782. Véase Funck-Brentano, Les Lettres de cachet à Paris…, op. cit., p. 410. Pero sus
actividades y los orígenes de la misión de Receveur pueden reconstruirse a partir de la información en Manuel, La Police de
Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 267-268; Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, pp. 51-55, y Pelleport, Le Diable
dans un bénitier…, op. cit., pp. 14-54. Esta última, aunque bien informada, es tan tendenciosa que debe ser leída con una
buena dosis de escepticismo.
XII. UN COMPLETO DESBARAJUSTE, O ENTRE
BAMBALINAS
ATILDADO como el barón de Livermont, Receveur viajó con estilo. Según su cuenta de gastos,
publicada con todo detalle en La Police de Paris dévoilée, viajó en carruaje a Calais
acompañado por un sirviente (170 libras 5 sous), cruzó el canal cómodamente (un viaje
sorprendentemente barato: 33 libras 10 sous), se mudó a un apartamento en Jermyn Street, una
zona elegante cercana a la embajada francesa (376 libras 19 sous por una estancia de 10
semanas), y se mandó a hacer un traje para vestirse como correspondía al papel que le tocaba
jugar (224 libras).1 Aparte de su sirviente doméstico, la policía de París le facilitaba dos
asistentes. El primero, un hombre duro llamado Humber, tenía como tarea servir como
guardaespaldas o como secuestrador, según lo ameritara la ocasión. (Receveur todavía temía
ser linchado por una turba o ser colgado por espionaje si era desenmascarado.) El segundo,
Ange Goudar, un libelista veterano vuelto espía policiaco, tenía la tarea de actuar como
traductor y guía para ayudar a Receveur a moverse en el mundo de la Grub Street londinense.
Goudar la conocía bien, porque se había replegado a Londres varias veces en las décadas de
1750 y 1760 cuando se metió en problemas con la policía de París.2
En este punto es posible retomar la historia y seguirla en detalle a partir de los archivos
del Ministerio de Asuntos Exteriores. Vergennes, Lenoir y los diplomáticos franceses en
Londres —Gérard de Rayneval, de noviembre de 1782 a febrero de 1783; el conde de
Moustier, de febrero de 1783 a mayo de 1783, y el conde d’Adhémar en adelante—
intercambiaban cartas casi diario, en ocasiones incluso dos veces al día. La misión de
Receveur era el clímax de su campaña para “aniquilar a la raza de los libelistas”, como la
describían en sus informes.3 Sus esfuerzos por cazar a los escritores de poca monta por todas
las tabernas y cafeterías de Londres ponen de manifiesto lo serio que se tomaba el gobierno
francés a los libelistas y la literatura que producían.
Receveur tenía una misión general: descubrir quiénes eran los libelistas y cómo podían ser
exterminados. Pero su meta inmediata era impedir la publicación de dos libelos: La Naissance
du dauphin dévoilée, una versión más de la vida sexual de la reina, esta vez presentando sus
relaciones con su favorita, la duquesa de Polignac, y Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel
Bouillon, un recuento de las orgías organizadas por la duquesa de Bouillon, que incluían al
marqués de Castries, ministro de Marina. El primero parece haber sido una continuación de
Les Amours de Charlot et Toinette. Como su antecesora, esta obra estaba escrita en verso e
ilustrada con grabados obscenos, y también incluía una selección de las noëls más
despiadadas acerca de la reina. Goesman le advirtió a Vergennes de la existencia de este
escrito a inicios de febrero de 1783 y destacó su resolución, como súbdito leal a Luis XVI, de
impedir la publicación de tal atrocidad, “que compromete de manera tan terrible la gloria de
mis dueños”.4 Apenas unas semanas antes había enviado el manuscrito de otro libelo,
Réflexions politiques, physiques et morales sur la situation actuelle de la France et de ses
finances, que contenía “detalles picantes” sobre el sexo en Versalles, así como comentarios
hostiles acerca de las políticas del gobierno, y Vergennes parece haber estado de acuerdo en
pagar por suprimirlo.5 La aparición de un libelo tras otro, todos acompañados por la exigencia
de dinero, indicaba que la situación estaba saliéndose de control. En lugar de comisionar a
Goesman para que pagara por la supresión de La Naissance du dauphin, por ende, Vergennes
simplemente le pidió que vigilara los preparativos de su publicación. Entonces, recurrió a
Lenoir.
Al concertar la estrategia con Vergennes, Lenoir le advirtió que Goesman no era de fiar.
Aparte de sus sospechosas solicitudes de dinero, era un impulsivo capaz de lanzarse hacia
Versalles y llevarle una copia de los grabados a la duquesa de Polignac. Si lo hiciera, podría
congraciarse con algún protector poderoso, y entonces Vergennes tendría que lidiar con una
crisis al interior del séquito de la reina. La ruta más segura sería mantener a Goesman a la
zaga y enviar a Receveur a negociar en su lugar con los libelistas. Como agente probado de la
policía recientemente retirado, Receveur no necesitaba dinero. Había probado su valor en
estas empresas al capturar a Jacquet, y, si era necesario, podía confiarse en él para pagarles a
los libelistas al mejor precio, al tiempo que investigaba las relaciones de éstos con Goesman.6
Vergennes estaba totalmente de acuerdo. A vuelta de mensajero autorizó a Lenoir a enviar a
Receveur a Londres y subrayó que su misión debía mantenerse oculta de Goesman. También le
indicó a Moustier en Londres que le diera todo el apoyo a Receveur y que enviara la
información más sensible en cartas privadas, que se mantendrían confidenciales, al contrario
de sus despachos formales, que Vergennes leía al Consejo del rey, comúnmente con el rey
presente.7
Ése fue el origen de la misión de Receveur en Londres. Mientras Vergennes y Lenoir la
preparaban, Goesman seguía enviando advertencias acerca de los últimos libelos en contra de
la reina, acompañadas de manifiestos acerca de su propia devoción a la Corona: “Me
devastaría que este asunto saliera mal y que yo viera a las augustas personas de mis dueños
exhibidas abiertamente ante el público”. Pretendía llevar las negociaciones él mismo y no
entendía por qué se le había pedido que limitara su participación a la vigilancia. Si fallaban al
evitar que La Naissance du dauphin dévoilée apareciera, advertía, en el futuro podrían ser
culpados por el delfín de haber permitido que se expresaran públicamente dudas sobre su
legitimidad. A juzgar por algunas oscuras pistas dadas por Boissière, su intermediario en
todos estos tratos con los libelistas, Goesman creía que todo el asunto era parte de una intriga
de la Corte, y que este complot podía sacar a empujones a Vergennes de su oficina, aunque
dejaba que el ministro del Exterior hiciera esa reflexión por su cuenta.8
Aunque La Naissance du dauphin dévoilée era el objeto principal de la misión de
Receveur, Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon también requería atención
urgente. El 7 de diciembre de 1782 la duquesa de Bouillon había recibido un prospecto
impreso de esta obra y una carta con la exigencia del pago de una extorsión. Alertó a la
policía; Lenoir informó a Vergennes, y Vergennes accedió a pagar por la supresión de ambos
libelos. En sus instrucciones, Lenoir autorizaba a Receveur a gastar hasta 200 guineas para
impedir la publicación de La Naissance du dauphin dévoilée, y hasta 150 guineas para el
mismo propósito en el caso de Les Petits Soupers. (Dado que una guinea inglesa valía un poco
más que un luis de oro francés, o 24 libras, éstas eran cantidades muy importantes: el
equivalente al sueldo de 10 años de un trabajador semicalificado para hacer que
desapareciera La Naissance du dauphin dévoilée únicamente.) Si los libelistas que
negociaban por medio de Boissière exigían más, Receveur tenía autorización de París de
rebasar ese límite. El contrato final debía incluir una cláusula que obligara a los libelistas a
pagar tres veces la cantidad de dinero que recibieran en pago en caso de que en algún
momento apareciera copia alguna de los libros.9
Inmediatamente después de llegar a Londres, el 13 de marzo de 1783, Receveur se reportó
con Moustier para concertar una estrategia y para establecer las líneas de comunicación con
Francia. Moustier explicó en una carta a Vergennes que Receveur requería en particular
información acerca de las costumbres de los locales, porque Londres era un territorio extraño
cuando se veía desde la perspectiva de un inspector de policía parisino. Los ministros no
podían simplemente enviar órdenes de arresto contra un escritor, sin importar qué tan
arteramente los hubiera atacado. Todo tenía que hacerse de acuerdo con la letra de la ley, y la
ley no favorecía al gobierno. El ejemplo de John Wilkes probaba que un demagogo podía
publicar las cosas más indignantes acerca del rey y escapar sin ser dañado. Más aún, el
ministerio actual, dirigido por Lord Shelburne, no podía contarse como aliado, porque podía
colapsar en cualquier momento: los ingleses tenían una costumbre curiosa de derrocar
gobiernos mediante el voto mayoritario en contra de ellos en el Parlamento. De hecho, el único
camino viable para cazar a los libelistas era hacerse de los servicios de uno de ellos, alguien
con conocimiento interno, que supiera quiénes eran y cómo operaban. Moustier había
contactado en fecha reciente justamente al hombre que necesitaban, un hombre con un pasado
muy negro pero con un deseo muy fuerte de limpiar su nombre cooperando con la embajada:
Charles Théveneau de Morande. Ese nombre, sin embargo, infundía horror en Receveur. Le
explicó que, de todas las personas, Morande era a quien más quería evitar. Eran viejos
enemigos. Receveur había participado en el fallido intento de secuestrar a Morande nueve
años atrás y había tenido suerte de escapar con vida. Sin embargo, insistió Moustier, tenían
que hallar la forma de extinguir el espantoso libelo en contra de la reina, y él podía sondear a
Morande acerca de la posibilidad de colaborar de manera secreta con un agente de la policía
parisina. Como coartada, podían decir que Receveur había venido a ofrecer asistencia
confidencial al gobierno británico acerca de un plan para organizar a la policía londinense
según el modelo parisino. Morande ya había enviado un plan similar a sus contactos en el
ministerio de Shelburne, y su pronta disposición a obtener el perdón de Vergennes podría
convencerlo de dejar de lado el conflicto previo con Receveur.10
Los archienemigos se encontraron e hicieron las paces el 17 de marzo. Morande prometió
guiar a Receveur por Londres y darle detalles acerca de todos los expatriados franceses y sus
escondites. Según los mensajes enviados a través de la valija diplomática, se acordó que
Receveur enviaría informes cotidianos a Lenoir, mientras que Moustier intercambiaría
correspondencia con Vergennes. Vergennes y Lenoir podían entonces combinar sus
operaciones en Francia, y la embajada francesa en Londres cooperaría con la policía de París
en una estrategia provista de tres líneas de ataque: 1) intentarían hallar el modo de condenar a
los libelistas franceses en las cortes británicas; 2) acumularían información acerca de los
libelistas como parte de una campaña de largo plazo para destruir su oficio, en particular
haciendo que los peores casos sirvieran como ejemplo, y 3) iniciarían negociaciones para
pagar por que desaparecieran los libelos que estaban a punto de ser publicados. Las cartas
intercambiadas entre Londres y París en este periodo nunca mencionan planes para secuestrar
o asesinar a los libelistas, aunque Moustier expresaba su deseo de verlos ahorcados o
enviados a los calabozos, y su sucesor, Adhémar, no descartaba el uso de la fuerza. Pero sin
importar cuáles fueran sus tácticas, los agentes encubiertos se enfrentaban a obstáculos
constantemente. Había un tema que destacaba entre todos los demás en las cartas enviadas
desde Londres: no era fácil ejercer vigilancia sobre la literatura francesa en Inglaterra.11
El ausente más notable de este plan era el jugador clave de los intentos anteriores por
suprimir los libelos: Goesman, alias De Thurne. No sólo la misión de Receveur se mantuvo en
secreto ante él, sino que se convirtió él mismo en objeto de investigación. Moustier
sospechaba desde el principio que estaba jugando para ambos bandos,12 y esta sospecha se
volvió convicción conforme Morande adquiría influencia en la embajada francesa. Morande
había dado información confidencial acerca del comercio de libelos desde 1774, cuando al
abandonarlo hizo una fortuna. Moustier lo consultaba con frecuencia y era de tanta ayuda que
justificaba la absolución de sus pecados pasados. Cuando Adhémar remplazó a Moustier como
embajador, él también coincidió con esta opinión. Morande se lo ganó en la primera de
muchas consultas clandestinas y pronto estaba de vuelta en la nómina como agente encubierto,
encargado de abastecer al Ministerio del Exterior con la información acerca de envíos y
políticas británicas que antes esperaban obtener de Goesman. Al mismo tiempo, socavó la
posición de Goesman al denunciarlo por sus tratos con Boissière. Morande mencionaba que la
operación de Boissière era un negocio editorial unido a un operativo de extorsión. Boissière
dirigía un registro permanente de autores, los ponía a trabajar en temas de su elección, los
abastecía de la información necesaria, negociaba a su nombre los chantajes y conseguía los
mejores acuerdos al negarse a tratar con nadie más que con Goesman. A cambio, éste obtenía
una parte de las ganancias, y sus contactos en la rue de Richelieu probablemente hacían lo
mismo.13
Aunque esta idea prevalecía en la embajada francesa, Receveur y sus hombres nunca
lograron reunir suficiente evidencia para confirmarla. Guiados por las indicaciones de
Morande, peinaron todos los “barrios bajos y cafeterías sórdidas” en el Londres literario.14
Recolectaron muestras de caligrafías para compararlas con las de las notas de extorsión.
Vigilaron las mesas en Grobetty’s, Strangter’s y el Café d’Orange, lugares donde los libelistas
gustaban de reunirse. Al final, fueron identificados 39 franceses sospechosos, cuyos
expedientes finalmente llegaron hasta los archivos de la policía en la Bastilla. Pero Receveur
nunca pudo extraer nada de su sospechoso más prometedor, un sacerdote irlandés apellidado
Landis, quien colaboró y luego se peleó con Goesman. Un aventurero que se llamaba a sí
mismo “barón de Navan” (Londres estaba lleno de estos falsos barones franceses) resultó ser
igualmente ineficaz, a pesar de que había entablado algunos negocios turbios con Goesman.
Que éste hubiera entablado relación con tales personajes no era suficiente para incriminarlo,
porque supuestamente estaba investigando el mismo entorno en pos del mismo fin: identificar a
los autores que se escondían tras Boissière. Además, los agentes encubiertos que lo
sucedieron no llegaron más lejos que él. Al contrario, únicamente activaban las señales de
alarma a lo largo de toda la colonia de expatriados franceses y los rumores pronto llegaron a
Goesman.15
El 4 de abril envió una carta consternada a Vergennes. Se había enterado de que un
inspector de policía estaba intentando comprar a los libelistas a sus espaldas: ¡un inspector
que trabajaba con Morande! Sin embargo, éste había conseguido cientos de luises de oro del
gobierno francés por medio de sus libelos, mientras que él, Goesman, había hecho de manera
leal todo lo que estaba en su poder para prevenir que aparecieran nuevos libelos. No podía
comprender la razón que motivara este extraño cambio en el modo en que lo trataban. Pero si
había caído de su gracia, Vergennes no debía hacerse ilusiones acerca del papel que jugaba
Boissière; éste no producía libros, sólo los vendía. Aunque tenía acceso a los autores de los
libelos, actuaba únicamente como intermediario. Confiaba en Goesman, como lo demostraban
las negociaciones exitosas por Les Amours de Charlot et Toinette, pero no confiaría en ningún
negociador nuevo, en particular si era alguien enviado por la policía parisina. En pocas
palabras, no había manera de que la policía se acercara a los libelistas, excepto a través de
Boissière, y tampoco había manera de que el gobierno francés tratara con Boissière, excepto a
través de Goesman.
Mientras tanto, los intentos de Receveur de sacar a los libelistas de sus escondites
difundieron la preocupación entre éstos. Temían ser secuestrados o sufrir otro asalto como el
intento hecho en contra de Morande en 1774, y se defendieron de la misma manera: exhibiendo
a los agentes franceses ante la potencial furia de la multitud londinense. El 7 de abril
imprimieron un boletín, “Una alarma en contra de los espías franceses”, y distribuyeron
cientos de copias en las calles.16 Como se explicó en el capítulo II, este golpe desemascaró a
Receveur, reveló la naturaleza real de su misión e incitó a los londinenses a alzarse contra la
amenaza del despotismo francés en el frente local, al tiempo que anunciaba la inminente
publicación de tres libelos más.
Receveur informó que, después de esta exhibición, temía por su vida.17 La amenaza del
linchamiento probablemente era mayor que en 1774, porque para 1783 la revolución
estadunidense había radicalizado los sentimientos en la calle a favor de la libertad, la guerra
anglofrancesa había avivado el odio de los londinenses contra Francia y la inflamabilidad de
las multitudes londinenses, evidente desde la revuelta de Wilkes en la década de 1760, había
sido confirmada por los Gordon Riots en la década de 1780. No hubo de hecho disturbios,
pero Receveur se guareció en su base en Jermyn Street por un tiempo, y Moustier temía que él,
también, hubiera sido descubierto.
La reacción de Moustier, expresada en una larga carta a Vergennes del 11 de abril,
mostraba que la misión de Receveur estaba haciendo agua. Goesman sabía todo acerca de ella
e incluso había intentado asustar a Receveur para que se regresara a Francia al advertirle que
su vida corría peligro. Goesman también había informado que La Naissance du dauphin
dévoilée existía en realidad. Había visto una copia de una versión previa en la tienda de
Boissière. Contenía material de libelos anteriores que debió de haberse trabajado y publicado
con impresiones tomadas de algunas placas viejas. No sólo eso, había nuevos libelos en
preparación. Boissière tenía a toda una pandilla de escritores a su disposición en lo que
llamaba grandilocuentemente una “sociedad literaria”, y estos gacetilleros de poca
importancia podían continuar reciclando sin parar las historias horribles acerca del rey y la
reina. Sobornarlos sólo los incentivaría a producir más, y sin embargo parecía no haber
alternativa… y ni siquiera una manera de ganar, entrando al juego de la extorsión, excepto a
través de Goesman y Boissière. Las investigaciones de Receveur no habían llegado a ningún
lado. Él y Moustier estaban confundidos. De hecho, su labor, según la veían ahora, parecía
“imposible”.
Parte de este desánimo era producto del fracaso en la segunda línea de ataque contra los
libelistas: el intento de hacer que las cortes inglesas los condenaran. Moustier había utilizado
esta estrategia principalmente en su campaña en contra de Les Petits Soupers et les nuits de
l’Hôtel Bouillon, por ser el mejor blanco para emprender un proceso de carácter civil o
criminal. Hacia mediados de marzo la obra había aparecido impresa, lo que daba paso a que
se tomaran acciones legales a nombre de la parte afectada, la duquesa de Bouillon. Pero
¿podía un ciudadano no inglés apelar a la ley inglesa? Éste era el punto de quiebre en una
serie de memoriales que Moustier encargó a los más altos talentos jurídicos que pudo hallar
en Londres. La primera opinión que recibió, de Lord Barrington, prevenía que el caso nunca
sería escuchado en una corte en Londres porque la ofensa había tenido lugar en Inglaterra y la
duquesa vivía en Francia, fuera de la jurisdicción de la ley inglesa.18 Moustier puso entonces a
dos abogados a trabajar para hallar una salida legal a esta dificultad. El primero, Thomas
Evans, envió un memorando extenso que detallaba cada aspecto del asunto y concluía que no
se lograría nada con una demanda civil. Recomendaba una política de “desdén silencioso”,
que, a los ojos franceses, era totalmente inglesa y totalmente inaceptable.19 El segundo,
Edward Bearcroft, se concentró en el crimen de extorsión y llegó a la misma conclusión en
cuanto a las posibilidades de la acusación criminal.20 Toda esta jerga legal, vertida en el
original y traducida más o menos aceptablemente por la oficina de Vergennes, probablemente
sonaba muy extraña a los oídos de la oficina del Exterior en Versalles. Morande intentó dar
sentido a esta situación en un memorando que explicaba los antecedentes del caso: al
comisionar obras obscenas a escritorcillos en bancarrota —“desdichados miserables que
harán cualquier cosa para escapar del hambre y la necesidad”—, Boissière había organizado
una operación de estafa y por lo mismo podía ser perseguido como criminal.21
Pero ¿cómo hacerlo exactamente? La interpretación más clara del problema de hecho la
ofreció Goesman, hombre de leyes que sabía cómo volver comprensible la jurisprudencia
inglesa para los diplomáticos franceses. En un memorando propio explicó que en Inglaterra
una demanda criminal por libelo primero tenía que ir a lo que los nativos llamaban un grand
juré, que votaría sobre algo conocido como “acusación”. Si el voto iba en contra del acusado,
el caso sería entonces escuchado en un petit juré, que tomaría la decisión final sobre la
culpabilidad o la inocencia. El juicio podía generar mucha publicidad negativa porque sería
público, el demandante tendría que apersonarse, y el procedimiento involucraría testigos y el
debate sobre algunos de los puntos más desagradables de la evidencia. Las figuras públicas en
Inglaterra preferían dejar que los libelos se agotaran por sí mismos en lugar de ser expuestos a
tales sufrimientos, junto con los reportajes de la prensa. La única opción viable para la
duquesa de Bouillon era una demanda civil en la que podría lograr que alguien más, mediante
un poder, la representara.22
Aunque esta conclusión parecía ser convincente en Londres, parecía menos atractiva vista
desde Versalles. La duquesa de Bouillon pertenecía a una de las familias más importantes de
Francia. De una familia alemana distinguida, se había casado con el único hijo sobreviviente
del sexto duque, que también era príncipe de Turenne y mariscal de campo. Su esposo, el
séptimo duque, era un desastre físicamente, incapaz de procrear. Ella vivía separada de él, en
el Hôtel Bouillon en París, y se sabía que había tenido varios amantes, de quienes se hablaban
pestes sin piedad, así como del duque decrépito, en Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel
Bouillon. Vergennes estaba decidido a impedir que esa obra circulara en Francia. No sólo lo
había exigido la duquesa, sino que los rumores vinculados a su publicación en Inglaterra
podían dañar la delicada red de nombres y dignidades que componían el sistema de poder en
Francia. Quizá, sin embargo, alguien sin ninguna dignidad podía interponer la acusación de
difamación. Al describir las orgías en el Hôtel Bouillon, Les Petits Soupers se burlaba de la
ayuda de cámara de la duquesa, una vieja mujer llamada Bours, quien supuestamente retozaba
desnuda con un monje peludo durante una exhibición frente a la duquesa, en lo que el libelista
llamó el “baile del oso” [juego de palabras basado en la similitud fonémica entre el apellido
Bours y ours]. Tal como lo presentaba el libelo, el baile agregaba un componente de hilaridad
plebeya a los placeres de los que disfrutaban la duquesa y sus amantes, incluido el marqués de
Castries, que también estaba involucrado en la campaña para exterminar a los libelistas desde
su puesto como ministro de Marina.23 Si la queja por calumnias podía realizarse a nombre de
la señora Bours, probablemente el caso podía ser resuelto sin ensuciar el nombre de la
duquesa de Bouillon.
Lenoir le propuso esta estrategia a la duquesa de Bouillon a fines de marzo. A pesar de su
angustia respecto de todo el asunto —Lenoir informó a Vergennes—, ella estuvo de acuerdo
con que la señora Bours firmara una “procuración” que le daba poder de abogado para seguir
el caso en su ausencia en una corte inglesa. Con la aprobación de Vergennes, Moustier llamó a
otro abogado para echar a andar el caso… y recibió otro balde de agua fría en forma de
consejo legal: la “procuración” no funcionaría; para seguir el caso, la señora Bours debía
residir en Inglaterra. Pero si llevaban a juicio a Boissière quizá podrían abrumarlo con tantos
costos legales como para hacer que su negocio quebrara. Vergennes y Lenoir estudiaron de
nuevo la situación un mes después, luego de que el abogado de Moustier hubiera trabajado
más a fondo sobre la posibilidad de una demanda civil. La opción de la ayuda de cámara les
parecía inviable. La ley inglesa simplemente no daba suficiente protección contra la calumnia.
Así que decidieron que tenía que ser modificada mediante una resolución en el Parlamento.24
La idea de que el ministro del Exterior francés y el jefe de la policía parisina se unieran
para mejorar el sistema legal inglés parece extraña, pero estuvo flotando en el fondo de las
políticas de Vergennes durante casi un año. D’Anouilh lo había convencido a mediados de
1782 de que podrían convencer a una mayoría de los miembros del Parlamento de que votaran
por las reformas anheladas por Francia si se les pagaba lo suficiente. En vista de la
corrupción en el Parlamento previo a la reforma, esta idea no resultaba escandalosa.25 Ahora
que se había restablecido la paz, Vergennes podía esperar más cooperación de los ingleses, en
especial porque el gobierno en turno que inició en abril de 1783 incluía a ministros proFrancia como Charles James Fox, parecía estar dispuesto a escucharlos. La embajada francesa
en Londres entonces abandonó sus planes de entablar una demanda y en cambio preparó una
“Propuesta de ley para remediar la licencia de los libelos en Inglaterra”. El estatuto propuesto
haría que los residentes de Inglaterra fueran responsables de los ataques difamatorios en
contra de extranjeros, y en la versión inglesa de cinco páginas se explicaba en una nota al pie
que estaba directamente dirigida a “Boissière, el librero francés de St. James Street, conocido
agente de todo aventurero en problemas”.26 Moustier mencionó esta posibilidad a Fox en los
primeros días de mayo, justo antes de que terminara su tour como el chargé d’affaires francés.
Fox respondió que la ley inglesa daba todo lo necesario para poner a los libelistas tras las
rejas, donde pertenecían, pero que no entendía la complejidad de la situación legal, según el
informe que hizo Moustier de la conversación. Así que Moustier le dio una pequeña cátedra de
jurisprudencia inglesa y de las prácticas superiores de cumplimiento de la ley en Francia.
M. Fox no es un jurista, pero no me disgusta el hecho de que se incline a creer que es necesario emprender
acciones legales y hacer un ejemplo [de algunos individuos]. Simplemente le informé que quería una ley ad hoc y
que la ley común no era suficiente para mí… Sería una buena cosa si existiera una ley [estatutaria], tan sólo para
obviar la necesidad de pagar a precios altos estos horrores… La raza de libelistas franceses aquí es notablemente
indecente. Siempre será muy importante que la venta de estas obras en Francia sea punible con el calabozo y su
composición con la horca.27
Moustier se quejaba de que cazar libelistas en Londres era una empresa tediosa. Había
duplicado su carga de trabajo. Pero, para el final de mayo, estaba de regreso en Francia y
Adhémar ocupaba su lugar, no como chargé d’affaires sino como embajador en pleno, con sus
propias ideas sobre cómo lidiar con los libelistas. Adhémar no rechazaba la idea de extraer
del Parlamento una ley moldeada por los intereses franceses. Al contrario, la buscó, y
Vergennes continuaba a favor de la idea. Pero para noviembre tanto él como Vergennes habían
decidido que no era viable. Adhémar explicaba en su último informe sobre el asunto que una
propuesta de ley tenía que ser pública y debatida en el Parlamento, y el público o, con más
precisión, “la chusma” no la toleraría.28
Sólo había un último medio de suprimir los libelos: el soborno. Receveur tenía
autorización para comprar a los autores de La Naissance du dauphin dévoilée y Les Petits
Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon tan pronto como llegó a Londres. Pero pronto
descubrió que no podía comprar la supresión de un libro calumnioso tan fácilmente como
había comprado sus nuevas ropas inglesas. Los libelistas se negaban a salir de su escondite
detrás de Boissière, y los intentos de Receveur por contactarlos lo enredaban en intrigas sin
fin, algunas diseñadas simplemente para tenderle una trampa, ya que los libelistas no sabían si
había llegado para negociar o para asesinar. A pesar de que es difícil descubrir exactamente
qué fue lo que sucedió, parece que finalmente logró entablar algunas negociaciones y los
libelistas propusieron sus precios. En su informe final a Lenoir, escrito en junio antes de su
regreso a París, Receveur resumió las exigencias así:
700 luises: La Naissance du dauphin, las noëls y las ilustraciones anunciadas por el señor Goesman, quien debe
conocer a su autor. Además
Les Passe-temps d’Antoinette y Les Amours du vizir Vergennes por el autor de Petits Soupers.
600 luises: Les Rois de France régénérés par les princesses de la maison d’Autriche, con ilustraciones, por
Lafitte de Pelleport.29
Estos precios iban mucho más allá de lo que Receveur estaba autorizado a pagar.
Involucraban varias obras que no existían antes de que partiera para Londres o que quizá no
existieran en absoluto, porque podían ser simplemente proyectos blandidos ante los franceses
con la esperanza de conseguir más dinero. Al demandar tanto, los libelistas se excedieron en
su juego de cartas. Para saber cómo las habían jugado se debe ir más atrás, a los primeros
encuentros con Receveur en marzo de 1783.
Receveur se hizo de cierto material —manuscritos, pruebas o copias de muestra—
provisto por los libelistas, aunque nunca logró negociar directamente con ellos. Moustier
envió esos escritos a París junto con la explicación de lo difícil que era entablar
conversaciones: “Tenemos que lidiar con bandidos parapetados detrás de la Constitución
inglesa”.30 Es difícil determinar la naturaleza precisa de estos textos porque Moustier no los
identificó por título, y, en cualquier caso, los libelistas cambiaban los títulos de sus obras con
frecuencia mientras reciclaban sus párrafos y afinaban sus tácticas.31 Sin embargo, algunas
versiones de los libelos llegaron a Vergennes en Versalles para que pudiera inspeccionarlos
antes de acceder a pagar por su supresión. Se rehusaba a pagar lo que fuera por Les Amours
du vizir Vergennes, porque descartaba las calumnias dirigidas en su contra.32 Pero después de
leerlo, Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon le parecía lo suficientemente
ponzoñoso como para confirmar su decisión de pagar para destruirlo, y además hizo llegar
fondos adicionales para complementar los esfuerzos que hacía Receveur con el fin de
mantener esta y otras obras fuera de circulación en el mercado.33 Lenoir tuvo una reacción
similar cuando leyó los textos. Aunque estaba más curtido por los informes que recibía diario
y que incluían todas las variedades de vicios en París, se sentía profundamente escandalizado
por los libelos: “Nunca podré superar la indignación que sentí ante los horrores que vi [en
ellos]”.34 Las autoridades francesas estaban por consiguiente dispuestas a ser extorsionadas,
pero ¿tuvieron éxito?
De acuerdo con el bien informado recuento en La Police de Paris dévoilée, la puja por
Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon se vino abajo después de que Boissière
rechazara una oferta de 150 luises.35 Ya fuera porque Receveur sintió que no tenía autorización
para ofrecer más de esa cantidad o porque los fondos adicionales enviados por Vergennes no
llegaron a tiempo, Boissière dejó claro que la exigencia de 175 luises no era fingimiento,
porque puso el libro a la venta. Receveur finalmente compró seis copias, que envió a Lenoir.36
Y el boletín “Una alarma en contra de los espías franceses” era una excelente publicidad para
la obra, al tiempo que exhibía la misión secreta de Receveur. Les Petits Soupers podía
comprarse en la tienda de Boissière y en otros dos sitios en Londres, según el boletín. Pero
¿qué pasaba con las otras obras mencionadas en él, Les Passe-temps d’Antoinette y Les
Amours du vizir de Vergennes? Al anunciar que estaban siendo impresas en Londres, enviaba
una advertencia implícita de que también, pronto, aparecerían publicadas si Receveur no
juntaba el suficiente dinero para suprimirlas. La publicación de Les Petits Soupers probó que
los libelistas no estaban jugando. En retrospectiva, parece como una jugada estratégica en
medio de un juego de negociaciones y fingimientos. Sin duda los libelistas estaban apostando
fuerte: 700 luises por un juego de tres libelos, La Naissance du dauphin dévoilée, Les Passetemps d’Antoinette y Les Amours du vizir de Vergennes, según el informe de Receveur.37
Aunque su pretendido ataque sobre Vergennes nunca llegó a ningún lado ni apareció publicado,
sus proyectos para difamar a la reina siguieron siendo tomados en serio por Versalles.
Vergennes se enfrentaba a un problema, sin embargo, al dirigir la estrategia desde el
Ministerio de Asuntos Exteriores: no distinguía con facilidad las amenazas de los engaños, las
obras genuinas en proceso de los títulos inventados simplemente para ver si provocaban
alguna respuesta. Cuando envió a Receveur a Londres, hizo que la supresión de La Naissance
du dauphin dévoilée fuera la prioridad máxima de la misión. Goesman había visto una versión
preliminar junto con una serie de ilustraciones en la tienda de Boissière en abril: así pues, sí
existía.38 Pero parecía desaparecer entre la profusión de obras que aparecían con diversos
títulos en las cartas intercambiadas durante los dos meses siguientes: Les Passe-temps
d’Antoinette, Amusements d’Antoinette, Soirées de la reine y Les Rois de France régénérés
par les princesses de la maison d’Autriche. De éstos, Les Passe-temps parecía ser el
proyecto más serio. Quizá fuera una versión retrabajada del material que originalmente iba a
componer La Naissance du dauphin dévoilée, o quizá fuera un libelo nuevo anunciado antes
de ser escrito, para capitalizar la urgencia del gobierno francés por suprimir los libelos
anteriores. Pero no importa cuáles fueran amenazas reales y cuáles ficticias, el gobierno nunca
logró comprar lo que los libelistas ofrecían.39
No por falta de esfuerzo, eso sí. Las cartas de Receveur se leen como una serie de
lamentaciones por su inhabilidad para hacer contacto con los libelistas. Después de siete
semanas de investigación envió un largo informe sobre todos los expatriados franceses a los
que había logrado descubrir, y señalaba entre ellos a los más probables sospechosos. Pero a
Vergennes le pareció decepcionante, y Lenoir descubrió varias pistas falsas, incluida una que
involucraba a un supuesto libelista que en realidad era un nombre inventado por otro.40
Mientras, Goesman seguía enviando misivas en las que argumentaba en favor de una estrategia
que minimizaba la de Receveur. Después de la publicación de “Una alarma”, insistía él, todo
francés en Londres estaba al tanto de la misión secreta de la policía francesa. Algunos de ellos
intentaron aprovecharse de la situación anunciando nuevos libelos que no existían y que
llevaban a los agentes franceses a toda suerte de callejones sin salida. Boissière —un canalla,
sin duda, pero también la única persona que tenía acceso a los auténticos libelistas— no
trataría jamás con Receveur. De hecho, temía que éste lo secuestrara o lo asesinara. Cargaba
con una pistola durante el día y mantenía una guardia armada en su habitación durante la
noche. Goesman era la única persona en quien confiaba, gracias a la confianza que había
crecido entre los dos debido a sus tratos previos. Como muestra de su confianza, Boissière le
había dado recientemente un objet majeur, algo tan importante que Goesman no quería
nombrarlo y sólo lo entregaría en persona al ministro del Exterior en Versalles. La conclusión
era clara: Vergennes debía llamar de vuelta a Receveur a París y dejar todo el asunto en las
hábiles manos de Goesman.41
Para mediados de mayo, este argumento empezaba a sonar convincente. Receveur estaba
naufragando; parecía que, después de todo, Goesman era leal, y parecía que los dos barones
falsos chocarían al perseguir sus objetivos encontrados en Londres. La colisión tuvo lugar el
18 de mayo. Según contó Receveur en su largo informe de actividades, se sentía cada vez más
frustrado por su inhabilidad para hacer contacto con los libelistas.42 Explicaba que en Francia
uno simplemente se armaba con una orden del rey, entraba a la fuerza en un departamento y
arrestaba al autor, y si hallaba suficiente evidencia lograba condenarlo. En Inglaterra, en
cambio, todo estaba enredado en legalidades. De hecho, una obra que claramente sería
calumniosa en Francia no pasaría como libelo en una corte inglesa. En esas condiciones ¿qué
podía hacer un inspector de policía francés? Receveur había intentado todo. Los expatriados
franceses, una colonia de “insectos” ponzoñosos, lo habían desenmascarado y lo habían
llevado de la nariz en una persecución de libros que probablemente eran imaginarios, y de
autores que probablemente eran de paja. Cansado de estar actuando el papel del tonto,
provocó una confrontación con Goesman la tarde del 18 de mayo. Al colaborar a sus espaldas
con Boissière, Goesman había desviado todos los intentos de Receveur por entablar
negociaciones con los libelistas. Así, éste exigió a Goesman que lo llevara a la tienda de
Boissière o que se atuviese a las consecuencias si se negaba a hacerlo. Goesman accedió,
intimidado por esta amenaza. Pero al día siguiente regresó e hizo un escándalo furioso: ¿cómo
se atrevía Receveur a poner en duda su devoción a la Corona? Él buscaría justicia apelando,
por encima del jefe de la policía, ante el rey mismo. Lejos de ceder ante esta invectiva,
Receveur se mantuvo firme y forzó a Goesman a que lo llevara de inmediato con Boissière.
Hubo otra confrontación, ésta en la librería. Boissière, “con todo el cuerpo temblando”,
aseguraba que no sabía nada acerca de los libelos. “¡Qué! —respondió Receveur (todo esto
según su informe, escrito parcialmente como diálogo)—, ¿niegas que mostraste a Goesman,
quien está aquí como testigo, el texto y las placas de un ataque horrible en contra de la reina
de Francia y que lo autorizaste a informar al gobierno francés que dos obras similares estaban
por aparecer?” “Yo no digo eso”, contestó Boissière, con los ojos fijos en el piso. “Bien,
entonces —replicó Receveur—. Si quieres venderme esos horrores a mí, yo te los compro,
ipso facto. Tengo dinero.” Pero Boissière argumentó que no tenía los libelos y se negó a decir
nada más. Receveur entonces volvió a la embajada francesa, donde convenció a Moustier de
que le ordenara a Goesman que hiciera un último intento de sacarle una respuesta a Boissière:
¿vendería o no vendería los libelos? Goesman obedeció y regresó con la respuesta definitiva
de Boissière: “Señor, no tengo nada más que decir. Incluso si quisiera [hablar] no podría
hacerlo. No he visto a los autores y no intentaré verlos”. Ante esta tapia, Receveur decidió que
no había nada más que hacer que regresar a París.
Receveur entregó este informe no a Moustier, quien había vuelto a Francia hacía no mucho,
sino a su sucesor, Adhémar, que era un diplomático de una estirpe distinta. Severo y altivo, no
quería tener nada que ver con los agentes encubiertos de la policía de París ni con los
gacetilleros insignificantes de la colonia francesa en Londres. La única manera de tratar a esa
“chusma”, escribió en uno de sus primeros informes a Vergennes, era despreciarlos e
ignorarlos.43 Vergennes, sin embargo, le recordó que el objetivo más importante era prevenir
que las obras escandalosas llegaran a lectores franceses; así que Adhémar continuó la
campaña en contra de los libelistas, aunque sin mucha convicción. En lugar de lidiar con
Boissière, quien para entonces estaba tan asustado que había salido del cuadro, intentó atrapar
a los libelistas con demandas en las cortes de Londres. Pero esta estrategia falló, como ya se
explicó. Mientras tanto, Receveur volvió a París, quejándose en más cartas y memorandos de
que la estrategia de sobornos tampoco funcionaría. Lenoir y Vergennes estaban sorprendidos
de que hubiera vuelto sin su autorización, pero él aseguraba que Adhémar le había dado
permiso. Éste, ahora preocupado por haberse excedido en sus atribuciones, insistía en que él
no había hecho tal cosa y que Receveur quería salir de Inglaterra lo más pronto posible porque
era incapaz de lograr nada: “Su viaje fue totalmente inútil”.44 Las recriminaciones siguieron
acumulándose en los documentos del Ministerio del Exterior, pero no añadían nada que
modificara la conclusión evidente desde tiempo atrás: la misión de Receveur había sido un
fracaso colosal. Después de entregar una cuenta de gastos que sumaba 8 380 libras, volvió al
retiro. La cuenta no incluía las 780 libras adicionales que representaban el valor de una caja
de rapé que le habían robado en Londres, probablemente obra de un libelista de dedos de
seda. Pero él esperaba recibir compensación por esta última indignidad: “Se le solicita al
magistrado tomarlo en consideración”.45
La desaparición de Receveur le dejó el campo abierto a Goesman. Después del colapso de
las negociaciones con Boissière, dedicó la mayoría de sus cartas a restablecer su credibilidad
como agente leal y reiterar sus peticiones de dinero. Su más caro deseo, insistía, era pagar las
deudas que había acumulado en Londres y volver a Francia. El misterioso “objeto mayor” que
había anunciado resultó ser una copia iluminada de Les Amours de Charlot et Toinette, que
había permanecido en manos de Boissière y que Goesman entregó a la embajada francesa.
Recuperar este volumen puede haber reafirmado la fe de Vergennes en la integridad de
Goesman, pero no hizo nada para reforzar la noción de que se podía confiar en los libelistas,
ya que Boissière había prometido que todas y cada una de las copias de aquel libelo habían
sido destruidas. Una vez que esta “obscenidad odiosa”46 llegó a salvo a Francia, Vergennes
dio permiso a Goesman de volver a Francia y aceptó pagar sus deudas, que sumaban varios
miles de libras, además de las cantidades ya enviadas por sus intermediarios en la rue de
Richelieu: un total de 18 296 libras. Para el final de agosto, Goesman se estableció en
Versalles y cabildeaba para obtener más dinero. En este punto parece haber reincidido en la
escritura gacetillera. No es claro qué hizo durante los siguientes 10 años, pero volvió a
meterse en problemas durante la Revolución. El 25 de julio de 1794, en uno de los últimos
“lotes” del Gran Terror, fue guillotinado junto con un gran escritor de verdad, André Chénier.47
FIGURA XII.1. Una caricatura inglesa de Morande (Yale University Library).
Con Goesman fuera de escena en el verano de 1783, Morande ocupó el lugar de consejero
principal sobre libelos en la embajada francesa. Logró congraciarse con Adhémar durante una
entrevista privada extraordinaria, en la que confesó todos sus pecados, insistió en que sus
propios libelos nunca ofendieron a “seres sacros” sino únicamente a individuos ordinarios,
juró que podía proveer información importante para la Corona y suplicó el perdón con
lágrimas recorriéndole las mejillas. Adhémar quedó impresionado: “Éste no es un hombre
ordinario. Es inteligente y conocedor de las condiciones locales… Lo odian sus antiguos
camaradas y está bajo sospecha a los ojos de su pandilla”.48 Con el respaldo de Vergennes,
Morande entonces volvió a caer dentro de la gracia del Ministerio del Exterior francés y
fungió como espía durante los siguientes cinco años, mientras que al mismo tiempo se hacía
cargo de la edición del Courier de l’Europe. En Londres, sin embargo, siguió siendo conocido
como libelista e incluso se le ridiculizó en una caricatura al estilo inglés.
Para 1784, entonces, la situación en Londres se había transformado. Moustier, Receveur y
Goesman habían desaparecido. A Boissière lo habían asustado tanto que se retrajo al fondo.
Adhémar, quien dirigía las políticas desde la embajada francesa, no tenía ninguna inclinación
por entablar negociaciones con los libelistas, y Morande, quien lo aconsejaba, tenía todas las
razones para denunciarlos. Los libelistas, claro, no dejaron de escribir libelos. Pero no tenían
un opositor con quien poner en práctica sus viejos juegos. Frustrados, produjeron un libelo en
contra de los intentos del gobierno por exterminar las publicaciones calumniosas: Le Diable
dans un bénitier. Era una obra diabólica escrita por el libelista más talentoso de todos: AnneGédéon Lafitte, marqués de Pelleport.
1
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 250-255.
Sobre la fascinante carrera de este aventurero literario, véase Jean-Claude Hauc, Ange Goudar: Un aventurier des
Lumières, París, 2004.
3
Moustier a Vergennes, 11 de abril de 1783, Ministère des Affaires Étrangères, Correspondance politique, Angleterre
(citado en este capítulo como AE), ms. 542.
4
Goesman a Vergennes, 14 de febrero de 1783, AE, ms. 540.
5
Goesman a Vergennes, 3 de enero de 1783, AE, ms. 540. Goesman envió una sinopsis de esta obra a Vergennes para que
la inspeccionara, usando a Baudouin como el intermediario de su correspondencia secreta. Vergennes luego se declaró
satisfecho con lo que vio, así que probablemente el gobierno francés envió dinero para pagar por su supresión. Los detalles de
este asunto son oscuros, porque gran parte de él se arregló en una reunión entre Baudouin y Vergennes en Versalles. También
lo discutieron en su correspondencia, que está llena de referencias en clave: se refieren a Goesman como “Mr. Smith” y a los
libelos como chevaux por comprarse en Ostend. La correspondencia entre Baudouin y Vergennes, intercalada con los informes
de Goesman, incluye una docena de cartas escritas durante las dos primeras semanas de enero de 1783. Según he podido
concluir, las Réflexions politiques nunca aparecieron impresas.
6
Lenoir a Vergennes, 24 de febrero de 1783, AE, ms. 541.
7
Vergennes a Lenoir, 25 de febrero de 1783, y Vergennes a Moustier, 26 de febrero de 1783, AE, ms. 541.
8
Goesman a Vergennes, sin fecha, pero claramente de finales de febrero de 1783, AE, ms. 541. Goesman expresó los
mismos sentimientos en otras cartas, en particular en las del 7 y el 12 de marzo de 1783, AE, ms. 541. En la primera insisitía: “Il
ne saurait être indifférent de s’exposer de laisser aller à la postérité des estampes qui tendent à déshonorer une reine, à
vilipender son auguste époux, et à exciter le ressentiment dans un prince à peine né. C’est que d’après ce que j’ai aperçu, ceci
tient à une intrigue de cour, et si je suis autorisé à faire des propositions, je la dévoilerai” [“No podría resultarnos indiferente
exponernos a que se permita legar a la posteridad unas estampas cuyo propósito es deshonrar a una reina, vilipendiar a su
augusto esposo y provocar el resentimiento en un príncipe recién nacido. Por lo que he percibido, esto apunta a una intriga
cortesana, y si se me autoriza a hacer propuestas podré ponerla al descubierto”], En la segunda, subraya nuevamente el peligro
de una conspiración en Versalles, aunque no explicitaba su potencial amenaza a Vergennes, y pide un pago raudo de su
“pensión”: “Elle me servira à gagner Boissière de manière que je sois sûrement instruit de tous les pas qui se feront dans la
négociation actuelle, à même d’en éclairer et arrêter la conclusion, et de par-venir ainsi à soustraire à la publicité un libelle que
la méchanceté présente et future ne manquerait pas d’acueillir. De veiller et de travailler à la gloire de mes maîtres, est le
meilleur usage que je puisse faire du revenu, quoique modique, que je tiens d’eux” [“Ella me permitirá ganarme a Boissière de
tal manera que se me tenga con cabal certeza al tanto de todos los pasos que han de darse en la negociación actual, e incluso
me ayudará a despejar el asunto e impedir que llegue a término, con lo que se evitará que salga a la luz un libelo al que la
ruindad presente y futura no dejaría de darle una buena acogida. Velar y trabajar por la gloria de mis amos es el mejor empleo
que puedo darle a la retribución que recibo de ellos, por módica que sea”].
9
Para las instrucciones de Lenoir, véase Manuel, La Police de Paris dévoilée, op., cit., vol. 1, p. 241. Este texto, con los
otros documentos impresos en La Police de Paris dévoilée, parece confiable. Aunque no está preservado en los archivos del
Ministerio del Exterior, en La Police de Paris dévoilée aparece seguido de una carta de Moustier a Vergennes del 16 de
marzo de 1783, AE, ms. 541, que corresponde exactamente con la copia preservada en los archivos del Ministerio del Exterior.
Otros documentos en ambas fuentes son también idénticos. Algunos aparecen en La Police de Paris dévoilée y no en los
archivos del Ministerio del Exterior porque Manuel tuvo acceso a los archivos policiales, de los que los originales han
desaparecido. Hay más detalles sobre la extorsión a la duquesa de Bouillon en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit.,
vol. 1, p. 254, y en un memorando legal preparado para Moustier por Edward Bancroft, un abogado inglés, incluido en un envío
de Moustier a Vergennes, 18 de abril de 1783, AE, ms. 542.
10
Moustier a Vergennes, 16 de marzo de 1783, AE, ms. 541.
11
Véase especialmente, Moustier a Vergennes, 17 y 19 de marzo de 1783, AE, ms. 541; Moustier a Vergennes, 6 de mayo
de 1783, AE, ms. 542, y Adhémar a Vergennes, 4 de octubre de 1783, AE, ms. 545.
12
Moustier a Vergennes, 19 de marzo de 1783, AE, ms. 541: “Le nommé Thurne paraît jouer les deux partis” [“El mentado
Thurne parece estar jugando para ambos bandos”].
13
Véase especialmente Moustier a Vergennes, 23 de marzo de 1783 (dos cartas enviadas en la misma fecha) y 31 de marzo
de 1783, AE, ms. 541, y Vergennes a Adhémar, 4 de julio de 1783, AE, ms. 543.
14
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, p. 259.
15
Los informes de Receveur eran enviados directamente a Lenoir, así que no aparecen en los archivos del Ministerio de
Asuntos Exteriores, pero Manuel los halló en los archivos de la policía y publicó varios de ellos en ibid., vol. 2, pp. 231-269.
16
Moustier adjuntó la copia de un boletín, que se reproduce en el capítulo II, en una carta a Vergennes del 11 de abril de
1783, AE, ms. 542. También incluyó una traducción y anotaba que el boletín lo comprometía a él y a Receveur, ya que la
referencia a Duke Street podía ser interpretada como la embajada francesa. Se sentía especialmente horrorizado por el hecho
de que “les ouvrages abominables que cette race infernale a enfantés y sont annoncés avec l’impudence la plus affectée” [“las
obras abominables que ha dado a luz esta raza infernal son anunciadas allí con la impudicia más afectada”].
2
17
Adhémar a Vergennes, 12 de junio de 1783, AE, ms. 542.
Moustier a Vergennes, 22 de marzo de 1783, AE, ms. 541, que incluye la traducción de una carta de Barrington.
19
Moustier incluyó el extenso memorando en un envío a Vergennes del 7 de abril de 1783, AE, ms. 541.
20
Moustier a Vergennes, 18 de abril de 1783, AE, ms. 542.
21
Memorando sin fecha ni título escrito por Morande, aparentemente incluido en el envío de Moustier a Vergennes del 18 de
abril de 1783, AE, ms. 542. Morande cita algunas acusaciones exitosas por difamación que involucraban a Wilkes como
acusado y a Burke como demandante.
22
Goesman incluyó una copia de este memorando sin fecha en el largo relato de su misión que envió a Vergennes el 6 de
septiembre de 1783, AE, ms. 544.
23
Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouill-n: Lettre de milord comte de ****** à milord ****** au sujet des
récréations de M. de C-stri-s ou de la danse de l’ours; anecdote singulière d’un cocher qui s’est pendu à l’Hôtel
Bouill-n, le 31 de décembre 1778 à l’occasion de la danse de l’ours, 1783, pp. 84-85.
24
Sobre esta compleja discusión acerca de la estrategia, véase en particular Lenoir a Vergennes, 1 y 7 de abril de 1783, AE,
ms. 541; Moustier a Vergennes, 18 de abril de 1783, AE, ms. 542, y Lenoir a Vergennes, 17 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
25
A este respecto, la obra de Sir Lewis Namier sigue siendo la autoridad, a pesar de los argumentos convincentes en contra
de ella hechos por John Brewer. Véase Namier, The Structure of Politics at the Accession of George III, 2a ed., Londres,
1957, y Brewer, Party Ideology and Popular Politics…, op. cit.
26
El texto estaba incluido en el envío de Moustier a Vergennes del 21 de abril de 1783, AE, ms. 542. Otra copia, fechada el
6 de mayo de 1783, AE, ms. 542, aparece en los archivos acompañada de una carta de Vergennes a Lenoir de la misma fecha.
27
Moustier a Vergennes, 6 de mayo de 1783, AE, ms. 542,
28
Adhémar a Vergennes, 27 de octubre de 1783, AE, ms. 545. Véanse también Adhémar a Vergennes, 4 de octubre de
1783, y Vergennes a Adhémar, 16 de octubre de 1783, AE, ms. 545.
29
Memorando a Lenoir escrito por Receveur, 4 de junio de 1783, AE, ms. 542. El memorando también menciona una obra
final, que escribía entonces un expatriado que no estaba relacionado con los libelistas: “Un ouvrage intitulé Les Rois de France
jugés au tribunal de la raison avec gravures, qui se fait par le moine dom Louis, évadé de l’abbaye de Saint Denis il y a 18
mois. Cet ouvrage est protégé par Milady Spencer, mais il n’est pas encore question de le vendre” [“Una obra intitulada Les
Rois de France jugés au tribunal de la raison, con grabados, realizada por el monje dom Louis, quien se fugó de la Abadía
de Saint Denis hace 18 meses. Esta obra está bajo la protección de Milady Spencer, pero no se trata aún de venderla”].
30
Moustier a Vergennes, 23 de marzo de 1783, AE, ms. 541.
31
Por ejemplo, en su carta a Vergennes del 23 de marzo de 1783, AE, ms. 541, Moustier informó: “Je joindrai la brochure en
question à cette lettre. Elle est presq’aussi courte qu’elle est mauvaise, heureusement. Le libraire [Boissière] voudrait qu’on la
‘r’habillât’, qu’on lui donnât plus de ‘piquant’” [“Anexo el folleto en cuestión [probablemente La Naissance du dauphin
dévoilée] a esta carta. Felizmente, éste es casi tan breve como malo. El librero quisiera que se la ‘re-vistiera’, que se le diera
un sabor más picante”]. Y en una carta a Vergennes del 11 de abril de 1783, AE, ms. 542, que probablemente se refiere a La
Naissance du dauphin dévoilée, apunta cómo los libelistas reelaboraban materiales viejos en publicaciones nuevas: “Vous en
avez en ce moment, Monseigneur, un exemple frappant. On a supprimé ici des estampes contre la reine; on a étouffé ailleurs un
ouvrage horrible contre Sa Majesté. Ne faut-il pas encore employer l’argent pour supprimer un ouvrage qui doit réunir l’un et
l’autre de ces infâmes et exécrables projets? Enfin il n’est que trop vrai que Goesman a vu les estampes en question, ainsi que
l’ouvrage auquel elles doivent être jointes, et que c’est de l’argent que l’on veut pour les supprimer” [“Tiene usted en este
momento, mi Señor, un ejemplo sobrecogedor de ello. Se suprimieron aquí estampas dirigidas contra la reina; se ha sofocado en
otra parte una obra horrible que atenta contra Su Majestad. ¿No falta aún usar dinero para suprimir una obra que habrá de
reunir estos dos proyectos infames y execrables? Al fin y al cabo, no es sino la pura verdad que Goesman ha visto las estampas
en cuestión, así como la obra a la que éstas deben ser incorporadas, y que es dinero lo que hace falta para suprimirlas”].
32
Vergennes a Adhémar, 16 de octubre de 1783, AE, ms. 545.
33
Vergennes a Moustier, 9 de abril de 1783, AE, ms. 541. En un memorando fechado el 23 de abril de 1783, AE, ms. 542,
Vergennes apuntaba que él había aprobado una carta de crédito por 400 luises para apoyar la misión de Receveur.
34
Lenoir a Vergennes, 21 de abril de 1783, AE, ms. 542.
35
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 136-137. Este relato corresponde a la versión en Le Diable
dans un bénitier…, op. cit. [1783], p. 119, que dice que Les Petits Soupers salió a la venta después de que su autor se negó a
aceptar una oferta de 150 luises y se esperó a recibir 175.
36
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, p. 251. En una carta a Vergennes del 16 de marzo de 1783, AE,
ms. 541, Moustier informó que Les Petits Soupers recién se había publicado: “On dit qu’elle est écrite dans le plus mauvais ton
et qu’elle est désagréable à lire. Je le crois facilement d’après le prospectus qu’on m’avait adressé et que j’avais jeté au feu”
[“Se dice que está escrita en el tono más malevolente y que es desagradable de leer. Lo creo con facilidad a juzgar por el
prospecto que me han remitido y que he tirado al fuego”]. Debe haberse referido a una segunda edición. Una copia de Les
Petits Soupers en la Bibliothèque municipale de Rouen contenía una nota preliminar que explicaba que era una segunda
edición, ya que la policía había confiscado un cargamento con la primera edición (probablemente toda la edición) en un almacén
18
en las afueras de París. Esta copia tiene la falsa dirección: “Bouillon, 1783”, y termina en la página 93 con una nota que dice
que el texto escrito había sido terminado el 30 de mayo de 1782. No he logrado localizar copias de la primera edición.
37
“Compte rendu à son excellence Monsieur le comte d’Adhémar, ambassadeur de Sa Majesté Très Chrétienne en
Angleterre”, fechada el 22 de mayo de 1783, AE, ms. 542, escrita por Receveur para Lenoir y entregada a Adhémar. En una
carta a Vergennes del 9 de mayo de 1783, AE, ms. 542, Goesman informó que Boissière le había dicho que el manuscrito de La
Naissance du dauphin todavía estaba en su poder, que le daría una sinopsis de Les Passe-temps d’Antoinette y de Les
Amours du vizir de Vergennes y que quería vender los tres libelos como un paquete.
38
Goesman a Vergennes, 9 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
39
Vergennes dejó en claro en una carta a Adhémar del 16 de octubre de 1783, AE, ms. 545, que el gobierno nunca compró
ninguno de los libelos que persiguió Receveur. En el informe de su misión que Receveur escribió en Londres el 22 de mayo de
1783, AE, ms. 542, discute la posibilidad de demandar a Boissière y usar evidencia de Goesman “sur la proposition de lui vendre
les horreurs dont lui sieur Goesman a donné avis, qui sont La Naissance du dauphin dévoilée et les amusements de la reine
représentés en quatre planches avec des notes analogues les plus obscènes et des couplets de noëls que intéressent l’honneur
du roi, de la reine, de M. de Coigny, et de Madame de Polignac, adaptés á des figures plus mordantes et plus saillantes (ce sont
les termes du sieur Goesman) que celles des Amours de Charlot et d’Antoinette, sur la proposition aussi de lui procurer la
vente de deux autres libelles faits á ce qu’il lui a dit, et le fait est vrai, par l’auteur des Petits Soupers de l’hôtel de Bouillon,
intitulés Les Passe-temps d’Antoinette avec figures et Les Amours du vizir de Vergennes” [“sobre la propuesta de venderle
las abominaciones sobre las que dio aviso el señor Goesman, que son La Naissance du dauphin dévoilée et les amusements
de la reine [El develado nacimiento del delfín y los divertimentos de la reina], representados en cuatro placas con notas
análogas de lo más obscenas y estrofas de villancicos que comprometen el honor del rey, de la reina, del Sr. de Coigny y de la
Sra. de Polignac, y adaptados en figuras de lo más mordaces y notorias (tales son los términos del señor Goesman) que Amours
de Charlot et d’Antoinette, sobre la propuesta de también facilitarle la venta de otros dos libelos elaborados para lo que
mencionó y que es cierto, por el autor de Petits Soupers de l’hôtel de Bouillon, titulados Les Passe-temps d’Antoinette con
ilustraciones y Les Amours du vizir de Vergennes”].
40
Véase Lenoir a Vergennes, 4 de mayo de 1783, y Vergennes a Lenoir, 6 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
41
Goesman, “Mémoire concernant les libelles”, fechada el 9 de mayo de 1783, AE, ms. 542, y Goesman a Vergennes, 12 y
13 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
42
Receveur, “Compte rendu à son excellence Monsieur le comte d’Adhémar, ambassadeur de Sa Majesté Très Chrétienne
en Angleterre”, fechado el 22 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
43
Adhémar a Vergennes, 12 de junio de 1783, AE, ms. 542.
44
Adhémar a Vergennes, 27 de mayo de 1783, AE, ms. 542. A Adhémar le parecía particularmente reprobable que
Receveur hubiera regresado “sans avoir rempli l’objet de sa mission, mais non sans avoir pris bien des peines et sans avoir
compromis le gouvernement par des traits, des offices, des promesses, et toutes sortes de démarches qui n’ont abouti qu’à
relever l’insolence d’un tas de drôles qui se sont moqués de l’agent de la police” [“sin haber cumplido con el objeto de su
misión, aunque no sin haber realizado una buena cantidad de esfuerzos ni sin haber puesto en entredicho al gobierno mediante
una serie de gestos, oficios, promesas y toda clase de gestiones que no han logrado sino poner de relieve la insolencia de un
montón de tipos estrafalarios que se han mofado del agente policiaco”].
45
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, p. 255.
46
Vergennes a Adhémar, 25 de junio de 1783, AE, ms. 543.
47
Las actividades de Goesman una vez que regresó a Francia pueden seguirse mediante una larga serie de sus cartas en el
verano de 1783: AE, mss. 544, 545. Véase también la evaluación que hizo Adhémar de él en los envíos de Adhémar a
Vergennes del 15 y el 25 de junio de 1783, AE, mss. 542, 543.
48
Adhémar a Vergennes, 15 de junio de 1783, AE, ms. 542.
XIII. CELADA
TODAS las fuentes están de acuerdo: Anne-Gédéon Lafitte, marqués de Pelleport, era un
canalla. Era un mal bicho, un sinvergüenza, un perverso y completo malviviente, y un escritor
muy talentoso. Pero ¿quién puede juzgar el carácter de alguien a más de dos siglos de
distancia? Quizá lo mejor sea abandonar cualquier intento de adentrarse en su alma y citar su
expediente en los archivos de la policía:
Es el hijo de un caballero cercano a Monsieur [el hermano del rey, el conde de Provence]… Fue expulsado de dos
regimientos, Beauce e Isle-de-France, en los que sirvió en la India. A petición de su familia fue encarcelado cuatro
o cinco veces por orden del rey debido a atrocidades deshonrosas. Se casó en Suiza, donde vagó por cerca de dos
años… Se graduó de la École Militaire; no es su mejor producto. Tiene dos hermanos que se educaron ahí también
y que, como él, han sido deshonrosamente dados de baja de los regimientos en los que servían.1
En pocas palabras, Pelleport era un déclassé. Nacido en una familia aristocrática, se había
metido en las filas de los libelistas después de hacer una carrera fracasada en el ejército y de
tener una conducta suficientemente deshonrosa como para haber sido encarcelado por petición
de sus padres.
Algunos materiales recopilados de otras fuentes completan este cuadro.2 De acuerdo con
los informes de policía resumidos en La Bastille dévoilée y las memorias de su amigo cercano
Jacques Pierre Brissot, Pelleport nació en Stenay, un pequeño pueblo cerca de Verdún, en
1754. Aunque su familia pertenecía a la vieja aristocracia de la espada, tenía muy poco dinero
y lo poco que esperaba heredar desapareció después de que murió su madre y su padre se
volvió a casar con la viuda de un hostalero local, quien no quería tener nada que ver con su
hijastro itinerante. Los primeros viajes de Pelleport lo llevaron a Mauritania y quizá a
Pondicherry con dos regimientos de tropas asignadas a la protección de los enclaves franceses
en la India. Exactamente cuándo y por qué fue dado de baja con deshonor no puede decirse con
certeza, pero para mediados de la década de 1770 ya era estudiante en la École Militaire de
París. Como muchos otros jóvenes de provincia, incluido Brissot, a quien conoció en esta
época, sucumbió al atractivo mundo de las letras. El culto al escritor —el philosophe
militante y el novelista que podían conmover a millones con un trazo de su pluma— llegó a su
punto más alto en 1778, cuando murieron Voltaire y Rousseau en la cumbre de su fama. En
1779 Pelleport dejó París, abandonó el prospecto de seguir una carrera militar y se dirigió
hacia la Suiza de Voltaire y Rousseau, donde esperaba encontrar empleo en alguna de las casas
editoras que habían publicado las obras de estos dos. Viajó a Génova, Yverdon y Neuchâtel,
pero lo único que logró fue seducir a la ayuda de cámara de la esposa de Pierre-Alexandre
DuPeyrou, el protector suizo de Rousseau. Finalmente se casaron y se mudaron a Le Locle, un
pueblo en la montaña de Jura. Pelleport trabajó ahí durante dos años como tutor en la casa de
un manufacturero, y su esposa le dio dos hijos. Abandonó a su familia en algún momento de
1782. Hacia 1783, después de un breve periodo de empleo en La Haya, estaba en Londres,
donde vivía de manera miserable trabajando como tutor, periodista, autor de libelos y
aprendiz de extorsionador.
Es imposible conocer las huellas que dejó esta experiencia en la vida interior de
Pelleport, pero pueden conjeturarse a partir de una novela autobiográfica, Les Bohémiens, que
publicó en 1790 y que describe cada fase de su propia carrera. Aparece en la narrativa como
un joven con noble pedigrí y con los bolsillos vacíos. Esperando capitalizar el peso de su
nombre, busca a un amigo de la familia en Versalles, pero descubre que es imposible entrar en
ese mundo de patronazgo y privilegio. Desencantado con el sistema, y con su intento de
explotarlo, decide convertirse en un aventurero.
Un rayo del sol de la justicia penetró en mi corazón, hizo que la libertad dentro de él floreciera… y las cadenas de
la sociedad se derrumbaron a mis pies. Le dije adiós a la fortuna y comencé a existir… Me dije que recorrería la
tierra, y las barreras de la servidumbre me abrieron paso. En vano el déspota y sus guardias vigilan los límites de su
imperio. Me escapé como un castor de un cazador.3
¿Dónde halló Pelleport su inspiración? De un errante como él: Jean-Jacques Rousseau: “Y
tú que osaste desear que se restableciera la igualdad en la tierra, virtuoso ciudadano de la
odiosa Ginebra, tú que te atreviste a exhibir ante los hombres el secreto de sus tiranos, recibe
el incienso que he de quemar en tu altar, y desde lo alto del empíreo dirige mis pasos y mis
sentimientos”.4
Claro que las invocaciones a Rousseau aparecen por todos lados durante el final del siglo
XVIII, y Pelleport refrenó sus arranques retóricos en las siguientes secciones de la novela, que
son descaradamente obscenas. Pero hay una nota de autenticidad en su rezo a Jean-Jacques. El
rousseauneanismo del siglo XVIII era un fenómeno complicado. Era atractivo tanto para los
aristócratas como para los oscuros provincianos, y era lo suficientemente amplio y hondo
como para inspirar introspección en un libelista que estaba tratando de entender su lugar en el
mundo.
Pelleport mencionó otras fuentes de inspiración en su bildungsroman: Don Quijote, el
libro que le abrió los ojos a las glorias de la literatura, seguido de Ovidio, Virgilio y Horacio.
El héroe de su novela, una obvia versión ficticia de Pelleport, disfrutó de una infancia feliz en
Stenay hasta que murió su madre; su malvada madrastra tomó el control de la casa y él fue
enviado a la escuela. Ahí aprendió a amar los clásicos, gracias a un abate con quien entabló
amistad y le enseñó la literatura antigua en un espíritu de paganismo puro. Esa experiencia
también se convirtió en una lección acerca de la libertad y la literatura, porque los colegas
celosos denunciaron al abate ante el director de la escuela por difundir ideas poco ortodoxas
acerca de los romanos revolucionarios. (Según Pelleport, convencieron al director, un
ignorante, de que Bruto y Casio eran “rebeldes que conspiraron contra el rey en alguna
buhardilla parisina”.)5 El abate fue cesado, y al partir le dejó a su estudiante favorito unos
cuantos libros en latín como regalo de despedida. Poco tiempo después, el héroe de la novela
está también en el camino, errando de un regimiento a otro, apostado por un tiempo en la India,
y luego de vuelta en la École militaire; después inicia trabajos en Suiza y arriba a Londres en
compañía de otros bohemios como Morande, Brissot y los periodistas de Courier de
l’Europe. Cada parada en este itinerario de ficción corresponde a una etapa de la vida de
Pelleport. Y la manera en la que todo fue asimilado queda sugerida por el tono de la narrativa,
que oscila de la sátira y la obscenidad a arrebatadas denuncias de las injusticias sociales y
pasajes de poesía lírica. El principal libelista de Londres era un gran talento literario. Pero
¿qué escribía exactamente?
Pelleport aparece de manera gradual en la mira de los policías parisinos mientras
intentaban rastrear la publicación de libelos. Al principio no podían ver más allá de la librería
de Boissière y el torbellino de títulos que éste anunciaba. Sin embargo, con el paso del tiempo
comenzaron a sospechar que Pelleport tenía metida la mano en casi todo lo que produjeron los
expatriados franceses durante los primeros años de la década de 1780.6 Es difícil determinar
hasta dónde llegaron sus publicaciones porque nunca le puso su nombre a nada. Es más,
plagiaba descaradamente o juntaba textos de muchas fuentes, como era práctica común entre
libelistas, y para atribuirle obras uno debe recurrir en parte al reconocimiento de ciertos
detalles peculiares de su estilo: una tendencia a interrumpir pasajes narrativos con largas
digresiones, a distribuir pequeños retazos de poesía y diálogos a lo largo de su prosa y a
salirse de la voz en tercera persona a la manera de Laurence Sterne para dirigirse al lector
desde la primera persona. Al considerar toda la evidencia disponible, parece seguro que
escribió Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon y Le Diable dans un bénitier;
puede haber escrito Les Amours de Charlot et Toinette, y probablemente escribió La
Naissance du dauphin dévoilée, y por lo menos trazó esquemas para su continuación, Les
Passe-temps d’Antoinette, Les Rois de France régénérés par les princesses de la maison
d’Autriche y Les Amours du vizir de Vergennes, aunque es posible que nunca hayan sido
publicadas. Al contrario que el biógrafo de Morande, creo que Pelleport, y no Morande,
escribió La Gazette noire par un homme qui n’est pas blanc (1784), aunque de hecho
probablemente compuso sólo las primeras 48 páginas y tomó lo demás de otros libelos.7
También escribió todo o casi todo un libelo similar, Le Chroniqueur désoeuvré, ou l’espion
du boulevard du Temple (1783), en el que ofrece una pista sobre su autoría.8 Publicó un
pequeño volumen de poesía satírica, Le Boulevard des Chartreux (1779). Tradujo Letters on
Political Liberty (1782), un tratado radical del filósofo inglés David Williams. Y culminó su
obra con una novela en dos volúmenes, Les Bohémiens (1790).
Afortunadamente, las atribuciones implican algo más que sólo suposiciones, porque
Pelleport incluía muchas referencias autobiográficas en sus textos. Les Bohémiens es una
autobiografía disfrazada de historia picaresca, y muchos de sus detalles pueden ser
confirmados por otras evidencias, incluidos los documentos en la Bastilla.9 La transcripción
del interrogatorio de Pelleport en la Bastilla después de su arresto en 1784 ha desaparecido,
pero el interrogatorio de Brissot sobrevive y contiene muchas claves de la actividad de
Pelleport en Londres. Después de haber sido arrestado por colaborar con Pelleport, Brissot
convenció a la policía de que él no había contribuido en ninguna de las obras de Pelleport, y
dio información acerca de otros textos que habían escapado de la atención de sus agentes en
Londres. Incluían Compte rendu au peuple anglais de ce qui se passe chez la nation
française, contenant toutes les anecdotes secrètes et scandaleuses de la cour de France et
de ses ministres, un libelo que Pelleport supuestamente escribió, publicó y le entregó a un
librero clandestino en Bar-le-Duc; Le Diable dans un ballon, una traducción de un libelo
inglés, y Lettres sur la liberté politique, la traducción del tratado político de David Williams.
De éstas, sólo sobrevivió Lettres sur la liberté politique. La policía confiscó una copia y se
horrorizó al ver que estaba “llena de sarcasmo y de insultos en contra del gobierno francés”.10
Los pasajes ofensivos estaban todos en las extensas notas, que Pelleport añadió al texto y que
contenían las características referencias a su vida, así como imprecaciones en contra del
despotismo político y la inequidad social en Francia.11 Brissot también dijo a la policía que
Pelleport había comenzado a traducir la radical History of England en ocho volúmenes de
Catharine Macaulay, pero abandonó la empresa. Ocho volúmenes puede haber sido demasiado
para Pelleport, pero su intención de traducir una obra de este tipo muestra que no se limitaba a
la literatura de chismes y escándalos. Estaba interesado en historia y teoría política y produjo
una obra considerable, mucha de la cual está oculta o perdida.
La policía descubrió sólo una pequeña parte. De hecho, cuando inició sus investigaciones
acerca de los libelistas en Londres se concentró en otros sospechosos y apenas si puso
atención a Pelleport. Él se le colocó en medio de sus trabajos detectivescos con una carta
dirigida a Vergennes y entregada en la embajada francesa; iniciaba con un poco de prosa
florida.
Little Chelsea
12 de abril de 1783
Mi Señor,
Al despedirme de mi patria no he dejado atrás mi corazón francés ni el apego sincero a la Familia Real que es como si
fuera innato a todo caballero… Ha surgido la ocasión para mí de dar testimonio de mi apego al rey, mi amo, y a todo lo que
a él concierne, y ávido la tomo.
Pelleport siguió explicando que se había enterado de la misión de Receveur para hacer
desaparecer los horribles libelos que manchaban el honor del rey. Sucedía que por casualidad
él había conocido al autor de un folletín particularmente execrable titulado Les Passe-temps
d’Antoinette y también Les Rois de France régénérés par les princesses de la maison
d’Autriche. Si Vergennes prometía mantener todo en secreto, él podía ayudar a Receveur a
llegar a un acuerdo con su autor. Claro que Pelleport no entraría en negociaciones con tan
miserable “sinvergüenza” (el “sinvergüenza”, obviamente, era el propio Pelleport) y no
aceptaría ni un centavo por sus servicios. Simplemente quería cumplir con su deber y dejar las
cosas en manos de Receveur. En cuanto a los libelistas en general, le aconsejaba al gobierno
tratarlos con desdén. Comprarles su silencio sólo los incentivaría a producir más atrocidades:
“Si das pan a los perros, éstos regresarán a tu puerta. Si les das unas prontas patadas, nunca
regresarán. Pero es difícil dar patadas en este país”.12
¿Cómo entender esta epístola? ¿Era Pelleport un caballero genuino que ofrecía sus
servicios a su rey? ¿Un excéntrico que intentaba involucrarse en una intriga? ¿Un aventurero
que esperaba unirse a la misión de Receveur para hacerse de un poco del dinero que salpicaba
por todos lados? ¿O incluso el autor de los libelos que proponía contribuir a erradicar? La
correspondencia entre Londres y Versalles muestra a las autoridades francesas intentando
descifrar el sentido de este extraño personaje que prometía resolver sus problemas y que
firmaba al final de su carta con una floritura como Lafitte de Pelleport.13
Después de enviar la carta a Vergennes, Moustier tuvo conocimiento de que Pelleport
también había enviado cartas al vizconde de Polignac en Suiza y a la duquesa de Polignac en
Versalles, en las que prometía suprimir los libelos, pero en esta ocasión a cambio de dinero.
Le parecía a Moustier, entonces, que Pelleport había escrito los libelos, probablemente con
ayuda de uno de sus amigos: “el señor Brissot de Warville, personaje sospechoso”.14 Sin
embargo Vergennes consideraba que valía la pena tomar la oferta de Pelleport, aunque con
mucha precaución. Instruyó a Moustier para que cooperara con Pelleport y le prometiera un
pasaje seguro de regreso a Francia —donde sería protegido de sus parientes, quienes todavía
deseaban encarcelarlo por medio de una carta con el sello real— si tenía éxito haciendo
desaparecer los libelos.15 Por su parte, Lenoir aconsejaba no confiar ni mínimamente en
Pelleport, pero le daba a Brissot todo el beneficio de la duda.16 Y Goesman también dio su
opinión. Preocupado sin duda por el aparente surgimiento de un nuevo rival en su lucha por
hacerse cargo de las negociaciones con los libelistas, descartaba la iniciativa de Pelleport por
considerarla un intento de incluirse en el tumulto general en busca de dinero e influencia en el
Ministerio del Exterior.17
En tanto que estos diagnósticos contrastantes circulaban en el Ministerio de Asuntos
Exteriores, Receveur hizo contacto con Pelleport. Batallaron durante dos semanas por los
detalles de la supresión de Les Passe-temps d’Antoinette, y finalmente discutieron precios.
Pelleport prometió que podía lograrlo por 700 luises. Receveur se negó a darle el dinero hasta
que no recibiera una copia del manuscrito, las pruebas y las placas de cobre para las
ilustraciones. Pelleport respondió con tantas maniobras truculentas que Receveur concluyó que
no estaba tratando con alguien de buena fe, al contrario de Boissière, un intermediario
confiable, si acaso corrupto. Receveur entonces se enfocó de nuevo en el librero, intentando
convencerlo de negociar. Es difícil definir el papel que Boissière jugó en este punto.
Probablemente había negociado a nombre de Pelleport en el pasado, pero declinó hacerlo
ahora porque lo consideraba demasiado peligroso. Hacer negocios con el secuaz más
peligroso de la policía de París era exponerse al secuestro o a ser asesinado. Cualquiera que
haya sido su razón, Boissière se negó a cooperar y Receveur terminó tan disgustado con todo
el asunto que abandonó Inglaterra sin haber comprado ningún libelo.18
La desaparición de Receveur, seguida de la de Goesman, dejó a Pelleport sin blancos para
sus extorsiones. Respondió publicando el libelo cumbre de su carrera, Le Diable dans un
bénitier, en el que acuchillaba a todos en el campo enemigo: principalmente a Receveur y
Morande, pero también a sus tenientes, Goudar y Humber, a sus superiores, Moustier y
Castries, y al eslabón más alto en la cadena de mando, Vergennes, a quien describía como el
principal impulsor de un gobierno increíblemente despótico. Le Diable dans un bénitier no
escondía la autoría de Pelleport y lo hacía ver como un jugador que había tirado todas las
fichas del tablero en un arranque de ira cuando estaba a punto de perder.19 Sin duda había
perdido de manera tan evidente como Receveur. En el caso de Les Petits Soupers et les nuits
de l’Hôtel Bouillon, había echado a perder la oportunidad de una extorsión exitosa al publicar
el libro antes de acordar los términos de su supresión. Y en el caso de Les Passe-temps
d’Antoinette, no había logrado hacer avanzar las negociaciones. Sin embargo, Receveur había
llegado con cientos de luises de oro para comprar los libelos. La conclusión era obvia:
Pelleport no tenía talento para la extorsión al contrario de Morande, quien sabía cómo cobrar
los chantajes y cambiar de bando en el momento adecuado. Pero Pelleport sabía escribir. En
tanto que era un libelo acerca del arte de hacer libelos, Le Diable era una hazaña: gracioso,
despiadado y apasionado en su denuncia del Estado policiaco francés.
Leído con la correspondencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores como trasfondo, Le
Diable dans un bénitier de pronto cobra vida, o asume una vivacidad que se les habría
escapado a los lectores desinformados del siglo XVIII. Gran parte del libro debe haberles
parecido impenetrable. Pelleport llenó el libro de alusiones, digresiones y bromas privadas
que sólo podían ser entendidas por quienes sabían moverse en el mundo de los libelistas en
Londres.20 Pero cada detalle —aparte de algunos de los diálogos que claramente son
inventados y algunas exageraciones en las descripciones de Receveur y Morande—
corresponde exactamente con el material incluido en los reportes entre Versalles y Londres.
Pelleport revela la propuesta secreta de Morande para reorganizar a la policía de Londres, las
consultas secretas de Moustier con los abogados londinenses, el plan de llevar a la ayuda de
cámara de la duquesa de Bouillon a Londres y la colaboración tras bambalinas de Goesman
con Boissière. Incluye también una referencia al robo de la caja de rapé de Receveur. Si se la
considera como una versión inicial de lo que ahora se conoce como reportaje de
investigación, Le Diable es un logro impresionante. Expone de manera precisa un gran
operativo de la policía secreta de París, un despliegue que mostraba cuánto poder concentraba
y ejercía a lo largo de todo el sistema de gobierno.
Más aún, el libro puede ser leído como una roman à clef. Como ya se explicó, los nombres
de los personajes están ocultos de tal manera que adivinarlos es un reto para los lectores, y las
suposiciones de un(a) lector(a) del siglo XVIII aparecen en notas al final de una copia del
libro. Él o ella no tuvo dificultad para identificar a los personajes principales —Morande,
Receveur, Moustier, Vergennes, Lenoir y Boissière—, pero falló en el caso de otros. Goesman
aparece en las notas como “Guichen”, el Gazetier cuirassé inexplicablemente como
“Beaumarchais”. El error más intrigante de todos tiene que ver con un personaje identificado
como “M. de la Fare”. Éste aparece en el texto como “M. de la F….” y también como “M. de
la F—e”.21 En los libros del siglo XVIII el número de puntos después de la primera letra en un
nombre semioculto a menudo corresponde al número de letras que el nombre contiene. En este
caso, el nombre de cinco letras que inicia con F y termina con e debe ser Fitte; una referencia
a La Fitte (o Lafitte, como a veces aparecía) de Pelleport. Esto es, Pelleport se incluyó a sí
mismo en el texto.
Tenía que hacerlo para dar una versión completa de la historia. M. de la F…. juega un
papel importante en ella. Le escribe a Vergennes, recibe la aprobación de Vergennes para
lidiar con los libelistas y se incluye en las negociaciones exactamente como lo hizo Pelleport.
También se parece a Pelleport en que es descrito como el hijo acomodado de un caballero con
conexiones en la Corte francesa. Más aún, es el único personaje que inspira compasión en el
libro. Aunque es presentado con un toque de ironía por su comportamiento extravagante, M. de
la F…. se burla de la policía e incluso le da una reprimenda a Moustier. Primero aparece así:
“Pero por una casualidad que resultó fatal para estos honestos caballeros [los agentes secretos
de la policía de París], entró al café M. de la F…., el más grande loco de todos los hombres y
el mayor enemigo de los espías y otros aliados del despotismo. No escondía el horror que le
provocaban estos caballeros”.22 M. de la F…. era insolente, impulsivo, incluso estaba algo
loco (fou).23 En un ardid típico, envió una carta anónima a Lenoir en la que decía que
Receveur había sido arrestado por espionaje y estaba por ser llevado a la horca en Tyburn.
También se burló de Receveur y sus agentes al escribir “Una Alarma”, el boletín que expuso
sus actividades clandestinas.24 Le Diable dans un bénitier sin duda califica como un libelo,
pero también era una trompetilla dirigida a la policía al tiempo que su autor anónimo figuraba
como el héroe que había orquestado tal humillación.
Se puede especular únicamente acerca de los motivos que tenía Pelleport para publicar un
libro como ése. Éstos podían incluir un elemento de despecho (dépit) y el deseo de hacer
dinero explotando el mercado de las revelaciones escandalosas sobre la policía, un tema que
fascinaba a los lectores franceses en esa época gracias al reciente éxito de Mémoire sur la
Bastille de Simon-Nicolas-Henri Linguet, otro expatriado en Londres conocido de Pelleport.25
Pero el texto de Le Diable dans un bénitier apunta hacia otro propósito. Describe a M. de la
F…. como un amigo de un Tercer Hombre o agente confiable (dépositaire) del material
injurioso sobre la reina que Jacquet había reunido. De hecho, sugiere que el propio M. de la
F…. era agente, e indicaba su disposición a utilizar el inventario de anécdotas a su
disposición en su recuento de las negociaciones con Receveur. Para evidenciar que nuevos
libelos estaban a punto de ser publicados cuenta que M. de la F…. transcribió algunos de los
materiales de Jacquet y los mostró a Receveur como prueba de que el anuncio de Les Passetemps d’Antoinette en “Una Alarma” no era un fanfarroneo.26 Este mensaje reforzaba la
conclusión que el libro entero transmitía: los libelistas no habían sido comprados por
Receveur, así que habían acumulado suficiente material inédito acerca de la depravación en
Versalles. Había más por venir, y estaría disponible para los lectores pronto… siempre y
cuando el gobierno francés no enviara otro agente para pagar por suprimirlos.
Independientemente de si Vergennes y su equipo entendieron el guiño de Le Diable dans
un bénitier o no, su publicación los horrorizó. No sólo revelaba las misiones secretas de la
policía, también los hacía ver como unos tontos. Morande estaba furioso, Moustier
horrorizado, Vergennes pasmado, y Adhémar listo para usar la fuerza a fin de secuestrar a
Pelleport.27 Vergennes rechazó esa sugerencia, no porque no estuviera dispuesto a recurrir a la
violencia sino porque temía el efecto que pudiera tener en la opinión pública: “Un secuestro
secreto en una tierra de libertad produciría tal publicidad entre nosotros que lo volvería
impracticable y prevendría el resultado salutífero del ejemplo que estamos buscando hacer”.28
Morande halló a un hombre dispuesto a realizar el trabajo: el barón de Narvan, un veterano
del ejército y famoso buscapleitos que había huido a la colonia expatriada en Londres después
de una serie de incidentes en por lo menos siete regimientos franceses. Pero Adhémar le
ordenó mantenerse lejos de dichas actividades hasta que se les ocurriera un mejor plan.29
Finalmente, lo lograron en la primavera de 1784. Durante el invierno, Pelleport viajó
secretamente a Francia para intentar cobrar su parte de la herencia de su padre muerto al final
de 1783. Pensaba que podría heredar 20 000, y por ello invirtió esa misma cantidad, antes de
haberla cobrado, en champaña. Armó un plan para hacerse rico vendiendo productos de lujo
franceses en una tienda en Londres, la cual abriría junto con Antoine Joseph de Serres de La
Tour, el editor del Courier de l’Europe. Aunque estaba planeando dejar su puesto como
editor, La Tour tenía dudas acerca de la factibilidad de esa empresa y nunca se comprometió
del todo con ella. Pero nada detenía a Pelleport. Con la herencia esperada como crédito, pagó
la champaña con pagarés y pronto un cargamento estaba en camino a Londres. Ya había
llegado a Boulogne-sur-Mer cuando el financiamiento de Pelleport se vino abajo. Su
madrastra había ideado un plan del tipo que pronto se convertiría en la norma en la ficción
balzaquiana. Antes de que su esposo muriera, ella lo había convencido de transferirle sus
bienes a ella y a los hijos que tenían juntos; como consecuencia, Pelleport no tenía nada que
heredar. Tampoco tenía el efectivo para pagar el último tramo del transporte de su champaña.
De hecho, no podía pagar ni siquiera su propio pasaje a través del Canal, para no hablar de
los pagarés. Angustiado, convenció a la suegra de Brissot, la viuda de un comerciante rico de
Boulogne, de que le prestara algo de dinero, y regresó a Londres a inicios de 1784, más
desesperado que nunca por evadir la indigencia.30
En cuanto Pelleport llegó a Londres, se embarcó en una argucia más extravagante todavía.
Decidió producir otro periódico sobre asuntos anglo-estadunidenses, uno que pudiera ocupar
un poco del mercado del Courrier de l’Europe después de que La Tour dejó de ser su editor
en 1784. Pelleport planeaba llamarlo el Mercure d’Angleterre e imprimirlo en Boulogne-surMer, donde había logrado deshacerse de alguna manera de la champaña varada. En la
superficie, era una empresa chiflada, porque las autoridades francesas podían clausurar la
operación en cualquier momento. Por su parte, Samuel Swinton, el director del Courrier de
l’Europe, produjo una edición francesa de su periódico desde una imprenta en Boulogne. Al
contrario de la edición londinense, ésta tenía que pasar por la censura francesa.31 Pero aun así
tuvo mucho éxito, debido a la demanda de información sobre la revolución estadunidense y
sobre la política inglesa en Francia.32 Pelleport esperaba abrevar del mismo mercado editando
el periódico a la distancia segura de Londres, y de alguna manera consiguió (o creía haber
conseguido) la promesa de Swinton de colaborar en la iniciativa. Para establecerse tenía que
hacer un viaje rápido a Boulogne —otra tarea riesgosa pero factible, según los consejos que
recibió de Swinton—. Swinton incluso prometió permitirle a Pelleport usar sus imprentas en
Boulogne, una oferta extraña si se la analiza bien, pero Swinton dijo que él planeaba invertir
en la empresa y hacerla el sustituto de la edición francesa del Courrier.33 Pelleport también
recibió apoyo de otro miembro de la colonia francesa en Londres, un tal Buard de Sennemar,
quien le ofreció acompañarlo a Boulogne. Los dos emprendieron el viaje el 30 de junio de
1784.
El viaje de trabajo resultó ser una emboscada. En cuanto Pelleport puso un pie en
Boulogne la policía lo esposó, y el 11 de julio estaba dentro de una celda en la Bastilla.
Adhémar había coordinado toda la operación desde Londres. El 22 de junio, en una carta
privada a Vergennes, le expresó su confianza de que tendría éxito. Buard era el hombre
perfecto para el trabajo: “Es un hombre muy tranquilo y pérfido, que se ha ganado la confianza
de este autor criminal”.34 La colaboración con Swinton estaba asegurada, y Pelleport no tenía
ni idea de la trampa que le estaban tendiendo. Sólo estaba al tanto de la carnada: su propio
periódico que se publicaría en Boulogne con apoyo de Swinton. El 1° de julio, Adhémar
escribió triunfante que Pelleport y Buard habían levado anclas. Swinton, que quería
congraciarse con los franceses, se había comportado de manera perfecta. Incluso había dado
12 guineas para promover el plan. Morande también prestó un gran servicio. Todos merecían
las recompensas del fondo secreto del Ministerio del Exterior. De hecho, en general era una
buena idea ganarse a esos personajes a través de sobornos: “Es necesario atraer a estas
especies con un poco de dinero y compensarlos, no por el bien que hacen sino por el mal que
dejan de hacer”.
Buard regresó a Londres al inicio de septiembre y rápidamente tramitó su adelanto de 70
guineas de las 150 que Adhémar le había prometido. Adhémar había financiado el viaje con
sus propios fondos, que, le aseguraba a Vergennes, tendría el cuidado de no mencionar en los
informes trimestrales que enviaba a Versalles. Quería compensar a Swinton y mantener a
Buard en la nómina como espía porque éste tenía contactos en el Ministerio del Exterior
británico que estaban listos para dar información por 60 luises al mes.35 Morande cobró 100
luises por su participación en el asunto y se enfocó en una carrera lucrativa, tanto como espía
al servicio de Adhémar como el nuevo editor de Swinton en el Courrier de l’Europe.36
Mientras tanto, Pelleport estaba sentado en la Bastilla intentando hallarle sentido a todo lo que
sucedía.
1
Pierre-Louis Manuel, La Police de Paris dévoilée, París, 1790, vol. 2, p. 235. Este informe probablemente fue escrito por
Receveur o su lugarteniente Ange Goudar durante su investigación de los expatriados franceses en Londres. Presumiblemente,
Receveur lo envió a Lenoir y permaneció en los archivos de la policía hasta que Manuel lo publicó.
2
Pierre-Louis Manuel, La Bastille dévoilée…, París, 1789-1790, vol. 3, pp. 66-71; J.-P. Brissot Mémoires (1754-1793),
Claude Perroud, ed., París, 1910, vol. 1, pp. 303, 318-322, 395-396, y vol. 2, pp. 7-8, y mi edición de la correspondencia de
Brissot con la Société Typographique de Neuchâtel, en la que Pelleport aparece con frecuencia: J.-P. Brissot, His Career and
Correspondence (1779-1787), Oxford, 2001, disponible en la página de internet de la Voltaire Foundation. Hay también
materiales importantes concernientes a Pelleport, diseminados entre los documentos de Brissot en los Archives Nationales,
París, ms. 446, AP 1-24. Finalmente, Pelleport insertó gran cantidad de información autobiográfica, que fácilmente puede
identificarse, en dos de sus publicaciones anónimas: una larga novela, Les Bohémiens, París, 1790, 2 vols., y un poema
picaresco, Le Boulevard des Chartreux, Grenoble, 1779.
3
Pelleport, Les Bohémiens, París, 1790, vol. 1, p. 63.
4
Ibid., vol. 1, p. 64.
5
Ibid., vol. 2, p. 152.
6
En la sección sobre la detención de Pelleport en la Bastilla, Pierre Manuel apuntó: “Les divers interrogatoires qu’on lui a
fait subir pourraient tenir lieu du catalogue de tous les pamphlets qui ont paru depuis six ans. Il était soupçonné de les avoir tous
composés” [“Los diversos interrogatorios que debió soportar podrían servir de catálogo de todos los panfletos aparecidos en los
últimos seis años. Se sospechaba que él los compuso todos”]. Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, p. 66.
7
Paul Robiquet, Théveneau de Morande, op. cit., p. 109. Barbier, Dictionnaire des ouvrages anonymes…, op. cit., vol.
2, columna 526, atribuye La Gazette noire a Morande, pero J.-M. Quérard, Les Supercheries littéraires dévoilées, París,
1874, vol. 2, p. 142, tiende a pensar que fue escrito por Pelleport. El contrato que Morande negoció con Beaumarchais en 1774
lo comprometía a dejar de escribir libelos, y a partir de entonces colaboró con las autoridades francesas. Por ello, parece poco
probable que hubiera escrito numerosos pasajes en La Gazette noire par un homme qui n’est pas blanc; ou oeuvres
posthumes du Gazetier cuirassé (“imprimé à cent lieues de la Bastille, à trois cent lieues des Présides, à cinq cent lieues des
Cordons, à mille lieues de la Sibérie” [“impresa a cien leguas de la Bastilla, a trescientas leguas de los Presidios, a quinientas
leguas de los Cordons, a mil leguas de Siberia”], 1784) que insultaban a Vergennes, Lenoir, Sartine e incluso a Luis XVI
mismo. Muchos pasajes de las primeras 48 páginas del texto, que incluyen denuncias radicales del despotismo francés, tienen
un parecido importante con los de otras obras de Pelleport, y partes del diálogo en las páginas 169-203 se leen como el diálogo
en Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon, con todo y un milord anglais. No creo que Morande haya escrito
diálogos nunca.
8
En el prefacio al segundo volumen de Le Chroniqueur désoeuvré, ou l’espion du boulevard du Temple, Londres, 1783,
p. 6, el autor anónimo juega con el lector ofreciendo pistas acerca de su identidad. No era Mayeur de Saint Paul, escribió, y no
era Poultier d’Elmotte: “Je me fais appeler M. de P et trois étoiles” [“Yo me hago llamar M. de P y tres estrellas”]. Si cada
estrella representara una sílaba, “de P * * *” podría ser “de Pelleport”, si se alarga la pronunciación a Pel-le-port.
9
En dos pasajes claramente autobiográficos de Les Bohémiens, op. cit., vol. 1, pp. 124 y 129, Pelleport se identifica a sí
mismo como el autor de un poema, Le Boulevard des Chartreux. Ese poema, una sátira secular en contra del monasticismo,
fue impreso como un panfleto anónimo de 31 páginas, Le Boulevard des Chartreux, poème chrétien, “à Grenoble, de
l’imprimerie de la Grande Charteuse”, 1779, y una copia ha sobrevivido en la Bibliothèque Municipale de Grenoble, Section
d’Etudes et d’Information, 0.8254 Dauphinois. En el prefacio a su traducción de un tratado radical del filósofo inglés David
Williams, Lettres sur la liberté politique, adressées à un membre de la Chambre des Communes d’Angleterre, sur son
élection au nombre des membres d’une association de comté; traduites de l’anglais en français par le R. P. de RozeCroix, ex-cordelier, 2a ed., Lieja, 1783-1789, Pelleport se describe a sí mismo como “le Révérend Père de Roze-Croix, auteur
du Boulevard des Chartreux et de bien d’autres petits ouvrages en vers” [“El Reverendo Padre de Roze-Croix, autor de
Boulevard des Chartreux y muchas otras obras menores en verso”]. Pelleport también se presenta a sí mismo como “le trèsrévérend père de Rose-Croix” [sic] [“el muy reverendo padre de Rose-Croix” (sic)] en Les Bohémiens, op. cit., vol. 1, p. 110.
Parece haber gustado de jugar con el lector y distribuir pistas sobre su identidad a lo largo de sus obras anónimas.
10
Interrogatorio de Brissot, 21 de agosto de 1784, Archives Nationales, París, ms. 446, AP2.
11
Véase, por ejemplo, el prefacio de Pelleport y su nota en la página 3 de Lettres sur la liberté politique…, op. cit.: “Le
famille des Bourbons s’imagine posséder en toute propriété la nation française: elle a une possession de fait, préférable à celle
de droit. Cela durera jusqu’à ce que le peuple, ayant réfléchi sur les siens, veuille s’en mettre en possession” [“La familia de los
Borbones se imagina que es dueña con toda propiedad de la nación francesa: tiene una posesión de hecho, preferible a la de
derecho. Esto durará hasta que el pueblo, habiendo reflexionado sobre los suyos, desee entrar en posesión de todo eso”].
Aparentemente una primera edición de la traducción fue publicada en 1783. Logré localizar sólo una seconde édition,
publicada en 1789. Pelleport tradujo el texto del inglés con bastante precisión, pero sus notas al pie eran mucho más iracundas y
extremas que las que aparecían en el original, que David Williams publicó de manera anónima como Letters on Political
Liberty Addressed to a Member of the English House of Commons on His Being Chosen into the Committee of an
Associating County, Londres, 1782. Williams, quien conoció a Brissot bastante bien, era defensor de las reformas radicales al
Parlamento para que los ingleses recuperaran la libertad política de la que supuestamente habían disfrutado antes de la
conquista de Normandía. Véase Brissot a Williams, “Londres, ce vendredi matin”, finales de 1783, en J.-P. Brissot:
Correspondance et papiers, Claude Perroud, ed., París, 1911, p. 77.
12
Carta evidentemente dirigida a Vergennes (de ahí el “Monseigneur”), 12 de abril de 1783, en Ministére des Affaires
Étrangères, Correspondance politique, Angleterre (citado en este capítulo como AE), ms. 542.
13
La firma de Pelleport en realidad decía “LaF de Pellepor”. Su nombre se escribía de distintas maneras. He usado la
versión más común: Lafitte de Pelleport.
14
Moustier a Vergennes, 21 de abril de 1783, AE, ms. 542.
15
Vergennes a Moustier, 24 de abril de 1783, AE, ms. 542.
16
Lenoir a Vergennes, 4 de mayo de 1783, AE, ms. 542. Al reenviar los reportes de Receveur sobre todos los expatriados
en Londres, Lenoir le explicó a Vergennes: “Le sieur Brissot d’Warville dont il parle pages 1 et 2, auquel il attribue d’abord
beaucoup de menées, de propos, et qu’il paraissait disposé à croire auteur, en partie, des lettres de Pelleport, m’est connu pour
avoir composé quelques ouvrages sur les lois criminelles de différents royaumes qu’il a parcourus depuis plusieurs années. Il a
été l’année dernière à Bruxelles et dans les Pays-Bas. Il est depuis quatre ou cinq mois à Londres et m’a dit, avant de partir,
qu’il allait y prendre, sur la constitution de l’Angleterre, des connaissances capables de le guider dans la suite de ses ouvrages.
Je n’ai pas lieu jusqu’à présent, de le croire mauvais sujet ni libelliste, et je pense que le sieur Receveur n’en a une si mauvaise
idée que parce qu’il aura su qu’il était connu de Pelleport, Maurice, et autres réfugiés et qu’il le croit réfugié lui-même” [“El tal
Brissot d’Warville, de quien habla en las primeras dos páginas, a quien atribuye de entrada muchas intrigas e intenciones, y a
quien aparentemente juzgaba autor en parte de las cartas de Pelleport, me es familiar por haber compuesto algunas obras sobre
las leyes de criminalidad habidas en los diferentes reinos que ha recorrido desde hace varios años. El año pasado estuvo en
Bruselas y en los Países Bajos. Desde hace cuatro o cinco meses reside en Londres y, antes de partir, me dijo que se dirigía allá
para conocer más a fondo la Constitución de Inglaterra y así contar con elementos para componer la siguiente de sus obras.
Hasta la fecha, no tengo bases para creer que sea un individuo malo ni un libelista, y pienso que si el tal Receveur tiene una
impresión negativa al respecto es porque se habrá enterado de que es conocido de Pelleport, de Maurice y de otros refugiados,
y cree que él mismo es un refugiado”]. Al advertir a Vergennes acerca de Brissot, Moustier había dicho que creía que Brissot
en algún momento había trabajado para el Ministerio de Asuntos Exteriores. Pero Vergennes le respondió en una carta del 25
de abril de 1783, AE, ms. 542, que nadie en el Ministerio lo conocía.
17
Goesman a Vergennes, 9, 12 y 13 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
18
En su compte rendu a Adhémar del 22 de mayo de 1783, AE, ms. 542, Receveur describió sus tratos con Pelleport por
Les Passe-temps d’Antoinette extensamente, y concluía: “Par tous ses mensonges, ses fourberies, son embarrass à m’en
communiquer seulement le titre, et par sa réputation, j’ai jugé qu’il était lui-même l’auteur de celui qu’il voulait me vendre
(seulement sept cents louis), et j’ai jugé juste, puisqu’il a montré celui qu’il a fait à un particulier nommé Warville, un des
écrivassiers du Courier de l’Europe aussi anti-français que lui, et qu’il a proposé à un autre réfugié nommé Doucet de le
mettre au net” [“Por todas sus mentiras, sus enredos, la turbación que mostró al comunicarme sólo el título, así como por su
reputación, juzgué que era el autor de la obra que quería venderme (a sólo setecientos luises), y mi juicio fue justo, puesto que
ha mostrado lo que le hizo a un sujeto de nombre Warville, es decir, Brissot, uno de los escritorcillos del Courier de l’Europe
tan antifrancés como él mismo, y le ha propuesto a otro refugiado de nombre Doucet pasar en limpio su historial”]. Sobre este
episodio, véase también las Mémoires de Brissot, vol. 1, pp. 320-321.
19
La embajada en Londres inmediatamente atribuyó el libro a Pelleport, y lo vinculó con Les Petits Soupers et les nuits de
l’Hôtel Bouillon, que también había publicado de forma anónima: Adhémar a Vergennes, 4 de octubre de 1783, AE, ms. 545.
De acuerdo con Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, p. 29, Morande adquirió algunas pruebas de Les Petits
Soupers corregidas por Pelleport y las envió a Francia como evidencia de su autoría.
20
Véase, por ejemplo, la anécdota acerca de “Philidor”, uno de los expatriados que se mezcló con los malvivientes en el
Café d’Orange, relatada en Le Diable…, op. cit., p. 145: “Philidor, étant gris, se permit devant les valets qui peuplent ce taudis,
des propos indécents sur une personne qu’il doit respecter” [“Philidor, ser grisáceo, se permitió delante de los lacayos que llenan
ese tugurio hacer declaraciones indecentes sobre una persona que debe respetar”]. Pelleport cuenta este incidente con
bastantes guiños a los lectores, que podían adivinar la identidad de Philidor, la persona a la que él insultaba y la audiencia que
escuchaba sus aseveraciones, entre cuyos miembros se incluía a uno de los espías de Receveur. Aunque cualquiera podría
tener una idea general del pasaje, su sabor picante no puede ser apreciado sin saber que la anécdota tiene que ver con uno de
los compañeros de juerga de Pelleport, un artista expatriado de Lyon llamado Laboureau. El incidente aparece como sigue en el
informe sobre Laboureau en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, pp. 258-259: “Le sieur Laboureau, orateur
né du Café d’Orange où se rassemblent tous les réfugiés français qui viennent déclamer à Londres contre la France… Comme
Laboureau est celui des Français qui sont à Londres qui tient le dé le plus souvent dans les taudis et les cafés du bas étage
fréquentés par les réfugiés, il n’est pas hors de propos d’observer que c’est un des hommes les plus dangereux qui existent…
L’officer français envoyé à Londres en mars 1783 l’a entendu tenir à une table d’hôte le propos le plus impertinent, en disant
avec le sourire du mépris, ‘Si j’etais à l’hôtel du Bougre bon, par allusion à celui de Bourbon, rue des Petits-champs à Paris, je
ferais meilleure chère qu’ici’” [“El tal Laboureau, orador nacido en el Café d’Orange donde se congregan todos los refugiados
franceses que acuden a Londres a despotricar contra Francia… Como Laboureau es, entre los franceses que residen en
Londres, el que controla los dados más seguido en los tugurios y cafés de baja estofa adonde acuden en tropel los refugiados,
no está de sobra observar que es uno de los hombres más peligrosos que puedan existir… El oficial francés enviado a Londres
en marzo de 1783 lo escuchó hacer ante una mesa concurrida una declaración de lo más impertinente, al decir mientras sonreía
con menosprecio: ‘Si yo estuviera en el hotel du Bougre bon —en alusión al nombre de Borbón, rue des Petits-champs en
París—, tendría mejor (comida) acogida que aquí’”]. [La frase tras el cierre de la raya, derivada de faire bonne chère,
encierra en francés una alusión irónica, pues significa comer bien y, a la vez, que a uno lo reciben bien, o lo ven con buenos
ojos. (T.)]
21
Le Diable dans un bénitier, ou la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, op. cit. [1783], sin fecha, pp.
97, 119, 120, 121, 135, 137, 139, 140, 144. El cambio del uso de puntos suspensivos al de raya comienza en la página 135 y
probablemente resultó de una etapa posterior en la composición del texto.
22
Ibid., p. 97. Véase también la descripción en la página 120: “M. de la F…., tout étourdi qu’il est, ne manque pas d’une
sorte de pénétration, il crut apercevoir la possibilité de gagner quelques louis, en servant le roi et la reine. On dit qu’il est assez
bien né et que son père est attaché au roi” [“M. de la F…., por aturdido que esté, no carece de una especie de perspicacia,
cree percibir la posibilidad de ganarse algunos luises sirviendo al rey y a la reina. Se dice que es de muy buena cuna y que su
padre está vinculado al rey”].
23
Ibid., p. 98.
24
Ibid., p. 99. El pasaje más extenso acerca de las actividades de M. de a F…. versa sobre una conversación privada que
tuvo en la embajada francesa con Moustier. Según la versión de este incidente en ibid., pp. 135-144, La F…. respondió a las
amenazas de Moustier de que haría que ahorcaran a los libelistas con una elocuente defensa de las libertades civiles como las
ensalzaba la Constitución británica.
25
Pelleport rindió tributo a Linguet en su carta a Vergennes del 12 de abril de 1783, AE, ms. 542: “J’aime et j’estime M.
Linguet. Il est ici comme moi sous la protection des lois” [“Yo aprecio y estimo a M. Linguet. Se encuentra aquí, como yo, bajo
la protección de las leyes”]. Y citó el ejemplo de Mémoire sur la Bastille de Linguet en Le Diable dans un bénitier, et la
métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, op. cit., p. 96.
26
Pelleport, Le Diable dans un bénitier, et la métamorphose du Gazetier cuirassé en mouche…, op. cit., pp. 59-60,
119-121. Curiosamente, el texto indica que Morande contribuyó a esta obra. No puedo explicar este comentario, excepto como
un intento de parte de Pelleport de mostrar que Morande había colaborado con los libelistas a espaldas de Receveur. Pelleport
sugería que él mismo era el dépositaire de los manuscritos de Jacquet en una frase sugerente en la página 119: “M. de la F….
[…] avait des liaisons avec le possesseur des libelles de Jacquet” [“M. de la F…. tenía vínculos con el poseedor de los libelos
de Jacquet”].
27
Adhémar a Vergennes, 3 de octubre de 1783, AE, ms. 545; memorando sin firma para Vergennes escrito por un miembro
de su equipo de trabajo, fechado el 14 de octubre de 1783, AE, ms. 545. En una carta a Vergennes del 17 de octubre de 1783,
AE, ms. 545, Moustier se quejaba: “Enfin je trouve bien amer ce fruit posthume de ma mission à Londres qui en a été offert par
la vengeance de quelques scélérats, qui me croient l’auteur du refus qui leur a été fait de leur payer la contribution honteuse
qu’ils exigaient pour prix de leur silence. La brochure détestable qui circule actuellement n’est que le prélude des horreurs
auxquelles se prépare cette bande exécrable. Il est affreux d’alimenter de pareilles espèces… C’est le produit du Courier
del’Europe, qui fournit à leur existence” [“En fin, hallo muy amargo este fruto póstumo de mi misión en Londres que se me ha
ofrecido debido a la venganza de algunos malvados, a cuyo juicio soy responsable de que se les haya rehusado pagar la
vergonzosa suma que exigían a cambio de su silencio. El detestable folleto que circula actualmente no es sino el preludio a los
horrores que fragua esta banda execrable. Es ignominioso alimentar a semejantes especies… Se trata del producto del Courier
de l’Europe, que los abastece para asegurar su existencia”].
28
Vergennes a Adhémar, 16 de octubre de 1783, AE, ms. 545.
29
Moustier a Vergennes, 17 de octubre de 1783, y Adhémar a Vergennes, 26 de octubre de 1783, AE, ms. 545. Véase
también Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, p. 255.
30
El relato de los enredados asuntos de Pelleport está basado en 20 cartas a Brissot escritas por un tal Larrivée, el agente
de Brissot en París, en los documentos de Brissot, Archives Nationales, París, ms. 446 AP1.
31
El censor, abbé Jean-Louis Aubert, editor de la oficial Gazette de France, fue una de las figuras satirizadas en Le
Diable dans un bénitier…, op. cit., pp. 73-74. Había recortado algunas cartas que Pelleport publicó en la edición londinense
del Courier de l’Europe, en abril de 1783, números 30-40, en las que revelaba el plan de Morande de reorganizar a la policía
de Londres con base en el modelo parisino. Pelleport refería este episodio en un pasaje de Le Diable, p. 141, que elogiaba las
libertades garantizadas por la Constitución inglesa, en contraste con el despotismo francés. Lenoir también lo mencionó en una
carta a Vergennes acerca de los libelistas de Londres, y Vergennes respondió en una carta a Lenoir del 6 de mayo de 1783, AE,
ms. 542: “La diatribe sous le nom de Pelleport concernant la police, insérée dans les derniers numéros du Courier de l’Europe,
ayant été retranchée de cet ouvrage qui se répand en France, il n’y a pas d’autre suite à donner à cette affaire, qui est déjà
oubliée” [“Puesto que la diatriba firmada por Pelleport y que concierne al cuerpo policiaco, la cual se había insertado en los
últimos números de Courier de l’Europe,ha sido retirada de esta obra que se difunde en Francia, no hay otro modo de dar
seguimiento a este asunto, que ya se encuentra olvidado”]. Brissot trabajó en la edición francesa del Courier de l’Europe en
1778 y describió la censura que sufrió en sus Mémoires, vol. 1, pp. 321-322.
32
Véase Gunnar von Proschwitz, “Courrier de l’Europe (1776-1792)”, en Sgard, ed., Dictionnaire des journaux…, op.
cit., vol. 1, pp. 282-293.
33
Swinton había intentado fundar otra publicación igual cuando creó la Gazette anglo-française bajo la edición de De
Launay en 1780. A finales de junio de 1784 (AE, ms. 549) Adhémar envió a Vergennes un “Prospectus d’un ouvrage
périodique sous le titre de Journal de la Grande Bretagne” impreso. Proponía que fuera una publicación bisemanal distribuida
por dos libreros que vendían muchos de los libros franceses prohibidos: Changuion de Ámsterdam y Virchaux de Hamburgo;
bien podría haber sido otra versión del Mercure que planeaba Pelleport.
34
Adhémar a Vergennes, 22 de junio de 1784, AE, ms. 549.
35
Gérard de Rayneval (en sustitución de Adhémar, quien había pedido permiso para regresar a Francia) a Vergennes, 13 de
octubre de 1784, AE, ms. 550. Sobre los aspectos posteriores de este plan, véase Adhémar a Vergennes, 1° de diciembre de
1784, AE, ms. 550.
36
Adhémar a Vergennes, 7 de diciembre de 1784, y Vergennes a Adhémar, 17 de diciembre de 1784, AE, ms. 550.
XIV. LA VISTA DESDE VERSALLES
LA CELADA tendida a Pelleport era un gran suceso a los ojos de la policía de París, pero
dejaba en el aire una pregunta: ¿por qué el gobierno se tomaba tan en serio el asunto?
Vergennes, Lenoir y otros en puestos de autoridad obviamente querían impedir que los
personajes importantes fueran ofendidos por obras calumniosas, pero trataban la campaña
contra los libelistas como un gran asunto de Estado. De hecho, esto dio lugar a un debate
acerca de principios y estrategias y tácticas. Al seguir la evolución de ese debate en la
correspondencia del Ministerio del Exterior, se tiene una visión más profunda de la calumnia
como un tema que preocupaba a los hombres en el poder durante el Antiguo Régimen.
Todos los que estaban en contacto con Versalles estaban de acuerdo sobre la
monstruosidad de los libelos. En los informes diplomáticos resonaban expresiones como
“mugre”, “horrores”, “infamias” y “abominaciones”.1 Pero la discusión sobre el modo de
lidiar con los libelistas era motivo de desacuerdo. En el continuo intercambio de cartas se
pueden distinguir dos posiciones básicas: la intervención activa, una política que comprometía
al gobierno a financiar agentes secretos, pagar sobornos y apelar a la violencia; y el desprecio
pasivo (o el desdén [mépris], un término que aparecía frecuentemente en el debate), una
política que buscaba disuadir a los libelistas al negarse a tratar con ellos.
Los activistas dominaron las políticas durante el tiempo en que el conde de Vergennes
ocupó el puesto de ministro del Exterior (1774-1787). Según un memorando escrito para
Vergennes por Gérard de Rayneval, un diplomático veterano que trabajó como
plenipotenciario en Londres por unos meses en 1782, los libelistas debían ser exterminados
porque cometían el crimen más grave de todos, el de lèse majesté: “Ésta es una raza de
personas despreciables, que no merecen ninguna atención, pero que causan un daño real a la
sociedad, porque destruyen el respeto que la gente debe a sus soberanos. Visto desde este
punto de vista únicamente, es crucial que todos los gobiernos los destruyan”.2 El libelo en
forma de lèse majesté, según lo entendía Rayneval, sucedía en el ámbito de la opinión pública.
Era un crimen perpetrado por medio de la prensa y merecía ser castigado en todos lados, en
Inglaterra así como en Francia, aunque los ingleses disfrutaran de libertades protegidas por
una constitución peculiar.
Una nación puede, debido a su constitución, tener el derecho de censurar a su soberano. La nación inglesa tiene
este derecho, pero no tiene el derecho de difamarlo, de hablar de él impunemente, usando todas las atrocidades que
una imaginación desquiciada puede producir… Las naciones se deben respeto mutuo entre sí. Este principio es
sagrado en Francia, y los ingleses mismos reconocen su utilidad. Si lo adoptaran, sin embargo, temen que dañarían
su libertad nacional. Pero ¿esta libertad está hecha para un calumniador infame? ¿Puede uno considerar como
miembro de la sociedad, como ciudadano a un calumniador vil, a un desdichado hambriento que, sólo para mantener
su existencia miserable, ataca la persona sagrada de un soberano?
A pesar de su indignación hacia los libelistas, Rayneval intentó desarrollar un argumento
que pudiera ser atractivo para los ingleses. Usó términos como constitución, ciudadano y
libertad de una manera que tenía cierto tono inglés, porque los franceses querían convencer al
gobierno británico de cooperar en su campaña para exterminar los libelos. Para hacerlo,
Rayneval requería conciliar la idea inglesa de libertad de prensa con la exigencia francesa de
represión; no era una tarea fácil, especialmente después de que permitió que el argumento lo
llevara a discutir la libertad como él la veía operar en Londres. Su conclusión, sin embargo,
aunque no era muy coherente, mostraba la manera en que un alto diplomático francés
interpretaba nociones extranjeras importadas del otro lado del Canal.
Uno puede con seguridad preguntarse: ¿de qué modo infringiría la libertad inglesa el castigo a un libelista? En
Inglaterra la libertad de prensa es vista como una necesidad, como un derivado de la libertad civil. Se la considera el
freno más eficaz en contra de la autoridad del rey y sus ministros.
Uno no pone en entredicho ese modo de pensar, más bien uno afirma que la conservación de la Constitución inglesa no
tiene nada que ver con [la tolerancia de] la avalancha de abuso en contra de los gobiernos y los soberanos extranjeros que
se produce en las prensas inglesas.
La firmeza era necesaria. Sólo con medidas severas en contra de la prensa podía lograr el
gobierno británico que Londres dejara de ser “la fuente de toda la mugre depositada sobre
todas las testas coronadas que se imprime ahí a diario”.
Aunque los diplomáticos franceses nunca lograron que el gobierno británico actuara en
contra de la prensa, siguieron debatiendo el tema entre ellos. Cuando el conde de Moustier,
quien remplazó a Rayneval como plenipotenciario en Londres, se enteró, gracias a sus
abogados ingleses, de que el único recurso en contra de la calumnia era el “desprecio
silencioso”, previno a Vergennes que los libelistas se refugiarían tras la Constitución inglesa.
Pero no estaba dispuesto a abogar por una política de desdén pasivo. Lo que estaba en juego
era demasiado importante, los libelos eran demasiado eficaces en Francia: “Sin duda desearía
que no inspiraran en Francia más interés que el que inspiran aquí y que no tuvieran mayor
efecto en los lectores o en sus víctimas, pero lo opuesto es verdad, y por ello es necesario
tomar medidas importantes en contra de los vendedores ambulantes. Si algunos de ellos
recibieran una paliza en la picota, pronto dejarían su comercio secreto”.3
Pero azotar vendedores en París no disuadiría a los escritores de producir textos en
Londres. ¿Cómo llegar a la raíz del problema? Según lo veía Moustier, a fin de cuentas esto se
reducía a un asunto de demanda de los lectores franceses —“la avidez de nuestros franceses
por estas producciones infames”—.4 Hasta cierto punto, la demanda podía ser sofocada.
Moustier estaba a favor de todo tipo de violencia en el frente doméstico: ahorcamientos,
azotes, el calabozo. Pero los libros tenían un modo de colarse a los mercados, sin importar lo
que el Estado hiciera para mantenerlos fuera. Por ello era crucial emprender acciones en la
etapa de producción en Inglaterra al tiempo que se reprimiera la distribución en Francia.
Moustier dedicó una gran cantidad de tiempo y energía a este empeño, pero al final sólo
consiguió poner un parche: el soborno. Aun así, continuó recomendando la intervención activa
y oponiéndose a la política de pasividad hasta el final de su mandato en Londres. El “desdén”
puede haber sido eficaz en Inglaterra, donde el público estaba habituado a la calumnia, le
escribió a Vergennes, pero nunca lo sería en Francia: “Sin duda me resisto a aconsejar que se
siga el ejemplo del desdén inglés”.5
Sin embargo, el “desdén” era exactamente lo que Adhémar proponía cuando tomó el lugar
de Moustier, en mayo de 1783. Había mucho que tenía a su favor como política, porque los
pagos de sobornos incentivaban a los libelistas, en lugar de disuadirlos, y las medidas más
agresivas como el secuestro o la acción judicial, habían probado ser imposibles. Además,
Adhémar quería limpiar la embajada de los personajes sospechosos que había atraído durante
el periodo de Moustier. Como ya se mencionó, tenía una noción muy elevada de la importancia
de su papel como el primer embajador francés en pleno ante la Corte de Saint James después
del final de la guerra estadunidense, y expresaba su total desdén no sólo por los libelistas sino
también por los agentes enviados para detenerlos. Había animado a Receveur a que empacara
y se fuera y le había dicho a Vergennes que no quería tener nada que ver con esa escoria.6 Y se
preparó para emprender acciones más drásticas, incluso apelar a gente por encima de
Vergennes. Al enterarse de que el duque de Polignac planeaba aconsejar a la reina que no
mostrara más que “desdén” por los libelos en su contra, decidió recomendar la misma política
al rey y planeó hacerlo mediante una carta personal.7 Escribirle directamente a Luis XVI sobre
un tema tan sensible era muy audaz en sí mismo, pero además representaba un giro a la política
que Vergennes auspiciaba.
Afortunadamente para él, Adhémar informó a Vergennes acerca de su intención. El ministro
del Exterior respondió con una advertencia:
Es un tema delicado decirle a un marido que uno se atreve a sospechar y a acusar a su esposa, incluso cuando no
hay motivos para sospecha alguna. Comparto su visión general acerca de los libelos, Señor. Pienso que merecen
nuestro desdén más pleno y que ése es el único sentimiento que tendría si apareciera uno en contra mía. Pero no
siento la misma indiferencia cuando tienen que ver con un personaje augusto y cuando la atrocidad está
complementada con ilustraciones que acompañan a la obra. Dirá quizá que tal infamia no está siendo buscada [en el
mercado]. Pero en este país hay ya un mercado dispuesto, y sin importar las precauciones que tomemos, nunca
hemos logrado impedir que entren en él.8
Aunque Vergennes envolvió la advertencia con lenguaje diplomático, dejó claro su
mensaje. Adhémar no debería asumir él solo la tarea de redirigir la política sobre un tema tan
importante, y el asunto era de verdad importante: Adhémar sabía bien “la impresión que una
publicación así podía crear”.
En cuanto recibió esta reprimenda, Adhémar respondió con dos cartas escritas el mismo
día, echándose para atrás y llenándose de excusas. En realidad no tenía la intención de
escribirle al rey; no le había ordenado a Receveur regresar a Francia; no negaba la
importancia de los libelos: todo lo contrario, reconocía que involucraban “grandes intereses”,
y había sido partidario del “desdén” sólo porque era contraproducente pagar las extorsiones.
Vergennes estaba mal informado por el reporte que hizo Receveur sobre su misión, que
Adhémar descartaba como un triste intento de culpar a los demás para encubrir un trabajo
fallido. La policía parisina y sus secuaces viles habían hecho de la embajada francesa el
hazmerreír, pero aun así Vergennes podía contar con que Adhémar llevaría a cabo sus
políticas.9
Adhémar cumplió su promesa durante lo que restaba de su tiempo como embajador.
Aunque continuaba utilizando “desdén” en sus informes acerca de los libelistas, cambió a una
política de persecución. Intentó convencer al gobierno británico de actuar y por lo menos
logró conseguir un poco de apoyo verbal de parte de Fox. Perseveró en sus intentos por llevar
estos casos a las cortes, aunque nunca llegó a nada. Y finalmente, en conjunto con Morande, a
quien originalmente despreciaba, armó la trampa que condujo al arresto de Pelleport.10
Adhémar, a fin de cuentas, resultó ser más agresivo que Vergennes al luchar contra los
libelistas. Aunque seguían creando calumnias, él aseguraba que había arruinado su negocio. Y
al final se felicitaba por su éxito al aplicar la política contraria a la que él mismo apoyaba al
inicio.11
El debate sobre las políticas desarrollado en la privacidad de los intercambios
diplomáticos no prueba que los estadistas franceses hayan previsto la Revolución o que
percibieran una amenaza seria a la monarquía en los libelos que producían los expatriados
franceses. En su mayoría, los diplomáticos parecen haber estado escandalizados ante la
posibilidad de que las vidas privadas fueran expuestas en público, y de que el público tuviera
acceso a información sobre temas de Estado. Vergennes, quien intervino activamente en el
comercio del libro, se negó a permitir la publicación de obra alguna sobre política actual: “La
discusión de asuntos políticos es cuando menos inútil para el público y no ha sido [tolerada]
en Francia hasta ahora”.12 Él y sus subordinados eran partidarios de la noción del arcana
imperii, o “el secreto del rey” —esto es, la creencia de que los asuntos exteriores y políticos
eran asunto del rey y no debían someterse al escrutinio público—. La persecución de los
libelos era una expresión de su aversión general a la publicité, como la llamaban.13 Sin
embargo, les preocupaba la manera en la que el público reaccionaba a los sucesos. Vergennes
estaba especialmente ansioso por la respuesta del público al acuerdo de paz al final de la
guerra estadunidense.14 Los diplomáticos tomaban en cuenta la opinión pública, incluso si la
menospreciaban.
Se preocupaban también por sus pellejos. Moustier y Adhémar temblaban ante el
prospecto de perder la protección de Vergennes cuando pensaban que lo habían contrariado, y
Vergennes bien pudo haber tenido sus propias preocupaciones acerca del favor del rey. Lejos
de seguir una línea consistente en los asuntos de Estado, Luis XVI con frecuencia cambiaba de
ministros y variaba en sus políticas. El poder permanecía afianzado en las facciones de la
Corte, pero en lugar de ser canalizado a través de las amantes reales ahora estaba concentrado
en ministros clave y en la reina misma. Vergennes dependía del respaldo del conde de
Maurepas, el ministro dominante de Luis XVI hasta su muerte en 1781, y del apoyo de María
Antonieta, junto con el de su favorita, la duquesa de Polignac. Las quejas provenientes de la
duquesa y de figuras menores como la duquesa de Bouillon podían iniciar el derrumbe del
sistema de protecciones en que se fundaba el puesto de Vergennes en el Consejo de Estado. No
es que un rumor pudiera desbancar a un ministro, pero las habladurías podían desequilibrar el
delicado balance de poder en Versalles. Vergennes se mostraba sobremanera cauteloso ante
los desequilibrios que venían desde fuera del sistema, como la propuesta de Adhémar de
saltarse los canales usuales de comunicación para informar al rey directamente acerca de los
libelos dirigidos en contra de la reina. Goesman representaba una amenaza parecida. Pese a
que había sido reclutado como agente secreto, era un aventurero poco fiable que en algún
momento anunció que entregaría en persona una muestra de un libelo a Madame de Polignac. A
pesar de lo mucho que desconfiaba de él, Vergennes se tomó en serio la advertencia de
Goesman de que los libelos tenían su origen en una “intriga de la Corte”.15 Lenoir confirmó el
diagnóstico; y cuando dirigía los esfuerzos previos para exterminar los libelos producidos por
Jacquet, se enteró de que su fuente última era un cortesano descontento.16 Las difamaciones
eran un ingrediente más en la política practicada en Versalles, un asunto de las luchas de poder
vinculadas con el patrocinio y el clientelismo, ya que habían existido desde hacía más de un
siglo.17
Se puede sin embargo percibir una nueva nota de preocupación en las discusiones acerca
de los libelos; se trata de dos notas en realidad, una directa y otra velada. Cuando Rayneval,
el experto en Versalles de todos los asuntos ingleses, escribió su memorando sobre los
libelistas, hacía referencias a la libertad, los derechos y las garantías constitucionales. No
podía evitar ese lenguaje, aunque le costó bastante trabajo adaptarlo a las instituciones
francesas porque necesitaba un argumento que persuadiera al gobierno británico de apoyar la
campaña en contra de los expatriados franceses. Los libelistas no se veían limitados por
ninguna de estas dificultades. Con gusto invocaban la Constitución inglesa, la libertad de
prensa y el juicio por jurado, al tiempo que denunciaban al Estado policiaco francés. Pelleport
hizo de estos principios el tema principal de su introducción a Le Diable dans un bénitier,
cuya frase inicial se lee como un manifiesto en contra del despotismo: “El despotismo, irritado
y llevado a la desesperación ante el más mínimo impedimento [a su operación], no tolera
contemplar la idea de libertad”. Incluso utilizó un lenguaje muy similar en una nota de
extorsión para Les Passe-temps d’Antoinette.18 Las ideas inglesas podían traducirse de
manera eficaz al francés, ya fuera que aparecieran en tratados filosóficos o en libelos. Claro,
los filósofos franceses habían desarrollado su propia manera de articular esos mismos
conceptos. Los libelistas aprovechaban al máximo las ideas disponibles en ambas culturas.
Sus obras difundían un mensaje que amenazaba las bases ideológicas, y no sólo las
reputaciones personales, de los poderes en Versalles.
La discusión sobre los libelos también transmitía otra cosa, un vago pero palpable sentido
de peligro inminente. Puede ser detectado en las advertencias enviadas por Goesman, aunque
uno debe tomar en cuenta su carácter autocelebratorio: “Cualquier cosa que ponga en
entredicho la gloria de los soberanos no puede ser desdeñado”.19 El “desdén” no era una
defensa adecuada contra esta amenaza. Vergennes no cortó relaciones con Goesman, a pesar
del desagrado que le provocaban sus informes, porque compartía esa sensación de
aprehensión y quería información acerca de cualquier cosa que pudiera dañar el respeto a la
Corona. Cuando rechazó los argumentos de Adhémar en favor de una política de mépris, el
ministro del Exterior envió su propia advertencia: “Usted está al tanto de lo maligno de
nuestra era y de la facilidad con que se aceptan las fábulas más absurdas”.20 Las fábulas y su
recepción: ése era el meollo del asunto. Los libelos perpetuaban una idea mítica de la
monarquía y sus historias producían un efecto entre el público en general. Vergennes no podía
medir ese efecto, pero podía sentir su presencia. Fuera de Versalles, un nuevo fenómeno
estaba tomando fuerza; era algo incipiente, sentido vagamente, pero presente en las
deliberaciones de los estadistas así como en la realidad inefable, que, por falta de una mejor
palabra, podemos llamar clima de opinión.
1
Estas expresiones pueden hallarse en casi todas las cartas, por ejemplo, Rayneval a Vergennes, 1° de marzo de 1783;
Moustier a Vergennes, 23 de marzo de 1783, 11 de abril de 1783 y 6 de mayo de 1783, en Ministère des Affaires Étrangères,
Correspondance Politique, Angleterre (citado en este capítulo como AE), ms. 541.
2
Memorando sin título, fechado “1 de marzo de 1783 (aproximadamente)”, AE, ms. 541. En el párrafo previo, Rayneval
clasificaba la difamación en contra de la Corona como parte de les crimes de lèse majesté. Las citas en los siguientes párrafos
vienen del mismo memorando.
3
Moustier a Vergennes, 23 de marzo de 1783, AE, ms. 541.
4
Moustier a Vergennes, 6 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
5
Moustier a Vergennes, 11 de abril de 1783, AE, ms. 542. Véanse comentarios similares en el envío de Moustier a
Vergennes del 6 de mayo de 1783.
6
Adhémar a Vergennes, 12 de junio de 1783, AE, ms. 542: “En général, Monsieur, le ton de l’espionage, les rapports de
toutes les espèces, une communication continuelle avec les scélérats qui remplissent Londres ont jeté du ridicule sur notre
manière d’être ici… Permettez-moi donc, Monsieur, de débarrasser l’ambassade de tous ces fripons qui l’obsèdent et qui n’ont
été que trop employés jusqu’à présent” [“En general, Señor, la atmósfera que rodea al espionaje, las relaciones de toda especie
que deben entablarse, una comunicación sostenida con los seres ruines que pueblan Londres han hecho aparecer como ridícula
nuestra forma de conducirnos aquí… Permítame, pues, Señor, librar a la embajada de todos esos bribones que la acosan y a los
que hasta la fecha se les ha dado empleo con tanta abundancia”].
7
Adhémar a Vergennes, 27 de mayo de 1783, con una copia del informe de Receveur sobre su misión fechado el 22 de
mayo de 1783, AE, ms. 542.
8
Vergennes a Adhémar, 29 de mayo de 1783, AE, ms. 542. Esta carta se lee como una comunicación personal y no como
un envío oficial. Vergennes regaña suavemente a Adhémar, al tiempo que invoca su cercanía con él (en otra carta le da
consejos amistosos sobre cómo mejorar sus envíos); Adhémar, percibiendo un serio paso en falso (faux pas), toma la crítica en
ese sentido: Adhémar a Vergennes, 12 de junio de 1783, AE, ms. 542.
9
Adhémar a Vergennes, 12 de junio de 1783, AE, ms. 542.
10
Sobre las medidas agresivas de Adhémar en contra de los libelistas, véase especialmente su carta a Vergennes del 4 de
octubre de 1783, AE, ms. 545, en la que reseña sus actividades y recomienda secuestrar a Pelleport.
11
Véase Adhémar a Vergennes, 17 de febrero de 1784, AE, ms 547: “Vous savez, Monsieur, quels motifs respectables
m’ont porté à leur faire la guerre. Je les ai ruinés” [“Usted sabe, Señor, qué motivos respetables me han empujado a hacerles la
guerra. Los he arruinado”]. En una carta a Vergennes del 17 de diciembre de 1784, AE, ms. 550, Adhémar de nuevo comenta
su distanciamiento de una política adulterada de desprecio (mépris).
12
Vergennes a Le Camus de Néville, 19 de noviembre de 1783, AE, ms. 546. Véase también Vergennes a Laurent de
Villedeuil, 25 de noviembre de 1784, AE, ms. 550: “Je crois qu’il y a beaucoup d’inconvénients à laisser introduire et distribuer
en France tous ces ouvrages où les sujets discutent leurs droits vis-à-vis des souverains” [“Pienso que existen muchos
inconvenientes en dejar que se introduzcan y distribuyan en Francia todas esas obras donde los individuos esgrimen argumentos
sobre sus derechos ante sus soberanos”].
13
Véase, por ejemplo, Receveur a Adhémar, 22 de mayo de 1783, AE, ms. 542; Adhémar a Vergennes, 4 de octubre de
1783, AE, ms. 550; y Goesman a Vergennes, 12 de marzo de 1783, AE, ms. 541.
14
En una carta del 12 de febrero de 1783, AE, ms. 540, Vergennes le agradecía a Baudouin, uno de sus agentes secretos en
París, por haberle comunicado “des choses intéressantes sur la manière dont le public de Paris envisage la paix qui se négocie”
[“cosas interesantes sobre la manera en que el público de París concibe la paz que se negocia”]. Véase también el reporte de
Lenoir a Vergennes del 26 de noviembre de 1783, AE, ms. 546, sobre la “publicación” del tratado de paz a través de las
ceremonias en las calles de París.
15
Goesman a Vergennes, 12 de marzo de 1783, AE, ms. 541.
16
Lenoir a Vergennes, 27 de marzo de 1783, AE, ms. 541. Según su testimonio en la Bastilla, reportado en Manuel, La
Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 8, p. 126, Imbert de Villebon dijo que el manuscrito original de los libelos de Jacquet en contra
de la reina provenía de una fuente dentro de la Corte. Jacquet había confesado “qu’il tenait ce manuscrit d’un seigneur de la
cour mécontent du roi, lequel seigneur l’avait donné à Jacquet pour le faire imprimer” [“que había obtenido ese manuscrito de
manos de un señor de la Corte que se había disgustado con el rey y que se lo había dado a Jacquet para que lo imprimiera”].
17
Para un relato de la política en Versalles durante el reinado de Luis XVI, véase John Hardman, French Politics, 17741789: From the Accession of Louis XVI to the Fall of the Bastille, Londres, 1995.
18
En su carta a Vergennes del 12 de abril de 1783, AE, ms. 541, en la que ofrece lidiar con los supuestos libelistas, Pelleport
subraya que “[i]l n’est quant à présent dans la constitution anglaise aucun moyen de les arrêter” [“hasta la fecha no hay en la
Constitución inglesa medio alguno de detenerlos”]. Además de la Constitución inglesa, cita el “droit des gens et de la nature”
[“derecho de gentes y de la naturaleza”]. Y rechazaba todos los “actes du pouvoir arbitraire” [“actos del poder arbitrario”],
como el supuesto plan de Receveur para secuestrar a Linguet: “J’aime et j’estime M. Linguet. Il est ici comme moi sous la
protection des lois, et tout homme est obligé de faire en son particulier tout ce que lui est posible pour empêcher que ces lois ne
soient violées” [“Aprecio y estimo a M. Linguet. Aquí él se encuentra como yo protegido por las leyes, y todo hombre en lo
particular está obligado a hacer todo lo posible para impedir que dichas leyes sean violadas”]. Éste era un extraordinario
lenguaje para una operación de extorsión. No debe ser descartado como mera retórica o cinismo.
19
Goesman a Vergennes, 16 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
20
Vergennes a Adhémar, 21 de mayo de 1783, AE, ms. 542.
XV. EL DIABLO EN LA BASTILLA
AUNQUE Pelleport había retratado a Receveur, el inspector de la policía de París, como el
diablo en el agua bendita, a los ojos de la policía el diablo era Pelleport. Después de haberlo
atraído de vuelta a Francia y tenerlo encerrado en la Bastilla, su intención era dejarlo ahí. Los
prisioneros de la Bastilla —bastillants, se llamaban a sí mismos— no eran juzgados ni
recibían sentencias. Permanecían en sus celdas hasta que un ministro tuviera a bien dejarlos ir.
La mayoría de las condenas duraban tres o cuatro meses. La de Pelleport duró cuatro años, del
11 de julio de 1784 al 3 de octubre de 1788. Para entonces él creía que pasaría toda su vida
en la fortaleza; lo dejaron ir únicamente porque su antiguo enemigo, Vergennes, había muerto y
porque los nuevos ministros estaban ocupados con nuevas cuestiones urgentes, como los
preparativos para los Estados Generales. Les interesaba menos castigar a un escritor por
crímenes que ahora parecían mucho menos amenazantes, si es que todavía los recordaban, que
la violencia en las calles.1
A nivel de calle, en cambio, la Bastilla ocupaba un lugar central en la percepción de los
sucesos.2 Aunque el 14 de julio de 1789 sólo tenía a siete prisioneros, proyectaba una sombra
enorme sobre la imagen del Antiguo Régimen perpetrada por medio de la literatura
clandestina, especialmente en los libelos. De Le Gazetier cuirassé a Le Diable dans un
bénitier y docenas de obras similares, los libelistas habían acompañado la difamación de los
individuos con denuncias sobre la Bastilla, las cartas con el sello real (lettres de cachet), la
brutalidad policiaca, los interrogatorios mediante tortura y todos los demás abusos que,
decían, hacían ver a la monarquía borbónica como un “despotismo oriental”. Antes de entrar a
la Bastilla, Pelleport había puesto énfasis en esos temas más que ningún otro libelista.3
Después apren dió a medir la diferencia entre la literatura y la vida, y la experiencia dejó su
huella en las últimas de sus obras literarias.
Pelleport no sufrió ningún tipo de violencia física, pero por cuatro años permaneció en su
celda, secuestrado y prisionero, sin que mediara ningún tipo de proceso judicial formal, en
virtud de una lettre de cachet. Claro, no era el primer autor que recibía ese tratamiento; ni por
mucho. Los escritores eran encerrados en la Bastilla constantemente desde el siglo XVII, y con
frecuencia evocaban sus sufrimientos en sus escritos. El autor como mártir en la causa de la
libertad de prensa era un tema favorito de los autores favoritos del siglo, empezando por
Voltaire. Dos de los autores más populares de la década de 1780, Linguet y Mirabeau, lo
dramatizaron al publicar recuentos de sus propias experiencias como víctimas de las lettres de
cachet. Pelleport podría haber hecho lo mismo.4
Pero no lo hizo. Tuvo acceso a suficiente papel, pluma y tinta durante sus cuatro años en la
Bastilla y pasó gran parte de su tiempo escribiendo. Así que habría podido producir algo
parecido a la Mémoire sur la Bastille de Linguet. En lugar de ello, escribió una novela, Les
Bohémiens, una versión picaresca de la vida itinerante junto a una tropa de autores
andrajosos.5 La novela no atacaba a la policía, excepto en algunas frases incidentales.
Satirizaba a sus víctimas, incluido el propio Linguet y Jacques Pierre Brissot, el amigo del
alma de Pelleport, así como a los libelistas de Londres. De hecho, provee la imagen más
vívida disponible sobre los escritores de poca valía y su condición en vísperas de la
Revolución francesa. Y está escrita con tal ímpetu que por momentos se lee como Jacques le
fataliste, Candide, Tristram Shandy, Le Compère Mathieu y Justine. Sin embargo, ha sido
olvidada por completo. Sólo existe media docena de copias hoy, ninguna de ellas en París. Les
Bohémiens puede no ser una obra maestra —no más que Le Chef-d’oeuvre d’un inconnu de
Thémiseul de Saint Hyacinthe, una obra popular del siglo XVIII—, pero merece ser rescatada
del olvido, no sólo por lo que revela de las vidas de los libelistas, sino igualmente porque se
lee muy bien: tan bien, sin duda, como para merecer aunque sea un lugar menor en la historia
de la literatura.6
Para entender el relato literario que hizo Pelleport del submundo de las letras es necesario
saber qué le pasó en la Bastilla. La documentación está desesperantemente incompleta, pero
sobrevivió lo suficiente como para hacerse una idea de su experiencia y reconstruir sus
relaciones con el antihéroe de su novela, Jacques Pierre Brissot. Los miembros de la policía
arrestaron a Brissot el día después de que encerraron a Pelleport. Para entonces, los dos
jóvenes escritores eran amigos cercanos, aunque no podían ser más distintos en temperamento
e historia. Pelleport era marqués y formaba parte de la nobleza antigua, feudal; Brissot, el
decimotercer hijo de un pastelero. Pelleport era disoluto, cínico e ingenioso; Brissot, serio,
trabajador y malhumorado. Mientras Pelleport estaba asignado como oficial del ejército en la
India, Brissot trabajaba como pasante legal. Ayudado por una pequeña herencia, compró un
diploma barato de leyes de la Universidad de Reims (esta universidad vendía sus diplomas
luego de aplicar exámenes superficiales), pero después abandonó las leyes para dedicarse a
escribir y a iniciar, esperaba, una carrera como sucesor de Voltaire y d’Alembert. Aunque al
final produjo el equivalente a una estantería de tratados sobre temas como las iniquidades del
sistema de justicia penal y las maravillas de América, empezó escribiendo panfletos por
encargo y viviendo la vida de Grub Street. Como ya se mencionó, tuvo que huir de París en
1777 para escapar de una orden de arresto por calumniar a una dama famosa por su papel
respetable en un salón. En 1778 comenzó a trabajar como periodista, corrigiendo pruebas para
la edición francesa del Courrier de l’Europe que se producía en Boulogne-sur-Mer. Ahí
conoció a su futura esposa, Félicité, y a su madre, Marie-Cathérine Clery Dupont, la viuda de
un comerciante —dos personas que tendrían papeles prominentes en Les Bohémiens—.
Cuando Brissot regresó a París en 1779, Madame Dupont lo recomendó con un amigo de la
familia, Edme Mentelle, un profesor de geografía en la École Militaire en París. Brissot se
convirtió en miembro regular del círculo literario de Mentelle, y esperaba ser reconocido
como un joven philosophe sobresaliente. Fue aquí donde forjó su amistad con Pelleport, un
antiguo estudiante de Mentelle que también estaba decidido a dejar su huella en la República
de las Letras.7
Los caminos de los dos amigos se separaron en 1779, cuando Pelleport viajó a Suiza, pero
se volvieron a encontrar en 1782, cuando Brissot llegó a Londres. Se veían con frecuencia y
tenían los mismos círculos de amistades entre los colaboradores del Courrier de l’Europe.
Cuando Receveur comenzó a localizar libelistas en 1783, puso de relieve a Pelleport y Brissot
como dos de los más abiertos anti-Français en la colonia de expatriados.8 Receveur y el
conde de Moustier creían que eran coautores de varias obras, incluidas Les Passe-temps
d’Antoinette y Les Amours du vizir de Vergennes. Pero Lenoir exoneró a Brissot de las
sospechas, y no hay razón para suponer que éste escribiera ninguno de los libelos.9 Se entregó
a los tratados periodísticos sobre reformas judiciales y a fundar una sociedad literaria
conocida como el Licée de Londres, que nunca despegó, aunque sí consumió la mayor parte
del dinero que le había entregado un patrocinador llamado Desforges de Hurecourt. Brissot
había ido a París con el fin de juntar más fondos para el Licée cuando fue arrestado el 12 de
julio de 1784.
Los policías tenían modos de obtener lo que querían de sus prisioneros. Por lo general
querían información, la suficiente para localizar a los cómplices y para determinar
culpabilidades; a pesar de la mitología asociada con la Bastilla, la policía mostraba una
genuina preocupación por la justicia, si bien le concernía una justicia emanada directamente
del trono y no a través de las cortes. Eran cuidadosos para determinar los hechos de cada
caso; mantenían registros precisos de los interrogatorios, firmados por los prisioneros como
testimonio de su fidelidad, y hasta donde me es posible ver después de leer docenas de
expedientes, nunca recurrían a la tortura, un procedimiento reservado normalmente para casos
que eran llevados ante una corte criminal.10 Pero la policía sabía cómo aplicar presión sin
usar la violencia. Por lo general dejaban que el prisionero vegetara en su celda durante varios
días antes de informarle de su ofensa. Mientras tanto, recababan evidencia, tanto de
documentos obtenidos durante el arresto como de otros prisioneros u otras redadas a
habitaciones de cómplices. Cuando interrogaban al prisionero, revelaban esta información en
dosis calculadas, y usaban algunas para provocar respuestas incriminatorias mientras
ocultaban el resto para atraparlo en inconsistencias. Los casos que involucraban a dos
prisioneros daban la oportunidad a los interrogadores de auscultar a ambos sospechosos por
separado, y luego reunirlos en situaciones cuidadosamente orquestadas, conocidas como
“confrontaciones”. Dado que un prisionero generalmente pretendía transferir la culpabilidad al
otro, la policía leía las transcripciones de los interrogatorios a ambos y luego los provocaba
para que se incriminaran mutuamente.
Es imposible saber si el tratamiento a Pelleport y Brissot se apegó a este patrón, porque
los únicos documentos que sobreviven son las transcripciones de los interrogatorios de
Brissot y algunos expedientes adicionales. El amigo cercano y aliado político de Brissot,
Pierre Manuel, halló este material en 1789, cuando eligió los documentos de los archivos de
la Bastilla para su publicación en La Bastille dévoilée. Lo entregó a Brissot, “y me dijo que
nada mío debía permanecer entre la suciedad de la policía”, según contó el propio Brissot en
sus memorias.11 Después, Manuel invitó a Brissot a escribir sobre su propio caso para La
Bastille dévoilée. Brissot hizo lo propio con un ensayo en el que negaba cualquier conexión
con los libelos y los libelistas. “La verdadera causa de mi detención —decía— fue el celo con
que, en todo momento y en todos mis escritos, defendí los principios que triunfan hoy.”12
Manuel reforzó esta conclusión con un comentario propio que publicó en La Police de Paris
dévoilée. Brissot, explicaba, era incapaz de calumniar porque era la encarnación de la virtud,
mientras que Pelleport, una combinación tóxica de vicio e ingenio, había hecho de la
difamación un modo de vida. El interrogatorio de Pelleport en la Bastilla dejaba ver que la
policía sospechaba que él había manufacturado casi todas las calumnias que salieron de las
imprentas en Londres, desde Le Diable dans un bénitier hasta Les Passe-temps
d’Antoinette.13
Los documentos vinculados con el encarcelamiento de Brissot, que permanecieron con su
familia durante casi dos siglos y sólo hace poco es que llegaron a los archivos nacionales
franceses, dan una imagen algo distinta.14 Confirman el aserto de Brissot de que no escribió
libelo alguno, pero muestran que tuvo contacto cercano con los libelistas, incluso un oscuro
“vínculo pecuniario” con Pelleport. Brissot fue sometido a tres interrogatorios, uno el 3 de
agosto, otro el 21 de agosto y otro más (una sesión que continuaba la anterior) el 22. Ambos
fueron conducidos por Pierre Chénon, un oficial de policía con años de experiencia
extrayendo información de los prisioneros en la Bastilla. Cada que Chénon mencionaba el
tema de Pelleport, Brissot repetía la misma historia: su relación era asimétrica —generosa por
parte de Brissot, traicionera por parte de Pelleport—. Brissot le explicó que después de
abandonar a su familia, Pelleport intentó mantenerse en Londres enseñando francés y
matemáticas, pero constantemente lo ahogaban las deudas. Brissot lo ayudó prestándole dinero
y ayudándolo a conseguir pequeñas labores literarias —traducciones y un empleo con Antoine
Joseph de Serres de La Tour en el Courrier de l’Europe—. Pero Pelleport no pudo resistir la
tentación del dineral que se podía hacer mediante la difamación y la extorsión, así que entró en
negociaciones con Receveur, malabareando entre libelos reales, como Les Petits Soupers et
les nuits de l’Hôtel Bouillon, y libelos imaginarios, como Les Passe-Temps d’Antoinette, que
nunca existieron, excepto como un proyecto para quitarle dinero al gobierno francés.
Cuando Chénon lo presionó para que le diera detalles sobre otros ocho libelos, Brissot
negó saber algo sobre ellos. Pero tenía bastante que decir acerca de Le Diable dans un
bénitier. Le explicó que Morande y Swinton, dos de sus principales enemigos en Londres,
habían construido una historia que lo haría parecer como colaborador de Pelleport en la
composición y la producción del libro. Exigieron a un jornalero de la imprenta de Edward
Cox, donde se producía Le Diable así como el Courrier de l’Europe, que escribiera una carta
en la que asegurara que Brissot había proveído las anécdotas escandalosas para el texto y
había corregido las pruebas del libro que su hermano Pierre-Louis Brissot de Thivars
(conocido como Thivars) había entregado a Cox. Brissot refutó fácilmente esa historia al
señalar que Thivars, que se mudó con él en Londres, no llegó sino hasta noviembre de 1783,
mucho tiempo después de que Le Diable se había publicado. Pero no podía negar que le había
ayudado a Pelleport con la distribución del libro. Admitió haber enviado copias a sus agentes:
en Ostend a un tal Vingtain, y en Colonia a Louis-François Metra. Eso era decir poco, como
comprobó Morande más tarde, porque el 30 de marzo Brissot había ordenado a Vingtain que
enviara un cargamento completo de Le Diable a varios distribuidores, y Vingtain respondió el
3 de abril de 1784 que había enviado 125 copias a un librero en Bruselas y seis a otro en
Brujas.15 Es más, un estado de cuentas con la letra de Thivars mostraba que había enviado
otras 100 copias a Metra en Colonia. Y la policía confiscó más material comprometedor del
agente parisino de Brissot, un comerciante llamado Larrivée.
El expediente Larrivée dejaba claro que Brissot había entablado amplias relaciones con
Metra, un distribuidor de libros, impresor y periodista clandestino de no muy buena
reputación.16 Metra distribuyó (y aparentemente reimprimió) el Journal du Licée de Londres
de Brissot y le envió copias a Brissot de dos de sus propios periódicos: el Correspondance
littéraire secrète, un suplemento literario más bien inocuo, y un boletín manuscrito que era
producido por un equipo de copistas y que contenía escándalos serios (Metra lo obtenía de un
corresponsal secreto en Versalles). Deseoso de descubrir la fuente de los chismes sobre la
reina y otras figuras en la Corte, Chénon intentó orillar a Brissot a que revelara información
acerca del boletín clandestino de Metra: ¿no lo había utilizado para proveer de “anécdotas” a
los libelos producidos en Londres, incluido Le Diable dans un bénitier? Brissot respondió
que no sentía nada más que desprecio por ese boletín y sus “sucias anécdotas”. Metra se lo
había enviado de modo inopinado y le había pedido que le enviara “anécdotas secretas” de
Londres a cambio. De hecho, Metra intentó reclutar a Brissot como su corresponsal en
Londres. Éste se negó, pero le pasó la oferta, junto con las copias del boletín, a Pelleport,
quien sí aceptó trabajar para Metra. Brissot no podía asegurar que la conexión ColoniaVersalles fuera la fuente del material en los libelos de Pelleport; tampoco podía identificar a
ninguno de los corresponsales de Metra en Versalles ni en París. Pero podía confirmar que
Pelleport estaba vinculado con el tráfico de anécdotas, que constituían el material elemental
del que estaban hechos los libelos (sobre la construcción de los libelos véase la tercera parte)
y producían el succès de scandale que el gobierno francés quería evitar.
Brissot también dio una gran cantidad de información acerca de las demás actividades de
Pelleport, y la policía recogió más todavía de las cartas que había confiscado. Conocieron
todo sobre el fallido intento de Pelleport por cobrar su herencia, su especulación con la
champaña y otros bienes de lujo, su pleito con la suegra de Brissot por el pago del préstamo
que ella le había hecho y sus planes para crear un Mercure d’Angleterre modelado según el
Courrier de l’Europe. Pelleport había intentado convencer al patrocinador del Licée de
Londres de Brissot, Desforges de Hurecourt, para que retirara los fondos al Licée y financiara
el nuevo periódico. Después del 20 de mayo, cuando Brissot emprendió su viaje a París,
Thivars le envió cartas desde Londres en las que le advertía que Pelleport, un “mentiroso” e
“impostor”, estaba traicionándolo. La esposa de Brissot llegó a odiar tanto a Pelleport que no
lo dejaba entrar a su casa. Y al tiempo que traicionaba a Brissot, Pelleport estaba maquinando
otro plan para salir de sus deudas. Había seducido a una viuda inglesa acaudalada, una tal
“dame Alfred”, y estaba planeando huir con ella a los Estados Unidos si el Mercure
d’Angleterre no se concretaba.
Brissot no estaba completamente al tanto de la traición de Pelleport hasta que la policía le
fue revelando a cuentagotas la información durante el interrogatorio. Las últimas dos sesiones
fueron un asunto maratónico que duró un día completo, con una interrupción para comer a las
dos de la tarde, el 21 de agosto de 1784, y se reanudó el siguiente para durar media jornada.
Cuando regresó a su celda, Brissot se dio cuenta de hasta qué punto había sido engañado. Poco
tiempo después escribió un memorando de nueve páginas sobre su relación con Pelleport.
Repetía sus negativas a haber estado involucrado con los libelos y añadió algunos datos
nuevos sobre la complicidad de Pelleport con el periodismo clandestino. Al inicio de 1784,
explicaba, Pelleport le había mostrado un borrador de un boletín que planeaba publicar.
Estaba lleno de anécdotas picantes que había obtenido de un corresponsal bien informado en
Versalles y, como muestra de sus contenidos, el borrador incluía un relato escandaloso de
cómo Charles Alexandre de Calonne había intrigado para conseguir ser nombrado contralor
general de Finanzas, utilizando un pequeño perro como regalo para ganarse el apoyo de una
mujer influyente en la Corte. Cada detalle mencionado por Brissot arrojaba luz sobre el mismo
tema: Pelleport era un escritor de poca monta y un vividor depravado. “Tal es el monstruo que
ha ayudado a que su benefactor sea arrestado”, concluía Brissot.
Si Chénon planeó una “confrontación” entre los dos prisioneros, pudo haberle leído este
testimonio a Pelleport, y probablemente había conseguido de Pelleport mucho material para
leérselo a Brissot, quien después escribió que le debía su encarcelamiento a una “denuncia”
de Pelleport y sus otros enemigos en Londres.17 Independientemente de si sucedió esta escena
o no, los dos prisioneros sin duda se traicionaron entre sí. Su caso, como muchos otros,
evidenciaba cómo las amistades se derrumbaban en la Bastilla.
Pelleport permaneció en la Bastilla cuatro años más después de la liberación de Brissot.
Es posible hacerse una idea de su estado mental durante este largo encierro consultando los
pocos documentos originales de su expediente que han sobrevivido en los archivos de la
Bastilla. Se le permitió dar caminatas ocasionales dentro del patio de la prisión en 1784 y
tomar aire en sus torres una vez a la semana en 1788. Solicitó envíos de libros, incluidos Le
Siècle de Louis XIV de Voltaire, una obra sobre tácticas militares prusianas y un tratado sobre
el clavecín. No hay registro de lo que leyó, pero escribió una sinopsis de “los episodios
filosóficos” en la Histoire philosophique de l’établissement et du commerce des Européens
dans les deux Indes de Raynal.18 También escribió cartas, principalmente a su esposa. Ella y
sus dos hijos habían logrado sobrevivir gracias a la ayuda de familiares en Suiza mientras
Pelleport escribía libelos en Londres; pero cuando supo de su encarcelamiento viajó a París
para rogar por su liberación. No llegó a ningún lado, con todo, y escapó de la indigencia
gracias solamente a la intervención del caballero Pawlet, un irlandés involucrado en proyectos
educativos en París, quien logró que ella y sus hijos fueran mantenidos por un orfanato para
los hijos de oficiales militares. Madame Pelleport visitó a su esposo tres veces en 1784,
nueve en 1785, dos en 1787 y dos en 1788.19
El permiso para estas reuniones de una hora fue revocado en 1786, evidentemente por
algún tipo de indisciplina de parte de Pelleport. A juzgar por una nota enviada a un amigo
llamado Lambert que fue capturada por los guardias, había intentado escapar: “Lancé la
cuerda ayer por la tarde cada que tú pasaste, pero aparentemente no llegó al piso. Estoy
contando con Pierre para que me deje la puerta abierta por la noche… Sé paciente, mi querido
Lambert, y espérame. Quiero estar en Londres tanto como tú”.20 Cualquiera que haya sido la
razón para cancelar las visitas de su esposa, Pelleport suplicó que se reanudaran al final de
1786, y citaba el linaje militar de su familia, “que ha servido al Estado y a nuestros reyes
durante seis siglos”, y su propia miseria: “tres años de expiación y el más horrible dolor”.21
Después de que se reanudaron las visitas, la relación de Pelleport con su esposa se
deterioró. De alguna manera ella convenció a las autoridades de que le entregaran una magra
pensión de 25 libras al mes del presupuesto de la Bastilla; sin embargo, sobrevivir era difícil
para ella: “Mi situación es atroz”, se lamentaba en una carta dirigida al mayor de la Bastilla,
el caballero de l’Osme, quien trataba bien a Pelleport y era su principal intermediario en sus
contactos en el mundo exterior.22 Por su parte, Pelleport se quejaba en su propia
correspondencia con los administradores de la Bastilla de que su mujer se negaba a ir a
Versalles a negociar en su nombre. Sospechaba que estaba conspirando con sus enemigos para
mantenerlo en la cárcel mientras ella gozaba de la vida parisina como amante de su benefactor,
el caballero Pawlet.
No he decidido qué curso de acción tomar, si esperaré una oportunidad para exigir justicia por el abuso de autoridad
del señor de Breteuil [el ministro a cargo de la Bastilla en 1787] o si le pondré súbito fin a mi vida… Todo lo que
pido es que no sea yo arrancado violentamente de esta celda, que probablemente sea mi tumba… Nunca habría
creído que el señor caballero de Pawlet haría de mi deshonor y la pérdida de mi libertad y mi vida el precio que
cobra por el rescate de mi familia… El destino de un hombre es claramente triste cuando, como un vil juguete de
todo lo cercano a él, se asemeja a un trompo de madera que los niños hábiles hacen girar hacia un lado o hacia otro
con un chasquido del látigo.23
Los prisioneros de la Bastilla con frecuencia llenaban sus cartas de lamentaciones con la
esperanza de que suavizaran la resistencia de sus captores a sus súplicas de libertad, por lo
cual no hay razón para dudar de la desesperación expresada por Pelleport. Y ya que las
semanas se convertían en meses y los meses en años, él tenía toda la razón para creer que
nunca sería liberado.
Ocupaba la mayor parte de su tiempo escribiendo. Desde el inicio de su cautiverio había
tenido acceso a todos los materiales de escritura que requiriera.24 Además de Les Bohémiens,
también compuso algunos poemas que daban salida a sus sentimientos, según explicó en una de
sus cartas: “La suerte de los prisioneros en la Bastilla se parece algo a la de un grupo de
tristes indios o de miserables esclavos africanos… Es mejor bailar al ritmo de tus propias
cadenas que estar mordiendo en vano tus ataduras”.25 Las estrofas que sobreviven en su
expediente muestran que dejaba escapar su resentimiento en pequeñas pièces fugitives
satíricas dirigidas a Bernard-René de Launay, gobernador de la Bastilla.
Avis au Journal de Paris sur un songe que j’ai eu
Laun… vient à expirer! quoi! passant, tu frémis.
Ce n’est point une calomnie.
Pour son honneur, moi, je m’en réjouis.
C’est la milleure action de sa vie.
[Aviso al Journal de Paris sobre un sueño que tuve
¡Laun… acaba de expirar! ¡Qué! ¿Paseante, tiemblas?
No es en modo alguno una calumnia.
Por mi parte, me regocija el honor que recibió.
Es el mejor acto de su vida.]
Madrigal sur ce qu’on s’est plaint que l’auteur était méchant
Laun… s’est plaint que j’ai l’esprit méchant.
D’un coeur si bon le reproche est touchant.
[Madrigal sobre la queja de que el autor es despiadado
Laun… se quejó de que tengo una mente despiadada.
Es un reproche enternecedor de alguien con tan buen corazón.]26
Pelleport intercaló versos similares a lo largo de sus escritos publicados. Muchos tenían
el mismo tono: mordaz, sardónico y desilusionado.
Un tono de nihilismo acompaña las notas con las que Pelleport se burlaba del mundo. La
documentación sobre su encarcelamiento no permite acceder a sus reflexiones más profundas,
pero lo poco que podemos saber sugiere que éstas eran oscuras. Rumiaba las denuncias que le
impedían el camino a la libertad mientras que otros, como Brissot, eran liberados después de
unos cuantos meses. Tenía muchas cuentas que saldar, no sólo con Brissot sino también con
casi todos sus conocidos en Londres, y especialmente con Morande, “un libelista y difamador
de profesión”.27 Escribió a De l’Osme: “Sería mil veces mejor para mí haber caído en manos
de los salvajes de Canadá que en las de esos calumniadores. Mucho mejor, Señor, morir por el
golpe de un tomahawk [tomevack] que sucumbir a los dardos envenenados de los insectos
venenosos que me han reducido a un estado en el que deseo la muerte cada que contemplo lo
que me queda de existencia en las sombras oscuras de mi tumba”.28 En su desesperación,
Pelleport parece haber abandonado toda creencia en principios más altos. Ése era por lo
menos el testimonio de otro libelista londinense que había sido capturado por la policía en
1785, Jean-Claude Fini, alias Hypolite Chamoran. Fini describió a Pelleport no sólo como el
autor de los peores libelos producidos en Londres, sino como un “villano”, un “monstruo” y un
“discípulo de Diágoras [el filósofo ateo del siglo V a. C.], quien, cuando uno le pregunta por
la causa primaria que rige al universo, responde con una sonrisa irónica y hace el símbolo del
cero, al que llama su profesión de fe”.29
¿A quién creerle? ¿Cómo examinar y seleccionar los fragmentos de la Bastilla para armar
la imagen integral de una vida que se destruyó ahí? Si se permite la evidencia indirecta, uno
puede recurrir a una última fuente, la vida y obra de un hombre que nunca testificó por
Pelleport pero que compartió la Bastilla con él: el Marqués de Sade.
El encarcelamiento de Sade en la Bastilla, del 29 de febrero de 1784 al 2 de julio de
1789, coincidió casi exactamente con el de Pelleport: del 11 de julio de 1784 al 3 de octubre
de 1788. ¿Esos cuatro años de cohabitación produjeron algún intercambio intelectual? Es
imposible decirlo. Los dos hombres tenían mucho en común. Ambos eran marqueses de la
vieja noblesse d’epée, ambos habían sido encarcelados a petición de sus familias por faltas de
conducta en su juventud y ambos escribían novelas obscenas; las componían al mismo tiempo
y en proximidad uno del otro. Sus nombres aparecen muy cerca en los registros de la
Bastilla.30
La vida diaria en la Bastilla sin duda era dura, pero es fácil malentenderla, debido a los
mitos que nublan la reputación del lugar: la pesadilla de los revolucionarios pinta una casa de
horrores y la imagen en colores pastel de los revisionistas describe un hotel de una estrella.
Las nociones modernas del encarcelamiento no corresponden con las prácticas del siglo XVIII.
Una fortaleza vuelta prisión, la Bastilla era utilizada para el confinamiento de prisioneros
especiales que eran arrestados comúnmente mediante una carta con el sello real y mantenidos
ahí sin juicio por periodos de tiempo indefinidos. Para la pequeña minoría que permanecía
confinada por varios años, como Pelleport y Sade, el desgaste psicológico podía ser terrible,
pero no estaban aislados de todo contacto con el mundo exterior, ni incluso entre sí. Los
prisioneros no compartían celdas —casi la mitad de las 42 celdas de la fortaleza estuvieron
vacías durante la década de 1780— pero algunas veces, mediante un permiso especial, podían
interactuar. Los más privilegiados incluso cenaban juntos en ocasiones. Jugaban cartas,
ajedrez y aun billar durante un tiempo en 1788. Tenían muchas oportunidades de leer y
escribir, por lo menos cuando las reglas se relajaron hacia el final del siglo XVIII. Recibían un
amplio suministro de libros, papel e instrumentos de escritura. Algunos incluso idearon la
manera de intercambiar notas.31
La Bastilla tenía una biblioteca bastante extensa, y aunque no contenía mucha ficción, los
prisioneros usualmente escribían la propia. ¿Estaban al tanto de las actividades literarias de
los otros? La evidencia que sobrevive no da una respuesta al respecto. Sólo se puede afirmar
que el encarcelamiento y la ociosidad forzada resultante eran un peso que oprimía a algunos
de los prisioneros, lo que les provocaba reflexiones acerca de sus vidas y los llevaba a
expresar sus pensamientos por escrito. A pesar de los muros gruesos y la pesadumbre general,
o quizá por ellos, la Bastilla funcionaba como un invernadero de producción literaria. Fue en
la Bastilla donde Voltaire inició La Henriade, donde La Beaumelle terminó su traducción de
Tácito y donde Sade esbozó Les Cent Vingt Journées de Sodome, Aline et Valcour y la
primera versión de Justine. En tanto que este vecino extraño daba rienda a suelta sus pasiones
a través de la pluma, Pelleport escribió una obra que expresaba un abanico similar de
emociones pero con un estilo más afilado y con más habilidad literaria.
Ésa es mi apreciación. Otros pueden opinar que Justine es muy superior a Les Bohémiens.
Pero el libro de Pelleport merece ser por lo menos conocido. Después de describir las
circunstancias de su producción, quisiera entonces discutir el texto.
1
De acuerdo con el bien informado reporte, probablemente escrito por Pierre Manuel, en La Bastille dévoilée…, París,
1789-1790, vol. 3, pp. 66-69, Pelleport debía su excarcelamiento a las súplicas de su esposa, su protector, el caballero Pawlet, y
la conformidad del nuevo ministro a cargo de la Bastilla, Laurent de Villedeuil. Véase también Manuel, La Police de Paris
dévoilée, París, 1790, vol. 2, pp. 235-236.
2
Dos de las mejores y más recientes obras en la amplia literatura acerca de la Bastilla son Hans-Jürgen Lüsebrink y Rolf
Reichardt, The Bastille: A History of a Symbol of Despotism and Freedom, trad. de Norbert Schürer, Durham, 1997, y
Monique Cottret, La Bastille à prendre: Histoire et mythe de la forteresse royale, París, 1986.
3
Un buen ejemplo del modo en el que insertaba las denuncias del despotismo en su narrativa es el capítulo 9 de Le Diable
dans un bénitier, en el que describe un encuentro imaginario entre él, como M. de la F…., y el conde de Moustier, el
plenipotenciario francés en Londres. En respuesta a la defensa del poder arbitrario que hace Moustier, M. de la F…. lo
confunde con una arenga a favor de la libertad de prensa, el juicio mediante jurados y los límites constitucionales al gobierno.
4
Simon-Nicolas-Henri Linguet, Mémoire sur la Bastille et sur la détention de M. Linguet, écrits par lui-même, Londres,
1783, y Honoré-Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau, Des Lettres de cachet et des prisons d’état: Ouvrage posthume,
composé en 1778, Hamburgo, 1782. Además de las obras antes citadas en la nota 2, véase el viejo pero todavía útil estudio de
J. Delort, Histoire de la détention des philosophes et des gens de lettres à la Bastille et à Vincennes, París, 1829, 3 vols.
5
Aunque no hay evidencia directa acerca de las circunstancias en las que Pelleport escribió Les Bohémiens, parece seguro
afirmar que escribió todo o casi todo el texto en la Bastilla. No podría haber compuesto una novela tan larga y compleja en los
pocos meses que siguieron a su salida de la Bastilla, el 3 de octubre de 1788, especialmente en virtud de que en 1789 estaba
ocupado en asuntos familiares y viajes entre París y Stenay, como lo contaba Manuel en La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3,
pp. 69-70. Además, el texto no se refiere a ningún suceso posterior a 1788 o sugiere en ningún momento la posibilidad de una
revolución. Al contrario, la narrativa está situada en un orden social que parece opresivo pero estable, como si el terremoto de
1789 fuera impensable.
6
Hasta donde puedo ver, Les Bohémiens, op. cit., ha sido completamente olvidada. Es mencionada bajo el nombre de
Pelleport en varios catálogos de bibliotecas, y recibe una mención de pasada en Fernand Drujon, Les Livres à clef, París, 1888,
vol. 1, columna 139, y en Charles Monselet, Les Oubliés et les dédaignés [1857], reimp., París, 1993, vol. 1, p. 12. Sólo he
hallado una discusión de él en literatura secundaria, un pequeño ensayo de Paul Lacroix, Bulletin du bibliophile, París, 1851,
pp. 408-409. Lacroix lo describe hábilmente como sigue: “Voilà un admirable, voici un abominable livre. Il mérite d’être placé à
côté des romans de Voltaire et de Diderot, pour l’esprit, pour la verve, pour le talent prodigieux qu’on est tout étonné d’y
rencontrer; il doit aussi avoir sa place à côté des infamies du marquis de Sade et des grossières obscénités de l’abbé Dulaurens.
Dès que ce singulier ouvrage aura éveillé la curiosité des amateurs, il será certainement très recherché” [“He aquí un libro
admirable, he aquí uno execrable. Merece que lo pongan al lado de las novelas de Voltaire y Diderot, en virtud del espíritu, de la
vehemencia, del prodigioso talento que uno puede hallar en él para su gran asombro; también amerita tener un lugar a un lado
de las infamias del marqués de Sade y de las bastas obscenidades del abad Dulaurens. En cuanto esta obra singular despierte la
curiosidad de los aficionados, será ciertamente muy solicitada”]. Lacroix aseguraba, sin citar fuentes, que la novela fue impresa
por Charles-Joseph Panckoucke, quien destruyó la mayoría de las copias tras descubrir que era una de las muchas figuras
literarias satirizadas en ella. Dos copias existen en los Estados Unidos, en la Library of Congress y en la Boston Public Library,
y una en Francia, en la Bibliothèque Municipale de Rouen.
7
Véase mi discusión sobre las relaciones entre Pelleport y Brissot en Darnton, J.-P. Brissot: His Career and
Correspondence…, op. cit., que puede ser consultada en el sitio de internet de la Voltaire Foundation:
http://www.voltaire.ox.ac.uk/
8
Receveur describió a ambos hombres en este sentido en el reporte sobre sus actividades en Londres que entregó al conde
d’Adhémar, el embajador francés que sucedió a Moustier en 1783: Receveur a Adhémar, 22 de mayo de 1783, en Ministére des
Affaires Étrangères, Correspondance politique, Angleterre (citado en este capítulo como AE), ms. 542.
9
Moustier a Vergennes, 21 de abril de 1783, AE, ms. 542: “Le sieur Brissot de Warville, personnage suspect, a été dans les
bureaux de Mgr le comte de Vergennes… Les Passe-temps d’Antoinette et Les Amours du vizir ont, dit-on, été envoyés de
France, mais il est plus probable que les auteurs sont Brissot de Warville et Pelleport” [“El tal Brissot de Warville, personaje
sospechoso, estuvo en las oficinas de Mgr conde de Vergennes… Les Passe-temps d’Antoinette y Les Amours du vizir, según
se dice, fueron enviados de Francia, pero es más probable que los autores sean Brissot de Warville y Pelleport”]. Lenoir envió
un informe favorable sobre Brissot a Vergennes el 4 de mayo de 1783, AE, ms. 542: “Le sieur Brissot d’Warville… m’est
connu pour avoir composé quelques ouvrages sur les lois criminelles de différents royaumes qu’il a parcourus depuis plusieurs
années. Il a été l’année dernière à Bruxelles et dans les Pays Bas. Il est depuis quatre ou cinq mois à Londres et m’a dit, avant
de partir, qu’il allait y prendre, sur la constitution de l’Angleterre, des connaissances capables de le guider dans la suite de ses
ouvrages. Je n’ai pas lieu, jusqu’à présent, de le croire mauvais sujet ni libelliste, et je pense que le sieur Receveur n’en a une si
mauvaise idée que parce qu’il aura su qu’il était connu de Pelleport, Maurice et autres réfugiés, et qu’il le croit réfugié luimême” [“El tal Brissot d’Warville… me es familiar por haber compuesto algunas obras sobre las leyes de criminalidad habidas
en los diferentes reinos que ha recorrido desde hace varios años. El año pasado estuvo en Bruselas y en los Países Bajos.
Desde hace cuatro o cinco meses reside en Londres y, antes de partir, me dijo que se dirigía allá para conocer más a fondo la
Constitución de Inglaterra y así contar con elementos para componer la siguiente de sus obras. Hasta la fecha no tengo bases
para creer que sea un individuo malo ni un libelista, y pienso que si el tal Receveur tiene una impresión negativa al respecto es
porque se habrá enterado de que es conocido de Pelleport, de Maurice y de otros refugiados, y cree que él mismo es un
refugiado”]. Vergennes confirmó el juicio de Lenoir al notar que Brissot jamás había sido empleado del Ministerio de Asuntos
Exteriores: Vergennes a Moustier, 25 de abril de 1783, AE, ms. 542.
10
Sobre el aspecto legal de los interrogatorios en la Bastilla, véase Frantz Funck-Brentano, “La Bastille d’après ses
archives”, Revue historique, vol. 42, 1890, p. 61.
11
Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 2, p. 23.
12
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, p. 78.
13
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, p. 28: “Brissot de Warville, dont le seul défaut est celui du sévère
Caton, la passion de la vertu… ne devait pas être mis sur la même ligne que le marquis de Pelleport, qui avec autant d’esprit et
de tempérament n’aima que les femmes et les plaisirs” [“Brissot de Warville, cuyo único defecto es el propio del severo Catón,
la pasión de la virtud… no debería ser colocado junto al marqués de Pelleport, quien con tanta presencia de ánimo y
temperamento no amó sino a las mujeres y el placer”]. Véase también Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, p. 66.
14
Los documentos de Brissot, Archives Nationales, 446 AP2. Estos documentos son la fuente del siguiente relato. No
habían sido depositados en los Archives Nationales cuando comencé a trabajar sobre Brissot por primera vez, y no me fue
permitido tener acceso a ellos cuando recién llegaron a los archivos. Ahora que he podido consultarlos, he modificado la
perspectiva severa que expresé sobre Brissot en “The Grub Street Style of Revolution: J.-P. Brissot, Police Spy”, en Journal
of Modern History, vol. 40, 1968, pp. 301-327. Los documentos aclaran que Brissot se enfrentó bastante bien a los
interrogatorios a los que fue sometido en la Bastilla y que no había colaborado con ningún libelo. Pero sí indican que había
tenido contacto cercano con libelistas y otras figuras del submundo literario y no corroboran el relato moralista de sus relaciones
con los expatriados franceses en Londres que más tarde él habría de ofrecer: “En m’établissant dans cette île, je m’étais fait
une loi d’éviter tous les réfugiés dont la vie n’était pas intacte et dont la liaison, si elle n’eût pas été dangereuse pour moi, eût pu
paraître suspecte à des yeux peu éclairés. Cependant j’ai quelquefois laissé venir chez moi des Français dont les erreurs me
paraissaient condamnables; mais j’espérais les ramener à la vertu. La conduite, les opinions, la vie intérieure de l’homme
vertueux ont nécessairement de l’influence sur celui dont le coeur n’est pas entièrement gangrené” [“Al venirme a radicar a
esta isla, me fijé la regla de evitar a aquellos refugiados cuya vida no fuera inmaculada y de resistirme a entablar relaciones
que, aun cuando no fueran peligrosas para mí, pudieran parecer sospechosas ante una mirada menos esclarecida. Sin embargo,
he permitido que acudan a mi domicilio algunos franceses cuyos yerros me parecían condenables; pero confiaba en que podría
conducirlos rumbo a la virtud. La conducta, las opiniones, la vida interior del hombre virtuoso poseen necesariamente influjo
sobre aquel cuyo corazón no se ha gangrenado cabalmente”]. Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 1, pp. 302-303.
15
Vingtain a Brissot, 3 de abril de 1784, en respuesta a una carta de Brissot del 30 de marzo, en J.-P. Brissot:
Correspondance…, op. cit., p. 467. La carta de Vingtain fue primero publicada por Morande en Réplique de Charles
Théveneau de Morande à Jacques Pierre Brissot…, op. cit., pp. 106-107. Como Brissot no discutió su autenticidad durante
sus polémicas con Morande en 1791, yo la acepto como genuina. Bruzard de Mauvelain, un amigo cercano de Brissot que vivía
de hacer negocios turbios en el comercio de libros clandestinos en Troyes, envió dos cartas a la Société Typographique de
Neuchâtel (SNT ) acerca del encarcelamiento de Brissot, que atribuía a la conexión comprometedora con Pelleport: “Il a eu un
tort de se lier avec un imprudent, et un plus grand encore—celui de se mettre sous la coupe du ministère de France” [“Cometió
una equivocación al juntarse con un imprudente, y tuvo un error aún más grande: el de ponerse bajo el yugo del Ministerio de
Francia”]. Bruzard de Mauvelain a la SNT , 20 de agosto de 1784, en Darnton, J.-P. Brissot, p. 349. Mauvelain probablemente
tenía información dada por Brissot acerca de la producción de libelos en Londres, porque le pidió a la SNT que le proporcionara
algunas de sus obras más extremas, incluidas “6 Passe-Temps d’Antoinette avec figures”. Mauvelain a SNT , 15 de febrero de
1784, Bibliothèque Publique et Universitaire de Neuchâtel, documentos de la SNT , ms. 1179.
16
Las cartas de Larrivée están en los documentos de Brissot, Archives Nationales, 446 AP1. Sobre Metra, véase el ensayo
de Jean-Robert Armogathe y François Moureau en Sgard, ed., Dictionnaire des journalistes…, op. cit., vol. 2, pp. 711-713.
17
Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 2, p. 8.
18
Una nota sin fecha escrita por Pelleport entre varias cartas y mensajes que les pidió a los de la administración de la
Bastilla que transmitieran y que ellos confiscaron, Bibliothèque de l’Arsenal, documentos de la Bastilla, ms. 12454.
19
Los registros de estas visitas y otros detalles sobre el confinamiento de Pelleport aparecen en la correspondencia
administrativa de los oficiales de la Bastilla: documentos de la Bastilla, ms. 12517.
20
Nota sin fecha, documentos de la Bastilla, ms. 12454.
21
Pelleport al barón de Breteuil, 16 de diciembre de 1786, en documentos de la Bastilla, ms. 12454.
22
Madame Pelleport a de l’Osme, 1° de abril (probablemente de 1788), documentos de la Bastilla, ms. 12454. Uno de los
parientes de de l’Osme había estado en el ejército con los hermanos de Pelleport, y de l’Osme trataba a Pelleport de una
manera amistosa. Pelleport siguió agradecido con él e intentó, sin éxito, salvarlo de ser linchado después del ataque a la Bastilla.
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, pp. 69-70.
23
Pelleport a François de Rivière de Puget, teniente del rey en la Bastilla, 22 de noviembre de 1787, documentos de la
Bastilla, ms. 12454. En una carta previa a de Puget, sin fecha e incluida en el mismo expediente, Pelleport escribió que a pesar
de los reproches de su esposa todavía sentía “beaucoup d’amitié pour elle” [“una gran amistad por ella”].
24
En una nota sin fecha al gobernador de la Bastilla, el marqués de Launay, de Losne recomienda conceder la siguiente
petición de Pelleport: “Je vous prie, Monsieur, de laisser écrire le sieur de Pelleport, de lui donner des livres, plume, encre et
papier” [“Le suplico, Señor, que le permita escribir al señor de Pelleport, que le dé libros, pluma, tinta y papel”]. Una nota al
final, fechada el 11 de julio de 1784, indica que ese permiso había sido otorgado: “Fait comme il est requis” [“Hágase lo que es
solicitado”]. Documentos de la Bastilla, ms. 12517.
25
Nota sin fecha escrita por Pelleport a una persona no identificada, documentos de la Bastilla, ms. 12454.
26
Verso sin fecha escrito por Pelleport en un pedazo de papel bajo el título “Mes adieux à Pluton”, documentos de la
Bastilla, ms. 12454. Alfred Bégis aseguraba que Pelleport se llevaba bien con De Launay, quien le daba como regalo fruta en
recompensa por las clases de música que Pelleport daba a la hija de De Launay. Ese tratamiento favorable pudo haberse
ofrecido un tiempo antes de que Pelleport se pusiera en contra de De Launay. Sin embargo, Bégis sólo comunicó esta
observación a Franz Funck-Brentano en privado y sin entregar ninguna documentación: Funck-Brentano, “La Bastille d’après
ses archives”, p. 72.
27
Pelleport a De Launay, carta sin fecha, documentos de la Bastilla, ms. 12454.
28
Pelleport a De l’Osme, 16 de noviembre de 1784, documentos de la Bastilla, ms. 12454.
29
Jean-Claude Fini (conocido como Hypolite Chamoran o Chamarand) a De Launay, carta sin fecha (probablemente a
mediados de 1786), documentos de la Bastilla, ms. 12454. Chamoran fue detenido en la Bastilla del 27 de noviembre de 1785 al
31 de julio de 1786. Él y su supuesta esposa, Marie-Barbara Mackai, parecen haber estado involucrados con Pelleport en la
producción de libelles y en las operaciones de extorsión en Londres, pero él negó todo y denunció a Pelleport vehementemente
durante su estancia en la Bastilla. Es mencionado brevemente en Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, p. 101, y en
una carta de Morande al ministro del Exterior, Armand-Marc, conde de Montmorin, 28 de abril de 1788, en Gunnar von
Proschwitz y Mavis von Proschwitz, Beaumarchais et le “Courier de l’Europe”, op. cit., vol. 2, p. 1013.
30
Por ejemplo, en notas acerca de las peticiones especiales y los permisos otorgados a prisioneros, un empleado registró que
la esposa de Sade le había enviado un chaleco y una vela el 13 de noviembre de 1784, y que la esposa de Pelleport lo había
visitado el 19 de noviembre de 1784: documentos de la Bastilla, ms. 12517, ff. 79, 82. Dos libros recientes en la vasta literatura
sobre Sade contienen relatos detallados de su vida en la Bastilla: Laurence L. Bongie, Sade: A Biographical Essay, Chicago,
1998, y Francine du Plessix Gray, At Home with the Marquis de Sade: A Life, Nueva York, 1998. Sobre los escritos de Sade
en la Bastilla, véase especialmente Jean-Jacques Pauvert, Sade Vivant, París, 1989.
31
Véase Funck-Brentano, “La Bastille d’après ses archives”, art. cit., pp. 38-73, 278-316; Monique Cottret, La Bastille à
prendre: Histoire et mythe de la forteresse royal, París, 1986, pp. 31-33, 129; Claude Quétel, De Par le Roy: Essai sur les
lettres de cachet, Toulouse, 1981, pp. 48-49, y Joseph Delort, Histoire de la détention des philosophes et des gens de lettres
à la Bastille et à Vincennes, París, 1829; reimp., Ginebra, 1967, 3 vols.
XVI. BOHEMIOS ANTES DE LA BOHEMIA
LES BOHÉMIENS abre con Bissot, la versión ficticia de Brissot, despertando en la cama
miserable de un altillo en Reims. Acaba de comprar su título de leyes, pero esa extravagancia
le acabó sus ahorros, unas 300 libras, y ahora está profundamente endeudado. ¿Qué hacer? La
mejor solución que se le ocurre es convertirse en filósofo en lugar de en abogado, esto es,
escapar de la ciudad antes de que los agentes puedan enviarlo a la prisión de los deudores.
Justifica su resolución dando un “discurso filosófico”1 a su hermano, quien funciona como
secuaz y quien ha estado durmiendo a su lado. Ésta es la primera de muchas arengas
filosóficas dispersas por todo el libro, y le da la oportunidad a Pelleport de parodiar el
rousseauneanismo vulgar de Brissot, al tiempo que desliza unas cuantas referencias sardónicas
acerca de sus orígenes como hijo de un pastelero en Chartres. En un lenguaje absurdamente
rimbombante, Bissot deplora las inequidades del sistema social y luego da un giro y lanza una
diatriba en contra de la tiranía de los acreedores basada en su Théorie des lois criminelles.
Como dejan claro ésta y muchas otras alusiones, Pelleport tenía un conocimiento profundo de
los escritos tempranos de Brissot y de sus antecedentes y su familia. El hermano menor en la
novela, Tifarès, corresponde a Pierre-Louis Brissot de Thivars, el hermano menor de Brissot,
que era conocido como Thivars y se unió a él en Londres en 1783 para asistirlo en varios
proyectos. Pelleport describe a Tifarès como un bobo flaco y supersticioso, interesado apenas
en la siguiente comida. Cuando Bissot, siguiendo con su oratoria, anuncia que deben dejar
Reims para regresar a la naturaleza —una solución rousseauneana al problema de su
incapacidad de pagar sus deudas—, y por ello comer raíces y castañas, Tifarès manifiesta que
prefiere conseguir un trabajo como ayudante de cocina. Sin embargo, al final está de acuerdo.
Se pone seis camisas una sobre otra —su manera de transportar su guardarropa completo— y
los dos se encaminan en esa dirección, Bissot-Brissot y Tifarès-Thivars, una versión moderna
de Don Quijote y Sancho Panza.
Siguiente escena: un camino primitivo hacia Champagne. Hablando con su propia voz, el
narrador-autor declama en contra del corvée (labores forzadas construyendo caminos) y de la
explotación de los campesinos. Luego deposita a sus héroes en un mesón derruido, donde
gastan sus últimos centavos en una comida horrenda —el momento para otra arenga filosófica,
esta vez una parodia de las Recherches philosophiques sur le droit de la propriété de Brissot
—, y siguen adelante, resignados a dormir en una zanja. Con la llegada de la noche, un
bandido emerge de súbito de la oscuridad apuntándolos con un rifle. Resulta ser Mordanes
(Morande, cuyo nombre a veces era escrito con una s al final), el guardia y principal cazador
furtivo de una banda de nómadas, que están reunidos alrededor de una fogata asando la caza
del día. En lugar de destripar a los extraños, los bohémiens los invitan a unirse al festín.
Mientras que Tifarès instintivamente va a dar vuelta al asado, Bissot deleita a sus huéspedes
con el “discurso de aceptación”2 que había pronunciado en la Académie de Châlons-sur-
Marne. El discurso real, dado en Châlons el 15 de diciembre de 1780, tenía como tema las
propuestas de reforma a la justicia penal. La parodia de Pelleport combina esos ingredientes
con una declamación en contra del despotismo, la intolerancia religiosa y demás males
sociales, todo ello servido con la retórica pomposa de las academias de provincia. Dirigirse a
un grupo de bandidos como nobles salvajes —“sabios habitantes de los bosques, ilustres
salvajes”3— y luego cambiar de velocidad y tratarlos como unos académicos provincianos y
conservadores es sumarle absurdo a lo absurdo, especialmente si el propósito último es
conseguir comer gratis. En medio de toda su oratoria enredada, Bissot alcanza a ver un final
todavía más feliz. Si puede ser admitido en la compañía, como un neófito en una academia, él
también podría vivir saqueando campesinos. Lo mismo para Tifarès, quien ofrece sus
servicios como desplumador de aves “según los métodos de la Encyclopédie”.4 Los bohemios
reconocen a los recién llegados como hombres hechos de su mismo material y les permiten
unirse a la pandilla.
En este punto, Pelleport suspende la narración para dar un poco de información de
contexto acerca de los bohemios. Nunca explica el uso mismo de la palabra, pero para la
segunda mitad del siglo XVIII bohémiens había llegado a denotar algo más que a los habitantes
de Bohemia, o, por extensión, a los gitanos (Rumania). Aunque no estaba asociado todavía con
la noción moderna de la bohemia que popularizó Henri Murger con Les Scènes de la vie de
bohème (1848), el término ya connotaba a los errantes que vivían de su ingenio y a los
hombres de letras marginales.5 Los bohemios de Pelleport comparten esta característica
general, pero cada uno tiene rasgos altamente individuales. De hecho, Pelleport añade tanto
detalle al describir a los personajes principales —idiosincrasias, referencias a publicaciones,
nombres que son obvios anagramas— que el lector pronto se da cuenta de que la novela es una
roman à cléf, que requerirá ser descifrada continuamente.
Las adivinanzas inician cuando el presidente de la tropa, el abate Séchant, presenta a los
principales miembros con los recién llegados. Séchant y su compañero, el abate Séché —sus
nombres evocan la aridez de su filosofía—, son versiones caricaturizadas de dos libelistas de
Londres, el abate de Séchamp y el barón de Saint-Flocel. De acuerdo con su informe de
policía, Séchamp era un antiguo capellán del príncipe de Zweibrücken que había huido a
Londres después de verse implicado en un plan para robar fondos a un comerciante de Nantes.
Fue parte de la operación de extorsión de Pelleport mientras intentaba echar a andar un
suplemento fisiocrático-filantrópico titulado Journal des princes, con el que buscaba ganarle
terreno al periódico similar publicado por Brissot, Correspondance universelle sur ce qui
intéresse le bonheur de l’homme et de la société. Saint-Flocel se le unió en esta empresa,
después de haber adquirido experiencia como periodista en el Journal de Bouillon.6 Brissot
describió a Saint-Flocel en sus memorias como un “economista excesivamente dogmático”, y
la policía lo incluyó en sus archivos como un aventurero que cambiaba de nombres y de
oficios para evadir los castigos por sus varias estafas.7 El tercer bohemio principal era
Lungiet, la contraparte burlesca de Simon-Nicolas-Henri Linguet, el famoso periodista que se
unió a la colonia de expatriados franceses después de haber sido liberado de la Bastilla en
1782.8 No podía esperar Pelleport que los lectores identificaran a cada personaje del libro,
pero dejaba claro que los bohemios que deambulaban por Champagne eran en realidad
franceses establecidos en Londres y que su actividad principal, robar corrales, correspondía
al periodismo escandaloso de los libelistas.
Pelleport no nombró a los otros miembros de la tropa, pero sugería que había por lo menos
una docena de ellos. Los agentes secretos de la policía de París elaboraron reportes de todos
los que pudieron identificar entre los refugiados franceses en Londres y sumaron un total de
39: una extraordinaria galería de villanos compuesta por escritores de poca monta y
estafadores.9 Pelleport probablemente los conocía a todos. Sin duda tenía bastante material de
color al cual recurrir, pero no intentó retratar a toda la población de escritores franceses en las
Grub Streets de Londres porque dirigió gran parte de su sátira a variaciones de la filosofía
francesa. Así pues, dividió a los bohemios en tres sectas filosóficas: “la secte économiconaturellico-monotonique”10 [económico-naturalista-monotónica], comandada por Séché; “la
secte des despotico-contradictorio-paradoxico-clabaudeuristes”11 [de los despóticocontradictorio-paradójico-chismosos], guiada por Lungiet, y la de los “philosophes
communico-luxurico-friponistes”12 [filósofos comunicativo-lúbrico-bribonzuelos] comandada
por Mordanes. La primera representaba a la fisiocracia y la doctrina de la ley natural; la
segunda, al despotismo ilustrado teñido de doctrinas sociales reaccionarias; la tercera, al
interés propio de signo predatorio. Junto con el rousseauneanismo utópico de Bissot, los
bohemios cubrían gran parte del espectro ideológico.
También había acompañantes en el campamento. Pelleport sólo nombró a dos, una
combinación de madre e hija: Voragine y Félicité. Félicité era Félicité Dupont, la “hermosa
vecina” del círculo de Mentelle en París que había cautivado a Brissot en 1779, como lo
mencionó en sus primeras cartas a Pelleport.13 Se casaron en 1782 y se establecieron en
Londres, en 1 Brompton Road, junto a las oficinas del Courrier de l’Europe, donde Pelleport,
colaborador frecuente del Courrier, los visitaba regularmente. La madre de Félicité, MarieCatherine Dupont, née Cléry, era la ya mencionada viuda de un comerciante en Boulogne-surMer. Figura de manera prominente en Les Bohémiens como la compañera de Séchant y la
pareja sexual de cualquiera a quien lograra seducir; Pelleport la retrata como una arpía
horrenda y hambrienta de sexo. (Voragine parece ser un anagrama obsceno que puede ser
descifrado de varias maneras, todas desagradables, aunque también puede ser una alusión a
Jacobus de Voragine, el autor de la Leyenda dorada del siglo XIII, una colección popular de
vidas de santos legendarios.) La hostilidad de Pelleport estaba conectada con su disputa por
su especulación con el cargamento de champaña y su renuencia a pagar el préstamo que ella le
había dado, pero puede haber otros motivos, quizá algo relacionado con su encarcelamiento;14
porque su retrato de la esposa y la suegra de Brissot es particularmente despiadado, y las hizo
los personajes centrales de la subtrama pornográfica en su novela.
Después de presentar a los bohemios principales, el narrador se aleja de la historia y le
informa al lector que la tropa cuenta con un último filósofo, el más grande de todos. Reta a los
lectores a adivinar la identidad del personaje descrifrando el “significado secreto”15 de la
descripción que sigue. El filósofo no pertenece a ninguna secta, no suscribe ninguna religión,
combina sensaciones sin distorsión en su aparato sensorial, sobrelleva sus penas sin quejarse,
disfruta de la comida y la bebida y es un gran amante. ¿Quién podría ser? Después de un tour
satírico por la filosofía contemporánea en el que desacredita cada variedad de pretenciosidad
intelectual con un ímpetu digno de Voltaire, el narrador se dirige al lector de nuevo: “Oh,
puedo ver, querido lector, que estás impacientándote y que no puedes adivinar quién es el
héroe al que corresponde el retrato fiel que he trazado. Pero tú, pequeña muchacha pueblerina,
tan juguetona y alerta, tú que te has acostado en más de una ocasión, llevada por el amor, bajo
el vigoroso Colin, si lees este libro gritarás con placer: ‘¡Oh! Es Colin. Es nuestro burro’”.16
El virtuosismo estilístico de esta sección tipifica la técnica de Pelleport. Desarrolla una
línea narrativa que lleva al lector en una dirección, luego la interrumpe con una digresión que
cambia la perspectiva y regresa a la acción —o algunas veces a una digresión dentro de la
digresión— de una manera que pone todo en entredicho. Emplea un método shandiano
perverso, burlándose y jugando con el lector, luego administrándole dosis de conmoción y
sorpresa. Este filosofar sardónico, que recorre una docena de escuelas de pensamiento,
termina con una elegía al burro que carga el equipaje de la tropa. Y para contar cómo acaba el
chiste aparece un segundo lector putativo, una muchacha pueblerina no tan inocente que
duplica el valor de escándalo de la broma al elogiar la proeza sexual del burro, posiblemente
como una alusión al burro de Juana de Arco en La Pucelle de Voltaire. De la filosofía al
bestialismo, Pelleport elabora la escena narrada con una destreza que supera los garrapatos de
su vecino en otra celda: el Marqués de Sade.
El subtexto libertino se hace presente desde la primera frase del libro, en la que Bissot se
describe despertando con los primeros rayos de la mañana, cuando “las mujeres de placer
estaban cerrando los ojos… las señoritas de buena crianza y todas esas que pretenden ser
nobles tenían todavía seis horas de sueño frente a ellas, y las damas piadosas, despertadas por
el sonido lúgubre de las campanas de iglesia, se apuraban para llegar a la primera misa”.17 Un
fragmento similar sirve como introducción al panegírico del burro al inicio del capítulo cinco,
pero ahí el narrador asume otro tono. Celebra el sexo en un pasaje lírico y habla con su propia
voz, sin trazas de ironía.
Sí, recuerdo aquel tiempo feliz cuando estaba tumbado en un colchón en brazos de Julie. Los primeros rayos del
amanecer entraban por la ventana sin cortinas y me arrancaron de los brazos del sueño. Un beso saboreado
tiernamente avivó a mi amor. Su corazón se abrió al deseo antes que sus ojos se abrieran a la luz. Me uní con Julie;
Julie me abrazó con fuerza entre sus brazos de alabastro. Dimos la bienvenida al principio de la vida en esa unión
engendrada por su divino fuego, y nos embriagamos de placer en preparación para el trabajo del día.18
Es una escena de Grub Street. El pobre autor se levanta junto a su amante en una
buhardilla, y, después de hacer el amor, sus pensamientos se enfocan en la tiranía de los ricos,
los poderosos y los intolerantes.
Oh, ustedes que utilizan siniestros cuentos de hadas para envenenar los pocos y breves momentos que podemos
consagrar al placer, créanme: nuestra oración [esto es, el acto de hacer el amor] fue más agradable para el Ser de
seres que el mal latín con el que ofenden Sus oídos. Y ustedes que albergan una sórdida codicia en sus corazones
de bronce, ustedes que engordan depredando a sus semejantes, se enriquecen cobrando impuestos a los pobres,
ustedes los tiranos manchados por la sangre de la humanidad, bárbaros carceleros que vigilan las puertas de las
prisiones y sujetan con sus manos pesadas los candados, vengan, apresúrense a contemplar a Mordanes el filósofo
iniciar su día, y que la envidia corroa los restos desecados de sus corazones corruptos y fétidos.19
El capítulo continúa con la siguiente aventura de Mordanes y el jocoso elogio al burro,
pero la nota de pasión del párrafo inicial es una obertura desconcertante para los pasajes
burlescos que siguen. El narrador ha atravesado la narrativa con un grito del corazón (un cri
du coeur) que podría haber salido de una celda de la Bastilla, como si fuera un prisionero
quejándose de sus captores y dando rienda suelta a su ira y a su anhelo. El lector,
naturalmente, se pregunta: ¿quién es la persona que se dirige a mí de esta extraña manera y
dónde se ubica ante las filosofías de las que se burla?
Después de su panegírico del burro, el narrador responde esas preguntas al identificarse a
sí mismo. No da su nombre, pero da suficiente información para explicar su desencanto de los
valores dominantes de su tiempo (y todas sus frases embonan con la biografía de Pelleport).
Nació en una posición social privilegiada, dice, pero las experiencias tempranas le enseñaron
a odiarla. A juzgar por algunas de sus frases desdeñosas acerca de la burguesía acaudalada
que compra sus puestos en la nobleza, él pertenece a la vieja nobleza de la espada.20 En un
punto sugiere que tuvo una carrera militar abortada como “un joven caballero… sin dinero”.21
En otro, describe su intento de conseguir un nombramiento en la Corte mediante un amigo
aristocrático de la familia. Al final rechaza todas las variedades del patronazgo y se va a los
caminos, inspirado por Rousseau; el Rousseau real, no la versión vulgar manoseada por
Bissot. El narrador se dedica a la búsqueda de la libertad y denuncia las injusticias sociales
en un lenguaje muy cercano al de Rousseau en el Discours sur l’origine de l’inégalité. Sin
embargo, a esta profesión de fe le siguen más obscenidades. Su roussoneanismo resulta ser
extrañamente rabelaisiano, a kilómetros de distancia del entusiasmo cursi de Bissot. Éste, sin
embargo, como todos los demás filósofos, proclama ser partidario de principios elevados y
vive de desfalcar campesinos. El narrador contrasta esta hipocresía desfavorablemente con la
antifilosofía del burro, el “nadismo” (riénisme), como él lo llama, que consiste en rechazar
todos los sistemas de pensamiento al tiempo que uno satisface su propio apetito.22 La búsqueda
del placer, sin impedimentos sociales, resalta entre todas las pontificaciones como el único
valor digno de perseguir. Por lo menos en ese caso, a pesar de su pretención e hipocresía, los
bohemios representan algo positivo. Su presidente, Séchant, cuando los presenta con Bissot
los describe como una “tropa de personas que no carecen ni de apetito ni de alegría”. Están
dedicados a la “libertad encantadora y gratuita [ … ] Eso es lo que nos ha unido desde todos
los rincones de Europa. Somos sus predicadores, y su culto puede reducirse al principio de no
hacerse daño unos a los otros”.23 Los bohemios compartían una actitud y no una filosofía.
Asumen una postura ante el mundo que es ya muy parecida al culto a la bohemia.
Incluso como filósofos, los bohemios parecen inofensivos… todos, excepto uno:
Mordanes. Él es el único miembro de la tropa que parece ser verdaderamente malvado. Él
realiza todos los saqueos, mientras que los otros se lanzan observaciones triviales entre sí sin
lastimarse. Su empleo principal, robar animales de los corrales, funciona como metáfora de la
actividad clandestina de Morande: traicionar gente —víctimas indefensas como Pelleport—
ante la policía. Mordanes también gusta de causar dolor sólo porque sí. La más reveladora de
sus atrocidades sucede cuando aplasta a dos gallinas que copulan. El narrador cuenta este
incidente después de un extenso pasaje lírico en celebración del sexo. El deseo es la energía
vital que atraviesa toda la naturaleza, proclama, y el amor libre es el principio más noble en el
orden natural: “Disfruta del placer, disfrútalo y cuida de nunca causar el menor impedimento
al disfrute de los demás”.24 Como ilustración de esta regla de oro hedonista, celebra la alegre
lujuria de unas gallinas en un corral que Mordanes acecha, e invoca “la canción del gallo, que
llama a sus gallinas, elige a la más libidinosa, le da un abrazo franco, fuerte y firme, el tipo de
abrazo que daríamos, tú y yo, a nuestras pequeñas gallinitas, si no nos inhibiera tanta
humanidad, virtud, modestia y quizá algo más”.25 Pero en medio del coito de las aves,
Mordanes, “el bárbaro Mordanes”, las mata con un golpe brutal. Le está dando a Tifarès una
lección en el arte de saquear campesinos. Sobrecogido inicialmente por la piedad, el
sentimiento básico de la sociabilidad según Rousseau, Tifarès retrocede horrorizado, pero
luego lo piensa mejor y destroza el cráneo de cuatro patos en un estanque cercano. Ha
cambiado su lealtad de Bissot a Mordanes y ha aprendido a ser un asesino.26
La expresión personal del impulso sexual universal de Mordanes es la violación. Hace de
Félicité su víctima. Mientras los bohemios reanudan la marcha a través de Champagne, Bissot
se ha unido a Félicité, justo como Brissot lo había hecho con Félicité Dupont en París. Se unen
y copulan dichosos. Unos días después, mientras Félicité está sentada sola contemplando su
futura maternidad, Mordanes la ataca, lucha con ella, y está a punto de penetrarla cuando a ella
se le ocurre un truco. Cambiando de postura hace que falle y la sodomice —su manera de
proteger la paternidad de Bissot—. Es también la manera de Pelleport de herir a un antiguo
amigo: ultrajar a la esposa es humillar al marido. Pelleport va más allá: sugiere que Félicité lo
disfrutó, porque Bissot no es muy buen amante, según revela, y la energía de semental del
violador libera una carga libidinal en ella. Ella incluso obtiene satisfacción de su ardid
gimnástico. El capítulo ostenta un lema cínico: “A un ratón que tiene un solo agujero pronto lo
atrapan”.27
La energía sexual que recorre la narrativa aparece como una fuerza fundamental de la
naturaleza, algo que el narrador compara con la electricidad, la fricción, el fuego y el
flogisto.28 Aunque en sí misma es neutra, es incesantemente falocrática en sus efectos sobre la
sociedad. Mientras elabora un discurso sobre la ley natural, Séché llega tan lejos como para
argumentar que los hombres deberían poseer a las mujeres como una propiedad que puede
comprarse, venderse, intercambiarse, rentarse y heredarse.29 Para ser claros, este episodio
burlesco se lee más como una sátira en contra de la subyugación de las mujeres que como un
argumento a favor de ella. El narrador constantemente presenta a las mujeres como objetos del
deseo masculino; sin embargo, también les atribuye una energía sexual agresiva, ya que el
mismo impulso vital recorre a todas las formas de vida: las mujeres están para ser tomadas, y
ellas disponen a su antojo de los hombres. Mientras Félicité está siendo violada, su madre, la
insaciable Voragine, somete a Tifarès. Copula con muchos otros de los bohemios, incluso,
sugiere el narrador, con el burro. Séchand, que es incapaz de satisfacer su “furia uterina”,
sueña que ella se acuesta con todo un grupo de capuchinos.30
Los monjes entran en la narración como si vinieran de un submundo libidinal.
Evidentemente en una peregrinación, vagan por el campo robando a los campesinos de la
misma manera que los bohemios, quienes los encuentran a la mitad de la noche. Al principio
los bohemios creen que son criaturas satánicas que celebran un aquelarre de brujas pero
pronto se dan cuenta de que son espíritus afines entregados al exceso. Las dos tropas unen
fuerzas y se detienen para darse un festín alrededor del fuego. Se atascan de comida y bebida
hasta el estupor, despiertan y comienzan a copular, en parejas o tercias, y luego montañas de
cuerpos se acumulan y se unen en casi todas las combinaciones celebradas por la literatura
libertina del siglo XVIII, Sade incluido. La perversión polimorfa degenera en pleito. Se sueltan
los puños, las narices se revientan, fluye sangre por todos lados junto con la mucosidad y los
fluidos secretados por numerosos orificios. El burro se une a la batalla, rebuznando y
agitándose enloquecidamente. Es una trifulca dionisiaca, digna de las mejores grescas
descritas por Rabelais y Cervantes.31 Al abrir el día, los insubordinados se detienen para
desayunar. Disfrutan una comida opípara juntos y luego cada quien se va por su lado. Todos la
pasaron muy bien.
La orgía es el clímax del volumen uno. El volumen dos lleva a la tropa a nuevas aventuras
interrumpidas por más discursos filosóficos burlescos, sibien casi todo él está dedicado a una
autobiografía velada de Pelleport. Éste constantemente interrumpe la narración con
digresiones que incluyen fragmentos de la historia de su vida. Pueden identificarse y unirse
para formar una segunda narrativa, y en las últimas 100 páginas del libro las dos historias se
entrecruzan: Pelleport, en la persona de un poeta errante y sin nombre, se une a los bohemios
mientras acampan en las afueras de su ciudad natal, Stenay. Les cuenta sus aventuras y
mientras escuchan ellos reaparecen en su historia con nombres nuevos y en un nuevo
escenario: Grub Street, Londres. La intersección y el traslape de narrativas crean una
estructura compleja, pero Pelleport teje las líneas de la historia con una mano confiada y un
toque ligero: el último segmento del libro lleva la obscenidad previa a un nuevo extremo,
como si con eso quisiera decir que la comedia humana es una farsa, un chiste subido de tono.32
El poeta irrumpe en el texto mientras los bohemios levantan su campamento y preparan la
comida. Apenas ha sido liberado de la Bastilla y está por reunirse con sus hermanos en Stenay
(el lugar de nacimiento de Pelleport), pero se ha detenido a componer una canción. Pulsando
su guitarra, canta un verso que, como explicará después, representa su verdadera filosofía.
Voler de belle en belle,
A l’amour c’est se montrer fidéle;
Voler de belle en belle,
Aux Dieux c’est ressembler.33
[Volar de belleza en belleza
Es ser fiel al amor;
Volar de belleza
en belleza Es asemejarse a los dioses.]
Séchant reconoce en él a un espíritu afín y le grita: “¡Un autor!” Sorprendido, el poeta
siente pánico. Niega cualquier conexión con la literatura porque teme que los extraños sean un
destacamento de la policía. Para nada, lo tranquilizan: ellos también son autores; el burro está
cargado de tratados que han estado escribiendo. Lo invitan a cenar, y mientras Tifarès da
vuelta al asado, el poeta les cuenta la historia de su vida, que ofrece como explicación para su
temor: “De alguna manera estoy vinculado con la República de las Letras, pero es una cosa
muy peligrosa admitirlo estos días […] y para probárselo, les contaré mi historia literaria”.34
Nació en Stenay, explica, territorio tan infértil como el resto de Francia para el
florecimiento de la literatura. Su padre muerto, un anticuado oficial militar de la antigua
nobleza de la espada, apenas podía leer y escribir. Ninguno de sus dos hermanos tuvo tampoco
mucha educación. Sus dos hermanas fueron enviadas a un convento. Pero su madre tuvo una
ayuda de cámara de París que amaba leer novelas y que le leía Don Quijote. Ésa fue su
perdición. Pronto aprendió a leer y memorizó todas las aventuras del hombre de La Mancha.
Con el andar del tiempo, después de unos vaivenes que corresponden a la biografía de
Pelleport, estaba embarcado en una carrera literaria y escribía para el Courrier de l’Europe
en Londres. Se llevaba bien con su editor Antoine Joseph de Serres de La Tour, pero no con su
director, Samuel Swinton. Así que cuando se enteró de la muerte de su padre, dejó el
periódico y se embarcó para Stenay con la esperanza de recibir su herencia. Su madrastra
echó abajo esas esperanzas después de manipular el proceso legal. El desafortunado poeta
emprendió entonces el regreso, quebrado y a pie, a Londres; pero no llegó más allá de
Boulogne-sur-Mer, porque no podía pagar el pasaje que lo llevaría a través del Canal. El 24
de diciembre de 1783, después de una misa navideña, se encontró solo en una iglesia en
Boulogne… y ocurrió un milagro.
Aquí la narrativa da un giro distinto. Entre la infancia del poeta en Stenay y su periodismo
en Londres, el lector bien informado podría llenar las partes vacías de la biografía de
Pelleport insertando episodios mencionados en otras digresiones: estudios en la École
Militaire de París,35 servicio con un regimiento en la India y varios años de casado en Suiza.
Pero Pelleport todavía no daba un recuento completo de su experiencia en Londres: nada más
allá de las caricaturas de los expatriados franceses presentados como bohemios. En la última
sección del libro les da nuevos nombres a esos escritores y los reubica en los altillos y los
cafés de Londres. También cambia de tono: el relato del poeta, que incluía algunas críticas
sociales serias,36 se transforma en una farsa obscena organizada alrededor de la noción del
gigantismo genital y el supuesto deseo de las mujeres por penes grandes.
Después de la misa aparece como caído del cielo un mendigo y el poeta le da la última
moneda de su bolsillo. Es un acto humanitario secular, no caridad cristiana, como deja claro el
texto irremisiblemente sacrílego.37 Pero esto provoca un milagro. El mendigo se transforma en
el glorioso san Benito José Labre, que recompensa al poeta con un cinturón milagroso hecho
de cuerda anudada. Le indica al poeta que esconda el cinturón bajo su ropa y deje uno de los
cabos libres para poder jalarlo a través de la cadena de su reloj sin ser visto. Cada que
necesite ayuda deberá jalar la cuerda, moviendo de nudo en nudo según la severidad de la
situación. Su nariz crecerá tres pulgadas con cada jalón. Y el santo mismo descubrió, durante
su recorrido en la tierra como un monje itinerante y mendicante, que una nariz larga es
irresistible para las mujeres, y que le darán todo el socorro que requiera… o más,
dependiendo de los nudos que jale.
Mientras Pelleport estaba tejiendo estas fantasías en la Bastilla, los católicos de Boulogne
estaban celebrando al san Benito José Labre real como su máximo hijo nativo, aunque haya
nacido en realidad en el pueblo vecino de Amettes en 1748. Desde su infancia fue partidario
del catolicismo más austero. Al momento de su muerte, en Roma el 16 de abril de 1783, había
vivido como un santo, mortificando su carne en peregrinaciones y realizando milagros: 136
curas certificadas según una hagiografía publicada en italiano en 1783 y en francés en 1784.
La canonización no llegó sino hasta 1881, pero la reputación de santidad de Labre le dio el
material perfecto a Pelleport para escribir una sátira sacrílega que llevaría a su héroe a través
del Canal.38
Las impiedades comienzan en Boulogne y hacen de la suegra de Brissot, Voragine, en la
primera parte del libro, su blanco principal. Reaparece como Catau des Arches, la viuda de un
comerciante ávida de sexo que con toda facilidad entrega 240 libras para jugar con la nariz
del poeta una vez que éste jala del cinturón de san Labre y mueve la trompa frente a ella. Con
el bolsillo lleno de nuevo, el poeta reduce su nariz a su tamaño normal soltando los nudos del
cinturón y se embarca hacia Londres, no sin antes recolectar tributo de otras mujeres en
situaciones que se prestan para lanzar algunos comentarios mordaces sobre la hipocresía y
pretención de la sociedad provinciana.39
Londres, en cambio, aparece como un mundo lleno de aventureros, fanfarrones, filósofos,
científicos, políticos, agitadores, editores y periodistas. Sus nombres aparecen por ahí: Fox;
Pitt el joven; Lord North; Paul-Henri Maty, editor del New Review; David Williams, el deísta
radical; Joseph Priestley, el partidario de la Ilustración y la ciencia; Jean-Paul Marat, entonces
luchando por hacerse de fama como científico; James Graham, el inventor de la cama eléctrica
de fertilidad, y una mezcla de personajes extravagantes, probablemente conocidos de Pelleport
encubiertos tras nombres no identificables: un charlatán alemán llamado Muller; un falso
médico inglés llamado Remben; un tal J.P.D.; Ashley, un volador de globos aereostáticos;
Katerfiette, un astrónomo; Piélatin, un violinista. En medio de todos ellos, el poeta se
encuentra con “una tropa de franceses miserables y famélicos”40 —la colonia de refugiados
franceses—. Éstos incluyen a Brissot, quien ahora aparece como “Bissoto de Guerreville” (un
juego con el nombre completo de Brissot, Brissot de Warville), el yerno de la viuda Des
Arches, que vive como un vendedor de ropa usada —esto es, un escritor de escasa valía que
hace obras de partes tomadas de otros autores—.41 El poeta menciona a los periodistas
conectados con el Courrier de l’Europe, y a otros gacetilleros insignificantes, pero guarda la
mayor parte de su desdén para Morande, quien continúa sus traiciones como “el calumniador
Thonevet” (una alusión al nombre completo de Morande, Théveneau de Morande).42 Thonevet
calumnia al poeta, intenta extorsionarlo y lo denuncia con un agente secreto de la policía de
París, exactamente como sucede en Le Diable dans un bénitier. Pero ninguna intriga, por atroz
que sea, puede tumbar al poeta, gracias a su maravillosa nariz.
Pronto todo Londres está hablando de ella, apostando a propósito de ella, celebrándola en
prosa, poesía y en tratados científicos. Provoca tan intenso debate en el Parlamento que el
gobierno cae y tiene que haber nuevas elecciones. “Porque amo a Fox y a la libertad”,43 el
poeta concede reservar su nariz para las esposas y las hijas de los candidatos de los Whigs.
Mientras está haciendo campaña a favor de Fox en Covent Garden, sin embargo, sucede un
desastre. Un ladrón toma la crucial cadena de su reloj y desaparece con el cinturón mágico. El
poeta pierde toda esperanza. Reducido a ser un escritor con una nariz ordinaria, regresa a
Boulogne a publicar un libro con la imprenta que Swinton usó para su edición francesa del
Courrier de l’Europe, exactamente como hizo Pelleport en 1784. En este caso, el poeta culpa
a Thonevet de su catástrofe. Por pura maldad, Thonevet compone varios libelos, los atribuye
al poeta y, con la ayuda de la viuda Des Arches, lo denuncia ante las autoridades francesas,
que lo encierran en la Bastilla. Mientras tanto, Bissoto intenta conseguir un nuevo cargamento
de garritas (obras literarias usadas) en París. La policía sospecha que él también colabora con
los libelos, así que lo encierran igualmente, pero no en la Bastilla, sino en una cárcel más
desagradable, Bicêtre, donde rápidamente muere y desaparece de la narración. Después de
una estancia larga y miserable en la Bastilla, el poeta finalmente es dejado en libertad.
Mientras se aleja, escucha a un voceador anunciando un llamado del arzobispo para que los
testigos de los milagros de Labre confirmen su autenticidad a fin de que Roma pueda iniciar el
proceso de canonización. En su calidad del más devoto seguidor del santo, el poeta decide ir a
Roma. Pero primero debe visitar a sus hermanos en Stenay. Y así es como su camino se cruza
con los bohemios. Les recomienda una taberna y les promete reunirse con ellos para la
comida, después de reunirse con sus hermanos. Cargan sus pertenencias sobre el burro, siguen
su camino, y llegan a la taberna. El sol se pone. La comida está en el fuego…
La novela termina con una floritura magníficamente abierta e inconclusa. Antes de
despedirse de los bohemios, sin embargo, el poeta ofrece una reflexión que da una suerte de
conclusión a la historia: “Ven toda la miseria que he tenido que sufrir en mi triste experiencia
con la literatura, y lo disgustado que estoy con ella. Así que, les aseguro, nada me aterra como
escuchar que me llaman autor. Siempre imagino que estoy siendo perseguido por una pandilla
de esos sabuesos que los hombres en el poder ubican en las esquinas y en las afueras de la
ciudad para evitar que la razón se adentre de contrabando”.44
Les Bohémiens es, entre otras cosas, un libro sobre la literatura; literatura entendida
ampliamente como un sistema de dinero, poder y prestigio. Hablando a través de su narrador,
Pelleport ve el sistema desde la perspectiva de Grub Street. Ansía tener un patrono para poder
hacerla en grande “sin estar obligado a fundar un museo-liceo, o un liceo-museo, o un liceomúsico-académico, sin tener que escribir una antología de correspondencias, un periódico,
mercurio, courrier, gazetier, affiches, petites-affiches, annales, gazettes-bibliothèques, un
resumen de las publicaciones antes mencionadas, etc., y todas las otras estafas literarias tan
empleadas en nuestro tiempo”.45 Pero no tenía patrono, así que debía recurrir a todas las
prácticas típicas de Grub Street… y a una más: la composición de libelos. En una de sus
muchas digresiones dirigidas al lector, pregunta: “¿Alguna vez ha sido impreso vivo, querido
lector? Presionado por su panadero y su tabernero, ¿ha corrido por el pavimento con zapatos
sin suelas a los talleres de los pepenadores, los mercaderes que comercian con escritos, que
azotan los pensamientos de los desdichados, reducidos por el infortunio a vivir de su
imaginación?”46
En este punto, el narrador increpa al lector y lo acusa a él (no a la lectora, a juzgar por el
contexto) de vivir entre lujos, gracias a maniobras dudosas dentro de algún negocio o en la
burocracia, mientras que el pobre autor pasa hambres. Bien, lector, dice: permíteme decirte lo
que es vivir como un autor que carece de recursos independientes. Y te lleva, lector, en un
recorrido por la industria editorial parisina, llamando a la gente por su nombre y evocando a
personajes exactamente como los que existieron en la década de 1780. Entras a la oficina de
un editor importante, Charles-Joseph Panckoucke, con tu portafolio entre las manos, explica el
narrador: ¿le interesaría al caballero algunos versos acerca de un gran hombre recientemente
fallecido o quizá una novela en dos volúmenes (es decir, Les Bohémiens)? No venderá,
responde Panckoucke, y te dirige hacia la puerta: no tiene tiempo para hablar con gente como
tú; tiene que ponerse al día con su correspondencia. Así que arrastras tus manuscritos con un
editor de segunda, Nicolas-Augustin Delalain. Su hija te recibe amistosamente en la librería,
pero cuando se entera de que eres autor y no un cliente, te pasa con su madre, para que papá no
pierda el tiempo. Maman ni siquiera mira los poemas: ya ha rechazado tres docenas de alteros
de versos esta mañana. Y cuando le ofreces tu “novela filosófica” (Les Bohémiens, de nuevo),
se enfurece y te corre de la oficina.47 La única esperanza es un vendedor en el último escalafón
del oficio, Edme-Marie-Pierre Desauges, un especialista en escritos de gacetilleros
insignificantes y literatura prohibida que ya ha pasado dos periodos encerrado en la Bastilla.
A él tu trabajo le parece excelente, justo el tipo de cosas que quiere imprimir y vender a través
de sus contactos en Holanda. Regresas a tu buhardilla, feliz. Tu casero, tu panadero y tu
tabernero acceden a darte un poco más de crédito. Te pones a garrapatear, le das los últimos
toques al manuscrito hasta altas horas de la noche. Cuando por fin te tiras en la cama, alguien
toca a la puerta. Entra un inspector de policía, acompañado por el temido inspector encubierto
Receveur; vas a dar directo a la Bastilla. Mientras te pudres en prisión, Desauges, quien copió
tus manuscritos después de denunciarte con la policía, imprime tu libro y lo vende en el
mercado clandestino. Tu hambre está a punto de ser inanición; tu salud falla, y cuando
finalmente te dejan ir no tienes otra opción que entregarte a una casa de asistencia y morir.48
En una digresión similar, el narrador busca pleito con el lector. Sé que estás cansado de
las digresiones, dice. Quieres regresar a la narración. Quieres acción, pero no te la daré
porque debes enterarte del trabajo que representó producir el libro que tienes en las manos.
Debes conocer el mercado literario. Así que aquí está otra digresión. Los libros tienen muchos
lectores pero no tienen compradores. La relación es más o menos de 10 a uno. Una persona
puede estar dispuesta a gastar unas monedas en un libro, pero 10 o más lo piden prestado o lo
roban y lo hacen circular en círculos cada vez más amplios: de patrones a lacayos, amantes a
ayudas de cámara, padres a hijos, vecinos entre sí y libreros a suscriptores en clubes de
lectura (cabinets littéraires); todos a costa del autor. La situación es desesperanzadora, a
menos de que el rey proclame un edicto que transforme las condiciones básicas de la
literatura. Por ejemplo, podría emitir un fallo del Consejo de Estado (arrêt du conseil d’état)
con un largo preámbulo sobre la importancia de los autores, y una serie de artículos iniciando
con los siguientes:
1. Ningún libro puede ser prestado, excepto dentro de las familias y sólo tan lejos en la
línea de parentesco como los primos de sangre, so pena de 500 libras pagadas al autor.
2. Ningún sirviente puede distribuir los libros de su patrón, so pena de un año de salarios
o, en caso de que no sea posible, castigo físico: serán marcados en la oreja izquierda
con las letras PDL por “prestador de libros” (prêteur de livres) y azotados frente a todas
las librerías de la ciudad.
En espera de que se adopte esa medida, el autor propone una solución temporal. Este
libro, el que estás leyendo, debe ser vendido únicamente en empastado fino y a un precio alto,
que debe ser mantenido así para beneficio de su autor. El editor, entonces, tiene prohibido
venderlo en pliegos, paneles o en cubiertas de papel. La digresión termina con una frase
dirigida directamente al lector, a quien el narrador imagina exigiéndole que continúe con la
historia: “Tu impaciencia se está saliendo de control, pero antes de acceder a lo que pides, yo
únicamente estaba cuidando mis propios intereses. Cada quien para sí mismo. No, no me haré
el mártir en un acto ridículo de desinterés ni descuidaré mi negocio. Sí he hablado un poco de
mí mismo, lo admito, pero ¿qué autor se olvida de sí mismo mientras escribe?”49
De hecho, el autor se ha incluido por supuesto en la narración a lo largo de todo el libro.50
Las digresiones refuerzan esa tendencia al mostrar cómo la autobiografía del autor incide de
lleno en la condición general de la literatura, y cómo el lector es cómplice al perpetuar esta
situación.
¿Respondieron los lectores como pedía el texto? Probablemente no, porque el texto tuvo
muy pocos lectores; casi ninguno, a juzgar por el número de copias que han sobrevivido y por
la falta de reseñas y menciones en las fuentes contemporáneas.51 La publicación de Les
Bohémiens fue un no-evento erigido en el corazón del periodo más pletórico de
acontecimientos y agitado de la historia francesa. Incluso si algunas copias llegaron a manos
de los lectores, apenas provocaron una reacción. Los franceses en 1790 estaban creando un
valiente mundo nuevo y lo hacían con mortal seriedad. No tenían razón para estar interesados
en una historia satírica de la vida en una República de las Letras que ya no existía. La novela
de Pelleport estaba fuera de moda desde antes de ser publicada. Pelleport mismo estaba fuera
de sincronía con los tiempos. Mientras que sus contemporáneos se lanzaban apasionadamente
a la Revolución, él se mantuvo aparte y miró al mundo desde un punto que combinaba el
desencanto con el reproche (o el “nadismo”). Y sin embargo, dio vuelo a un prodigioso talento
cuando evocó la vida de Grub Street bajo el Antiguo Régimen. Vista desde el siglo XXI, esta
novela se aprecia como extraordinariamente moderna y sus bohemios aparecen como la
primera encarnación completa del espíritu de la bohemia.
1
Pelleport, Les Bohémiens, París, 1790, vol. 1, p. 3.
Ibid., vol. 1, p. 33.
3
Ibid., vol. 1, p. 38.
4
Ibid., vol. 1, p. 41.
5
La edición de 1762 del Dictionnaire de l’Académie Française daba la siguiente definición: “BOHÈME, ou BOHÉMIEN,
BOHÉMIENNE. Ces mots ne sont point mis ici pour signaler les peuples de cette partie de l’Allemagne qu’on appelle Bohème,
mais seulement pour désigner une sorte de vagabonds qui courent le pays, disant la bonne aventure et dérobant avec adresse.
‘Une troupe de Bohémiens.’ On dit familièrement d’une maison où il n’y a ni ordre ni règle, que ‘C’est une maison de Bohème.’
On dit proverbialement ‘Qu’un homme vit comme un Bohème’ pour dire qu’il vit comme un homme qui n’a ni feu ni lieu”
[“BOHEMIO, LA BOHEMIA. Estos vocablos no se emplean aquí para referirse a los habitantes de esa parte de Alemania
llamada Bohemia, sino para designar solamente a una especie de vagabundos que recorren cierto país, dando la
bienaventuranza mientras hurtan con no poca habilidad. ‘Una tropa de bohemios.’ Se dice familiarmente acerca de una casa
donde no hay ningún orden ni concierto que ‘Es una casa de la Bohemia’. De modo proverbial, se dice que ‘Un hombre vive
como un bohemio’ para explicar que no tiene domicilio”]. Una de las referencias más tempranas a los bohemios literarios, Le
Chroniqueur désoeuvré…, op. cit., vol. 2, p. 22, cáusticamente describe un teatro de bulevar, Les Variétés amusantes, como
“cet espèce d’antre de Bohémiens” [“esa especie de antro de bohemios”].
6
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, pp. 244-247. Sobre Saint-Flocel y el Journal des Princes, véase
Sgard, ed., Dictionnaire des journalistes…, op. cit., vol. 2, p. 899.
7
Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 1, p. 329; Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, pp. 246-247.
8
Véase Darline Gay Levy, The Ideas and Careers of Simon-Nicolas-Henri Linguet: A Study in Eighteenth-Century
French Politics, Champaign, Ill., 1980, y Daniel Baruch, Simon Nicolas Linguet ou l’Irrécupérable, París, 1991.
9
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, pp. 231-269.
10
Les Bohémiens, op. cit., vol. 1, p. 47.
11
Ibid., vol. 1, p. 50.
12
Ibid., vol. 1, p. 51.
13
Brissot a Pelleport, carta sin fecha de 1779, en Darnton, J.-P. Brissot, His Career and Correspondence…, op. cit., p.
66. Las cartas de Brissot a Pelleport de este periodo muestran que eran amigos cercanos.
14
Véase la nota 39.
15
Les Bohémiens, op. cit., vol. 1, p. 56.
16
Ibid., vol. 1, p. 60. En una digresión dirigida al lector, el narrador, que en esta instancia puede ser identificado con el autor,
parece suscribir el hedonismo del burro, ibid., vol. 2, pp. 63-65.
17
Ibid., vol. 1, p. 1.
18
Ibid., vol. 1, p. 53.
19
Ibid., vol. 1, pp. 54-55.
20
Ibid., vol. 1, p. 65. Véanse los comentarios similares en vol. 1, pp. 75, 181.
21
Ibid., vol. 1, p. 68.
22
Ibid., vol. 1, p. 59. “Riénisme” suguiere el “zéro” mencionado antes, que Hypolite Chamoran aseguraba que era la
“profession de foi” de Pelleport.
23
Ibid., vol. 1, pp. 45-46.
24
Ibid., vol. 1, p. 135.
25
Ibid., vol. 1, p. 93. Véanse también los comentarios similares en vol. 1, p. 132.
26
Ibid., vol. 1, p. 136. Véase también vol. 1, p. 127, sobre “la douce pitié, mère de toutes les vertus” [“la dulce piedad,
madre de todas las virtudes”].
27
Ibid., vol. 2, p. 113. La escena de la violación es contada con una inocencia falsa por Félicité en un diario que el narrador
asegura haber descubierto en el “lycée de Londres” (una referencia al club filosófico que Brissot intentó crear en Londres
siguiendo el modelo del parisino Musée de Mamès-Claude Pahin de la Blancherie), ibid., vol. 2, p. 112. En un episodio previo el
narrador presenta a Félicité como deseosa de ser violada, ibid., vol. 1, p. 158.
28
Pelleport había estudiado ciencia y matemáticas y aparentemente enseñaba las dos mientras fue empleado como tutor en
Le Locle y Londres. Les Bohémiens incluye una larga digresión sobre la ciencia, inspirada en parte por los vuelos en globo
contemporáneos y por los experimentos con electricidad, en la que se concluye que “le gaz inflamable est le principe universel”
[“el gas inflamable es el principio universal”], Les Bohémiens, op. cit., vol. 1, p. 164. Las metáforas acerca del flogisto o el
aire inflamable permean las descripciones que hacía Pelleport de la actividad sexual. Por ello, las referencias al fluid igné
[“fluido en ignición”], ibid., vol. 1, p. 192; étincelles phosphoriques [“chispas fosfóricas”] y foyer électrique [“fogón
eléctrico”], ibid., vol. 1, p. 195; flamme [“llama”], ibid., vol. 1, p. 199), y feu violent [“fuego violento”], ibid., vol. 1, p. 214.
29
Ibid., vol. 1, pp. 203-209.
30
Ibid., vol. 1, p. 210.
2
31
Pelleport invoca a Don Quijote al final de la descripción de la pelea. Les Bohémiens, op. cit., vol. 1, p. 214.
Al tiempo que mantiene un tono elevado y utiliza retórica clásica, con frecuencia de modo heroico-burlón, Pelleport
algunas veces sacude al lector al interrumpir su narrativa con grosses blagues (chistes obscenos). Por ejemplo, jugando con la
voz con (lelo, mentecato), hace una referencia gratuita a “Beaumont-le-Vicomte, dont le seigneur des accords a troqué le m du
premier mot contre le c du trosième” [“Beaumont-le-Vicomte, cuyo señor ha acordado sustituir la m de la primera palabra por
la c de la tercera”], ibid., vol. 2, p. 128.
33
Ibid., vol. 2, p. 131.
34
Ibid., vol. 2, p. 135.
35
Un ejemplo de las alusiones autobiográficas que Pelleport distribuyó por todo el texto es una referencia de pasada a Edme
Mentelle, el profesor de geografía en la École Militaire, amigo suyo y de Brissot, como “Manteau” en ibid., vol. 2, p. 141.
36
Véase la larga declamación en contra de las injusticias del orden social en ibid., vol. 2, pp. 167-177, en particular la
condena que hace el poeta de la “ancienne tyrannie du droit féodal” [“la añeja tiranía del derecho feudal”], ibid., vol. 2, p. 168.
37
Ibid., vol. 2, p. 185.
38
La biografía de Labre, escrita poco después de su muerte por su confesor, Giuseppe Loreto Marconi, Ragguaglio della
vita del servo di Dio, Benedetto Labre Francese, Roma, 1783, fue traducida al francés un año después por Père Elie Hard
bajo el título de Vie de Benoît-Joseph Labre, mort à Rome en odeur de sainteté, París, 1784. Véase el artículo sobre Labre
en la New Catholic Encyclopedia, Nueva York, 2003, vol. 9, p. 267.
39
Catau des Arches puede ser un juego con el nombre Catherine Dupont. Al lanzar mofas en contra de Madame Dupont, el
texto hace énfasis en su horrible cuerpo y su vida sexual frustrada. Asegura que devoró a 20 amantes miserables al tiempo que
mantenía una imagen de respetabilidad burguesa en Boulogne. También sugiere que Pelleport la consideraba responsable, junto
con Morande, de su embastillement. En Les Bohémiens, op. cit., vol. 2, p. 231, el poeta se refiere a la colaboración entre
Madame Dupont (Catau des Arches) y Morande (Thonevet) como sigue: “Le calomniateur Thonevet s’était avisé de composer
plusieurs atroces libelles et de me les attribuer. Il s’unit, dans le dessein de me perdre, avec la veuve irritée. Ils écrivirent au
ministre, et je fus enlevé à midi dans le ville de Boulogne et conduit à la Bastille” [“El calumniador Thonevet decidió componer
una serie de libelos atroces y atribuírmelos a mí. Con la intención de fabricar mi ruina, se unió con la viuda irritada. Le
escribieron al ministro y, tras prenderme a mediodía en la ciudad de Boulogne, me llevaron a la Bastilla”].
40
Ibid, vol. 2, p. 227.
41
Brissot nuevamente publicó ensayos de otros en una antología de 10 volúmenes titulada Bibliothèque philosophique du
législateur, du politique, du jurisconsulte, Neuchâtel, 1782-1785. En su relato de su viaje a Londres, el poeta dice que
acompañó a la más joven de las cuatro hijas de Madame des Arches y la depositó en la residencia londinense de “un benêt de
gendre, négociant en friperie” [“un simplón sin par, negociante de ropa usada”], Les Bohémiens, op. cit., vol. 2, p. 202, a quien
después llama burlonamente “fripier Bissoto de Guerreville” [“el ropavejero Bisotonto de Guerreville”], ibid., vol. 2, p. 219 [el
nombre propio lleva una marca o énfasis en la voz sot (tonto)]. Madame Dupont, de hecho, tenía cuatro hijas, y la más joven,
Nancy, se unió a los Brissot en Londres en 1783. Bien pudo haber realizado el viaje en compañía de Pelleport, a quien se
menciona junto con ella en la correspondencia entre Brissot y los miembros de la familia Dupont. Véanse las tres cartas del
hermano de Nancy, François Dupont, a Brissot, 22 de abril de 1783, 7 de mayo de 1783 y 14 de mayo de 1783, en J.-P. Brissot:
Correspondance…, op. cit., pp. 52-55. Véase también Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 2, pp. 302, 338.
42
Les Bohémiens, op. cit., vol. 2, p. 227.
43
Ibid., vol. 2, p. 226.
44
Ibid., vol. 2, p. 234.
45
Ibid., vol. 2, pp. 88-89. Entre otras cosas, estas referencias evocan el Lycée de Londres de Brissot y su periodístico
Correspondance universelle sur ce qui intéresse le bonheur de l’homme et de la société, así como su Bibliothèque
philosophique du législateur, du politique, du jurisconsulte. Al tiempo que ajustaba cuentas con Brissot, Pelleport lo
presentaba —acertadamente, diría yo— como un típico gacetillero de escaso valor que luchaba por sobrevivir bajo las difíciles
condiciones de Grub Street.
46
Ibid., vol. 1, p. 111.
47
Esta escena, contada en ibid., vol. 1, p. 113, sucede en el interior de la librería del editor del Almanach des muses, quien
en ese momento era Nicolas-Augustin Delalain. Pero el texto lo identifica como “P…”, así que no he logrado desentrañar a
quién aludió Pelleport.
48
Ibid., vol. 1, pp. 111-118. Este largo pasaje, rebosante de detalles concretos, demuestra la completa familiaridad con la
vida entre los escritores de poca monta en París, pero también se ajusta a un género, el de los peligros de la vida arrostrados
por un littérateur, que era uno de los temas favoritos de escritores tan conocidos como Voltaire y Linguet.
49
Ibid., vol. 2, p. 76.
50
Gérard Genette y otros teóricos literarios han insistido con razón en las distinciones que son visibles a lo largo de Les
Bohémiens, en particular entre la voz del narrador y la del autor, y entre el texto como una serie de signos y la historia como
una secuencia de eventos. Para un resumen de estos temas en relación con la teoría literaria, véanse Gerald Price, A
Dictionary of Narratology, University of Nebraska Press, 1987, y Mieke Bal, Narratology: Introduction to the Theory of
32
Narrative, Toronto, 1985.
51
He revisado los suplementos literarios más importantes y otras publicaciones de 1790 y no he hallado una sola referencia
a Les Bohémiens.
XVII. LA VÍA GRUB STREET HACIA LA REVOLUCIÓN
EN RETROSPECTIVA, parece como si todos los caminos del Antiguo Régimen llevaran a la
Revolución. Eso es, obviamente, una ilusión. Debemos resistir la tentación de percibir
tendencias revolucionarias en todo lo que sucedió en Francia antes de 1789. Pero hay un
camino que llevaba directamente al alzamiento revolucionario: Grub Street. Por él pasó un
segmento importante de los líderes de la Revolución; no todos, claro: muchos eran
consolidados burgueses, muchos pertenecían a la nobleza, y aquellos que venían de entre los
gacetilleros a destajo se dispersaron en diferentes facciones, incluidos algunos en la extrema
derecha.1 Estudiar el elemento Grub Street en la Revolución no nos lleva a seguir una línea
recta de causalidad sino, antes bien, a investigar un entorno que jugó un papel importante en la
creación de una nueva cultura política a través de su dominio de la palabra impresa.
Los escritores de poca monta del Antiguo Régimen hallaron una fuente de ingreso y una
salida para su energía en los opúsculos y los periódicos panfletarios que inundaron la esfera
pública de 1789 a 1800. Las estimaciones varían, y es difícil distinguir entre un panfleto, un
panfleto periódico y una publicación periódica que se asemeja a un periódico moderno. Pero
la revolución en la política sin duda impulsó una revolución en la imprenta. París no tuvo un
periódico diario hasta 1777. Sólo 66 periódicos en lengua francesa circulaban en todo el país,
la mitad de ellos publicados en el extranjero, antes de 1789. Y entonces la prensa explotó.
Entre enero y el inicio de los Estados Generales, el 5 de mayo de 1789, se publicaron por lo
menos 2 600 panfletos. Casi 250 periódicos aparecieron durante los seis meses posteriores a
la toma de la Bastilla y más de 500 entre el 14 de julio de 1789 y la caída de la monarquía el
10 de agosto de 1792. Nunca antes había existido tanta demanda de redactores.2
La Revolución era verbosa. Necesitaba hombres que supieran qué hacer con las palabras y
halló a muchos de ellos en el sobrepoblado submundo de las letras, donde habían estado
malviviendo como mejor podían bajo las condiciones descritas por Pelleport: entre la
censura, una vigilancia del libro opresiva, un gremio de libreros monopólico y rivalidades en
las filas de los escritores. Las condiciones variaban, y de alguna manera mejoraron para 1780.
Los censores se volvieron más permisivos; los inspectores del comercio de libros
encarcelaron a menos autores en la Bastilla, y las reglas del nuevo gobierno relajaron su
control de los grandes empresarios parisinos en el mercado del libro. Pero en un país sin
derechos de autor, regalías ni un índice alto de alfabetismo, había pocos autores que pudieran
vivir de sus plumas. Louis-Sébastien Mercier, quien conocía el mundo de las letras mejor que
nadie, estimaba que sólo eran unos 30 en 1778.3 Sin embargo, Voltaire, Rousseau y otros
personajes famosos habían hecho de la autoría algo enormemente atractivo en sí mismo, como
una fuente de prestigio y como un llamado de entrega a una causa: la libertad, el progreso y la
Ilustración.4
La generación nacida a mitad de siglo inundó la República de las Letras de hombres
jóvenes dispuestos a convertirse en los sucesores de Voltaire y Rousseau. Aunque las
estadísticas en el ámbito de la literatura traigan consigo todo tipo de problemas —¿cómo se
define un autor?, ¿cómo hallar fuentes adecuadas?—, he intentado estimar el tamaño de la
población literaria durante la segunda mitad del siglo XVIII. Para 1780 había cerca de 3 000
autores en Francia, más del doble de los que existían en la década de 1750. Muchos de ellos
se mantenían mediante ocupaciones convencionales como la medicina o las leyes, pero
muchos lograban vivir combinando pequeños trabajos de un carácter más o menos literario. Se
contrataban como secretarios, daban lecciones privadas, corregían pruebas, compilaban
antologías, componían almanaques, maquilaban opúsculos o folletos, redactaban con prisas
escritos para boletines clandestinos, eran colaboradores de periódicos extranjeros, vendían
libros y espiaban para la policía. La mayoría de estas ocupaciones temporales, junto con los
libelos y la extorsión, fueron emprendidas en uno u otro momento por los escritores que han
aparecido en las páginas anteriores: Morande, Pelleport, Manuel, Turbat, Linguet, De Serres
de la Tour, Goesman, Goudar, De Launay, La Coste de Mézières, Poultier d’Elmotte, Imbert de
Boudeaux, Duvernet y otros, casi todos personajes oscuros pero con vidas parecidas a las de
escritores que se hicieron famosos durante la Revolución: Mirabeau, Brissot, Carra, Gorsas,
Bonneville, Prudhomme, Louvet de Couvray, Fabre d’Églantine, Hébert, Chaumette, Collot
d’Herbois. A esta lista se podrían añadir hombres con inclinación literaria que siguieron
carreras profesionales poco lúcidas hasta que la Revolución les abrió una avenida a la fama:
Marat como filósofo-científico, Robespierre como ensayista-abogado, Saint-Just como poeta,
por nombrar sólo a tres de los más famosos. Esta lista podría extenderse considerablemente si
se tuviera el censo de todos los escritores vivos en 1789.
Pero los argumentos cuantitativos tienen sus límites. Los escribidores que habitaban en una
buhardilla pueden ser entendidos como un producto de la imaginación del siglo XVIII. Voltaire
había hecho del escritor de poca monta, del que se burlaba llamándolo le pauvre diable (el
pobre diablo), un motivo literario que había utilizado como arma para golpear a sus enemigos,
y Mercier había hecho de los escritores de “baja literatura” un tema favorito en su Tableau de
Paris (primera edición, 1781).5 Al contrario de Voltaire, Mercier los trataba con
conmiseración, y en Le Nouveau Paris (1798), continuación del Tableau publicado 17 años
después, observaba que el escritor indigente del Antiguo Régimen había servido como
modelo, o por lo menos como nombre, para la variedad más radical del activista en el París
revolucionario: el sans-culotte. De acuerdo con Mercier, el término se usó por primera vez en
referencia a Nicolas Gibert, un poeta tan pobre que no podía ni siquiera comprar bombachos y
a quien se le empezó a llamar “Gibert le Sans-Culotte”. Después de que Gibert murió, en el
desamparo, en 1780, “la gente rica adoptó esta denominación y la utilizó contra todos los
autores que no vestían de manera elegante”.6 De la marginalidad en la literatura a la militancia
en la política, la expresión adquiría una significación más amplia. Mercier apuntó enseguida
que varios poetas y dramaturgos del Antiguo Régimen se lanzaron a la revolución radical:
primero que todos Fabre d’Églantine y Collot d’Herbois, pero también los militantes más
oscuros como Charles-Philippe Ronsin, Paul-Ulrich Dubuisson y Guillaume-Antoine Nourry,
conocido como Grammont.7
Sería engañoso concluir que los pobres diablos se transfiguraron en sans-culottes, ya sea
por una línea sociológica de herencia directa o por vía de las convenciones literarias en
discursos y artículos. La sociología de los autores y la representación que se hace de ellos en
la literatura es algo demasiado complejo como para ser reducido a una fórmula, como también
lo es la noción misma de sans-culotte.8 Para entender cómo la experiencia de la literatura bajo
el Antiguo Régimen alimentó la política radical de la Revolución, lo mejor es estudiar casos
reales. Uno de los ejemplos más reveladores es el del último de los autores en la cadena de
libelos enlazados que comenzó con Le Gazetier cuirassé, Pierre Manuel. Al contrario de
todos los demás, nunca emigró a Londres, aunque él también tuvo problemas con la policía. La
historia de aquellos complementa la suya al mostrar cómo se vivía la vida en Grub Street,
París, y cómo ésta llevaba a una carrera en la Revolución.9
El 3 de febrero de 1786, la policía se apersonó en el modesto departamento de Manuel en
la rue des Deux Écus y lo llevó a la Bastilla. Estaban buscando al autor de un panfleto, Lettre
d’un garde du roi, sobre el tema más candente del momento: el Caso del Collar de Diamantes,
un escándalo espectacular en el que el cardenal de Rohan fue arrestado por tratar de ganarse el
favor de la reina al regalarle un collar hecho de diamantes que valía supuestamente 1 600 000
libras. Aunque la reina nunca tuvo nada que ver con el caso —fue una treta organizada por
unos aventureros que engañaron al cardenal para huir con los diamantes—, la hacía quedar
mal, tan mal de hecho que algunos de los chismosos incluían a Rohan en la lista de sus
supuestos amantes. El asunto era un tema irresistible para los panfletistas y para los policías
un caso urgente: mientras que los primeros producían publicaciones, los segundos los cazaban.
El arresto de Manuel formaba parte del intento general por limpiar las calles de cualquier
cosa que tuviera conexión con el “cardenal Collier” (el cardenal del collar).10
Manuel pasó por seis interrogatorios, un reto inusualmente largo de preguntas y
confrontaciones que muestra lo serio que se tomaban este caso las autoridades. En su primera
sesión con Louis Thiroux de Crosne, el sucesor de Lenoir como teniente general de la policía,
Manuel negó que hubiera escrito Lettre d’un garde du roi, pero admitió que conocía al autor.
Se negó a revelar su nombre, sin embargo, porque, como apuntaba la policía, “para él es un
asunto de principios no comprometer a nadie”. Se retractó de esta postura desafiante en su
segundo interrogatorio al decir que él mismo había escrito el panfleto pero que no lo
consideraba ilegal. No era nada más que una obra típica creada para satisfacer la curiosidad
del público. En su tercer interrogatorio Manuel cambió de historia nuevamente, asegurando
que él no había escrito el panfleto y que no revelaría al verdadero autor. Los archivos no
incluyen registro alguno del cuarto interrogatorio de Manuel, pero muestran que para entonces
la policía había aprehendido e interrogado a otros seis sospechosos. Éstos incluían a EdmeMarie-Pierre Desauges, un conocido vendedor de libros prohibidos (y el mismo Desauges que
se presenta como personaje en Les Bohémiens) que dijo haber obtenido sus copias de Lettre
d’un garde du roi de Manuel; un vendedor conocido como Le Normand, que dijo lo mismo, y
Jean-Augustin Grangé, un impresor de 73 años de quien la policía sospechaba que lo había
producido. Grangé, un duro veterano de la imprenta, se negó a divulgar nada, pero los otros
habían confesado lo suficiente a la policía como para confundir a Manuel en su quinto
interrogatorio. En este punto se quebró. Identificó al autor, un colega escritor de poca monta
llamado Charles-Joseph Mayer, y a Grangé como el impresor. La policía le informó a Grangé
que Manuel lo había incriminado, pero aun así el viejo se negó a hablar. Entonces organizaron
“confrontaciones” entre Manuel y Le Normand y entre Manuel y Grangé el mismo día, 17 de
marzo. Eso permitió que Manuel hiciera una confesión completa de sus actividades
clandestinas en el último interrogatorio, que sucedió el 28 de marzo. Después de extraer toda
la información que necesitaban, la policía lo dejó en libertad a los diez días. Era un típico
embastillement, que duró dos meses; algo muy distinto del caso Pelleport, quien en ese
momento ocupaba otra celda en la Bastilla.
Visto desde la perspectiva de la policía, Manuel parecía más un vendedor que un autor.
Aunque se identificaba a sí mismo como un “hombre de letras” en sus interrogatorios, ellos lo
consideraban desdeñosamente uno de los muchos pequeños productores y distribuidores de
panfletos de París. En su caso, el panfleto era un comentario inofensivo sobre el Caso del
Collar de Diamantes, expresado con el lenguaje de un soldado común. Como lo indica su título
completo, el Lettre d’un garde du roi, pour servir de suite aux Mémoires sur Cagliostro se
presentaba como una continuación de las memorias legales escritas para defender al
aventurero tristemente célebre Giuseppe Balsamo, conocido como el conde de Cagliostro, que
había sido encarcelado por orquestar el plan para hacerse de los diamantes. Las memorias de
Cagliostro, como las de Beaumarchais 12 años antes, habían cautivado al público. Manuel dijo
a la policía que él y Mayer simplemente querían capitalizar el éxito de aquéllas: “Su éxito nos
sorprendió. Eso nos llevó a reflexionar que un folleto envuelto en papel azul produce más
dinero que un libro útil”. Un folleto “azul” era una obra barata cosida dentro del pesado papel
azul utilizado para envolver conos de azúcar, como era el caso de los toscos folletos u
opúsculos de corte popular (la literatura de cordel), conocidos como la “bibliothèque bleue”.
Manuel describió la Lettre d’un garde du roi como una especulación típica de la literatura
trivial en oferta en las calles de París. Él y Mayer habían acordado ir juntos en ésta: Mayer
escribiría el texto, Manuel supervisaría la publicación y entre los dos se dividirían las
ganancias. La impresión —dos pliegos en octavo más una portada y una guarda que dieron 2
000 copias— costó sólo 400 libras. Era un asunto puramente comercial, insistía Manuel
durante sus interrogatorios: “Respondió que el libro no merece ser llamado libelo, que él lo
produjo únicamente para capitalizar el interés de las Mémoires de Cagliostro, que era
simplemente una especulación comercial sin intenciones malignas”.
Claro, los libelos también eran especulaciones comerciales, pero todo en el folleto
confirma el aserto de Manuel de que no tenía intenciones sediciosas. Daba un resumen casual
del Caso del Collar de Diamantes, escrito en diálogo, aunque toma la forma de una carta. El
personaje principal es un soldado de habla llana, un hombre del pueblo que quiere meter la
mano y perorar sobre el asunto. A pesar de todo el escándalo, no es gran cosa, dice. El
cardenal, para ser claros, sí se comportó de manera extravagante, pero, ¿qué más se puede
esperar de una persona en un puesto tan alto? Cagliostro es un aventurero, pero es inofensivo.
Ninguno otro de sus cómplices encerrados en la Bastilla merece ser tomado en serio, aunque
hay que mostrar respeto por el rey, quien recibe su nombramiento de Dios y, más aún, es un
buen hombre de familia, mucho mejor que el santo Emperador romano, un gobernante
entregado a las ceremonias de la Corte. El soldado sabe unas cuantas cosas acerca del
comportamiento de los poderosos, porque él los ha visto de cerca en su función como guardia
de palacio. Entiende la necesidad de deferencia y disciplina, incluso la necesidad de la
Bastilla. Las prisiones pertenecen a un Estado bien administrado, aunque él tiene sus dudas en
cuanto a algunos aspectos del actual orden de cosas, como por ejemplo la necesidad de
concentrar tanta riqueza y poder en las manos del alto clero. Pero nuestro soldado es sólo un
joven hijo de provincia (“un cadete de Gasconia”), y no hace pronunciamientos sobre asuntos
de Estado. Por lo que a él respecta, todos los involucrados en el asunto deberían ser liberados
y el tema debería agotarse.11
Con la liberación de Manuel, su caso también fue desestimado, aunque la policía había
reunido gran cantidad de evidencia acerca de su involucramiento en publicaciones mucho
menos inocentes que Lettre d’un garde du roi. La mayoría estaban conectadas con el conde de
Mirabeau. En el curso de su tempestuosa carrera antes de la Revolución, Mirabeau había
huido con Marie-Thérèse-Sophie Richard de Ruffey, marquesa de Monnier, la joven esposa de
un viejo magistrado en el Parlamento de Besançon. Capturados en 1777 en Ámsterdam por un
agente de la policía de París (el inspector de Bruguières, un colega y ocasional compañero de
Receveur), fueron llevados a prisiones separadas: Mirabeau a la fortaleza de Vincennes,
Sophie de Monnier a la penitenciaría para mujeres de Montmartre. La policía les permitió
entablar correspondencia, aunque no quedarse con las cartas. Así pues, la correspondencia
permaneció en los archivos de la policía, donde Manuel la recuperó y la publicó después de la
muerte de Mirabeau en 1791. Aunque no lo dijo en su momento, él había organizado la
publicación de muchas de las obras de Mirabeau en la década de 1780, ya que éste era muy
prolífico y necesitaba un agente.
En algunos aspectos Mirabeau puede considerarse un aristócrata en Grub Street. Vivía
bien, para ser precisos, comúnmente con un ayuda de cámara y tanto lujo como podía, pero
vivía más allá de sus medios. Después de haber peleado con su familia, no tenía una fuente de
ingreso regular y recurrió a la escritura como una forma de hacer dinero. En 1782 logró salir
de Vincennes y escapar a una potencial condena a muerte al lograr salvarse del cargo de
secuestro y adulterio en un juicio espectacular sostenido en Aix. Después de eso, produjo en
serie publicaciones sobre todo tipo de temas: panfletos de actualidad, pornografía, tratados
financieros, obras políticas, cualquier cosa que vendiera. Con frecuencia contrataba
gacetilleros a destajo para que proveyeran el cuerpo de sus textos y él agregaba una capa de
retórica para hacerlos más provocativos. Su nombre en sí mismo promovía las ventas, porque
sus aventuras lo hacían famoso. Impetuoso, apasionado, librepensador y desdeñoso de las
convenciones, Mirabeau combinaba las cualidades que lo hacían irresistible a los lectores; la
fascinación pública creció en la medida en la que sus libros se hicieron más radicales,
culminando con Dénonciation de l’agiotage, un libelo que ayudó a derrumbar al gobierno en
1787. Mirabeau apeló a su experiencia en la cárcel en Des Lettres de cachet et des prisons
d’État, una denuncia del despotismo que se convirtió en un best seller clandestino, como
Mémoire sur la Bastille de Linguet. Y mientras estaba en prisión escribió obras pornográficas
que daban salida a su imaginación hiperactiva del mismo modo que lo hicieron las novelas de
la cárcel de Pelleport y Sade. De los tres libertinos aristócratas, únicamente Mirabeau ocupó
un lugar importante en la esfera pública. No obstante lo que se piense de su estilo —se
especializaba en lo bombástico—, destacó durante la década de 1780 como uno de los
escritores mejor conocidos y mejor vendidos de Francia. Sin embargo, necesitaba ayuda para
vender sus libros. Casi todos eran ilegales, así que alguien que supiera cómo moverse en el
mundo clandestino tenía que supervisar la impresión y la distribución. Ese alguien, por lo
menos por un tiempo en 1785 y 1786, fue Pierre Manuel.12
Cuando la policía investigó el departamento de Manuel antes de llevarlo a la Bastilla, se
confiscaron 21 cartas intercambiadas por Mirabeau y una de sus amantes de la época, Madame
de Nehra, quien actuaba como intermediaria en muchos de sus tratos con Manuel. Las cartas
desaparecieron, pero los pequeños resúmenes en el informe de la policía muestran que Manuel
había procurado la impresión de uno de los panfletos de Mirabeau sobre asuntos financieros,
Lettre du comte de Mirabeau à M. le Couteulx de la Noraye, sur la Banque de Saint-Charles
et sur la Caisse d’Escompte (1785), y que actuó como su agente en la promoción de por lo
menos otras tres obras.13 Una de las cartas de Madame de Nehra “informa al señor Manuel
acerca de un manuscrito que quiere que se imprima rápidamente”. En otra le dice que pronto le
entregará más manuscritos. Y en una tercera le advierte que sospecha que está imprimiendo
una edición pirata de Lettre… à M. le Couteulx, a espaldas de Mirabeau. Tenía razón. Los
demás documentos confiscados por la policía incluyen el recibo de un impresor por una
pequeña edición de Lettre… à M. le Couteulx, realizada para Manuel: 500 copias a un costo
de 300 libras —una referencia a la edición pirata—. Este asunto dio lugar a una tremenda
pelea y a la ruptura de relaciones entre Manuel y Mirabeau: “Las primeras siete cartas dicen
que M. de Mirabeau había perdido la confianza en él. Incluso contienen algunas quejas
amargas y duros señalamientos”. En los interrogatorios hechos a Manuel, éste admitió que
había dirigido la venta de cuatro de los panfletos financieros de Mirabeau y que contrató a
Grangé para producir uno de ellos, Réponse du comte de Mirabeau à l’écrivain des
administrateurs de la Compagnie des eaux de Paris (1785), usando ingresos de las ventas
para pagar la cuenta de la impresión. Grangé confirmó esto en su propio interrogatorio, pero él
y Manuel sólo jugaron un papel pequeño en la historia de la publicación de las obras de
Mirabeau. Los libros importantes iban a las grandes casas editoriales fuera de Francia.
Mirabeau utilizó a Manuel como intermediario en la producción de panfletos temáticos y
probablemente en algunas pequeñas especulaciones colaterales sobre libros que podían
imprimirse en imprentas clandestinas en París, al tiempo que podían producirse en grandes
cantidades a una distancia segura en Suiza o en los Países Bajos. Manuel negó cualquier
involucramiento en la impresión de las obras más radicales o pornográficas de Mirabeau, pero
sí las vendió; la policía confiscó un inventario de Ma Conversion (1783) y su reimpresión
bajo un nuevo título, Le Libertin de qualité, ou confidences d’un prisionnier au Château de
Vincennes (1784), en el departamento de Manuel, y en las cartas que confiscaron se
mencionaban las ventas de Des Lettres de cachet et des prisons d’État (1782). Sin duda
descubrieron suficiente evidencia como para probar que Manuel fungía como agente de
Mirabeau en los bajos mundos literarios de París.
No había nada inusual en esa función. Los traficantes y pequeños vendedores callejeros
(comúnmente vendedores minoristas semilegales conocidos como marchands de livres, en
contraste con los libraires oficiales) con frecuencia actuaban como editores a pequeña escala,
aunque este término parece demasiado grandilocuente para describir sus especulaciones
microscópicas. Cuando percibían una oportunidad, comisionaban a alguien como Grangé, cuyo
puesto entre los impresores era tan marginal como el de ellos entre los libreros, para
despacharse unos cuantos cientos de copias de un panfleto sobre el más reciente tema de
interés público. Podían repartirse las ganancias y los riesgos o pagar por la impresión después
de que hubieran acumulado lo suficiente de las ventas. Éste era el tipo de operación a la que
Manuel se refería cuando describió Lettre d’un garde du roi como una “especulación
comercial”. Los policías se topaban frecuentemente con micronegocios de este tipo. No le
pusieron mucha atención a los tratos de Manuel con Mirabeau porque estaban enfocados en
cazar todo lo que tuviera que ver con el Caso del Collar de Diamantes. Pero mientras
interrogaban a Manuel obtuvieron una gran cantidad de información sobre cómo se ganaba la
vida. Descubrieron que había sido contratado como aprendiz de librero con Le Jay, un bien
conocido maestro en el gremio parisino. Manuel, quien tenía para entonces 34 años, explicó
que no se había decidido todavía a entrar en la profesión de esta manera, pero había ofrecido
bastante evidencia de que ya estaba profundamente involucrado en el comercio de libros,
principalmente como vendedor ambulante.
La policía halló varias notas entre los papeles de Manuel acerca de los libros y folletos
panfletarios que había vendido a individuos: por ejemplo, una referencia al “panfleto del día”
para un tal M. Banquet, y una lista de títulos enviados a un conde de Turconi. Confiscaron un
pequeño libro de cuentas “en el que uno puede ver que el señor Manuel hace negocios con
todo tipo de libros prohibidos”. También fueron incautados documentos que mostraban cómo
complementaba su pequeño negocio de ventas al menudeo con operaciones más importantes
como intermediario: así, “una nota sobre varios libreros, pequeños vendedores y traficantes
callejeros a quienes el señor Manuel ha vendido una obra [no nombrada], a uno de ellos una
docena de copias, a otro dos docenas, a los otros la misma cantidad, más o menos”. Estos
pequeños distribuidores llevaban a cabo su negocio en el sistema capilar de la distribución de
libros, vendiendo y comprándose entre ellos según había oportunidad. Manuel tenía unos
cuantos proveedores entre los vendedores mayoristas extranjeros, incluido Dufour de
Maastricht y Metra de Neuwied (Metra se mudó ahí después de que las inundaciones del Rin
destruyeron su imprenta en Deutz, cerca de Colonia, en 1784). Envió algunos cargamentos a
vendedores en lugares tan lejanos como Marsella y Nantes. Pero operaba en una escala
pequeña, principalmente tratando con vendedores ambulantes como él.
El comercio de Manuel incluía dos elementos más que lo hacían distinto de la mayoría de
los vendedores. Vendía manuscritos de obras originales a editores extranjeros y comerciaba
con boletines manuscritos (nouvelles à la main). La policía descubrió cartas de dos editores
relativamente importantes, Barde de Ginebra y Dujardin de Bruselas, que rechazaban un
manuscrito que Manuel intentó venderles. Nada sugiere que él lo haya escrito o que él haya
compuesto los boletines. Una nota de un intermediario en el sistema de distribución de los
boletines reportaba que cierta “Madame de Lembliment desea suscribirse”. Otra, de Audéard,
un librero de Ginebra, se quejaba de la calidad del boletín y Manuel le prometía mejorar su
servicio con “noticias de otra fuente”. Una de sus fuentes era Metra probablemente, quien
enviaba su gaceta manuscrita a Brissot y a Pelleport en Londres. Otros fragmentos de
evidencias en los archivos de Manuel confirman que se ganaba la vida combinando varias
operaciones —la venta de libros, algunas incursiones en la edición clandestina y el
periodismo clandestino— en un comercio hechizo ubicado bastante más allá de los límites de
la ley (era ilegal durante el Antiguo Régimen comerciar con libros sin autorización oficial, y
Manuel manejaba muchos libros prohibidos). Cuando la ley finalmente lo atrapó, quebró.
Dos meses en la Bastilla eran suficientes para destruir el negocio de un comerciante
pequeño. Lo que sucedió con Manuel inmediatamente después de ser liberado de la Bastilla, el
7 de abril de 1786, no puede determinarse, pero para 1789 estaba reducido a vivir en un
cuarto junto a un taller de imprenta en la rue Serpente, que el impresor, Garnery, le permitía
utilizar a cambio de que corrigiera pruebas, escribiera un panfleto ocasional y se encargara de
la relación con los vendedores. Ése es el resumen de su situación dado en La Vie secretè de
Pierre Manuel, y no hay razón para dudar de su precisión, a pesar del carácter polémico de la
obra. Pero ¿qué pensar de una referencia más problemática a la fuente de ingresos de Manuel
por ahí de 1780? En un pequeño ensayo entre los borradores de sus memorias inéditas, Lenoir
dijo que Manuel había sido espía policiaco.
El ensayo describe el comercio clandestino de varios vendedores, en particular el de un
tal Sauson, quien probó como vendedor después de una temporada de trabajar como
achichincle de impresor. Según Lenoir, Sauson proveía a otros vendedores de libros
prohibidos, que producía en una imprenta clandestina. Fue capturado y enviado a la Bastilla,
pero luego fue dejado en libertad por orden de Necker, quien lo utilizó para producir
propaganda sobre operaciones financieras. Necker no lo sabía, pero Sauson también imprimía
pornografía, incluida una edición de la novela libertina Thérèse philosophe. Sus colegas
vendedores siguieron obteniendo su mercancía de su imprenta secreta, hasta que uno de ellos
lo denunció. Ese vendedor, de acuerdo con Lenoir, fue Manuel: “Manuel, un escritor y
vendedor que por un tiempo fue espía a sueldo de un inspector de policía, denunció a Sauson;
dijo que había visto que se surtían obras obscenas en la imprenta de la rue Mazarin que él
[Sauson] operaba secretamente en un lugar vinculado con el hôtel du Contrôle des Finances”.14
Una redada de la policía confirmó la denuncia de Manuel… y unos años después Manuel
mismo fue arrestado por distribuir la igualmente obscena Histoire de dom B*** Portier des
Chartreux, junto con algunos botones adornados con escenas de parejas copulando basadas en
los sonetos de Aretino. El duque de Orleans, que tenía gusto por esas cosas, intervino para
salvar a Manuel de la prisión en ese momento, pero nadie pudo impedir que Manuel fuera
confinado en la Bastilla en 1786, cuando la policía limpió las calles de todos los vendedores
de obras relacionadas con el Caso del Collar de Diamantes.15 Para entonces ya estaban bien
familiarizados con él.
La policía empleaba a cientos de espías, algunos de ellos con sueldos regulares (de 30 a
150 libras al mes en 1770), otros a cambio de favores ocasionales o pagos incidentales que
variaban de acuerdo con el valor de la información que proveían.16 Conocidos como “moscas”
(mouches o mouchards, un término derivado del nombre de Antoine Mouchy, director del
espionaje de la Inquisición en el siglo XVI), revoloteaban por los cafés y los jardines públicos
recogiendo chismes e informando sobre personajes sospechosos. Los policías estaban
especialmente deseosos de recibir información acerca de información —esto es, acerca de
libros, folletos, nouvelles à la main, canciones y rumores— e incluso manipularla, así que a
menudo contrataban a escritores de poca monta. Si podemos creerle a Lenoir, los agentes
incluían a Brissot y Mirabeau: “El famoso conde de Mirabeau y Brissot de Warville fueron
empleados por separado por la policía para producir textos y boletines y para diseminarlos
entre el público a fin de contradecir historias y anécdotas falsas”.17 Pero el testimonio de
Lenoir no puede ser aceptado sin cuestionarlo. Comenzó a escribir los borradores de sus
memorias en 1790 como refugiado de la Revolución y siguió trabajando en ellos hasta por lo
menos 1802, cuando regresó a Francia. Su memoria pudo haberse nublado y quizá quería
ensuciar los nombres de los revolucionarios que lo habían exiliado de Francia. Sin embargo,
él conocía íntimamente el entorno de Manuel, y no hay evidencia de que mintiera. Por el
contrario, parece haber sido un administrador preparado y honesto. Es imposible saber de
cierto si Manuel y sus compañeros espiaron para la policía, pero algo sí es seguro: espiar
estaba incluido entre los muchos oficios o métiers de Grub Street.
Manuel tenía otros empleos, aunque no una fuente confiable de ingresos. La única
ocupación mencionada en notas biográficas es la de tutor. Según un panfleto en su contra, de
1791, antes de la Revolución por un tiempo alivió la “bien conocida mediocridad de su
fortuna” dando clases a los hijos del duque de Trémouille.18 Un artículo acerca del Caso del
Collar de Diamantes en las Mémoires secrets mencionaba que Manuel también había sido
tutor de los hijos de un banquero llamado Tourton. Pero perdió ese puesto porque un sacerdote
hostil lo denunció por difundir impiedades. Para poder mantenerse, entonces recurrió a la
venta ambulante de libros y folletos y escribió panfletos ocasionales como la Lettre d’un
garde du corps. Las Mémoires secrets no dicen nada sobre este trabajo, pero al relatar la
liberación de Manuel de la Bastilla hacían una reseña favorable de uno de sus libros más
significativos, Coup-d’oeil philosophique sur le règne de Saint Louis, el cual era
agradablemente voltaireano, según opinaban.19 La Correspondance littéraire de Grimm y
Meister no estaba de acuerdo. Desechaba el Coup-d’oeil philosophique como exagerado e
incoherente.20 Ésas son las únicas referencias que pude hallar sobre las publicaciones de
Manuel en la prensa prerrevolucionaria. Sin embargo, publicó bastante: por lo menos seis
libros y opúsculos panfletarios. ¿Debe entonces ser considerado un “hombre de letras”?
Después de todo, así fue como se identificó a sí mismo cuando lo interrogaron en la Bastilla.
Antes de intentar resolver la pregunta de la identidad profesional de Manuel, puede ser útil
resumir lo que se puede confirmar sobre su vida antes de la Revolución.
Nacimiento: Nemours, 14 de diciembre de 1753, uno de cuatro hijos en la familia de un comerciante pobre.
Educación: Después de estudiar en una escuela de latín, se educó para el sacerdocio en el seminario de Sens.
Aparentemente fue tonsurado —esto es, tomó los votos preliminares para entrar al clero— y continuó sus estudios en un
seminario en París antes de rechazar a la Iglesia. De acuerdo con la Vie secrète de Pierre Manuel, que está bien
informada aunque es tendenciosa, mostró tanta promesa como estudiante que sus padres lo motivaron para que continuara
con su educación con la esperanza de que se convirtiera en padre. Sin embargo, adoptó ideas voltaireanas, intentó figurar
como un ingenioso en la sociedad provinciana y se encaminó hacia el comercio de libros en París.
Perspectiva: Es difícil determinarlo, pero el cambio del catolicismo a la perspectiva ilustrada irreligiosa parece haber
sucedido durante su juventud. Sus escritos tempranos son profundamente anticristianos, aunque no hay rastro del
apasionado rousseauneanismo que permea las obras de sus amigos, notablemente de Brissot y Mercier.
Empleo: Maestro o tutor, panfletista, vendedor y otros pequeños trabajos de muchos tipos dentro del comercio de libros
clandestinos.21
En pocas palabras, la vida de Manuel se insertaba en un patrón típico de su generación. De
orígenes oscuros y provincianos, sintió la atracción de París e intentó hacerse de un lugar en el
mundo de las letras uniéndose a los seguidores de los philosophes. Pero para poder
mantenerse tenía que recurrir a todo tipo de recursos, muchos de ellos ilegales o poco
agradables.
Sus textos indican cómo esa experiencia llegó a ser expresada por escrito. Como muchos
otros jóvenes que maduraron en las décadas de 1770 y 1780, Manuel intentó publicar obras
ambiciosas que dejaran su huella entre los sucesores de Voltaire. En el pie de foto de su
grabado que mandó hacer en 1792 citaba dos libros de su carrera prerrevolucionaria: Coupd’oeil philosophique sur le règne de Saint Louis (1786) y L’Année française (1789). El
primero fue la única pieza de escritura filosófica sostenida que publicó, aunque no la
sostendría durante mucho tiempo. En una nota hacia el final explicaba que originalmente
quería producir una historia filosófica de gran escala del reinado de san Luis, pero después de
iniciar el borrador se dio cuenta de que el abate Louis-Pierre Saint-Martin, un padre de ideas
avanzadas con un puesto en la Corte de Chätelet en París, también planeaba escribir una obra
similar. Manuel entonces recortó su tratado —termina abruptamente en la página 164— y lo
presentó como un ensayo, que daría un resumen del reinado visto con “la antorcha de la
filosofía”.22 Lejos de intentar derribar a una figura venerada del pasado francés, subrayaba que
quería celebrar a san Luis como estadista. El santo entonces aparecía como un partidario de la
gente común, como un enemigo del monasticismo y un cruzado de la “libertad, ese patrimonio
inalienable de la naturaleza”.23 Las Cruzadas mismas, sin embargo, presentaban un problema.
Manuel lo resolvió interpretándolas como un terrible error, cometido por san Luis (instigado
por san Bernardo, un villano que contrastaba con Saladino, un héroe) sólo porque había
nacido demasiado pronto para haber abrevado de la filosofía de la Ilustración. Sin embargo, el
cruzado hizo su mejor esfuerzo para mitigar los horrores del feudalismo y para promover la
libertad y los derechos del hombre. Podía hacer poco, sin embargo, para destruir el poder del
clero, al cual Manuel, invocando a Hume, caracterizaba como la raíz de todos los males
históricos. Pero la historia también mostraba que la superstición estaba retrocediendo frente al
avance de la razón; gracias al ejemplo puesto por el santo filósofo, los franceses podían
esperar progresar en todos los frentes. Una visión más anacrónica de la Edad Media apenas se
podía imaginar. Pero Manuel se ocupó de no desafiar ninguna institución contemporánea y
mantener su crítica social localizada prudentemente en el pasado. Según las Mémoires secrets,
había entregado este texto a la policía para que fuera aprobado, y apareció, con una falsa
dirección pero exhibiendo su nombre en la portada, sin crear conmoción. En su reseña, el
Correspondance littéraire no reparó en ninguna de las ideas radicales del texto, pero lo
descartaba como una obra mediocre y desfigurada por un “tono constantemente declamatorio,
que con frecuencia es ininteligible”.24 Sin importar lo que se piense de ese juicio, es obvio que
el libro más importante de Manuel no le dio renombre como filósofo.
El otro libro que citó en su propio epitafio era simplemente una antología de escritos de
otros, resumidos y adaptados para el público en general. Pertenecía al género popular de los
almanaques, que los franceses compraban como regalos para dar al inicio del año. Los
almanaques con frecuencia incluían todo tipo de información, que los lectores podían
consultar para su edificación, instrucción o entretenimiento, y que estaba vinculada con cada
día del calendario. La variedad tradicional contenía los nombres de los santos asociados a
cada día. Manuel secularizó esta tradición sustituyendo los nombres de los santos por los de
héroes cívicos, como lo indica su título: L’Année française, ou vie des hommes qui ont
honoré la France ou par leurs talents, ou par leurs services, et surtout par leurs vertus:
Pour tous les jours de l’année. Esta vez el libro apareció con aprobación y privilegio del rey,
esto es, como una obra completamente legal. La aprobación del censor, impresa al final, lo
elogiaba por sus principios y su propósito sólidos. Junto con el nombre de Manuel, la portada
llevaba el nombre del editor, Nyon l’Aîné et Fils, una casa editora con reputación. El texto
alcanzaba cuatro volúmenes bien impresos, y el precio, incluido el encuadernado, era de 12
libras, una importante suma. Todo acerca del libro indica que era una especulación comercial
diseñada para hacer una gran cantidad de dinero.
Claro, el propósito económico no invalida su mensaje, que anticipaba los calendarios y el
culto a la virtud desarrollado durante la Revolución. Aunque la portada tenía 1789 como la
fecha de publicación, la intención era que el calendario se usara a partir del 1° de enero de
1789, y por ello no aludía a nada posterior a 1788. Manuel dio instrucciones sobre cómo usar
su libro en el prefacio. Los padres debían reunir a sus hijos en torno suyo y leerles la lección
correspondiente del día de tal modo que se estimulara una sana discusión. Los maestros
debían hacer lo mismo con sus pupilos. Todos los lectores habían de obtener inspiración de
los ejemplos proporcionados por los hombres virtuosos (las mujeres no se mencionaban)25 que
habían nacido o muerto en el día correspondiente. Al elegir a sus modelos de virtud, Manuel
no favorecía a los grandes; al contrario: “¡Lejos de mí esos soberanos distinguidos
simplemente por su poder o su valor! Yo busco ciudadanos cuya iluminación, talento y virtud
hayan traído honor a mi patria”.26 Celebraba a trabajadores virtuosos, campesinos oprimidos
por sus patrones y “mártires de la intolerancia”,27 como él mismo, porque había anunciado que
había tenido la idea del libro mientras sufría en la Bastilla. En vista de esas declaraciones, es
algo extraño encontrarse con Colbert, Francisco I y el delfín (el hijo de Luis XV) entre los
héroes de Manuel. Pero él advirtió que extrajo su material de varios diccionarios y
colecciones de panegíricos funerarios, luego lo reescribió todo como se requería. Aunque era
una idea noble en principio, L’Année française era en la práctica un trabajo de corte y pegado.
La única otra obra de alguna importancia que Manuel produjo antes de la Revolución fue
Essais historiques, critiques, littéraires et philosophiques (1783), una colección de piezas
cortas del estilo de las bellas letras* que había publicado en varios suplementos. Todas ellas
pertenecían al género de la literatura ligera, preferida por publicaciones como el Mercure. De
hecho, Manuel había intentado entrar en las filas de los poetas de moda con algunos versos
triviales propios, que logró que le publicaran en el Mercure.
Quand on plaît, on est toujours belle:
Toute la vie est un printemps.
Ne crains rien: l’amour et le temps
Te prendront pour une immortelle;
Peut-être un jour, jaloux de mon bonheur,
Les dieux voudront, ô ma Thémire,
T’arracher de mes bras, et non pas de mon coeur,
Pour te faire changer d’empire.
[Cuando una agrada, una siempre es bella:
Toda la vida es una primavera.
No temas nada: el amor y el tiempo
Te tomarán por un ser inmortal;
Quizá un día, celosos de mi dicha,
Los dioses desearán, oh mi Thémire,
Arrancarte de mis brazos, y no de mi corazón,
Para lograr que mude el ámbito de tu imperio.]28
En virtud de la mezcla de galantería y sentimentalismo, Manuel se parecía a todos los
otros poetas aspirantes que enviaban sus vers de circonstance al Mercure. Los Essais de
Manuel no incluían poesía, pero tenían el mismo sabor convencional. Incluían meditaciones
moralistas (pensées), cuentos orientales, reflexiones sobre episodios de historia antigua e
historias sentimentales con mensajes como: “La obra maestra del amor es el corazón de la
madre”.29 En varios ensayos Manuel rendía tributo a los héroes acostumbrados de la literatura
contemporánea: d’Alembert, Buffon, Rousseau y especialmente Voltaire. En otros subrayaba
las dificultades de emularlos. Padres, madres: no permitan que sus hijos sucumban a las
tentaciones de la literatura, prevenía. Los jóvenes de hoy sueñan con alcanzar la gloria en la
República de las Letras. Escriben poemas, epigramas, ensayos, todo tipo de pièces de
circonstance que hacen llegar a los suplementos literarios con la esperanza de iniciar su
camino en la “carrera de las letras”.30 Pero pronto descubren que París está inundado de
jóvenes ambiciosos como ellos. No tardan mucho en darse cuenta de que la literatura no les
dará para vivir. Si son afortunados, pueden escapar de la indigencia mediante algún tipo de
empleo, como convertirse en tutores. Pero entonces tienen que enfrentarse a una humillación
adicional, porque es muy probable que su empleador los trate muy mal y sea incapaz de
entender los esfuerzos que hay que hacer para convertir a un niño en un ciudadano. Esas frases
se referían probablemente a la experiencia de Manuel como tutor en la casa del banquero
Tourton. Sean o no autobiográficas, revelan su opinión de la literatura en un momento en que
luchaba por hacerse de un nombre en ella. Los Essais pertenecen a ese esfuerzo. Están
diseñados para exhibir su talento en los mismos géneros que menciona al describir los
esfuerzos de sus contemporáneos por obtener reconocimiento como escritores. Lejos de causar
un escándalo, los Essais aparecieron con la aprobación del gobierno y luego desaparecieron,
desapercibidos y sin reseñas, en medio de una cascada de publicaciones triviales de otros
escritores que también intentaban distinguirse de las filas del fondo de la República de las
Letras.
Las frustraciones de los jóvenes autores y el peligro de la sobrepoblación en el mundo
literario les parecían a varios contemporáneos de Manuel un fenómeno importante.31 La
variación más reveladora sobre ese tema fue Le Petit Almanach de nos grands hommes
(1788) de Antoine Rivarol, probablemente en colaboración hasta cierto grado con L. R. Q. de
Richebourg, marqués de Champcenetz. En lugar de lamentar la suerte de los escritores
oscuros, Rivarol se burlaba de ellos. Otras obras celebraban a los hombres de letras más
famosos, explicaba; él dedicaría su Petit Almanach a los más desconocidos. Después de
explorar las antologías y los suplementos literarios, extrajo los nombres de todos los poetas y
ensayistas del fondo del Parnaso que aspiraban a llegar a la cúspide. Luego los abrumó con
alabanzas satíricas. Con los panegíricos inflados de manera absurda, exhibía a cientos de
escritores de poca monta y revelaba todo un paisaje de “liliputienses” escalando uno sobre el
otro en una lucha generalizada por alcanzar la gloria literaria. Colocaba a Manuel en medio de
esa muchedumbre y lo despachaba en un enunciado.
MANUEL: una Musa amigable y dotada de fluidez que puede producir cualquier cosa pero prefiere alcanzar la
inmortalidad a través de la delicada ruta de los madrigales y los epigramas.32
En lugar de retraerse en silencio y esperar a que la burla se disipara, Manuel respondió
con un libelo anónimo. Aunque intentó contrarrestar la sátira de Rivarol con algunas burlas
propias, en general apeló a la retórica de la indignación: “Según usted, M. Manuel sería capaz
de escribir un poema épico porque compone madrigales; ¡él, quien, con más filosofía que
fortuna, compone obras útiles en la oscuridad! ¡Lo denuncia como un productor de epigramas!
¡Pero la bilis nunca ha envenenado su alma!”33
Al defender su dignidad, Manuel decía hablar por todos los escritores que se dedicaban al
bien común; en particular deploraba las burlas que hacía Rivarol del Musée, un club literario
en el que cualquiera podía ser admitido y donde su poesía sería escuchada, a diferencia de las
academias, que estaban reservadas para una élite.34 Pero después de tomar esa postura de
superioridad moral, Manuel descendió al pozo y comenzó a lanzar insultos. Acusó a Rivarol
de ser un conde fraudulento y a Champcenetz de ser un falso marqués y homosexual. Ellos
respondieron con un contraataque escrito en forma de carta por un supuesto miembro del
Musée que celebraba Le Petit Almanach de nos grands hommes como una “Masacre de San
Bartolomé de la chusma literaria”, y lanzó algo más de desprecio en contra de Manuel como
miembro típico de este ambiente, se burlaba de que él presumiera ser una gran figura en el
Musée y desestimaba su “pretensión de ser un éxito en cenas y salones”.35
Las polémicas daban expresión a la crueldad de la vida en las capas situadas al fondo de
la República de las Letras, donde la literatura era todavía un tema de calumnias sólo unos
meses antes de la toma de la Bastilla. ¿Exponen también una contradicción entre la
aseveración de Manuel de seguir un noble llamado a ser un hombre de letras y su magra
existencia en el submundo literario? Quizá. Pero las contradicciones estaban inscritas en la
literatura según la experimentaban hombres como Manuel. Predicar el evangelio de los
derechos humanos al tiempo que vendías libelos era vivir esas contradicciones, no
simplemente esconder la sórdida búsqueda de ganancias tras una falsa fachada de idealismo.
Manuel probablemente creía en los principios que predicaba. Su posición entre la “chusma
literaria” puede haber reforzado, en lugar de socavarlo, su compromiso con las convicciones
de la Ilustración. Por supuesto, el estado de su alma en 1789 sólo puede ser motivo de
especulación. Nadie puede conocerlo, pero al mismo tiempo nadie puede suponer que el
compromiso ideológico sea incompatible con el interés propio o que el fracaso
inevitablemente lleve al cinismo. Una persona que toca fondo no por ello debe perder la fe en
los altos ideales. Por el contrario, al sobrellevar las duras realidades que se enfrentan en la
base del orden social, él o ella pueden tomar la resolución de rehacer la realidad a lo largo
del sistema completo, o por lo menos animar semejante causa en un tiempo de revolución.
Grub Street puede haber parecido un callejón sin salida para Manuel durante la mayor parte de
la década de 1780, pero hacia el 14 de julio de 1789 había desembocado en un nuevo inicio.
1
Véanse Edna Lemay, Dictionnaire des Constituants, 1789-1791, París, 1991, 2 vols., y Timothy Tackett, Becoming a
Revolutionary, Princeton, Nueva Jersey, 1996.
2
Véanse Jean Sgard, “Postface: Répartition et typologie des titres”, en Sgard, ed., Dictionnaire des journaux…, op. cit.,
vol. 2, pp. 1131-1140; Jacques Godechot, “Caractères généraux de la presse révolutionnaire”, en Histoire générale de la
presse française, Claude Bellanger, Jacques Godechot, Pierre Guiral y Fernand Terrou, eds., París, 1969, vol. 1, pp. 428, 434436; Pierre Rétat, Les Journaux de 1789: Bibliographie critique, París, 1988; Hugh Gough, The Newspaper Press in the
French Revolution, Chicago, 1988, y Jeremy Popkin, Revolutionary News: The Press in France, 1789-1799, Durham,
Carolina del Norte, 1990.
3
Louis-Sébastien Mercier, De la littérature et des littérateurs, Yverdon, 1778, p. 39, y “Trente écrivains en France, pas
davantage”, en su Tableau de Paris, op. cit., Jean-Claude Bonnet, ed., vol. 2, pp. 318-319.
4
Los siguientes comentarios sólo tienen la intención de servir como resumen de un tema muy complejo, que he intentado
explorar en publicaciones previas, especialmente en “The High Enlightenment and the Low-Life of Literature”, art. cit., pp. 81115, y “The Facts of Literary Life in Eighteenth-Century France”, en The Political Culture of the Old Regime, op. cit., pp.
261-291. Creo que el argumento que propongo en esas obras todavía es válido. Pero, a fin de matizar la argumentación, quiero
destacar tres detalles que no quedan suficientemente claros en ellos. Primero, la naturaleza jerárquica de la República de las
Letras no excluía la posibilidad de que jóvenes talentosos escalaran hasta la cima: la carrera de Marmontel es un buen ejemplo
de la movilidad social ascendente. Segundo, la población creciente del entorno que describo como Grub Street no quería decir
que la República de las Letras estuviera completamente polarizada entre aquellos en la cumbre y aquellos en el fondo; todo lo
contrario, había muchas posiciones intermedias ocupadas por hombres (y algunas mujeres) que se pensaban escritores pero que
no dependían de la literatura para vivir. Tercero, aunque la ambición frustrada amargaba a muchos escritores a destajo, eso no
los convertía en viles gacetilleros, en libelistas o en pornógrafos. Terminaban escribiendo copiosamente y al vapor por culpa de
la pobreza. La pobreza era la característica definitiva de Grub Street, no el resentimiento psicológico. Desde mi perspectiva,
Grub Street debe ser entendido sociológicamente, como un elemento de lo que Pierre Bourdieu caracterizó como “le champ
littéraire”, y también existía a nivel de las representaciones colectivas, debido a las polémicas sobre el estatus de varios
escritores.
5
Para estudios sobre las repercusiones literarias del famoso poema de Voltaire, “Le Pauvre Diable”, véase Le Pauvre
Diable: Destins de l’homme de lettres au XVIIIe siècle, Henri Duranton, ed., Saint-Étienne, 2006. He intentado llegar a la
realidad detrás de este tema literario en un estudio propio: “The Life of a ‘Poor Devil’ in the Republic Of Letters” en Essays
on the Age of Enlightenment in Honor of Ira O. Wade, Jean Macary, ed., Ginebra, 1977, pp. 39-92. Entre las muchas
descripciones de escritores pobres y marginales en el Tableau de Paris de Mercier, véase especialmente los capítulos titulados
“Auteurs”, “Des demiauteurs, quarts d’auteur, enfin métis, quarterons, etc.”, “La littérature du faubourg Saint-Germain, et celle
du faubourg Saint-Honoré”, “Misère des auteurs”, y “Le Musée de Paris”.
6
“Sans-culottes”, en Le Noveau Paris, Jean-Claude Bonnet, ed., París, 1994, pp. 445-449; cita de la p. 446.
7
“Fabre d’Églantine”, en ibid., pp. 450-451.
8
Véase Haim Burstin, L’Invention du sans-culotte: Regards sur Paris révolutionnaire, París, 2005.
9
Además de las fuentes citadas en el capítulo V, nota 1, véase M. Michaud, Biographie universelle ancienne et
moderne, París, 1843-1865, vol. 26, pp. 396-397, y Jean Tulard, Jean-François Fayard y Alfred Fierro, Histoire et dictionnaire
de la Révolution française, 1789-1799, París, 1987, p. 969.
10
El siguiente relato está basado en el interrogatorio de Manuel y los expedientes que lo acompañan en los Archives
Nationales, W295, núm. 246. Frantz Funck-Brentano usó este material en la muy útil nota sobre el encarcelamiento de Manuel
en Les Lettres de cachet à Paris…, op. cit., p. 415. Manuel se refiere brevemente a este episodio en La Bastille dévoilée…,
op. cit., vol. 3, pp. 105-106.
11
Lettre d’un garde du roi, pour servir de suite aux Mémoires sur Cagliostro, Londres, 1786, cita de la p. 4. En la p. 30
el soldado da su opinión sobre el tema de los libelos: “Un libelle n’est pas un grand délit… Cependant je conçois qu’il serait
affreux de tolérer les libellistes. Nos réputations seraient continuellement menacées” [“Un libelo no constituye un grave delito…
No obstante, a mi ver sería afrentoso tolerar a los libelistas. Nuestras reputaciones se verían constantemente amenazadas”].
12
De las muchas fuentes contemporáneas del involucramiento de Mirabeau en la edición, la propaganda y el financiamiento,
la más reveladora es Étienne Dumont, Souvenirs sur Mirabeau et sur les deux premières assemblées legislatives, ouvrage
posthume publié par J. L. Duval, París, 1832. Y de la mucha literatura secundaria sobre Mirabeau, la vieja biografía escrita
por Louis de Loménie y Charles de Loménie todavía se defiende bastante bien: Les Mirabeau: Nouvelles études sur la
société française par Louis de Loménie, de l’Académie Française, deuxième partie continuée par son fils, 4 vols., París,
1889. La mayor parte del aspecto financiero de la historia literaria puede hallarse en las obras de Jean Bouchary, especialmente
en Les Manieurs d’argent à Paris à la fin du XVIIIème siècle, 3 vols., París, 1939. He discutido las especulaciones y la
existencia de escritores anónimos encargados de componer la obra de alguien más, o “negros” [ghost writers], detrás de los
panfletos de Mirabeau en “Trends in Radical Propaganda on the Eve of the French Revolution (1782-1788)”, disertación de
doctorado, Oxford University, 1964, cap. 5 y apéndice 3, y he publicado un resumen de esta investigación como “The Pursuit of
Profit: Rousseauism on the Bourse”, en George Washington’s False Teeth: An Unconventional Guide to the Eighteenth
Century, Nueva York, 2003, cap. 7.
13
De la Banque d’Espagne, dite de Saint-Charles: Par le comte de Mirabeau, s. l., 1785; Sur les Actions de la
Compagnie des eaux de Paris: Par M. le comte de Mirabeau, Londres, 1785; Réponse du comte de Mirabeau à
l’écrivain des administrateurs de la Compagnie des eaux de Paris, Bruselas, 1785.
14
Papeles de Lenoir, Bibliothèque Municipale d’Orléans, ms. 1422.
15
Idem.
16
Peuchet, Mémoires tirés des archives de la police de Paris…, op. cit., vol. 1, p. 11, y vol. 3, pp. 15-25, y el ensayo de
un commissaire de la policía llamado Le Maire escrito para la emperatriz María Teresa de Austria y publicado por Augustin
Gazier como “La Police de Paris en 1770”, en Mémoires de la Société de l’Histoire de Paris et de l’Île de France, op. cit.,
vol. 5, pp. 1-131. En lugar de pago, con frecuencia la policía permitía a sus agentes reclutados de entornos dudosos que
siguieran con sus actividades criminales —todo, desde la prostitución hasta la venta de libros prohibidos— a cambio de que
denunciaran a otros que realizaran las mismas actividades. Como testimonio de la noción contemporánea de que había espías
por todos lados en París y de que sus informes hacían omnisciente al sargento general de la policía parisina, véanse los capítulos
titulados “Espions”, “Les Colporteurs”, “Hommes de la police” y “Lieutenant de police” en Tableau de Paris, op. cit., caps.
59-61, y 63.
17
Peuchet, Mémoires tirés…, op. cit., vol. 3, p. 17. He hallado el mismo pasaje, fraseado un poco distinto, en los papeles de
Lenoir, Bibliothèque Municipale d’Orléans, ms. 1422.
18
Résumé pour Charles-Pierre Bosquillon, citoyen actif contre M. Manuel, élu procureur de la Commune de Paris,
París, 1791, p. 11. La Biographie universelle…, op. cit., vol. 26, p. 396, de Michaud describe a Manuel como un “précepteur
des enfants d’un riche financier, qui lui assura une pension. Il vivait dans le capitale de ce revenu et du produit de quelques
pamphlets distribués sous le manteau” [“preceptor de los hijos de un acaudalado financiero, quien le fijó una pensión. Se
mantenía a base del capital proveniente de este ingreso y de lo que le reportaban algunos panfletos de distribución subrepticia”].
El Nouvelle biographie générale, París, 1850, p. 33, columnas 326-329, especifica que fue tutor de los hijos de un banquero
llamado Tourton. Kuscinski, Dictionnaire des Conventionnels, op. cit., vol. 3, p. 427, asegura que fue “précepteur dans
plusieurs familles et employé chez le libraire Garnery” [“preceptor en varias familias y empleado de la librería Garnery”] y que
esta existencia precaria lo dejó “pauvre et aigri” [“empobrecido y amargado”] cuando se desató la Revolución.
19
En un artículo sobre la Lettre d’un garde du roi, entrada del 11 de febrero de 1786, las Mémoires secrets pour servir à
l’histoire de la république des lettres en France, Londres, 1771-1789, apuntó: “Un M. Manuel, […] qui ayant perdu son état
de governeur des enfants de M. Tourton par la sortie violente qu’un certain abbé Royou avait fait contre lui dans l’Année
littéraire, en le représentant comme un impie, comme un homme abominable, avait été obligé pour ressource de se faire
libraire, ou colporteur, a été aussi arrêté” [“Un tal Sr. Manuel […] quien, tras haber perdido su puesto de preceptor de los hijos
del Sr. Tourton —debido a la invectiva que lanzó contra él un tal abate Royou en l’Année littéraire, al representarlo como impío
y como un hombre abominable—, se había visto empujado por necesidad económica a convertirse en librero, o en vendedor
ambulante, fue también arrestado”]. Las Mémoires secrets se referían desfavorablemente a Manuel en sus entradas del 12 de
febrero y el 29 de abril, pero el 30 de abril incluían una reseña favorable de su Coup d’oeil philosophique sur le règne de
Saint Louis, en la que señalaban en particular su tratamiento desdeñoso de las Cruzadas. También se referían favorablemente
a él en un artículo del 14 de mayo, en que se anunciaba su liberación de la Bastilla.
20
Correspondance littéraire, philosophique et critique par Grimm, Diderot, Meister, etc., Maurice Tourneux, ed.,
París, 1879, vol. 14, pp. 392-395.
21
Además de las fuentes ya citadas, otra información —sugerente pero poco confiable— puede obtenerse de algunas
cuantas obras polémicas publicadas durante la Revolución, en particular Vie secrète de Pierre Manuel, op. cit. (un libelo, pero
con alguna información aparentemente veraz acerca de la vida temprana de Manuel en Montargis) y Collection complète des
tableaux historiques de la Révolution française…, op. cit., vol. 3, s. p. (una colección de grabados con notas biográficas).
22
Pierre Manuel, Coup-d’oeil philosophique sur le règne de Saint Louis, “à Damiette, et se trouve à Paris chez les
marchands qui vendent les nouveautés” [“en Damiette, y se halla en París con los comerciantes que venden las novedades”],
1788, p. 5. La fecha es extraña, ya que la obra fue reseñada en 1786, y no parece haber pasado por otra edición.
23
Ibid., p. 44.
24
Tourneux, ed., Correspondance littéraire, philosophique et critique…, op. cit., vol. 14, p. 394.
25
Sin embargo, en su Coup-d’oeil philosophique sur le règne de Saint Louis, pp. 92-95, Manuel tenía algunas cosas
favorables que decir acerca de la emancipación de las mujeres, así como de los esclavos y los judíos.
26
Pierre Manuel, L’Année française, ou vie des hommes qui ont honoré la France, ou par leurs talents, ou par leurs
services, et surtout par leurs vertus: Pour tous les jours de l’année, París, 1789, vol. 2, p. v.
27
Ibid., vol. 1, p. ix.
*En el original en inglés, belletristic, término con el que, en un tono donde se mezclan la admiración y la crítica, se hace
referencia a un estilo muy pulido y elegante pero que a menudo conlleva un acercamiento poco sistemático a determinado tema,
debido al excesivo cuidado formal. [T.]
28
Pierre Manuel, “Vers à mon amie”, Mercure de France, 20 de marzo de 1784, p. 98.
29
Pierre Manuel, Essais historiques, critiques, littéraires et philosophiques, Ginebra, 1783, p. 80.
Ibid., p. 10.
31
Este tema aparece en muchas de las obras de Mercier, incluido el Tableau de Paris, op. cit., y de Linguet, en particular
en L’Aveu sincère, ou lettre à une mère sur les dangers que court la jeunesse en se livrant à un goût trop vif pour la
littérature, Londres, 1763. Fue dramatizado en una de las obras de teatro con las que P.-F.-N. Fabre d’Églantine intentó, y no
logró, hacerse de un nombre antes de la Revolución: Les Gens de lettres, interpretada en 1787 y publicada en Mélanges
littéraires par une société de gens de lettres, París, 1827.
32
Antoine de Rivarol, Le Petit Almanach de nos grands hommes, s. l., 1788, p. 120.
33
Supplément à la nouvelle édition du Petit Almanach des grands hommes, ou lettre à Messieurs de Rivarol et de
Champcenets, par un des grands hommes du Petit Almanach, s. l., 1788, p. 12. Manuel continuó este exabrupto en uno de
sus poemas. Aunque publicó este panfleto de 31 páginas de manera anónima, su autoría es fácil de detectar y pronto fue
exhibido por sus oponentes.
34
Ibid., pp. 5, 9, 30. Sobre el carácter relativamente abierto y democrático del Musée en comparación con los salones y las
academias dominadas por la élite literaria, véase Mercier, Tableau de Paris, op. cit., caps. 531 y 946.
35
Lettre d’une muséenne à M. Manuel, auteur du Supplément au Petit Almanach des grands hommes, s. l., s. f., citas
de pp. 4 y 8.
30
XVIII. LA CALUMNIA AL SERVICIO DEL TERROR
DESPUÉS del 14 de julio de 1789 la Bastilla fue desmantelada como edificio y reconstruida
como un símbolo en la visión retrospectiva de Francia de lo que llegó a conocerse como el
Antiguo Régimen. Pierre Manuel contribuyó a este reordenamiento simbólico más que nadie.
Hizo carrera publicando libros que exhibían los horrores que ocultaban en la vieja fortaleza, y
usó esas publicaciones para promover su carrera adicional como activista político. De las
palabras a los actos, el curso de su vida de 1789 a 1793 ilustra cómo se hace y se deshace un
revolucionario y, en cierta medida, la revolución misma.1
Manuel intentó hacerse pasar en algunas de sus polémicas revolucionarias como un
conquistador de la Bastilla. Pero no ofrecía evidencia para esa aseveración, y finalmente dejó
de hacerla, recurriendo más a su papel de mártir de la Bastilla: esto es, víctima del
despotismo que había sufrido por su entrega desinteresada en defensa de la causa de la gente.2
Cualquiera que pudiera establecer su estatus como bastillant (antiguo prisionero) gozaba de
una gran ventaja en la lucha por puestos e influencia que sucedió al 14 de julio de 1789. Pero
las carreras políticas no se hacían simplemente con reputaciones. Manuel tuvo que
sobreponerse a muchas desventajas. No tenía familia inmediata, ni profesión ni fortuna ni
dirección permanente. El único lugar que le podía servir como catapulta hacia la política
radical era el taller de impresión de Garnery, donde corregía pruebas y distribuía panfletos a
los vendedores a cambio de un cuarto gratis.
Manuel también escribía folletos panfletarios, aunque son difíciles de identificar en la
marea de los anónimos impresos que inundaron las calles de París después de agosto de 1788,
cuando el rey accedió a instaurar los Estados Generales. Uno de los anónimos, Lettre d’un
citoyen à un frondeur sur les affaires présentes, publicado en los últimos meses de 1788,
expresaba algunas de las posturas radicales comunes; contenía ataques feroces contra la
nobleza, las cuotas feudales y los parlamentos, junto con una defensa de Necker, un tributo al
rey y un llamado a los hombres de letras a guiar a la gente en la preparación de un nuevo
orden.3 Pero escribir panfletos no fue suficiente para que Manuel se ganara un lugar entre los
líderes revolucionarios. Su mejor activo era en realidad la red de contactos que había
construido entre los vendedores de la ciudad mientras él mismo operaba como vendedor.
Según la Vie secrète de Pierre Manuel, ayudaron a que su carrera política despegara.
En 1785 trabajaba para Garnery. Ganaba lo suficiente para mantenerse ahí, y ocupaba un cuarto gratis a manera de
compensación anual. A cambio, sólo se requería que produjera algunos pliegos, algunos libelos para la imprenta en
la que se empleaba corrigiendo pruebas… Sus primeros protectores [en 1789] fueron los vendedores que iban a
diario a abastecerse de los periódicos que Garnery imprimía. Manuel los entregaba con un trato obsequioso.
Elogiaba a esta especie ruidosa y se ganó su apoyo, y esto lo llevó a un puesto en una división de la policía
encargada del comercio de libros y de las imprentas.4
Claro que nada en la Vie secrète —o para el caso en ninguno de los materiales polémicos
que son la fuente principal de información acerca de la carrera revolucionaria de Manuel—
puede ser tomado sin reservas. Pero esta referencia a su inmersión en el mundo de los
vendedores puede ser confirmada por su interrogatorio en la Bastilla en 1786, y por un tributo
a ellos que escribió en 1789 o 1790: “Este ejército de vendedores, que invade las calles y los
cruces de la Quai des Augustins, parece obligar al pueblo a familiarizarse con todas las
operaciones de un gobierno que ya no puede mantener nada en secreto y a discutirlas. Estos
millares de voces recias y de renombre han sido útiles para insuflar nueva vida en el espíritu
público que por sí mismo es capaz de tirar el ya tradicional de ese edificio del abuso”.5
Los vendedores probablemente hicieron de esta manera campaña en favor de Manuel
cuando entró a la política parisina, aunque no hay información sobre cómo logró exactamente
iniciarse en ella. La siguiente evidencia simplemente lo muestra como un orador que exige
actos enérgicos a la unidad más baja y pequeña de la nueva estructura política construida
durante el verano de 1789. Hablaba como “comisionado” o miembro del comité ejecutivo del
distrito de su barrio, una de las 60 circunscripciones creadas para las elecciones de los
Estados Generales que siguieron funcionando después de las elecciones como entidades
semiautónomas en la reorganización revolucionaria de París. Cada distrito daba su propio
batallón a la Guardia Nacional y enviaba representantes a la Comuna de París (conocida al
inicio como la “municipalidad provisional”), que gobernó a la ciudad en conjunto con el
nuevo alcalde, Jean Sylvain Bailly. De distrito a Comuna a Convención Nacional: éstos eran
los peldaños de la escalera por la que ascendería Manuel de 1789 hasta 1792, ayudado en el
camino por unos sonoros discursos en el Club de los Jacobinos.
El discurso más antiguo de los que han sobrevivido tuvo lugar el 30 de agosto de 1789, en
una reunión de los distritos reunidos del Val-de-Grace y Saint-Jacques. Manuel arengó a los
otros militantes de su barrio acerca del peligro de que el ardor revolucionario decayera
después de los grandes sucesos de inicios del verano. Se quejaba de que el distrito no había
enviado suficientes soldados para su batallón y de que algunos de los ciudadanos habían
evidenciado un preocupante prejuicio en contra de los actores, quienes estaban siendo
excluidos de la vida cívica a pesar de sus cualidades como patriotas.6 El propio patriotismo
de Manuel parecía incuestionable, y el distrito lo reconocía al enviarlo como su representante
a la Comuna provisional. Poco después de haber llegado al Hôtel de Ville logró hacerse de
otro puesto: “administrador del departamento de policía”. En calidad de tal, asumió la
responsabilidad especial de vigilar el comercio de libros.7
De vender libros a vigilarlos, la transformación de la situación de Manuel correspondía
con la sensación que aquejaba a muchos franceses durante el extraordinario verano de 1789 de
que el mundo estaba “patas arriba”. Al hablar de su nueva función, Manuel señaló que se había
dedicado a una meta suprema: la libertad de prensa. Por eso hizo todo lo que estaba en su
poder para remover los escombros institucionales del Antiguo Régimen que estorbaran a los
periodistas de la Revolución. También cuidó de informar al público de su dedicación al
escribir cartas a los periódicos que emergieron por todos lados en 1789 y que eran editados
en gran medida por sus antiguos compañeros de Grub Street. Para no errar, publicó una
colección de las cartas junto con algunos de sus discursos. Estos textos daban una vívida
imagen de Manuel en acción, barriendo los establos de Augías de la vieja policía.
En una carta Manuel responde a la solicitud de permiso para publicar un libro. Permiso
denegado, proclama: permitir una publicación es admitir tácitamente que puede ser prohibida,
así que no emitirá permisos; la prensa ahora es libre. En otra, responde a una advertencia
enviada desde Metz sobre un cargamento de la Histoire philosophique et politique des
établissements et du commerce des européens dans les deux Indes, obra de Raynal que había
sido prohibida y quemada en 1781 y que iba en camino a París, donde podría ser confiscada
en la Chambre Syndicale (oficina de inspección), dirigida por los miembros del gremio de
libreros de París. Déjenlo llegar, anunció Manuel. La prensa es libre y el gremio debe ser
abolido. En una tercera, una carta abierta dirigida al Real Censor, exige la renuncia de éste
porque la prensa es libre. Ahora cualquiera puede publicar cualquier cosa, incluso folletos y
libelos panfletarios de carácter infecto, porque es más importante proteger la libertad que la
reputación de los individuos. En una carta abierta a Brissot, su amigo y editor de Le Patriote
français, Manuel dice que él mismo ha sido objeto de ataques, pero dejará que sus enemigos
lo difamen. La prensa es libre y él está demasiado ocupado protegiendo su libertad como para
responder con la misma moneda. En una carta abierta a Desmoulins, su compañero jacobino y
editor de Les Révolutions de France et de Brabant, declara que su mayor responsabilidad
como supervisor de la policía es mantener a la prensa libre. La prensa es un arma esgrimida
por los hombes de letras, y “son los hombres de letras… los que hacen la revolución”.8
Las cartas de Manuel son un buen ejemplo de la retórica revolucionaria en 1789, pero no
aclaran la compleja situación. El artículo XI de la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano asentaba que la prensa era libre, estando sujeta, sin embargo, a “casos
determinados por la ley”. ¿Cuáles eran estos casos? Nadie en la Asamblea Nacional discutió
en favor de abolir todas las restricciones a la palabra impresa. Pero los diputados nunca
acordaron una definición de la línea que separaba la libertad de las expresiones inadmisibles
de calumnia, sedición, blasfemia e indecencia. Tampoco produjeron una ley de propiedad
intelectual, a pesar de que el colapso del sistema de otorgamiento de privilegios reales creó la
necesidad de alguna forma moderna de copyright o derechos de autor.
Mientras tanto, cientos de periódicos —periódicos con verdaderas noticias— aparecían
por todo el reino, informando y discutiendo sucesos con una osadía que era impensable antes
de 1789. Los nuevos periodistas ni siquiera pedían permiso para ejercer su oficio. Y los
oficiales que permanecían en la administración real —por lo menos de manera provisional, en
lo que los revolucionarios intentaban reorganizarla— no comprendían los cambios que
sucedían ante sus ojos. El director del comercio de libros, Poitevin de Maissemy, escribió una
carta tras otra al teniente general de la policía exigiendo acción en contra de escribidores
como Brissot y Mirabeau, que inauguraron periódicos incluso antes de la toma de la Bastilla.
El 14 de abril de 1789 denunció a Le Patriote français, el prospecto de Brissot, como “el
grado más alto de la audacia reforzada por la impunidad” e intentó frenarlo con órdenes
enviadas a todos los inspectores del comercio de libros y a los oficiales del gremio de los
libreros.9 Después del 14 de julio nada se podía hacer para detener el caudal de nuevas
publicaciones.
Pero la reacción pronto se asentó, porque las clases acomodadas se sentían cada vez más
amenazadas por la escalada de desorden: los levantamientos de los campesinos conocidos
como el Gran Miedo, las revoluciones municipales a lo largo de toda la Francia urbana, los
constantes motines en París y las Jornadas de Octubre, cuando la turba parisina invadió
Versalles y llevó a la familia real a París. Las erupciones de violencia, acompañadas del uso
de un lenguaje violento tanto en el habla como en los impresos, generaron muchas demandas
para regular a la prensa. Las autoridades revolucionarias tomaron medidas represivas en
contra de periodistas y panfletistas en diferentes ocasiones a lo largo de 1790 y 1791, y para
1794 comenzaron a cerrar imprentas a gran escala. Incluso en 1789, cuando las publicaciones
desinhibidas alcanzaron su clímax, todo tipo de obstáculos se imponían en el camino de la
libertad irrestricta. Louis Thiroux de Crosne, el último teniente general de la policía,
desapareció dos días después de la toma de la Bastilla, pero muchos oficiales permanecieron
en sus puestos: inspectores de policía, censores, oficiales del gremio de libreros y
administradores en la Direction de la Librairie (oficiales que autorizaban publicaciones y
regulaban el comercio de libros). Aunque los parlamentos habían sido abolidos, las bajas
cortes seguían funcionando. Los obispos todavía podían emitir condenas de libros. Incluso el
nuevo alcalde de París, Jean Sylvain Bailly, expresó su creciente preocupación por el
desorden de todo tipo. Para el verano de 1791 parecía un total contrarrevolucionario, por lo
menos a los ojos de jacobinos como Manuel.10
Manuel nunca ejerció un poder directo sobre la policía. Aunque se identificaba a sí mismo
como un “administrador provisional de la policía”,11 sólo tenía una función de supervisor
derivado de su posición como representante en la administración provisional de París, e
incluso en esa capacidad seguía estando subordinado a Bailly. Más aún, no estuvo en su puesto
por mucho tiempo. No logró reelegirse en la Comuna para el verano de 1790 y dejó París en el
otoño para irse a Montargis a dedicarse a la preparación de La Police de Paris dévoilée.
¿Qué hizo durante esos diez meses de administración? Nada, presumió después; esto es, nada
para limitar las actividades de los impresores y los libreros.12 Quizá haya ayudado a
desmantelar algunas de las instituciones que quedaban del Antiguo Régimen, pero su actividad
principal parece haber sido reunir y editar documentos de los archivos de la policía. Mientras
Brissot y otros publicaban periódicos, Manuel publicaba libros: libros periodísticos llenos de
detalles sensacionales sobre abusos de poder. En ese aspecto, su carrera revolucionaria puede
verse como la continuación de sus actividades prerrevolucionarias y como una respuesta a la
dificultad que lo había perseguido durante la década de 1780: la necesidad de hacer dinero.
La Revolución no sacó a Manuel de la pobreza, por lo menos no durante sus dos primeros
años. Aunque es difícil documentar su situación financiera, una fuente indica que no había
hecho nada para mejorar la “conocida mediocridad de su fortuna” antes del 2 de diciembre de
1791, cuando fue elegido procureur (abogado procesal) de la Comuna.13 Para ser elegido
había tenido que calificar como ciudadano “activo” de acuerdo con los requerimientos
establecidos por la Constitución de 1791, esto es, que hubiera pagado impuestos equivalentes
a tres días de trabajo. Para los parisinos esa cantidad era de 6 libras en 1790 y 7 libras 7 sous
en 1791. Uno de los enemigos políticos de derecha de Manuel, Charles-Pierre Bosquillon,
aseguraba en un panfleto que su elección era inválida porque nunca había realizado esos
pagos. Bosquillon argüía que no existía registro alguno de ellos y Manuel no había mostrado
los recibos. En cambio, había pagado sus impuestos de manera retrospectiva en noviembre de
1791, cuando estaba compitiendo en la elección y podía utilizar el dinero de un patrocinador
político. Esa maniobra también violaba la ley. Es más, la inelegibilidad de Manuel podía ser
demostrada de otras dos maneras: nunca se había enlistado en ninguna compañía de la Guardia
Nacional (sólo los ciudadanos activos eran admitidos en la Guardia, y tenían que reunir
bastante dinero para pagar por su uniforme) y no tenía domicilio fijo y legal en París.
Bosquillon aseguraba que Manuel se había mudado de lugar en lugar, alojándose donde fuera
que lograra ser admitido: en la rue Serpente, donde Garnery le dio un cuarto a cambio de
trabajo en la imprenta; en la rue des Postes, donde recibió alojamiento gratuito de un
empleado de policía; y en la rue de l’Oursine, donde pretendía que había vivido en un
departamento desde hacía por lo menos un año, aunque no podía probar que hubiera pagado la
renta y había pasado los doce meses, de octubre de 1790 a octubre de 1791, en Montargis. El
ataque de Bosquillon no logró echar a Manuel de su puesto, pero daba una imagen convincente
de una existencia improvisada en función de dónde se abrieran oportunidades durante las
etapas iniciales de la Revolución.14
Toda la evidencia indica que hasta diciembre de 1791 Manuel se mantenía principalmente
con su escritura. La Revolución abrió nuevas fuentes de ingresos para los escritores, no sólo
porque liberó a la prensa sino porque creó una gran demanda de información, información
sobre el pasado así como sobre el presente. Al contrario de los otros escritores que
satisfacían la necesidad de noticias acerca de acontecimientos actuales, Manuel producía
noticias sobre los abusos encubiertos durante el Antiguo Régimen. Su puesto en la
administración de policía le daba acceso a los archivos más sensacionales, que habían sido
guardados bajo llave en la Bastilla, y los aprovechó al máximo en una sucesión de libros
sensacionalistas: La Bastille dévoilée (París, 1789-1790), cuatro volúmenes en ocho entregas;
La Chasteté du clergé dévoilée (“Roma”, 1790), dos volúmenes; La Police de Paris dévoilée
(París, 1790), dos volúmenes; y Lettres originales de Mirabeau (París, 1792), dos
volúmenes. La historia editorial de estas obras es compleja y oscura, pero, como sus títulos lo
indican, embonan en una serie. Todas eran antologías basadas en archivos de la Bastilla, y
todas partían de la idea de revelar secretos. Manuel imprimió su nombre de manera
prominente en las portadas de La Police de Paris dévoilée y Lettres originales de Mirabeau.
Los otros dos libros aparecieron de manera anónima, pero no escondía su papel como editor.
La Bastille dévoilée fue publicada por entregas diseñadas, como había sido anunciado,
para satisfacer la “impaciencia” del público por saber la verdad acerca de lo que había
sucedido tras los muros de la prisión: “La toma de la Bastilla acaba de abrir un valioso
depósito [de archivos], y nos hemos aprestado a publicar lo que nos ofrece. Encontrará aquí
una antología de evidencias y de ejemplos de las atrocidades que el despotismo ministerial
perpetuó ininterrumpidamente. Esta revelación es de tal naturaleza que interesa a todos,
individuos de toda edad, sexo y rango”.15 Este tipo de retórica —lenguaje de ventas envuelto
en una lección de civismo— continuaba durante las ocho entregas, que aparecieron en
intervalos durante 1789 y 1790. Cada entrega contenía una selección de los expedientes de los
prisioneros de la Bastilla durante un periodo específico. Los editores garantizaban la
autenticidad de los documentos, pero con frecuencia los parafraseaban, añadían comentarios e
incluso imprimían comentarios de antiguos prisioneros, que utilizaban la oportunidad para
volver a contar el sufrimiento que habían soportado por la causa de la libertad.16 La obra
resultante apenas podía esperarse que se conformara a los estándares de edición establecidos
un siglo después. Estaba dirigida a los lectores revolucionarios y pertenecía al caudal de
ataques en contra del Antiguo Régimen que aparecieron después del 14 de julio de 1789. De
hecho, tenía que competir contra publicaciones similares, porque los papeles de la policía
estaban dispersos por todos lados después de la toma de la Bastilla, y varios autores se
apuraron a publicar colecciones de ellos. Jean-Louis Carra, un escritor de poca monta vuelto
revolucionario igual que Manuel, publicó un juego de tres volúmenes, Mémoires historiques
et authentiques sur la Bastille, en 1789. Él también denunciaba el despotismo y apelaba a la
lascivia así como al patriotismo de sus lectores: “Que aquellos que lean estas Mémoires se
identifiquen por un momento con las víctimas… y luego salten en su imaginación a la cama
voluptuosa de la prostituta favorita [es decir, Madame du Barry]”.17 Había suficiente demanda
para revelaciones como ésas en 1789. La Bastille dévoilée desarrolló la mejor estrategia para
satisfacerla, porque en lugar de publicarlo todo en un solo juego de volúmenes apareció en una
sucesión de ocho entregas parecidas a los panfletos. Comenzaron con los archivos más
recientes, que eran los que más podrían interesar a los lectores, y fueron llegando hacia 1752,
partiendo de la década de 1780. Las Mémoires historiques de Carra se detenían en los
archivos de 1775, quizá porque para entonces La Bastille dévoilée había capturado casi todo
el mercado. Independientemente de su éxito relativo, las dos obras eran sorprendentemente
similares. Perpetuaban el mito más poderoso en la nueva cultura revolucionaria al revelar
cómo la Bastilla había operado como un bastión del despotismo.18
La visión mitológica de la Bastilla le debía mucho a la publicación de los documentos de
sus archivos. Obras anteriores como Mémoire sur la Bastille de Linguet habían preparado el
camino. Pero La Bastille dévoilée contenía evidencia aparentemente irrefutable de los
archivos auténticos de los prisioneros. Incluso ponía en entredicho las exageraciones que
Linguet había dispersado a lo largo del relato de su propio embastillement.19 Para reforzar su
argumento de autenticidad, los editores de La Bastille dévoilée anunciaron que los originales
de los documentos que publicaran se pondrían en exhibición en el Lycée, una sociedad
literaria que había ocupado el lugar del Musée, donde cualquiera podría inspeccionarlos. Esta
estrategia reforzó el efecto de la publicación por entregas, porque extendió las nuevas
revelaciones en ondas de choque sucesivas y produjo un efecto poderoso, a juzgar por una
reseña del generalmente escéptico Correspondance littéraire: “Esta colección es
verdaderamente asombrosa, porque está compuesta en su totalidad de documentos originales
que fueron hallados en la Bastilla y que han sido depositados en el Lycée, donde cualquiera es
libre de verlos”.20
La impresión de autenticidad (l’effet réel, como lo llaman los críticos literarios) también
derivaba del trabajo de sus editores, quienes reunieron los textos a partir de ingredientes
dispersos y los dotaron del tipo de retórica que sonaba auténtica en 1789. ¿Quiénes eran estos
editores, la o las personas que se dirigían al lector en el prefacio a la primera entrega con
frases como “Nos hemos apurado a develar ante toda Europa los crímenes secretos de esa
horda de tiranos transitorios llamados ministros”?21 El “nosotros” cambió conforme fueron
cambiando las entregas. De hecho, los comentarios editoriales esparcidos por todo el libro
tenían una cualidad autorreferencial que ayuda a explicar su carácter. La primera entrega se
presentaba como la obra colectiva de un grupo de patriotas conectados con el Lycée, uno de
los clubes literarios abiertos al público en general, en contraste con instituciones exclusivas
como la Académie Française y los salones. Su propósito, según lo explicaban en el prefacio,
era informar a sus conciudadanos de los abusos del despotismo para prevenir que nada como
eso sucediera de nuevo. Publicaban todo lo que habían podido recuperar de los archivos de la
Bastilla que estaban dispersos en las calles el 14 de julio y que ahora podían ser consultados
en la oficina del Lycée junto al Palais-Royal. También prometían dedicar las ganancias de las
ventas a las viudas y los huérfanos de los patriotas que habían muerto al atacar la Bastilla.
Para la cuarta entrega, sin embargo, las referencias al Lycée desaparecieron y el “nosotros” de
los editores anónimos se convirtió en un “yo”. En la entrega seis, este editor en primera
persona explicaba que había continuado con la publicación “casi solo”.22 Podía imprimir
únicamente una pequeña porción de los archivos que habían caído en sus manos, pero era su
deber como patriota exhibirlos de inmediato en lugar de entregarlos a un comité en el Hôtel de
Ville, que supuestamente publicaría la totalidad de los papeles de la Bastilla pero estaba
empantanado por las demoras. El resto de la obra parece haber sido un trabajo apresurado,
reunido por un solo editor.
Ese editor era Manuel. Fue identificado por Brissot en un pasaje de sus memorias, en las
que vuelve a contar su encarcelamiento en la Bastilla (como se explica en el capítulo XIV).
Brissot escribió que, poco después de la caída de la Bastilla, Manuel le dio su propio
expediente de los archivos, y, a cambio, Brissot escribió la entrada sobre sí mismo que
Manuel publicó en La Bastille dévoilée, en la que señalaba que su encarcelamiento era
resultado de sus principios revolucionarios y no sobre cualquier conexión desagradable con
los libelistas londinenses.23 Manuel trabajó de nuevo en el relato de su propio embastillement
de manera todavía más radical. En lugar de imprimir los cinco interrogatorios y todo el
material adicional que mostraba cómo se había mantenido verdaderamente antes de 1789,
produjo un pequeño párrafo en el que apenas mencionaba su supuesto involucramiento en
Lettre d’un garde du roi y la distribución de libros ilegales. Editar, para Manuel, no
significaba falsificar documentos. Significaba parafrasear y seleccionarlos.
El principio de selección resaltaba más que en ningún otro libro en La Chasteté du clergé
dévoilée, una compilación de dos volúmenes de informes policiacos sobre sacerdotes
arrestados en los burdeles. Su introducción explicaba por qué el público debía tomar nota de
esta variedad particular de revelación que el libro ofrecía. Como La Bastille dévoilée y La
Police de Paris dévoilée, daba una lección de patriotismo. Al revelar la manera en que la
policía atrapaba a sus víctimas y las enviaba a la Bastilla, inspiraría un odio eterno a los
tiranos y un amor por la libertad. Pero tenía una contribución especial que hacer, porque en
este punto de la Revolución los franceses discutían la reorganización de la Iglesia, que
finalmente la Asamblea Nacional puso en marcha el 12 de julio de 1790, como la Constitución
Civil del Clero. La Chasteté du clergé dévoilée trataba este tema y especialmente un decreto
reciente de la Asamblea Nacional, aprobado el 13 de febrero de 1790, que liberaba a los
monjes de sus votos para que pudieran casarse, tener familia e integrarse a la ciudadanía
general. La castidad era una violación de la naturaleza, según la introducción. La Chasteté du
clergé dévoilée demostraba este hecho al exhibir la frecuencia con que arrestaban a los
sacerdotes en los burdeles, pero no lo hacía para que éstos fueran objetos de burla. Todo lo
contrario, decía, debían ser objetos de piedad porque ellos también eran víctimas de la
opresión. Los sacerdotes ordinarios, los curas y los frailes que aparecían en los archivos de la
policía sufrían la tiranía del alto clero, que explotaba a sus inferiores y satisfacía su propia
lujuria en serrallos secretos donde los inspectores de policía no los podían alcanzar.
Al fortalecer su patriotismo, los lectores de La Chasteté du clergé dévoilée también
podían devorar a rienda suelta un poco de sexo voyeurista: “Todo lo que la corrupción puede
inventar, lo más inmoral y lo más indecente… está reunido en esta colección”,24 era la
promesa de la introducción. Los lectores del libro tendrían acceso a los mismos informes que
la policía había enviado a Luis XV, quien los utilizaba para estimular su decaído apetito.
Podían ponerse los lectores en el lugar del rey y disfrutar las descripciones de los sacerdotes
en los burdeles tal como él lo había hecho. O, si preferían sensaciones más sublimes, podían
temblar de espanto ante el espectáculo de una sociedad llevada al borde de la destrucción por
su propia depravación: “Cualquiera puede disfrutar contemplando las escarpadas rocas contra
las que uno estaba a punto de chocar; uno puede disfrutar sondeando las profundidades del
golfo que estaba listo para tragarnos. Todas estas consideraciones hacen que todo lo que sale
de la antigua fortaleza sea enormemente interesante”.25 Para ser honestos, los informes estaban
escritos en el lenguaje acartonado de los alguaciles y los inspectores, pero eso sólo los hacía
más auténticos. E incluían bastantes detalles acerca de las prácticas de las prostitutas: sus
precios, direcciones, edades, nombres, apodos, y las perversiones preferidas por sus clientes.
Un lector que quisiera información acerca de un sacerdote en particular podía buscarlo en un
índice de nombres al final de cada volumen, que facilitaba identificar a cada hombre y su
depravación favorita. El editor admitía que, desafortunadamente, el texto carecía de
ilustraciones, pero contenía tanto detalle gráfico que la “imaginación del lector podía actuar
como sustituto”.26 La Chasteté du clergé dévoilée tenía todas las características de la
pornografía común del siglo XVIII, reforzada por la técnica del libelista de exponer las vidas
privadas a la ignominia pública. Era en realidad un nuevo tipo de libelo, en el que se vestían
los viejos temas con la última moda revolucionaria.
El que el libro apelara al sensacionalismo sexual explica el hecho de que haya aparecido
de manera anónima y con una dirección falsa, lo típico de la literatura anticlerical del Antiguo
Régimen: “Roma, de la Imprenta para la Propagación de la Fe”. No hay pruebas fehacientes de
que Manuel lo haya escrito. Vie secrète de Pierre Manuel se lo atribuye y asegura que se
originó como un intento de extorsión. Una vez que tuvo en sus manos los informes policiacos,
cuenta Vie secrète, Manuel los utilizó para extorsionar a los clérigos que no querían que sus
archivos se publicaran. Logró exprimir 3 000 libras a Champion de Cicé, arzobispo de
Burdeos, y vender algunos de los documentos a un editor parisino. Pero retuvo los suficientes
como para hacer su propia antología, la cual vendió a Garnery por 12 000 libras. Esta
especulación demostró que Manuel estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salir de la
pobreza, incluso si eso significaba corromper la moral de los jóvenes revolucionarios. Tal era
la conclusión que sacaba el autor anónimo de la Vie secrète de Pierre Manuel, pero él
también era libelista, y su relato de este episodio es demasiado difamatorio como para ser
tomado como concluyente.27 La evidencia más persuasiva de que Manuel fue el autor de La
Chasteté du clergé dévoilée es circunstancial. El libro entra perfecto en las series de
volúmenes sobre “develar” que publicaba Manuel. Todos utilizaban el mismo material y
adoptaban la misma técnica: ofrecían el escándalo con una gran dosis de retórica moralizante
y patriótica. Manuel adoptó un tono similar en sus discursos en el Club de los Jacobinos, pero
también lo hacían los otros jacobinos y los escritores que adoptaban el tono adecuado para la
audiencia de lectores revolucionarios, muchos de los cuales eran sans-culottes vulgares.28
¿Qué concluir? Creo que es muy probable que Manuel haya escrito La Chasteté du clergé
dévoilée, pero no puedo probarlo.
Manuel aceptaba abiertamente su autoría de la tercera obra de la trilogía del
“revelamiento”, La Police de Paris dévoilée. También contenía una buena cantidad de
material escabroso, incluyendo más reportes acerca de religiosos arrestados en burdeles, pero
cubría todas las otras actividades de la policía. Era la summa de Manuel, la obra cumbre en la
que trataba de reunir toda la información que había acumulado de los papeles de la Bastilla.
En el prefacio explicaba —una carta abierta al Club de los Jacobinos y con función de
dedicatoria— que había dejado París para dedicarse completamente a esta suprema y
patriótica tarea. Una vez cumplido su periodo en la Comuna se había retirado a las provincias,
donde pudo trabajar sin interrupciones en un libro que exhibía el alcance total de la
corrupción durante el Antiguo Régimen. Como los censores de los antiguos, él había
denunciado la inmoralidad dondequiera que la halló, y había descubierto la mayor cantidad en
los archivos de los aristócratas y el clero. Exponer la degradación entre los grandes requería
valentía, y él no había flaqueado. Y había realizado su labor utilizando el equivalente moderno
del ágora de Atenas: la imprenta, que difundía información, formaba la opinión pública y
ultimadamente determinaba el curso de los eventos. Si los franceses aprendieran sus
lecciones, rechazarían cualquier intento de revivir el despotismo y estarían preparados para
adoptar las “formas republicanas de la libertad”.29
También estarían deseosos de emprender una buena lectura. Los sugerentes apuntes de
Manuel acerca de la depravación en los altos rangos indicaban que había todo un espectáculo
para deleite de sus lectores, una vez que él arrancara el velo que lo mantenía oculto. Un
vistazo a su índice mostraba lo que les aguardaba: revelaciones acerca de espías, prostitutas,
apostadores, sacerdotes, prisioneros, actores y escritores, especialmente escritores que habían
osado desafiar el poder represivo del gobierno. Una inspección más cuidadosa del texto
mostraba la importancia relativa de los temas que trataba: antros de apuestas, 14 páginas;
sacerdotes en burdeles, 30 páginas; prostitución en general, 48 páginas; vicios variados, 144
páginas, principalmente de anécdotas acerca de aristócratas depravados, bailarinas y
enfermedades venéreas. Fue en ese contexto que Manuel reveló los intentos de la policía por
destruir la industria del libelo en Londres. Esa historia era lo suficientemente conmocionante
como para ocupar un lugar importante en su libro. Pero la mayor parte del material que
seleccionó de los archivos policiacos consistía en pequeños boletines como los siguientes:
M. Guérin, el cirujano del príncipe de Conti, espanta animales sacudiendo cada arbusto y ha presentado a su alteza
una niña de trece, completamente fresca. Monseigneur le mandó probarla y darle un reporte a la hora en que se
levanta.
El caballero de Choiseul-Mauze compite con [el inspector] Desbrugnières por la señorita Roncheray. Es una
cuestión de ver quién se quedará con las sobras de Su Majestad. Ella recibe una anualidad de diez mil libras que
viene de Parc-aux-Cerfs [el famoso “harem” de Luis XV]. Uno de los dos ya está enfermo [de amor] por haberla
visto.
Un buen día de trabajo: un Monsieur Berger presentó a la hija de un zapatero, una tal señorita Faisan, con el duque
de Grammont en su residencia de Pont-aux-Choux el día después de Pascua. El duque pensó que había hallado el
estrecho camino a la felicidad, pero le tomó tres días penetrar hasta la Aleluya. Sin embargo, un aprendiz de
carnicero ya había pasado por ese territorio.
El príncipe d’Hesnin olvida a su esposa; su esposa lo olvida con el caballero de Coigny.30
Como se explica en el capítulo III, estos pasajes tenían un parecido muy importante con Le
Gazetier cuirassé y otras chroniques scandaleuses de los reinados de Luis XV y Luis XVI.
Aparentemente Manuel las tomó de los boletines que la policía le entregaba al rey, pero
publicó tantas anécdotas de este tipo que su libro adquirió el aspecto de una antología subida
de tono en lugar de una condena del Antiguo Régimen. El voyeurismo implícito que la recorría
amenazaba con minar el patriotismo altruista con que se presentaba. Manuel intentó atajar este
efecto entre sus lectores al insistir en que le repugnaba tener que ofrecer tanta suciedad: “Me
detendré. Un portafolio henchido de vicio está ante mí. Mi mano lo empuja a un lado… No es
el placer de hablar mal de los demás lo que me lleva a revelar todos los aspectos vergonzosos
de la especie humana. Es, antes bien, la necesidad de demostrar la extensión de la corrupción,
la gangrena que carcomía nuestra moralidad”.31
Es imposible saber si los lectores de Manuel siguieron su consejo al responder a su
retórica debido a que no hay suficientes documentos. Pero los lectores modernos deben dudar
antes de achacarles inconsistencias o hipocresías a los escritores de la modernidad temprana.
Lo que nos parece una contradicción —moralizar por un lado y avivar el escándalo por el otro
— era una práctica común del siglo XVIII, y no hay razón para creer que Manuel considerara
ilegítimo hacer dinero exhibiendo vicios. Los escritores lo siguen haciendo sin mala
conciencia. Pero las conciencias en 1789-1794 operaban dentro de un mundo mental peculiar
a su tiempo, y estaban obsesionadas con un vicio en particular: no el de hacer dinero per se,
sino el tipo de corrupción que podía infectar al cuerpo político. Al denunciar la gangrena
moral, Manuel hacía eco del tema favorito de muchos revolucionarios, principalmente
Robespierre, el Incorruptible.
Este tema resaltaba en el último libro de los archivos de policía que Manuel publicó:
Lettres originales de Mirabeau, écrites du donjon de Vincennes pendant les années 1777,
78, 79 et 80, contenant tous les détails sur sa vie privée, ses malheurs, et ses amours avec
Sophie Ruffei, marquise de Monnier (París, 1792), con dos volúmenes. El largo subtítulo
sugería que el libro pertenecía al escandaloso género de las “vidas privadas”, que proliferó
antes de la Revolución, pero el título anunciaba una obra muy distinta: una colección de
documentos concernientes al líder más famoso de las primeras etapas de la Revolución, que
había muerto en abril de 1791 y había sido enterrado como un héroe en el Panteón. Es verdad:
la reputación de Mirabeau había comenzado a enturbiarse en enero de 1792, cuando
aparecieron las Lettres. Había estado recibiendo dinero de la Corte desde mayo de 1790 y
secretamente había dado consejo al rey sobre cómo fortalecer el trono desde finales de 1789.
Aunque muchos de sus consejos eran sensatos y ninguno de ellos fue puesto en práctica por
Luis XVI, todo ello se percibió como contrarrevolucionario entre los horrorizados miembros
de la izquierda cuando descubrieron la correspondencia de Mirabeau con el rey después de la
caída de la monarquía, el 10 de agosto de 1792.
Manuel intentó lidiar con las dificultades de administrar la reputación de Mirabeau en su
largo “discurso preliminar” en las Lettres. Comenzó con un golpe contra aquellos que habían
dudado acerca de la integridad del gran hombre. Eran libelistas: “¡Calumniadores viles y
cobardes! ¡No es suficiente con haber manchado con sus libelos la vida entera de uno de los
padres fundadores de la libertad!… Voy a aniquilarlos con [este relato de] sus sublimes
cualidades”.32 Por fortuna, Manuel había logrado rescatar las cartas de Mirabeau de los
archivos de la policía. Las publicaba como evidencia del despotismo que había oprimido a
los espíritus libres… e, igualmente importante, como testimonio de una gran alma, porque
revelaban a Mirabeau como un hombre de pasión, un amante que garabateaba notas en
cualquier pedazo de papel que encontrara en las profundidades de su calabozo en Vincennes
para dar salida a su pasión por Sophie de Monnier, quien sufría en una prisión propia, víctima
también de la opresión: “He recolectado todo, reunido todo: estos fragmentos dejados por el
amor eran reliquias preciosas para mí, y mi corazón complementaba lo que mis ojos veían.
¡Ah! Después del penoso esfuerzo para producir el Libro Rojo del vicio [es decir, La Police
de Paris dévoilée], necesitaba las memorias del héroe de Vincennes para refrescar mi torrente
sanguíneo”.33
Editar, para Manuel, era un asunto heroico; el discurso preliminar lo dejaba perfectamente
claro. No mencionaba su antiguo papel como el editor/vendedor de los libros obscenos y
panfletos temáticos que Mirabeau había escrito antes de la Revolución, ni tomaba en cuenta su
desencuentro cuando Mirabeau descubrió que Manuel había pirateado secretamente una de
esas obras. En cambio, presentaba a Manuel como el guardián del fuego. Gracias a su puesto
como administrador de la policía, explicó, había logrado reunir una colección espectacular de
cartas, que quedaría por siempre como un monumento a un gran hombre con un gran corazón.
Más adelante daba información de contexto sobre el origen de las cartas: la sujeción de
Sophie a un esposo decrépito, el secuestro por Mirabeau, su breve pero gozosa vida amorosa,
su arresto en Ámsterdam, el encarcelamiento de los dos debido a una carta con el sello real y
sus intentos desesperados por mantenerse en contacto por correspondencia, lo que la policía
permitía siempre y cuando las cartas se regresaran después de ser leídas para resguardarlas en
la Bastilla. Manuel admitió que durante los tres años que pasó en prisión Mirabeau había
escrito algunos libros eróticos, Le Libertin de qualité y Erotika Biblion; pero se podían
disculpar, porque “era necesario, para ser leído, hablar el idioma del burdel y del mercado”.34
Más importante aún, Mirabeau también escribió Des Lettres de cachet et des prisons d’État,
que allanaron el camino para la Revolución. De hecho, la revolución, la causa del pueblo, se
convirtió en su pasión dominante después de ser liberado de prisión. No regresó con Sophie:
ella se había suicidado, y él guió a Francia durante los grandes eventos que ahora liberaban a
toda Europa.
La secreta vida amorosa del más grande revolucionario de todos, contada en sus propias
palabras: he aquí un best seller seguro, y Manuel no restringía su labia de vendedor. Les
aseguraba a sus lectores que este libro revelaría la gran historia de amor del siglo. Dejaría al
descubierto el corazón de un hombre que estallaba en pasión volcánica y también la de su
“Sophie, la luz de su alma”. Manuel siempre se refirió a los amantes como Gabriel y Sophie
(en cursivas), una burda incongruencia en vista del uso del siglo XVIII, pero algo que era
adecuado para “la pasión que los consumía incluso en el fondo de sus calabozos”. Manuel
había conocido a Mirabeau y, podía asegurar a sus lectores, “[n]o había una fibra en su ser que
no expresara la violencia de su amor… ¿Quién me reveló estos secretos? Lector, te
compadezco si no puedes discernirlos, como yo, en las cartas de Gabriel”.35
Esta vez Manuel había rebasado los límites de la propiedad que daban forma a la
respuesta de los lectores del siglo XVIII. Un lector —no un lector típico, para ser honestos,
pero alguien particularmente sensible a las corrientes culturales bajo la superficie de la
política revolucionaria— expresó esta reacción públicamente. En una larga carta publicada en
el Journal de Paris el 12 de febrero de 1792, André Chénier, el más grande poeta de Francia,
atacaba el discurso preliminar de Manuel como un ejemplo de todo lo que estaba mal en la
escritura revolucionaria: retórica inflada, pomposidad al servicio de un yo agigantado,
vulgaridad excitante y mal gusto. Según Chénier, tipificaba el estilo de los escritores de poca
monta y los demagogos que recientemente habían tomado el control de las imprentas. Manuel
pertenecía a la camada de “nuevos escritores” que habían estado atrapados en la oscuridad
durante el Antiguo Régimen y aprovecharon la oportunidad que les abría la Revolución para
inundar las calles con basura. Exactamente como Rivarol, tres años antes, Chénier ubicó sus
argumentos en el nivel de la estética pero dirigía todo a un blanco político. Hacía obvias las
implicaciones de su crítica al asociar a Manuel con “el enjambre de oradores de los
mercados, que hacen desfilar su patriotismo al justificar toda ignominia y fomentar cada
desorden”. Chénier reconocía y no negaba el elitismo implícito en su defensa del buen gusto:
“Sin lugar a dudas, leer una obra así [el discurso preliminar de Manuel] es repulsivo para
cualquier alma bien nacida y parece advertirnos, por el desagrado que inspira, que un
caballero dotado de cultura, distinguido por sus buenos modales y su espíritu refinado, en
suma, alguien que tiene mundo [honnête homme], no escribe de esta manera”. El carácter de
su lenguaje, tan marcado por la clase social, exponía a Chénier a la venganza de la izquierda
sans-culotte que había elegido recientemente a Manuel como procureur de la Comuna. Pero
Chénier, al contrario de Rivarol, no era contrarrevolucionario. Había apoyado las metas de la
Revolución, o por lo menos las de la Revolución de 1789… aunque eso no lo salvó de la
guillotina, el 25 de julio de 1794, en los últimos momentos del Terror y ocho meses después
de la ejecución de Manuel.36
Manuel fue a dar a la guillotina antes porque se adentró en las letales políticas de la
revolución parisina y el Club de los Jacobinos. Durante su primer periodo en la Comuna
adquirió algo de notoriedad al reñir con Bailly, el alcalde conservador de París, y no logró ser
reelegido. Entonces se retiró a Montargis en octubre de 1790 y pasó los siguientes nueve
meses trabajando en el material que había tomado de la Bastilla. Para entonces La Bastille
dévoilée había sido publicada, así que Manuel se concentró en las otras compilaciones,
principalmente en La Police de Paris dévoilée, que Garnery puso a la venta en julio de 1791,
pero también en las Lettres originales de Mirabeau, que Garnery publicó seis meses después.
Más tarde Manuel aseguraría que había trabajado 12 horas al día durante 10 meses para
transcribir los originales apenas legibles de las cartas de Mirabeau.37 Ese trabajo, junto con el
de transcribir, editar y escribir comentarios a todos los otros documentos de los archivos de la
policía que se había echado a la bolsa, debió de haber ocupado la mayor parte de su tiempo
durante los dos primeros años de la Revolución. Recibió un poco de ayuda del hombre que
conocía la historia confidencial de la policía literaria mejor que nadie, Jean-Claude Jacquet,
el inspector de policía convertido en libelista que fuera liberado de la Bastilla en 1789, y
Garnery se hizo cargo de la publicidad. Manuel dijo que Garnery tiró 20 000 prospectos para
las Lettres originales de Mirabeau y que finalmente publicó más de 50 000 copias. Aunque
Manuel no dio información acerca de las ventas y de la repartición de las ganancias, parece
claro que esta especulación junto con las otras tres resolvieron sus problemas financieros. Las
antologías de “develamiento”, que sumaban 10 volúmenes en total, también contribuyeron a
establecer su reputación como un radical. Al denunciar a la policía, promovían su propio
papel como un patriota sin miedo, un tema al que regresaría con frecuencia en sus siguientes
publicaciones. Manuel escribió en un prefacio a una edición de sus propias cartas publicada
por Garnery en 1792: “Es para iluminar a un pueblo que se dice libre que, una vez libre, él
[Manuel] asumió como su deber, sin considerar los enemigos que haría, exhibir las
iniquidades de la policía de París”.38 Promovió sus actividades como un “ciudadanophilosophe”39 cada que pudo, tanto en el Club de los Jacobinos como en sus cartas publicadas
en la prensa de izquierda.
Las cartas demuestran una habilidad para atrapar la atención del público. Tenían un tono
provocativo y tendían a la autodramatización. Manuel las dirigía a figuras públicas bien
conocidas, especialmente a “les grands”, personajes prominentes a quienes, desde la
perspectiva del hombre común, hacía falta llamarlos a cuentas, bajarles los humos y
sermonearlos por sus faltas. Manuel adoptó esta postura retórica al inicio de la Revolución,
cuando publicó cartas abiertas a la reina, al conde de Artois, al duque de Chartres, al
arzobispo de Burdeos y a Bailly, exhortándolos a enmendar su camino. Ellos tenían grandes
títulos, pero, decía él, en su calidad de ciudadano tenía el derecho de darles una lección
pública. La máxima expresión de la promoción que Manuel hacía de sí mismo como gruñón
público fue una carta dirigida a Luis XVI, a la que dio lectura ante el Club de los Jacobinos el
29 de enero de 1792.
Señor, yo desprecio a los reyes. Han hecho mucho para dañar al mundo, como puede verse incluso en las historias
comunes, que elogian a los más grandes de entre ellos; esto es, a los conquistadores, ¡aquellos que han asesinado a
naciones enteras! Pero puesto que la Constitución, que me hizo un hombre libre, lo ha hecho rey, debo obedecerlo.
Usted tiene un hijo. Como Francia ya no le pertenece, él le pertenece a Francia y ella debería educarlo por su
cuenta.40
Manuel continuó proponiendo que el delfín fuera educado por Bernardin de Saint-Pierre,
el filósofo popular y rousseauniano. Este exabrupto hizo ver ridículo a Manuel ante los
sofisticados de la derecha,41 pero era justo lo que le atraía una circunscripción de sansculottes de habla vulgar. “Señor, yo desprecio a los reyes” fue una frase que acompañó a
Manuel por el resto de su vida. La disparidad entre la forma de dirigirse a él (“Señor”) y el
igualitarismo desafiante del fuerte regaño capturó el espíritu de las Secciones de París
mientras se preparaban para derrocar a la monarquía.
Las Secciones, apoyadas por los radicales del Club de los Jacobinos, elevaron a Manuel
al poder en esa época. El 2 de diciembre de 1791 fue elegido como abogado persecutor de la
Comuna, un puesto que le daba una plataforma para reprender a los reaccionarios. Mientras la
Comuna lo apoyaba, empero, el Departamento de París, un cuerpo conservador con
jurisdicción sobre toda el área de París, intentó acotarlo. La confrontación tuvo lugar en un
juicio ante la nueva corte criminal de París, cuyo principal magistrado (juge d’instruction),
Étienne François Le Pelletier, simpatizaba con el Departamento. La cuestión en juego era el
derecho que tenía Manuel de publicar las cartas de Mirabeau, que Garnery comenzó a vender
a gran escala hacia el final de 1791. La madre de Mirabeau, como su única heredera, acusó a
Manuel de robarle su propiedad. Las cartas habían permanecido seguras, selladas y guardadas
en un “depósito” especial entre los documentos de la policía, después del ataque a la Bastilla.
De acuerdo con Le Pelletier, Manuel no tenía autoridad durante su periodo como
administrador de la policía para romper el sello, irse con los documentos y publicarlos para
su propio beneficio.
Manuel se defendió contra este cargo en una audiencia pública el 22 de mayo de 1792. En
la superficie, su caso se veía endeble, porque consistía apenas de un discurso sobre el
patriotismo que lo había inspirado a publicar las cartas. Argumentó que, después de haber
sufrido él mismo el encierro en la Bastilla y de haber tomado parte en su conquista, sabía de la
importancia de reunir cada pedazo de papel de sus archivos. Nada era más preciado como
evidencia del despotismo del Antiguo Régimen que la correspondencia de Mirabeau. Por ello,
inspirado por su dedicación a la causa revolucionaria, Manuel había reunido todas las cartas
dispersas de Mirabeau que pudo hallar, tanto en los escombros de la Bastilla como entre los
miembros del público, que respondieron a un exhorto que publicó en el Patriote français de
Brissot. Le Pelletier objetó que la acusación no concernía a las cartas dispersas sino al
depósito principal, que había sobrevivido intacto y que Manuel había violado usando una
llave de la central de policía. Hacerse de la propiedad privada de esa manera era lo mismo
que robar.
Para nada, respondió Manuel. Todo lo que había en la Bastilla representaba un tipo
distinto de apropiación: la rapiña y la opresión del pueblo francés durante el Antiguo
Régimen. Los archivos de la Bastilla, entonces, eran propiedad de la gente. Al recuperar su
soberanía, la gente había reclamado esta propiedad, un tesoro nacional de crucial relevancia,
porque era el registro del sufrimiento de una nación bajo el despotismo. Manuel consideraba
su deber patriótico publicar tanto como fuera posible de ese registro. Al hacerlo, no sólo
informaba al público sino que también le advertía del peligro del despotismo en el futuro.
Gracias a su larga y ardua labor como editor, los archivos se habían convertido en armas para
movilizar a la opinión pública, armas que eran tan eficaces como los rifles incautados del
arsenal en Les Invalides antes de tomar la Bastilla.42 ¿Por qué había presentado la Corte estos
cargos en su contra? No para proteger la supuesta propiedad de la madre de Mirabeau,
concluyó Manuel, porque las cartas de Mirabeau pertenecían a la nación. No, el intento de
frenarlo era parte de algo más grande, de una campaña de los enemigos de la Revolución para
impedir que los patriotas como él se alzaran en contra de la constante amenaza del
despotismo.
El caso se alargó durante varios días y finalmente desapareció en medio de la confusión
que acompañó a la caída de la monarquía el 10 de agosto de 1792. En una decisión del 25 de
mayo, la Corte criminal transfirió el proceso a una corte civil, pero finalmente fue
abandonado; Manuel ganó entonces su caso ante el único tribunal que importaba en ese
momento: el de la opinión pública. Imprimió su interrogatorio como un panfleto y reanudó sus
actividades como abogado perseguidor de la Comuna, ahora más conocido que nunca. El Club
de los Jacobinos, donde había depositado una copia de las cartas de Mirabeau “como prueba
de mi patriotismo”,43 celebró su defensa el 1° de junio de 1792 como una victoria para la
causa revolucionaria.
Así pues, para el verano de 1792, gracias a su escritura, Manuel había entrado a las
primeras filas de la dirigencia revolucionaria. Pero la Revolución nunca permanecía quieta.
Aunque la retórica de Manuel había atraído a la izquierda en 1792, ya no necesariamente tenía
el mismo ímpetu para encauzarlo hacia el final de 1793, y se enfrentaba a la dificultad que
todos los retóricos tenían que enfrentar cuando llegaban a un puesto de poder: ¿serían sus
actos comparables a sus palabras?
1
La carrera de Manuel posterior a 1789 se puede seguir a lo largo de sus múltiples publicaciones, que están enlistadas en el
catálogo de la Bibliothèque Nationale de France. Véase en especial la colección de sus discursos y ensayos que publicó con
Garnery en 1792, Lettres de P. Manuel, l’un des administrateurs de 1789, sur la Révolution, recueillies par un ami de la
constitution, París, 1792. Los ataques en su contra cubren más o menos el mismo terreno desde la perspectiva opuesta, y se
pueden complementar con publicaciones de los dos juicios que determinaron su destino: Interrogatoire de Pierre Manuel,
Procureur de la Commune (1792), Bibliothèque Nationale de France, Lb39.5939, y Jugement rendu par le Tribunal
révolutionnaire, établi par la loi du 10 mars 1793, séant à Paris, au Palais, qui… condamne Pierre Manuel à la peine
de mort, conformément à la loi du 16 décembre 1792, París, 1793. Véanse también los documentos relacionados con su
juicio anterior al Tribunal Revolucionario en los Archives Nationales, w295, núm. 246, piezas 46-54. Muchas de las obras
polémicas que involucran a Manuel están citadas en Tourneux, Bibliographie de l’histoire de Paris…, 5 vols., París, 18901913, y los numerosos discursos de Manuel en el Club de los Jacobinos pueden seguirse en Aulard, ed., La Société des
Jacobins…, París, 1892, 6 vols. Los discursos de Manuel en la convención están resumidos en los registros de sus
procedimientos como se reportaron en la Gazette nationale ou le Moniteur universel y, para mayor conveniencia, en
Archives parlamentaires de 1787 à 1860, M. J. Mavidal y E. Laurent, eds., París, 1897, vols. 52-60. Finalmente, el papel de
Manuel en las políticas revolucionarias de París puede documentarse a partir de Actes de la Commune de Paris pendant la
Révolution française, Sigismond Lacroix, ed., París, 1894, primera serie, vols. 2-3, y segunda serie, vol. 8. Alguna información
adicional aparece en Paul Robiquet, Le Personnel municipal de Paris pendant la Révolution, 2 vols., París, 1890.
2
En el Interrogatoire de Pierre Manuel…, op. cit., pp. 13-14, Manuel se refiere a sí mismo como un vencedor, un
“vainqueur de la Bastille”, pero abandona ese aserto en sus Lettres de P. Manuel, op. cit., donde destaca su martirio como
prisionero, p. 36.
3
Lettre d’un citoyen à un frondeur, sur les affaires présentes, ca. 1788. Aunque este panfleto anónimo se le atribuye
comúnmente a Manuel y se adecúa a su estilo, su autoría es incierta.
4
Vie secrète de Pierre Manuel, op. cit., pp. 47-48.
5
Lettres de P. Manuel, op. cit., p. 98. Véanse también el tributo de Manuel a los vendedores callejeros en La Bastille
dévoilée…, op. cit., vol. 4, pp. 65-66: “Il ne suffisait pas que des écrivains-philosophes composassent des livres, il fallait encore
les faire imprimer, les faire colporter, les faire arriver jusqu’à nous, à travers une infinité d’obstacles, à travers une armée
d’espions et de délateurs. Un colporteur d’alors a plus fait, à mon avis, pour la révolution, que les citoyens qui viennent
d’endosser l’habit bleu, le giberne et le mousquet” [“No bastaba con que los escritores-filósofos compusieran libros, sino que
aún faltaba mandarlos imprimir, repartirlos entre los vendedores ambulantes, hacerlos llegar a nuestras manos salvando una
infinidad de obstáculos, abriéndose paso a través de un ejército de espías y delatores. Un vendedor ambulante de ese entonces
hizo más, a mi parecer, por la revolución que los ciudadanos que acaban de ponerse la vestimenta azul, guardar la cartuchera y
tomar el mosquete (es decir, los miembros de la Guardia Nacional)”].
6
Lettres de P. Manuel, op. cit., pp. 71-89.
7
De acuerdo con el título que utilizó cuando se identificaba a sí mismo en su juicio de 1792, Manuel se convirtió en
“administrateur de la municipalité provisoire au département de la police” y “administrateur de la police provisoire”,
Interrogatoire de Pierre Manuel…, op. cit., pp. 2-3. Como parte de unos cuantos diputados que supervisaban a la policía,
asumió el papel especializado de “administrateur particulièrement de la librairie”, ibid., p. 6. Pero eso no quería decir que
ejerciera poder policiaco directo, el cual asumió el nuevo alcalde de París. La Assemblée Générale de la Commune Provisoire
se reunió por primera vez el 8 de octubre de 1789, y al día siguiente nombró a Manuel, junto con otros seis como “conseillers
administrateurs” adscritos al Département de la Police. Véanse Robiquet, Le Personnel municipal de Paris…, op. cit., pp.
253-257, y Actes de la Commune de Paris, primera serie, vol. 2, p. 682, donde a Manuel se le identifica como un representante
del distrito de Val-de-Grâce unido al distrito de Saint-Jacques du Haut Pas, “38 ans, littérateur”.
8
Lettres de P. Manuel, op. cit., pp. 90-91, 95-96, 101-102, 111-112, 121, 141, 204; cita de la p. 111.
9
Manuel citó la carta de Maissemy en La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 64-65. El original y las órdenes de
Maissemy de confiscar el prospecto están en la Colección Anisson-Duperron, Bibliothèque Nationale de France, ms. fr. 22070,
pieza 78.
10
Sobre la reacción temprana en contra de la libertad de prensa ilimitada, véase G. Charles Walton, “Policing Public Opinion
in the French Revolution”, disertación de doctorado, Princeton University, 2003.
11
Manuel, Interrogatoire de Pierre Manuel, op. cit., p. 3. Sobre la portada de La Police de Paris dévoilée, Manuel
utilizó un término más simple: “L’un des administrateurs de 1789”. Las distintas fórmulas que utilizaba —como se mencionó en
la nota 7— sugieren la incertidumbre sobre la demarcación de la autoridad en ese momento de caos institucional. Algunas de
las actividades de Manuel pueden seguirse en los decretos de la Comuna de París. Véase, por ejemplo, Actes de la Commune
de Paris, primera serie, vol. 2, p. 550, y vol. 4, p. 682.
12
Incluso la hostil Vie secrète de Pierre Manuel, op. cit., p. 34, felicitaba a Manuel por actuar como un “véritable
philosophe” al no hacer nada para limitar la libertad de prensa.
13
Résumé pour Charles-Pierre Bosquillon…, op. cit., p. 11.
14
Ibid., especialmente pp. 9-15. Para documentos relacionados con el asunto Bosquillon, véase Actes de la Commune de
Paris, segunda serie, vol. 8, pp. 517-550.
15
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 1, p. 1, y vol. 2, p. 137. El “Avertissement” al inicio del volumen 1 explica
las circunstancias y el propósito de la publicación. En esta y otras referencias las entregas, llamadas livraisons, se citan como
volúmenes, aunque con frecuencia estuvieran empastadas juntas.
16
Al inicio de la tercera entrega una nota sin página frente a la portada describe las entradas sobre los prisioneros como
“des notes historiques sur ces mêmes prisonniers, fournies ou par des mémoires qu’ils nous ont remis ou par des dépositions
qu’ils nous ont faites, ou prises dans des papiers trouvés à la Bastille, dont les originaux sont entre nos mains” [“notas históricas
acerca de estos prisioneros, suministradas ya sea a través de las evocaciones que ellos nos han confiado o de las declaraciones
que nos han hecho, o las que se han consignado en los papeles hallados en la Bastilla, cuyos originales se encuentran en
nuestras manos”].
17
Mémoires historiques et authentiques sur la Bastille, París, 1789, vol. 1, pp. x-xi. Carra hizo una referencia, vol. 1, p.
vi, que claramente indicaba su autoría. No siguió con su publicación de los documentos de la Bastilla más allá del volumen 3,
que termina en 1775.
18
Sobre la historia de los documentos de la Bastilla y su publicación, véase Frantz Funck-Brentano, Catalogue des
manuscrits de la Bibliothèque de l’Arsenal, París, 1892, vol. 9, introducción, y Funck-Brentano, Les Lettres de cachet à
Paris…, op. cit., pp. xlvii-liii. Véase también François Ravaisson, Archives de la Bastille, 16 vols., París, 1866-1884, aunque
se detiene en 1759. Como muchas otras fuentes, el catálogo de la Bibliothèque Nationale de France atribuye La Bastille
dévoilée a Manuel. Funck-Brentano apunta que Manuel colaboró con un tal Charpentier, aunque no cita ninguna evidencia.
Creo que es posible que Manuel haya tenido uno o más colaboradores en la preparación de las primeras entregas, pero, como
se explica más adelante, la evidencia interna sugiere que a partir de la tercera entrega había asumido por completo la labor de
edición.
19
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 4, p. 3.
20
Tourneux, ed., Correspondance littéraire, philosophique et critique…, op. cit., vol. 15, p. 495.
21
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 1, p. 3.
22
Ibid., vol. 6, p. 1.
23
Brissot, Mémoires…, op. cit., vol. 2, p. 23. Al imprimir el ensayo de Brissot, Manuel incluyó una nota que indicaba su
propio papel como editor: “Il a bien voulu se donner la peine de faire son article. Nous l’insérons tel qu’il nous l’a envoyé” [“En
verdad ha querido tomarse el esfuerzo de hacer su artículo. Lo insertamos tal como nos lo envió”], Manuel, La Bastille
dévoilée…, op. cit., vol. 3, p. 75.
24
Manuel, La Chasteté du clergé dévoilée…, op. cit., vol. 1, p. x.
25
Ibid., vol. 1, p. vi.
26
Ibid., vol. 1, p. 24.
27
Vie secrète de Pierre Manuel, op. cit., pp. 47-48: “Il a vendu pour son profit au libraire Duplain, passage de la Cour du
commerce, tous les procès-verbaux que les commissaires de police avaient dressés lors de l’arrestation des différents
ecclésiastiques trouvés au b…[bordel] et c’est par le fait de cet intriguant malévole chargé de veiller sur les moeurs, que la
jeunesse curieuse fut corrompue et empoisonnée après la lecture des anecdotes libertines des prêtres, anecdotes qui auraient dû
rester secrètes, mais qu’il avait vendues moyennant 1 000 livres le cahier à Duplain, après s’être fait payer par Champion de
Cicé, alors archevèque de Bordeaux et chancelier, 3 000 livres pour tenir ces aventures secrétes. Il trouvait cet honorable trafic
si lucratif qu’il y prit goût. Il forma une compilation de toutes les pièces dont il était le dépositaire de confiance, pour en faire un
recueil piquant qu’il vendit 12 000 livres à Garnery, et après s’être fait payer encore de ceux qui, croyant reprendre la totalité de
leurs pièces, n’en recevaient que les parties les plus insignifiantes et les moins utiles” [“Para su provecho propio, le vendió al
librero Duplain, del pasaje de la Cour du Commerce, todas las deposiciones o declaraciones verbales que los comisarios de
policía lograron extraer durante el arresto de diversos eclesiásticos hallados en el b… [burdel], y es merced a la acción de este
malévolo intrigante, encargado de vigilar las costumbres, que la juventud, llena de curiosidad, ha sido corrompida y envenenada
tras emprender la lectura de anécdotas libertinas acerca de sacerdotes, las cuales deberían haber permanecido en secreto pero
que él vendió por aproximadamente 1 000 libras el cuaderno a Duplain, tras haber logrado que Champion de Cicé, en ese
entonces arzobispo de Burdeos y canciller, le pagara 3 000 libras por tener a la mano esas aventuras secretas. Encontraba ese
honroso tráfico a tal punto lucrativo que le tomó gusto. Reunió todas las piezas cuyo depositario de confianza era su propia
persona para elaborar una picante recopilación, que vendió a Garnery por 12 000 libras, y ello después de hacer que, por
añadidura, le pagaran aquellos que, creyendo recuperar la totalidad de sus piezas, no recibían sino las partes más insignificantes
y menos útiles”].
28
Jean-Louis Carra, un escritor poco valioso que trabajaba a destajo y era muy parecido a Manuel, intentó atrapar a los
lectores con una retórica muy similar a la de Manuel en la introducción a sus Mémoires historiques et authentiques sur la
Bastille, op. cit., vol. 1, p. x: “Que ceux qui lisent ces mémoires s’identifient un moment avec les infortunés… et que de là ils
élancent leur imagination indignée sur le sopha voluptueux de la prostituée favorite” [“Que quienes lean estas memorias se
identifiquen por un momento con los desafortunados… y que a partir de ahí dirijan su indignada imaginación al voluptuoso sofá
de la prostituta favorita (de Luis XV)”]. [Conviene observar que entre los lectores franceses la voz sopha en el original había
quedado asociada a este género literario debido especialmente a la publicación, en 1742, de Le Sopha, conte moral, novela
libertina de Claude Prosper Jolyot de Crébillon, cuyo narrador y protagonista, Amanzéï, es condenado por Brahma a adoptar la
forma de un sofá y a no recobrar la forma humana sino hasta que dos enamorados vírgenes consumaran su relación sobre su
superficie. (T.)]
29
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, p. 7.
30
Ibid., citas de vol. 2, pp. 115, 121, 153, 93.
31
Ibid., vol. 2, p. 229.
32
Lettres originales de Mirabeau…, op. cit., vol. 1, p. viii.
33
Ibid., vol. 1, p. ix.
34
Ibid., vol. 1, p. xxxviii.
35
Ibid., citas de vol. 1, pp. xv, xvi, xix.
36
Citas de la reimpresión del artículo de Chénier en sus Oeuvres complètes, op. cit., pp. 267-272. Si bien Chénier escribió
la condena más extensa y enfática de la edición de las cartas de Mirabeau hecha por Manuel, muchos otros críticos también
reaccionaron de manera negativa. Incluso Le Moniteur (14 de febrero de 1792), que normalmente era mesurado en sus
reseñas, condenó el mal gusto y la moralidad equívoca del discurso preliminar de Manuel. Para referencias sobre otras
reacciones y las polémicas que rodearon la edición, véase Actes de la Commune de Paris, segunda serie, vol. 8, pp. 551-608.
37
Manuel, Interrogatoire de Pierre Manuel, op. cit., p. 9. Este panfleto, una transcripción del interrogatorio de Manuel del
22 de mayo de 1792, en el juicio que se le seguía por las Lettres originales de Mirabeau…, op. cit., da una buena cantidad de
información acerca de su publicación, y puede ser complementado con documentos recogidos en Actes de la Commune de
Paris, segunda serie, vol. 8, pp. 551-608.
38
Lettres de P. Manuel, op. cit., p. iv. Manuel se refería a sí mismo en tercera persona porque escribió como si fuera el
editor anónimo de sus cartas. Completó esta idea al unirla con una frase que había publicado en La Police de Paris dévoilée,
op. cit., vol. 2, p. 229: “Il fallait bien constater à quel degré en était la corruption, la gangréne des moeurs” [“Hacía buena falta
constatar a qué grado habían hecho presa de ella la corrupción y la descomposición de las costumbres”].
39
Idem.
40
Aulard, ed., La Société des Jacobins…, op. cit., vol. 3, p. 348. Este texto está citado en Kuscinski, Dictionnaire des
Conventionnels…, op. cit., vol. 3, p. 427.
41
Esta opinión la expresaba la caricatura realista reimpresa en el capítulo VI (figura VI.7.).
42
Cuando se le preguntó acerca de su decisión de apropiarse de los archivos, Manuel respondió así, según el Interrogatoire
de Pierre Manuel, op. cit., p. 7: “A répondu qu’il s’en est emparé les 14 et 15 juillet, dans ce moment où tout ce qu’avait volé
le despotisme était à la disposition du peuple qui recouvrait et sa souveraineté et ses propriétés; qu’ils sont devenus dans ses
mains les armes de l’opinion publique tout comme les fusils enlevés aux Invalides sont devenus les armes de la liberté; et que
cette conquête lui était plus facile qu’à un autre parce que lui-même enfermé à la Bastille, il avait pu sur les lieux connaître les
archives de cet enfer des vivants; qu’il a recueilli les lambeaux de lettres et des papiers indéchiffrables; qu’il fallait toute sa
patience, tout son opiniâtreté dans le travail pour tirer parti des papiers poudreux qui eûssent effrayer un savant du seizième
siècle; et que c’est un bienfait national que d’avoir deviné un trésor là où tant d’autres n’auraeint cru voir que des papiers de
procureurs” [“Respondió que se apropió de ellos los días 14 y 15 de julio, en un momento en que todo lo que había robado el
despotismo estaba a la disposición del pueblo, que recobraba su soberanía y sus propiedades; que, estando en sus manos, los
archivos se habían transformado en las armas de la opinión pública, de la misma manera en que los fusiles arrebatados de Los
Inválidos se convirtieron en las armas de la libertad; y que le resultó más fácil a él que a otra persona realizar esta conquista
porque, mientras se hallaba encerrado en la Bastilla, pudo acceder en el lugar de los sucesos a los archivos correspondientes a
ese infierno de los vivos; que recogió trizas de cartas y de papeles indescifrables; que en este trabajo le hizo falta toda su
paciencia, todo su espíritu porfiado para sacar provecho de papeles polvosos que hubieran espantado a un sabio del siglo XVI; y
que la nación salía beneficiada de haber adivinado la existencia de un tesoro allí donde tantos otros no habrían creído ver más
que papeles de procuradores”]. La santurronería de la defensa de Manuel puede parecer tendenciosa a los lectores modernos,
pero debe recordarse que disputas similares acer ca del acceso a los archivos policiales estallaron por toda Europa del Este
después del colapso de los regímenes comunistas en 1989-1990.
43
Manuel presentó las Lettres originales de Mirabeau a los jacobinos de una manera histriónica, poniéndolas bajo un busto
de Mirabeau y exclamando: “Je dépose ces lettres sous son buste, sous les lauriers mêmes que vous lui avez décernés… La
peine qu’il m’a fallu prendre pour les lire, et je ferais mieux de dire pour les deviner, est une preuve de mon patriotisme”
[“Deposito estas cartas bajo su busto, debajo de los laureles que ustedes mismos le han concedido… El penoso esfuerzo que he
debido hacer para leerlos o, mejor dicho, para adivinarlos, es una prueba de mi patriotismo”]. También presentó una muestra de
una carta con el sello real que había tomado de los archivos de la Bastilla y que, por votación de los jacobinos, fue enmarcada y
exhibida junto con una piedra de la Bastilla. Aulard, ed., La Société des Jacobins…, op. cit., vol. 3, p. 335. Véase también
otras referencias al juicio de Manuel en las sesiones de los jacobinos, vol. 3, pp. 599, 639.
XIX. PALABRAS Y ACTOS
LOS FILÓSOFOS insisten con frecuencia en la naturaleza del habla como acción. Al decir o al
escribir algo, sostienen, estamos realizando un acto que suscita respuestas similares de parte
de nuestros lectores o escuchas. El intercambio de los actos de habla entonces pertenece al
mundo concreto de los actos, y produce efectos que pueden ser tan poderosos como aquellos
desatados en el mundo físico por la materia en movimiento. El “Señor, yo desprecio a los
reyes” de Manuel fue una cachetada en la cara del rey y sus partidarios. Catapultó a Manuel al
escenario principal cuando la monarquía comenzaba a tambalearse. Sus escritos también lo
movieron hacia las primeras filas entre las figuras que luchaban por la atención del público.
Como sus títulos clamaban, los textos mostraban a Manuel en acción, rasgando velos negros,
arrancando máscaras y exhibiendo horrores. Pero en 1792 y 1793 se había involucrado en un
tipo diferente de acciones.
Los lectores modernos pueden estar tentados a descartar como retórica la dramatización de
sí mismo en los escritos de Manuel, pero la retórica era una fuerza poderosa en la Revolución
francesa, y las palabras de Manuel producían reacciones importantes en el público. Lo
colocaron como uno de los radicales prominentes del Club de los Jacobinos y le agenciaron a
un grupo de seguidores entre los sans-culottes de las Secciones de París. Incluso lectores
hostiles como Chénier entendían que las publicaciones de Manuel eran una apuesta por el
poder, parecida a aquella de “los oradores en los mercados”.1 De la misma manera,
Beaumarchais lo leyó en la primavera de 1792, cuando se enfrascaron en algunas polémicas. A
diferencia de Chénier, sin embargo, Beaumarchais no combatió retórica con retórica y esquivó
la confrontación. Al ser el abogado perseguidor de la Comuna, un puesto altamente visible,
Manuel ya tenía mucho poder político entonces, mientras que Beaumarchais se sentía cada vez
más amenazado por los escritores de la nueva izquierda, cuyos miembros lo veían como el
epítome de la élite literaria del Antiguo Régimen: alguien que gozaba de privilegios y poder
en el mundo de los salones y la Corte. Manuel siguió esta línea de ataque en una de sus cartas
abiertas, en la que denunciaba a Beaumarchais como un patricio que descuidaba sus deberes
con la nación al no pagar sus impuestos. Beaumarchais podría haber respondido con toda la
habilidad para la polémica que había utilizado para aplastar a Goesman en 1774. En cambio,
expresó su respeto por “un escritor de su mérito”, mostró las pruebas de sus pagos de
impuestos y profesó su lealtad a la causa de la nación.2
Madame de Staël, una representante igualmente eminente de la vieja República de las
Letras, adoptó la misma actitud cuando apeló a Manuel para que le ayudara en la víspera de
las masacres de septiembre.3 Como se explicó en el capítulo VI, ella convenció a Manuel de
que rescatara a dos de sus amigos de una muerte segura en prisión al “aprovechar su vanidad”
como escritor vuelto revolucionario. Al final, él salvó a Madame de Staël. El episodio, que
ella describe en sus memorias, ilustra lo que muchos testigos de la Revolución habrían
percibido como una sensación del mundo trastocado. Bajo el Antiguo Régimen, la baronesa de
Staël había disfrutado de una existencia en la cima de la sociedad, donde el prestigio literario
y el poder político convergían, mientras que Manuel apenas podía mantenerse en las filas más
bajas de los panfletistas. En septiembre de 1792 estas posiciones estaban invertidas. El
poderoso líder de la Comuna llevó a la indefensa baronesa a su carruaje y la salvó del
peligro. Cuando los sans-culottes los detuvieron en medio de la noche y en el punto más alto
de la masacre, él abrió el camino a través de la carnicería gritando: “¡Procurador público de
la Comuna!”
Comandar a una multitud en un periodo de tal violencia era desplegar las palabras con un
poder extraordinario. Pero las palabras fallaron en una escena comparable justo después de la
toma de la Bastilla, cuando Pelleport intentó emplearlas para un propósito similarmente
bueno. Después de ser liberado de la Bastilla el 3 de octubre de 1788, Pelleport buscó refugio
en su pueblo natal, Stenay. Regresó a París el 13 de julio, probablemente para organizar la
publicación de Les Bohémiens. El 14 de julio llegó caminando a la Place de Grève justo a
tiempo para atestiguar la masacre del gobernador de la Bastilla, Bernard-René de Launay.
Después de invadir la fortaleza, los integrantes de la multitud habían atrapado a De Launay, lo
arrastraron por las calles, lo golpearon hasta la inconciencia, le cortaron la cabeza y
desfilaron exhibiéndola empalada en una pica. Mientras algunos de los alborotadores
ejecutaban todo ese terrible asunto, otros se preparaban para hacer lo mismo con su segundo
prisionero, el caballero Antoine Jérôme de l’Osme, quien había fungido como mayor de la
Bastilla a las órdenes de De Launay. De l’Osme había tratado con mucha amabilidad a
Pelleport durante los cuatro años que estuvo preso. Cuando éste vio que lo arrastraban hacia
una muerte inevitable, intentó detener a la multitud.
Manuel relata la historia en La Bastille dévoilée.4 Probablemente Pelleport se la contó,
porque sucedió después de la caída de la Bastilla, así que no la podría haber tomado de los
archivos de la Bastilla, y al contrario de otros avisos del libro, tiene un estilo directo que
sugiere que los dos hombres se conocían.5 Según el relato de Manuel, Pelleport primero gritó
a la multitud. Él había sido prisionero, les dijo; conocía bien a De l’Osme y podía testificar
que el hombre era compasivo, que había tratado humanamente a los prisioneros; debía ser
liberado. Enfocada en arrastrar a su víctima al poste más cercano para lincharlo, la multitud
no le hizo caso. Así que Pelleport se lanzó entre ellos y trató de liberar a De l’Osme. Ya
medio muerto, éste le dijo: “¿Qué hace, joven? Váyase. Sólo se sacrificará y no logrará
salvarme”. Pero Pelleport no iba a ser disuadido. Llamó nuevamente a los amotinados a
dispersarse e incluso empujó a algunos. Un hombre con un hacha lo tiró de un golpe en la nuca,
y ya se preparaba para rematarlo cuando, antes de que pudiera dar el segundo golpe, un
soldado a caballo se lanzó contra la multitud y tiró al atacante. Pelleport logró tomar un rifle y
golpear a los siguientes atacantes. Finalmente se lo quitaron, lo cortaron con sables, lo
apuñalaron con bayonetas y lo dejaron que se arrastrara a morir a una de las escalinatas del
Hôtel de Ville. Pero Pelleport sobrevivió para contar su historia, y Manuel la publicó como un
testimonio del valor de un hombre que alguna vez había vivido de los libelos.
Sería engañoso presentar a la Revolución como una sucesión de escenas similares. Sin
embargo, sería igualmente engañoso interpretar los eventos de 1789-1800 como si no fueran
otra cosa que la elaboración del discurso.6 Los revolucionarios llenaron el mundo de palabras
—opúsculos y libros panfletarios, periódicos, discursos, himnos de batalla y declaraciones
grabadas en monumentos—, pero también chocaron contra la vida de las personas con una
brutalidad que casi mata a Pelleport en 1789 y que dio muerte a Manuel en 1793. La crudeza
de la violencia revolucionaria se debe considerar en conexión con la verbosidad de la política
revolucionaria. Ambas confluyeron en la vida y la muerte de Manuel, especialmente durante el
periodo de 1792-1793, cuando la Revolución alcanzó su clímax.
Aunque nunca dejó de hablar ni de escribir, Manuel había sido arrastrado por la violencia
creciente en las calles poco después de su elección como abogado perseguidor de la Comuna,
el 2 de diciembre de 1791. Para entonces la constitución creada por la Asamblea Nacional
había sido aceptada por Luis XVI y ratificada en las elecciones de septiembre de 1791, que
produjeron un nuevo cuerpo parlamentario, la Asamblea Legislativa, para ejercer el poder en
conjunto con el rey. La Asamblea pronto se enfrascó en un debate sobre las exigencias de
acciones agresivas en contra de Austria —y a fin de cuentas contra todos los Ancien Régimes
de Europa— por parte de una facción muy vociferante de diputados de izquierda, comandados
por el amigo y aliado de Manuel, Jacques Pierre Brissot. Los brissotins consiguieron su
guerra en la primavera de 1792, pero casi la pierden en el verano, debido a una serie de
reveses que dieron como resultado las masacres de septiembre. Al mismo tiempo ganaron y
perdieron un poco de control del poder al formar un ministerio en marzo, que el rey desechó
en junio. De nuevo como oposición, unieron fuerzas con la facción robespierrista de la
izquierda —Robespierre se había opuesto a Brissot en algunos fieros debates sobre la guerra
en el Club de los Jacobinos — y comenzaron a coquetear con la idea de crear una república.
Sin embargo, la monarquía constitucional no podía ser derrocada sin violencia, y el golpe
destructor tenía que ser dado por los sans-culottes. Ellos habían desarrollado su propia
organización y sus propios batallones, con todo y cañones, en las 48 Secciones de París —las
sucesoras de los Distritos de 1789, en los que Manuel se inició en la política revolucionaria
—. El costo elevado y la escasez de bienes de consumo, especialmente de pan, aumentaban el
peligro de revueltas, tal como había sucedido en julio de 1789, y los reveses en la guerra
dieron a los revoltosos un blanco: el rey, barricado en el Palacio de las Tullerías, y cualquiera
que colaborara con él. Luis había estado sospechosamente dispuesto a ir a la guerra. El
colapso de la ofensiva francesa había hecho parecer como que estuviera colaborando
secretamente con el enemigo —como, en efecto, lo hacía— a fin de utilizar la derrota francesa
para restaurar el Antiguo Régimen. Más aún, todo sugería que algunos generales estaban
coludidos con él. A fines de junio Lafayette dejó a su ejército en el frente e intentó realizar un
golpe en París. Aunque falló, confirmó los temores de los sans-culottes de que podía
desatarse una contrarrevolución en cualquier momento, y sus temores se alimentaban de una
obsesión creciente sobre el peligro de las conspiraciones. Cuando la Asamblea Legislativa
votó en contra de una moción para condenar a Lafayette por traición, los líderes de las
Secciones dirigieron sus sospechas en contra de los políticos de la Asamblea, incluidos
algunos brissotins que habían apoyado a Lafayette y que estaban negociando secretamente con
el rey para formar un nuevo gobierno.
La crisis se había estado gestando desde hacía meses. Ya en marzo, los sentimientos de
insurrección eran inflados por los que estaban furiosos, los llamados enragés, líderes
populistas que exigían control de precios y la represión violenta de los sospechosos de ser
contrarrevolucionarios. Periodistas radicales como Marat y Hébert pedían que rodaran
cabezas. El Club Cordelier, dominado por Danton y Desmoulins, exigía medidas extremas. Y
estas hablillas explotaban por doquier en todas las asambleas seccionales. Realistas,
generales, aristócratas, sacerdotes no patriotas, políticos corruptos, especuladores del
comercio de granos y traidores de todo tipo estaban conspirando para hacer que la gente
muriera de hambre y deshacer la Revolución; el coro de protestas se alzó de las Secciones a la
Comuna, que se convirtió en el punto focal de la agitación sans-culotte. El 20 de julio los
militantes de la Sección invadieron las Tullerías pero no llegaron más allá de humillar al rey,
obligándolo a brindar por la salud de la nación mientras utilizaba un gorro frigio al estilo de
los sans-culottes. Esa journée o levantamiento político parecía un ensayo general para la
revolución a gran escala dentro de la Revolución. Conforme se acercaba el momento de la
verdad, las tensiones en París iban en aumento, y Manuel estaba atrapado en medio de ellas.
Su reputación como militante se incrementó durante la primera mitad de 1792, junto con la
violencia de su retórica en el Club de los Jacobinos. Después de su “Señor, yo desprecio a los
reyes”, en enero, había arengado a los jacobinos en una carta abierta a los ministros en la que
los amenazaba con castigarlos por su perfidia con la “venganza del pueblo”. En febrero exigía
que fueran obligados a sortear quién de ellos iría a la guillotina. Y para julio se había
concentrado en el rey como “la causa de todos nuestros infortunios”.7 Su triunfo en el juicio de
las cartas de Mirabeau lo volvió uno de los enemigos más conspicuos del conservador
Departamento de París, y uno de los radicales más visibles de la Comuna. Después de que
logró frustrar a sus jueces el 1° de junio de 1792, el Club de los Jacobinos lo celebró como un
defensor de la causa popular y lo eligió como su presidente.8 Mientras tanto, en su papel como
abogado perseguidor de la Comuna, se abstuvo de hacer nada para evitar que los sansculottes invadieran las Tullerías el 20 de junio. Lejos de intentar calmar la agitación en las
Secciones, reafirmó su apoyo a ellas y a los vínculos que las unían con la Comuna. De acuerdo
con una versión, en realidad ayudó a orquestar el levantamiento del 20 de junio, o por lo
menos observó complacido a los agitadores desde un puesto de vigía en los jardines de las
Tullerías: “Vestido de azul claro, con una casaca blanca bordada, una gran corbata, rasurado y
polveado, su cara radiante”.9 Por ello, el Departamento lo acusó de fracasar en el
mantenimiento del orden como lo exigían sus funciones en el gobierno municipal. El 7 de julio
lo suspendió junto con Jérôme Pétion, el alcalde de París, por abandono de su deber. Los
jacobinos, comandados por Robespierre, levantaron una tormenta de protestas, respaldaron a
Manuel y a Pétion como patriotas y exigieron su restitución. Los simpatizantes jacobinos en la
Asamblea Legislativa respondieron denegando la decisión del Departamento y restableciendo
a ambos en sus puestos. Así, Manuel regresó al Hôtel de Ville el 23 de julio, justo a tiempo
para participar en el siguiente estallido de violencia: el levantamiento en contra de la
monarquía el 10 de agosto.10
A diferencia de la journée del 20 de junio, la insurrección del 10 de agosto fue una batalla
campal en las calles de París que produjo cientos de muertes. Requirió preparación y una gran
cooperación entre las Secciones y la Comuna. Manuel trabajó con Pétion, Danton y otros
líderes de los sans-culottes para mantener unidas a las fuerzas antirrealistas, y después de su
victoria ayudó a dirigir los esfuerzos de la nueva Comuna para prevenir que la ciudad se
convirtiera en un caos. Pero los precios siguieron fuera de control y el enemigo comenzó a
avanzar. La caída de Verdún el 2 de septiembre preparó la siguiente explosión, porque el
temor de una contrarrevolución y una invasión estaba tan candente que la violencia no pudo
ser contenida. Cuando iniciaron las masacres Manuel hizo lo que pudo para limitarlas.
Intervino para salvar a varias personas atrapadas en las prisiones, no sólo a los amigos de
Madame de Staël sino también a sus propios enemigos, Bosquillon y Beaumarchais. Acudió a
los lugares de las masacres e intentó detenerlas. Según Brissot, “Manuel enfrentó las picas, las
bayonetas, las dagas, para hacer que escucharan la voz de la humanidad y de la ley… Pero fue
arrancado de esta sagrada misión por manos manchadas de sangre”.11 Después de las
masacres, Manuel trabajó con Danton y con el gobierno provisional en un esfuerzo sostenido
por restablecer el orden mientras se celebraban las elecciones para la Convención y el
ejército enfrentaba a los prusianos.
El alivio finalmente llegó cuando la invasión prusiana fue repelida en la batalla de Valmy
el 20 de septiembre. No fue una batalla decisiva, pero probó que la nación renacida era capaz
de defenderse, y abrió el camino para una ofensiva exitosa en los Países Bajos austriacos
durante el otoño. Es más, liberó a la Convención de la presión militar para el futuro inmediato.
La noticia de Valmy llegó a los diputados recién electos justo cuando se reunían en París.
Podían entonces concentrarse en los asuntos políticos más urgentes: ¿cómo organizar el nuevo
régimen republicano y qué hacer con el rey? Luis había solicitado la protección de la
Asamblea Legislativa cuando los sans-culottes invadieron las Tullerías el 10 de agosto. Lo
suspendió y dejó la decisión sobre su destino a la Convención, mientras él permanecía
encarcelado en el Templo, un bastión no muy lejos de donde estuvo la Bastilla.
Estos eventos sucedieron con tal rapidez y desorden que los individuos se perdían en
ellos. Es imposible seguir detenidamente las acciones de Manuel durante el caos de agosto y
septiembre de 1792, pero cuando se reunió la Convención el 21 de septiembre, destacaba
como uno de los miembros líderes de la delegación de París. Había sido elegido junto con
Danton, Robespierre, Marat y otros líderes de la izquierda. Las nociones de izquierda y
derecha, sin embargo, estaban algo borrosas. Originalmente derivaban del acomodo en los
asientos de los diputados en los Estados Generales: aquellos que se sentaban en su podio a la
izquierda del presidente fueron identificados como radicales; aquellos a la derecha
adquirieron la tonalidad de los conservadores. Pero el espectro siguió modificándose cada
que los eventos empujaban a la Revolución hacia la izquierda. Surgían constantemente nuevos
radicales con demandas cada vez más extremas, y algunos de los diputados de la nueva
derecha parecían salidos de la antigua izquierda. Algo de la confusión era resultado de las
conexiones personales dentro de las configuraciones cambiantes al interior de los partidos —o
facciones, como sería más preciso describirlas—. Aunque los revolucionarios utilizaban el
término parti, nunca desarrollaron nada como los partidos modernos, con organizaciones
formales, disciplina en el voto, listas electorales y plataformas. En cambio, identificaban a los
grupos políticos con los nombres de los individuos: fayetistas, brissotistas, rolandistas,
dantonistas, maratistas, robespierristas, hébertistas y demás. También utilizaban otras
etiquetas, derivadas de fuentes tales como los nombres de los clubes (jacobinos contra
feuillantes en la Asamblea Legislativa) o de alguna característica sobresaliente (girondinos
contra montañeses en la Convención, los primeros asociados con algunos diputados
prominentes de la Gironda y los últimos identificados por sus asientos en las partes altas de la
sala de reunión de la Convención). Pero las vidas de los individuos con frecuencia se
cruzaban con los acontecimientos de manera decisiva, y los principales revolucionarios
estudiaron la dirección de los sucesos al observar la postura que los líderes rivales asumían
durante los momentos críticos, como el del voto sobre el destino del rey.
El ingrediente personal en la política revolucionaria algunas veces resultaba ser decisivo,
porque era difícil para los políticos orientarse en medio de la confusión y la violencia. Al unir
tendencias a los nombres, establecían señalizaciones dentro del torbellino de los sucesos y
tomaban partido de acuerdo con las señales intercambiadas entre amigos y enemigos. Sus
líderes se conocían bien entre ellos. Robespierre y Desmoulins habían estudiado juntos en el
Collège Louis le Grand. Brissot y Marat se volvieron buenos amigos durante los años que
pasaron en Londres. Brissot también desarrolló vínculos cercanos con Pétion, gracias en parte
a su infancia compartida en Chartres, y ambos se hicieron amigos cercanos de Manuel. Los
caminos se cruzaban y las carreras se entremezclaban en los clubes y las asociaciones como el
Musée y el Lycée de París, donde los escritores de segundo y tercer nivel buscaban apoyo
mutuo durante los años difíciles previos a 1789. Muchos de ellos —Mirabeau, Manuel,
Brissot, Clavière, Carra, Gorsas, Mercier— colaboraron en libros y panfletos a lo largo de la
era prerrevolucionaria. Esa experiencia reforzó la intensidad de las alianzas formadas después
de 1789… y también los odios cuando las amistades se derrumbaban. La convergencia de
amigos que estaban destinados a convertirse en enemigos resaltaba especialmente en el
matrimonio de Camille Desmoulins y Lucile Duplessis el 29 de diciembre de 1790. La fiesta
de la boda contó con Robespierre, Brissot, Manuel y Mercier. En ese momento todos estaban
comprometidos con la causa común, y cada uno habría de tomar más adelante una nueva
posición en el reordenamiento de la izquierda y la derecha. La sensación de solidaridad, por
un lado, y de traición, por el otro, hacía a las divisiones particularmente letales. Todos,
excepto Mercier, acabaron en la guillotina para 1795; todos, incluidos el novio y la novia.
Claro, la biografía —o la prosopografía, como a veces se llama a la biografía colectiva—
no puede remplazar el análisis de los acontecimientos y las ideologías, pero el estudio de las
trayectorias puede ayudar a explicar el modo en que se experimentaban los eventos y se
expresaban las ideologías. Los últimos meses de la vida de Manuel sirven particularmente
como ejemplo de cómo la distinción entre izquierda y derecha se volvió confusa para 1792.
Cuando ocupó su asiento en la Convención, Manuel llevaba mucho tiempo vinculado con los
miembros más radicales de la delegación parisina: Robespierre, Danton, Desmoulins y otros
líderes de los llamados montañeses. Sin embargo, tenía también fuertes vínculos con Brissot,
Pétion y otros modera dos o girondinos prominentes. ¿Dónde se ubicaría cuando la necesidad
de emitir un voto trazara una línea divisoria? ¿Estaría a favor o en contra de la ejecución del
rey?
Manuel vaciló. Produjo un poco de oratoria intensa, pero reculó ante la posibilidad de
derramar sangre. Su experiencia en las masacres de septiembre parece haber alterado su
sentido de solidaridad con los sans-culottes. En un discurso ante el Club de los Jacobinos, el
5 de noviembre, habló en contra de las masacres.
No podemos ignorar aquel levantamiento, cuando la gente actuó con una perfidia digna de un rey y deseaba
emprender una masacre de San Bartolomé. ¿Quién puede decir que conoce mejor aquel levantamiento que yo?
Parado sobre una pila de cuerpos, declamé en favor del respeto a la ley… ¡Bien! Sostengo que la ciudad entera
tomó parte y que debe hacerle frente a la culpa, porque cualquiera que se queda parado mientras los asesinos llevan
a cabo su obra puede ser considerado su cómplice. ¿Qué estaban haciendo ustedes, valientes parisinos, durante
esos momentos de desolación?… A mí me atormenta una pregunta: ¿sería mejor aspirar a la libertad que poseerla?
12
Collot d’Herbois, un vocero de la nueva izquierda, quien pronto amenazaría con rebasar a
Robespierre, respondió con una frase que hizo que Manuel pareciera un contrarrevolucionario.
Estar en contra de la violencia revolucionaria, advertía, era estar en contra de la Revolución:
“Sin el 2 de septiembre no habría libertad y no habría Convención Nacional”.13 Collot mismo
había sido dramaturgo y actor de tercera antes de la Revolución, pero su pasado en Grub
Street no lo inclinaba a sentir simpatía por Manuel.14 Al contrario, comandó el ataque jacobino
en contra de todas las variantes de la moderación, y al final de 1792 Manuel parecía
incurablemente moderado o, como lo planteaban los jacobinos, “brissotizado” (brissoté).15
Dejó de aparecer en el Club de los Jacobinos, y el 31 de diciembre fue expulsado. Había sido
etiquetado como un girondino.
Sin embargo, seguía haciendo declaraciones enardecedoras sobre los aristócratas, los
sacerdotes y los reyes en la Convención, a la que exaltaba como “una asamblea de
philosohphes”.16 Declaró a Luis XVI culpable de usurpar la soberanía del pueblo, un crimen
inherente al acto mismo de sentarse en un trono: “Debemos devolver al pueblo, mediante una
terrible lección, los derechos que nunca debió haber perdido… Legisladores, apresúrense a
pronunciar una sentencia que consume la Revolución. La agonía de los reyes no debe ser
lenta… Un rey que muere no es un hombre menos”.17 La tendencia de Manuel a emitir
declaraciones provocadoras no lo había abandonado. Su extroversión lo calificaba, a los ojos
de la Convención, para ser el vocero que necesitaba para comunicarse directamente con el rey.
Entonces visitó a Luis en el Templo y lo reprendió, al igual que lo había hecho en sus cartas
abiertas del pasado. Fue en una de estas visitas, poco después de la proclamación de la
república, cuando supuestamente Manuel le informó a Luis que había dejado de ser rey y que
todos los reyes pronto caerían, como las hojas de los árboles.18
Sin embargo, cuando llegó el momento de votar sobre el destino del rey, Manuel no pudo
obligarse a apoyar la exigencia de la izquierda de la pena de muerte. En realidad había que
emitir tres votos: uno sobre la culpabilidad del rey, otro sobre si la nación debería anunciar su
castigo por vía del referendo y uno más sobre si debía ser enviado a la guillotina. Como
muchos de los girondinos, Manuel no tenía ninguna dificultad en declarar culpable al rey, pero
se hundía cuando tenía que encarar las otras dos cuestiones. Al final votó a favor del referendo
pero en contra de la ejecución. Como dijo al explicar su posición ante el Tribunal
Revolucionario: “Elegí el camino de Thomas Paine al proponer la deportación a los Estados
Unidos de América”.19 Los girondinos, entre cuyos allegados estaba Paine, habían tenido
siempre afecto por la república estadunidense. Enviar a Luis a Estados Unidos era para
muchos la solución al problema sobre qué hacer con él, pero no era ni factible ni satisfactorio
para la izquierda montañesa. Robespierre y Saint-Just argumentaron, como lo había hecho
Manuel, que Luis había violado la soberanía de la gente y que se había convertido en enemigo
de la nación simplemente en virtud de su existencia como rey. Por ello debía morir, sin
importar que hubiera traicionado a la nación con sus enemigos extranjeros. Lograron que
pasara su argumento por una mayoría de uno. (Este cálculo incluye los votos de los diputados
que votaron en favor de la pena de muerte pero con la posibilidad de una prórroga. Un voto
subsecuente, el 17 de enero de 1793, derrotó la opción de una prórroga, 380 contra 310.)
El que el voto haya sido tan cerrado también resultó ser crucial para la ruptura de los
últimos vínculos que Manuel tenía con la izquierda. Fungió como secretario de la Convención
y llevó la cuenta de los votos. Según algunos testimonios en su contra diez meses después,
durante su propio juicio ante el Tribunal Revolucionario, llevaba dos cuentas, una precisa y
otra falsificada. Cuando quedó claro el destino del rey, dejó caer su pañuelo sobre la precisa,
la removió, abandonó su lugar y regresó después de haberse deshecho de la última evidencia
que podría haber llevado a la muerte del rey. Esa historia probablemente fue inventada para
acelerar el camino de Manuel hacia la guillotina. Considerando el escrutinio cuidadoso de la
votación, una maniobra así jamás habría funcionado. Pero el hecho de que Manuel pudiera
haber sido acusado de tal trampa revela lo determinados que estaban sus antiguos aliados a
deshacerse de él. Antes de que pudieran hacerlo, sin embargo, él les declaró su beneplácito
por tomar un rumbo distinto al suyo. Inmediatamente después del voto salió de la Convención,
renunció a su escaño y se retiró a su pueblo natal de Montargis.20
Manuel permaneció en Montargis de finales de enero hasta la primavera de 1793. Según
algunos informes, casi muere cuando intenta intervenir en un motín que estalló en marzo.21
Después de eso, se escondió en los alrededores de París. Finalmente fue arrestado el 20 de
agosto en Fontainebleau. Pasó casi tres meses en la cárcel parisina de la Abadía antes de ser
requerido para comparecer ante el Tribunal Revolucionario el 13 de noviembre. Para entonces
casi todos sus amigos girondinos habían sido ejecutados o se habían suicidado. Manuel debe
haber sabido que enfrentaba una muerte segura, pero respondió vehementemente a todas las
acusaciones dirigidas en su contra por Fouquier-Tinville, el temido procurador público. Su
“interrogatorio” fue muy distinto de aquel al que había sido sometido en 1786.
Los documentos de los dos casos están en la misma caja en los Archivos Nacionales.
Aunque Manuel fue encarcelado por orden del rey y sin acceso a un tribunal en 1786, los 36
expedientes de su interrogatorio en la Bastilla demuestran que la policía había realizado una
investigación elaborada y que cuidaron de ordenar la evidencia que recolectaron. El
expediente de 1793 se ve irrisorio en comparación. La evidencia en contra de Manuel resulta
provenir de “diversas denuncias”, según el registro oficial. Una vendedora de 19 años testificó
que había escuchado a Manuel decir que era importante salvar la vida del rey. Un pintor y
decorador aseguraba que Manuel había visitado a algunos aristócratas en Orleans y era
conocido que expresaba simpatías “federalistas” o antiparisinas en Montargis. Un mensajero
del ejército dijo que escuchó a Manuel lamentar el voto en contra del rey. Como en muchos de
los juicios durante el Terror, la denuncia era considerada un deber patriótico y los rumores
eran aceptados como indicador de lo que el acusado sentía, ya fuera que apoyara genuinamente
a la Revolución en su corazón o que escondiera sentimientos antirrevolucionarios bajo una
fachada artificial de patriotismo. Fouquier-Tinville adaptó ese tipo de testimonio a las
categorías aceptadas de la condena: Manuel había pertenecido a la “facción liberticida” de
Brissot y había colaborado en la “conspiración dirigida en contra de la unidad y la
indivisibilidad de la república”.22 El concepto del crimen y la naturaleza del procedimiento
judicial se ajustaban a la ley que regía la justicia revolucionaria votada por la Convención el
16 de diciembre de 1792. Después de citar esta ley y de ratificar la acusación de Fouquier-
Tinville, el jurado condenó a muerte a Manuel.
El Tribunal Revolucionario publicó su decisión en un panfleto de ocho páginas
cuidadosamente impreso. Un segundo panfleto, éste impreso de manera descuidada, repetía la
condena formal y añadía algunos comentarios: “De acuerdo con la presente condena, es
absolutamente seguro que el acusado es uno de esos grandes villanos que, para bien de la
república, merecen perecer en el cadalso”.23 Esta retórica llevó el caso de Manuel de vuelta al
mundo de la calumnia y la narrativa desarrollada en Vie secrète de Pierre Manuel, el tercero
de los ataques impresos en su contra. Un último panfleto, Véritable testament de Pierre
Manuel, llevaba la historia de vuelta a los testaments de la literatura de cordel y al
periodismo patibulario que había proliferado en París y Londres durante los dos siglos
previos. Era una obra burda: ocho páginas, llenas de errores tipográficos y faltas de
ortografía, impresa con tipos gastados en un sucio papel gris. Contenía bastante lenguaje de la
calle: “Es un hombre de buena panza y mal corazón”. Aun así, indicaba que Manuel se había
plantado frente al Tribunal Revolucionario del mismo modo en que había confrontado a los
asesinos de las masacres de septiembre: con una gran valentía. “Soportó su interrogatorio con
audacia y firmeza… Quiso en varios momentos arengar al público para ganarse su simpatía
apelando a la moralidad… El 25 brumario, después de un interrogatorio que duró casi 12
horas del 24, fue ejecutado en la Place de la Révolution. Así mueren los traidores. VIVE LA
RÉPUBLIQUE.”24
1
André Chénier, “Observations aux auteurs du Journal de Paris sur l’éditeur des lettres de Mirabeau”, en Chénier,
Oeuvres complètes, op. cit., p. 271. Chénier describía a Manuel como típico del nuevo orden de escritores que dominaban las
prensas revolucionarias: “Ils ne veulent pas voir que, cette partie d’industrie humaine ayant longtemps été comprimée sous des
entraves sans nombre, dès que la barrière a été levée, une foule immense a dû se précipiter pour goûter à la hâte le plaisir de
tout imprimer; et que nécessairement, le plus grand nombre de ces nouveaux écrivains avait negligé jusque-là de savoir lire et
de savoir penser, préliminaires indispensables de l’art d’écrire”, idem [“No quieren percatarse de que, en virtud de que durante
largo tiempo un sinnúmero de trabas han mantenido aherrojado a este sector de la industria humana, una vez levantadas las
barreras debía ocurrir que una inmensa muchedumbre se precipitara a disfrutar deprisa el placer de imprimirlo todo; ni perciben
que, por consiguiente, la gran mayoría de estos nuevos escritores han pasado por alto hasta ahora la necesidad de saber leer y
de saber pensar, indispensables preliminares al arte de escribir”].
2
Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, Beaumarchais à Monsieur Manuel, París, 1792, p. 3. Debe apuntarse, sin
embargo, que Beaumarchais había incluido algo de ironía en sus elogios, y no podía resistirse a la oportunidad de lanzar una
pulla al comercialismo detrás de las publicaciones revolucionarias de Manuel: “Mais si jamais j’imprime à mon profit les
souillures de la police, les lettres d’autrui dérobées, je me condamnerai d’avance aux reproches fondé du procureur syndic
actuel de la commune de Paris”, ibid., p. 5 [“Pero si alguna vez imprimiera para mi propio provecho los deshonrosos papeles de
la policía, las cartas robadas del prójimo, de antemano me condenaría al reproche fundado del administrador actual de la
Comuna de París”].
3
Como en el capítulo V, el siguiente relato está basado en Germaine Necker, baronesa de Staël-Holstein, Considérations
sur la Révolution française…, op. cit., pp. 283-286.
4
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 3, pp. 69-70.
5
En una nota preliminar en la página opuesta a la portada del volumen 3, Manuel explicó que las entradas de algunos
prisioneros de la Bastilla estaban basadas en “des notes historiques sur ces mêmes prisonniers fournies ou par des mémoires ou
par des dépositions qu’ils nous ont faites” [“notas históricas acerca de esos prisioneros que han sido suministradas a través de
memorias o mediante declaraciones que han rendido ante nosotros”]. Quizá conoció a Pelleport en la misma Bastilla, donde
ambos fueron prisioneros en 1786.
6
El que animaba especialmente esta tendencia era François Furet, Penser la Révolution française, París, 1978. Aunque
admiré a Furet y alguna vez trabajé de manera cercana con él, estoy en desacuerdo con su énfasis en el discurso y en el efecto
determinante de las ideas. Mi propia aproximación a la Revolución francesa, como debe quedar claro por este capítulo, se basa
más abundantemente en la historia social, y pone énfasis en la percepción contemporánea de los eventos así como el carácter
contingente de éstos.
7
Discursos en el Club de los Jacobinos del 5 de febrero, 12 de febrero y 18 de julio de 1792, en Aulard, ed., La Société des
Jacobins…, op. cit., vol. 3, pp. 364, 374, 648.
8
Ibid., vol. 3, p. 683. Manuel fungió como vicepresidente y como presidente de los jacobinos en junio de 1792, en el punto
más alto de la atracción que ejercía en la izquierda.
9
Paul Robiquet, Le Personnel municipal de Paris…, op. cit., vol. 2, p. 488.
10
Aulard, ed., La Société des Jacobins…, op. cit., vol. 3, pp. 639, 648, 688, y vol. 4, pp. 79, 111; Robiquet, Le Personnel
municipal de Paris…, op. cit., p. 498.
11
Brissot, Mémoires (1754-1793), Claude Perroud, ed., París, 1910, vol. 2, p. 243.
12
Aulard, ed., La Société des Jacobins…, op. cit., vol. 4, p. 460.
13
Idem.
14
Para un ejemplo de la escritura facilona, a destajo, de Collot d’Herbois y las posturas políticas que profesaba cuando daba
una gira por las provincias con una compañía en 1775, véase su comedia Le Bon Angevin, ou l’hommage du coeur, comédie
en un acte, mêlée de chants et vaudevilles et suivie d’un divertissement, composée en l’honneur de Monsieur, Frère du
roi, Duc d’Anjou, Angers, 1775, p. 4: “Français! Quelle nation plus heureuse que la vôtre! Votre roi veut être votre père; les
princes augustes qui l’entourent veulent être vos frères et vos amis: le plaisir suit aujourd’hui l’obéissance, et le devoir parmi
vous conduit à la félicité” [“¡Los franceses! ¡Podrá haber una nación más afortunada que la suya! Su rey pretende ser su
padre; los augustos príncipes que lo rodean desean ser amigos y hermanos de ustedes: hoy en día el placer anda tras los pasos
de la obediencia, y entre ustedes el deber conduce a la felicidad”].
15
Aulard, ed., La Société des Jacobins…, op. cit., vol. 4, p. 612.
16
Archives parlamentaires de 1787 à 1860, M. J. Mavidal y E. Laurent, eds., París, 1897, vol. 52, p. 69.
17
Ibid., vol. 54, pp. 244-245.
18
Les Tuileries, le Temple, le Tribunal révolutionnaire et la Conciergerie, sous la tyrannie de la Convention, París,
1814, p. 85. Esta obra anónima de corte realista citaba esta frase de Manuel tomada de un número del Journal de Cléry en
1792. No he logrado verificar el original.
19
“Interrogatoire de Manuel, 23 brumaire An II”, Archives Nationales, ms. W295, núm. 246, pieza 46.
20
El relato más completo del supuesto intento de Manuel por falsificar la cuenta es una “déposition” de Elisabeth Mouttenot,
femme Viala, fechado el 24 brumario año II en los papeles del juicio de Manuel, Archives Nationales, ms. W295, núm. 246,
pieza 43. Hay también una alusión a este incidente en el “Acte d’accusation” por Antoine Quentin Fouquier-Tinville fechada el
23 brumario año II, ibid., pieza 54. Louis-Sébastien Mercier también se refiere a él en Le Nouveau Paris, op. cit., JeanClaude Bonnet, ed., p. 879.
21
Archives parlementaires, vol. 60, p. 346. Véase también Brissot, Mémoires (1754-1793), op. cit., vol. 2, p. 227.
22
Fouquier-Tinville, “Acte d’accusation”, Archives Nationales, ms. W295, núm. 246, pieza 54. Las varias denuncias
preceden a este documento, piezas 47-53. Una versión impresa del caso de Fouquier-Tinville en contra de Manuel se publicó
con el decreto del Tribunal Revolucionario que lo condenaba a muerte como Jugement rendu par le Tribunal
révolutionnaire, établi par la loi du 10 mars 1793, séant à Paris, au Palais, qui… condamne Pierre Manuel à la peine
de mort, conformément à la loi du 16 décembre 1792, París, 24 brumario, año II.
23
Jugement rendu par le ribunal [sic] criminel révolutionnaire, établi par la loi du 10 mars 1793, séant à Paris, au
Palais, qui… condamne à la peine de mort, sur la place de la Révolution, Pierre Manuel, París, s. f., p. 4. Esta frase no
apareció en la publicación oficial con el mismo título. Ambas aparecen en la Bibliothèque Nationale de France, L41b.2232.
24
Véritable testament de Pierre Manuel ci-devant Procureur de la Commune et député à la Convention Nationale,
écrit la veille de sa mort, dans la prison de la Conciergerie, suivi de plusieurs morales touchantes qu’il fit au Tribunal
révolutionnaire pour gagner le peuple à son avantage, s. l., s. f., pp. 2, 8.
XX. POSDATA, 1802
LA REVOLUCIÓN no se detuvo después de guillotinar a Manuel. Cobró mayor velocidad, con lo
que incrementó la tasa de mortalidad así como el torrente de eventos hasta que los últimos
amigos y enemigos de Manuel pasaron por la guillotina: Desmoulins, Danton y Robespierre.
Después de la muerte de Robespierre, el 28 de julio de 1794, el Terror fue desmantelado y las
matanzas amainaron, pero la Revolución continuó, tan verbosa como siempre. El periodismo
revivió en 1797, florecieron los panfletos, los oradores llenaron el aire de palabras. Incluso
después de que Bonaparte había tomado el poder el 9 de noviembre de 1799, los franceses
siguieron componiendo constituciones y debatiendo asuntos públicos. Como primer cónsul,
Bonaparte comenzó a amordazar a la prensa, y como emperador destruyó lo que quedaba de su
libertad; para ello usó a una fuerza policiaca que hacía parecer moderado todo lo sucedido
durante el Antiguo Régimen. Y aun así, los franceses siguieron murmurando.
Pelleport fue uno de ellos. Es imposible decir qué fue lo que sucedió con él después de
casi morir el 14 de julio de 1789, pero reapareció en un último expediente en los archivos de
la policía. El 10 de noviembre de 1802, un inspector lo arrestó por haber “realizado
comentarios en contra del gobierno” en un lugar no nombrado de París, probablemente en un
café. Tenía 46 años y había vivido gran parte de la revolución, aunque a la policía se le
complicó asentar toda su historia. Pensaban que había formado parte de la caballería y que
quizá había sido un espía. Pero, ¿para quién? Todo lo que lograron obtener de él fue que había
emigrado en algún momento y que estaba orgulloso de sus orígenes aristocráticos.1
Antes de este incidente, Pelleport hizo una aparición en los archivos oficiales de la
Revolución. Según Le Moniteur universel, que publicaba crónicas de los debates en la
legislatura, un mensajero especial de Stenay irrumpió en una sesión vespertina en la Asamblea
Legislativa el 14 de febrero de 1792. Entregó al oficial a cargo un mensaje urgente de
Pelleport, quien hacía manifiesto que había sido injustamente encarcelado en la municipalidad
de Stenay por parecer “sospechoso”, es decir, contrarrevolucionario. Pelleport exigía que el
ministro del Exterior, Claude de Lessart, interviniera para liberarlo.2
¿Por qué De Lessart? Cuando el comité diplomático de la Asamblea indagó el asunto,
quedó en evidencia que él había elegido a Pelleport como agente secreto para infiltrarse en las
fuerzas aristocráticas de expatriados que se preparaban para invadir Francia desde Coblenz.
Pero De Lessart estaba siendo atacado en esa época por Brissot y otros diputados radicales
por tener simpatías contrarrevolucionarias y pro-austriacas. Brissot era el miembro más
vociferante del comité diplomático. Así que cuando el comité se reunió con De Lessart para
discutir el asunto, Brissot reprendió al ministro del Exterior por elegir a un “aristócrata total”
para lidiar con la amenaza aristócrata. De Lessart respondió que no podía haber elegido a
alguien bien conocido por sus simpatías revolucionarias para dicha misión, y permitió que el
comité accediera a la correspondencia diplomática que comprobaba que Pelleport era en
verdad un agente del gobierno. La Asamblea debatió el asunto el 17 de febrero. Varios
oradores deploraron el uso de espías y de intrigas, tácticas que olían a la diplomacia
practicada durante el Antiguo Régimen. Algunos advirtieron del peligro de tener traidores
dentro de las filas. Y Brissot sugirió ominosamente que Pelleport podía ser un architraidor,
porque los informes mostraban que ya estaba operando como agente en Coblenz en junio de
1791, al tiempo de la huida del rey a Varennes; es decir, pudo haber estado involucrado en el
intento del rey por escapar de la Revolución. Sin embargo, ninguno de los argumentos fue
concluyente. Así que la Asamblea abandonó el asunto sin emprender acciones, y Pelleport fue
puesto en libertad en una fecha posterior.3
Logró regresar a Renania, pero ¿con qué función? Una referencia en el Ministerio de
Relaciones Exteriores sugiere que espió para Francia durante la campaña de verano en 1793,
pero otra, extraída de memorias militares, indica que cambió de afiliación dos años después y
combatió del lado realista bajo las órdenes del príncipe de Condé, al tiempo que improvisaba
poesía casual. A pesar de lo fragmentario, la evidencia refuerza la idea que tenía la policía de
Bonaparte de que Pelleport tenía una larga historia de espionaje tras de sí.4
La policía no consideró que el asunto ameritara más investigación. Para 1802 París estaba
lleno de personajes que se habían visto comprometidos bajo un gobierno u otro en la sucesión
de sistemas políticos. Pelleport parecía una reliquia del Antiguo Régimen que de pronto
apareciera en una banca de parque o en un café, después de una docena de años de revolución
y guerra. Apenas si podía parecer como una amenaza, aunque no hizo nada por amarrarse la
lengua durante su interrogatorio. Presumió sobre su noble pedigrí y no negó el habla sediciosa
que le imputaban. No obstante, él no contaba como una gran captura. “No porta consigo
documentos actualizados”, apuntó la policía. No tenía un hogar fijo. “Ni siquiera parece tener
una fuente segura de ingresos.” Lo dejaron ir y volvió a la oscuridad. Probablemente murió
unos años después en una buhardilla, maldiciendo al gobierno hasta el final.5
1
Esta última referencia a Pelleport tiene lugar en los informes diarios preparados para Bonaparte por la policía bajo las
órdenes de Joseph Fouché: “Préfecture de police, 1ére division, 19 brumaire An XI”, Archives Nationales, ms. F7.3831. Fue
publicada por F.-A. Aulard en Paris sous le Consulat: Recueil de documents pour servir à l’histoire de l’esprit public à
Paris, París, 1903-1909, vol. 3, pp. 386-387.
2
Gazette nationale ou le Moniteur universel, 16 de febrero de 1792.
3
Ibid., 18 de febrero de 1792.
4
En este punto la documentación se vuelve escasa y poco confiable. La mejor fuente es un ensayo breve, “Lafitte de
Pelleport”, firmado por S. Churchill en L’Intermédiaire des chercheurs et curieux, 30 de octubre de 1904, vol. 50, columnas
634-637. Cita un relato del sitio de Valenciennes en junio y julio de 1793, donde Pelleport pudo haber actuado como agente
secreto para el Ministerio francés del Exterior. También cita el Journal d’un fourrier de l’armée de Condé: Jacques de
Thiboult du Puisact, député de l’Orne, Gérard de Contades, ed., París, 1882, que contiene una descripción convincente de
Pelleport como un ingenioso soldado poeta en el ejército del príncipe de Condé en Steinstadt, en el verano de 1795. En su diario,
pp. 63, 65, 69, Thiboult apunta que “Lafitte de Pelleport” agradaba a Condé y a otros oficiales con sus poemas, en particular
algún verso sobre el duque de Borbón que improvisó mientras montaba guardia una mañana de julio. Sin embargo, en una nota
en la página 63, Contades asegura que Pelleport dejó el ejército en noviembre de 1795 para unirse con su hermana en Filadelfia.
En una obra posterior, Emigrés et Chouans: Le chevalier de Haussey, Armand de Chateaubriand; Un Chouan à Londres;
Les gentilshommes poètes de l’armée de Condé; Puisaye et d’Avaray, París, 1895, p. 190, Contades asegura que Pelleport
murió de fiebre amarilla poco después de haber llegado a Filadelfia. Este improbable final se contradice con el ensayo más
breve pero más sobrio sobre Pelleport en la Biographie universelle…, op. cit., vol. 32, p. 398, que informa que Pelleport
muere en París cerca de 1810. Otras dos notas en el Intermédiaire des chercheurs et curieux, 20 de enero de 1904, vol. 49,
columna 79, no logran aclarar la oscuridad que rodea a la biografía de Pelleport. Pero se puede descubrir mucho más a través
de un estudio detallado de sus escritos, que contienen muchas referencias autobiográficas y que pueden ser identificados, a
pesar de su anonimidad, por pistas que él dejó en ellos.
5
“Préfecture de police, 1ère division, 19 brumaire An XI”, Archives Nationales, ms. F7.3831.
TERCERA PARTE
LA LITERATURA DEL LIBELO: INGREDIENTES BÁSICOS
XXI. LA NATURALEZA DE LOS LIBELOS
SEGUIR algunas vidas del Antiguo Régimen a la Revolución es contar una historia, no explicar
la naturaleza de los cambios que arrasaron a la Francia del siglo XVIII. Las trayectorias de los
personajes oscuros como Pelleport y Manuel pueden ser interesantes en sí mismas, pero
importan principalmente porque permiten examinar al siglo desde un ángulo inusual. Tienen el
valor de los marcadores. Esas personas nadaron con la corriente y en ocasiones en contra de
ella, y sin embargo eran simples individuos sacudidos por los eventos. Después de verlos
luchar contra los acontecimientos, uno debe dejarlos librados a su destino y proceder a
cuestionarse acerca de las corrientes más amplias de su cultura.
Las respuestas no pueden ser definitivas en este tipo de historia cultural, más apropiada
para abrir líneas de investigación que para cerrarlas con una conclusión. Pero los libelos
proliferaron por todos lados en la Europa de la temprana modernidad. Todavía abarrotan los
estantes de las bibliotecas de investigación. Uno puede estudiar un suficiente número de ellos
para ver qué cualidades literarias tienen en común, aunque los investigadores literarios se
ofendan ante la idea de siquiera considerarlos literatura, para empezar. “¿Qué es la
literatura?” es una de esas preguntas como “¿Qué es la Ilustración?”, que puede ser debatida
interminablemente.1 Sería mucho más útil comenzar con una interrogación más manejable: ¿qué
era un libelo?
La palabra en inglés es lo suficientemente familiar, pero su familiaridad puede ser
engañosa. Tenemos una ley sobre el libelo que ha evolucionado a lo largo de los siglos. Las
cortes la hacen cumplir, los escritores la violan y los abogados se especializan en el arte de
determinar dónde ocurre entre los límites que separan los diferentes tipos de difamación. En
Inglaterra la ley sobre el libelo sedicioso sirvió como un elemento para limitar la libertad de
prensa después del fin de la censura previa a la publicación subsecuente en 1695. Era
aplicada con tanta frecuencia en el siglo XVIII como para que sirviera de disuasivo a los
ataques contra el gobierno; no obstante, los escritores hallaron maneras de burlarla,
especialmente a través del uso de “insinuaciones”, que servían como una defensa eficaz ante
las cortes criminales.2
No existía nada de ese tipo en Francia. Cuando los libelistas franceses atacaban a una
figura pública o a alguien suficientemente importante para utilizar sus influencias dentro del
gobierno eran arrestados sumariamente gracias a las cartas con el sello real (lettres de cachet)
y encerrados en la Bastilla o, más común todavía, en una cárcel peor como Bicêtre y Fort
l’Evêque.3 Los registros de la Bastilla muestran una incidencia muy alta de arrestos por
escribir, imprimir o vender libelles. Debido a las ambigüedades en la definición y
compilación de las ofensas, es imposible obtener estadísticas sólidas, pero un cálculo
preliminar muestra que, en la Bastilla, entre 1659 y 1789 hubo 135 personas encarceladas por
crímenes relacionados con los libelles: muchas más de las que fueron arrestadas por perpetrar
el ateísmo, deísmo, el enciclopedismo, el libertinaje, la teoría política radical u otras clases
de escritura asociadas con la Ilustración, ya sea contadas por separado o agrupadas todas
juntas.4 El Estado se tomaba los libelos con seriedad; los historiadores deberían hacerlo
también. Pero ¿qué eran esos escritos?
Aunque el término no se utiliza mucho en Francia ahora, era de uso común en los siglos
XVII y XVIII.5 Todos los diccionarios franceses del Antiguo Régimen lo definen de la misma
manera: “Una obra que contiene lenguaje abusivo [injures], reproches o acusaciones contra el
honor y la reputación de alguien”, según la edición de 1690 del Dictionnaire universel de
Antoine Furetière.6 Esta definición prevalece también en los diccionarios del siglo XIX, que la
completan con información filológica e histórica. Ubican que deriva del latín libellus, que
quiere decir libro pequeño, y dan ejemplos sobre su uso en francés que datan de Ronsard y en
latín de la era de Augusto.7 Gracias a su educación clásica, los lectores franceses durante el
Antiguo Régimen habrían asimilado una gran cantidad de sátira, casi libelística, por Luciano,
Horacio, Juvenal, Suetonio, Petronio y otros. Las Vidas de los doce Césares de Suetonio
circularon ampliamente en latín después de la publicación de la edición de Isaac Casaubon en
1691, y la obra Les Galanteries et les débauches de l’Empereur Néron, disponible en francés
a partir de 1694, familiarizó a un público educado con la posibilidad de leer los relatos de las
vidas privadas como un libelo político.
Los expertos en literatura clásica, especialmente los humanistas de los siglos XVI y XVII, no
sólo editaron estas obras. En sus disputas académicas se atacaron mutuamente con tales
vituperios que hacían que los libelos parecieran una forma más de la erudición. Sus
incursiones eran suficientemente inofensivas cuando se limitaban a los ilustrados, pero podían
ser peligrosas cuando se extendían a sus patronos. Philipp Andreas Oldenburger fue obligado,
como penitencia por unas aseveraciones satíricas acerca de la vida amorosa de un principillo
alemán, a comerse las dos hojas más difamadoras de su Constantini Germanici ad Justum
Sincerum Epistola politica de Peregrinationibus recte et rite instituendis… y escapó con
sólo una humillación pública.8 Los Tudor castigaban a los libelistas cortando narices y
rebajando orejas en la Inglaterra del siglo XVI, y en Francia Carlos IX decretó en un edicto el
17 de enero de 1561: “Deseamos que todos los impresores, distribuidores y vendedores de
anuncios y libelos difamatorios sean castigados por la primera ofensa con el látigo y por la
segunda con la ejecución”.9 Los castigos que fueron impuestos a los libellistes (un término
utilizado por primera vez en 1640) incluyeron dos casos ejemplares: en 1689 Le Tellier, el
hermano del ministro de Guerra de Luis XIV, el marqués de Louvois, fue encerrado durante
treinta años en la jaula de hierro de Mont St. Michel por Le Cochon mitré, un ataque dirigido
al arzobispo de Reims, y en 1694 un librero y un encuadernador fueron ahorcados por
distribuir un libro acerca del matrimonio morganático de Luis XIV y Madame de Maintenon.10
Escribir libelos sin duda era algo peligroso, pero sobre todo lo era si se atacaba a
personas de cierto rango. Era el carácter personal del ataque, según los contemporáneos, lo
que distinguía a los libelos de obras cuyo blanco eran los gobiernos, las políticas u otros
temas generales. Sin embargo, la distinción se volvía difusa en el uso común porque los
gobiernos protegían la reputación de los individuos eminentes.11 Para los personajes
importantes no había una demarcación clara entre la esfera privada y la pública durante el
Antiguo Régimen en Francia. Al ofender a un grand, un libelista se arriesgaba a ser castigado
severamente por el Estado, y no podía contar con protección alguna contra los procesos
legales en su contra en las cortes. Malesherbes argumentaba en favor de una política más
tolerante con la imprenta durante su tiempo como director del comercio de libros (17501763). Apoyaba la represión sólo en caso de ofensas indignantes en contra de la religión, el
Estado o la moral. Sin embargo, también defendió las medidas severas en contra de libros que
causaban un cuarto tipo de ofensa, las “sátiras personales” o “libelos”. Sus autores,
enfatizaba, merecían ser castigados “con golpes propinados por las autoridades,
inmediatamente, sin apoyo de las Cortes”, pero sólo si calumniaban a “personas de
importancia”.12
Pierre Bayle había asumido una postura similar 62 años antes. En una “disertación sobre
los libelos difamatorios”, al final de su Dictionnaire historique et critique (1695-1697),
condenaba a los libelistas por lastimar el honor de los individuos y proponía que se
condenaran severamente. Al mismo tiempo, preocupado por el otro lado de la pregunta como
usualmente lo hacía, observó que la defensa más lograda en contra de los libelos era
ignorarlos, particularmente en los casos de las calumnias dirigidas en contra de los soberanos.
Nerón, apuntó irónicamente, se sacudía los libelos o simplemente exiliaba a sus autores,
mientras que Augusto los trató como crímenes de lèse majesté, meritorios de la pena de
muerte. Bayle no encontró nada que sostuviera la medida de Augusto, y al discutir incidentes
de libelos sediciosos entre los modernos, así como entre los antiguos, se mostraba partidario
de la tolerancia. Sin embargo, prevenía que si las circunstancias eran las adecuadas, los
libelos eran capaces de producir levantamientos. Sus efectos no podían predecirse, pero una
cosa era segura: “Que la lengua y la pluma de un hombre a veces son más útiles para una causa
que un ejército de 40 000 soldados”.13
A nivel conceptual, las ambigüedades aparecían en el punto en que la sátira se comenzaba
a nimbar de calumnia. Voltaire intentó delinear distinciones claras al diferenciar entre crítica,
sátira y libelo. Los críticos, como los describía él, presentaban sus argumentos con cuidado,
sin mencionar a nadie por nombre. Los satiristas iban de gane al atacar a individuos, aunque
no se metían con su vida privada. Y los libelistas intentaban destruir el honor de sus víctimas a
través de la difamación personal. Cualquiera que sea la validez de estas distinciones, Voltaire
les restó fuerza al utilizarlas en contra de sus enemigos, particularmente el abate PierreFrançois Desfontaines y Élie Catherine Fréron, a quienes él vilipendiaba tildándolos de
libelistas mientras recurría a tantos vituperios que hasta él mismo parecía libelista.14
Cuando las obras de referencia del siglo XVIII se aventuraban más allá de las definiciones
para incurrir en los comentarios también borroneaban las distinciones y se perdían en
ambigüedades. La explicación más franca aparecía en el Dictionnaire de Trévoux, de filiación
jesuita. Prevenía que los libelos pueden iniciar como una sátira cuya intención es únicamente
entretener, pero la gente común es crédula: da por cierta cualquier cosa, y la tendencia general
de atacar reputaciones podía causar daños serios al extenderse entre la gente civilizada, de
trato agradable y de espíritu cultivado (honnêtes gens). Más aún, el daño podía ser duradero
porque las historias infundadas con frecuencia lograban colarse a los libros de historia
propiamente dichos. En su sabiduría, los antiguos castigaban a los libelistas con la muerte,
como Augusto había determinado al definirlo como un crimen de lesa majestad. El
Dictionnaire de Trévoux no iba tan lejos, pero sí pedía represión severa para los libelistas de
la Francia contemporánea.15
En contraste, la Encyclopédie de Diderot y d’Alembert casi sugería una tolerancia general.
El artículo sobre libelle del caballero Louis de Jaucourt iniciaba con la definición
convencional —ampliada, sin embargo, para incluir canciones y cualquier tipo de obra
escrita, ya fuera en manuscrito o impresa, que atacara el honor y la reputación de un individuo
— y luego se distraía en una discusión sorprendentemente inconsistente de los temas más
amplios. Después de desaprobar los libelos por el daño que hacen al honor de las personas,
especialmente si aparecen impresos, Jaucourt iniciaba una discusión en favor de la libertad de
imprenta. Se acercó al tema desde la perspectiva que tomó Montesquieu en Del espíritu de las
leyes. En los despotismos, apuntó, los libelos no existen porque todos están sujetos a la
voluntad arbitraria del soberano, y nadie lee. En una monarquía liberal o ilustrada (monarchie
éclairée, una frase que aplicaba a Francia), en cambio, los libelos debían ser tolerados. El
ejemplo de Inglaterra mostraba que todo tipo de vituperios personales podían ser permitidos
sin que infligieran demasiado daño. En lugar de suprimir los libelos, los ingleses los trataban
con desdén (mépris); aquí el argumento de Jaucourt corría paralelo a un polo del debate al
interior del Ministerio del Exterior francés. La mugre que lanzaban los calumniadores no se le
pegaba a nadie, y al sacudírsela, los ingleses mantenían algo mucho más valioso: la libertad.
En monarquías más autoritarias, la adulación podía impedir que un príncipe percibiera el
verdadero camino a seguir, mientras que un libelo lo alertaría del peligro de la tiranía: “Es
con frecuencia a través de la licencia franca que las lamentaciones de los oprimidos penetran
en el trono, que no tiene conocimiento de ellas de otro modo”. Jaucourt, arrastrado por este
argumento, casi llegó a defender una libertad de prensa sin límites. Y luego, como si se
quedara anonadado por su propio radicalismo, se echó para atrás e insistió en que él no estaba
realmente a favor de la difamación. Continuó invocando todo tipo de consideraciones
convencionales acerca de la religión, la moralidad, los intereses del Estado y la necesidad de
mantener el orden social. Pero no podía dejar el tema ahí. Terminó con un osado non sequitur:
“Pero en un Estado bien conducido, yo no querría reprimir la licencia con medidas que
inevitablemente destruirían toda la libertad”.16
Louis-Sébastien Mercier desarrolló una versión posterior de este mismo argumento en un
capítulo sobre los libelos en su Tableau de Paris. Él también era partidario de la variedad
inglesa del “desdén” como la mejor política porque minimizaba el daño a la reputación al
tiempo que mantenía la libertad de prensa. Advertía que la persecución de los libelos sólo los
haría más deseables y por ello más creíbles. Si se les dejaba en paz, la mayoría de los
lectores los desacreditarían por juzgarlos ensañados o mendaces, excepto en casos cruciales,
cuando un autor patriótico se atrevía a exponer un abuso de poder y sus lectores le creyeran,
sin importar el carácter aparentemente difamatorio de su obra. ¿Cómo podían los lectores,
entonces, distinguir lo veraz de los ataques meramente difamatorios en contra de individuos?
Mercier no lo decía. Simplemente defendía la necesidad de libelos moderados y condenaba
los casos más extremos, esos producidos por escritores de poca relevancia (la basse
littérature), cuya desesperación por hacerse de dinero los llevaba a producir “acusaciones
atroces y gratuitas en contra de la vida privada de los príncipes y los individuos”.17
Una última fuente parece ofrecer una salida a estas contradicciones y ambigüedades
porque entrega una discusión extensa del tema bajo un título promisorio: Théorie du libelle
(Ámsterdam, 1775). Asume la forma de un “diálogo filosófico” entre dos personajes, “M.”, un
philosophe conocedor y acaudalado de la escuela fisiocrática (economistas que preferían el
libre mercado, especialmente en el sector agrario), y “P.”, un joven aspirante a escritor que
acaba de llegar a París de las provincias. P. comparte todas las ideas de los philosophes y
está deseoso de formar parte de ellos. También, como todos los nuevos reclutas, necesita
conseguir dinero. Por su parte, M. está en busca de un escritor talentoso para defender a los
philosophes de su enemigo más notorio, Simon-Nicolas-Henri Linguet. Para ello, ha reunido
todas las obras de Linguet invitado a P. a leerlas y refutarlas, y ahora espera a que P. llegue
con el manuscrito.
El diálogo tiene lugar en el moderno apartamento de M., en el faubourg Saint Germain. M.
da vueltas, frotándose las manos: “Un panfleto más… y estará acabado”.18 P. entra, con cara de
perplejidad. M. le pide el libelo. P. confiesa que no lo escribió. Pasó toda la noche leyendo
los libros de Linguet y le parecieron penosamente convincentes. M. le responde que no quiere
escuchar tonterías acerca de la validez de los argumentos de Linguet. Ha contratado a P. para
seleccionar pasajes de las publicaciones de Linguet, reacomodarlos para que parezca que se
contradicen entre sí y ridiculizarlo. La misión de P. era citar mal a Linguet y arrancar sus ideas
de sus contextos originales, no estudiarlas. Pero ¿qué de la verdad que hay en ellas?, pregunta
P. M., molesto por tan ingenua pregunta, explica que a los philosophes no les interesa la
verdad. Lo que quieren es dominar la opinión pública, y lo han hecho bastante bien gracias a
la ayuda de los censores y al apoyo de los salones. Han aprendido a manipular al público del
mismo modo que un caballero domina a un caballo en una academia de equitación, y su técnica
más eficaz ha sido la de oscurecer la reputación de sus enemigos. Este exabrupto le abre los
ojos a P. acerca de lo que realmente sucede tras las polémicas de París. Puede estar quebrado
y ser ingenuo, pero no tomará parte en este juego. M. puede contratar a otro asesino de
reputaciones. P. se marcha, ahora convencido de las ideas de Linguet y enemigo del mundo
novedoso de la philosophie.
Lejos de suministrar alguna teoría, entonces, la Théorie du libelle resultó ser otro libelo.
Su autor era el mismo Linguet, y su villano, “M.”, era el abate André Morellet, que había
ridiculizado a Linguet en su Théorie du paradoxe (Ámsterdam, 1775). Morellet también había
pretendido escribir una obra teórica, un estudio de un nuevo tipo de retórica basada en el uso
de la paradoja, y no en un ataque a un individuo. Evitó hacer referencias personales a Linguet,
a quien se refería sólo como “L.”, y se restringió a citar pasajes contradictorios de sus obras.
Sin embargo, acomodó las citas con tanto tino que claramente quería echar abajo la reputación
de Linguet como pensador serio. André Morellet también publicó su tratado de manera
anónima y con una dirección falsa, así que Linguet tenía cierta justificación para tratarlo como
un libelo. No obstante, contraatacó con tal vehemencia que su propio tratado fue condenado
como “libelo” por un edicto real el 2 de abril de 1775.19
Estas polémicas no hacen nada para aclarar los temas teóricos relacionados con el
concepto del libelo, pero revelan algo sobre la manera en que éste repercutía en la sociedad
del Antiguo Régimen. Linguet objetaba que en el llamado de Morellet podía discernirse la
adscripción específica a una clase. Como Rousseau antes que él y Robespierre después,
identificaba el ingenio con el mundo sofisticado de la élite parisina: “La difamación parece
ser uno de esos juegos de alta sociedad, uno de esos remedios contra el aburrimiento.
Alegremente sentado a la mesa a la hora de la cena y en las reuniones privadas es que uno le
corta el cuello a un ciudadano, uno lo vuelve un objeto de horror y de maledicencia pública”.20
Morellet asociaba a Linguet con la compañía opuesta. Primero citó un exabrupto de Linguet en
contra de los periodistas, “que forman el último peldaño en el orden de la literatura, en
contubernio con los burdos difamadores… escritores a destajo de escaso mérito, empleados
por libreros, asesinos literarios a sueldo, compiladores de extractos a tanto la hoja”.21
Enseguida comentaba que Linguet se había convertido en periodista.
Cuando los diplomáticos franceses les tomaron la medida a Linguet y otros escritores
exiliados en Londres, ellos tampoco vieron otra cosa que venalidad y vulgaridad: las
cualidades de “la chusma”, como lo dijo Adhémar. Según esas formulaciones, había cierta
afinidad entre las maneras literarias y las maneras sociales. Los escritores en el fondo del
mundo literario adoptaban estilos y géneros que los distinguían de aquellos en la parte alta.
Claro, algunos en la élite habían tenido orígenes modestos (Morellet era hijo de un pequeño
comerciante de papel en Lyon), y entre los escritores de poca monta había quienes intentaban
escribir con gran refinamiento (Manuel intentó asumir el elegante y sublime tono de las bellas
letras en sus Essais historiques, critiques, littéraires et philosophiques, y Pelleport, un
aristócrata déclassé, llenó Les Bohémiens con alusiones clásicas). La oposición entre los de
abajo y los de arriba en las filas de la República de las Letras no puede ser reducida a una
fórmula simple. Pero cuando los autores se enfrascaban en polémicas elegían las armas que
mejor funcionaban desde las posiciones que ocupaban. Morellet, Chénier y Rivarol
aguijoneaban a sus oponentes con ingenio. Linguet, Manuel y Brissot los aporreaban con
retórica. La difamación, como una forma de retórica, era el arma favorita de los escritores en
los niveles más bajos de la República de las Letras.
Pero la retórica, como lo demostró Morellet en su Théorie du paradoxe, aparecía en una
variedad de formas, incluido el ingenio agresivo. ¿Había algo específico de la retórica del
libelo? ¿Formaban los libelos un género peculiar de la literatura? La característica que los
distingue, en el uso contemporáneo así como en las definiciones de diccionario, es la intención
de hacer daño a la reputación de un individuo. Cuando los parisinos se quejaban de los libelos
ante la policía, subrayaban la naturaleza personal de la ofensa. “Este libelo, según consta,
contiene algunos insultos atroces y fabricados que buscan destruir mi honor y mi reputación”,22
escribió un marqués que exigía que el teniente general tomara acción inmediata. Linguet
expresó la misma idea: “Un libelo bien dirigido puede echarlo todo de cabeza, provocar un
cambio en la opinión y dominarla, destruir a un hombre irrevocablemente”.23 Incluso Jean-Paul
Marat, quien se especializaba en denuncias, hizo la misma objeción: “¿Quieres obliterar a un
individuo aislado, sin defensas, sin apoyo? Entonces calúmnialo en un libelo”.24
En ocasiones, sin embargo, los libelos ofendían a autoridades públicas sin atacar a
individuos. El 30 de junio de 1775 el Parlamento de París condenó dos obras como “libelos”:
Catéchisme du citoyen, ou éléments du droit public français y L’Ami des lois. Ninguno de los
dos libros difamaba a figura pública alguna. Eran tratados políticos, que, según el Parlamento,
“conscientemente malinterpretan el verdadero carácter del poder soberano; se esfuerzan
notablemente por debilitar los vínculos que unen al pueblo con el monarca”. El Parlamento
deploraba en especial el hecho de que esas obras discutieran abiertamente los asuntos de
gobierno, que antes se mantenían ocultos tras de un velo de secreto —el famoso arcana
imperii del arte de gobernar de la modernidad temprana—. Por eso, un libelo podía tratar la
vida secreta del Estado, así como la vida secreta de un individuo. Escribir libelos era una
cuestión de hacer público lo privado, de revelar secretos, comúnmente con el propósito de
dañar la reputación de una persona, pero algunas veces con la intención más amplia de exhibir
las actividades del gobierno.25
Dado este consenso general acerca de la naturaleza de los libelos, es probable que los
franceses del siglo XVIII reconocieran uno al verlo. Pero los libelos aparecían en toda forma y
tamaño. Muchos eran panfletos de apenas algunas páginas, por lo general ocho, de medio
pliego de papel barato, que podía ser impreso por los dos lados, doblado, cosido y cortado
para formar un librillo primitivo con un gasto pequeño de capital. Otros aparecían como
ediciones imponentes y de varios volúmenes, impresas y empastadas con cuidado. Los
encuadernados variaban, porque los clientes con frecuencia compraban libros en pliegos y los
mandaban encuadernar según sus gustos. La tipografía y el diseño de los libelos tendían a ser
descuidados, ya que circulaban entre el sector popular del comercio de libros. Todos eran
ilegales; ninguno estaba amparado por nada parecido al copyright. Así que los editores se
pirateaban unos a otros con frenesí, y los best sellers pasaban por muchas ediciones, muchas
de ellas baratas: esto es, de 20 a 30 sous (el equivalente de un día de trabajo de un trabajador
no calificado o de tres barras de pan de cuatro libras). Sin embargo, las ediciones también
podían ser hermosas. Vie privée de Louis XV, un libro popular reimpreso por lo menos tres
veces durante la década de 1780, contenía docenas de grabados distribuidos a lo largo de
cuatro sustanciosos volúmenes. Si estaba empastado en piel de becerro con decorados de oro
podía verse impresionante, como si dijera, con toda su corporalidad: “Aquí hay una relación
sólida y confiable de medio siglo de historia”. Las Mémoires secrets pour servir à l’histoire
de la république des lettres en France prometían contar con una cobertura todavía más
extensa. La obra llegó a 36 volúmenes, suficientes para llenar un estante.
Los títulos sirven mejor que el tamaño como indicadores. Cualquier cosa con las palabras
“secreta” o “privada” en el título probablemente era un libelo, especialmente si el adjetivo
estaba conectado con un sustantivo como “vida”, “memorias” o “historia”. Los títulos más
comunes en la literatura del libelo en el siglo XVIII comenzaban con “La vida privada de…” o
“La vida secreta de…”, aunque algunas vidas privadas podían ser biografías inocentes que
pretendían halagar, no herir, a sus sujetos, como en el caso de Vie privée du général
Buonaparte. Los libelistas gustaban de presentarse anónimamente como espías, abrevando de
la tradición popular del seudoorientalismo. L’Espion chinois y L’Espion turc revelaban
amoríos junto con asuntos de Estado a un público amplio. Después de presentarse como un
espía chino, Ange Goudar cambió de disfraz y recicló chismes en L’Espion français à la cour
de Londres. La fascinación francesa por todo lo que fuera inglés también daba una vía para la
circulación del muy popular Espion anglais, cuyo subtítulo parecía especialmente atractivo:
Correspondance secrète entre milord All’eye et milord All’ear. Correspondencias falsas de
todo tipo también servían como cubierta para los pliegos de chismes: Lettres iroquoises y
Lettres chérakéesiennes explotaron una veta de exotismo que provenía no del Oriente, sino de
un Nuevo Mundo apenas vuelto ficción. De las “cartas” a la “correspondencia”, las
“memorias” o el “diario”, los títulos jugaban con infinitas variaciones del tema de unas cartas
descubiertas en portafolios perdidos, secretos intercambiados a través del correo y
confidencias expresadas en diarios. Las ficciones eran transparentes, pero añadían sabor a las
revelaciones prometidas, y cumplían la función de alertar al lector sobre lo que podían
esperar: la exhibición de secretos.
Así pues, ¿ se adentraban los libelos en el periodismo y hasta en la ficción? Sin duda. Las
Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France, el Journal
historique de la révolution opérée dans la constitution de la monarchie française par le
chancelier de Maupeou y la Correspondance secrète et familière du chancelier du Maupeou
avec Sorhouet —todos ellos best sellers— ofrecían relatos periodísticos de sucesos, al
tiempo que enlodaban la reputación de los individuos. Los libelos se presentaban con
frecuencia como periódicos, gacetas y crónicas. Algunos eran versiones impresas de gacetas
de puño y letra (gazettes à la main) que eran el pan de escritores de poca monta como Imbert
de Boudeaux. Imbert también reciclaba historias de sus boletines manuscritos —y de las obras
de otros autores— en una especie de antología conocida como chronique scandaleuse.
Publicó un libro con ese título, precisamente, La Chronique scandaleuse, lo que muestra que
los libelos anticipaban algunos aspectos de la prensa amarillista moderna. Los lectores podían
disfrutar de tales obras como una combinación de hechos y ficciones. Muchas estaban
diseñadas para ser leídas de la misma manera que las romans à clef. Mémoires secrets pour
servir à l’histoire de Per-se difamaba a Luis XV y a todas las figuras de su Corte, a quienes
presentaba como pachás y ulemas. Incluía una clave elaborada y un índice biográfico para que
el lector pudiera identificar a todos los personajes. En este aspecto, se parecía a dos obras
contemporáneas de ficción que también escondían ataques contra el rey y sus amantes con
seudónimos vinculados a la clave: Tanastès y Les Amours de Zéokinizul, roi des Kofirans.26
Algunas de estas obras cubrían tanta historia contemporánea que podían ser tomadas en
serio como narrativas históricas sazonadas con un poco de escándalo. Mémoires secrets pour
servir à l’histoire de Perse, que probablemente escribió Antoine Pecquet, un oficial
disgustado con la oficina del Exterior, incluía una historia de Francia, de 1715 a 1744,
sorprendentemente detallada e inteligente.27 La palabra “historia” aparece por todos lados en
los títulos, especialmente en Histoire secrète de la cour de Berlin (1789) de Mirabeau, pero
también en obras menos conocidas e igualmente ilegales como Histoire secrète des intrigues
de la France en diverses cours de l’Europe (1713) e Histoire secrète de Bourgogne (1782).
Dado que “histoire” significaba tanto historia como relato, estas obras prometían a sus clientes
potenciales una narrativa que combinaría el escándalo con la información acerca de hechos
actuales. Es más, “histoire” también connotaba biografía; de modo que las historias con
frecuencia se insertaban en las largas series de “vidas privadas”. Así Histoire secrète des
premières amours d’Elizabeth, d’Angleterre (1697), Histoire secrète de Jean de Bourbon,
prince de Carency (1709), e Histoire secrète de la reine Zarah et des zaraziens, ou la
Duchesse de Marlborough démasquée: Avec la clef pour l’intelligence de cette histoire
(1708). Los dobles sentidos y las alusiones superpuestas no engañaban a los lectores; al
contrario, los títulos les informaban qué podían esperar en una gran variedad de géneros.
Desafortunadamente, la idea de género no ayuda mucho a caracterizar los libelos.
Consideremos las obras que aparecen en la línea que va de Morande a Manuel. Pertenecen a
muchos géneros: crónica (Le Gazetier cuirassé), poesía (Les Amours de Charlot et Toinette),
diálogo dramático (Les Petits Soupers et les nuits de l’Hôtel Bouillon), reportaje (Le Diable
dans un bénitier), historia (La Police de Paris dévoilée), correspondencia (Lettres originales
de Mirabeau) y biografía (Vie secrète de Pierre Manuel). Todos estos libros fueron
considerados libelos en su tiempo, y todos se apegan a las definiciones contemporáneas de
libelo; sin embargo, se extendían hacia media docena de géneros. Pertenecen al mismo linaje y
tienen bastantes aires de familia, pero carecen de afinidad genérica. ¿Cómo entonces organizar
los libelos como un corpus literario?
En lugar de intentar imponer un sistema de clasificación sobre material tan heterogéneo,
me parece más útil estudiar las cualidades que los libelos tienen en común. El procedimiento
es inevitablemente subjetivo, pero ofrece una vía para entender el carácter peculiar de la
literatura del libelo. Después de leer una gran cantidad de libelles franceses de los siglos XVII
y XVIII, seleccioné algunos textos típicos, los dividí en sus partes constitutivas y estudié la
manera en que estos elementos se combinan. Descubrí que, tanto en extensas historias como en
pequeños panfletos, los libelos generalmente utilizan las mismas piezas de construcción. Su
unidad básica es un artículo breve acerca de un suceso, usualmente de naturaleza escandalosa.
El libelista lo presenta como auténtico, aunque pueda revestirlo con retórica para obtener
ciertos efectos: espanto, horror, entretenimiento, enfado, indignación u otras respuestas de
parte de los lectores a los que implícitamente se dirige. Los franceses con frecuencia se
referían a estos artículos como “anécdotas”, una palabra que connotaba información oculta
más que habladurías, como sucede en el uso común actual. También los llamaban nouvelles, es
decir, noticias; esto es, relato factual de eventos, representaciones de cosas que sucedieron en
realidad, algo similar a “noticias duras”, como decimos ahora, a pesar del lenguaje exagerado
que utilizaban para describirlas.
Estas pepitas de noticias eran el material irreductible y mínimo de que se componían los
libelos. Podían combinarse de muchas maneras, pero en sí mismas estas noticias son cortas,
con frecuencia de un párrafo de unos cuantos enunciados. Aquí hay un ejemplo típico tomado
de La Chronique scandaleuse de Imbert (publicada en un volumen en 1783, ampliada a dos
volúmenes en 1784, a cuatro volúmenes en 1785 y reimpresa con un quinto volumen en 1791):
“Un día el duque de *** sorprendió a su amada esposa en los brazos del tutor de su hijo. La
digna señora le dijo con toda la impudicia de una duquesa: ‘¿Por qué no estaba ahí, Monsieur?
Cuando no tengo a mi propietario terrateniente, le tomo el brazo a mi lacayo’”.28 La misma
nouvelle, apenas reescrita, aparece en La Police de Paris dévoilée (1790) de Manuel: “El
duque de… sorprendió a su esposa en brazos del tutor de su hijo. Ella le dijo a él con toda la
impudicia de una cortesana: ‘¿Por qué no estaba ahí, Monsieur? Cuando no tengo a mi
propietario terrateniente, le tomo el brazo a mi lacayo’”.29 Los libelistas constantemente
tomaban material de los demás y de fuentes en común, así que no hay nada sorprendente en el
hecho de que Manuel repitiera la misma anécdota siete años después de Imbert. Él, no
obstante, la ubicó en un contexto diferente, rodeada de historias acerca de la depravación de
los aristócratas y los abusos de poder de los ministros. Imbert insertó la anécdota entre otros
incidentes entretenidos, así que su libelo podía leerse como un libro de bromas. Su carácter
jocoso era aparente desde su índice, que clasificaba sus entradas bajo encabezados como
“agudezas”, “historias graciosas”, “caricaturas”, “cornudos”, “retruécanos” y “pasquinadas”.
Una lectura atenta de todos los libelos publicados entre 1770 y 1800 revelaría
innumerables casos de anécdotas extraídas de una publicación e insertadas en otra. Describir
este hurto como plagio sería anacrónico; era práctica común entre los libelistas, e ilustra la
manera en la que trabajaban. Recababan material de toda fuente a su disposición y la reunían
de la manera que más conviniera a su propósito: como memorias escandalosas, historias
sediciosas, gazettes à la main, crónicas, seudocorrespondencia, panfletos, y popurrís. La
información estaba disponible por todos lados en el París del siglo XVIII; flotaba en el aire y
podía ser arrancada de conversaciones y otras formas de intercambio oral descritas como
“rumores públicos”, “decires”, “agudezas”, “frases a la Pont Neuf” y “canciones”. Cuando se
las reducía por escrito cristalizaban como noticias: nouvelles o anecdotes. Los libelistas
combinaban estas noticias listas para usarse en un proceso de bricolage. La manera de
ensamblarlas afectaba el significado, de tal manera que la misma anécdota podía verse como
una broma en un contexto y como una crítica en otro. En el caso de las narrativas complejas, se
requerían habilidades considerables para producir el efecto deseado. Un libelista talentoso
como Pelleport podía describir escenas, mezclar diálogo con descripción y trabajar su historia
hasta llegar a un desenlace dramático. Los escribidores primitivos como el autor anónimo de
Vie secrète de Pierre Manuel cosían improvisadamente segmentos diversos sin importarles la
coherencia o la cronología. Las maneras de construir libelos variaban tanto como los géneros
a los que éstos se adaptaban; la composición de libelos era un medio flexible por excelencia.
Pero todos los libelos tenían el mismo carácter general y los mismos componentes básicos.
Manipulaban el sistema de información de su tiempo al extraer material de una gran variedad
de fuentes, lo rediseñaban y lo reinsertaban de un modo pensado para provocar el mayor daño.
Los libelos eran un poderoso método de comunicación. Los gobiernos tenían razón en
temerles, tanto durante el Antiguo Régimen como durante cada etapa de la Revolución.
1
Muchas discusiones modernas sobre este tema toman como punto de partida el famoso ensayo de Jean-Paul Sartre,
“Qu’est-ce que la littérature?”, publicado en Temps modernes de febrero a julio de 1947, y Roland Barthes, Le Degré zero de
l’écriture, París, 1965 [El grado cero de la escritura. Nuevos ensayos críticos, Siglo XXI Editores, México, 1973].
2
Cuando los individuos privados se consideraban calumniados podían llevar su caso a las cortes civiles, pero con frecuencia
se abstenían de hacerlo para evitar la desagradable publicidad. En términos legales, el libelo involucraba la difamación escrita y
podía ser perseguido como un crimen o un agravio, mientras que la calumnia era la difamación por habladurías y se limitaba a
acciones de agravio. Pero no había un límite claro que separara los dos términos en el uso ordinario. Véase C. R. Kropf, “Libel
and Satire in the Eighteenth Century”, Eighteenth-Century Studies, vol. 8, 1974-1975, pp. 153-168, y Philip Hamburger, “The
Development of the Law of Seditious Libel and the Control of the Press”, en Stanford Law Review, vol. 37, 1985, pp. 661-765.
3
Claro, las personas que se consideraban difamadas por un libelo podían llevar su caso a la Corte, pero la acción legal no
era una opción viable para una persona eminente que buscara reparaciones de parte de un oscuro y anónimo escritor de poca
monta. Los casos en la Corte sobre libelo generalmente concernían a individuos ordinarios en las clases medias de la sociedad.
Como ejemplo de un caso así, véase Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France,
Londres, 1771-1789, 30 de diciembre de 1784.
4
He compilado estas estadísticas a partir de Frantz Funck-Brentano, Les Lettres de cachet à Paris…, op. cit. La categoría
más amplia de ofensas era “jansénisme”, aunque el término cubría todo tipo de actividades además de la edición. Los “délits de
la librairie” indiferenciados también eran una categoría grande, pero no se puede determinar el tipo de publicaciones que cubría
sin consultar los expedientes individuales.
5
Sobre los libelos durante la primera mitad del siglo XVII, véase Christian Jouhaud, “Les libelles en France dans le premier
XVIIe siècle: Lecteurs, auteurs, commanditaires, historiens”, XVIIe siècle, vol. 49, 1998, pp. 203-217. No hay un estudio general
sobre los libelos en la Europa de la modernidad temprana.
6
Utilicé la edición de 1691: Antoine Furetière, Dictionnaire universel, La Haya y Róterdam, 1691. El modo de frasear es
casi igual en las entradas sobre libelle en el Dictionnaire de Trévoux, Trévoux, 1704, y las ediciones del siglo XVIII del
Dictionnaire de l’Académie Française restringen su definición a dos palabras: “escrito injurioso”. Samuel Johnson no va
mucho más allá en su entrada libel en su Dictionary of the English Language, 4a ed., Dublín, 1775: “Sátira; escrito
difamatorio; epigrama mordaz”.
7
Véase libelle en La Grande Encyclopédie, inventaire raisonné des sciences, des lettres et des arts, París, 1886-1902,
y en Larousse, Grand Dictionnaire universel…, op. cit. Para la época de Augusto, los romanos usaban libellus para
referirse a un panfleto difamatorio. El Oxford Latin Dictionary, P. G. W. Glare, ed., Oxford, 1996, p. 1022, registra su uso en
los Anales de Tácito: “Augustus fue el primero en conducir procesos sobre panfletos calumniosos (famosi libelli) bajo el
pretexto de la ley de lesa majestad (maiestas)”. Por esta y otra información acerca de los libelos entre los antiguos estoy en
deuda con Christopher Jones y Peter Brown.
8
Véase el artículo sobre él en el Allgemeine Deutsche Biographie, Berlín, 1887; reimp. 1970, p. 24. Estoy en deuda con
Martin Muslow por esta referencia y por información general acerca de las disputas humanistas.
9
Libelle, en el Grand dictionnaire universel du XIXe siècle…, op. cit. Pierre Bayle comentó el edicto de 1561, su
renovación en 1577 y otras medidas en contra de los libelos en su “Dissertation sur les libelles diffamatoires” al final de su
Dictionnaire historique et critique [1695-1697], París, vol. 15, 1820, pp. 160-169.
10
Libelle, en el Grand dictionnaire universel du XIXe siècle…, op. cit.
11
Para ejemplos de uso, véanse libelle en Grand Larousse de la langue française, París, 1975; Le Grand Robert de la
langue française, París, 2001, y Trésor de la langue française: Dictionnaire de la langue du XIXe et du XXe siècle (17891960), París, 1971-1994.
12
Malesherbes, Mémoires sur la librairie. Mémoire sur la liberté de la presse, Roger Chartier, ed., op. cit., pp. 101-102.
Malesherbes también comentó que los censores reales con frecuencia eran incapaces de detectar comentarios difamatorios
velados acerca de los notables, porque los censores no pertenecían al mundo elevado de las “gens… considérables”, p. 91.
13
Pierre Bayle, “Dissertation sur les libelles diffamatoires”, en Dictionnaire historique et critique, op. cit., vol. 15, p. 173.
14
Voltaire, “Mémoire sur la satire à l’occasion d’un libelle de l’abbé Desfontaines contre l’auteur”, en Oeuvres complètes
de Voltaire, París, 1739; 1879, vol. 23, pp. 47-64.
15
Libelle, en Dictionnaire de Trévoux.
16
Libelle, en Encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, París y Neuchâtel, 17511772.
17
Mercier, Tableau de Paris, op. cit., Jean-Claude Bonnet, ed., vol. 2, p. 28. Como un ejemplo de la difamación unida a la
avaricia, Mercier alude a las actividades de Goupil, vol. 2, p. 27.
18
Simon-Nicolas-Henri Linguet, Théorie du libelle, ou l’art de calomnier avec fruit, dialogue philosophique pour
servir de supplément à la Théorie du paradoxe, Ámsterdam, 1775, p. 11.
19
Bibliothèque Nationale de France, ms. fr. 22101. La sentencia del Consejo (“l’arrêt du Conseil”) condenó el libro como un
“libelle… contenant d’ailleurs des injures, des déclamations et calomnies contre des personnes dignes de l’estime et de la
confiance publique” [“un libelo… que contenía por cierto injurias, reclamos y calumnias en contra de personas merecedoras de
estimación y de la confianza pública”].
20
Linguet, Théorie du libelle…, op. cit., pp. 223-224.
21
Théorie du paradoxe, op. cit., p. 128.
22
Una carta del marqués de Favras al teniente general de la policía citada en Manuel, La Police de Paris dévoilée, op.
cit., vol. 1, p. 111. Véase un ejemplo similar en ibid., vol. 1, p. 224.
23
Linguet, Théorie du libelle…, op. cit., p. 9.
24
Jean-Paul Marat, Offrande à la patrie, ou discours au tiers-état de France, 1789, p. 25.
25
Bibliothèque Nationale de France, ms. fr. 22101. El edicto deploraba la tendencia de los libelos a debilitar a la monarquía
al exponer los secretos internos de su gobierno: “Heureuse la France si ces problèmes politiques fussent toujours demeurés sous
le voile dont la prudence de nos pères avait enveloppé tout ce qui concerne le gouvernement et l’administration, pour ne point
exciter de fermentation dans les esprits… Les auteurs de ces deux ouvrages ne cherchent qu’à détruire toute subordination
dans les corps politique de l’État” [“Feliz sería la Francia si estos problemas políticos permanecieran siempre bajo el velo en que
la prudencia de nuestros padres envolvía todo lo concerniente al gobierno y la administración para que no se agitaran los ánimos
en los espíritus… Los autores de estas dos obras no buscan más que destruir toda subordinación en el cuerpo político del
Estado”]. Malesherbes también denunciaba a la escritura polémica que desafiaba la autoridad del rey pero no difamaba a
ninguno de los individuos como “libelles téméraires”. Malesherbes, Mémoires sur la librairie…, op. cit., p. 57.
26
Para una discusión más extensa acerca de la lectura y las romans à clef, véase mi ensayo, “Mlle Bonafon and the
Private Life of Louis XV: Communication Circuits in Eighteenth-Century France”, Representations, verano de 2004, pp. 102124.
27
En su edición de Anecdotes curieuses de la cour de France sous le règne de Louis XV, París, 1908, pp. xcvii-c, ciii,
Paul Fould disputa esta atribución estándar y argumenta que las Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse,
Ámsterdam, 1745/Berlín, 1759, fueron escritas por François-Vincent Toussaint. Asegura que las Anecdotes curieuses eran una
versión previa de Mémoires secrets, escritas por Toussaint sin usar el escenario persa para camuflar los nombres. Fould da
algunas evidencias importantes, pero no me parece del todo convincente, particularmente porque Pecquet recibe un tratamiento
inusualmente favorable, algo que suena como a un ruego especial, en las Mémoires secrets…, op. cit., Berlín, 1759, pp. 94-95.
28
Imbert de Boudeaux, La Chronique scandaleuse, ou Mémoires pour servir à l’histoire de la génération présente,
contenant les anecdotes et les pièces les plus piquantes que l’histoire secrète des sociétés a offertes pendant ces
dernières années, París, 1791, vol. 1, p. 37.
29
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 2, p. 123.
XXII. ANÉCDOTAS
HAY UNA palabra que aparece por todos lados en los títulos y los textos de los libelos y que es
especialmente desconcertante para los lectores del siglo XXI: “anécdotas”. Para nosotros
sugiere un relato casual que tal vez no sea muy confiable, como lo indica la expresión
“evidencia anecdótica”. Para los europeos del siglo XVIII, en cambio, significaba casi lo
contrario: una anécdota era un pedazo de información sólida pero que había sido ocultada y
requería ser desenterrada o develada. A diferencia de otro tipo de información, entonces, tenía
un atractivo especial. Lo más probable es que fuera escandalosa.
El diccionario de la Académie Française definía “anécdota” como un “suceso o una
circunstancia (particularité) de historia secreta, que ha sido omitida o suprimida por los
historiadores anteriores”. Apuntaba que las anécdotas tendían a ser satíricas así como
históricas; de ahí el supremo ejemplo de su uso: La historia secreta de Procopio.1 Procopio,
el historiador bizantino del siglo VI d. C., desarrolló un nuevo modo de representar el pasado
reciente. Además de su relato casi oficial de las guerras libradas durante el reinado del
emperador Justiniano contra los persas, vándalos y godos, escribió una obra —anónima y que
circuló de manera póstuma para protegerlo de la ira de sus superiores— que abría un camino
para todos los libelistas que le siguieron. Conocida como Anecdota en griego, comúnmente se
le conocía como Historia arcana en latín e Historia secreta en español. Como indicaban los
títulos, Procopio vinculó la noción de anécdotas con la de historia secreta, la cual exhibiría
las actividades ocultas de los gobernantes y las explicaciones subyacentes de los eventos. La
Anecdota presentaba a Justiniano, su consorte Teodora, su general Belisario y a otras grandes
figuras en un modo que difería completamente de las historias de guerra de Procopio. En lugar
de aparecer como héroes conquistadores y dignatarios llenos de majestad, resultaba que, al
verlos de cerca, eran taimados y despreciables, y sus fallas personales eran la causa del
lamentable estado del Imperio romano. Al atacarlos, entonces, Procopio exhibía el lado
secreto del arte de gobernar: el arcana imperii, como se conoció en la Europa de la
modernidad temprana.2
La noción de anécdotas de Procopio era particularmente atractiva para los escritores y
lectores de la Francia del siglo XVIII, cuando los asuntos públicos se consideraban los asuntos
privados de los gobernantes o, como lo expresaba la frase, le secret du roi. El artículo sobre
“anécdotas” en la Encyclopédie subrayaba esta connotación del término: “Anécdotas, el
nombre que los griegos le daban a las cosas que se daban a conocer al público por primera
vez… Esta palabra se usa en literatura para significar la historia secreta de los hechos que
ocurrieron al interior del gabinete o en las Cortes de los príncipes y en los misterios de sus
políticas”. La Encyclopédie citaba a Procopio como un escritor entre los antiguos que había
perfeccionado las anécdotas como un arma de abuso. Horacio, Juvenal, Petronio y muchos
otros se habían vuelto expertos en la sátira, pero sólo Procopio sabía cómo denigrar a los
grandes al exhibir sus vidas privadas.
Aunque no se referían con frecuencia a Procopio, los libelistas en el siglo XVIII utilizaban
las anécdotas como él lo había hecho: como una manera de revelar el lado oculto de la
historia, historia entendida como un relato del pasado reciente, o de hechos actuales. Los
libelistas, entonces, se presentaban como historiadores. Decían que relataban los hechos. Pero
se escondían bajo una cubierta de anonimato porque, al revelar los secretos verdaderos en el
corazón del sistema de poder, se arriesgaban a encontrarse con la Bastilla, las galeras o el
patíbulo. Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry, el libelo más popular de los años
prerrevolucionarios, hacía estas afirmaciones explícitamente en su prefacio.
Aunque esta obra es una muy completa vida de Madame la condesa du Barry, el autor ha preferido darle el
modesto título de Anécdotas para evitar toda sugerencia de pretención. De esta manera se ha liberado del orden
formal y la gravedad estilística que habría exigido una introducción más imponente… Pero nadie debe creer que al
reunir laboriosamente tanta [información], ha incluido desconsideramente la gran cantidad de absurdos y fábulas
que se cuentan acerca de esta famosa cortesana… Como será patente, el autor cita evidencia para todo lo que
asegura, desde su nacimiento hasta su retiro. En este sentido ha respetado las reglas escrupulosas del historiador.3
El autor anónimo continuó insistiendo en que una biografía rigurosa de este tipo no se
podía considerar un “libelo”, pero también prometía sazonar su texto con algunos “detalles…
muy picantes”, y lo llenó con tanto material escabroso sobre su antiheroína que nadie podía
dejar de reconocer su carácter difamatorio. Al pretender que no escribía un libelo,
simplemente reafirmaba su declaración de estar escribiendo la verdad. Y al dar a su obra el
título de “Anécdotas”, reivindicaba su derecho a decir que escribía como un historiador; un
historiador al estilo de Procopio, de los historiadores que revelaban secretos ocultos.
Entonces, sus lectores podían esperar entretenimiento. A contracorriente de las historias
académicas de corte pesado, afirmaba el prefacio, Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry
proveía entretenimiento al tiempo que instruía. Tenía algo para todos, desde lo filosófico a lo
frívolo. Era una historia que se leía como una novela.
Eso era, claro, labia de vendedor. Los prefacios con frecuencia intentaban atraer a los
lectores con retórica de este tipo, así que no pueden tomarse al pie de la letra. Pero se pueden
estudiar en busca de las suposiciones implícitas en su propuesta de ventas. Al promover sus
bienes de esta manera, indicaban qué era lo que promovían y qué podían esperar los lectores.
Otras estrategias —títulos, subtítulos, direcciones de publicación, prólogos, notas al pie,
apéndices, ilustraciones, el diseño en general— daban señas similares. La manera en que las
obras difamatorias se presentaban a sí mismas revela una gran cantidad de cosas acerca de su
carácter y acerca del modo en que esperaban ser leídas.
Los libelistas nunca se referían a sus obras como libelos, porque la expresión era
demasiado negativa y podía minar su aseveración de decir la verdad. Preferían términos como
historia o memorias, mezclados libremente con referencias a “anécdotas” como para transmitir
un aura de autoridad. Una continuación de Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry
censuraba a su autor por esconder el carácter difamatorio de su libro al usar de manera
errónea el término “anécdotas” en su título; y luego, después de reivindicar su carácter de
documento veraz, volvía a trabajar sobre el mismo material en un modo igualmente
difamatorio.4 La Chronique scandaleuse intentó dar credibilidad a sus habladurías al incluir
las palabras clave “anécdotas” e “historia secreta” en un subtítulo muy elaborado: La
Chronique scandeleuse, ou Mémoires pour servir à l’histoire de la génération présente,
contenant les anecdotes et les pièces fugitives les plus piquantes que l’histoire secrète des
sociétés a offertes pendant ces dernières années. Muchos libelos se hacían pasar como las
memorias o la correspondencia de las personas que difamaban. Los presuntos editores de
estas publicaciones escribían prefacios en los que garantizaban su autenticidad y explicaban su
origen: habían sido robadas por secretarios privados o halladas en cajones secretos o
descubiertas en portafolios perdidos. Ficciones así de transparentes aparecían por toda la
literatura legal del Antiguo Régimen, especialmente en las novelas epistolares. Los lectores
del siglo XVIII estaban familiarizados con ellas y sabían aceptar su carácter artificial. Pero la
envoltura retórica de un libelo no necesariamente invalidaba la información que contenía.
¿Qué tan ajustadas a la verdad de los hechos eran las anécdotas al interior de las historias
secretas, crónicas escandalosas y memorias falsas? No podían ser medidas contra ningún
criterio objetivo, así que los lectores del siglo XVIII tenían que distinguir lo auténtico de lo
artificial como mejor pudieran. Pero ese tipo de lectura —ir cazando las verdades ocultas de
las narrativas artificiosamente elaboradas, cribar los hechos a partir de la ficción— se había
convertido en práctica común en la Francia de los siglos XVII y XVIII. Era algo con lo que
alguien que hubiera leído a autores clásicos como La Rochefoucauld, La Fontaine y La
Bruyère (como se explicó en el capítulo VI), quienes habían entrenado su percepción
trabajando los acertijos y los juegos de palabras en los periódicos populares como el Mercure
de France, L’Année littéraire y Le Journal de Paris, estaría familiarizado. Aplicado a hechos
actuales, le prestaba una fascinación especial al desciframiento de los libelos.
Algunas colecciones de anécdotas aprovecharon este modo de lectura al adoptar un tono
juguetón y presumir de su carácter semificticio. Las presentaciones de Portefeuille d’un talon
rouge contenant des anecdotes galantes et secrètes de la cour de France (1783) y Le
Portefeuille de madame Gourdan, dite la comtesse, pour servir à l’histoire des moeurs du
siècle et principalement de celle de Paris (1783) no debían tomarse en serio. En cambio,
estos supuestos “portafolios” adicionaban sabor a sus contenidos al pretender ser la
correspondencia entre dos improbables corresponsales: un cortesano omnisciente y una
madame tristemente célebre de un burdel parisino. El mismo artificio obvio caracterizaba a
los “espías” que podían descubrirse a lo largo de toda la literatura del libelo. Pocos lectores
se habrían creído que un turco compuso L’Espion turc dans les cours des princes chrétiens
(1742), que un chino había escrito L’Espion chinois, ou l’envoyé de la cour de Pékin (1742),
o que un canalla narrara la Histoire d’un pou français, ou l’espion d’une nouvelle espèce
(1781). Para un francés no era necesario saber mucho inglés para dudar de la autenticidad de
Lord All’Eye y Lord All’Ear, quienes intercambiaban cartas en L’Espion anglais, ou
correspondance secrète entre milord All’Eye et milord All’Ear (1777). Y también un gran
escepticismo habría rondado a las identidades de los autores de Lettres iroquoises (1752),
Lettre cherakéesiennes (1752) y Lettres d’un sauvage dépaysé (1738). Voltaire se burló de
todas estas obras en sus Lettres chinoises, indiennes, et tartares (1776), siendo ésta su última
palabra sobre un género que floreció desde las Lettres persanes de Montesquieu.
La sátira epistolar de este tipo era un elemento cotidiano en la literatura del siglo XVIII.
Los lectores no tenían que creer en la autenticidad de los persas, chinos, iroqueses y demás
corresponsales exóticos para aceptar la veracidad de las anécdotas que contaban, o por lo
menos para detectar un grano de verdad escondido tras las ficciones obvias. Mucha de esta
literatura era ligera y pretendía ser tomada en serio sólo a medias. Pero las historias secretas
que abordaban el secret du roi, la vida privada del rey, sus amantes y ministros, eran otro
asunto. Las Mémoires de l’abbé Terray (1776) eran tanto ficticias como sediciosas. Y la muy
popular Correspondance secrète et familière de M. de Maupeou avec M. De Sor***,
conseiller du noveau parlement (1771), a pesar de ser obviamente fabricada, probablemente
hizo más para desacreditar el ministerio de Maupeou que ninguna otra obra. Las anécdotas
podían hacer daño, incluso cuando estaban despachadas en los disfraces más improbables.
Las injurias dirigidas en contra de las amantes reales podían ser especialmente dañinas.
Tanto Madame de Pompadour como Madame du Barry fueron atacadas en memorias falsas y
seudocolecciones de cartas que aparecieron con su nombre. Mémoires authentiques de Mme
la comtesse du Barry (1776) y Lettres originales de Madame la comtesse du Barry (1779)
probablemente parecían demasiado ultrajantes como para ser tomadas como genuinas. Pero las
más moderadas y mucho más difundidas Mémoires de Madame la marquise de Pompadour
(1776) y Lettres de Madame la marquise de Pompadour (1776) aparentemente les parecían
auténticas a algunos lectores. En una edición subsecuente de las cartas de Pompadour, su
supuesto editor, que permanecía en el anonimato, apuntó que a los lectores de la primera
edición los habían desconcertado los errores en el texto. ¿Cómo podía haberse dirigido
Madame de Pompadour al embajador francés en Viena como el marqués d’Albret, cuando su
nombre en realidad era d’Aubeterre? ¿Y por qué se habría dirigido al príncipe de Soubise
como mariscal en 1757, si consideramos que no fue promovido al rango de mariscal hasta
octubre de 1758? El editor respondió a estas objeciones de la mejor manera que pudo en una
nota al inicio del volumen 4, en la que contaba una historia acerca del supuesto secretario de
Pompadour. El secretario, que tampoco se nombraba, había huido a Holanda con las copias de
las cartas, donde murió y se las dejó al ejecutor de su herencia, quien las vendió a su vez al
editor. El editor confesó que había cometido algunos errores al transcribir los manuscritos, no
por falta de cuidado, insistía, sino por la negligencia del secretario, que había sido demasiado
perezoso como para escribir los nombres completos y dar las fechas correctas. Aparte de
estas imperfecciones menores, el texto impreso era una reproducción exacta de un manuscrito
absolutamente auténtico. Muchos lectores probablemente descartaron esta defensa por parecer
una fabricación, pero el hecho de que el pretendido editor intentara con tal vehemencia tapar
los huecos en su versión original sugiere que algunos lectores le creyeron.
Las referencias ocasionales en boletines clandestinos indican también que incluso los
lectores sofisticados se tomaban en serio los libelos. Como ya se explicó, Les Joueurs et M.
Dusaulx (1780) era un libelo creado para promover una operación de extorsión. Su texto
contenía una gran cantidad de diálogo ficticio incluido dentro de la narración fantasiosa que
contaba una prostituta con el corazón de oro. A un lector moderno no le parecería nada
convincente. Pero al autor bien informado de Correspondance littéraire secrète le sonaba
auténtico: “Es un revoltijo de crueldad que rebasa la imaginación. Los amantes y
patrocinadores de estas señoras son estafadores, lacayos, espías, proxenetas y administradores
de burdeles. Los hombres en el poder también están involucrados en todo esto”.5 Este ejemplo
de la respuesta de un lector apareció en un boletín clandestino dirigido a “aquellos que
valoran las anécdotas más frescas”.6 Al nouvelliste lo conmovió la evidencia anecdótica en
Les Joueurs —historias acerca de los antros de apuestas que identificaban a los culpables por
nombre y daban detalles vívidos acerca de sus técnicas para hacer trampa y sus modos de
colaborar con la policía—, y no parecía desagradarle la narración evidentemente artificial en
que estaban distribuidos estos chascarrillos. En un artículo sobre Lettres iroquoises, sonaba
igualmente impasible ante el uso del artificio literario. Sin mencionar siquiera a su narrador
ficticio, destacaba sus “anécdotas entretenidas” y sus ataques certeros a figuras públicas.7 Las
calumnias podían insertarse en cualquier parte dentro de los géneros convencionales utilizados
por los libelistas: en historias, biografías, crónicas, memorias, colecciones de cartas —no
importaba—. Si las anécdotas eran lo suficientemente convincentes, los lectores toleraban los
recursos literarios que las acompañaban.
Hay que aceptar, sin embargo, que no sabemos mucho acerca de la manera en que los
lectores entendían los libros durante el Antiguo Régimen. A pesar de una lluvia reciente de
investigaciones, la historia de la lectura todavía involucra una gran parte de suposiciones
basadas en notas al margen, diarios, correspondencias y cualesquiera pistas que puedan ser
obtenidas de los propios libros. Pero por lo menos hemos aprendido a cuidarnos de las
interpretaciones simplistas. El mensaje transmitido por un libro no se imprimía en la mente del
lector de una manera directa, análoga al modo en que la tinta se imprime en el papel. Los
lectores interpretaban la palabra impresa en muchas maneras que no tenían un correlato
cercano con la posición social, la ubicación geográfica o los índices de alfabetización. Un
campesino autodidacta, Valentin Jamerey-Duval, dominaba una amplia gama de literatura
científica, sin pasar por ninguna institución educativa. La hija de un artesano, Marie-Jeanne
Phlipon (la futura Madame Roland), devoraba una gran variedad de obras filosóficas y antes
de su primera comunión llevó a la iglesia un libro de Plutarco como si se tratara de una obra
devota. Las mujeres aristócratas, incluida la reina, escuchaban novelas que sus ayudas de
cámara les leían mientras ellas estaban en la toilette.8 Sería engañoso suponer que la literatura
difamatoria evocaba una respuesta estándar. Un lector ingenuo podría tragarse un libelo
completo, mientras que un lector sofisticado descartaba las técnicas retóricas utilizadas para
hacerlo parecer convincente. Pero nadie daría como razón para descartarlo que dependía de
anécdotas como evidencia. Las anécdotas podían ser tendenciosas, engañosas o incluso
parcialmente falsas, pero a los ojos de los lectores del siglo XVIII contenían información
sólida obtenida de fuentes secretas.
Incluso Morande reconocía su poder persuasivo, como dejó claro al incluir el vocablo
“anécdotas” en el subtítulo de Le Gazetier cuirassé, ou Anecdotes scandaleuses de la cour de
France.9 Lejos de ocultar la naturaleza escandalosa de su obra, hacía alarde de ella. Incluso le
gastaba una broma al lector con algunas historias obviamente fabricadas, entre ellas un
artículo sobre una nueva invención, preferida por el gobierno, que podía ahorcar a cien
víctimas a la vez.10 Pero las “noticias” burlescas (nouvelles) de este tipo no pretendían ser
tomadas al pie de la letra. Al hacer mofa de las políticas del ministerio de Maupeou, tales
noticias discutían un asunto serio: que el gobierno abusaba del poder; que la monarquía
degeneraba en despotismo. Las anécdotas, como las usaba Morande, eran esencialmente
verdaderas, no obstante lo extravagantes que parecieran cuando las disfrazaba de noticias. Sus
provocadoras notas al pie —“la mitad de este artículo es verdad”11— alertaban al lector sobre
la manera en que lo debían leer. Y este hábito de intercalar los artículos más escandalosos en
informes veraces —Madame du Barry sí había sido prostituta, como él afirmaba12— cumplía
con el mismo propósito: transmitir una impresión general de decadencia y despotismo.
Muchos libelistas utilizaban estrategias similares. Ofrecían verdades a medias, mezclaban
hechos con ficciones y explotaban el valor de conmoción que tenían estas historias de tal
modo que operaban insidiosamente sobre sus lectores. No esperaban que los lectores creyeran
todo lo que aparecía en la página, sino que arribaran a la idea de que las anécdotas, no
obstante lo exageradas que fueran, correspondían en el fondo al despliegue efectivo de los
sucesos: eran una historia secreta.
¿De verdad reaccionaron así los lectores? No tenemos suficiente información para
responder a esa pregunta, pero podemos arriesgar una hipótesis: los libelos provocaban un
amplio abanico de respuestas, que incluían desde la credulidad ingenua hasta el escepticismo
sofisticado, pero se les tomaba en serio, y podían causar daños serios, tanto a la reputación de
los individuos como al apoyo al gobierno. Louis-Sébastien Mercier con toda probabilidad
evaluaba correctamente su efecto en el ensayo sobre “libelos” incluido en su Tableau de
Paris. Los lectores corrían por ellos, explicaba, para disfrutar del escalofrío que daba un buen
escándalo, pero con frecuencia terminaban desilusionados, porque los libelos tendían a errar
el blanco al exagerar los abusos que denunciaban. Aun así, con frecuencia incluían una pizca
de verdad. De hecho, podían ser la única manera de difundir la verdad en un sistema que
suprimía la libertad de prensa. Un gobierno sabio los toleraría, y un lector sabio los trataría
con escepticismo, aguardando a que la separación entre hechos y ficciones diera como
resultado una obra histórica definitiva.13
Pero los libelos con frecuencia se presentaban por sí mismos como historias. Al adoptar
una estrategia como la de Procopio pretendían dar la versión secreta, íntima de los eventos
que no estaba disponible en las versiones convencionales del pasado. Además, relataban
sucesos recientes que todavía no entraban en el ámbito de las historias escritas con los
privilegios reales y la aprobación de los censores. La historia y la biografía contemporáneas
—dos de los géneros más populares hoy en día— no tenían lugar en la literatura legal del
Antiguo Régimen porque trataban temas que eran todavía sensibles y sobre personas que
todavía estaban vivas. El Estado había decidido que esos temas estaban fuera de los límites, y
los censores patrullaban esos lindes para asegurarse de que ninguna narrativa de
acontecimientos actuales recibiera permiso de publicación.14 En tanto que la historia
contemporánea existía, tenía que circular fuera de la ley. Tomaba la forma de historias
“secretas” o compilaciones de anécdotas, y les quedaba reservada a los gacetilleros
anónimos, como Pierre Nougaret, quien produjo Anecdotes du règne de Louis XVI, una obra
típicamente anónima, ilegal y mediocre; editada en 1776, 1777, 1780 y 1791, es uno de los 47
libros que Nougaret produjo antes de 1789, cuando se unió a las filas de los revolucionarios y
produjo 66 más.15 Había, sin embargo, una excepción a esta regla: Voltaire.
En 1745, en el punto más alto de su carrera como cortesano, Voltaire fue designado
historiógrafo real (historiographe de France) con un salario de 2 000 libras al año. Al
contrario de sus antecesores, incluidos Jean Racine y Nicolas Boileau, que trataron el puesto
como una sinecura, Voltaire se lo tomó en serio. Se propuso escribir la historia de la Guerra
de Sucesión austriaca (1741-1748) mientras estaba sucediendo; una empresa sorprendente,
que revela mucho acerca del destino de la historia contemporánea y la importancia de las
anécdotas durante el Antiguo Régimen.16 “Aquí estoy, obligado por el deber a escribir
anécdotas”, le escribió Voltaire al conde d’Argental al anunciarle su nombramiento como
historiógrafo.17 Compendiar anécdotas, como él lo entendía, era desenterrar los hechos ocultos
que revelaban el elemento humano en los sucesos. Usaba el término a la manera de Procopio,
y lo utilizaba con frecuencia, no sólo en su correspondencia, sino también en obras como
Anecdotes sur le czar Pierre le Grand (1750), Anecdotes de Louis XIV (1750) y en los cuatro
capítulos titulados “Particularités et anecdotes”, en Le Siècle de Louis XIV (1751). Pretendía
que su historia de la Guerra de Sucesión austriaca fuera anecdótica en el mejor sentido de la
palabra: llena de información interna pero honesta y ceñida a los hechos, un intento de decir la
verdad.
Voltaire encaró su tarea de modo sistemático. Poco tiempo después de asumir su puesto
como historiógrafo, escribió al ministro del Exterior, el marqués d’Argenson, quien había
acompañado al rey al frente, para pedirle “anécdotas” acerca de las operaciones militares.
D’Argenson, un viejo amigo, cumplió la petición con un recuento vívido de primera mano de
la victoria francesa en Fontenoy, escrito cuatro días después de la batalla, que ocupó un lugar
prominente en una obra que pasado el tiempo aparecería publicada como Histoire de la
guerre de 1741.18 Voltaire despachó cartas a otros testigos y participantes, realizó entrevistas,
tuvo acceso a los documentos de Estado, hizo todo lo posible por informarse acerca de las
causas y la conducta de la guerra y reconstruyó la historia de los hechos casi tan pronto como
ocurrieron. De hecho, hizo tan bien su trabajo que su éxito creó un problema: los oficiales de
Luis XV no habían permitido nunca la publicación de un recuento confidencial de sucesos
actuales; apenas si toleraban los mínimos informes de guerra que aparecían en la muy
censurada Gazette de France. Además, las fuerzas francesas sufrieron muchas bajas y
humillaciones, especialmente en las colonias, después de que Voltaire empezó a escribir. Al
final, sacrificaron las victorias que habían obtenido al regresar todas sus conquistas en el
tratado de paz de Aix-la-Chapelle, que a muchos franceses les parecía un desastre. ¿Cómo
podía la Corona permitir que su historiógrafo oficial produjera un relato completo de tales
sucesos, incluso si los sesgaba a favor de Versalles?
Voltaire supo todo el tiempo que tendría que lidiar con este dilema, pero pensó que podría
manejarlo aprovechando algunas de sus influencias en Versalles. Le pidió al marqués
d’Argenson que convenciera al rey de permitir la escritura de una historia que haría sin duda
ver muy bien a Francia. Francia se veía muy bien en agosto de 1745, cuando Voltaire recibió
el permiso. Luis XV había presidido justamente la gran victoria en Fontenoy y estaba listo
para imponer una paz justa para todos los combatientes. Después de cantar las loas del rey
como guerrero en el Poème de Fontenoy, Voltaire planeaba celebrarlo como estadista,
cambiando de registro de la poesía a la historia. Prometió entregar el manuscrito a d’Argenson
para que fuera aprobado y el rey pudiera estar seguro de que no contenía nada ofensivo, y
serviría como una refutación de la propaganda hostil producida por los refugiados franceses
en Holanda.19
No es que Voltaire planeara escribir nada de propaganda. Entre más se enteraba de la
guerra, más se enfrascaba en la labor de desentrañar sus misterios. Al tiempo que los
acontecimientos estallaban a su alrededor, él luchaba por discernir cuál era su dirección
general y por seguir sus repercusiones, manifestadas a través de consecuencias no
intencionadas, errores de cálculo o accidentes. Insuflaba vida a los personajes que describía y
detallaba sus actos con la misma sensación de drama de que dotaba a sus obras de teatro.
Sobre todo, transmitía la experiencia de la batalla: el caos, el salvajismo, el sufrimiento y la
valentía ocasional. Pero él también distorsionaba las cosas. Le dio al duque de Richelieu, su
amigo y protector, el papel principal y las frases más ocurrentes, todas ellas inventadas, en la
batalla de Fontenoy. Metió y sacó de la narrativa a Federico II y al joven pretendiente, Charles
Edward Stuart, de acuerdo con cálculos que hizo para minimizar la posibilidad de ofender a la
Corte francesa. Nunca mencionó a ninguna de las amantes reales ni las luchas por el poder que
las rodeaban, ni el contexto económico o político de los acontecimientos. La crisis de la
enfermedad del rey en Metz en 1744 inspiró una vívida descripción de la consternación
sufrida por la gente común de París, pero su dimensión política pasó desapercibida. Y el
Tratado de Aix-la-Chapelle resultó demasiado poco apetitoso como para recibir un análisis
adecuado.
Ninguna de estas dificultades era evidente en 1745, cuando Voltaire comenzó a esbozar su
narrativa. Pero los incidentes dieron un giro hacia lo peor en 1746. D’Argenson cayó de su
puesto en enero de 1747, y la guerra se alargó por casi dos años más, tornándose cada vez más
costosa, sangrienta e impopular. Mientras tanto, Voltaire se metió en problemas en Versalles.
Dio un faux pas, perdió el apoyo de algunos protectores clave, se retiró de la Corte y
finalmente emigró a Prusia, que resultó ser un aliado menos fiel de lo esperado durante la
batalla. Cuando llegó a la Corte de Federico II, en 1750, trajo consigo un borrador completo
de la Histoire de la guerre de 1741, aunque siguió trabajando en ella durante varios años más.
En 1752 sondeó Versalles para saber qué posibilidades había de que recibiera permiso para
publicarla, y recibió un no tajante. Tres años después, para su angustia y sin su permiso, su
libro apareció publicado.
Su publicación, como la de muchas de sus obras, implicó una sucesión de enredos,
traiciones y negaciones por parte de Voltaire, quien adujo que él no tenía nada que ver con
todo el asunto. En este caso estaba diciendo la verdad. Se había establecido cerca de Ginebra
en 1755, después de pelearse con Federico, y quería volver a ganarse la buena voluntad de
Luis. Publicar una relación de los asuntos franceses en contra de la voluntad del rey de
Francia volvería imposible que Voltaire regresara a París. Pero una copia del texto se había
escapado de su control y aparecieron tres ediciones en 1756. Así que la publicación de
Histoire de la guerre de 1741 convirtió a Voltaire en persona non grata en Francia, aun
cuando había sido concebida como una obra que lo consagraría en su puesto como el
apologista del rey en Versalles. El ejemplo de Voltaire demostraba la imposibilidad de
escribir historia contemporánea dentro del sistema legal incluso en las circunstancias más
favorables.
La historia contemporánea le parecía sospechosa al régimen porque se empezaba a
convertir en periodismo, un tipo de escritura que parecía todavía peor. El gobierno quería
controlar toda la información conectada con la Guerra de Sucesión austriaca, y al recolectar
anécdotas acerca de ella Voltaire se estaba comportando como un “reportero”.20 Las anécdotas
mismas eran un tipo de noticias. No tenían que ser difamatorias, ni hostiles al gobierno, ni
ofensivas en ningún sentido, porque funcionaban como un medio de comunicación que podía
ser usado de muchas maneras. Algunos parisinos recopilaban anécdotas por el puro gusto de
hacerlo, o para llevar un registro de los asuntos contemporáneos. Llenaban portafolios con
ellas o las copiaban y las pegaban en cuadernos.21 Edmond Jean François Barbier, un abogado
que por lo general simpatizaba con el orden establecido, incluyó todo tipo de anécdotas,
muchas de ellas inocentes, en su diario privado. Publicado en 1847 como Journal historique
et anecdotique du règne de Louis XV, ahora sirve como una de las mejores fuentes de
información sobre los sucesos y la percepción de éstos en el París del siglo XVIII. Barbier
nunca se metió en problemas con las autoridades porque mantuvo su diario bajo resguardo.
Pero la policía con frecuencia intervenía cuando las anécdotas se desbordaban hacia la esfera
pública, porque tendían a lastimar la reputación de las personas importantes y a menoscabar el
respeto al régimen. En tanto “historias secretas”, las anécdotas les daban a los parisinos una
dieta diaria de noticias, el tipo de noticias que no se podían hallar en los periódicos.
Muchas de estas noticias viajaban de boca en boca, pero muchos franceses, especialmente
en las provincias, recibían su suministro de anécdotas de los boletines clandestinos (gazettes
à la main o nouvelles à la main), que eran escritos por nouvellistes desconocidos, copiados
por escribanos, ofrecidos subrepticiamente (sous le manteau) en París por vendedores,
enviados secretamente a las provincias y algunas veces impresos por editores emprendedores
fuera de Francia. Como se explicó en los capítulos previos, una gran dosis de misterio todavía
rodea a la manera en que funcionaba este periodismo clandestino. Pero se puede estudiar una
etapa de su operación al mirar de cerca su ingrediente principal: las anécdotas. Antes de que
aparecieran en gacetas, viajaban en los bolsillos de las personas, garabateadas en pedazos de
papel. Las anécdotas tenían una existencia física. Eran objetos que circulaban en una etapa
crucial a través de los canales de comunicación que conectaban los intercambios verbales con
las lecturas de la palabra escrita. Para apreciar su importancia, deben estudiarse en toda su
corporeidad como objetos autónomos de noticias.
Considérese de nuevo la noticia sobre el arresto de Jacquet de la Douay el 30 de octubre
de 1781.22 Un hombre desconocido entra aprisa al Café du Caveau y anuncia “una gran
noticia”. Jacquet, dice, fue ejecutado ayer en la Bastilla por haber producido un libelo en
contra de la reina. El hombre sale corriendo y deja el café hirviendo entre conversaciones. Al
principio la noticia se transmitía de boca en boca, pero poco tiempo después fue apuntada por
un nouvelliste y difundida en círculos cada vez más amplios a través de una gaceta manuscrita.
Ésta apareció impresa después como Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la
république des lettres en France, un best seller que fue reimpreso muchas veces durante la
década de 1780. A las Mémoires secrets también las confiscaban con regularidad. Los
inspectores del comercio de libros y los oficiales de aduanas las incautaban cada que tenían la
oportunidad de hacerlo porque contenían muchos artículos injuriosos sobre figuras públicas.
Por ello Mémoires secrets, como L’Espion anglais y La Chronique scandaleuse, calificaba
como libelo. Proveía el tipo de historia secreta que los parisinos no podían obtener de
publicaciones legales. Pero era también un tipo de periódico, vendido en forma de libro, que
contenía reportes sobre muchos temas, especialmente del ámbito de las artes y las letras, que
no tenían ninguna relevancia para los estadistas ni para los asuntos de Estado. Ya fueran
inocentes o escandalosos, estos artículos noticiosos aparecían en orden cronológico, sin
encabezados ni algún tipo de articulación orgánica que no fuera la consignación de fechas, a lo
largo de los 36 volúmenes que conformaban el texto íntegro. En su mayoría ocupaban un
párrafo. Eran anécdotas, pequeños fragmentos de material impreso, que correspondían con las
nouvelles orales similares al informe acerca de Jacquet en el Café du Caveau.23
Una gran cantidad de información convergía en los cafés. El café más viejo y más famoso
en París era Le Procope, un monumento a Procopio. El nombre sólo tenía valor simbólico —
no derivaba del historiador bizantino sino de Francesco Procopio dei Coltelli, quien fundó el
café en 1686— y sin embargo apuntaba hacia la función de los cafés como los centros
nerviosos para la transmisión de noticias. Los cafés eran los lugares donde se reunían los
hombres (rara vez tenían mujeres entre sus clientes) para contar anécdotas y escribirlas. Los
nouvellistes también recurrían a otros espacios públicos: ciertas bancas en los jardines de las
Tullerías y de Luxemburgo, el patio del Palais-Royal, los puntos de reunión a los dos extremos
del Pont Neuf y los vestíbulos de los teatros. Cuando la policía arrestó a J. P. L. Barth por
producir nouvelles à la main que distribuía entre 20 suscriptores en la provincia, anotaron:
“Fue en los teatros, en los paseos públicos y en las reuniones sociales donde recogía las
noticias”.24 Pero eran los cafés el punto de reunión preferido de los nouvellistes. Eran los
puntos más importantes en los que las modalidades de comunicación escrita y hablada se
fundían. Cuando los policías se disponían a arrestar a cierto nouvelliste llamado Foulhioux,
por ejemplo, fueron directamente a su mesa en el Café du Caveau, donde recababa
información a diario. Señaló enfáticamente que su gaceta manuscrita no era más que “el eco de
los ruidos públicos” (esto es, bruits publics o rumores), pero ésa era la razón de que la
policía lo considerara tan peligroso.25 “Ruidos públicos” transformados en letra impresa eran
justamente lo que el gobierno quería impedir. Vergennes hizo todo lo posible para reprimir la
circulación de este tipo de noticias. “La experiencia nos ha convencido de que de todas las
clases de escritores, el nouvelliste pagado es el más difícil de contener —le escribió al
teniente general de la policía—. ¿Qué hombre prudente osaría depositar su fe en la conducta
de un escritor de boletines (bulletiniste) que calcula sus ganancias según el número de
anécdotas secretas que logra reunir?”26 La anécdota, como decía Vergennes, era la unidad
básica en este sistema de información. Al explicar el éxito de Mémoires secrets —“una rama
considerable del comercio del libro mismo”—, Pierre Manuel la caracterizó como “una
cadena de anécdotas que complacen a todos: al público le encanta ver la tontería y la
debilidad de los príncipes”.27
El colaborador más importante de las Mémoires secrets y uno de los libelistas más
influyentes del siglo fue Mathieu-François Pidansat de Mairobert. En 1749 la policía recibió
reportes de sus espías de que había estado declamando en contra del gobierno en el Café
Procope y distribuyendo poemas difamatorios acerca del rey y Madame de Pompadour.
Irrumpieron en su departamento, un lugar modesto en los altos de la tienda de una lavandera en
la rue des Cordeliers, lo llevaron a la Bastilla y lo cachearon. Sus bolsillos estaban llenos de
pedazos de papel cubiertos de anotaciones —su cosecha de un día de recopilar anécdotas—.
Cada que llegaba a un café y escuchaba una buena pieza noticiosa la apuntaba y la guardaba en
su ropa para usarla después. Algunas veces, por el puro placer de distribuir noticias,
introducía estos pequeños boletines en los bolsillos de un compañero o los diseminaba en los
parques públicos, donde los podían hallar los parisinos que salían a dar un paseo. De vuelta
en su departamento, compilaba los fragmentos en una gaceta manuscrita. Cuando la policía
entró a buscarla, hallaron 68 distintos artículos —poemas temáticos, información sobre
intrigas en Versalles, frases ingeniosas cosechadas a expensas de la gente chic que recorría los
bulevares en busca de placeres— en espera de ser unidos en un borrador que finalmente
aparecería impreso como Mémoires secrets.28
FIGURA XXII.1. Pedazos de papel con versos temáticos hallados por la policía al cachear a un prisionero en la Bastilla
(Bibliothèque de l’Arsenal).
Descubrieron otro aprovisionamiento escondido de anécdotas garrapateadas cuando
arrestaron a Imbert de Boudeaux, el autor de La Chronique scandaleuse, que también
componía una gazette à la main.29 Y cuando arrestaron a Barthélemy François Moufle
d’Angerville, el sucesor de Mairobert como principal colaborador de Mémoires secrets,
incautaron siete cajas de “boletines” que llevaron a la Bastilla.30
Los boletines de este tipo proliferaban en las etapas intermedias del proceso de
transmisión, es decir, después de que las anécdotas comenzaron a circular por primera vez a
través de intercambios orales y antes de que cristalizaran en párrafos impresos. Típicamente
tomaban la forma de notas manuscritas, apuntadas a vuelapluma en pedazos de papel, que eran
copiadas y compartidas dondequiera que se reuniera la gente a chismear acerca de los asuntos
públicos. Las notas contaban un incidente, una agudeza (bon mot), una pasquinada o un verso
de una canción. Eran unidades narrativas autónomas, usualmente de un párrafo de longitud, y,
dado que podían ser extendidas o pegadas en combinaciones interminables, servían como el
material básico para la mayoría de los libelos, fueran boletines, gazettes scandaleuses,
memorias falsas, correspondencias ficticias, biografías o historias desarrolladas a cabalidad.
Estos pedazos de papel servían como los ladrillos con los que se edificaban los textos. Eran el
ingrediente más pequeño y fundamental de toda la literatura del libelo.
Para darse una idea de cómo se combinaban hay que imaginarse a un escritor de poca
monta en una buhardilla sentado a una mesa cubierta de tiras de papel, uno o dos boletines
manuscritos y una variedad de libros. Vuelve a trabajar sobre el material yendo de un pedazo a
otro, copia párrafos de las gazettes à la main, roba episodios de los libros —la mayoría de
los cuales son libelos— y pega las partes con pasajes de transición de su propia invención.
Quizá añada grandes pasajes de prosa original. Pero como los boletines y muchos de los
libros están compuestos de la misma manera, todo el proceso involucra un interminable
reciclaje de anécdotas.
Para tener una imagen de la producción de las anécdotas, se debe evocar una escena de un
café del siglo XVIII. Los hombres están reunidos alrededor de las mesas, hablando
distraídamente. Un nouvelliste llega y pregunta: “¿Qué hay de nuevo?” Los hombres lo
entretienen con algunas anécdotas. Escribe una de ellas en un pedazo de papel y luego saca una
nota manuscrita del bolsillo de su chaquetilla. Viene de su propio archivo de anécdotas, y la
lee en voz alta, añadiendo florituras retóricas para acentuar el humor o el escándalo. Uno de
los escuchas toma prestada la nota para hacer una copia y, como retribución, pone a la vista un
boletín similar, que traía guardado en un bolsillo o en la manga. Estos trozos de papel
normalmente eran demasiado efímeros para sobrevivir, pero algunos de ellos lograron llegar
hasta los archivos de la Bastilla, porque la policía los confiscó después de registrar a los
prisioneros recién llegados. Muchos más pueden verse copiados o pegados en los diarios del
siglo XVIII, donde acompañaban a otros efímeros coleccionables de igual importancia, como
las canciones.31
¿Cómo llegaba este acopio a constituir un libro? Era el material favorito de los libelos
porque podía adaptarse a muchos géneros. En el caso de las chroniques scandaleuses, un
género especialmente popular en Francia en vísperas de la Revolución, las anécdotas eran
reunidas sin preocuparse porque siguieran un patrón general. Pero las biografías y las historias
difamatorias requerían una cohesión narrativa. Para entender cómo se mezclaban para formar
una narrativa ambiciosa lo mejor es mirar de cerca otro best seller, Vie privée de Louis XV, ou
principaux événements, particularités et anecdotes de son règne, que contaba la vida del rey
y la historia del reino en cuatro densos volúmenes.
FIGURA XXII.2. William Hogarth, “The Distrest Poet” (El poeta desesperado). Aunque este grabado no muestra a un
libelista, transmite el carácter general de la existencia de buhardilla. Un pedazo de papel en el piso lleva el título
“Grub Street Journal”. Willam Hogarth, The Distrest Poet, 1736 (Harvard Art Museum, Fogg Art Museum, donación de
William Gray de la colección de Francis Calley Gray, G1822. Fotografía: Imaging Department © President and Fellows
of Harvard College).
A primera vista el libro es impresionante, incluso encuadernado con simple cartón o
vitela. Las ediciones varían, y la obra pasó por lo menos por cuatro de ellas de 1781 a 1785.
Eran usualmente de unas 400 páginas por volumen en formato de duodécimo, y cada volumen
incluía una gran selección de documentos al final, que daban la impresión de rigor histórico.
Como lo sugería su subtítulo, Vie privée de Louis XV pretendía mezclar historia con biografía
utilizando anécdotas. Un prefacio, escrito a nombre del librero, aparentemente John Peter
Lyton de Londres, prometía avivar la historia con retratos verbales de cada personaje
trascendental acompañados de “anécdotas muy curiosas, que no pueden hallarse en ningún otro
lado”.32 No se omitiría ningún dato de importancia, mencionaba el prefacio, así que el lector
podía esperar un relato definitivo del reino entero acompañado de revelaciones acerca de las
personas que protagonizaban la historia: el rey, sus ministros y sus amantes.
FIGURA XXII.3. Nouvellistes en un café (Bibliothèque Nationale de France).
Al examinarlo, se descubre que el libro tiene algo extraño. No tiene introducción, ni índice
de contenidos, ni índice temático, ni capítulos, ni subtítulos ni subdivisiones de ningún tipo.
Aparte de los apéndices documentales, el texto fluye ininterrumpido desde la primera página
del primer volumen hasta la última del volumen cuatro. El año de los acontecimientos bajo
discusión usualmente se imprimía en el margen superior exterior de cada una de las páginas, y
algunas veces las fechas de ciertos sucesos aparecen en los márgenes a los lados enfrente de
las descripciones; así, los lectores podían orientarse en la cronología. Pero la narrativa salta
de un tema a otro y en ocasiones se regresa a un tema ya tratado. En un momento está uno
siguiendo una campaña militar, y en otro se entera de las intrigas para destituir a un ministro o
del estado apremiante de la economía. La ausencia de transiciones, señalamientos o
articulación de cualquier tipo deja al lector inmerso en un caudal de texto que se extiende por
1 500 páginas.
A este respecto, Vie privée de Louis XV se parece a Mémoires secrets pour servir à
l’histoire de la république des lettres en France, que se prolongaba a lo largo de 36
volúmenes en la narración de un artículo noticioso tras otro en orden cronológico, sin pasajes
conectivos. Esta semejanza, sin embargo, no debe ser llevada demasiado lejos, porque Vie
privée de Louis XV desarrolló los temas con mayor profundidad e incluía un argumento
general importante. Pero no integraba los episodios que relataba en una narrativa consistente,
y se lee por momentos como las Mémoires secrets. De hecho, el mismo hombre escribió
ambos libros, o por lo menos la mayor parte de ellos. El autor anónimo de Vie privée fue
Barthélemy François Moufle d’Angerville, quien estudió leyes, trabajó por 12 años en el
Ministerio de Marina y luego vivió de su pluma… no con mucho éxito, a juzgar por las pocos
palos de muebles que contaba como sus únicas posesiones al momento de su muerte en 1795.
Compiló los últimos 15 volúmenes de las Mémoires secrets después de la muerte de Pidansat
de Mairobert en 1779, y distribuyó el mismo tipo de material —mucho de él, sin duda,
procedente de las siete cajas de “boletines”, que la policía le devolvió después de su
liberación de la Bastilla— a lo largo de Vie privée. El primer libro era una chronique
scandaleuse, el segundo una historia, pero ambos hacían uso de anécdotas como sus
componentes básicos.33
FIGURA XXII.4. Una colección de anécdotas, canciones e información sobre acontecimientos contemporáneos en un
álbum de recortes. (Bibliothèque Nationale de France).
No es que las dos publicaciones fueran iguales; lejos de ello. En Vie privée de Louis XV
Moufle adopta la voz de un narrador anónimo, “nosotros”, y explica en los tres primeros
párrafos que al ofrecer las anécdotas penetrará en la historia secreta del reino así como en la
biografía del rey. Inicia con el primer día del reinado de Luis XV, el 1° de septiembre de
1715, y la termina en su último día, el 10 de mayo de 1774. Pero Luis tenía sólo cinco años en
1715, y Moufle tenía muy poco que decir acerca de su infancia, excepto que estaba muy
consentido y había recibido una educación deficiente. El primer volumen, en consecuencia, se
concentraba en los sucesos mayores: la consolidación del poder bajo el regente, los triunfos
diplomáticos al mantener la paz, las disputas religiosas, los conflictos entre la Corona y el
Parlamento de París y el desastre económico producto del aventurero político y especulador
John Law. Este énfasis le daba a su texto algún parecido con las historias modernas. Pero
todos los episodios estaban relatados de tal manera que los hacía parecer como el resultado
de las rivalidades entre unos cuantos individuos, les grands, que habían escalado hacia la
cima mediante intrigas en la Corte. La historia, entonces, aparecía como una infinita lucha de
poder entre los notables, y podía ser vista como una sucesión de ministerios, es decir, según el
alza y la baja de hombres que ganaban o perdían el favor del rey y que ejercían el poder en su
nombre: primero el regente, luego el cardenal de Fleury y finalmente las amantes, que
determinaban los nombramientos de los ministros.34 Para transmitir el proceso era necesario
visualizar a los involucrados y mostrarlos en acción. Las anécdotas servían a ambos
propósitos: daban material tanto para los retratos de las figuras públicas como para las
descripciones de los sucesos. Como resultado, el texto destellaba ante el lector como una
linterna mágica o —si se me permite el anacronismo— como las noticias de última hora y los
avances informativos, provistos de fotografías con flash; cada uno capturaba un incidente o a
un personaje. La dificultad estaba en combinarlos de tal manera que parecieran una historia
coherente.
Moufle impuso algo de coherencia al adoptar un punto de vista bien definido. Aunque
permanecía en el anonimato, se identificaba como un filósofo, retaba a sus lectores a que
interpretaran los sucesos desde una perspectiva filosófica, y celebraba a los líderes de la
Ilustración cada que se le presentaba la oportunidad de hacerlo.35 También describía a la
philosophie como una fuerza en sí misma, que comenzó a influir en el curso de los sucesos a
partir de finales de la década de 1740, y propuso una definición clara de su carácter: “Por
filosofía, entendemos la osadía de ponerse por encima del prejuicio en materias de doctrina,
de escuchar sólo a la razón y practicar la virtud siguiendo [a la razón] tal como está arraigada
en nuestra humanidad común”.36 En pocas palabras, Moufle escribía como partidario de la
Ilustración, y dejaba claro que sus perspectivas, racionales, seculares y tolerantes, tenían
implicaciones políticas. Condenó a todos los partidos y los intereses involucrados en las
luchas de poder, a los jansenistas, a los jesuitas y los parlamentos, así como a los enemigos
del gobierno. En lugar de estos grupos de interés beligerantes, defendía un único interés
colectivo: el de la nación. Utilizaba términos como “nación” y “patria” cada que describía la
dirección que esos eventos debían tomar y “despotismo” cuando deploraba el curso actual que
seguían. Al final prescribía un camino para reparar la miseria de la nación: el rey debía
convocar unos Estados Generales y confiar el programa de reforma a los representantes del
pueblo francés.37 El texto de Moufle, compuesto entre 1778 y 1779,38 se apegaba de manera
muy fiel a las perspectivas de los patriotes que se habían opuesto al golpe autoritario de
Maupeou de 1770-1774.39 También se acomodaba al programa del parti patriotique que
aprovechó la iniciativa en 1788-1789. Ubicado entre dos reinados, miraba hacia atrás, al
pasado reciente, para prepararse para un futuro revolucionario, aun cuando Moufle, como
todos los demás en Francia, no podía imaginarse que ocurriría algo parecido a la Revolución.
No hay manera posible de confundir el mensaje ideológico que atravesaba los cuatro
volúmenes de Vié privée de Louis XV, pero la ideología en sí misma no era suficiente para dar
cohesión a la historia. ¿Cómo hizo historia Moufle con la información que tenía disponible?
De vez en vez mencionaba una fuente impresa relacionada con alguna anécdota particular. Es
posible rastrear las fuentes y ver cómo seleccionó el material que combinó en su narración.
Después de leer todos los originales, junto con el texto de Moufle, queda clara una conclusión
sorprendente: cribó casi todo de otros libros, libelos la mayoría de ellos. Vie privée de Louis
XV era un collage, un libelo compuesto de otros libelos, que eran a su vez también collages
formados de partes de libros anteriores o de fragmentos de información recogida en cafés y
tomada de boletines. Variaban, por supuesto, en carácter y en calidad. No obstante, casi todos
ellos estaban compuestos por anécdotas preexistentes, usualmente párrafos cortos, aunque en
ocasiones una historia ocupaba una o dos páginas. Los libelistas no escribían narrativas de
flujo libre, no llenaban hojas en blanco con su propia prosa. Eran autores que copiaban y
pegaban, que daban coalescencia a sus textos recurriendo a un conjunto de anécdotas comunes,
aunque también tuvieran algunas fuentes de información privada. Describir su trabajo como
plagio sería anacrónico. Moufle no se adjudicaba ninguna originalidad, aunque insistía en que
algunas de sus anécdotas no se podían hallar en ningún otro lado.40 Pretendía, en cambio, ser
“la primera persona que había quitado el velo que esconde la vida completa de un príncipe”,41
es decir, en escribir historia a la manera de Procopio, seleccionando anécdotas que
transmitirían la historia secreta de un antihéroe. En la práctica, este método significaba que
Moufle armó su texto como si se tratara de una colcha confeccionada a base de retazos,
seleccionando piezas de material listo para usarse, cortándolas y moldeándolas a su gusto, tras
lo cual las cosía con una ideología intrínseca a los “patriotas” de las décadas de 1770 y 1780.
Reconstruir la composición total de Vie privée de Louis XV requeriría varios volúmenes
de análisis detallado que abrevara de un gran corpus literario, mucho de él desconocido y
difamatorio, y en cierta parte constituido por escritos bien conocidos e inofensivos. Pero es
posible ver cómo trabajó Moufle al examinar un segmento importante del todo. He elegido 50
páginas del volumen 2, que cubre el periodo de 1733 a 1754. Moufle tomó la mayor parte de
su material de cuatro libelos: Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse (1745), Les
Amours de Zéokinizul, roi des Kofirans (1746), Lettres de Madame la marquise de
Pompadour (1771) y Mémoires de Madame la marquise de Pompadour (1776). Pero también
sacó anécdotas de la Histoire de la guerre de 1741 de Voltaire (1755), que presenta a Luis XV
con una luz halagadora; de Les Fastes de Louis XV, que era hostil con el rey, aunque
demasiado “tímida” para los gustos de Moufle;42 de Aux Manes de Louis XV (1776), otro
libelo crítico, y de varias obras periodísticas y panfletos como Journal historique, ou fastes
du règne de Louis XV, surnommé le Bien-aimé (1776) y L’Avocat national (1774). Sus otras
fuentes incluían algunos boletines manuscritos, que citaba sin nombrar, y el boca a boca, o
como él lo llamaba, “una tradición oral”.43
Normalmente Moufle incluía pasajes de otras publicaciones en su texto sin citarlos, pero
en las ocasiones en que nombraba a sus fuentes a veces las criticaba, y a menudo ajustaba el
estilo de frasear de maneras que evidenciaban cómo trabajaba; por ello es importante tomar
nota de las fuentes mismas. Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse, publicada por
primera vez en 1745 y reimpresa por lo menos seis veces para 1769, le dio la narrativa básica
para su volumen dos. Probablemente fue escrita por Antoine Pecquet, un oficial desencantado
del Ministerio de Asuntos Exteriores, con ayuda de un grupo que se reunía en torno a Madame
de Vieuxmaisons, la esposa de un consejero del Parlamento de París. Como el salón de
Madame Doublet, el círculo de Madame de Vieuxmaisons se dedicaba a recopilar y discutir
noticias, especialmente anécdotas que hicieran ver mal al rey y bien al Parlamento. Por esa
razón apareció nombrado en un informe policiaco de 1748 como “el grupo social… más
peligroso” de París.44 Pecquet transformó los chismes del círculo Vieuxmaisons, junto con la
información que podía adquirir en el ministerio, en un resumen notablemente rico de los
asuntos exteriores y las intrigas ministeriales de 1715 a 1745. Aunque los incidentes
aparentemente sucedían en Asia, un lector informado podía identificar las contrapartes
europeas de los países orientales y de los varios ulemas y pachás que aparecían en lugar de
los potentados de Francia. Moufle se apoyó masivamente en Mémoires secrets pour servir à
l’histoire de Perse, pero estaba en desacuerdo con su sesgo a favor del Parlamento. Por ello
modificaba el modo de frasear cada que este texto evitaba a toda costa detenerse en sus temas
favoritos, como el “fanatismo” inherente a la persecución que organizó el Parlamento en
contra de philosophes y protestantes.45 Y cuando este libro no presentaba a Luis XV bajo una
óptica lo suficientemente hostil, retocaba el lenguaje. Por ejemplo, reescribió la descripción
del dominio de Madame de Châteauroux sobre el rey de esta manera:
El crédito de esta mujer se hizo tan grande que se temía que ella alcanzaría un éxito completo en su empeño de
gobernar. [Mémoires secrets, p. 225.]
El crédito de la nueva amante se hizo tan grande que se opinaba que ella gobernaría completamente a su esclavo
real. [Vie privée, vol. 2, p. 127.]
La segunda fuente básica de Moufle, Histoire de la guerre de 1741, le deparaba un sesgo
que iba en la dirección contraria, porque Voltaire odiaba los parlamentos y hacía que Luis XV
pareciera un héroe. Al haber emprendido este trabajo desde su puesto oficial como historiador
de la Corte, Voltaire tenía que eliminar todos los elementos —las intrigas, las luchas de poder,
el ascenso y la caída de amantes y ministros— que pudieran ofender a la Corte. Pero este
material ocupaba un lugar central en el recuento de hechos de Moufle. Por ello, al copiar el
texto de Voltaire, Moufle disminuía el tono de elogio a Luis XV e insertaba frases que
impedirían cualquier malentendido de parte del lector. En un inserto, por ejemplo, escribió
que el reinado de Luis XV representaba “el despotismo más absoluto unido a la más repulsiva
impunidad”.46 Aun así, la formulación de Moufle de los temas comunes de la Ilustración le
debía más a Voltaire que a ningún otro philosophe, y cuando tomaba pasajes de la Histoire de
la guerre de 1741 se enfrentaba a un problema adicional: estaba tan bien escrita que
amenazaba con dominar su propia narrativa. Al final, Moufle lidió con su deuda con Voltaire
de dos maneras. Primero, la reconoció: “Debemos confesar de una vez por todas que no nos
avergüenza utilizar las ideas ni incluso la manera de utilizar las palabras de este gran hombre
cuando se presenta la ocasión de hacerlo, ya que nosotros no somos capaces de pensar ni de
escribir tan bien como él lo hace”.47 Segundo, limitó su hurto a las descripciones de las
operaciones militares y los asuntos exteriores, donde Voltaire daba rienda suelta a su talento
para la descripción de acciones y el análisis de los hechos sin sonar parcial a favor de
Versalles. Cuando se enfrentaba a los temas controvertidos en los que Voltaire presentaba las
políticas francesas bajo una luz positiva, Moufle abandonaba aquel texto. En su relato del
Tratado de Aix-la-Chapelle (1748), por ejemplo, Voltaire celebró la habilidad política de Luis
por sus esfuerzos generosos para restaurar el orden a lo largo de Europa. Para Moufle, el
tratado de paz era un desastre, que prendió la indignación de la “nación francesa” —una
consideración que no tenía lugar dentro de la visión de la historia de Voltaire—.48 Voltaire
pertenecía a una generación anterior que no equiparaba la política con nociones de soberanía
nacional. Moufle era un hombre presto a mostrar su patriotismo que reescribió la historia para
un público que había sido radicalizado por la resistencia al golpe de Maupeou de 1771. A
pesar de sus simpatías voltairianas, utilizó de manera limitada el recuento de Voltaire acerca
del reinado de Luis XV.49
La tercera fuente, Les Amours de Zéokinizul, roi des Kofirans, dio a Moufle el material
sobre un aspecto del reinado que había estado conspicuamente ausente de la Histoire de la
guerre de 1741: la vida sexual del rey y su manipulación por parte de cortesanos corruptos.
Al cortar y pegar, prefería pasajes que hablaran de los amoríos del rey con las hijas del
marqués de Nesle, y le ponía particular atención a la crisis en Metz de agosto de 1744, cuando
Luis se vio obligado a renunciar a la marquesa de Châteauroux. Les Amours de Zéokinizul
relataba la escena de manera dramática, usando diálogo y descripción de tal manera que hacía
ver ridículo al rey. Como Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse, era una roman à
clef, pero más ligera de tono y más fácil de descifrar: Zéokinizul era obviamente un anagrama
para Louis Quinze, y Kofirans para Français. Aunque varias ediciones del libro incluían
claves, que identificaban de 44 a 65 personajes, el juego de palabras parecía diseñado
principalmente como entretenimiento y no como una lección política en forma de acertijo. La
trama se movía con rapidez de una escena de seducción a otra, y finalizaba con el triunfo de
Madame de Pompadour. Condenaba al rey por dejarse poner un gancho en la nariz y ser
manipulado mientras sus ministros transformaban la monarquía en despotismo. Pero era un
trabajo frívolo, parecido a las novelas eróticas de Claude-Prosper Jolyot de Crébillon, quien
probablemente era autor de esta obra y aparece en su portada como Krinelbol. Moufle se
apropió de las anécdotas de boudoir sin empacho, aunque no estaba de acuerdo con su
ligereza licenciosa.50
La misma tendencia a cribar material al tiempo que pretendía distanciarse de él
caracterizaba el uso que Moufle le dio a otras obras, particularmente a los libelos sobre
Madame de Pompadour. Estas obras lo abastecían de las anécdotas que necesitaba para el
periodo que no cubrían los libros anteriores. Las copió libremente, y luego minimizó su deuda
a través de una nota al pie ocasional, como: “Véase Lettres de Madame la marquise de
Pompadour, depuis 1746 jusqu’en 1762; no es que nos parezcan [las supuestas cartas de
Pompadour] auténticas, lejos de ello, pero por lo menos se basan en hechos y anécdotas
conocidas por sus contemporáneos”.51 Moufle trataba a todas sus fuentes en la misma manera,
pues tomaba pasajes y modificaba la manera de frasear para que se acomodaran a sus propios
objetivos. Como método de trabajo, se reducía a hurtar anécdotas de otros textos y unirlas a su
modo.
La dificultad principal que Moufle tuvo que superar no tenía que ver con la selección o el
moldeado de este material básico, sino con el problema de integrarlo en un todo coherente.
Cada fuente organizaba sus anécdotas en un patrón particular, que no armonizaba fácilmente
con los otros. Moufle las mezclaba de la mejor manera posible al incluirlas en las secciones
más apropiadas de su texto. Recurrió a Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse
para su exposición general, insertó pasajes de Histoire de la guerre de 1741 cuando requería
descripciones de campañas militares y cribó intrigas de boudoir de Amours de Zéokinizul.
Para llenar los huecos tomó pedazos sueltos de Journal historique, ou fastes du règne de
Louis XV, surnommé le Bienaimé (1766), una crónica en dos volúmenes, publicada con la
aprobación del censor y mediante un privilegio real, que simplemente enlistaba los sucesos en
orden de aparición. Ocasionalmente el Journal historique añadía algunos comentarios a su
cronología. Siempre eran favorables al régimen, y Moufle siempre los eliminaba. Ponía
objeciones particularmente a un pasaje que describía el reinado de Luis XV como “el siglo de
oro de Francia”, mejor incluso que el reinado de Luis XIV,52 pero aun así recurrió bastante al
Journal historique, sin reconocerlo, para llenar huecos. Algunas veces Moufle añadía texto
propio para llenar huecos, párrafos de transición o apuntes interpretativos, los cuales
funcionaban como el pegamento que unía los pasajes dispersos. Su propia prosa aparece en
menos de 10 por ciento del texto.
La manera en que Moufle construyó este libro puede verse en los diagramas reproducidos
aquí (figuras XXII.5, XXII.6 y XXII.7), que toman en cuenta 50 páginas de Vie privée de Louis XV
y muestran los ingredientes que habían de incorporarse a cada página. El carácter híbrido del
texto es en realidad mucho más complejo de lo que indica la figura XXII.7 porque Moufle con
frecuencia unía segmentos que en una misma fuente aparecían separados. Por ejemplo, en su
mayor parte la página 24 de Vie privée corresponde exactamente a un pasaje que va de la
página 140 a la 141 en Journal historique, pero la página 25 contiene una mezcla de frases
tomadas de cuatro páginas distintas del Journal, y la página 26 incluye una pequeña sección
de apuntes originales, la cual sirve como transición hacia un segmento de Amours de
Zéokinizul, al inicio de la página 27. Este mismo corte y pegado aparece por todos lados en
los cuatro volúmenes, que apelan a un gran número de fuentes adicionales, especialmente las
Mémoires secrets pour servir à l’histoire de la république des lettres en France y las
publicaciones en contra de Maupeou como Journal historique de la révolution opérée dans
la constitution de la monarchie française par M. de Maupeou, L’Espion anglais,
Maupeouana, Mémoires de l’abbé Terray, Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry y
Lettres originales de Madame la comtesse du Barry.
Mucha de esta literatura la había compilado el mismo Moufle y su colaborador, Pidansat
de Mairobert. Vie privée de Louis XV era entonces una compilación hecha de otras
compilaciones, y daba material para otros compiladores. Un año después de su publicación
apareció una visión general del reinado en dos volúmenes con el título Les Fastes de Louis
XV, de ses ministres, maîtresses, généraux, et autres notables personnages de son règne (“à
Ville-Franche, chez la Veuve Liberté”, 1782). Esta obra también parecía ser una historia
imponente, pero era un trabajo de copiado y pegado realizado muy probablemente por Ange
Goudar, el gacetillero a destajo, nouvelliste y espía policiaco que operó como teniente de
Receveur en su intento de destruir a los libelistas franceses en Londres. La mayor parte de su
obra estaba tomada de Vie privée de Louis XV, pero los pasajes estaban reacomodados,
parcialmente reescritos y complementados con nuevo material, especialmente canciones
temáticas e historias obscenas, algunas de ellas derivadas de Le Gazetier cuirassé. Aunque
parecía ser un nuevo libro, reciclaba anécdotas que habían aparecido en libelos desde hacía
cuatro décadas. El autor no mantenía en secreto estas apropiaciones, aunque afirmaba haber
realizado un mejor trabajo que el “plagiario” que había ensamblado Vie privée de Louis XV:
“Como él, nosotros compilamos; somos corsarios; y como muchos otros, vemos todo lo bueno
como nuestro legítimo botín”.53 Sin embargo, no era común que los autores de los libelos se
llamaran “plagiarios” entre ellos. El concepto de plagio apenas se aplica a su forma de
trabajo, porque operaban bajo el supuesto de que todos tomaban materiales de todos los
demás. Ninguno de ellos adjuntaba su nombre a su libro. Ninguno reclamaba derechos de
propiedad sobre lo que había escrito. Pertenecían al mundo anónimo de los escritores
forzados a trabajar a vuelapluma por un pago exiguo y al de las ediciones ilegales. Quizá ni
siquiera deberían ser descritos como autores.
Ya sea que uno suscriba o no la idea de Michel Foucault de la muerte del autor, es difícil
concebir a los libelistas como autores en el sentido moderno de la palabra, es decir, como los
creadores autónomos de textos originales. Y sin importar si uno concibe o no la literatura
como un tipo de discurso a la manera de Roland Barthes o Pierre Bourdieu, es engañoso
concebir los libelos como creaciones literarias originales. Los libelistas no generaban textos
de su imaginación. Los construían a partir de material que ya existía, material que en sí mismo
podía ser el resultado del ensamblaje de materiales previamente existentes. Por ejemplo, en
una descripción de las orgías de Luis XV, Les Fastes de Louis XV tomó un pasaje de Vie
privée de Louis XV, que lo había tomado de Mémoires secrets pour servir à l’histoire de
Perse, que a su vez se lo atribuía a una obra anterior, una supuesta Histoire des différentes
religions qui se sont introduites dans la Perse, no ha podido identificarse. ¿Quién es el autor
de esta anécdota? Es imposible decirlo. Su fuente última pudo haber sido algún chisme
intercambiado entre cortesanos y retomado en un café parisino; sin embargo, apareció en por
lo menos tres libros, todos ellos best sellers.54 La literatura del libelo se reabastecía a sí
misma continuamente así. Los libelos abrevaban de una fuente común de anécdotas, añadían
algunos ingredientes nuevos, recalentaban el material, lo sazonaban, revolvían y servían
interminables variedades de la misma receta básica.
FIGURA XXII.5. Plagio: adaptando un pasaje. El autor de Vie privée de Louis XV se apegó estrechamente a Les Amours
de Zéokinizul, roi des Kofirans al tomar los pasajes, pero modificó ligeramente el modo de frasear, usualmente para
hacer el texto más sucinto. La clave en Les Amours de Zéokinizul identifica las palabras en cursivas en el texto. Suesi
significa “Jesús” y Liamil significa “Mailly” (gráfica original).
¿Cómo digerían los lectores este platillo? La pregunta se niega a desaparecer, aun cuando
no se puede responder satisfactoriamente. Los lectores bien informados notaban en ocasiones
el plagio omnipresente, pero no les importaba mucho, como si fuera una práctica tan común
que no ameritara comentario alguno. Un reseñista de Mémoires secrets deshizo un libelo
particularmente mal hecho, Le Vol plus haut, ou l’espion des principaux théâtres de la
capitale (“à Memphis, chez Sincère, libraire réfugié au Puits de la Vérité”, 1784), al apuntar
que las únicas secciones bien escritas del texto habían sido tomadas de una selección de
libelos superiores.55 Nadie, sin embargo, destacaba las apropiaciones que componían Vie
privée de Louis XV. De hecho, el Correspondance littéraire secrète, un periódico clandestino
bien informado, dio al libro una reseña muy favorable, y lo trataba como una condena
convincente del reinado de Luis XV. Si el reseñista, que claramente conocía el submundo
literario, no notó los plagios de Moufle es probable que los lectores comunes percibieran a
Vie privée como una obra original y que ellos, como el reseñista, se tomaran las anécdotas en
serio.56 El libro vendió bien, sin duda, y lo mismo pasó con su versión nuevamente elaborada,
Les Fastes de Louis XV.57 Las anécdotas que reciclaban circulaban por todos lados en Francia
y bastante más allá de las fronteras francesas. George Washington tenía una copia traducida al
inglés de Vie privée de Louis XV. Inscribió su nombre en la portada pero no subrayó nada del
texto ni escribió ningún comentario en los márgenes, así que es imposible saber cómo
reaccionó como lector.
FIGURA XXII.6. Plagio: uniendo pasajes. Algunas de las páginas de Vie privée de Louis XV con frecuencia combinaban
párrafos tomados de diferentes secciones de Journal historique, ou fastes du régne de Louis XV, una publicación legal que
daba una cronología de los edictos reales más significativos (gráfica original).
FIGURA XXII.7. Plagio: el patrón general.
Las reacciones de los lectores franceses también son casos de conjeturas. Pero si
permitimos las suposiciones, quisiera proponer una tesis. Si consideramos nuestro libelo
modelo, Vie privée de Louis XV, en relación con la literatura que lo rodeaba, podemos ver un
patrón en la repetición de anécdotas. Todas ellas describen un incidente que puede ser trivial
en sí mismo, pero que encapsula un tema general o ilustra la naturaleza elemental de un
personaje. Cada incidente tiene un giro peculiar o termina con un apunte que lo hace
memorable, como el remate de un chiste o la moraleja que acompaña una fábula. Y todos
aparecen en otros libelos, así que la repetición refuerza lo memorable de esos episodios. Si se
los extrae de sus textos y se los considera uno junto al otro, de la misma manera en que los
estudiosos del folclor abstraen los tipos de historias a partir de las narraciones individuales,
las anécdotas componían una metanarrativa lo suficientemente poderosa como para imprimirse
en la imaginación colectiva.
He aquí, por ejemplo, una serie de anécdotas acerca del rey durante la parte inicial de su
reinado. Son resúmenes de las versiones de Vie privée de Louis XV con referencias a otras
obras, donde aparecen en formulaciones similares, usualmente palabra por palabra con la cita
idéntica al final.
FIGURA XXII.8. La portada de Vie privée de Louis XV en traducción, copia perteneciente a George Washington (cortesía
de la Houghton Library, Harvard College Library. *AC7.Un33P.ZZlm2).
El rey seguía prendado de la reina durante los primeros años de su matrimonio, pero los cortesanos intentaron ganar
influencia sobre él al ponerle amantes potenciales en su camino. Cuando se veía enfrentado con una belleza, sin
embargo, se negaba a ceder a la tentación diciendo: “Encuentro a la reina más bella aún”. Vie privée, vol. 2, p. 27;
Amours de Zéokinizul, p. 24; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 106.
El cardenal de Fleury consolidó su poder manipulando la vida sexual del rey. Como primer paso instruyó al confesor
de la reina para que explotara su piedad ingenua advirtiéndole que se arriesgaba a condenarse si seguía teniendo
relaciones sexuales con el rey. Ya le había dado un número adecuado de hijos, la previno el confesor; seguir
teniendo relaciones sexuales sería pecaminoso. Cuando Luis se metió a su cama una noche, ella se resistió a sus
avances. “Él juró que jamás volvería a recibir una afrenta así, y mantuvo su palabra.” Vie privée, vol. 2, p. 28;
Amours de Zéokinizul, pp. 24-25; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 113.
Con la aprobación de Fleury, el duque de Richelieu organizó que el rey tomara a Madame de Mailly, a quien podían
controlar, como amante. El primer encuentro no resultó en nada, debido a la timidez del rey. En su segundo intento
Madame de Mailly, aconsejada por Richelieu, tomó la iniciativa y se impuso al rey. Cuando regresó después de
hacer el amor, sus ropas en desorden, dijo triunfalmente a Fleury y Richelieu: “Pueden ver cómo me ha dado una
buena tunda el lujurioso”. Vie privée, vol. 2, pp. 30-31; Amours de Zéokinizul, pp. 34-36, 42; Fastes de Louis XV,
vol. 1, p. 116.
Cuando el rey tomó a las hijas del marqués de Nesle, una tras otra, Fleury intentó defender su propia reputación
como el tutor del rey y el jefe efectivo del gobierno al regañar hipócritamente al rey por su inmoralidad. Luis
respondió: “He abandonado la dirección de mi reino en tus manos. Espero me dejes dirigirme a mí mismo”. Vie
privée, vol. 2, p. 31; Amours de Zéokinizul, p. 37; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 117.
El estallido de la Guerra de Sucesión austriaca provocó que Fleury perdiera el control que tenía sobre los
acontecimientos. Siempre había intentado promover la paz y estaba tan poco preparado para la guerra que no sabía
si Prusia se aliaría con Francia o con Austria. Cuando un confundido enviado francés llegó a Berlín, Federico II lo
tranquilizó diciendo: “Creo que voy a jugar tu mano por ti. Si consigo algunos ases, lo compartimos todo”. Vie
privée, vol. 2, p. 65; Histoire de la guerre de 1741, p. 14; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 138.
Mientras que les imponía impuestos sobre impuestos a sus empobrecidos súbditos, el rey despilfarraba su ingreso en
palacios y amantes, pero era demasiado tímido para admitir este derroche ante el contralor general Orry. Gastó 1
200 000 libras para embellecer el château de Choisy para Madame de Châteauroux, la última de las amantes que
eligió de las hermanas de Nesle. En lugar de reconocer este gasto en una discusión de las finanzas reales con Orry,
el rey le pasó después una nota sobre esto. Orry, un cortesano talentoso, no protestó por este golpe a la solvencia
del Estado. En lugar de ello, en su siguiente reunión le dijo al rey: “Majestad, me sorprende lo pequeño de la
cantidad. Esperaba algo más grande, y había puesto 1 500 000 libras en reserva para ese propósito”. Vie privée,
vol. 2, p. 136; Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse, p. 239.
Cuando el rey cayó peligrosamente enfermo en el frente en Metz, en 1744, Madame de Châteauroux permaneció
junto a su cama y el duque de Richelieu no permitió que nadie se le acercara. Por ello, el obispo de Soissons no
pudo tener acceso al rey para prevenirlo de su muerte inminente y administrarle la extrema unción. La crisis se
resolvió gracias al duque de Chartres, segundo en la sucesión al trono, quien llegó con el obispo a la zaga y empujó
a Richelieu diciéndole: “¿Qué, un lacayo como tú le cierra la puerta al pariente más cercano de tu Señor?” Vie
privée, vol. 2, p. 186; Amours de Zéokinizul, pp. 53-54; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 250.
Después de que Luis confesó sus pecados y renunció a Madame de Châteauroux, se recuperó de manera
milagrosa. Para entonces, la gente común en París, consternada, lo había proclamado “Luis, el bienamado”. La
recuperación del rey los enloqueció de gusto. “¡El rey se ha recuperado!”, gritaban, y el rey les respondía desde su
lecho: “¡Ah! Es tan dulce ser amado de ese modo. Y ¿qué he hecho para merecerlo?” Vie privée, vol. 2, pp. 188,
191-192; Histoire de la guerre de 1741, pp. 108-109; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 249.
Sin embargo, Luis volvió con Madame de Châteauroux y continuó con su estilo de vida inmoral. El amor de los
parisinos se convirtió en disgusto. Los pescaderos en los mercados decían: “¡Desde que volvió con esa golfa, no
hallará ni un Padre Nuestro en las calles de París!” Vie privée, vol. 2, p. 207; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 260.
La muerte de Madame de Châteauroux abrió el camino para una nueva amante real, Madame d’Étioles, que
después se convirtió en marquesa de Pompadour y dominó por completo al rey. Aunque era sólo una burguesa,
había sido entrenada para su papel como “una pieza digna de un rey” por su madre. El rey se le acercó en un baile
de máscaras para celebrar la boda del delfín. A petición de él, ella se levantó la máscara lo suficiente para exhibir
su bello rostro, luego desapareció entre la multitud y hábilmente dejó caer su pañuelo tras de sí. El rey lo tomó, pero,
al no poder alcanzarla, lo lanzó en su dirección. Entonces creció el murmullo que decía: “¡El pañuelo ha sido
lanzado!” Vie privée, vol. 2, pp. 219-220; Amours de Zéokinizul, p. 69; Fastes de Louis XV, vol. 1, p. 246.58
Es imposible saber cómo resonaban estas anécdotas entre los lectores, pero es probable
que su repetición, de edición en edición y de una obra a otra, les diera una fuerza
considerable. Tal fenómeno existe hoy en día. Cuando preguntaron a Bill Clinton si alguna vez
había fumado mariguana, supuestamente respondió: “Sí, pero no inhalé”. Para muchos
estadunidenses esta frase resumía la esencia de su carácter e incluso de su presidencia. Las
frases clave de los libelos, impresas con frecuencia en cursivas, probablemente hacían el
mismo eco entre los franceses del siglo XVIII. “Pueden ver cómo me ha dado una buena tunda
el lujurioso” era el epítome del apetito sexual indisciplinado del rey. “He abandonado la
dirección de mi reino en tus manos” era la representación de la renuncia a su poder.
“Majestad, me sorprende lo pequeño de la cantidad” expresaba el derroche real y la
explotación que los ministros intrigantes hacían de él. “Luis, el bienamado” indicaba la buena
voluntad que el rey podría haber disfrutado pero que despilfarró estúpidamente. “El pañuelo
ha sido lanzado” hablaba de que estaba por comenzar un nuevo capítulo en la degradación de
la monarquía.
Frases similares disparaban aún más comentarios cuando tenían que ver con Madame du
Barry, María Antonieta y Luis XVI, y aparecieron posteriormente en docenas de libelos. Las
anécdotas posteriores estaban construidas con base en las pasadas. Lejos de perder fuerza a
través de la repetición, la ganaban. Los lectores sabían por adelantado qué esperar, y mediante
su anticipación de una anécdota se elevaba a un estadio mayor la experiencia de seguirla hasta
su conclusión, cuando el remate de un chiste (o por lo menos ésa es mi hipótesis) la hundía
más profundamente en la conciencia colectiva. En una escala mayor y más noble, la narrativa
repetitiva en la Odisea produce un efecto similar. Tan poco homéricos y poco heroicos como
eran, los libelos perpetuaban una mitología propia, una mitología negativa que debilitaba a la
monarquía del Antiguo Régimen en sus puntos más vulnerables.
Llegar así de pronto a una conclusión tan grandiosa es, sin embargo, estirar demasiado la
evidencia. En lugar de ser la última parte del argumento, debería servir como hipótesis para
una investigación siguiente. Quizá nunca seamos capaces de desentrañar la conciencia, sea
colectiva o individual, como una dimensión de la historia. Y sabemos muy poco todavía
acerca de la historia a largo plazo de la calumnia. Pero Vie privée de Louis XV puede tomarse
al menos como un modelo para estudiar otros libelos, porque casi todas las grandes figuras de
la Francia del siglo XVIII fueron ridiculizadas en “vidas privadas” “anécdotas secretas”, y
otras publicaciones similares. Al estudiar de cerca esta literatura es posible llegar a una mejor
comprensión de los libelos en general.
1
“Anecdote”, en Dictionnaire de l’Académie française [1762], reimp., Nîmes, 1778. Samuel Johnson siguió al francés al
proponer su propia definición, que no sugería imprecisión, falsos rumores o chismorreos poco confiables: “1. Algo aún inédito;
una historia secreta. 2. Se emplea actualmente, a la usanza francesa, para aludir a un incidente biográfico; un pasaje nimio de la
vida privada”. A Dictionary of the English Language, 4a ed., Dublín, 1775.
2
Para un recuento conveniente de la literatura sobre Procopio, véase Paulys Realencyclopädiee der Classischen
Altertumswissenschaft, Stuttgart, 1957, vol. 45, columnas 273-599.
3
Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry, op. cit., prefacio, s. p. Para las estadísticas sobre la enorme difusión de este
libelo, véase Robert Darnton, The Corpus of Clandestine Literature…, op. cit., pp. 19-20.
4
Remarques sur les Anecdotes de Madame la comtesse Dubarri par Madame Sara G…, Londres, 1777, p. 11. El autor,
probablemente Ange Goudar escribiendo bajo el nombre de su amante Sarah, trabajó nuevamente con las anécdotas más
escandalosas acerca de Madame du Barry al tiempo que pretendía estar por encima de esas cosas y despreciar a su autor rival
como “un assassin littéraire qui tue périodiquement… Chaque ligne est un satire, et chaque page forme un libelle diffamatoire”,
ibid., pp.84-85 [“un asesino literario que comete homicidios periódicamente… Cada renglón es una sátira, y cada página integra
un libelo difamatorio”]. Las Remarques añadían algunas nuevas anécdotas, aunque condenaban al original Anecdotes sur Mme
la comtesse du Barry, op. cit., por hacer lo mismo: “Comme le sac des anecdotes commençait à se vider, et que l’auteur en
avait besoin pour grossir son livre, il a recours aux historiettes accessoires”, ibid., p. 127 [“Como la bolsa de anécdotas
comenzaba a vaciarse, y el autor tenía necesidad de más para agrandar su libro, recurre a las historietas accesorias”]. De
hecho, las Remarques probablemente eran una obra apresurada y de escaso valor que buscaba explotar el éxito del libelo que
supuestamente refutaba.
5
Correspondance littéraire secrète, s. l., s. f., 16 de mayo de 1781.
6
Ibid., 14 de noviembre de 1781.
7
Ibid., 21 de septiembre de 1784. El autor estaba reseñando un nuevo cuarto volumen unido al texto original, que apareció
en dos volúmenes en 1752.
8
El testimonio acerca de la experiencia de leer en estos casos puede hallarse en Valentin Jamerey-Duval, Mémoires:
Enfance et éducation d’un paysan au XVIIIe siècle, Jean Marie Goulemot, ed., París, 1981; Mémoires de Madame Roland,
Claude Perroud, ed., París, 1905; y Madame Jeanne Louise Henriette Campan, Mémoires sur la vie de Marie-Antoinette,
reine de France et de Navarre, op. cit. Véanse también Jacques-Louis Ménétra, Journal de ma vie: Jacques-Louis
Ménétra, compagnon vitrier au 18 e siècle, Daniel Roche, ed., París, 1982, y Nicolas Edme Restif de la Bretonne, Monsieur
Nicholas; ou, Le coeur humain dévoilé, J.-J. Pauvert, ed., París, 1959.
9
Debe decirse, sin embargo, que Morande después despreció a Le Gazetier cuirassé como una “ramas d’anecdotes”
[“una chusma de anécdotas”]. Réplique de Charles Théveneau Morande à Jacques Pierre Brissot…, op. cit., p. 19.
10
Le Gazetier cuirassé…, op. cit. [1777], p. 100.
11
Ibid., p. 34.
12
Erica-Marie Benabou, La Prostitution et la police des mœurs…, op. cit., pp. 257-259.
13
Mercier, Tableau de Paris, op. cit., Jean-Claude Bonnet, ed., vol. 2, pp. 25-29.
14
Un raro ejemplo de una obra histórica tolerada por el régimen fue Journal historique, ou fastes du règne de Louis XV,
París, 1766, pero era poco más que una compilación de sucesos, no una narrativa, y excluía cualquier cosa que pudiera ofender
a las autoridades. Paul-Philippe Gudin de La Brenellerie, el autor de una historia inocua, Aux Mânes de Louis XV et des
grands hommes qui ont vécu sous son règne, ou Essai sur les progrès des arts et de l’esprit humain sous le règne de
Louis XV, Lausania, 1777, explicaba en un prefacio que había dado por sentado que podía publicarla legalmente en Francia,
pero después de intentar hacerla pasar por los censores se rindió y tuvo que publicarla anónimamente en el extranjero. Los
censores eran tan timoratos, contaba, que no permitían el menor comentario que pudiera desagradar a una persona influyente.
15
Nougaret era un personaje fascinante de Grub Street y un rival de Restif de la Bretonne, pero, hasta donde he podido
observar, jamás se le ha estudiado. Para una lista de sus publicaciones, que fueron extraordinariamente variadas y profusas
hasta el día de su muerte, en 1823, véase Alexandre Cioranescu, Bibliographie de la littérature française du dix-huitième
siècle, París, 1969, vol. 2, pp. 1342-1345. Véase también la breve nota que hay sobre él en Sgard, ed., Dictionnaire des
journalistes…, op. cit., vol. 2, pp. 746-747.
16
Los historiadores normalmente fechan el inicio de la guerra a partir de la invasión de Silesia por Federico II en diciembre
de 1740, pero los franceses con frecuencia fijan el inicio por el involucramiento de Francia en 1741: de ahí el título de Voltaire,
Histoire de la guerre de 1741. La siguiente discusión le debe gran parte a la edición especializada de ese texto por Jacques
Maurens, Histoire de la guerre de 1741, París, 1971, y a la obra de René Pomeau, en particular Voltaire en son temps,
Oxford, 1985-1994, 5 vols.
17
Voltaire a Charles Augustin Feriol, conde d’Argental, 5 de abril de 1745, The Complete Works of Voltaire…, op. cit., vol.
93, p. 224.
18
René Louis de Voyer de Paulmy, marqués d’Argenson, a Voltaire, 15 de mayo de 1745, ibid., vol. 93, p. 243: “Voici les
anecdotes que j’ai remarquées ou que l’on a remarquées pour moi” [“Aquí tiene las anécdotas en que he reparado, o en las que
otras personas me han hecho poner atención”]. Para comentarios similares sobre anécdotas, véanse Voltaire a d’Argenson, 26
de mayo de 1745, ibid., vol. 93, p. 255, y Voltaire al conde Otto Christoph von Podewils, 1° de mayo de 1745, ibid., vol. 93, p.
233.
19
Voltaire a d’Argenson, 17 de agosto de 1745, ibid., vol. 93, p. 306. Véanse también Voltaire a d’Argenson, 30 de
septiembre de 1745, idem., y Voltaire a d’Argental, octubre de 1745 (no da la fecha exacta), ibid., vol. 93, p. 346.
20
René Pomeau, una de las mayores autoridades en Voltaire, lo describe en conexión con Histoire de la guerre de 1741
como un “reportero de genio” y caracteriza su investigación como el “contacto del periodista con lo real”. Véase la introducción
de Pomeau a Voltaire, Oeuvres historiques, París, 1978, p. 15.
21
Las referencias a los portafolios de ánecdotas se pueden hallar dispersas en muchas fuentes, incluidos los propios libelos.
Por ejemplo, un libelo en contra del contralor general, abate Joseph Marie Terray, contaba el incidente que confirmaba los
rumores acerca de las especulaciones del gobierno con el comercio de granos, y luego apuntaba: “L’anecdote au surplus, pour
qu’elle ne fût pas oubliée, fut consignée dans de méchants vers, que les curieux recueillirent toujours dans leur portefeuille,
comme très courus alors et complettant le recueil de tant d’autres où les opérations sinistres du contrôleur général étaient
consignées” [“Por lo demás, a fin de que la anécdota no cayera en el olvido, quedó registrada en versos malévolos que la gente,
picada por la curiosidad, recogía siempre en su portafolio, acción que era de preverse en esa época y que completaba la
recopilación de muchos otros en los que estaban consignadas las siniestras operaciones del contralor general”]. Mémoires de
l’abbé Terray, “à la Chancellerie”, 1776, p. 265.
22
Véanse el capítulo X y las fuentes citadas ahí.
23
Véase The “Mémoires secrets” and the Culture of Publicity in Eighteenth-Century France, Bernadette Fort y
Jeremy Popkin, eds., Oxford, 1998, especialmente el ensayo de Pierre Rétat, “L’Anecdote dans les Mémoires secrets: Type
d’information et mode d’écriture”, pp. 61-72.
24
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 7, p. 132.
25
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, p. 218.
26
Ibid., vol. 1, p. 212.
27
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 8, pp. 50-51.
28
Documentos de la Bastilla, ms. 11683, Bibliothèque de l’Arsenal. Este expediente más extenso contenía una gran cantidad
de información sobre Mairobert, quien es descrito por un agente de policía (probablemente Joseph d’Hémery), en una nota
fechada el 2 de julio de 1745, como “un jeune homme qui aimait à recueillir les vers courants, qui ne négligeait pas ceux qui
étaient malins, les portait dans ces poches, et ne se faisait pas prier pour les réciter ou pour en laisser prendre copie…. Ses
entretiens ordinaires se tenaient dans les cafés toujours garnis d’espions de police” [“un joven al que le encantaba recoger los
versos sobre asuntos corrientes, que no desdeñaba los de corte pícaro, los traía en la bolsa y no se hacía del rogar para
declamarlos o permitirles a los demás que los copiaran… Sus conversaciones con la gente tenían lugar generalmente en los
cafés, que siempre estaban abarrotados de espías de la policía”]. Al solicitar un puesto administrativo en 1762, Mairobert se
autodescribía como “alguien que carece de fortuna y cuyo haber se limita a la posesión de talentos”. Parece haber logrado a
duras penas vivir con varios recursos, aunque tenía contactos en la élite parisina; trabajó durante algún tiempo en el ministerio
naval e incluso fungió como censor real. Al informar al teniente general de la policía acerca del encarcelamiento de Mairobert
el 2 de julio de 1749, el comisionado Rochebrune apuntó que el hermano de Mairobert, abogado, había dicho a la policía que
Mairobert ya no tenía nada que ver con su familia y no quería seguir una carrera en leyes o finanzas. En lugar de ello se
entregó a “le fol empressement qu’il avait d’avoir toutes les pièces fugitives et satyriques qui paraissent et de les distribuer par
un principe de vanité et pour faire croire qu’il était en relation avec tous les auteurs” [“la insana iniciativa que tenía de poseer
todas las obras en verso de índole fugaz y de corte satírico que salen a la luz, y de distribuirlas movido por un principio de
vanidad y para hacer creer que estaba vinculado a todos los autores”]. Véase su nota biográfica en Sgard, ed., Dictionnaire
des journalistes…, op. cit., vol. 2, pp. 787-789.
29
Manuel, La Bastille dévoilée, vol. 8, pp. 19, 129.
30
Ibid., vol. 8, p. 54.
31
Aunque nunca he hallado una descripción completa de una escena como ésta, me he encontrado con muchos relatos de
chismes de café y nouvellistes declamando anécdotas. Para un tratamiento más exhaustivo de la interacción entre los
intercambios escritos y orales véase mi ensayo “Public Opinion and Communication Networks in Eighteenth-Century Paris”, en
Knabe, ed., Opinion, op. cit., pp. 149-230, que ha sido impreso en forma de libro como Poesie und Polizei: Öffentliche
Meinung und Kommunikationsnetzwerke im Paris des 18. Jahrhunderts, Fráncfort del Meno, 1996. Muchas de las
colecciones de material anecdótico del siglo XVIII se conocen como chansonniers porque se concentran en canciones, aunque
con frecuencia incluyen anécdotas en prosa, y muchas colecciones de material efímero del tipo álbum de recortes contienen
todo tipo de fragmentos anecdóticos, algunas veces copiados con cuidado, otras veces pegados con prisa sobre las páginas. La
investigación sistemática de estas fuentes revelaría gran cantidad de cosas acerca de la comunicación de la información
durante el Ancien Régime. Todavía hay mucho por descubrir en las colecciones en el departamento de manuscritos de la
Bibliothèque Nationale de France, en particular mss. fr. 12650, 12719, 13659, 13662, 13694-13695, 13699-13712. La
Bibliothèque de l’Arsenal tiene también ricas fuentes de documentos similares, v.g., mss. 10029, 10169-10170, 10319, 10819,
11544. Y algunos de los materiales más ricos se encuentran en la Bibliothèque Historique de la Ville de Paris, especialmente
mss. 580, 625-636, 648-649, C.P. 4274-4279, C.P. 4311-4312 y N.A. 229.
32
Vie privée de Louis XV, ou principaux événements, particularités et anecdotes de son règne, Londres, 1781, p. vii.
33
Moufle fue enviado a la Bastilla dos veces: en 1750 por colaborar en un libelo, Le Cannevas de la Pâris, ou mémoires
pour servir à l’histoire de l’Hôtel de Roulle, 1750, y en 1781 por Vie privée de Louis XV. En cada caso fue liberado después
de unos días, sin duda gracias a la intervención de sus protectores. Aunque venía de una familia relativamente rica, parece
haberse hundido en la pobreza después de que perdió su puesto en el ministerio naval en 1760. Véase Manuel, La Bastille
dévoilée…, op. cit., vol. 8, pp. 49-54; el informe policiaco sobre Moufle, en Bibliothèque Nationale de France, n. a. f., ms.
10782, y Sgard, ed., Dictionnaire des journalistes…, op. cit., vol. 2, pp. 733-735. Las Mémoires secrets no cubren el periodo
antes de 1762, así que Moufle no podía recurrir a ellas para los dos primeros volúmenes de Vie privée, que cubren la historia
del reino hasta 1754. Los últimos dos volúmenes contienen muchos pasajes que aparecen en Mémoires secrets y en otras obras
que Moufle escribió en colaboración con Mairobert, en particular Journal historique de la révolution opérée dans la
constitution de la monarchie française par le chancelier de Maupeou, 7 vols., Londres, 1774-1776. Moufle puede haber
tenido la mano metida en otras tres obras, normalmente atribuidas a Mairobert: Maupeouana ou correspondence secrète et
familière du chancelier de Maupeou avec Sorhouet, Londres, 2 vols., 1771, L’Observateur anglais ou correspondence
secrète entre milord All’eye et milord All’ear, Londres, 2 vols., 1777-1778, y Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry,
Londres, 1775. De hecho, Moufle y Mairobert colaboraron tan extensamente que es imposible saber quién escribió qué.
34
Para los comentarios generales de Moufle sobre la historia, que describe como un ciclo de ocurrencias análogas, véase
Vie privée de Louis XV…, op. cit., vol. 1, p. 30.
35
Véase ibid., vol. 1, pp. 82, 199, como ejemplos de la técnica de Moufle para poner al lector en el papel de un lecteur
philosophe, quien debe reflexionar sobre el significado general de los hechos. Cuando cita a los filósosofos franceses, Moufle
prefiere a Voltaire, pero también se refiere a Montesquieu, Helvétius y Raynal. Aunque nunca menciona a Rousseau por
nombre, invocó el concepto de un contrat social, ibid., vol. 1, p. 5.
36
Ibid., vol. 2, p. 224. Vénase los comentarios similares sobre filosofía, vol. 1, p. 168, vol. 2, p. 315, y vol. 4, pp. 114, 203204.
37
Véase, por ejemplo, ibid., vol. 1, pp. 4-5, vol. 2, pp. 46, 95, y vol. 4, pp. 66, 95, 172, 232.
38
Ibid., vol. 1, p. 128.
39
Véase, por ejemplo, ibid., vol. 4, pp. 172, 204, 224, 231.
40
Ibid., vol. 1, p. vii.
41
Ibid., vol. 1, p. vi.
42
Ibid., vol. 3, p. 205.
43
Ibid., vol. 1, p. 1. En otros pasajes Moufle atribuye anécdotas a “una narración escrita a mano”, ibid., vol. 3, pp. 116-117,
138, y a “una curiosa memoria escrita”, vol. 3, p. 138.
44
Bibliothèque Nationale de France, n. a. f., ms. 10783. Sobre la autoría de Mémoires secrets pour servir à l’histoire de
Perse, op. cit., véanse la entrada en Antoine-Alexandre Barbier, Dictionnaire des ouvrages anonymes…, op. cit., vol. 3, pp.
244-246, y los comentarios en el capítulo anterior, nota 27. Véase también la referencia a Pecquet en Vie privée de Louis
XV…, op. cit., vol. 2, p. 41.
45
Compárese ibid., vol. 2, pp. 14-15, y Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse, op. cit., pp. 100-101.
46
Vie privée de Louis XV…, op. cit., vol. 1, p. 52.
47
Ibid., vol. 2, p. 62.
48
Ibid., vol. 2, p. 300.
49
Voltaire más tarde incorporó su Histoire de la guerre de 1741 a su Précis du siècle de Louis XV, 1770, que extendía la
narrativa hasta el final de la década de 1760, pero el Précis era todavía más incompatible con las ideas de Moufle. Así que, al
abordar los años finales del reinado, Moufle lo evitó y recurrió a obras más radicales como Anecdotes sur Mme la comtesse
du Barry y Mémoires de l’abbé Terray.
50
Por ejemplo, después de copiar su relato de la seducción del rey por parte de Madame de Mailly, añadió una nota, Vie
privée de Louis XV…, op. cit., vol. 2, p. 30: “Voyez Les Amours de Zéokinizul, roi des Kofirans, ouvrage traduit de
l’arabe, du voyageur Krinelbol, un de ces écrits obscurs et licencieux, dont il faut se défier cependant, et que nous
n’adoptons qu’autant que les faits se rapportent avec les manuscrits plus authentiques que nous avons sous les yeux, ou avec le
récit des courtisans contemporains” [“Fijémonos en Les Amours de Zéokinizul, roi des Kofirans, ouvrage traduit de
l’arabe, du voyageur Krinelbol, uno de esos escritos tenebrosos y libertinos del que uno, no obstante, debe desconfiar, y al
que en este espacio damos acogida sólo a condición de que los hechos guarden correspondencia con los manuscritos más
auténticos que tenemos a la vista, o con las narraciones acerca de las cortesanas contemporáneas”].
51
Ibid., vol. 2, p. 220. Véase un comentario similar sobre las igualmente apócrifas Mémoires de Madame la marquise de
Pompadour, ibid., vol. 2, p. 359.
52
Ibid., vol. 2, p. 112, y Journal historique, ou fastes du règne de Louis XV, surnommé le Bien-aimé, op. cit., vol. 2, p.
2.
53
Les Fastes de Louis XV, de ses ministres, maîtresses, généraux, et autres notables personnages de son règne, “à
Ville-Franche, chez la Veuve Liberté”, 1782, p. xiv. Una confesión similar acerca del robo de anécdotas ocurre en Anecdotes
du règne de Louis XVI, contenant tout ce qui concerne ce monarque, sa famille et la reine [1776], París, 1791, vol. 1, p. ix:
“J’ai recueilli les anecdotes les plus intéressantes éparses dans plusieurs ouvrages très rares” [“Recogí las anécdotas más
interesantes que se hallaban esparcidas en varias obras que son muy difíciles de encontrar”].
54
Les Fastes de Louis XV…, op. cit., vol. 1, pp. 122-123; Vie privée de Louis XV…, op. cit., vol. 2, pp. 34-35; Mémoires
secrets pour servir à l’histoire de Perse, op. cit., pp. 76-78.
55
Mémoires secrets, 19 de diciembre de 1784: “Les bonnes choses qu’on y trouve sont des lambeaux pillés de l’Espion
anglais, des Mémoires secrets, des Mémoires de l’abbé Terray, de la Gazette littéraire de l’Europe, etc.” [“Las únicas
cosas buenas que se hallan ahí son trozos plagiados de l’Espion anglais, de las Mémoires secrets, de las Mémoires de l’abbé
Terray, de la Gazette littéraire de l’Europe, etcétera”].
56
Correspondance littéraire secrète, op. cit., 7 de marzo de 1781. El reseñista identificó al autor del libro como “M.
Mouffle de Georville” (modificado, pero incorrectamente, a “d’Amerville” en una nota subsecuente del 14 de marzo) y
señalaba que había sido encarcelado en la Bastilla por su audacia. A pesar de algunas críticas, la reseña era bastante favorable:
“Le style m’en a paru négligé, mais l’ouvrage n’en est peut-être pas moins curieux… L’histoire des maîtresses de Louis XV se
lit aussi avec tous ses détails” [“Me pareció que el estilo era poco cuidado, pero quizá la obra no deja por ello de suscitar
nuestra curiosidad… La historia de las amantes de Luis XV se deja leer asimismo con todas sus detalladas precisiones”].
57
Los clasifiqué en los números 32 y 39 de las 720 obras prohibidas cuya difusión estudié en The Corpus of Clandestine
Literature in France, 1769-1789, Nueva York, 1995.
58
Otras obras aluden a los mismos incidentes y siguen la misma trama, pero no cuentan las anécdotas en su totalidad con
las citas a manera de remate del chiste al final de ellas. Por ejemplo, Mémoires de Louis XV, roi de France et de Navarre,
Róterdam, 1775, se apega bastante en su narrativa y en su mensaje general a Vie privée de Louis XV…, op. cit., pero no toma
material de publicaciones previas.
XXIII. RETRATOS
UNO DE los pasajes más importantes que Moufle d’Angerville tomó de Mémoires secrets pour
servir à l’histoire de Perse era una descripción de Luis XV cuando tenía 16 años.
Bien parecido, bien proporcionado, con una pierna perfectamente torneada, de aire noble, los ojos grandes, el
semblante más suave que orgulloso, cejas color castaño… Cazar era su único placer, ya sea por un instinto secreto
que lo impulsaba hacia el sano ejercicio o por la ociosidad y el miedo al aburrimiento que ya comenzaban a
envenenar el periodo más brillante de su vida. Sus mayores habían descuidado terriblemente su educación, por
temor a presionar demasiado sus jóvenes órganos, y por ello no tenía una mente bien acondicionada… Tenía una
aversión invencible a los temas administrativos y no soportaba siquiera oír que los discutieran. Sin el menor amor
por la gloria, carecía de la energía que en el caso de su bisabuelo [Luis XIV] compensaba las deficiencias en su
educación y su ignorancia. En una palabra, su carácter débil, la indolencia y la timidez lo hacían propenso a ser
gobernado por la primera persona que se encargara de él.1
Este pasaje se ajustaba a la forma de un ingrediente popular en la literatura de la temprana
modernidad, conocido como el “retrato”. Los retratos eran imágenes verbales insertadas en
puntos clave de la narrativa, que supuestamente revelaban la naturaleza interna así como la
externa de una personalidad. Podían hallarse por todos lados en las obras de ficción y de no
ficción en Francia, especialmente en los siglos XVII y XVIII. Formaban parte de los pasajes más
apreciados en las obras de los autores más talentosos, particularmente La Bruyère y La
Rochefoucauld, quienes podían esbozar y denostar a cualquiera con unos cuantos trazos de su
pluma. Pero los retratos al estilo de las bellas letras (belletristic), con frecuencia encubiertos
tras nombres ficticios, estaban confinados en su mayoría por los límites de la sátira aceptable.
Cuando se incorporaban a los libelos, los retratos funcionaban como una de las técnicas
favoritas de la calumnia. Los libelistas los utilizaban junto con las anécdotas para organizar
los ataques a gran escala en contra de las reputaciones de las figuras públicas. Mientras que
las anécdotas hacían avanzar la narrativa contando acciones, los retratos la llenaban con
descripciones de los actores. Ambos ingredientes provenían de las mismas fuentes,
repositorios de información que el libelista había plagiado, descubierto o recolectado al darse
una vuelta por los cafés.
La información a veces tomaba la forma de un párrafo garabateado en un pedazo de papel,
al igual que las anécdotas. Nouvellistes y chismosos cargaban con estas notas en sus bolsillos
y las sacaban y declamaban en los cafés y los jardines cada que veían la oportunidad de
mostrar públicamente su conocimiento íntimo de la vida entre los grandes. Algunos de los
pedazos de papel con retratos eran recopilados y pegados o copiados en álbumes de recortes
junto con ingeniosidades, acertijos, anécdotas o canciones. Una colección así incluía el
siguiente retrato de Luis XV, quien para entonces ya había cumplido 37 años.
Carácter o retrato de Luis XV, julio de 1747
Tenía un carácter consistente, que nunca ha variado. Uno sólo puede ganarse su favor con muchas dificultades,
pero si uno tiene confianza en sí mismo puede lograrlo. La única falta que nunca perdona es el abuso de su
confianza. Una vez perdida, es muy difícil recuperarla. Es igual en su vida amorosa y nunca se contenta con sus
amantes. Lo que es más sorprendente es que en ocasiones las sacrifica 1) en el interés de su pueblo. No involucra
su corazón en la elección de ellas; y en casos en los que la mercancía es algo dudosa, las acepta como lo
desechado por alguien más; y 2) sin investigar el asunto con cuidado.2
Los números insertos en el texto se refieren a dos notas, que el copista añadió para que el
lector pudiera identificar las alusiones.
1) Ésta es una referencia a Madame de Châteauroux cuando fue alejada de Metz durante la enfermedad del rey.
2) Ésta es una referencia a Madame de Pompadour, que le había cedido al rey el duque de Richelieu.
Como indican las notas, los retratos tenían que ser leídos con cuidado y desentrañados por
quien quisiera extraer de ellos su significado completo. También eran parecidos a las
anécdotas en el modo en que circulaban antes de ser incorporados a los libelos. Pertenecían a
la misma variedad de historia a la Procopio.
El propio Procopio era excelente retratista. Al describir a Justiniano comenzó con los
detalles físicos, aplicados con aparente imparcialidad, y luego armó la imagen de un monstruo
moral, mucho más lóbrego que el Luis XV retratado por los libelistas.
De estatura ni muy alta ni muy baja, era bien proporcionado y más bien predispuesto a la gordura; su cara era
redonda y afable; su complexión, lozana… Era astuto y sin embargo era fácil de engañar, así que puede decirse que
era habilidoso y débil, al mismo tiempo. Nunca decía o quería decir nada que fuera verdadero a nadie con quien
tuviera tratos, sino que, por lo maligno de su naturaleza, se esforzaba por evadir a todos, aunque él estaba
constantemente expuesto a las falacias de los demás… Era inconstante con sus amigos e inexorable con sus
enemigos. Ansiaba tanto sangre como dinero. Era un gran amante de la novedad y de los problemas. Fácilmente se
le convencía cuando había maldades que hacer, pero era obstinado e imperturbable ante los actos que fueran
buenos. Era excelente para inventar nuevos crímenes, pero aborrecía el nombre de la virtud.3
Ya sea que haya inspirado directamente o no a los libelistas del siglo XVIII, Procopio
representa una tendencia que atraviesa toda la literatura del libelo. Desde los antiguos hasta
los modernos, los libelistas con frecuencia suspendían su narrativa para presentar el retrato de
uno de los personajes que aparecían en ella. Los retratos eran piezas ya elaboradas que se
incluían en un punto de la trama en el que el personaje comenzaba a asumir una función mayor
o desaparecía de la escena; era algo similar a lo ocurrido en una obra donde los actores se
congelan en un tableau vivant y la luz cae sobre uno de ellos mientras una voz en off describe
los mecanismos internos de su alma, o a los soliloquios que interrumpen la acción en las
tragedias shakespereanas.
Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse tenía docenas de retratos esparcidos
así a lo largo de su narración. Todos los ministros, del abate Dubois al cardenal Fleury, todos
los generales hasta el mariscal de Saxe, todas las amantes reales hasta Madame de
Pompadour: toda figura importante recibió su retrato en su lugar reservado dentro de la
narración. Vie privée de Louis XV reprodujo casi todos y añadió otros, “pintados”, según lo
prometía el prefacio, con mano experta.4 A los retratos verbales los complementaban genuinas
obras de arte: 14 grabados hechos en plancha de cobre que reproducían la apariencia externa
de los personajes y acompañaban los pasajes que exhibían su ser interior. En principio,
entonces, los lectores podían observar las imágenes al tiempo que seguían la historia y
disfrutar del libro como si estuvieran paseando por una galería de retratos. Sin embargo, los
grabados de hecho eran tan burdos como las ilustraciones estilizadas de las obras de corte
popular conocidas como literatura de cordel (chapbooks). El retrato de Luis XV tiene una
cualidad icónica roma, sin ninguna individualidad. Las facciones del rey casi no difieren de
las del regente, cuyo retrato era muy similar excepto por la peluca, que data de una época
anterior.
El grabado de Madame du Barry en Vie privée de Louis XV es el mismo que el del
frontispicio de Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry (véase la figura VI.9.), una obra
parecida que contenía los mismos retratos verbales, palabra por palabra. Visual y
verbalmente, los libelos utilizaban la misma fuente común de imágenes. Los grabadores de la
rue St. Jacques intercambiaban placas de cobre del mismo modo que los autores en el Café du
Caveau intercambiaban anécdotas. Los libelos eran productos de baja calidad, confeccionados
con materiales baratos; comúnmente no tenían ilustraciones, pero cuando sí las tenían, el tipo
del arte correspondía con el tipo de textos.
Sin embargo, la pobre calidad de las imágenes saltaba a la vista, mientras que los trucos
verbales con frecuencia pasaban desapercibidos. Un reseñista de Vie privée de Louis XV en un
boletín clandestino no se dio cuenta de los pasajes plagiados y elogiaba el retrato del rey, pero
condenaba lo tosco de las imágenes. Se esperaba que los lectores disfrutaran de las anécdotas
picantes acerca de las amantes reales —señalaba el reseñista—, pero no de las imágenes que
las acompañaban, especialmente el retrato de Madame de Pompadour, que le parecía
particularmente repulsivo; con razón, porque en realidad lo es.5 El mismo reseñista también
destacó “el arte de hacer retratos” como la mejor cualidad de otro libelo, Lettres iroquoises.
No tenía ilustraciones, pero ofrecía bastantes imágenes verbales, que mezclaba con una rica
oferta de “anécdotas entretenidas”,6 como también apuntaba con aprobación. Ya sea que
incluyeran o no arte visual, los libelos requerían combinar esos dos ingredientes básicos, las
anécdotas y los retratos, si querían satisfacer a los lectores del siglo XVIII.
La fórmula puede parecer extraña hoy que las figuras públicas aparecen constantemente en
la televisión y en las pantallas de computadora, en los periódicos y en las revistas, en vallas
publicitarias y en simples anuncios. El público del Antiguo Régimen vivía en un mundo que no
estaba saturado de imágenes de los notables. A pesar de la iconografía real promovida por el
Estado, las imágenes precisas del rey y la reina no aparecían dentro del espectro visual de la
mayoría de sus súbditos. Los artistas más talentosos del reino producían bustos y pinturas de
Luis XV y Luis XVI, pero pocos franceses las veían. No existían los timbres postales ni los
billetes impresos. Los bajorrelieves de las monedas sólo daban una impresión estilizada y sin
alma. Los grabados circulaban ampliamente, pero también les faltaba individualidad, como en
el caso de los grabados en Vie privée de Luis XV. Louis-Sébastien Mercier apuntaba que
todos querían retratar al rey, aunque fuera sólo en su imaginación, pero ningún retratista podía
capturar lo que a la mayoría le parecía su atributo más interesante: su personalidad. Los
súbditos del rey lo conocían principalmente por medio de cualquier rumor que llegaba desde
Versalles, e incluso los pocos que lo habían podido ver de cerca no transmitían
adecuadamente una interpretación de cómo era por fuera el hombre y menos por dentro.7 Al
contrario de Luis XIV, que puso su imagen en exhibición y la multiplicó de muchas maneras,
Luis XV evitaba la exhibición pública. Se retrajo lo más posible hacia los espacios reducidos
y ocultos, los petits appartements privados de sus palacios, y después de la crisis de 1744 —
el episodio de Metz y su renovado enredo amoroso con Madame de Châteauroux— rara vez se
aparecía en París. Incluso había mandado construir un camino especial alrededor de la ciudad
para poder viajar de Versalles a Saint Denis sin estar expuesto a los parisinos. Éstos
experimentaron un creciente sentido de separación respecto de su rey, y entre más se alejaba
de sus miradas, más curiosos estaban de cómo era en realidad.8
La curiosidad es algo difícil de evaluar a dos siglos de distancia, pero probablemente es
responsable en gran medida del éxito de los libelos sobre la familia real. Al estudiar los
retratos verbales del rey en Vie privée de Louis XV, los lectores franceses se enteraban del
color de sus cejas y de la forma de sus piernas, siempre un aspecto crucial en la persona real.9
Más importante todavía, tenían la impresión de estar contemplando su interior: su ingenio, su
bagaje de ideas, sus actitudes, su carácter fundamental. El tono del retrato transmitía
autoridad, y los toques favorables daban suficiente relieve como para hacer que los detalles
incriminatorios parecieran más convincentes. Al parecer que daba una perspectiva contenida,
bien informada y objetiva, el retrato comunicaba un mensaje aplastantemente negativo: Luis
habría sido una persona decente si hubiera nacido en una familia ordinaria, pero no estaba
calificado en absoluto para gobernar Francia.10
La familia real era un caso especial, y lo es todavía en países como Gran Bretaña. Pero los
lectores querían tener una imagen de todos los “notables”, y los escritores satisfacían esta
exigencia con retratos verbales de ministros, generales, prelados, cortesanos y amantes reales.
Le Gazetier cuirassé incluía una galería de los cortesanos más desafortunadamente célebres
de París, y su supuesta continuación, La Gazette noire, contenía una larga serie de retratos de
sus colegas en el reino y de recolectores de impuestos, subrayando su ilegitimidad, sus
genealogías fraudulentas y su corrupción, junto con diversos defectos de carácter.11 Otros
libelos ofrecían retratos de criminales como Mandrin, charlatanes como Cagliostro,
aventureros como el caballero d’Eon y una colección de nigromantes, actores, bailarinas,
prostitutas y hombres de mundo. La literatura efímera de este tipo podía hallarse por todo
París.12 Llenaba las bolsas de los vendedores y se acumulaba en las estanterías de los
bouquinistes. Muy posiblemente gran parte de ella iba y venía sin dejar una impresión
duradera. Ésa era la opinión de Mercier, aunque aseguraba que cualquier libelo que
persiguiera el gobierno probablemente contenía “algunas buenas verdades” que ultimadamente
podían dar forma a la opinión pública.13
FIGURA XXIII.1. Grabado de Madame de Pompadour en Vie privée de Louis XV (copia privada).
Ahora que las vidas privadas de las figuras públicas están expuestas a la implacable
cobertura de los medios es difícil para nosotros apreciar la distinción entre las esferas pública
y privada que existía en el Antiguo Régimen. La diferencia casi no existía en Versalles, donde
el rey cenaba con frecuencia ante una audiencia de espectadores compuesta por el público en
general y los cortesanos entreveraban intrigas personales con los asuntos de Estado en su dieta
diaria de chismes. Pero cuando el chisme aparecía impreso y circulaba fuera de la Corte, la
ofensa se consideraba un crimen. Un libelo en contra del rey o la reina podía ser un caso de
lesa majestad. Fuera de Versalles, la línea entre lo público y lo privado tenía mucha más
consistencia. Al violarla, un libelo podía considerarse una ofensa grave, comparable al
asesinato a los ojos de las víctimas. Cuando fue atacado por un libelista, François-ThomasMarie de Baculard d’Arnaud no consultó a un abogado. Fue directamente con el teniente
general de la policía: “Este canalla es un hombre llamado Foilhoux… No es suficiente con que
su retractación se publique en la prensa: me halaga que en el ejercicio de su bien conocido
sentido de la justicia, usted encierre a este monstruo en una prisión y lo deje marcado por la
infamia. Es un asesino moral”.14 Cuando Louis-Léon-Félicité, duque de Brancas, conde de
Lauragais, residente en ese momento en Londres, se sintió calumniado por Charles Théveneau
de Morande, él tampoco buscó justicia en la Corte. Le dio una bofetada a Morande y le exigió
que le pidiera perdón de rodillas en la calle y que publicara una retractación en los
periódicos.15 En la Francia del siglo XVIII los desagravios por calumnias no necesariamente
tomaban la forma de demanda porque el honor durante el Antiguo Régimen estaba unido al
rango en un orden social jerárquico. Los aristócratas podían llevar sus casos ante los
tribunales de los mariscales en Francia, pero era más frecuente que recurrieran a los duelos.
Un duelo, sin embargo, no podía resolver cuestiones de honor entre hombres de estatus
distintos. La paliza que le propinaron los lacayos del caballero de Rohan a Voltaire es el
ejemplo más famoso de cómo los grandes aristócratas ajustaban cuentas con un simple
escritor. Los escritores, no obstante, lastimaban honores cada vez que publicaban un libelo.
¿Cómo hacía el Antiguo Régimen para lidiar con ellos?
Básicamente, lo hacía utilizando a la fuerza policiaca, como lo ilustran los intentos por
secuestrar a los libelistas en Londres. El teniente general de la policía recibía frecuentes
peticiones de parte de personajes importantes que sentían que su honor podía restituirse
únicamente a través del arresto del escritor que lo había mancillado.16 Los retratos, sin
embargo, planteaban un problema especial porque era común que estuvieran ocultos tras
nombres falsos y los autores distinguidos con frecuencia los incluían en sus relatos de ficción.
Dante llenó el Purgatorio y el Infierno con sus enemigos en la Divina Comedia. Rabelais,
Molière, Mademoiselle de Scudéry, Madame de La Fayette, Bussy-Rabutin, La Fontaine, La
Rochefoucauld, La Bruyère: casi todos los escritores de mayor rango en la temprana era
moderna en Francia eran sospechosos de haber incluido difamaciones en sus textos. El
“retrato” era una convención literaria. Cabía perfectamente en las novelas, especialmente en
las romans à clef. Pero las romans à clef tendían a confundirse con los libelos. ¿Cómo
distinguirlos?
Este problema atormentó a los censores reales, que se quejaban constantemente de las
dificultades de detectar las referencias ocultas en los textos que les presentaban para su
aprobación. Un censor que aprobaba una obra con un retrato que disgustaba a un cortesano
podía hallarse en serios problemas, pero era común que careciera del conocimiento
confidencial de la vida cortesana que resultaba necesario para detectar la alusión. Un censor
rogaba ser excusado de vetar una novela porque no era lo suficientemente conocedor del
mundo como para decodificarla: “Temo las alusiones. Son bastante frecuentes y no me atrevo
a hacerme responsable de ellas. Si las hubiera detectado quizá estaría libre de preocupación,
pero como no sé a quiénes se refieren estaría muy agradecido si convenciera a M. de
Malesherbes de nombrar a otro censor. Alguien más estará mejor informado que yo”.17 Otro
censor aprobó una obra con “retratos naturales” —su frase para las descripciones directas que
parecían ser inocentes— pero se negaba a garantizar que no tuvieran “aplicaciones”.18
La noción de “aplicaciones”, o alusiones ocultas a personajes importantes, aparece en
varias cartas enviadas por los censores a sus superiores en la administración del comercio de
libros.19 Sus memorandos internos y su correspondencia muestran que estaban obsesionados
con el peligro de fallar al descifrar las referencias a los notables y poderosos. Las
reputaciones de los individuos estaban vinculadas a los nombres, y entre los notables los
nombres tenían que ser protegidos. Un censor temía la ira de la familia Noailles si permitía
una referencia a una indiscreción cometida por uno de sus ancestros 200 años antes.20 Otro
temía las alusiones que pudieran esconderse en la vida de un santo situada en el siglo XIII.21
Los censores tendían a ser clérigos y hombres de letras relativamente desconocidos que no
sabían cómo moverse entre los grandes. Malesherbes, su superior en tanto que era miembro de
una gran familia, así como en su papel como director de la administración del comercio del
libro, los describía como un grupo de timoratos que temían ofender a les grands. En sus
Mémoires sur la librairie de 1759 advertía que no eran capaces de detectar las “alusiones
ocultas” en los manuscritos que se sometían a su escrutinio.22 Así que no debían ser
responsabilizados por los insultos personales que se les escapaban. Era mejor tolerar las
referencias veladas del tipo que aparecían en las obras de La Brùyere y Molière que intentar
reprimir todo lo que pudiera ofender. Los libelos verdaderamente difamatorios debían ser
castigados severa y perentoriamente por medio de lettres de cachet, pero de entrada ésas eran
las obras que jamás le serían presentadas a un censor. Malesherbes no negaba la obligación
que tenía el Estado de defender las reputaciones de las élites. Simplemente quería ajustar las
reglas del juego a fin de hacer más sencilla la tarea para sus censores, quienes no pertenecían
al entorno donde la reputación tenía tanta importancia. En el comercio del libro, como en
todos los demás ámbitos del Antiguo Régimen, se daba por sentado que las personas nacían
desiguales, que la ley se basaba en privilegios y que los privilegiados debían recibir un trato
especial. Éstos eran lo suficientemente importantes como para ser difamados, pero la
represión de las difamaciones presentaba enormes dificultades a la administración.
La policía se enfrentaba al mismo problema. Sus miembros estaban más preocupados por
las injurias a los individuos que por los argumentos abstractos en contra de las ortodoxias
religiosas y políticas. François-Martin Poultier d’Elmotte, el escritor de poca monta y
vendedor de libros que espiaba para la policía, dijo que había recibido las siguientes
instrucciones del teniente general Lenoir: “Te doy permiso de que trafiques con libros en
contra de Dios, pero no en contra de M. de Maurepas; en contra de la religión, pero no en
contra del gobierno; en contra de los apóstoles, pero no en contra de los ministros; en contra
de los santos, pero no en contra de las damas de la Corte”.23 Cuando la policía interrogaba a
un autor en la Bastilla intentaba identificar toda posible “aplicación” (jerga policiaca para las
referencias ocultas a figuras públicas) presente en sus libros. Durante su interrogatorio en
1750, Clément Ignace de Rességuier se quebró y admitió que su roman à clef, Voyage d’
Amatonthe, contenía un retrato tan injurioso de Madame de Pompadour que merecía ser
ejecutado. (Lo único que pedía era que fuera mediante la espada y no ahorcado, para proteger
el honor de su familia, pero finalmente fue perdonado.) Dijo que lo había impulsado a hacerlo
“el loco deseo de hacer retratos… Admito que se realizan de tal manera que los vuelve
criminales”.24 Pero la policía sospechaba que estaba guardándose información acerca de
muchas de las “aplicaciones”. Los tres peores villanos del libro, Amon, Ezon y Sinon,
claramente eran referencias al mariscal Fouquet de Belle-Isle, el conde d’Argenson y el
cardenal de Tencin. Pero ¿podía Crysippe ser Machault? ¿Ariste, Maurepas? ¿Y quién diablos
eran Cydalise, Epaminondas, Zélide e Iphis? La policía pasó días revisando el texto. Lo
compararon con borradores que habían confiscado de la buhardilla de Rességuier, apuntaron
observaciones hermenéuticas en los márgenes y pegaron notas elaboradas junto a los pasajes
más dudosos. La copia que utilizaron, ahora en la Bibliothèque de l’Arsenal, parece como si
hubiera sido diseccionada por un crítico literario moderno.25
Así pues, para las autoridades del Antiguo Régimen los retratos eran problemas. Para los
libelistas eran una bendición, no sólo porque el público estaba dispuesto a pagar muy buen
dinero para leer libros acerca de los personajes notables, sino también porque el Estado
estaba dispuesto a pagar aún más para suprimirlos. La extorsión literaria tiene una historia
larga, aunque todavía está pendiente de escribirse. Como modo de vida, comenzó con uno de
los escritores más talentosos del Renacimiento, Pietro Aretino.
Hijo de un zapatero de Arezzo, Aretino usó su palabra y su escritura para adentrarse en el
círculo del papa León X, al mismo tiempo que se mezclaba con la vivaz cultura callejera de la
Roma de inicios del siglo XVI.26 Los romanos hacían continuamente comentarios sobre sucesos
actuales a través de bromas, pintas, canciones y pasquinadas (poemas pegados a una estatua
conocida como Pasquino en una plaza cerca de la Piazza Navona). El zócalo de Pasquino
funcionaba como una especie de panel para boletines. Diario aparecían nuevos poemas
pegados a él durante los periodos críticos, como los cónclaves para elegir a un nuevo papa.
En la muy competida elección de 1522, Pasquino floreció con sonetos que difamaban a todos
los candidatos, excepto al cardenal Giulio de Medici, el patrono de Aretino. El cónclave
supuestamente estaba aislado del mundo exterior, pero los rumores en la calle siempre
hallaban la manera de colarse, y el cabildeo iniciaba incluso antes de que se reunieran, así que
Aretino intentó promover la elección de Giulio ensuciando los nombres de sus oponentes. En
soneto tras soneto, casi 50 en total, todos los cardenales estaban identificados con un vicio: el
de Pucci eran las prostitutas; el de Sion, el alcohol; el de Santa Croce, la usura; el de Mantua,
molestar niños, y el de Triani, el más inverosímil de todos: el de ser mandilón, pues lo
dominaba su madre.27 Esta estrategia falló, si bien Giulio fue elegido en el siguiente cónclave
de 1523. Pero las pasquinadas de Aretino produjeron tanta hilaridad que las copias se
dispersaron por toda Europa y le granjearon fama de ser un maestro libelista. Siguió
demoliendo reputaciones mediante poemas, profecías burlescas y juicios seudolegales
(giudizii) tan ofensivos que una de sus víctimas, el obispo Giovanni Giberti, casi logró que lo
asesinaran. Para 1527, Aretino había probado el poder de su pluma y alienado a los notables
más poderosos de Roma. Por ello buscó protección en la rival de Roma, la República de
Venecia.
Todavía apoyado por los Medici y abastecido de chismes por informantes bien colocados,
Aretino siguió enturbiando los nombres de sus enemigos y elogiando los de sus protectores
desde su base en Venecia, pero ahora recurría a la imprenta. En 1535 comenzó a publicar su
Ragionamenti, un relato subido de tono de las costumbres romanas presentado como un
diálogo entre dos prostitutas. Desde 1538 hasta su muertes, en 1556, producía volúmenes de su
correspondencia con los notables. Para entonces habían aprendido a proteger su reputación
enviándole regalos. Cosimo de Medici, Francisco I de Francia, el sacro emperador romano
Carlos V, el papa Julio III y otros le hacían pagos tan cuantiosos que se hizo famoso como “el
azote de los príncipes”, un título que recibió de Ariosto. Las Lettere, impresas bellamente en
volúmenes que circulaban por todas las cortes de Europa, contenían en realidad muy poquito
material injurioso, pero Aretino cultivaba la noción de que podía sacar el látigo si quería:
“Los príncipes me pagan tributo por miedo a que los injurie… La gran mayoría de los
poderosos del mundo no temen la ira de Dios, pero sí temen la furia de mi pluma”.28 Aretino
dominó todos los medios de su tiempo: el boca a boca, las cartas, las publicaciones
manuscritas, los libros impresos y las imágenes, porque había recibido algo de instrucción
como artista y conocía a los grandes maestros del Renacimiento tardío, sobre todo a Tiziano,
quien le hizo cinco retratos. Tenía un ingenio perverso, y escribía en una versión atrevida del
habla vernácula que lograba hacerse oír en medio de la pomposidad de los humanistas en las
cortes italianas. También escribió obras devotas y obras de teatro. Pero su reputación estaba
fundada en la destrucción de las reputaciones de los otros y en su descarada celebración del
sexo, sobre todo en los Sonetti lussuriosi, que escribió para acompañar los grabados
obscenos de Marcantonio Raimondi a partir de los dibujos de posiciones sexuales de Giulio
Romano. En el cenit de su poder, Aretino ocupaba un palacio magnífico en el Gran Canal,
vivía con estilo magnificente e incluso cabildeó para hacerse nombrar cardenal. Después de su
muerte, miraba desafiante a las nuevas generaciones desde los retratos de Tiziano, al tiempo
que sus obras, condenadas por la Congregación del Índice, circulaban por debajo de la mesa.
Aborrecido y admirado a lo largo de los siglos, despunta sobre todos los gacetilleros a
destajo y de escaso relieve como el más grande de su especie y el ejemplo supremo de cómo
hacerse rico mediante la calumnia.
El ejemplo de Aretino ilustra también un hecho paradójico de la vida en las cortes en la
modernidad temprana: aunque operaban bajo el principio del poder concentrado en manos de
un gobernante, fuera un déspota italiano o un monarca francés, eran vulnerables a las presiones
de la opinión. La Corte era un mundo cerrado: excluía a todos los que estaban fuera de ella,
especialmente a los plebeyos. Sin embargo, los “ruidos públicos” provenientes de fuentes
plebeyas podían desequilibrar el balance de poder entre los grandes, incluso en el Colegio de
Cardenales, el órgano patricio más hermético de todos. Para jugar el juego del poder en la
Corte los notables necesitaban cuidar sus nombres, pero sus nombres podían ser dañados
desde el exterior por personas fuera del juego que expresaban la vox pópuli, o pretendían
hacerlo. Si la reputación de un cortesano podía ser lastimada e injuriada por difamadores
vulgares, infundía mucho menos respeto en los corredores de poder. No es que cualquier tipo
de rumor pudiera derrocar a un favorito. Los libelistas necesitaban información certera, y
tenían que dirigirla contra blancos ubicados en lugares críticos dentro del sistema de apoyos y
protección. Pero un tirador de primer rango como Aretino podía causar grandes daños.
Este tipo de poder —el tipo que después sería conocido como opinión pública— era un
tema importante en Maquiavelo y Castiglione. Difería fundamentalmente del poder que venía
del cañón de un arma, el tipo de poder que ganó la batalla de Pavia en 1525 y que avasalló a
Roma en 1527. Pero era, igual que aquél, real. Benvenuto Cellini expresaba su eficacia
cuando describía al Gran Duque Cosimo de Medici escondiéndose cerca de la estatua de
Perseo realizada por Cellini, a quien se la había comisionado recientemente porque quería
escuchar los comentarios de la gente que pasaba por ahí.29 La magnificencia, en última
instancia, dependía de la admiración de los plebeyos. Un francotirador que disparara desde el
exterior, incluso desde una miserable buhardilla o desde una nación lejana, podía causar daños
terribles. El ejemplo de Aretino, el hijo de un zapatero que llegó a vivir en el Gran Canal,
reverberó a lo largo y ancho de las Grub Streets de Europa por los siguientes tres siglos.
Para cuando llegó a la Francia del siglo XVIII, la reputación de Aretino había adquirido una
tonalidad más oscura. El azote de los príncipes aparecía como una especie de coco, un
inmoral de la literatura, comparable a Hobbes y a Spinoza en la filosofía. Pero aun así
provocaba respeto. Una biografía influyente sobre él, que publicó en 1750 Bénigne Dujardin,
un oficial real y hombre de letras con simpatías voltaireanas, advertía su notoriedad como el
padre de todos los libelistas, pero también le hacía justicia como un espíritu libre que desafió
la autoridad de la Iglesia. La biografía presentaba a Aretino como uno de los primeros
escritores que hizo de la literatura su “oficio”. Porque vivió de su pluma, apuntaba, escribía
cualquier cosa por dinero y claramente apelaba a los gustos del público por el escándalo. Sin
embargo, había escrito algunos ataques en contra de los abusos clericales que habían sido
aprobados por Voltaire.30
Voltaire daba en efecto su aprobación. Mencionaba a Aretino con respeto, como un
escritor que había logrado afirmarse frente a los poderosos esgrimiendo una pluma poderosa.
Es verdad, Aretino había usado la sátira sólo para hacerse rico, pero un Aretino moderno,
alguien como Voltaire, podía adaptarla para una causa valiosa: “Soy como Aretino. Tengo
tratos con todas las Coronas, excepto que él las domó logrando que le pagaran por su
silencio”.31 Los enemigos de Voltaire lo llamaban un “Aretino moderno” para enturbiar su
nombre,32 pero él utilizaba la asociación con Aretino de modo positivo; y así lo hacía
Federico II, quien la empleó como una especie de halago: “La posteridad dirá que un filósofo
que se retiró a Ferney… hizo que la verdad brillara al pie del trono y obligó a los poderosos
de la tierra a refrenar los abusos. Aretino nunca hizo tanto”.33
En la medida en que durante el transcurso del siglo XVIII los autores se atrevían a criticar
cada vez más a los notables, desarrollaron un concepto de aretinismo moderno. A pesar del
ejemplo de Voltaire, esto en general tenía connotaciones negativas, porque no había manera de
alejar el olor sulfuroso asociado con el nombre de Aretino. Pelleport condenó el “aretinismo
en la literatura”34 representado por Morande, aunque él escribía en el mismo tono. Un pliego
escandaloso titulado Chronique arétine, ou recherches pour servir à l’histoire des moeurs du
dix-huitième siècle pretendía hacer avanzar la causa del patriotismo en vísperas de la
Revolución al exponer la depravación al estilo de Aretino, pero en realidad sólo estaba hecho
de una serie de retratos de prostitutas, muchos de ellos minibiografías comprimidas en dos o
tres párrafos.35 Cualquier autor que se excedía en las calumnias podía ser reprendido como un
“moderno Aretino”. Un reseñista le aplicó el epíteto a Linguet para criticar el carácter
mercenario y sensacionalista de su periodismo.36 Otro ponía reparos a los “pinceles de
Aretino” utilizados por Mirabeau para hacer destacar el sexo en sus obras libertinas.37 Pero el
autor a quien más se le conocía como el “Aretino moderno” era Henri-Joseph Dulaurens, un
gacetillero de poca monta de Grub Street que descaradamente se aplicaba ese mote a sí
mismo. El aretinismo moderno, como él lo expresaba, difería de la versión original en un
aspecto: era progresivo y esencialmente voltaireano. Dulaurens podía ser tan obsceno como
Aretino, o casi, pero constantemente defendía ideas de la Ilustración, citaba obras de los
philosophes y elogiaba a Voltaire por encima de todos. Aretino se había burlado del clero
fundándose en un anticlericalismo medieval, pero él no desafiaba la doctrina de la Iglesia. Al
contrario, escribía tratados teológicos ortodoxos. Dulaurens convirtió el anticlericalismo en
un ataque sistemático en contra de la Iglesia católica: sus dogmas, sus rituales, sus reliquias,
sus milagros, sus santos, su riqueza, su poder, todo lo que había en ella que era ofensivo para
un librepensador del siglo XVIII, aunque pintaba su raya frente al ateísmo.
En su tratado de dos volúmenes, publicado por primera vez en 1763 con el título de
L’Arretin, y reimpreso varias veces como L’Arétin moderne, martilleaba este tema tanto que
casi lo mató a golpes, o así parece a un lector hoy en día. Pero sus sermones anticristianos,
mezclados con toda suerte de cuentos obscenos, tenían suficiente valor de escándalo para los
lectores del siglo XVIII. Algunos capítulos contenían tantos comentarios cáusticos sobre el
orden social del Antiguo Régimen que tenían el tono de los Ragionamenti. Dulaurens proponía
que el sexo era bueno para la sociedad. El egoísmo honesto y la búsqueda del placer, sobre
todo la lujuria, producirían más felicidad que la represión disfrazada de virtud, impuesta a la
humanidad por la Iglesia. Pero en lugar de llevar este argumento hasta sus conclusiones
lógicas —una línea de pensamiento que se podría haber unido a la tesis de Mandeville sobre
los vicios privados y el bien público—, se perdía en contradicciones y complejidades.
“Desarrollaré estas ideas en otro libro —escribió—. Un hombre que trabaja por el pan no
tiene tiempo para perfeccionar su escritura.”38 En varias ocasiones se refiere a su pobreza y a
la de sus colegas, los escritores a destajo: aquéllos en la rue Taranne, por ejemplo, que tenían
que permanecer en cama mientras que su único par de calcetas estaba siendo remendado;
aquellos que recorrían las provincias a pie, como saboyanos indigentes; aquellos que en
general “garabateaban sobre papel en París”.39 El aretinismo, sugería él, era un producto de
Grub Street: “Yo compuse este libro, como todas mis otras obras, a gran velocidad. Un
hombre que necesita pan no tiene tiempo de releer su escritura. Pongo a Aretino en el título
porque aquel autor satírico no perdonó a nadie de su siglo. Más sabio que él, yo respeto a los
individuos y ataco sus errores y sus prejuicios”.40
Esta fórmula, sin embargo, no tomaba en cuenta la forma principal de ataque de Aretino: la
calumnia altamente personalizada. Al eximir a individuos, excepto por unos cuantos
antiphilosophes, Dulaurens le quitó los dientes a su aretinismo. Con esta medida cualquier
escritor que restringiera su sátira a los fenómenos generales e incluyera algunos comentarios
obscenos pasaría como un Aretino “moderno”. Pero el tipo de sátira de Aretino no les
acomodaba a los philosophes en general, y el autor que la expresaba mejor no era Dulaurens,
sino Charles Théveneau de Morande, el libelista más infortunadamente célebre de Londres.
Morande ridiculizaba a individuos. Hacía caricaturas de ellos, por lo general con unos cuantos
plumazos a la manera de Aretino, y, como Aretino, utilizaba sus retratos verbales para extraer
dinero de sus víctimas. Añadía bastante sátira social y comentario político a sus calumnias,
pero el libelo era su especialidad.41
El pedigrí de Morande como libelista era obvio para sus contemporáneos. Lo llamaban el
“nuevo Aretino” y “el azote de los príncipes”.42 Es verdad, no escribió retratos injuriosos a
gran escala como los de Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse y Vie privée de
Louis XV. Se especializaba en golpes breves, que iban directo al hueso, pero al hacerlo
exhibía secretos ocultos debajo de las fachadas que las figuras públicas mostraban al mundo.
En una sección de Le Gazetier cuirassé titulada “Noticias enigmáticas” retaba al lector a
identificar a los parisinos prominentes a partir de las descripciones de sus vicios. Un retrato
particularmente violento tenía que ver con un marqués que intentó ocultar su homosexualidad
haciéndose acompañar por mujeres en público después de sus encuentros amorosos con
hombres en privado.
Hay en París un pequeño marqués, una pulgada abajo de cinco pies, que sale a caminar cada tarde en los
zonas más sospechosas de las Tullerías pero que después desfila en público con cortesanas, que habla mal de todos
pero que no se enfada si alguien habla mal de él (incluso en su cara), que ha matado gente que nunca ha visto pero
a quien no lo perturba la existencia de aquellos que querían matarlo a golpes. Este marqués es objeto de burla en
cada lugar al que va, y sin embargo visita a todos. Si usted se pregunta ¿por qué? Es porque tiene un ingreso de
cincuenta mil escudos, una buena mesa, y una gran cantidad de descaro y un poco de ingenio.43
Cuando atacaba a los personajes más prominentes, como al triunvirato de ministros que
dominaron el gobierno durante los últimos años del reinado de Luis XV, Morande acumulaba
detalles desagradables. Un “enigma” se refería obviamente al canciller Maupeou: “Existe en
Francia un hombre que está un poco loco, muy vil, un canalla sin límites, tenebroso y pérfido
en el más alto grado, que juega un papel importante, y quien pasa por ser un genio muy
ilustrado. ¿Quién es?, se preguntan. ¿Y qué pasará con él si falla en sus proyectos?”44
Madame du Barry recibió el peor tratamiento. Morande incluyó un retrato difamatorio suyo
en una extensa nota al pie: hija ilegítima de un monje y una cocinera, mujer de las calles desde
los 15 años, prostituta de alto nivel unos cuantos años después, socia del falso conde du Barry
en un antro de apuestas, cortesana acaudalada, amante real, condesa y una fuerza del mal en el
gobierno francés.45 Miniaturas similares aparecían por todos lados entre los boletines
calumniadores que componían la mayor parte de Le Gazetier cuirassé. Otros libelistas
siguieron su ejemplo o el modelo de Aretino, que todavía entonces provocaba horror y
fascinación, un siglo y medio después de haberse convertido en el modelo. Escribían en
modos y en géneros distintos, pero todos combinaban los dos ingredientes básicos: anécdotas
y retratos.
Remontar la historia completa del libelo a sus dos padres fundadores, Procopio y Aretino,
sería simplificarla hasta dejarla irreconocible. Hay que tomar en cuenta muchas más
influencias. Pero el tema es tan turbio y vasto que se requieren algunos lineamientos si uno
pretende descifrarlo. La mejor estrategia en esta etapa es concentrarse en los elementos que
existían por todos lados en la literatura del libelo y estudiar las formas en que éstos se
combinaban. Se mezclaban con mayor eficacia durante la última parte del siglo XVIII en una
variedad de escritos calumniosos que aparecieron con títulos como vie privée y vie secrète.
Antes de pasar a este tema, sin embargo, es importante considerar un ingrediente final en la
literatura del libelo que existía en todos lados, incluso en las obras de Aretino, pero que
adquirió un gusto particular con el flujo de información entre París y Londres: a saber, las
noticias.
1
Mémoires secrets pour servir à l’histoire de Perse, Ámsterdam, 1745/Berlín, 1759, p. 31, y Vie privée de Louis XV, ou
principaux événements, particularités et anecdotes de son règne, Londres, 1781, vol. 1, p. 42.
2
Bibliothèque Nationale de France, ms. fr. 12650, p. 147.
3
The Debaucht Court: Or, the Lives of the Emperor Justinian and His Empress Theodora, Londres, 1682, pp. 42-45. El
autor anónimo de esta traducción identificaba la obra en la página 1 como “The Secret History of Procopius”.
4
Vie privée de Louis XV…, op. cit., vol. 1, p. vi.
5
Correspondance littéraire secrète, s. l., s. f., 1° de marzo de 1781, s. p.
6
Ibid., 21 de septiembre de 1784. En una reseña de Les Portraits, ou dialogues entre un peintre et un poète, 14 de
enero de 1781, el autor también destacaba la importancia de los retratos verbales y citaba algunos extensamente. De la misma
manera citaba anécdotas para satisfacer a “los amateurs con anécdotas bien frescas”, 14 de noviembre de 1781.
7
Louis-Sébastien Mercier, Tableau de Paris, Jean-Claude Bonnet, ed., París, 1994, vol. 1, p. 154.
8
Es imposible estimar el número de franceses que vieron retratos oficiales de Luis XV. Las pinturas y los bustos se
copiaban y los parisinos podían verlos en los salones bianuales (exhibiciones en el Louvre), que atraían a un gran público en la
segunda mitad del siglo XVIII. Véase Thomas E. Crow, Painters and the Public in Eighteenth-Century Paris, New Haven,
Conn., 1985, y Willibal Sauerländer, Ein Versuch über die Gesichter Houdons, Múnich, 2003. Pero la difusión de imágenes de
Luis XV parece haber sido trivial comparada con las campañas de propaganda que difundieron la iconografía relacionada con
Luis XIV. Véase Louis Marin, Le Portrait du roi, París, 1981, y Peter Burke, The Fabrication of Louis XIV, New Haven,
Conn., 1994. Sobre la alienación de Luis XV respecto de los parisinos, véase Arlette Farge, Dire et mal dire: L’opinion
publique au XVIIIe siècle, París, 1992.
9
Colin Jones destaca adecuadamente la extensión de las piernas como un aspecto de la representación de los reyes,
especialmente Luis XIV, que era admirado por su habilidad para bailar. Véase su The Great Nation: France from Louis XV to
Napoleon, Nueva York, 2002, pp. 1-2.
10
La distinción entre Luis como una persona amable y ordinaria y Luis como un rey incompetente es uno de los temas
principales de Vie privée de Louis XV…, op. cit., enfatizado desde el inicio, vol. 1, p. 2: “Qui de nous n’a pas entendu dire à
ses serviteurs, à ses familiers, à ses ministres: ‘Que le roi n’est-il né parmi nous! Il serait le particulier le plus aimable, le
meilleur mari, le meilleur père, le plus honnête homme de son royaume’” [“¿Quién de nosotros no ha escuchado de sus siervos,
familiares y ministros: ‘¡Que no haya surgido un rey entre nosotros! Sería el ciudadano más amable, el mejor marido, el mejor
padre, el hombre más provisto de conocimientos y de modales y espíritu más distinguidos de su reino’”]. [La expresión honnête
homme, correspondiente a un ideal de la sociedad francesa surgido a partir del siglo XVII, designa a alguien de trato agradable,
una persona que posee cultura y discernimiento, un “hombre que tiene mundo”. (T)].
11
Le Gazetier cuirassé…, op. cit. [1771], pp. 126-134, y La Gazette noire par un homme qui n’est pas blanc…, op. cit.,
pp. 130-169. Aunque la mayor parte de La Gazette noire era un plagio de otros libelos, creo que su primera parte fue escrita
por Pelleport. Su autor no podía haber sido Morande, quien había renunciado a escribir libelos y comenzado a trabajar
secretamente para la policía de París en 1784.
12
Como ejemplos de la variedad más frívola, véanse los esbozos diseminados en chroniques scandaleuses como Le
Chroniqueur désoeuvré…, op. cit., 2 vols.; Le Vol plus haut, ou l’espion des principaux théâtres de la capitale,
“Memphis, chez Sincére, réfugié aux puits de la vérité”, 1784; Correspondance de Mme Gourdan, 1783, y Portefeuille d’un
talon rouge, París, 178?. Le Chroniqueur désoeuvré…, op. cit., contiene algunas pistas juguetonas acerca de la identidad de
su autor en el prefacio al volumen 2: “Je me fais appeler M. de P et trois étoiles”, vol. 2, p. 6 [“Me hago llamar M. de P. y tres
estrellas”]. Si cada estrella en “M. de P***” representara una sílaba del nombre del autor, podría haber sido “de Pel-le-port”. El
tono radical de la primera parte del libro corresponde con el tono en otras obras de Pelleport, que incluyen pistas similares sobre
su identidad.
13
Mercier, Tableau de Paris, op. cit., vol. 1, p. 159.
14
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, p. 224.
15
Mémoires secrets, 30 de abril de 1774.
16
Véase, por ejemplo, Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, p. 111.
17
El abate Guiroy a un oficial no especificado de la Direction de la Librairie, 25 de octubre de 1751, Bibliothèque Nationale
de France, Colección Anisson-Duperron, ms. fr. 22137.
18
Informe de un censor de nombre Rousselet, 30 de octubre de 1751, ibid., ms. fr. 22139.
19
Informe de un censor de nombre Simon, 23 de febrero de 1752, ibid., ms. fr. 22139: “Le tout est susceptible d’allégories
fines et délicates sous des noms saints, qui peuvent avoir des applications malignes à la cour, raisons pour lesquelles je crois
qu’il serait dangereux d’en permettre l’impression dans ce royaume, même avec permission tacite, et ce pour ne point être
exposé à des reproches et réprimandes à cause des différentes applications qu’on en peut faire” [“En su integridad, el texto
posee la capacidad de transmitir alegorías sutiles y delicadas que se ocultan bajo nombres llenos de beatitud y que pueden tener
aplicaciones malignas a la Corte; por consiguiente, sería peligroso, según creo, otorgar el permiso de imprimirlo en este reino,
aun dando el consentimiento tácito, y ello para no quedar expuestos en forma alguna a ser objeto de reproches y
amonestaciones debido a las distintas aplicaciones que se le podrían dar al escrito”]. Véanse también los comentarios similares
en un informe de otro censor, Morin, 31 de julio de 1761, ibid., ms. fr. 22150. “Applications” era el término usado comúnmente
en relación con las alusiones ocultas a una figura pública. Véase, por ejemplo, Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 92.
20
Carta sin fecha de un censor llamado La Haye a Chrétien Guillaume Lamoignon de Malesherbes, ibid., ms. fr. 22138.
21
Informe sin fecha de un censor llamado Mercier, ibid., ms. fr. 22152.
22
Malesherbes, Mémoires sur la librairie: Mémoire sur la liberté de la presse, Roger Chartier, ed., op. cit., p. 101.
Malesherbes, que pertenecía al mundo de les grands, le mandó sus Mémoires a su padre, el canciller, y en el envío dejaba
claro la inferioridad social de los censores al explicar la necesidad de tolerar las limitaciones que les impedían establecer una
política viable. Véanse sus comentarios sobre los censores en pp. 58, 91-93, 101-102, 206.
23
Manuel, La Bastille dévoilée…, op. cit., vol. 7, p. 13. Este comentario era demasiado irónico para tomarse literalmente,
pero ilustra la preocupación principal de la policía: proteger la reputación de los individuos importantes en lugar de hacer guardar
el respeto a los principios generales.
24
Carta de Rességuier, aparentemente al gobernador de la Bastilla, 16 de diciembre de 1750, Bibliothèque de l’Arsenal, ms.
11733.
25
Idem. Las páginas de la novela están llenas de notas de la policía y están intercaladas con páginas escritas a mano que la
policía copió del manuscrito de Rességuier, que también está incluido en el expediente. Para más detalles sobre este asunto y
otro similar —una roman à clef titulada Tanastès, que contenía también applications difamatorias— véase mi ensayo, “Mlle
Bonafon and the Private Life of Louis XV: Communication Circuits in Eighteenth-Century France”, Representations, verano
de 2004, pp. 102-124.
26
La siguiente discusión está basada en la vasta obra sobre Aretino y el Renacimiento, en particular Bertrand Levergeois,
L’Arétin ou l’insolence du plaisir, París, 1999, y Thomas Caldecott Chubb, Aretino: Scourge of Princes, Nueva York, 1940.
Para discusiones sobre edición y política en el Renacimiento tardío, véanse Brian Richardson, Printing, Writers and Readers
in Renaissance Italy, Cambridge, 1999, y Laurie Nussdorfer, Civic Politics in the Rome of Urban VIII, Princeton, Nueva
Jersey, 1992. Sobre el caso revelador del que habría sido sucesor de Aretino, Ferrante Pallavicino, véase Francesco Urbinati,
Ferrante Pallavicino: Il flagello dei Barbarini, Roma, 2004, y sobre el caso paralelo de las anecdotes y la historia secreta
de Florencia, véase Harald Hendrix, “Firenze segreta: L’aneddoto nella prosa storiografica del Seicento”, en Studi di teoria e
storia letteraria in onore di Pieter de Meijer, Dina Aristodemo, ed., Costantino Maeder y Ronald de Rooy, Florencia, 1996,
pp. 351-362. Estoy agradecido con Harald Hendrix por ser mi guía a través de esta literatura.
27
Aunque Aretino mencionó su nombre en algunos de los sonetos, su atribución continúa siendo incierta en varios casos.
Véase Vittorio Rossi, Pasquinate di Pietro Aretino ed anonime per il conclave e l’elezione di Adriano VI, Palermo y Turín,
1891. He usado la edición moderna: Sonetti lussuriosi e pasquinate, Roma, 1980.
28
Aretino a Vassallo, diciembre de 1552, The Letters of Pietro Aretino, Thomas Caldecott Chubb, ed., New Haven, Conn.,
1967, p. 304.
29
The Autobiography of Benvenuto Cellini, trad. George Bull, Londres, 1956, pp. 364-367.
30
Bénigne Dujardin, La Vie de Pierre Aretin par M. de Boispréaux, La Haya, 1750. Dujardin usaba Boispréaux como
seudónimo. Produjo una intepretación bien informada y balanceada de la vida y obras de Aretino, y se apoyó masivamente en
las Lettere. Aretino aparece en el texto, p. iii, como “un homme à qui l’éloge et la satire donnent deux visages… Si j’interroge
ses partisans, c’est un poète divin, le fléau des princes, le censeur du monde. Si je consulte ses ennemies, je ne trouve qu’un
ignorant, un misérable écrivain dont l’impudence cynique et la causticité seules ont fait le mérite” [“un hombre a quien el elogio
y la sátira le confieren dos rostros… Si les pregunto a sus partidarios, es un poeta divino, el azote de los príncipes, el censor del
mundo. Si consulto a sus enemigos, no me encuentro más que con que es un ignaro, un escritor ruin cuyos únicos méritos son la
impudicia cínica y la causticidad”]. Para referencias sobre el papel de Aretino como libelista y gacetillero a destajo que hizo una
fortuna con los chismes, véanse pp. 2, 32-54, 185, 229-230.
31
Voltaire a René Louis de Voyer de Paulmy, marqués d’Argenson, 16 de junio de 1745, The Complete Works of Voltaire:
Correspondence and Related Documents, Banbury, 1975, vol. 93, p. 274. Véase también Voltaire al marqués d’Argenson, 19
de octubre de 1745, ibid., vol. 93, p. 312: “Je mets les princes à contribution comme l’Arétin, mais c’est avec des éloges” [“Yo
induzco a los príncipes a que me den su aportación, como lo hacía Aretino, pero lo logro a través de elogios”].
32
Année littéraire, 1786, vol. 7, p. 234.
33
Federico II a Voltaire, 15 de mayo de 1774, The Complete Works of Voltaire…, op. cit., vol. 124, p. 415.
34
Pelleport usó esta frase en una de las voluminosas notas que añadió a un tratado de David Williams que tradujo como
Lettres sur la liberté politique, adressées à un membre de la Chambre des Communes d’Angleterre sur son élection au
nombre des membres d’une association de comté; traduites de l’anglais par le R. P. de Roze-Croix, ex-cordelier, op. cit.,
p. 84. En este caso servía como una alusión a las operaciones de extorsión de Morande.
35
Chronique arétine, ou recherches pour servir à l’histoire des moeurs du dix-huitième siècle, “à Caprée”, 1789,
reimpreso en Chroniques libertines, Jean Hervez, ed., París, 1912, pp. 167-218.
36
Mémoires secrets, 31 de agosto de 1778: “M. Linguet a d’autant plus de peine à se departir de son role d’Arétin moderne,
qu’il l’a trouvé très lucrative l’année dernière, et qu’une année de son journal, tous fraix faits, lui a rendu 50 000 l. nettes” [“A
M. Linguet le parece a tal punto doloroso abandonar su papel de Aretino moderno que el año pasado le fue muy lucrativo, y que
un año de su diario, ya solventados todos los gastos, le deparó 50 000 libras netas”].
37
Correspondance littéraire secrète, op. cit., 14 de septiembre de 1784. El reseñista también describió una obra
pornográfica atribuida a Mirabeau como un “manual del Aretino”, 28 de septiembre de 1784.
38
L’Arretin, “à Rome, aux dépens de la Congrégation de l’Index”, 1763, vol. 2, p. 35.
39
Ibid., vol. 1, pp. 95, 145, 148. Dulaurens también mencionó las dificultades que enfrentaba como escritor que vive de
encargos no muy retributivos al citar a Molière al inicio de su libro, vol. 1, p. xvi: “Si l’on peut pardonner l’essor d’un mauvais
livre, / Ce n’est qu’aux malheureux qui compose pour vivre” [“Si ha de perdonarse sacar a la luz un mal libro, / Eso es sólo
cuando un desdichado lo compone para ganarse el pan” —El misántropo, I.ii].
40
Ibid., vol. 1, p. xlv.
41
Debe decirse, sin embargo, que a pesar de su fama como el azote de los príncipes, Aretino probablemente hizo más
dinero del elogio y de las dedicatorias bien colocadas que de la extorsión en sí.
42
Manuel, La Police de Paris dévoilée, op. cit., vol. 1, pp. 266-267.
43
Le Gazetier cuirassé…, op. cit., p. 150. Cursivas en el original.
44
Ibid., p. 155. Las cursivas en el original buscaban hacer que el “enigma” se pareciera a los acertijos en suplementos
literarios como el del Mercure. Morande reveló la identidad de Maupeou en una nota al pie.
45
Ibid., pp. 44-45.
XXIV. NOTICIAS
AL OFRECER escándalos, los libelos aprovechaban la avidez del público por conocer noticias.
Los lectores tenían un apetito insaciable por las revelaciones acerca de las vidas privadas de
las figuras públicas en el siglo XVIII, así como hoy en día. Entonces como ahora, los nombres
hacían la noticia. Pero las noticias no siempre venían en los periódicos. Con frecuencia
adoptaban la forma de un párrafo autónomo que podía insertarse en folletos, opúsculos, libros,
chroniques scandaleuses y otro tipo de publicaciones preferidas por los libelistas. A pesar de
toda su venalidad e hipocresía, los libelistas prefiguraban en cierto sentido al moderno
reportero de investigación. Pretendían adentrarse en el cerrado mundo de los notables y
descubrir los secretos para deleite de sus lectores. De hecho, con frecuencia se
autoidentificaban como gacetilleros o nouvellistes. Morande, el autodenominado “gacetillero
acorazado”, era el epítome de esta especie y, siguiendo su ejemplo, otros refugiados franceses
en Londres hicieron que el libelo se asemejara al reportaje. También aprendieron de los
periodistas ingleses nuevas técnicas para enlodar la reputación de alguien. Vale la pena
ponderar nuevamente su experiencia porque muestra cómo la literatura del libelo recurría a
variantes del periodismo de ambos lados del canal, y al comparar esas variantes, uno puede
acercarse más a entender la naturaleza de las noticias como un fenómeno peculiar de fines del
siglo XVIII.
Los expatriados franceses en Inglaterra no sentían otra cosa que desprecio por la prensa
francesa en Francia. Vistos desde la perspectiva londinense en las décadas de 1770 y 1780,
los periódicos publicados al otro lado del Canal no tenían noticias. Morande se burlaba de la
Gazette de France en 1771 por limitar su cobertura de asuntos actuales a tres temas: la
lotería, los nacimientos de la familia real y los servicios en la capilla de Versalles.1
Diecinueve años después Pierre Manuel hizo énfasis en el mismo tema.
Una persona que quiere instruirse no puede sentirse satisfecha con la Gazette de France. ¿Qué le importa si el rey
lavó los pies, que ni sucios estaban, de algunos menesterosos; si la reina tomó la comunión de Pascua con el conde
de Artois; si Monsieur [el mayor de los hermanos del rey] se dignó a aceptar [la dedicatoria] de un libro que
probablemente no leyó; si el Parlamento, en sus ropas judiciales, debió haber dirigido un regaño al delfín en pañales?
2
Esta valoración era injusta. La publicación semanal Gazette de France sí se leía como una
circular de la Corte, pero París finalmente adquirió un periódico diario, Le Journal de Paris,
en 1777; para entonces los parisinos tenían acceso a una gran variedad de periódicos, pliegos
publicitarios y revistas en lengua francesa producidas fuera del reino.
En comparación con Londres, sin embargo, Francia parecía como un desierto periodístico.
Los londinenses llevaban desde 1702 leyendo un periódico diario. En 1788 Londres tenía diez
diarios, ocho que se publicaban tres veces a la semana y nueve periódicos semanales —más
de los que tiene ahora—. Claro, los periódicos del siglo XVIII, a diferencia de sus contrapartes
modernas, incluían sólo de cuatro a ocho páginas, impresas en tirajes de 3 000 a 5 000 copias.
A dos y medio peniques o tres peniques la copia, costaban más de la mitad del salario diario
de un trabajador. Pero estaban disponibles para un público amplio y letrado en las barberías,
tabernas, y muchas de las 500 cafeterías de Londres. Los periódicos y las revistas incluían
interminables materiales para el debate: las andadas políticas de John Wilkes, la vida sexual
de Lord Sandwich, el matrimonio secreto del príncipe de Gales, las necedades de Jorge III, el
generalato de Washington, batallas navales, desórdenes callejeros, las políticas del
Parlamento y los crímenes de Covent Garden. Los londinenses las leían y releían,
especialmente en las cafeterías, donde los más ingeniosos, conocidos como “hombres del
párrafo”, no sólo leían y discutían las noticias, sino que también las escribían. Cuando se
topaban con una pieza jugosa de chisme la reducían a un párrafo que entregaban a un editor o
impresor, quien componía la tipografía y lo alineaba junto con otros párrafos en las
interminables columnas de “anuncios más frescos” que conformaban la dieta diaria
informativa de la ciudad.3
Los párrafos tendían a ser piezas autónomas, así que no había narrativas extendidas, como
en el concepto moderno de la “historia noticiosa”, que puede llenar una columna o más. De
hecho los párrafos de noticias eran difíciles de distinguir de los anuncios de un párrafo,
porque no tenían encabezados ni estaban fechados, y los párrafos se apilaban unos sobre otros
sin ninguna preocupación por la coherencia de sus temas. Más tarde en el siglo, cuando
aparecieron las “crónicas” y “anuncios” de ocho páginas, la publicidad con frecuencia se
presentaba agrupada en páginas aparte. Los informes acerca de los debates parlamentarios —
tolerados por primera vez a partir de 1771— ocupaban una gran cantidad de espacio, y los
pequeños ensayos y cartas al editor ocupaban grandes porciones de las columnas. Aun así, el
párrafo seguía siendo la unidad básica de la noticia, y fácilmente podía perderse en páginas
que parecían un océano de letras pequeñas.
A pesar de su apariencia formal —párrafos no diferenciados que quedaban apiñados en
columnas, tres o cuatro columnas metidas en una página, de cuatro a ocho páginas por número
—, durante la década de 1770 algunos periódicos asumieron un tono sensacionalista. El
reverendo Henry Bate, que fundó el Morning Post en 1772, capturó a un público creciente con
un nuevo tipo de noticias: informes sobre carreras de caballos, obras de teatro, crímenes,
pleitos literarios, juicios de divorcio y las vidas privadas de personajes eminentes. Bate fue
noticia porque sus chismes algunas solían provocar que las víctimas exigieran ser restituidas
“con espada y puño y pistola”,4 y las molía de manera tan brutal que empezaron a llamarlo “el
Reverendo Bravucón” en la prensa (Bate era capellán de Lord Lyttleton y el editor del
Morning Post). Después fundó un diario rival, el Morning Herald, y declaró la guerra a su
antiguo periódico. El Post se defendió contratando a un editor que podía superar a Bate en
vileza: el reverendo William Jackson, conocido como “Dr. Crótalo” por “la incomparable y
extrema virulencia de sus invectivas… [especialmente] en ese tipo de escritura conocida
como párrafos”.5 Los dos hombres de sotana soltaron las manos en sus párrafos, no en
persona, con lo que incrementaron las ventas de ambos lados. No pasó mucho tiempo para que
las batallas del “Reverendo Bravucón” y el “Dr. Crótalo” fijaran el principio que, como ya se
mencionó, todavía es uno de los saberes comunes entre los periodistas: los nombres hacen
noticias. Las “personalidades” se convirtieron en lugar común en los periódicos que buscaban
entretener a sus lectores y no sólo informarlos acerca de los asuntos de política interna y
exterior.
La personalidad más excéntrica en esta nueva era de publicidad era la de John Wilkes,
quien combinaba la calumnia con el radicalismo. Como disidente político, periodista y
conocido libertino, explotó todos los medios de su tiempo en una campaña para reformar el
Parlamento y liberar a la prensa de las restricciones que le imponía la ley de libelo
sedicioso.6 Poco después de que llegara Jorge III al trono, en 1760, Wilkes utilizó su North
Briton para vilipendiarlo a él y a su principal asesor, Lord Bute, que tenía una relación
amorosa con la reina madre, según Wilkes. Cuando el número 45 de North Briton declaró que
la Corona se había hundido en la “prostitución”, el gobierno decidió que había llegado
demasiado lejos. Emitió órdenes de arresto generales en contra de todos los que estuvieran
vinculados con el periódico y encarceló a Wilkes en la Torre de Londres. Pero Wilkes también
era miembro del Parlamento. Cuando apareció ante la Corte apeló a la inmunidad
parlamentaria y denunció las órdenes de arresto generales por ser una amenaza a la libertad de
todo inglés nacido libre. Ganó su caso y, al ganarlo, minó la legalidad de las órdenes de
arresto generales. “Wilkes y libertad” se convirtió en un grito de batalla en las oleadas de
protestas contra la naturaleza cerrada y corrupta del gobierno parlamentario. Después de
sostener varias polémicas, batallas en las cortes y desórdenes en las calles, Wilkes y sus
aliados ganaron espacios para la libertad de prensa. Incluso establecieron el derecho de
publicar recuentos de los procedimientos parlamentarios, una práctica que el Parlamento había
prohibido desde el final del siglo XVII. Para 1772 habían puesto de cabeza a la política
parlamentaria. Los procedentes de fuera no tenían cabida en el Parlamento, y éste siguió
siendo en muchos sentidos un club cerrado, pero de este modo se abrió a todo tipo de
exigencias hechas por la nación política “de puertas afuera”, que se hizo escuchar
aprovechándose al máximo de la prensa más clamorosa.
Los escándalos sexuales se sumaban al efecto perturbador de la agitación política,
particularmente en las revistas. Una de las publicaciones más conocidas, Town and Country
Magazine, divulgó revelaciones de relaciones sexuales fuera del matrimonio ilustradas con
siluetas conoci
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