Subido por Anibal Cueva Garcia

MITOS INDÍGENAS DE VENEZUELA 11

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LEYENDAS
AMERICANAS
MITOS INDÍGENAS DE VENEZUELA
(YARURO)
La belleza de nuestras indígenas también es mito, leyenda y realidad
LA INDIA ROSA, CREADORA DE ESPÍRITUS
La India Rosa es buena. Al espíritu de Duriridurí en el principio lo creó la India Rosa. El
espíritu de Tuguyo, el de Cristofue, el Chucuto sin cola, el espíritu Boca Torcida: son
numerosos los espíritus. Todos tienen nombre de los antiguos.
Ahora el indígena ni siquiera se pone un nombre como esos, como los nombres que oyó
a través del canto. Es verdad, cuando canta el sabio el espíritu dice su nombre. Las hijas
de los espíritus que piensan bien, dan su nombre a las terrenales. Así son los nombres
iguales que los de aquí.
Conforme el jefe les da nombre, así se llaman los espíritus. Así también todos los árboles
tienen nombre, en todos los lugares lejanos. Aquí a Poaná se le llama con el mismo
nombre. El dueño le puso nombre.
KUMAÑÍ, LA DIOSA DEL PULGAR PREÑADO Y EL PARTO
En el principio del mundo la Kumañí estaba en cinta de Hachava el que oímos. Hijo de
ella no tenía en el vientre, son en el dedo pulgar. Tiempo después de dar a luz a Hachava,
ella soñaba con que no había sol. Había pura tiniebla, no existía sol. “He soñado una cosa
así”, le decía a la otra (diosa) que vive en el Este.
“Tal vez he soñado algo malo. Me parecía que salía el sol por el Este”. “En mi sueño se
veía salir el sol”, le contaba a la otra.
“No comprendemos: vivimos inocentes en el principio de la creación”, le dijo.
Un día después que ella soñaba así, salía el sol con colores resplandecientes. “Está
saliendo el sol que yo soñaba”, dijo la Kumañí. Recién había dado luz a Hachava. Ella
estuvo encinta en el dedo pulgar, no en el vientre. En el comienzo era tal vez para
burlarse. Así soñó Kumañí con el sol: “No existe sol y he soñado que he visto salir el sol”
“¿Qué habré soñado estando recién parida?” decía. No sabemos.
Así fue que salió el sol por primera vez: “amarivá”, el sol mismo, como le decimos.
Después que tuvo el sueño, la Creadora vio el sol cuando salía. “Tienes que ensartarte
la lengua”, le dijo la Creadora del Este.
Para que las hijas terrenales siguieran el ejemplo, ella se ensartó la lengua con una puya
de raya y soplaba para todos lados.
Ahora las mujeres del mundo, después de dar a luz, tienen que soplar como hizo ella en
el principio.
EL ÁRBOL DE LOS FRUTOS
En el comienzo el danto era un yaruro. En el mundo vivían los yaruros. Lejos, cerca del
Paraíso había un bosque grande. El ratón también era persona indígena, pequeñita,
redondita. Él tenía su mujer. Siempre en la mañana solía ir el danto. Llegando a un lugar,
se encontró el árbol de los frutos, que estaba desparramado de gran manera. Una rama
del árbol estaba enredada en el cielo.
Allá tenía mango, topocho maduro, todas esas frutas comestibles. Abajo del árbol
también había de todo.
Estaba agradablemente oloroso. Iba comiendo y probando. Fue el ratón trotandito. Una
vez que llegó al lugar: “viniste nietecito. Coma”. Le dijo el danto. Emocionado el quiso
comer de una sola especie.
“No, nieto, no es así. Vaya probando uno por uno”. Entonces le llevó a la mujer un solo
cambur. “Te traje esto. Este abuelo me llevó a un lugar donde hay gran cantidad”, le dijo.
Después decidieron cantar los indígenas. Mezclaron un yopo bueno. “¿Qué será lo que
sale a comer el abuelo?”, decían, lo criticaban.
Le prepararemos yopo para que absorba. Entonces le dijeron: “Abuelito, venga a
absorber yopo para que se le quite el cansancio”. Ajá, espere un momento. Déjeme
gargarear. Él pensó vomitar lo que se había comido.
Si él no hubiera vomitado, no se habría dado cuenta. Entonces absorbió. Después de
haber absorbido le dieron un jayo.
Masticó el jayo, después concha de palo, hoja de guachamacá. Probablemente se le
revolvió el estómago con el jayo y con el yopo. Entonces se puso a vomitar de todo:
pedazos de mango, pedazos de lechosa, lo que había comido.
“Vean, eso es lo que come”, decían los indígenas. “Mañana le seguiremos los pasos”.
Saliendo echaron a correr al jefe de los ratones para que fuera rápido.
“Tiene gran cantidad donde él va a comer. Hemos encontrado el árbol de los frutos”, le
dijo a los demás, que fueron: el guineo, el carpintero, toda clase de pájaros. Llevaron
consigo hachas.
El árbol era enorme. Comenzaron a hacharlo haciendo algarabía. Entonces mandaron
el danto lejos donde había una casa en la inmensidad. “Llévemele una carta a la
creadora; a ella misma se la entrega”. Así lo comisionaron diciéndole que ella misma lo
llevara para el lugar.
Le rezaron oraciones para que la tierra misma se alejara. Lejos al monte, del Más Allá
lo mandaron con el canto de oraciones para que no volviera al lugar donde estaba el
árbol. Entonces hachaban y se iban.
Al día siguiente amanecía intacto cuando ellos llegaban al lugar. Después dijeron: “Nos
traeremos los chinchorros porque nunca vamos a derribarlo”. Prendieron un fogón, lo
hacharon toda la noche.
Entonces lograron derribarlo, pero por la rama que estaba enredada en el cielo no
terminó de caerse y quedó inclinado. Luego el carpintero dijo: “¡Qué broma. Yo iré a
cortar esa rama!”
Logró cortarlo todo. La rama saltó y convirtiéndose en Pájaro fue a caer en un totumo
de la tierra creadora.
“Era Aniceto transformado en pájaro”, dijo la Creadora. Al carpintero le dijo la Creadora
que fuera pájaro para siempre. Con almidón del mismo yopo le untó la espalda: por eso
es negro hasta el cuello. Tiene la cabeza roja porque se amarró el pañuelo. Por eso si no
fuera por él no hubiera comestibles como la yuca, el topocho, todo lo sembrado. Por esa
razón hay cantidades hacia el Oeste, porque la rama del árbol, cayó allá en el principio
de la creación del mundo. Para que ahora pudieran alimentarse los hijos del mundo.
El árbol de los frutos era el que contenía todo. Las mujeres transportaron de todo en un
mapire, amontonaban toda clase de frutos, los cuales eran interminables de recolectar.
“Todos los vamos a recoger, para que no se pierdan”. Dijeron.
Los que tenían hijos recogían de todo para llevar. Hicieron carato. El que era sabio hacía
carato con oraciones.
Después de esto se quedó dormido. Les dijo: “Canten ceremonia. Luego hagan lo que yo
hice”, les decía.
Hacían algarabía en el sitio donde estaba el árbol: por eso ahora en este mundo no se
volverá a encontrar un árbol que tenga de todo, como en el principio de la creación, que
contenía toda clase de alimentos.
Nota: Los tres mitos indígenas de esta entrada se transcribieron de: La diosa del pulgar
preñado. Narrativas yaruras de Hugo Obregón Muñoz y Jorge Díaz Pozo. Publicado en
Caracas por Monte Ávila Editores Latinoamericana (1993).
http://letrasllaneras.blogspot.com/2014/02/mitos-indigenas-de-venezuela-11yaruro.html
LEYENDAS Y CUENTOS CORTOS
VENEZOLANOS
Imagen en el archivo de Fernando Parra
EL FIN-FIN
(Mercedes Franco)
En la noche de Amparo, junto a la impenetrable agua de Arauca, vaga por los campos el
“Fin-Fin”, poblando de espanto los sueños campesinos. Cuentan que los silbidos con que
llaman a su caballo se escucha desde lejos, y al oírlo, los perros aúllan de pavor, las vacas
mugen en sus establos y las gallinas cloquean enloquecidas. Según la leyenda, es el alma
atormentada de un joven que mató a su padre para robarlo. Ahora recorre incansable
aquellos lugares, en un caballo cerrero, por toda la eternidad.
Muchos campesinos de El Amparo tienen sus propias técnica para defenderse del “FinFin”, y una de las más comunes construir los tranqueros i cercas formando una cruz.
Los portones las casas también se fabrican d esta manera. Y algunos dejan fuera de la
casa una totuma llena de ajíes, lo cual se supone que basta para ahuyentarlos, nadie
sabe por qué.
Dicen que una noche, un llanero llamado Carlitos Núñez caminaba hacia la casa de su
amada, la bella Jacinta. La noche era oscura y joven silbaba para darse ánimo. De pronto,
a su espalda, resonó otro silbido leve, como el rechiflar de alguien que llama con
insistencia. Pero nada se veía, por la oscuridad.
El rucio de Carlitos frenó de golpe el trote suave que llevaba Dio unos pasos hacia atrás,
resopló y sacudió las crines, nervios Se negaba avanzar. Desconcertado, el llanero sintió
de pronto un golpe en el rostro, con tanta fuerza que lo derribó del caballo lo golpeaban,
en el mentó, en los pómulos, pero no se ve nada. Rodó por la hierba húmeda de la
sabana, mientras aquel ser invisible lo golpeaba sin tregua.
A tientas hurgó el bolsillo de su pantalón. Encontró la cruz de palma bendita que le
metía todas las noches su novia.
-¡Espíritu Santo, sácame de este trance! – bramó con el poco de aíre que le quedaba en
los pulmones, blandiendo la cruz de palma bendita. Cesaron los golpes. Sólo el silencio
galopaba por las sabanas abiertas.
Carlitos se vio solo de cara al alba. A su lado, el rucio mordisqueaba unos matojos, ya
calmados. Ensangrentado el rostro y arrastrándose por las dolorosas, magulladuras de
los golpes, logró montar de nuevo a la bestia, que resolló con tranquilidad. A paso lento
tomó de nuevo la senda que llevaba.
FLORENTINO
(Mercedes Franco)
Florentino (Quitapesares). Personaje de Don Rómulo Gallegos en su novela cantaclaro.
El catire Florentino tuvo un famoso contrapunteo con el diablo donde logró vencer este
llanero singular, invocando a los santos y a la Santísima Trinidad.
LA DIENTONA
(Leyenda anónima)
Aunque hay quienes la confunden con los célebres espectros de la Sayona y la Llorona,
el fantasma de la Dientona constituye un caso aparte y muy singular. La leyenda,
oriunda de El Tocuyo, estado Lara, versa sobre una mala mujer tocuyana, cuyo espíritu
errante sale de noche para aterrorizar a los borrachos y parranderos.
A tal fin suele adoptar la forma de una mujer blanca y hermosa, de cuerpo escultural y
el rostro siempre oculto bajo su larga cabellera. Dicen que se presenta de repente,
caminando a solas cerca de sus víctimas. De este modo atrae sus miradas, dirigiéndose
a ellos con voz dulce y sin mostrar el rostro. Siempre pide ser acompañada hasta su casa
y quienes aceptan hacerlo, terminan siendo conducidos por un largo e intrincado
camino que lleva a un solitario cementerio, donde ella finalmente se descubre el rostro
y muestra amenazante sus filosos dientes de sable.
LA LEYENDA DE LA SAYONA
(Álvaro Parra Pinto)
La noche del campo tiñe de negro. A lo lejos se oye el correr de un caudaloso río. De
pronto, un profundo llanto irrumpe en la distancia. Quienes lo escuchan saben que
proviene de un legendario espectro condenado a llorar eternamente junto a las aguas...
Cuenta la leyenda que todo comenzó con la llegada de los españoles a suelo venezolano.
Una virgen indígena quedó impactada por los extranjeros, a quienes veía como dioses
con sus relucientes armaduras metálicas y sus feroces armas capaces de invocar al
mismísimo “Dios del Trueno”.
Se dice que el líder de los conquistadores, un apuesto capitán español, de inmediato
cautivó a la joven, quien comenzó a seguirla a todas partes, llamando su atención de mil
maneras. Él, por su parte, pronto notó el entusiasmo de la bella muchacha, con quien no
tardó en iniciar un ardiente romance.
Al ver lo sucedido, todos en la tribu comentaron que nada bueno saldría de aquel
inusitado enlace entre la virgen indígena y el jefe invasor. Sin embargo, a pesar de las
críticas y comentarios de su gente, la nativa siguió con la relación hasta entregarle su
virginidad al conquistador.
Poco menos de un año después de esta unión, como fruto de la mezcla de razas, la joven
parió un hermoso mestizo, quien se convirtió en su máximo tesoro. Desde entonces la
felicidad inundó su corazón, pero solo hasta que el impredecible destino se interpuso
en su camino...
La noticia llegó en luna llena. La tribu entera comentaba la llegada de una hermosa y
acaudalada española, quien decía ser la legítima esposa del capitán.
La joven nativa, al enterarse del suceso, sintió estallar su corazón. De inmediato salió
en busca de su amado y comprobó que era cierto lo que tanto se decía. Fue entonces
cuando, enloquecida por el desprecio, corrió hasta el lecho del río y con furia lanzo a su
hijo recién nacido a las aguas. Dicen que esa misma noche la atormentada joven se quitó
la vida y que el cielo la condenó a vagar eternamente en el campo, por siempre buscando
los restos de su crío entre las espumosas aguas de los ríos.
Desde entonces su espíritu errante suele ser visto de noche, vagando junto a las
corrientes de agua dulce mientras lanza sus dolorosos gemidos y llantos, escuchados a
gran distancia. En estos casos, los campesinos siempre recomiendan evitar su
encuentro, ya que es bien sabido que solo muy pocos son capaces de sobrevivir ante la
presencia de este temible espectro popularmente conocido como La Llorona...
NOTICIERO
(Enrique Mujica)
Protestaban los estudiantes. Llegó la policía. Lacrimógenas, tiros, detenidos. Un
periodista entrevisto un estudiante después de los disturbios: “Sí, vino la policía,
echando tiros. Nosotros estábamos aquí, tranquilos y tirando botellas”.
NADA Y AVE
(Ramón Lameda)
Anoche, las palabras del odio estuvieron zumbando por encima del sueño. La oscuridad
estaba poblada de bichos. Hasta que llegó la muerte con la cabellera vuelta un incendio.
Por la boca, me metió un animal que me fue andando entre el pellejo y la carne, como
buscándome el corazón. Pero cuando me andaba sobre el pecho lo apreté bien duro
hasta romperle las alas y las patas.
Yo no tenía miedo y pensaba que los músculos de Dios estaban en mi parte. Entonces,
la muerte se me tiró encima tratando de taponearme la boca y la nariz para asfixiarme
con un beso. Logré zafarme de su brazo y la dejé enredada entre la colgadura del
chinchorro.
_Tú no tienes derecho a vivir _ me gritó, llena de odio. _ ¿Por qué?_ le pregunté.
_Tú no tienes ombligo. Levántate la camisa. Era verdad, yo no tenía ombligo. Entonces
me dijo que tampoco tenía madre. Yo no comprendía un carrizo.
_Tú te llamas Nada, invertido.
Realmente no sabía que contestarle. Pero ella se tranquilizó, me dio un beso en la frente
y se fue. Tres días después, te encontré bajo aquel famoso árbol, comiendo una
manzana.
SALOMÓN
(Enrique Plata Ramírez)
Y he aquí que vio Salomón a una hermosa mujer cuya piel era totalmente de ébano.
Admirado, se le acercó y le dijo:
Mujer tu belleza crea espantos en mí. Necesito amarte para salir de ellos.
Halagada, pero respetuosa, la joven morena le respondió:
Mi Señor, si por mi piel suspiras solo me deseas. Si me miras como mujer y me buscas
desde tu corazón, podrás entonces amarme en verdad.
Y amó Salomón a aquella sabia mujer y sus hijos se expandieron por todo el mundo.
COLECCIONISTA
(Gabriel Jiménez Emán)
Más que leer libros, me gusta coleccionarlos, tenerlos, poseerlos, sentir que son míos.
Les estampó mi firma, me apropió de ellos, me siento dueño de los autores y de las
obras. Van a dar todos a la biblioteca grande, de donde casi nunca los saco para leerlos.
Mi placer consiste en saber que están allí, a mi servicio, a merced de mis manos; los
tomo, los abro, los huelo, los palpo, leo un párrafo, dos a lo sumo, algunos finales o
algunos comienzos y los vuelvo a colocar en su sitio. Hay algunos, unos pocos, que si
leo, pero esos están en otra biblioteca más pequeña, compuestas por libros que se
presentan en ferias o cócteles, libros de autores fugaces, ediciones baratas, limitadas o
artesanales, libros obsequiados por amigos, otros por autores anónimos o
desconocidos.
Entre ambas bibliotecas se libran a diario encarnizadas batallas que ganan casi siempre
los libros pobres, mediocres o solitarios de mis amigos o enemigos.
FALSA PIEL
(Lidia Rebris)
Dorys fronteras, Venezuela está lejos y tan cerca, no te olvides el paquete de comida, no
mamá, sí mamá, Dorys cruza la frontera en el autobús destartalado, enseña
documentos, sube y baja en las paradas, tantas veces, tantas veces, Dorys mi niña se
quedó atrás con la abuela, se quedó llorando, consolándose con su muñeca y una
chupeta de fresa, Dorys madre apretando los dientes, arreglándose el cabello, jurando
volver, llevando como un tesoro una carta releída hasta el cansancio, hasta borrarle ya
las letras, esas letras que juntas repetían aquel amor, Dorys Venezuela, Nuevo Circo, El
Silencio, Dorys deslumbrada, con sueño, de pensión en pensión, de lugar en lugar, de
doméstica a vendedora, a mesonera, mordiéndose la rabia por dentro, Dorys niña que
juega con las primas, que te nombra, pero no te preocupes, apenas fue una fiebre de
gripe, ya pasó, ya pasó, a Dorys madre no le pasa la tristeza delos domingos por la tarde,
un hacer el amor desolado, y no creas, todos por aquí estamos bien, un poco apretados
de plata, de dinero, de real, ¿cuánto cuesta?, vale esto, esto vale, esto cuesta, esto duele
mamá, pero yo sé que pronto voy a estar con ustedes, y le dices a la niña que le
compraré su muñeca, ya le pesan las piernas y las manos se le arruinaron de tanto
estrujar a ropa, de lavar y planchar, de tenderla mesa, sí señora, ya lo hago, sí señora a
lo hice, las señoras de la casa la miran indiferentes, los señores con lujuria, una paisana
le hablo de aquel trabajo, Dorys se puso esa ropa, y ahora, mamá, bailo todas las noches,
y ellos me ponen el dinero en la cintura, algunos rasguñan a propósito, otros sin querer,
Dorys baila, baila la danza del vientre, la de los siete velos, danza y se mueve, y el suave
líquido de la música árabe le resbala sobre el cuerpo centelleante de sudor, se le vuelve
gota en el ombligo, se resuelve en suave pátina en las axilas, y ella baila, bailarina, toma
del vacío del sonido, lo desenvuelve, lo monta sobre la estrechez de la cadera, lo vuelve
címbalo con el movimiento de los dedos, Dorys buscando la mirada aprobadora del
dueño que la mira y sonríe, y se le olvida, se le olvidan los ojos codiciosos de los clientes,
triunfante sobre el humo del local, Dorys serpenteaba entre las mesas y las sillas, siente
se levanta sobre la ciudad, sobre su pueblo, convirtiendo el espacio en un lugar
inquietante, donde henchida de placeres mentirosos, se aleja, se acerca, no existe,
mañana mamá, mañana Dorys, hasta mañana señor, sí, no me olvido, o señor, y Dorys
sueña que su niña es una niña de colegio de monjas y uniformes, mientras se pega sobre
la frente una miríada de lentejuelas de todos los colores, mientras se coloca los finos
tules que le compró a la bailarina anterior, esa que se casó con el dueño.
AL FINAL SOMOS SOLO RECUERDOS
(Héctor González)
Por mera intuición, se encontró caminando hacia el lugar al que siempre convergía,
extrañado de ver en las afueras del estadio municipal un cuantioso número de vehículos
parqueados, decidió entrar de igual forma, solo deseaba tener contacto breve con el
sublime espacio donde compartió muchos instantes de su vida, y que con solo pisarlo
le recreaba un álbum en la memoria de grandes batallas, de alegrías y nostalgias, de
sonrisas y lágrimas.
Una vez cruzó la puerta principal, divisó muchas personas dispuestas alrededor del
diamante, formando una especie de U en derredor de un sarcófago posado sobre un
pedestal detrás del home play, en sus patas yacían coronas de flores, bates, guantes,
balones, micrófonos, audífonos, cámaras fotográficas y de video, libretas de
anotaciones, libros y franelas color vinotinto. Curiosamente, el vinotinto dominaba
entre la multitud apostada en el lugar, otros más jóvenes vestían uniforme de pelotero
con camiseta roja y letras blancas, lo mismo que la gorra y mono gris, algunos caballeros
lucían opulentos flux negros bien mezclados con lentes oscuros que impedían hallar
cualquier ademán en su mirada. Entre las mujeres dominaba el atuendo deportivo, la
mayoría exhibían colas de caballo y sus rostros estaban saturados de parquedad.
De a poco fue arrimándose hasta hallarse mezclado entre la gente, nadie profería
palabra ni movía un musculo, el silencio era propio del funeral en que estaba; de pronto,
una voz de mujer tronó en medio de la U frente al ataúd, distinguió una trigueña de
talante circunspecto, magnos ojos y huesos sólidos como su figura de atleta, sin
embargo, y a pesar de su compacto semblante, un dejo de nostalgia se colaba entre sus
palabras: “Hay poco para decir, ustedes se encargaron ya de reseñar su obra, su
pensamiento, su legado, donde quiera que esté, si es que hay algo más allá de esta
realidad lacerante y hostil, debe estar contento porque su voluntad última se cumplió,
porque al final somos solo recuerdos”, finalizó su breve discurso abrazando firmemente
a un hombre que permaneció a su lado mientras habló, era alto y de silueta firme, piel
tersa y mirada atrayente. Una vez finalizó el abrazo, aclaró su garganta y se dirigió a la
multitud: “Agradezco a todos por tan nobles gestos de aprecio, sepan que una idea
jamás muere, que quien obra con pasión difícilmente pueda ser olvidado, que lo escrito
queda allí con su mensaje, perenne e inmortal, él afirmaba que sus mejores años los
vivió aquí, por eso lo acompañamos hoy, porque al final somos solo recuerdos”.
Cuando el titán hubo culminado su discurso, las personas armaron una fila india para
darle un último saludo al difunto, sin saber qué hacer resolvió imitarlos y entró al final
de la hilera, solo unos instantes transcurrieron hasta llegar frente al finado, quedó
atónito al verse a sí mismo dentro de la caja, allí estaba con faz jubilosa, las arrugas de
su rostro eran testimonio de una vida intensa y apasionada, al desconcierto inicial le
sucedió una paz olímpica, suspiró profundamente y observó una pequeña frase sobre
el vidrio escrita en fina caligrafía: “Al final somos solo recuerdos, te amamos, tus hijos”.
“LEYENDA DEL DELTA”
Kirimbatá era el hijo del cacique de una tribu de indios Timbúes. Sus mayores,
preocupados en defender las tierras de los continuos ataques de otras tribus, no
pudieron ocuparse de su educación guerrera y el pequeño creció libre como las aves del
monte.
Cerca de la toldería corría el río Paraná; Kirimbatá se sentía atraído por sus aguas y
todas las tardes salía a recorrer la ribera.
Una vez caminó más de lo acostumbrado y descubrió un frondoso ceibo que crecía cerca
de la orilla. El muchacho, sin saber por qué, se acercó y comenzó a hablarle; estaba
convencido de que aquel árbol era diferente a los demás y que podía entender sus
palabras.
Desde entonces pasaba largas horas contándole su vida. Una tarde descubrió que el
ceibo no sólo lo escuchaba sino que podía hablar. Así nació entre ambos una profunda
amistad y Kirimbatá le confió su sueño más querido: conseguir nuevas tierras para que
su gente viviera en paz.
El tiempo fue pasando y Kirimbatá se convirtió en un joven sensible y soñador. También
las luchas terminaron, entonces el cacique pensó que algún día su hijo ocuparía su lugar
y quiso enseñarle todos los secretos de la guerra. Pero el muchacho tenía planes muy
diferentes para su vida y se negó a convertirse en guerrero.
El cacique no podía aceptar la desobediencia de su hijo y discutieron una y otra vez.
Hasta que una noche, Kirimbatá harto de las peleas con su padre decidió alejarse de la
tribu. Esperó que todo estuviera en silencio y tomando sus cosas fue a despedirse del
ceibo.
– Lamento que no puedas venir conmigo – le dijo el muchacho – te voy a extrañar mucho
pero tengo que irme de aquí, adiós. – Hasta pronto, ya nos volveremos a ver contestó el
ceibo.
Después subió a su pequeña embarcación y sin saber a dónde ir, se dejó llevar por la
corriente. La luna iluminaba su camino mientras el río le murmuraba en los oídos
palabras de aliento.
Navegó toda la noche y al amanecer la canoa se detuvo en el centro del río, junto a un
montículo de tierra. Kirimbatá bajó y con unos pocos pasos recorrió el lugar… ¡era tan
pequeño! Entonces se le ocurrió agrandarlo y metiendo una y otra vez las manos en el
agua, trató de detener el limo que llevaban las aguas pero nada conseguía, y el río fue
otra vez en su ayuda; besó la punta de sus dedos y el muchacho descubrió asombrado
que donde enterraba las manos nacían pequeñas plantas. Eran los juncos que fijaban la
tierra y detenían el limo.
El sol lo vio trabajar sin descanso día tras día, agrandando el lugar; mientras tanto los
juncos crecían y crecían. Una tarde se dio cuenta de que ahí sólo faltaba un poco de
sombra y murmuró:
– Amigo ceibo, si pudieras venir, a esta isla no le faltaría nada.
Y ocurrió que el viento lo escuchó y tomando sus palabras las llevó hasta el ceibo y las
dejó entre sus ramas.
Cuando a la mañana siguiente Kirimbatá despertó, una agradable sombra cubría el
lugar: el ceibo estaba otra vez a su lado. El muchacho, sorprendido y sin poder entender
cómo había llegado hasta ahí, acarició su tronco. Sólo entonces descubrió que era capaz
de concretar el más deseado de sus sueños. Así fue como Kirimbatá volvió al trabajo con
renovadas fuerzas y ayudado por los juncos, formó otra isla.
Después el ceibo le dio sus semillas para que las plantara y así fueron formando isla tras
isla.
Pasó mucho tiempo y una tarde la tribu se enteró de que en el centro del río habían
nacido nuevas tierras. El cacique, con la secreta, esperanza de encontrar a su hijo en ese
lugar, ordenó a su gente que lo acompañara en su busca.
El abrazo del reencuentro entre padre e hijo fue tan grande que la emoción nubló los
ojos de estos dos hombres. Toda la tribu agradeció a Kirimbatá las nuevas tierras
conseguidas y desde ese día trabajaron juntos hasta formar todas las islas del Delta del
Paraná.
No podía faltar la leyenda de nuestro delta en estas páginas, nos deja un mensaje de paz
y a su vez de conservación.
hoy los indios Tambúes fueron exterminados y dieron lugar a una plaga de empresas que
están terminando con los recursos de nuestro delta, empresas extranjeras como Bema
Agri que arraso las islas frente a Villa Constitución sembrando soja y secando lagunas,
frigoríficos exportadores de pescado que están vaciando el rio y los peces que no entran
en medida los hacen harina, Políticos cómplices de todo este saqueo como los de victoria
que con testaferros tapizan las islas con ganado sin ningun tipo de control, es fácil
identificarlos… son los que hacen todo lo posible para evitar que este humedal se proteja
para no perder sus negociados.
Cuanto tendrían que aprender de Kirimbatá.
https://losaliados.wordpress.com/2011/07/26/leyenda-del-delta/
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