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Literatura griega

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LITERATURA
GRIEGA
El Teatro de Epidauro
1. La poesía épica
1.1 Homero: Aedo y poeta oral
1.2 La Ilíada y la Odisea: temática. El héroe homérico
1.3 Hesíodo
2. La poesía lírica
2.1
2.2
2.3
2.4
Rasgos
Rasgos
Rasgos
Rasgos
generales
generales
generales
generales
de
de
de
de
la
la
la
la
poesía
poesía
poesía
poesía
monódica: Safo
elegíaca: Solón y Teognis
yámbica: Arquíloco
coral: Píndaro
3. El drama ático: tragedia y comedia
3.1
3.2
3.3
3.4
3.5
3.6
Introducción
Esquilo
Sófocles
Eurípides
La Comedia
Aristófanes
4. Historiografía
4.1 Heródoto
4.2 Tucídides
4.3 Jenofonte
5. La oratoria
6. Platón y el diálogo platónico
Literatura griega en culturaclasica.com. Unidades confeccionadas por Antonio Siles.
Textos seleccionados por Antonio López Gámiz
1
LA POESÍA ÉPICA
1. LOS POEMAS HOMÉRICOS
La historia de las literaturas de nuestra civilización occidental comienza con dos obras a las que
desde antiguo se ha tenido en gran estima y a las que la crítica reconoce calidades artísticas
excepcionales: la Ilíada y la Odisea, atribuidas tradicionalmente a Homero.
¿Quién fue Homero?
Las indicaciones sobre Homero que han llegado hasta nosotros son el producto de una
elaboración legendaria en torno a su figura. En general las leyendas sobre su persona y vida no presentan rasgos
individuales, sino que se le representa como el tipo de rapsoda ambulante, ciego y pobre, que va de ciudad en ciudad y de
corte en corte, recitando gestas famosas y glorias caballerescas. No se sabe con exactitud la época en que vivió
ni su patria, y se ha llegado a poner en duda incluso su existencia, sobre todo a partir de las
conjeturas de los críticos franceses del siglo XVII, especialmente el Abad d'Aubignac, y del filólogo
alemán Wolf a finales del siglo XVIII1. Estos eruditos sostenían que ni había existido un Homero autor de la Ilíada y
Odisea, ni los dos poemas podían ser del mismo autor ni época y que ni siquiera podía hablarse de un autor personal y
único, sino de un conglomerado de pequeños cantos épicos originariamente independientes, obras quizá del espíritu popular,
que en sucesivas refundiciones de compiladores anónimos, habían dado lugar a poemas más extensos. Luego la mentalidad
popular habría atribuido su paternidad a Homero. Desde Wolf y hasta bien entrado nuestro siglo, la polémica
en torno al tema, bautizada con el nombre de "la cuestión homérica", ha dividido a los filólogos y
críticos literarios en unitaristas, defensores de la unidad de autor, y analistas, quienes siguiendo las
teorías de Wolf, tratan de explicar la génesis de ambos poemas prescindiendo de un autor personal.
Hoy puede decirse que las posturas se han acercado: nadie sostiene que Homero sea el autor, en el
sentido moderno, de los poemas, es decir, que Homero se inventase la Ilíada, ni mucho menos la
"Odisea", cuya cronología es sin duda posterior. Es evidente e innegable la existencia de una larga tradición épica
oral en Grecia que se remonta hasta plena época micénica; en esta tradición épica el "autor" o "autores" de la Ilíada y la
Odisea se han basado ampliamente, tanto en la temática como en el aspecto formal de dicción y métrica. Pero tampoco
ningún analista niega ya la existencia de una persona o personas que, partiendo de estos materiales preexistentes, los
organiza dentro de un plan general y es responsable, al menos, de la estructura de uno y otro tema. Efectivamente, el
análisis interno de los poemas homéricos, especialmente de la Ilíada, refuerza la impresión de unidad y la dinámica de sus
casi 15.000 versos, exige una mano maestra que organice el conjunto.
Resumiendo: Sin que nada esté demostrado, es muy probable la existencia de un poeta de
carne y hueso llamado Homero en la región de Quíos y Esmirna, en Asia Menor, y que debió desarrollar su actividad literaria durante el siglo VIII a. C. Es probable que él sea el "autor", en el sentido
restringido del término que acabamos de apuntar, de la "llíada". Pero mucho menos probable que lo
sea de la "Odisea".
Homero como educador
El fondo más o menos histórico de los poemas épicos griegos no hacía de ellos una mera historia del pasado. Por el
contrario, al enaltecer las hazañas del pasado convertía a los héroes que las llevaban a cabo en un ideal digno de imitación;
lo mismo que al mostrar las tristes consecuencias de sus errores, incitaba a reflexionar sobre las pautas del comportamiento
humano.
Desde el siglo VI a. C. los poemas homéricos fueron de hecho "la Biblia" sobre la que se basaba la educación de
niños y jóvenes griegos (además, evidentemente, de la función normativa asignada a la música y a la gimnasia). A través de
ellos se enseña el noble ideal que es formulado por uno de los nobles griegos combatientes en Troya, el anciano Néstor: Il.,
XI, 784: ajieivn ajristeuvein kai uJpeivrocon e[mmenai a[llwn ("ser siempre el mejor y estar por encima de los demás"). Esta
ética del honor hay que entenderla en función de la gloria, klevo", que es lo único que puede dar hombre griego la
inmortalidad, la pervivencia después de la propia muerte, ya que la vida de ultratumba, nunca ha poseído para los griegos
ningún atractivo. Además de emulación, los poema transmitían una sabiduría, no sólo la enseñanza del arte oratorio, sino
también el conocimiento de psicología humana, de las maneras sociales, de las formas de comportamiento a las distintas
ocasiones, del decoro, de la moral, en suma. Por otra parte, al estar escritos en una lengua que no era ningún dialecto local,
adquiría carácter supraregional, contribuyendo, sin duda, a la formación de la conciencia panhelénica.
1
Estas cuestiones pueden verse tratadas con detalle en la Introducción a Homero, Ed. Guadarrama, Madrid, 1963, pp. 31 ss.
2
La lengua homérica
La lengua de los poemas es una lengua artificial, meramente literaria, que no corresponde a
ningún dialecto griego de ninguna época determinada.
De los elementos de la lengua épica unos son puramente artificiales, forzados por la métrica o por la adaptación de
formas arcaicas ininteligibles ya para el aedo; otros elementos, en cambio, tienen una filiación dialectal más o menos segura.
De estos últimos, el fondo más antiguo está constituido por los llamados micenismos o aqueísmos,
correspondientes, sin duda, al estrato más antiguo de la primitiva épica oral, el micénico,
identificables por estar atestiguados en las tablillas micénicas, o bien por su pervivencia en los
dialectos continuadores del micénico en el primer milenio a. C.
Cronológicamente, sigue un estrato de eolismos, que correspondería al cultivo de la épica
todavía oral, por parte de los herederos de los micénicos, emigrados a Eolia, región del norte de Asia
Menor, debido a las sucesivas oleadas de invasiones indoeuropeas sobre la península balcánica.
El último estrato cronológicamente, y también el más importante, es de los jonismos,
procedentes del estadio en el que en la épica va fijándose por escrito por obra de los aedos de esta
región de la costa central de Asia Menor llamada Jonia. Aunque estos aedos se sirven ampliamente, tanto en la
forma como en el contenido, de la tradición épica oral que les ha precedido, es lógico que su producción incorpore una gran
cantidad de elementos lingüísticos procedentes de su propio dialecto: esto es lo que da a la lengua épica su colorido
predominantemente jonio.
La continua recreación propia de la poesía de los aedos, especialmente en su fase oral, es un factor de continuas
variaciones en el texto. En cada estadio formas más modernas van introduciéndose donde la métrica lo permite, pero
elementos antiguos subsisten cuando esa sustitución no es métricamente posible (por ejemplo, junto a la forma jonia
hJmevrh, "día", aparece en otros contextos la forma eolia hjmar, no sustituible métricamente).
Finalmente, el hecho de que la transmisión posterior por escrito de los poemas homéricos haya
sido a través de Atenas, ha dejado también alguna huella en el texto; la más notable es el espíritu
áspero, teniendo en cuenta que el eolio y el jonio habían perdido la aspiración inicial, en palabras
como hJmevrh, hJduv".
El verso homérico
El esquema métrico, repetido verso a verso, es el llamado hexámetro, cuyo esquema ideal es
el siguiente: - ++ - ++ - ++ - ++ - ++ -- //
Era llamado hexámetro dactílico, porque la unidad, el dáctilo, - ++, aparece repetida seis veces.
Las dos sílabas breves del dáctilo pueden ser sustituidas por una larga, pero la larga no puede ser
sustituida por dos breves; la forma resultante, - - = - ++ recibe el nombre de espondeo. Respecto a estas
sustituciones han de tenerse en cuenta dos cosas:
l) El último metro siempre tiene la forma -- del espondeo, ya que una breve ante pausa se alarga.
2) El quinto metro es casi siempre un dáctilo, ya que al no poderlo ser el último, es él el encargado de marcar el ritmo
dactílico.
Un verso compuesto todo de dáctilos, excepto el último, naturalmente, se llama holodáctilo y tiene un ritmo saltarín
que da impresión de ligereza. El compuesto todo de espondeos se llama holoespondaico; son muy raros y dan impresión de
pesadez. De hecho, lo más frecuente es que dentro de un mismo hexámetro alternen los dáctilos y los espondeos.
El elemento fundamental de la versificación griega es la cantidad silábica, o alternancia de
sílabas largas y breves en el metro de acuerdo con determinados esquemas; en este aspecto, como
en otros, es fundamentalmente diferente de la nuestra: su ritmo no está basado en la acentuación y
la rima tampoco se utiliza; coincide, sin embargo, en la regulación métrica de pausas y cesuras. La
pausa coincide básicamente con el final de verso y se representa gráficamente así //; la cesura es un
límite entre dos grupos melódicos en medio del verso, y su símbolo es /.
En cuanto a la cantidad, las sílabas se dividen en largas (-) y breves (+). Una sílaba es métricamente breve cuando
consta sólo de vocal breve o termina en vocal breve: oujlomevnh (recordemos que la o y la e son vocales siempre breves,
mientras que la h y w son siempre largas; la a, la i y la u pueden ser breves y largas; los diptongos son siempre largos).
Una sílaba es larga cuando consta de vocal larga o diptongo; entonces se le llama "larga por naturaleza", para distinguirla de
las llamadas "largas por posición" (o por "convención", dicho con más propiedad), que son aquellas que, a pesar de llevar
una vocal breve, cuentan como largas al ir seguidas de dos o más consonantes o de consonante compuesta: pollav"
d ij jfqivmou"...
3
La elisión, o supresión de vocal final de palabra en contacto con la vocal inicial de la siguiente, es posible con
vocales largas y diptongos. La vocal larga o diptongo (no elidido) en final de palabra se abrevia ante vocal de la palabra
siguiente.
Además de la pausa final de cada hexámetro, presenta una o dos cesuras. Las que puede
tener el hexámetro son las siguientes:
Tr = Trihemímeres (a las tres medias partes del hexámetro): – ++ – / ++ – ++ – ++ – ++ – – //
P = Pentemímeres (a las cinco medias partes del hexámetro): – ++ – ++ – / ++ – ++ – ++ – – // (P2)
T = Trocaica (entre las dos breves del 3er. pie): – ++ – ++ – + / + – ++ – ++ – – // (T2)
H = Heptemímeres (a las siete medias partes): – ++ – ++ – ++ – / ++ – ++ – – // (H2)
B = Bucólica (llamada diéresis que, a diferencia de las otras cae a final de metro y no en medio, y bucólica
porque fue muy utilizada por los llamados poetas bucólicos). Esta aparece delante del 5º pie:
– ++ – ++ – ++ – ++ / – ++ – – // (B2)
Algunas observaciones deben hacerse respecto a estas cesuras:
1) La cesura tiene que coincidir con final de palabra fonética, lo que quiere decir que a efectos de cesura, las enclíticas se
unen a la palabra anterior y las proclíticas a la siguiente. 2) En la cesura puede darse la elisión, el abreviamiento de vocal larga o diptongo ante vocal, etc., lo que ante pausa es imposible.
3) No todo fin de palabra en los lugares característicos de las cesuras deben ser considerados como verdaderas cesuras;
para que ésta exista es preciso que el sentido indique el fin de un miembro de frase, de un grupo melódico (también en
español la frase se divide en unidades melódicas de acuerdo con el sentido).
4) De las del hexámetro las cesuras más frecuentes son la P y la T y, como ya dijimos, en un hexámetro puede haber más
de una.
Libertades métricas usuales en la métrica española, como el encabalgamiento, es decir, hacer que una frase salte el
final de verso y acabe en el verso siguiente; la sinizesis, que consiste en que dos vocales que no forman diptongo se fundan
en una sola sílaba, o la diéresis, desdoblamiento de una sílaba en dos, son frecuentes en el verso épico.
La dicción formular
Una simple lectura de los poemas homéricos nos evidencia el hecho de que la repetición de
versos enteros, o con más frecuencia, trozos de versos, es una característica constante del estilo
épico.
Si medimos estas expresiones repetidas, observamos que todas ellas tienen un esquema
métrico definido, que generalmente coincide con las porciones en que las distintas cesuras y diéresis
j povllwn,
dividen al hexámetro: así expresiones como poivmena lavwn, povtnia mhvthr y foi`bo" A
frecuentísimas, cuyo esquema métrico es – ++ – –, llenan la segunda parte del hexámetro después
de la diéresis bucólica; el grupo kreivwn A
j gamevm
v nwn, cuyo valor métrico es – – ++ – – equivale a la
parte del hexámetro que sigue a la cesura heptemímeres, lo mismo que la designación usual de
Aquiles como povda" wjkuv" A
j cilleu'". En cambio, Phlhliavdv ew Acillh'o", abarca desde la cesura
pentemímeres hasta el final del verso. Estos grupos de palabras se representan simbólicamente como
B2, H2, P2 respectivamente; fórmulas como qeva leukwvleno" H
j rh, se simbolizarán como T2, por ser la
segunda parte del hexámetro después de la cesura trocaica.
Estas expresiones de valor métrico constante, que se repiten en idénticas condiciones para
expresar una misma noción, reciben el nombre de fórmulas. Dicho de forma resumida, las fórmulas, o
grupos de palabras que se repiten en la versificación, cumplen con frecuencia la función de terminar
el verso a partir de la cesura. Fue el estadounidense Milman Parry descubrió en 1928 la mecánica de
esta dicción formular en la poesía homérica, utilizando como paralelo la épica eslava de los Balcanes,
viva hasta hace pocos años. Parry2 demostró con argumentos decisivos el carácter tradicional de las
2
M. Parry, L'épithéte traditionnel dans Homére, París, 1928; Homer and Homeric Style, 1930. Que la épica homérica arranca
de la época micenica es conclusión a la que se ha llegado al comprobar que los poemas homéricos conservan el recuerdo de
objetos micénicos que dejaron de usarse después del colapso del imperio micénico y la llegada de los dorios, así como de
pueblos y lugares desaparecidos posteriormente, hallados recientemente por los arqueólogos, y cuyo conocimiento directo
era imposible para los griegos de los siglos VIII y VII a. C. cuando los poemas homéricos toman forma escrita. La noticia de
4
fórmulas, gestadas en los distintos estadios de cultivo oral de la épica y transmitidas oralmente de
unas a otras generaciones de aedos desde la misma época micénica. Ello explica muchos de los arcaísmos que encontramos en los poemas homéricos y que subsisten ligados a fórmulas.
A pesar de la importancia del mecanismo formular en la dicción homérica, el poeta que dio
forma final a la Ilíada no fue esclavo de estas fórmulas heredadas. Su genio poético se revela en el
libre uso que hace de ellas, combinándolas e introduciendo expresivos cambios, de modo que en
ningún momento su obra es una mera repetición de fórmulas hechas. Lo mismo puede decirse de la
Odisea.
La transmisión
La difusión de los, poemas dentro del ámbito griego fue por obra de los rapsodos. Frente a los
aedos, más antiguos, que cantaban sus poemas acompañando con un instrumento de cuerda, los
rapsodos son recitadores profesionales que recitan poemas épicos, ya sin acompañamiento musical.
Por otra parte, en la transmisión del texto escrito de los poemas homéricos Atenas jugó un papel importante. En
tiempo de Hiparco (520 a. C.), hijo del tirano Pisístrato, se hizo llevar a Atenas un ejemplar de los poemas homéricos,
adquirido tal vez por los Homéridas de Quíos, para disponer de un texto fidedigno y fijo al que debían adaptarse los
recitadores en el certamen rapsódico de las fiestas Panateneas. A partir de entonces, las copias de Homero se ajustaron a
este ejemplar.
Sin embargo, más tarde, en el siglo III a. C., cuando los filólogos alejandrinos intentaron hacer
una gran edición crítica de Homero, se encontraron con grandes problemas: un texto lleno de
variantes, fluctuaciones notables en el número de versos, etc. La actividad de estos eruditos resultó
decisiva en la fijación del texto homérico. Zenódoto de Éfeso, en la primera mitad del siglo III a. de C.
dividió en veinticuatro cantos cada poema, designando a cada uno por una letra del alfabeto.
Aristófanes de Bizancio (257-180) hizo otra edición. Peo la labor más notable fue la de Aristarco de
Samotracia (217-145) quien, además de redactar varios comentarios, preparó dos ediciones del texto.
LA "ILIADA"
La "Ilíada" historia y leyenda
La Ilíada es un poema épico en torno Troya homérica: en efecto, a la legendaria guerra de
Troya. Tras las excavaciones iniciadas en 1870 por Heinrich Schliemann se llegó a la conclusión de
que había habido una ciudad de Troya. Estas excavaciones fueron continuadas después por su
colaborador Wilhelm Dörpfeld y las nuevas y por el profesor Carl Blegen, que demostraron que había
habido una Troya destruida por el fuego. Con ellas se demostró que la guerra de Troya no era sólo
una ficción literaria, sino también lo que era para los griegos en la época clásica: historia verdadera.
Efectivamente, de los varios estratos allanados y superpuestos que las excavaciones han ido
descubriendo en el rincón noroeste de Asia Menor en el emplazamiento donde tradicionalmente se
situaba la ciudad de Troya, puede afirmarse que el estrato designado por los arqueólogos como Troya
VIIa es el que corresponde a la Troya homérica. La cerámica micénica hallada en este estrato permite
fechar la destrucción violenta de la ciudad hacia 1250 a. C., fecha que coincide con la asignada por la
tradición antigua griega a la caída de Troya. Es decir, que hoy por hoy puede afirmarse que la "Ilíada"
tiene un fondo histórico innegable: la conquista de Troya por los griegos. Que el tema, al convertirse en un
gran poema épico, fue novelado, presentándolo como una expedición de represalia por el rapto de Helena, esposa de
Menelao, rey de Esparta, por Paris, hijo de Príamo, rey de Troya, también parece claro. Lo más probable es que el verdadero
motivo de la guerra fuese la necesidad por parte de los griegos de asegurarse el control de esta zona, clave para el paso de
las materias primas de las que Grecia era deficitaria.
esos objetos y lugares pudo llegar hasta época tan reciente gracias a su mención en la tradición épica oral, que
precisamente por su mecánica formular, conserva estos arcaísmos ligados a las fórmulas.
5
La "Ilíada", poema escrito. Su estructura
En el poema, tal como nos ha llegado, el tema inmediato es el enfrentamiento entre dos
caudillos griegos, Agamenón y Aquiles, y sus consecuencias, enmarcado dentro de otra acción más
general, que le sirve de fondo, la de la guerra de Troya.
En el canto I se presenta este enfrentamiento, el deshonor de Aquiles, al verse privado de la
esclava Briseida, que le había correspondido en un justo reparto del botín y que ahora Agamenón le
arrebata, con la consiguiente cólera de Aquiles. El ejército griego, después de la retirada de Aquiles
con sus huestes, no sufre una derrota inmediatamente, sino más tarde, en el canto VI. Tras una serie
de alternativas, la situación se hace insostenible para los griegos en el canto IX y sus caudillos
deciden, con la aprobación de Agamenón, enviar una embajada a Aquiles. Sin embargo, Aquiles no
depone su ira y se niega. En los cantos siguientes, hasta el XVI, ante el desconsuelo de Patroclo,
amigo y compañero de Aquiles, al ver que la derrota griega va en aumento e incluso que los
principales caudillos griegos están heridos, Aquiles le permite que participe en la lucha al mando de su
ejército. Patroclo logra una victoria temporal, pero al final muere a manos de Héctor, caudillo de los
troyanos. La muerte de Patroclo llena de dolor y rabia a Aquiles, el cual decide rintegrarse al combate.
La intervención de Aquiles conduce a la muerte de Héctor en el canto XXII. En el canto XXIII se
narran ampliamente los funerales de Patroclo y los juegos fúnebres celebrados en su honor.
Finalmente, el canto XXIV presenta la escena de Príamo, rey de los Troyanos, humillado ante Aquiles
para que le devuelva el cadáver de su hijo. Aquiles se niega y ultraja el cadáver terriblemente. Sin
embargo, al final, tras nuevas súplicas, accede y el poema termina con los funerales de Héctor.
En la poesía épica posterior, el tema de la Ilíada será completado, por delante, con los llamados Cantos Ciprios, que
relatan los acontecimientos que preceden a la Ilíada, y, por detrás, con la "Etiópida", que narra las últimas hazañas y la
muerte de Aquiles, y con La Destrucción Ilión ( Ij livou pevrsi") en donde se contaba la caída y saqueo de Troya. De toda
esta poesía épico-cíclica, que también trató otros ciclos aparte del troyano, sólo conservamos títulos y algunos pocos
fragmentos.
Lectura
Como complemento a cuanto acabamos de exponer, veamos este pasaje en el que Héctor se dispone a ir al combate,
en tanto que Andrómaca está llena de funestos presagios:
A ésta repuso el gran Héctor de tremolante casco:
Yo también he pensado en estas cosas, mujer; pero gran vergüenza
sentiría de los troyanos y de las troyanas de largos peplos
si como un cobarde me alejara del combate.
Y tampoco a ello me incita el ánimo, pues aprendí a ser siempre valiente
y a combatir entre los troyanos en primera fila,
luchando por la gran gloria de mi padre y por mi propia fama.
Pues bien sé yo esto en mi pensamiento y mi corazón:
que el día llegará el que la sagrada Ilión sea destruida
y Príamo y el pueblo de Príamo el de buena lanza.
Mas no tanto me inquieta el futuro fatal de los troyanos
ni el de la misma Hécuba o del soberano Príamo
ni el de mis hermanos que, aunque sean valientes,
en gran número caerán en el polvo, a manos de los enemigos,
como tu futuro, cuando algún aqueo de coraza de bronce
te lleve llorosa y de tu libertad se apodere.
Y quizá en Argos tengas que tejer en el telar de otra
y puede que transportes el agua del Meseida o el Hiperea
muy a tu pesar, pero forzada por la dura necesidad.
Entonces quizá alguien pueda decir viéndote llorar:
"Esta es en verdad la mujer de Héctor el que mandaba
a los troyanos domadores de caballos, cuando luchaban en torno a Ilión".
Así podrá decir alguien: y un dolor renovado habrá para ti,
privada de un hombre capaz de defenderte de la esclavitud.
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¡Ojalá que un gran montón de tierra cubra mi cadáver
antes de oír tus gritos y ver cómo te arrastran!
Así habló y al niño los brazos tendió el noble Héctor;
pero al punto al seno de la nodriza de hermosa cintura
el niño gritando se echó, pues tuvo miedo del aspecto de su padre,
con su coraza de bronce y su penacho de crines de caballo,
que veía agitarse de un modo terrible en lo alto del casco.
Entonces su padre y su venerable madre se echaron a reír.
(Homero, "Ilíada", VI 440-471)
LA "ODISEA"
Es poco probable que el autor, o redactor final de la "Odisea", sea el mismo que el de la Ilíada.
Además de que la cronología de la "Odisea" es sin duda posterior, las diferencias entre ambos, tanto
en forma como en contenido, son notables. El autor de la "Odisea" domina la técnica narrativa; no es
un poema épico, sino un cuento de aventuras que adopta la forma externa de la épica; abunda en la
Odisea lo maravilloso y otros ejemplos de folklore o cuento popular, frente a la ausencia casi total de
estas características en la Ilíada. Parece presentar en general un estadio de civilización más avanzado
que en la Ilíada, al presentar una sociedad más moderna.
En cuanto a la forma de ser compuesta, parece lo más probable que la Odisea haya sido
rehecha sucesivamente a partir de un núcleo primtivo sobre el tema del náufrago aventurero.
Parece ser que, tanto por la historia misma de la épica griega como por la actividad marinera
de los jonios, las primeras versiones de la Odisea fueron obra de aedos jónicos.
Temática de la "Odisea"
El tema central del poema es el accidentado regreso de Ulises desde Troya, perseguido por
Poseidón, su llegada, por fin a Ítaca, su patria, y su venganza sobre los pretendientes, ávidos de
ocupar su puesto en el mando y en el corazón de su fiel esposa. Este tema del héroe ausente largos
años de su hogar, del hijo que parte a lejanas tierras en su busca y del regreso del héroe, bien
disfrazado, o simplemente irreconocible por el paso de los años, ha sido un motivo típico de los
relatos populares de muchas literaturas.
En el caso de la Odisea, parece que el personaje de Ulises como protagonista de la leyenda popular del héroe que
regresa es muy antiguo y, desde luego, anterior a la guerra de Troya misma. Se han señalado notables semejanzas con la
epopeya babilonia de Gilgamés y también hay coincidencias con leyendas hititas y egipcias, con lo que la influencia oriental
parece innegable. Asimismo la leyenda de Ulises incorpora elementos de la primitiva épica micénica, como el tema de los
Argonautas. Lo que parece que sucedió es que el antiguo tema del retorno del héroe y su venganza se integró dentro del
ciclo troyano, centrándose en uno de sus protagonistas, Odiseo, uno de los héroes aqueos que regresan a su patria después
de la toma de Troya.
Geografía de la "Odisea"
La complejidad temática de la Odisea la vincula con dos mundos, el de la épica y el fabuloso de las aventuras del
héroe vagabundo. Esta doble vinculación se manifiesta en las referencias geográficas del poema: Troya, Esparta, Pilos,
Creta, etc. Pero junto a estos lugares reales hay regiones que son producto de la fantasía del poeta: el país de los lotófagos,
la tierra de los cíclopes, la isla de Circe, las Sirenas, la isla de la ninfa Calipso, el país de los feacios...
Estructura de la "Odisea"
La Odisea, bajo su forma actual, se divide en tres "conjuntos épicos":
1. "La Telemaquia" (Cantos I-IV). Es una especie de prólogo en el que se hace mención de la
leyenda general del regreso de los aqueos de Troya, de la larga tardanza de Ulises y la difícil
situación creada en Ítaca a causa de su ausencia, y la decisión de su hijo Telémaco, inspirado y
ayudado por Atenea, de viajar para inquirir noticias sobre su padre.
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2. "Los relatos de la corte de Alcínoo" (Cantos V-XII), a donde Ulises ha llegado en su largo
peregrinar; en este punto, se hace una larga pausa en la que el propio Ulises va refiriendo
retrospectivamente todas las aventuras de su largo viaje desde la caída de Troya. En este relato en
primera persona se encuentran elementos más antiguos y próximos al folklore primitivo, tanto
indoeuropeo como egipcio o asiático; está lleno de evocaciones legendarias y de aventuras
fabulosas: los lotófagos, los cíclopes, las sirenas, la bajada a los infiernos, las vacas del Sol
devoradas por los compañeros de Ulises, etc.
3. "La matanza de los pretendientes" (Cantos XIII-XXIV). A partir del Canto XIII la narración
maneja varios hilos simultáneamente: la vuelta de Ulises a Ítaca, el regreso de Telémaco, que
había ido a Esparta para saber noticias sobre su padre, el progresivo reconocimiento del héroe por
sus leales, la actitud cada vez más insolente de los pretendientes, hasta llegar al punto culminante
de la acción, que llega en el Canto XXII, con la victoria de Ulises, disfrazado de mendigo, en la
prueba del arco y la posterior matanza de los pretendientes. La acción continua en el canto XXIII
con el reconocimiento del héroe por su esposa, hasta llegar al canto XXIV, en que se describe la
visita de Ulises a su padre Laertes, que se ha retirado de la vida pública de la ciudad y se dedica al
cultivo del campo. El poema concluye con el relato de la pacificación de Ítaca después de que
Ulises asuma de nuevo el mando.
Lectura
En el siguiente pasaje Odiseo se siente temeroso ante la furia de Poseidón, que le impedirá una vez más llegar a casa:
Era el cuarto día y estaba todo preparado.
Y al quinto lo dejó marchar la divina Calipso
después de lavarlo y ponerle ropas perfumadas.
Entrególe la diosa un odre de negro vino,
otro grande de agua y un saco de víveres
y le añadió abundantes golosinas.
Y le envió un viento próspero y suave.
Entonces el divino Odiseo desplegó gozoso las velas al viento
y, sentado, se puso a gobernar el timón con habilidad.
No caía el sueño sobre sus párpados contemplando
Las Pléyades y el Bootes, que se pone por la tarde,
y la Osa, que llaman carro por sobrenombre,
que gira allí y acecha a Orión
y es la única privada de los baños de Océano.
Pues le había ordenado Calipso, divina entre las diosas,
que navegase teniéndola a la mano izquierda.
Navegó durante diecisiete días atravesando el mar,
y al decimooctavo aparecieron los sombríos
montes del país de los feacios, por donde éste le quedaba más cerca
y parecía un escudo sobre el ponto rojo como el vino.
El poderoso, el que sacude la tierra, que volvía de junto a los etíopes,
lo vió de lejos, desde los montes Sólomas, pues se le apareció
surcando el mar. Irritóse mucho en su corazón Odiseo
y moviendo la cabeza habló a su ánimo:
"¡Ay!, seguro que los dioses han cambiado de resolución
respecto a mí cuando estaba entre los etíopes,
pues estoy cerca de la tierra de los feacios, donde es mi destino
escapar de las calamidades que me llegan.
Pero creo que aún me han de alcanzar bastantes desgracias."
Cuando hubo hablado así, amontonó las nubes y agitó el mar,
sosteniendo el tridente entre sus manos, e hizo levantarse grandes tempestades
de vientos de todas clases, y ocultó con las nubes, al mismo tiempo,
la tierra y el ponto. Y la noche surgió del cielo.
Cayeron Euro y Noto, Céfiro de soplo violento
y Bóreas nacido del éter, el que levanta grandes olas.
Entonces las rodillas y el corazón de Odiseo
desfallecieron, e irritado dijo a su magnánimo espíritu:
"Ay de mí, desgraciado, ¿que me sucederá por fin ahora?
Mucho temo que todo lo que dijo la diosa sea verdad,
8
pues me aseguró que, en el ponto, antes de regresar a mi patria,
sufriría desgracias. Y ahora todo se está cumpliendo.
¡Con qué nubes ha cerrado Zeus el vasto cielo
y agitado el ponto, y se lanzan con impetuosidad tempestades
de vientos de todas clases! Seguro que ahora tendré una terrible muerte!
¡Felices tres y cuatro veces los dánaos3 que murieron
en la vasta Troya por dar satisfacción a los Atridas!
¡Ojalá hubiera muerto yo y me hubiera enfrentado con mi destino
el día en que contra mí las broncíneas lanzas
tantos troyanos lanzaban alrededor del Pelida4 muerto!
Allí habría obtenido honores fúnebres y los aqueos5 celebrarían mi gloria,
pero ahora está determinado que sea sorprendido por una terrible muerte."
Cuando hubo dicho así, le alcanzó en lo más alto una gran ola
que cayó terriblemente y sacudió la balsa.
Odiseo se precipitó fuera de la balsa soltando
las manos del timón, y un terrible huracán
de mezclados vientos le rompió el mástil por la mitad.
Cayeron al mar la vela y la antena, y él estuvo
largo tiempo sumergido sin poder salir
con presteza por el ímpetu de la ingente ola,
pues le entorpecían los vestidos que le había dado la divina Calipso.
Al fin emergió mucho después y escupió de su boca la amarga
agua del mar que le caía en abundancia, con ruido, desde la cabeza.
Pero ni aún así se olvidó de la balsa, aunque estaba agotado,
sino que lanzándose entre las olas se apoderó de ella,
aposentándose en medio y librándose así de la muerte,
mientras que el gran oleaje la arrastraba con la corriente aquí y allá.
(HOMERO, "Odisea" V, 263-328)
La Odisea, en versión de Pérez Navarro y Martín Saurí
3
Los griegos.
El hijo de Peleo, es decir, Aquiles.
5
Los griegos.
4
9
2. HESIODO
Conectado desde antiguo con Homero aparece Hesíodo. Es cierto que tienen elementos
comunes, como son la métrica en hexámetros, el lenguaje épico y las coincidencias formales. Sin
embargo, hay entre ellos diferencias fundamentales. El mundo que se nos muestra a través de la
poesía de Hesíodo es el de su propia época y país, mientras que las epopeyas homéricas están
situadas en un legendario pasado. Hesíodo nos manifiesta por medio de sus poemas sus propias
inquietudes, mientras que la personalidad del aedo homérico apenas aflora en sus versos. Hesíodo es
ya un personaje histórico. de carne y hueso, de cuya vida obtenemos muchos datos a través de su
obra, en tanto que la propia existencia de Homero ha sido puesta en duda. Hesíodo pertenece al
mundo de los pequeños campesinos beocios, que tienen que mantener una dura lucha por la vida en
un suelo poco fértil y bajo el dominio de una nobleza arbitraria. El rapsoda homérico, por el contrario,
vive en el ambiente urbano de las ciudades jonias, enriquecidas por la industria y el comercio, y más
avanzadas socialmente. Cronológicamente, sin embargo, no son tan distantes, ya que la obra de
Hesíodo puede situarse hacia el 700 a. C.
Las dos obras fundamentales de Hesíodo son "La Teogonía" y "Los Trabajos y los Días". La
primera es un largo poema en el que Hesíodo trata de sistematizar tradiciones antiguas de
procedencia diversa (recuérdense los mitos de sucesiones de dioses del Próximo Oriente) para llegar a
la concepción de un mundo regido por Zeus patrocinador del orden y la justicia. Este dios logra
hacerse amo del mundo después de vencer a los Titanes y a su padre Cronos, que a su vez ha
desbancado al suyo, Urano. La historia de la sucesión Urano-Cronos-Zeus representa el núcleo de la
Teogonía, pero está entremezclado con elementos diversos: comienza con una auténtica cosmogonía
u origen del mundo, que se va desarrollando a lo largo de sucesivas uniones y descendencias entre
las primitivas fuerzas de la naturaleza: el Caos, las Tinieblas, la Noche, el Eter (Aire), el Día. la Tierra,
el Cielo, etc. Todo ello hace que presente una enorme variedad de contenido, de modo que la línea
directriz es a veces difícil de seguir.
En "Los Trabajos y los Días" el punto de partida lo constituye un hecho concreto, la disputa de
Hesíodo con su hermano Perses, que le ha desposeído de su patrimonio y que logra sobornar a los
jueces para que fallen a su favor cuando Hesíodo le lleva a juicio. Pero este hecho particular le sirve
de pretexto para plantearse la cuestión general de las fuerzas que sustentan la existencia humana.
También aquí aparece Zeus como ordenador, como el dios que ha establecido la divkh (justicia) entre
los hombres. Pero esto produce una íntima contradicción en el poeta, que por una parte ve cómo la injusticia abunda a su
alrededor y, por otra, quiere confiar en el Zeus protector de la Justicia; enormemente expresivo es el pasaje en que
desgarradoramente nos dice: «Pero ojalá ni yo ni mi hijo fuéramos justos entre los hombres, puesto que es un mal que el
hombre sea justo si es que el injusto ha de alcanzar una justicia más favorable»; pero en seguida manifiesta la esperanza,
no la convicción, de que el Providente Zeus permita este estado de cosas. Continúa la obra alternando las alocuciones
directas a Perses, aconsejándole que deponga su afán de lucha y pendencias y se dedique a ganarse el sustento por medio
del trabajo honrado, con las consideraciones de carácter general, como por ejemplo el mito de las dos Eris o diosas de la
disputa, una mala, que lleva a los hombres a la guerra y a las luchas, y otra buena, que les sirve de estímulo para superarse.
Las consideraciones generales respecto a los infortunios del mundo las desarrolla a través del mito
de las edades en las que sucesivamente la humanidad ha ido decayendo hasta su postración actual.
Hace también una serie de consideraciones sobre los distintos tipos de trabajos y la forma más
adecuada de llevarlos a cabo para que sean productivos para los mortales. La última parte, referente
a los días adecuados para distintos trabajos o acciones, parece haber sido un añadido posterior.
Lectura:
Entonces Zeus ya no contuvo su poder, sino al punto
de su cólera llenó el pecho y toda su fuerza
mostró; y desde el cielo y desde el Olimpo a la vez
fulminando sin cesar avanzaba; y los rayos,
junto con el trueno y el relámpago, continuamente volaban
desde la mano robusta, retorciendo su llama sagrada,
densos. Y en torno, la tierra dadora de vida tronaba
10
ardiendo, y fuerte chirriaba al fuego la inmensa floresta.
Y hervían todo el suelo y las corrientes del Océano
y el ponto estéril. Un vapor ardiente envolvía a los Titanes
terrestres, y la llama del éter divino llegaba,
inmensa, y los ojos de ellos, aunque fuertes, quedaban cegados
por el rayo y el resplandor destellante del relámpago.
Un ardor prodigioso llenaba el abismo; y pareció verse
con los ojos y oírse con los oídos un ruido,
como si Gea y Urano espacioso, viniendo de arriba,
se encontrasen. Tan grande fragor debía haberse dado
entre ella abatida y él lanzándose desde lo alto:
Tanto era el fragor de los dioses que a contienda venían.
(Hesíodo, "Teogonía", 687-705)
11
2. La lírica arcaica
Tener salud es lo mejor para el hombre mortal,
lo segundo, es ser de natural hermoso, lo tercero, ser rico sin engaños,
y lo cuarto, gozar de juventud con los amigos.
(Scolia Attica,7 Ed.)
*****
Oídme Moiras, las que más cerca del trono de Zeus tenéis asiento entre los dioses
y tejéis con rueca de acero los designios múltiples
e ineluctables de vuestras determinaciones varias,
Aisa, Cloto y Laquesis,
Hijas de hermosos brazos de la noche,
escuchad nuestras súplicas, deidades,
las más temibles del Cielo y de la Tierra;
Enviadnos a la legalidad de regazo de rosa,
y a sus hermanas de relucientes tronos, La Justicia y la Paz, portadora de corona,
y haced que esta ciudad se olvide de los infortunios que agobian su corazón.
(Chor. Adespot. fr. 594, 52 E)
12
Mundo en que surge la lírica griega
También fue en Jonia, donde la epopeya había alcanzado su forma final, tras un largo período de cultivo oral que
se remonta hasta época micénica, donde nacen la elegía y el yambo. No tiene nada de extraño que esta región de la costa
central de Asia Menor sea la cuna de varios géneros literarios griegos, así como de la historia, la filosofía, la medicina, etc.,
si tenemos en cuenta que durante siglos (del VIII al V a. C.) representa la avanzadilla cultural de todo el mundo helénico
hasta que, después y a consecuencia las Guerras Médicas, esta hegemonía pasa a Atenas.
El mundo jonio de los primeros elegíacos y yambógrafos es muy diferente al del pasado: la
vida se asienta en torno a la nueva agrupación urbana de la polis, la ciudad-estado; la economía
está basada no ya sólo en la agricultura y ganadería, sino que la industria y el comercio son dos
nuevas e importantes fuerzas de riqueza; socialmente la aparición nuevas clases sociales como
consecuencia de la industrialización, crea una inestabilidad socio-política, ya que, por una parte, las
nuevas clases enriquecidas por la industria y el comercio (la burguesía) disputan el poder a la vieja
nobleza poseedora de la tierra, y, por otra, trabajadores de la industria y sus derivados, conscientes
de la importancia su trabajo para la vida de la polis, reclaman cada vez más la institucionalización de
los poderes públicos, tanto políticos como jurídicos.
Todos estos cambios sociales, políticos, económicos y culturales se manifiestan también, como
es lógico, en la mentalidad de cada uno de los componentes de esta nueva sociedad. Comienza a
emerger la individualidad, frente al antiguo sentido familiar o tribal: es la valía personal lo que
cuenta y no el hecho de pertenecer a una gran familia. Todo es efímero. Y ante ello caben dos tipos
de posturas: o bien la del "carpe diem", es decir, la del disfrute del momento, ensalzando los placeres
del vino y el amor, o bien superar toda esta limitación del hombre haciéndose a sí mismo cada vez
más consciente de su propia naturaleza y posibilidades. Estas constantes sociales e individuales se repiten poco
más o menos a lo largo de todo el panorama griego de los siglos VII, VI y comienzos del V a. de C. y alientan en la lírica
arcaica.
La poesía lírica
Este término no tenía en Grecia el sentido moderno, como una determinada forma de la
creación poética, sino que tiene un sentido más concreto: λυρικός quiere decir simplemente cantado
al son de la lira, o, por extensión, de cualquier instrumento de cuerdas (aujlov"). Comprendía tanto la
lírica monódica como la coral. Y no estaban incluidos dos tipos que hoy consideramos líricos, la
elegía y el yambo, quizá porque en ellas ya desde antiguo el canto había perdido importancia, o
bien porque, al menos en la elegía, el instrumento de acompañamiento no era la lira, sino la flauta.
La elegía y el yambo
Estos dos tipos de poesía parecen proceder de una serie de canciones populares, preliterarias, ligadas al culto
religioso, o propias de los momentos culminantes de la vida: el del nacimiento o el de la muerte, o bien cantos de acompañamiento del trabajo, así como cantos populares en el sentido más amplio: legendarios, tradicionales, etc. Estas antiguas
canciones populares recibirían el influjo de la épica y, de esta manera, irían adquiriendo dignidad literaria, estilizándose y
regularizando su métrica.
La palabra ἐλεγεῖον aparece por primera vez en el siglo v a. C. y designa el llamado
pentámetro, verso que junto con el hexámetro épico constituye la breve estrofa llamada dístico
elegíaco, base de esquema métrico es el siguiente:
– ++ – ++ – ++ – ++ – ++ – +
– ++ – ++ – ++ – ++ – ++
Se está comúnmente de acuerdo en que la palabra ἐλεγεῖον deriva de ἒλεγος, término
utilizado frecuentemente con el sentido de "lamento, canto fúnebre". Sería, pues, originariamente un
canto de duelo, quizá cantado en el banquete fúnebre. Posteriormente, la elegía, nacida
probablemente de los cantos populares de lamentos y elogios mortuorios, fue fuertemente
influenciada por la épica hasta formar un género literario propio para expresar todas las necesidades
y problemas de la nueva sociedad y del nuevo espíritu del mundo en que surge.
13
En cambio, en el yambo la influencia de la épica es mucho menor, tanto en la métrica, cuyos
pies básicos son el yambo (+ –) y el troqueo ( – +), como en la lengua, cuyo ritmo es más próximo a
la lengua hablada, así como en los temas: invectiva, sátira, ataque personal, narraciones incisivas,
etc., todo ello tratado con un gran desenfado y realismo.
Elegíacos arcaicos
Haremos mención a continuación de los autores griegos que han cultivado prioritariamente este tipo de poesía, en
el período comprendido entre los siglos VII al V a. C. Estos fueron los grandes siglos de la elegía. Renace en época alejandrina, sobre todo por obra de Calímaco, pero su carácter es ya muy diferente.
Calino de Éfeso. La historia de la elegía se inicia con Calino de Efeso, cuya fecha exacta de
nacimiento no se conoce, pero sin duda vive la época de las invasiones de los bárbaros cimerios
sobre los griegos de Asia Menor, que se sitúan hacia el 675 a. C. Era posiblemente un miembro de la
aristocracia combatiente y exhorta en sus elegías al supremo esfuerzo en defensa de la ciudad. Se
observa una gran influencia homérica tanto en su pensamiento como en el aspecto formal.
Tirteo. Quizá unos años posterior (entre 650-630 se sitúa su producción poética), es Tirteo, que es el
cantor de la segunda guerra mesenia, entre Esparta y Mesenia. Se discute si es natural de Esparta o
es un inmigrante; sea como fuere, en sus elegías se muestra como un hombre que participa
activamente en los destinos de la comunidad espartana en que vive. Como las de Calino, sus elegías
son de exhortación a la defensa de la polis, instando a los jóvenes a combatir en primera fila, a
avanzar con firmeza, a persistir hasta la muerte, máxima gloria para el guerrero.
Lectura:
Tened valor, ya que sois descendientes del invencible Heracles; todavía Zeus no ha desviado de vosotros su
cabeza. No temáis a la multitud de los enemigos ni vaciléis; que cada soldado se dirija con su escudo a la vanguardia
considerando enemiga a su propia vida y a las propias Keres6 de la muerte tan queridas como los mismos rayos del sol;
pues conocéis las obras destructoras de Ares, rico en lágrimas, y habéis aprendido bien la manera de la guerra dolorosa y
con frecuencia habéis estado entre los perseguidos y los perseguidores, oh jóvenes, hasta gustar a saciedad de lo uno y
de lo otro. Aquéllos que sin romper las filas se arriesgan a llegar al cuerpo a cuerpo y a alinearse en la vanguardia mueren
en menor número y salvan a los de detrás; mientras que el valor de los que huyen ha desaparecido. Nadie sería capaz de
relatar todas las desgracias que sobrevienen a un hombre cuando sufre el deshonor. Por eso, es un placer, en la guerra
destructora, herir por detrás la espalda de un enemigo que huye; y es una visión de vergüenza un cadáver que yace en el
polvo con la espalda atravesada por la punta de una lanza. ¡Venga, vamos!, que cada uno de vosotros permanezca en su
puesto con las piernas bien abiertas, firmemente apoyado en el suelo con los dos pies, mordiendo el labio con los dientes,
cubriéndose los muslos, las piernas, el pecho y los hombros con el vientre del ancho escudo; que blanda en la diestra la
poderosa lanza y agite sobre la cabeza el terrible penacho; que realizando hazañas aprenda a luchar y teniendo escudo no
se quede fuera del alcance de las armas arrojadizas. Acercaos al enemigo y matad a un guerrero contrario en el cuerpo a
cuerpo, hiriéndole con la larga lanza o con la espada; poniendo el pie junto al pie, apretando el escudo contra el escudo,
el penacho contra el penacho, el casco contra el casco y el pecho contra el pecho, luchad cuerpo a cuerpo contra un
guerrero enemigo, empuñando la espada o la larga lanza. Y vosotros, los de la infantería ligera, agachados aquí y allá
debajo del escudo, arrojad grandes piedras y disparadles dardos de astil bien trabajado, colocados junto a los hoplitas.
(fr. 7 , -8D-).
Mimnermo de Colofón. Un tono muy distinto tienen la elegías de Mimnermo de Colofón cuyo
momento de florecimiento vital y poético puede situarse en torno al 600 a. C., o un poco antes.
Partiendo del pensamiento de la limitación humana, contrapone la floreciente juventud con la penosa
vejez e insta al goce de la vida en tanto que dure esta efímera juventud. Y el goce supremo es para
él el de "la dorada Afrodita", es decir, el del amor. A través de sus imitadores romanos Propercio y
Ovidio, puede considerársele el padre de la poesía amorosa.
Solón de Atenas. Nacido hacia el 640, vive en su ciudad una época de grandes luchas sociales.
Perteneciente a la aristocracia, es elegido διαλλακτής, es decir, árbitro con plenos poderes. Como
consecuencia de ello, lleva a cabo una serie de reformas en Atenas que plasma en su poesía. En
6
Genios maléficos que traen la muerte.
14
Solón, vida y obra constituyen una unidad inseparable. La elegía y el yambo son en él un instrumento
de su actividad política. No puede trazarse una línea divisoria clara entre sus poemas elegíacos y
yámbicos; quizá los primeros son más generales, los segundos acostumbran a ser más personales. Su
obra en general es testimonio de su pensamiento y una justificación de su actuación política; adoptan
muchas veces sus elegías la forma de parénesis o exhortación sobre temas morales, políticos y
sociales. O bien son exposiciones generales en torno al comportamiento humano y a sus vanas
esperanzas. Con estos temas de tipo moral y político alternan otros poemas más frívolos sobre el
banquete o el amor, por ejemplo. Es el primer poeta ático y el precursor en muchos aspectos de la
síntesis de elementos diversos que cristalizarán después en el gran esplendor ateniense.
Lectura:
En cuanto a la riqueza, deseo tenerla, pero poseerla injustamente no lo deseo, pues siempre llega
después el castigo. La riqueza que dan los dioses, viene a manos del hombre destinada a durar toda ella, desde la
base del montón hasta la cúspide; mientras que la que los hombres honran como consecuencia de la injusticia, no
viene conforme a un orden natural, sino que lo hace contra su grado, obedeciendo a acciones inicuas. Pronto se le
junta el infortunio: su origen, como el del fuego, está en un pequeño comienzo. Al principio es de poca
importancia, pero su final es doloroso: pues las obras de la injusticia no son duraderas para los mortales, sino que
Zeus está atento al fin de todo lo que sucede y, del mismo modo que las nubes son dispersadas en breve espacio
por el viento de la primavera, que después de remover las profundidades del mar estéril, abundante en olas, y de
destruir los prósperos cultivos en la tierra fértil en trigo, llega al asiento de los dioses, al elevado cielo, y para de
nuevo mostrar un tiempo sereno y un sol ardiente, sobre los fértiles campos y sin nubes, de la misma manera es el
castigo de Zeus, que no se irrita fácilmente ante cada delito, como un hombre mortal; pero que, a la larga, el que
tiene un corazón pecador no le pasa siempre inadvertido y el castigo, bien cierto, se hace visible al fin. Uno paga
su culpa inmediatamente y otro después; y los que con su persona escapan a la pena sin que les alcance en su
acometida el castigo fatal de los dioses, éste llega sin falta más tarde: sin culpa, pagan aquellos pecados o sus
hijos o su descendencia más lejana.
Y sin embargo, los hombres, tanto los afortunados como los míseros, pensamos así: cada uno alimenta
largo tiempo una vana ilusión hasta que sufre una desgracia, y sólo entonces se lamenta; hasta tanto, embobados,
nos regocijamos con esperanzas volanderas y el que es atormentado por dolorosas enfermedades, se hace a la
idea de que sanará; otro, que es un cobarde, cree ser un valiente, y hermoso el que no tiene un semblante
agraciado; si uno carece de dinero y le apremia la pobreza, cree que un día adquirirá muchas riquezas. Cada uno
se afana de un modo distinto: uno, deseoso de llevar a su casa una ganancia, recorre en naves el mar lleno de
peces, empujado por vientos procelosos y sin cuidarse para nada de su vida; otro -las gentes cuyo medio de vida
son los curvos arados- trabaja todo un año a jornal, arando la tierra bien arbolada; otro, conocedor de las artes de
Atenea y del industrioso Hefesto, se gana la vida con sus manos; otro, al que las Musas Olímpicas instruyeron en
sus dones, lo hace con su ciencia perfecta de la adorable poesía; a otro, al que los dioses acompañan, le hizo
adivino el Rey flechador, Apolo, y ve la desgracia que desde lejos se abate sobre un hombre, pero, sin embargo,
ningún augurio ni sacrificio es capaz de evitar el destino; otros, los médicos, ejercen el arte de Peón, rico en
remedios curativos. No está en su mano el éxito: muchas veces, de una molestia insignificante se origina un gran
dolor que nadie podría quitar administrando medicinas calmantes, mientras que a otro enfermo, atormentado por
graves y dolorosas enfermedades, el médico le pone sano prestamente tocándole con las manos.
Así, la Moira7 da a los hombres males y también bienes y los dones de los dioses inmortales no pueden
rehusarse.
(Elegía a las Musas, 7-56)
Teognis de Mégara. Bajo el nombre de Teognis de Mégara nos ha llegado un conjunto de elegías que
alcanza los 1.400 versos de extensión. Probablemente es recopilación posterior cuyo proceso de
formación es difícil de explicar con detalle.
De esta mezcla, sin embargo, puede entresacarse un Teognis auténtico, cuya plenitud debe
situarse en la segunda mitad del siglo VI a. de C. y que en Mégara, su ciudad, vive las violentas
luchas políticas entre la aristocracia tradicional y las nuevas clases sociales que entran en
competencia con ella. Sus poemas son en general elegías cortas que oscilan entre dos y quince
dísticos, típicas elegías de simposio o banquetes entre hombres, cuyos temas predilectos son el vino,
el amor, la nostalgia de los viejos ideales aristocráticos, el rencor y la protesta de la nobleza
tradicional frente a los advenedizos, la exhoratación a la amistad entre ajgaqoiv, que conserva aquí su
7
El destino de cada ser humano.
15
sentido homérico de "hombres distinguidos", "los nobles", por oposición a los kakoiv, "los viles", "la
masa", o las reflexiones en torno a las limitaciones del hombre. La parte mejor conocida de la poesía que se le
atribuye como propia la constituyen las llamadas «elegías a Cimo», que parece haber sido el joven amado de Teognis, a
quien expone en forma de exhortación su ideal aristocrático: conviene el trato sólo con los mejores y evitar el contacto con
los advenedizos; la prudencia, la moderación, la firmeza ante el mal, la ajrethv, son preferibles a todos los bienes de fortuna,
que hoy los posee uno, mañana otro, mientras que las cualidades del espíritu nadie nos las puede arrebatar. Su visión del
mundo que le rodea es pesimista, es un mundo corrompido, al que no puede asimilarse, ni siquiera entender; llega a afirmar: «De todas las cosas la mejor para los humanos es el no haber nacido ni llegado a contemplar los rayos del ardiente
sol; y una vez nacido, atravesar cuanto antes las puertas del Hades y yacer bajo un elevado montón de tierra». De otro
lado, algunos de sus poemas de amor, generalmente a efebos, alcanzan un fuerte y apasionado acento personal.
Jenófanes de Colofón. Un autor de elegías muy singular es Jenófanes de Colofón (565-470). Singular
porque es más un filósofo que un poeta; utiliza la poesía hexamétrica, e incluso la elegía, para la
expresión de sus ideas filosóficas. Escribió un poema filosófico sobre la naturaleza, del que nos
quedan unos pocos fragmentos. Asimismo parodió y atacó duramente el politeísmo y
antropomorfismo de la religión griega tradicional acorde con las concepciones de Homero y Hesíodo;
con esta crítica de la mitología tradicional tiende a elevarse a una concepción más pura de la divinidad. Es, sin duda, un
precursor de los movimientos racionalistas y moralistas del siglo V en Atenas. En sus elegías da cabida también a la temática
tradicional, con el elemento simposíaco, el autobiográfico, la exhortación, pero infundiéndole un espíritu nuevo,
intencionadamente educativo y didáctico, crítico con la tradición muchas veces. Aunque había nacido en Colofón, salió de su
ciudad hacia los 25 años, a causa de la conquista persa, y se estableció y vivió en Elea (Italia). Sin duda tuvo contactos con
los pitagóricos y con Parménides. En el aspecto formal sus elegías no se apartan en absoluto del modelo tradicional, tanto
en el lenguaje, como en los homerismos, como en el estilo.
Yambógrafos arcaicos
Arquíloco de Paros. Fue el poeta que dio dignidad literaria al yambo. Estos primitivos cantos de cruda
invectiva, ligados a los cultos de la fertilidad, adquieren en sus manos una forma de arte depurado,
sin perder por ello su originario carácter incisivo. La vida de Arquíloco transcurre en la isla de Paros,
célebre por sus mármoles, en el siglo VII a. C. Arquíloco es el hijo bastardo de un noble de Paros y
de una esclava; este origen mixto le coloca en una situación muy especial, que queda perfectamente
reflejada en el carácter antiépico de su poesía. Abundan en él las descripciones guerreras, ya que él mismo
confiesa que es su profesión, como mercenario, pero son descripciones realistas rayanas en el cinismo, muy lejos del ideal
caballeresco, como el pequeño poemita en que cuenta cómo perdió su escudo en una huida:
"Alguien estará por ahí pavoneándose con mi escudo,
arma excelente que abandoné,
muy a mi pesar, junto a un matorral.
Pero salvé la vida.
¿Qué me importa aquel escudo?
A freir monos el escudo:
ya me procuraré otro que no sea peor"
(Fragmento 12 (6D) ).
o cuando se ríe de las «hazañas» poco heroicas de su propio ejército, o nos habla de su ideal de general:
"No me gusta un general de elevada estatura
ni con las piernas bien abiertas,
ni uno orgulloso de sus rizos y afeitado a la perfección:
que el mío sea pequeño y patizambo,
bien firme sobre sus pies, y todo corazón".
En contraste con la épica, pone muy en primer plano el “aquí”, el “ahora”, el “yo”, lo cual es
característico de la lírica; pero en él es más personalizado: no intenta actuar sobre otros hombres,
como Calino, Tirteo o Solón, por ejemplo, sino que se limita a exponer desnudos sus sentimientos;
éstos son muy elementales y podrían resumirse en dos: el amor y el odio. El amor concebido no
como una dicha del hombre, sino como una grave enfermedad que sobreviene al hombre con ímpetu.
Su odio se desborda a veces en una oleada de maldiciones, injurias y sarcasmos sin freno alguno.
16
Uno y otro se manifiestan siempre en circunstancias concretas y personales. Es Arquíloco un claro
exponente del ardiente individualismo de su época.
Lectura:
Mira, Glauco: el profundo mar es agitado ya por el oleaje y sobre las alturas de los montes Giras se asienta una
nube alargada, signo de tempestad; inesperadamente nos sorprende el miedo [............................] las rápidas
naves avanzar, en el mar [.....] carguemos el [.....] numeroso de las velas [.....] soltando los cordajes de la nave;
recoge un viento favorable y salva a nuestros compañeros, a fin de que nos acordemos de ti [.....] aleja el miedo y
no lo comuniques a nadie [......] una terrible ola se levanta arremolinada [......] tú ten cuidado [......] el valor
[......].
(fr. 163 -56D.-)
Semónides de Amorgos. El yambógrafo Semónides era natural de Samos, pero su nombre aparece a
menudo ligado a la isla de Amorgos por haber llevado allí una colonia desde su isla natal.
Cronológicamente parece contemporáneo de Arquíloco, es decir, del siglo VII a. C., pero su poesía es
muy diferente, es de un pesimismo radical: la impotencia del hombre, ser efímero y oprimido, lo vano
de la esperanza humana, la convicción del dolor que nos rodea, son temas que figuran en primer
plano en su obra. También es pesimista en el Yambo de las mujeres, su poema más extenso
conservado. En él pasa revista a los distintos tipos de mujeres, detestables todos, excepto el que procede de la abeja; en
los demás tipifica los defectos femeninos en el animal o elemento del que la hace proceder: la cerda, la zorra, la comadreja,
el mar, etc. Pero al final del poema incluso la clase «indultada» es olvidada para afirmar tajantemente que son las mujeres
la calamidad mayor que Zeus ha creado para los hombres. De sus elegías, los antiguos tratadistas destacaron su
tratamiento del tema de la futilidad de las esperanzas humanas y la exhortación al «carpe diem».
Hiponacte de Éfeso. Más reciente, puesto que su plenitud se sitúa a mediados del siglo VII a. C. es
Hiponacte de Éfeso. Se conservan de él numerosos fragmentos en papiros, pero casi inservibles en
gran parte. Por lo que puede leerse, son en general agrias invectivas, en las que se burla de todo,
hasta de sí mismo; sus versos nos muestran su vida como la de un cínico mendigo, conocedor de los
bajos fondos de la ciudad donde vive como desterrado. Abundan en su obra las alusiones y
descripciones obscenas.
La lírica lesbia (monodia)
Por sus características especiales, tanto formales como de contenido, a pesar de las innegables coincidencias con el
resto de la lírica arcaica, merece ser tratado aparte este tipo de poesía.
Lesbos es una isla que tanto por su estratégica situación como por su fertilidad, tenía las
dotes necesarias para desarrollar una cultura propia y brillante. Esta cultura alcanzó su cénit en los siglos VII y VI a. C. y su floración poética da de ello buena cuenta.
La parte más característica de la poesía de Alceo, Safo y Anacreonte es monodia (canto
individual), compuesta en cortas estrofas y en variados pero simples metros, cantada y acompañada de instrumentos de cuerda.
Alceo. Parece haber nacido hacia el 630 a. C. Nació poco después del colapso de la monarquía y vivió
las luchas de las familias nobles por el poder.
Es apasionado y violento en los ataques a sus enemigos políticos, ensañándose en la
presentación de sus defectos físicos y morales. Sus canciones de bebida tienen un aire de
espontaneidad y casi de improvisación: cualquier ocasión es buena para celebrarla con vino rodeado
de amigos, ya que el vino revela al verdadero hombre. El tema del vino va en él estrechamente ligado
al amor, que trata a la manera tradicional.
En cuanto a las imágenes y metáforas, no las utiliza a menudo como artificio literario, sino
sólo cuando sirven para recalcar un punto determinado, y, entonces, tomándolas del caudal popular o
literario, varía su estructura, dándoles mayor viveza según las circunstancias. Hay una imagen, la de
la nave cuya salvación o pérdida simbolizan la de la patria, que ya había sido tratada por Arquíloco,
17
pero que Alceo desarrolla en forma de alegoría8 extensa, y que tendrá una larga historia posterior
refiriéndose al gobierno del estado. En Alceo no se refiere todavía al Estado en sentido general, sino
al grupo político del que él forma parte y los avatares y peligros que corre en su lucha por el poder.
Lectura:
Con voz unánime, al mal nacido
Pítaco de esta ciudad, sin agallas y desdichada,
tirano le nombraron alabándole todos a una.
(fr. 160 Ed.)
Hebro, el más bello de los ríos, junto a Eno
desembocas en el purpúreo mar, vomitando
un resplandeciente baño de espuma tracia.
(fr. 17 Ed.)
Saltando a lo alto de las naves de buenos bancos,
os sentáis en los cables, visibles a lo lejos.
(fr. 14,9-12 Ed.)
Santa Safo, de trenzas de violeta y sonrisa de miel.
(fr. 124 Ed.)
Safo. La fama de Safo, desde la antigüedad ha mezclado pronto realidad con leyenda, ignorándose
incluso la fecha de su nacimiento y muerte. Pocos son los datos seguros: parece del mismo tiempo
que Alceo; también de noble familia, estaba casada, al parecer, con un hombre rico, y tenía una hija.
Fue desterrada a Sicilia hacia el 600, pero regresó pronto; la mayor parte de su vida la pasó en
Lesbos, a cuya vida social y ciudadana está muy ligada.
Casi toda su poesía, excepto alguna dirigida a sus hermanos, y quizá a Alceo (a quien también
se le atribuye una dedicada a ella), está dedicada a muchachas: nueve libros de odas, epitalamios
(cantos de boda), elegías e himnos, de los que sólo una pequeña parte nos ha llegado. El tema
principal de sus poemas era el amor, expresado siempre con una natural sencillez, a veces con
ternura, a veces con ardiente pasión. En todos los casos es siempre algo íntimo y sentido, un
verdadero ἔρος, nunca trivializado.
Su poesía fue muy admirada ya en la antigüedad; en época helenística y romana la
admiración era tal que se la elevó a la categoría de décima musa. Poetas latinos como Catulo y Ovidio
conocen su poesía y la imitan. La calidad e intensidad de su poesía amorosa siempre ha sido valorada
porque traspasa las fronteras de su tiempo.
Lectura:
Inmortal Afrodita, la de trono de muchos colores,
hija de Zeus, urdidora de engaños, yo te suplico,
reina mía, que no destroces mi pecho
a fuerza de dolores y de angustias.
Antes ven acá, si es que alguna vez antaño,
mis voces oyendo en la distancia, me escuchabas
y, dejando atrás la casa de tu padre, venías a mi lado
después de enganchar el tiro a tu carroza de oro.
Graciosos gorriones tiraban veloces de ti
batiendo sus alas a un ritmo presuroso
en torno a la tierra oscura,
y desde el cielo, cortando el éter, presto llegaban.
8
La alegoría es una ficción en virtud de la cual una cosa representa o simboliza otra distinta.
18
Con la sonrisa en tu divino rostro acostumbrabas,
oh bienaventurada, a preguntarme
qué mal sufría de nuevo y por qué de nuevo te llamaba.
Qué cosa deseaba ver cumplida para dar
gusto a mi pobre corazón. "¿A quién -me dijistedebo persuadir de que venga a tu amor?
¿Quién es, Safo, el que te hace sufrir?"
"Si huye de ti, pronto habrá de buscarte;
sus dones ha de darte, si rechaza los tuyos.
Y si es que no te ama,
pronto habrá de amarte, quiéralo o no."
Ven, pues, también ahora y libérame
de mis rigurosos tormentos; haz que se cumpla
cuanto mi corazón desea ver cumplido;
tú misma lucha a mi lado.
(fr. 1)
Paréceme a mí que es igual a los dioses
el mortal que se sienta frente a ti, y desde tan cerca
te oye hablar dulcemente
y sonreír de esa manera encantadora.
El espectáculo derrite mi corazón dentro del pecho.
Apenas te veo así un instante, me quedo sin voz.
Se me traba la lengua. Un fuego penetrante
fluye en seguida por debajo de mi piel.
No ven nada mis ojos y empiezan a zumbarme los oídos.
Me cae a raudales el sudor.
Tiembla mi cuerpo entero.
Me vuelvo más verde que la hierba.
Quedo desfallecida y es todo mi aspecto el de una muerta...
(fr. 31)
Una hueste de jinetes, o de infantes o de naves
dicen unos u otros qué es lo más bello que existe en la negra tierra.
Yo digo que es aquello que se ama.
(fr, 381 Ed.)
NOVIA. -Doncellez, doncellez, ¿a dónde te fuiste, abandonándome?
DONCELLEZ.- Ya nunca, novia, ya nunca volveré a tu lado,
(fr. 164 Ed.)
Anacreonte de Teos. Más de medio siglo después del florecimiento del canto monódico lesbio y en un
mundo totalmente diferente, se da la obra poética de Anacreonte de Teos, jonio a quien los eruditos
alejandrinos colocaron al lado de Alceo y Safo. Transformó la monodia personal y espontánea de
estos poetas lesbios en una poesía de banquete cortesano, donde los temas del amor y del vino son
cultivados como manifestaciones del buen vivir. Canta el vino, la gastronomía, la música, el amor,
como cosas buenas de la vida; es una poesía de relajación más que la expresión de ideales políticos o
morales. Su poesía es delicada y nada tiene que ver con las desmesuras orgiásticas que se le han atribuido
posteriormente. Manifiesta una gran sensibilidad para el colorido, para la utilización de imágenes originales, como cuando
compara el trato de Eros a su víctima con la actividad de un herrero: primero lo golpea con un gran martillo y luego lo enfría
en el agua del torrente. Asimismo tiene una gran sensibilidad para lo delicado y frágil, como cuando compara a la juventud
esquiva con el pequeño corzo que anda errante por el bosque, lleno de miedo, abandonado de su madre.
19
Lectura:
En primavera los membrillos cidonios
florecen regados por la corriente de los arroyos
en el huerto no hollado de las Doncellas,
y también crecen los pámpanos bajo umbrosos retoños.
Amor, en cambio, jamás reposa para mí en estación alguna,
sino que, cual cierzo tracio inflamado por el rayo,
sombrío y resuelto, me agita el alma por entero,
violentamente, con loco frenesí que me consume.
(fr. 1, 8 Ed.).
Yo, por mi parte, no quisiera
ni el cuerno de Amaltea, ni reinar
en el feliz Tartesos ciento cincuenta años.
(fr. 8 Ed.)
Por eso con frecuencia gimo,
del Hades temeroso, pues temible
es su abismo, y doloroso el descenso.
De seguro, al que allí baja
no le es posible subir.
(fr. 69 Ed.)
Supuesto retrato de Safo de Lesbos,
según un mosaico encontrado en
Pompeya.
La lírica coral
Haremos finalmente, para terminar, un breve resumen del canto coral.
El canto coral procede de Esparta, en donde parece haber existido un importante cultivo de la
música y de la canción, tanto monódica como coral, ya desde antiguo y en el siglo VII a. C. Este
canto es μολπή, es decir, canto y danza a la vez, como ocurrirá después con los coros de las
tragedias en Atenas. Su vinculación al culto parece indudable. El vigoroso desarrollo inicial del canto coral en el ámbito
dorio de Esparta es el que dio a este tipo de canto el colorido lingüístico dorio que presenta a lo largo de toda la historia del
género.
Alcmán. El primer poeta lírico coral del que nos ha quedado es Alcmán, perteneciente al siglo VII.
Aunque procedía de Sardes, o de Jonia, desarrolló su actividad en Esparta. Sus obras, recogidas en
cinco libros por los alejandrinos, se han perdido. Nos quedan dos restos importantes en papiros de
composiciones llamados partenios o cantos corales de jóvenes muchachas (πάρθενος= virgen).
Lectura:
Que ningún hombre trate de volar al cielo
ni de unirse en matrimonio a Afrodita.
(fr. 1, 16-17 D).
Estesícoro. Entre el final del siglo VII y la primera mitad del siglo VI se desarrolló la actividad de
Estesícoro, que aunque nació en Metauro, en Italia meridional, fue Hímera, en la costa norte de
Sicilia, su verdadera patria. Es un poeta lírico coral, pero lo que lo caracteriza es el predominio
absoluto del mito en sus temas, lo que le acerca a la epopeya. Los antiguos recogieron su producción en
veintiséis libros, de los que sólo conservamos algunos títulos y pequeños fragmentos.
Con Estesícoro tenemos una brillante muestra de las letras griegas no ya sólo en el marco del Egeo, sino en el
floreciente mundo de las colonias griegas occidentales de la Magna Grecia y Sicilia. Su influencia en la poesía coral posterior,
así como en la tragedia, fue grande, sin duda, especialmente en la conservación y perfeccionamiento del mito, de modo que
podemos considerarlo como un puente entre la épica y la tragedia, que de nuevo hará del mito tradicional la fuente casi
única de sus temas.
20
Lectura:
No es cierto ese decir,
Ni fuiste en las naves de buenos bancos,
ni llegaste a la ciudadela de Troya
(fr. 16 Ed.)
Íbico de Regio. Otro griego del sur de Italia, Íbico de Regio, cultivó en el siglo VI también la oda
coral. En la primera etapa, sin duda influida por Estesícoro, hay en su poesía muchas alusiones
mitológicas y predilección por los detalles poco comunes. Es una poesía cortesana, a la que el viaje a
la corte de Polícrates de Samos, donde conoce a Anacreonte, le acaba de dar el giro definitivo hacia
la poesía amatoria. Cicerón le llama "el poeta del amor apasionado".
Lectura:
Estas cosas las Musas del Helicón
con sabia voz podrían decirles,
mas no hay hombre mortal
que enumerarlas pueda una por una.
(fr. 67 Ed.)
Simónides de Ceos (556-468). Este es ya un poeta de vida errante por las principales cortes griegas
del momento, bajo el mecenazgo de cuyos señores compone su poesía. Su fama le viene de los
Epinicios o Cantos triunfales, nuevo campo conquistado por él para la poesía lírica coral, al que
Píndaro daría su forma definitiva.
Lectura:
Por encima de su cabeza revoloteaban
aves sin cuento, y por fuera del agua
saltaban los peces por su hermoso canto.
(fr. 51 E)
Ni siquiera se levantaba un soplo de viento que moviera las hojas
e impidiera que, extendiéndose, llegase a oídos de los mortales su voz dulce como la miel.
(fr. 52 E)
Siendo hombre, no digas nunca lo que sucederá mañana,
ni, al ver a un hombre afortunado, por cuánto tiempo lo será.
Pues ni siquiera el vuelo de una mosca de anchas alas
es tan rápido como el cambio de estas cosas.
(22 E)
Cuando a la tallada arca alcanzaba el viento
con su soplo, y la agitación del mar
la inclinaba a temer, con las mejillas húmedas de llanto,
echaba su brazo en torno a Perseo y decía:
"¡Hijo, por qué fatigas pasas y no lloras!
Con ánimo de lactante duermes y, tumbado
en esta desagradable caja de clavos de bronce,
vencido por la sombría oscuridad de la noche.
De la espesa sal marina de las olas que pasan de largo
por encima de tus cabellos no te preocupas,
ni del bramido del viento, envuelto en mantas de púrpura,
con tu hermosa cara pegada a mí.
Si te causara miedo esto, a mis palabras presentarías tus finos oídos.
Duerme, mi, niño, te lo pido. ¡Que duerma
también la mar y nuestra inmensa desgracia!
¡Ojalá se dejara ver un cambio en tus designios!
Padre Zeus, las palabras atrevidas y fuera de justicia
que halles en mi súplica, perdónamelas".
(fr. 27, E)
21
Quien no es ni bueno ni malo en exceso,
y conoce la justicia que ayuda a la ciudad,
es un hombre sano: yo no he de reprocharle,
pues la generación de los inútiles es inmensa.
Bellas son todas las cosas no mezcladas de vileza.
(fr. 19 23-28 E).
¿Quién con sabio entendimiento,
alabaría a Cleóbulo, un habitante de Lindos,
que a los ríos de eternal corriente y a las primaverales flores,
a la llama del sol y a la áurea luna,
y a los remolinos del mar, opuso la fuerza de una estela?
Pues todas las cosas son inferiores a los dioses,
y a una piedra la pueden romper hasta unas manos mortales.
De insensato es ese pensamiento.
(fr. 31 Ed.)
Píndaro de Beocia. Píndaro de Beocia, nacido el 522 a. C. viajó durante su larga vida por todos los
centros políticos importantes del mundo griego, con largas residencias en Atenas y Sicilia. Lo más
notable de su obra son los Epinicios, o cantos destinados a la celebración de un triunfo en los
diferentes Juegos Panhelénicos. Sus Epinicios están clasificados, según las festividades, en cuatro
grupos: Odas Olímpicas, en honor de los vencedores de los festivales celebrados en Olimpia
dedicados a Zeus; Odas Nemeas, dedicadas a quienes vencían en el festival celebrado en Argos;
Odas Ístmicas, en las que se celebraba a los triunfadores en las fiestas panhelénicas que tenían lugar
en Corinto y Odas Píticas, dedicadas a los triunfadores en los festivales de Delfos.
La poesía de Píndaro es difícil, por sus bruscas transiciones de tema y por sus oscuras alusiones mitológicas, por el
orden tan complicado de las palabras, por la floja evidencia de los nexos entre los distintos elementos, etc. En la estructura
general de sus odas siempre hay unos elementos recurrentes que pueden sintetizarse en tres grupos: 1) Alusiones al
vencedor, su familia, su patria, y sus méritos deportivos en otras fiestas. 2) Alusiones mitológicas, traídas a colación por
diversas relaciones asociativas, no siempre fáciles de ver, con la fiesta, la patria del vencedor o sus antepasados, etc. 3)
Reflexiones morales y juicios ético-religiosos. Estos tres elementos son manejados por Píndaro con toda libertad y riqueza,
sin atenerse a un esquema rígido, y en donde el desarrollo del mito es mayor de lo que la ilustración del tema exigiría.
Lectura:
El agua es lo mejor de todo y el oro que brilla,
como de noche el resplandeciente fuego,
constituye la prez9 de la riqueza de un gran señor,
pero si quieres hablar de premios, corazón,
no busques brillo de astro alguno más caliente en el desierto cielo.
(Ol. I 1-6)
La odiosa perfidia de palabra existía ya antaño,
compañera de camino de los dichos seductores,
dolosa de intención: la calumnia malhechora.
Violenta lo que es ilustre y de los hechos oscuros
hace elevarse una fama putrefacta.
(Nem. VIII, 32-4)
De violetas y de rayos purpúreos
empapado el tierno cuerpo.
(Ol. VI 55-6)
Los bucles de su melena, sin cortar, le caían
brillantes por toda la espalda; y al punto que llegó,
se detuvo, para poner a prueba la firmeza de su ánimo,
en el ágora, abarrotada de gente.
(Pit. IV B2 82-85)
9
Lo mejor.
22
De ella arrancaron un ornamento fúnebre,
una pulida piedra que arrojaron sobre el pecho
de Pólux. Mas no le hirió ni le hizo retroceder.
Y, a su vez, lanzándose con raudo dardo,
hundió su bronce en el costado de Linceo.
(Nem. X.67-72)
Áurea forminge, posesión compartida
de Apolo y de las Musas de violáceas trenzas.
Te escuchan los pasos, comienzo de la fiesta,
y a tus señales obedecen los cantores,
cuando con tus vibrantes sones marcas el preludio
que ha de guiar la danza.
Hasta el eterno fuego apagas del rayo, ese lancero.
El águila, la reina de las aves, duerme
bajo el cetro de Zeus, sobre uno y otro lado sus alas replegadas.
Sobre su curva cabeza una nube oscura,
cerrojo dulce de los ojos, derramaste.
Y mientras duerme, mueve acompasadamente el dorso,
dominada por, tus sonoros efluvios.
Incluso el violento Ares, dejando a un lado el duro filo de sus lanzas,
conforta su corazón con un sueño profundo.
Tus flechas hasta hechizan el corazón de los divinos,
gracias a la sabiduría del hijo de Leto10
y de las Musas de profundo regazo.
(Pit. 1, 1-12)
Me es imposible afirmar que dios alguno
sea un glotón. Me abstengo de ello.
Menguada muchas veces es la ganancia del blasfemo.
(Ol. II, 71-74)
Allí las hijas del Océano,
soplan en torno a la isla de los Bienaventurados,
y refulgen flores de oro, unas en tierra
de resplandecientes árboles, otras las cría el agua.
De ellas hacen coronas y brazaletes para sus brazos.
(Ol. II ,71-4)
Efimeros. ¿Qué somos? ¿Qué no somos?
El hombre es el sueño de una sombra.
Mas cuando llega la luminosidad que da Zeus,
y se cierne sobre él un brillante resplandor,
dulce como la miel es su vida.
(Pít. VIII, 95-7)
Baquílides. Fue un poeta desconocido hasta 1898. Se conservan de él, sobre todo, epinicios. Fue
siempre comparado con Píndaro y ambos coincidieron en la lucha por ser patrocinados por Hierón,
rey de Siracusa. Baquílides, a diferencia de Píndaro, desarrolló más la parte atlética del epinicio,
cuidando el orden cronológico natural y buscando linealidad en la exposición del mito.
Tiene también poemas de tipo anacreóntico en los que canta el placer de la bebida y de la música en compañía de
los amigos.
Lectura:
Mas cuando del terrible fuego
saltó la brillante fuerza,
poniendo por encima Zeus una nube
cubierta de negrura, apagó la rubia llama.
(fr. 31 Ed.)
10
Es decir, Apolo.
23
Desfalleció mi dulce vida,
y me di cuenta de que perdía fuerzas.
¡Ay! cuando respiré por última vez, lloré,
desdichado de mí, al abandonar mi brillante juventud.
(fr. 33 Ed.)
¡Ay!, Infortunada de mí.
¿Qué he planeado?
La envidia poderosa le ha perdido.
(fr.12 Ed.)
ACTIVIDAD PRESENCIAL:
1. SITÚA A LOS POETAS LÍRICOS ESTUDIADOS EN LOS SIGUIENTES MAPAS MUDOS,
INDICANDO CIUDAD Y SIGLO (Fíjate en los ejemplos).
Arquíloco, Paros (s.VII a.C.)
MAPA DE
LA ANTIGUA
GRECIA Y
ASIA MENOR
MAPA DE
LA MAGNA GRECIA
(SUR DE ITALIA Y SICILIA)
Íbico de Regio (s. VI a.C.)
24
LA LÍRICA MODERNA (algunos ejemplos)
Luis Cernuda: No decía palabras
Ángel González: Para que yo me llame Ángel González
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Luis García Montero (Granada, 1958)
Luis García Montero: El Amor
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.
Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.
Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.
Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.
Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.
Ángel González (1925-2008)
Juan Ramón Jiménez: El Viaje Definitivo
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico1.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
(1)
Juan Ramón Jiménez escribía todo con jota
(excentricidades de un “jenio”)
25
Mario Benedetti:
Dámaso Alonso: Insomnio
Táctica y estrategia
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar
a los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando
como el perro enfurecido, fluyendo como la leche
de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole
por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en
esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las
tristes azucenas letales de tus noches?
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites
Jaime Gil de Biedma: A Una Dama Muy Joven, Separada
En un año que has estado
casada, pechos hermosos,
amargas encontraste
las flores del matrimonio.
Y una buena mañana
la dulce libertad
elegiste impaciente,
como un escolar.
Hoy vestida de corsario
en los bares se te ve
con seis amantes por banda
-Isabel, niña Isabel-,
sobre un taburete erguida,
radiante, despeinada
por un viento sólo tuyo,
presidiendo la farra.
¡De quién, al fin de una noche,
no te habrás enamorado
por quererte enamorar!
Y todo me lo han contado.
¿No has aprendido, inocente,
que en tercera persona
los bellos sentimientos
son historias peligrosas?
Que la sinceridad
con que te has entregado
no la comprenden ellos,
niña Isabel. Ten cuidado.
Porque estamos en España.
Porque son uno y lo mismo
los memos de tus amantes,
el bestia de tu marido.
Jaime Gil de Biedma
(1929-1990)
26
Mapa de la Antigua Grecia
La Magna Grecia
27
3. El drama ático: tragedia y comedia
3.1 INTRODUCCIÓN
Los orígenes literarios del teatro griego han de ser buscados en determinados elementos formales de los géneros
poéticos estudiados, en la épica y en la lírica. Mientras en ellas lo fundamental es la narración de los hechos míticos o
vivenciales, en el teatro el centro lo constituye la representación visualizada de esos hechos.
Esta puesta en escena no surgió de la nada, sino que era un elemento constante en antiguos
rituales ligados al culto de los dioses. Aristóteles dice que la tragedia surgió “de los que entonan el
ditirambo” o canto ritual de Dioniso. Este dios era venerado con el epíteto de melanaigiv" (de mevlan negro- y ai]x -cabra-) y los que le rendían culto se vestían de machos cabríos; por otro lado, la
palabra tragedia procede de tragw/diva que significa “canto de los machos cabríos”, así pues la relación
parece evidente, a pesar de la falta de información.
Según Aristóteles, la tragedia al principio estaba formada por pequeños temas y un lenguaje
jocoso, por proceder del drama satírico, y más tarde adquirió ese tono de dignidad que la caracteriza.
Un punto oscuro es cómo y cuándo estos cantos corales dionisíacos incorporaron a su temática el
elemento heroico, que les dio seriedad. Parece ser que esto sucedió en época temprana, cuando se
asimilaron al culto de Dioniso otros cantos en honor de algún héroe local. Así el ditirambo fue
perdiendo su carácter religioso-ritual e incorporando elementos profanos, más acordes con la
problemática humana.
El elemento clave de la tragedia frente al ditirambo es la introducción de un personaje que
dialoga con el coro. Los predecesores del primer gran trágico, Esquilo, fueron Tespis, Quérilo, Prátinas
y Frínico. La innovación de Tespis, primer autor de tragedias conocido, fue la invención del prólogo y
el discurso. Los tres grandes trágicos son: Esquilo, Sófocles y Eurípides. Otros trágicos menores
fueron Ión, Critias y Agatón.
Elementos constitutivos de la tragedia (citados por Aristóteles en su Poética) son:
• El prólogo: parte de la tragedia que precede a la párodos (entrada) del coro.
• Los cantos del coro.
• Los episodios: partes comprendidas entre cantos completos del coro.
•
El éxodo: parte tras la cual no hay canto del coro.
Otras características de la tragedia eran el número limitado de actores, el atuendo y las
máscaras usados, el acompañamiento musical y la representación al aire libre.
Dioniso, dios del teatro
28
3.2 ESQUILO
a. La vida de Esquilo
Relaciones de Esquilo con el público ateniense. Esquilo y Sicilia. Premios
Esquilo nació en Eleusis en 525/24 a.C. Era hijo de un distinguido hacendado llamado Euforión. Intervino en las
batallas de Maratón y Salamina, contra los persas, así como en otras de las guerras médicas. Fue absuelto en un proceso e
impiedad por violar el secreto de los misterios. Siendo muy joven participó en los concursos de los poetas trágicos, quizá en
28, de los cuales en trece fue el vencedor.
En su madurez se trasladó a Sicilia a la corte de Hierón, tirano de la ciudad, seguramente llevado por la abundancia
de artistas que en dicho lugar se daban cita. Allí, tal vez representara por segunda vez Los Persas, obra que le valió el triunfo
en Atenas.
Lectura: Un mensajero anuncia a la madre del rey Jerjes la derrota de los persas en Salamina
MENSAJERO.-Comenzó, señora, el infortunio todo genio vengador o un demon11 de desgracia venido de algún sitio.
Pues un griego de la armada de Atenas vino y contó a tu hijo Jerjes esto: que en el momento en que llegaran las nieblas de
la noche oscura no quedarían los griegos en sus puestos, sino que lanzándose sobre los bancos de remeros de las naves,
cada uno en una dirección, la vida salvarían con fuga oculta. El, así que lo oyó, sin notar el engaño aquel griego, anuncia a
todos los capitanes de la flota esta orden: que cuando deje el sol de incendiar con sus rayos la tierra y las tinieblas se hagan
dueñas del recinto sagrado del éter, formen el grueso de las naves en tres filas para guardar los pasos y los estrechos en
que resuena el mar, y que hagan un círculo en torno de la isla de Ayante, pues si lograban escapar los griegos de un fin
infausto furtivamente, hallando sus naves una huida, estaba sentenciado para todos el perder la cabeza. Esto dijo con ánimo
tranquilo: pues no sabía lo que había de venirle de parte de los dioses.
Ellos, no con desorden, sino con calma dócil, prepararon la cena y cada marinero amarraba el mango de su remo al
escálamo12 dispuesto para él. Y cuando se extinguió la luz del sol y la noche llegaba, todo señor del remo marchó a la nave y
todo gobernante de armas; una fila a otra fila de remeros llamaba en la nave alargada; navegan según la orden que cada
uno recibiera y a través de la noche los señores de las naves hicieron que navegara en los estrechos la tropa toda marinera.
La noche adelantaba, pero la armada de los griegos no realizaba en parte alguna una salida oculta, mas cuando, sin
embargo, el día con sus corceles blancos ocupó la tierra toda, esplendente de ver, primero un grito resonó con clamor, como
un canto, del lado de los griegos y, al tiempo, un eco agudo contestó desde la roca isleña: un terror invadió a todos los
bárbaros al fallar en su cálculo; pues no cantaban como para huir los griegos el peán sagrado, sino aprestándose al combate
con animoso ardor: la trompeta hacía arder con su grito todo aquello. Al punto, al acordado embate del remo resonante
golpearon las hondas aguas al compás de los jefes de remeros y pronto todos estuvieron visibles a los ojos. La división de la
derecha marchaba con buen orden la primera, con disciplina, y luego seguía toda la flota y se podía oír al tiempo un gran
clamor: «Oh hijos de los griegos; id, liberad a la patria, liberad a vuestros hijos, mujeres, los templos de los dioses
ancestrales, los sepulcros de los mayores; es la lucha por todo.» Nosotros les respondíamos con un clamor en lengua persa,
ya no era tiempo de tardarse. Y al punto una nave clavó en otra su broncíneo espolón; la embestida inició una nave griega y
arrancó todo lo alto de la proa de una nave fenicia: cada uno dirigía ya su leño contra otro. El río de la flota persa hacía
frente primero; mas cuando en un espacio breve se reunió gran número de naves y no podían ayudarse unas a otras y se
embestían a sí mismos con las proas de boca armada por el bronce, ya entonces arruinaban el aparejo todo de los remos, y
los navíos griegos, muy calculadamente, arremetían en torno, alrededor, volcaban los cascos de las naves, y el mar no podía
verse lleno de restos de naufragio, de sangre de los hombres; las riberas y escollos se llenaban de muertos.
En la huida, sin orden remaba toda nave, cuantas había en la flota bárbara. Y ellos, como a atunes o a alguna otra
redada de peces, con restos de los remos y tablas de los pecios13, les herían, el espinazo les quebraban: un lamento
acompañado de gemidos se extendía por el mar, hasta que el ojo de la negra noche lo estorbó. La multitud de males aunque
diez días hablara sin parar, no te la diría entera. Porque, sabe bien esto: jamás en un día solo multitud tal de hombres
murió.
(Los Persas, 353-432)
Poco después se marchó de Atenas, pues en 468 a.C. dejó el primer puesto en el agón14 a Sófocles. No se sabe por
qué regresó nuevamente a Sicilia, aunque cierto pasaje de Aristófanes en Las Ranas nos da un indicio: alude a la decepción
que experimentó con el público ateniense, de lo cual se deduce que la relación entre éste y el autor no siempre fue buena,
quizá debido a la no obtención de premios en ocasiones. Murió en Gela en 456/55a.C. y su tumba se convirtió en santuario
visitado por todos los trágicos del momento. Los atenienses honraron su memoria con una ley propia que permitía a
cualquiera participar en el agón (certamen) con obras de Esquilo. Pero fue Aristófanes, en Las Ranas, quién mejor honró la
memoria de este autor trágico trazando una imagen sublime del mismo.
11
Un dios menor.
Estaca pequeña y redonda, fijada al borde de la embarcación, que sirve para apoyar y sujetar el remo.
13
Pecio es el pedazo de una nave que ha naufragado o porción de lo que ella contiene.
14
En la competición teatral.
12
29
b. La obra de Esquilo
La trilogía esquílea. Esquilo y el drama satírico. Estudio en particular de la Orestíada y el
Prometeo
El catálogo manuscrito de los dramas de Esquilo que se conserva menciona ochenta obras, a
las que se debe quitar Las mujeres de Etna, atribuida falsamente. De éstas, sólo siete se conservan
completas. Como cada poeta acudía al concurso con cuatro obras (3 tragedias y 1 drama satírico),
Esquilo habría compuesto veinte tetralogías. Las obras conservadas, (Los Persas, Los Siete contra
Tebas, Las Suplicantes y Prometeo) forman parte de cuatro trilogías distintas. En tanto que
Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides integran una trilogía completa llamada Orestíada.
La trilogía esquílea se caracteriza por tener una temática que se va completando con las tres obras, estando
íntimamente ligadas por la misma. La única excepción la constituye el Prometeo portador del fuego que es una pieza satírica
cuyo contenido no tiene nada que ver con los otros tres dramas de la tetralogía, incluso la relación entre estos ha sido muy
estudiada sin hallar un nexo entre ellos tan evidente como lo encontramos en las restantes trilogías de Esquilo. Tal vez al ser
ésta la primera trilogía conservada aun no tenía la afinidad de contenidos de las otras, y Esquilo se decidió más tarde por
esta opción.
En el drama satírico, que acompañaba a cada trilogía, aparecen al lado del héroe personajes
tradicionales como Sileno, sátiros y bacantes, todos ellos animando escenas groseras que suponen
una herencia del ditirambo original.
Centrándonos en la Orestíada, hay que decir que con ella ganó Esquilo en las Olimpiadas del
año 458 a.C. y sus tres tragedias iban seguidas del drama satírico Proteo que se ha perdido. Es sin
duda la mejor obra de Esquilo y su temática presenta claros antecedentes en la épica homérica y en
un poema coral de Estesícoro, del mismo titulo, perdido.
Agamenón comienza con un prólogo donde un centinela transmite la caída de Troya, señal de
alegría, y los malos presentimientos de los griegos por el sacrificio de Ifigenia, el odio de Clitemnestra,
la guerra como castigo de Zeus a Paris, la sangre derramada, etc. En medio de estos cantos está el
“himno a Zeus” a quién presenta Esquilo como dios del conocimiento que garantiza el orden del
cosmos. Cuando Agamenón llega acompañado de Casandra, hija de Príamo, Clitemnestra lo recibe
como a un dios pisando alfombras de púrpura. Nuevo acto de u{bri" (soberbia) de Agamenón que se
suma a sus malas acciones anteriores y a las de sus antepasados. Finalmente Clitemnestra, tras matar
a su marido y concubina, desafía triunfante al coro, para en los últimos versos confesarse parte de la
cadena de crímenes de la familia de Agamenón.
Lectura: Invocación a Zeus
Zeus, quienquiera que sea,
si le place este nombre,
con él le invoco;
no puedo imaginar
considerándolo todo,
más que a Zeus, si en verdad de mi inútil angustia
he de arrancar el peso.
Quien un día fue grande,
rebosante de audacia combativa,
no se dirá de él, un día, ni siquiera que ha existido.
Y el que tras él surgiera
dio con su vencedor y sucumbió.
Tan solo el que, piadoso, invoca a Zeus en cantos de triunfo,
alcanzará la suprema prudencia.
El que abrió a los mortales la senda del saber;
El que en ley convirtió
“por el dolor a la sabiduría”.
En vez de sueño, rezuma, ante el corazón,
un dolor que recuerda el mal antiguo. Así, aun sin querer,
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le llega al hombre la prudencia.
¡Favor violento de los dioses
que se sientan en su augusto trono!
(Agamenón, 160-183)
En Las Coéforas Orestes venga la muerte de su padre matando a su madre y al amante
(Egisto), y se decide por este acto después de resolver el doble dilema que se le presenta: obedecer
al dios Apolo, y continuar la tradición familiar de asesinatos, o respetar la sangre materna desoyendo,
por tanto, el mandato del dios. Después de ejecutar a su madre y a su amante, Orestes, al igual que
aquélla hizo antes, justifica su acción. Más tarde, sin embargo, presa de las furias y enojado consigo
mismo, huye desesperado buscando la liberación por obra del dios.
En Las Euménides Apolo concede su ayuda a Orestes, refugiado en su santuario, enviándole a
Atenas en compañía de Hermes, donde encontrará jueces que solucionarán su caso. Allí es liberado
por el tribunal del Areópago gracias a la intervención, además, de Atenea y de Zeus, quien rompe así
la cadena familiar de culpas y castigos. Es un final feliz donde el poder de Zeus se manifiesta
estableciendo la comprensión y el sufrimiento como ley para los hombres.
En cuanto al Prometeo, única obra conservada de su correspondiente trilogía, ha despertado
serias dudas en los eruditos respecto a su autenticidad. En esta obra llama la atención la simplicidad
del léxico y de la métrica, y el empleo de motivos e ideas inusuales en lo que de Esquilo se nos ha
conservado. El problema más difícil viene dado por la imagen de Zeus, que aparece como un tirano
que gobierna mediante la violencia, frente a las otras obras donde emerge como justo ordenador del
cosmos. La opinión más general es considerarla de Esquilo, pero el problema no está resuelto.
Asunto: el gran titán Prometeo está encadenado a una roca castigado por Zeus por haber entregado a los hombres
el fuego, símbolo de cultura. Ante él desfila Io, enloquecida por el amor de Zeus y los celos de Hera. No obstante se atisba
una esperanza para ambos, aunque la obra termina con la precipitación de Prometeo y el coro al abismo fulminados por el
rayo de Zeus. El Prometeo liberado describiría la liberación del héroe y el Prometeo portador del fuego presenta la duda de
la posición que ocupa en la trilogía, pues podía estar al comienzo e indicar el rapto del fuego a escondidas de Zeus, o bien
al final presentando la reconciliación entre el dios y el titán, con lo cual terminaría, como las demás obras de Esquilo, con la
conciliación de poderes o fuerzas antagónicas.
Lectura: Todas las artes y oficios de los hombres son regalo de Prometeo
PROMETEO.-No penséis que callo por arrogancia o altanería; pero un pensamiento me devora el corazón al verme
así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos ¿qué otro sino yo les repartió exactamente sus privilegios?. Pero sobre
esto callo; pues sabéis lo que podría deciros. Escuchad, en cambio, los males de los hombres, cómo de niños que eran antes
he hecho unos seres inteligentes, dotados de razón. Os lo diré, no para censurar a los hombres sino para mostraros la buena
voluntad de mis dones. Al principio, miraban sin ver y escuchaban sin oír, y semejantes las formas de los sueños en su larga
vida todo lo mezclaban al azar. No conocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera; soterrados vivían
como ágiles hormigas en el fondo de antros sin sol. No tenían signo alguno seguro ni del invierno, ni de la floreciente
primavera ni del estío fructuoso, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de los astros,
difíciles de conocer.
Después descubrí también para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las letras,
memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y el primero uncí bajo el yugo a las bestias esclavizadas a las gamellas y a
las albardas, a fin de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores, y llevé bajo el carro a los caballos, dóciles
a las riendas, orgullo del fasto opulento. Sólo yo inventé el vehículo de los marinos, que surca el mar con sus alas de lino.
Y, mísero de mí, yo que he encontrado estos artificios para los mortales, no tengo ardid que pueda librarme del presente
infortunio.
CORIFEO.-Sufres un suplicio indigno; privado de razón divagas, y como un mal médico que a su vez ha enfermado,
te desanimas y no puedes encontrar para ti mismo los remedios sanadores.
PROMETEO.-Escucha el resto y te admirarás más: las artes y recursos que ideé. Lo más importante: si uno caía
enfermo, no había ninguna defensa, ni alimento, ni unción, ni pócima, sino que faltos de medicinas perecían, hasta que les
enseñé las mezclas de remedios clementes con los que ahuyentan todas las enfermedades. Clasifiqué muchos
procedimientos de adivinación y fui el primero en distinguir lo que de los sueños ha de suceder en la vigilia, y les di a
conocer los sonidos de oscuro presagio y los encuentros del camino. Determiné exactamente el vuelo de las aves rapaces,
los que son naturalmente favorables y los siniestros, las costumbres de cada especie, los odios y amores mutuos, sus
compañías; la lisura de las entrañas y qué color necesitan para agradar a los dioses, y los matices favorables de la bilis y del
lóbulo del hígado. Haciendo quemar los miembros cubiertos de grasa y el largo lomo, encaminé a los mortales un arte difícil
de entender y revelé los signos de la llama que antes eran oscuros. Tal es mi obra. Y los recursos escondidos a los hombres
debajo de la tierra, bronce, hierro, plata, oro ¿quién podría preciarse de haberlos descubierto antes que yo? Nadie, lo sé
31
bien, a menos que quiera charlar en vano. En una palabra, sabe todo a la vez: todas las artes para los mortales proceden
de Prometeo.
(Prometeo encadenado, 436-506)
c. La ideología de Esquilo
Esquilo y la democracia ateniense. Esquilo y la solución del dilema trágico
En Esquilo no existe escapatoria para el hombre que no participa de la Justicia. El camino tortuoso hacia el
conocimiento y el restablecimiento del equilibrio final, supone dos caras que se complementan de la compleja realidad
humana. En el terreno político y social, los dioses de Esquilo no defienden un orden inmutable. Sin embargo, favorecen a
quienes no son ni esclavos ni vasallos de hombre alguno; el pueblo entero debe buscar remedio a los peligros que le
acechan. La solidaridad entre los pueblos es elogiada por el dios Apolo.
Estos planteamientos han granjeado a Esquilo la consideración de demócrata radical, y la teoría política que
subyace a sus ideas ha sido calificada como “democracia religiosa”.
Por otro lado, Zeus y la Justicia son los motores ideológicos y morales más fecundos de la
tragedia de Esquilo. Frente a los rasgos tradicionales con que se nos presenta a Zeus (defensor del
suplicante) en nuestro autor se nos impone como un dios que es resumen paradigmático de las ideas
de poder, sabiduría y justicia. Hasta el dolor, frente al cual solo cabría resistir, se convierte en Esquilo,
por obra de Zeus, en fuente de aprendizaje y conocimiento. Solo quien lo sufra alcanzará la “suprema
sabiduría”.
Si Zeus es compendio de las ideas que rigen el mundo, la Justicia es para Esquilo el elemento estabilizador de los
desequilibrios que amenazan al mundo de los hombres: la injusticia y sus correlatos, la culpa y el castigo. La Justicia, en
suma, cuando acompaña desde siempre a las casas de los hombres, es garantía de un hermoso destino para todos los hijos
de esas casas.
La solución del dilema trágico, cuando ambos imperan (Zeus y Justicia), siempre es feliz.
d. El estilo de Esquilo
Las expresiones figuradas en la obra de Esquilo. El testimonio de Aristófanes sobre el estilo de
Esquilo
El teatro, heredero de la épica y la lírica, presenta en Esquilo una elevación poética de todos sus mensajes, sobre
todo en el coro, donde se acumulan imágenes poéticas comparables a las de la lírica, que actúa como comentarista de lo
que los actores reviven en la escena. Sin embargo, en las intervenciones de los actores las formas recuerdan más el estilo de
la épica.
El diálogo, elemento más típico del teatro, puede aparecer como intercambio verso a verso entre dos personajes, o
también con tiradas intermedias, e incluso con largos parlamentos.
Los papeles trágicos eran representados por solo dos actores, de ahí el recurso constante a la
figura del mensajero o a que el diálogo sea llevado por el jefe del coro (corifeo) y un actor, mientras
el segundo actor queda libre para una posible intervención.
Según Murray, Esquilo dio majestad a la tragedia, elevando temas del folklore popular a la categoría de problemas
universales. Así lo demuestra en el metro usado, la lengua y las expresiones figuradas o frases enigmáticas (kennings) como
por ej. ajnauvdoi pai`de" ta`" ajmivantou, “hijos sin voz de lo impoluto” que designa los peces que devoran a los persas
muertos en Salamina. En la mayoría de ocasiones añade la interpretación de cada expresión, detrás o delante de la frase (“el
sabueso alado de Zeus, el águila roja”).
Otro medio usado por Esquilo para dar extrañeza a la lengua es el uso de palabras exóticas, o con acento
extranjero, cuando intervienen personajes persas, egipcios o jonios. Es un experto en la creación de imágenes audaces sin
caer en lo artificioso.
Aristófanes, en el certamen de los poetas de Las Ranas, hace decir a Esquilo que los grandes pensamientos deben
plasmarse en la expresión adecuada del lenguaje. Aquí se observa el reconocimiento que siente por el trágico, pero también,
cuando el ingenio aristofánico llega a lo grotesco, percibimos su veneración por el príncipe báquico (bavkceio" ajvnax) como
él lo llama. Según Aristófanes, en el verso hablado hay pasajes donde Esquilo literalmente apila las
palabras, frente a otros en los que logra el máximo efecto merced a una extrema sencillez.
En Esquilo no hay adorno retórico: el nombre pertenece a lo nombrado como parte de su
esencia. Esto explica el uso abundante de la etimología (a través del origen de la palabra se penetra
en la esencia de las cosas) y la repetición de ciertas palabras, no como adorno inútil, sino como
expresión de lo que él cree esencial.
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3.3 SÓFOCLES
a. La vida de Sófocles
Relaciones de Sófocles con el público ateniense. Participación activa de Sófocles en la administración y política del
estado ateniense. Premios
Según el Mármol de Paros, podemos situar el nacimiento de Sófocles hacia el año 497/6, unos 25 años más joven
que Esquilo. Pertenecía a una de las familias más distinguidas de Atenas. La "Vita" de Eurípides habla de la educación
gimnástica y musical del joven. Su vida está inmersa en la de su ciudad, participando en las actividades políticas, siendo por
lo menos una vez estratego en la guerra de Samos, y otra administrador de los fondos públicos, pero su actitud política está
carente de partidismos, según se puede deducir. A diferencia de otros hombres de letras de su época, residió siempre en
Atenas y solo abandonó la ciudad cuando tenia que prestarle un servicio público. Vivió la época de máximo esplendor ático,
pero también el comienzo de los peligros que desde dentro y fuera amenazaban la estabilidad y supremacía ateniense: la
política imperialista ateniense creó el descontento entre los miembros de la Confederación Ática, y además la rivalidad
espartana por la hegemonía les llevaría al enfrentamiento en la guerra del Peloponeso.
Sobre la fecha de su muerte, haciendo caso a la Vita de Eurípides, en 405 a.C. cuando Aristófanes representó Las
Ranas, Sófocles ya había muerto.
En cuanto a sus relaciones con el público ateniense, Sófocles ganó rápidamente y logró mantener siempre su favor.
En su juventud recitó personalmente y de sus participaciones en la escena quedaron en el recuerdo de los atenienses su
habilidad para tocar la cítara en el papel de Támiris y su danza de la pelota en Nausícaa. Pronto abandonó la actuación,
seguramente por las exigencias del arte de actor.
Sobre su participación en la política ateniense como estratego, Sófocles no fue nunca un hombre de armas, no
mostró perspicacia ni energía en los asuntos del Estado, sino que más bien actuó como cualquier honrado ateniense del
montón. Más importante fue su actividad en la comisión de finanzas del Estado, al ser nombrado como helenotamia
(magistrado financiero) y contribuir en las reformas tributarias acontecidas en la Liga marítima del Ática, en el año 443/2a.C.
La lista epigráfica de los triunfadores en las Dionisias registra 18 triunfos de Sófocles. El hecho de que "La Suda"15
mencione 24 y la Vita cite 20 se debe a que la primera incluye los triunfos en las Leneas (Fiestas del Lagar en honor de
Dioniso -enero-). Nunca ocupó el tercer puesto en el Agón16.
b. La obra de Sófocles
Estudio de las obras más famosas: Antígona, Edipo Rey
Los eruditos alejandrinos atribuían a Sófocles un total de 123 o 130 obras pero en realidad solo son seguros 114
títulos de los cuales solo se conservan 7 dramas, al igual que en Esquilo, más un drama satírico. Poco sabemos de su
Triptólemo, una de las obras premiadas por el arconte Cimón en 468a. C. Como innovaciones en la técnica de la
tragedia se le atribuyen el aumento del número de miembros del coro, que pasa de 12 a 15, así como
la introducción del tercer actor, con lo que aumenta la acción y pierden protagonismo los coros.
También se le atribuye la introducción de la escenografía, aunque no sea una información segura; lo
que sí es cierto es que abandona la estructura de la trilogía y escribe piezas de contenido
independiente, en las cuales los protagonistas individuales se convierten en el tema central.
Las siete obras que se conservan son: Ayax, Antígona, Traquinias, Edipo Rey, Electra,
Filoctetes y Edipo en Colona (citadas cronológicamente).
Antígona es la segunda en antigüedad de las conservadas y su representación pudo tener lugar hacia el 442 a.C.
Su tema es muy conocido, se remonta al ciclo tebano y narra cómo una vez muertos los hijos de Edipo, Eteocles y Polinices,
en lucha fratricida, su tío y nuevo señor de la ciudad, Creonte, prohíbe enterrar el cadáver de Polinices, que había venido
contra la patria, para que sea presa de perros y aves. Pero Antígona, una de sus hermanas, se enfrenta al tirano, ya que su
hermana Ismene no se atreve, y cuando intenta cubrir el cadáver es apresada por la guardia de Creonte, quien intenta
convencerla para que cese en su empeño sin conseguirlo, pues sus posturas son irreconciliables (Antígona defiende las
leyes no escritas (avjgrafoi novmoi) de los dioses, mientras éste las leyes escritas (gravfoi novmoi) de los
hombres. Creonte condena a Antígona a ser enterrada viva en una tumba de piedra. El hijo de
Creonte, Hemón, prometido con Antígona intenta persuadir a su padre pero éste hace prevalecer la
ley del Estado haciendo cumplir la sentencia. Cuando Creonte se arrepiente y decide liberar a Antígona es tarde, y
ambos amantes han muerto en la tumba, ella ahorcada y él matándose con su espada. La esposa del rey, Eurídice, también
15
16
Léxico de la Antigüedad que data del siglo X.
La competición teatral.
33
se da muerte al enterarse de los acontecimientos. Creonte queda solo y la obra termina con su lamento y la reflexión final
del coro recomendando la moderación y el no oponerse a las leyes divinas.
Lectura: Antígona está decidida a cumplir con el deber moral de la ley natural de dar sepultura a su
hermano, en contra de la orden del tirano Creonte
CREONTE.-A ti, sí, a ti, a la que bajas la cabeza hacia el suelo, ¿afirmas o niegas ser la autora de esto?
ANTÍGONA.-Afirmo que lo he hecho y no lo niego.
CREONTE.-(Al guardián.) Tú puedes retirarte adonde quieras, libre de una pesada acusación. (A Antígona) Y dime,
no por extenso, sino brevemente, ¿sabías que había sido decretado no hacer eso?
ANTÍGONA.-Lo sabía. ¿Cómo no había de saberlo, cuando era cosa pública?
CREONTE.-Entonces, ¿te atreviste a transgredir estas leyes?
ANTÍGONA.-No fue Zeus en modo alguno el que decretó esto, ni la Justicia, que cohabita con las divinidades de allá
abajo; de ningún modo fijaron estas leyes entre lo hombres. Y no pensaba yo que tus proclamas tuvieran una fuerza tal que
siendo mortal se pudiera pasar por encima de las leyes no escritas e inmutables de los dioses. No son de hoy ni de ayer,
sino de siempre estas cosas, y nadie sabe a partir de cuándo pudieron aparecer. No había yo de, por temer el parecer de
hombre alguno, pagar ante los dioses el castigo por esto, puesto que el que había de morir lo sabía perfectamente -¿cómo
no?-, aunque tú no lo hubieses decretado con anterioridad. Y si voy a morir antes de tiempo, por beneficio lo tengo, pues el
que como yo vive en medio de numerosos males, ¿cómo ése no saca beneficio con morir? De esta forma, para mí al menos
el alcanzar este destino en modo alguno es un pesar; más bien, si el cadáver del nacido de mi madre consintiera yo en
dejarlo insepulto, de eso sentiría pesar, pero de esto de ahora no me duelo. Y sí a ti te parece que ahora estoy llevando a
cabo una empresa loca, quizá en cierto modo para un loco es para quien estoy siendo culpable de locura.
CORIFEO.-Es evidente que la naturaleza recia, de su recio padre le viene a la muchacha. Y no sabe ceder a las
desgracias.
CREONTE.-Sin embargo, ten por cosa cierta que las mentes en exceso rígidas caen las que más, y el más fuerte
hierro forjado al fuego de forma muy dura puedes ver que se rompe y se parte las más de las veces. Con pequeño freno sé
que los más fogosos caballos son domados, puesto que no es posible ser orgulloso a quien es esclavo de los que están a su
lado. Esta ha sabido perfectamente en esta ocasión mostrarse insolente al transgredir las leyes establecidas, pero la
insolencia, una vez que ha hecho eso, ahora es otra: ufanarse de ello y jactarse aun a pesar de haberlo hecho. En verdad
que ahora yo no soy hombre, y ésta en cambio lo es, si estas atribuciones se van a mantener sin daño para ésta. Sin
embargo, aunque es hija de mi hermana o de más parentesco que todos los que están bajo la protección del Zeus de mi
hogar, ella y la de su misma sangre no lograrán evitar un destino en extremo funesto, puesto que desde luego también a
aquélla en igual medida la acuso de planear este enterramiento. Llamadla también, pues hace un momento la he visto
dentro irritada y sin control de su corazón. Suele el ánimo de quienes nada recto en la sombra maquinan ser cogido antes
tratando de ocultarlo. Odio en verdad también cuando alguien es cogido en medio del daño y luego quiere volverlo hermoso.
ANTIGONA.-¿Quieres algo más que matarme, una vez que me has cogido?
CREONTE.-Yo no. Teniendo esto lo tengo todo.
ANTIGONA.-¿A qué esperas, entonces? Porque para mí de tus palabras nada me es grato, y ojalá que no lo sea
nunca, de igual forma que también a ti lo mío te es desagradable. Sin embargo ¿dónde podría haber conseguido una fama
más gloriosa que dando enterramiento a mi hermano? A todos los que aquí están podría decirse que esto les agrada, si no
fuera que les cierra la boca el miedo. Pero la tiranía, entre otras muchas ventajas, tiene la de poder hacer y decir lo que
quiere.
(Antígona 441-507)
Lectura: Nada hay más prodigioso que el ser humano
Muchos son los misterios; nada más misterioso que el hombre. Él cruza la extensión del espumoso ponto, en alas
del noto proceloso, y lo surca oculto entre las olas que braman en su derredor. Y a la más venerada de las diosas, a la
Tierra, a la incorruptible, a la infatigable, la va él fatigando con el ir y venir de los arados, año tras año, trabajándola con la
raza caballar.
Las bandadas de aves de tornadiza cabeza él las envuelve y apresa, y al tropel también de las fieras montaraces, y
a los seres que pueblan el hondo mar, en las mallas de sus labradas redes, ¡hombre ingenioso por demás! El domeña con su
industria a la fiera que se pasea salvaje en las montañas, y enfrena al corcel de hirsuta cerviz sujetándola al yugo domador,
y no menos al toro montaraz indómito.
Él se ha procurado el lenguaje y los alados pensamientos, y los sentimientos que regulan las naciones, y sabe
esquivar los dardos de los hielos insufribles a la intemperie, y el azote de las lluvias. ¡Inexhausto en recursos! Sin recursos
no le sorprende azar alguno. Sólo para la muerte no ha inventado evasión. Y sabe escapar de las enfermedades, aun las más
rebeldes.
Dotado de sagaz inventiva, industriosa por demás, unas veces hacia el mal, otras veces se desliza hacia el bien. Si
armoniza las leyes de su patria y la justicia jurada de los dioses, feliz sea en su patria; sin patria sea el que llevado de la
insolencia vive en la injusticia. Jamás sea huésped mío ni sienta como yo quien tal hiciere.
(Antígona 333-375)
34
Edipo Rey debió ser representada hacia el 425a.C. y es el núcleo de la creación trágica de Sófocles, siendo
irreprochable su estructura dramática. El tema está tomado también del ciclo tebano y se centra en el descubrimiento de la
causa de la peste que asola a Tebas y que Edipo, rey de la ciudad, se compromete a descubrir y poner remedio. Toda la
obra es el desarrollo del proceso que conduce al descubrimiento de ese enigma que, trágicamente, desvela a Edipo su propio
enigma: él es el causante de la peste, pues lleva consigo la terrible mancha del parricidio y el incesto. Al descubrir la verdad,
Edipo se precipita dentro de palacio, encuentra a Yocasta, madre y esposa, ahorcada, y se saca los ojos al no poder soportar
la visión de lo que ha hecho. Ciego ya, se despide de sus hijas partiendo al destierro y liberando así a Tebas de otros
posibles males bajo su mandato. La obra concluye con palabras del coro mostrando el ejemplo de Edipo, que había
conseguido la cumbre en el poder y ha caído en desgracia, para que nadie se considere feliz hasta el último día de su vida.
En Edipo Rey se nos muestra la antítesis entre el obrar humano y la voluntad inescrutable de
los poderes superiores. Pero en esa oposición es donde el ser humano puede alcanzar su mayor
grandeza al oponerse a ese destino ciego ante el que no se rinde. Esta lucha puede llevar al hombre
al sufrimiento y a la muerte, pero aquí es donde encuentra precisamente su valor moral. Ante la
existencia caben dos actitudes: la del conformista, que se rinde ante las dificultades, y la del héroe,
que se rebela y sigue su camino hasta el final.
Edipo cae en la cuenta de que ha matado a su padre y sospecha que su esposa, Yocasta, es su propia
madre
EDIPO.-Mi padre era Pólibo, corintio, y mi madre Mérope, doria. Yo era estimado como el más importante de
los ciudadanos aquellos, antes de que sobre mí se cerniese tal destino, digno de causar asombro, pero de mi
diligencia no merecedor. En efecto, un hombre en un banquete, sobresaturado de bebida, me llama, mientras
bebíamos, como si yo fuese falso hijo de mi padre. Y yo, apesadumbrado, ese mismo día a duras penas logré
contenerme, pero al día siguiente acercándome a mi madre y a mi padre los interrogué, y ellos a mal llevaron la
injuria del que había lanzado el denuesto. Yo por mi parte, me alegré de la reacción de ellos dos, sin embargo este
asunto me aguijoneaba constantemente, porque muy adentro se me había deslizado. A escondidas de mi madre y de
mi padre marcho a Delfos, y Febo Apolo otras cosas terribles y desgraciadas ante mí, desventurado, me puso de
manifiesto, al decirme que a mi madre sería preciso que yo me uniese, que una estirpe insufrible mostraría a los
mortales y que el asesino yo sería del padre que me engendró. Yo, al oír esto, tras calcular por los astros para el
futuro la situación de la tierra corintia, huí donde nunca viera cumplirse el oprobio de mis funestos oráculos. En mi
marcha, llego a esos lugares en los que tú dices que pereció este soberano. Y a ti, mujer, te diré la verdad. Cuando
en mí viaje cerca estaba de esta encrucijada, en ese momento un heraldo y un hombre montado en un carro tirado
por potros, como el que tú dices, se toparon conmigo, y fuera del camino el guía y el anciano mismo me arrojaron
violentamente. Yo, por mi parte, al que trata de echarme fuera, al auriga, lo golpeo con ira; y el anciano, cuando me
ve, desde el carro, tras esperar a que me acercase, en medio de la cabeza me alcanzó con una pica de doble aguijón.
No, por cierto, pagó lo mismo, sino que al punto, golpeado con el bastón por esta mano, de espaldas cae rodando
inmediatamente del centro del carro, y mato a todos los que le acompañan. Si en este extranjero hay alguna relación
con Layo ¿quién hay ahora más desdichado que yo? ¿Qué hombre más odiado por los dioses podría haber? A un
hombre tal ni de entre los extranjeros ni de entre los ciudadanos nadie es posible que lo acoja en su casa, ni que le
dirija la palabra hombre alguno, sino que lo más probable es que se le rechace de los hogares. Y esto ningún otro sino
yo fui quien contra mí mismo estas maldiciones dispuse. Y ahora el lecho del muerto mancho con estas dos manos
mías, por las que precisamente él murió. ¿No soy acaso un ser despreciable?
(Edipo Rey 774-822)
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c. La ideología de Sófocles
Sófocles y la democracia ateniense. El humanismo heroico de Sófocles
La afirmación más típica de la ideología sofóclea es: “la felicidad humana consiste en pasar la vida sin haber
experimentado el dolor de la desgracia”; así, hay que dar un sentido positivo a los valores sostenidos por los personajes que
en la escena no sufren desgracias (Creonte, Tiresias...), y un sentido negativo a los héroes que son objeto de la desgracia
trágica (Edipo, Yocasta...). No obstante esta idea va cambiando según los personajes a que se la apliquemos, pues el
hombre puede afrontar el poder divino de tres formas: poniéndose en contra (Creonte), defendiéndolo a ultranza (Tiresias) o
negándola veladamente.
El héroe de Sófocles es un ser pasional; monolítico, intransigente, inflexible ante la existencia y
obediente a un deber superior que se ha creado él mismo para superarse. El amor humano le es
extraño. Presenta un teatro grandilocuente, cuyos protagonistas suscitan admiración, pero nos hacen
difícil la identificación con ellos yendo siempre al límite de sí mismos. En Sófocles sorprende su
pesimismo existencial, pues destaca la debilidad de la condición humana, al tiempo que subraya la
belleza de la lucha del hombre que se resiste a su destino.
Por otro lado la tragedia sofoclea nos muestra que el poder, y su concepción, debe ser lo suficientemente coherente
- es el espíritu de la democracia ateniense - como para que sus decisiones no choquen ni con las leyes no escritas (las que
se tienen por costumbre), ni con el consenso de los ciudadanos, ni con el código oficial de las leyes divinas.
Rasgos del humanismo heroico son: enfrentamiento con el destino, desfallecimiento momentáneo ante la muerte,
participación activa en los acontecimientos por trágicos que sean, soledad ante la familia, actuación conforme a la
naturaleza.
d. El estilo de Sófocles
Como se ha citado ya, Sófocles introdujo el tercer actor en la tragedia y dio mayor naturalidad
a su narrativa. Amplió el número de coreutas de 12 a 15 y redujo el papel del coro a unas
intervenciones fijas más uniformes. Pero su mayor innovación se refiere a la concepción de la tragedia
como un todo y no como parte de una trilogía.
El estilo de Sófocles muestra algunos rasgos muy utilizados por el poeta, tales como anáforas y aliteraciones. Con
todo, es en el terreno de las imágenes donde más atractiva aparece la dicción de Sófocles. Así, por ejemplo, la ciudad es
como un náufrago que sufre el embate de las olas, la ciudad es como una vieja decrépita que se consume, el Hades es ese
hombre ávido de lucro que se enriquece con llantos y gemidos, etc.
El propio Sófocles dice que su estilo sufrió tres etapas en su desarrollo: una primera donde vence el estilo recargado
de Esquilo, una segunda en la que se enfrenta a la aspereza y artificiosidad de su propia naturaleza, y la tercera en que
consigue la mayor perfección formal (Edipo).
El teatro griego tiene vigencia en cualquier parte del mundo. En la foto vemos un momento de la representación de Hécuba, de Eurípides,
en versión de la maestra mejicana Luisa Josefina Hernández. El elenco estuvo integrado por Isaac Ramírez, Priscila Imaz, Jessica Cortés,
Ixchel Sánchez Balmori, Adrián Aguirre, Marcela Feregrino y Darwin Enahudy, todos ellos del Centro Universitario de Teatro de la
Universidad Nacional Autónoma de México.
36
3.4 EURÍPIDES
a. La vida de Eurípides
Relaciones de Eurípides con el público ateniense. Muerte en Macedonia. Premios
Sobre la biografía de Eurípides poseemos pocos datos y no del todo verosímiles. Sus padres, a quienes la comedia
presenta como verduleros, eran ricos hacendados provenientes del demo ático de Flia, aunque él nació en la propiedad de
sus padres de Salamina, en el 485/4 a.C. Recibió una educación esmerada y es posible que antes de dedicarse a la literatura
se dedicase a la pintura, pues parecen ser suyos unos cuadros hallados en Mégara. Todo tipo de historias del peor género
elaboradas por la comedia nos hablan de sus desventuras matrimoniales con sus dos mujeres, Melito y Quérine, y los
muchos disgustos que tuvo en el matrimonio.
Eurípides no alcanzó gran simpatía entre sus conciudadanos, por su carácter inconformista y
crítico con los aspectos tradicionales, y pronto fue objeto de las burlas de la comedia. Por contraste
con Sófocles, cuya vida estaba incorporada tan sólidamente a la comunidad ateniense, Eurípides no
participó activamente en política y sus relaciones con el público no fueron buenas17. Esta oposición del
público se manifestó en una acusación por impiedad formulada por Cleón, aunque la fuente no es
muy segura.
En el año 408 a.C. abandonó con amargura Atenas, acogiéndose al mecenazgo de Arquelao de Macedonia; allí en
Aretusa, cerca de Anfípolis, murió en la primavera del 406. Según una tradición, fue muerto despedazado por perros
rabiosos, lo cual no es sino una invención para simbolizar su castigo por impío. En la corte de Arquelao estuvo rodeado, en
sus últimos días, por hombres prestigiosos como el poeta trágico Agatón y el poeta ditirámbico Timoteo.
Sobre los premios obtenidos, decir que según el Mármol de Paros consiguió el primer premio en cuatro ocasiones, lo
cual es un balance pobre si tenemos en cuenta que consiguió coros para veintidós tetralogías, en torno a las noventa obras.
Algunas fuentes citan cinco triunfos porque añaden el obtenido por su hijo o sobrino después de su muerte.
b. La obra de Eurípides
Estudio de las obras más famosas: Alcestis, Hipólito, Medea, Bacantes
Conservamos dieciocho obras de Eurípides (compuso en torno a las 92) pues el Reso se
considera apócrifa - no auténtica - y un drama satírico -El Cíclope- que nos ha llegado a través de
textos medievales. Además una cantidad de fragmentos pertenecientes a sus obras perdidas que
supera con creces a la de la totalidad de los fragmentos de Sófocles y Esquilo. Estas obras son:
Alcestis, Medea, Los Heráclidas, Hipólito, Andrómaca, Las Suplicantes, Hécuba, Ión, Heracles, Las
Troyanas, Electra, Helena, Ifigenia en Tauride, Las Fenicias, Orestes, y las compuestas en su estancia
en Macedonia Ifigenia en Aúlide, y Las Bacantes.
Ahora trataremos las cuatro obras más importantes:
La más antigua que se nos ha conservado, Alcestis, es del año 438 a.C. y su primera presentación en público en
455, ocupando el cuarto lugar, con tres tragedias perdidas, que en Esquilo se reservaba al drama satírico. No es
propiamente una tragedia, sino un cuento entre sentimental y humorístico. El mito ya había sido tratado por otros trágicos
como Frínico y expresa cómo el rey Admeto es salvado por su esposa Alcestis, que consiente en morir en
su lugar y finalmente es arrebatada a la muerte por Heracles, reuniéndose ambos en un prometedor
futuro. Eurípides sigue el mito pero cambia la interpretación de los personajes : Admeto, que debería
ser noble y heroico, es cobarde y ridículo, permitiendo que su mujer muera por él y compadeciéndose
de sí mismo.
17
Quizá de ahí el dicho que se le atribuye: "Frente a una muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes".
37
Lectura: Todos los mortales tienen que morir y no hay de los humanos quien sepa si vivirá al día
siguiente
HERACLES. - ¿De las cosas humanas conoces la naturaleza? Me parece que no. ¿Que de dónde vienen? Escúchame.
Todos los mortales tienen que morir y no hay de los humanos quien sepa si vivirá al día siguiente, pues es incierto dónde irá
la suerte y no se puede aprender ni sorprender por arte. Después de oído esto y que lo aprendes de mí, alégrate, bebe y la
vida de cada día cuenta por tuya, y lo demás, de la suerte. Honra también a Afrodita, la más amable de los dioses con los
mortales, porque es la diosa benévola. Déjate de lo demás y obedece a mis razones si te parece que digo bien, que así creo.
¿No dejarás la sobra de pena y beberás, conmigo, superando esta desgracia, y te pondrás coronas? Sé muy bien por qué de
tu ceño y desvarío te sacará el ruido que sale de este vaso. Como somos mortales, tenemos que pensar las cosas como
perecederas, según los severos y cejijuntos todos, y según yo, podemos juzgar. Porque no es verdadera vida la vida, sino
desgracia.
(Alcestis 780-802)
En Medea (431) la innovación del antiguo mito es mayor. Eurípides crea una tragedia de gran
fuerza psicológica en la que convierte a Medea en asesina de sus hijos para vengarse de la infidelidad
de Jasón. Ella que ha engañado y matado por seguirlo, contra la voluntad de su padre, no puede aceptar la boda de Jasón
con la hija del rey de Corinto. Mediante un ardid, propio de una maga, mata a la joven desposada con el regalo de un
vestido embrujado, privando a Jasón de su amor. Finalmente Medea es arrebatada, y liberada de las iras de los corintios en
el carro del Sol, un antepasado suyo. En esta obra muestra el autor las fuerzas antagónicas del alma humana : Medea lucha
entre su deseo de venganza y el amor por sus hijos. Es la heroína contrapuesta a las de Sófocles y Esquilo, pues es una
mujer llevada por sus pasiones, extranjera y maga, lo cual escandalizó a sus conciudadanos.
Lectura: Medea, repudiada por Jasón, duda asesinar o no a sus propios hijos
MEDEA.-¡Oh, hijos míos, ya tenéis ambos una ciudad, y una morada, en la que, después de haberme abandonado,
viviréis para siempre, privados de vuestra madre. Yo, en cambio, ya parto desterrada a otro país, antes de haber disfrutado
de vosotros dos y haberos visto felices; antes de haber dispuesto vuestra boda, una esposa y el lecho conyugal, y haber
sostenido en alto la antorcha nupcial! ¡Oh, desdichada de mí, por mi orgullo! En vano, oh hijos, os he criado, en vano padecí
y en fatigas me consumí, soportando los terribles dolores del parto. En verdad que tenía puestas, desdichada de mí, muchas
esperanzas en vosotros: que me alimentárais en mi vejez, y que una vez muerta, con vuestras manos me amortajarais; lo
que es un envidiable deseo para los mortales. Ahora, en cambio, ha muerto esa dulce pretensión. Pues privada de vosotros
dos, entre penas y dolores transcurrirá mi vida. Vosotros ya no volveréis a ver a vuestra madre con esos queridos ojos; a
otra clase de vida partiréis.
¡Ay, ay!, ¿por qué volvéis hacia mí la mirada, hijos? ¿Por qué me sonreís con una sonrisa postrera? ¡Ay, ay!, ¿qué
haré? Pues mi corazón desfallece, mujeres, al ver el brillo de los ojos de mis hijos.
No podría. ¡A paseo mis anteriores planes! Sacaré de esta tierra a estos hijos míos. ¿Por qué tengo que procurarme
yo misma un mal que es el doble, si lo que quiero es hacer sufrir a su padre con la desgracia de ellos? No, yo no. ¡A paseo
mis planes! ¡Pero bueno! ¿Qué es lo que pasa? ¿Es que quiero ser el hazmerreír de mis enemigos por haberlos dejado
impunes? ¡Hay que atreverse a ello! ¡Ay de mi, cobarde! ¡Dar cabida en mi alma a blandos propósitos! Entrad en casa, hijos.
Y a quien no le esté permitido asistir a mi sacrificio, que actúe en consecuencia. ¡Mi mano no desfallecerá! ¡Ay, ay!
¡No, corazón, no ejecutes tú eso! ¡Déjalos tú, desgraciada criatura, abstente de tocar a tus hijos! ¡Aunque no vivan contigo,
serán tu alegría! ¡No, por los dioses vengadores que viven en el Hades! nunca será posible que yo entregue a mis propios
hijos a mis enemigos para que sean ultrajados. [Es totalmente necesario que mueran, y ya que así lo es, les daré muerte yo
misma que les di la vida.] Totalmente decidido está esto, y no hay escapatoria. Y ahora mismo, con la corona sobre su
cabeza, y envuelta en el vestido que le regalé, la regia novia perece. De eso estoy totalmente segura. Mas, ya que voy a
emprender el más desgraciado viaje y también hacérselo emprender a éstos, quiero dirigir la palabra a mis hijos.
Dadme, hijos, dad a vuestra madre para que la bese vuestra mano derecha. ¡Oh queridísima mano, y queridísima
boca, figura y noble rostro de mis hijos! ¡Ojalá que ambos seáis felices, pero allá! La felicidad de aquí os la ha arrebatado
vuestro padre. ¡Oh dulce abrazo, oh delicada piel y aliento, el más agradable, el de mis hijos! Partid, partid. Ya no puedo
dirigir mi mirada hacia vosotros, sino que soy vencida por las desgracias. Comprendo qué clase de crimen voy a llevar a
cabo, pero mi pasión es superior a mis reflexiones, como que ella resulta ser la causante de las mayores calamidades para
los hombres.
(Medea 1021-81)
En Hipólito (428) también el conflicto trágico surge con gran intensidad: Fedra, hija de Minos y
esposa de Teseo, enamorada de su hijastro Hipólito, que no la corresponde, lleva a la perdición a
padre e hijo y ella misma se da muerte. De esta obra parece que hubo una primera versión en la cual el motivo
erótico era dominante y que fue retirada por la indignación de los atenienses al ver en el escenario los desenfrenos
amorosos de Fedra. En la segunda versión, la protagonista guarda con dolor en su interior sus sentimientos y solo se
produce la catástrofe final tras la actuación de la nodriza a quién revela el secreto. Fedra va a la muerte por salvar su honor
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y por afán de venganza deja la carta fatal, en la que acusa a Hipólito de atentar contra su honra, llevándole a la perdición.
En esta obra es importante el papel de las diosas Afrodita y Ártemis, muy estudiado por la crítica.
Las Bacantes es la más pegada a la tradición en la forma, a la vez que la más original en
contenido. El argumento consiste en el enfrentamiento de Penteo, rey de Tebas, con Dioniso y su
culto y el terrible castigo que recibe por ello: es despedazado por las Ménades de Dioniso, cuyo grupo
preside su propia madre arrebatada por la locura orgiástica. Quizá el sentido último de la obra sea representar
la trágica oposición entre el intento del hombre por afirmarse en lo racional y la fuerza innegable del mundo e lo irracional.
Lectura: Penteo, rey de Tebas, sufre un cruel castigo por su desprecio del culto a Dioniso
MENSAJERO.-... La madre, la primera, comenzó como sacerdotisa el sacrificio y cae sobre Penteo. El arrancó de
sus cabellos el gorro para que al reconocerlo la desdichada Ágave no le diera muerte y le dice, tocando su mejilla: «Soy yo,
madre, tu hijo Penteo, al que pariste en el palacio de Equión; compadéceme, madre. No mates a tu hijo por mis pecados».
Pero ella, echando espuma y girando sus pupilas extraviadas, no en uso de razón cual debería, por Dioniso estaba
poseída y su hijo no lograba persuadirla. Tomando por el codo el brazo izquierdo y apretando el pie contra el costado del
infortunado, arrancó el hombro, no usando la fuerza, sino que el dios hizo fácil el trabajo de sus manos. Ino entretanto en
el otro lado trabajaba desgarrando las carnes y Autónoe y la tropa entera de las ménades se le echaba encima. Había al
tiempo toda clase de clamores, gimiendo él mientras alentaba todavía y ellas lanzando gritos de victoria. Se llevaba una un
codo, otra los pies junto con las botas y eran desnudados sus costados, desgarrados; y todas, ensangrentadas en sus
manos, se arrojaban unas a otras cual pelota la carne de Penteo. Yace esparcido el cuerpo, parte bajo las rocas escarpadas,
parte entre la espesura de los árboles del bosque, la búsqueda no es fácil: la cabeza miserable que acertó a coger su madre
con las manos, tras clavarla en la punta de un tirso la lleva cual si fuera la de un león del monte por en medio del Citerón,
dejando a sus hermanas en los coros de las ménades. Y viene, ufana por esa caza infortunada, hacía dentro de estas
muralla, mientras invoca a Dioniso cual compañero de caza, cual colaborador en la captura, cual vencedor: ¡el que le da
premio de lágrimas!
(Las Bacantes 1114-47)
c. La ideología de Eurípides
Eurípides y la democracia ateniense. Eurípides y el imperialismo ateniense. Eurípides y la
sofística
La inquietud intelectual es el signo que caracteriza a este hombre. Trató con espíritu nuevo las historias del pasado,
utilizándolas a veces para desenmascarar a héroes, como Eteocles, o criticar a los dioses por su comportamiento. En
ocasiones pertenece al apogeo clásico y en otras es muy renovador. El “pathos” de un gran apasionamiento se
encuentra junto a consideraciones racionalistas ajenas a la acción. El centro de su interés es el
hombre, viendo a las divinidades como símbolos de los poderes irracionales y sustituyendo su fuerza
por la de la Tuvch (el azar, la fortuna) que mezcla y dirige los destinos humanos. Critica muchos
principios de la normativa tradicional ática como la superioridad hombre-mujer, griego-bárbaro, el
respeto a la tradición y el pasado glorioso, la virtud de la guerra, etc. Utiliza la tragedia para exponer
sus ideas, lo cual da a ésta un carácter moralizante y sentencioso que se observa en la forma de
terminar algunas mediante la intervención de lo maravilloso en forma de “deus ex machina”. En su
obra se cumple el tópico aristotélico según el cual “Sófocles representa a los hombres como deberían
ser y Eurípides como son”.
Con respecto a la democracia e imperialismo atenienses, Eurípides no participa en la polis con una relación similar a
la de Esquilo o Sófocles. Si con frecuencia tomó posiciones en sus dramas frente a cuestiones de la vida estatal , lo hizo
desde el punto de vista del pensador racionalista, y no como ciudadano de la polis que participa en ella.
En el helenismo, se conducía a los extranjeros en Salamina a una gruta donde se suponia que, alejado de los
hombres, Eurípides había meditado sobre los enigmas de la existencia. El genio se aislaba y abría un profundo abismo, cosa
insólita en el clasicismo, entre él, que empezaba a despuntar, y el pueblo. Esta actitud del poeta y el plasmar los
pensamientos de la sofística en sus versos, provocaron la indignación y burla de los conservadores atenienses.
Sobre su relación con la sofística hay que decir que fue seguidor de sus ideales pero nunca
estuvo adscrito a ninguna escuela. Discípulo de Protágoras, Prodico y de Anaxágoras participó del
racionalismo sofístico pero su obra no se acopla a ningún sistema filosófico, sino que muestra una
lucha incesante, una búsqueda apasionada, que le hace parecer contradictorio. Este pensamiento sí
que influyó en su concepción de la tragedia. Se abrió al influjo de la sofística y tuvo los problemas de
los sofistas, pero conservó su independencia y a veces fue crítico con ellos.
39
d. El estilo de Eurípides
La lengua de Eurípides se asemeja al habla coloquial por diversas razones: vocabulario extraído de la prosa, uso de
figuras estilísticas coloquiales, del hipérbaton, o el recurso de poner en antecedentes de lo que va a pasar con el prólogo.
Esto no significa que sea un estilo vulgar, sino que posee la sencillez característica de los poetas que tienen cosas
importantes que decir.
La importancia del coro en Esquilo y Sófocles como personaje activo en el conflicto dramático
desaparece por completo en Eurípides. Sin embargo los coros de éste cobran relevancia por la calidad
poética que poseen y como espectáculo musical (recordemos su relación con Timoteo, renovador de
la lírica en el s.V a.C., en Macedonia). Los cantos corales en Eurípides no son meras interpolaciones
sino que tienen el carácter de relatos líricos independientes, donde la musicalidad nos muestra el
nuevo giro que experimenta el teatro de esta época.
Se ha observado como ciertas partes de la tragedia de Eurípides se destacan con mayor nitidez y tienden a tener
vida propia, pero esto no significa que los dramas del autor se vayan a descomponer, sino que forman un todo en el que
esas partes se distinguen en sus aspectos formales. Así ocurre en los diálogos agonales, donde se despliega el gusto de los
griegos por la disputa, y su pasión por las acciones judiciales. Se ve influido en cierta medida por la retórica de su tiempo. Al
final de sus dramas usa el deus ex machina para desenredar la trama y restablecer el orden.
En la película "Medea" (1960), de Pier Paolo Pasolini, la protagonista de la inmortal obra de Eurípides se presenta como uno de los
personajes más terribles de la mitología griega. Nadie mejor que ella personifica la palabra tragedia ya que, llevada por los celos al descubrir
que su marido Jasón piensa abandonarla para casarse con otra, se venga de él matando a los hijos que había alumbrado en su matrimonio.
Pasolini adaptó esta pieza clásica, prescindiendo de los versos originales y optando por un tratamiendo estético a medio camino entre un
realismo detallado y la plasmación de su universo onírico. Medea estaba encarnada ni más ni menos que por la inmortal María Callas.
40
3.5 LA COMEDIA
Introducción
Los datos que tenemos sobre sus orígenes nos los da Aristóteles, quien dice que surgió de los
que dirigen las procesiones fálicas, aun en uso en algunas ciudades. Estas procesiones parecen haber
sido auténticas fiestas de carnaval en las que abunda la obscenidad. Durante largo tiempo fueron
“improvisadas“ y solo tardíamente se estructuran de forma literaria. Su nombre deriva
de kwmw/diva “canto del cortejo” que hace referencia sin duda a estas procesiones grotescas.
Se ha querido ver una influencia de la comedia siciliana en la comedia ática, palpable sobre
todo en la tipología, y también los peloponesios reivindican para sí el origen de la comedia,
especialmente los megarenses, pero donde aparece por primera vez ya con forma definida es en
Atenas y, lo mismo que la tragedia, asociada a Dioniso. Se representaban en las fiestas Leneas,
dedicadas a este dios, que tenían lugar en el mes de Gamelión (enero-febrero) y cuyo nombre parece
derivar de lh'nai “ménades, mujeres que participan en los cultos orgiásticos de Dioniso”. Desde 442
a.C. sabemos que las representaciones de comedias tenían carácter oficial en estas fiestas. Los
alejandrinos dividieron la comedia en Antigua -ajrcaiva-, hasta el 400 a.C., Media –mevsh-, hasta el 330
a.C. y Nueva -neva-, hasta el 250 a.C. Los principales representantes de estas etapas fueron:
•
•
•
•
Antigua: Cratino, Crates, Aristófanes y Eupolis.
Era una comedia “política” por cuanto que la temática se centra en la crítica de
personas, instituciones o problemas importantes para la vida de la ciudad. El coro es
importante en la acción y en la expresión de la opinión del autor.
Media: Platón, Antífanes, Eubulo y Alexis. La parodia mitológica o las peripecias
novelescas constituyen los ingredientes de este tipo de comedia. Abundantes temas
eróticos y personajes tipos repetidos como el rufián, las prostitutas, el esclavo, el
cocinero, la vieja cómica, etc.
Nueva: Filemón, Dífilo y Menando. Tratan temas costumbristas y moralizantes. Los
temas cómico-grotescos dan paso a la evasión y el entretenimiento propios de la gente
burguesa. Después de mucho enredo todo acaba bien y la virtud es recompensada.
Estructura de la comedia antigua. Las seis partes de que consta son las siguientes:
• Prólogo, introduce la temática de la obra, incluyendo la presentación del héroe y el
plan con el que pretende afrontar la situación.
• Párodos, el coro plantea su canto de repulsa o adhesión al héroe.
• Agón, el héroe se enfrenta a algún detractor de su plan, para acabar triunfando.
• Parábasis, donde el coro o su jefe se dirige al público y le habla en nombre del poeta.
• Explotación del éxito, en la que el héroe ha de hacer frente a quienes,
malinterpretando su victoria, quieren solaparla o aprovecharse de ella.
• Comos, apoteosis de la victoria del héroe introducida por el poeta como un festejo.
Esta estructura se irá simplificando hasta la desaparición del coro y la distribución que ya
hacía Menandro en un prólogo y cinco actos.
Máscaras teatrales
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3.6 ARISTÓFANES
a.- La vida de Aristófanes
Relaciones de Aristófanes con el público ateniense. Premios
Nació en la época de Pericles, periodo de paz, y su nacimiento se puede situar en torno al 445a.C. Ateniense de
nacimiento, todas sus obras nos hablan de la estrecha relación del poeta con la vida política y literaria de su época. No
parece que militara en ningún partido político, si bien se muestra defensor de los viejos ideales y poco amigo de las nuevas
tendencias de la sofística. No es un adversario de la democracia, aunque en sus comedias se encierran fuertes sátiras
políticas, seguramente porque el sistema democrático ático empezaba a resquebrajarse en su época.
Pocos datos más poseemos de su vida, la fecha de su muerte es dudosa, probablemente en los años 80 del siglo IV
a.C. (¿385?) pues su última obra Pluto se fecha en 388 a.C.
Sobre sus relaciones con el público ateniense, la aceptación que tuvo de sus contemporáneos queda clara en los
premios que se le concedieron. El propio Aristófanes habla en la parábasis de los Caballeros de la inconstancia del favor del
público, que en ocasiones favorece o perjudica a un autor dependiendo del tipo de obra que presente en el certamen y la
temática de la misma. En cuanto a premios, no obtuvo todos a los que aspiró en competencia con Cratino y Eupolis, pero se
conoce su primer puesto con Los Acarnienses, Los Caballeros y con Las Ranas y el segundo con La Paz, Las Avispas y Las
Aves, además de otros, tanto en las Leneas como en las Dionisias.
Por último decir que su participación en la vida pública está atestiguada en una inscripción de principios del siglo IV
que nombra a Aristófanes como prítano (primer magistrado).
b.- La obra de Aristófanes
Estudio de las obras más famosas: Los Caballeros, Las Nubes, Las Ranas, Las Aves
Se conservan de él once comedias de un total de cuarenta y cuatro que llegaron a la época alejandrina, aunque los
eruditos dudaban de la paternidad literaria de cuatro de ellas, cuyo autor podía ser Arquipo. Esta conservación no se debe
tanto a la valoración de sus méritos, cuanto a que los aticistas apreciaban mucho su obra por ser la fuente más pura del
ático antiguo.
Sus principales obras son: Los Acarnienses, Los Caballeros, Las Nubes, Las Avispas, La Paz,
Las Aves, Lisístrata, Tesmoforias, Las Ranas, La Asamblea de las Mujeres y Pluto.
Lectura: Las mujeres de toda Grecia se las ingenian para conseguir que sus necios maridos firmen la paz
LISÍSTRATA.-Nosotras, en las primeras fases de la guerra y durante un tiempo, aguantamos, por lo prudentes que
somos, cualquier cosa que hicierais vosotros los hombres -la verdad es que no nos dejabais ni rechistar-, y eso que
agradarnos no nos agradabais. Pero nosotras estábamos bien informadas de lo vuestro y, por ejemplo, muchas veces,
estando en casa, nos enterábamos de una mala resolución vuestra sobre un asunto importante. Y después, sufriendo por
dentro, os preguntábamos con una sonrisa: “¿Qué cláusula habéis decidido, hoy, en la Asamblea, añadir en la estela en
relación con la tregua?” –“¿Y eso a ti, qué?”, decía el marido de turno. “¿No te callarás?”, -y yo me callaba.
CLEONICE.-Pero yo no me callaba nunca.
COMISARIO.-Habrías llorado, si no te callabas.
LISÍSTRATA.-Yo, cierto que me callaba. Pero cada vez no enterábamos de una decisión vuestra peor que la
anterior. Y luego, preguntábamos: «Marido, ¿cómo es que actuáis de una manera tan disparatada?» Y él, echándome una
mirada atravesada, me decía enseguida que si yo no me ponía a hilar, mi cabeza iba a gemir a gritos. «De la guerra se
ocuparán los hombres».
COMISARIO.-Bien dicho lo de aquél, por Zeus.
LISÍSTRATA.-¿Cómo que bien, estúpido, si ni siquiera cuando vuestras decisiones eran malas nos estaba permitido
sugeriros nada? Y cuando ya oíamos a las claras por las calles: «¿Es que no queda ni un hombre en este país?» «Desde
luego que no, por Zeus» -decía otro-; después de esto acordamos ya sin más salvar a Grecía todas juntas, reuniéndonos las
mujeres. Pues, ¿de qué hubiera valido esperar? Así es que si queréis atendernos ahora a nosotras que os hablamos
cuerdamente, y callaros como antes nosotras, podríamos enderezaros.
COMISARIO.-¿Vosotras a nosotros? Tremendo es lo que dices; no lo aguanto.
LISÍSTRATA.-Cállate.
COMISARIO.-¿Callarme yo porque tú lo digas, hija de perra, y eso que tú llevas un velo en la cabeza? Primero me
muero.
LISÍSTRATA.-Pues si eso te sirve de obstáculo, coge este velo mío, tenlo y póntelo en la cabeza, y después cállate.
(Le da el velo.)
CLEONICE.-También este canastillo. (Se lo entrega.) Luego ponte un ceñidor y dedícate a cardar, devorando habas,
que «de la guerra se ocuparán las mujeres».
42
LA CORIFEO.-Apartaos de los cántaros, mujeres, para que también nosotras por nuestra parte ayudemos a nuestras
amigas.
CORO DE MUJERES.-
Yo nunca me cansaría de bailar,
ni la agotadora fatiga podrá apoderarse de mis rodillas.
Dispuesta estoy a realizar cualquier cosa
junto a éstas, por su valor, en ellas
hay dotes naturales, gallardía, coraje,
sabiduría, y valor
patriótico y prudente.
LA CORIFEO.-Hala, tú, la más valiente de las abuelas y de las fructíferas ortigas hembras, avanzad con bravura y no
os ablandéis, que todavía ahora corréis con viento favorable.
LISÍSTRATA.-Si Eros de dulce ánimo y Afrodita la Chipriota nos infunden a nosotras deseo en las entrañas y en los
muslos, y además hacen crecer en los varones una agradable turgencia y una persistente verga, creo yo que algún día nos
van a llamar entre los griegos “Acabaguerras”.
COMISARIO.-¿Por haber hecho qué?
LISÍSTRATA.-En primerísimo lugar, si hacemos que dejen de estar con armas en el mercado y de hacer chifladuras.
CLEONICE.-Sí, por Afrodita de Pafos.
LISÍSTRATA.-Pues ahora van y vienen, por el mercado de los cacharros y las verduras, con las armas, como
Coribantes.
COMISARIO.-Sí, por Zeus; así tienen que hacer los hombres valerosos.
LISISTRATA.-Pues sí que tiene gracia la cosa: un tío con un escudo que representa una Gorgona, va y compra
pescaditos.
CLEONICE.-Sí, por Zeus, yo he visto a un capitán montado a caballo, con larga melena, echar en el casco de bronce
puré de lentejas que le vendía una vieja. Y otro, un tracio que agitaba su escudo ligero y su jabalina, como Tereo18, asustaba
a la vendedora de higos secos y se tragaba los maduros.
COMISARIO.-¿Y cómo os las vais a arreglar vosotras para reconciliar y poner fin a tal cantidad de asuntos
enmarañados en las ciudades griegas?
LISISTRATA.-Muy simple.
COMISARIO.-¿Cómo? Explícamelo.
LISISTRATA.-Igual que el hilo, cuando se nos ha enredado, lo cogemos así (muestra con gestos lo que está
diciendo), y con los husos por un lado y otro, lo traemos a su sitio, así también desenmarañaremos esta guerra, si es que
nos dejan hacer, poniendo las cosas en su sitio por medio de embajadas a un lado y a otro.
COMISARIO.-¿Así que con lanas, hilos y husos, os creéis que vais a poner fin a unos asuntos tan terribles? ¡Qué
necias!
LISISTRATA.-Sí, y también vosotros, si tuvierais una pizca de sentido común, según nuestras lanas gobernaríais
todo.
COMISARIO.-¿Cómo? A ver.
LISISTRATA.-Primero, a la ciudad como al vellón de lana, después de haberle quitado la mugre lavándola en un
baño, habría que ponerla sobre un lecho, apalearla para que eche a los sinvergüenzas y sacarle los abrojos; y a ésos que se
reúnen y se aglomeran junto a los cargos públicos, separarlos con el cardador y arrancarles... las cabezas. Después habría
que esponjar la buena voluntad común y echarla en un cestito, mezclando a todos, a los metecos, a los extranjeros que sean
amigos nuestros, y a los que tenían deudas con el Estado: también a esos mezclarlos ahí. ¡Por Zeus!, y las ciudades, todas
las que son colonias de esta tierra, habría que tener una idea clara de que para nosotros son como los copos de lana que
están cada uno por su lado; luego se cogen estos copos que forman cada una de ellas, se reúnen y se juntan en uno solo, y
después se hace una gran bola y, con ella, se teje un vestido para la gente.
COMISARIO.-¿No es terrible que éstas arreglen el asunto dando palos y haciendo bolas, ellas que ni siquiera
tomaron parte ninguna en la guerra?
LISISTRATA.-Hijo de perra, nosotras la aguantamos más que por partida doble. Lo primero de todo, que damos a
luz a nuestros hijos y los enviamos como hoplitas...
COMISARIO.-Calla, deja los malos recuerdos.
LISISTRATA.-Además, cuando teníamos que disfrutar y sacarle partido a la juventud, dormimos solas por culpa de
las campañas militares. Y aun lo nuestro pase, pero me dan pena las chicas que envejecen en sus habitaciones.
COMISARIO.-¿Es que los hombres no envejecen?
LISISTRATA.-Por Zeus, no se parece nada. Pues cuando el hombre regresa, aunque esté lleno de canas, enseguida
lo tienes casado con una jovencita. Pero el momento de la mujer es muy breve, y si no lo aprovecha, nadie quiere casarse
con ella, y ahí se queda alimentando ilusiones.
(Lisístrata 507-98)
18
Mítico rey de Tracia, hijo de Ares.
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Lectura: Que las mujeres estén tan enfadadas con Eurípides, no tiene nada de raro.
MUJER HERALDO.- Prestad oído. El Consejo de las mujeres ha acordado lo que sigue. Presidió Timoclea. Fue
secretaria Lisila, hizo la propuesta Sóstrata. Que celebremos una Asamblea en el día del medio de las Tesmoforias, que es en
el que tenemos más tiempo, y que en el orden del día figure en primer término Eurípides, qué pena debe sufrir: pues todas
estamos de acuerdo en que comete injusticia. ¿Quién pide la palabra?
MUJER 1ª.-Yo.
MUJER HERALDO.-Ponte primero la corona, antes de hablar.
MUJER CORIFEO.-¡Silencio, callad, atención! Pues ya carraspea, como hacen los oradores. Parece que va a hablar
largo y tendido.
MUJER 1ª.-No es por ninguna clase de ambición, por las dos diosas, por lo que me he levantado para hablar, oh
mujeres. Pero hace ya mucho tiempo que la pobre de mí sufro al ver cómo somos injuriadas por Eurípides, el hijo de la
verdulera, y que recibimos de él toda clase de acusaciones. ¿Pues con qué desgracia deja éste de ensuciarnos? ¿Y en qué
lugar no nos ha calumniado, con tal de que haya espectadores, tragedias y coros, llamándonos adúlteras, locas por los
hombres, charlatanas, pura corrupción, gran desgracia para los varones?
Hasta el punto de que nuestros maridos, tan pronto como entran en casa, viniendo del tablado del teatro, nos
miran con sospecha y se ponen enseguida a buscar si tenemos algún amante escondido. Y ni siquiera podemos hacer ya las
cosas que antes solíamos: tales maldades ha enseñado éste a nuestros maridos. Así, si una mujer trenza una corona, dice
que está enamorada; y si andando por la casa deja caer al suelo alguna vasija, el marido pregunta: «¿Por causa de quién se
ha roto la olla? Bien seguro que del extranjero de Corinto» -recordando la Estenebea de Eurípides-. Está enferma una
chica, enseguida dice el hermano: «no me gusta el color de la chica».
Ea, una mujer que no tiene hijos quiere procurarse uno supuesto: ni en esto pasa inadvertida. Pues los maridos
ahora están sentados siempre al lado, vigilando. Y también nos ha calumniado ante los viejos que antes se casaban con
chicas jóvenes: ahora ningún viejo quiere casarse, por culpa de ese otro verso: «Para un esposo viejo, la mujer es un amo».
Y luego, por su culpa a las habitaciones de las mujeres les ponen ahora sellos y cerrojos para vigilarnos y además crían
perros molosos para espantar a los amantes.
Y quizá todo esto sea excusable; pero lo que antes podíamos hacer, administrar la casa nosotras mismas y coger
antes que nadie harina, aceite, vino, ni siquiera esto podemos ya. Pues nuestros maridos llevan unas llaves secretas, unas
malditas llaves laconias de tres dientes. Antes era al menos posible abrir la puerta a escondidas haciéndonos con un anillo
de tres óbolos que imitara el sello del marido; pero ahora este Eurípides, ruina de las familias, les ha enseñado a colgarse del
cuello unos sellos de forma agusanada imposibles de imitar. Por todo esto propongo que nosotras amasemos para éste de
algún modo su pérdida -para que muera-. Esto es lo que digo en público: lo demás lo dejaré escrito con ayuda de la
secretaria.
CORO.-
Yo nunca había escuchado
a una mujer más trapacera
ni más astuta para hablar.
Es justo todo lo que dice,
todos los temas ha tocado,
todo en su mente ha sopesado y con talento
halló argumentos ingeniosos,
bien estudiados todos.
Y así, si habla después de ella Jenocles el hijo de Cárcino,
va a pareceros, me figuro, a todo el público
un hombre sin sustancia.
MUJER 2ª -También yo he subido a la tribuna para deciros unas pocas palabras. En todo lo demás esta otra mujer
ha presentado una buena acusación; pero yo quiero decir lo que me ha pasado a mí. Mi marido murió en Chipre y me dejó
cinco chiquillos que yo criaba a duras penas trenzando coronas en el mercado de flores. Antes, malamente me ganaba la
vida; pero ahora Eurípides, escribiendo sus tragedias, ha convencido a los hombres de que no existen los dioses: así, ya no
vendemos ni la mitad de las coronas destinadas al culto. Por ello a todas os exhorto y pido que castiguéis a ese hombre por
muchas cosas: nos está haciendo, mujeres, cosas selváticas, ya que él se crió entre verduras selváticas. Pero me voy a la
plaza: tengo que trenzar veinte coronas para unos hombres que me las han encargado.
CORO.-
Aquí tenemos otro espíritu
que aún más fino que el de antes
se nos ha revelado.
¡Qué cosas ha charlado
no inoportunas, con talento
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y con espíritu ingenioso!
Inteligentes, persuasivas.
Es fuerza que por este ultraje
Eurípides reciba un castigo ejemplar.
PARIENTE.-Que las mujeres estemos tan enfadadas con Eurípides, que ha dicho tantas cosas malas de nosotras,
nada tiene de raro, ni que nos hierva la bilis. También yo -así tenga felicidad con mis hijos- odio a ese hombre, si no estoy
loca. Pero debemos aclarar las cosas entre nosotras: estamos solas, nadie va a sacar fuera nuestras palabras. ¿Por qué
acusamos a ese hombre y nos ponemos furiosas, si se enteró de dos o tres maldades nuestras y las divulgó, cuando
hacemos otras infinitas? Yo misma la primera, para no meter en ello a ninguna otra, tengo sobre mi conciencia muchísimos
horrores.
El más horrible es cuando llevaba tres días de casada y mi marido dormía al lado mío. Yo tenía un amigo que me
había desvirgado cuando tenía siete años. Éste, echándome de menos, vino y comenzó a arañar la puerta. Enseguida me
doy cuenta y me bajo de la cama, sin decir nada. Y mi marido pregunta: “¿adónde vas?” “¿Que adónde? Tengo retortijones
en el vientre, marido mío, y dolores: voy al excusado”. “Ve, pues". Y luego él se puso a machacar bayas de enebro, anís y
salvia, como remedio para el dolor de barriga; entonces fui y eché agua en los goznes, para que no rechinaran, y salí a
reunirme con mi amante: me puse a cuatro patas junto al Apolo de la puerta, agachando la cabeza y agarrándome al laurel.
Pues esto nunca lo contó, fijaos bien, Eurípides; ni que nos den gusto al cuerpo los esclavos y los muleros cuando
no tenemos a otro, tampoco lo dice; ni que cuando le damos gusto al cuerpo con alguno toda la noche, a la mañana
masticamos ajos, para que cuando nos huela el marido al volver de su puesto en la muralla, no sospeche que hemos hecho
nada malo. Esto, te das cuenta, nunca lo contó.
Entonces, si se mete con Fedra; ¿eso qué nos importa? Ni tampoco ha contado aquello otro, lo de la mujer que,
mientras enseñaba al marido su velo para que lo viera a la luz del Sol, hizo salir tapándolo al amante: todavía no lo ha
contado. Y yo sé de otra que estuvo diciendo diez días que tenía dolores de parto...hasta que se compró un bebé. El marido
venga a correr de un lado a otro comprando remedios para acelerar el parto: y entre tanto lo metió en la casa una vieja,
dentro de una olla, al bebé, con la boca taponada con cera, para que no llorara. En cuanto la vieja le hizo una señal, grita
enseguida la mujer: “Sal fuera, sal fuera, marido mío, creo que ya voy a parir”. Es que el niño había dado una patadita en el
vientre... de la olla. El marido llegó todo alegre, la otra quitó la cera de la boca del niño y éste rompió a llorar. Y la maldita
vieja, la que había traído el bebé, corre toda sonrisas al marido y le dice: «Un león, un león te ha nacido, un vivo retrato
tuyo: hasta el pito lo tiene igualito que el tuyo, redondito como una piña».
¿No hacemos estas maldades? Sí que las hacemos, por Ártemis, Y luego nos enfadamos con Eurípídes, cuando,
como dice él “sufrimos menos pena que las que merecemos por nuestras culpas”.
(Tesmoforias 372-519)
Los Caballeros es un furibundo ataque al demagogo Cleón, y a través de él, una divertida
sátira de la democracia. Por la escena desfilan ridiculizados muchos personajes públicos. Es más una
sátira que una farsa.
Las Nubes es una de sus obras más logradas. Es una ridiculización de Sócrates, a quién ve
simplemente como un representante de la sofística, con muchas cualidades desagradables: charlatán,
viejo sórdido y sucio que pronuncia palabras ininteligibles y director de una escuela, cuyos discípulos
también son objeto de burla. El hilo argumental narra las relaciones de un pobre campesino ático y su
hijo con dicha escuela.
Las Ranas es una fantasía cómica cuyo tema central es de crítica literaria, el enfrentamiento
entre el arte viejo y el arte nuevo. El punto culminante de la obra se produce cuando en el Hades son
juzgados en persona Esquilo y Eurípides para decidir cual merece volver a la vida. Tras muchas burlas
la balanza es favorable a Esquilo. Se parodia tanto a los dioses como a los personajes encuestados.
Las Aves es una auténtica obra maestra por su fantasía y comicidad pero sobre todo por sus
cantos corales. Aristófanes se muestra como un gran poeta lírico en sus sentimientos de la naturaleza.
El argumento trata de cómo las aves, persuadidas por dos aventureros, se construyen su imperio en
los cielos y los dioses tienen que entrar en negociaciones con ellas.
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Lectura: Las aves son convocadas a asamblea
¡Abubuí, bubuí, bububuí, bubú!
¡Ió, ió, venid, venid!
Venid aquí todos, mis amigos alados,
los que habitáis las fértiles
tierras de los campesinos,
las muy numerosas bandadas
de comedores de cebada, las razas de recogedores de trigo de rápido
vuelo, cuantas en el sembrado muchas veces entre los terrones piaís,
así suavemente, con alegre canto:
-tiótiótiótiótiótiotiótiótióCuantos de vosotros en los jardines
sobre las ramas de la yedra
encuentran el alimento,
y de los montes, comedores de
olivas y madroños.
¡Venid volando a un canto!
¡Triotó, triotó, totobríx!
Y los que en los valles
pantanosos devoráis los mosquitos
de agudo pico y cuantos habitáis
los lugares llenos de rocío y las
praderas amables de Maratón,
y el aire de muchos colores, francolín,
francolín; las razas
de los que junto a los alciones sobre
el oleaje se elevan,
¡aquí, venid, para conocer nuevas noticias! Todas las
razas de aves de cuello estirado
aquí reunimos.
Pues llega un ingenioso anciano
de novedosa mente,
inventor de nuevos trabajos.
Venid todos a mis palabras,
aquí, aquí, aquí, aquí.
¡Torotorotorotorotorotorotíx!
¡Kikabáu, kikkabáu,
torotorotorotorotorotorolililíx!
(Las Aves 227-262)
c.- La ideología de Aristófanes
Aristófanes y la democracia ateniense. Aristófanes y la política contemporánea
La ideología política de Aristófanes se caracteriza por el conservadurismo propio de quien
ataca implacablemente a los defensores del pueblo y sus instituciones. Posición conservadora es la
que refleja su presunto pacifismo, que coincide con la postura mantenida por los campesinos
atenienses durante la guerra del Peloponeso. Critica la democracia y la revolución.
En el terreno religioso choca la aparente falta de creencia a que asistimos una y otra vez.
Determinados rasgos de la religión tradicional son objeto de sus continuas puyas: Zeus es el eterno
Don Juan, Heracles raya en la glotonería y Dioniso ronda la cobardía. El carácter festivo de la farsa
cómica no es suficiente justificación de sus burlas a los dioses.
Frente a los cambios de la Ilustración, Aristófanes se convierte en defensor de la educación
tradicional. El poeta tiene conciencia de ser un educador de la juventud. Pero lo peor es que se
convierte en juez supremo de lo bueno y de lo malo al presentar en escena personajes desvirtuados
que encarnan la inmoralidad. Sócrates será pintado como un ateo consumado, que racionaliza los
fenómenos físicos y los aleja de la mitología de la religión popular; igual ocurre con Eurípides y su
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desprecio de las mujeres. En esta defensa que hace de la tradición es donde encuentra coherencia la
crítica religiosa de Aristófanes.
No obstante, a pesar de la carga ideológica, todas las obras de Aristófanes son de gran valor
para comprender la sociedad de su tiempo, de la cual es fiel espejo: así se entienden a partir de él la
organización financiera, el ejército, el sistema judicial y otros aspectos.
d.- La lengua y el estilo de Aristófanes
Es un conglomerado de contrastes al servicio del humor. Las palabras e ideas de sus comedias
son sometidas a la continua quiebra de lo insólito, logrando gran comicidad. Aristófanes recurre a las
comparaciones, imágenes, hipérboles, juegos de palabras, etc. La creación de compuestos de más de
dos elementos le lleva a la producción de engendros verbales. Saca partido a todas las posibilidades
de distorsión y doble sentido que ofrecen los nombres propios. Mezcla horrendos vulgarismos con
elevadas formas poéticas en los cantos líricos, cuando parodia a poetas y filósofos. También parodia
el lenguaje sublime de la tragedia con efectos cómicos. En resumen, en su lengua se hallan
inexplicablemente unidos elementos reales y fantásticos, teniendo como base el ático hablado de la
época del poeta.
3.7 MENANDRO
A partir del 350 más o menos, y hasta el siglo III, se desarrolla la comedia nueva, la de
Menandro y Filemón. El coro ha desaparecido prácticamente, o más bien se limita a procurar, entre
los actos o episodios, unos intermedios de danza y música sin ninguna relación con la acción de la
obra. Pero lo que constituye la diferencia principal entre la comedia nueva y la antigua es la
naturaleza de los temas y el talante de las obras: a la sátira política sucede la comedia de intriga y de
caracteres, centrada completamente en la vida privada y en las costumbres de la sociedad, por otra
parte, el tono antes grosero o incluso obsceno refleja ahora las normas de la "buena sociedad".
Los comediógrafos principales de la comedia nueva fueron Filemón y Menandro. Filemón no
era ateniense, pero fue en Atenas donde adquirió fama y gloria. Nació en el 361 y murió, casi
centenario, en el 262. Fue rival, afortunado a menudo, de Menandro. Conocemos de él los títulos de
sesenta comedias, pero los fragmentos que nos han llegado a nosotros son escasos.
a.- Menandro: su vida
El otro autor de la comedia nueva es Menandro, que nació hacia el 342 a.C., cuando ya
amenazaba el poderío de Filipo de Macedonia, y murió hacia el 291. Menandro es considerado por
antonomasia el representante de la Comedia Nueva.
Menandro ha sido hasta hace bien poco una figura enigmática. De su personalidad como autor teníamos muy pocas
noticias. Las principales fuentes de que disponíamos eran epigráficas - una piedra romana - y ciertas indicaciones de La Suda
(enciclopedia que se confeccionó en el Imperio Bizantino y que puede datarse entre los siglos VIII y IX). Otro documento
que nos da noticias es un tratado acerca de la comedia, el periv komwdiva". Su vida transcurrió en momentos agitados
políticamente: Alejandro Magno lleva a cabo la gran expansión del territorio griego. Se producen grandes convulsiones
políticas debido a al reparto de los territorios conquistados: En Atenas gobierna Demetrio Falereo, perteneciente a la escuela
peripatética, cuyo mandato es favorable a la cultura. Un íntimo amigo suyo era Menandro. A Demetrio Falereo le sucedió
Demetrio Poliorcetes, éste ya no tan favorable al apoyo de la cultura. Este es el ambiente en que se sitúa la vida de
Menandro. La vida política de Atenas se reavivó con las discrepancias entre el partido "aticista", de signo pro-macedonio y el
"nacionalista" en el que se alineaban los demócratas radicales, pero la supremacía macedonia fue imponiéndose y, después
de las aplastantes derrotas de Queronea (338) y de Amorgos (322), el prestigio de Atenas quedó arruinado para siempre. La
crisis tuvo múltiples efectos. Uno de ellos es que los campesinos arruinados tuvieron que vender sus parcelas. Un fenómeno
frecuente y que Menandro refleja bien es la búsqueda de fortuna de las gentes en tierras extrañas. A consecuencia de las
conquistas de Alejandro, para muchos la única forma de sobrevivir fue la de enrolarse como mercenarios para ir a lugares
remotos, como Caria o Bactria. Mientras, en la ciudad de Atenas las capas sociales iban constituyendo una especie de
burguesía media y alta, a base de pequeños comerciantes, armadores, industriales de distinta magnitud y banqueros.
Durante un tiempo, los hábitos democráticos perduraron, pero el sentimiento de frustración fue creciendo hasta llegar a una
insatisfacción, tanto de pobres como de ricos, por las cargas y limitaciones que la situación iba imponiendo. Podemos hablar
de un resquebrajamiento de la antigua unidad moral, y política de Atenas. La democracia se desvirtuó pasando a ser un
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régimen censatario. Todas las antiguas subvenciones públicas que permitían, entre otras cosas, el acceso de los más pobres
al teatro, desaparecieron. Simultáneamente, las "liturgias", sistema de subvención de funciones públicas por parte de los
ciudadanos más pudientes, dejaron de funcionar, con lo cual ya no se podían sufragar las "coregías", es decir, los costos de
organización de los coros y representaciones teatrales.
Entre los años 317-307 el tirano Demetrio de Falereo, discípulo de Teofrasto, llevó los asuntos de Atenas con
habilidad propiciando una relativa paz y prosperidad. Demetrio era consciente de que Atenas no tenía mucho que hacer en
las luchas que enfrentaban continuamente a los herederos de Alejandro, por lo cual optó por ensayar un tipo de gobierno
ideal que pusiera en práctica los ideales aristotélicos. Este curioso personaje, verdadero déspota ilustrado, intentó acabar
con las luchas internas e impulsar un saneamiento económico. Por otra parte, fue autor de medio centenar de obras de
retórica, política, filología, etc. y dejó una profunda huella en la vida de Atenas justamente en el momento en que Menandro
-con el que mantuvo lazos de amistad- llegaba a la madurez de su arte.
Respecto a la vida de Menandro, podemos decir que no parece que participara activamente en
las vicisitudes políticas de su patria en época tan agitada y, desde luego, pocas, o mejor, mínimas son
las alusiones en su teatro. En su tiempo, la escena no puede recoger ya los ecos de los más
palpitantes acontecimientos del momento, pero sí que encontramos, de la mano de Menandro, la voz
de los grandes principios morales, ya que supo presentar dramáticamente la exigencia de unos
principios que día a día iban quedando maltrechos: la necesidad de una igualdad social que
aproximara a ricos y pobres, el imperativo de recuperar una solidaridad humana y una paz que cada
vez parecían alejarse más ante los odios y egoísmos imperantes. Solamente en este sentido, por pura
antítesis, es como los condicionantes históricos del momento dejaron una huella profunda en
Menandro.
b.- Características de la Comedia Nueva y de la obra de Menandro
La obra de Menandro es un espejo de la realidad cotidiana en que vivió, pero no desde el
punto de vista de la sátira política, sino desde la óptica de la vida cotidiana. Se ha pensado que sobre
su figura y personalidad influyeron varios personajes, como Teofrasto, filósofo que permanece como
director de la Academia tras Aristóteles, y se ha querido ver influencias de su obra “Sobre los
Caracteres”, sobre todo en lo que se refiere a la forma de plasmar los caracteres de Menandro.
También se han querido ver influencias de Epicuro (como quería Pholenz en su obra “Menandro y
Epicuro”). Estas fuentes del conocimiento de Menandro se nos amplían mediante gramáticos,
lexicógrafos y florilegios -antologías de versos de ciertos autores- que entresacan versos de la obra de
Menandro y aumentan el conocimiento de su obra y personalidad.
La comedia de Menandro es de divertimento urbano. Su temática es poner de relieve ciertas
situaciones: la figura del burgués ateniense, las relaciones paterno-filiales, la figura de una cortesana,
la exposición de un hijo tenido de relaciones no legítimas, la “anagnórisis” o reconocimiento de dos
amantes, etc. Se caracteriza por su fino lenguaje y la pintura de los caracteres de los personajes.
Conocemos partes de unas siete u ocho comedias. A Menandro se le considera como una de las
figuras más importantes de la cultura griega. En cuanto a las razones de la no conservación de su
obra, las tenemos en que no escribe en dialecto ático sino en “koiné”19. Cuando se impuso el gusto
por el ático puro, Menandro fue relegado a un segundo plano y, finalmente, olvidado.
La Comedia Nueva recibe su denominación por contraste con la Comedia ática del siglo V a.
C., respecto de la cual supone una innovación completa, aunque pervivan, en la raíz de muchos de
sus elementos constitutivos, tipos y temas, una identidad de base. Entre la Antigua y la Nueva existe
un período, de unos ochenta años, de experimentación, de adaptación gradual del género a las
nuevas necesidades sociales y en el que ocurren acontecimientos históricos que modifican,
necesariamente, los modos de expresión dramática. Las diferencias más notables entre el antiguo y el
nuevo género son la desaparición de los temas políticos, la decadencia del coro y la transformación
del estilo poético en un género familiar.
La estrecha vinculación entre comedia y vida política de la ciudad, que era constante en la
antigua, disminuye hasta desaparecer; sin embargo, todavía en la Media perduran ciertos restos,
19
La “koiné” o “lengua común” era una variedad de la lengua griega utilizada en le mundo helenístico, es decir, en el período posterior a las
conquistas de Alejandro Magno (323 a. C.). En la “koiné” el ático constituye en dialecto base, con ciertos elementos del jónico en la forma y
construcción de la frase.
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como se desprende de la reprobación que le merece a Platón el que los poetas cómicos y los líricos
puedan ridiculizar e insultar gratuitamente a un ciudadano.
No es fácil decir tajantemente si la comedia tardía refleja la sociedad ateniense de su época. Indudablemente se
conjugan una serie de aspectos que hacen que la respuesta tenga que ser matizada. Se combina la caracterización realista
de personajes y temas con la búsqueda de evasión, ahondando precisamente en la cotidianidad de los pretextos
argumentales y en la complicación que se introduce en las tramas. En este sentido es en el que tanto Menandro, como el
resto de los autores fragmentarios, nos procuran un material de primer orden para medir y comprender la vida moral y
material de esta época.
La Comedia Nueva es un género eminentemente moralizador, en esto no existe una ruptura,
en cuanto a finalidad social, respecto del teatro griego de otras épocas y, concretamente, la Comedia.
Sin embargo, la forma de articular esta intención moral es lo que varía. Nos encontramos, pues, con
que en un estado -como la Atenas de la época -donde las grandes decisiones políticas y civiles ya no
están en manos de la mayoría, la parresía ("libertad de palabra") ya no es posible, ni tampoco la
sátira mordaz. La Comedia Nueva se centra, entonces, en el ciudadano como individuo particular,
partícipe de la escala de valores dominante, como pueden ser el disfrute de una fortuna aceptable -la
tuvch actúa individualmente-, una educación honrada, un matrimonio por amor, etc. como puede
apreciarse, son aspiraciones elevadas en lo que a la dignidad de la persona se refiere, de tal manera
que la complejidad de las tramas, casi siempre girando en torno a doncellas deshonradas, niños sin
padre, hermanos ignorantes de lo que son, matrimonios de conveniencia, etc. Busca el barroquismo y
el enredo sumo con tal de hacer resaltar lo mas posible los derechos de los débiles, la protesta
general contra el egoísmo.
La introspección psicológica y moralizadora necesita, para que tenga un peso escénico, deducirse del
enfrentamiento dramático de los distintos caracteres en medio de situaciones cambiantes. De ahí que la intriga sea un
componente esencial en los argumentos de la Comedia Nueva. La temática general de la Comedia Nueva responde
básicamente a un esquema similar al de la Antigua: el héroe principal se encuentra ante un dilema y para superarlo tiene
una idea (gnwvmh, ejpivnoia, etc.), intenta ponerla en práctica y se opone a diversos antagonistas – que en la Comedia
Antigua eran el coro y una serie de impostores-; la razón del héroe termina por vencer y el premio es la boda. por supuesto,
de este esquema está ahora ausente, no sólo el coro, que ha quedado como mero interludio musical que separa cada acto,
sino también la parábasis,; el intermedio durante el cual la ficción se interrumpe y el poeta, sin máscara, se dirige
directamente al público.
Por otra parte, Menandro incorpora un procedimiento para que los espectadores no se pierdan en el embrollo
escénico. El procedimiento es adaptar un recurso de la tragedia tardía: el prólogo, que casi siempre abre la obra. se trata de
una intervención monologada que está a cargo de una abstracción divinizada, como puede ser la Ignorancia, el Esfuerzo,
etc. Las palabras explicativas de los principales ejes de la acción se pronuncian fuera del tiempo escénico, como ocurría con
la antigua parábasis . Por eso el prólogo de la Comedia Nueva está más cerca de la función comunicativa del poeta al
público. En este nuevo tipo de prólogo quien habla es en realidad el poeta aunque adopte la convención de enmascararse
detrás de una abstracción. Esta puesta en antecedentes del espectador obliga al autor a ser muy cuidadoso en la
construcción técnica de la acción dramática y, como los puntos esenciales resultan así ya conocidos por el público, no queda
otra alternativa que cuidar e intensificar los rasgos psicológicos de los personajes.
La descripción de los caracteres y el análisis psicológico de los personajes debe mucho a la
Tragedia y en particular a la figura de Eurípides y refleja las teorías de Aristóteles y del Perípato. Los
autores de la Comedia Nueva plasman escénicamente estos prototipos éticos que dar origen a títulos
como El desconfiado (Apistos), el adulador (Kólax), el supersticioso (Deisidaímon), el misántropo
(Dyscolos), el misógino (Misogynés), el medroso (Psophodeés), etc, aunque la verdad es que en gran
medida estaban ya esbozados en la Comedia Antigua y en la Media. Lo que ocurre ahora es que se
profundiza en sus rasgos y se terminan por fijar unos perfiles que estarán llamados a pervivir muchos
siglos a través de la comedia latina y, posteriormente, en el teatro europeo.
Sin embargo la caracterización moral que persigue Menandro se pone como único ejemplo de
modelo de comportamiento, capaz de hacer posible y llevadera la vida en sociedad. El modelo que se
propugna con esta matización de los caracteres de los personajes respondería a un ideal social
elevado, consistente en saber conocer los propios defectos y ser tolerante con los de los demás para
intentar así corregirlos. De todas formas, este tipo de moralidad, cuando las circunstancias dóciles son
las de la Atenas de finales del siglo IV a. de C., conduce en la práctica a una especie de guía ética
que, a falta de mayores ilusiones colectivas, permite a la gente saber sobrellevar su destino y
perfeccionarse ellos mismos, ya que no es posible cambiar la sociedad.
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En una palabra, la moralidad de la Comedia Nueva puede parecernos, incluso, más elevada de
la de la Comedia Antigua del siglo V a. de C., como se desprende de la famosa sentencia de
Menandro transmitida por Terencio: Homo sum humani nil a me alienum puto: Soy un hombre, nada
humano me es ajeno".
c.- El eco de Menandro
La popularidad de la Comedia griega helenística y romana fué inmensa y desempeño una
función educativa similar a la de Homero. Por lo que aquí nos interesa, Menandro fue, con mucho, el
autor más preciado, bastante más que por sus contemporáneos. Durante los siglos III y II a. de C.,
la obra de Menandro gozó de una enorme fortuna en el mundo romano y sus comedias se adaptaron
con diverso grado de fidelidad a las necesidades de la escena latina. Títulos de Plauto como Bacchides,
Cistellaria, y Stychus recrean El doble engaño (Dis exaptón), El banquete de las mujeres (Synaristósai) y Los hermanos
(Adelphoi). También parece probable que la Aulularia sea una adaptación del Apistos. Y no menos conocidas son ls
adaptaciones que hizo Terencio de Adelphoi, Andria, Eunuchos y Heautón Timoroúmenos, a partir de los originales de
Menandro.
Posteriormente Menandro influyó decisivamente en el teatro del Renacimiento y de siglos
posteriores, por ejemplo en la comedia clásica francesa, todo ello gracias a que estas adaptaciones
latinas nunca dejaron de ser leídas.
d.- El descubrimiento de Menandro
Hasta el siglo XIX el conocimiento de Menandro no había variado con respecto a épocas
anteriores. Se centraba en la herencia latina y en el estudio más riguroso de las fuentes indirectas
antiguas. Pero la papirología de la época reciente (siglos XIX y XX) nos darán un conocimiento mucho
mayor de su obra. Como principales papiros para el conocimiento de su obra tenemos el Cairensis: En 1905, en Egipto,
Gustav Lefevbre encontró un papiro que más tarde editaría en 1917. Este papiro es sumamemente importante, puesto que
contiene versos de cinco de las comedias de Menandro, en concreto de "La Samia" aparecieron 340 versos.
Con otras comedias de Menandro hemos tenido menos suerte. Otros hallazgos de papiros nos han dado treinta o
cuarenta versos a lo sumo. El otro papiro importante para el conocimiento de la obra de Menandro es el Bodmeriano,
llamado así por encontrarse en la Biblioteca Bodmeriana de Ginebra. En 1959 un filólogo nos proporcionó aproximadamente
10 hojas y un resto de un códice papiráceo del siglo III d. C. Su contenido es el conocimiento completo de una obra de
Menandro, el “Díscolo”.
Mapa del Imperio de Alejandro Magno (323 a. C.)
50
Lectura:
MO. ¡Padre, ¡escúchame!
DEM. ¡No escucharé!
MOS. Ni siquiera si nada
de lo que tú supones
ha sucedido? Pues acabo
de comprender el asunto.
DEM. ¿Qué dices?
MOS. La verdad.
DEM. ¿Y por qué te hace ese favor?
MOS. No hablo por gusto, sino que,
para escapar de una acusación
mayor asumo una pequeña,
en caso de que tú te enteres
con claridad de lo sucedido.
DEM. Pero me matarás
antes de hablar.
MOS. Es de Nicérato y mío. Ocultarlo
hubiera querido.
DEM. ¿Cómo dices?
MOS. Tal como ha sucedido.
DEM. Mira, no te burles de mí.
MOS. Comprobarlo es posible. ¿Qué
ganaría engañándote?
DEM. Nada. Pero alguien la puerta...
(La Samia)
Los temas y argumentos de la comedia nueva pasaron
de Grecia a Roma y de Roma al teatro occidental.
Prueba de ello es la obra Le Misanthrope, de Molière,
estrenada el 4 de Junio de 1666.
****************************************************
51
4. Historiografía
Introducción
La Historia de Heródoto inicia un nuevo género literario en Grecia, la Historiografía. Es la primera obra extensa en
prosa y la principal fuente que expone sistemáticamente la época anterior a las Guerras Médicas y el desarrollo de la
confrontación bélica entre griegos y persas. La aparición de la prosa escrita es tardía en Grecia, tras el florecimiento poético.
La inscripción más antigua en prosa data del s.VI a.C. encontrada en Egipto y escrita por mercenarios griegos.
Como antecedentes de la historiografía podemos citar:
•
•
•
•
•
los w{roi, anales20 o crónicas en los que se anotaban los acontecimientos más
sobresalientes del año, usados por los eruditos de los siglos V y IV a.C. para realizar
crónicas más elaboradas al combinarlos con las leyendas locales.
la novelística popular, surgida en Jonia en el s.VI a.C. en boca de narradores
ambulantes del tipo de los rapsodas; novelas que aparecen en las historias de Heródoto
y en las fábulas de Esopo.
la epopeya, ya que Heródoto se educó en medio de la tradición épica, y además la
Ilíada contenía el mismo tema que él utilizó en su Historia, la lucha de griegos y persas.
la lírica y la tragedia, en menor medida, influyeron en la interpretación religiosa del
acontecer humano que da Heródoto a su Historia.
la logografía jonia es el precedente más directo ya que constituye un movimiento
científico de interés general, pues abarca tres campos de actuación: filosófico, médico e
historiográfico. La prosa se convierte en un instrumento de la razón frente al carácter
más emocional de la poesía. Abarca una serie de relatos (lovgoi) sobre ciudades o
pueblos, compuestos por viajeros griegos que recorrían Oriente y Occidente llevados
por sus deseos de aprender e investigar. Exponen los hechos deducidos de la propia
observación o indagación.
4.1 HERÓDOTO (484-425 a.C.)
a.- La vida de Heródoto
Heródoto nació en Halicarnaso, ciudad doria situada sobre Caria, en la costa sudoccidental de Asia Menor, hacia el
484 a.C. en vísperas de la campaña de Jerjes contra Grecia. Halicarnaso estaba dominada en esa época por una dinastía de
tiranos al servicio del rey de Persia. Solo la victoria de los griegos sobre los persas motivó a sus habitantes para rechazar el
dominio extranjero. El primer intento de derrocar a Ligdamis, tirano de la ciudad, costó la vida al tío de Heródoto, por lo que
su familia salió exiliada hacia la isla de Samos, donde pasó diez años y tomó contacto con el espíritu jonio. Tras la caída de
Ligdamis regresó a su patria.
Los años anteriores al 447 a.C., fecha en que llega a Atenas, los pasó en continuos viajes por Babilonia, Cólquida,
Siria, Macedonia, Libia, Cirene y Egipto, siguiendo la tradición de los logógrafos jonios, con el objetivo de contemplar e
investigar. Su estancia en Atenas fue esencial para su formación como historiador, pues vivió el despertar a la razón de la
sofística. Pero más que esta corriente filosófica influyó en el sentido histórico de su obra el pensamiento tradicional y
conservador de las tragedias de Esquilo y Sófocles.
En 443 a.C. participa en la fundación de Turios, colonia panhelénica en Italia meridional. Su vinculación a esta
colonia fue tan grande que se dejó llamar “natural de Turios”. Su muerte debió ocurrir hacia el 425 a.C.en dicha colonia,
aunque algunas fuentes creen probable que se encontrara en Atenas al inicio de la Guerra del Peloponeso, y tal vez le
sorprendiera allí la muerte antes del regreso a Turios.
20
Crónicas que abarcaban los acontecimientos de un año.
52
b.- Naturaleza y génesis de la obra de Heródoto
Sus Historias fueron divididas arbitrariamente por un gramático posterior en nueve libros, con
los nombres de las nueve musas21. No son un todo homogéneo, sino un mosaico de cosas
yuxtapuestas: descripciones geográficas, novelística procedente de la tradición oral, resultados de su
investigación personal sobre los acontecimientos, etc. Su propósito inicial es contar la historia de
Persia, siguiendo la sucesión de sus reyes desde Ciro hasta Jerjes, y narrar al mismo tiempo las
características de los pueblos que se anexiona Persia durante sus conquistas, hasta llegar a las
Guerras Médicas, entre griegos y persas, como punto final. Pero tras su estancia en Atenas y su conocimiento
del ambiente espiritual respirado en dicha ciudad, profundizó en el análisis de las características de ambos mundos, griego y
persa, y obtuvo como resultado la idea de un pueblo griego que buscaba la libertad, organizado en πολεις y reconociendo
los límites humanos frente a la omnipotencia divina, frente al pueblo persa que, obcecado por la tiranía de sus gobernantes y
deseo de poder, no logró someterlo. Se plantean estas Guerras Médicas como un conflicto entre Asia y Europa.
Los relatos que ocupan la primera mitad de la obra, tras una digresión sobre las causas míticas del conflicto, narran
la expansión del imperio persa comenzando por la conquista de Lidia por Ciro el Viejo y la de Babilonia, tras la cual muere
Ciro. En el libro II tenemos el reinado de Cambises donde se produce la conquista de Egipto y las campañas contra los
etíopes. A Cambises le sucede Dario, y antes de sus campañas contra escitas, libios y tracios, el sometimiento de las
ciudades del Helesponto, y su asalto a Grecia continental con derrota en Maratón, introduce Heródoto una reflexión sobre los
regímenes políticos (monarquía, democracia y oligarquía). Así se completan los seis primeros libros. En el libro VII tenemos
la muerte de Dario y la ascensión de Jerjes al poder. A continuación unas consideraciones sobre ambos pueblos, griego y
persa, donde se exaltan los valores del primero frente al segundo, que da paso a la batalla de las Termópilas. El libro VIII lo
ocupan la batalla de Artemisio, la toma de Atenas y el desastre naval de los persas en Salamina. El noveno y último libro
relata los sucesos hasta los combates de Platea y Micala, donde vencen los griegos tomando la iniciativa.
c.- La ideología de Heródoto
Relación de la ideología de Heródoto con la de otros intelectuales contemporáneos.
La interpretación que hace Heródoto del acontecer histórico es pesimista, trágica. El hombre
no es dueño de su destino. Todo cuanto sucede está regulado y dominado por la divinidad y el azar,
fuerzas ocultas que no se pueden someter a la razón. De todas formas no es dogmático y, al igual
que en las tragedias de Esquilo y Sófocles, se superponen dos componentes en el acontecer histórico,
el divino, que le hace admitir sueños, oráculos y consejos como señales de los sucesos dispuestos
por la divinidad, y el humano, por el que se otorga al hombre la responsabilidad de las decisiones
que determinan el curso de la historia.
Según su pensamiento el hombre no puede elevarse por encima de los límites de poder y
felicidad que tiene asignados, de ahí que la historia de hombres, ciudades y naciones esté gobernada
por la ley del ciclo, según la cual nada permanece siempre en su sitio, sino que cambia,
desarrollándose y sucumbiendo. La divinidad es la encargada de restablecer el orden cuando se pierde
el equilibrio, castigando, tanto por transgredir su voluntad, como por pretender más poder que cada
uno tiene asignado.
El hombre aprende con el sufrimiento las directrices que han de guiar su comportamiento en la vida. Su experiencia
debe servir de lección a los demás, así la derrota del imperio persa es un aviso contra las ideas imperialistas de la
democracia radical ateniense.
Heródoto fue contemporáneo de otros intelectuales entre los que destacan los sofistas, pero los intentos de
descubrir en su obra relaciones con determinados representantes de esta tendencia no han dado resultados seguros. El no
es contrario a la tradición, sino que más bien se pone de su parte, así en el libro III de su Historia, Dario pregunta a los
griegos, que incineran a sus muertos, y a los habitantes de una tribu hindú, que acostumbra devorarlos, a qué precio serian
capaces de practicar las costumbres de los otros, y ambos responden con enérgica repulsa.
d.- El método historiográfico de Heródoto
Utilizando en su obra la observación directa, lo conocido por medio de otros, su opinión y la
indagación, su método es crítico, pero mediatizado por las condiciones de una época primitiva en sus
conceptos religiosos y en su conocimiento del mundo. No hace una crítica profunda sobre las fuentes
21
Las nueve musas son: Calíope (Poesía épica), Clío (Historia), Terpsícore (Poesía ligera y danza), Melpomene (Tragedia), Talía (Comedia),
Polimnia (Poesía lírica), Erato (Elegía), Urania (Astronomía), Euterpe (Música).
53
orales y escritas, pero tampoco las acepta ciegamente. Al dudar sobre la veracidad de algunos
hechos, demuestra escepticismo, y si bien no racionaliza en exceso los datos, tampoco los acepta sin
discusión.
Su mentalidad es sencilla y religiosa: en último término es la voluntad divina la que decide
(fatalismo) y es inútil luchar contra el destino. Heródoto, resumiendo, se mueve en un mundo entre el
mito y la historia, y su mérito consiste en querer introducir su capacidad de comprensión, su razón.
Lectura: Giges se ve obligado a ver desnuda a la mujer de Candaules
Resulta que el tal Candaules estaba enamorado de su mujer y, como enamorado, creía firmemente tener la mujer
más bella del mundo; de modo que, convencido de ello como, entre sus oficiales, Giges, hijo de Dascilo, era su máximo
favorito, Candaules confiaba al tal Giges sus más importantes asuntos y, particularmente, le ponderaba la hermosura de su
mujer. Y, al cabo de no mucho tiempo -pues el destino quería que la desgracia alcanzara a Candaules-, le dijo a Giges lo
siguiente: "Giges, como creo que, pese a mis palabras, no estás convencido de la belleza de mi mujer (porque en realidad
los hombres desconfían más de sus oídos que de sus ojos) prueba a verla desnuda". Giges, entonces, exclamó diciendo:
«Señor, ¿qué insana proposición me haces al sugerirme que vea desnuda a mi señora? Cuando una mujer se despoja de su
túnica, con ella se despoja también de su pudor. Hace tiempo que los hombres conformaron las reglas del decoro, reglas
que debemos observar; una de ellas estriba en que cada cual se atenga a lo suyo. Además, yo estoy convencido de que ella
es la mujer más bella del mundo y te ruego que no me pidas desafueros".
Con estas palabras Giges trataba, claro es, de negarse, por temor a que el asunto le ocasionara algún perjuicio,
pero Candaules le contestó en estos términos-: “Tranquilízate, Giges, y no tengas miedo de mí, pensando que te hago esta
proposición para probarte, ni de mi mujer, por temor a que ella pueda ocasionarte algún daño; pues yo lo dispondré todo de
manera que ella ni siquiera se entere de que tú la has visto. Te apostaré tras la puerta de la alcoba en que dormimos, que
estará entreabierta; y en cuanto yo haya entrado, llegará también mi mujer para acostarse. Junto a la entrada hay un
asiento; en él colocará sus ropas conforme se las vaya quitando y podrás contemplarla con entera libertad. Finalmente,
cuando desde el asiento se dirija a la cama y quedes a su espalda, procura entonces cruzar la puerta sin que te vea.”
En vista de que no podía soslayarlo, Giges accedió a ello. Cuando Candaules consideró que era hora de acostarse,
llevó a Giges al dormitorio y, acto seguido, acudió también su mujer; una vez estuvo dentro, y mientras iba dejando sus
ropas, Giges pudo contemplarla. Y cuando, al dirigirse la mujer hacia el lecho, quedó a su espalda, salió a hurtadillas de la
estancia. La mujer le vio salir, pero, aunque comprendió lo que su marido había hecho, no se puso a gritar por la vergüenza
sufrida ni denotó haberse dado cuenta, con el propósito de vengarse de Candaules, ya que, entre los lidios -como entre casi
todos los bárbaros en general-, ser contemplado desnudo supone una gran vejación hasta para un hombre.
Por el momento, pues, sin ninguna exteriorización, se mostró así de tranquila. Pero en cuanto se hizo de día, alertó
a los servidores que sabía le eran más leales e hizo llamar a Giges. Este, que no pensaba que ella estuviera al tanto de lo
sucedido, acudió a su llamada, pues ya antes solía, cuando la reina lo hacía llamar, presentarse a ella. Y cuando Gíges llegó,
la mujer le dijo lo siguiente: “Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a escoger el que prefieras
seguir: o bien matas a Candaules y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más
demora para evitar que, en lo sucesivo, por seguir todas las órdenes de Candaules, veas lo que no debes. Sí, debe morir
quien ha tramado ese plan, o tú, que me has visto desnuda y has obrado contra las leyes del decoro.” Por un instante, Giges
quedó perplejo ante sus palabras, pero, después, comenzó a suplicarle que no le sumiera en la necesidad de tener que hacer
semejante elección. Sin embargo, como no logró convencerla, sino que se vio realmente enfrentado a la necesidad de matar
a su señor, o de perecer él a manos de otros, optó por conservar la vida. Así que le formuló la siguiente pregunta: “Ya que
me obliga, -dijo- a matar a mi señor contra mi voluntad, de acuerdo, te escucho; dime cómo atentaremos contra él.” Ella,
entonces, le dijo en respuesta: “La acción tendrá efecto en el mismo lugar en que me exhibió desnuda y el atentado se
llevará a cabo cuando duerma.” Después de haber tramado la conspiración, al llegar la noche, Giges (dado que no tenía
libertad de movimiento, ni quedaba otra salida, sino que él o Candaules debía morir) siguió a la mujer al dormitorio. Ella,
después de entregarle un puñal, lo ocultó detrás mismo de la puerta. Y, al cabo, mientras Candaules descansaba, Gíges
salió con sigilo, le dio muerte y se hizo con la mujer y con el reino de los lidios. Precisamente Arquíloco de Paros, que vivió
por esa misma época, mencionó a Giges en un trímetro yámbico.
(Historia 1 5- 1)
e.- La lengua y el estilo de Heródoto
El dialecto utilizado es el jonio, pero en él se pueden encontrar formas épicas, dóricas y áticas
que le confieren un colorido especial. El estilo es simple, sencillo, sin buscar artificios retóricos y
estilísticos. Usa construcciones coordinadas en sus periodos oracionales y una sintaxis poco complicada, lo que le otorga
la viveza propia de la lengua hablada. Su vocabulario también es simple.
Papel importante lo desempeñan los discursos, donde resalta el comportamiento general de los
hombres, trascendiendo lo individual. El diálogo es característico de muchos pasajes. Se acerca a la
épica.
54
4.2 TUCÍDIDES
a.- La vida de Tucídides
Los datos de la biografía de Tucídides, hijo de Oloro, son escasos. Solo sabemos con exactitud
lo que nos ha llegado a través de él mismo: que fue elegido como estratego en 424 a.C., año en que
también fue desterrado de Atenas por no haber acudido a tiempo en auxilio de la ciudad de Anfípolis,
conquistada por el general espartano Brásidas. Su fecha de nacimiento pudo estar en torno al 454 a.C.ya que
debería tener los treinta años para ser nombrado estratego. Los datos sobre su muerte son aún más confusos. Ciertas
fuentes afirman que muere en Atenas, otras que ocurrió en Tracia tras la guerra del Peloponeso. Lo cierto es que antes de
morir regresó a Atenas en el 404 y su tumba se encontraba entre las de la familia de Cimón, hijo de Milcíades, vencedor de
Maratón.
Aristócrata de nacimiento y bien dotado económicamente recibió una educación acorde a su rango y asimiló las
enseñanzas de los movimientos filosóficos y retóricos de su tiempo. No es un historiador casualmente ya que, por tradición
familiar, estaba muy versado en la vida pública. Su niñez y juventud coinciden con la época de mayor esplendor de Atenas.
Seguramente pasó la mayor parte de su exilio en sus posesiones auríferas de Tracia, aunque también pudo realizar viajes
por los escenarios de la guerra. Murió hacia el 400 a.C.
b.- Naturaleza y génesis de la obra de Tucídides
Su Historia está dividida en ocho libros, y su finalidad es contar la Guerra del Peloponeso. Una
síntesis podría ser la siguiente:
•
•
•
•
Libro I. Afirmación de la superior importancia de esta guerra respecto a las anteriores.
Recorrido por la historia primitiva de Grecia. Exposición de su metodología histórica.
Antecedentes de la guerra.
Libros II, III, IV y V. Guerra Arquidámica, que recibe el nombre del rey espartano
Arquidamo. Invasión del Ática por los espartanos en 431 hasta la paz de Nicias. Tregua
y reanudación de la guerra.
Libros VI y VII. Expedición a Sicilia de los atenienses. Desastre ateniense.
Libro VIII. Descripción de la segunda etapa de la guerra, hasta el 411, en que se
interrumpe, quizá porque al autor le sorprendió la muerte antes de terminar la
redacción final.
En los orígenes de esta obra, Tucídides cuenta con los logógrafos jonios y Heródoto como
precedentes en su quehacer histórico, pero las diferencias con ellos son notables. En primer lugar era
insólito escribir una obra de historia contemporánea, pues sus antecesores narraron las glorias del
pasado. En cuanto a las fuentes, Tucídides afirma que describe los acontecimientos vividos por él
mismo o tras haber examinado con cuidado sus informaciones. Por último, Tucídides excluye lo divino
del curso de los acontecimientos, pues el motor de la historia no es la “envidia” de los dioses, sino la
lógica interna de los hechos de los hombres.
Dentro de los hechos presentes que pretende narrar destacan los políticos y militares, pues excluye de su narración
toda manifestación sobre la vida intelectual y artística de Atenas.
c.- La ideología de Tucídides
Tucídides y el imperialismo ateniense. Relación de la ideología de Tucídides con la de otros
intelectuales contemporáneos, en particular los sofistas.
A diferencia de Heródoto, cuya concepción de la historia es eminentemente religiosa, Tucídides
explica los hechos desde un punto de vista humano. Para él la fuerza motriz de la historia es la
inteligencia (gnwvmh) cuyas decisiones están determinadas por cuestiones políticas, económicas y
militares, manteniéndose al margen de las normas religiosas. Junto a ella esta la fortuna (tuvch),
considerada no como potencia divina, sino como lo imprevisible que surge en el acontecer histórico.
55
Tucídides considera elemento constante del proceso histórico a la naturaleza humana. Se caracteriza por su
aspiración a la libertad. Estos deseos, elevados a un nivel general, se manifiestan en el odio del pueblo sometido hacia su
opresor; en la ambición de poder; en la imposición de la ley del más fuerte sobre el débil, para el que de nada sirven las
apelaciones a la justicia, ya que por encima de todo se imponen razones de conveniencia y utilidad; en la envidia del éxito,
etc.
La inteligencia, pues, rige los destinos de los pueblos y actúa por móviles no sometidos a la
moral y la religión, pero eso no implica que todas las decisiones humanas procedan de un
razonamiento equilibrado, sino que a veces actúan el apasionamiento, la imprudencia o la
precipitación.
El pensamiento del historiador coincide con el modo de actuación política de Pericles, a quién
considera idóneo para realizar la guerra, mantener el imperio ateniense y buscar el bien de la ciudad.
Este equilibrio no fueron capaces de mantenerlo sus sucesores, a los cuales critica violentamente, y
tras su fracaso político y militar, Tucídides elogió el nuevo régimen moderado que se estableció en
Atenas en 411 a.C.
Pero la crítica de Tucídides no solo se dirige contra la actuación ateniense, sino que se extiende también a los
excesos cometidos por los espartanos. Y es que en este autor se constata aún la línea de la antigua tradición, en la que se
resaltaban los valores morales como el amor a la patria, a la justicia, al bien común, etc. A pesar del egoísmo y la envidia del
ser humano se puede conseguir un mundo mejor.
Lectura: La guerra es una maestra de actitudes violentas
Recayeron sobre las ciudades con motivo de las revueltas muchas y graves calamidades, como las que se suceden y
sucederán siempre, mientras la naturaleza humana siga siendo la misma, con violencia mayor o menor y cambiando de
aspecto de acuerdo con las alteraciones que se presenten en cada circunstancia.
En efecto, en tiempos de paz y en situación de prosperidad, tanto las ciudades como los individuos tienen mejores
disposiciones de ánimo, porque no deben hacer frente a necesidades ineluctables. En cambio, la guerra, al eliminar las
facilidades de la vida cotidiana, es una maestra de modales violentos y modela el comportamiento de la mayoría de los
hombres en consonancia con la situación del momento. Por consiguiente, la situación en las ciudades era de guerra civil; y
aquellas en las que tardaba en prenderse, fuera donde fuera (como ya tenían conocimiento de lo que pasaba), llevaban
mucho más lejos la búsqueda de nuevos expedientes y recurrían a iniciativas de una ingeniosidad extraordinaria y a
represalias inauditas. Se modificó, incluso, en relación con los hechos, el significado habitual de las palabras, con tal de dar
una justificación: la audacia irreflexiva pasaba por ser valiente lealtad al partido; una prudente cautela, cobardía
enmascarada; la moderación, disfraz de cobardía; la inteligencia para comprender cualquier problema, una completa inercia.
La precipitación impulsiva se contaba como cualidad viril; la circunspección al deliberar, como un pretexto para sustraerse a
la acción. Los descontentos siempre eran considerados dignos de crédito, y quienes se les oponían aparecían como
sospechosos. Quien tenía éxito en tramar alguna intriga era un inteligente; y aún más agudo quien la sospechaba.
En cambio, quien tomaba precauciones a fin de no tener necesidad de tales manejos, era considerado un elemento
subversivo para su grupo, atemorizado por los enemigos. En suma, quien tomaba la iniciativa en llevar a cabo cualquier
fechoría era elogiado, así como quien incitaba al mal a alguien que no pensaba en ello.
Y en realidad, los lazos de sangre pasaron a ser menos sólidos que los de partido, pues en el ámbito de éste se
estaba más dispuesto a ser osado sin reserva alguna. En efecto, tales asociaciones no estaban constituidas de acuerdo con
las leyes vigentes con vistas al bien común, sino que las violaban debido a la ambición de poder. Las garantías de fidelidad
recíproca se confirmaban no tanto por las leyes divinas como por la cómplice violación de las leyes. Las buenas propuestas
de los adversarios se aceptaban con precaución realista, cuando se estaba en situación ventajosa, pero no con espíritu
generoso. El tomar venganza uno a su vez contra alguien se estimaba más que no haber sufrido ofensa inicial alguna. Y si
en alguna ocasión se prestaba juramento a propósito de una tregua, tenía validez sólo momentáneamente, en tanto que se
había prestado ante una situación apurada, y carecían de cualquier otro apoyo. Y cuando se presentaba la ocasión propicia,
el primero en recobrar ánimos, al ver a la otra parte indefensa, obtenía mayor placer de tomar venganza violando su
compromiso que si lo hiciera abiertamente. Calculaba a la vez no sólo la seguridad, sino además la gloria que su inteligencia
conseguía, por añadidura, en caso de triunfar gracias a su astucia. En efecto, la mayoría de los hombres prefieren que se
les llame hábiles, siendo no más que unos canallas, a que se les considere necios siendo honestos: de esto se avergüenzan,
de lo otro se enorgullecen.
La causa de todo esto fue la ambición de poder y de gloria; y de ellos se derivan, una vez que la rivalidad
comienza, las fuertes pasiones. En efecto, los jefes de los partidos de las distintas ciudades, utilizando de uno y otro bando
hermosas palabras (según sus preferencias por la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley o por la sabiduría de la
aristocracia), y pretendiendo de palabra servir al interés público hacían de él botín de sus luchas. Y en sus luchas por
prevalecer con cualquier medio sobre su respectivo enemigo osaron las más terribles acciones, persiguiendo venganzas aún
más crueles, ya que no las ejecutaban dentro de los límites de la justicia y del interés público, sino que las fijaban según el
capricho que en cada ocasión tenían en uno u otro bando. Fuera por una condena injusta, fuera por apoderarse del poder a
la fuerza, siempre estaban listos para saciar su afán de pelea.
En consecuencia, ni los otros observaban una conducta respetuosa con la piedad, sino que, gracias a las bellas
palabras, aquel a quien correspondía ejecutar una empresa alentada por la envidia, era quien más fama obtenía. Respecto a
56
los ciudadanos que ocupaban una posición intermedia, perecían a manos de una y otra facción: bien porque no participaban
en sus luchas, bien por envidia de que pudieran sobrevivir.
Fue así como a causa de las guerras civiles, la depravación bajo todas sus formas se expandió por el mundo griego;
y la sencillez, de la que tanto participa la nobleza de sentimientos, desapareció en medio del escarnio, mientras que pasaron
a un primer plano los antagonismos y los sentimientos desconfiados. Efectivamente, no existía ningún medio de pacificación,
dado que ninguna palabra era segura, ni ningún juramento inspiraba temor. Los que estaban en posición de superioridad, se
preocupaban más de no sufrir daños a manos de otros que de poder confiar en nadie. Por lo general eran los hombres de
más mediocre inteligencia los que solían salir favorecidos: habituados, en efecto, a temer su propia cortedad y la inteligencia
de los adversarios (ante el miedo de ser derrotados en el campo de las palabras, y les aventajara la versatilidad de espíritu
para tramar intrigas de sus adversarios) pasaban audazmente a la acción. En cambio, los otros, contando despectivamente
con poder prever las cosas y con no tener necesidad de procurar con la acción lo que podían conseguir con su inteligencia,
perecían en su mayor parte indefensos.
(Guerra del Peloponeso III 82-3)
Con respecto a su relación con los sofistas hay que decir que estuvo influido por ellos en su aplicación de la crítica
racional al análisis del mundo que le rodea. Pretende hacer con su historia verdadera ciencia, algo que dure siempre y no
solo compuesto para deleitar los oídos de unos cuantos. Comparte con los sofistas un escepticismo crítico en relación a aquel
amor a la tradición y a las creencias de Heródoto, que tanto difiere de la realidad, y que configuró su pensamiento
pragmático de la historia.
d.- El método historiográfico de Tucídides
Los discursos en la obra de Tucídides
El propósito de Tucídides de exponer la estricta verdad de lo que ocurrió, hizo que los métodos
empleados en su investigación difieran de los utilizados por Heródoto. Tucídides contó con la ventaja
de relatar hechos contemporáneos y de poder manejar mayor número de fuentes que Heródoto, pero
incluso cuando se remonta al pasado aplica una crítica racional que asegure la verdad de lo que
afirma. Este criterio de verosimilitud, basado en la idea de progreso económico y militar de las
ciudades, es el que le lleva a afirmar la superioridad del presente sobre el pasado, y a considerar más
importante la guerra del Peloponeso que la legendaria guerra de Troya.
Él realiza una exhaustiva búsqueda de datos para que los hechos narrados sean objetivos e
inserta en su obra solo aquellos que superan su examen crítico. Pero profundiza aún más y, partiendo
de sucesos particulares, pretende extraer las interioridades que subyacen en cada uno de ellos,
elevándolas a la categoría de principios generales, para que las posteriores generaciones actúen
conforme a ellos en situaciones semejantes.
Lectura: El método historiográfico
Muchas otras cosas, incluso de hoy día, y que por tanto no se han podido olvidar porque haya pasado tiempo, las
creen equivocadamente los demás griegos...
Sin embargo, no se equivocaría el que creyera, a partir de los indicios expuestos, que las cosas fueron más o menos
tal como he contado, y no diera crédito ni a lo que han contado los poetas acerca de ellas, que las han embellecido
exagerándolas, ni a cómo las compusieron los logógrafos22 que buscaban más agradar a la audiencia que la auténtica
verdad. Son hechos inverificables y que en su mayoría han sido trasladados de manera inverosímil al terreno de la fábula a
causa del largo tiempo transcurrido; no se equivocaría, en cambio, si pensara que han sido investigadas por mi de un modo
muy satisfactorio para ser tan antiguas a partir de los indicios más claros.
Y esta guerra de ahora, a pesar de que los hombres siempre consideran la más importante aquella en la que
luchan, y una vez que la concluyen vuelven a admirar más las antiguas, mostrará a quienes examinen el asunto a partir de
los hechos reales que ha sido, con todo, mayor que aquéllas.
Por cuanto concierne a los discursos que unos y otros pronunciaron, sea antes de la guerra, sea estando ya en ella,
resultaba imposible rememorar la exactitud de lo que se dijo, tanto a mí de lo que yo mismo oí, como a quienes me
suministraban informaciones de cualquier otra parte. Y según a mí me parecía que cada cual habría expuesto lo más
apropiado en cada situación, así lo he narrado, ateniéndome lo más estrictamente posible al espíritu general de lo que
verdaderamente se dijo. Y en cuanto a los hechos que tuvieron lugar durante la guerra, estimé que no debía escribir sobre
ellos informándome por un cualquiera, ni según a mí me parecía, sino que he relatado hechos en los que yo mismo estuve
presente o sobre los que me informé de otras personas, con el mayor rigor posible sobre cada uno de ellos. Muy laboriosa
22
Primitivos historiadores.
57
fue la investigación, porque los testigos presenciales de cada uno de los sucesos no siempre narraban lo mismo acerca de
idénticas acciones, sino conforme a las simpatías por unos o por otros, o conforme a su memoria. Para ser oída en público,
la ausencia de leyendas tal vez la hará parecer poco atractiva, mas me bastará que juzguen útil mi obra cuantos deseen
saber fielmente lo que ha ocurrido, y lo que en el futuro haya de ser similar o parecido, de acuerdo con la naturaleza
humana; constituye una conquista para siempre, antes que una obra de concurso para un auditorio circunstancial.
(Guerra del Peloponeso 1 20-2)
Tucídides planifica los acontecimientos de acuerdo con un riguroso ordenamiento cronológico por años, dejando el
sistema tradicional basado en el nombre del funcionario epónimo de los contendientes.
En su obra abundan los discursos puestos en boca de los personajes que intervienen, los
cuales cumplen una doble función: tratan de expresar la verdad política, es decir, los móviles que
mueven a los distintos personajes, y también sirven para la dramatización de su relato. Pero además
sirven al autor para introducir sus propias ideas, con lo que se pone en tela de juicio su objetividad.
Su cometido se manifiesta sobre todo en aquellos que, siendo contrapuestos, exponen las
motivaciones de ambos contendientes.
Lectura: Discurso fúnebre por los atenienses caídos en la guerra. Elogio de Atenas
Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos
un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia. En
lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo, mientras que en la
elección de los cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito personal, conforme al prestigio de que goza
cada ciudadano en su actividad; y tampoco nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su
condición social si está en condiciones de prestar un servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el Estado vivimos como
ciudadanos libres y, del mismo modo, en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos
irritación contra nuestro vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen un
perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso
temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el
gobierno y a las leyes, y principalmente a las que están establecidas ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin
estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida.
Por otra parte, como alivio de nuestras fatigas, hemos procurado a nuestro espíritu muchísimos esparcimientos.
Tenemos juegos y fiestas durante todo el año, y casas privadas con espléndidas instalaciones, cuyo goce cotidiano aleja la
tristeza. Y gracias a la importancia de nuestra ciudad todo tipo de productos de toda la Tierra son importados, con lo que el
disfrute con que gozamos de nuestros propios productos no nos resulta más familiar que el obtenido con los de otros
pueblos.
En el sistema de prepararnos para la guerra también nos distinguimos de nuestros adversarios en estos aspectos:
nuestra ciudad está abierta a todo el mundo, y en ningún caso recurrimos a las expulsiones de extranjeros para impedir que
se llegue a una información u observación de algo que, de no mantenerse en secreto, podría resultar útil al enemigo que lo
descubriera. Esto porque no confiamos tanto en los preparativos y estratagemas como en el valor que sale de nosotros
mismos en el momento de entrar en acción. Y en lo que se refiere a los métodos de educación, mientras que ellos, desde
muy jóvenes, tratan de alcanzar la fortaleza viril mediante un penoso entrenamiento, nosotros, a pesar de nuestro estilo de
vida más relajado, no nos enfrentamos con menos valor a peligros equivalentes. He aquí una prueba: los lacedemonios no
emprenden sus expediciones contra nuestro territorio sólo con sus propias fuerzas, sino con todos sus aliados; nosotros, en
cambio, marchamos solos contra el país de otros y, a pesar de combatir en tierra extranjera contra gentes que luchan por su
patria, de ordinario nos imponemos sin dificultad. Ningún enemigo se ha encontrado todavía con todas nuestras fuerzas
unidas, por coincidir nuestra dedicación a la flota con el envío por tierra de nuestras tropas en numerosas misiones; ellos, sin
embargo, si llegan a trabar combate con una parte, en caso de conseguir superar a algunos de los nuestros, se jactan de
habernos rechazado a todos, y, si son vencidos, que han sido derrotados por el conjunto de nuestras fuerzas. Pero, en
definitiva, si nosotros estamos dispuestos a afrontar los peligros con despreocupación más que con penoso adiestramiento, y
con un valor que no procede tanto de las leyes como de la propia naturaleza, obtenemos un resultado favorable: nosotros no
nos afligimos antes de tiempo por las penalidades futuras y, llegado el momento, no nos mostramos menos audaces que los
que andan continuamente atormentándose; y nuestra ciudad es digna de admiración en estos y en otros aspectos. Amamos
la belleza con sencillez y el saber sin relajación. Nos servimos de la riqueza más como oportunidad para la acción que como
pretexto para la vanagloria, y entre nosotros no es un motivo de vergüenza para nadie reconocer su pobreza, sino que lo es
más bien no hacer nada por evitarla. Las mismas personas pueden dedicar a la vez su atención a sus asuntos particulares y
a los públicos, y gentes que se dedican a diferentes actividades tienen suficiente criterio respecto a los asuntos públicos.
Somos, en efecto, los únicos que a quien no toma parte en estos asuntos lo consideramos no un despreocupado, sino un
inútil; y nosotros en persona cuando menos damos nuestro juicio sobre los asuntos, o los estudiamos puntualmente, porque,
en nuestra opinión, no son las palabras lo que supone un perjuicio para la acción, sino el no informarse por medio de la
palabra antes de proceder a lo necesario mediante la acción. También nos distinguimos en cuanto a que somos
extraordinariamente audaces a la vez que hacemos nuestros cálculos sobre las acciones que vamos a emprender, mientras
que a los otros la ignorancia les da coraje, y el cálculo, indecisión. Y es justo que sean considerados los más fuertes de
58
espíritu quienes, aun conociendo perfectamente las penalidades y los placeres, no por esto se apartan de los peligros.
También en lo relativo a la generosidad somos distintos de la mayoría, pues nos ganamos los amigos no recibiendo favores,
sino haciéndolos. Y quien ha hecho el favor está en mejores condiciones para conservar vivo, mediante muestras de
benevolencia hacia aquel a quien concedió el favor, el agradecimiento que se le debe. El que lo debe, en cambio, se muestra
más apagado, porque sabe que devuelve el favor no con miras a un agradecimiento sino para pagar una deuda. Somos los
únicos, además, que prestamos nuestra ayuda confiadamente, no tanto por efectuar un cálculo de la conveniencia como por
la confianza que nace de la libertad.
Resumiendo, afirmo que nuestra ciudad es, en su conjunto, un ejemplo para Grecia, y que cada uno de nuestros
ciudadanos individualmente puede, en mi opinión, hacer gala de una personalidad suficientemente capacitada para dedicarse
a las más diversas formas de actividad con una gracia y habilidad extraordinarias. Y que esto no es alarde de palabras
inspirado por el momento, sino la verdad de los hechos, lo indica el mismo poder de la ciudad, poder que hemos obtenido
gracias a estas particularidades que he mencionado. Porque, entre las ciudades actuales, nuestra es la única que, puesta a
prueba, se muestra superior a su fama, y la única que no suscita indignación en el enemigo que la ataca, cuando éste
considera las cualidades de quienes son causa de sus males, ni, en sus súbditos, el reproche de ser gobernados por hombres
indignos. Y dado que mostramos nuestro poder con pruebas importantes, y sin que nos falten los testigos, seremos
admirados por nuestros contemporáneos y por las generaciones futuras, y no tendremos ninguna necesidad de un Homero
que nos haga el elogio ni de ningún poeta que deleite de momento con sus versos, aunque la verdad de los hechos destruya
sus suposiciones sobre los mismos; nos bastará con haber obligado a todo el mar y a toda la Tierra a ser accesibles a
nuestra audacia, y con haber dejado por todas partes monumentos eternos en recuerdo de males y bienes. Tal es, pues, la
ciudad por la que estos hombres han luchado y han muerto, oponiéndose noblemente a que les fuera arrebatada, y es
natural que todos los que quedamos estemos dispuestos a sufrir por ella.
(Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, II 37-41, traducción de J. J. Torres, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid,
1990). Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/historia/textos/antigua/grecia2.shtml#grecia6
e.- La lengua y el estilo de Tucídides
Formalmente su estilo es conciso y directo, de gran intensidad de ideas, lo que dificulta su
comprensión y sobre todo su traducción cuidada. Es el creador de la prosa ática, el que la elevó a
categoría literaria, pero en su lengua aún quedan huellas de la influencia de la prosa jonia,
especialmente de los logógrafos y Heródoto. A causa de su largo destierro su prosa ática es un tanto arcaica y
algunos de sus rasgos son:
•
•
•
•
abuso de expresiones nominales
frecuencia de nombres abstractos
substantivación de participios, adjetivos e infinitivos
acumulación de participios, etc.
En cuanto al estilo, se pueden observar diferencias entre las partes narrativas, donde resalta la expresión simple,
sencilla y precisa, y aquellas otras, especialmente los discursos, en las que concentra su pensamiento político, donde el
lenguaje es denso, con expresiones oscuras difíciles de comprender.
En su narración contrastan los periodos largos, a veces seleccionados por oraciones parentéticas, con otras frases
inesperadamente cortas que , por su densidad, contribuyen a dificultar la comprensión del texto.
El Imperio ateniense antes del comienzo de la guerra del Peloponeso
59
4.3 JENOFONTE
a.- La vida de Jenofonte
Hijo de Grilo, del demo ateniense de Erquia, de familia acomodada, Jenofonte nació en Atenas hacia el 430 a.C.
Como otros jóvenes acaudalados practicó la equitación. En el año 401 se dejó convencer por su amigo Proxeno y se alistó en
la expedición de Ciro el Joven, que pretendía derrocar del trono a su hermano Artajerjes II. Tras la batalla de Cunaxa, la
difícil situación del continente griego y la retirada a través de Armenia hacia el Mar Negro, Jenofonte se decidió a escribir su
mejor obra, la Anábasis. Más adelante, junto a Argesilao, que estaba al frente de las tropas espartanas, participó en la
batalla de Coronea, poniéndose en contra de sus compatriotas atenienses, lo cual le ocasionó el destierro de Atenas, hecho
que no le afectó demasiado, pues los espartanos le distinguieron primero con la proxenía (honores concedidos a un huésped
extranjero) y más tarde con una finca en Escilunte, cerca de Olimpia. En un pasaje de la Anábasis describe esta hacienda,
donde pasó los mejores años de su vida, y cómo en ella pudo cultivar su alma campesina y guerrera, al tiempo que practicar
la caza y la escritura.
La quietud de Esquilunte terminó en 370 a.C., cuando los eleos, enemistados con Esparta, se apoderaron de la
localidad después de la batalla de Leuctra. Jenofonte huyó entonces a Corinto, donde pasó los últimos años de su vida. Poco
después de esta última batalla, bajo la creciente presión de Tebas, se produjo un acercamiento entre Atenas y Esparta, lo
que ocasionó el levantamiento del destierro a Jenofonte, pero no sabemos si hizo uso o no de la posibilidad de volver a su
patria. Lo que sí es cierto es que permitió a sus dos hijos servir en la caballería ateniense, y uno de ellos, Grilo, cayó en
Mantinea.
Jenofonte murió hacia el 354 a.C. algunos años antes que sus compatriotas Platón e Isócrates, con los que
compartió el afán pedagógico, la preocupación política y la no intervención activa en los asuntos de la ciudad.
b.- La obra de Jenofonte
Escritos históricos. Escritos socráticos. Otros escritos de Jenofonte.
Podemos ordenar la obra de Jenofonte en tres apartados : históricas, socráticas y didácticas,
sin que esta división tenga otra pretensión que clasificarlas en tres grupos.
Obras históricas son: las Helénicas, la Anábasis y el Agesilao.
Obras socráticas: Memorables, el Banquete y la Apología de Sócrates.
Obras didácticas: la Ciropedia, Hierón, el Estado de los lacedemonios, los Ingresos, El
Hipárquico, Sobre la Equitación, el Cinegético, el Económico, etc.
Las Helénicas narra en siete libros la historia griega desde el 411 hasta el 362 a.C. En ella
pretende continuar la obra de Tucídides, pero el resultado es muy desigual y da la sensación de una
obra hecha por etapas, siendo su valor literario muy distante al conseguido por Tucídides, aunque
algunos críticos han elogiado sobre todo sus dos primeros libros. Jenofonte expone una serie de
causas quedándose en la superficie de las cosas, mientras que Tucídides ahonda en sus orígenes.
La Anábasis es un admirable relato sobre sus aventuras como participante en la expedición de
mercenarios griegos para ayudar a Ciro el Joven, cuando aspiraba al trono que ocupaba su hermano
Artajerjes. Abundan los pormenores geográficos y etnográficos, así como el detalle de las cuestiones
militares, todo ello escrito con gran naturalidad a través de sus propias experiencias. En cuanto a su
datación, debemos situar la obra en el 380 a.C. si creemos que Isócrates en su Panegírico la utilizó.
Lectura: A punto de entrar en batalla
Una vez que los estrategos habían sido detenidos y que los capitanes y los soldados que les acompañaban habían
sido ejecutados, en gran apuro se encontraban los griegos, creyendo que estaban a las puertas del Rey rodeados por todas
partes de muchas tribus y ciudades enemigas y que ya nadie iba a ofrecerles mercado. Además distaban de Grecia no menos
de diez mil estadios y ningún guía tenían para el viaje. Ríos infranqueables se interponían en el camino de regreso a la
patria. Y los bárbaros que Ciro trajo consigo los habían traicionado. Se habían quedado solos, sin tener siquiera un jinete
aliado, de manera que estaba bien claro que, vencedores, a nadie matarían y, derrotados, ninguno de ellos sobreviviría. Con
estas consideraciones y estando desanimados, sólo unos pocos al atardecer probaron la comida, y algunos encendieron
fuego, y la mayoría no acudieron al campamento aquella noche. Cada cual se acostaba donde buenamente le cogía la noche,
no pudiendo dormir de aflicción, de nostalgia de su patria, de sus padres, de sus esposas, de sus hijos, a los que creían que
no iba a volver a ver. Con esta disposición de ánimo descansaban todos.
Había en el ejército un ateniense, Jenofonte, que los acompañaba no como estratego, ni como capitán ni como
soldado, sino que Próxeno, que era su amigo desde antiguo, lo había animado a dejar su patria. Y le había prometido que, si
iba, le procuraría la amistad de Ciro, cosa que él tenía para sí mismo en mayor estima que su propia patria. En efecto,
Jenofonte, después de leer la carta, consultó con Sócrates de Atenas a propósito del viaje. Y Sócrates -temiendo que la
60
ciudad le pudiera reprochar a Jenofonte el convertirse en amigo de Ciro, puesto que, al parecer, Ciro había colaborado
resueltamente con los lacedemonios en la guerra contra Atenas- aconseja a Jenofonte ir a Delfos a consultar al dios a
propósito del viaje. Fue Jenofonte y preguntó a Apolo a qué dios debía ofrecer sacrificios y plegarias para realizar, de la
manera más provechosa y en óptimas condiciones, el viaje que tenía en proyecto y para volver sano, después de haber
triunfado en su misión. Y le indicó Apolo los dioses a los que debía ofrecer sacrificios. Y una vez que regresó, contó a
Sócrates el oráculo. Y éste, después de escucharlo, le censuró que no hubiese preguntado en primer lugar si era mejor para
él, emprender el viaje o quedarse, sino que, habiendo decidido personalmente que debía ir, se limitara a informarse sobre la
manera más provechosa de realizar el viaje. Sin embargo, dijo, ya que has preguntado en estos términos, conviene que
hagas cuanto el dios te ha ordenado. Jenofonte, después de haber ofrecido así los sacrificios a los dioses indicados por
Apolo, se hizo a la mar, y se encontró en Sardes con Próxeno y Ciro, que estaban a punto ya de partir, y entabló relaciones
con Ciro. Y mientras Próxeno lo animaba a quedarse, también Ciro se sumaba a este deseo y le dijo que, tan pronto como
terminara la expedición, de inmediato lo devolvería a su país. Se decía que la expedición era contra los písidas. Tomaba
parte en esta expedición militar, engañado de este modo -no por Próxeno, pues él no sabía que el ataque fuera contra el
Rey, ni tampoco ningún otro griego, a excepción de Clearco. Sin embargo, cuando llegaron a Cilicia, parecía ya claro para
todos que la expedición era contra el Rey. Pero ya entonces, temiendo las dificultades del camino y contra su voluntad, la
mayoría lo siguieron por respeto a Ciro y a los demás. Entre éstos se encontraba también Jenofonte.
A causa de las dificultades existentes, compartía la aflicción de los demás y no podía dormir. Sin embargo, durante
un momento en el que consiguió dormir, tuvo un sueño. Le pareció que descargaba una tormenta y que un rayo caía en la
casa de su padre y que, por esta causa, resplandecía toda. Muy asustado, se despertó de inmediato y, por una parte,
juzgaba el sueño favorable, porque en medio de fatigas y peligros creyó ver una gran luz procedente de Zeus. Pero si
consideraba que el sueño procedía de Zeus como Rey, el fuego que brillaba alrededor suyo temía que significara la
imposibilidad de salir del territorio del Rey porque muchos obstáculos lo impedirían. Cuál es el significado de un sueño tal, es
posible conocerlo por lo que sucedió después del sueño. Y ocurrió lo siguiente. Tan pronto como despertó, se le ocurrió en
primer lugar esta idea: «¿Por qué estoy acostado? La noche avanza. Y con el día es lógico que los enemigos vengan. Si
caemos en manos del Rey, ¿qué impedirá que nosotros, después de haber visto todo lo más penoso, después de haber
sufrido todo lo más terrible, muramos ignominiosamente? Mas, de cómo nos defenderemos, nadie se prepara ni se
preocupa, sino que continuamos acostados, como si pudiéramos permanecer inactivos. Por consiguiente, respecto a mí, ¿de
qué ciudad espero que acuda el estratego que hará lo necesario?, ¿a qué edad espero llegar? Porque yo, al menos, ya no
llegaré a viejo, si hoy me entrego al enemigo». A continuación se levanta y convoca primero a los capitanes de Próxeno.
Cuando estuvieron reunidos, dijo: «Yo, capitanes, no puedo dormir, ni creo que tampoco vosotros, ni puedo seguir acostado
a la vista de la situación en la que nos encontramos. Porque es evidente que los enemigos no nos han declarado la guerra
antes de haber juzgado que sus preparativos estaban bien dispuestos, mientras que ninguno de nosotros se preocupa de
cómo luchar con las máximas garantías de éxito Y, ciertamente, si cedemos y caemos en manos del Rey, ¿qué pensamos
que nos ocurrirá? Una persona que, a su hermano, nacido de la misma madre, incluso después de muerto, le cortó la cabeza
y la mano y las clavó en una cruz. Y nosotros, que no tenemos ningún protector, que combatimos contra él con la intención
de convertirle de Rey en esclavo y matarle si pudiéramos ¿qué pensamos que nos ocurriría? ¿No lo intentaría todo, a fin de,
tras habernos inferido los mayores ultrajes, infundir miedo a todos los hombres para que nunca emprendieran una
expedición militar contra él? Pues bien, para no caer en sus manos hay que intentarlo todo. Yo, en efecto, mientras se
mantenía la tregua, nunca cesaba de compadecernos y de felicitar al Rey y a los suyos, al contemplar la inmensidad y
calidad de su tierra, sus abundantes recursos, la cantidad de servidores, de ganado, de oro y de vestidos. Sin embargo,
cuando pensaba en la situación de los soldados, faltos de todos estos bienes a no ser que los compraran, y sabía que pocos
contábamos con medios para ello, y que los juramentos nos impedían obtener los víveres de otro modo que no fuera
comprándolos, tenía más miedo en aquellas ocasiones, reflexionando sobre estas cosas, que ahora tengo a la guerra. Pero
ya que aquéllos han roto la tregua me parece que se ha terminado también su abuso y nuestras dificultades. Porque estos
bienes se hallan ya en medio, como premios, para los que de entre nosotros sean más valientes. Y son árbitros del certamen
los dioses, que, como es natural, estarán a nuestro lado. Pues ésos han perjurado contra ellos. En cambio, nosotros, a pesar
de ver bienes en abundancia, nos absteníamos de ellos con firmeza, por fidelidad a los juramentos a los dioses. De manera
que, a mi entender, nos es lícito ir al combate con mucha más confianza que aquéllos. Además, tenemos cuerpos más aptos
que los suyos para soportar fríos, calores y fatigas. Y contamos también con mejor disposición de espíritu, con ayuda de los
dioses. Los enemigos, además, son más vulnerables y fáciles de matar que nosotros, si los dioses, como hasta ahora, nos
conceden la victoria. Pero posiblemente también otros se hacen las mismas reflexiones. ¡Por los dioses!, no debemos esperar
a que vengan otros a invitarnos a gestas hermosísimas, sino empecemos nosotros a incitar también a los demás al valor.
Demostrad que sois los mejores capitanes y más dignos de ser estrategos que los propios estrategos. Y yo, si queréis
emprender esta iniciativa, estoy dispuesto a seguiros. Pero si me ordenáis que os guíe, de ninguna manera pongo como
pretexto la edad, sino que incluso considero que estoy plenitud de condiciones para apartar los peligros que acechen».
(Jenofonte, Anábasis de los Diez Mil, III 1-25, traducción de R. Bach, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1991). Disponible
en: http://www.cervantesvirtual.com/historia/textos/antigua/grecia4.shtml
61
Lectura: La difícil retirada del ejército Griego
Desde allí recorrieron, a través de una llanura cubierta de mucha nieve, en tres etapas, cinco parasangas. La
tercera fue difícil: soplaba de frente un viento que helaba a los hombres [...].Los ojos estaban protegidos de la nieve, si se
avanzaba con algo negro puesto delante de ellos, y los pies, moviéndose sin estar nunca quietos, y descalzándose por la
noche [...]. Por tanto, debido a tales penalidades, algunos soldados quedaban rezagados. Al ver un espacio negro porque
había desaparecido allí la nieve, imaginaron que se había fundido. Y se había fundido a causa de una fuente que estaba
cerca humeando en el valle”.(...)
Algunos de los que se habían alejado del campamento decían que habían visto por la noche resplandecer muchas
hogueras. Entonces los estrategos pensaron que no era seguro acampar dispersos, sino que debían reunir de nuevo al
ejército. Así lo hicieron. Y pareció que el cielo se despejaba. Mientras ellos pasaban la noche aquí, cayó una inmensa nevada
que cubrió el campamento y los hombres tendidos en el suelo. La nieve trababa las patas de los animales de carga. Daba
mucha pereza levantarse, pues mientras estaban echados, la nieve caída les proporcionaba calor, en tanto no se deslizaba
de sus cuerpos. Con todo, Jenofonte tuvo la osadía de levantarse desnudo y ponerse a partir leña. Rápidamente se levantó
un soldado y luego otro que lo relevó en la tarea. A continuación se levantaron otros, encendieron fuego y se ungieron. Pues
había aquí muchos ungüentos, que utilizaban en vez de aceite de oliva: manteca de cerdo, aceite de sésamo y aceite de
almendras amargas y de terebinto. Encontraron también perfumes extraídos de estas mismas materias”.
(Anábasis V, Lib. IV)
Su Agesilao es un encomio (alabanza) dedicado al rey espartano al que tan profundamente admiró, elaborado con
el material que había usado en las Helénicas, en donde revela un fuerte retoricismo frente a su obra historiográfica.
Jenofonte en su juventud había sido impresionado por la personalidad de Sócrates, aunque no se puede decir que
fuera un discípulo suyo en sentido estricto y en su memoria escribió:
Las Memorables, que es una sucesión de episodios y diálogos socráticos, en los que Jenofonte mezcla sus propios
recuerdos personales con datos sacados de los escritos socráticos de otros. Aquí aparece su tendencia didáctica a tratar las
cosas con una moral práctica sin cuidar demasiado la profundidad de pensamiento.
La Apología de Sócrates, obra de baja calidad que completa los datos platónicos sobre el maestro
El Banquete presenta a Sócrates hablando sobre distintos aspectos de la conducta humana, uno de ellos la
diferencia entre el amor sensual y el espiritual, con motivo de una ceremonia que da el rico Calias por la victoria de un amigo
suyo en las Panateneas.
Por último encontramos sus escritos didácticos entre los que destacamos:
La Ciropedia (de Kuvrou paideiva, "Educación de Ciro"), fue escrita por Jenofonte posiblemente
entre los años 365 y 380 a. C. Es una obra difícil de clasificar y no puede considerarse simplemente
una obra histórica. Es más bien una novela de tendencia político-pedagógica, basada en hechos y
personajes históricos. Narra la educación, juventud, subida al trono y reinado de Ciro el Viejo,
también llamado Ciro el Grande. En ella abundan los discursos y los episodios moralizadores, así como
los relatos novelescos.
El protagonista de la obra es Ciro II el Grande (aprox. 600/575–530 a. C.), rey aqueménida23
de Persia (sobre el 559-530 a. C.) y fundador del Imperio persa aqueménida. Sus conquistas se
extendieron sobre Media, Lidia y Babilonia, desde el mar Mediterráneo hasta la cordillera del Hindú
Kush, creando así el mayor imperio conocido hasta ese momento. El imperio fundado por Ciro
mantuvo su existencia durante más de doscientos años, hasta su conquista final por Alejandro Magno
(332 a. C.). Sin embargo en la obra la vida y los hechos de Ciro II son utilizados libremente por
Jenofonte como una especie de trama dramática de la narración.
La obra consta de ocho libros, los cuales tienen el objetivo de representar el ideal de soberano
y caballero a partir de la figura ejemplar de Ciro. El libro I presenta la educación de su personaje, en
cambio los libros del II al VIII, narran su modo de actuar, producto de esa educación. La obra en su
conjunto es una exposición de las ideas de Jenofonte sobre la educación, la caza, la equitación, la
política, la moral y el arte militar, que el propio autor ya había plasmado anteriormente o que
expresaría más sistemáticamente en los tratados especializados que se citan más adelante.
23
La dinastía Aqueménida fue una dinastía que gobernó el Imperio persa, fundada por Ciro II el Grande, tras vencer al último rey medo
(550 a. C.) y extender su dominio por la meseta central de Irán y gran parte de Mesopotamia. Sus sucesores Cambises II y Darío I el
Grande continuaron su obra, y éste último reorganizó el imperio en satrapías, alcanzando el cénit de su poder. Sin embargo, los sucesivos
fracasos al intentar someter a las ciudades griegas (Guerras Médicas) en la primera mitad del siglo V a. C., debilitaron el imperio, y aún lo
harían más las tendencias secesionistas de algunas provincias, hasta que la conquista de Alejandro Magno (331 a. C.) puso fin al imperio
aqueménida.
62
El primer libro —Libro I— empieza con la reflexión sobre las dificultades que implica gobernar,
luego hace referencia a un hombre que hace caso omiso a estas dificultades y en cambio se hace
respetar y amar por su vasto imperio: el persa Ciro. Relata los orígenes de este gobernador, sobre sus
padres y la educación persa que tuvo. Seguidamente cuenta diversas anécdotas de Ciro, cuando era
niño, con su abuelo Astiages, quien fue el último rey medo24. A su vuelta a Persia narra la vida de Ciro
cuando era príncipe, los deberes que cumplía en contraste a los demás jóvenes y la enseñanza que
tuvo de parte de su padre, Camises, sobre cuestiones militares con relación a su persona, a sus
hombres y a sus enemigos.
Los libros II y III narran los preparativos previos a la contienda y las campañas de Armenia y
Caldea. Ciro, ahora con más carácter, gana estas dos contiendas, gracias al buen desempeño que
tuvo con sus soldados al fomentarles ánimo con diversos concursos y recompensas, además de el
buen armamento con que estuvieron equipados.
Los libros IV hasta VII cuentan la campaña de Asiria. Empieza con los preparativos, las tácticas
que se utilizarían en esta campaña, luego la marcha contra el enemigo y la primera victoria. Después
del abandono de Ciaxares, tío de Ciro, éste sigue su rumbo con su ejército y algunos voluntarios
medos, quienes luego reciben la ayuda de los hircanios, quienes eran aliados de los asirios. También
relata sobre el espía que mandó Ciro a los asirios, quien se hacía pasar por un desterrado persa por
su vulgar comportamiento por enamorarse de Pantea, mujer de Ciro. Ya en el libro VII, narra sobre
los pueblos sometidos por Ciro en su paso a Babilonia y termina con la toma de esta ciudad.
Al término del libro VII, Ciro se presenta ya como soberano asentado en Babilonia.El libro VIII
comienza la organización de la corte y del el imperio, bajo el control de Ciro. En este libro también
relata los encuentros de Ciro con sus amigos, colmándoles de regalos, y con algunos pobladores,
como Feraulas. Ya casi finalizando la obra, Jenofonte describe a un Ciro ya anciano, cercano a morir
en su cama y rodeado de sus hijos, a quienes les advierte sobre los peligros de la división y a los que
da sus últimos consejos últimos consejos, siendo sus últimas palabras.
Este último libro concluye con un epílogo, que describe la decadencia del imperio después de
la muerte de Ciro y que contrasta estas dos épocas. De este epílogo quedan dudas sobre su
autenticidad.
Jenofonte (401-354 a.C.)
y el Imperio persa en su momento de
mayor extensión (490 a.C.)
24
Es decir, procedente de Media (en persa antiguo Mâda, en idioma kurdo Mâd), antiguo reino tribal en el oeste del actual Irán. Su capital
fue Ecbatana.
63
Otros tratados de Jenofonte:
El Hierón es una obra que nos presenta al poeta Simónides conversando con el príncipe siciliano sobre la naturaleza
y posibilidades del tirano.
El Hipárquico da consejos al jefe de la caballería, y Sobre la equitación da otros a cada jinete en particular y sobre
el trato que se debe dar al caballo.
Los Ingresos se ocupa de la situación económica de Atenas, ofreciendo propuestas para el saneamiento de las
finanzas de la ciudad.
El Cinegético, que es un libro sobre la caza, plantea problemas de autoria, y todo porque la forma literaria que tiene
se aleja mucho de la acostumbrada sencillez de Jenofonte.
c.- La ideología de Jenofonte
Actitud de Jenofonte ante el estado ateniense y el estado espartano
La personalidad de Jenofonte es la de un individuo magnánimo que se afirma con innegable dignidad. Supo aunar
su talante aventurero con una visión clara de su entorno histórico y siempre recordó las enseñanzas de Sócrates y defendió
los ideales tradicionales helénicos con valor. Es interesante que un hombre de ideas más bien conservadoras haya sido en
muchos aspectos un precursor del helenismo: en su tendencia al individualismo, en sus esbozos de nuevos géneros literarios
(como la biografía y la novela), en su preocupación por la pedagogía, en sus breves tratados sobre la equitación o la
economía,etc.
Su ideal de cultura gira en torno a la asociación de las virtudes y el concepto del deber del
guerrero y del agricultor. El egoísmo y la codicia se avienen mal al espíritu del cinegético. Le importa
el esfuerzo en conseguir metas, la sencillez y la autenticidad de la vida natural, al margen de las
ambiciones políticas y la mezquindad de otros comportamientos ciudadanos.
Propone unos ejemplos de virtud con matices arcaicos y un tanto rústicos, donde se puede
observar una cierta simpatía natural hacia ese ideal de vida sobria, simple, tradicional.” Hombre
amante de las penalidades y del esfuerzo” como lo calificó R. Nickel. Es un precursor del estoicismo,
en ese aspecto, y en su obra se expresa la esperanza de una superación de las circunstancias
adversas. No cree en los destinos de tal o cual sistema político, sino en el valor de algunos individuos
para afrontar el destino, como Agesilao. En nuestros días se valora la existencia en Jenofonte de esa
ética moderna de la perfecta eficacia técnica, del “estar a la altura de las circunstancias”, del “hacer
bien lo que se hace bien”, independientemente de la valoración de la propia acción en términos de
moral universal. Esta ética es moderna porque con este sentido surgía de muchas películas
americanas, y también de las novelas de Hemingway, lo que nos sitúa entre la adhesión a esta moral
puramente “técnica” y “pragmática”.25".
La actitud de Jenofonte ante el estado ateniense fue muy especial, ya que aunque nació en Atenas nunca estuvo de
acuerdo con la época turbulenta que vivió su ciudad en el 401 a.C. ni con el rumbo democrático que empezaba a tomar por
aquellos años, por eso se enroló en la expedición de Ciro contra Artajerjes lo que, siendo éste un aliado de los atenienses,
fue un primer motivo de su destierro junto al hecho de participar con los espartanos de Argesilao contra sus compatriotas.
No obstante a su ciudad natal le debió su perfil como historiador y su formación cultural. Pero quien verdaderamente lo
agasajó fue el estado espartano, otorgándole honores propios de un ciudadano y acogiéndolo como uno de los suyos. Al
final de sus días se reconcilió con Atenas, enviando a sus hijos con el ejército ateniense.
d.- El método historiográfico de Jenofonte
El moralismo en la obra de Jenofonte
Jenofonte, como historiador, tiene notables defectos. No es exhaustivo en la recogida de datos, es olvidadizo y
margina hechos de primera importancia, cuenta las cosas desde su perspectiva, no tanto por tener interés en ser parcial
debido a la simpatía que sentía por los espartanos, que tanto se le ha reprochado, como por su característica ingenuidad,
que más se parecía a la improvisación sin examinar ni contrastar de forma crítica los datos de sus escritos, como tendría que
haber hecho un fiel continuador de la obra de Tucídides. Jenofonte es, en realidad, mucho mejor reportero de
guerra. Sus escritos son un reportaje de sus propias experiencias en el ejército, perfectamente
contados. Su escritura es fresca, precisa, rápida, no ajena a la ironía en ocasiones, tan solo alterada
25
Italo Calvino, Porqué leer a los clásicos. Círculo de Lectores, págs. 31-35.
64
por la longitud de algunos discursos, que aparecen cargados de tópicos retóricos y distan mucho de la
hondura psicológica de los de Tucídides. A veces prefiere remodelar la historia, silenciando algunos
hechos y embelleciendo sus testimonios con figuras retóricas. Es mejor narrador que crítico.
Lectura: Los conducirá a un lugar desde donde verán el mar
Desde este lugar recorrieron, en cuatro etapas, veinte parasangas, hasta una ciudad grande, próspera y habitada,
que se llamaba Gimnias. De esta ciudad, el gobernador del territorio envía un guía a los griegos para que los conduzca a
través del territorio enemigo. Cuando aquél llega, les dice que los conducirá, en cinco días, a un lugar desde donde verán el
mar; sí no, se muestra dispuesto a morir. Y mientras los guiaba, desde el momento que irrumpió en tierra enemiga, los
animaba a quemar y destruir el territorio, lo que puso de manifiesto que los acompañaba por este motivo, no por
benevolencia a los griegos.
Y llegan a la montaña al quinto día, El nombre de la montaña era Teques. Cuando los primeros alcanzaron la cima,
se produjo un gran griterío. Al oírlo Jenofonte y los de retaguardia, imaginan que otros enemigos los atacaban de frente,
pues les seguían por detrás gente procedente del territorio incendiado. Los de retaguardia mataron a algunos e hicieron
prisioneros tendiendo una emboscada, y también capturaron unos veinte escudos de mimbre recubiertos de piel de buey sin
curtir y con pelos.
Dado que el griterío se hacía mayor y más cercano, que los que avanzaban ininterrumpidamente se dirigían a la
carrera al encuentro de los que gritaban sin parar y que el griterío se hacía mayor a medida que aumentaba el número de
gente, pareció a Jenofonte que se trataba de algo más importante. Montó a caballo y, escoltado por Licio y sus jinetes,
acudió en su ayuda. Y pronto oyen a los soldados que gritan: "El mar, el mar", y que lo transmiten de boca en boca.
Entonces todos corrieron, incluso los de retaguardia. Las acémilas y los caballos eran azuzados también. Cuando llegaron
todos a la cima, entonces se abrazaron los unos a los otros, estrategos y capitanes, llorando. Y de repente, sin importar
quién transmitió la orden, los soldados trajeron piedras y levantaron un gran túmulo. Entonces colocaron encima gran
cantidad de pieles de buey sin curtir, bastones y escudos de mimbre capturados en guerra, y el guía mismo cortaba los
escudos de mimbre y animaba a hacerlo a los demás. Después de esto, los griegos despiden al guía, habiéndole dado como
presentes de la comunidad un caballo, una copa de plata, un vestido persa y diez dáricos. El les pedía, sobre todo, anillos y
obtuvo muchos de los soldados. Después de haberles indicado un lugar donde acampar y el camino por el que podrían llegar
al país de los macrones, regresó por la noche.
(Anábasis IV 7.19-8)
e.- La lengua y el estilo de Jenofonte
Jenofonte no fue la "abeja ática" como le llama La Suda26. Su ático no es puro del todo y, en
gran parte, preludia ya la “koiné” (lengua hablada). Pero la nítida sencillez de su lenguaje y la fácil
claridad de sus pensamientos le ganaron lectores, y así se explica su éxito en la tardía Antigüedad, ya
que el helenismo no se ocupó de él. Nadie le discutirá su notable y polifacético talento, un talento para algunos, sin
las chispas del genio, pero para otros, como el escritor Italo Calvino, dotado de una técnica moderna que le hace muy
cercano a nosotros:
"El paso rápido de una representación visual a otra, de ésta a la anécdota, y de aquí a la notación de costumbres
exóticas: tal es el tejido que sirve de fondo a un continuo desgranarse de aventuras, de obstáculos imprevistos a la marcha
del ejército errante (...)
Jenofonte no era alguien que se dejara tentar por el estilo heroico de la epopeya ni que gustara -como no fuese
ocasionalmente- de los aspectos truculentos de una situación como aquella. El suyo es el memorial técnico de un oficial, un
diario de viaje con todas las distancias, puntos de referencia geográficos y noticias sobre los recursos vegetales y animales, y
una reseña de los problemas diplomáticos, logísticos, estratégicos, así como de sus respectivas soluciones.27
26
La Suda es una gran enciclopedia de carácter histórico, acerca del mundo mediterráneo antiguo, escrita en griego en el siglo X por
eruditos bizantinos.
27
Italo Calvino, op. cit., págs. 31.35.
65
5. LA ORATORIA
a. Introducción
La elocuencia siempre tuvo una gran importancia en Grecia. Era una cualidad celebrada ya en los héroes homéricos.
Con el desarrollo de las instituciones democráticas su importancia, lógicamente, aumenta: el ciudadano tiene que saber
defenderse ante los tribunales o saber convencer en la Asamblea. Los grandes políticos deben ser también convincentes
oradores y cualquier acontecimiento de política interior o exterior va siempre acompañado de los correspondientes discursos.
La historia de Tucídides, aunque evidentemente los discursos hayan sido recreados por él, nos ofrece de ello una buena
prueba.
Sin embargo, cuando hablamos de la oratoria griega no nos referimos a estos discursos improvisados o atribuidos a
personajes famosos, sino al arte de la retórica que en Grecia llegó a desarrollarse con sus reglas propias y modelos bien
establecidos desde el último cuarto del siglo V en Atenas.
El desarrollo de la retórica forma parte de¡ movimiento sofístico. La enseñanza metódica,
introducida por sofística enseñó a redactar discursos y difundió las teorías del hablar en público como
un arte consciente ya que tiene sus propios cánones y alcanza categoría literaria. Si bien los
introductores del arte retórico no son atenienses, fue en esta ciudad donde se desarrolló y alcanzó su
esplendor en el siglo IV a. C.
b. Los primeros oradores
Aristóteles atribuye los primeros pasos en este arte a dos sicilianos, Córax y Tisias, pero su
verdadero introductor en Atenas fue el también siciliano Gorgias de Leontini, que llegó a Atenas en
el año 427 como miembro de una embajada de su ciudad natal y allí impresionó vivamente por su
elocuencia. Desde entonces inició en Grecia su labor de maestro de retórica; parece que viajó por todo el país dando
clases de retórica, y murió en Larisa. Su enseñanza de la retórica estaba basada en la belleza y efectividad de la expresión.
Para ello se apoyaba en el ritmo poético, rompiendo las frases en cortas cláusulas simétricas y en la ornamentación del lenguaje. Los paralelismos y las antítesis, las relaciones musicales entre las diferentes palabras y los finales de palabra en rima,
son procedimientos usuales en él. Entre sus discursos se ha conservado un fragmento bastante extenso del Epitafio a los
atenienses muertos en la guerra del Peloponeso y dos declamaciones retóricas que seguramente formaban parte de sus
ejercicios: la Helena en la que Gorgias justifica mediante argumentos retóricos a la legendaria causante de la guerra de
Troya, y el Palamedes, alegato en favor de quien había sido acusado injustamente.
Aparte de los discursos políticos y de los de las grandes celebraciones, que vienen a sustituir
muchas veces a los antiguos cantos de lírica coral, cuantitativamente en Atenas cobran una especial
importancia los judiciales, es decir, aquellos con los que el ciudadano común tenía que defenderse
ante un jurado. Con la difusión de las enseñanzas sofísticas se extiende cada vez más la profesión de
logógrafo o redactor de discursos judiciales para otros, mediante un pago estipulado. El cliente debía
aprenderse el discurso de memoria y recitarlo ante el tribunal. Tenía por tanto que tener una
estructura fija y adaptarse lo más posible a la personalidad del cliente y a la ocasión. Este tipo de
discursos solía constar de cuatro partes: prefacio, narración, prueba y epílogo. Su objeto no era
esclarecer la verdad, sino convencer al jurado. El interés que tienen para nosotros los que se conservan de estos
discursos es mostrarnos aspectos de la vida cotidiana en Atenas, tanto en su aspecto familiar (los referentes a herencias son
numerosos) como social (robos, transacciones comerciales, agresiones, calumnias, crímenes, adulterios, etc.). El estilo del
discurso político, lógicamente era mucho más elevado y solía constar de las partes antedichas y, además, la invectiva. Los
sofistas influyeron también el la extensión del llamado discurso epidíctico, o discursos de aparato que se pronunciaban en las
fiestas nacionales ante las grandes multitudes; también el lamento funerario fue sustituido por el solemne discurso fúnebre.
En estos casos el estilo de los discursos era grandilocuente y su tono cercano a la poesía muchas veces.
Gorgias siguió ejerciendo su influencia a través de numerosos discípulos. Influido sin duda por
sus ideas fue Antifonte, personaje comprometido en el derrocamiento del régimen democrático en
Atenas en el 411 y que al año siguiente fue procesado y ejecutado por traición. Tucídides alaba el discurso
que pronunció en defensa propia como el mejor que haya hecho nunca un condenado a muerte. Se nos conserva un
pequeño Corpus de discursos, de los cuales no todos han sido considerados auténticos.
Hay cuatro escritos como ejercicios teóricos para casos imaginarios; son discursos esquemáticos que pueden
desarrollarse según el caso a que haya que aplicarlos. Otros tres pronunciados en procesos de homicidio, son sin duda
auténticos. Su construcción es clara y hábil y su dialecto ático llano.
Otro orador y personaje público conocido es Andócides (440-390 aprox.). Provenía de una
antigua familia aristocrática de Atenas y se vio mezclado en luchas intestinas que le llevaron a destierro. Sus discursos son
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de defensa propia, para lograr el levantamiento del destierro o defenderse contra otra acusación por impiedad. Su estilo es
fresco y está exento aún de los efectismos retóricos.
c. Isócrates
El orador que ejerció una mayor influencia en la literatura griega como perfeccionador de la
prosa artística fue Isócrates (436-338). Aunque procedía de familia acaudalada que le proporcionó una educación
esmerada, la decadencia económica de la casa paterna durante la guerra le llevó a buscarse dinero ejerciendo la profesión
de logógrafo. otra parte, su débil voz y su excesivo nerviosismo no le facilitaban su actividad como orador político, por lo
que fundó en 390 una escuela en Atenas y allí enseñó con gran éxito hasta su muerte.
Para lograr su brillante retórica inculcaba a sus discípulos unas doctrinas muy precisas sobre estilo. Evitaba el hiato,
así como ciertas combinaciones de consonantes; la repetición de la misma sílaba en palabras consecutivas también era
desaconsejada. Daba in importancia a la musicalidad de la de la frase y disponía el discurso rítmicamente. Sus períodos son
enormemente dilatados y raras veces se permitía la frase corta.
De todo ello resulta un estilo muy brillante, pero que a duras penas logra encubrir la vaciedad y el anquilosamiento
que afectó a toda la literatura griega siglo IV y que casi llega a asfixiarla bajo el influjo de la retórica.
Isócrates ejerció una influencia enorme en su siglo, no sólo en el campo de la estilística, como perfeccionador de la
prosa ática, sino también en el terreno de la educación y de la propaganda política. En cuanto a la educación, su filosofía es
muy pragmática. Pretende que hombres que gobiernen bien sus asuntos y que participen con éxito en las tareas estatales.
Partiendo de la idea de que el hombre es incapaz del conocimiento absoluto (ejpisthvmh) debe buscar
solamente la dovxa, la justa opinión según la oportunidad u ocasión (kairov"), es decir, debe aprender a
adaptarse con sagacidad a las circunstancias. Y la formación retórica es la que da, según él, esa preparación para la sagacidad en la vida. Por eso la educación significa, antes que nada, el dominio de la
palabra, que es lo que distingue al hombre de los animales y al griego del bárbaro.
En cuanto a la propaganda política, manifiesta tendencias oligárquicas, o bien, su afán de
unión de todos los estados griegos contra, el enemigo común persa. En su Panegírico pide a Filipo que
se haga cargo de esta empresa.
Sus discursos son muy numerosos. Los de la época anterior a la fundación de la escuela son procesales la mayor
parte y los posteriores son modelos de su arte retórica sobre los más variados temas.
Lectura: Elogio de Atenas
Está reconocido, en efecto, que nuestra ciudad es la más antigua, la mayor y la más nombrada entre todos los
hombres. Partiendo de tan noble presupuesto, conviene que seamos aún más honrados por lo que sigue. Pues habitamos
esta ciudad sin haber expulsado a otros, sin haberla conquistado desierta, ni habiendo reunido mezclas de muchos pueblos;
por el contrario, hemos nacido con tanta nobleza y autenticidad como la tierra de la que procedemos, y hemos vivido todo el
tiempo sin perderla, siendo autóctonos, y podemos llamar a la ciudad con las mismas expresiones que a los más íntimos. De
los griegos, sólo a nosotros está reservado llamar a la misma ciudad nodriza, patria y madre. Es preciso, ciertamente, que
quienes están orgullosos con motivo, pretendan justamente la hegemonía, y al recordar con frecuencia sus tradiciones,
puedan mostrar que el origen de su linaje es semejante al nuestro.
Tal es nuestra grandeza, que existió desde el principio y fue donada por el destino. De cuántos beneficios hemos
sido autores para otros, lo examinaríamos mejor si recorriéramos por orden desde el principio la historia y las hazañas de la
ciudad. Descubriremos, en efecto, que ella tiene la responsabilidad de casi todo, tanto en los peligros bélicos como en la
restante organización, según la cual convivimos, con la que nos gobernamos y por la que podemos vivir. Pero es necesario
elegir de las buenas acciones no las que se olvidaron y silenciaron por su insignificancia, sino las que por su grandeza se
comentan y recuerdan entre todos los hombres en todas partes, tanto antes como ahora. (...)
De los bienes presentes de los hombres, de cuantos no tenemos por los dioses, sino que hemos alcanzado por
nosotros mismos, ninguno existiría sin el concurso de nuestra ciudad, y la mayoría se han logrado gracias a ella. Pues
encontró a los griegos que vivían sin leyes y habitaban aquí y allá, unos maltratados por tiranías, otros muriendo por falta de
gobierno, y los liberó de estos males, siendo señora de unos y modelo para otros. Fue la primera que estableció leyes y creó
una constitución (...)
En cuanto a las artes, tanto las que son útiles para las necesidades de la vida como las ideadas para agradar, unas
las descubrió nuestra ciudad, otras las transmitió a los demás, después de probar su uso. Organizó el resto de su
administración con tanta hospitalidad y respeto a todos, que tanto se adapta a los que carecen de fortuna como a los que
quieren disfrutar de sus bienes, y tampoco es inútil a los que son dichosos o desafortunados en sus ciudades; por el
contrario, hay entre nosotros para unos las más gratas distracciones, para otros el refugio más seguro. Además, como el
territorio que ha adquirido cada pueblo no es autosuficiente, sino que carece de unas cosas y tiene excedentes de otras, y
como es muy difícil encontrar un lugar donde vender unas e importar otras, nuestra ciudad también ayudaba en estas
dificultades; pues estableció como un mercado en medio de Grecia, el Pireo, cuya abundancia es tal, que lo que en otros
mercados es difícil de encontrar incluso por separado, todo ello es fácil adquirirlo en él. (...)
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Y aunque estas reuniones nos producen tantos bienes, ni siquiera en esto se dejó aventajar nuestra ciudad. Pues
tiene muchos y bellísimos espectáculos, unos extraordinarios por su coste, otros famosos por su arte; algunos, incluso,
distinguidos por ambas cosas (...)
Además, se pueden encontrar entre nosotros las amistades más fieles, y relaciones de todo tipo, e, incluso,
presenciar competiciones no sólo de rapidez y fuerza, sino también de oratoria, inteligencia y todas las demás ocupaciones,
para las que existen los mayores premios (...)
Nuestra ciudad dio a conocer la filosofía, que descubrió todo esto, ayudó a establecerlo, nos educó para las
acciones, nos apaciguó, y diferenció las desgracias producidas por la ignorancia y las que resultan de la necesidad, y nos
enseñó a rechazar las primeras y a soportar bien las segundas. También honró a la oratoria, que todos desean, envidiando a
quienes la dominan (...)
Se dio cuenta de que los hombres de origen libre no se reconocen por el valor, riqueza o bienes semejantes, sino
que se destacan especialmente por sus discursos, que ésta es la más cierta señal de la educación de cada uno de nosotros y
que los que utilizan bien la oratoria no sólo tienen poder en sus propias ciudades, sino que son honrados en las demás.
Nuestra ciudad aventajó tanto a los demás hombres en el pensamiento y oratoria que sus discípulos han llegado a ser
maestros de otros, y ha conseguido que el nombre de griegos se aplique no a la raza, sino a la inteligencia, y que se llame
griegos más a los partícipes de nuestra educación que a los de nuestra misma sangre (...)
Me parece que conviene hablar también de lo realizado por la ciudad contra los bárbaros, especialmente después
que hice que mi discurso versara sobre la hegemonía contra aquéllos (...)
Después de estallar aquella enorme guerra y sobrevenir al mismo tiempo los mayores peligros, cuando los
enemigos se creían irresistibles por su número y los aliados pensaban que su valor era insuperable, los atenienses vencieron
a ambos según convino en cada caso, superaron todos los peligros y fueron inmediatamente considerados los más
valerosos; no mucho más tarde consiguieron la hegemonía marítima, que les confiaron los demás griegos, sin que lo
discutieran quienes ahora intentan quitárnoslo (...)
Al reflexionar sobre estos hechos, es justo indignarse por la situación presente, desear nuestra hegemonía y
reprochar a los lacedemonios, porque al principio llegaron a ponerse en pie de guerra con el pretexto de liberar a los
griegos, pero al final entregaron a muchísimos de ellos a los bárbaros; porque desterraron a los jonios de nuestra ciudad, de
la que los mismos jonios habían emigrado y gracias a la cual se salvaron muchas veces, y porque les entregaron a los
bárbaros, cuya tierra ocupan, a pesar de ellos, y contra los que nunca dejaron de pelear (...)
Cuanto más pobres de espíritu sean quienes nos gobiernan, tanto más necesitaremos examinar los demás con la
mayor energía de qué forma haremos cesar la enemistad actual. Pues ahora en vano hacemos tratados de paz: porque no
hacemos cesar las guerras, sino que las aplazamos, y aguardamos la ocasión en que podamos causarnos algún mal
irreparable. Es preciso que, tras deshacernos de estas intrigas, emprendamos aquellas acciones con las que habitaremos las
ciudades con mayor seguridad, y tendremos más confianza entre nosotros mismos. Es simple y fácil el discurso que traía
sobre esto: no será posible que guardemos una paz estable a no ser que hagamos la guerra en común contra los bárbaros,
ni que los griegos estén acordes antes que obtengamos ayuda nosotros mismos y arrostremos peligros contra unos mismos
enemigos. Cuando esto ocurra, y desaparezca la dificultad de nuestra vida que rompe las amistades, conduce a los parientes
al odio y empuja a todos los hombres a revueltas y guerras, será imposible que no estemos de acuerdo y tengamos una
auténtica buena disposición entre nosotros. Por eso, hay que esforzarse lo más posible para que, cuanto antes, desplacemos
al continente la guerra que tenemos aquí, en la idea de que podríamos disfrutar de un único bien de nuestras guerras
intestinas, siempre y cuando nos decidiéramos a utilizar contra el bárbaro las experiencias aportadas por ellas.
Isócrates, Panegírico (selección), traducción de J. M. Guzmán Hermida, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1979.
d. Lisias e Iseo
Muy diferente como orador y como personalidad fue Lisias (445-380). Su padre, siracusano, se
estableció en Atenas invitado por Pericles e hizo una gran fortuna como fabricante de escudos. Por su carácter de
meteco (es decir, emigrante, y que, por tanto, no tiene los derechos políticos del ciudadano) Lisias no
podía pronunciar por sí mismo discursos políticos o epidícticos las auténticas piezas de lucimiento para
un orador, y por eso tuvo que centrar su actividad retórica en ser logógrafo, es decir, en componer
discursos para otros. Fue como logógrafo extraordinariamente fecundo y a través de sus discursos
conocemos muchos datos de su vida y de las circunstancias internas de Atenas. Hacia el 430 se trasladó a
Turios, la colonia ateniense fundada en el mediodía de Italia, y allí sin duda trató con maestros de oratoria como Tisias. En
412 regresó a Atenas, Pero con el advenimiento de los Treinta tiranos cayó en desgracia, perdió su fortuna y tuvo que huir a
Mégara. Desde allí, con dinero, armas y hombres apoyó el movimiento de restauración de la democracia. Después del
regreso de los demócratas en 403 pudo volver a Atenas, pero no consiguió la ciudadanía.
Tiene Lisias un auténtico talento narrativo y sus discursos carecen de recursos retóricos. Su estilo es
sencillo y claro y logra siempre adaptarlo a la personalidad del cliente y a las circunstancias de la defensa. Con
igual fluidez nos acerca a las intimidades de un hogar ateniense, que a los bajos fondos, que a los
entresijos de la política o de las finanzas de Atenas.
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También meteco fue Iseo cuya actividad se sitúa a mediados de¡ siglo IV. Ejerció como
maestro de retórica y logógrafo. Parece que fue maestro de Demóstenes y quizá discípulo de Isócrates. Tenemos de
él once discursos de herencias. Son de gran sutileza, pero menos naturales que los de Lisias y con mucha más acumulación
de recursos retóricos y sólidos argumentos jurídicos. No hace ningún esfuerzo por adaptarse a la condición de¡ cliente, al
contrario que Lisias, Y tiene más interés para la historia del derecho que para la de la literatura.
e. Demóstenes
Los griegos cuando hablaban del "poeta" se referían a Homero. Para la antigüedad tardía "el
orador" era Demóstenes. Entonces se forjó la duradera fama que ligada a su nombre había de
pervivir en la época moderna. Especialmente en Inglaterra, pero también en otros países europeos, se
le ha estimado y valorado por mucho tiempo como maestro insuperable de la oratoria política. Su
imagen a lo largo de¡ tiempo ha estado sujeta a oscilaciones, más en cuanto a su visión política que en cuanto a su estilo
oratorio, generalmente siempre admirado. Unas veces se le ha mirado con entusiasmo como el estandarte de la libertad,
mientras que otras se le ha condenado por miopía política, por no ver en Filipo el portador de un nuevo progreso. Hoy el
péndulo, en general, ha dejado de oscilar y ambos extremos se han frenado. De hecho, el problema de a actitud que
convendría adoptar frente a Filipo, fue el principal entre los oradores Políticos de¡ siglo IV. Que las posturas eran
encontradas y provocaban animosidades y rencores no cabe duda por los discursos conservados. Los partidarios de Filipo
eran acusados de corrupción y traición y sus adversarios de miopía política y provincialismo, por no ver en Filipo el gran
defensor de¡ helenismo frente al enemigo común persa. La verdad es que las perspectivas eran muy confusas y aún hoy es
muy difícil dar o quitar la razón a unos u otros. En el caso de Demóstenes lo que no puede negarse es su ardiente e
indiscutible patriotismo.
Demóstenes (384-322) nació en Atenas y pertenecía, como Isócrates y Lisias, a la clase de la burguesía
enriquecida por la industria; su padre poseía un importante taller de armas, pero murió cuando él contaba siete años y sus
tutores dilapidaron su patrimonio, de modo que en los umbrales de su mayoría de edad Demóstenes tuvo que entablar duros
procesos para conservar parte de su herencia. De esta época conservamos los discursos Contra Afobo y Contra Onetor.
Desconocemos el resultado de estos procesos, pero no debió ser muy favorable para Demóstenes por el hecho de que
ejerció como logógrafo y parece que impartió también enseñanzas de retórica.
Su indomable fuerza de voluntad para conseguir sus objetivos se demuestra también en la tenacidad y constancia
empleadas para vencer la ineptitud natural como orador. No tenía capacidad de improvisación e incluso, ya desde la
antigüedad, se le han atribuido serios defectos físicos que ¡e inhabilitaban para el arte de hablar en público, como la
tartamudez. Se conservan anécdotas de cómo logró dominar estos defectos fisicos, como llenarse la boca de guijarros y
ejercitarse a la orilla de un río, y referencias del propio Cicerón respecto al entusiasmo con que leyó a Tucídides y Platón y
cultivó su espíritu. A pesar de ello nunca llegó a ser un fácil improvisador y su obra delata la elaboración
exhaustiva. Estudió concienzudamente sus discursos hasta dejarlos perfectos. De aquí que puedan ser
considerados piezas clásicas.
Sus discursos son de tres tipos: los destinados a causas privadas ante los tribunales, los
destinados a causas públicas y los pronunciados ante la Asamblea. Los primeros son legales, los segundos, entre legales y políticos, y los terceros, exclusivamente políticos. Los privados son en general cortos
y sencillos y su interés, como los de Lisias, es ser testimonios de la vida privada en Atenas en este siglo IV. Con todo, es un
consumado narrador que sabe, mediante la historia oportuna, ganar la simpatía de los jueces.
Sus discursos públicos son muy diferentes. En ellos los cánones profesionales están siempre al
servicio de sus arrolladoras convicciones políticas, sea de política interior como exterior. Algunos de
ellos de la primera época son, por ejemplo, Sobre las simmorías, asociaciones de contribuyentes en
Atenas. En favor de la libertad de los Rodios, etc. Pero, a partir de la intervención de Filipo en las
colonias atenienses de Tracia, Demóstenes detectó el peligro y en adelante toda su pasión política se
orienta contra Macedonia y contra Filipo. El primer resultado de ello es la Primera Filípica. En ella
Demóstenes intenta despertar el recelo de sus compatriotas contra Filipo y sus avances militares y
después propone medidas para detenerlo. Después de un respiro, debido a una enfermedad de Filipo,
éste dirige sus golpes contra las ciudades griegas de la Calcídica y en el año 348 cae Olinto. Por esta
época compone Demóstenes las tres Olintíacas.
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Lectura: El peligroso ascenso de Macedonia
¿Alguno de vosotros, varones atenienses, se hace cargo y observa la manera mediante la cual, siendo débil en sus
comienzos, se ha hecho grande Filipo? Primero, tomando Anfípolis, después de eso, Pidna, de nuevo, Potidea, otra vez,
Metone, luego pisó el suelo de Tesalia; después de eso, tras haber regulado a su gusto los asuntos de Feras, Págasas,
Magnesia y todas las regiones, se marchó a Tracia; luego allí a unos reyes destronó, a otros instauró, hasta que cayó
enfermo; de nuevo, en cuanto empezó a mejorar, no declinó hacia la molicie, sino que al punto atacó a los olintios. Y paso
por alto sus campañas contra los ilirios, los peonios, contra Aribas y contra cualquier otra parte que podría citarse.
«¿Y para qué nos cuentas eso ahora?», alguien podría decir. Para que comprendáis y os deis cuenta, varones
atenienses, de dos cosas: de hasta qué punto es desaprovechado ir desentendiéndose de los asuntos uno tras otro y de la
actividad incansable que pone en juego Filipo y es parte de su vida; por causa de ella es imposible que contentándose con
sus realizadas empresas guarde reposo. Si él ha decidido que en cada ocasión hay que hacer algo que supere su situación y
vosotros, por el contrario, que no hay que afrontar ningún asunto con vigor, considerad en qué punto cabe esperar que eso
termine. ¡Por los dioses!, ¿quién es de vosotros tan tonto como para no ver que la guerra de allí vendrá aquí, si nos
despreocupamos? Pero, si eso llegara a pasar, tengo miedo, varones atenienses, de que lo mismo que quienes tomando en
préstamo a la ligera dinero a gran interés, tras haber vivido en la abundancia un corto tiempo, luego pierden hasta el capital,
así también nosotros nos demos cuenta de haber vivido en la molicie pagando por ello alto interés y quienes en todo
buscábamos el placer vayamos luego a vernos en la obligación de hacer muchas de esas cosas que no queríamos y corramos
el riesgo de perder las posesiones que tenemos en la propia región. Sí -me podría decir alguien tal vez-, criticar es fácil y
cualquiera puede hacerlo, pero revelar lo que hay que hacer en defensa de las circunstancias presentes, ésa es la labor del
consejero. Pero yo no ignoro, varones atenienses, que vosotros frecuentemente, si algo no resulta según los planes, no es
con los responsables con quienes os enojáis, sino con los oradores que han tratado de los asuntos en último turno; sin
embargo, opino que no debo amainar atendiendo a mi propia seguridad cuando se trata de asuntos que creo os incumben.
Sugiero, pues, que de dos maneras debéis prestar ayuda a la situación: salvando las ciudades de los olintios y enviando a los
soldados que se encarguen de ello y haciendo daño al territorio de aquél con trirremes y otros soldados. Si os despreocupáis
de una de estas dos medidas, recelo que nos resultará inútil la expedición. Pues si mientras vosotros devastáis su territorio,
él resiste y consigue hacerse con Olinto, fácilmente, regresando a su patria, la defenderá; y, por otro lado, si vosotros no
hacéis más que enviar ayuda a Olinto, y él, viendo que su reino está seguro, se dedica a asediar y acechar la situación, con
el tiempo superará a los sitiados. Así que es necesario que la expedición de ayuda sea numerosa y doble.
Ahora tenéis la posibilidad de elección sobre si vosotros debéis luchar allí o aquél aquí junto a vosotros. Pero si
Olinto resiste, vosotros lucharéis allí y haréis daño a la región de aquél, explotando sin miedo ésta que os pertenece y es
vuestra propia tierra.
(Demóstenes, Primer Discurso Olintíaco, 12-28, traducción de A. López Eire, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1993.).
Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/historia/textos/antigua/grecia4.shtml
En 344 pronuncia la Segunda Filípica, en la que pone en guardia contra Filipo y trata de
conseguir aliados fuera de Atenas. Por ésta época comienzan también los ataque mutuos con
Esquines. La tensión crece cuando en el año 342 Filipo anexiona Tracia a su imperio. Sobre la
situación en el Quersoneso, la Tercera Filípica y la Cuarta Filípica muestran la situación de estos
momentos. En estos años culmina el prestigio de Demóstenes y la mayor parte de los estados griegos
formaron una liga bajo el caudillaje de Atenas, y, dentro de la ciudad, se honró a Demóstenes con
una corona de oro. Desde el año 340 la lucha de Atenas con Filipo es ya abierta y por fin en 338, en
Queronea, la victoria de Filipo es total. De esta época es el Epitafio, oración fúnebre por los caídos en
la guerra. Por sus servicios continuados en pro del Estado y su ayuda económica para el reforzamiento de los muros de la
ciudad, Ctesifonte propuso para Demóstenes una coronación solemne en el teatro de las Grandes Dionisíacas. Esquines se le
opuso, acusándolo de ilegalidad porque Demóstenes aún estaba sujeto a la rendición de cuentas como magistrado público.
Demóstenes, defendiendo a Ctesifonte, hace una defensa general de toda su actitud política en el discurso Sobre la corona,
una de sus obras más conseguidas. Conservamos también el discurso de Esquines Contra Ctesifonte.
Lectura: Escuchar con placer las injurias y las acusaciones e irritarse contra los que se alaban a sí mismos
Ante todo, atenienses, suplico a todos los dioses y diosas que pueda obtener de vuestra parte, en el curso de este
proceso, la misma buena voluntad que yo vengo observando para con la ciudad y todos vosotros; y después, que os inspiren
una norma que afecta sumamente a vuestra virtud y buena reputación, y es que no aceptéis como consejero a mi adversario
acerca de cómo escucharme, pues esto sería lamentable, sino a las leyes y al juramento, en cuyo texto, además de otras
justas disposiciones, se estipula también que hay que escuchar por igual a ambas partes. Esto significa no sólo no tener
ningún prejuicio y conceder a los dos la misma buena voluntad, sino también permitir que cada uno de los litigantes siga en
su defensa el plan que haya elegido y preferido. Desde luego yo tengo muchas desventajas en este proceso con relación a
Esquines, pero hay sobre todo, atenienses, dos de ellas que son importantes: una es que no lucho en igualdad de
condiciones; pues no es lo mismo para mí perder ahora vuestra benevolencia que para él no ganar causa; antes bien, para
mí... No quiero decir nada desagradable al empezar mi discurso, pero éste me acusa impunemente. La otra es que es una
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propensión innata en todos hombres el escuchar con placer las injurias y las acusaciones y, en cambio, irritarse contra los
que se alaban a sí mismos.
Pues bien, de estos dos papeles le ha correspondido él el que causa placer y a mí me ha quedado el que molesta a
todos, por decirlo así. Si, por querer evitarlo, no hablo de mi actuación, parecerá que no soy capaz de refutar las
acusaciones ni demostrar por qué me creo merecedor de recibir honras; y si paso a mis actividades anteriores y a mi política,
me veré obligado a hablar de mí mismo muchas veces. Intentaré, pues, hacerlo lo más modestamente que pueda. En cuanto
a lo que el propio asunto me obligue a decir, ello es justo que tenga la responsabilidad éste, quien ha entablado el proceso.
(Sobre la corona, 1-5)
Los últimos años de Demóstenes están envueltos en densa niebla. Se vio envuelto en un escándalo pecuniario por
haber aceptado dinero de Hárpalo; tesorero infiel de Alejandro y tuvo que huir. Cuando a la muerte de Alejandro se
sublevaron varias ciudades griegas, entre ellas Atenas, regresó triunfalmente. Pero la libertad de estas ciudades fue efímera
y Demóstenes tuvo que huir de nuevo. Rodeado por el general Antípatro y sus huestes, se dio muerte para evitar caer en
sus manos, en el otoño de 322.
En sus comienzos como orador Demóstenes se muestra todavía muy influenciado por el
modelo del período isocrático, calculado y frío, pero paulatinamente se va desadhiriendo y encontrando su propio estilo personal. Después de un tanteo inicial, va renunciando progresivamente a todo
lo que puede crear monotonía en la frase y prescindiendo de modelos tipo. En cuanto al orden de frases hay
una forma que cuenta con su preferencia a lo largo de todo el tiempo: la principal seguida de la completiva, pero con
variaciones y enriquecimientos progresivos -utilización de participios, acumulación de subordinadas-. No es sin embargo un
esquema rígido y junto a él aparecen otros tipos. En cuanto a paralelismos y antítesis, los utiliza también, así como todos los
recursos de sus predecesores, pero nunca como simples ornamentos, sino siempre al servicio de una idea o un objetivo. En
el discurso Sobre la corona parece realizarse la síntesis de todos los caracteres que las demás obras presentan aisladamente
en cuanto a su estilo: familiaridad y nobleza se reúnen en él. Familiaridad en ciertos términos, en las metáforas,
particularmente abundantes, en la caricatura de Esquines. Nobleza en el empleo de palabras abstractas, comparaciones
poéticas sacadas de la naturaleza, uso particularmente feliz de las figuras de palabras –hipérbaton, simetría, anáforas,
anadiplosis, enumeraciones de hasta 7 y 9 miembros, anástrofe, etc. La frase alcanza allí su perfección: períodos complejos,
o alargados por acumulación de miembros -especialmente participios-, series de frases independientes y numerosas
preguntas, que a pesar de su carácter retórico tienen toda la fuerza de la de la aparente espontaneidad.
Demóstenes
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f. Contemporáneos de Demóstenes
Al nombre de Demóstenes va unido siempre el de su acérrimo adversario Esquines, a quien ya
hemos mencionado. Su vida parece que se extendió del 389 al 314. A diferencia de Demóstenes, era de
origen humilde, lo que su adversario le echa en cara más de una vez. Parece que intentó ser actor pero fracasó. De su
actividad política realmente no sabemos más que su antagonismo con Demóstenes. El oportunismo político que su
adversario le atribuye no parece de todas maneras haber levantado contra él animosidades, ya que murió tranquilamente
como maestro de retórica en Rodas. Al contrario que Demóstenes, poseía sin duda auténticas facultades na-
turales para hablar en público y para la improvisación. Conservamos de él tres discursos: Contra
Timarco, Sobre la embajada corrompida y Contra Ctesifonte, los tres de acusación o de defensa
contra Demóstenes.
Otro adversario de Demóstenes fue Dinarco (360-292), aunque su actividad es en gran parte
posterior. Quedan de él tres discursos: Contra Demóstenes, Contra Aristogitón y Contra Filocles,
acusando a los tres de haber recibido dinero de Hárpalo. Su construcción es descuidada, predomina la invectiva sobre la
argumentación y, sobre todo, son una muestra de lo decadente del arte oratorio que sigue rigurosamente los cánones del
género.
Demóstenes tuvo también partidarios entre los oradores de su época. Entre ellos podemos
citar a Hipérides (390-322), que fue discípulo de Isócrates y quizá también de Platón. Como Demóstenes, siguió con
fidelidad y energía la línea de la política antimacedónica hasta su trágica muerte, capturado en Egina y ejecutado por orden
de¡ general macedonio Antípatro. Los hallazgos de papiros nos han procurado extensos fragmentos de seis discursos suyos.
Como orador está muy lejos de la talla de Demóstenes, pero se mantiene en una aceptable discreción. En sus discursos
empieza a perfilarse el paso del ático a la koiné helenística.
También partícipe de la tendencia antimacedónica fue el político y orador Licurgo (390-324),
quien después de la victoria de Queronea llevó muy acertadamente las finanzas atenienses y desempeñó otras funciones
públicas. Conservamos de él un sólo discurso, Contra Leócrates, acusando a un ateniense que huyó ante el pánico de
Queronea y después pretendía volver a la ciudad.
Los diez oradores de que hemos tratado: Antifonte, Andócides, lsócrates, Lisias, Iseo, Demóstenes, Esquines,
Dinarco, Hipérides y Licurgo son los diez considerados por los eruditos helenísticos maestros de la oratoria ática y reunidos
en el canon de oradores. Sin duda representan una selección, ya que se conocen muchos más nombres.
La oratoria política sigue constituyendo una importante arma de persuasión en nuestros días.
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5. PLATÓN Y EL DIALOGO PLATÓNICO
a.- La vida de Platón
Importancia de la vida de Platón en la formación de su pensamiento político. Sócrates y Platón
Aristócles, conocido por el sobrenombre de Platón por su robusta complexión, nació en Atenas
el año 427 a.C. en el seno de una familia aristocrática. Vinculado a la nobleza ática, recibió una
esmerada educación física e intelectual: música, matemáticas, pintura y gimnasia. Tras leer a Homero
compuso algunos poemas de juventud y su formación filosófica corrió a cargo de Crátilo, hasta su
encuentro con Sócrates.
Viajó por Egipto y Cirene, y tal vez conociera la matemática de los pitagóricos y sus teorías
sobre el alma en un viaje a Italia. Hacia el 390 a.C. se dirigió a la corte siracusana de Dionisio el
Viejo, a quién quería convertir en filósofo, pero éste lo expulsó y fue vendido como esclavo.
Llegado a Atenas, ya en libertad, compró un terreno donde fundó la Academia, que fue la
primera escuela de filosofía, y donde impartió enseñanzas a alumnos de toda Grecia. Pero volvió en
dos ocasiones más a Sicilia para poner en práctica su utópica idea de la ciudad ideal, aunque en
ninguna lo consiguió.
Murió en 347 a.C. a los 81 años, y fue enterrado, según Pausanias, en el jardín de la
Academia.
La importancia de su vida en la formación de su pensamiento político fue capital, porque
siempre estuvo encaminada a la implantación de su Estado Ideal, donde los ideales de justicia,
solidaridad, orden, moderación, virtud y leyes ecuánimes imperaran. Además, siguiendo los pasos de
su maestro Sócrates, fundó la Academia para dedicarse a la enseñanza de sus teorías. Sin embargo,
la muerte de Sócrates, víctima de resentimientos reaccionarios, hizo comprender a Platón que la
política de su ciudad estaba separada de su criterio personal.
b.- La obra de Platón
Agrupación en bloques de las principales obras
El conjunto de la obra que ha llegado hasta nosotros bajo el nombre de Platón comprende 41 diálogos,
la Defensa de Sócrates, 13 cartas, y las Definiciones. Tan vasta producción ha sido clasificada en diversas
ocasiones siguiendo variados criterios: Diógenes Laercio distinguió entre diálogos especulativos, prácticos,
ejercitativos, polémicos,etc. Aristófanes de Bizancio los agrupó en cinco trilogías. Trásilo los distribuye en nueve
tetralogías. En época moderna las divisiones se basan en criterios de anterioridad o posterioridad a la fundación
de la Academia, en diálogos socráticos y postsocráticos, etc.
Sin embargo no todas estas obras pertenecen a Platón, hay algunas apócrifas y otras que parecen no
ser auténticas. Teniendo en cuenta diversos criterios, se consideran apócrifos varios de los diálogos del "corpus
platonicum" y las Definiciones. En cuanto a las cartas se admite la VII como suya.
Queda por resolver el problema de la cronología de los diálogos. Los criterios de contenido, léxicos, de
estilo, de edad de los personajes, etc, solo han conducido a clasificaciones globales de época inicial, de madurez
y tardía del filósofo, que no precisan la cronología entre los diálogos de cada grupo. Tomando como
referencia los distintos viajes a Sicilia, Friedländer establece la siguiente sucesión:
Entre la muerte de Sócrates y su primer viaje a Sicilia escribió los siguientes discursos: Laques,
Cármides, Eutifrón, Lisis, Protágoras, Hipias Menor, Ión, Hipias Mayor, Apología, Critón y Gorgias.
Entre el primer y segundo viajes: Menón, Crátilo, Eutidemo, Menéxeno, Banquete, Fedón,
República, Fedro, Parménides y Teeteto.
Entre el segundo y tercer viajes: El Sofista y El Político.
Posteriores al tercer viaje: Filebo, Timeo, Crítias y Las Leyes. También la Carta VII.
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c.- Estudio de los aspectos más importantes del pensamiento platónico. La doctrina
de las ideas
1. ¿Qué es la verdad? ¿Cómo se logra el conocimiento? He aquí dos preguntas trascendentes que el griego
se ha formulado con toda seriedad. Para Parménides la verdad se hallaba en el lovgo" y solo se podía alcanzar en el mundo
inteligible. Heráclito pensaba, sin embargo, que el conocimiento es imposible y sólo es real el mundo de los sentidos. Platón
une ambos caminos y construye su teoría de las ideas para explicar el conocimiento. La verdad se halla fuera del
mundo de los sentidos, más allá de la experiencia, en un mundo inteligible, inmaterial, constituido por
las Ideas, que son imperecederas, inmortales, inmutables, ejemplares, el mundo es solo un reflejo de
esta suprema realidad. Al crear el mundo el Demiurgo ha tenido presente este universo de las Ideas,
de modo que conocer no es más que recordar; cuando el hombre ve algo, se despierta en su
conciencia un recuerdo de las Ideas que ha contemplado ya antes de que el alma se encarnara.
La Idea suprema es el Bien, suprema Belleza, a la que aspira el hombre impulsado por Eros, el
impulso filosófico. El hombre que ha conseguido en este mundo contemplar las Ideas está en
posesión de la Verdad. Es el filósofo por definición. El proceso que va del conocimiento de lo real al
del mundo inteligible es la dialéctica.
Esta teoría de las Ideas va acompañada, en la República, con el llamado mito de la caverna,
que pretende explicar en qué consiste esa ascensión dialéctica para contemplar las Ideas : hay un
paralelismo entre los objetos del mundo material y los del mundo inteligible (las sombras son la
ilusión, un engaño; los objetos sensibles, materiales, son meras creencias, susceptibles de error,
imperfectos; las Ideas se pueden alcanzar a través de la Dialéctica, que es el supremo conocimiento).
El hombre que ha contemplado las Ideas se presenta en el mundo como un auténtico profeta de la
Verdad.
¿Qué es el hombre para Platón? el hombre es un compuesto de dos realidades substanciales
distintas, cuerpo y alma, que, temporal y accidentalmente, se unen entre sí. Ésta es inmortal y está
atada al cuerpo, aunque lucha por liberarse del mismo y regresar al mundo divino del que procede. La
muerte es la destrucción del cuerpo, pues el alma es eterna. El alma se estructura en tres partes:
racional, irascible y apetitiva, quedando estas dos últimas subordinadas a la primera.
2. La Ética platónica: se puede definir como ética eudemonista, pues significa que esta
moral se dirige a la conquista del bien supremo del hombre, donde se sitúa la felicidad. Ese supremo
bien es un estado especial del alma que se consigue con el desarrollo de la personalidad humana. El
hombre consigue la perfección del alma a través de la virtud. Son tres las virtudes: la sabiduría y
prudencia de la razón, la fortaleza del ánimo y la templanza en los apetitos. La Justicia, virtud
esencial, engloba a las otras
3. El problema teológico: Platón llama divinas al Alma, al Demiurgo, al Bien y a las Ideas;
para los críticos la esencia de la Divinidad podría radicar en el Demiurgo que, con la vista puesta en
las Ideas, ordena el mundo. Pero si éstas son su modelo de creación cabe suponer que son superiores
al mismo. Además, como el Alma del Mundo es el principio de movimiento del universo, se ha
pensado que es ella el verdadero Dios para Platón.
4. Política platónica: el hombre es un ser social que solo alcanza su perfección en la ciudad,
de modo comunitario. El Estado es el único capaz de armonizar y dar consistencia a las virtudes
individuales. Platón diseña la estructura de su República ideal compuesta de tres clases sociales: los
filósofos, los guerreros y los artesanos. Los primeros tienen el mando y gobierno general, pues su
virtud es la sabiduría, los guerreros velan por el orden y la defensa ( su virtud es la fortaleza ), y los
artesanos, pueblo llano, son dirigidos por la templanza, virtud que ha de ser común a todos.
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d.- Actitud de Platón ante la democracia
En su Carta Séptima nos habla de su activa participación en los movimientos políticos de su juventud.
Siempre confió en el restablecimiento del derecho y la justicia, a pesar de las sucesivas etapas de controversias
políticas en la Grecia de los siglos V y IV a.C., sobre todo a raíz de la llegada de su tío Critias al poder, pero los
acontecimientos subsiguientes fueron aún peores que los anteriores, y lo que más repugnancia le produjo fue el
intento de los que detentaban el poder de convertir a Sócrates en instrumento de su terrorismo. Tras la caída de
los tiranos y la reinstauración de la democracia él estaba dispuesto, más que nunca, a entenderse y colaborar
con ella, pero la muerte de Sócrates, personaje insigne y fiel reflejo de la vida justa, en virtud de una sentencia
judicial, le hizo comprender que la política de su ciudad distaba mucho de sus planteamientos.
La democracia de la época, basada en la participación de todos los hombres en los
fundamentos de la convivencia, en que la ley y la costumbre son convencionales pero no contrarias a
la naturaleza, no encajaba del todo con el ideal político platónico, según el cual la ciudad ideal se
configura como una aristocracia basada en las aptitudes naturales de cada clase y en la educación
apropiada que recibe. El problema es la formación de los gobernantes que dirijan la ciudad, pues
tienen que llegar al conocimiento de las Ideas, hecho que solo pueden realizar los filósofos, para
impartir justicia e implantar la idea del Bien, en la que se debe instruir a los ciudadanos.
e.- El diálogo platónico como forma literaria
Al discurso largo con el que el sofista impone sus ideas, se opone el método de investigación
socrático-platónico, el diálogo con intervenciones cortas y articuladas en forma de preguntas y
respuestas. El diálogo platónico se organiza, como el drama, en torno a un debate sobre puntos
concretos, pero a diferencia del drama, su estructura viene marcada por la figura del narrador, que
presenta la escenografía apropiada y los personajes de la acción.
Encontramos pues, en el diálogo platónico, dos estilos de exposición combinados sabiamente:
uno directo (narrador-oyente) utilizado para precisar el comportamiento de los personajes, reacciones,
gestos, etc. y otro indirecto, mediante el cual el narrador actualiza la conversación celebrada con
antelación en casa de Calias entre Sócrates, Protágoras y otros personajes secundarios.
Además interviene en ocasiones algún componente del auditorio, que muestra sus preferencias
por uno u otro contertulios, el personaje central y su oponente. La extensión de las intervenciones no
es siempre la misma. Hay una gran variedad formal, y hay pasajes donde una intervención larga va
seguida de una respuesta breve, o las intervenciones de ambos interlocutores son cortas o de
parecida duración.
También caben en el diálogo formas no dialogadas, exposiciones largas a cargo de algún
personaje, entre las que destacan los mitos.
La lengua, mezcla de culta y popular, poética y prosaica, coincide en muchos aspectos con las
inscripciones conservadas de la época de Platón. Se ha afirmado que se aproxima al lenguaje de los
poetas cómicos, que es el del pueblo ateniense.
El estilo, variado para adaptarse al carácter de cada personaje, se caracteriza por su riqueza
de matices debido al abundante empleo de partículas. Especial vivacidad le confiere la variedad de
expresiones utilizadas para las respuestas cortas y fórmulas como h\n d v ejgwv, †h\ d v o{", etc.
Aunque de manera moderada usa figuras retóricas como la aliteración, la antítesis, la anáfora,
el homoioteleuton, ciertas cláusulas métricas, etc.
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El mito de la caverna, según Platón
En la imagen, detalle de La Escuela de Atenas (1510-1511), uno de los más famosos frescos que Rafael pintó para
decorar las estancias del Vaticano. Presiden el inmenso fresco Platón y Aristóteles, dialogando y sosteniendo cada uno de
ellos una de sus obras (El Timeo y la Ética).
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