Subido por Ricardo Enrique Arroyo Gómez

Rumicha

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TOBBY
¡Auuuuuu! ¡Auuuuuu! ¡Auuuuuuu...!
¡Qué frió! ¡Qué hambre! ¡Qué hambre, qué frío..!.
Despertó Tobby. sobresaltada entre la bulla.
Acurrucó a sus pequeños entre la barriga, apretándolos con las patas hacia los pezones para amamantar a los
hambrientos, pero estos seguían gritando y arañando con las filudas uñas el vientre de su enflaquecida madre;
chupaban con todas sus fuerzas la teta.
Tobby se acomodó mejor en su cama rústica, pero ella se daba cuenta que la leche no brotaba. Los pequeños
hambrientos temblando de frío, seguían chupando gota a gota la vida de su madre. Tobby no soportó el dolor
y se levantó rápidamente. Aún arrastró a sus cachorritos, unos cayeron en la misma cama, otros al borde y el
más pequeño al suelo.
¡Auuuu ! ¡Auuuuu! ¡Auuuu! ¡Guan.guan!
¡Qué hambre! ¡Qué frío! ¡Hambre, qué frío!
Ella, con las tetas enrojecidas. Aún sobre la punta de los pezones titilaban ciertas gotitas blancas de leche, con
una fina hebra de sangre y el pelaje del vientre mojado, con espumitas blancas. Tobby sacudió la cabecita. sus
orejitas sonaron como si estuvieran aplaudiendo, luego se Incorporó, para acariciar al pequeñín que había
caído al suelo, le lamió y le relamió con su lengüita de color rosa. El perrito gateaba a tientas porque no veía.
Tobby sacó una fuerza maternal; abrió grande la boca y cogió al chiquitín para depositarlo de nuevo en su
humilde camita de cartón y harapos.
Tobby titubeó unos Instantes, dio vueltas olfateando el suelo, levantaba el hocico hacia el cielo, como diciendo
a Dios ¿Para qué he nacido? ¿Para qué he traído hijos al mundo? ¿Para qué? ¿Para hacerlos llorar de hambre,
de frío y de sed? Decididamente Tobby tomó un impulso y saltó la pared que da hacia la calle. Ya en la calle
caminó husmeando, cada vez más rápido; hasta llegar a una esquina del Mercado Modelo de Huancayo ¡justó
allí donde venden comida unas señoras gordas. Tobby se quedó sorprendida al encontrar muchos y muchas
como ella buscando un mendrugo de comida. Tobby. sigilosamente, se acercó al lugar y se colocó debajo de
la banca para esperar que caiga algo, tal vez un huesito. Cayeron dos granitos de arroz de color amarillo y un
pedacito de papa masticada con sabor a carne y ají. Ella los cogió vivazmente, pero entre sus dientes cariados
se perdieron. Tobby se quedó con ganas de masticar. Levantaba el hocico olfateando lo rico que comía el
hombre, daba miradas de izquierda a derecha, de arriba para abajo, como si rogara a Dios o al hombre que le
arroje un huesito para llevar a casa. El hombre soltó un pedazo de huesito con ciertas tiras blancas de nervios.
Tobby, ágilmente, cogió la presa y partió a carrera, perseguida por otras y otros hambrientos. Ella corría más,
no se dejaba alcanzar ni menos quitar, corría más y más pensando en sus hijitos; sintiendo en su propia entraña
el dolor del hambre que padecían sus cachorritos. Llegó muy fatigada y respiro hondamente: luego tomó un
Impulso para saltar la pared. Ingreso a su casita mugrienta, allí estaban sus hijitos, profundamente dormidos.
Los perritos cansados de tanto llorar y de a consolarse entre ellos, se habían quedado dormidos como si
estuvieran muertos. Tobby asustada soltó el huesito sobre la cama y comenzó a lamer a uno y otro. Los perritos
al sentir el calor de su madre se despertaron.
¡ Auuuuuuu ! ¡ Auuuuu ! ¡ Guan. guan...! ¡Qué hambre I ¡Qué fríooooo!
¡Qué hambre, qué fríooooo!.
Comenzaron a olfatear el hueso con piltrafas, ellos no sabían lo que era eso. No sabían comer. Tobby. sentada
sobre la mugrienta cama, parecía estar meditando acerca del futuro de sus hijos. De rato en rato cerraba y
abría los ojos. Creo que se decía a sí misma: "Si mis hijos supieran lo difícil que es traer esto. Ya estarían
comiendo: pero estos estos no entienden nada. pedir. Tendrán que aprender a comer lo que les doy. “
Los días pasaron. Tobby seguía saliendo a buscar alimentos para la lamilla. Los perritos estaban grandecitos.
sus ojitos ya veían la luz del día y admiraban el cielo wanka. Un hermoso día de sol radiante, con cielo azul
«110 Tobby con dirección al lugar acomodo débalo de la banca, esperando la «Ida de granitos de arroz,
pedacitos de papa, gotas de caldo, con suerte una piltrafita de carne con pedacitos de hueso, tal vez huesitos
con nervios duros. Siempre parecía estar rogando a Dios porque tenía levantado el hociquito hacia el cielo,
después bajaba para mirar de izquierda a derecha como si estuviera suplicando a los hombres por un huesito
o una papita. Llegó un hombre vestido de azul marino portando en la mano derecha un kepí azul y brazo de la
misma mano papeles medio amarillentos y en la mano agarrada una bolsita negra de plástico con un contenido
raro. La señora gorda, vendedora de caldos se levantó muy atenta y le alcanzó un sabroso plato de caldo de
gallina con una presa grande. El hombre sonriente saboreó la comida, lanzando unos piropos. En esos Instantes
llegaron más perros al lugar, entonces los otros que cuidaban la caída de los mendrugos de comida se lanzaron
contra los recién llegados. Armándose una feroz pelea, causando un gran escándalo, botaron la banca y al
hombre le hicieron derramar su agradable caldo. La presa no se sabe quién se la llevó. Al tipo esto le causó
cólera, su alegría se tornó en rabia: recién se dio cuenta que a su alrededor tenía muchos perros hambrientos,
sucios y pulguientos. Sin compasión de nadie, el hombre liberó la muerte de la bolsa negra. La muerte al verse
libre hizo muecas a los pobres hambrientos ! Ay !. a la pobre Tobby. La muerte bajó al suelo disfrazada de
hígado sancochado, se dividió en muchas partes. Los pobres hambrientos. abrieron la boca muy grande para
coger una porción, se aplastaron unos a otros, se mordieron entre ellos, sin saber que era la misma muerte.
La pobre Tobby mordió uno y como siempre partió a toda velocidad para hacer llegar el trozo de hígado
sancochado a sus pequeños. Llegó Tobby muy cansada, más que nunca. Sin poder respirar, dejó caer el pedazo
de la muerte. Los perritos compartieron sin riñas. Tobby sacudió la cabeza constantemente, pues le dolía la
cabeza; eran efectos del mortal veneno. Ella no sabía. Contemplaba a sus hijos flacos, pero ya grandecitos.
¡Auuuuu! ¡Auuuuuu... I Auuuuuuuu! ¡Auuuuu. guan. guan!
¡ Qué hambre... 1 l Que dolonr....! ¡ Qué hambre, que dolor !
Tobby con intenso dolor de cabeza temblando comenzó a aullar como si hubiera visto al demonio, o la misma
muerte cargando su guadaña. La muerte, con sus manos huesudas habla atrapado al más pequeño y débil. Los
otros perritos se revolcaban dando gritos lastimeros: de rato en rato se estiraban temblando. El más pequeño
estaba tieso, por la boquita y la naricita arrojaba espuma blanca. Tobby dio un aullido largo y agudo como para
espantar a la muerte: otro aullido mirando al cielo como si estuviera elevando sus plegarias al Señor, o
increpando al cielo por mandar la muerte para los pequeños. Se acercó a lamer a sus hijitos con la Intención
de aliviar el dolor y arrancar a sus hijitos de los brazos de la calva. Los perritos luchaban con todas sus fuerzas
por zafarse de la muerte. El otro perrito cayó tieso con la lengüita afuera que iba palideciendo ante la mirada
atónita de los otritos. La flaca huesuda iba triunfando. Ya tenía dos en sus brazos. Tobby luchaba con la muerte
cara a cara defendiendo a su familia; pero la muerte se Imponía: entonces Tobby nuevamente dio un aullido
agónico como si fuera el último estertor de su vida. Pero esto le sirvió porque sus amos le escucharon y
acudieron al lugar para darle de beber bastante leche, aceite, y luego de álamo. Tobby nada recordaba. De
nada se daba cuenta, porque la muerte ya la tenía apretada entre sus brazos. Tobby hizo un esfuerzo y saltó
de los brazos de la muerte, trató de buscar a sus pequeños, sólo encontró al más robusto. Tobby y su hijo
Wanki siempre vivirán en nuestros corazones.
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