Hablar sobre el amor es hablar sobre el uno de los sentimiento más importante para la humanidad. Si no fuese así no habría tanta música, libros, poemas, danzas, esculturas y otras manifestaciones artísticas que hablaran de él. Definirlo es casi imposible porque responde también a conceptos culturales; el amor no se vive ni es igual para todas las culturas en el mundo, y cada una de ellas lo manifiesta de manera distinta. Así, no hay una definición única que lo explique. El diccionario lo define como un "sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser". Muchas personas diferirían de este enunciado porque supone que para encontrar el amor hay que unirse con otro, poniendo en evidencia que la mujer o el hombre son, por ende, entidades incompletas si no tienen amor. Diría que este supuesto depende del tipo de amor del que se hable. Si es un amor filial o maternal, familiar o de amistad, lo cierto es que dichas relaciones sí nos complementan y llenan de alegría, nos hacen parte activa de relaciones y lazos sociales y nos sirve de modelo para generar nuestras propias relaciones familiares en el futuro. Los niños imitan las relaciones que los rodean y es de ahí que moldean sus propias expectativas de lo que debe ser el amor: así un niño que crece en un hogar violento donde los padres se maltratan física y emocionalmente, crecerá con la idea de que así se debe vivir el amor de pareja. Una niña que crece en un hogar donde hay respeto, diálogo y afecto físico, crecerá con la expectativa de que así se construye una familia y una relación de pareja, y no se conformará con menos. Por otro lado, si se habla de amor romántico, no quiere decir que no encontrarlo, o decidir no involucrarse en una relación amorosa, nos haga seres infelices e incompletos. Al respecto solo hay que pensar en quienes, felizmente, deciden vivir su vida sin casarse o tener hijos. La ausencia de un tipo de relación que es, a la larga, un acuerdo cultural, no puede ser un argumento para decidir si alguien tiene o no una vida plena. Así como cada quien vive el amor a su manera, así cada cultura impone ciertos estándares para hacerlo. En Japón las manifestaciones físicas de afecto en público no son bienvenidas y por lo general las personas son muy reservadas acerca de sus emociones; por el contrario, las comunidades de origen hispano y mediterráneas son muy dadas al afecto físico y verbal en público y privado. En unas se habla del amor abiertamente, en otras solo en privado; unas saludan con una venía y otras con tres besos. En unas el amor de pareja y la sexualidad es tabú, en otras es conversación de cada día. Ninguna es mejor que otra, solo que, como el amor, es diferente y así hay que respetarlo. ¿Es el amor producto de nuestra química cerebral? Lo cierto es que el amor no es solo un sentimiento etéreo. Muchos estudios durante las últimas décadas revelan que nuestra química cerebral se conjuga en la ecuación del amor. Al parecer nuestra química cerebral se altera cuando estamos enamorados, o sentimos amor por alguien, y en nuestro cerebro se activan las mismas partes que se ven estimuladas cuando hay consumo de drogas. Por eso la frase de "el amor es como una droga", no está muy lejos de la realidad. Enamorados, nuestro sistema libera mayores cantidades de serotinina, que nos ayuda a estar más alegres y tranquilos, dopamina, que nos motiva y nos produce placer, y adrenalina, que nos energiza. Estas moléculas neurotransmisoras se elevan cuando estamos enamorados, pero así mismo caen cuando tenemos un desamor. No importa el tipo de amor que sintamos lo importante es tener claridad en que nuestra experiencia con el mismo viene de nuestros aprendizajes en la infancia y de los modelos que tuvimos al lado y tendemos a repetir. Tener en cuenta que el ejemplo que tuvimos al lado durante nuestra etapa de desarrollo es el que determina la manera en la que nos relacionamos con familiares y parejas y nos dará herramientas adicionales para poder sobrellevar un enamoramiento, o si es el caso, un triste rompimiento. También es importante resaltar que para la felicidad completa no hay que necesariamente vivir una relación de pareja. Cada individuo puede encontrar plenitud y una vida gratificante, sin necesidad de estar casado o de tener una relación. Si cada uno de nosotros pudiese encontrar la felicidad en la soledad, nuestras relaciones de pareja serían más duraderas porque no necesitaríamos de otros para ser felices ni culparíamos a los demás por nuestra desdicha. Asumir la responsabilidad sobre nuestras emociones es también una clave para poder encontrar un amor sano y duradero. El Amor No Existe por Cecil Tavera, Psicoterapeuta Transpersonal El amor es una palabra hartamente repetida en canciones, obras literarias, exposiciones gráficas, televisión, cine, redes sociales, y demás sistemas de expresión. Sin embargo es una palabra con acepciones tan diversas y, en ocasiones, tan inconsistentes entre sí, que me han llevado a discernir que, en realidad, el amor no existe. La frase “el amor no existe” es tan común como la misma palabra “amor”. Mas, decir que el amor no existe, en mi caso, no es con ánimos pesimistas, sino todo lo contrario: el amor no existe, porque el amor se crea, se hace, se produce, se inventa, se reinventa, se practica. Ésta es la propuesta del presente ensayo, no me avocaré a conceptualizar el amor como un objeto de estudio ni como una emoción, sino que pretenderé justificar por qué el amor no es ninguna de las anteriores, sino una práctica, un ejercicio; en términos precisos: una conducta. Primeramente demostraré que el amor no es, no existe per se, sino mediante un acto. En esta sociedad estamos acostumbrados a definir a todos los seres que nos rodean a partir de lo que hacen, así llamamos a unos roedores, otros mamíferos, otros carnívoros, otros agradables, otros responsables. Sin embargo uno no nace responsable, uno se hace responsable a partir de sus actos, es decir, si actúa responsablemente. Pero la responsabilidad no es un estado de ser, si así lo fuera unos estarían predeterminados a siempre actuar responsablemente y otros a siempre actuar irresponsablemente. Lo mismo sucede con el amor, uno no puede ser amoroso, pero sí puede devenir amoroso a partir de tener prácticas amorosas. Esta postura es coincidente con la de Platón durante el Diálogo de Protágoras o de los Sofistas, donde afirma “…no es posible ser virtuoso, es decir, perseverar siempre en este estado; pero es posible hacerse o devenir virtuoso, como es posible devenir vicioso”.1 Y siendo la virtud una propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien; no puede ser más que la expresión del amor misma. Así mismo, el amor no es una emoción. Primero se nos enseña social y erróneamente que las emociones se encuentran en el corazón y el día de San Valentín atestiguamos en cada esquina un espectáculo de corazones: globos, chocolates, arreglos florales, tarjetas, todo con forma de corazón. Mientras tanto el hipotálamo sufre a solas que nadie reconozca sus funciones. Después se nos enseña que ciertas reacciones fisiológicas engloban la experiencia amorosa, pero son sólo reflejos hacia un estímulo agradable. Si estuviéramos presenciando la ejecución del “ser amado”, nuestras reacciones fisiológicas no responderían ante ese ser, sino ante la experiencia de desagrado del acto homicida. El enamoramiento no es más que la exacerbación de ciertas reacciones fisiológicas ante un estímulo que discriminamos como más agradable que otros. Y la emoción con que se define apropiadamente a este conjunto de reacciones fisiológicas es la alegría. Ya descartamos que el amor sea una emoción y tenga existencia per se. Entonces, ¿cómo podemos definir el amor? Si es que es, ¿qué es? Acepto el reto de contestar esta pregunta no sin antes reconocer que es tarea ardua y que las probabilidades de que el lector coincida totalmente con mi postura podrían no ser muy favorables. Con miras a esto me permito citar a Osho quien argumentaba que “El amor es una experiencia. Se ha de experimentar, como el sabor. Si no has probado la sal no hay forma de explicar a qué sabe”.2 Como dije previamente, si el amor es, es sólo a través de hacerse, a partir de que alguien lo actúe. El mismo Jesús, ícono de la teología cristiana, confirma el hecho de que el amor no es una emoción ni es por sí solo sino a partir de un acto, y es así que pronuncia en los Evangelios “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.3Evidentemente no podemos esperar tener una reacción fisiológica agradable hacia un estímulo que nos parece desagradable, entonces Jesús no nos está pidiendo que experimentemos una emoción positiva hacia ese ser. Jesús sabe que el amor no existe entre ese ser y tú al menos que ejerzas una acción bondadosa por el bienestar de éste. Platón y otros filósofos griegos dedicaron un espacio significativo al análisis del amor. Ellos proponen tres tipos de amor: eros, filos y ágape.4 Personalmente no creo que existan divisiones en el amor a través de su expresión, el amor tan sólo es el acto bondadoso que procura el bienestar del prójimo. Sin embargo, aunque la expresión sea siempre la misma, el motivo que nos lleva a manifestarla puede provenir de distintas fuentes. En el caso que nos atañe con los griegos, el amor denominado “eros” proviene de los impulsos del placer, cualquier apetito físico humano. Habremos de ser muy cuidadosos con no confundir y creer que se puede tener amor a la comida, al sexo o al sueño, estos tres placeres son únicamente el motivador. Sólo puede ser una manifestación de amor erótico el cuidar del árbol porque disfruto comer sus frutos, procurar el bienestar del ser deseado y de mí mismo porque gozo vincularme sexualmente, o atender el lugar donde duermo porque me regocijo en dormir. Por su parte, filos significa una atracción intelectual hacia algo o alguien que se transforma en una forma de amor. Igualmente se procura el bienestar del ser o el objeto que así mismo nos brinda bienestar, lo mismo que decir, le amamos porque sabemos que somos amados. Es a partir de filos que establecemos relaciones con nuestra familia, con nuestras amistades, con la vida misma. Por último, contamos con lo que los griegos considerarían la máxima expresión del amor: ágape, el amor que no pide nada a cambio. Ágape es la manifestación de compasión por los demás, entendiendo el sufrimiento de todos los seres y procurando su prosperidad. Es el amor a la humanidad, amor que observamos a partir de los actos de personajes como Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Jesús, Buda, entre otros. Los propios griegos aseguraban que era este amor a la humanidad el motivador mismo de la filosofía. Por su parte, los budistas5 afirman que el amor tiene cuatro aspectos, siendo éstos: 1) Maitri: benevolencia, que se define como la habilidad de brindar felicidad a la persona que amas; 2) Karuna: compasión, habilidad para comprender y sosegar el sufrimiento de otro ser; 3) Mudita: alegría; el gozo mismo de la experiencia amatoria; y 4) Upeksha: ecuanimidad o libertad, obtener la libertad en sí mismo y procurar la libertad de la persona que amas. Pero, ¿en qué consisten prácticamente estos cuatro factores? Iniciando por el primer factor mencionado, “maitri” (benevolencia), sé que algunos argumentarán que no puedes hacer feliz a otro, coincido con quienes sean de esta opinión puesto que lo único que puedes hacer es contribuir a la felicidad del otro, brindar motivos que inspiren felicidad, tener hacia él o ella detalles que favorezcan su felicidad. Y todos poseemos este potencial, aunque la decisión última de ser feliz pertenezca al otro. En lo referente al segundo aspecto, “karuna”, la filosofía budista afirma que la compasión es entender el sufrimiento del otro y, si no se puede hacer nada para sosegar su sufrimiento, al menos debemos evitar contribuir a que éste se exacerbe. Existen momentos en que se ama al no hacer nada, porque inclusive no hacer nada ¡ya es hacer algo! Es haber tomado la decisión de no intervenir, lo cual, en ocasiones, es lo que más beneficia al ser que amamos. Tomemos por ejemplo el caso de una pequeña de cinco años con cáncer, quien lleva año y medio internada, sin jugar, sin probar su comida favorita debido a las náuseas, sin socializar con niños sanos, sometida constantemente a tratamientos y estudios. Los doctores le informan a la madre que la última opción disponible es cirugía, en la cual puede fallecer y, en caso de sobrevivir, únicamente le daría un año más de vida en el hospital. Si la niña no se somete a cirugía, su tiempo se ve reducido a dos meses de vida. La madre opta por no hacer la cirugía, no luchar contra el cáncer, no hacer nada. Se lleva a su niña a casa y, por no hacer nada, le regala dos maravillosos meses, jugando, comiendo de acuerdo a su antojo, conviviendo con otros niños y siendo feliz. El cuarto factor, “murita”, habla sobre la alegría que trae consigo el amar a otros. Este es un factor que comúnmente es malentendido, las personas objetan que no siempre se está alegre cuando se ama, y eso es verdad. En el caso de la niña con cáncer, no podemos aseverar que la madre esté alegre porque su niña va a morir. En muchas ocasiones al tener un acto amoroso no estamos alegres, pero a posteriori, cuando entendemos que ese acto contribuyó al bienestar y la felicidad del otro, nuestro ser se alegra de haber hecho lo correcto. Por último nos resta analizar a “upeshka”, la libertad como factor indispensable del amor. Saint-Exupéry, el filósofo galo, hace una estupenda aseveración cuando dice “quizás el amor sea el proceso de dirigir al otro gentilmente hacia él mismo”. Exactamente en eso consiste, en permitirle y alentar que el otro sea la mejor versión de sí mismo, que explore y explote todas sus potencialidades. El amor en sí mismo es una expresión de libertad. Cada uno de los miembros en cualquier relación amorosa se debe a sí mismo. Cuando estoy en relación, no quiero que la otra persona sea mía ni para mí, quiero que sea de sí misma y para ella misma, para que entonces podamos ser juntos, para que entonces podamos compartir nuestro amor. No es relevante la cultura o tradición a la que se pertenezca, el amor es el lenguaje universal. Si expusiéramos una fotografía de un vagabundo ofreciendo su último trozo de comida a un perro callejero, sabríamos que es amor; cuando observamos en la noticias sobre desastres naturales a personas de todas partes del mundo contribuyendo desinteresadamente, atestiguaríamos un acto de amor; las donaciones de sangre, médula y órganos, son por sí mismas expresiones de amor. No existe tal cosa como amar mucho o amar poco, amar a éste más que a aquél, el amor no presenta magnitudes. Algunos días mi ser se ha visto lleno de dicha al observar la risa de un niño en el transporte, por escuchar un saludo de buenos días o ante la oportunidad de ofrecer la mano a una viejita que busca cruzar la calle. Cualquier momento, cualquier circunstancia, cualquier espacio te ofrece la capacidad de devenir amoroso, la decisión es de cada uno y empieza por uno. Sobre el amor seguirán surgiendo continuamente estudios científicos, psicológicos, filosóficos, espirituales, sociales, transpersonales, parapsicológicos y hasta chamánicos. Sin embargo, nada de lo que esté escrito o sea dicho podrá jamás ser equivalente a la práctica misma del amor. Espero que este ensayo sobre el amor haya cumplido con el cometido de explicar por qué el amor no existe, aunque ciertamente ni yo, ni nadie, podrá explicar todo lo que el amor sí es. El amor no existe…el amor se crea, se destruye y