a DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Enero 2005 Número 409 Cuatro siglos de la primera salida del Quijote Mark van Doren: La profesión de Don Quijote ■ Antonio Rodríguez: Muerte, transfiguración y resurrección de Don Quijote ■ Fernando del Paso: El viaje como aventura de la imaginación ■ Javier Ordóñez: El Quijote, los viajes y el mar ■ Jaime Moll: El éxito inicial del Quijote ■ Blanca L. de Mariscal y Judith Farré: El Quijote, de la imprenta a la mascarada ■ Beatriz Mariscal Hay: Cervantes, genial productor de libros ■ R. H. Moreno-Durán: El Quijote regiomontano ■ Ricardo Elizondo Elizondo: La Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey ISSN 0185-3716 ■ a a a Cuatro siglos del Quijote En un mes de 1605, del que nadie logra acordarse, salió de las prensas madrileñas la primera tirada de una obra que transformaría la literatura universal y de alguna manera redimiría a su autor. Con este número inaugural de 2005 La Gaceta se suma a los festejos por la aparición de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, ese basamento sobre el que buena parte de las letras hispanas se ha construido. Aunque no le duró mucho la satisfacción por el éxito editorial a Miguel de Cervantes, que vivió poco más de una década luego de publicada la primera parte de su libro principal, la trascendencia del Quijote significó una especie de ajuste de cuentas con el destino que le tocó en suerte al autor complutense, pues las dolorosas peripecias de su vida —baldamiento de la mano izquierda, cautiverio y esclavitud en Argel, cárcel andaluza, previo fracaso literario— fueron la simiente del texto que lo llevaría a ocupar un lugar de privilegio en las letras mundiales. Un tema infinito como el Quijote exige que quien se acerque a él abandone mil y una vías de acceso en beneficio de la senda elegida. La ruta que hemos seguido en nuestro paseo en torno a la obra cervantina responde a la naturaleza del fce como empresa editorial. De ahí que por una parte hayamos hurgado en nuestro fondo en busca de materiales referentes a Don Quijote y por otra hayamos aprovechado la reciente publicación de una obra que festeja la regiomontana Biblioteca Cervantina, procurando que cuando fuera posible los textos dieran cuenta del proceso editorial que dio a luz la novela de Cervantes. El lector encontrará de entrada un fragmento de La profesión de Don Quijote, bello librito de Mark van Doren en el que se revisan, con elegancia, algunos de los rasgos característicos del Ingenioso Hidalgo; la riqueza verbal de los personajes centrales es elogiada y puesta en el centro de atención del lector. Un segundo fragmento de una obra publicada hace tiempo por el Fondo es el texto de Antonio Rodríguez, que es una elegía por la renuncia, en el lecho de muerte, a su condición de caballero demente. Y rematamos con un trozo del libro ensayístico más reciente de uno de los mayores novelistas con que contamos en el país: Viaje alrededor del Quijote, de Fernando del Paso. El festejo por la aparición del Quijote tiene como base un lanzamiento editorial. Como los libros son eso que fabrican los impresores, comercian los libreros, adquieren los lectores, ofrecemos el rápido recuento de Jaime Moll de las primeras ediciones, las legales y las ilícitas, de la obra que pusiera a circular Francisco de Robles. Nuestro acercamiento material al libro de Cervantes continúa con parte del texto introductorio que Blanca L. de Mariscal y Judith Farré prepararon para Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo, que nuestra casa y el itesm pusieron en circulación el año pasado; este texto es un acercamiento al modo en los lectores han ido apropiándose del objeto y el texto del Quijote. De Beatriz Mariscal Hay hemos tomado su aportación a ese recuento de Quijotes regiomontanos, en la que se rastrean algunas alusiones de Cervantes a la producción de libros. El escritor colombiano R. H. Moreno-Durán reseña la obra anterior y aprovecha para repasar algunos aspectos sobresalientes de la primera edición del El ingenioso hidalgo…, lo que de manera natural conduce a la somera descripción de la Biblioteca Cervantina en boca de su director, el notable narrador Ricardo Elizondo Elizondo. número 409, enero 2005 Sumario La profesión de Don Quijote Mark van Doren Muerte, transfiguración y resurrección de Don Quijote Antonio Rodríguez El viaje como aventura de la imaginación Fernando del Paso El éxito inicial del Quijote Jaime Moll El Quijote, de la imprenta a la mascarada Blanca L. de Mariscal y Judith Farré Cervantes, genial productor de libros Beatriz Mariscal Hay El Quijote regiomontano R. H. Moreno-Durán La Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey Ricardo Elizondo Elizondo El Quijote, los viajes y el mar Javier Ordóñez Cuatrocientos años después Armando Alanís El incienso del Quijote Claudio R. Delgado Teoría de Dulcinea Juan José Arreola 2 6 8 10 13 18 21 24 27 28 31 32 Mark van Doren fue profesor de la Universidad de Columbia, poeta y crítico literario ■ Antonio Rodríguez es autor de El Quijote, mensaje oportuno ■ Fernando del Paso es novelista, ensayista y pintor ■ Jaime Moll es catedrático de la Universidad Complutense ■ Blanca L. de Mariscal y Judith Farré son académicas del itesm ■ Beatriz Mariscal Hay es académica de El Colegio de México ■ R. H. Moreno-Durán es novelista y crítico literario ■ Ricardo Elizondo Elizondo es escritor y director de la Biblioteca Cervantina del itesm ■ Javier Ordóñez es filósofo de la ciencia y catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid ■ Armando Alanís es poeta ■ Claudio R. Delgado es periodista y crítico literario ■ Juan José Arreola es Juan José Arreola Cierran esta entrega un irónico artículo de Javier Ordóñez sobre la rememoración y la hermenéutica quijotescas, con énfasis en el sólido aunque ambiguo nexo que existe, en la obra de Cervantes, entre literatura y realidad. Claudio Delgado, por su parte, repasa con contenida insolencia las voces que discrepan de la calidad del Quijote, para disipar un poco el estancado aroma a incienso que suele rodear a los clásicos. Y dos relatos minúsculos, de Armando Alanís y Juan José Arreola, muestran que el Quijote es también materia prima para nueva literatura. Finalmente, agradecemos a Silvia Garza, directora de la Cátedra Alfonso Reyes, del itesm, por su ayuda en la gestación de este número, en el que usamos como ilustración portadas de algunos ejemplares custodiados por esa institución y contenidos en Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. la Gaceta 1 La profesión de Don Quijote DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán, Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza, Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Marcelo Díaz (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala) Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Diseño y formación Marina Garone y Cristóbal Henestrosa Ilustraciones Tomadas de Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo, México, fce-itesm, 2004 La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 042001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. Correo electrónico [email protected] 2 la Gaceta a Mark van Doren Hemos tomado este fragmento del volumen que el FCE publicó en 1962, con el número 31 en la colección Popular. Al hincar el diente en la materia de que está hecha la locura de Alonso Quijano, van Doren exalta la calidad retórica de los dos protagonistas de la obra mayor de Cervantes: si Don Quijote es un portento de sabiduría y bellas formas de expresión, Sancho no le va a la zaga en poder oral. En eso también se distingue de sus predecesores esta dupla de caballero andante y escudero Todo el Quijote es una serie de aventuras o una serie de coloquios. Más propiamente, como muchos de los coloquios son sobre las aventuras, lo mismo antes que después de haber sucedido, las dos series se entretejen. Es decir, que el libro no es ni todo acción, ni todo conversación. No es una conseja, y no es un diálogo filosófico. Los acontecimientos son de gran interés para el intelecto, y las discusiones, a su vez, hacen que la intriga se desarrolle. Por eso es peligroso acentuar lo uno a expensas de lo otro; aunque más se perdería no prestando atención a los discursos, que si se pasara por alto lo abiertamente expuesto, lo visible, los hechos. Los hechos, en realidad, corren menos riesgo de ser pasados por alto que los comentarios que originan, y a veces parece que es lo único que recuerda el lector: el Quijote, según la opinión general, no es más que la historia de un simpático viejo loco que empezó confundiendo unos molinos y continuó sufriendo otras innumerables equivocaciones del mismo tipo. Pero esto no es lo que uno encuentra, si se lee el libro con amoroso y continuo cuidado. Pues entonces resulta que el protagonista es casi tan hablador como hombre de acción. Y quizás el último recuerdo que uno tendría es el de una voz magnífica, no sólo en sí misma, sino por el espíritu que la inspira, voz que uno no puede oír otra vez en ningún libro. La elocuencia de Don Quijote es única en su clase. Ningún otro héroe ha hablado nunca tan bien, ni con tanta riqueza de expresión. Y esto parecerá raro, porque él quería ser, o parecía ser, un caballero de armas. Los caballeros de las novelas hablaban en ocasiones de una manera bella, pero la mayor parte del tiempo iban a caballo y peleaban. Si Palmerín de Inglaterra, a quien el barbero y el cura clasificaban en segundo lugar después de Amadís de Gaula, es una excepción sobresaliente de esa regla, debemos decir también que es excepcionalmente aburrido. Don Quijote, que habla diez veces más, será lo que se quiera, pero nunca aburre. Se ocupa más de hablar de los caballeros que de ser uno de ellos; más que hacer el papel de caballero, lo contempla; pero en esto precisamente estriba su encanto. “Muchas gracias —hace notar el Duque— no se pueden decir con pocas palabras.” Se refiere a Sancho y no es un elogio intencionado, aunque debiera serlo; pero todo buen lector lo acepta como si fuera dirigido al señor de Sancho, cuyos tonos resonantes armonizan de manera tan perfecta con sus sonoros pensamientos, que hacen de todo el libro una obra musical que se distingue por la profundidad y variedad de su sonido. El estilo de Don Quijote es quizás el más delicioso de cualquier literatura. Este hombre puede decirlo todo, breve o largamente; como el genio, conoce su camino a través del laberinto de la inteligencia y el lenguaje; y tiene un sin fin de conocimientos a su disposición. La erudición nunca está fuera de su alcance. Erudición que algunos de sus interlocutores consideran excesiva, pero que todos ellos reconocen como natural en un espíritu a la vez amplio y sutil, y, al mismo tiempo, lleno hasta los bordes y presto a derramarse. El objeto más insignificante le puede traer a la memoria vastos temas para su desarrollo: una bellota le lleva a la edad de oro; un río, a los siete mares. Y a menudo es prudente. Los que le ven venir y lo creen simplemente loco caminan a su lado para cruzar palabras con él y divertirse con sus pobres locuras. Pero la mayoría de las cosas que dinúmero 409, enero 2005 a ce no les parecen locuras o necedades, y se quedan perplejos. Hay tal sentido común en sus ideas que casi les incita a la protesta. Un hombre así no tiene derecho a ser tan interesante ni a tener tanta razón. Desde luego, está equivocado respecto a la caballería; claramente se ve que está loco cuando se trata este asunto; sin embargo, en cualquier otro tema, tiene conocimientos de caballero, de hombre culto. Es agudo y humano. Y evidentemente se sabe su Aristóteles. Nunca se le ocurre pensar a esos hombres que, si tiene razón en tantas otras cosas, también podría tenerla en cuanto a la caballería. Quizá tampoco se nos ocurre esto a nosotros, que lo hemos estado escuchando noche y día desde que empezó el libro. Pero la razón, en nuestro caso, es algo diferente. Su sabiduría, desde hace mucho tiempo, ha dejado de parecer incongruente con el resto de su ser, cualquiera que este resto sea. Nos hemos encariñado tan hondamente con su índole, que nos hemos olvidado de juzgarle; hemos perdido en gran parte interés por su locura. ¡Ojalá que todos los hombres pudieran hablar como él! Es el rey de su mundo, y quizás el rey de cualquier mundo imaginable. Cuando le vemos vestirse para cenar, bien en casa de los Duques o en la más humilde venta, sabemos que bajará a dominar la mesa donde otros le esperan tolerantes. Determinando los temas que habrán de discutirse, no sólo dirigirá, sino que dará a la discusión sentido y ornamento. El tema que más le gusta es el de sus queridos libros de caballerías: ¿eran verdad?, ¿son verdad? Y si parecen tan reales que nos encanta leerlos, ¿qué significa este encanto? ¿Es entretenimiento o educación, es un creer o un hacer creer? Él proseguirá este tema con cualquiera: con el barbero y el cura, con Don Vivaldo, con el canónigo de Toledo, con Don Diego y su hijo, o con el canónigo del Duque que está tan seguro de que sólo él se halla en lo cierto. Con el canónigo de Toledo la discusión se ramifica hasta incorporar temas tributarios, tales como el distingo entre poesía e historia y la diferencia entre lectores cultos e incultos, pues ambos claman por sus fueros y los más grandes escritores no tienen condescendencia con ninguno de ellos. Con Don Lorenzo, el hijo de Don Diego, la conversación versa sobre poesía, arte que el joven ha ejercido hasta ahora con número 409, enero 2005 poco éxito. Don Quijote, a quien el joven considera loco en los otros temas, le anima a que se crea buen poeta. Y como el extraño viejo parece conocer mucho de ese arte, ¿quién va a saber si halaga o no al autor, de los poemas que le pone delante? […] Y con Sancho sostiene también tanto la mayoría como los mejores de los coloLa elocuencia de Don Quijote es única en su clase. Ningún otro héroe ha hablado nunca tan bien, ni con tanta riqueza de expresión. Y esto parecerá raro, porque él quería ser, o parecía ser, un caballero de armas quios. Quizá no esperaba esto Don Quijote cuando eligió a su rechoncho vecino para que fuera su escudero. Podía pensar lo que quisiera del caballo que llamó su corcel, y lo que la moza aldeana a quien llamaría Dulcinea, así como juzgó brillante y nueva la vieja armadura que llevaba. Ninguno de ellos levantaría la voz para refutarle. Pero este escudero sí que iba a hablar. Y, ¿qué es lo que dice? Ciertamente, Sancho no se parecía, ni podía parecerse a uno de esos jóvenes rubios acompañantes de Amadís y de los caballeros de su género, que iban soñando sueños apropiados acerca del día en que ellos mismos se arrodillaran ante un rey y fueran recibidos dentro de la orden que reverenciaban; soñando también, en sus delicados corazones, con esbeltas princesas cuyos nombres llevarían por todo el mundo, llenos de ambición, en labios amorosos. Sancho no era así, como no lo era tampoco la aldeana con quien se había casado. Sería un fracaso indudable cuando se tratara de palabras; la cuestión estaba en mantenerlo callado y, de no ser así, habría que educarlo en los rudimentos de su papel. Pues tendría que darse cuenta de que representaba un papel en el mismo sentido, aunque no con el mismo éxito que su señor. Lo único importante era saber si se le podría inducir a que se lo aprendiera. ¿Lo tomaría en serio, como hacen los buenos actores? El ventero que armó caballero a Don Quijote no estaba allí para azararlo. Don Quijote no era rey, pero alguien podía decir que lo fuera y no ser desmentido. Sancho era capaz de desconcertar a su señor a cada momento; quizá seguiría siendo el mismo de siempre. Y esto es exactamente lo que hizo Sancho, como todos sabemos. Y por eso, como también sabemos, es por lo que su señor lo quiere finalmente. Pero antes de llegar a este final hubo momentos de pánico. Sancho fue siempre una preocupación y una carga. Había que enseñarle y recordarle las cosas continuamente. Y muchas de las conversaciones entre ambos tienen ese propósito. No siempre nos damos cuenta de que Don Quijote trata, más que de sostener la ilusión entre caballero y escudero, de definir el papel que Sancho desempeña. Don Quijote nunca piensa que Sancho ignora quién es su señor. Sabe que Sancho lo conoce, tan bien como conoce al rucio que cabalga. No existe entre los dos falsa presunción y no hay mutuo desencanto, o si lo hay, los dos se divierten a sabiendas. Y la diversión prueba claramente que ni Sancho es tonto, ni Don Quijote loco. […] Y buena muestra de su calidad es que cada uno de ellos escucha y aprende del otro. Don Quijote, por ejemplo, aprende a respetar los refranes. Empezó despreciando la afición que tenía Sancho a darse al vicio común de que otros dijeran por él lo que él mismo debiera decir. Se ha definido el refrán como la sabiduría de muchos y el ingenio de uno; pero este uno hace tiempo que está muerto y somos sus esclavos si no podemos hacer más que tomar lo que nos arroja desde el pasado. Don Quijote está demasiado orgulloso de su propia retórica para cambiarla por la de un ingenio popular cuyo linaje desconoce. Pero poco a poco se va dando cuenta de que el saber de Sancho en el campo de los refranes es inmenso. Este pobre hombre sabe millones de dichos, le rezuman, saltan de él como guisantes de la vaina, sazonan su habla hasta volverla en verdad demasiado picante: la madera de su tema se pierde entre la multitud de árboles ondulantes. Sancho es un verdadero hijo de España, país notoriamente rico en decires populares; pero el darse a los refranes ha llegado a ser en él, dice su amo, aún peor que un vicio. Es un morbo, una enfermedad del espíritu. Y sin embargo Don Quijote siente también la fascinación, y se contagia por último. Empieza a hacerle la competencia a Sancho con docenas de máximas de su propia cosecha. Nunca llegará a la altura de Sancho, aunque tiene al “virtuoso” a su lado; ha leído demasiados libros y se ha perdido en demasiadas abstracciones. A pesar de todo, la Gaceta 3 a a hace lo que puede, y Sancho está muy satisfecho. Muy pronto el criado muestra que algo por lo menos del estilo de su señor se le ha pegado. Se alejan a caballo de aquellos cómicos ambulantes a quienes Don Quijote ha ensalzado como espejos de la vida: “¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otra el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales… Pues lo mesmo acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.” “Brava comparación —dice Sancho— aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.” A lo cual Don Quijote, dejando noblemente de lado el notorio ataque a su gustada comparación, le re- 4 la Gaceta gala un bello elogio. “Cada día, Sancho, te vas haciendo menos simple y más discreto.” “Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuesa merced —dice Sancho, a quien no se puede ganar en cortesía—; que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas vienen a dar buenos frutos: quiero decir que la conversación de vuesa merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído; la cultivación, el tiempo que le sirvo y comunico; y con esto espero de dar frutos de mí que sean de bendición, tales que no desdigan ni deslicen de los senderos de la buena crianza que vuestra merced ha hecho en el agostado entendimiento mío.” El elogio no deja de tener su malicia, pero así pasa con todo cumplido que se hace entre iguales. El caballero y el escudero están muy en camino de una igualdad más cálida y viva que la de los actores sin disfraces o la de las piezas de ajedrez metidas todas en una bolsa, y aun la de amos y criados que comen a la misma mesa. Son finalmente como una misma carne. Y si Don Quijote, aceptando esto, dice que él es la cabeza y Sancho el cuerpo, es porque es la única forma de guardar el decoro. Nunca negará lo que Sancho le dice al clérigo de los Duques: “Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo que ni a él le faltarán imperios que mandar, ni a a mí ínsulas que gobernar.” Quizá no le gustara tanto el principio de un discurso parecido que le dice a la Duquesa, pero aplaudiría la conclusión: “si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y ésta mi malandanza; no puedo más, seguirle tengo: somos de un mismo lugar; he comido su pan; quiérole bien; es agradecido; dióme sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel; y así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón.” […] El momento llega, dicho con otras palabras, en que Don Quijote decide dejar de representar por completo. El papel de caballero andante nunca ha gustado; y el cielo mismo parece indicar que el de pastor no es tan buen papel como uno se figura. No queda otro remedio más que volver a casa, donde según algunos debía haberse quedado desde un principio. Don Quijote apenas si está de acuerdo con esto, como tampoco lo estamos nosotros, que nunca lo habríamos conocido si se hubiera dejado influir por su sobrina; pero regresa, y la historia se acaba pronto. Vuelve porque ha empeñado su palabra. Carrasco le ha alcanzado otra vez y se las arregla, al batirse a caballo, para que Don Quijote sea derribado. Esto es lo que sucede y entonces don Quijote se ve obligado a recordar las condiciones del pacto: de ser vencido, tenía que volver a su aldea y vivir allí apaciblemente durante todo un año. Lo recuerda y consiente. No se le ocurre hacer otra cosa, ni Carrasco duda de que cumpla su palabra. Un loco podría olvidarse de haber dado esa palabra; un maniaco se retractaría con toda seguridad, en ese momento. Pero Don Quijote vuelve los pasos de Rocinante hacia la aldea, tristemente, desde luego, pero con resolución. Su último acto de caballero andante es posiblemente el más verdadero: es fiel a sus votos. En casa y en cama, pues está muy cansado, no muestra disposición alguna para hablar más de caballeros ni de pastores. Advierte a su sobrina que se está muriendo, y pide que le traiga al barbero, al cura y a Carrasco para que oigan cómo se retracta de todo. Ellos venían ya de cualquier modo, pues están muy preocupados por su amigo. Pero sus temores llegan hasta la consternación cuando oyen lo que tiene que decir. Nunca ha parecido tan loco como ahora. “Dadme albricias, buenos señores, de número 409, enero 2005 a que ya yo no soy Don Quijote de La Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomina.” Esto les parece a los tres hombres, que están de pie al lado de la cama, un nuevo y tan grave delirio, que su instinto les aconseja seguirle la corriente, así como a los borrachos se les da más bebida para que se calmen. Carrasco dice que ha oído rumores acerca de que Dulcinea está por fin desencantada. A esto, el antiguo enamorado da una respuesta, tan suave como decisiva, tan dulce como amarga: “Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa: déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento; que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma.” Es como la respuesta que le da a Sancho, cuando éste entra corriendo unos minutos más tarde y acusa a su señor de extrema locura: querer morirse cuando todavía está vivo. Sancho, llorando a través de sus valientes palabras, hace todo lo que la elocuencia puede para enaltecer la vida pastoril que habían pensado vivir, y descarta con explicaciones el reciente desastre en el campo, causante de la vuelta a casa de su señor. Es culpa suya, confiesa Sancho, por no haber apretado bien la cincha a Rocinante, y en toda caso es una de las muchas desventuras que un verdadero caballero andante debe tener previstas. “Señores —interrumpe la voz de Don Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño.” Es un refrán muy apropiado para el amigo a quien va dirigido: el último que uno de los dos pronunciará. Y el caballero que lo dice no se queda esperando contestación. Se sale del libro y fuera del mundo se va. ¿Qué había sido en el libro y qué es ahora en el mundo? En el mundo es tantas cosas como teorías haya sobre él; y también en el libro, pues por mucho cuidado que se tenga al leerlo, parece como si él fuera varios hombres, y si es uno solo, le sobran ideas y motivos para serlo. Su realidad lo obliga a ser, desde luego, un solo hombre; no hay otro como él en número 409, enero 2005 el mundo, pero esa misma realidad hace que sea imposible conocer su pensamiento. ¿Había tratado sólo de divertirse este viejo aburrido y sin nada que hacer? En ese caso se divirtió, escogiendo tarde, como Aquiles en su juventud, una vida de gloria por encima de la tranquilidad y la paz. Incluso tuvo su gloria; su vida, tal como fue, alcanzó a tener un fiDon Quijote está demasiado orgulloso de su propia retórica para cambiarla por la de un ingenio popular cuyo linaje desconoce. Pero poco a poco se va dando cuenta de que el saber de Sancho en el campo de los refranes es inmenso nal emocionante. Todo esto suponiendo que se propusiera representar un papel que al final ya no le divertía; así pudo decir en sus últimos momentos: “burlas aparte”. Por otro lado, ¿no fue todo más que una pura diversión? ¿Creyó verdaderamente en la utilidad de actuar como caballero andante? ¿Más que en la utilidad, en el deber de hacerlo en tiempos tan depravados? ¿Se le ocurrió por fin que a nadie le importaba lo bien que hiciera su papel, pero ni aun que lo hiciese? Pareció no tener público, o si reunía uno, este público lo era todo menos comprensivo; le atendía con desdén, diciendo una cosa por otra, y en vez de apoyarlo, se burlaba de él; y Don Quijote se agotaba en el engaño, al aparentar que no se daba cuenta de todo esto. El mundo se negaba a divertirse, y quería seguir siendo como era; Don Quijote se quedaba dentro de sí mismo, solo y absurdo como un cómico ambulante a quien nadie paga por sus salidas. O peor aún: ¿y si él era víctima de su papel? ¿Si se le había metido en la sangre dañándole el cerebro? Seguramente, no hasta el extremo de creerse distinto del que era, pero sí —y esto sería tan malo como lo otro— hasta el punto de pensar que el cielo se podía erigir sobre la tierra, que las ideas podían tomar formas físicas en carne y hueso, dejando de ser, por lo tanto, ideales. Para un hombre de su fe, esto era una blasfemia; por eso quizá rechaza finalmente las novelas “profanas” y se dedica a los negocios de su alma. El alma no se pone armadura, no monta caballos ni derriba por tierra a personas inocentes. El alma contempla la perfección en el silencio de la eternidad. No hace, es. Cuando Cervantes terminó su libro, estaba dispuesto, sin duda alguna, a que pensáramos de sus héroes alguna de estas cosas, o todas juntas. Pero, ¿qué pensaremos de su autor? ¿Qué suponemos que quería hacer? Lo más probable es que su plan se desarrollara a medida que escribía; pero no podemos probar que así fuera, y es muy posible que su idea fuera sencilla y completa desde el principio. Pero, ¿cuál era su idea? Si decimos que la de absorber todas las ironías que encontramos en Don Quijote, tal afirmación parece absurda en sí misma y suena demasiado solemne. Cervantes nunca parece hablar en serio. Es divertido, es ligero, es extraño como la vida misma; pero nunca escribe con la cara larga que ponen sus críticos. Su héroe es el hombre más solitario de la literatura, y el más escarnecido; pero Cervantes no parece dispuesto a salvarlo. Deja que toda crítica se dispare contra él, que todo epíteto se amontone sobre su cabeza, sin ponerse sentimentalmente a defenderlo. Nosotros nos ponemos sentimentales con el Caballero de la Triste Figura, pero es que no estamos hechos de acero, del acero de la comedia, como Cervantes. La materia del libro ha debido ser la materia de su propio corazón: un corazón que él no exhibía. Llegaremos a la conclusión, y la mayoría así lo hace, de que Don Quijote es el caballero andante más perfecto que ha existido; en realidad, es el único que podemos concebir, pero Cervantes no nos pide que lleguemos a esta conclusión. Se podría insistir en que Cervantes, en vez de destruir la literatura caballeresca, la salvó creando la única manera de tratar ese tema de modo que se pueda leer para siempre; y que ésta lo consiguió, dejando que la sátira madurase en comedia y lo ridículo se disolviera en amor; pero todavía vemos a través de los siglos su sonrisa y podemos preguntarnos hasta qué punto siente compasión hacia nosotros porque no podemos dejar su libro en paz. Se podría decir que no hay hombre en la literatura o en la vida que honremos y veneremos más de lo que honramos y veneramos al digno amigo de Sancho Panza. Cervantes, sin embargo, no le concede tal honor ni, al menos en presencia nuestra, tal veneración. Se limita a darle vida. Quizás esa vida que le infunde sea lo que debemos honrar, viéndola con sencillez. Y mirándonos entonces uno a otro, debemos sonreír complacidos. la Gaceta 5 a a Muerte, transfiguración y resurrección de Don Quijote a Antonio Rodríguez El Fondo ha buscado ser siempre un espacio para la reflexión literaria. Hemos tomado este fragmento del Quijote, mensaje oportuno, que apareció en 1985 dentro de la colección Biblioteca Joven. Aquí escucharemos el lamento por la muerte, no de Alonso Quijano sino de Don Quijote, que al renegar de su locura lo hace de su condición más valiosa, la que lo hizo trascender su naturaleza humana Levántese y vámonos Aparentemente, el libro de Cervantes termina con la más desalentadora negación del heroísmo que un amante de la humanidad pueda concebir. El idealista que se armó caballero para ir “por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos” y que de sí mismo tantas veces había dicho: “Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos…”, al verse en el umbral de la muerte reniega de la andante caballería y considera necedad el peligro a que se expuso por haber leído “tan odiosas historias”. Después de haber aceptado voluntariamente, la “locura” de luchar contra los monstruos y los endriagos que se escondían detrás de los molinos de viento, el que llamaba bobas a la sobrina y al ama, por sus trivialidades, renuncia a sus visiones de iluminado para convertirse en un vecino a secas del pobre cura de aldea y del barbero, que tanto hicieron por disuadirlo de sus nobles empeños: “ya no soy Don Quijote de La Mancha —dice en el momento de su conversión a la vulgaridad— sino Alonso Quijano… el Bueno…”, “ya me son odiosas todas las historias de la andante caballería…”, “yo fui loco —dice Don Quijote ante el llanto de Sancho y el nuestro—, yo fui loco y ya soy cuerdo”. Difícilmente se haya escrito en toda 6 la Gaceta la historia de la literatura una página más amarga y desgarradora que aquella en la cual Don Quijote pide perdón a su autor por los “dislates” que él, con sus “locas” aventuras, le obligó a escribir: “pidan [a Cervantes]… cuán encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella se escriben; porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos…” No sólo se arrepiente Alonso Quijano de haber sido Quijote: le duele, además, el haber dado motivo a que se escribiera el maravilloso libro de sus andanzas. A estas tristísimas palabras de arrepentimiento, que señalan la muerte espiritual del idealista, llama Turgueniev (!) “palabras admirables”. Más aún, Miguel de Unamuno ve en el tránsito del héroe “una muerte ejemplar” porque “merced a ella —según cree— es Don Quijote inmortal”. Nada nos parece más incongruente y negador del quijotismo que considerar “inmortal” a Don Quijote por esa su muerte que lo confunde, en la vulgaridad, con los demás mortales de quienes él, en la vida, tanto se distinguió. Don Quijote no alcanza la inmortalidad por haber “muerto en su lecho… sosegadamente… entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron…”, sino por su vida, ésa sí ejemplar, de caballero andante que luchó con el valor de sus brazos y el filo de su espada para establecer el bien en la tierra. Por la cordura de su agonía es Don Quijote un hombre como otro cualquiera; por la locura de su existencia fue distinto a todos. Don Quijote es inmortal por haber sabido ver en la cueva de Montesinos y gracias a su extraordinario poder de visionario lo que sólo hombres como él saben ver en “escuras simas”, y lo es, también, por haber sustituido la sensatez de una vida reposada por la locura de una existencia sin descanso. Se equivoca por ello rotundamente el autor de Del sentimiento trágico de la vida cuando dice que “en la muerte de Don Quijote se reveló el misterio de su vida quijotesca”, ya que esa muerte, banal, ni siquiera sirve, por el contraste, para acentuar el relieve de una vida, ya de sí tan bien marcado. Se equivoca también el comentador del Quijote cuando dice que la muerte del héroe “fue aún más heroica que su vida”, ya que no hubo en ella ni “encumbrado sacrificio”, ni “renuncia a la gloria”, sino pérdida de la maravillosa alucinación que permitió al empozado de la cueva de Montesinos ver claramente en la oscuridad lo que otros ni en la más diamantina luz pueden advertir. Y en grave pecado de contradicción incurre el ilustre salmantino que quería “rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado” cuando pregunta, al final de su libro: “¿qué si no sueño y vanidad es todo heroísmo humano, todo esfuerzo en pro del bien del prójimo, toda ayuda a los menesterosos y toda guerra a los opresores?” “Los sueños —dice con mayor visión quijotesca León Felipe, el austero poeta castellano que quería cabalgar con Don Quijote en su montura— son la semilla de la realidad.” No hay nada, pues, de ejemplar, ni de admirable, en las tristísimas palabras de Don Quijote ante la muerte. Su arrepentimiento y abjuración son el remate de la deplorable trayectoria hacia el abismo que se inicia con la derrota infligida al noble caballero por el de la Blanca Luna. Don Quijote había dicho un día: “después que soy caballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos…”; de igual modo después que dejó de ser campeón del ideal y quiso convertirse en el pastor Quijotiz, el antes valeroso luchador se volvió lo que su sobrina quería que fuese: un simple hidalgo (arruinado), obediente de los curas de aldea, bueno, apacible, sin curiosidad, número 409, enero 2005 a ayuno de ambiciones e insensible a los entuertos del mundo; es decir, ¡un antiquijote! Esta reversión del héroe prometeico a aldeano cuerdo y sin ideales es la más dolorosa y triste de cuantas vicisitudes sufrió el caballero. Es su auténtica derrota. Pero, con ser desgarradora (¿habrá nada más decepcionante y pesimista que ver a Don Quijote renegar de sus ideas y arrepentirse de aquellas que nos lo hicieron venerable?) no lo es tanto como para que de ella se alegren los defensores de la edad de hierro que el caballero andante quería derrotar. También Cristo, precursor del profeta de La Mancha (Ortega y Gasset llama al libro de Cervantes “la parodia triste de un Cristo más divino y sereno”), tuvo un minuto de desánimo ante la muerte: —Eloi, eloi lama sabachtani? Dios mío, Dios, ¿por qué me abandonas? —dijo con amargura en la cruz. ¿Cómo no habría de tenerlo el humanísimo Don Quijote? Profundas huellas había dejado en su espíritu la contemplación real y sin encantamientos (libre ya de artificiosas divinizaciones) de la campesina soez en quien él había puesto los atributos que su imaginación para ella tejiera. Horrible le había sido contemplar a la diosa por él imaginada tal como en realidad era: “carirredonda y chata” y con un olor a ajos crudos que le “encalabrinó y atosigó el alma”. No debemos sin embargo olvidar —y en ello reside la grandeza dialéctica de Cervantes— que Don Quijote es sólo la parte de un todo. A su lado está Sancho, la otra parte. Y ésta permanece incólume. ¡Y si fuera sólo incólume! Habiendo tomado de su amo la locura que aquél había perdido, Sancho se eleva hacia las cimas desde las cuales, por la ceguera de la agonía, se despeña Don Quijote. En cierta ocasión el caballero andante había dicho a Sancho: “Duerme tú que naciste para dormir.” Ahora es el escudero quien dice a su antiguo conductor: “Mire, no sea perezoso, sino levántese desa cama y vámonos…, quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada.” El Quijote no termina, pues, con el repudio del ideal. El grandioso libro termina, en un clímax de sinfonía beethoveniana, con un toque de alborada: “¡Levántese y vámonos!” Además, lo que muere de Don Quijote es la parte mortal de su persona, el número 409, enero 2005 Alonso Quijano que a la hora de la agonía vino a recobrar lo que en la “locura” del ingenioso hidalgo de él había desaparecido. Don Quijote, como encarnación de las más hondas aspiraciones del hombre, es inmortal. Lo vemos por ello a nuestro lado desde el fondo de los siglos hasta hoy. El que muere es Alonso Difícilmente se haya escrito en toda la historia de la literatura una página más amarga y desgarradora que aquella en la cual Don Quijote pide perdón a su autor por los “dislates” que él, con sus “locas” aventuras, le obligó a escribir Quijano, un hidalgo arruinado y hombre sin más importancia que la de haber servido de cuna a un personaje que de él nació y de él separó su propia trascendente existencia. Don Quijote, el auténtico, el que liberta a los galeotes y da categoría de princesas a las Maritornes, no muere: se transfigura y prolonga en Sancho, que de él nace y por él se engrandece, para dar eternidad a sus “locuras”. También en esta conclusión, altamente simbólica, nos da Cervantes una imagen admirable de la vida. El idealista puede caer en el camino, agotado por tanto sacrificio, deshecho por tanto golpe, decepcionado por tanta ingratitud, horrorizado, en suma, por la realidad que él había querido ver de otro modo. Pero donde el idealista cae, el pueblo que Sancho simboliza se yergue y le grita: “¡Levántese y vámonos!” La historia de las ideas conoce muchas claudicaciones, repudios y arrepentimientos. Hay idealistas que se sumen en el polvo de su debilidad. Desaparece entonces el idealista, pero no se extingue el ideal. Su semilla, imperecedera, va a germinar en el terreno fecundo sobre el cual cayó, y va a reproducirse en nuevos frutos. Los idealistas son los ojos que, rompiendo la niebla del tiempo, vislumbran los reinos gloriosos donde los que tienen hambre serán saciados y los imperios en los cuales los humildes Sanchos serán gobernadores o reyes. Los Quijotes logran ver hermosas visiones donde los Sanchos sólo pueden ver sapos y culebras, y es gracias a estas visiones deslumbrantes que es posible marchar hacia las “quimeras” que parecen “embelecos o cosas soñadas”. No obstante, los Quijotes sólo con el apoyo activo de los Sanchos podrán ver sus sueños convertidos en realidad. La idea es la semilla. El pueblo, la tierra. Puede la semilla, al caer, aspirar al reposo. Una vez en posesión de ella, la tierra no le permite descansar. La transforma en árbol, flor y fruto. Al apoderarse de la idea abstracta, en circunstancias históricas adecuadas, el pueblo la transforma en instrumento material de acción: en arma con la cual se lanza, impetuosamente, a la lucha contra los gigantes, los monstruos y los encantadores. a En el momento en que dice: “ya no soy Don Quijote… Yo fui loco y ya soy cuerdo”, el Caballero de la Triste Figura deja de interesarnos. Lo que de él precisamente nos interesa es la “locura”. De Alonsos más o menos tontos (Don Quijote adquiere ese estado cuando se vuelve cuerdo) está el mundo lleno. Mas en ese crítico momento es cuando el libro alcanza plenitud y conquista Cervantes la cima de la creación artística, porque al matar humanamente a su héroe lo hace revivir, dialécticamente, en el terreno donde el hidalgo había sembrado antes sus inquietudes, del mismo modo que los aztecas hacían revivir a sus guerreros sacrificados en la eternidad del sol. Y hacia tal cima caminó siempre Cervantes a lo largo de su libro. Desde que lanza a Don Quijote hacia los campos de Montiel, no pierde Cervantes cuanta oportunidad se le presenta para someter a su héroe a las más desla Gaceta 7 a piadadas derrotas —y ninguna peor que la de abjuración ante la muerte física—, porque a tales derrotas tenía que conducir la descabellada actuación del caballe- ro. Pero el Cervantes que hace fracasar en Don Quijote a los impreparados para la acción da eternidad a sus nobles ideales en el propósito, manifestado por a Sancho, de continuar unas aventuras que sólo terminarán cuando lo de la ínsula Barataria se convierta en auténtica realidad y no en nueva burla. El viaje como aventura de la imaginación Fernando del Paso Hemos tomado este fragmento de Viaje alrededor del Quijote, que apareció el año pasado en nuestra Sección de Obras de Lengua y Estudios Literarios. En estas líneas el autor de Palinuro de México ve en el viaje uno de los núcleos de la magna novela cervantina y explica por qué su propia obra lleva en el título la añeja y emocionante noción del periplo Y llegamos a Cervantes y a su Don Quijote. Ramiro de Maeztu, en su ensayo dedicado al Quijote, compara la novela de Cervantes con la epopeya portuguesa Os Lusiadas, única obra, afirma, capaz de parangonarse con ella. En la obra de Camoens, afirma Maeztu, “se encuentra la expresión conjunta del genio hispánico en su momento de esplendor. Allí están su expansión mundial y su religiosidad característica: la divinización de la virtud humana.” Por esta razón, continúa el crítico español, “habría que habituarse a considerar Os Lusiadas y el Quijote como las dos partes de un solo libro escrito por dos hombres, a pesar de su disparidad aparente… donde acaban Os Lusiadas comienza Don Quijote”.1 En mi opinión, estas dos obras maestras se parecen en algo más. Ambas son libros de viajes. Viaja Don Quijote por la geografía de España: La Mancha, Aragón, Cataluña, viaja por la historia de su país y de Europa, y viaja también, se extravía, en los laberintos de la locura y, como lo han querido algunos críticos, viaja también, de regreso, a la cordura. Y Os Lusiadas, inspirada en la verdadera expedición a Calicut del navegante 1 Ramiro de Maeztu, Don Quijote, Don Juan y La Celestina. Ensayos de simpatía, Calpe, Madrid, 1926, Colección Contemporánea, pp. 71 y 72. 8 la Gaceta portugués Vasco de Gama, es un viaje por mundos fantásticos. Lida de Malkiel hace un recuento de algunos de estos portentos. Entre ellos, de la visita a la ciudad sumergida, y de la ascensión de Vasco de Gama, guiado por la ninfa Tetis, a la cumbre de un monte, cubierta de rubíes y esmeraldas, desde la cual contempla “el universo tolemaico”2 en miniatura. Al mismo tiempo, estas dos obras llevan en sí el germen de su fracaso. Don Quijote viaja también por un pasado —el de las mejores tradiciones caballerescas—, que nunca habría de volver, y no sólo es vencido y humillado por el Caballero de la Blanca Luna, sino que sufre una derrota infinitamente más dolorosa y absurda, que es la que él mismo se inflige, al renunciar a seguir siendo Don Quijote, para volver a ser Alonso Quijano, en un acto que oscila entre el asesinato artero de un personaje literario, o el suicidio del mismo. Y, los viajes de Vasco de Gama y de otros ilustres navegantes portugueses y españoles, al reducir las dimensiones del mundo, coEl libro de Cervantes es asimismo, quizás, un viaje que tiene como punto de partida la ilusión y como punto de llegada la desolación mo decíamos, dieron muerte a algunas de las leyendas más bellas, y sobre todo más significativas, que la imaginación occidental había dado a luz. Desde luego —y esto sería un tema que valdría la pena tratar aparte—, no hubo nada más pérdidas para occidente. Por ejemplo, en lo que a Portugal concierne, los periplos y travesías de sus exploradores se 2 María Rosa Lida de Malkiel, “La visión de trasmundo en las literaturas hispánicas”, en Howard Rollin Patch, El otro mundo en la literatura medieval, fce, México, 1956, p. 431. tradujeron en la incorporación a las construcciones portuguesas no sólo de instrumentos de navegación como brújulas y astrolabios, o de conchas y caracoles marinos, sino también de motivos arquitectónicos trasplantados de la India y la China, elementos todos que, en su conjunto, florecieron en la gloria del barroco manuelino. […] Mal podríamos hablar del Quijote como un viaje de la imaginación, sin dedicarle unas palabras a otras dos obras de Cervantes. Una de ellas, a pesar de ostentar la palabra viaje en su título, nada tiene que ver, en realidad, con movilización alguna, como no sea por el mundo de la mofa. Se trata, desde luego, de Viaje del Parnaso, obra en verso que, como sabemos, compuso Cervantes para burlarse de un gran número de escritores, escritorzuelos, poetas y poetastros de su época y de su España, y al mismo tiempo para expresar su admiración por unos cuantos. La otra obra es Los trabajos de Persiles y Sigismunda, libro por demás singular, el último que salió de la pluma del genial alcalaíno. Basten por ahora dos o tres referencias. Una, la de Casalduero, quien afirma que el viaje del Persiles nos conduce “de la creación del hombre hasta la Roma Santa”.3 Otra, la de Basanta,4 quien nos recuerda que en el Persiles Cervantes emplea como esqueleto de la obra la idea de la novela bizantina de un largo viaje en el que se confunden espacios reales y fantásticos. Pero… ¿se confunden? Lida de Malkiel nos indica que “un extraño rasgo del Persiles es, precisamente, cierta ansia morbosa de 3 Joaquín Casalduero, “El desarrollo de la obra de Cervantes”, en George Haley, comp., El Quijote de Cervantes, Taurus, Madrid, 1989 (1ª reimp.), p. 43. 4 Ángel Basanta, Cervantes y la creación de la novela moderna, Anaya, Madrid, p. 73. número 409, enero 2005 a acumular visiones mágicas y milagros, y fatigarse luego por exhibir sus resortes racionales y ortodoxos”.5 […] El libro de Cervantes es asimismo, quizás, un viaje que tiene como punto de partida la ilusión y como punto de llegada la desolación, si estamos de acuerdo con Harry Levin quien afirma que, después de Montesinos, cada capítulo es una estación en el peregrinaje del desencanto. De cualquier manera, y en cierta medida, toda obra de ficción: novela, cuento o teatro, implica un desplazamiento por el tiempo y por el espacio, tanto del autor como de sus lectores. El viaje de cada lector será distinto según su capacidad de vuelo, su deseo de volar, y su concentración. Y el autor, será su único y exclusivo guía. Es decir, habrá tantos autores diferentes como lectores que los sigan. En el caso de Don Quijote hay varios viajes reales concretos, y otros que lo son etéreos, intangibles. El viaje real, en sí, es un magnífico pretexto, un instrumento precioso como hilo conductor de paisajes y personajes. “Desde el remoto ejemplo de la Odisea —nos dice Torrente Ballester—, la narración de aventuras resulta de la combinación de dos elementos estructurantes: un caminante, y el azar, de tal suerte organizados que, siendo uno el caminante, sean muchos los azares […] el enlace entre una aventura y otra, viene dado por el ‘camino’.”6 Otro gran hallazgo de Cervantes — quien, como nos recuerda Azorín, había tenido siempre la obsesión de los caminos, él, peregrino toda su vida— fue el hacer viajar a Don Quijote por el campo, por despoblado, por “las afueras de la sociedad”, lo que constituyó, como dice Américo Castro, “el gran giro literario”7 y, como otros muchos han dicho, lo que hizo posible varias de las aventuras de Don Quijote, que hubieran sido irrealizables, o tenido un desenlace, un desentuerto muy diferente y en general nefasto, de suceder en una población. Por ejemplo, si el caballero hubiera liberado a los galeotes en una ciudad, habría sido enviado en un santiamén a la cárcel. Esto es, precisamente, lo que le 5 Lida de Malkiel, op. cit., p. 419. Gonzalo Torrente Ballester, El Quijote como juego y otros trabajos críticos, Destino, Madrid, 1984, Destinolibro 208, p. 15. 7 Américo Castro, Hacia Cervantes, Taurus, Madrid, 1967 (3ª ed. considerablemente renovada), p. 349, nota 1. 6 número 409, enero 2005 sucede al Don Quijote de Avellaneda en uno de los primeros capítulos del libro cuando, en Zaragoza, intenta liberar a un hombre que azotan por ladrón y que exhiben por las calles: Avellaneda no aprendió la lección de Cervantes. Y el propio Cervantes comete un desacato al llevar a su personaje, hacia el final de la Sólo quiero acercarme al Quijote, como lo haría un meteoro, viajar alrededor de él, varias veces, y regresar después, alejarme y olvidarme de él […] Apenas si es necesario advertir que se trata del viaje de un solitario. De mis soledades vengo, a mis soledades voy obra, a Barcelona: es en la ciudad donde la burla del personaje se hace más cruenta que nunca, por varios motivos. En su mayoría, las desventuras del caballero tuvieron pocos testigos. Son excepciones las urdidas por los Duques, pero el auditorio, integrado a la burla, estaba aleccionado: tenía que convencer a Don Quijote de su calidad caballeresca. Pero en Barcelona, el caballero es, en más de una ocasión, escarnio de una multitud sin rostros: Don Quijote es expuesto a la irrisión del mundo: su locura y su ridiculez quedan a la intemperie primero, cuando los muchachos les alzan las colas a Rocinante y al rucio de Sancho, para encajarles en el ojo del culo, como diría Quevedo, sendos manojos de aliagas, plantas espinosas que alborotaron a los pobres animales, de modo que, como se recordará, con sus corcovos dieron con sus dueños en tierra. La segunda vez es cuando los caballeros amigos de Don Antonio le cosieron en las espaldas un pergamino donde decía “Éste es Don Quijote de La Mancha”, rótulo que provoca las agrias imprecaciones de un castellano que no lo baja de loco y mentecato. Se recordará que en el libro de Avellaneda, en las justas de la ciudad de Zaragoza, Álvaro Tarfe, quien desfila junto a Don Quijote, lleva en su escudo una leyenda que se refiere al caballero como “príncipe de los orates”. No veo una gran diferencia entre los dos episodios. Cervantes no aprendió la lección de Avellaneda. Por otra parte, ni Cervantes ni Don Quijote pensaron que en aquella multitud, aparte de los analfabetas que ni de oídas conocían a Quijote alguno, habría sin duda lectores no sólo del Quijote auténtico, sino también del Quijote apócrifo. ¿Para qué arriesgarse entonces a ser confundido con el Quijote de Avellaneda a su paso por las calles de Barcelona? […] No parece tener intención alguna de originalidad el haber dado por título a este libro Viaje alrededor del Quijote, no sólo por lo manida que está la idea del viaje, sino porque además hay varias obras cuyos títulos incluyen la palabra alrededor, como Viaje a la Luna y alrededor de la Luna de Julio Verne, Viaje alrededor de mi cuarto de Xavier de Maistre y Viaje alrededor de mi cráneo de Frigyes Karinthy. Por otra parte, en la Memoria del X Coloquio Cervantino Internacional celebrado en 1998 en la ciudad mexicana de Guanajuato, me encontré una ponencia de Ángel González titulada Viaje por los alrededores de Don Quijote de La Mancha. Esta coincidencia, por demás previsible, no me hizo cambiar el nombre de mi libro, ya que dos años antes, en 1996, yo había comenzado a dictar en El Colegio Nacional — de México— una serie de conferencias englobadas, todas, bajo ese mismo título, Viaje alrededor de “El Quijote”. Tengo la convicción de que se trata, al menos, de un título honesto y, creo, exacto, y no sólo por su falta de pretensiones. Para mí, la aventura de escribir sobre el Quijote es un viaje en la medida en que es un acercamiento a esta obra maravillosa. Como acercamiento, me permitirá, me ha permitido ya, verla mejor, descubrir bellezas, honduras y enigmas insospechados para mí hasta ahora, y por lo mismo me ha permitido también aprender a amarla mejor. Acudo de nuevo a la comparación de el Quijote como un sol cuya inmensa luminosidad no ciega, sino que guía, enseña, divierte, y alumbra el alma y el entendimiento. Alrededor de este astro, decía, giran numerosos planetas, algunos muy grandes y muy bellos, otros, de dimensiones y alcances modestos. No pretendo instalarme en este majestuoso sistema planetario, quizás el más nutrido y abigarrado de la galaxia de Gutenberg. Sólo quiero acercarme al Quijote, como lo haría un meteoro, viajar alrededor de él, varias veces, y regresar después, alejarme y olvidarme de él sin necesidad de leer las instrucciones de Fernando Savater: el alejamiento y el olvido serán inevitables porque algún día otras voces y otros ámbitos reclamarán mi atención y mi amor, mi entrega. Apenas si es necesario advertir que se trata del viaje de un solitario. De mis soledades vengo, a mis soledades voy. la Gaceta 9 a a El éxito inicial del Quijote a Jaime Moll Francisco de Robles continúa la relación editorial con Cervantes que su padre, Blas de Robles, había iniciado en 1585 al editarle La Galatea, y decide publicar la primera parte del Quijote. La corte real está en Valladolid, donde es solicitado el correspondiente privilegio para los reinos de Castilla, firmado por el rey el 26 de septiembre de 1604. Impreso en Madrid el texto de la obra, el corrector general, Francisco Murcia de la Llana da, el 1 de diciembre, la certificación de que lo impreso coincide con el original manuscrito al que el Consejo de Castilla había dado licencia y que un escribano del mismo había ¿Fue una obra de éxito el Quijote? La respuesta a esta pregunrubricado hoja a hoja. De nuevo en Valladolid el expediente, ta, la primera respuesta que daríamos, sin previo análisis, es Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del rey, al serviafirmativa: respuesta global a cuatro siglos de reediciones. Si cio del Consejo de Castilla, certifica que sus miembros han tapretendemos limitarla a un periodo más reducido y próximo al sado el libro sin encuadernar a tres maravedíes y medio cada inicio de tan largo andar, habrá que matizar la rotunda afirmapliego, firmándolo el 20 de diciembre de 1604. Llegada la cerción y tener en cuenta que del Quijote se publicaron dos partes, tificación a Madrid, se imprimen la portada y los preliminares, separadas sus primeras ediciones por un decenio. En la segunpara iniciar la distribución y venta del libro a principios de da parte, Cervantes pone en boca del bachiller Sansón Carras1605, fecha de la portada. co, refiriéndose a la primera: “Es tan verdad, señor, dixo SanLa primera parte del Quijote obtuvo en 1605 un gran éxito són, que tengo para mi que el día de oy están impresos más de en Madrid que se extendió a otros reinos. La primera edición doze mil libros de la tal historia, sino dígalo Portugal, Barcelose agotó rápidamente y Francisco de Robles encargó su reedina y Valencia, donde se han impreso, y aún ay fama, que se esción a la imprenta de la viuda de Pedro Madrigal, María Rotá imprimiendo en Amberes…”1 dríguez de Ribalde, que regentaba Juan de la Cuesta. Ante el ¿Son datos fiables o generalizaciones derivadas de lo que acoso del editor, Juan de la Cuesta tuvo que encargar a la Imhabitualmente sucedía? Doce mil libros, si consideramos la prenta Real la impresión de cinco cuadernos para poder aceletirada más habitual, que era una jornada o sea mil quinientos rar su terminación.3 Francisco de Robles, al ver el rápido éxito de este libro, haejemplares, representan ocho ediciones. Por otra parte, conobía previsoramente completado el privilegio para los reinos de cemos ediciones anteriores a 1615 de Lisboa y Valencia, pero Castilla solicitando el correspondiente al reino de Portugal, no de Barcelona, y la edición flamenca no fue de Amberes sique firmó el rey el 9 de febrero de 1605. Sin embargo, dos edino de Bruselas. Más que un testimonio totalmente fiel de una ciones se publicaron en Portugal poco después de su concerealidad, hemos de considerar estas afirmaciones como reflesión. Es de suponer que sus editores desconocían la existencia jo de un ambiente, de lo que sucedía con las obras de gran de un privilegio concedido a Cervantes, ya que es difícil creer éxito. Ello podía beneficiar al buen nombre del autor, al amque, no una sino dos personas, hubiesen hecho caso omiso del pliar la difusión de su obra en ediciones hechas en otros reimismo. El interés en editar la obra, ante nos, pero no su economía ni la del edi¿Fue una obra de éxito el Quijote? el éxito que obtenía y las previsibles gator, que había comprado el privilegio La primera respuesta que daríamos, nancias, podría haber dado lugar al inpara los reinos de Castilla y veía cómo sin previo análisis, es afirmativa: tento de lograr un acuerdo con Franciseditores de otros reinos, hispánicos o respuesta global a cuatro siglos de co de Robles, cesionario del privilegio, o no, se beneficiaban de las reediciones, reediciones. Si pretendemos a la solución, no por ilegal menos habisin el coste inicial, por reducido que limitarla a un periodo más reducido tual, de la edición contrahecha. Ante la fuese, de lo que él había pagado al auy próximo al inicio de tan largo falta de efectividad de su previsión, tor. Su edición tenía incluso que comandar, habrá que matizarla Francisco de Robles inició una serie de petir en su propio mercado natural con actuaciones. El 11 de abril de 1605, en estas ediciones foráneas. Es precisaValladolid, ante el escribano Tomás de Baeza, Cervantes, que mente en 1616 cuando dieciséis libreros y un impresor se dijo tener privilegios para los reinos de Portugal, Aragón, Vaquejan ante el Consejo de Castilla por la competencia que les lencia y Cataluña, dados por su majestad y por sus virreyes, dio hacen las ediciones contrahechas y la entrada en los reinos de poder a Francisco de Robles para hacer “todos los autos e diliCastilla de libros impresos en otros reinos de los que existe gençias y pedimientos, que sean necesarios y que quisiere haedición castellana.2 También los clásicos comenzaron desde pequeños. Los festejos por el cuarto centenario de la aparición de la primera parte del Quijote no deben hacernos olvidar su pausado y azaroso arranque. Este artículo revisa los primeros pasos editoriales, no siempre dados por impresores legítimos, de una obra que habría de convertirse en pieza suculenta de los comerciantes de libros 1 Capítulo iii. Jaime Moll, Aspectos de la librería madrileña en el siglo de oro, Madrid, Comunidad de Madrid, 1985, p. 27. 2 10 la Gaceta 3 Son los cuadernos Mm a Qq, como ha señalado R. M. Flores, The Compositors of the First and Second Madrid Editions of “Don Quijote”, Londres, 1975, parte i, pp. 41-68. número 409, enero 2005 a zer, para ynpedir que no se ynprima ni benda el dicho libro sin su orden y consentymyento, y si él quisiere hacerle ynprimir e bender e hazer qualequier conçiertos e cosas que quisiere e por bien tuviere, lo qual balga e sea tan firme, bastante e valedero como si él mismo lo hiziera siendo presente… por raçón que al dicho Francisco de Robles le pertenecen los dichos prebilegios y son suyos por conçierto que con él tien hecho y su labor le tiene pagado”.4 Completando este poder, Cervantes, que tenía noticia de “que algunas personas en el dicho reyno de Portugal an ympreso o quieren ymprimir el dicho libro sin tener, como no tienen, para ello poder ni liçencia mía, contrabiniendo el dicho previlegio”, otorgó el día siguiente nuevos poderes a su editor, Francisco de Robles, al licenciado Diego de Alfaya, capellán de su majestad, y a Francisco de Mar, los dos últimos residentes en Lisboa, para que “se puedan querellar y acusar criminalmente o en la mejor bía y forma que de derecho lugar aya, de la persona o personas que sin el dicho mi poder an ympreso o ymprimieren el dicho libro en qualesquier partes destos reynos de Castilla y en el de la Corona de Portugal”.5 Ignoramos la eficacia de las gestiones emprendidas. La primera edición lisboeta fue impresa por Jorge Rodríguez, con aprobación de 26 de febrero y licencia del 1 de marzo de 1605, de la que existen dos estados. Con aprobación del 27 de marzo y licencia del 29 del mismo mes de 1605, Pedro Crasbeeck imprimió la segunda edición. En la portada de la reedición de Madrid, de 1605, se dice: “Con privilegio de Castilla, Aragón y Portugal.” En los preliminares, además de publicar el privilegio para los reinos de Castilla, que ya figuraba en la primera edición, se imprime el ya citado privilegio para el reino de Portugal, sin que se inserte el privilegio para los reinos de Aragón. No hay constancia de un privilegio para todos los reinos de la Corona de Aragón en los correspondientes registros de su Consejo.6 En el poder antes citado de 11 de abril, se mencionan privilegios para los reinos de Aragón, Valencia y Cataluña concedidos por los virreyes en nombre del rey. No hay constancia documental de un privilegio para el principado de Cataluña7 y desconocemos si se concedió para el reino de Aragón. En cambio, sabemos que el 9 de febrero de 1605 el virrey de Valencia concedió a Cervantes, a petición de su procurador Melchior Valenciano de Mendiolasa, privilegio real por diez años para el reino de Valencia.8 A pesar de ello, sin duda desconociéndolo,9 el mercader de libros Jusepe Ferrer hace imprimir a Pedro Patricio Mey una edición, con aprobación del 18 de julio de 1605. Con los mismos datos conocemos dos ediciones, aunque hay indicios para suponer que una de ellas es reedición de 1616, al publicarse la segunda parte. Jusepe Ferrer podía haber llegado a un acuerdo con Francisco de Robles, pero en este caso figuraría el privilegio para el reino de Valencia y su cesión, por lo que nos encontramos, desde un punto de vista legal, con una edición pirata. Confirma la realización al margen de Francisco de Robles el poder que dio a Francisco de Mondragón, secretario del marqués de Villamisar, virrey de Valencia, “para que en mi nombre y del dicho Miguel de Cerbantes, de quien soy tal cesonario, pueda en la dicha ciudad de Belencia y en otras partes de aquel reyno poner ynpedimento e contradiçión contra qualesquier personas que ynprimieren o vendieren el dicho libro”.10 De nuevo ignoramos los resultados obtenidos por el procurador de Francisco de Robles. A estas cinco ediciones de 1605, hemos de añadir la que se publicó en 1607 en Bruselas, por Roger Velpius. Excepto la edición lisboeta de Jorge Rodríguez, que es en cuarto como las madrileñas, las demás ediciones señaladas son en octavo. Se ha intentado abaratar su coste, reduciendo el formato y el cuerpo de la letra para disminuir el número de pliegos. ¿Cuál es la situación en Madrid? ¿Se vendió bien la segunda edición de la primera parte, como se había vendido la primera, agotada en pocos meses? Aunque probablemente su venta no sería tan rápida, el 17 de noviembre de 1607, en el inventario de bienes y capital que el librero Francisco Robles aportaba a su matrimonio con Crispina Juberto,11 no figura ningún ejemplar del Quijote, tanto entre los libros encuadernados —hubiese podido tener algún ejemplar de segunda mano— como en los en papel. La segunda edición se había agotado, por lo que su editor lanza una nueva edición en 1608, con la fe de erratas de 25 de junio. De Milán es una edición de 1610, por el heredero de Pedro Mártir Locarni y Juan Bautista Bidello, y en 1611, Roger Velpius y Huberto Antonio publican en Bruselas la segunda edición hecha en dicha ciudad. a 8 4 Narciso Alonso Cortés, Casos cervantinos que tocan a Valladolid, Madrid, 1916, pp. 155-156. 5 Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, tomo v, Madrid, 1953, pp. 624-627, con facsímil. Dado a conocer anteriormente por Cristóbal Pérez Pastor, Documentos cervantinos hasta ahora inéditos, Madrid, 1897, pp. 141-144. 6 José Ma. Madurell Marimón, “Licencias reales para la impresión y venta de libros (1519-1705)”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, lxxii (1964-1965), pp. 111-248. 7 No figura en el trabajo de Madurell citado en la nota anterior. número 409, enero 2005 Francisco Martínez y Martínez, Melchor Valenciano de Mendiolaza, jurado de Valencia y procurador de Miguel de Cervantes Saavedra, Bartolomé y Lupercio Leonardo de Argensola y general de la Duquesa de VillaHermosa. Notas biográficas, Valencia, 1917, p. 99. 9 En estos casos, de privilegios concedidos y no impresos en los preliminares de los correspondientes libros, se nos plantea un problema: ¿Cómo podían conocer los editores su existencia? En algún caso, el propietario del privilegio lo da a conocer oficialmente a los libreros e impresores que editaban libros, mediante lo que se llamaba una intima. 10 Narciso Alonso Cortés, op. cit., pp. 154-159. 11 ahp, 2442, fol. 787r-800v. la Gaceta 11 a a De 1615 es la primera edición de la segunda parte, únicamente con privilegio real para los reinos de Castilla. Extraña que Francisco de Robles no solicitase otros privilegios. Dos años antes, para las Novelas ejemplares, había solicitado, además del correspondiente a los reinos de Castilla, privilegio para los reinos de la Corona de Aragón. Las relaciones con Cervantes no debían ser ya muy cordiales, pues en este mismo año cambia el escritor de editor, publicando sus Comedias el también mercader de libros Juan de Villarroel. Del 30 de marzo es el privilegio para la segunda parte del Quijote, que no salió a la venta sino hasta después del 21 de octubre, fecha de la tasa. El 25 de julio obtuvo Cervantes el privilegio para las Comedias. Impresas por la viuda de Alonso Martín, la tasa es del 22 de septiembre, anticipándose su venta a la de la segunda parte del Quijote. La aparición de la segunda parte parece un momento propicio para la reedición de la primera. La realidad fue otra, lo que exige, para conocer la causa de este hecho, un detallado análisis, realizado por centros editoriales en los que se había editado la primera parte. Francisco de Robles aún tenía ejemplares de su reedición de 1608, que podían venderse con la segunda parte de 1615. Ocho años después, en 1623, todavía no se había agotado la reedición de 1608. En la partición de los bienes entre sus herederos, realizada en dicho año, encontramos entre los libros en cuarto, encuadernados, que se hallaban en la tienda, tres ejemplares de las partes i y ii, a diez reales los dos volúmenes, y un ejemplar de la primera parte, a cinco reales. Entre los libros en papel, en este caso el fondo editorial que conservaba, figuran 145 ejemplares de la primera parte, a 4 reales, y 366 de la segunda parte, también a 4 reales.12 El éxito de la primera edición de la primera parte, que había obliga12 ahp, 5000, fol. 1387v y 1375r. El inventario ha sido publicado por Jean Michel Laspéras, “El fondo de librería de Francisco de Robles, editor de Cervantes”, en Cuadernos Bibliográficos, xxxviii (1979), pp. 107-138. 12 la Gaceta do a reeditar la obra el mismo año, ya se había reducido, pues hasta 1608 no hubo necesidad de nueva reedición, de la que quince años después todavía quedaban 145 ejemplares. La segunda parte tuvo un éxito considerablemente menor, pues ocho años después quedaban 366 ejemplares. Hasta 1637 no se reeditó el Quijote en Madrid. ¿Qué pasó en las otras ciudades? En Bruselas, Huberto Antonio edita en 1616 la segunda parte. Debía tener ejemplares de la edición de 1611 de la primera, pues no es sino hasta el año siguiente cuando la reedita. Hasta 1662 no se volverán a editar en Bruselas las dos partes, por Juan Mommaret, primera edición castellana con láminas. En Valencia, el librero Roque Sonzonio publica en 1616, impresa por Pedro Patricio Mey, la segunda parte. Parece que no se reedita la primera; sin embargo, es muy posible que una de las dos ediciones de 1605, la que presenta en la portada un grabado de caballero igual al que figura en la segunda parte, no sea de 1605, como expresa la portada, sino una reedición hecha en 1616, para vender las dos partes conjuntamente. En Lisboa, Jorge Rodríguez publica en 1617 la segunda parte, en cuarto. Es probable que le quedasen ejemplares de su edición de 1605 de la primera parte, a los que cambió el primer medio pliego, para igualar el grabado de la portada —dos caballeros luchando— de las dos partes, aunque conservó la fecha de 1605. En Milán no se publicó la segunda parte. Las dos partes del Quijote, por lo menos de una manera explícita, si se acepta la hipótesis sobre la edición valenciana, no se editan al mismo tiempo sino hasta 1617, en Barcelona. Los libreros Miguel Gracián, Juan Simón y Rafael Vives son los coeditores. La primera parte fue impresa por Bautista Sorita y la segunda por Sebastián Matevad, en emisiones distintas, una para cada editor.13 La elección de dos impresores nos indica el interés en la rapidez de su impresión. Los mismos libreros publicaron, también en 1617, una edición del Persiles, impresa por Bautista Sorita. El Quijote era desde 1615 una obra en dos partes. En Barcelona no se había editado la primera, por lo que su edición debía abarcar las dos al mismo tiempo. En los otros centros editoriales —queda el problema de Valencia—, debido a la existencia de ejemplares de ediciones anteriores de la primera parte, la segunda se editó aisladamente. Como ya hemos señalado, en Madrid no se vuelve a editar el Quijote sino hasta 1637 y en Bruselas hasta 1662. Para encontrar una nueva edición barcelonesa hemos de llegar a 1704. De Lisboa y Valencia no hay más ediciones en el siglo xvii que las consignadas anteriormente. Las reediciones en castellano se suceden espaciadamente hasta que, avanzado el siglo xviii, el Quijote pasa a ser una obra de surtido, reeditada muy frecuentemente. Ese artículo fue publicado en De la imprenta al lector. Estudios sobre el libro español de los siglos XVI al XVIII, Madrid, Arco/Libros, 1994, en la colección Instrumenta Bibliológica. Agradecemos a los editores las facilidades para su reproducción en La Gaceta. 13 ¿Intervino como coeditor el impresor de la segunda parte, Sebastián Matevad? En el ejemplar de la segunda parte, bn, Cerv. Sedó, 8666, no figura el nombre de ninguno de los tres libreros y el del impresor se presenta debajo de un filete, como se encuentra el editor en las otras emisiones. Es preciso localizar, si existe, un ejemplar paralelo de la primera parte. número 409, enero 2005 a a El Quijote, de la imprenta a la mascarada Blanca L. de Mariscal y Judith Farré Exitoso desde el punto de vista comercial, el Quijote conquistó la imaginación popular: sus personajes pronto fueron arquetipos apreciados por la sociedad, con vida propia. La obra de Cervantes puede verse por ello como ejemplo del proceso de apropiación por parte de los lectores, lo que se analiza en este artículo El trabajo en la Biblioteca Cervantina con el corpus de ediciones del Quijote de la Colección Carlos Prieto nos permitió sacar algunas conclusiones inmediatas. Lo primero que se hizo evidente fue la vertiginosa rapidez con la que las ediciones iban apareciendo en muy diversos espacios geográficos. Manuel Henrich nos confirma que, en un contexto más amplio, podemos identificar la existencia de al menos 28 ediciones en el siglo xvii y 33 en el siglo xviii, que van saliendo progresivamente de las prensas, lo mismo en Madrid que en Lisboa, en Valencia que en Barcelona o los Países Bajos: Bruselas, Amberes y La Haya.1 Además de la variedad de lugares de edición y del número de las impresiones, podemos observar que en estos dos primeros siglos existen, junto a las publicadas en castellano, traducciones al holandés, al inglés, al francés y al italiano. Resulta evidente que si las ediciones se multiplicaban, cada una de ellas con características propias que las distinguen de las demás, es porque estaban destinadas a diferentes públicos, cuyas prácticas de lectura eran también diversas. Todo ello confirma la acogida que tuvo el libro entre sus múltiples lectores, por lo que su 1 Cf. Manuel Henrich, Iconografía de las ediciones del Quijote, Barcelona, Henrich, 1905. El autor considera que debe haber existido un número considerable de ediciones de las que no hemos tenido noticia ya que debido al uso que se les daba no llegaron a conservarse hasta nuestros días. En la Colección Carlos Prieto del Tecnológico de Monterrey se conservan 38 de las 61 ediciones consignadas por Henrich para los siglos xvii y xviii. número 409, enero 2005 aspecto material responde a las distintas necesidades de éstos. En este punto no podemos menos que recordar el postulado expuesto por Roger Chartier, que nos obliga a reflexionar sobre el complejo proceso de elaboración de un libro y los diversos actores involucrados en el acto de la emisión: “Los autores no escriben libros, escriben textos que luego se convierten en objetos impresos. La diferencia, que es justamente el espacio en el cual se construye el sentido, fue a menudo olvidada, no sólo por la historia literaria clásica que piensa la obra en sí misma, como un texto abstracto cuyas formas tipográficas no importan, sino también por la Rezeptionsästhetik que postula […] una relación pura e inmediata con los “signos” emitidos por el texto (que juegan con las convenciones literarias aceptadas) y el “horizonte de expectativas” del público al que están dirigidos. En dicha perspectiva el “efecto producido” no depende de las formas materiales que son soporte del texto. Sin embargo ellas también contribuyen plenamente a dar forma a las anticipaciones del lector con respecto al texto y a atraer públicos nuevos o usos inéditos.”2 El fenómeno cervantino aglutina una serie de factores que resulta interesante precisar. Por una parte, encontramos el gran éxito editorial de la obra de Cervantes, que lleva a los editores a publicar textos que significan una venta segura; por otra, podemos observar que las prácticas de la lectura se encuentran en un proceso de cambio, y que estas nuevas formas de relacionarse con los libros están exigiendo, a su vez, nuevas presentaciones que se adapten a las necesidades de los múltiples lectores. La evolución que se da en las prácticas de la escritura y la lectura entre los siglos xvi y xviii ha sido ampliamente tratada por Michel de Certeau y por Chartier;3 ambos autores 2 Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural, entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 111. 3 Cf. Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, t. 1, México, Universidad Iberoamericana, 1996, y Roger Chartier, “Las destacan la forma en que los receptores de este periodo entraban en contacto con el texto, ya que se trata de una etapa de transición en la que “se generaliza una aptitud a la lectura que no exige ya la oralización del texto leído para asegurar su comprensión; la lectura en voz alta ya no es una necesidad para el lector, sino una práctica de sociabilidad, en circunstancias y finalidades múltiples.”4 Entre los siglos xvi y xviii la capacidad para la lectura en solitario, silenciosa, se fue ampliando cada vez más. Chartier identifica este nuevo universo de lectores a partir del análisis de dos fuentes: una de ellas es el porcentaje de personas capaces de firmar en diversos corpus de documentos oficiales; la otra es el incremento del número de quienes poseen libros en sus casas. El primer indicador, para el caso de Castilla la Nueva, lo toma del tribunal de la Inquisición de Toledo en donde identifica que, entre 1515 y 1700, son capaces de firmar 54 por ciento de los involucrados en los diferentes casos, mientras que entre 1751 y 1817 son capaces de firmar 76 por ciento de los comparecientes —estas cifras contemplan tanto a los testigos como a los acusados—.5 El autor infiere su segundo indicador de los inventarios que se levantaban a raíz de una muerte y, aunque es consciente de que se trata de prácticas de lo escrito”, en Historia de la vida privada. Del renacimiento a la ilustración, t. 3, Madrid, Taurus, 1989, y El mundo como representación, op. cit. 4 Roger Chartier, “Ocio y sociabilidad: la lectura en voz alta en la Europa moderna”, en El mundo como representación, op. cit., p. 122. 5 En el mismo artículo Chartier nos proporciona los porcentajes de lectores para diversas partes de Europa, y haciendo una generalización podríamos decir que a mediados del siglo xvi los firmantes estudiados se encuentran alrededor de 30 por ciento, mientras que para mediados del xvii la cifra aumenta considerablemente, con un promedio aproximado de 70 por ciento, del cual alrededor de 27 por ciento serían mujeres. Cf. Chartier, “Las prácticas de lo escrito”, op. cit., pp. 113-117. la Gaceta 13 a documentos imperfectos, considera que podemos extraer de ellos datos globales, que al menos, permiten esbozar el universo de los lectores. Este público lector, cada vez más extendido, empieza a desplegar nuevas formas de apropiación, tanto del libro como del texto. De estas nuevas prácticas, la que llegaría a tener mayor trascendencia en la formación del individuo de la sociedad moderna es la práctica de la lectura en solitario, la lectura en voz baja que implica además un proceso personal de reflexión frente al texto leído: “Esta ‘privatización’ de la práctica de la lectura es indiscutiblemente una de las principales evoluciones culturales de la modernidad. Por tanto, es preciso que identifiquemos las condiciones en que se hace posible. La primera es la que se refiere a la difusión de una competencia nueva, la que permite que el individuo lea sin tener que expresarse oralmente.”6 En el caso particular de los dos primeros siglos de ediciones cervantinas, la multiplicación de las ediciones y las diversas presentaciones de las mismas indican claramente esta ampliación del público lector y esta nueva forma de relacionarse con el libro de la que habla Chartier. El mismo texto de Cervantes ya explicita esta transición entre la lectura pública, en voz alta, y la lectura privada, que se hace en reclusión y en los espacios reservados para la intimidad. Por un lado, aparece un protagonista que se pasa leyendo “las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio” y un prólogo destinado a “el desocupado lector” (véase “Los discretos prólogos del Quijote”, de Aurora Egido, en Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo). Como contrapartida, también se hace alusión a la lectura socializada, cuando, por ejemplo, los personajes de la venta expresan el contento que les produce escuchar leer durante la época de la siega, para lo que se congregan alrededor del lector “más de treinta” (i, 32 y 33), e incluso se reproduce el acto mismo de la lectura, por medio de la que el cura hace de la novela del Curioso impertinente. Pero no son sólo estas referencias intratextuales a la lectura en las que queremos centrar la atención, puesto que, si nos atenemos a la estructura misma del texto, El ingenioso hidalgo posee el esque- ma de lectura que era común en el siglo xvii. Se trata de una estructura que el Quijote comparte con las novelas de aventuras, la pastoril y, por supuesto, la de caballería, en la que una serie de episodios, relativamente aislables, tiene como eje estructurador a un personaje que suele ser el protagonista de la obra: “Muchas obras antiguas, desde las más fundamentales, como el Quijote, están organizadas en capítulos cortos, perfectamente adaptados a las necesidades del performance oral que supone, por un lado, una duración limitada para no cansar al auditorio y, por otro, la imposibilidad para que los oyentes memoricen una intriga demasiado compleja. Los capítulos breves, que son unidades textuales, pueden así ser pensados como unidades de lectura cerradas en sí mismas y autónomas.”7 En otras palabras, podría decirse que el Quijote responde a la costumbre generalizada de la lectura en voz alta como un acto de socialización, en pequeños grupos, ya sea en la venta alrededor del hogar, ya sea por las noches en la casa familiar, ya en la plaza o hasta en las tabernas. Sin embargo, a lo largo de estos dos primeros siglos que siguen a su primera edición, podemos ver cómo las prácticas de la lectura van evolucionando y, ya haResulta evidente que si las ediciones del Quijote se multiplicaban, cada una de ellas con características propias que las distinguen de las demás, es porque estaban destinadas a diferentes públicos, cuyas prácticas de lectura eran también diversas cia mediados del siglo xviii, asistimos al definitivo triunfo de las ediciones de pequeño formato, introducidas en España por Juan de Jolis y, posteriormente, popularizadas por Manuel Martín. Se trata de las ediciones llamadas de faltriquera, formadas por cuatro pequeños tomos en octavo, de no más de 15 × 10 centímetros “para la mayor comodidad”, como indica el editor en la portada, y además ilustrados con tacos de madera. Estos Quijotes en volúmenes pequeños ponían al alcance de un amplio público un tipo de libro llamado de consumo o surtido, que solía utilizar materiales muy burdos. En 7 6 Roger Chartier, “Las prácticas de lo escrito”, op. cit., p. 126. 14 la Gaceta Roger Chartier, Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, México, Universidad Iberoamericana, 1997, p. 30. a los volúmenes que alberga la Colección Carlos Prieto podemos ver cómo, a partir de la segunda mitad del siglo xviii, este tipo de ediciones se multiplican: de 21 ediciones con las que cuenta la colección en el periodo mencionado, 17 han sido elaboradas en formatos de menos de 17 centímetros y 15 de ellas son menores de 15 centímetros. A este respecto es digno de hacer notar el texto con el que se presenta la edición de Juan de Jolis, que hoy en día podríamos calificar como una edición de bolsillo. En ella, el impresor se dirige al lector con las siguientes palabras: “He determinado (instado de muchos sujetos apassionados à ella) dividirla en quatro tomitos en octavo para la mejor comodidad de los Lectores; pues con estos se logra el poderse traer consigo en el Passeo, ò en el Campo, en donde puede entretenerse el curioso en leer algunos capítulos; […] Espero agradecerás este corto obsequio, de quien desea servirte con toda voluntad. vale.” En esa “mejor comodidad” para “traer consigo”, en la faltriquera, tanto en la falda de las mujeres como en las calzas de los varones, para llevar “en el paseo o en el campo”, descubrimos un nuevo síntoma de que las prácticas de la lectura se encuentran sólidamente instaladas en un irreversible proceso de cambio. El texto de Juan de Jolis sería un testigo más de esta evolución en las prácticas de la lectura,8 ya que el editor está haciendo referencia no sólo a sus posibles lectores, sino también a un grupo de “apasionados” del Quijote que lo “instan” a elaborar una presentación del texto más manejable. Resulta un hecho indiscutible que el número, no sólo de lectores potenciales, sino también de posibles compradores del Ingenioso hidalgo se ha multiplicado, ya que de otra manera no podría entenderse la proliferación de ediciones con tan diversas presentaciones. En este punto resulta interesante remarcar que 8 “En los siglos xvi y xvii, en Europa occidental, la lectura se convierte, para las elites letradas, en el acto por excelencia del ocio íntimo, secreto, privado. Existen abundantes testigos que describen ese placer de retirarse del mundo, de apartarse de los asuntos de la ciudad, abrigándose en el silencio de la soledad.” Roger Chartier, “Ocio y sociabilidad, la lectura en voz alta en la Europa moderna”, en El mundo como representación, op. cit., p. 121. número 409, enero 2005 a son precisamente los catalanes quienes descubren el éxito editorial que pueden tener las ediciones económicas y de fácil manejo, en una época en la que las prácticas de la lectura están cambiando y en la que se tiende cada vez más a la lectura personal e íntima. Por su parte a Martín, el editor madrileño que populariza este tipo de ediciones, le interesaba lograr una producción con un bajo precio de venta, aunque con ello se sacrificara la calidad de la impresión. Rodríguez Cepeda puntualiza que Martín distribuía sus libros en el centro del país “junto con otras publicaciones populares, pliegos sueltos, comedias, hojas volantes, etc., en su establecimiento propio y aprovechándose de distribuidores y vendedores ambulantes”.9 Además, los intereses comerciales de Martín no se limitaban tan sólo a la zona centro peninsular: “Sabemos que Manuel Martín buscó grandes horizontes económicos a sus Quijotes, hasta intentar su venta fuera de la península, enfrentándose siempre a los privilegios de exportación a Indias que mantenían grupos como el de la famosa Real Compañía de Impresores y Libreros.”10 A mediados del siglo xviii el proceso de popularización de estas ediciones económicas y fáciles de portar coincide con la aparición de cuidadas ediciones de lujo. El líder indiscutible de esta vertiente en España es, sin lugar a dudas, la Academia, que lanza una majestuosa edición de la que continuará emitiendo varias reediciones. Durante el reinado de Carlos III, la Academia Española se dio a la tarea de sacar a la luz una edición como nunca se había visto en España. Este tipo de ediciones de lujo ya habían sido elaboradas con anterioridad en Inglaterra, ejemplo claro de ello es la de gran formato de Tonson (1738). Para la de la Academia, Joaquín Ibarra comenzó a preparar, en 1787, cuatro volúmenes en folio menor. Mandó hacer tipos especiales que todavía llevan su nombre y papel especial, fabricado en Cataluña, en la fábrica de Joseph Llorens. En su composición incluyó estudios sobre la Vida del autor, el Análisis del Quijote, un Plan cronológico de la novela y un mapa con el 9 Enrique Rodríguez Cepeda, “Los Quijotes del siglo xviii. 1. La imprenta de Manuel Martín”, Bulletin of the Cervantes Society of America, 8.1, 1988, p. 66. 10 Ibid. número 409, enero 2005 Podría decirse que el Quijote responde a la costumbre generalizada de la lectura en voz alta como un acto de socialización, en pequeños grupos. Sin embargo, a lo largo de los dos siglos que siguen a su primera edición, podemos ver cómo las prácticas de la lectura van evolucionando hacia las ediciones de pequeño formato itinerario del protagonista. Contrató también un impresionante equipo de dibujantes y grabadores. Además, Ibarra se propuso hacer una edición crítica del texto, comparando las ediciones más confiables con las de 1605 y 1608, y consignando las variantes al final de cada volumen. Estas ediciones de lujo tenían una finalidad muy distinta, ya que, más que a la lectura íntima, estaban destinadas a las grandes bibliotecas, tanto públicas como privadas; más que para leer, son libros para ser admirados, tanto por la calidad de sus grabados como por las características de su material. Son las que se encuentran en mejor estado en las colecciones privadas y las que en mayor número han llegado hasta nuestros días, debido, naturalmente, al uso restringido y cuidadoso que se les dio. Este tipo de ediciones son las que tradicionalmente han sido más apreciadas por los coleccionistas por el valor artístico añadido al texto. Este aspecto nos permite pensar en otra de las formas de apropiación del texto cervantino, las colecciones de Qui- jotes, cuyos orígenes no se encuentran muy distantes de los de la conformación de las bibliotecas en el periodo barroco, ya que como apunta Francisco Mendoza Díaz-Maroto en su libro titulado La pasión por los libros, un acercamiento a la bibliofilia: “Con el barroco, las bibliotecas se convirtieron en signo extremo de riqueza y ‘se instalan en suntuosos salones con cuadros representando a los autores de los libros o alegorías de los mismos, a veces entre objetos raros o pintorescos que constituyen un «museo», a imitación a veces de las cámaras de las maravillas o gabinetes de curiosidad de los potentados europeos’”.11 Mayáns y Siscar (1699-1781), el autor de la Vida de Cervantes, que fue reproducida en tantas ediciones del Quijote, poseyó una de las bibliotecas privadas españolas más importantes del siglo xviii, en una época en la que “aumenta el interés por la cultura y por los libros, así como por la perfección tipográfica que alcanza altas cotas en las últimas décadas del siglo”.12 A partir del siglo xix, y sobretodo en el siglo xx, se empiezan a perfilar colecciones formales de Quijotes, como la de Juan Sedó que alberga la Diputación Provincial de Barcelona en la Biblioteca Central o la Colección Carlos Prieto de la Biblioteca Cervantina, a la que dedicamos Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. No cabe la menor duda de que si las ediciones se iban multiplicando año con año, en tan variadas presentaciones, era porque existía una profunda necesidad por parte de los usuarios de poseer el texto, de tener entre sus manos las diversas presentaciones que iban saliendo de los talleres de los impresores. Parece evidente también que los editores se habían percatado del potencial de venta de los grabados que acompañaban al texto y de ahí la multiplicidad pintores y grabadores que en las diversas ediciones quedan consignados bajo los rubros de invenit, exculpit y fecit. Incluso nos encontramos con alguna edición que vende, por separado, los grabados, a su lista de suscriptores, como es el caso de la gran edición de la Academia (1780). La proliferación en cuanto a número a 11 Manuel Sánchez Mariana apud Francisco Mendoza Díaz-Maroto, La pasión por los libros. Un acercamiento a la bibliofilia, Madrid, Espasa, 2002, p. 336. 12 Mendoza Díaz-Maroto, op. cit., p. 337. la Gaceta 15 a de ediciones, así como las distintas variaciones de formato en el texto, demuestran que el Quijote goza desde los inicios de su publicación de una aceptación generalizada por parte del público. La lectura del texto, como sostiene Agustín Redondo en su búsqueda de los afectos,13 se inscribe desde sus inicios en la órbita de lo festivo. Esta dimensión lúdica motiva que sus protagonistas y determinados pasajes del libro se conviertan muy pronto en argumentos festivos de mascaradas y otras fiestas burlescas, tanto en España como en América. Las disposiciones legales de 1531 y 1534 prohibieron imprimir en América “libros de romance de historias vanas o de profanidad”, aunque ello no impidió la difusión del Quijote y otras obras de Cervantes, que figuran en las listas de envío de libros hacia América. El auge de prohibiciones que pretendía regular el trasvase de este tipo de libros de ficción “como son de Amadís e otros de esta calidad, porque este es mal ejercicio para los Indios, e cosa en que no es bien que se ocupen ni lean”, demuestra que, efectivamente, no se cumplían, por lo que su circulación era fluida. Prueba de ello es que “Numerosos libros pudieron pasar a América sin trabas ni impedimentos inquisitoriales, incluso muchas obras que a posteriori fueron mandadas a recoger o expurgar en los índices inquisitoriales españoles de 1583-1584, 1612 (con los correspondientes apéndices de 1614 y 1628), 1632 ó 1640. El tiempo que iba de la delación de la obra y el “proceso” a que era sometida por el tribunal, con las calificaciones de los consultores, y la decisión de mandarla recoger podía ser de varios años desde su publicación. Esto permitió que bastantes obras atravesaran el Atlántico como parte de los envíos habituales de libreros y mercaderes sin trabas de ningún tipo.”14 Diversos estudios han revelado que la Colonia recibía libros consagrados en la Península por la moda o que en ella carecían de salida, así como las novedades 13 Agustín Redondo, “En busca del Quijote. El problema de los afectos”, en Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. 14 Pedro J. Rueda, “La vigilancia inquisitorial del libro con destino a América en el siglo xvii”, en Grafías del imaginario. Representaciones culturales en España y América (siglos XVIXVIII), Carlos Alberto González y Enriqueta Vila, comps., México, fce, 2003, p. 140. 16 la Gaceta más recientes.15 Un testimonio de ello es que llegaban a los lugares más remotos, como el Nuevo Reino de León en México. Rodríguez Morín calcula, teniendo en cuenta que falta parte de los registros de ida de varias naves en 1605, que ese mismo año de publicación de la primera parte pasaron a América, como mínimo, Si las ediciones del Quijote se iban multiplicando en tan variadas presentaciones, era porque existía una profunda necesidad por parte de los usuarios de poseer el texto, de tener entre sus manos las diversas presentaciones que iban saliendo de los talleres de los impresores unos mil quinientos ejemplares del Quijote.16 Varios impresores y libreros españoles del siglo xvii reconocieron las posibilidades del mercado americano, por lo que la circulación del libro, a pesar de las prohibiciones y de la ausencia de prensas virreinales, permitió que su lectura en la Nueva España fuera uno de los rasgos configuradores de la comunidad, al permitir que ésta se apropiara de los modelos vigentes en la cultura libresca. Se trata de una forma de apropiación que trasciende el mismo acto de lectura, incluso de la lectura pública, y que se funda en los valores de recepción añadidos al texto, mediante los que éste alcanza todos los niveles de la estructura social. Los efectos de la lectura, que en don Alonso Quijano producen su locura, nos remiten a la risa en uno de los primeros estadios de recepción de la obra cervantina: “Tras el ataque de Don Quijote contra los cueros de vino, y ante el espectáculo del caballero anunciando el regocijo de Sancho, la risa surge de nuevo: ‘¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás0’” (i, 35).17 La risa como 15 Irving A. Leonard afirma que “era tan provechoso el negocio de libros que, como en el caso del Quijote, muchas veces se sacaban de las prensas para llevarlos precipitadamente a Sevilla a fin de que no perdiesen la salida de las flotas anuales”, Los libros del conquistador, México, fce, 1953, p. 236. 16 Cf. Francisco A. de Icaza, El Quijote durante tres siglos, Madrid, Imprenta de Fontanet, 1918, p. 112. 17 James Iffland, De fiestas y aguafiestas. Risa, locura e ideología en Cervantes y Avellaneda, Vuervert, Universidad de Navarra-Iberoamericana, 1999, p. 50. a fenómeno social por antonomasia, según ya lo definiera Bergson, nos sitúa frente a la presencia de Don Quijote y Sancho en varias fiestas populares que tuvieron lugar en España a partir del mismo año de 1605: como informa Pinheiro da Veiga en sus Memorias de Valladolid (1605), Don Quijote aparecía como personaje en una fiesta de toros y cañas con motivo del nacimiento del príncipe Felipe Próspero; en las fiestas de beatificación de Santa Teresa de Jesús en Zaragoza (1614), Don Quijote formaba parte de la mascarada que organizaron los estudiantes, así como también en las fiestas que al mismo asunto se solemnizaron en Córdoba (1615); también formó parte de los festejos conmemorativos por la solemne publicación que el Colegio Mayor de Santa María de Jesús hizo en Sevilla del estatuto de la concepción sin mancha de la Virgen María, en enero de 1617; en la defensa del mismo misterio, las universidades de Baeza, Salamanca y Utrera también involucraron a los personajes cervantinos (1618).18 Más allá de la península, un personaje vestido como Don Quijote también participó en el desfile con que se recibió en Heidelberg a Federico V, elector del Palatinado, y a su esposa Isabel de Estuardo, hija de Jacobo I de Inglaterra (1613).19 James Iffland, de acuerdo con López Estrada,20 relaciona estas primeras muestras de recepción del Quijote y su inmediata incorporación a la cultura festiva al hecho de que “ya estaban ahí presentes de antemano”.21 Por ello, tampoco resulta extraña la temprana apropiación de dichas figuras por parte de las comunidades virreinales. Son dos las muestras de las que tenemos noticia: los festejos que don Pedro de Salamanca organizó en el campo minero de Pausa para conmemorar el nombramiento del marqués de Montesclaros como nuevo virrey de Perú (1607) constaban de una mascarada en la que don Luis de Gálvez representaba el papel de Don Quijote, y, en la Nueva España, 18 Extraemos los datos de Francisco Rodríguez Marín, El Quijote y don Quijote en América, Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 1911, pp. 50-68. 19 Leonard, op. cit., p. 244. 20 Francisco López Estrada, “Fiestas y literatura en los siglos de oro: la edad media como asunto festivo”, Bulletin Hispanique (84, 1982), pp. 291-327. 21 Iffland, op. cit., p. 55. número 409, enero 2005 a hizo una máscara que el gremio de la platería de México compuesta por Juan Rodríguez Abril, en honor de la beatificación de san Isidro (1621). En este sentido, es interesante ver que el trasvase de fondo que permite la inmediata incorporación de los personajes literarios en el espacio festivo virreinal, se confirma en el momento previo de lectura, cuando al examinar las listas de los libros embarcados hacia América “los libreros y lectores del Quijote solían enmendar la plana a Cervantes, al par que el título a su obra llamándola Don Quijote y Sancho Panza”.22 De este modo, puede confirmarse que dichos tipos ya existían de antemano en la cultura festiva popular y resultan plenamente identificables, según la “relación agonal entre una figura asociada con los desenfrenados excesos de Carnaval y otra representante del ascetismo, siendo el arquetipo, tal vez, la lucha entre don Carnal y doña Cuaresma”.23 Tras apuntar los factores que enmarcan la apropiación festiva del Quijote y de sus protagonistas, nos centraremos en el ritual festivo de la mascarada que tuvo lugar en la ciudad de México para conmemorar la beatificación de san Isidro. Para empezar, debemos notar una curiosidad a propósito de la circunstancia que motiva la primera aparición pública de los personajes cervantinos en la Nueva España, ya que, recordemos, fue precisamente Lope de Vega, uno de los enemigos declarados de Cervantes, quien en Madrid organizó todo el boato festivo alrededor de la beatificación (1620) y posterior canonización (1622) de san Isidro. La mascarada estaba encabezada por la Fama, a quien seguía un “bizarro labrador” y “Delante de sí, por grandeza y ornato, todos los caballeros andantes autores de los libros de caballerías, Don Belianis de Grecia, Palmerín de Oliva, el caballero del Febo, etc., yendo el último, como más moderno, Don Quijote de La Mancha, todos de justillo colorado, con lanzas, rodelas y cascos, en caballos famosos; y en dos camellos Mélia la Encantadora y Urganda la Desconocida, y en dos avestruces los Enanos Encantados, Ardian y Bucendo, y últimamente a Sancho Panza, y doña Dulcinea del Toboso, que a rostros descubiertos, lo representaban dos hombres graciosos, de los más fieros rostros y ridículos trajes 22 23 Rodríguez Marín, op. cit., pp. 34-35. Iffland, op. cit., p. 76. número 409, enero 2005 que se han visto: llevaba por todos cuarenta hombres.”24 Destaca, en primer lugar, la presencia de todo el plantel de caballeros andantes que han inspirado las más famosas novelas de caballerías precedidos por la alegórica figura de la Fama, “en un caballo blanco con vestidura de tela rosada y tocado vistoso, de donde pendía un velo de plata, cuya caída paraba sobre las ancas del caballo, con muy volantes alas de varias plumas y sonora trompa en los labios”. El efecto risible de la descripción del cortejo reside en la inversión simbólica de lo que debería ser un desfile de figuras honorables. Según lo establecido por Ripa en su Iconología, la Fama es una “Mujer vestida con sutil y sucinto velo, puesto de través y recogido a media pierna, que aparece corriendo con ligereza. Tiene dos grandes alas, yendo toda emplumada, poniéndose por todos los lados tantos ojos como plumas tiene, y junto a ellos otras tantas bocas y otras muchas orejas. Sostendrá con la diestra una trompa.”.25 La particular semiótica carnavalesca convierte la sutileza visual del sucinto velo en un ostentoso y vistoso tocado. Coinciden ambas en la proliferación de plumas, aunque es curioso notar como la media pierna que Ripa utiliza como medida del vestido, pasa a ser en la Relación las ancas del caballo. Cambian los elementos referenciales, al igual que la disposición de la trompa, que en la mascarada se desplaza de la mano a la boca. El desfile se completa con la nómina de caballeros inmortalizados en sus respectivas novelas. Lo risible es que en último lugar, “como más moderno”, aparezca Don Quijote, un personaje cuyo principal efecto cómico reside en el anacronismo que representa al intentar regirse por los modelos feudales, ya superados en el xvii —aunque se entiende, en sentido estricto, que la modernidad de la que es depositario en la mascarada reside en la novedad de la publicación de la novela—. Como colofón, cierra este primer 24 Verdadera relación de una máscara, que los artífices del gremio de la platería de México y devotos del glorioso San Isidro el labrador de Madrid, hicieron en honra de su gloriosa beatificación. Compuesta por Juan Rodríguez Abril, platero, México, por Pedro Gutiérrez, en la calle de Tacaba, 1621. Citamos por la edición de Rodríguez Marín, op. cit., Apéndices, pp. 30-39. 25 Cesare Ripa, Iconología, Madrid, Akal, 1996, vol. i, pp. 395-396. cuadro un último segmento, explícita inversión del anterior y compuesto por las damas, los enanos, Sancho Panza y Dulcinea. De Melia la Encantadora y Urganda la Desconocida tan sólo sabemos que se presentan en sendos camellos, así como de los enanos Ardian y Bucendo, que aparecen montados en avestruces. Es en Sancho Panza y en Dulcinea donde recae el énfasis cómico de todo este tramo inicial, ya que ambos, sin distinciones, estaban representados por dos hombres graciosos, con rostros fieros y trajes ridículos. La explícita alusión a su carácter gracioso, nos remite, sin duda, no sólo a su estampa sino también a los ademanes que exhibirían en el desfile, completada por la ridiculez de sus trajes. El hecho de que se equiparen actorialmente Sancho Panza y Dulcinea explota una de las máximas inversiones del registro carnavalesco, el travestismo y nos recuerda lo risible del pasaje cervantino en el que “el cura se vestirá en ‘hábito de doncella errante’ y el barbero, como su escudero” (i, 27).26 Así, pues, el séquito que sigue a la Fama propicia un desfile ridículo en el que Don Quijote es su exponente más novedoso y Dulcinea, su correlato femenino, aparece como digna acompañante del caballero. La ascensión de lo bajo a lo alto es el lema que preside el festejo por la beatificación de un santo labrador como patrón oficial de la corte madrileña, como la coronación carnavalesca del primer capítulo de la novela en el que Alonso Quijano se autoproclama don y caballero andante, y decide inventar un nombre que suene como de “princesa y gran señora” para una joven labradora.27 No cabe duda de que la incorporación de los personajes cervantinos al ritual festivo de la mascarada configura, junto a la lectura en la intimidad y la lectura socializada, otra forma que trasciende su connotación literaria inicial.28 Se determina así la apropiación del texto y de sus personajes por parte de los estratos populares, al mismo tiempo que declara la recepción lúdica del texto desde sus inicios. a 26 Cf. Iffland, op. cit., p. 92. Ibid., pp. 62-63. 28 Como afirma López Estrada, “Los testimonios que ponen de manifiesto que la lectura del Quijote o su recuerdo suscita en sus primeros lectores indican que éste era risueño, y que el libro había sido acogido con un regocijo paralelo al que ponen de manifiesto las Relaciones de fiestas”, art. cit., 319. 27 la Gaceta 17 a Cervantes, genial productor de libros a Beatriz Mariscal Hay Los libros son uno de los ingredientes fundamentales del Quijote: causa eficaz de su locura, son guía y referencia permanente de las andanzas del manchego. Y es que Cervantes era un amante del papel impreso, una víctima de sus veleidades, lo mismo en el éxito que en el fracaso. Acompañemos a la autora de este ensayo en la exploración del tema de la lectura en la obra de Cervantes Miguel de Cervantes no pudo predecir el éxito editorial de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, el libro que, en tanto “hijo de su entendimiento, debiera ser el más hermoso, el más gallardo y más discreto”, pero que, “al haber sido engendrado por su mal cultivado ingenio”, sólo podría ser “seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno” (Quijote, i).1 Estas palabras del prólogo a su genial obra, que cumplían con la acostumbrada declaración de modestia y solicitud de la benevolencia del lector, tienen el sello de ironía de su autor, al reclamar para el libro “seco y avellanado”, lo mismo ingenio —variedad— que originalidad, dos cualidades literarias con las que pretendía alcanzar fama y retribución económica. El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, como bien sabemos, sería impreso, reimpreso, traducido, imitado y plagiado, además de dar a su autor fama y recursos económicos; pero no los que él esperaba, a juzgar por lo que nos dice en la segunda parte del Quijote, al igual que en casi todas sus obras escritas después de 1605. La culpa de esa injusta retribución a su obra era resultado no de la falta de apreciación de sus lectores, sino de características propias de esa recién consolidada manera de hacer llegar al lector sus creaciones literarias: el libro impreso. 1 Todas las citas de esta obra están tomadas de la edición de Luis Andrés Murillo de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, 2 vols., Madrid, Castalia, 1978. Señalo entre paréntesis el número de tomo y de capítulo. 18 la Gaceta A pesar de no haber escrito tratados o manuales sobre literatura, Cervantes, según ha sido demostrado ampliamente,2 dejó en sus obras constancia de sus ideas sobre la literatura que le tocaba en herencia, lo mismo que sobre el quehacer literario de su momento, una actividad profesional influida irremediablemente por la imprenta. En sus observaciones sobre la transformación de la sociedad que había propiciado la invención de la imprenta, Marshall McLuhan incluyó precisamente al Quijote como un ejemplo de la “confrontación” de su autor con el “hombre tipográfico”.3 La reproducción masiva de textos de todo tipo que trajo consigo la revolución gutemberguiana hacía posible una lectura desmedida de libros como la que llevó al hidalgo manchego a perder la razón. Sin embargo, como lo señala James Iffland, a pesar de que la pérdida de la razón de Don Quijote está relacionada con la posibilidad que tiene el pobre hidalgo de leer en forma excesiva gracias al abaratamiento del libro que permitió la imCuando Cervantes comprobó que su obra había llegado y llegaría a innumerables lectores, concentró en los libreros sus sentimientos de injusticia por la retribución que recibió por su labor creativa prenta, el Quijote no es solamente la historia de un loco lector de libros; es una obra que nos ofrece numerosas reflexiones sobre otros aspectos de lo que trajo consigo la “Galaxia Gutenberg”.4 No es mi interés hacer aquí un catálogo de las numerosas instancias en que el libro y la lectura son tema y motivo de reflexión en el Quijote, un asunto al que se han dedicado importantes estudios como el ya mencionado de Iffland, sino comentar brevemente sobre esa peculiar manera de Cervantes de novelar la realidad por medio de observaciones sobre su muy personal experiencia como productor de libros y sobre los efectos de la imprenta en el quehacer literario. En primer lugar hago referencia al tratamiento que da Cervantes a los efectos de la imprenta sobre la literatura tradicional que aún en su tiempo se transmitía bien en forma impresa, bien por vía oral, ya que además de utilizar extensivamente romances en su obra, algunos provenientes de fuentes impresas y otros a todas luces de tradición oral, en el Quijote noveliza los efectos de la imprenta en el proceso de re-creación de la literatura de tradición oral.5 Tomo como ejemplo el episodio de la cueva de Montesinos (ii, 22-24), estudiado por la crítica desde las ópticas más diversas.6 Don Quijote llega a cueva de Montesinos en la cúspide de su carrera como caballero andante: ha pasado de ser el Caballero de la Triste Figura, héroe de hazañas a menudo fallidas, a ser nada menos que el Caballero de los Leones. Al igual que el Cid Campeador, héroe por antonomasia, su valor ha sido probado frente a las fieras que otros de mayor alcurnia pero menor valentía mantienen enjauladas, y además ha vencido en combate singular al Caballero de los Espejos. Convertido en héroe de hazañas verdaderas y no de meras criaturas de su imaginación, antes de adentrarse en la cueva se detiene en el oasis adonde se celebra la lujosa boda de 5 2 Baste como referencia el trabajo de Edward C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1966. 3 Marshall McLuhan, The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographical Man, Toronto, Toronto University Press, 1962, p. 213. 4 “Don Quijote dentro de la ‘Galaxia Gutenberg’” (Reflexiones sobre Cervantes y la cultura tipográfica), Journal of Hispanic Philology, 14 (1989: 23-41). En el Quijote i, capítulos 25 y 26, Cervantes juega, por ejemplo, con la variación propia de la tradición oral cuando Sancho altera de manera natural los dichos populares y el contenido de la carta de Don Quijote a Dulcinea. 6 Véanse además del artículo de Bernat Vistarini supra nota 4; Aurora Egido, Cervantes y las puertas del sueño, Barcelona, ppu, 1994; Ramón Menéndez Pidal, “Cervantes y Góngora”, en España y su historia, ii, Madrid, 1957. número 409, enero 2005 a unos labradores, la cual da lugar a una hazaña más del caballero andante, que defiende con su lanza y con su verbo la causa de Basilio, pobre pero agraciado pastor enamorado de la bella Quiteria, a quien sus padres pretenden casar con el rico Camacho. Gracias a su intervención, los enamorados pueden casarse y El Caballero de los Leones recibe el reconocimiento de todos los presentes que lo declaran nada menos que “Cid en las armas y Cicerón en la elocuencia” (ii, 20-21). Para enfrentarse con sus modelos, Don Quijote ha cumplido con una verdadera trayectoria heroica. Se ha ido transformando y adaptando a las necesidades de su circunstancia de la misma manera como se habían ido transformando y adaptando, de acuerdo con el proceso propio de la transmisión oral, los temas romancísticos que habían dado vida a los héroes con los que se topa en la cueva de Montesinos. En este episodio, Cervantes hace burla de los personajes y hazañas admirados por Don Quijote, volviendo ridículo el envío del corazón del caballero moribundo a su amada, algo que también había hecho Góngora en su romance paródico “Diez años vivió Belerma”,7 y nos muestra cómo los héroes que habían inspirado al Caballero de los Leones, Durandarte y Montesinos, y sus hazañas que antaño habían podido correr libremente de boca en boca, adquiriendo actualidad en el trayecto, se encontraban ya tan amojamados por la imprenta como el corazón con el que tristemente deambula Belerma por su cueva. Al quitarle la imprenta lo efímero al texto literario que se transmitía por vía oral, eliminaba su capacidad de irse adaptando de forma paulatina pero irreversible a la siempre dinámica realidad social. De ahí que a pesar de la vigencia que podía tener la literatura de tradición oral para Cervantes, en su obra hay conciencia de que cuando un texto está destinado a la imprenta, a su receptor ya no le corresponde enmendarlo o añadirle lo que quisiere, si “bien trobar sopiere”, como había propuesto el Arcipreste de Hita al final de su obra. En este episodio de la vida de nuestro héroe Cervantes se apropia y aprovecha 7 Luis de Góngora, Romances, edición crítica de Antonio Carreira, Barcelona, Quaderns Crema, 1998, i, pp. 257-267. número 409, enero 2005 a bien conocidos textos tradicionales, y nos hace partícipes de los efectos que puede tener la imprenta sobre ellos antes de proceder a explicarnos cómo funciona una imprenta, la de Barcelona, en la que se presenta Don Quijote. Deja muy claro cómo veía esa conversión de la literatura en mercancía, cómo su producción y distribución eliminaba al receptor como recreador y lo convertía en mero consumidor, dejando al autor sólo una fracción del beneficio que producía. En su obra postrera, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, aparece un episodio de fuerte carga biográfica que nos pone en evidencia esa visión de Cervantes frente a lo que él veía como desventaja de su calidad de autor frente a quienes comercializaban sus libros. El prota- gonista es un “gallardo peregrino español” cargado de escribanías sobre un brazo y un cartapacio en la mano (Persiles iv, 1-2).8 El peregrino está vestido como tal, y cumple además con la obligación de pedir limosna. Pero hasta ahí su calidad de peregrino: ni va a Roma por razones piadosas, ni lo que pide es propiamente limosna, sino “algún dicho agudo o sentencia que lo parezca”, para preparar una Flor de aforismos peregrinos, un tipo de libro que gozaba de grandes éxitos editoriales en tiempos de Cervantes. La novedad que reclama el peregrino para el suyo es que solicita su mate8 Todas las citas del Persiles provienen de la edición de Juan Bautista Avalle Arce, Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Madrid, Castalia, 1992. la Gaceta 19 a rial a fuer de limosna. Es un hombre que, al igual que Cervantes, ha dedicado algunos años de su vida al ejercicio de la guerra y otros, los más maduros, al de las letras. En ambos campos ha logrado destacar: “En […] la guerra he alcanzado algún buen nombre, y por […] las letras, he sido algún tanto estimado”. Sus libros, agrega, “de los ignorantes non [son] condenados por malos, ninguno de los discretos han dejado de ser tenidos por buenos”. Un hombre, en suma, tan “curioso” como el propio Cervantes, que se autorretrata en el prólogo de las Novelas ejemplares como soldado que había participado en la batalla naval de Lepanto y como autor de La Galatea, Don Quijote de La Mancha y el Viage del Parnaso, y que al llegar a esta etapa final de su vida se considera a sí mismo como un aguerrido Marte que tiene la otra mitad del alma dominada por Mercurio, ideal del hombre maduro y por tanto símbolo de la cordura y de la prudencia. Dios que en el Viage del Parnaso, en su calidad de “mensajero de los fingidos dioses” se encarga de seleccionar a los poetas, arrojando al mar a los “poetas de gramalla”, y por Apolo, protector de la poesía y de los buenos poetas, quien, en tanto profeta conocedor nada menos que de la voluntad de Zeus, su padre, le ha dado a Cervantes “aquel instinto sobrehumano / que de raro inventor tu pecho encierra”.9 Pero a pesar de esos logros, que lo habían hecho mostrarse con “alegres ojos” en el mencionado retrato de las Novelas ejemplares,10 se acerca al final de su vida padeciendo “necesidad”, la cual, si bien sirve para avivar su ingenio “con su no se qué de fantástico e inventivo”, no le permite olvidar el mezquino pago que ha recibido tanto por una actividad como por otra. Es por ello que antes de poner punto final a su Persiles, obra de la que tanto esperaba, Cervantes crea este personaje “oportunista”, que pretende medrar con el esfuerzo de los demás, y 9 Las citas provienen de la edición de Elías L. Rivers, Miguel de Cervantes, Viage del Parnaso y otras poesías, Madrid, Espasa Calpe, 1991. 10 Cf. Germán Orduna, “Cervantes autor, el de los alegres ojos”, en Cervantes en la víspera de su centenario, Kassel, Reichenberger, 1994, pp. 61-69. 20 la Gaceta hace una última reflexión sobre la injusta remuneración que recibieron sus esfuerzos como soldado y como productor de libros. Como vehículo de sus reflexiones utiliza sentencias y aforismos, esa modalidad discursiva de la que había echado mano con tanto éxito en el Quijote para desarrollar la personalidad de Sancho, en este caso aprovechados más bien por su carácter doctrinal que como parte esencial de la caracterización de sus personajes. Lo que pide el peregrino español son “sentencias sacadas de la verdad”, o cuando menos que lo parezcan, a lo que las mujeres reunidas en el mesón responden con sentencias que preconizan la honestidad como valor supremo de la mujer, un tema que se trata a lo largo del relato con la característica dosis de ironía cervantina, mientras que las sentencias que proporcionan los hombres tienen que ver con el valor en las acciones militares. Es importante señalar que el peregrino que quiere hacer una obra que recoja las sentencias que le proporcionan otros tiene, de hecho, poco de “oportunista”, ya que se trata de material cuya autoría no era cosa a disputarse. Tanto las sentencias de origen culto como las que provenían de la tradición, de la boca del pueblo, podían ser “apropiadas” por cualquiera; y así tenemos que el propio marqués de Santillana reconoce que sus “Proverbios” fueron tomados lo mismo de Platón que de Aristóteles, Sócrates, Virgilio, Ovidio y Terencio, a la vez que señala que ellos mismos “de otros lo tomaron, e los otros de otros, e los otros a aquellos que por luenga vida e sotil inquisición alcançaron las experiencias e cabsas de las cosas”.11 No se trata por lo tanto de medrar a costa de otros, con “trabajo ajeno”; lo único que no debe hacerse con el saber tradicional es utilizarlo sin ton ni son, como lo hace Sancho a menudo provocando la irritación de Don Quijote. Los que sí obtenían provecho propio por trabajo ajeno, nos recuerda Cervantes, eran los libreros que se apropiaban de la obra de sus creadores. De ellos se queja aclarando que si bien la imprenta había multiplicado las posibilidades de lectura 11 Obras de don Ignacio López de Mendoza, marqués de Santillana, edición de J. Amador de los Ríos, 1852. a de las obras de entretenimiento como las que habían nacido de su ingenio,12 había traído consigo a los intermediarios que obtenían los beneficios de la distribución y venta de los libros, dejando al autor sin control alguno. Mucho se ha escrito sobre la estrechez con la que parece haber vivido Cervantes toda su vida, a pesar de que sus recursos, en la época en que está novelando estas reflexiones, no deben haber sido tan limitados como se podría deducir de sus quejas. Lo que es indudable es que no le parecían suficientes, algo que subraya con la selección que hace en el mencionado capítulo del Persiles de la sentencia que le proporciona al peregrino español un personaje que no está en el mesón adonde se encuentran reunidos, Diego Ratos, el “corcovado zapatero de viejo en Tordesillas”: “No desees, y serás el más rico hombre del mundo”, que el recopilador de sentencias califica como la más atinada. Cuando ya Cervantes ha comprobado que su obra había llegado y llegaría a innumerables lectores, vuelve su mirada sobre lo que significaba que la literatura se integrara en el nuevo orden económico y concentra en los libreros sus sentimientos de injusticia por la retribución que recibió por su labor creativa, si bien la mediatización entre autor y lector que había provocado el advenimiento de la imprenta incluía no sólo a libreros, sino a censores e impresores que podían desvirtuar, o inclusive impedir, la impresión y distribución de una obra, por no hablar de los consabidos patronos a quienes había de acogerse un autor dedicándoles las obras a fin de poder acceder al público al que estaban destinadas. La imprenta había de multiplicar extraordinariamente los lectores de la obra de Cervantes; nuevos y viejos lectores de sus libros reconocerían el genio de quien se atrevía a decir inequívocamente: “Yo soy aquel que en la invención excede / a muchos.” Pero también los alejaba de su autor, permitía plagios y encumbraba a escritores que merecían ser destruidos por los dioses del Parnaso. A él, genial productor de libros, lo dejaba, al final de su vida, con fama, pero injustamente sumido en la necesidad. 12 En la “Adjunta” al Parnaso, aclara que imprime sus comedias para que se entiendan mejor. número 409, enero 2005 a a El Quijote regiomontano R. H. Moreno-Durán Porque el libro es un excelente albergue de otros libros, el FCE y el ITESM publicaron una obra para, por un lado, festejar los cuatro siglos de la aparición del Quijote y, por el otro, dar a conocer el deslumbrante acervo de la Biblioteca Cervantina. Además de reseñar aquí ese volumen, el novelista colombiano nos ofrece una personalísima radiografía de las obsesiones bibliográficas que puede despertar el Caballero de la Triste Figura Cuando el cura y el barbero se dedicaron a expurgar entre los títulos de la biblioteca de Don Quijote con el fin de determinar qué obras habían sido las causantes de la locura del hidalgo, jamás imaginaron que su “donoso escrutinio” habría de dar origen a una versátil catalogación bibliográfica, que se extiende desde los albores del siglo xvii hasta nuestros días. ¿Cuántas ediciones del libro que narra ese escrutinio se han hecho, desde la primera edición de 1605? ¿En cuántas lenguas extranjeras han circulado durante cuatro siglos las aventuras del Caballero de La Mancha? Ese inicial sondeo —que en realidad fue un abierto caso de censura—, llevado a cabo por aparentes razones terapéuticas por el cura y el barbero, y que pertenece a los dominios de la ficción, se ha perpetuado también en otros ámbitos, como lo demuestra —para señalar sólo un ejemplo— Jorge Luis Borges en su cuento “El Congreso”, que forma parte de El libro de arena. En dicho texto, Alejandro Glencoe, un potentado culto, sensitivo, amante del Quijote, calcula que en todas las lenguas y épocas se han hecho aproximadamente tres mil ediciones de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. La enorme riqueza de Glencoe le ha permitido reunir una considerable cantidad de esas ediciones pero, ante la sorpresa de sus invitados al congreso que patrocina, emula al cura y al barbero y echa a la hoguera su valiosa colección. ¿Por qué lo hace? ¿Cree acaso que la imposibilidad de adquirir las ediciones completas del Quijote convierten el suyo en un esfuerzo absurdo, por lo cual renuncia a sus intenciones iniciales y suscribe con fuego el ejemplo de los primeros censores? No muy lejos de este precedente —afortunadamente ficticio— se encuentran las incidencias que Umberto Eco registra en El nombre de la rosa cuando el bibliotecario Jorge de Burgos —eminente sosías de Jorge Luis Borges— incendia la prodigiosa biblioteca de la abadía a la que ha consagrado su vida. Felizmente, son más los devotos coleccionistas que prefieren guardar y legar a la posteridad sus bibliotecas, así estén incompletas, antes que condenarlas al fuego en un gesto tan prepotente como fatuo. Y uno de esos coleccionistas —ya en el terreno de la vida real— fue el empresario mexicano Carlos Prieto, quien en 1953 donó su colección de ediciones del Quijote al Instituto Tecnológico de Monterrey, en Nuevo León, y que fue el origen de la célebre y bien surtida Biblioteca Cervantina. Inicialmente, hubo un primer catálogo —el Catálogo abreviado, publicado en 1965— que daba noticia sobre 500 ejemplares en torno a la obra de Cervantes y que por diversas número 409, enero 2005 razones no alcanzó a brindar una mayor difusión sobre el tesoro de los fondos de la colección. Hoy, a propósito de los cuatrocientos años de la publicación del Quijote, una edición conjunta del Instituto Tecnológico de Monterrey y el Fondo de Cultura Económica ofrece un minucioso registro del acervo bibliográfico cervantino, tal vez único en el ámbito de nuestra lengua. Los fondos llegan a una audiencia mucho más amplia que la de cuarenta años atrás y reproducen no sólo los ejemplares más exóticos o desconocidos de las ediciones del Quijote sino, también, el casi desaparecido Catálogo abreviado de 1965. Gracias a la labor paciente de Blanca López de Mariscal, el catálogo creció y adquirió forma ejemplar en el volumen titulado Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. Colección de Quijotes de la Biblioteca Cervantina y cuatro estudios. Los cuatro estudios están escritos por Aurora Egido (“Los discretos prólogos del Quijote”), Agustín Redondo (“En busca del Quijote. El problema de los afectos”), Guillermo Serés (“La defensa cervantina de la lectura”) y Beatriz Mariscal Hay (“Cervantes, genial productor de libros”). La introducción (“El Quijote, un acercamiento a las formas de apropiación”) está suscrita por Blanca la Gaceta 21 a a López de Mariscal y Judith Farré. También hay textos prelimique Carlos Prieto donó al Tecnológico de Monterrey. Pero el nares de Rafael Rangel Sostmann y Ricardo Elizondo Elizonproceso abre nuevos caminos de mercadeo: al tamaño cómodo do. Por último, se reproduce el citado Catálogo abreviado de del libro se agrega el “descubrimiento catalán” de las ediciones 1965, por Andrés Estrada Jasso. económicas y de fácil manejo, lo que constituye un éxito editoCuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo es algo más que un rial. Obviamente, el bajo precio para una mayor demanda conbello catálogo. Es, sobre todo, una valoración crítica sobre la lleva el “sacrificio” de la calidad del papel y la impresión. No evolución bibliográfica del Quijote, con valiosa información soobstante esta democratización editorial, se impone en círculos bre aspectos que los cervantistas suelen dejar de lado y que a la privilegiados una nueva tendencia: cuidadosas ediciones de lupostre son tan importantes como el más juicioso de los análijo que para orgullo de sus poseedores, refinados lectores privasis. El creciente proceso editorial arroja luz sobre la recepción dos, dan lustre a sus exigentes bibliotecas. Un ejemplo de este que la novela de Cervantes tiene no sólo exclusivo concepto es la edición que lanSon más los devotos coleccionistas en el mundo hispánico sino, también, en za la Academia Española: cuatro volúque prefieren guardar y legar a la los dominios de las más exóticas lenguas menes en folio menor, en papel especial posteridad sus bibliotecas, así estén y culturas. La proliferación de ediciones y tipos muy bien cuidados. Además, esta incompletas, antes que condenarlas corre pareja con la diversidad de traducedición de 1787 incluía estudios sobre la al fuego en un gesto tan prepotente ciones, por lo que la popularización del Vida del autor, así como un Análisis del como fatuo libro es paralela a la universalidad de su Quijote, un Plan cronológico de la novela y contenido. No debe por ello sorprender un mapa con el itinerario del protagoel hecho de que si en el siglo xvii se identifican 28 ediciones del nista, amén de “un impresionante equipo de dibujantes y graQuijote, salidas de las prensas de Madrid, Lisboa, Valencia, Barbadores”. El editor fue Joaquín Ibarra, quien hizo además una celona, Bruselas, Amberes y La Haya, en el siglo xviii la cifra edición crítica del texto, “comparando las ediciones más conaumente y el mapa lingüístico se ensanche con ediciones franfiables con las de 1605 y 1608, y consignando las variantes al ficesas, italianas, alemanas, rusas y, sobre todo, inglesas, entre las nal de cada volumen”. La colección de estos libros, que más más conocidas. que para ser leídos se adquirían para ser admirados, hizo carrePero más allá de la creciente contabilidad y de la somera ra durante el barroco, con lo que las bibliotecas privadas lujodescripción de la evolución editorial (forma del libro, tamaño sas pasaron a engrosar el estatus social de sus propietarios. e ilustraciones del volumen, tipografía y material empleados), En cualquier caso, y más allá de la historia editorial del Quicaben inteligentes reflexiones sobre la relación entre libro y jote y de los ejemplares que nos han legado los coleccionistas, hábitos de lectura. Por ejemplo, entre los siglos xvi y xviii la se imponen algunas consideraciones sobre la génesis misma del lectura hace un tránsito fundamental: se convierte en una labor máximo libro de nuestra lengua. Para comenzar, existe un masolitaria, individual, en detrimento de la lectura oral y colectilentendido en lo que a la fecha de edición se refiere, pues aunva, que privaba en una época en la que la lectura era predomique el libro se divulgó en 1605 su edición tuvo lugar en el senio de unos cuantos. Poco a poco el lector se individualiza y gundo semestre de 1604. Llama la atención una carta de Lope con este cambio de hábitos el libro se acomoda a sus necesidade Vega, fechada el 4 de agosto de 1604, y donde se lee: “De des y caprichos: disminuye de tamaño para poder ser llevado los poetas que hay en ciernes para el año que viene”, o “ninguen la faltriquera y ser leído en paseos o donde el ocio sorprenno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a Don da a su propietario. La “privatización” de la práctica de la lecQuijote”. ¿Cómo supo Lope de Vega de la existencia de un litura es indiscutiblemente una de las principales evoluciones bro cuya circulación y fama tuvo lugar sólo seis meses más tarculturales de la modernidad, tal como lo muestra Roger Charde? Es lógico suponer que hacia agosto de 1604 el original del tier, citado por López de Mariscal y Farré. Leer en voz baja se Quijote no sólo existía sino que ya había sido leído y alabado convierte en un privilegio de la individualidad y signo inequípor esos “necios” a quienes peyorativamente se refiere Lope. A voco de cultura propia. Y el Quijote es el termómetro de esa finales del verano de 1604 el original fue pasado en limpio por transición. Si en 1605 comienza a ser leído en voz alta, ante auun amanuense profesional, de acuerdo con las exigencias de los ditorios amplios, en ventas y tabernas, cien años después se ha editores (“claridad de escritura y regularidad de las páginas”, mudado en costumbre privada, y su lectura facilita el proceso según anota Francisco Rico en la “Historia del texto”, apareciparticular de reflexión: ni más ni menos que la privatización del da en la edición de Crítica y el Instituto Cervantes, de 1998). pensamiento ante el texto ajeno. Ya Cervantes hacía referencia, Una vez revisado por el autor y con las correcciones y adendas en su prólogo, al “desocupado lector”, al tipo de lectura indihechas, el manuscrito del amanuense pasó al Consejo de Casvidual, proceso que hacia el siglo xviii crece, desplazando al tilla donde unos censores lo leyeron, tras lo cual dieron la lilector social y colectivo, que animaba las veladas de un público cencia indispensable para su publicación. El escribano Juan ágrafo o ávido de sensaciones comunes. Gallo de Andrada rubricó el texto página por página y el secreLos nuevos lectores inspiran en los editores volúmenes en tario Juan de Amézqueta despachó el privilegio el 26 de sepformato pequeño, introducidos en España por Juan de Jolís y tiembre de 1604. Y desde ese día hasta el 1 de diciembre, el Quijote es armado en la imprenta en un tiempo récord para un popularizados posteriormente por Juan Martín, según recuertotal de 664 páginas, en 83 pliegos en cuarto. El librero Frandan los editores mexicanos de los Cuatrocientos años del Ingeniocisco de Robles hizo un tiraje de entre 1 500 y 1 750 ejemplaso Hidalgo: “Se trata de las ediciones llamadas de faltriquera, res y el 1 de diciembre Francisco Murcia de la Llana firmó la formados por cuatro pequeños tomos en octavo, de no más de certificación “Testimonio de las erratas”. En definitiva, conje15 × 10 centímetros ‘para mayor comodidad’, como indica el tura Rico, “el Quijote debió de leerse en Valladolid para la noeditor en la portada, y además ilustrados con tacos de madera.” chebuena de 1604, mientras los madrileños posiblemente no le Ejemplares de esta evolución editorial aparecen en la colección 22 la Gaceta número 409, enero 2005 a hincaron el diente sino hasta Reyes de 1605”. ¿Por qué se leyó primero en Valladolid? Porque Cervantes se encontraba por esas fechas en la ciudad del Pisuerga, a donde Felipe III había vuelto a trasladar la corte entre los años 1600 y 1606. La carrera editorial del Quijote se precipita. El 26 de febrero de 1605 Jorge Rodríguez obtuvo privilegio del Santo Oficio para la edición de Lisboa, a la que siguió otra, en la misma ciudad, el 27 de marzo, a cargo de Pedro Crasbeeck. También en marzo Francisco de Robles pone en circulación la segunda edición española, en la que según parece Cervantes corrigió algunos de los centenares de erratas que aparecen en la editio princeps e intercaló los dos fragmentos que intentan “arreglar” anécdotas como la del robo del asno de Sancho. Una nueva edición se publica en Valencia en julio de 1605, a cargo de Francisco Mey, que reproduce la segunda española con todos sus deno es menos apasionante. Pese a la prohibición de imprimir en fectos. No obstante, en 1607 se le hace justicia al Quijote. Con las Indias “libros de romance de historias vanas o de profaniacertado criterio se ha señalado que fuera de Madrid la gema dad”, muchos ejemplares llegaron en las naos españolas a los de los Quijotes tempranos es sin duda el salido de las prensas de rincones más apartados del Nuevo Mundo. Francisco RodríRoger Velpius “en Brusselas […] en l’Aguila de oro, cerca de guez Marín, en El Quijote en América, calcula que en 1605, el Palacio, Año 1607. La pulcritud de la tipografía y del papel, “mismo año de la publicación de la primera parte pasaron a largamente por encima de los usos españoles, va unida a un esAmérica, como mínimo, unos mil quinientos ejemplares del mero verdaderamente excepcional, sin paralelo hasta 1738, en Quijote”. De la circulación y destino de esas tempranas ediciola preparación del texto. El corrector lo leyó con cien ojos…” nes poco o nada se sabe. En cambio, sí es posible determinar Muy significativamente, estas dos ediciones tan alabadas foren qué lugar de América se editó por primera vez el Quijote. man parte de la donación que Carlos Prieto hizo al TecnológiFue en México, en 1833, con notas de Juan Antonio Pellicer y co de Monterrey, lo cual da idea acerca del fino criterio del coun análisis de la obra por Vicente de los Ríos. Lo más curioso —y significativo— es constatar que México fue la capital del leccionista. De la edición de 1738, salida en Londres de la imQuijote en América durante todo el siglo xix y comienzos del xx prenta de J. y R. Tonson, leemos en el libro publicado por el y así lo muestra el Catálogo abreviado, de la Colección CervanTecnológico y el Fondo de Cultura Económica que, sin lugar tina de Carlos Prieto. Después de la mencionada edición de a dudas, ésa es “la edición más valiosa y cuidada de todas las 1833, México registra otras ediciones: la de 1842, en la imhasta ahora vistas. Durante los cuatro años previos a su publiprenta de Ignacio Cumplido; la de 1852-1853, de Simón Blancación, Lord John Charteret encargó los 68 grabados, casi toquel; la de 1868, por La Opinión Naciodos a Vanderbank; en 1736 solicitó a El creciente proceso editorial arroja nal; la de 1900, por los Talleres de TipoGregorio Mayans escribir la Vida de Cerluz sobre la recepción que la novela grafía y Grabados de El Mundo, y la de vantes (que pronto entraría también en de Cervantes tiene no sólo en el 1909 por Publicaciones Herrerías. Sólo las ediciones madrileñas), mientras que mundo hispánico sino, también, en 1936 se rompe la hegemonía mexicala preparación del texto se encargó a Peen los dominios de las más exóticas na del Quijote, con la edición argentina dro Pineda, que se basó en la de Momlenguas y culturas. La proliferación de Tor, en su colección Obras Famosas. marte de 1662. Dicha edición la cotejó de ediciones corre pareja con Visto lo anterior, para nada sorprencon las tres ediciones bruselenses del Inla diversidad de traducciones, de que el culto de México por el Quijote genioso hidalgo (1607, 1611 y 1617) y con por lo que la popularización del sea ratificado y consagrado por el exel más antiguo Ingenioso caballero libro es paralela a la universalidad traordinario legado que Carlos Prieto le (1616)”. Baste señalar que dicha edición de su contenido hizo, no sólo a su país, sino también al fue considerada a partir de entonces “un continente americano. Y no debemos alarde de impresión y, además, un moolvidar que en 1590 el propio Miguel de Cervantes pidió al rey numento erudito”. un puesto administrativo en las Indias, desolado por la miseria En cuanto a la segunda parte del Quijote, el privilegio está que lo rodeaba en la península. De no haberle sido negada difechado el 30 de marzo de 1615 y la obra se termina de impricha petición, ¿puede imaginarse alguien cómo habrían sido las mir el 21 de octubre, con una extensión de 568 páginas y 71 aventuras del Ingenioso Hidalgo por las llanuras y cumbres de pliegos. Un año más tarde muere Miguel de Cervantes. En lo nuestro continente? que respecta a la circulación del Quijote en América la historia número 409, enero 2005 la Gaceta 23 a a La Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey a Ricardo Elizondo Elizondo Carlos Prieto se le dio trato particular, fue colocado en sitio preferente y, aunque catalogado y clasificado conforme a las normas comunes, materialmente fue distinguido. Así continúa hasta el momento. Esto que ahora presentamos es un resumen del contenido de la donación Prieto, descripción breve si la comparamos con el catálogo íntegro de la colección Cervantes, que ocupa poco menos de centena y media de páginas. Cabe aclarar, sin embargo, que la suma de los libros cervantistas es pequeña, ya que juntos todos no llegan a dos mil, pocos si los confrontamos con los ciento sesenta mil que conforman el resto de la Biblioteca Cervantina, que incluye todas las donaciones; sin embargo, la Los orígenes de la Colección Cervantes metáfora que los une, el sentido que les dio haber sido regalados específicamente para recordar que la materialidad, por imporEn 1954, a poco más de diez años de haber sido fundando, el tante y suficiente que sea, o parezca, no es bastante para el homInstituto Tecnológico de Monterrey puso en operación un edibre, ha colocado a la colección de libros de Cervantes en un sificio complejo, con diversos destinos: el actual edificio de la tio destacado dentro de los aprecios institucionales. Rectoría del Sistema. Al inmueble, de clásico perfil, aunque Al donar su colección, don Carlos Prieto dijo —palabras más, austero, le fue diseñado un suntuoso mural para que luciera en palabras menos— que una de las razones que lo movieron a resu frente. Con el paso de los años y por muchas razones, edifigalar sus valiosos libros al Tecnológico de Monterrey era su cio y mural devinieron en una suerte de corazón y cerebro a un preocupación por que la enseñanza de la ciencia y la técnica tiempo. El proyecto primigenio para ese edificio contemplaba quedara enmarcada siempre dentro del campo general de las huque el segundo nivel, al frente, fuera ocupado por la Sala Mamanidades. En otros términos, que el idealismo y la bondad huyor; que el cuarto piso, y algunas áreas de la sección del fondo, manística de Alonso Quijano, el Quijote, siguiera acompañando fueran centros administrativos y académicos; y, lo mas impor—¿guiando?— al realismo y la practicidad de Sancho Panza. tante, que el sótano, el primer nivel y parte del tercero funcioLa Colección Cervantes está compuesta de las siguientes naran como biblioteca, su cometido principal. El edificio fue secciones: i] Obras de Cervantes; ii.a] Fuentes, adaptaciones y inaugurado por el entonces presidente de México, Adolfo Ruiz continuaciones de obras cervantinas, b] Algunos textos inspiraCortínez. A los pocos meses, don Carlos Prieto, destacado emdos en la obra de Cervantes y c] Volúmenes pseudocervantinos; presario mexicano cuya principal inversión industrial por eniii] Ensayos e investigaciones acerca de Miguel de Cervantes o tonces constituía el grupo Fundidora Monterrey, donó al Tecsu obra. A su vez, cada una de estas tres secciones se integra por nológico su colección de libros cervantinos. otras divisiones y clasificaciones. Veámoslas. La donación de don Carlos Prieto hiEntre las obras de Cervantes están Al donar su colección, don Carlos zo que a su alrededor se aglutinara lo comprendidas: primeramente la novela Prieto dijo que una de las razones que desde hacía algunos años se venía El ingenioso hidalgo don Quijote de La que lo movieron a regalar sus acumulando: el ya para entonces voluMancha, con casi todas las ediciones hevaliosos libros al ITESM era su minoso acervo de las Colecciones Espechas en castellano, tanto peninsular copreocupación por que la enseñanza ciales, que no eran sino opulentos y erumo americano, además de muchas de sus de la ciencia y la técnica quedara ditos legados de varios de los bibliófilos traducciones; las llamadas obras menoenmarcada siempre dentro del más destacados de México, como Pedro res de Cervantes, compuestas por edicampo general de las humanidades Robredo, Salvador Ugarte, y G. R. G. ciones de Poesías y Viaje del Parnaso, TeaConway, y que funcionaba independientro, La Galatea, Novelas ejemplares y Los temente a la Biblioteca General o Central. Así, con la donación trabajos de Persiles y Sigismunda; también hay antologías y obras del señor Prieto, más la estupenda colección sobre Historia y completas. Cultura Mexicana perteneciente al resto de las cesiones, se inComo Fuentes, en la segunda sección, están variados libros tegró una biblioteca con administración especializada, la Bide caballería, las imitaciones y algunos estudios específicos. En blioteca Miguel de Cervantes Saavedra, localizada desde aquel Adaptaciones aparecen Quijotes para los niños, para la juvenmomento en el tercer nivel del edificio del mural, y diferente a tud, para todos, aventuras del Quijote, primeras aventuras del la administración del resto de las bibliotecas institucionales por Quijote, resumen sobre Sancho Panza, episodios de la vida del el especial cuidado que demandaba su acervo. Quijote, el Quijote como lectura clásica, Sancho Panza goberPor respeto, y por tradición bibliotecaria, al regalo de don nador y romancero del Quijote, todo esto escrito por uno u otro Un libro es mucho más que sus palabras: es un objeto impreso con ciertos tipos, sobre un papel singular, encuadernado con modestia o suntuosidad. En los cuatrocientos años que hoy festejamos la misma obra de Cervantes ha adquirido diversos cuerpos, como puede ver quien recorra la colección de ejemplares que describe aquí el director de la regiomontana Biblioteca Cervantina, legítimo orgullo de la institución que la recibió como donación 24 la Gaceta número 409, enero 2005 a autor, y una y otra vez editados por este y aquel patrocinador. Además, hay otras tantas adaptaciones de la novela pero ideadas en alemán, checo, francés, inglés e, incluso, una muy rara, publicada en Madrid y burlesca hasta la médula, en latín macarrónico. Como Continuaciones de la obra de Cervantes están, por supuesto, varias versiones del famoso plagio de Fernández de Avellaneda, con traducciones y estudios especiales, pero también agregados —aunque a veces sean meros pegotes— como la Continuación de la vida de Sancho Panza, Aumentos de la historia del ingenioso hidalgo Don Quijote, Adiciones a la historia de Don Quijote, la Nueva salida del valeroso caballero Don Quijote, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, La última salida de Don Quijote o La resurrección de Don Quijote. Entre las obras inspiradas en temas de Cervantes se conservan varias comedias líricas, cuentos, baladas y hazañas detectivescas del Quijote, más algunos otros trabajos inspirados igualmente en Cervantes, como El profesor Vidriera, Don Quijote con faldas, Dulcinea —una tragicomedia— y Don Quijote —drama—, además de otras tantas obras de inspiración cervantina también, pero concebidas en otras lenguas. Como obras pseudocervantinas están El buscapié, El cachetero del buscapié, La tía fingida, algunas supuestas obras inéditas para teatro de Cervantes, la Comedia —comedia en el sentido de obra de teatro— de la soberana virgen de Guadalupe y el testamento de doña Isabel de Saavedra. En la sección sobre Ensayos e investigaciones acerca de Miguel de Cervantes o su obra hay primeramente una amplia bibliografía con catálogos del contenido de afamadas colecciones mundiales especializadas en la obra cervantina, luego libros que rastrean las huellas de Don Quijote o Cervantes, que demarcan los caminos y rutas que siguió, que mencionan los pueblos y aldeas que visitó, que dan cuenta de la iconografía de las ediciones del Ingenioso Hidalgo e, incluso, que marcan el valor comercial de las obras de Cervantes —aunque sus evaluaciones se desvaloricen irremediablemente—. Están luego los libros sobre los retratos de Miguel de Cervantes y las historias gráficas de Cervantes y del Quijote, después obras sobre “el hombre y su época”, en referencia al propio Cervantes. Entre las obras inspiradas en la vida de Cervantes hay novelas históricas que toman al escritor como personaje principal, también Le chien de Cervantés, romanceros y dramatizaciones de la vida del Manco de Lepanto. Como trabajos y ensayos sobre la obra cervantina propiamente, aparecen entre los cerca de doscientos títulos varios índices y concordancias, tratados sobre la lengua usada por Cervantes, las influencias árabes en la novela, el vocabulario de Cervantes, su gramática y algunos diccionarios basados en su obra. También están los ensayos sobre interpretación y crítica, con textos que analizan exhaustivamente la obra de Cervantes, además de un nutrido contingente de obras con homenajes, reseñas, compilaciones de trabajos, sesiones solemnes, conferencias, álbumes, reportes de jornadas cervantinas, crónicas de encuentros cervantinos, ensayos premiados, discursos, certámenes poéticos y actas de asambleas cervantistas alrededor del mundo. Los volúmenes del Quijote Esto es, descrita rápidamente, la Colección Cervantina del Tecnológico de Monterrey; cada volumen por separado, y todos en conjunto, como paquete, son obras valiosas y raras. De número 409, enero 2005 a entre todos los libros, los más numerosos sin duda alguna son los volúmenes con la novela del Quijote, la parte más vasta de la colección. La primera edición que guarda la Biblioteca es de 1607, mientras las más recientes llegan prácticamente hasta las últimas décadas del siglo xx. La primera parte del Ingenioso hidalgo apareció en 1605, por lo que el Tecnológico cuenta con un ejemplar impreso sólo dos años después de aquella primera edición; desde entonces, y siglo tras siglo, las ediciones del Quijote han continuado saliendo al mercado, bellas algunas, útiles todas. Enumerar con detalle todos los libros con la novela del Quijote que posee la biblioteca, además de prolijo, sería aburrido; baste decir que los hay impresos en Bruselas, Milán, Madrid, Amberes, Barcelona, Lyon, Londres, La Haya, Amsterdam, Tarragona, Salisbury, Leipzig, Berlín, París, Burdeos, México, Zaragoza, Nueva York, Sevilla, Argamasilla de Alba, Valencia, Cádiz, Palencia, La Plata, San Feliu de Guixols, Buenos Aires, Quedlinburg, Stuttgart, Praga, Francfort, Lieja, Budapest, Boston, Venecia, Felanitx, Lisboa, San Petersburgo, Tel Aviv y Tokio. Algunas de estas ciudades, como Nueva York, París, Madrid, Londres, Amsterdam, Barcelona y México, han visto a través de casi cuatro siglos varias, por no decir muchas, ediciones del Quijote. Las traducciones y las ilustraciones Como ya dijimos, el principio de la colección de Quijotes lo marca un ejemplar de 1607; luego, y bastante colmados, hay infinidad de ediciones para representar con desahogo los siglos xvii, xviii, xix y xx. Los ejemplares que más abundan son en lengua castellana, pero también los hay en alemán, catalán, la Gaceta 25 a checo, francés, hebreo, holandés, húngaro, inglés, italiano, japonés, mallorquín, portugués y ruso. Muchas ediciones tienen estudios introductorios, críticos o meros comentarios. Los hay sin una sola imagen, o hechos totalmente a base de imágenes. Respecto de los grabados e ilustraciones hechos especialmente para la novela, cada siglo de los mencionados puede ser estudiado con su estilo, sus características e incluso sus técnicas de impresión; al fin y al cabo, es fama que la novela de Cervantes es una de las piezas literarias más ilustradas en la historia de la humanidad. Entre los Quijotes los hay con láminas a todo color y realizados en todas las técnicas para impresión imaginables; también hay grabados en varias tintas o en una sola, estampas de trazos fuertes o delicadas viñetas. Prácticamente cualquier paso del Quijote ha sido representado, hay ilustraciones que van desde antes de que Alonso Quijano se convierta en Quijote y llegan hasta su muerte, cuando, para aburrición de todos, vuelve a ser Quijano. a folio imperial, cuando excede este tamaño pero no llega al atlántico; en folio mayor, cuando es superior a la marca ordinaria, y en folio menor, cuando es inferior; en cuarto de folio, llamado simplemente en cuarto, porque es la cuarta parte de un papel sellado, y en sus derivados —cuarto mayor, por ser la cuarta parte de un pliego de papel de marca superior a las usadas en España, y en cuarto menor, por ser inferior a la marca ordinaria—; también hay en cuarto prolongado, que equivale a cuarto mayor; luego los hay en octavo, que son la octava parte de un pliego de papel sellado, habiendo en octavo mayor y octavo menor; a los octavos también se les llama en octavilla; siguen en dieciseisavo, que son los pequeños, pero los hay aún más pequeños que el dieciseisavo, verdaderos prodigios de impresión, como el más pequeño del mundo, de una pulgada por dos, y que aún así es legible a simple vista, lleva grabados y tiene las dos partes en sendos diminutos volúmenes. Las encuadernaciones Los tipos de papel Una obra tan prestigiada como el QuijoLa novela, además, ha sido impresa en te no podía dejar de tener empastados todo tipo de papel, y también en esto, memorables, algunos de los cuales conscomo con las ilustraciones, uno de los tituyen verdaderas joyas de marroquinevalores agregados de la Colección Cerría, con broches, lazos, botonaduras, vantina del Tecnológico bien pudiera guardaesquinas de metal, grabado proser el muestrario que conlleva tanto de fundo o ligero, y trabajado al fuego o repapeles y su hechura, como de la impujado. En encuadernaciones las hay a la prenta y su manejo a través de al menos holandesa, a la inglesa, en rústica, en cuatro siglos. Cada una de las centurias, media pasta, en pasta o en pasta italiana, desde el xvii hasta el xx, ha tenido sus pudiendo ser los materiales papel de tralujos en papel y sus papeles sin lujo. po y madera, cartón, cartones cubiertos También cada uno de los países donde de cueros de distintas clases, o bien pieha sido editada la obra tiene o tuvo sus les bruñidas, grabadas, jaspeadas, pintaparticulares fábricas de papel y de tinta, das. Hay encuadernaciones a la españosus grabadores, diseñadores gráficos y la, en piel, y a la italiana, con cartones artistas, sus encuadernadores, manufaccubiertos de pergamino muy fino o avitureros de guardas, tipógrafos. Pues telado, de ternera, también encuadernabien, de todo ello la Colección es un tesdos a la holandesa, en media pasta, rústimonio. Hay Quijotes impresos sobre ticos de todos tipos y en materiales sinEl Quijote es un regalo para papel de algodón, de lino, de seda, en téticos el siglo xx. caballeros entre caballeros, un papel reciclado, en papel de trapos, de regalo que lleva la firma de quien lo cáñamo, de esparto, de paja de arroz, de Colofón entrega y halaga a quien lo recibe. maderas de todas clases, en papel blanEl horizonte interpretativo de la co, ahuesado, pergamino por el color y Desde hace al menos siglo y medio, el novela extrae la parte del Quijote pergamino por el propio material, papel Quijote es un regalo para caballeros entre agradable a las buenas intenciones, costero o quebrado, papel cuché, de caballeros, un regalo que lleva la firma al idealismo, a la lucha por los añafea, de barba, de tina o de mano, de de quien lo entrega y halaga a quien lo valores eternos del hombre culebrilla, papel de China y papel japorecibe. También, pero desde un tiempo nés, papeles de marca menor, marquilla más largo, ha sido un regalo para estuy marca mayor, papel de pluma y papel verjurado, además madiantes y para jóvenes en formación. En ambos casos, el horiteriales exóticos como corcho, tela o algunos papeles de extrezonte interpretativo de la novela extrae la parte del Quijote mada rareza. agradable a las buenas intenciones, al idealismo, a la lucha por los valores eternos del hombre. Sin embargo, todas las posibles Los tamaños lecturas del Quijote son didácticas, tiestos de experiencia adornados por la belleza de un idioma que en esta obra alcanza alEn cuanto a tamaños, las ediciones del Quijote también contísima perfección. El Sistema Tecnológico de Monterrey está forman un surtido repertorio; los hay en folio atlántico, de muy orgulloso de poseer, custodiar y poner al alcance de la sograndes dimensiones, donde cada pliego de imprenta es una ciedad en general, y de sus estudiantes en particular, una colechoja; en folio, que es la mitad de un pliego de papel sellado; en ción de libros tan querida a la humanidad. 26 la Gaceta número 409, enero 2005 a a El Quijote, los viajes y el mar Javier Ordóñez / De ningunos sea tocada; / porque esta impresa, buen rey, / para mí estaba guardada.’ Para mi sola nació Don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal delineada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio.” No recordamos esta advertencia cuando aquí estamos reunidos. Pensamos: tal vez fuera para Avellaneda. ¿No somos acaso sus epígonos y por lo tanto menos que los AvellaAl menos cada cien años, no se sabe por qué, nos acordamos de neditas? Pues bien, no tiene por qué. él. Nadie sabe si de Don Quijote, de Don Alonso Quijano o de En realidad, tenemos que ser hermeneutas porque no podeMiguel de Cervantes a secas, privado del don a pesar de la gomos ser autores y sólo queda el camino de la interpretación lilla asfixiante del retrato de Juan de Jáuregui. Tampoco sabeporque ya nos gustaría ser capaces de transgredir el consejo del mos si alguno de estos avatares coincide con Cide Hamete: prudente Cide Hamete y escribir una tercera, una cuarta e inconfundimos y mezclamos sus imágenes. Lo cierto es que cada cluso una quinta parte. Ahora bien, en ese viaje de innumeracien años estos nombres se nos imponen, brincan las defensas bles interpretaciones, paradójicamente, hay una isla que habidel olvido y se instalan entre nosotros para torturar nuestras tualmente se deja incólume al expolio. En toda la locura quijoconfortables conciencias estéticas, amuralladas contra cualtesca y sus correspondientes locuras hermenéuticas hay algo así quier locura. Cada cien años. ¿Quién le niega al calendario el como “un hecho indiscutible”: el texto en su totalidad es una valor de pregonero de nuestra contingencia? Recuerda que crítica a los libros de caballerías. Una afirmación global acerca eres mortal, que no eres Cervantes, que ni siquiera él lo es porde la intención del texto que sirve de cimiento para la construcque sólo inventó la locura de Don Alonso Quijano, quien a su ción de cualquier edificio interpretativo. vez tuvo la debilidad de inventar a Don Quijote. Finalmente, Hablábamos de olvido y de hermenéutica. Parte del abanél nos inventó a todos nosotros para que escribiéramos sobre dono proviene precisamente de aceptar esa afirmación: el Quisus trabajos y sus días cada cien años. jote es el punto final del género de los libros de caballería. Y así El resto de tiempo se lo dejamos a los piratas de Argel, a los decimos: fue la clausura de una época de gusto medieval y Ceranglosajones y a los filólogos, los tres temores más reconocivantes, brincándose el renacimiento, saltó del barroco a la mobles en el contexto cervantino. Confiamos en que alguien lo dernidad escribiendo sobre el ridículo y los desastres que puecalle, lo fosilice, lo convierta en folclore, en premio literario den producir los ensueños que nos confunden y nos llevan a o en lectura obligatoria de algún curso sobre esa edad que llavacilar sobre qué es literatura y qué es realidad. Como si la mamos de oro, por no llamarla del oro. Ni siquiera en estas obra fuera el simple trazado de la línea que separa la realidad efemérides somos dados a preguntarnos por los motivos de de lo real maravilloso, al personaje de los autores, al folletín canuestro abandono, de la lejanía que la cultura española se ha balleresco de la novela, a la locura de la cordura, al espíritu impuesto con un texto como el del Quiburgués del código de caballería, a la fiNos consuela creer que Cervantes jote. Nos hiere el implacable retrato que losofía materialista del idealismo, al era un trabajador disciplinado, con se oculta bajo el manto del humor, la inhombre del autor, a las virtudes de los su moralidad a cuestas, empeñado finitud cegadora de sus arquetipos y de vicios, a los sueños de las evidencias, al en la tarea de escribir el relato que su patetismo, el necesario cumplimiento humor del horror, a la frontera del yo de clausuraría definitivamente toda de sus profecías, el desierto que se abre su disolución, al narrador de sus heteróposible historia de ideales a nuestros pies cuando casi todo está dinimos… Literatura y realidad. Esas dos medievales para inaugurar la cho. Nos produce rechazo reconocernos palabras funden los grilletes de galeote grandeza de la modernidad sin más en él, averiguar que no hay nada en él que impidieron tomar al Cervantes desque nos guste, que realmente no puede dentado como fuente de inspiración gustarnos nada porque no fue escrito para gustar, ni para acuposterior. Son metales que amalgamaron la golilla que asfixia nar la modorra hispánica de los filósofos de levita de ninguna al don Miguel de nuestras representaciones, copias sin duda de época. Cómo nos va a gustar si leemos la advertencia final del la copia del retrato que mencionábamos al principio. prudentísimo Cide Hamete a su pluma: “Aquí quedarás colgaAl final, nos consuela creerlo un trabajador disciplinado, da de esta espetera y de este hilo de alambre, no sé si bien corcon su moralidad a cuestas, empeñado en la tarea de escribir el tada o mal tajada peñola mía, a donde vivirás luengos siglos si relato que clausuraría definitivamente toda posible historia de presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan paideales medievales para inaugurar la grandeza de la modernira profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, dad sin más. En general la crítica y los numerosos analistas de y decirles en el mejor modo que pudieres: tate, tate folloncicos la obra coinciden en que la ironía cervantina desplegada en la El denso y fabuloso tejido de que está hecho el Quijote tiene como hilos principales la propia biografía de Miguel de Cervantes, la tradición caballeresca, la coyuntura política y social a finales del siglo XVI y principios del XVII. En este animoso ensayo se revisan algunas de estas hebras, acaso para explicar el continuo interés de los lectores, lo mismo gente de a pie que académicos, por la cumbre literaria de Cervantes número 409, enero 2005 la Gaceta 27 a a Cuatrocientos años después Armando Alanís En mis continuos viajes por asuntos de negocios pasaba todas las mañanas por aquel pueblo. En medio de la soleada plaza se erguían, en bronce, las estatuas ecuestres de Don Quijote y su obeso escudero. Detenía mi coche bajo la sombra protectora de una palmera y miraba por un momento aquel magnífico conjunto escultórico. Luego, seguía mi viaje. Una mañana advertí que los ojos del hidalgo se movían dentro de las órbitas. Sus manos aferraban con fuerza la lanza. El cuello de Rocinante brillaba, sudoroso. Los ojos de Sancho también mostraban la mayor inquietud. Los del borrico permanecían cerrados, pero su enorme barriga crecía y decrecía al ritmo de la respiración. No me sorprendí demasiado por aquello: las estatuas estaban tan bien hechas que parecían vivas. Al día siguiente Don Quijote y Sancho, así como sus cabalgaduras, habían desaparecido. Sólo quedaba, en medio de la plaza, la plataforma de cemento. Bajé del coche y me dirigí hacia un viejo que, con su carrito de paletas, esperaba, aburrido, a que salieran los niños del colegio de enfrente. —¿Don Quijote? ¿Sancho? ¿Sabe usted a dónde han ido? —A dónde va a ser, señor —contestó el viejo, reprimiendo un bostezo—. Salieron muy temprano hacia la montaña, a enfrentar a los gigantes que desde hace tiempo amenazan la tranquilidad de nuestro pueblo. sátira y la demolición de los libros de caballería medievales es a la vez el cierre de un género y la apertura al mundo y el hombre contemporáneos. Probablemente esta versión sea muy adecuada, pero en sí misma es poco moderna porque olvida el drama personal que hay en el despliegue de dicha ironía. Olvida los elementos de fracaso, de perplejidad ante un nuevo mundo, de miedo, de rechazo, de tecnofobia, de regresión, de mirada hacia atrás que alimenta esa ironía. Es verdad que las advertencias de Cervantes sobre las desgracias que podía acarrear el sin fundamento de la caballería medieval y mágica podría compararse con las admoniciones de los sabios que insistían en el carácter natural de los cometas para que el buen pueblo tuviera curiosidad y no temor cuando viera nacer una estrella. Este nuevo “talante”, al que podemos y solemos llamar modernidad, que es punto de partida común en el viaje por el océano Quijote, podría llegar a ser especialmente interesante si se completara con el punto de vista del que toma en consideración los fracasos y las inconsecuencias que alumbraron tal parto. Podemos comenzar con su propio nombre: un caballero de armadura que elige el nombre de una pieza que no porta ya que carece de quijotes, que, como ustedes saben, son las piezas que cubren y defienden los muslos de los caballeros. No se trata de una ausencia casual. Cervantes transforma a Don Alonso Quijano en Don Quijote sin quijotes situándolo así en el de28 la Gaceta samparo y en el ridículo, no como mero recurso literario para subrayar lo bizarro del personaje, sino como un acto de privación de la defensa en cualquier contienda. Don Quijote nunca podrá pelear con ningún adversario que suponga un peligro real. Resulta sorprendente que la locura de Don Quijote le permita discriminar con tanta finura los adversarios que lo van a tomar por loco de aquellos que lo verían como un puro enemigo. ¿Locura de Quijano o autobiografía de Cervantes? ¿Desprecio al presente o temor al futuro? ¿Ridículo o toma de posición frente a la batalla? Ficción y realidad parecen en la ausencia de quijotes una y la misma cosa. Seguimos con la propia biografía del autor. Soldado de fortuna en los Tercios de Italia y, probablemente, ferviente admirador de la vida aventurera que Julio Albi de la Cuesta describe de la forma siguiente: “Era un universo desgarrado, alucinado, a medida de los tremendos Tercios: galeotes, popes arraeces o comandantes de naves otomanas, frailes redentores de cautivos, prostitutas hacinadas en ‘casas de carne’, leventes o soldados de galera, guzmanes, matachines, curas pecadores, uncidos a los bancos de los buques pontificios, rojos caballeros de Malta, ‘hombres desalmados’ como el inevitable Contreras, directores de redes de agentes, como Triplada, pícaros como Miguel de Castro, grandes señores como Osuna o Toledo, conspiradores como Quevedo, mentirosos como el Duque Estrada, iluminados como Pasamonte, se codeaban con Don Quijote, que servía en una compañía disfrazado de Miguel de Cervantes.” Arcabucero de primera línea en batallas por mar y por tierra, y, por lo tanto, conocedor del horror de la muerte y el sufrimiento en la batalla. Vagabundo, recaudador de impuestos en la Andalucía rural y, en consecuencia, conocedor de la miseria de la monarquía hispánica. Pedigüeño en busca de patrocinio, que únicamente lo obtuvo en los últimos años de su vida con el conde de Lemos. Deudor permanente y prisionero siempre a causa del dinero. En Argel, porque valoraron demasiado el precio de su rescate; en Andalucía, por la quiebra de su gestión. En su trastienda, las glorias de las monarquías de Felipe II y de Felipe III. Abundancias que nunca experimentó, sueños americanos que siempre le estuvieron vedados pese a sus reiteradas solicitudes; nunca obtuvo el permiso para viajar a América. Pero no se trata de elaborar un catálogo de frustraciones, sino poner de manifiesto algunas de las que aparecen en la obra. Don Alonso Quijano eligió el papel de vagabundo más que el de caballero. Sus salidas, eufemismo para denominar los sucesivos viajes que emprendió, fueron puras excusas para calmar su zozobra, el desasosiego de una biografía que latía con el mismo pulso que la de su autor. No se trataba de ningún viaje épico, sino de una ausencia de esperanza en el nuevo mundo de acá que veía emerger ante sus ojos y no acertaba a interpretar. Con esto llegamos al primer punto álgido de nuestro comentario. En la primera salida, Don Alonso Quijano apenas está transformado en su personaje. La continencia del autor provoca en el lector la sensación de que está asistiendo a una prueba. El personaje literario no es todavía totalmente independiente a pesar de haberse autoarmado caballero, un acto tan moderno como el autoimperio de Napoleón. La segunda salida tiene lugar después de la depuración de la biblioteca de Don Quijote. La decisión del viaje es más fuerte y determinada, y la primera aventura en términos del propio texto nos da información acerca de la percepción que Don Alonso Quijano, ya casi Don Quijote, tiene de su mundo. Mucho se ha escrito sobre el canúmero 409, enero 2005 a pítulo octavo de la primera parte. Mucho sobre el desvarío del En el prólogo a la segunda parte todavía el autor habla de la caballero sin quijotes al ver los molinos de viento. “Desaforabatalla de Lepanto en una cita que se repite continuamente: “la dos gigantes”, los llama. Deseos de batalla y, como buen soldamás alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni do, deseos de botín. La polémica entre Sancho y su caballero esperan ver los venideros”. Habitualmente esta opinión se consobre si son gigantes o molinos se ha convertido en el paradigsidera fruto del orgullo por haber participado en una batalla que ma sobre la discusión en torno a la ficción, a esas dos palabras fue simplemente eso, una batalla. Convendría tal vez releerla que antes mencionábamos. Es muy posible que todas las intercon la carga de ironía que tiene todo el prólogo. Una batalla pretaciones que siguen esta pauta arrojen mucha luz sobre el insigne que no resolvió el poderío de ninguno de los contenresto del texto. El lector sabe con quién dientes. Batalla pírrica más que victoCervantes transforma a Don va a tratar a partir de entonces, pero ria, que Cervantes consideró una imaAlonso Quijano en Don Quijote también es posible que se nos escape algen adecuada sin duda de la vanidad de sin quijotes, situándolo así en el go, tal vez muy pequeño, que espoleaba su mundo. De ese mundo que le mantudesamparo y en el ridículo, no como en la recámara del escritor cuando ya vo prisionero en una geografía clausuramero recurso literario para subrayar apenas podía contener a su personaje. da. lo bizarro del personaje, sino Viejo soldado de los Tercios, ¿de qué esCervantes participó en la batalla de como un acto de privación de la cribes? ¿Ante quién sitúas a tu personaLepanto a bordo de la galera Marquesa. defensa en cualquier contienda je? Ante molinos. Ante molinos de vienSirvió como arcabucero en un esquife to. Ante molinos construidos por sabios donde pudo comprobar la veracidad del que no son del lugar. Estos artilugios que ahora consideramos dicho popular que podría haber puesto en boca de Sancho: “no perfectamente integrados en el paisaje manchego, en realidad, hay hombre cuerdo sobre la mar”. Ya en aquel entonces la moeran la aplicación de una tecnología completamente foránea narquía hispánica, con toda su enorme dimensión territorial, teque había sido desarrollada con muchísimo éxito precisamente nía una flota que no alcanzaba ni con mucho en tonelaje a la floen Holanda. La sequía que tuvo lugar durante el reinado de ta holandesa. En el océano Atlántico ya se navegaba a vela, peFelipe II (1570) había auspiciado la emergencia de ingenios de ro en el Mediterráneo, por el contrario, los remos seguían viento. El saber, como el viento, venía de fuera. Don Quijote siendo una fuerza fundamental para mover las galeras durante se plantó ante los molinos, los molinos eran gigantes, verdadeel combate. La capital de la monarquía estaba situada en un ramente gigantes. Gigantes como el enemigo, como Flandes, punto geográfico equidistante de las costas, como un Tíbet que como Holanda. Primer tropezón de la monarquía hispánica que no pudo domeñar el país de los molinos. Primer tropezón de Don Quijote, no poder terminar con los molinos de allí traídos. Don Quijote sabía, don Miguel de Cervantes sabía que eran gigantes que no se podían eliminar por medio de un caballero sin quijotes y ¿acaso le dolía? En este primer episodio tal vez no haya tanta ingenuidad como se haya querido ver. No hubo tanta confusión como metáfora. No hubo tanto riesgo inútil como desesperación. Don Quijote fue batido, como lo fue la tecnología española a partir de entonces. Ésa fue la primera frontera, la frontera norte que limitaba la expansión del poder de la monarquía por medio de elementos tecnológicos completamente heterogéneos con el desarrollo interior. Lo esperable, lo que ocurrió, fue que la vista se desvió hacia el océano Atlántico. El ingenio caminó detrás de la mirada. Pero el ingenioso hidalgo se quedó en tierra. A Don Alonso Quijano le estuvo vetado el occidente. Sus itinerarios fueron casi circulares y sus propósitos imposibles. Compartió el temor de su tiempo, que ha llegado hasta nosotros, de creer que del oriente viene toda la amenaza y del occidente toda la esperanza. Aun así, su camino necesariamente tuvo que retornar al oriente. Personaje y autor se confunden en la encerrona existencial que supone la imposibilidad material de embarcarse hacia la única puerta hacia la esperanza y el futuro, y la lucidez de saber que la frontera norte de la modernidad europea estaba cerrada en un imperio misérrimo, despilfarrador, obtuso y obcecado en su batalla contra el continente por tierra y contra el oriente por mar, sobre todo, tras el fracaso de la invasión de Inglaterra. Emergen de esta cárcel peninsular los elementos arcaizantes del personaje alter ego del autor al final de la tercera salida, cuando Don Quijote llega a Barcelona y vuelve a entrar en contacto con el mar Mediterráneo en un movimiento de retroceso o, quizá mejor, circular y perfecto. número 409, enero 2005 la Gaceta 29 a a a debía regir un imperio que nunca fue una talasocracia. Las troTodos estos elementos nos permiten conjeturar, si no enpas de los Tercios no eran una parte de la marinería, sino que tender, el horror que los recuerdos del oriente le provocaban a eran acarreadas como tropas de combate. Las galeras se movían Cervantes y que, además, tenían repercusión sobre el compora golpe de remo y los galeotes que formaban la chusma morían tamiento de sus personajes e incluso sobre su visibilidad en la si el casco crujía bajo el empuje del enemigo o si la nave se hunnarración. La llegada de Don Quijote al Mediterráneo, que en día. Las galeras buscaban el abordaje e incrustaban sus proas en realidad era un regreso del propio autor, supone el adelgazael casco contrario para facilitar el asalto de los soldados. Ademiento de la densidad del personaje principal de la historia. más, cada galera llevaba una flotilla de naves menores que perCuando Don Quijote se encuentra embarcado en las galeras mitía mantener activa la lucha a fuerza de proveer a la nave macatalanas se produce una persecución de naves piratas donde se yor de más combatientes que viajaban en estos esquifes. El dan enfrentamientos reales, disparos con armas mortíferas, combate debía ser de una enorme crueldad ya que se utilizaban víctimas, dolor, victoria y derrota. En ese momento Don Quiarmas de fuego de escaso alcance, los arcabuces, pero muy morjote desaparece y prácticamente no recupera ya su visibilidad tíferas. La lucha continuaba en tanto y cuanto las naves pequehasta su muerte. Se ha enfrentado con los límites de su cárcel ñas dispusieran de carne de cañón. Ésa fue la gloria de la batapeninsular. Las galeras costeñas logran una victoria que de hella que vivió Cervantes, a quien frieron la mano en uno de aquecho es simplemente una contención; se contiene al oriente, se llos esquifes. Gran batalla que a decir de los analistas de la época lo mantiene a distancia. Pero la realidad, o eso que llamamos había decidido el final del dominio turco y que aparentemente realidad, invade ya la locura construida para escapar de los frahabía conjurado sus amenazas. No resulta fácil compartir una casos del autor; hemos de recordar que Cervantes nunca reciopinión tan sumaria sobre este asunto. Si es cierto que el turco bió reconocimiento similar al de otros autores de su época. Alno siguió avanzando sobre occidente, no lo es menos que las rego que no le llevó a ningún resentimiento que lastrara su popúblicas cristianas tampoco pudieron aumentar su influencia en der creador, sino a hacer de la ironía el motor de su narración. el Mediterráneo oriental y Miguel de Cervantes se recuperó de Una actitud que, por otra parte, no le privó de ser capaz de ver las heridas físicas que recibió en Lepanto. en el espejo el drama de su propia historia. Poco tiempo después, en el año 1575, se embarcó en NápoEl Quijote no es un libro contra ningún libro, no es un relato les con destino a la península en una galera llamada Sol, nomcontra los libros de caballería sino contra los caballeros que nunbre sarcástico porque a escasos kilómetros de la costa de Cataca existieron excepto en el uso de la retórica de los fanfarrones, luña fue capturada por bergantines de la media luna que tenían tan bien conocidos en el universo tabernario de las cortes de encapacidad de operar en las costas catalanas como si la batalla de tonces y de ahora. Nadie que se invoque como un caballero poLepanto no hubiera ocurrido. La influencia del cautiverio que drá superar el ridículo en el que se sitúa Don Quijote. Pero todanuestro autor pasó en Argel ha sido muy estudiada y, probablevía hay más. Ni siquiera es un libro contra los caballeros, sino mente, se puedan encontrar en toda su obra literaria numerocontra sí mismo, contra el propio autor y protagonista del relato sos rastros de sus vivencias de entonces. Si regresamos al Quique, por una parte, se ve abandonado por sus descendientes y, por jote nos encontramos con un caballero que ama las grandes baotra, usado como excusa para cualquier despropósito. Así, el libro tallas pero que distingue las cruentas de las incruentas, con un se asoma al abismo de la indiferencia y a la vez a la promiscuidad personaje que odia las armas de fuego, con una narración donde los análisis. Lo convertimos en un esperpento de nuestro folde apenas se mencionan otras armas ofensivas que la espada y clore o en un puro símbolo de nuestra historia, pero pocas veces la lanza, objetos que ya en aquella época eran prácticamente lo dejamos hablar acerca de sí mismo. Sirve para nuestros propópiezas de museo. sitos con la misma ingenuidad que los libros de caballería le serSolamente aparecen armas de fuego en la segunda parte, vían a Don Alonso Quijano. Decimos que en el Quijote hay un prácticamente al final de la obra. En el propósito claro, pero un caos de desproSi Don Alonso Quijano enloqueció capítulo sexagésimo el bandolero catalán pósitos subterráneos que lo hacen ser el por algo, lo hizo por presentir que Roque Guinart aparece portando armas precedente de cualquier cosa, incluidos sería el precedente de todas las de fuego y es un personaje por el que los rigores de la modernidad. locuras de nuestro mundo. Como lo Cervantes no oculta su simpatía. Tres Si Don Alonso Quijano enloqueció sería precisamente por ser loco, no capítulos más adelante Don Quijote se por algo, lo hizo por presentir que sería tuvo más remedio que escribirlo o embarca en las galeras que tienen como el precedente de todas las locuras de hacer que otros lo hicieran finalidad la guarda de la costa catalana y nuestro mundo. Como lo sería precisase hace a la mar. En ese contexto vuelven mente por ser loco, no tuvo más remedio a aparecer armas de fuego. El hecho de que Don Quijote no que escribirlo o hacer que otros lo hicieran. Como no tenía deporte más que espada y lanza y considere que las cuestiones de masiado que contar, como no podía contar directamente su dejusticia deben ser dirimidas por medio de elementos tan simsasosiego, le dio la palabra a otros autores para que transmitieples, apuntan una cierta tecnofobia —visto el contexto donde ran aventuras y locuras acaecidas a lo largo de sus viajes. Así, la se escribió la obra y comprobada la experiencia de Miguel de itinerancia de Don Alonso Quijano, loco de futuro, proviene Cervantes en la verdadera guerra— que penetra toda la actitud de la zozobra de un empeño narrativo en el que se mezcla lo idealista y arcaizante del ideal Quijano, impregnándola de un visto y experimentado por los autores con lo soñado y deseado aliento más melancólico que meramente crítico. Pero esto dey temido por los protagonistas. La historia se jerarquiza en los be entenderse no como un regreso al paraíso perdido, sino codiferentes viajes. Uno sobre otro, encabalgado por un tercero, mo el reconocimiento de la no existencia de paraísos. Nunca como estratos geológicos de una autobiografía que Cervantes hubo un tiempo pasado que fuera mejor, excepto el de la protuvo el buen gusto de no escribir. En eso era más moderno que pia locura. nuestros contemporáneos. 30 la Gaceta número 409, enero 2005 a a El incienso del Quijote Claudio R. Delgado tres que, por encontrarse en “contra” del libro de Cervantes o en contra del mismo Cervantes, como es el caso de Avellaneda, son fundamentales. Lo que más debió sorprender a los que conocieron de inmediato el Quijote fue el modo en que está escrito el libro, pues, según dice Martín de Riquer en Para leer a Cervantes (El Acantilado, 2004), “El Quijote no era un libro de versos, ni un poema heroico, ni una novela pastoril, ni picaresca”, géneros que en ese momento —el tránsito del siglo xvi al xvii— estaban en boga, “sino una especie de remedo burlesco de los libros de caballerías que tantos detestaban y que tenía como tema las locuras de un demente”. Tal situación provoco El arte representa una forma de conciencia, un reflejo de la viincluso que Cervantes no lograra encontrar quién escribiera da real y una interpretación subjetiva de esa misma realidad. poesías laudatorias para su libro, según la usanza de aquel peMiguel de Cervantes Saavedra era un escritor que anhelaba coriodo y que aparecían siempre en las primeras páginas. La nomo muchos otros alcanzar el éxito a través de la pluma y vio en ticia de dicha búsqueda llegaría hasta oídos de Lope de Vega, la situación social que lo rodeaba una buena oportunidad para quien escribió en una carta de 1604 (año en el que Cervantes ello. Es probable que, convencido del autoritarismo que impeterminó de escribir su libro): “De poetas, no digo: buen siglo raba en el momento que se vivía, decidiera elegir un personaje es éste. Muchos están en cierne para el año que viene pero ninaparentemente loco como forma de expresar abiertamente su guno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a juicio sobre los hechos más importantes que marcaban el cotidon Quijote.” La carta de Lope fue divulgada en copias madiano acontecer del pueblo español, tratando así de evitar la nuscritas, alguna de las cuales llego hasta Cervantes, que, “docensura, pues de otra forma corría el riesgo de permanecer el lido e indignado”, respondió a las “ofensivas palabras” escriresto de su vida en la prisión o ser condenado a muerte por la biendo un prólogo a la primera edición de su Quijote, en el cual Inquisición, ya que no era fácil en esa época criticar o burlarse abundan las alusiones despectivas a Lope de Vega y en el que de la monarquía, la nobleza o el clero. señala su renuncia a encabezar su libro con “sonetos al princiCon el Quijote, Cervantes logró no sólo el éxito que anhepio, o al menos sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, laba como escritor, sino que además supo aportar a su libro condes, obispos, damas o poetas celebérrimos”. Esta alusión a una imagen, según algunos estudiosos, “sobrevalorada” o, meLope hizo que éste se sintiera insultado por Cervantes y que jor dicho, rutinariamente cubierta de incienso. El Quijote es tal respondiera con un soneto que en su primera parte dice: “Yo vez la novela más estudiada en la historia de la literatura unino sé de los, de li ni le, / Ni sé si eres, Cervantes, con- ni cu-, versal: de ella han hablado desde Lope de Vega hasta Scho/ Sólo digo que es Lope Apolo, y tú / Frisón de su carroza y penhauer —quien afirmaba que “el Quijote expresa la vida de puerco en pie.” todo hombre que no se satisface, como los demás, en buscar He ahí la primera noticia crítica que tenemos sobre el Quisu propia felicidad, sino aspira a una jote, adversa y despectiva sin duda, y que Cervantes tenía vista y pulso de meta objetiva, ideal, que se ha apoderasin embargo marca el punto de partida artista, lo que le permitió crear a su do de su pensamiento y de su volundel cervantismo, “surgido —según de “patético héroe”, pues resultó más tad”—, sin dejar de lado lo que en su Riquer— del ambiente intrigante y enfuerte su arte que sus prejuicios, lo momento opinaron Dickens, Stevenvidioso de tertulias y camarillas literaque demuestra entonces que son, Goethe, Flaubert, Joyce, Kafka, rias”, que a nadie habría hecho pensar prevaleció “la libertad del genio” Unamuno, Ortega y Gasset, Darío, en que, pasados los siglos, el poeta gris y Borges, Dostoievski, Nabokov, Hugo y autor de La Galatea —que según el misChesterton, entre otros. mo Cervantes “tiene algo de buena invención, propone algo y El “ideal” de Schopenhauer nada tiene que ver con lo que no concluye nada”— se convertiría en el primer novelista de la durante décadas un sinnúmero de autores, estudiosos de este lengua española. libro y de su autor, nos han tratado de imponer. Me refiero a la En 1614, con la aparición del Quijote de Alonso Fernández idea de que el Quijote es necesariamente una novela en la que de Avellaneda se marcaría otra de las línea en el estudio y valolo central de su argumento es el deseo de la libertad a través de ración del Quijote de Cervantes. En ese texto apócrifo se narran la locura, de la ensoñación, del sentirse libre a costillas de la las nuevas aventuras de Don Quijote y Sancho, sobre todo a necesidad de “soñar”. Incluso me atrevería a suponer que ese partir del momento en que llegan a su aldea —identificada en “afán libertario” está dado a costillas de los padecimientos de el libro como Argamasilla— algunos caballeros granadinos que Sancho Panza. se “encaminan a Zaragoza para participar en unas justas”. Es En torno al Quijote durante siglos hemos leído una multitud en esta parte donde aparece el célebre don Álvaro Tarfe, quien de opiniones, entre las cuales son dignas de destacarse dos o se aloja en casa de Don Quijote y junto con él departe hasta Los clásicos corren el riesgo de merecer la unánime, y a veces acrítica, aclamación de los lectores. Con este breve recuento de opiniones discordantes sobre la perfección del Quijote queremos, sin fatuo ánimo iconoclasta, exponer un ángulo menos luminoso de la gran obra cervantina, que también se apoya en sus yerros para ser la magnífica pieza con que se inició la literatura moderna en nuestro idioma número 409, enero 2005 la Gaceta 31 a que descubre la locura de éste. Don Quijote y Sancho Panza deciden volver a las aventuras, y después de un sinnúmero de calamidades don Álvaro Tarfe termina recluyendo a Don Quijote en la casa de locos de Toledo. El Quijote de Avellaneda, a pesar de su falsedad, viene a ser tan importante como el de Cervantes por la simple razón de que, según lo señala Fernando del Paso en su Viaje alrededor del Quijote (fce, 2004) “lejos de ser infiel y mentirosa” la historia que se cuenta en él resulta “fiel y verdadera, y de ello […] tienen la culpa tanto Cervantes, el autor, como Don Quijote, el personaje”. Y sí, lo que Del Paso señala es claro, pues don Álvaro Tarfe es transmutado al auténtico Quijote de Cervantes, exiliándose así “del oscuro país del Quijote de Avellaneda, y se naturaliza en la luminosa patria de Cervantes”. Fernández de Avellaneda escribió su Quijote con cierta gracia y no sin algunos méritos dignos de ser destacados, lo que no mitiga el que haya sido creado con afán fraudulento, también encaminado a desacreditar al mismo Cervantes, pues si se lee el prólogo del libro veremos que se encuentra lleno de insultos dirigidos al creador de Don Quijote. Es más, Alonso Fernández resultó un ferviente admirador de Lope de Vega y su in- Teoría de Dulcinea Juan José Arreola En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de patrañas, embustes y despropósitos. En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol. El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos, a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó una cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente. Hemos tomado esta “Teoría de Dulcinea” de las Obras completas, antologadas y prologadas por Saúl Yurkiévich, que apareció en la colección Tierra Firme 32 la Gaceta a condicional defensor ante las “malévolas” alusiones que Cervantes había dedicado al Fénix en el Quijote de 1605; de ahí que en el prólogo zahiera al manco de Lepanto diciendo que el suyo está “menos cacareado y agresor de sus letores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra”, y añade: “el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más estranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e inumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar”, en clara referencia a Lope de Vega. Entre los autores modernos arriba mencionados, se destaca la figura de Vladimir Nabokov, sobre todo por la inusual libertad de criterio con señaló fallas y tropiezos del Quijote, con el fin de resaltar los valores auténticos de la novela. En su Curso sobre el Quijote, Navokov hace una comparación entre Cervantes y Shakespeare, y dice: “Discrepo de afirmaciones como la de que la percepción de Cervantes era tan sensible, su inteligencia tan flexible, su imaginación tan activa y su humor tan sutil como los de Shakespeare. No, por favor: aunque redujéramos a Shakespeare a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en todas esas cosas. Del Rey Lear, el Quijote sólo puede ser escudero. Lo único en que Cervantes y Shakespeare son iguales es en influencia, en difusión espiritual. Estoy pensando en la larga sombra arrojada sobre la posteridad receptiva por una imagen creada que pueden seguir viviendo con independencia del propio libro. Las obras de Shakespeare, sin embargo, seguirán viviendo aparte de la sombra que proyecten.” Contundente, Nabokov no da tregua a Cervantes y a su Quijote, aunque encuentra elementos que le permiten “demostrar que los cuarenta episodios en los que don Quijote hace de caballero andante revelan ciertos elementos de estructura artística admirables, un cierto equilibrio y una cierta unidad”. Para Diego Clemencín, Cervantes “su fábula con una negligencia y desaliño que parece inexplicable. La escribió dejando correr la vena de su ingenio, sin seguir regla ni imponerse sujeción alguna”, opinión a la que el escritor ruso no se opone del todo, ya que Nabokov incluso señala que es una “novela de abundante cosecha de errores, incidentes olvidados […] y otros errores que afean el libro” y sin embargo también apunta que, a pesar de dichos dislates, de alguna forma “el genio de Cervantes, la intuición del artista que era, consigue trabar esos miembros inconexos y servirse de ellos para dar impulso y unidad a su novela sobre un noble loco y su vulgar escudero”. Si Cervantes Saavedra se salva ante la mira y el análisis profundo e inquisidor de Nabokov, se debe principalmente “al artista que llevaba dentro”, pues como pensador Cervantes “compartía alegremente” casi todos los errores y prejuicios de su tiempo: toleraba la Inquisición, aprobaba muy seriamente la brutal actitud de su país hacia los moros y otros “herejes”, y además creía que dios hacía a todos los nobles e inspiraba a todos los monjes. Pero Cervantes tenía vista y pulso de artista, lo que le permitió —según el mismo autor de Lolita— crear a su “patético héroe”, pues resultó más fuerte su arte que sus prejuicios, lo que demuestra entonces que prevaleció ante las ideas prejuiciosas del español, el ingenio creador, pues logró “la libertad del genio”. número 409, enero 2005 a a a a a