Subido por Carlos Aguirre

GacetaFCE Especial El Quijote

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Enero 2005
Número 409
Cuatro siglos de la
primera salida del Quijote
Mark van Doren: La profesión de Don Quijote
■ Antonio Rodríguez: Muerte, transfiguración y
resurrección de Don Quijote
■ Fernando del Paso:
El viaje como aventura de la imaginación
■ Javier Ordóñez: El Quijote, los viajes y el mar
■
Jaime Moll: El éxito inicial del Quijote
■ Blanca L. de Mariscal y Judith Farré:
El Quijote, de la imprenta a la mascarada
■ Beatriz Mariscal Hay:
Cervantes, genial productor de libros
■
R. H. Moreno-Durán: El Quijote regiomontano
■ Ricardo Elizondo Elizondo: La Biblioteca
Cervantina del Tecnológico de Monterrey
ISSN 0185-3716
■
a
a
a
Cuatro siglos del Quijote
En un mes de 1605, del que nadie logra acordarse, salió de las
prensas madrileñas la primera tirada de una obra que transformaría la literatura universal y de alguna manera redimiría a su
autor. Con este número inaugural de 2005 La Gaceta se suma a
los festejos por la aparición de El ingenioso hidalgo don Quijote de
La Mancha, ese basamento sobre el que buena parte de las letras hispanas se ha construido. Aunque no le duró mucho la satisfacción por el éxito editorial a Miguel de Cervantes, que vivió poco más de una década luego de publicada la primera parte de su libro principal, la trascendencia del Quijote significó
una especie de ajuste de cuentas con el destino que le tocó en
suerte al autor complutense, pues las dolorosas peripecias de su
vida —baldamiento de la mano izquierda, cautiverio y esclavitud en Argel, cárcel andaluza, previo fracaso literario— fueron
la simiente del texto que lo llevaría a ocupar un lugar de privilegio en las letras mundiales.
Un tema infinito como el Quijote exige que quien se acerque
a él abandone mil y una vías de acceso en beneficio de la senda
elegida. La ruta que hemos seguido en nuestro paseo en torno
a la obra cervantina responde a la naturaleza del fce como empresa editorial. De ahí que por una parte hayamos hurgado en
nuestro fondo en busca de materiales referentes a Don Quijote y por otra hayamos aprovechado la reciente publicación de
una obra que festeja la regiomontana Biblioteca Cervantina,
procurando que cuando fuera posible los textos dieran cuenta
del proceso editorial que dio a luz la novela de Cervantes. El
lector encontrará de entrada un fragmento de La profesión de
Don Quijote, bello librito de Mark van Doren en el que se revisan, con elegancia, algunos de los rasgos característicos del Ingenioso Hidalgo; la riqueza verbal de los personajes centrales
es elogiada y puesta en el centro de atención del lector. Un segundo fragmento de una obra publicada hace tiempo por el
Fondo es el texto de Antonio Rodríguez, que es una elegía por
la renuncia, en el lecho de muerte, a su condición de caballero
demente. Y rematamos con un trozo del libro ensayístico más
reciente de uno de los mayores novelistas con que contamos en
el país: Viaje alrededor del Quijote, de Fernando del Paso.
El festejo por la aparición del Quijote tiene como base un
lanzamiento editorial. Como los libros son eso que fabrican los
impresores, comercian los libreros, adquieren los lectores,
ofrecemos el rápido recuento de Jaime Moll de las primeras
ediciones, las legales y las ilícitas, de la obra que pusiera a circular Francisco de Robles. Nuestro acercamiento material al
libro de Cervantes continúa con parte del texto introductorio
que Blanca L. de Mariscal y Judith Farré prepararon para Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo, que nuestra casa y el itesm
pusieron en circulación el año pasado; este texto es un acercamiento al modo en los lectores han ido apropiándose del objeto y el texto del Quijote. De Beatriz Mariscal Hay hemos tomado su aportación a ese recuento de Quijotes regiomontanos, en
la que se rastrean algunas alusiones de Cervantes a la producción de libros. El escritor colombiano R. H. Moreno-Durán
reseña la obra anterior y aprovecha para repasar algunos aspectos sobresalientes de la primera edición del El ingenioso hidalgo…, lo que de manera natural conduce a la somera descripción de la Biblioteca Cervantina en boca de su director, el notable narrador Ricardo Elizondo Elizondo.
número 409, enero 2005
Sumario
La profesión de Don Quijote
Mark van Doren
Muerte, transfiguración y resurrección
de Don Quijote
Antonio Rodríguez
El viaje como aventura de la imaginación
Fernando del Paso
El éxito inicial del Quijote
Jaime Moll
El Quijote, de la imprenta a la mascarada
Blanca L. de Mariscal y Judith Farré
Cervantes, genial productor de libros
Beatriz Mariscal Hay
El Quijote regiomontano
R. H. Moreno-Durán
La Biblioteca Cervantina del
Tecnológico de Monterrey
Ricardo Elizondo Elizondo
El Quijote, los viajes y el mar
Javier Ordóñez
Cuatrocientos años después
Armando Alanís
El incienso del Quijote
Claudio R. Delgado
Teoría de Dulcinea
Juan José Arreola
2
6
8
10
13
18
21
24
27
28
31
32
Mark van Doren fue profesor de la Universidad de Columbia, poeta y crítico literario ■ Antonio Rodríguez es
autor de El Quijote, mensaje oportuno ■ Fernando del Paso es novelista, ensayista y pintor ■ Jaime Moll es catedrático de la Universidad Complutense ■ Blanca L. de
Mariscal y Judith Farré son académicas del itesm ■ Beatriz Mariscal Hay es académica de El Colegio de México
■ R. H. Moreno-Durán es novelista y crítico literario ■
Ricardo Elizondo Elizondo es escritor y director de la Biblioteca Cervantina del itesm ■ Javier Ordóñez es filósofo de la ciencia y catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid ■ Armando Alanís es poeta ■ Claudio R.
Delgado es periodista y crítico literario ■ Juan José
Arreola es Juan José Arreola
Cierran esta entrega un irónico artículo de Javier Ordóñez
sobre la rememoración y la hermenéutica quijotescas, con énfasis en el sólido aunque ambiguo nexo que existe, en la obra
de Cervantes, entre literatura y realidad. Claudio Delgado, por
su parte, repasa con contenida insolencia las voces que discrepan de la calidad del Quijote, para disipar un poco el estancado
aroma a incienso que suele rodear a los clásicos.
Y dos relatos minúsculos, de Armando Alanís y Juan José
Arreola, muestran que el Quijote es también materia prima para nueva literatura. Finalmente, agradecemos a Silvia Garza,
directora de la Cátedra Alfonso Reyes, del itesm, por su ayuda
en la gestación de este número, en el que usamos como ilustración portadas de algunos ejemplares custodiados por esa institución y contenidos en Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo.
la Gaceta 1
La profesión de Don Quijote
DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE
Consuelo Sáizar
Director de La Gaceta
Tomás Granados Salinas
Consejo editorial
Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman,
Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán,
Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza,
Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo
Martínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza,
Fausto Hernández Trillo, Karla López
G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra
(Colombia), Marcelo Díaz (España),
Leandro de Sagastizábal (Argentina),
Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú),
Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat
(Venezuela), Ignacio de Echevarria
(Estados Unidos), César Ángel Aguilar
Asiain (Guatemala)
Impresión
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
Diseño y formación
Marina Garone y Cristóbal Henestrosa
Ilustraciones
Tomadas de Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo, México, fce-itesm, 2004
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica
es una publicación mensual editada por
el Fondo de Cultura Económica, con
domicilio en Carretera Picacho-Ajusco
227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados
Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080,
expedidos por la Comisión Calificadora
de Publicaciones y Revistas Ilustradas el
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de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del
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propio Fondo de Cultura Económica.
Correo electrónico
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2 la Gaceta
a
Mark van Doren
Hemos tomado este fragmento del
volumen que el FCE publicó en 1962,
con el número 31 en la colección
Popular. Al hincar el diente en la
materia de que está hecha la locura de
Alonso Quijano, van Doren exalta la
calidad retórica de los dos
protagonistas de la obra mayor de
Cervantes: si Don Quijote es un
portento de sabiduría y bellas formas
de expresión, Sancho no le va a la zaga
en poder oral. En eso también se
distingue de sus predecesores esta
dupla de caballero andante y escudero
Todo el Quijote es una serie de aventuras
o una serie de coloquios. Más propiamente, como muchos de los coloquios
son sobre las aventuras, lo mismo antes
que después de haber sucedido, las dos
series se entretejen. Es decir, que el libro
no es ni todo acción, ni todo conversación. No es una conseja, y no es un diálogo filosófico. Los acontecimientos son
de gran interés para el intelecto, y las
discusiones, a su vez, hacen que la intriga se desarrolle. Por eso es peligroso
acentuar lo uno a expensas de lo otro;
aunque más se perdería no prestando
atención a los discursos, que si se pasara
por alto lo abiertamente expuesto, lo visible, los hechos. Los hechos, en realidad, corren menos riesgo de ser pasados
por alto que los comentarios que originan, y a veces parece que es lo único que
recuerda el lector: el Quijote, según la
opinión general, no es más que la historia de un simpático viejo loco que empezó confundiendo unos molinos y continuó sufriendo otras innumerables equivocaciones del mismo tipo. Pero esto no
es lo que uno encuentra, si se lee el libro
con amoroso y continuo cuidado. Pues
entonces resulta que el protagonista es
casi tan hablador como hombre de acción. Y quizás el último recuerdo que
uno tendría es el de una voz magnífica,
no sólo en sí misma, sino por el espíritu
que la inspira, voz que uno no puede oír
otra vez en ningún libro. La elocuencia
de Don Quijote es única en su clase.
Ningún otro héroe ha hablado nunca
tan bien, ni con tanta riqueza de expresión. Y esto parecerá raro, porque él
quería ser, o parecía ser, un caballero de
armas. Los caballeros de las novelas hablaban en ocasiones de una manera bella, pero la mayor parte del tiempo iban
a caballo y peleaban. Si Palmerín de Inglaterra, a quien el barbero y el cura clasificaban en segundo lugar después de
Amadís de Gaula, es una excepción sobresaliente de esa regla, debemos decir
también que es excepcionalmente aburrido. Don Quijote, que habla diez veces
más, será lo que se quiera, pero nunca
aburre. Se ocupa más de hablar de los caballeros que de ser uno de ellos; más que
hacer el papel de caballero, lo contempla; pero en esto precisamente estriba su
encanto.
“Muchas gracias —hace notar el
Duque— no se pueden decir con pocas
palabras.” Se refiere a Sancho y no es
un elogio intencionado, aunque debiera serlo; pero todo buen lector lo acepta como si fuera dirigido al señor de
Sancho, cuyos tonos resonantes armonizan de manera tan perfecta con sus
sonoros pensamientos, que hacen de
todo el libro una obra musical que se
distingue por la profundidad y variedad
de su sonido. El estilo de Don Quijote
es quizás el más delicioso de cualquier
literatura. Este hombre puede decirlo
todo, breve o largamente; como el genio, conoce su camino a través del laberinto de la inteligencia y el lenguaje; y
tiene un sin fin de conocimientos a su
disposición. La erudición nunca está
fuera de su alcance. Erudición que algunos de sus interlocutores consideran
excesiva, pero que todos ellos reconocen como natural en un espíritu a la vez
amplio y sutil, y, al mismo tiempo, lleno hasta los bordes y presto a derramarse. El objeto más insignificante le
puede traer a la memoria vastos temas
para su desarrollo: una bellota le lleva a
la edad de oro; un río, a los siete mares.
Y a menudo es prudente. Los que le
ven venir y lo creen simplemente loco
caminan a su lado para cruzar palabras
con él y divertirse con sus pobres locuras. Pero la mayoría de las cosas que dinúmero 409, enero 2005
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ce no les parecen locuras o necedades, y
se quedan perplejos. Hay tal sentido
común en sus ideas que casi les incita a
la protesta. Un hombre así no tiene derecho a ser tan interesante ni a tener
tanta razón. Desde luego, está equivocado respecto a la caballería; claramente se ve que está loco cuando se trata este asunto; sin embargo, en cualquier
otro tema, tiene conocimientos de caballero, de hombre culto. Es agudo y
humano. Y evidentemente se sabe su
Aristóteles. Nunca se le ocurre pensar a
esos hombres que, si tiene razón en
tantas otras cosas, también podría tenerla en cuanto a la caballería. Quizá
tampoco se nos ocurre esto a nosotros,
que lo hemos estado escuchando noche
y día desde que empezó el libro. Pero la
razón, en nuestro caso, es algo diferente. Su sabiduría, desde hace mucho
tiempo, ha dejado de parecer incongruente con el resto de su ser, cualquiera que este resto sea. Nos hemos encariñado tan hondamente con su índole,
que nos hemos olvidado de juzgarle;
hemos perdido en gran parte interés
por su locura. ¡Ojalá que todos los
hombres pudieran hablar como él! Es
el rey de su mundo, y quizás el rey de
cualquier mundo imaginable. Cuando
le vemos vestirse para cenar, bien en casa de los Duques o en la más humilde
venta, sabemos que bajará a dominar la
mesa donde otros le esperan tolerantes.
Determinando los temas que habrán de
discutirse, no sólo dirigirá, sino que dará a la discusión sentido y ornamento.
El tema que más le gusta es el de sus
queridos libros de caballerías: ¿eran verdad?, ¿son verdad? Y si parecen tan reales que nos encanta leerlos, ¿qué significa este encanto? ¿Es entretenimiento o
educación, es un creer o un hacer creer?
Él proseguirá este tema con cualquiera:
con el barbero y el cura, con Don Vivaldo, con el canónigo de Toledo, con Don
Diego y su hijo, o con el canónigo del
Duque que está tan seguro de que sólo
él se halla en lo cierto. Con el canónigo
de Toledo la discusión se ramifica hasta
incorporar temas tributarios, tales como
el distingo entre poesía e historia y la diferencia entre lectores cultos e incultos,
pues ambos claman por sus fueros y los
más grandes escritores no tienen condescendencia con ninguno de ellos. Con
Don Lorenzo, el hijo de Don Diego, la
conversación versa sobre poesía, arte
que el joven ha ejercido hasta ahora con
número 409, enero 2005
poco éxito. Don Quijote, a quien el joven considera loco en los otros temas, le
anima a que se crea buen poeta. Y como
el extraño viejo parece conocer mucho
de ese arte, ¿quién va a saber si halaga o
no al autor, de los poemas que le pone
delante? […]
Y con Sancho sostiene también tanto
la mayoría como los mejores de los coloLa elocuencia de Don Quijote es
única en su clase. Ningún otro
héroe ha hablado nunca tan bien,
ni con tanta riqueza de expresión.
Y esto parecerá raro, porque
él quería ser, o parecía ser, un
caballero de armas
quios. Quizá no esperaba esto Don Quijote cuando eligió a su rechoncho vecino
para que fuera su escudero. Podía pensar
lo que quisiera del caballo que llamó su
corcel, y lo que la moza aldeana a quien
llamaría Dulcinea, así como juzgó brillante y nueva la vieja armadura que llevaba. Ninguno de ellos levantaría la voz
para refutarle. Pero este escudero sí que
iba a hablar. Y, ¿qué es lo que dice? Ciertamente, Sancho no se parecía, ni podía
parecerse a uno de esos jóvenes rubios
acompañantes de Amadís y de los caballeros de su género, que iban soñando
sueños apropiados acerca del día en que
ellos mismos se arrodillaran ante un rey
y fueran recibidos dentro de la orden
que reverenciaban; soñando también, en
sus delicados corazones, con esbeltas
princesas cuyos nombres llevarían por
todo el mundo, llenos de ambición, en
labios amorosos. Sancho no era así, como no lo era tampoco la aldeana con
quien se había casado. Sería un fracaso
indudable cuando se tratara de palabras;
la cuestión estaba en mantenerlo callado
y, de no ser así, habría que educarlo en
los rudimentos de su papel. Pues tendría
que darse cuenta de que representaba un
papel en el mismo sentido, aunque no
con el mismo éxito que su señor. Lo único importante era saber si se le podría
inducir a que se lo aprendiera. ¿Lo tomaría en serio, como hacen los buenos
actores? El ventero que armó caballero
a Don Quijote no estaba allí para azararlo. Don Quijote no era rey, pero alguien podía decir que lo fuera y no ser
desmentido. Sancho era capaz de desconcertar a su señor a cada momento;
quizá seguiría siendo el mismo de siempre. Y esto es exactamente lo que hizo
Sancho, como todos sabemos. Y por eso,
como también sabemos, es por lo que su
señor lo quiere finalmente. Pero antes
de llegar a este final hubo momentos de
pánico. Sancho fue siempre una preocupación y una carga. Había que enseñarle
y recordarle las cosas continuamente. Y
muchas de las conversaciones entre ambos tienen ese propósito. No siempre
nos damos cuenta de que Don Quijote
trata, más que de sostener la ilusión entre caballero y escudero, de definir el papel que Sancho desempeña. Don Quijote nunca piensa que Sancho ignora
quién es su señor. Sabe que Sancho lo
conoce, tan bien como conoce al rucio
que cabalga. No existe entre los dos falsa presunción y no hay mutuo desencanto, o si lo hay, los dos se divierten a sabiendas. Y la diversión prueba claramente que ni Sancho es tonto, ni Don
Quijote loco. […]
Y buena muestra de su calidad es que
cada uno de ellos escucha y aprende del
otro. Don Quijote, por ejemplo, aprende a respetar los refranes. Empezó despreciando la afición que tenía Sancho a
darse al vicio común de que otros dijeran por él lo que él mismo debiera decir.
Se ha definido el refrán como la sabiduría de muchos y el ingenio de uno; pero
este uno hace tiempo que está muerto y
somos sus esclavos si no podemos hacer
más que tomar lo que nos arroja desde el
pasado. Don Quijote está demasiado orgulloso de su propia retórica para cambiarla por la de un ingenio popular cuyo
linaje desconoce. Pero poco a poco se va
dando cuenta de que el saber de Sancho
en el campo de los refranes es inmenso.
Este pobre hombre sabe millones de dichos, le rezuman, saltan de él como guisantes de la vaina, sazonan su habla hasta volverla en verdad demasiado picante:
la madera de su tema se pierde entre la
multitud de árboles ondulantes. Sancho
es un verdadero hijo de España, país notoriamente rico en decires populares;
pero el darse a los refranes ha llegado a
ser en él, dice su amo, aún peor que un
vicio. Es un morbo, una enfermedad del
espíritu. Y sin embargo Don Quijote
siente también la fascinación, y se contagia por último. Empieza a hacerle la
competencia a Sancho con docenas de
máximas de su propia cosecha. Nunca
llegará a la altura de Sancho, aunque tiene al “virtuoso” a su lado; ha leído demasiados libros y se ha perdido en demasiadas abstracciones. A pesar de todo,
la Gaceta 3
a
a
hace lo que puede, y Sancho está muy
satisfecho.
Muy pronto el criado muestra que
algo por lo menos del estilo de su señor
se le ha pegado. Se alejan a caballo de
aquellos cómicos ambulantes a quienes
Don Quijote ha ensalzado como espejos
de la vida: “¿no has visto tú representar
alguna comedia adonde se introducen
reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado,
otra el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan
todos los recitantes iguales… Pues lo
mesmo acontece en la comedia y trato
deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden
introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la
vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan
iguales en la sepultura.” “Brava comparación —dice Sancho— aunque no tan
nueva, que yo no la haya oído muchas y
diversas veces, como aquella del juego
del ajedrez, que mientras dura el juego,
cada pieza tiene su particular oficio; y
en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en
una bolsa, que es como dar con la vida
en la sepultura.” A lo cual Don Quijote,
dejando noblemente de lado el notorio
ataque a su gustada comparación, le re-
4 la Gaceta
gala un bello elogio. “Cada día, Sancho,
te vas haciendo menos simple y más discreto.” “Sí, que algo se me ha de pegar
de la discreción de vuesa merced —dice
Sancho, a quien no se puede ganar en
cortesía—; que las tierras que de suyo
son estériles y secas, estercolándolas y
cultivándolas vienen a dar buenos frutos: quiero decir que la conversación de
vuesa merced ha sido el estiércol que
sobre la estéril tierra de mi seco ingenio
ha caído; la cultivación, el tiempo que le
sirvo y comunico; y con esto espero de
dar frutos de mí que sean de bendición,
tales que no desdigan ni deslicen de los
senderos de la buena crianza que vuestra merced ha hecho en el agostado entendimiento mío.”
El elogio no deja de tener su malicia,
pero así pasa con todo cumplido que se
hace entre iguales. El caballero y el escudero están muy en camino de una
igualdad más cálida y viva que la de los
actores sin disfraces o la de las piezas de
ajedrez metidas todas en una bolsa, y
aun la de amos y criados que comen a la
misma mesa. Son finalmente como una
misma carne. Y si Don Quijote, aceptando esto, dice que él es la cabeza y
Sancho el cuerpo, es porque es la única
forma de guardar el decoro. Nunca negará lo que Sancho le dice al clérigo de
los Duques: “Yo me he arrimado a buen
señor, y ha muchos meses que ando en
su compañía, y he de ser otro como él,
Dios queriendo; y viva él y viva yo que ni
a él le faltarán imperios que mandar, ni a
a
mí ínsulas que gobernar.” Quizá no le
gustara tanto el principio de un discurso
parecido que le dice a la Duquesa, pero
aplaudiría la conclusión: “si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado
a mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y ésta
mi malandanza; no puedo más, seguirle
tengo: somos de un mismo lugar; he comido su pan; quiérole bien; es agradecido; dióme sus pollinos, y, sobre todo, yo
soy fiel; y así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y
azadón.” […]
El momento llega, dicho con otras
palabras, en que Don Quijote decide dejar de representar por completo. El papel de caballero andante nunca ha gustado; y el cielo mismo parece indicar que
el de pastor no es tan buen papel como
uno se figura. No queda otro remedio
más que volver a casa, donde según algunos debía haberse quedado desde un
principio. Don Quijote apenas si está de
acuerdo con esto, como tampoco lo estamos nosotros, que nunca lo habríamos
conocido si se hubiera dejado influir por
su sobrina; pero regresa, y la historia se
acaba pronto. Vuelve porque ha empeñado su palabra. Carrasco le ha alcanzado otra vez y se las arregla, al batirse a
caballo, para que Don Quijote sea derribado. Esto es lo que sucede y entonces
don Quijote se ve obligado a recordar
las condiciones del pacto: de ser vencido, tenía que volver a su aldea y vivir allí
apaciblemente durante todo un año. Lo
recuerda y consiente. No se le ocurre
hacer otra cosa, ni Carrasco duda de que
cumpla su palabra. Un loco podría olvidarse de haber dado esa palabra; un maniaco se retractaría con toda seguridad,
en ese momento. Pero Don Quijote
vuelve los pasos de Rocinante hacia la
aldea, tristemente, desde luego, pero
con resolución. Su último acto de caballero andante es posiblemente el más
verdadero: es fiel a sus votos.
En casa y en cama, pues está muy
cansado, no muestra disposición alguna
para hablar más de caballeros ni de pastores. Advierte a su sobrina que se está
muriendo, y pide que le traiga al barbero, al cura y a Carrasco para que oigan
cómo se retracta de todo. Ellos venían
ya de cualquier modo, pues están muy
preocupados por su amigo. Pero sus temores llegan hasta la consternación
cuando oyen lo que tiene que decir.
Nunca ha parecido tan loco como ahora.
“Dadme albricias, buenos señores, de
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a
que ya yo no soy Don Quijote de La
Mancha, sino Alonso Quijano, a quien
mis costumbres me dieron renombre de
Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de
Gaula y de toda la infinita caterva de su
linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya
conozco mi necedad y el peligro en que
me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en
cabeza propia, las abomina.” Esto les parece a los tres hombres, que están de pie
al lado de la cama, un nuevo y tan grave
delirio, que su instinto les aconseja seguirle la corriente, así como a los borrachos se les da más bebida para que se
calmen. Carrasco dice que ha oído rumores acerca de que Dulcinea está por
fin desencantada. A esto, el antiguo enamorado da una respuesta, tan suave como decisiva, tan dulce como amarga:
“Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa: déjense burlas aparte, y
tráiganme un confesor que me confiese
y un escribano que haga mi testamento;
que en tales trances como éste no se ha
de burlar el hombre con el alma.” Es como la respuesta que le da a Sancho,
cuando éste entra corriendo unos minutos más tarde y acusa a su señor de extrema locura: querer morirse cuando todavía está vivo. Sancho, llorando a través
de sus valientes palabras, hace todo lo
que la elocuencia puede para enaltecer la
vida pastoril que habían pensado vivir, y
descarta con explicaciones el reciente
desastre en el campo, causante de la
vuelta a casa de su señor. Es culpa suya,
confiesa Sancho, por no haber apretado
bien la cincha a Rocinante, y en toda caso es una de las muchas desventuras que
un verdadero caballero andante debe tener previstas. “Señores —interrumpe la
voz de Don Quijote—, vámonos poco a
poco, pues ya en los nidos de antaño no
hay pájaros hogaño.” Es un refrán muy
apropiado para el amigo a quien va dirigido: el último que uno de los dos pronunciará. Y el caballero que lo dice no se
queda esperando contestación. Se sale
del libro y fuera del mundo se va.
¿Qué había sido en el libro y qué es
ahora en el mundo? En el mundo es tantas cosas como teorías haya sobre él; y
también en el libro, pues por mucho cuidado que se tenga al leerlo, parece como
si él fuera varios hombres, y si es uno solo, le sobran ideas y motivos para serlo.
Su realidad lo obliga a ser, desde luego,
un solo hombre; no hay otro como él en
número 409, enero 2005
el mundo, pero esa misma realidad hace
que sea imposible conocer su pensamiento. ¿Había tratado sólo de divertirse este viejo aburrido y sin nada que hacer? En ese caso se divirtió, escogiendo
tarde, como Aquiles en su juventud, una
vida de gloria por encima de la tranquilidad y la paz. Incluso tuvo su gloria; su
vida, tal como fue, alcanzó a tener un fiDon Quijote está demasiado
orgulloso de su propia retórica para
cambiarla por la de un ingenio
popular cuyo linaje desconoce. Pero
poco a poco se va dando cuenta de
que el saber de Sancho en el campo
de los refranes es inmenso
nal emocionante. Todo esto suponiendo
que se propusiera representar un papel
que al final ya no le divertía; así pudo decir en sus últimos momentos: “burlas
aparte”. Por otro lado, ¿no fue todo más
que una pura diversión? ¿Creyó verdaderamente en la utilidad de actuar como
caballero andante? ¿Más que en la utilidad, en el deber de hacerlo en tiempos
tan depravados? ¿Se le ocurrió por fin
que a nadie le importaba lo bien que hiciera su papel, pero ni aun que lo hiciese? Pareció no tener público, o si reunía
uno, este público lo era todo menos
comprensivo; le atendía con desdén, diciendo una cosa por otra, y en vez de
apoyarlo, se burlaba de él; y Don Quijote se agotaba en el engaño, al aparentar
que no se daba cuenta de todo esto. El
mundo se negaba a divertirse, y quería
seguir siendo como era; Don Quijote se
quedaba dentro de sí mismo, solo y absurdo como un cómico ambulante a
quien nadie paga por sus salidas. O peor
aún: ¿y si él era víctima de su papel? ¿Si
se le había metido en la sangre dañándole el cerebro? Seguramente, no hasta el
extremo de creerse distinto del que era,
pero sí —y esto sería tan malo como lo
otro— hasta el punto de pensar que el
cielo se podía erigir sobre la tierra, que
las ideas podían tomar formas físicas en
carne y hueso, dejando de ser, por lo
tanto, ideales. Para un hombre de su fe,
esto era una blasfemia; por eso quizá rechaza finalmente las novelas “profanas”
y se dedica a los negocios de su alma. El
alma no se pone armadura, no monta caballos ni derriba por tierra a personas
inocentes. El alma contempla la perfección en el silencio de la eternidad. No
hace, es.
Cuando Cervantes terminó su libro,
estaba dispuesto, sin duda alguna, a que
pensáramos de sus héroes alguna de estas cosas, o todas juntas. Pero, ¿qué pensaremos de su autor? ¿Qué suponemos
que quería hacer? Lo más probable es
que su plan se desarrollara a medida que
escribía; pero no podemos probar que
así fuera, y es muy posible que su idea
fuera sencilla y completa desde el principio. Pero, ¿cuál era su idea? Si decimos
que la de absorber todas las ironías que
encontramos en Don Quijote, tal afirmación parece absurda en sí misma y
suena demasiado solemne. Cervantes
nunca parece hablar en serio. Es divertido, es ligero, es extraño como la vida
misma; pero nunca escribe con la cara
larga que ponen sus críticos. Su héroe es
el hombre más solitario de la literatura,
y el más escarnecido; pero Cervantes no
parece dispuesto a salvarlo. Deja que toda crítica se dispare contra él, que todo
epíteto se amontone sobre su cabeza, sin
ponerse sentimentalmente a defenderlo.
Nosotros nos ponemos sentimentales
con el Caballero de la Triste Figura, pero es que no estamos hechos de acero,
del acero de la comedia, como Cervantes. La materia del libro ha debido ser la
materia de su propio corazón: un corazón que él no exhibía. Llegaremos a la
conclusión, y la mayoría así lo hace, de
que Don Quijote es el caballero andante
más perfecto que ha existido; en realidad, es el único que podemos concebir,
pero Cervantes no nos pide que lleguemos a esta conclusión. Se podría insistir
en que Cervantes, en vez de destruir la
literatura caballeresca, la salvó creando
la única manera de tratar ese tema de
modo que se pueda leer para siempre; y
que ésta lo consiguió, dejando que la sátira madurase en comedia y lo ridículo
se disolviera en amor; pero todavía vemos a través de los siglos su sonrisa y
podemos preguntarnos hasta qué punto
siente compasión hacia nosotros porque
no podemos dejar su libro en paz. Se podría decir que no hay hombre en la literatura o en la vida que honremos y veneremos más de lo que honramos y veneramos al digno amigo de Sancho Panza.
Cervantes, sin embargo, no le concede
tal honor ni, al menos en presencia
nuestra, tal veneración. Se limita a darle
vida. Quizás esa vida que le infunde sea
lo que debemos honrar, viéndola con
sencillez. Y mirándonos entonces uno a
otro, debemos sonreír complacidos.
la Gaceta 5
a
a
Muerte, transfiguración
y resurrección de Don Quijote
a
Antonio Rodríguez
El Fondo ha buscado ser siempre
un espacio para la reflexión literaria.
Hemos tomado este fragmento del
Quijote, mensaje oportuno, que
apareció en 1985 dentro de la
colección Biblioteca Joven. Aquí
escucharemos el lamento por la
muerte, no de Alonso Quijano sino
de Don Quijote, que al renegar
de su locura lo hace de su condición
más valiosa, la que lo hizo
trascender su naturaleza humana
Levántese y vámonos
Aparentemente, el libro de Cervantes
termina con la más desalentadora negación del heroísmo que un amante de la
humanidad pueda concebir. El idealista
que se armó caballero para ir “por todas
las cuatro partes del mundo buscando
las aventuras, en pro de los menesterosos” y que de sí mismo tantas veces había dicho: “Yo soy aquel para quien están
guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos…”, al verse en
el umbral de la muerte reniega de la andante caballería y considera necedad el
peligro a que se expuso por haber leído
“tan odiosas historias”.
Después de haber aceptado voluntariamente, la “locura” de luchar contra
los monstruos y los endriagos que se escondían detrás de los molinos de viento,
el que llamaba bobas a la sobrina y al
ama, por sus trivialidades, renuncia a sus
visiones de iluminado para convertirse
en un vecino a secas del pobre cura de aldea y del barbero, que tanto hicieron
por disuadirlo de sus nobles empeños:
“ya no soy Don Quijote de La Mancha
—dice en el momento de su conversión
a la vulgaridad— sino Alonso Quijano…
el Bueno…”, “ya me son odiosas todas
las historias de la andante caballería…”,
“yo fui loco —dice Don Quijote ante el
llanto de Sancho y el nuestro—, yo fui
loco y ya soy cuerdo”.
Difícilmente se haya escrito en toda
6 la Gaceta
la historia de la literatura una página
más amarga y desgarradora que aquella
en la cual Don Quijote pide perdón a su
autor por los “dislates” que él, con sus
“locas” aventuras, le obligó a escribir:
“pidan [a Cervantes]… cuán encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que
sin yo pensarlo le di de haber escrito
tantos y tan grandes disparates como en
ella se escriben; porque parto desta vida
con escrúpulo de haberle dado motivo
para escribirlos…” No sólo se arrepiente Alonso Quijano de haber sido Quijote: le duele, además, el haber dado motivo a que se escribiera el maravilloso libro de sus andanzas.
A estas tristísimas palabras de arrepentimiento, que señalan la muerte espiritual del idealista, llama Turgueniev (!)
“palabras admirables”. Más aún, Miguel
de Unamuno ve en el tránsito del héroe
“una muerte ejemplar” porque “merced
a ella —según cree— es Don Quijote inmortal”. Nada nos parece más incongruente y negador del quijotismo que
considerar “inmortal” a Don Quijote por
esa su muerte que lo confunde, en la vulgaridad, con los demás mortales de quienes él, en la vida, tanto se distinguió.
Don Quijote no alcanza la inmortalidad por haber “muerto en su lecho… sosegadamente… entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron…”, sino
por su vida, ésa sí ejemplar, de caballero
andante que luchó con el valor de sus
brazos y el filo de su espada para establecer el bien en la tierra. Por la cordura de
su agonía es Don Quijote un hombre
como otro cualquiera; por la locura de su
existencia fue distinto a todos. Don Quijote es inmortal por haber sabido ver en
la cueva de Montesinos y gracias a su extraordinario poder de visionario lo que
sólo hombres como él saben ver en “escuras simas”, y lo es, también, por haber
sustituido la sensatez de una vida reposada por la locura de una existencia sin
descanso.
Se equivoca por ello rotundamente el
autor de Del sentimiento trágico de la vida
cuando dice que “en la muerte de Don
Quijote se reveló el misterio de su vida
quijotesca”, ya que esa muerte, banal, ni
siquiera sirve, por el contraste, para
acentuar el relieve de una vida, ya de sí
tan bien marcado. Se equivoca también
el comentador del Quijote cuando dice
que la muerte del héroe “fue aún más
heroica que su vida”, ya que no hubo en
ella ni “encumbrado sacrificio”, ni “renuncia a la gloria”, sino pérdida de la
maravillosa alucinación que permitió al
empozado de la cueva de Montesinos
ver claramente en la oscuridad lo que
otros ni en la más diamantina luz pueden advertir. Y en grave pecado de contradicción incurre el ilustre salmantino
que quería “rescatar el sepulcro de Don
Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo
tienen ocupado” cuando pregunta, al final de su libro: “¿qué si no sueño y vanidad es todo heroísmo humano, todo esfuerzo en pro del bien del prójimo, toda
ayuda a los menesterosos y toda guerra a
los opresores?”
“Los sueños —dice con mayor visión
quijotesca León Felipe, el austero poeta
castellano que quería cabalgar con Don
Quijote en su montura— son la semilla
de la realidad.” No hay nada, pues, de
ejemplar, ni de admirable, en las tristísimas palabras de Don Quijote ante la
muerte. Su arrepentimiento y abjuración son el remate de la deplorable trayectoria hacia el abismo que se inicia
con la derrota infligida al noble caballero por el de la Blanca Luna.
Don Quijote había dicho un día: “después que soy caballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado,
cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos…”; de igual modo después que dejó
de ser campeón del ideal y quiso convertirse en el pastor Quijotiz, el antes valeroso luchador se volvió lo que su sobrina quería que fuese: un simple hidalgo
(arruinado), obediente de los curas de
aldea, bueno, apacible, sin curiosidad,
número 409, enero 2005
a
ayuno de ambiciones e insensible a los
entuertos del mundo; es decir, ¡un antiquijote!
Esta reversión del héroe prometeico a
aldeano cuerdo y sin ideales es la más
dolorosa y triste de cuantas vicisitudes
sufrió el caballero. Es su auténtica derrota. Pero, con ser desgarradora (¿habrá nada más decepcionante y pesimista
que ver a Don Quijote renegar de sus
ideas y arrepentirse de aquellas que nos
lo hicieron venerable?) no lo es tanto
como para que de ella se alegren los defensores de la edad de hierro que el caballero andante quería derrotar.
También Cristo, precursor del profeta de La Mancha (Ortega y Gasset llama
al libro de Cervantes “la parodia triste
de un Cristo más divino y sereno”), tuvo
un minuto de desánimo ante la muerte:
—Eloi, eloi lama sabachtani? Dios mío,
Dios, ¿por qué me abandonas? —dijo
con amargura en la cruz. ¿Cómo no habría de tenerlo el humanísimo Don Quijote? Profundas huellas había dejado en
su espíritu la contemplación real y sin
encantamientos (libre ya de artificiosas
divinizaciones) de la campesina soez en
quien él había puesto los atributos que
su imaginación para ella tejiera. Horrible le había sido contemplar a la diosa
por él imaginada tal como en realidad
era: “carirredonda y chata” y con un olor
a ajos crudos que le “encalabrinó y atosigó el alma”.
No debemos sin embargo olvidar —y
en ello reside la grandeza dialéctica de
Cervantes— que Don Quijote es sólo la
parte de un todo. A su lado está Sancho,
la otra parte. Y ésta permanece incólume. ¡Y si fuera sólo incólume! Habiendo
tomado de su amo la locura que aquél
había perdido, Sancho se eleva hacia las
cimas desde las cuales, por la ceguera de
la agonía, se despeña Don Quijote.
En cierta ocasión el caballero andante había dicho a Sancho: “Duerme tú
que naciste para dormir.” Ahora es el escudero quien dice a su antiguo conductor: “Mire, no sea perezoso, sino levántese desa cama y vámonos…, quizá tras
de alguna mata hallaremos a la señora
Dulcinea desencantada.” El Quijote no
termina, pues, con el repudio del ideal.
El grandioso libro termina, en un clímax
de sinfonía beethoveniana, con un toque
de alborada: “¡Levántese y vámonos!”
Además, lo que muere de Don Quijote es la parte mortal de su persona, el
número 409, enero 2005
Alonso Quijano que a la hora de la agonía vino a recobrar lo que en la “locura”
del ingenioso hidalgo de él había desaparecido. Don Quijote, como encarnación de las más hondas aspiraciones del
hombre, es inmortal. Lo vemos por ello
a nuestro lado desde el fondo de los siglos hasta hoy. El que muere es Alonso
Difícilmente se haya escrito en toda
la historia de la literatura una página
más amarga y desgarradora que
aquella en la cual Don Quijote pide
perdón a su autor por los “dislates”
que él, con sus “locas” aventuras,
le obligó a escribir
Quijano, un hidalgo arruinado y hombre sin más importancia que la de haber
servido de cuna a un personaje que de él
nació y de él separó su propia trascendente existencia.
Don Quijote, el auténtico, el que liberta a los galeotes y da categoría de
princesas a las Maritornes, no muere: se
transfigura y prolonga en Sancho, que
de él nace y por él se engrandece, para
dar eternidad a sus “locuras”.
También en esta conclusión, altamente
simbólica, nos da Cervantes una imagen
admirable de la vida. El idealista puede
caer en el camino, agotado por tanto sacrificio, deshecho por tanto golpe, decepcionado por tanta ingratitud, horrorizado, en suma, por la realidad que él
había querido ver de otro modo. Pero
donde el idealista cae, el pueblo que
Sancho simboliza se yergue y le grita:
“¡Levántese y vámonos!”
La historia de las ideas conoce muchas claudicaciones, repudios y arrepentimientos. Hay idealistas que se sumen
en el polvo de su debilidad. Desaparece
entonces el idealista, pero no se extingue
el ideal. Su semilla, imperecedera, va a
germinar en el terreno fecundo sobre el
cual cayó, y va a reproducirse en nuevos
frutos. Los idealistas son los ojos que,
rompiendo la niebla del tiempo, vislumbran los reinos gloriosos donde los que
tienen hambre serán saciados y los imperios en los cuales los humildes Sanchos serán gobernadores o reyes.
Los Quijotes logran ver hermosas visiones donde los Sanchos sólo pueden
ver sapos y culebras, y es gracias a estas
visiones deslumbrantes que es posible
marchar hacia las “quimeras” que parecen “embelecos o cosas soñadas”. No
obstante, los Quijotes sólo con el apoyo
activo de los Sanchos podrán ver sus
sueños convertidos en realidad.
La idea es la semilla. El pueblo, la tierra. Puede la semilla, al caer, aspirar al
reposo. Una vez en posesión de ella, la
tierra no le permite descansar. La transforma en árbol, flor y fruto. Al apoderarse de la idea abstracta, en circunstancias
históricas adecuadas, el pueblo la transforma en instrumento material de acción: en arma con la cual se lanza, impetuosamente, a la lucha contra los gigantes, los monstruos y los encantadores.
a
En el momento en que dice: “ya no soy
Don Quijote… Yo fui loco y ya soy
cuerdo”, el Caballero de la Triste Figura
deja de interesarnos. Lo que de él precisamente nos interesa es la “locura”. De
Alonsos más o menos tontos (Don Quijote adquiere ese estado cuando se vuelve cuerdo) está el mundo lleno.
Mas en ese crítico momento es cuando el libro alcanza plenitud y conquista
Cervantes la cima de la creación artística, porque al matar humanamente a su
héroe lo hace revivir, dialécticamente,
en el terreno donde el hidalgo había
sembrado antes sus inquietudes, del mismo modo que los aztecas hacían revivir
a sus guerreros sacrificados en la eternidad del sol. Y hacia tal cima caminó
siempre Cervantes a lo largo de su libro.
Desde que lanza a Don Quijote hacia
los campos de Montiel, no pierde Cervantes cuanta oportunidad se le presenta para someter a su héroe a las más desla Gaceta 7
a
piadadas derrotas —y ninguna peor que
la de abjuración ante la muerte física—,
porque a tales derrotas tenía que conducir la descabellada actuación del caballe-
ro. Pero el Cervantes que hace fracasar
en Don Quijote a los impreparados para
la acción da eternidad a sus nobles ideales en el propósito, manifestado por
a
Sancho, de continuar unas aventuras
que sólo terminarán cuando lo de la ínsula Barataria se convierta en auténtica
realidad y no en nueva burla.
El viaje como aventura de la imaginación
Fernando del Paso
Hemos tomado este fragmento de
Viaje alrededor del Quijote, que
apareció el año pasado en nuestra
Sección de Obras de Lengua y
Estudios Literarios. En estas líneas el
autor de Palinuro de México ve en el
viaje uno de los núcleos de la magna
novela cervantina y explica por qué su
propia obra lleva en el título la añeja y
emocionante noción del periplo
Y llegamos a Cervantes y a su Don Quijote. Ramiro de Maeztu, en su ensayo
dedicado al Quijote, compara la novela
de Cervantes con la epopeya portuguesa
Os Lusiadas, única obra, afirma, capaz de
parangonarse con ella. En la obra de Camoens, afirma Maeztu, “se encuentra la
expresión conjunta del genio hispánico
en su momento de esplendor. Allí están
su expansión mundial y su religiosidad
característica: la divinización de la virtud
humana.” Por esta razón, continúa el
crítico español, “habría que habituarse a
considerar Os Lusiadas y el Quijote como
las dos partes de un solo libro escrito por
dos hombres, a pesar de su disparidad
aparente… donde acaban Os Lusiadas
comienza Don Quijote”.1 En mi opinión, estas dos obras maestras se parecen en algo más. Ambas son libros de
viajes. Viaja Don Quijote por la geografía de España: La Mancha, Aragón, Cataluña, viaja por la historia de su país y
de Europa, y viaja también, se extravía,
en los laberintos de la locura y, como lo
han querido algunos críticos, viaja también, de regreso, a la cordura.
Y Os Lusiadas, inspirada en la verdadera expedición a Calicut del navegante
1 Ramiro de Maeztu, Don Quijote, Don
Juan y La Celestina. Ensayos de simpatía, Calpe, Madrid, 1926, Colección Contemporánea, pp. 71 y 72.
8 la Gaceta
portugués Vasco de Gama, es un viaje
por mundos fantásticos. Lida de Malkiel
hace un recuento de algunos de estos
portentos. Entre ellos, de la visita a la
ciudad sumergida, y de la ascensión de
Vasco de Gama, guiado por la ninfa Tetis, a la cumbre de un monte, cubierta de
rubíes y esmeraldas, desde la cual contempla “el universo tolemaico”2 en miniatura. Al mismo tiempo, estas dos
obras llevan en sí el germen de su fracaso. Don Quijote viaja también por un
pasado —el de las mejores tradiciones
caballerescas—, que nunca habría de
volver, y no sólo es vencido y humillado
por el Caballero de la Blanca Luna, sino
que sufre una derrota infinitamente más
dolorosa y absurda, que es la que él mismo se inflige, al renunciar a seguir siendo Don Quijote, para volver a ser Alonso Quijano, en un acto que oscila entre
el asesinato artero de un personaje literario, o el suicidio del mismo. Y, los viajes de Vasco de Gama y de otros ilustres
navegantes portugueses y españoles, al
reducir las dimensiones del mundo, coEl libro de Cervantes es asimismo,
quizás, un viaje que tiene como
punto de partida la ilusión y como
punto de llegada la desolación
mo decíamos, dieron muerte a algunas
de las leyendas más bellas, y sobre todo
más significativas, que la imaginación
occidental había dado a luz. Desde luego —y esto sería un tema que valdría la
pena tratar aparte—, no hubo nada más
pérdidas para occidente. Por ejemplo,
en lo que a Portugal concierne, los periplos y travesías de sus exploradores se
2 María Rosa Lida de Malkiel, “La visión
de trasmundo en las literaturas hispánicas”,
en Howard Rollin Patch, El otro mundo en la
literatura medieval, fce, México, 1956, p. 431.
tradujeron en la incorporación a las
construcciones portuguesas no sólo de
instrumentos de navegación como brújulas y astrolabios, o de conchas y caracoles marinos, sino también de motivos
arquitectónicos trasplantados de la India
y la China, elementos todos que, en su
conjunto, florecieron en la gloria del barroco manuelino. […]
Mal podríamos hablar del Quijote como un viaje de la imaginación, sin dedicarle unas palabras a otras dos obras de
Cervantes. Una de ellas, a pesar de ostentar la palabra viaje en su título, nada
tiene que ver, en realidad, con movilización alguna, como no sea por el mundo
de la mofa. Se trata, desde luego, de Viaje del Parnaso, obra en verso que, como
sabemos, compuso Cervantes para burlarse de un gran número de escritores,
escritorzuelos, poetas y poetastros de su
época y de su España, y al mismo tiempo
para expresar su admiración por unos
cuantos. La otra obra es Los trabajos de
Persiles y Sigismunda, libro por demás
singular, el último que salió de la pluma
del genial alcalaíno. Basten por ahora
dos o tres referencias. Una, la de Casalduero, quien afirma que el viaje del Persiles nos conduce “de la creación del
hombre hasta la Roma Santa”.3 Otra, la
de Basanta,4 quien nos recuerda que en
el Persiles Cervantes emplea como esqueleto de la obra la idea de la novela bizantina de un largo viaje en el que se confunden espacios reales y fantásticos. Pero… ¿se confunden? Lida de Malkiel nos
indica que “un extraño rasgo del Persiles
es, precisamente, cierta ansia morbosa de
3 Joaquín Casalduero, “El desarrollo de la
obra de Cervantes”, en George Haley,
comp., El Quijote de Cervantes, Taurus, Madrid, 1989 (1ª reimp.), p. 43.
4 Ángel Basanta, Cervantes y la creación de
la novela moderna, Anaya, Madrid, p. 73.
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a
acumular visiones mágicas y milagros, y
fatigarse luego por exhibir sus resortes
racionales y ortodoxos”.5 […]
El libro de Cervantes es asimismo,
quizás, un viaje que tiene como punto de
partida la ilusión y como punto de llegada la desolación, si estamos de acuerdo
con Harry Levin quien afirma que, después de Montesinos, cada capítulo es una
estación en el peregrinaje del desencanto.
De cualquier manera, y en cierta medida,
toda obra de ficción: novela, cuento o
teatro, implica un desplazamiento por el
tiempo y por el espacio, tanto del autor
como de sus lectores. El viaje de cada lector será distinto según su capacidad de
vuelo, su deseo de volar, y su concentración. Y el autor, será su único y exclusivo
guía. Es decir, habrá tantos autores diferentes como lectores que los sigan.
En el caso de Don Quijote hay varios
viajes reales concretos, y otros que lo
son etéreos, intangibles. El viaje real, en
sí, es un magnífico pretexto, un instrumento precioso como hilo conductor de
paisajes y personajes. “Desde el remoto
ejemplo de la Odisea —nos dice Torrente Ballester—, la narración de aventuras
resulta de la combinación de dos elementos estructurantes: un caminante, y
el azar, de tal suerte organizados que,
siendo uno el caminante, sean muchos
los azares […] el enlace entre una aventura y otra, viene dado por el ‘camino’.”6
Otro gran hallazgo de Cervantes —
quien, como nos recuerda Azorín, había
tenido siempre la obsesión de los caminos, él, peregrino toda su vida— fue el
hacer viajar a Don Quijote por el campo, por despoblado, por “las afueras de
la sociedad”, lo que constituyó, como dice Américo Castro, “el gran giro literario”7 y, como otros muchos han dicho,
lo que hizo posible varias de las aventuras de Don Quijote, que hubieran sido
irrealizables, o tenido un desenlace, un
desentuerto muy diferente y en general
nefasto, de suceder en una población.
Por ejemplo, si el caballero hubiera
liberado a los galeotes en una ciudad,
habría sido enviado en un santiamén a la
cárcel. Esto es, precisamente, lo que le
5
Lida de Malkiel, op. cit., p. 419.
Gonzalo Torrente Ballester, El Quijote
como juego y otros trabajos críticos, Destino,
Madrid, 1984, Destinolibro 208, p. 15.
7 Américo Castro, Hacia Cervantes, Taurus, Madrid, 1967 (3ª ed. considerablemente
renovada), p. 349, nota 1.
6
número 409, enero 2005
sucede al Don Quijote de Avellaneda en
uno de los primeros capítulos del libro
cuando, en Zaragoza, intenta liberar a
un hombre que azotan por ladrón y que
exhiben por las calles: Avellaneda no
aprendió la lección de Cervantes. Y el
propio Cervantes comete un desacato al
llevar a su personaje, hacia el final de la
Sólo quiero acercarme al Quijote,
como lo haría un meteoro, viajar
alrededor de él, varias veces, y
regresar después, alejarme y
olvidarme de él […] Apenas si es
necesario advertir que se trata del
viaje de un solitario. De mis
soledades vengo, a mis soledades voy
obra, a Barcelona: es en la ciudad donde
la burla del personaje se hace más cruenta que nunca, por varios motivos.
En su mayoría, las desventuras del caballero tuvieron pocos testigos. Son excepciones las urdidas por los Duques, pero el auditorio, integrado a la burla, estaba aleccionado: tenía que convencer a
Don Quijote de su calidad caballeresca.
Pero en Barcelona, el caballero es, en más
de una ocasión, escarnio de una multitud
sin rostros: Don Quijote es expuesto a la
irrisión del mundo: su locura y su ridiculez quedan a la intemperie primero,
cuando los muchachos les alzan las colas
a Rocinante y al rucio de Sancho, para
encajarles en el ojo del culo, como diría
Quevedo, sendos manojos de aliagas,
plantas espinosas que alborotaron a los
pobres animales, de modo que, como se
recordará, con sus corcovos dieron con
sus dueños en tierra. La segunda vez es
cuando los caballeros amigos de Don Antonio le cosieron en las espaldas un pergamino donde decía “Éste es Don Quijote de La Mancha”, rótulo que provoca las
agrias imprecaciones de un castellano que
no lo baja de loco y mentecato. Se recordará que en el libro de Avellaneda, en las
justas de la ciudad de Zaragoza, Álvaro
Tarfe, quien desfila junto a Don Quijote,
lleva en su escudo una leyenda que se refiere al caballero como “príncipe de los
orates”. No veo una gran diferencia entre
los dos episodios. Cervantes no aprendió
la lección de Avellaneda. Por otra parte,
ni Cervantes ni Don Quijote pensaron
que en aquella multitud, aparte de los
analfabetas que ni de oídas conocían a
Quijote alguno, habría sin duda lectores
no sólo del Quijote auténtico, sino también del Quijote apócrifo. ¿Para qué
arriesgarse entonces a ser confundido
con el Quijote de Avellaneda a su paso por
las calles de Barcelona? […]
No parece tener intención alguna de
originalidad el haber dado por título a este libro Viaje alrededor del Quijote, no sólo
por lo manida que está la idea del viaje,
sino porque además hay varias obras cuyos títulos incluyen la palabra alrededor,
como Viaje a la Luna y alrededor de la Luna de Julio Verne, Viaje alrededor de mi
cuarto de Xavier de Maistre y Viaje alrededor de mi cráneo de Frigyes Karinthy. Por
otra parte, en la Memoria del X Coloquio
Cervantino Internacional celebrado en
1998 en la ciudad mexicana de Guanajuato, me encontré una ponencia de Ángel
González titulada Viaje por los alrededores
de Don Quijote de La Mancha. Esta coincidencia, por demás previsible, no me hizo
cambiar el nombre de mi libro, ya que
dos años antes, en 1996, yo había comenzado a dictar en El Colegio Nacional —
de México— una serie de conferencias
englobadas, todas, bajo ese mismo título,
Viaje alrededor de “El Quijote”.
Tengo la convicción de que se trata, al
menos, de un título honesto y, creo, exacto, y no sólo por su falta de pretensiones.
Para mí, la aventura de escribir sobre el
Quijote es un viaje en la medida en que es
un acercamiento a esta obra maravillosa.
Como acercamiento, me permitirá, me
ha permitido ya, verla mejor, descubrir
bellezas, honduras y enigmas insospechados para mí hasta ahora, y por lo mismo
me ha permitido también aprender a
amarla mejor. Acudo de nuevo a la comparación de el Quijote como un sol cuya
inmensa luminosidad no ciega, sino que
guía, enseña, divierte, y alumbra el alma y
el entendimiento. Alrededor de este astro, decía, giran numerosos planetas, algunos muy grandes y muy bellos, otros,
de dimensiones y alcances modestos. No
pretendo instalarme en este majestuoso
sistema planetario, quizás el más nutrido
y abigarrado de la galaxia de Gutenberg.
Sólo quiero acercarme al Quijote, como lo
haría un meteoro, viajar alrededor de él,
varias veces, y regresar después, alejarme
y olvidarme de él sin necesidad de leer las
instrucciones de Fernando Savater: el
alejamiento y el olvido serán inevitables
porque algún día otras voces y otros ámbitos reclamarán mi atención y mi amor,
mi entrega. Apenas si es necesario advertir que se trata del viaje de un solitario.
De mis soledades vengo, a mis soledades
voy.
la Gaceta 9
a
a
El éxito inicial del Quijote
a
Jaime Moll
Francisco de Robles continúa la relación editorial con Cervantes que su padre, Blas de Robles, había iniciado en 1585 al
editarle La Galatea, y decide publicar la primera parte del Quijote. La corte real está en Valladolid, donde es solicitado el correspondiente privilegio para los reinos de Castilla, firmado
por el rey el 26 de septiembre de 1604. Impreso en Madrid el
texto de la obra, el corrector general, Francisco Murcia de la
Llana da, el 1 de diciembre, la certificación de que lo impreso
coincide con el original manuscrito al que el Consejo de Castilla había dado licencia y que un escribano del mismo había
¿Fue una obra de éxito el Quijote? La respuesta a esta pregunrubricado hoja a hoja. De nuevo en Valladolid el expediente,
ta, la primera respuesta que daríamos, sin previo análisis, es
Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del rey, al serviafirmativa: respuesta global a cuatro siglos de reediciones. Si
cio del Consejo de Castilla, certifica que sus miembros han tapretendemos limitarla a un periodo más reducido y próximo al
sado el libro sin encuadernar a tres maravedíes y medio cada
inicio de tan largo andar, habrá que matizar la rotunda afirmapliego, firmándolo el 20 de diciembre de 1604. Llegada la cerción y tener en cuenta que del Quijote se publicaron dos partes,
tificación a Madrid, se imprimen la portada y los preliminares,
separadas sus primeras ediciones por un decenio. En la segunpara iniciar la distribución y venta del libro a principios de
da parte, Cervantes pone en boca del bachiller Sansón Carras1605, fecha de la portada.
co, refiriéndose a la primera: “Es tan verdad, señor, dixo SanLa primera parte del Quijote obtuvo en 1605 un gran éxito
són, que tengo para mi que el día de oy están impresos más de
en Madrid que se extendió a otros reinos. La primera edición
doze mil libros de la tal historia, sino dígalo Portugal, Barcelose agotó rápidamente y Francisco de Robles encargó su reedina y Valencia, donde se han impreso, y aún ay fama, que se esción a la imprenta de la viuda de Pedro Madrigal, María Rotá imprimiendo en Amberes…”1
dríguez de Ribalde, que regentaba Juan de la Cuesta. Ante el
¿Son datos fiables o generalizaciones derivadas de lo que
acoso del editor, Juan de la Cuesta tuvo que encargar a la Imhabitualmente sucedía? Doce mil libros, si consideramos la
prenta Real la impresión de cinco cuadernos para poder aceletirada más habitual, que era una jornada o sea mil quinientos
rar su terminación.3
Francisco de Robles, al ver el rápido éxito de este libro, haejemplares, representan ocho ediciones. Por otra parte, conobía previsoramente completado el privilegio para los reinos de
cemos ediciones anteriores a 1615 de Lisboa y Valencia, pero
Castilla solicitando el correspondiente al reino de Portugal,
no de Barcelona, y la edición flamenca no fue de Amberes sique firmó el rey el 9 de febrero de 1605. Sin embargo, dos edino de Bruselas. Más que un testimonio totalmente fiel de una
ciones se publicaron en Portugal poco después de su concerealidad, hemos de considerar estas afirmaciones como reflesión. Es de suponer que sus editores desconocían la existencia
jo de un ambiente, de lo que sucedía con las obras de gran
de un privilegio concedido a Cervantes, ya que es difícil creer
éxito. Ello podía beneficiar al buen nombre del autor, al amque, no una sino dos personas, hubiesen hecho caso omiso del
pliar la difusión de su obra en ediciones hechas en otros reimismo. El interés en editar la obra, ante
nos, pero no su economía ni la del edi¿Fue una obra de éxito el Quijote?
el éxito que obtenía y las previsibles gator, que había comprado el privilegio
La primera respuesta que daríamos,
nancias, podría haber dado lugar al inpara los reinos de Castilla y veía cómo
sin previo análisis, es afirmativa:
tento de lograr un acuerdo con Franciseditores de otros reinos, hispánicos o
respuesta global a cuatro siglos de
co de Robles, cesionario del privilegio, o
no, se beneficiaban de las reediciones,
reediciones. Si pretendemos
a la solución, no por ilegal menos habisin el coste inicial, por reducido que
limitarla a un periodo más reducido
tual, de la edición contrahecha. Ante la
fuese, de lo que él había pagado al auy próximo al inicio de tan largo
falta de efectividad de su previsión,
tor. Su edición tenía incluso que comandar, habrá que matizarla
Francisco de Robles inició una serie de
petir en su propio mercado natural con
actuaciones. El 11 de abril de 1605, en
estas ediciones foráneas. Es precisaValladolid, ante el escribano Tomás de Baeza, Cervantes, que
mente en 1616 cuando dieciséis libreros y un impresor se
dijo tener privilegios para los reinos de Portugal, Aragón, Vaquejan ante el Consejo de Castilla por la competencia que les
lencia y Cataluña, dados por su majestad y por sus virreyes, dio
hacen las ediciones contrahechas y la entrada en los reinos de
poder a Francisco de Robles para hacer “todos los autos e diliCastilla de libros impresos en otros reinos de los que existe
gençias y pedimientos, que sean necesarios y que quisiere haedición castellana.2
También los clásicos comenzaron desde pequeños.
Los festejos por el cuarto centenario de la aparición
de la primera parte del Quijote no deben hacernos
olvidar su pausado y azaroso arranque. Este artículo
revisa los primeros pasos editoriales, no siempre
dados por impresores legítimos, de una obra que
habría de convertirse en pieza suculenta de los
comerciantes de libros
1
Capítulo iii.
Jaime Moll, Aspectos de la librería madrileña en el siglo de oro, Madrid, Comunidad de Madrid, 1985, p. 27.
2
10 la Gaceta
3 Son los cuadernos Mm a Qq, como ha señalado R. M. Flores,
The Compositors of the First and Second Madrid Editions of “Don Quijote”, Londres, 1975, parte i, pp. 41-68.
número 409, enero 2005
a
zer, para ynpedir que no se ynprima ni
benda el dicho libro sin su orden y consentymyento, y si él quisiere hacerle ynprimir e bender e hazer qualequier conçiertos e cosas que quisiere e por bien
tuviere, lo qual balga e sea tan firme,
bastante e valedero como si él mismo lo
hiziera siendo presente… por raçón que
al dicho Francisco de Robles le pertenecen los dichos prebilegios y son suyos
por conçierto que con él tien hecho y su
labor le tiene pagado”.4 Completando
este poder, Cervantes, que tenía noticia
de “que algunas personas en el dicho
reyno de Portugal an ympreso o quieren
ymprimir el dicho libro sin tener, como
no tienen, para ello poder ni liçencia
mía, contrabiniendo el dicho previlegio”, otorgó el día siguiente nuevos poderes a su editor, Francisco de Robles, al
licenciado Diego de Alfaya, capellán de
su majestad, y a Francisco de Mar, los
dos últimos residentes en Lisboa, para
que “se puedan querellar y acusar criminalmente o en la mejor bía y forma que de derecho lugar aya,
de la persona o personas que sin el dicho mi poder an ympreso o ymprimieren el dicho libro en qualesquier partes destos
reynos de Castilla y en el de la Corona de Portugal”.5 Ignoramos la eficacia de las gestiones emprendidas.
La primera edición lisboeta fue impresa por Jorge Rodríguez, con aprobación de 26 de febrero y licencia del 1 de marzo de 1605, de la que existen dos estados. Con aprobación del
27 de marzo y licencia del 29 del mismo mes de 1605, Pedro
Crasbeeck imprimió la segunda edición.
En la portada de la reedición de Madrid, de 1605, se dice:
“Con privilegio de Castilla, Aragón y Portugal.” En los preliminares, además de publicar el privilegio para los reinos de Castilla, que ya figuraba en la primera edición, se imprime el ya citado privilegio para el reino de Portugal, sin que se inserte el privilegio para los reinos de Aragón. No hay constancia de un
privilegio para todos los reinos de la Corona de Aragón en los
correspondientes registros de su Consejo.6 En el poder antes citado de 11 de abril, se mencionan privilegios para los reinos de
Aragón, Valencia y Cataluña concedidos por los virreyes en
nombre del rey. No hay constancia documental de un privilegio
para el principado de Cataluña7 y desconocemos si se concedió
para el reino de Aragón. En cambio, sabemos que el 9 de febrero de 1605 el virrey de Valencia concedió a Cervantes, a petición
de su procurador Melchior Valenciano de Mendiolasa, privilegio
real por diez años para el reino de Valencia.8 A pesar de ello, sin duda desconociéndolo,9 el mercader de libros Jusepe
Ferrer hace imprimir a Pedro Patricio
Mey una edición, con aprobación del 18
de julio de 1605. Con los mismos datos
conocemos dos ediciones, aunque hay indicios para suponer que una de ellas es
reedición de 1616, al publicarse la segunda parte. Jusepe Ferrer podía haber llegado a un acuerdo con Francisco de Robles,
pero en este caso figuraría el privilegio
para el reino de Valencia y su cesión, por
lo que nos encontramos, desde un punto
de vista legal, con una edición pirata.
Confirma la realización al margen de
Francisco de Robles el poder que dio a
Francisco de Mondragón, secretario del
marqués de Villamisar, virrey de Valencia, “para que en mi nombre y del dicho
Miguel de Cerbantes, de quien soy tal cesonario, pueda en la dicha ciudad de Belencia y en otras partes de aquel reyno
poner ynpedimento e contradiçión contra qualesquier personas que ynprimieren o vendieren el dicho
libro”.10 De nuevo ignoramos los resultados obtenidos por el
procurador de Francisco de Robles.
A estas cinco ediciones de 1605, hemos de añadir la que se
publicó en 1607 en Bruselas, por Roger Velpius. Excepto la
edición lisboeta de Jorge Rodríguez, que es en cuarto como las
madrileñas, las demás ediciones señaladas son en octavo. Se ha
intentado abaratar su coste, reduciendo el formato y el cuerpo
de la letra para disminuir el número de pliegos.
¿Cuál es la situación en Madrid? ¿Se vendió bien la segunda
edición de la primera parte, como se había vendido la primera,
agotada en pocos meses? Aunque probablemente su venta no
sería tan rápida, el 17 de noviembre de 1607, en el inventario
de bienes y capital que el librero Francisco Robles aportaba a
su matrimonio con Crispina Juberto,11 no figura ningún ejemplar del Quijote, tanto entre los libros encuadernados —hubiese podido tener algún ejemplar de segunda mano— como en
los en papel. La segunda edición se había agotado, por lo que
su editor lanza una nueva edición en 1608, con la fe de erratas
de 25 de junio.
De Milán es una edición de 1610, por el heredero de Pedro
Mártir Locarni y Juan Bautista Bidello, y en 1611, Roger Velpius y Huberto Antonio publican en Bruselas la segunda edición hecha en dicha ciudad.
a
8
4
Narciso Alonso Cortés, Casos cervantinos que tocan a Valladolid,
Madrid, 1916, pp. 155-156.
5 Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, tomo v, Madrid, 1953, pp. 624-627, con facsímil. Dado
a conocer anteriormente por Cristóbal Pérez Pastor, Documentos cervantinos hasta ahora inéditos, Madrid, 1897, pp. 141-144.
6 José Ma. Madurell Marimón, “Licencias reales para la impresión
y venta de libros (1519-1705)”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, lxxii (1964-1965), pp. 111-248.
7 No figura en el trabajo de Madurell citado en la nota anterior.
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Francisco Martínez y Martínez, Melchor Valenciano de Mendiolaza, jurado de Valencia y procurador de Miguel de Cervantes Saavedra, Bartolomé y Lupercio Leonardo de Argensola y general de la Duquesa de VillaHermosa. Notas biográficas, Valencia, 1917, p. 99.
9 En estos casos, de privilegios concedidos y no impresos en los preliminares de los correspondientes libros, se nos plantea un problema:
¿Cómo podían conocer los editores su existencia? En algún caso, el
propietario del privilegio lo da a conocer oficialmente a los libreros e
impresores que editaban libros, mediante lo que se llamaba una intima.
10 Narciso Alonso Cortés, op. cit., pp. 154-159.
11 ahp, 2442, fol. 787r-800v.
la Gaceta 11
a
a
De 1615 es la primera edición de la segunda parte, únicamente con privilegio real para los reinos de Castilla. Extraña
que Francisco de Robles no solicitase otros privilegios. Dos
años antes, para las Novelas ejemplares, había solicitado, además
del correspondiente a los reinos de Castilla, privilegio para los
reinos de la Corona de Aragón. Las relaciones con Cervantes
no debían ser ya muy cordiales, pues en este mismo año cambia
el escritor de editor, publicando sus Comedias el también mercader de libros Juan de Villarroel. Del 30 de marzo es el privilegio para la segunda parte del Quijote, que no salió a la venta sino hasta después del 21 de octubre, fecha de la tasa. El 25 de julio obtuvo Cervantes el privilegio para las Comedias. Impresas
por la viuda de Alonso Martín, la tasa es del 22 de septiembre,
anticipándose su venta a la de la segunda parte del Quijote.
La aparición de la segunda parte parece un momento propicio para la reedición de la primera. La realidad fue otra, lo
que exige, para conocer la causa de este hecho, un detallado
análisis, realizado por centros editoriales en los que se había
editado la primera parte. Francisco de Robles aún tenía ejemplares de su reedición de 1608, que podían venderse con la segunda parte de 1615. Ocho años después, en 1623, todavía no
se había agotado la reedición de 1608. En la partición de los
bienes entre sus herederos, realizada en dicho año, encontramos entre los libros en cuarto, encuadernados, que se hallaban
en la tienda, tres ejemplares de las partes i y ii, a diez reales los
dos volúmenes, y un ejemplar de la primera parte, a cinco reales. Entre los libros en papel, en este caso el fondo editorial que
conservaba, figuran 145 ejemplares de la primera parte, a 4
reales, y 366 de la segunda parte, también a 4 reales.12 El éxito de la primera edición de la primera parte, que había obliga12
ahp, 5000, fol. 1387v y 1375r. El inventario ha sido publicado
por Jean Michel Laspéras, “El fondo de librería de Francisco de Robles, editor de Cervantes”, en Cuadernos Bibliográficos, xxxviii (1979),
pp. 107-138.
12 la Gaceta
do a reeditar la obra el mismo año, ya se había reducido, pues
hasta 1608 no hubo necesidad de nueva reedición, de la que
quince años después todavía quedaban 145 ejemplares. La segunda parte tuvo un éxito considerablemente menor, pues
ocho años después quedaban 366 ejemplares. Hasta 1637 no se
reeditó el Quijote en Madrid.
¿Qué pasó en las otras ciudades? En Bruselas, Huberto Antonio edita en 1616 la segunda parte. Debía tener ejemplares
de la edición de 1611 de la primera, pues no es sino hasta el año
siguiente cuando la reedita. Hasta 1662 no se volverán a editar
en Bruselas las dos partes, por Juan Mommaret, primera edición castellana con láminas.
En Valencia, el librero Roque Sonzonio publica en 1616,
impresa por Pedro Patricio Mey, la segunda parte. Parece que
no se reedita la primera; sin embargo, es muy posible que una
de las dos ediciones de 1605, la que presenta en la portada un
grabado de caballero igual al que figura en la segunda parte, no
sea de 1605, como expresa la portada, sino una reedición hecha
en 1616, para vender las dos partes conjuntamente.
En Lisboa, Jorge Rodríguez publica en 1617 la segunda
parte, en cuarto. Es probable que le quedasen ejemplares de su
edición de 1605 de la primera parte, a los que cambió el primer
medio pliego, para igualar el grabado de la portada —dos caballeros luchando— de las dos partes, aunque conservó la fecha de 1605. En Milán no se publicó la segunda parte.
Las dos partes del Quijote, por lo menos de una manera explícita, si se acepta la hipótesis sobre la edición valenciana, no
se editan al mismo tiempo sino hasta 1617, en Barcelona. Los
libreros Miguel Gracián, Juan Simón y Rafael Vives son los
coeditores. La primera parte fue impresa por Bautista Sorita y
la segunda por Sebastián Matevad, en emisiones distintas, una
para cada editor.13 La elección de dos impresores nos indica el
interés en la rapidez de su impresión. Los mismos libreros publicaron, también en 1617, una edición del Persiles, impresa
por Bautista Sorita. El Quijote era desde 1615 una obra en dos
partes. En Barcelona no se había editado la primera, por lo que
su edición debía abarcar las dos al mismo tiempo. En los otros
centros editoriales —queda el problema de Valencia—, debido
a la existencia de ejemplares de ediciones anteriores de la primera parte, la segunda se editó aisladamente.
Como ya hemos señalado, en Madrid no se vuelve a editar
el Quijote sino hasta 1637 y en Bruselas hasta 1662. Para encontrar una nueva edición barcelonesa hemos de llegar a 1704.
De Lisboa y Valencia no hay más ediciones en el siglo xvii que
las consignadas anteriormente. Las reediciones en castellano se
suceden espaciadamente hasta que, avanzado el siglo xviii, el
Quijote pasa a ser una obra de surtido, reeditada muy frecuentemente.
Ese artículo fue publicado en De la imprenta al lector. Estudios sobre el libro español de los siglos XVI al XVIII, Madrid, Arco/Libros,
1994, en la colección Instrumenta Bibliológica. Agradecemos a
los editores las facilidades para su reproducción en La Gaceta.
13 ¿Intervino como coeditor el impresor de la segunda parte, Sebastián Matevad? En el ejemplar de la segunda parte, bn, Cerv. Sedó,
8666, no figura el nombre de ninguno de los tres libreros y el del impresor se presenta debajo de un filete, como se encuentra el editor en
las otras emisiones. Es preciso localizar, si existe, un ejemplar paralelo de la primera parte.
número 409, enero 2005
a
a
El Quijote, de la imprenta a la mascarada
Blanca L. de Mariscal y Judith Farré
Exitoso desde el punto de vista
comercial, el Quijote conquistó la
imaginación popular: sus personajes
pronto fueron arquetipos apreciados
por la sociedad, con vida propia. La
obra de Cervantes puede verse por
ello como ejemplo del proceso de
apropiación por parte de los lectores,
lo que se analiza en este artículo
El trabajo en la Biblioteca Cervantina
con el corpus de ediciones del Quijote de
la Colección Carlos Prieto nos permitió
sacar algunas conclusiones inmediatas.
Lo primero que se hizo evidente fue la
vertiginosa rapidez con la que las ediciones iban apareciendo en muy diversos
espacios geográficos. Manuel Henrich
nos confirma que, en un contexto más
amplio, podemos identificar la existencia
de al menos 28 ediciones en el siglo xvii
y 33 en el siglo xviii, que van saliendo
progresivamente de las prensas, lo mismo en Madrid que en Lisboa, en Valencia que en Barcelona o los Países Bajos:
Bruselas, Amberes y La Haya.1 Además
de la variedad de lugares de edición y del
número de las impresiones, podemos
observar que en estos dos primeros siglos existen, junto a las publicadas en
castellano, traducciones al holandés, al
inglés, al francés y al italiano. Resulta
evidente que si las ediciones se multiplicaban, cada una de ellas con características propias que las distinguen de las demás, es porque estaban destinadas a diferentes públicos, cuyas prácticas de
lectura eran también diversas. Todo ello
confirma la acogida que tuvo el libro entre sus múltiples lectores, por lo que su
1
Cf. Manuel Henrich, Iconografía de las
ediciones del Quijote, Barcelona, Henrich,
1905. El autor considera que debe haber
existido un número considerable de ediciones de las que no hemos tenido noticia ya
que debido al uso que se les daba no llegaron
a conservarse hasta nuestros días. En la Colección Carlos Prieto del Tecnológico de
Monterrey se conservan 38 de las 61 ediciones consignadas por Henrich para los siglos
xvii y xviii.
número 409, enero 2005
aspecto material responde a las distintas
necesidades de éstos. En este punto no
podemos menos que recordar el postulado expuesto por Roger Chartier, que
nos obliga a reflexionar sobre el complejo proceso de elaboración de un libro y
los diversos actores involucrados en el
acto de la emisión: “Los autores no escriben libros, escriben textos que luego
se convierten en objetos impresos. La
diferencia, que es justamente el espacio
en el cual se construye el sentido, fue a
menudo olvidada, no sólo por la historia
literaria clásica que piensa la obra en sí
misma, como un texto abstracto cuyas
formas tipográficas no importan, sino
también por la Rezeptionsästhetik que
postula […] una relación pura e inmediata con los “signos” emitidos por el
texto (que juegan con las convenciones
literarias aceptadas) y el “horizonte de
expectativas” del público al que están dirigidos. En dicha perspectiva el “efecto
producido” no depende de las formas
materiales que son soporte del texto. Sin
embargo ellas también contribuyen plenamente a dar forma a las anticipaciones
del lector con respecto al texto y a atraer
públicos nuevos o usos inéditos.”2
El fenómeno cervantino aglutina una
serie de factores que resulta interesante
precisar. Por una parte, encontramos el
gran éxito editorial de la obra de Cervantes, que lleva a los editores a publicar
textos que significan una venta segura;
por otra, podemos observar que las
prácticas de la lectura se encuentran en
un proceso de cambio, y que estas nuevas formas de relacionarse con los libros
están exigiendo, a su vez, nuevas presentaciones que se adapten a las necesidades
de los múltiples lectores. La evolución
que se da en las prácticas de la escritura
y la lectura entre los siglos xvi y xviii ha
sido ampliamente tratada por Michel de
Certeau y por Chartier;3 ambos autores
2 Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural, entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 111.
3 Cf. Michel de Certeau, La invención de lo
cotidiano, t. 1, México, Universidad Iberoamericana, 1996, y Roger Chartier, “Las
destacan la forma en que los receptores
de este periodo entraban en contacto
con el texto, ya que se trata de una etapa
de transición en la que “se generaliza
una aptitud a la lectura que no exige ya
la oralización del texto leído para asegurar su comprensión; la lectura en voz alta ya no es una necesidad para el lector,
sino una práctica de sociabilidad, en circunstancias y finalidades múltiples.”4
Entre los siglos xvi y xviii la capacidad para la lectura en solitario, silenciosa, se fue ampliando cada vez más. Chartier identifica este nuevo universo de
lectores a partir del análisis de dos fuentes: una de ellas es el porcentaje de personas capaces de firmar en diversos corpus de documentos oficiales; la otra es el
incremento del número de quienes poseen libros en sus casas. El primer indicador, para el caso de Castilla la Nueva,
lo toma del tribunal de la Inquisición de
Toledo en donde identifica que, entre
1515 y 1700, son capaces de firmar 54
por ciento de los involucrados en los diferentes casos, mientras que entre 1751
y 1817 son capaces de firmar 76 por
ciento de los comparecientes —estas cifras contemplan tanto a los testigos como a los acusados—.5 El autor infiere su
segundo indicador de los inventarios
que se levantaban a raíz de una muerte y,
aunque es consciente de que se trata de
prácticas de lo escrito”, en Historia de la vida
privada. Del renacimiento a la ilustración, t. 3,
Madrid, Taurus, 1989, y El mundo como representación, op. cit.
4 Roger Chartier, “Ocio y sociabilidad: la
lectura en voz alta en la Europa moderna”,
en El mundo como representación, op. cit., p.
122.
5 En el mismo artículo Chartier nos proporciona los porcentajes de lectores para diversas partes de Europa, y haciendo una generalización podríamos decir que a mediados del siglo xvi los firmantes estudiados se
encuentran alrededor de 30 por ciento,
mientras que para mediados del xvii la cifra
aumenta considerablemente, con un promedio aproximado de 70 por ciento, del cual alrededor de 27 por ciento serían mujeres. Cf.
Chartier, “Las prácticas de lo escrito”, op.
cit., pp. 113-117.
la Gaceta 13
a
documentos imperfectos, considera que
podemos extraer de ellos datos globales,
que al menos, permiten esbozar el universo de los lectores. Este público lector,
cada vez más extendido, empieza a desplegar nuevas formas de apropiación,
tanto del libro como del texto. De estas
nuevas prácticas, la que llegaría a tener
mayor trascendencia en la formación del
individuo de la sociedad moderna es la
práctica de la lectura en solitario, la lectura en voz baja que implica además un
proceso personal de reflexión frente al
texto leído: “Esta ‘privatización’ de la
práctica de la lectura es indiscutiblemente una de las principales evoluciones
culturales de la modernidad. Por tanto,
es preciso que identifiquemos las condiciones en que se hace posible. La primera es la que se refiere a la difusión de una
competencia nueva, la que permite que
el individuo lea sin tener que expresarse
oralmente.”6
En el caso particular de los dos primeros siglos de ediciones cervantinas, la
multiplicación de las ediciones y las diversas presentaciones de las mismas indican claramente esta ampliación del
público lector y esta nueva forma de relacionarse con el libro de la que habla
Chartier. El mismo texto de Cervantes
ya explicita esta transición entre la lectura pública, en voz alta, y la lectura privada, que se hace en reclusión y en los espacios reservados para la intimidad. Por
un lado, aparece un protagonista que se
pasa leyendo “las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio” y un
prólogo destinado a “el desocupado lector” (véase “Los discretos prólogos del
Quijote”, de Aurora Egido, en Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo). Como
contrapartida, también se hace alusión a
la lectura socializada, cuando, por ejemplo, los personajes de la venta expresan
el contento que les produce escuchar
leer durante la época de la siega, para lo
que se congregan alrededor del lector
“más de treinta” (i, 32 y 33), e incluso se
reproduce el acto mismo de la lectura,
por medio de la que el cura hace de la
novela del Curioso impertinente.
Pero no son sólo estas referencias intratextuales a la lectura en las que queremos centrar la atención, puesto que, si
nos atenemos a la estructura misma del
texto, El ingenioso hidalgo posee el esque-
ma de lectura que era común en el siglo
xvii. Se trata de una estructura que el
Quijote comparte con las novelas de
aventuras, la pastoril y, por supuesto, la
de caballería, en la que una serie de episodios, relativamente aislables, tiene como eje estructurador a un personaje que
suele ser el protagonista de la obra:
“Muchas obras antiguas, desde las más
fundamentales, como el Quijote, están
organizadas en capítulos cortos, perfectamente adaptados a las necesidades del
performance oral que supone, por un lado, una duración limitada para no cansar
al auditorio y, por otro, la imposibilidad
para que los oyentes memoricen una intriga demasiado compleja. Los capítulos
breves, que son unidades textuales, pueden así ser pensados como unidades de
lectura cerradas en sí mismas y autónomas.”7
En otras palabras, podría decirse que
el Quijote responde a la costumbre generalizada de la lectura en voz alta como
un acto de socialización, en pequeños
grupos, ya sea en la venta alrededor del
hogar, ya sea por las noches en la casa familiar, ya en la plaza o hasta en las tabernas. Sin embargo, a lo largo de estos dos
primeros siglos que siguen a su primera
edición, podemos ver cómo las prácticas
de la lectura van evolucionando y, ya haResulta evidente que si las ediciones
del Quijote se multiplicaban, cada
una de ellas con características
propias que las distinguen de las
demás, es porque estaban destinadas
a diferentes públicos, cuyas prácticas
de lectura eran también diversas
cia mediados del siglo xviii, asistimos al
definitivo triunfo de las ediciones de pequeño formato, introducidas en España
por Juan de Jolis y, posteriormente, popularizadas por Manuel Martín. Se trata
de las ediciones llamadas de faltriquera,
formadas por cuatro pequeños tomos en
octavo, de no más de 15 × 10 centímetros “para la mayor comodidad”, como
indica el editor en la portada, y además
ilustrados con tacos de madera. Estos
Quijotes en volúmenes pequeños ponían
al alcance de un amplio público un tipo
de libro llamado de consumo o surtido, que
solía utilizar materiales muy burdos. En
7
6
Roger Chartier, “Las prácticas de lo escrito”, op. cit., p. 126.
14 la Gaceta
Roger Chartier, Pluma de ganso, libro de
letras, ojo viajero, México, Universidad Iberoamericana, 1997, p. 30.
a
los volúmenes que alberga la Colección
Carlos Prieto podemos ver cómo, a partir de la segunda mitad del siglo xviii,
este tipo de ediciones se multiplican: de
21 ediciones con las que cuenta la colección en el periodo mencionado, 17 han
sido elaboradas en formatos de menos
de 17 centímetros y 15 de ellas son menores de 15 centímetros.
A este respecto es digno de hacer notar el texto con el que se presenta la edición de Juan de Jolis, que hoy en día podríamos calificar como una edición de
bolsillo. En ella, el impresor se dirige al
lector con las siguientes palabras: “He
determinado (instado de muchos sujetos
apassionados à ella) dividirla en quatro
tomitos en octavo para la mejor comodidad de los Lectores; pues con estos se
logra el poderse traer consigo en el Passeo, ò en el Campo, en donde puede entretenerse el curioso en leer algunos capítulos; […] Espero agradecerás este
corto obsequio, de quien desea servirte
con toda voluntad. vale.” En esa “mejor
comodidad” para “traer consigo”, en la
faltriquera, tanto en la falda de las mujeres como en las calzas de los varones, para llevar “en el paseo o en el campo”,
descubrimos un nuevo síntoma de que
las prácticas de la lectura se encuentran
sólidamente instaladas en un irreversible
proceso de cambio. El texto de Juan de
Jolis sería un testigo más de esta evolución en las prácticas de la lectura,8 ya
que el editor está haciendo referencia no
sólo a sus posibles lectores, sino también
a un grupo de “apasionados” del Quijote
que lo “instan” a elaborar una presentación del texto más manejable.
Resulta un hecho indiscutible que el
número, no sólo de lectores potenciales,
sino también de posibles compradores
del Ingenioso hidalgo se ha multiplicado,
ya que de otra manera no podría entenderse la proliferación de ediciones con
tan diversas presentaciones. En este
punto resulta interesante remarcar que
8 “En los siglos xvi y xvii, en Europa occidental, la lectura se convierte, para las elites letradas, en el acto por excelencia del
ocio íntimo, secreto, privado. Existen abundantes testigos que describen ese placer de
retirarse del mundo, de apartarse de los
asuntos de la ciudad, abrigándose en el silencio de la soledad.” Roger Chartier, “Ocio y
sociabilidad, la lectura en voz alta en la Europa moderna”, en El mundo como representación, op. cit., p. 121.
número 409, enero 2005
a
son precisamente los catalanes quienes
descubren el éxito editorial que pueden
tener las ediciones económicas y de fácil
manejo, en una época en la que las prácticas de la lectura están cambiando y en
la que se tiende cada vez más a la lectura personal e íntima. Por su parte a Martín, el editor madrileño que populariza
este tipo de ediciones, le interesaba lograr una producción con un bajo precio
de venta, aunque con ello se sacrificara
la calidad de la impresión. Rodríguez
Cepeda puntualiza que Martín distribuía
sus libros en el centro del país “junto
con otras publicaciones populares, pliegos sueltos, comedias, hojas volantes,
etc., en su establecimiento propio y
aprovechándose de distribuidores y vendedores ambulantes”.9 Además, los intereses comerciales de Martín no se limitaban tan sólo a la zona centro peninsular: “Sabemos que Manuel Martín buscó
grandes horizontes económicos a sus
Quijotes, hasta intentar su venta fuera de
la península, enfrentándose siempre a
los privilegios de exportación a Indias
que mantenían grupos como el de la famosa Real Compañía de Impresores y
Libreros.”10
A mediados del siglo xviii el proceso
de popularización de estas ediciones
económicas y fáciles de portar coincide
con la aparición de cuidadas ediciones
de lujo. El líder indiscutible de esta vertiente en España es, sin lugar a dudas, la
Academia, que lanza una majestuosa
edición de la que continuará emitiendo
varias reediciones. Durante el reinado
de Carlos III, la Academia Española se
dio a la tarea de sacar a la luz una edición
como nunca se había visto en España.
Este tipo de ediciones de lujo ya habían
sido elaboradas con anterioridad en Inglaterra, ejemplo claro de ello es la de
gran formato de Tonson (1738). Para la
de la Academia, Joaquín Ibarra comenzó
a preparar, en 1787, cuatro volúmenes
en folio menor. Mandó hacer tipos especiales que todavía llevan su nombre y papel especial, fabricado en Cataluña, en la
fábrica de Joseph Llorens. En su composición incluyó estudios sobre la Vida
del autor, el Análisis del Quijote, un Plan
cronológico de la novela y un mapa con el
9
Enrique Rodríguez Cepeda, “Los Quijotes del siglo xviii. 1. La imprenta de Manuel Martín”, Bulletin of the Cervantes Society
of America, 8.1, 1988, p. 66.
10 Ibid.
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Podría decirse que el Quijote
responde a la costumbre
generalizada de la lectura en voz alta
como un acto de socialización,
en pequeños grupos. Sin embargo,
a lo largo de los dos siglos que siguen
a su primera edición, podemos ver
cómo las prácticas de la lectura
van evolucionando hacia las
ediciones de pequeño formato
itinerario del protagonista. Contrató
también un impresionante equipo de dibujantes y grabadores. Además, Ibarra se
propuso hacer una edición crítica del
texto, comparando las ediciones más
confiables con las de 1605 y 1608, y consignando las variantes al final de cada
volumen.
Estas ediciones de lujo tenían una finalidad muy distinta, ya que, más que a
la lectura íntima, estaban destinadas a las
grandes bibliotecas, tanto públicas como
privadas; más que para leer, son libros
para ser admirados, tanto por la calidad
de sus grabados como por las características de su material. Son las que se encuentran en mejor estado en las colecciones privadas y las que en mayor número han llegado hasta nuestros días,
debido, naturalmente, al uso restringido
y cuidadoso que se les dio. Este tipo de
ediciones son las que tradicionalmente
han sido más apreciadas por los coleccionistas por el valor artístico añadido al
texto. Este aspecto nos permite pensar
en otra de las formas de apropiación del
texto cervantino, las colecciones de Qui-
jotes, cuyos orígenes no se encuentran
muy distantes de los de la conformación
de las bibliotecas en el periodo barroco,
ya que como apunta Francisco Mendoza
Díaz-Maroto en su libro titulado La pasión por los libros, un acercamiento a la bibliofilia: “Con el barroco, las bibliotecas
se convirtieron en signo extremo de riqueza y ‘se instalan en suntuosos salones
con cuadros representando a los autores
de los libros o alegorías de los mismos, a
veces entre objetos raros o pintorescos
que constituyen un «museo», a imitación a veces de las cámaras de las maravillas o gabinetes de curiosidad de los
potentados europeos’”.11
Mayáns y Siscar (1699-1781), el autor de la Vida de Cervantes, que fue reproducida en tantas ediciones del Quijote, poseyó una de las bibliotecas privadas
españolas más importantes del siglo
xviii, en una época en la que “aumenta
el interés por la cultura y por los libros,
así como por la perfección tipográfica
que alcanza altas cotas en las últimas décadas del siglo”.12 A partir del siglo xix,
y sobretodo en el siglo xx, se empiezan a
perfilar colecciones formales de Quijotes,
como la de Juan Sedó que alberga la Diputación Provincial de Barcelona en la
Biblioteca Central o la Colección Carlos
Prieto de la Biblioteca Cervantina, a la
que dedicamos Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo.
No cabe la menor duda de que si las
ediciones se iban multiplicando año con
año, en tan variadas presentaciones, era
porque existía una profunda necesidad
por parte de los usuarios de poseer el
texto, de tener entre sus manos las diversas presentaciones que iban saliendo de
los talleres de los impresores. Parece
evidente también que los editores se habían percatado del potencial de venta de
los grabados que acompañaban al texto y
de ahí la multiplicidad pintores y grabadores que en las diversas ediciones quedan consignados bajo los rubros de invenit, exculpit y fecit. Incluso nos encontramos con alguna edición que vende, por
separado, los grabados, a su lista de suscriptores, como es el caso de la gran edición de la Academia (1780).
La proliferación en cuanto a número
a
11
Manuel Sánchez Mariana apud Francisco Mendoza Díaz-Maroto, La pasión por
los libros. Un acercamiento a la bibliofilia, Madrid, Espasa, 2002, p. 336.
12 Mendoza Díaz-Maroto, op. cit., p. 337.
la Gaceta 15
a
de ediciones, así como las distintas variaciones de formato en el texto, demuestran que el Quijote goza desde los inicios
de su publicación de una aceptación generalizada por parte del público. La lectura del texto, como sostiene Agustín
Redondo en su búsqueda de los afectos,13 se
inscribe desde sus inicios en la órbita de
lo festivo. Esta dimensión lúdica motiva
que sus protagonistas y determinados pasajes del libro se conviertan muy pronto
en argumentos festivos de mascaradas y
otras fiestas burlescas, tanto en España
como en América.
Las disposiciones legales de 1531 y
1534 prohibieron imprimir en América
“libros de romance de historias vanas o
de profanidad”, aunque ello no impidió
la difusión del Quijote y otras obras de
Cervantes, que figuran en las listas de
envío de libros hacia América. El auge
de prohibiciones que pretendía regular
el trasvase de este tipo de libros de ficción “como son de Amadís e otros de esta calidad, porque este es mal ejercicio
para los Indios, e cosa en que no es bien
que se ocupen ni lean”, demuestra que,
efectivamente, no se cumplían, por lo
que su circulación era fluida. Prueba de
ello es que “Numerosos libros pudieron
pasar a América sin trabas ni impedimentos inquisitoriales, incluso muchas
obras que a posteriori fueron mandadas a
recoger o expurgar en los índices inquisitoriales españoles de 1583-1584, 1612
(con los correspondientes apéndices de
1614 y 1628), 1632 ó 1640. El tiempo
que iba de la delación de la obra y el
“proceso” a que era sometida por el tribunal, con las calificaciones de los consultores, y la decisión de mandarla recoger podía ser de varios años desde su publicación. Esto permitió que bastantes
obras atravesaran el Atlántico como parte de los envíos habituales de libreros y
mercaderes sin trabas de ningún tipo.”14
Diversos estudios han revelado que la
Colonia recibía libros consagrados en la
Península por la moda o que en ella carecían de salida, así como las novedades
13
Agustín Redondo, “En busca del Quijote. El problema de los afectos”, en Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo.
14 Pedro J. Rueda, “La vigilancia inquisitorial del libro con destino a América en el siglo xvii”, en Grafías del imaginario. Representaciones culturales en España y América (siglos XVIXVIII), Carlos Alberto González y Enriqueta
Vila, comps., México, fce, 2003, p. 140.
16 la Gaceta
más recientes.15 Un testimonio de ello es
que llegaban a los lugares más remotos,
como el Nuevo Reino de León en México. Rodríguez Morín calcula, teniendo en
cuenta que falta parte de los registros de
ida de varias naves en 1605, que ese mismo año de publicación de la primera parte pasaron a América, como mínimo,
Si las ediciones del Quijote se iban
multiplicando en tan variadas
presentaciones, era porque existía
una profunda necesidad por parte de
los usuarios de poseer el texto, de
tener entre sus manos las diversas
presentaciones que iban saliendo de
los talleres de los impresores
unos mil quinientos ejemplares del Quijote.16 Varios impresores y libreros españoles del siglo xvii reconocieron las posibilidades del mercado americano, por lo
que la circulación del libro, a pesar de las
prohibiciones y de la ausencia de prensas
virreinales, permitió que su lectura en la
Nueva España fuera uno de los rasgos
configuradores de la comunidad, al permitir que ésta se apropiara de los modelos vigentes en la cultura libresca. Se trata de una forma de apropiación que trasciende el mismo acto de lectura, incluso
de la lectura pública, y que se funda en los
valores de recepción añadidos al texto,
mediante los que éste alcanza todos los
niveles de la estructura social. Los efectos
de la lectura, que en don Alonso Quijano
producen su locura, nos remiten a la risa
en uno de los primeros estadios de recepción de la obra cervantina: “Tras el ataque de Don Quijote contra los cueros de
vino, y ante el espectáculo del caballero
anunciando el regocijo de Sancho, la risa
surge de nuevo: ‘¿Quién no había de reír
con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se
daba a Satanás0’” (i, 35).17 La risa como
15 Irving A. Leonard afirma que “era tan
provechoso el negocio de libros que, como
en el caso del Quijote, muchas veces se sacaban de las prensas para llevarlos precipitadamente a Sevilla a fin de que no perdiesen la
salida de las flotas anuales”, Los libros del conquistador, México, fce, 1953, p. 236.
16 Cf. Francisco A. de Icaza, El Quijote
durante tres siglos, Madrid, Imprenta de Fontanet, 1918, p. 112.
17 James Iffland, De fiestas y aguafiestas.
Risa, locura e ideología en Cervantes y Avellaneda, Vuervert, Universidad de Navarra-Iberoamericana, 1999, p. 50.
a
fenómeno social por antonomasia, según ya lo definiera Bergson, nos sitúa
frente a la presencia de Don Quijote y
Sancho en varias fiestas populares que
tuvieron lugar en España a partir del
mismo año de 1605: como informa Pinheiro da Veiga en sus Memorias de Valladolid (1605), Don Quijote aparecía como
personaje en una fiesta de toros y cañas
con motivo del nacimiento del príncipe
Felipe Próspero; en las fiestas de beatificación de Santa Teresa de Jesús en Zaragoza (1614), Don Quijote formaba parte de la mascarada que organizaron los
estudiantes, así como también en las
fiestas que al mismo asunto se solemnizaron en Córdoba (1615); también formó parte de los festejos conmemorativos
por la solemne publicación que el Colegio Mayor de Santa María de Jesús hizo
en Sevilla del estatuto de la concepción
sin mancha de la Virgen María, en enero de 1617; en la defensa del mismo misterio, las universidades de Baeza, Salamanca y Utrera también involucraron a
los personajes cervantinos (1618).18 Más
allá de la península, un personaje vestido
como Don Quijote también participó en
el desfile con que se recibió en Heidelberg a Federico V, elector del Palatinado, y a su esposa Isabel de Estuardo, hija de Jacobo I de Inglaterra (1613).19
James Iffland, de acuerdo con López
Estrada,20 relaciona estas primeras muestras de recepción del Quijote y su inmediata incorporación a la cultura festiva al
hecho de que “ya estaban ahí presentes de
antemano”.21 Por ello, tampoco resulta
extraña la temprana apropiación de dichas figuras por parte de las comunidades
virreinales. Son dos las muestras de las
que tenemos noticia: los festejos que don
Pedro de Salamanca organizó en el campo minero de Pausa para conmemorar el
nombramiento del marqués de Montesclaros como nuevo virrey de Perú (1607)
constaban de una mascarada en la que
don Luis de Gálvez representaba el papel
de Don Quijote, y, en la Nueva España,
18
Extraemos los datos de Francisco Rodríguez Marín, El Quijote y don Quijote en
América, Madrid, Librería de los Sucesores
de Hernando, 1911, pp. 50-68.
19 Leonard, op. cit., p. 244.
20 Francisco López Estrada, “Fiestas y literatura en los siglos de oro: la edad media
como asunto festivo”, Bulletin Hispanique
(84, 1982), pp. 291-327.
21 Iffland, op. cit., p. 55.
número 409, enero 2005
a
hizo una máscara que el gremio de la platería de México compuesta por Juan Rodríguez Abril, en honor de la beatificación de san Isidro (1621).
En este sentido, es interesante ver que
el trasvase de fondo que permite la inmediata incorporación de los personajes literarios en el espacio festivo virreinal, se
confirma en el momento previo de lectura, cuando al examinar las listas de los libros embarcados hacia América “los libreros y lectores del Quijote solían enmendar
la plana a Cervantes, al par que el título a
su obra llamándola Don Quijote y Sancho
Panza”.22 De este modo, puede confirmarse que dichos tipos ya existían de antemano en la cultura festiva popular y resultan plenamente identificables, según la
“relación agonal entre una figura asociada
con los desenfrenados excesos de Carnaval y otra representante del ascetismo,
siendo el arquetipo, tal vez, la lucha entre
don Carnal y doña Cuaresma”.23
Tras apuntar los factores que enmarcan la apropiación festiva del Quijote y
de sus protagonistas, nos centraremos en
el ritual festivo de la mascarada que tuvo
lugar en la ciudad de México para conmemorar la beatificación de san Isidro.
Para empezar, debemos notar una curiosidad a propósito de la circunstancia que
motiva la primera aparición pública de
los personajes cervantinos en la Nueva
España, ya que, recordemos, fue precisamente Lope de Vega, uno de los enemigos declarados de Cervantes, quien en
Madrid organizó todo el boato festivo alrededor de la beatificación (1620) y posterior canonización (1622) de san Isidro.
La mascarada estaba encabezada por
la Fama, a quien seguía un “bizarro labrador” y “Delante de sí, por grandeza y
ornato, todos los caballeros andantes autores de los libros de caballerías, Don
Belianis de Grecia, Palmerín de Oliva, el
caballero del Febo, etc., yendo el último,
como más moderno, Don Quijote de La
Mancha, todos de justillo colorado, con
lanzas, rodelas y cascos, en caballos famosos; y en dos camellos Mélia la Encantadora y Urganda la Desconocida, y
en dos avestruces los Enanos Encantados, Ardian y Bucendo, y últimamente a
Sancho Panza, y doña Dulcinea del Toboso, que a rostros descubiertos, lo representaban dos hombres graciosos, de
los más fieros rostros y ridículos trajes
22
23
Rodríguez Marín, op. cit., pp. 34-35.
Iffland, op. cit., p. 76.
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que se han visto: llevaba por todos cuarenta hombres.”24
Destaca, en primer lugar, la presencia
de todo el plantel de caballeros andantes
que han inspirado las más famosas novelas
de caballerías precedidos por la alegórica
figura de la Fama, “en un caballo blanco
con vestidura de tela rosada y tocado vistoso, de donde pendía un velo de plata,
cuya caída paraba sobre las ancas del caballo, con muy volantes alas de varias plumas y sonora trompa en los labios”. El
efecto risible de la descripción del cortejo
reside en la inversión simbólica de lo que
debería ser un desfile de figuras honorables. Según lo establecido por Ripa en su
Iconología, la Fama es una “Mujer vestida
con sutil y sucinto velo, puesto de través y
recogido a media pierna, que aparece corriendo con ligereza. Tiene dos grandes
alas, yendo toda emplumada, poniéndose
por todos los lados tantos ojos como plumas tiene, y junto a ellos otras tantas bocas y otras muchas orejas. Sostendrá con
la diestra una trompa.”.25
La particular semiótica carnavalesca
convierte la sutileza visual del sucinto velo en un ostentoso y vistoso tocado. Coinciden ambas en la proliferación de plumas, aunque es curioso notar como la
media pierna que Ripa utiliza como medida del vestido, pasa a ser en la Relación
las ancas del caballo. Cambian los elementos referenciales, al igual que la disposición de la trompa, que en la mascarada
se desplaza de la mano a la boca.
El desfile se completa con la nómina
de caballeros inmortalizados en sus respectivas novelas. Lo risible es que en último lugar, “como más moderno”, aparezca Don Quijote, un personaje cuyo
principal efecto cómico reside en el anacronismo que representa al intentar regirse por los modelos feudales, ya superados en el xvii —aunque se entiende, en
sentido estricto, que la modernidad de la
que es depositario en la mascarada reside
en la novedad de la publicación de la novela—. Como colofón, cierra este primer
24
Verdadera relación de una máscara, que los
artífices del gremio de la platería de México y devotos del glorioso San Isidro el labrador de Madrid, hicieron en honra de su gloriosa beatificación.
Compuesta por Juan Rodríguez Abril, platero,
México, por Pedro Gutiérrez, en la calle de
Tacaba, 1621. Citamos por la edición de Rodríguez Marín, op. cit., Apéndices, pp. 30-39.
25 Cesare Ripa, Iconología, Madrid, Akal,
1996, vol. i, pp. 395-396.
cuadro un último segmento, explícita inversión del anterior y compuesto por las
damas, los enanos, Sancho Panza y Dulcinea. De Melia la Encantadora y Urganda la Desconocida tan sólo sabemos que
se presentan en sendos camellos, así como de los enanos Ardian y Bucendo, que
aparecen montados en avestruces. Es en
Sancho Panza y en Dulcinea donde recae
el énfasis cómico de todo este tramo inicial, ya que ambos, sin distinciones, estaban representados por dos hombres graciosos, con rostros fieros y trajes ridículos. La
explícita alusión a su carácter gracioso,
nos remite, sin duda, no sólo a su estampa sino también a los ademanes que exhibirían en el desfile, completada por la ridiculez de sus trajes. El hecho de que se
equiparen actorialmente Sancho Panza y
Dulcinea explota una de las máximas inversiones del registro carnavalesco, el travestismo y nos recuerda lo risible del pasaje cervantino en el que “el cura se vestirá en ‘hábito de doncella errante’ y el
barbero, como su escudero” (i, 27).26
Así, pues, el séquito que sigue a la Fama propicia un desfile ridículo en el que
Don Quijote es su exponente más novedoso y Dulcinea, su correlato femenino,
aparece como digna acompañante del
caballero. La ascensión de lo bajo a lo alto es el lema que preside el festejo por la
beatificación de un santo labrador como
patrón oficial de la corte madrileña, como la coronación carnavalesca del primer capítulo de la novela en el que
Alonso Quijano se autoproclama don y
caballero andante, y decide inventar un
nombre que suene como de “princesa y
gran señora” para una joven labradora.27
No cabe duda de que la incorporación de los personajes cervantinos al ritual festivo de la mascarada configura,
junto a la lectura en la intimidad y la lectura socializada, otra forma que trasciende su connotación literaria inicial.28
Se determina así la apropiación del texto y de sus personajes por parte de los
estratos populares, al mismo tiempo que
declara la recepción lúdica del texto desde sus inicios.
a
26
Cf. Iffland, op. cit., p. 92.
Ibid., pp. 62-63.
28 Como afirma López Estrada, “Los testimonios que ponen de manifiesto que la lectura del Quijote o su recuerdo suscita en sus
primeros lectores indican que éste era risueño, y que el libro había sido acogido con un
regocijo paralelo al que ponen de manifiesto
las Relaciones de fiestas”, art. cit., 319.
27
la Gaceta 17
a
Cervantes, genial productor de libros
a
Beatriz Mariscal Hay
Los libros son uno de los ingredientes
fundamentales del Quijote: causa
eficaz de su locura, son guía y
referencia permanente de las andanzas
del manchego. Y es que Cervantes
era un amante del papel impreso,
una víctima de sus veleidades, lo
mismo en el éxito que en el fracaso.
Acompañemos a la autora de este
ensayo en la exploración del tema de
la lectura en la obra de Cervantes
Miguel de Cervantes no pudo predecir
el éxito editorial de El ingenioso hidalgo
don Quijote de La Mancha, el libro que, en
tanto “hijo de su entendimiento, debiera
ser el más hermoso, el más gallardo y
más discreto”, pero que, “al haber sido
engendrado por su mal cultivado ingenio”, sólo podría ser “seco, avellanado,
antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno”
(Quijote, i).1 Estas palabras del prólogo a
su genial obra, que cumplían con la
acostumbrada declaración de modestia y
solicitud de la benevolencia del lector,
tienen el sello de ironía de su autor, al
reclamar para el libro “seco y avellanado”, lo mismo ingenio —variedad— que
originalidad, dos cualidades literarias
con las que pretendía alcanzar fama y retribución económica.
El ingenioso hidalgo don Quijote de La
Mancha, como bien sabemos, sería impreso, reimpreso, traducido, imitado y
plagiado, además de dar a su autor fama y
recursos económicos; pero no los que él
esperaba, a juzgar por lo que nos dice en
la segunda parte del Quijote, al igual que
en casi todas sus obras escritas después de
1605. La culpa de esa injusta retribución
a su obra era resultado no de la falta de
apreciación de sus lectores, sino de características propias de esa recién consolidada manera de hacer llegar al lector sus
creaciones literarias: el libro impreso.
1
Todas las citas de esta obra están tomadas de la edición de Luis Andrés Murillo de
El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha,
2 vols., Madrid, Castalia, 1978. Señalo entre
paréntesis el número de tomo y de capítulo.
18 la Gaceta
A pesar de no haber escrito tratados o
manuales sobre literatura, Cervantes,
según ha sido demostrado ampliamente,2 dejó en sus obras constancia de sus
ideas sobre la literatura que le tocaba en
herencia, lo mismo que sobre el quehacer literario de su momento, una actividad profesional influida irremediablemente por la imprenta. En sus observaciones sobre la transformación de la
sociedad que había propiciado la invención de la imprenta, Marshall McLuhan
incluyó precisamente al Quijote como un
ejemplo de la “confrontación” de su autor con el “hombre tipográfico”.3 La reproducción masiva de textos de todo tipo que trajo consigo la revolución gutemberguiana hacía posible una lectura
desmedida de libros como la que llevó al
hidalgo manchego a perder la razón. Sin
embargo, como lo señala James Iffland,
a pesar de que la pérdida de la razón de
Don Quijote está relacionada con la posibilidad que tiene el pobre hidalgo de
leer en forma excesiva gracias al abaratamiento del libro que permitió la imCuando Cervantes comprobó que
su obra había llegado y llegaría a
innumerables lectores, concentró
en los libreros sus sentimientos
de injusticia por la retribución que
recibió por su labor creativa
prenta, el Quijote no es solamente la historia de un loco lector de libros; es una
obra que nos ofrece numerosas reflexiones sobre otros aspectos de lo que trajo
consigo la “Galaxia Gutenberg”.4
No es mi interés hacer aquí un catálogo de las numerosas instancias en que
el libro y la lectura son tema y motivo de
reflexión en el Quijote, un asunto al que
se han dedicado importantes estudios
como el ya mencionado de Iffland, sino
comentar brevemente sobre esa peculiar
manera de Cervantes de novelar la realidad por medio de observaciones sobre
su muy personal experiencia como productor de libros y sobre los efectos de la
imprenta en el quehacer literario.
En primer lugar hago referencia al
tratamiento que da Cervantes a los efectos de la imprenta sobre la literatura tradicional que aún en su tiempo se transmitía bien en forma impresa, bien por
vía oral, ya que además de utilizar extensivamente romances en su obra, algunos
provenientes de fuentes impresas y otros
a todas luces de tradición oral, en el Quijote noveliza los efectos de la imprenta
en el proceso de re-creación de la literatura de tradición oral.5 Tomo como
ejemplo el episodio de la cueva de Montesinos (ii, 22-24), estudiado por la crítica desde las ópticas más diversas.6 Don
Quijote llega a cueva de Montesinos en
la cúspide de su carrera como caballero
andante: ha pasado de ser el Caballero
de la Triste Figura, héroe de hazañas a
menudo fallidas, a ser nada menos que
el Caballero de los Leones. Al igual que el
Cid Campeador, héroe por antonomasia, su valor ha sido probado frente a las
fieras que otros de mayor alcurnia pero
menor valentía mantienen enjauladas, y
además ha vencido en combate singular
al Caballero de los Espejos. Convertido
en héroe de hazañas verdaderas y no de
meras criaturas de su imaginación, antes
de adentrarse en la cueva se detiene en el
oasis adonde se celebra la lujosa boda de
5
2
Baste como referencia el trabajo de Edward C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1966.
3 Marshall McLuhan, The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographical Man, Toronto, Toronto University Press, 1962, p.
213.
4 “Don Quijote dentro de la ‘Galaxia Gutenberg’” (Reflexiones sobre Cervantes y la
cultura tipográfica), Journal of Hispanic Philology, 14 (1989: 23-41).
En el Quijote i, capítulos 25 y 26, Cervantes juega, por ejemplo, con la variación
propia de la tradición oral cuando Sancho altera de manera natural los dichos populares
y el contenido de la carta de Don Quijote a
Dulcinea.
6 Véanse además del artículo de Bernat
Vistarini supra nota 4; Aurora Egido, Cervantes y las puertas del sueño, Barcelona, ppu,
1994; Ramón Menéndez Pidal, “Cervantes y
Góngora”, en España y su historia, ii, Madrid,
1957.
número 409, enero 2005
a
unos labradores, la cual da lugar a una
hazaña más del caballero andante, que
defiende con su lanza y con su verbo la
causa de Basilio, pobre pero agraciado
pastor enamorado de la bella Quiteria, a
quien sus padres pretenden casar con el
rico Camacho. Gracias a su intervención, los enamorados pueden casarse y
El Caballero de los Leones recibe el reconocimiento de todos los presentes que
lo declaran nada menos que “Cid en las
armas y Cicerón en la elocuencia” (ii,
20-21).
Para enfrentarse con sus modelos,
Don Quijote ha cumplido con una verdadera trayectoria heroica. Se ha ido
transformando y adaptando a las necesidades de su circunstancia de la misma
manera como se habían ido transformando y adaptando, de acuerdo con el
proceso propio de la transmisión oral,
los temas romancísticos que habían dado
vida a los héroes con los que se topa en
la cueva de Montesinos. En este episodio, Cervantes hace burla de los personajes y hazañas admirados por Don
Quijote, volviendo ridículo el envío del
corazón del caballero moribundo a su
amada, algo que también había hecho
Góngora en su romance paródico “Diez
años vivió Belerma”,7 y nos muestra cómo los héroes que habían inspirado al
Caballero de los Leones, Durandarte y
Montesinos, y sus hazañas que antaño
habían podido correr libremente de boca en boca, adquiriendo actualidad en el
trayecto, se encontraban ya tan amojamados por la imprenta como el corazón
con el que tristemente deambula Belerma por su cueva.
Al quitarle la imprenta lo efímero al
texto literario que se transmitía por vía
oral, eliminaba su capacidad de irse
adaptando de forma paulatina pero
irreversible a la siempre dinámica realidad social. De ahí que a pesar de la vigencia que podía tener la literatura de
tradición oral para Cervantes, en su
obra hay conciencia de que cuando un
texto está destinado a la imprenta, a su
receptor ya no le corresponde enmendarlo o añadirle lo que quisiere, si “bien
trobar sopiere”, como había propuesto
el Arcipreste de Hita al final de su obra.
En este episodio de la vida de nuestro
héroe Cervantes se apropia y aprovecha
7
Luis de Góngora, Romances, edición crítica de Antonio Carreira, Barcelona, Quaderns Crema, 1998, i, pp. 257-267.
número 409, enero 2005
a
bien conocidos textos tradicionales, y
nos hace partícipes de los efectos que
puede tener la imprenta sobre ellos antes de proceder a explicarnos cómo
funciona una imprenta, la de Barcelona, en la que se presenta Don Quijote.
Deja muy claro cómo veía esa conversión de la literatura en mercancía, cómo su producción y distribución eliminaba al receptor como recreador y lo
convertía en mero consumidor, dejando
al autor sólo una fracción del beneficio
que producía.
En su obra postrera, Los trabajos de
Persiles y Sigismunda, aparece un episodio de fuerte carga biográfica que nos
pone en evidencia esa visión de Cervantes frente a lo que él veía como desventaja de su calidad de autor frente a quienes comercializaban sus libros. El prota-
gonista es un “gallardo peregrino español” cargado de escribanías sobre un
brazo y un cartapacio en la mano (Persiles iv, 1-2).8 El peregrino está vestido
como tal, y cumple además con la obligación de pedir limosna. Pero hasta ahí
su calidad de peregrino: ni va a Roma
por razones piadosas, ni lo que pide es
propiamente limosna, sino “algún dicho
agudo o sentencia que lo parezca”, para
preparar una Flor de aforismos peregrinos,
un tipo de libro que gozaba de grandes
éxitos editoriales en tiempos de Cervantes. La novedad que reclama el peregrino para el suyo es que solicita su mate8
Todas las citas del Persiles provienen de
la edición de Juan Bautista Avalle Arce, Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Madrid, Castalia, 1992.
la Gaceta 19
a
rial a fuer de limosna. Es un hombre
que, al igual que Cervantes, ha dedicado
algunos años de su vida al ejercicio de la
guerra y otros, los más maduros, al de
las letras. En ambos campos ha logrado
destacar: “En […] la guerra he alcanzado algún buen nombre, y por […] las letras, he sido algún tanto estimado”. Sus
libros, agrega, “de los ignorantes non
[son] condenados por malos, ninguno de
los discretos han dejado de ser tenidos
por buenos”.
Un hombre, en suma, tan “curioso”
como el propio Cervantes, que se autorretrata en el prólogo de las Novelas
ejemplares como soldado que había participado en la batalla naval de Lepanto y
como autor de La Galatea, Don Quijote de
La Mancha y el Viage del Parnaso, y que
al llegar a esta etapa final de su vida se
considera a sí mismo como un aguerrido
Marte que tiene la otra mitad del alma
dominada por Mercurio, ideal del hombre maduro y por tanto símbolo de la
cordura y de la prudencia. Dios que en
el Viage del Parnaso, en su calidad de
“mensajero de los fingidos dioses” se encarga de seleccionar a los poetas, arrojando al mar a los “poetas de gramalla”,
y por Apolo, protector de la poesía y de
los buenos poetas, quien, en tanto profeta conocedor nada menos que de la voluntad de Zeus, su padre, le ha dado a
Cervantes “aquel instinto sobrehumano
/ que de raro inventor tu pecho encierra”.9
Pero a pesar de esos logros, que lo
habían hecho mostrarse con “alegres
ojos” en el mencionado retrato de las
Novelas ejemplares,10 se acerca al final de
su vida padeciendo “necesidad”, la cual,
si bien sirve para avivar su ingenio “con
su no se qué de fantástico e inventivo”,
no le permite olvidar el mezquino pago
que ha recibido tanto por una actividad
como por otra. Es por ello que antes de
poner punto final a su Persiles, obra de la
que tanto esperaba, Cervantes crea este
personaje “oportunista”, que pretende
medrar con el esfuerzo de los demás, y
9
Las citas provienen de la edición de
Elías L. Rivers, Miguel de Cervantes, Viage
del Parnaso y otras poesías, Madrid, Espasa
Calpe, 1991.
10 Cf. Germán Orduna, “Cervantes autor, el de los alegres ojos”, en Cervantes en la
víspera de su centenario, Kassel, Reichenberger, 1994, pp. 61-69.
20 la Gaceta
hace una última reflexión sobre la injusta remuneración que recibieron sus esfuerzos como soldado y como productor
de libros.
Como vehículo de sus reflexiones utiliza sentencias y aforismos, esa modalidad discursiva de la que había echado
mano con tanto éxito en el Quijote para
desarrollar la personalidad de Sancho,
en este caso aprovechados más bien por
su carácter doctrinal que como parte
esencial de la caracterización de sus personajes. Lo que pide el peregrino español son “sentencias sacadas de la verdad”, o cuando menos que lo parezcan, a
lo que las mujeres reunidas en el mesón
responden con sentencias que preconizan la honestidad como valor supremo
de la mujer, un tema que se trata a lo largo del relato con la característica dosis
de ironía cervantina, mientras que las
sentencias que proporcionan los hombres tienen que ver con el valor en las
acciones militares.
Es importante señalar que el peregrino que quiere hacer una obra que recoja
las sentencias que le proporcionan otros
tiene, de hecho, poco de “oportunista”,
ya que se trata de material cuya autoría
no era cosa a disputarse. Tanto las sentencias de origen culto como las que
provenían de la tradición, de la boca del
pueblo, podían ser “apropiadas” por
cualquiera; y así tenemos que el propio
marqués de Santillana reconoce que sus
“Proverbios” fueron tomados lo mismo
de Platón que de Aristóteles, Sócrates,
Virgilio, Ovidio y Terencio, a la vez que
señala que ellos mismos “de otros lo tomaron, e los otros de otros, e los otros a
aquellos que por luenga vida e sotil inquisición alcançaron las experiencias e
cabsas de las cosas”.11
No se trata por lo tanto de medrar a
costa de otros, con “trabajo ajeno”; lo
único que no debe hacerse con el saber
tradicional es utilizarlo sin ton ni son,
como lo hace Sancho a menudo provocando la irritación de Don Quijote. Los
que sí obtenían provecho propio por
trabajo ajeno, nos recuerda Cervantes,
eran los libreros que se apropiaban de la
obra de sus creadores. De ellos se queja
aclarando que si bien la imprenta había
multiplicado las posibilidades de lectura
11
Obras de don Ignacio López de Mendoza,
marqués de Santillana, edición de J. Amador
de los Ríos, 1852.
a
de las obras de entretenimiento como
las que habían nacido de su ingenio,12
había traído consigo a los intermediarios
que obtenían los beneficios de la distribución y venta de los libros, dejando al
autor sin control alguno.
Mucho se ha escrito sobre la estrechez con la que parece haber vivido Cervantes toda su vida, a pesar de que sus
recursos, en la época en que está novelando estas reflexiones, no deben haber
sido tan limitados como se podría deducir de sus quejas. Lo que es indudable es
que no le parecían suficientes, algo que
subraya con la selección que hace en el
mencionado capítulo del Persiles de la
sentencia que le proporciona al peregrino español un personaje que no está en
el mesón adonde se encuentran reunidos, Diego Ratos, el “corcovado zapatero de viejo en Tordesillas”: “No desees,
y serás el más rico hombre del mundo”,
que el recopilador de sentencias califica
como la más atinada.
Cuando ya Cervantes ha comprobado que su obra había llegado y llegaría a
innumerables lectores, vuelve su mirada
sobre lo que significaba que la literatura
se integrara en el nuevo orden económico y concentra en los libreros sus sentimientos de injusticia por la retribución
que recibió por su labor creativa, si bien
la mediatización entre autor y lector que
había provocado el advenimiento de la
imprenta incluía no sólo a libreros, sino
a censores e impresores que podían desvirtuar, o inclusive impedir, la impresión
y distribución de una obra, por no hablar de los consabidos patronos a quienes había de acogerse un autor dedicándoles las obras a fin de poder acceder al
público al que estaban destinadas.
La imprenta había de multiplicar extraordinariamente los lectores de la obra
de Cervantes; nuevos y viejos lectores de
sus libros reconocerían el genio de quien
se atrevía a decir inequívocamente: “Yo
soy aquel que en la invención excede / a
muchos.” Pero también los alejaba de su
autor, permitía plagios y encumbraba a
escritores que merecían ser destruidos
por los dioses del Parnaso. A él, genial
productor de libros, lo dejaba, al final de
su vida, con fama, pero injustamente sumido en la necesidad.
12
En la “Adjunta” al Parnaso, aclara que
imprime sus comedias para que se entiendan
mejor.
número 409, enero 2005
a
a
El Quijote regiomontano
R. H. Moreno-Durán
Porque el libro es un excelente albergue de otros libros,
el FCE y el ITESM publicaron una obra para, por un lado,
festejar los cuatro siglos de la aparición del Quijote y,
por el otro, dar a conocer el deslumbrante acervo de la
Biblioteca Cervantina. Además de reseñar aquí ese
volumen, el novelista colombiano nos ofrece una
personalísima radiografía de las obsesiones bibliográficas
que puede despertar el Caballero de la Triste Figura
Cuando el cura y el barbero se dedicaron a expurgar entre los
títulos de la biblioteca de Don Quijote con el fin de determinar qué obras habían sido las causantes de la locura del hidalgo, jamás imaginaron que su “donoso escrutinio” habría de dar
origen a una versátil catalogación bibliográfica, que se extiende desde los albores del siglo xvii hasta nuestros días. ¿Cuántas ediciones del libro que narra ese escrutinio se han hecho,
desde la primera edición de 1605? ¿En cuántas lenguas extranjeras han circulado durante cuatro siglos las aventuras del Caballero de La Mancha? Ese inicial sondeo —que en realidad
fue un abierto caso de censura—, llevado a cabo por aparentes
razones terapéuticas por el cura y el barbero, y que pertenece
a los dominios de la ficción, se ha perpetuado también en otros
ámbitos, como lo demuestra —para señalar sólo un ejemplo—
Jorge Luis Borges en su cuento “El Congreso”, que forma parte de El libro de arena. En dicho texto, Alejandro Glencoe, un
potentado culto, sensitivo, amante del Quijote, calcula que en
todas las lenguas y épocas se han hecho aproximadamente tres
mil ediciones de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. La
enorme riqueza de Glencoe le ha permitido reunir una considerable cantidad de esas ediciones pero, ante la sorpresa de sus
invitados al congreso que patrocina, emula al cura y al barbero
y echa a la hoguera su valiosa colección. ¿Por qué lo hace?
¿Cree acaso que la imposibilidad de adquirir las ediciones
completas del Quijote convierten el suyo en un esfuerzo absurdo, por lo cual renuncia a sus intenciones iniciales y suscribe
con fuego el ejemplo de los primeros censores? No muy lejos
de este precedente —afortunadamente ficticio— se encuentran
las incidencias que Umberto Eco registra en El nombre de la
rosa cuando el bibliotecario Jorge de Burgos —eminente sosías
de Jorge Luis Borges— incendia la prodigiosa biblioteca de la
abadía a la que ha consagrado su vida.
Felizmente, son más los devotos coleccionistas que prefieren guardar y legar a la posteridad sus bibliotecas, así estén incompletas, antes que condenarlas al fuego en un gesto tan prepotente como fatuo. Y uno de esos coleccionistas —ya en el terreno de la vida real— fue el empresario mexicano Carlos
Prieto, quien en 1953 donó su colección de ediciones del Quijote al Instituto Tecnológico de Monterrey, en Nuevo León, y
que fue el origen de la célebre y bien surtida Biblioteca Cervantina. Inicialmente, hubo un primer catálogo —el Catálogo
abreviado, publicado en 1965— que daba noticia sobre 500
ejemplares en torno a la obra de Cervantes y que por diversas
número 409, enero 2005
razones no alcanzó a brindar una mayor difusión sobre el tesoro de los fondos de la colección. Hoy, a propósito de los cuatrocientos años de la publicación del Quijote, una edición conjunta del Instituto Tecnológico de Monterrey y el Fondo de
Cultura Económica ofrece un minucioso registro del acervo
bibliográfico cervantino, tal vez único en el ámbito de nuestra
lengua. Los fondos llegan a una audiencia mucho más amplia
que la de cuarenta años atrás y reproducen no sólo los ejemplares más exóticos o desconocidos de las ediciones del Quijote sino, también, el casi desaparecido Catálogo abreviado de 1965.
Gracias a la labor paciente de Blanca López de Mariscal, el catálogo creció y adquirió forma ejemplar en el volumen titulado Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. Colección de Quijotes
de la Biblioteca Cervantina y cuatro estudios. Los cuatro estudios
están escritos por Aurora Egido (“Los discretos prólogos del
Quijote”), Agustín Redondo (“En busca del Quijote. El problema de los afectos”), Guillermo Serés (“La defensa cervantina
de la lectura”) y Beatriz Mariscal Hay (“Cervantes, genial productor de libros”). La introducción (“El Quijote, un acercamiento a las formas de apropiación”) está suscrita por Blanca
la Gaceta 21
a
a
López de Mariscal y Judith Farré. También hay textos prelimique Carlos Prieto donó al Tecnológico de Monterrey. Pero el
nares de Rafael Rangel Sostmann y Ricardo Elizondo Elizonproceso abre nuevos caminos de mercadeo: al tamaño cómodo
do. Por último, se reproduce el citado Catálogo abreviado de
del libro se agrega el “descubrimiento catalán” de las ediciones
1965, por Andrés Estrada Jasso.
económicas y de fácil manejo, lo que constituye un éxito editoCuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo es algo más que un
rial. Obviamente, el bajo precio para una mayor demanda conbello catálogo. Es, sobre todo, una valoración crítica sobre la
lleva el “sacrificio” de la calidad del papel y la impresión. No
evolución bibliográfica del Quijote, con valiosa información soobstante esta democratización editorial, se impone en círculos
bre aspectos que los cervantistas suelen dejar de lado y que a la
privilegiados una nueva tendencia: cuidadosas ediciones de lupostre son tan importantes como el más juicioso de los análijo que para orgullo de sus poseedores, refinados lectores privasis. El creciente proceso editorial arroja luz sobre la recepción
dos, dan lustre a sus exigentes bibliotecas. Un ejemplo de este
que la novela de Cervantes tiene no sólo
exclusivo concepto es la edición que lanSon más los devotos coleccionistas
en el mundo hispánico sino, también, en
za la Academia Española: cuatro volúque prefieren guardar y legar a la
los dominios de las más exóticas lenguas
menes en folio menor, en papel especial
posteridad sus bibliotecas, así estén
y culturas. La proliferación de ediciones
y tipos muy bien cuidados. Además, esta
incompletas, antes que condenarlas
corre pareja con la diversidad de traducedición de 1787 incluía estudios sobre la
al fuego en un gesto tan prepotente
ciones, por lo que la popularización del
Vida del autor, así como un Análisis del
como fatuo
libro es paralela a la universalidad de su
Quijote, un Plan cronológico de la novela y
contenido. No debe por ello sorprender
un mapa con el itinerario del protagoel hecho de que si en el siglo xvii se identifican 28 ediciones del
nista, amén de “un impresionante equipo de dibujantes y graQuijote, salidas de las prensas de Madrid, Lisboa, Valencia, Barbadores”. El editor fue Joaquín Ibarra, quien hizo además una
celona, Bruselas, Amberes y La Haya, en el siglo xviii la cifra
edición crítica del texto, “comparando las ediciones más conaumente y el mapa lingüístico se ensanche con ediciones franfiables con las de 1605 y 1608, y consignando las variantes al ficesas, italianas, alemanas, rusas y, sobre todo, inglesas, entre las
nal de cada volumen”. La colección de estos libros, que más
más conocidas.
que para ser leídos se adquirían para ser admirados, hizo carrePero más allá de la creciente contabilidad y de la somera
ra durante el barroco, con lo que las bibliotecas privadas lujodescripción de la evolución editorial (forma del libro, tamaño
sas pasaron a engrosar el estatus social de sus propietarios.
e ilustraciones del volumen, tipografía y material empleados),
En cualquier caso, y más allá de la historia editorial del Quicaben inteligentes reflexiones sobre la relación entre libro y
jote y de los ejemplares que nos han legado los coleccionistas,
hábitos de lectura. Por ejemplo, entre los siglos xvi y xviii la
se imponen algunas consideraciones sobre la génesis misma del
lectura hace un tránsito fundamental: se convierte en una labor
máximo libro de nuestra lengua. Para comenzar, existe un masolitaria, individual, en detrimento de la lectura oral y colectilentendido en lo que a la fecha de edición se refiere, pues aunva, que privaba en una época en la que la lectura era predomique el libro se divulgó en 1605 su edición tuvo lugar en el senio de unos cuantos. Poco a poco el lector se individualiza y
gundo semestre de 1604. Llama la atención una carta de Lope
con este cambio de hábitos el libro se acomoda a sus necesidade Vega, fechada el 4 de agosto de 1604, y donde se lee: “De
des y caprichos: disminuye de tamaño para poder ser llevado
los poetas que hay en ciernes para el año que viene”, o “ninguen la faltriquera y ser leído en paseos o donde el ocio sorprenno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a Don
da a su propietario. La “privatización” de la práctica de la lecQuijote”. ¿Cómo supo Lope de Vega de la existencia de un litura es indiscutiblemente una de las principales evoluciones
bro cuya circulación y fama tuvo lugar sólo seis meses más tarculturales de la modernidad, tal como lo muestra Roger Charde? Es lógico suponer que hacia agosto de 1604 el original del
tier, citado por López de Mariscal y Farré. Leer en voz baja se
Quijote no sólo existía sino que ya había sido leído y alabado
convierte en un privilegio de la individualidad y signo inequípor esos “necios” a quienes peyorativamente se refiere Lope. A
voco de cultura propia. Y el Quijote es el termómetro de esa
finales del verano de 1604 el original fue pasado en limpio por
transición. Si en 1605 comienza a ser leído en voz alta, ante auun amanuense profesional, de acuerdo con las exigencias de los
ditorios amplios, en ventas y tabernas, cien años después se ha
editores (“claridad de escritura y regularidad de las páginas”,
mudado en costumbre privada, y su lectura facilita el proceso
según anota Francisco Rico en la “Historia del texto”, apareciparticular de reflexión: ni más ni menos que la privatización del
da en la edición de Crítica y el Instituto Cervantes, de 1998).
pensamiento ante el texto ajeno. Ya Cervantes hacía referencia,
Una vez revisado por el autor y con las correcciones y adendas
en su prólogo, al “desocupado lector”, al tipo de lectura indihechas, el manuscrito del amanuense pasó al Consejo de Casvidual, proceso que hacia el siglo xviii crece, desplazando al
tilla donde unos censores lo leyeron, tras lo cual dieron la lilector social y colectivo, que animaba las veladas de un público
cencia indispensable para su publicación. El escribano Juan
ágrafo o ávido de sensaciones comunes.
Gallo de Andrada rubricó el texto página por página y el secreLos nuevos lectores inspiran en los editores volúmenes en
tario Juan de Amézqueta despachó el privilegio el 26 de sepformato pequeño, introducidos en España por Juan de Jolís y
tiembre de 1604. Y desde ese día hasta el 1 de diciembre, el
Quijote es armado en la imprenta en un tiempo récord para un
popularizados posteriormente por Juan Martín, según recuertotal de 664 páginas, en 83 pliegos en cuarto. El librero Frandan los editores mexicanos de los Cuatrocientos años del Ingeniocisco de Robles hizo un tiraje de entre 1 500 y 1 750 ejemplaso Hidalgo: “Se trata de las ediciones llamadas de faltriquera,
res y el 1 de diciembre Francisco Murcia de la Llana firmó la
formados por cuatro pequeños tomos en octavo, de no más de
certificación “Testimonio de las erratas”. En definitiva, conje15 × 10 centímetros ‘para mayor comodidad’, como indica el
tura Rico, “el Quijote debió de leerse en Valladolid para la noeditor en la portada, y además ilustrados con tacos de madera.”
chebuena de 1604, mientras los madrileños posiblemente no le
Ejemplares de esta evolución editorial aparecen en la colección
22 la Gaceta
número 409, enero 2005
a
hincaron el diente sino hasta Reyes de
1605”. ¿Por qué se leyó primero en Valladolid? Porque Cervantes se encontraba por esas fechas en la ciudad del Pisuerga, a donde Felipe III había vuelto a
trasladar la corte entre los años 1600 y
1606.
La carrera editorial del Quijote se
precipita. El 26 de febrero de 1605 Jorge Rodríguez obtuvo privilegio del Santo Oficio para la edición de Lisboa, a la
que siguió otra, en la misma ciudad, el
27 de marzo, a cargo de Pedro Crasbeeck. También en marzo Francisco de
Robles pone en circulación la segunda
edición española, en la que según parece Cervantes corrigió algunos de los
centenares de erratas que aparecen en la
editio princeps e intercaló los dos fragmentos que intentan “arreglar” anécdotas como la del robo del asno de Sancho.
Una nueva edición se publica en Valencia en julio de 1605, a cargo de Francisco Mey, que reproduce la segunda española con todos sus deno es menos apasionante. Pese a la prohibición de imprimir en
fectos. No obstante, en 1607 se le hace justicia al Quijote. Con
las Indias “libros de romance de historias vanas o de profaniacertado criterio se ha señalado que fuera de Madrid la gema
dad”, muchos ejemplares llegaron en las naos españolas a los
de los Quijotes tempranos es sin duda el salido de las prensas de
rincones más apartados del Nuevo Mundo. Francisco RodríRoger Velpius “en Brusselas […] en l’Aguila de oro, cerca de
guez Marín, en El Quijote en América, calcula que en 1605, el
Palacio, Año 1607. La pulcritud de la tipografía y del papel,
“mismo año de la publicación de la primera parte pasaron a
largamente por encima de los usos españoles, va unida a un esAmérica, como mínimo, unos mil quinientos ejemplares del
mero verdaderamente excepcional, sin paralelo hasta 1738, en
Quijote”. De la circulación y destino de esas tempranas ediciola preparación del texto. El corrector lo leyó con cien ojos…”
nes poco o nada se sabe. En cambio, sí es posible determinar
Muy significativamente, estas dos ediciones tan alabadas foren qué lugar de América se editó por primera vez el Quijote.
man parte de la donación que Carlos Prieto hizo al TecnológiFue en México, en 1833, con notas de Juan Antonio Pellicer y
co de Monterrey, lo cual da idea acerca del fino criterio del coun análisis de la obra por Vicente de los Ríos. Lo más curioso
—y significativo— es constatar que México fue la capital del
leccionista. De la edición de 1738, salida en Londres de la imQuijote en América durante todo el siglo xix y comienzos del xx
prenta de J. y R. Tonson, leemos en el libro publicado por el
y así lo muestra el Catálogo abreviado, de la Colección CervanTecnológico y el Fondo de Cultura Económica que, sin lugar
tina de Carlos Prieto. Después de la mencionada edición de
a dudas, ésa es “la edición más valiosa y cuidada de todas las
1833, México registra otras ediciones: la de 1842, en la imhasta ahora vistas. Durante los cuatro años previos a su publiprenta de Ignacio Cumplido; la de 1852-1853, de Simón Blancación, Lord John Charteret encargó los 68 grabados, casi toquel; la de 1868, por La Opinión Naciodos a Vanderbank; en 1736 solicitó a
El creciente proceso editorial arroja
nal; la de 1900, por los Talleres de TipoGregorio Mayans escribir la Vida de Cerluz sobre la recepción que la novela
grafía y Grabados de El Mundo, y la de
vantes (que pronto entraría también en
de Cervantes tiene no sólo en el
1909 por Publicaciones Herrerías. Sólo
las ediciones madrileñas), mientras que
mundo hispánico sino, también,
en 1936 se rompe la hegemonía mexicala preparación del texto se encargó a Peen los dominios de las más exóticas
na del Quijote, con la edición argentina
dro Pineda, que se basó en la de Momlenguas y culturas. La proliferación
de Tor, en su colección Obras Famosas.
marte de 1662. Dicha edición la cotejó
de ediciones corre pareja con
Visto lo anterior, para nada sorprencon las tres ediciones bruselenses del Inla diversidad de traducciones,
de que el culto de México por el Quijote
genioso hidalgo (1607, 1611 y 1617) y con
por lo que la popularización del
sea ratificado y consagrado por el exel más antiguo Ingenioso caballero
libro es paralela a la universalidad
traordinario legado que Carlos Prieto le
(1616)”. Baste señalar que dicha edición
de su contenido
hizo, no sólo a su país, sino también al
fue considerada a partir de entonces “un
continente americano. Y no debemos
alarde de impresión y, además, un moolvidar que en 1590 el propio Miguel de Cervantes pidió al rey
numento erudito”.
un puesto administrativo en las Indias, desolado por la miseria
En cuanto a la segunda parte del Quijote, el privilegio está
que lo rodeaba en la península. De no haberle sido negada difechado el 30 de marzo de 1615 y la obra se termina de impricha petición, ¿puede imaginarse alguien cómo habrían sido las
mir el 21 de octubre, con una extensión de 568 páginas y 71
aventuras del Ingenioso Hidalgo por las llanuras y cumbres de
pliegos. Un año más tarde muere Miguel de Cervantes. En lo
nuestro continente?
que respecta a la circulación del Quijote en América la historia
número 409, enero 2005
la Gaceta 23
a
a
La Biblioteca Cervantina del
Tecnológico de Monterrey
a
Ricardo Elizondo Elizondo
Carlos Prieto se le dio trato particular, fue colocado en sitio preferente y, aunque catalogado y clasificado conforme a las normas
comunes, materialmente fue distinguido. Así continúa hasta el
momento. Esto que ahora presentamos es un resumen del contenido de la donación Prieto, descripción breve si la comparamos con el catálogo íntegro de la colección Cervantes, que ocupa poco menos de centena y media de páginas. Cabe aclarar, sin
embargo, que la suma de los libros cervantistas es pequeña, ya
que juntos todos no llegan a dos mil, pocos si los confrontamos
con los ciento sesenta mil que conforman el resto de la Biblioteca Cervantina, que incluye todas las donaciones; sin embargo, la
Los orígenes de la Colección Cervantes
metáfora que los une, el sentido que les dio haber sido regalados
específicamente para recordar que la materialidad, por imporEn 1954, a poco más de diez años de haber sido fundando, el
tante y suficiente que sea, o parezca, no es bastante para el homInstituto Tecnológico de Monterrey puso en operación un edibre, ha colocado a la colección de libros de Cervantes en un sificio complejo, con diversos destinos: el actual edificio de la
tio destacado dentro de los aprecios institucionales.
Rectoría del Sistema. Al inmueble, de clásico perfil, aunque
Al donar su colección, don Carlos Prieto dijo —palabras más,
austero, le fue diseñado un suntuoso mural para que luciera en
palabras menos— que una de las razones que lo movieron a resu frente. Con el paso de los años y por muchas razones, edifigalar sus valiosos libros al Tecnológico de Monterrey era su
cio y mural devinieron en una suerte de corazón y cerebro a un
preocupación por que la enseñanza de la ciencia y la técnica
tiempo. El proyecto primigenio para ese edificio contemplaba
quedara enmarcada siempre dentro del campo general de las huque el segundo nivel, al frente, fuera ocupado por la Sala Mamanidades. En otros términos, que el idealismo y la bondad huyor; que el cuarto piso, y algunas áreas de la sección del fondo,
manística de Alonso Quijano, el Quijote, siguiera acompañando
fueran centros administrativos y académicos; y, lo mas impor—¿guiando?— al realismo y la practicidad de Sancho Panza.
tante, que el sótano, el primer nivel y parte del tercero funcioLa Colección Cervantes está compuesta de las siguientes
naran como biblioteca, su cometido principal. El edificio fue
secciones: i] Obras de Cervantes; ii.a] Fuentes, adaptaciones y
inaugurado por el entonces presidente de México, Adolfo Ruiz
continuaciones de obras cervantinas, b] Algunos textos inspiraCortínez. A los pocos meses, don Carlos Prieto, destacado emdos en la obra de Cervantes y c] Volúmenes pseudocervantinos;
presario mexicano cuya principal inversión industrial por eniii] Ensayos e investigaciones acerca de Miguel de Cervantes o
tonces constituía el grupo Fundidora Monterrey, donó al Tecsu obra. A su vez, cada una de estas tres secciones se integra por
nológico su colección de libros cervantinos.
otras divisiones y clasificaciones. Veámoslas.
La donación de don Carlos Prieto hiEntre las obras de Cervantes están
Al donar su colección, don Carlos
zo que a su alrededor se aglutinara lo
comprendidas: primeramente la novela
Prieto dijo que una de las razones
que desde hacía algunos años se venía
El ingenioso hidalgo don Quijote de La
que lo movieron a regalar sus
acumulando: el ya para entonces voluMancha, con casi todas las ediciones hevaliosos libros al ITESM era su
minoso acervo de las Colecciones Espechas en castellano, tanto peninsular copreocupación por que la enseñanza
ciales, que no eran sino opulentos y erumo americano, además de muchas de sus
de la ciencia y la técnica quedara
ditos legados de varios de los bibliófilos
traducciones; las llamadas obras menoenmarcada siempre dentro del
más destacados de México, como Pedro
res de Cervantes, compuestas por edicampo general de las humanidades
Robredo, Salvador Ugarte, y G. R. G.
ciones de Poesías y Viaje del Parnaso, TeaConway, y que funcionaba independientro, La Galatea, Novelas ejemplares y Los
temente a la Biblioteca General o Central. Así, con la donación
trabajos de Persiles y Sigismunda; también hay antologías y obras
del señor Prieto, más la estupenda colección sobre Historia y
completas.
Cultura Mexicana perteneciente al resto de las cesiones, se inComo Fuentes, en la segunda sección, están variados libros
tegró una biblioteca con administración especializada, la Bide caballería, las imitaciones y algunos estudios específicos. En
blioteca Miguel de Cervantes Saavedra, localizada desde aquel
Adaptaciones aparecen Quijotes para los niños, para la juvenmomento en el tercer nivel del edificio del mural, y diferente a
tud, para todos, aventuras del Quijote, primeras aventuras del
la administración del resto de las bibliotecas institucionales por
Quijote, resumen sobre Sancho Panza, episodios de la vida del
el especial cuidado que demandaba su acervo.
Quijote, el Quijote como lectura clásica, Sancho Panza goberPor respeto, y por tradición bibliotecaria, al regalo de don
nador y romancero del Quijote, todo esto escrito por uno u otro
Un libro es mucho más que sus palabras: es un objeto
impreso con ciertos tipos, sobre un papel singular,
encuadernado con modestia o suntuosidad. En los
cuatrocientos años que hoy festejamos la misma obra de
Cervantes ha adquirido diversos cuerpos, como puede
ver quien recorra la colección de ejemplares que
describe aquí el director de la regiomontana Biblioteca
Cervantina, legítimo orgullo de la institución que
la recibió como donación
24 la Gaceta
número 409, enero 2005
a
autor, y una y otra vez editados por este y aquel patrocinador.
Además, hay otras tantas adaptaciones de la novela pero ideadas en alemán, checo, francés, inglés e, incluso, una muy rara,
publicada en Madrid y burlesca hasta la médula, en latín macarrónico. Como Continuaciones de la obra de Cervantes están,
por supuesto, varias versiones del famoso plagio de Fernández
de Avellaneda, con traducciones y estudios especiales, pero
también agregados —aunque a veces sean meros pegotes— como la Continuación de la vida de Sancho Panza, Aumentos de la
historia del ingenioso hidalgo Don Quijote, Adiciones a la historia de
Don Quijote, la Nueva salida del valeroso caballero Don Quijote,
Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, La última salida de Don
Quijote o La resurrección de Don Quijote.
Entre las obras inspiradas en temas de Cervantes se conservan varias comedias líricas, cuentos, baladas y hazañas detectivescas del Quijote, más algunos otros trabajos inspirados igualmente en Cervantes, como El profesor Vidriera, Don Quijote con
faldas, Dulcinea —una tragicomedia— y Don Quijote —drama—,
además de otras tantas obras de inspiración cervantina también, pero concebidas en otras lenguas.
Como obras pseudocervantinas están El buscapié, El cachetero del buscapié, La tía fingida, algunas supuestas obras inéditas
para teatro de Cervantes, la Comedia —comedia en el sentido
de obra de teatro— de la soberana virgen de Guadalupe y el testamento de doña Isabel de Saavedra.
En la sección sobre Ensayos e investigaciones acerca de Miguel de Cervantes o su obra hay primeramente una amplia bibliografía con catálogos del contenido de afamadas colecciones
mundiales especializadas en la obra cervantina, luego libros
que rastrean las huellas de Don Quijote o Cervantes, que demarcan los caminos y rutas que siguió, que mencionan los pueblos y aldeas que visitó, que dan cuenta de la iconografía de las
ediciones del Ingenioso Hidalgo e, incluso, que marcan el valor comercial de las obras de Cervantes —aunque sus evaluaciones se desvaloricen irremediablemente—. Están luego los
libros sobre los retratos de Miguel de Cervantes y las historias
gráficas de Cervantes y del Quijote, después obras sobre “el
hombre y su época”, en referencia al propio Cervantes. Entre
las obras inspiradas en la vida de Cervantes hay novelas históricas que toman al escritor como personaje principal, también
Le chien de Cervantés, romanceros y dramatizaciones de la vida
del Manco de Lepanto. Como trabajos y ensayos sobre la obra
cervantina propiamente, aparecen entre los cerca de doscientos títulos varios índices y concordancias, tratados sobre la lengua usada por Cervantes, las influencias árabes en la novela, el
vocabulario de Cervantes, su gramática y algunos diccionarios
basados en su obra. También están los ensayos sobre interpretación y crítica, con textos que analizan exhaustivamente la
obra de Cervantes, además de un nutrido contingente de obras
con homenajes, reseñas, compilaciones de trabajos, sesiones
solemnes, conferencias, álbumes, reportes de jornadas cervantinas, crónicas de encuentros cervantinos, ensayos premiados,
discursos, certámenes poéticos y actas de asambleas cervantistas alrededor del mundo.
Los volúmenes del Quijote
Esto es, descrita rápidamente, la Colección Cervantina del
Tecnológico de Monterrey; cada volumen por separado, y todos en conjunto, como paquete, son obras valiosas y raras. De
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a
entre todos los libros, los más numerosos sin duda alguna son
los volúmenes con la novela del Quijote, la parte más vasta de
la colección. La primera edición que guarda la Biblioteca es de
1607, mientras las más recientes llegan prácticamente hasta las
últimas décadas del siglo xx. La primera parte del Ingenioso hidalgo apareció en 1605, por lo que el Tecnológico cuenta con
un ejemplar impreso sólo dos años después de aquella primera
edición; desde entonces, y siglo tras siglo, las ediciones del
Quijote han continuado saliendo al mercado, bellas algunas,
útiles todas. Enumerar con detalle todos los libros con la novela del Quijote que posee la biblioteca, además de prolijo, sería aburrido; baste decir que los hay impresos en Bruselas, Milán, Madrid, Amberes, Barcelona, Lyon, Londres, La Haya,
Amsterdam, Tarragona, Salisbury, Leipzig, Berlín, París, Burdeos, México, Zaragoza, Nueva York, Sevilla, Argamasilla de
Alba, Valencia, Cádiz, Palencia, La Plata, San Feliu de Guixols,
Buenos Aires, Quedlinburg, Stuttgart, Praga, Francfort, Lieja,
Budapest, Boston, Venecia, Felanitx, Lisboa, San Petersburgo,
Tel Aviv y Tokio. Algunas de estas ciudades, como Nueva York,
París, Madrid, Londres, Amsterdam, Barcelona y México, han
visto a través de casi cuatro siglos varias, por no decir muchas,
ediciones del Quijote.
Las traducciones y las ilustraciones
Como ya dijimos, el principio de la colección de Quijotes lo
marca un ejemplar de 1607; luego, y bastante colmados, hay
infinidad de ediciones para representar con desahogo los siglos xvii, xviii, xix y xx. Los ejemplares que más abundan son
en lengua castellana, pero también los hay en alemán, catalán,
la Gaceta 25
a
checo, francés, hebreo, holandés, húngaro, inglés, italiano, japonés, mallorquín, portugués y ruso. Muchas ediciones tienen
estudios introductorios, críticos o meros comentarios. Los
hay sin una sola imagen, o hechos totalmente a base de imágenes. Respecto de los grabados e ilustraciones hechos especialmente para la novela, cada siglo de los mencionados puede ser estudiado con su estilo, sus características e incluso sus
técnicas de impresión; al fin y al cabo, es fama que la novela
de Cervantes es una de las piezas literarias más ilustradas en la
historia de la humanidad. Entre los Quijotes los hay con láminas a todo color y realizados en todas las técnicas para impresión imaginables; también hay grabados en varias tintas o en
una sola, estampas de trazos fuertes o delicadas viñetas. Prácticamente cualquier paso del Quijote ha sido representado,
hay ilustraciones que van desde antes de que Alonso Quijano
se convierta en Quijote y llegan hasta su
muerte, cuando, para aburrición de todos, vuelve a ser Quijano.
a
folio imperial, cuando excede este tamaño pero no llega al
atlántico; en folio mayor, cuando es superior a la marca ordinaria, y en folio menor, cuando es inferior; en cuarto de folio,
llamado simplemente en cuarto, porque es la cuarta parte de
un papel sellado, y en sus derivados —cuarto mayor, por ser la
cuarta parte de un pliego de papel de marca superior a las usadas en España, y en cuarto menor, por ser inferior a la marca
ordinaria—; también hay en cuarto prolongado, que equivale
a cuarto mayor; luego los hay en octavo, que son la octava parte de un pliego de papel sellado, habiendo en octavo mayor y
octavo menor; a los octavos también se les llama en octavilla;
siguen en dieciseisavo, que son los pequeños, pero los hay aún
más pequeños que el dieciseisavo, verdaderos prodigios de impresión, como el más pequeño del mundo, de una pulgada por
dos, y que aún así es legible a simple vista, lleva grabados y tiene las dos partes en sendos diminutos
volúmenes.
Las encuadernaciones
Los tipos de papel
Una obra tan prestigiada como el QuijoLa novela, además, ha sido impresa en
te no podía dejar de tener empastados
todo tipo de papel, y también en esto,
memorables, algunos de los cuales conscomo con las ilustraciones, uno de los
tituyen verdaderas joyas de marroquinevalores agregados de la Colección Cerría, con broches, lazos, botonaduras,
vantina del Tecnológico bien pudiera
guardaesquinas de metal, grabado proser el muestrario que conlleva tanto de
fundo o ligero, y trabajado al fuego o repapeles y su hechura, como de la impujado. En encuadernaciones las hay a la
prenta y su manejo a través de al menos
holandesa, a la inglesa, en rústica, en
cuatro siglos. Cada una de las centurias,
media pasta, en pasta o en pasta italiana,
desde el xvii hasta el xx, ha tenido sus
pudiendo ser los materiales papel de tralujos en papel y sus papeles sin lujo.
po y madera, cartón, cartones cubiertos
También cada uno de los países donde
de cueros de distintas clases, o bien pieha sido editada la obra tiene o tuvo sus
les bruñidas, grabadas, jaspeadas, pintaparticulares fábricas de papel y de tinta,
das. Hay encuadernaciones a la españosus grabadores, diseñadores gráficos y
la, en piel, y a la italiana, con cartones
artistas, sus encuadernadores, manufaccubiertos de pergamino muy fino o avitureros de guardas, tipógrafos. Pues
telado, de ternera, también encuadernabien, de todo ello la Colección es un tesdos a la holandesa, en media pasta, rústimonio. Hay Quijotes impresos sobre
ticos de todos tipos y en materiales sinEl Quijote es un regalo para
papel de algodón, de lino, de seda, en
téticos el siglo xx.
caballeros entre caballeros, un
papel reciclado, en papel de trapos, de
regalo que lleva la firma de quien lo
cáñamo, de esparto, de paja de arroz, de
Colofón
entrega y halaga a quien lo recibe.
maderas de todas clases, en papel blanEl horizonte interpretativo de la
co, ahuesado, pergamino por el color y
Desde hace al menos siglo y medio, el
novela extrae la parte del Quijote
pergamino por el propio material, papel
Quijote es un regalo para caballeros entre
agradable a las buenas intenciones,
costero o quebrado, papel cuché, de
caballeros, un regalo que lleva la firma
al idealismo, a la lucha por los
añafea, de barba, de tina o de mano, de
de quien lo entrega y halaga a quien lo
valores eternos del hombre
culebrilla, papel de China y papel japorecibe. También, pero desde un tiempo
nés, papeles de marca menor, marquilla
más largo, ha sido un regalo para estuy marca mayor, papel de pluma y papel verjurado, además madiantes y para jóvenes en formación. En ambos casos, el horiteriales exóticos como corcho, tela o algunos papeles de extrezonte interpretativo de la novela extrae la parte del Quijote
mada rareza.
agradable a las buenas intenciones, al idealismo, a la lucha por
los valores eternos del hombre. Sin embargo, todas las posibles
Los tamaños
lecturas del Quijote son didácticas, tiestos de experiencia adornados por la belleza de un idioma que en esta obra alcanza alEn cuanto a tamaños, las ediciones del Quijote también contísima perfección. El Sistema Tecnológico de Monterrey está
forman un surtido repertorio; los hay en folio atlántico, de
muy orgulloso de poseer, custodiar y poner al alcance de la sograndes dimensiones, donde cada pliego de imprenta es una
ciedad en general, y de sus estudiantes en particular, una colechoja; en folio, que es la mitad de un pliego de papel sellado; en
ción de libros tan querida a la humanidad.
26 la Gaceta
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a
a
El Quijote, los viajes y el mar
Javier Ordóñez
/ De ningunos sea tocada; / porque esta impresa, buen rey, /
para mí estaba guardada.’ Para mi sola nació Don Quijote, y yo
para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en
uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que
se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz
grosera y mal delineada las hazañas de mi valeroso caballero,
porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado
ingenio.” No recordamos esta advertencia cuando aquí estamos reunidos. Pensamos: tal vez fuera para Avellaneda. ¿No
somos acaso sus epígonos y por lo tanto menos que los AvellaAl menos cada cien años, no se sabe por qué, nos acordamos de
neditas? Pues bien, no tiene por qué.
él. Nadie sabe si de Don Quijote, de Don Alonso Quijano o de
En realidad, tenemos que ser hermeneutas porque no podeMiguel de Cervantes a secas, privado del don a pesar de la gomos ser autores y sólo queda el camino de la interpretación
lilla asfixiante del retrato de Juan de Jáuregui. Tampoco sabeporque ya nos gustaría ser capaces de transgredir el consejo del
mos si alguno de estos avatares coincide con Cide Hamete:
prudente Cide Hamete y escribir una tercera, una cuarta e inconfundimos y mezclamos sus imágenes. Lo cierto es que cada
cluso una quinta parte. Ahora bien, en ese viaje de innumeracien años estos nombres se nos imponen, brincan las defensas
bles interpretaciones, paradójicamente, hay una isla que habidel olvido y se instalan entre nosotros para torturar nuestras
tualmente se deja incólume al expolio. En toda la locura quijoconfortables conciencias estéticas, amuralladas contra cualtesca y sus correspondientes locuras hermenéuticas hay algo así
quier locura. Cada cien años. ¿Quién le niega al calendario el
como “un hecho indiscutible”: el texto en su totalidad es una
valor de pregonero de nuestra contingencia? Recuerda que
crítica a los libros de caballerías. Una afirmación global acerca
eres mortal, que no eres Cervantes, que ni siquiera él lo es porde la intención del texto que sirve de cimiento para la construcque sólo inventó la locura de Don Alonso Quijano, quien a su
ción de cualquier edificio interpretativo.
vez tuvo la debilidad de inventar a Don Quijote. Finalmente,
Hablábamos de olvido y de hermenéutica. Parte del abanél nos inventó a todos nosotros para que escribiéramos sobre
dono proviene precisamente de aceptar esa afirmación: el Quisus trabajos y sus días cada cien años.
jote es el punto final del género de los libros de caballería. Y así
El resto de tiempo se lo dejamos a los piratas de Argel, a los
decimos: fue la clausura de una época de gusto medieval y Ceranglosajones y a los filólogos, los tres temores más reconocivantes, brincándose el renacimiento, saltó del barroco a la mobles en el contexto cervantino. Confiamos en que alguien lo
dernidad escribiendo sobre el ridículo y los desastres que puecalle, lo fosilice, lo convierta en folclore, en premio literario
den producir los ensueños que nos confunden y nos llevan a
o en lectura obligatoria de algún curso sobre esa edad que llavacilar sobre qué es literatura y qué es realidad. Como si la
mamos de oro, por no llamarla del oro. Ni siquiera en estas
obra fuera el simple trazado de la línea que separa la realidad
efemérides somos dados a preguntarnos por los motivos de
de lo real maravilloso, al personaje de los autores, al folletín canuestro abandono, de la lejanía que la cultura española se ha
balleresco de la novela, a la locura de la cordura, al espíritu
impuesto con un texto como el del Quiburgués del código de caballería, a la fiNos consuela creer que Cervantes
jote. Nos hiere el implacable retrato que
losofía materialista del idealismo, al
era un trabajador disciplinado, con
se oculta bajo el manto del humor, la inhombre del autor, a las virtudes de los
su moralidad a cuestas, empeñado
finitud cegadora de sus arquetipos y de
vicios, a los sueños de las evidencias, al
en la tarea de escribir el relato que
su patetismo, el necesario cumplimiento
humor del horror, a la frontera del yo de
clausuraría definitivamente toda
de sus profecías, el desierto que se abre
su disolución, al narrador de sus heteróposible historia de ideales
a nuestros pies cuando casi todo está dinimos… Literatura y realidad. Esas dos
medievales para inaugurar la
cho. Nos produce rechazo reconocernos
palabras funden los grilletes de galeote
grandeza de la modernidad sin más
en él, averiguar que no hay nada en él
que impidieron tomar al Cervantes desque nos guste, que realmente no puede
dentado como fuente de inspiración
gustarnos nada porque no fue escrito para gustar, ni para acuposterior. Son metales que amalgamaron la golilla que asfixia
nar la modorra hispánica de los filósofos de levita de ninguna
al don Miguel de nuestras representaciones, copias sin duda de
época. Cómo nos va a gustar si leemos la advertencia final del
la copia del retrato que mencionábamos al principio.
prudentísimo Cide Hamete a su pluma: “Aquí quedarás colgaAl final, nos consuela creerlo un trabajador disciplinado,
da de esta espetera y de este hilo de alambre, no sé si bien corcon su moralidad a cuestas, empeñado en la tarea de escribir el
tada o mal tajada peñola mía, a donde vivirás luengos siglos si
relato que clausuraría definitivamente toda posible historia de
presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan paideales medievales para inaugurar la grandeza de la modernira profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir,
dad sin más. En general la crítica y los numerosos analistas de
y decirles en el mejor modo que pudieres: tate, tate folloncicos
la obra coinciden en que la ironía cervantina desplegada en la
El denso y fabuloso tejido de que está hecho el Quijote
tiene como hilos principales la propia biografía de
Miguel de Cervantes, la tradición caballeresca,
la coyuntura política y social a finales del siglo XVI y
principios del XVII. En este animoso ensayo se
revisan algunas de estas hebras, acaso para explicar el
continuo interés de los lectores, lo mismo gente de a pie
que académicos, por la cumbre literaria de Cervantes
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la Gaceta 27
a
a
Cuatrocientos años después
Armando Alanís
En mis continuos viajes por asuntos de negocios pasaba
todas las mañanas por aquel pueblo. En medio de la soleada plaza se erguían, en bronce, las estatuas ecuestres
de Don Quijote y su obeso escudero. Detenía mi coche
bajo la sombra protectora de una palmera y miraba por
un momento aquel magnífico conjunto escultórico. Luego, seguía mi viaje.
Una mañana advertí que los ojos del hidalgo se movían dentro de las órbitas. Sus manos aferraban con fuerza la lanza. El cuello de Rocinante brillaba, sudoroso. Los
ojos de Sancho también mostraban la mayor inquietud.
Los del borrico permanecían cerrados, pero su enorme
barriga crecía y decrecía al ritmo de la respiración.
No me sorprendí demasiado por aquello: las estatuas
estaban tan bien hechas que parecían vivas.
Al día siguiente Don Quijote y Sancho, así como sus
cabalgaduras, habían desaparecido. Sólo quedaba, en
medio de la plaza, la plataforma de cemento. Bajé del coche y me dirigí hacia un viejo que, con su carrito de paletas, esperaba, aburrido, a que salieran los niños del colegio de enfrente.
—¿Don Quijote? ¿Sancho? ¿Sabe usted a dónde han
ido?
—A dónde va a ser, señor —contestó el viejo, reprimiendo un bostezo—. Salieron muy temprano hacia la
montaña, a enfrentar a los gigantes que desde hace tiempo amenazan la tranquilidad de nuestro pueblo.
sátira y la demolición de los libros de caballería medievales es
a la vez el cierre de un género y la apertura al mundo y el hombre contemporáneos. Probablemente esta versión sea muy adecuada, pero en sí misma es poco moderna porque olvida el drama personal que hay en el despliegue de dicha ironía. Olvida
los elementos de fracaso, de perplejidad ante un nuevo mundo,
de miedo, de rechazo, de tecnofobia, de regresión, de mirada
hacia atrás que alimenta esa ironía.
Es verdad que las advertencias de Cervantes sobre las desgracias que podía acarrear el sin fundamento de la caballería
medieval y mágica podría compararse con las admoniciones de
los sabios que insistían en el carácter natural de los cometas
para que el buen pueblo tuviera curiosidad y no temor cuando
viera nacer una estrella. Este nuevo “talante”, al que podemos y
solemos llamar modernidad, que es punto de partida común en
el viaje por el océano Quijote, podría llegar a ser especialmente
interesante si se completara con el punto de vista del que toma
en consideración los fracasos y las inconsecuencias que alumbraron tal parto.
Podemos comenzar con su propio nombre: un caballero de
armadura que elige el nombre de una pieza que no porta ya que
carece de quijotes, que, como ustedes saben, son las piezas
que cubren y defienden los muslos de los caballeros. No se trata de una ausencia casual. Cervantes transforma a Don Alonso
Quijano en Don Quijote sin quijotes situándolo así en el de28 la Gaceta
samparo y en el ridículo, no como mero recurso literario para
subrayar lo bizarro del personaje, sino como un acto de privación de la defensa en cualquier contienda. Don Quijote nunca
podrá pelear con ningún adversario que suponga un peligro
real. Resulta sorprendente que la locura de Don Quijote le
permita discriminar con tanta finura los adversarios que lo van
a tomar por loco de aquellos que lo verían como un puro enemigo. ¿Locura de Quijano o autobiografía de Cervantes? ¿Desprecio al presente o temor al futuro? ¿Ridículo o toma de posición frente a la batalla? Ficción y realidad parecen en la ausencia de quijotes una y la misma cosa.
Seguimos con la propia biografía del autor. Soldado de fortuna en los Tercios de Italia y, probablemente, ferviente admirador de la vida aventurera que Julio Albi de la Cuesta describe
de la forma siguiente: “Era un universo desgarrado, alucinado,
a medida de los tremendos Tercios: galeotes, popes arraeces o
comandantes de naves otomanas, frailes redentores de cautivos, prostitutas hacinadas en ‘casas de carne’, leventes o soldados de galera, guzmanes, matachines, curas pecadores, uncidos
a los bancos de los buques pontificios, rojos caballeros de Malta, ‘hombres desalmados’ como el inevitable Contreras, directores de redes de agentes, como Triplada, pícaros como Miguel
de Castro, grandes señores como Osuna o Toledo, conspiradores como Quevedo, mentirosos como el Duque Estrada, iluminados como Pasamonte, se codeaban con Don Quijote, que
servía en una compañía disfrazado de Miguel de Cervantes.”
Arcabucero de primera línea en batallas por mar y por tierra, y,
por lo tanto, conocedor del horror de la muerte y el sufrimiento en la batalla. Vagabundo, recaudador de impuestos en la Andalucía rural y, en consecuencia, conocedor de la miseria de la
monarquía hispánica. Pedigüeño en busca de patrocinio, que
únicamente lo obtuvo en los últimos años de su vida con el
conde de Lemos. Deudor permanente y prisionero siempre a
causa del dinero. En Argel, porque valoraron demasiado el
precio de su rescate; en Andalucía, por la quiebra de su gestión.
En su trastienda, las glorias de las monarquías de Felipe II y de
Felipe III. Abundancias que nunca experimentó, sueños americanos que siempre le estuvieron vedados pese a sus reiteradas
solicitudes; nunca obtuvo el permiso para viajar a América. Pero
no se trata de elaborar un catálogo de frustraciones, sino poner
de manifiesto algunas de las que aparecen en la obra.
Don Alonso Quijano eligió el papel de vagabundo más que
el de caballero. Sus salidas, eufemismo para denominar los sucesivos viajes que emprendió, fueron puras excusas para calmar su
zozobra, el desasosiego de una biografía que latía con el mismo
pulso que la de su autor. No se trataba de ningún viaje épico,
sino de una ausencia de esperanza en el nuevo mundo de acá
que veía emerger ante sus ojos y no acertaba a interpretar. Con
esto llegamos al primer punto álgido de nuestro comentario.
En la primera salida, Don Alonso Quijano apenas está transformado en su personaje. La continencia del autor provoca en
el lector la sensación de que está asistiendo a una prueba. El
personaje literario no es todavía totalmente independiente a
pesar de haberse autoarmado caballero, un acto tan moderno
como el autoimperio de Napoleón. La segunda salida tiene lugar después de la depuración de la biblioteca de Don Quijote.
La decisión del viaje es más fuerte y determinada, y la primera
aventura en términos del propio texto nos da información
acerca de la percepción que Don Alonso Quijano, ya casi Don
Quijote, tiene de su mundo. Mucho se ha escrito sobre el canúmero 409, enero 2005
a
pítulo octavo de la primera parte. Mucho sobre el desvarío del
En el prólogo a la segunda parte todavía el autor habla de la
caballero sin quijotes al ver los molinos de viento. “Desaforabatalla de Lepanto en una cita que se repite continuamente: “la
dos gigantes”, los llama. Deseos de batalla y, como buen soldamás alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni
do, deseos de botín. La polémica entre Sancho y su caballero
esperan ver los venideros”. Habitualmente esta opinión se consobre si son gigantes o molinos se ha convertido en el paradigsidera fruto del orgullo por haber participado en una batalla que
ma sobre la discusión en torno a la ficción, a esas dos palabras
fue simplemente eso, una batalla. Convendría tal vez releerla
que antes mencionábamos. Es muy posible que todas las intercon la carga de ironía que tiene todo el prólogo. Una batalla
pretaciones que siguen esta pauta arrojen mucha luz sobre el
insigne que no resolvió el poderío de ninguno de los contenresto del texto. El lector sabe con quién
dientes. Batalla pírrica más que victoCervantes transforma a Don
va a tratar a partir de entonces, pero
ria, que Cervantes consideró una imaAlonso Quijano en Don Quijote
también es posible que se nos escape algen adecuada sin duda de la vanidad de
sin quijotes, situándolo así en el
go, tal vez muy pequeño, que espoleaba
su mundo. De ese mundo que le mantudesamparo y en el ridículo, no como
en la recámara del escritor cuando ya
vo prisionero en una geografía clausuramero recurso literario para subrayar
apenas podía contener a su personaje.
da.
lo bizarro del personaje, sino
Viejo soldado de los Tercios, ¿de qué esCervantes participó en la batalla de
como un acto de privación de la
cribes? ¿Ante quién sitúas a tu personaLepanto a bordo de la galera Marquesa.
defensa en cualquier contienda
je? Ante molinos. Ante molinos de vienSirvió como arcabucero en un esquife
to. Ante molinos construidos por sabios
donde pudo comprobar la veracidad del
que no son del lugar. Estos artilugios que ahora consideramos
dicho popular que podría haber puesto en boca de Sancho: “no
perfectamente integrados en el paisaje manchego, en realidad,
hay hombre cuerdo sobre la mar”. Ya en aquel entonces la moeran la aplicación de una tecnología completamente foránea
narquía hispánica, con toda su enorme dimensión territorial, teque había sido desarrollada con muchísimo éxito precisamente
nía una flota que no alcanzaba ni con mucho en tonelaje a la floen Holanda. La sequía que tuvo lugar durante el reinado de
ta holandesa. En el océano Atlántico ya se navegaba a vela, peFelipe II (1570) había auspiciado la emergencia de ingenios de
ro en el Mediterráneo, por el contrario, los remos seguían
viento. El saber, como el viento, venía de fuera. Don Quijote
siendo una fuerza fundamental para mover las galeras durante
se plantó ante los molinos, los molinos eran gigantes, verdadeel combate. La capital de la monarquía estaba situada en un
ramente gigantes. Gigantes como el enemigo, como Flandes,
punto geográfico equidistante de las costas, como un Tíbet que
como Holanda. Primer tropezón de la monarquía hispánica
que no pudo domeñar el país de los molinos. Primer tropezón
de Don Quijote, no poder terminar con los molinos de allí
traídos. Don Quijote sabía, don Miguel de Cervantes sabía que
eran gigantes que no se podían eliminar por medio de un caballero sin quijotes y ¿acaso le dolía?
En este primer episodio tal vez no haya tanta ingenuidad
como se haya querido ver. No hubo tanta confusión como metáfora. No hubo tanto riesgo inútil como desesperación. Don
Quijote fue batido, como lo fue la tecnología española a partir
de entonces. Ésa fue la primera frontera, la frontera norte que
limitaba la expansión del poder de la monarquía por medio de
elementos tecnológicos completamente heterogéneos con el
desarrollo interior. Lo esperable, lo que ocurrió, fue que la vista se desvió hacia el océano Atlántico. El ingenio caminó detrás de la mirada. Pero el ingenioso hidalgo se quedó en tierra.
A Don Alonso Quijano le estuvo vetado el occidente. Sus itinerarios fueron casi circulares y sus propósitos imposibles.
Compartió el temor de su tiempo, que ha llegado hasta nosotros, de creer que del oriente viene toda la amenaza y del occidente toda la esperanza. Aun así, su camino necesariamente tuvo que retornar al oriente. Personaje y autor se confunden en la
encerrona existencial que supone la imposibilidad material de
embarcarse hacia la única puerta hacia la esperanza y el futuro,
y la lucidez de saber que la frontera norte de la modernidad europea estaba cerrada en un imperio misérrimo, despilfarrador,
obtuso y obcecado en su batalla contra el continente por tierra
y contra el oriente por mar, sobre todo, tras el fracaso de la invasión de Inglaterra. Emergen de esta cárcel peninsular los elementos arcaizantes del personaje alter ego del autor al final de
la tercera salida, cuando Don Quijote llega a Barcelona y vuelve a entrar en contacto con el mar Mediterráneo en un movimiento de retroceso o, quizá mejor, circular y perfecto.
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debía regir un imperio que nunca fue una talasocracia. Las troTodos estos elementos nos permiten conjeturar, si no enpas de los Tercios no eran una parte de la marinería, sino que
tender, el horror que los recuerdos del oriente le provocaban a
eran acarreadas como tropas de combate. Las galeras se movían
Cervantes y que, además, tenían repercusión sobre el compora golpe de remo y los galeotes que formaban la chusma morían
tamiento de sus personajes e incluso sobre su visibilidad en la
si el casco crujía bajo el empuje del enemigo o si la nave se hunnarración. La llegada de Don Quijote al Mediterráneo, que en
día. Las galeras buscaban el abordaje e incrustaban sus proas en
realidad era un regreso del propio autor, supone el adelgazael casco contrario para facilitar el asalto de los soldados. Ademiento de la densidad del personaje principal de la historia.
más, cada galera llevaba una flotilla de naves menores que perCuando Don Quijote se encuentra embarcado en las galeras
mitía mantener activa la lucha a fuerza de proveer a la nave macatalanas se produce una persecución de naves piratas donde se
yor de más combatientes que viajaban en estos esquifes. El
dan enfrentamientos reales, disparos con armas mortíferas,
combate debía ser de una enorme crueldad ya que se utilizaban
víctimas, dolor, victoria y derrota. En ese momento Don Quiarmas de fuego de escaso alcance, los arcabuces, pero muy morjote desaparece y prácticamente no recupera ya su visibilidad
tíferas. La lucha continuaba en tanto y cuanto las naves pequehasta su muerte. Se ha enfrentado con los límites de su cárcel
ñas dispusieran de carne de cañón. Ésa fue la gloria de la batapeninsular. Las galeras costeñas logran una victoria que de hella que vivió Cervantes, a quien frieron la mano en uno de aquecho es simplemente una contención; se contiene al oriente, se
llos esquifes. Gran batalla que a decir de los analistas de la época
lo mantiene a distancia. Pero la realidad, o eso que llamamos
había decidido el final del dominio turco y que aparentemente
realidad, invade ya la locura construida para escapar de los frahabía conjurado sus amenazas. No resulta fácil compartir una
casos del autor; hemos de recordar que Cervantes nunca reciopinión tan sumaria sobre este asunto. Si es cierto que el turco
bió reconocimiento similar al de otros autores de su época. Alno siguió avanzando sobre occidente, no lo es menos que las rego que no le llevó a ningún resentimiento que lastrara su popúblicas cristianas tampoco pudieron aumentar su influencia en
der creador, sino a hacer de la ironía el motor de su narración.
el Mediterráneo oriental y Miguel de Cervantes se recuperó de
Una actitud que, por otra parte, no le privó de ser capaz de ver
las heridas físicas que recibió en Lepanto.
en el espejo el drama de su propia historia.
Poco tiempo después, en el año 1575, se embarcó en NápoEl Quijote no es un libro contra ningún libro, no es un relato
les con destino a la península en una galera llamada Sol, nomcontra los libros de caballería sino contra los caballeros que nunbre sarcástico porque a escasos kilómetros de la costa de Cataca existieron excepto en el uso de la retórica de los fanfarrones,
luña fue capturada por bergantines de la media luna que tenían
tan bien conocidos en el universo tabernario de las cortes de encapacidad de operar en las costas catalanas como si la batalla de
tonces y de ahora. Nadie que se invoque como un caballero poLepanto no hubiera ocurrido. La influencia del cautiverio que
drá superar el ridículo en el que se sitúa Don Quijote. Pero todanuestro autor pasó en Argel ha sido muy estudiada y, probablevía hay más. Ni siquiera es un libro contra los caballeros, sino
mente, se puedan encontrar en toda su obra literaria numerocontra sí mismo, contra el propio autor y protagonista del relato
sos rastros de sus vivencias de entonces. Si regresamos al Quique, por una parte, se ve abandonado por sus descendientes y, por
jote nos encontramos con un caballero que ama las grandes baotra, usado como excusa para cualquier despropósito. Así, el libro
tallas pero que distingue las cruentas de las incruentas, con un
se asoma al abismo de la indiferencia y a la vez a la promiscuidad
personaje que odia las armas de fuego, con una narración donde los análisis. Lo convertimos en un esperpento de nuestro folde apenas se mencionan otras armas ofensivas que la espada y
clore o en un puro símbolo de nuestra historia, pero pocas veces
la lanza, objetos que ya en aquella época eran prácticamente
lo dejamos hablar acerca de sí mismo. Sirve para nuestros propópiezas de museo.
sitos con la misma ingenuidad que los libros de caballería le serSolamente aparecen armas de fuego en la segunda parte,
vían a Don Alonso Quijano. Decimos que en el Quijote hay un
prácticamente al final de la obra. En el
propósito claro, pero un caos de desproSi Don Alonso Quijano enloqueció
capítulo sexagésimo el bandolero catalán
pósitos subterráneos que lo hacen ser el
por algo, lo hizo por presentir que
Roque Guinart aparece portando armas
precedente de cualquier cosa, incluidos
sería el precedente de todas las
de fuego y es un personaje por el que
los rigores de la modernidad.
locuras de nuestro mundo. Como lo
Cervantes no oculta su simpatía. Tres
Si Don Alonso Quijano enloqueció
sería precisamente por ser loco, no
capítulos más adelante Don Quijote se
por algo, lo hizo por presentir que sería
tuvo más remedio que escribirlo o
embarca en las galeras que tienen como
el precedente de todas las locuras de
hacer que otros lo hicieran
finalidad la guarda de la costa catalana y
nuestro mundo. Como lo sería precisase hace a la mar. En ese contexto vuelven
mente por ser loco, no tuvo más remedio
a aparecer armas de fuego. El hecho de que Don Quijote no
que escribirlo o hacer que otros lo hicieran. Como no tenía deporte más que espada y lanza y considere que las cuestiones de
masiado que contar, como no podía contar directamente su dejusticia deben ser dirimidas por medio de elementos tan simsasosiego, le dio la palabra a otros autores para que transmitieples, apuntan una cierta tecnofobia —visto el contexto donde
ran aventuras y locuras acaecidas a lo largo de sus viajes. Así, la
se escribió la obra y comprobada la experiencia de Miguel de
itinerancia de Don Alonso Quijano, loco de futuro, proviene
Cervantes en la verdadera guerra— que penetra toda la actitud
de la zozobra de un empeño narrativo en el que se mezcla lo
idealista y arcaizante del ideal Quijano, impregnándola de un
visto y experimentado por los autores con lo soñado y deseado
aliento más melancólico que meramente crítico. Pero esto dey temido por los protagonistas. La historia se jerarquiza en los
be entenderse no como un regreso al paraíso perdido, sino codiferentes viajes. Uno sobre otro, encabalgado por un tercero,
mo el reconocimiento de la no existencia de paraísos. Nunca
como estratos geológicos de una autobiografía que Cervantes
hubo un tiempo pasado que fuera mejor, excepto el de la protuvo el buen gusto de no escribir. En eso era más moderno que
pia locura.
nuestros contemporáneos.
30 la Gaceta
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a
a
El incienso del Quijote
Claudio R. Delgado
tres que, por encontrarse en “contra” del libro de Cervantes o
en contra del mismo Cervantes, como es el caso de Avellaneda, son fundamentales. Lo que más debió sorprender a los que
conocieron de inmediato el Quijote fue el modo en que está escrito el libro, pues, según dice Martín de Riquer en Para leer a
Cervantes (El Acantilado, 2004), “El Quijote no era un libro de
versos, ni un poema heroico, ni una novela pastoril, ni picaresca”, géneros que en ese momento —el tránsito del siglo xvi al
xvii— estaban en boga, “sino una especie de remedo burlesco
de los libros de caballerías que tantos detestaban y que tenía
como tema las locuras de un demente”. Tal situación provoco
El arte representa una forma de conciencia, un reflejo de la viincluso que Cervantes no lograra encontrar quién escribiera
da real y una interpretación subjetiva de esa misma realidad.
poesías laudatorias para su libro, según la usanza de aquel peMiguel de Cervantes Saavedra era un escritor que anhelaba coriodo y que aparecían siempre en las primeras páginas. La nomo muchos otros alcanzar el éxito a través de la pluma y vio en
ticia de dicha búsqueda llegaría hasta oídos de Lope de Vega,
la situación social que lo rodeaba una buena oportunidad para
quien escribió en una carta de 1604 (año en el que Cervantes
ello. Es probable que, convencido del autoritarismo que impeterminó de escribir su libro): “De poetas, no digo: buen siglo
raba en el momento que se vivía, decidiera elegir un personaje
es éste. Muchos están en cierne para el año que viene pero ninaparentemente loco como forma de expresar abiertamente su
guno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a
juicio sobre los hechos más importantes que marcaban el cotidon Quijote.” La carta de Lope fue divulgada en copias madiano acontecer del pueblo español, tratando así de evitar la
nuscritas, alguna de las cuales llego hasta Cervantes, que, “docensura, pues de otra forma corría el riesgo de permanecer el
lido e indignado”, respondió a las “ofensivas palabras” escriresto de su vida en la prisión o ser condenado a muerte por la
biendo un prólogo a la primera edición de su Quijote, en el cual
Inquisición, ya que no era fácil en esa época criticar o burlarse
abundan las alusiones despectivas a Lope de Vega y en el que
de la monarquía, la nobleza o el clero.
señala su renuncia a encabezar su libro con “sonetos al princiCon el Quijote, Cervantes logró no sólo el éxito que anhepio, o al menos sonetos cuyos autores sean duques, marqueses,
laba como escritor, sino que además supo aportar a su libro
condes, obispos, damas o poetas celebérrimos”. Esta alusión a
una imagen, según algunos estudiosos, “sobrevalorada” o, meLope hizo que éste se sintiera insultado por Cervantes y que
jor dicho, rutinariamente cubierta de incienso. El Quijote es tal
respondiera con un soneto que en su primera parte dice: “Yo
vez la novela más estudiada en la historia de la literatura unino sé de los, de li ni le, / Ni sé si eres, Cervantes, con- ni cu-,
versal: de ella han hablado desde Lope de Vega hasta Scho/ Sólo digo que es Lope Apolo, y tú / Frisón de su carroza y
penhauer —quien afirmaba que “el Quijote expresa la vida de
puerco en pie.”
todo hombre que no se satisface, como los demás, en buscar
He ahí la primera noticia crítica que tenemos sobre el Quisu propia felicidad, sino aspira a una
jote, adversa y despectiva sin duda, y que
Cervantes tenía vista y pulso de
meta objetiva, ideal, que se ha apoderasin embargo marca el punto de partida
artista, lo que le permitió crear a su
do de su pensamiento y de su volundel cervantismo, “surgido —según de
“patético héroe”, pues resultó más
tad”—, sin dejar de lado lo que en su
Riquer— del ambiente intrigante y enfuerte su arte que sus prejuicios, lo
momento opinaron Dickens, Stevenvidioso de tertulias y camarillas literaque demuestra entonces que
son, Goethe, Flaubert, Joyce, Kafka,
rias”, que a nadie habría hecho pensar
prevaleció “la libertad del genio”
Unamuno, Ortega y Gasset, Darío,
en que, pasados los siglos, el poeta gris y
Borges, Dostoievski, Nabokov, Hugo y
autor de La Galatea —que según el misChesterton, entre otros.
mo Cervantes “tiene algo de buena invención, propone algo y
El “ideal” de Schopenhauer nada tiene que ver con lo que
no concluye nada”— se convertiría en el primer novelista de la
durante décadas un sinnúmero de autores, estudiosos de este
lengua española.
libro y de su autor, nos han tratado de imponer. Me refiero a la
En 1614, con la aparición del Quijote de Alonso Fernández
idea de que el Quijote es necesariamente una novela en la que
de Avellaneda se marcaría otra de las línea en el estudio y valolo central de su argumento es el deseo de la libertad a través de
ración del Quijote de Cervantes. En ese texto apócrifo se narran
la locura, de la ensoñación, del sentirse libre a costillas de la
las nuevas aventuras de Don Quijote y Sancho, sobre todo a
necesidad de “soñar”. Incluso me atrevería a suponer que ese
partir del momento en que llegan a su aldea —identificada en
“afán libertario” está dado a costillas de los padecimientos de
el libro como Argamasilla— algunos caballeros granadinos que
Sancho Panza.
se “encaminan a Zaragoza para participar en unas justas”. Es
En torno al Quijote durante siglos hemos leído una multitud
en esta parte donde aparece el célebre don Álvaro Tarfe, quien
de opiniones, entre las cuales son dignas de destacarse dos o
se aloja en casa de Don Quijote y junto con él departe hasta
Los clásicos corren el riesgo de merecer la unánime,
y a veces acrítica, aclamación de los lectores.
Con este breve recuento de opiniones discordantes
sobre la perfección del Quijote queremos,
sin fatuo ánimo iconoclasta, exponer
un ángulo menos luminoso de la gran obra
cervantina, que también se apoya en sus yerros
para ser la magnífica pieza con que se inició
la literatura moderna en nuestro idioma
número 409, enero 2005
la Gaceta 31
a
que descubre la locura de éste. Don Quijote y Sancho Panza
deciden volver a las aventuras, y después de un sinnúmero de
calamidades don Álvaro Tarfe termina recluyendo a Don Quijote en la casa de locos de Toledo.
El Quijote de Avellaneda, a pesar de su falsedad, viene a ser
tan importante como el de Cervantes por la simple razón de
que, según lo señala Fernando del Paso en su Viaje alrededor del
Quijote (fce, 2004) “lejos de ser infiel y mentirosa” la historia
que se cuenta en él resulta “fiel y verdadera, y de ello […] tienen la culpa tanto Cervantes, el autor, como Don Quijote, el
personaje”. Y sí, lo que Del Paso señala es claro, pues don Álvaro Tarfe es transmutado al auténtico Quijote de Cervantes,
exiliándose así “del oscuro país del Quijote de Avellaneda, y se
naturaliza en la luminosa patria de Cervantes”.
Fernández de Avellaneda escribió su Quijote con cierta gracia y no sin algunos méritos dignos de ser destacados, lo que no
mitiga el que haya sido creado con afán fraudulento, también
encaminado a desacreditar al mismo Cervantes, pues si se lee
el prólogo del libro veremos que se encuentra lleno de insultos
dirigidos al creador de Don Quijote. Es más, Alonso Fernández resultó un ferviente admirador de Lope de Vega y su in-
Teoría de Dulcinea
Juan José Arreola
En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer
concreta.
Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos,
hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al
héroe después de cuatrocientas páginas de patrañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso
puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a
la que tenía enfrente, se echó en pos, a través de páginas
y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó
una cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el
aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le
aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para
dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su
alma reseca.
Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
Hemos tomado esta “Teoría de Dulcinea” de las Obras
completas, antologadas y prologadas por Saúl Yurkiévich,
que apareció en la colección Tierra Firme
32 la Gaceta
a
condicional defensor ante las “malévolas” alusiones que Cervantes había dedicado al Fénix en el Quijote de 1605; de ahí que
en el prólogo zahiera al manco de Lepanto diciendo que el suyo está “menos cacareado y agresor de sus letores que el que a
su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra”, y añade: “el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente
celebran las naciones más estranjeras y la nuestra debe tanto,
por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años
los teatros de España con estupendas e inumerables comedias,
con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y
limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar”,
en clara referencia a Lope de Vega.
Entre los autores modernos arriba mencionados, se destaca la figura de Vladimir Nabokov, sobre todo por la inusual libertad de criterio con señaló fallas y tropiezos del Quijote, con
el fin de resaltar los valores auténticos de la novela. En su Curso sobre el Quijote, Navokov hace una comparación entre Cervantes y Shakespeare, y dice: “Discrepo de afirmaciones como
la de que la percepción de Cervantes era tan sensible, su inteligencia tan flexible, su imaginación tan activa y su humor tan
sutil como los de Shakespeare. No, por favor: aunque redujéramos a Shakespeare a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en todas esas cosas. Del Rey Lear, el Quijote sólo
puede ser escudero. Lo único en que Cervantes y Shakespeare son iguales es en influencia, en difusión espiritual. Estoy
pensando en la larga sombra arrojada sobre la posteridad receptiva por una imagen creada que pueden seguir viviendo
con independencia del propio libro. Las obras de Shakespeare, sin embargo, seguirán viviendo aparte de la sombra que
proyecten.” Contundente, Nabokov no da tregua a Cervantes
y a su Quijote, aunque encuentra elementos que le permiten
“demostrar que los cuarenta episodios en los que don Quijote
hace de caballero andante revelan ciertos elementos de estructura artística admirables, un cierto equilibrio y una cierta unidad”.
Para Diego Clemencín, Cervantes “su fábula con una negligencia y desaliño que parece inexplicable. La escribió dejando correr la vena de su ingenio, sin seguir regla ni imponerse sujeción alguna”, opinión a la que el escritor ruso no se
opone del todo, ya que Nabokov incluso señala que es una
“novela de abundante cosecha de errores, incidentes olvidados
[…] y otros errores que afean el libro” y sin embargo también
apunta que, a pesar de dichos dislates, de alguna forma “el genio de Cervantes, la intuición del artista que era, consigue trabar esos miembros inconexos y servirse de ellos para dar impulso y unidad a su novela sobre un noble loco y su vulgar escudero”.
Si Cervantes Saavedra se salva ante la mira y el análisis profundo e inquisidor de Nabokov, se debe principalmente “al artista que llevaba dentro”, pues como pensador Cervantes
“compartía alegremente” casi todos los errores y prejuicios de
su tiempo: toleraba la Inquisición, aprobaba muy seriamente la
brutal actitud de su país hacia los moros y otros “herejes”, y
además creía que dios hacía a todos los nobles e inspiraba a todos los monjes. Pero Cervantes tenía vista y pulso de artista, lo
que le permitió —según el mismo autor de Lolita— crear a su
“patético héroe”, pues resultó más fuerte su arte que sus prejuicios, lo que demuestra entonces que prevaleció ante las ideas
prejuiciosas del español, el ingenio creador, pues logró “la libertad del genio”.
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