La seguridad no se improvisa, se planifica Análisis objetivo y centrado en la seguridad, un evento deportivo que puso en evidencia graves falencias en los conceptos de seguridad que posee Argentina y que nos hizo tristemente famosos en todos los diarios del mundo. Sintéticamente, los hechos de la final de fútbol River-Boca ponen en evidencia la ausencia de múltiples componentes imprescindibles en toda gestión de seguridad para el adecuado desarrollo de una actividad deportiva con asistencia masiva de público: más de 60.000 personas. En primer lugar, se usó la denominación “operativo de seguridad” a las acciones preventivas de las Fuerzas de Seguridad designadas. Dicha denominación no es la adecuada para este tipo de eventos ya que la misma, obedece a un despliegue de seguridad efectuado con el fin de atrapar delincuentes, realizar decomisos producto de actividades ilegales o cualquier otro tipo de operación táctica. En los eventos deportivos abiertos al público no existen “operativos”, lo que existe, fundamentalmente es un “Plan de Seguridad” cuyo fin es del de proporcionar seguridad a la totalidad de los presentes. Como puede verse en las fotografías adjuntas, ninguno de los efectivos policiales y de prefectura que intervinieron estaba preparado para cumplir con ese fin sino todo lo contrario, reprimir a toda costa lo que se les presentaba ante sus ojos como un acto de agresión. Es decir: una fuerza descoordinada, sin pautas, protocolos, planes ni tampoco, lamentablemente, capacitación y con poca experiencia –que daría algo de pensamiento anticipatorio, sobre todo de parte de los superiores al mando-; inclusive se detectó un efectivo Policial motorizado que acompañaba al micro que llevaba al plantel del Boca gritando: Vamos River, carajo! (!?). La primera tarea que típicamente se debería haber realizado es un Análisis de Riesgos. Se dispuso de, al menos, una semana para llevarlo a cabo, sobre todo porque a 40 cuadras del lugar del evento deportivo se había producido un atentado con bomba por parte de un grupo terrorista anarquista, que las Fuerzas de Seguridad tampoco la habían previsto. Ese hecho que, de haberse repetido en el evento deportivo hubiera resultado trágico, más los acontecimientos que tendría que haber previsto la AFI (ex SIDE) y la misma Policía en sus labores de inteligencia, luego de haberse recibido 23 amenazas de bomba en Buenos Aires, no previstas tampoco, habrían sido suficientes para que se controlara la situación de emergencia que se produjo de forma inevitable frente a la imprevisión. Como mencioné antes, el primer error fue no realizar un análisis multidimensional de riesgos de tipo del RSAT del DHS que permite introducir variables de diversos tipos a la situación (el RSAT es especial para eventos públicos). El segundo error, fue no conformar un centro de Coordinación de Seguridad. Dicho centro estuvo ausente durante los acontecimientos. Los centros de Coordinación de Eventos se transforman en centros de Coordinación de Seguridad para la gestión de Emergencias con mucha rapidez, sin embargo no existió nunca. Se tomó, como es habitual en la Argentina, a la seguridad como algo suplementario y de importancia relativa, generalmente “personalizada” y a cargo de los diferentes funcionarios. Me resulta difícil de imaginar que un funcionario o un Oficial de las Fuerzas de Seguridad puedan sustituir las funciones de un centro de Coordinación de Seguridad de manera eficaz y efectiva. Ni siquiera se diseñó, frente a la inminencia de la cumbre del G20, en conformar anillos de protección “debidamente comunicados e intercoordinados” alrededor del estadio, recurso básico que derivó en la rotura de vehículos, viviendas y agresiones a transeúntes incluyendo la destrucción de propiedad pública. Volviendo a la falta de conformación de un centro de coordinación este es, quizá, el factor más grave que evidencia la falta de formación en seguridad de parte de quienes están a cargo de ella. Quién era el encargado de la seguridad del evento? Quién era el encargado de la coordinación de las diferentes fuerzas de seguridad? Quién era el encargado designado para los aspectos sanitarios? Quién era el encargado para las tareas de enlace entre las diferentes fuerzas frente a la emergencia –para evitar que derivara en una crisis- y fuerzas complementarias y suplementarias como los bomberos, los cuerpos antiexplosivos, Defensa Civil, etc? Quiénes estaban designados para integrar la mesa de operaciones de parte de los equipos deportivos que intervenían? Cuántos planes de contingencia había desarrollado el Centro de Seguridad? Resumiendo: estaban todos juntos observando mediante cámaras de videovigilancia y tomando decisiones de manera inmediata? La respuesta es NO. No había nadie. No hubo planificación, previsión ni nada semejante. Responsabilizar a los barrabravas de los disturbios es tan absurdo como responsabilizar a los delincuentes de los delitos. La responsabilidad de la ocurrencia de los incidentes no es de los que los generan dichos incidentes sino de los que tienen a cargo la seguridad para impedir, mitigar o disuadir que dichos incidentes tengan lugar. Se hizo evidente que no existieron protocolos antidisturbios tanto para la Policía como para la Prefectura. Cuando me refiero a protocolos antidisturbios no me refiero a un librito de bolsillo que dice cómo se debe pegarle a alguien con un bastón sino a los procedimientos a aplicar en “ese” evento, con “esos” protagonistas y en “esa” situación. Es decir, todo protocolo debe hacerse a medida para cada tipo de evento. No es lo mismo un protocolo antidisturbios de una protesta sindical para impedir la aprobación de una ley laboral, que un protocolo antidisturbios de estudiantes secundarios que piden una rebaja en el boleto escolar. Para ello estamos los profesionales de la seguridad. No usamos armas ni bastones ni gas lacrimógeno. Usamos el cerebro. Evitamos o mitigamos emergencias, evitamos o mitigamos crisis, prevenimos los actos delictivos antes que se produzcan y, además, recomponemos lo que ocurre luego de una emergencia, de una crisis y de un delito. En Argentina es impensable que las fuerzas de seguridad realicen una tarea de recomposición de la situación presentada, incluso si ellos mismos empeoraron o agravaron la emergencia como realmente sucedió. Se considera que eso queda a cargo de otros (aún no sé de quiénes). Es hora que la Argentina tome en serio el problema de la seguridad. La seguridad es una disciplina compleja que convoca a muchos actores que deben interactuar para lograr el mejor resultado posible; cualquier otro tipo de adjetivo que se le quiera poner corre por cuenta de quien lo expresa, como manifestar que puede resultar factible exhibir “apetito por el riesgo” para ver qué pasa. Hay quienes conjeturan que la seguridad es una cuestión política, otros que es una cuestión de sentido común y otros, directamente, que es un sinónimo de represión. Inclusive, leí en un periódico que con un “dron” se habría anticipado el conflicto. Los conflictos son tales porque son complejos, no son instrumentales. No los resuelve un dron como tampoco los resuelve un tiro de bala de goma. La seguridad es la ausencia de peligro o riesgo, de conflictos. Es lo que garantiza la convivencia entre los seres humanos. Tiene múltiples gradientes: desde la seguridad buscada en una ciudad como Buenos Aires, algo extremadamente básico, hasta la que se busca en Estados en conflicto como Siria o Palestina, algo extremadamente complejo. Por ello es hora de que Argentina se ponga los pantalones largos, deje el infantilismo de lado y asuma lo que alguna vez dijo Kofi Annan, Premio Nobel de la Paz y que fue secretario de las Naciones Unidas: no hay seguridad sin desarrollo, pero sin seguridad, el desarrollo es efímero.