NEUROCIENCIAS Definición, Objetivos y Alcances. Dentro de las Ciencias Biomédicas, el término Neurociencias es relativamente reciente. Su empleo actual corresponde a la necesidad de integrar las contribuciones de las diversas áreas de la investigación científica y de las ciencias clínicas para la comprensión del funcionamiento del sistema nervioso (Rocha-Miranda, 2001). Las Neurociencias cobijan un área del conocimiento que se encarga del estudio del Sistema Nervioso desde el funcionamiento neuronal hasta el comportamiento. Obviamente, la comprensión del funcionamiento del cerebro normal favorece el conocimiento y la comprensión de anormalidades neurobiológicas que causan desórdenes mentales y neurológicos. El propósito principal de las Neurociencias es entender cómo el encéfalo produce la marcada individualidad de la acción humana. Es aportar explicaciones de la conducta en términos de actividades del encéfalo, explicar cómo actúan millones de células nerviosas individuales en el encéfalo para producir la conducta y cómo, a su vez, estas células están influidas por el medio ambiente, incluyendo la conducta de otros individuos (Kandell, Schwartz & Jessell, 1997). Los actuales estudiosos del cerebro, saben que para comprenderlo hay que derrumbar las barreras de las disciplinas tradicionales para mencionar apenas algunas de las áreas que han sido creadas, en gran parte para caracterizar los métodos de estudio. Esta tendencia queda muy evidente en las obras científicas recientes las cuales tratan de las funciones más complejas de este órgano, como las emociones y la consciencia, apoyándose en los principales conceptos provenientes de las diversas disciplinas (Rocha-Miranda, 2001). Algunas de las esperanzas alimentadas por este avance del conocimiento tienen que ver con el que aumente nuestra comprensión de las funciones normales así como también de las disfunciones psicológicas y consecuentemente, surjan métodos más eficaces de tratamiento de las enfermedades mentales que en conjunto eleven la calidad de vida del ser humano. En principio, se puede afirmar que el desarrollo de las Neurociencias se deriva del abordaje multidisciplinario de los diversos fenómenos de interés, éstos incluyen desde los científicos de áreas más básicas como el caso de los físicos con sus aportes al conocimiento de los fundamentos de la excitabilidad celular o con sus aportes al desarrollo de redes neurales, hasta los que abordan el conocimiento con aproximaciones clínicas y/o poblacionales que contribuyen a dar una idea del ser humano integral. No obstante, las Neurociencias dan cabida a prácticamente a todas las áreas del saber y cada una ha hecho importantes aportes a diferentes áreas temáticas, de las cuales, cabe destacar algunas como: desarrollo, envejecimiento y muerte neuronal; plasticidad celular y molecular; percepción, psicofísica y movimiento; funciones mentales superiores (memoria y aprendizaje, cognición, emociones, lenguaje, estados de conciencia); bases biológicas de las psicopatologías; psicofarmacología; abordaje etoexperimental e implementación de modelos en Neurociencias. Cada tema aquí mencionado podría subdividirse en sus respectivos componentes de abordaje biofísico, neuroquímico, de genética y biología molecular, fisiológica, farmacológica, clínica y hasta poblacional. Consecuentemente, las ciencias básicas día a día profundizan más en la comprensión de los mecanismos que dan cuenta de cada tópico y, de esta forma, pasan por el estudio de las bases moleculares indispensables para que ocurran y se modulen dichos eventos hasta por la elaboración de modelos de redes neurales y de simulación predictiva de los mismos basados en las interrelaciones de cada elemento estudiado. La genética hoy con el estudio del genoma humano y con los modelos de animales transgénicos o las mutaciones dirigidas viene describiendo las capacidades innatas del comportamiento y la posibilidad de manipularlas. La neurobiología del desarrollo ha hecho aportes significativos a las definiciones de los períodos críticos de desarrollo neuronal durante los cuales existe una alta vulnerabilidad del sistema nervioso con repercusiones duraderas o permanentes en el comportamiento. Los estudios de plasticidad neuronal y molecular han descrito mecanismos básicos responsables por los cambios adaptativos en diferentes fases del desarrollo ontogenético mejorando la comprensión de muchas de las preguntas relacionadas sobre los cambios comportamentales adaptativos resultados de la experiencia del individuo haciendo énfasis en los mecanismos sinápticos. La psicofísica y los estudios de percepción han contribuido significativamente en la comprensión de las relaciones de categorías físicas medibles que inciden sobre los órganos sensoriales y la estimación cuantitativa de la percepción de dichas categorías. Quizás de los mayores avances se vienen dando con la comprensión de las funciones neurales superiores ayudados por el avance de la electrofisiología, la imagenología y el mejoramiento de los estudios de lesiones cerebrales en humanos y la manipulación controlada de distintos elementos del sistema nervioso en modelos animales. Sin ninguna duda, una de las necesidades y puntos de mayor desarrollo de las Neurociencias ha estado en torno a la búsqueda y validación de diferentes tipos de modelos tanto animal como de simulación, que representen las características esenciales de los procesos que pretenden ser estudiados. En este aspecto, la psicofarmacología ha contribuido de manera significativa con su aporte a la validación o evaluación de muchos modelos de enfermedades mentales. Adicionalmente, la psicofarmacología ha hecho contribuciones esenciales a la clasificación y caracterización de receptores de membrana para los diferentes sistemas de neurotrasmisores con sus consecuentes aportes utilizando substancias que remedan o antagonizan los efectos funcionales repercutiendo en mejores opciones de tratamiento de los trastornos mentales. Es absolutamente imposible describir con justicia utilizando pocas palabras, los significativos avances en cada área de las Neurociencias pero si resulta necesario destacar que éstos sólo son posibles en la medida que el abordaje viene siendo hecho de manera multidisciplinaria. Bases Epistemológicas: En la antigüedad, el cerebro aún no había sido estudiado y no se reconocía a éste órgano como el genitor de la conducta humana (Kandell et al., 1997). Una de las más antiguas e importantes teorías referente a este tema, consideraba que la mente residía en los espacios ventriculares del cerebro, doctrina ventricular iniciada en el siglo 4 d.C., cuando la Iglesia Católica incorporó las enseñanzas anatómicas del romano Galeno (130-200 d.C.). Las funciones cerebrales fueron atribuidas a los ventrículos cerebrales y en todas las versiones de esta doctrina se consideró un esquema básico de distribución de las funciones mentales en tres etapas sucesivas correspondientes a las tres “células” ventriculares (anterior, mediana y posterior). La primera era la colecta de impresiones del ambiente (las sensaciones); la segunda, el procesamiento de las impresiones en imaginación o pensamiento; y la tercera, su almacenamiento en la memoria. Galeno afirmó que el cerebro es el órgano de la mente lo cual promovió, cientos de años después, la realización de experimentos con el fin de investigar con precisión las funciones del cerebro. Favoreció la mirada hacia el sistema nervioso como el regulador de la conducta y ejerció una profunda influencia en la medicina practicada en el Imperio Bizantino, que se extendió con posterioridad a Oriente Medio, para acabar llegando a la Europa medieval, que persistió hasta entrado el siglo XVII. De esta manera, en el siglo XVIII, antes de que se inventara el microscópico, se creía que el tejido nervioso tenía una función glandular (Herculano-Houzel, 2004). El siglo XIX fue marcado por grandes cambios en la apreciación de la existencia humana. Emergía una sociedad civil que necesitaba de construirse independientemente de los dogmas y poder religioso. Nacía la Biología, identificando funciones y localizándolas en estructuras anatómicas definidas. Terminaba la creencia de que había un reino humano a parte, en una revolución de ideas cuyo principal promotor era Charles Darwin (1809-1882). Con la publicación de la obra “Sobre el origen de las especies”, Darwin, describió su teoría de la evolución, teoría que por excelencia ha ejercido más influencia en las ciencias biológicas. Las investigaciones de Darwin sobre la evolución fueron el punto de partida de la observación sistémica de los actos y de la conducta. Esta nueva aportación dio lugar a la psicología experimental, el estudio de la conducta animal y humana en condiciones controlada; y a la etología, el estudio de la conducta animal en condiciones de naturales (Kandel et al., 1997; Herculano-Houzel, 2004). De esta manera, a finales del siglo XIX se fortalecieron los intentos de relacionar los conceptos biológicos con los psicológicos en el estudio de la conducta cuando el médico y neuroanatomista Franz Gall propuso que el encéfalo es un órgano de la mente y que el córtex cerebral no es homogéneo sino que contiene centros particulares que controlan funciones mentales específicas. Gall, por lo tanto, fue el primero que propuso la teoría de la localización (Simpson, 2005). No obstante, como no era un científico experimental, identificó erróneamente la función de la mayoría de las partes del córtex, al basarse en su creencia de que la localización de una facultad mental determinada podía averiguarse examinando la superficie del cráneo de los sujetos con dicha función bien desarrollada (craneoscopia). Gall fue rechazado por la academia, pero aún, sus ideas tuvieron gran impacto sobre las generaciones siguientes. Junto con sus seguidores fundó la Frenología, un intento de correlacionar la personalidad con las características del cráneo. Movidos por la pretensión de probar que Gall no tenía razón, otros científicos comenzaron a provocar lesiones cerebrales en animales de laboratorio y observar sus consecuencias - que finalmente dependían de la localización de las lesiones. Nacía el espíritu de la Neurociencia Experimental que hoy se conoce (Herculano-Houzef, 2004). En este contexto, Pierre Florens intentó determinar la contribución relativa de diferentes partes del sistema nervioso a la conducta, extirpando en el encéfalo de animales experimentales los centros funcionales identificados por Gall. De estos experimentos, Florens concluyó que conductas específicas no dependen exclusivamente de regiones específicas del encéfalo, sino que todas las regiones del encéfalo, participan en cada función mental (teoría del campo agregado). Esta teoría prevaleció hasta que fue seriamente cuestionada por J.Hughlings Jackson quien demostró que diferentes procesos sensoriales y motores se localizan en diferentes partes del córtex cerebral. En principios del siglo XX, estos estudios fueron elaborados sistemáticamente por el neurólogo alemán, Kart Ernick, Charles Sherrington y Ramón y Cajal en un enfoque opuesto de la función cerebral, denominado conexionismo celular. Según esta hipótesis, las neuronas individuales son unidades de señalización del encéfalo; se organizan por lo general en grupos funcionales y se conectan una con la otra de modo preciso. Ramón y Cajal, fue el primero a comprender que el denominador común de todos los cerebros es la presencia de neuronas y que todos los cerebros son sociedades celulares, la meta común de la cual está orquestar la interconexión del comportamiento del organismo con el ambiente externo. Adicionalmente, consideraba que la función cerebral podría ser comprendida en el contexto del nicho evolutivo y ecológico en el cual había desarrollado y sobrevivido (Llinás, 2005). En la década pasada, Kandel (1998), en el intento de proponer una base epistemológica capaz de soportar la teoría y práctica psiquiátrica y psicológica, propuso que todos los procesos mentales, incluso los procesos psicológicos más complejos derivan de operaciones cerebrales. El principio central de esta visión consiste en que lo que llamamos mente se trata de un conjunto de funciones llevadas a cabo por cerebro. Afirma que la acción del cerebro subyace no solo los comportamientos relativamente simple, más a todas las acciones cognitivas complejas. Adicionalmente, Kandel enunció en su marco teórico que las combinaciones de genes y sus productos proteicos son determinantes del patrón de interconexiones entre las neuronas del cerebro y de los detalles de su funcionamiento, por lo cual ejercen un significativo control sobre el comportamiento. A partir de lo previamente mencionado, Kandel postula que así como las combinaciones de genes contribuyen a determinar el comportamiento, incluyendo el social, también la conducta y los factores sociales pueden ejercer acciones en el cerebro mediante una retroalimentación que modifica la expresión de los genes, es decir, su función transcripcional. De esto se podría inferir que el aprendizaje, considerado en su sentido más amplio como cambios relativamente permanentes de la conducta debidos a la experiencia, incluyendo el aprendizaje que da lugar a disfunciones, como en el caso de algunos trastornos psicológicos, produce alteraciones en la expresión de genes. De esta manera, dichas alteraciones dan lugar a cambios en los patrones de conexiones neuronales, los cuales según Kandel, no sólo contribuyen a las bases biológicas de la individualidad, sino también son presumiblemente responsables de la iniciación y mantenimiento de anormalidades de la conducta inducidas a través de contingencias sociales. Combinando los estudios de localización cerebral con las observaciones de la conducta cada vez más sofisticadas, ha sido posible aprender mucho a cerca de la localización de las funciones mentales en el encéfalo. Hoy en día, la aplicación de las técnicas de neuroimagen está aportando considerable información con respecto a las regiones del encéfalo implicadas en conductas complejas específicas y como estas pueden descomponerse en operaciones mentales más simples, que tienen lugar en regiones encefálicas específicas que están interconectadas. Tales resultados han provocado un nuevo entusiasmo en la neurociencia actual basado en la convicción de que tenemos los conceptos idóneos y los instrumentos metodológicos para explorar el órgano de la mente. Bases Empíricas: Considerando que las Neurociencias integran las contribuciones de las diversas áreas de la investigación científica y de las ciencias clínicas para la comprensión del funcionamiento del sistema nervioso, cada neurocientífico se dedica aportar a la comprensión de diferentes aspectos de la conducta humana desde de diferentes abordajes. En particular, la principal meta del área de Neurociencias de la Universidad Pontificia Bolivariana es estudiar la memoria y la emoción, así como la búsqueda y validación de algunos modelos animales que representen las características esenciales necesarias para comprender los procesos biológicos subyacentes a la estrecha relación entre estos dos procesos. De manera general, los conceptos y planteamientos desarrollados a continuación, son los que fundamentan la línea principal del área, los cuales asociados a toda la conceptualización sobre los procesos neurobiológicos subyacentes a los trastornos de ansiedad y de depresión, así como a algunos procesos cognitivos, son la fuente principal de interés como aporte al conocimiento científico. La investigación de carácter científico sobre la memoria es muy reciente; aproximadamente cien años dan indicio de sus inicios (Baddeley, 1999). Sin embargo, desde la perspectiva filosófica se ha cuestionado e hipotetizado sobre ésta hace aproximadamente dos mil años. Es a partir de estos cuestionamientos que se plantean desafíos conceptuales sobre la memoria, para posibilitar la obtención de una explicación argumentativa, discursiva e instrumental que a su vez conlleve a la generación de nuevos planteamientos. La memoria ha sido definida por McGaugh & Gold (1988) como la habilidad de aprender y recordar informaciones basadas en experiencias esenciales para la sobrevivencia; un estado estable de un sistema complejo con muchos componentes que se integran entre sí en consecuencia de un estímulo o un conjunto de estímulos (Izquierdo, 1992). De una manera más amplia, Tomaz (1993) conceptualiza la memoria como un proceso complejo de adquisición, almacenamiento y recuperación de la información la cual es recibida o captada mediante los sentidos y que a su vez facilita la interacción entre los seres vivos, permitiéndoles la ubicación temporal en el pasado y futuro, un proceso vital para la supervivencia del individuo, así como de la especie. Dentro de esta perspectiva, la memoria ha sido estudiada a través de modelos animales y humanos. En animales se expresa mediante la modificación del comportamiento, caracterizada por cambios fisiológicos y conductuales que se traducen en respuestas viscerales y motoras simples; en humanos, puede ser medida, adicionalmente, por el reconocimiento de personas, palabras, lugares o situaciones (Rosat, 1991). Existen diferentes maneras de categorizar y clasificar la memoria de acuerdo al tipo de información procesada (Baddeley, 1999). Una de las categorizaciones se refiere a los sistemas de memoria, los cuales corresponden al tiempo transcurrido entre la adquisición y la evocación de la información (Izquierdo, Medina, Vianna & Barros, 1999; Rosatt, Cháves, Ribeiro & Izquierdo, 1990). Se han identificado por lo menos dos sistemas de memoria, entre ellos el sistema de memoria a corto y a largo plazo. El sistema de memoria a corto plazo según se caracteriza por ser lábil, icónico y de limitada capacidad de duración; en este sistema se almacenan pequeñas cantidades de información por un período de tiempo limitado (Tomaz, 1993). Sin embargo, si la información adquirida en dicho sistema es significativa y posteriormente útil para el individuo, puede pasar al sistema de memoria a largo plazo (Baddeley & Warrington, 1970). A su vez, este último se caracteriza por ser más estable y de larga duración donde la información es almacenada en grandes cantidades por un período de tiempo indefinido y cuyo contenido puede ser evocado mediante estímulos relacionados (Tomaz & Costa, 2001). En los sistemas de memoria, la información evoluciona y se desenvuelve de diversas formas, y en diversos niveles de clasificación. La memoria a largo plazo se ha clasificado en dos tipos: la memoria declarativa o explícita y la memoria no declarativa o implícita. La memoria declarativa o explícita (Squire, Shimamura & Amaral, 1989; Tomaz & Costa, 2001) hace alusión a la información que el individuo puede referir de manera verbal, es definida como “aquellas memorias explícitamente disponibles para la evocación consciente de hechos, acontecimientos o estímulos específicos”; es la memoria de acontecimientos sobre los cuales se puede pensar y hablar. Estudios experimentales con humanos, han demostrado que la memoria declarativa es más flexible que la no declarativa, es decir es accesible a múltiples sistemas de respuesta (Reber, knowlton & Squire, 1996). A diferencia de la anterior, en la memoria no declarativa, la información es más encapsulada y pierde acceso a sistemas no relacionados con aprendizajes iniciales (Squire & Zola-Morgan, 1996); comprende aprendizajes de carácter perceptual, de estímulos-respuesta y de carácter motor, los cuales no son necesariamente conscientes y parecen operar de manera automática. Científicos como Milner (1985), se refiere a esta clasificación como memoria implícita. La memoria declarativa comprende dos subtipos de memoria: memoria semántica y memoria episódica. La memoria semántica (Ardila, 1992; Tomaz & Costa, 2001), incluye información verbal independiente de su fuente de origen o situación durante la cual se adquirió, es decir, información fuera de contexto, como conocimientos aritméticos, significado de palabras, conceptos y personajes históricos; contiene información general y se mueve por significados. Por lo tanto, Tulving (1972), define la memoria semántica como aquella necesaria para el uso del lenguaje, el conocimiento organizado sobre las palabras y otros símbolos verbales, sus significados y referencias sobre ellos, y sobre las reglas, fórmulas y algoritmos para el manejo de símbolos, conceptos y relaciones. Este mismo autor conceptualiza la memoria episódica, como el “almacenamiento de eventos donde se utiliza un código espacial y temporal que incluye conocimiento de eventos o situaciones”. En este subtipo de memoria declarativa se encuentran las experiencias que el sujeto tiene como acontecimientos concretos del mundo y a través de ella se adquieren, almacenan y recuperan determinados hechos, impresiones y otros aspectos del pasado. En general, esta memoria corresponde a datos autobiográficos. En este subtipo de memoria se almacena la información por episodios y situaciones fijas temporalmente, y las relaciones temporo-espaciales entre tales situaciones (Tulving, 1972). Una de las características de la memoria humana, que es pertinente enunciar y que la hace diferente de las memorias de los ordenadores, es que los seres humanos olvidan. A menudo el olvido es considerado como una molestia, sin embargo, este se constituye en una herramienta muy útil para el sistema de memoria humano. El proceso de olvido según Baddeley (1999), es “aquel por el cual las características importantes son filtradas y conservadas, mientras que el detalle no pertinente o predecible es destruido o almacenado de tal modo que no es fácilmente evocado”. Al respecto Lloyd y Lishman (1975), plantean que la capacidad de olvidar o recordar, está mediada por procesos de tipo emocional, afectivo y cognitivo, los cuales son de gran utilidad al momento de observar el incremento o decremento de los recuerdos en situaciones particulares y cómo son recordados fácilmente o por el contrario son olvidados sin aparente explicación. Con base en lo anterior, pueden surgir varios interrogantes: ¿cómo la información obtenida en situaciones determinadas logra consolidarse y expresarse en forma de recuerdo posterior al suceso o, por el contrario cómo es olvidada parcial o totalmente? Planteamientos como estos muestran la importancia de otros procesos psicológicos, en especial, las emociones como facilitadores o inhibidores de los procesos de memoria. Últimamente, la emoción, se ha convertido en un tema de interés del estudio científico, especialmente cuando se ha encontrado que intervienen en su desarrollo factores de tipo fisiológico, además de los procesos cognitivos de interpretación y comprensión de las situaciones desencadenantes cognitivo y ambiental (Santiago, Tornay & Gómez, 1999). Lang (1995), define la emoción como el conjunto de sentimientos positivos o negativos producidos por situaciones específicas, que involucran la integración de componentes fisiológicos, comportamentales y cognitivos. Además, Barón y Robert (1996), plantea que estos componentes afectan la forma de actuar, pensar, recordar y sentir, convirtiéndose en uno de los aspectos esenciales que da sentido a lo que se es y a la existencia. En cuanto a la interacción entre procesamiento de la información y emoción, autores como Frank y Tomaz (2003), reportan que un cuerpo de evidencias originadas de estudios con animales y humanos demuestra que la activación emocional influencia la retención mnemónica a largo plazo y desde el punto de vista del comportamiento, el mecanismo subyacente a este fenómeno es un estado de activación fisiológica y cognitiva causada por los estímulos. Izard (1993), expone que para que se dé este procesamiento existen 4 niveles; celular, orgánico, biopsicológico y cognitivo, donde cada uno representa un nivel de complejidad que inicia desde los procesos más sencillos de la biología hasta alcanzar la construcción de procesos mediados por la experiencia y el aprendizaje que facilitan la categorización, discriminación y comparación en la activación y regulación de la emoción. Las propiedades de categorizar, discriminar y comparar son procesos de la interrelación entre la emoción y la cognición, fundamentales para la retención, recuperación y el olvido de la información. LeDoux (1993), sostiene que las emociones son respuestas conductuales, autonómicas y hormonales organizadas, que implican la vinculación de los procesos cognoscitivos para lograr una adecuada interpretación de los estímulos y situaciones ambientales, a fin de responder de manera adaptativa frente a estas situaciones, aun cuando suponen una amenaza para el organismo. Considerando este planteamiento, resulta pertinente abordar la vinculación y relación de la amígdala con la emoción. Respecto a esto, LeDoux (1993), sostiene que la amígdala desempeña un rol importante en las reacciones fisiológicas y conductuales, fundamentalmente ante aquellas situaciones que se asocian al dolor y a consecuencias aversivas y desagradables. La amígdala o complejo amigdaloide se constituye en una estructura cerebral que está localizada en los lóbulos temporales y se encuentra conformada por varios grupos de núcleos –núcleo medial, central, lateral o basolateral y basal-, de los cuales se expondrán el central y basolateral, teniendo en cuenta que el núcleo central está significativamente involucrado en el desarrollo de conductas y respuestas emocionales condicionadas, provocadas ante la presentación de estímulos aversivos, mientras que el basolateral se reporta (Buchanan, Denburg, Tranel & Adolphs, 2001; Cahill & McGaugh, 1998) como el núcleo amigdalino más importante para el almacenamiento de la memoria emocional, teniendo en cuenta su relevante participación en la consolidación de la memoria declarativa a largo plazo vinculada con eventos altamente emocionales. En algunos estudios de neuroimagen funcional (Cahill & McGaugh 1996; 1998; Cahill & Stegeren, 2002; Hamann et al., 1999), donde se han señalado la participación de la amígdala para el almacenamiento de material emocional en humanos, se han demostrado también, la presencia de una asimetría funcional relacionada con el género, indicando una mayor activación de la amígdala derecha en hombres e izquierda en mujeres durante la presentación de imágenes con contenido emocional. Adicionalmente, estos autores sugirieron la existencia de una especialización hemisférica en el procesamiento de aspectos globales versus aspectos específicos, determinando la participación del hemisferio derecho en el procesamiento de elementos holísticos y el izquierdo para eventos detallados, tanto en sujetos saludables como con lesión cerebral. Complementariamente, Adolphs, Cahill y Schul (1999), confirmaron la existencia de asimetría funcional en el complejo amigdalino, cuando al estudiar pacientes con compromiso de la amígdala izquierda, evidenciaron que éstos presentaban dificultad para recobrar palabras con contenido emocional, a diferencia de los pacientes con lesión del lado derecho, quienes no presentaron ninguna dificultad. Glosser et al. (1998) y Pillon et al. (1999), citados por Adolphs et al. (1999), demostraron también la dificultad de pacientes con compromiso cerebral derecho para recordar elementos no verbales con contenido emocional. De acuerdo con LeDoux (1993), el sistema de memoria emocional constituye una categoría especial de la memoria, involucrada en el aprendizaje y almacenamiento implícito o inconsciente de información correspondiente al significado emocional de los eventos. En contraste con este supuesto, Cahill y McGaugh (1995), sustentan que la memoria emocional corresponde a un sistema de memoria explícito, teniendo en cuenta las evidencias existentes en relación a la influencia de la emocionalidad sobre el recuerdo consciente de la información y contemplando además, el tipo de material empleado, el intervalo de retención utilizado y la experiencia emocional presenciada. Con el objetivo de analizar la modulación de la memoria por medio de la emoción, se han implementado diferentes herramientas con las cuales dichos sistemas emocionales han sido investigados en humanos, y cuyo reporte desde la literatura se referencia como el uso de fotos alertadoras y neutras (Taylor et al., 1998), expresiones faciales emocionales (Adolphs et al., 1999; Morris, Ohman & Dolan, 1998), películas cortas con contenidos emocionales opuestos (Lane, Reiman, Ahern, Schwartz & Davidson, 1998) e historias neutras e impactantes (Botelho et al., 2004; Cahill & McGaugh, 1995; Frank & Tomaz, 2002; Heuer & Reisberg, 1990). Dentro de esta perspectiva, algunas investigaciones recientes (Botelho et al., 2004; Cahill & McGaugh, 1995; Frank & Tomaz, 2000; Heuer & Reisberg, 1990) han demostrado que eventos y contenidos con características emocionales perduran en la memoria por mucho más tiempo que otros menos llamativos, proporcionando una menor posibilidad de olvido que según Baddeley (1999), corresponde a uno de los mecanismos evidenciados dentro del sistema humano de memoria, por el cual las características llamativas de orden cognoscitivo, emocional y afectivo, son filtradas y conservadas, mientras que las no pertinentes son destruidas o almacenadas haciendo más difícil su recuerdo. En consecuencia, las características de orden emocional y afectivo, especialmente la intensidad del estímulo, juegan un papel relevante a la hora de observar el incremento y decremento de recuerdos relacionados con situaciones particulares. Fundamentalmente, dicho incremento ha sido evidenciado a partir de los estudios realizados en la línea de memoria emocional, con los cuales se ha demostrado el efecto de potenciación que en algunas ocasiones ejerce el alertamiento emocional sobre la memoria declarativa, al aumentar la evocación de recuerdos en historias asociadas con contenido alertante emocionalmente (Botelho et al., 2004; Cahill & McGaugh, 1995; Frank & Tomaz, 2000; Heuer & Reisberg, 1990). De hecho, se ha reportado en la literatura que el alertamiento emocional potencia la memoria tanto de sujetos saludables como la de sujetos con daño cerebral (Adolphs et al., 1997), a excepción de aquellos sujetos con compromiso bilateral de la amígdala en quienes no se reporta una diferencia significativa para el recobro y evocación de las láminas con contenido emocional de las de contenido neutro (Adolphs et al., 1997; Hamann et al., 1997). A favor de este planteamiento, estudios con tomografía por emisión de positrones (PET), entre éstos el de Cahill y McGaugh en 1996, han encontrado que durante el recobro de estímulos emocionales se muestra una marcada activación de la amígdala. Interesantemente y en particular dentro de esta investigación, no se reportó activación de esta misma estructura, cuando se asignaba el valor emocional a partir de la reacción emocional generada por la historia presenciada, proponiendo con este resultado que la amígala es una estructura cerebral que se encuentra involucrada de manera importante en el procesamiento de la memoria asociada a eventos emocionales, pero no de la experiencia emocional subjetiva per se (Adolphs et al., 1997). Por otro lado, se ha encontrado también que experiencias emocionalmente intensas consideradas como traumáticas pueden ocasionar amnesia psicógena (Baddeley, 1999; Markowitsch et al., 1998) o efectos adversos sobre la memoria (Brewin, 2001; Geuze, Vermetten, de Kloet & Westenberg, 2008; Gilbertson, Gurvitz, Lasko, Orr & Pitman, 2001; Emdad & Söndergaard, H.P., 2006; Megías, Ryan, Vaquero & Frese, 2007; Neylan et al., 2004). De esta manera, el impacto del estrés sobre la memoria ha sido comprendido como altamente perturbador, particularmente, en personas que sufren del Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT), uno de los trastornos de ansiedad donde la naturaleza anormal de memoria traumática es manifestada por medio de síntomas de reexperiencia tales como pensamientos intrusitos, pesadillas y “flashbacks” acompañados de elevada reactividad emocional y fisiológica (Horowitz, Wilner, Kaltreider & Alvarez, 1980; Orr, Metzger & Pitman, 2002; Rabe, Dörfel, Zöllner, Maercker & Kart, 2006; Veazey, Blanchard, Hickling & Buckley, 2004). Específicamente, estudios realizados con prisioneros de campo de concentración han demostrado que algunas memorias centrales se deterioran con el tiempo, mientras otras pueden ser fuertemente recordadas (Brewin, 2001; Wagenaar & Groeneweg, 1990). Los anteriores hallazgos suelen ser contradictorios ya que el enfrentamiento a un fenómeno muy estresante en unas ocasiones puede producir un recuerdo muy persistente y exacto, y en otras lo contrario, es decir, un deterioro del recuerdo total o parcial. Esta aparente contradicción, según Christianson y Engelberg (1997), parece cumplir con una función de supervivencia, la cual consiste por un lado en identificar y reconocer las situaciones amenazantes y, por otro, al olvido y deterioro del recuerdo de las experiencias desagradables. Por otro lado, se ha demostrado que el estrés intenso y prolongado altera la actividad hipocampal fundamental para la consolidación de la memoria declarativa interfiriendo sobre los procesos de potenciación a largo plazo (Aguado, 2002; Eichenbaum, 2000; Fortin, Wright & Eichenbaum, 2004; Squire, 1992; Zola, Squire, Teng, Stefanacci, Búfalo & Clark, 2000). Adicionalmente, tras la exposición al estrés crónico, los altos niveles de hormonas corticoides, que generan las experiencias de estrés prolongado, pueden producir deterioro estructural hipocampal (Bremner et al., 2008; Bremner, Randall, Scott & Broker, 1995; Francati, Vermetten & Bremner, 2007; Bremner, Elzinga, Schmahl & Vermetten, 2008). Según Bremner (2003), los pacientes con TEPT victimas de trauma de combate, abuso físico y sexual y abuso sexual infantil, presentan un menor volumen hipocampal. Así, la disminución en el volumen de esta estructura parece contribuir considerablemente para la disfunción de memoria característica de este trastorno (Bremner et al., 2008; Horner & Hammer, 2002). De acuerdo a estos planteamientos, los déficits de memoria asociados al TEPT, podrían tener como origen los efectos negativos de la hiperactividad hormonal y un posible deterioro previo de tipo morfofuncional en estructuras importantes para el procesamiento de la memoria declarativa. ¿LA EDUCACION NECESITA REALMENTE DE LA NEUROCIENCIA? Estado Actual de la Neurociencia La Neurociencia no sólo no debe ser considerada como una disciplina, sino que es el conjunto de ciencias cuyo sujeto de investigación es el sistema nervioso con particular interés en cómo la actividad del cerebro se relaciona con la conducta y el aprendizaje. El propósito general de la Neurociencia, declaran Kandel, Schwartz y Jessell (1997), es entender cómo el encéfalo produce la marcada individualidad de la acción humana. El término “Neurociencias”, afirma Beiras (1998), hace referencia a campos científicos y áreas de conocimiento diversas, que, bajo distintas perspectivas de enfoque, abordan los niveles de conocimiento vigentes sobre el sistema nervioso. Es, por tanto, una denominación amplia y general, toda vez que su objeto es extraordinariamente complejo en su estructura, funciones e interpretaciones científicas de ambas. Se hace Neurociencia, pues, desde perspectivas totalmente básicas, como la propia de la Biología Molecular, y también desde los niveles propios de las Ciencias Sociales. De ahí que este constructo involucre ciencias tales como: la neuroanatomía, la fisiología, la biología molecular, la química, la neuroinmunología, la genética, las imágenes neuronales, la neuropsicología, las ciencias computacionales. El funcionamiento del cerebro es un fenómeno múltiple, que puede ser descrito a nivel molecular, celular, organizacional del cerebro, psicológico y/o social. La Neurociencia representa la suma de esos enfoques. Según Sylwester (1995), la neurociencia ha pasado a ser el mayor campo de investigación durante los últimos 25 años. La Neurociencia, se lee en la página Web de Neuroscience, Mind y Behavior, representa indiscutiblemente uno de los más vibrantes campos de investigación de la ciencia en la actualidad. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la Neurociencia se caracteriza por un cierto tipo de reduccionismo. Así, por ejemplo, se lee en una página Web del Center for Neuroscience, Mind y Behavior (2000) que su principal objetivo de investigación en Neurociencia es ofrecer una comprensión mecanicista de la conducta de todo el organismo, un nivel de análisis más allá de las moléculas, células o circuitos individuales. Es que, como sostienen Caine y Caine (1998), los investigadores en Neurociencia trabajan a un nivel mecanicista y reduccionista. Pero también abordan mecanismos, funciones o conductas cognoscitivas. Aquí figuran la sicología cognoscitiva, la lingüística, la antropología física, la filosofía y la inteligencia artificial (Sylwester 1995). Pero, habida cuenta de esta consideración, hay que reconocer, siguiendo a Geake (2002), que si el aprendizaje es el concepto principal de la educación, entonces algunos de los descubrimientos de la Neurociencia pueden ayudarnos a entender mejor los procesos de aprendizaje de nuestros alumnos y, en consecuencia, a enseñarles de manera más apropiada, efectiva y agradable. En ese sentido se entiende la afirmación de Wolfe (2001) de que el descubrimiento más novedoso en educación es la Neurociencia o la investigación del cerebro, un campo que hasta hace poco era extraño a los educadores. Los avances en Neurociencia han confirmado posiciones teóricas adelantadas por la psicología del desarrollo por años, tales como la importancia de la experiencia temprana en el desarrollo. Lo nuevo es la convergencia de evidencias de diferentes campos científicos. Detalles acerca del aprendizaje y el desarrollo han convergido para formar un cuadro más completo de cómo ocurre el desarrollo intelectual. La clarificación de algunos de los mecanismos del aprendizaje por la Neurociencia ha sido mejorada por la llegada de tecnologías de imágenes no invasivas. Entre estas habría que mencionar: el escaneo de CAT, el Magnetic Resonance Imaging (MRI) y los Espectrómetros. El Electroencefalograma (EEG); la MEG (Magnetoencefalografía); el SQUID (instrumento de interferencia cuántica superconductora) y el BEAM (Mapeo de la Actividad Eléctrica Cerebral). Y la Tomografía por emisión de positrones (PET). Estas tecnologías han permitido a los investigadores observar directamente los procesos del aprendizaje humano, por lo menos desde un punto de vista mecanicista. Algunos descubrimientos fundamentales de la Neurociencia, que están expandiendo el conocimiento de los mecanismos del aprendizaje humano, son: A. El aprendizaje cambia la estructura física del cerebro. B. Esos cambios estructurales alteran la organización funcional del cerebro; en otras palabras, el aprendizaje organiza y reorganiza el cerebro. C. Diferentes partes del cerebro pueden estar listas para aprender en tiempos diferentes. D. El cerebro es un órgano dinámico, moldeado en gran parte por la experiencia. La organización funcional del cerebro depende de la experiencia y se beneficia positivamente de ella (Bransford, Brown y Cocking 2000). Sylwester (1995) precisa más esto al sostener que el cerebro es moldeado por los genes, el desarrollo y la experiencia, pero él moldea sus experiencias y la cultura donde vive. E. El desarrollo no es simplemente un proceso de desenvolvimiento impulsado biológicamente, sino que es también un proceso activo que obtiene información esencial de la experiencia. En resumen, la Neurociencia está comenzando a dar algunas iluminaciones (insights), si no respuestas finales, a preguntas de gran interés para los educadores. Sierra y Sierra (2000), empero, a propósito de los significativos avances en el campo de la neurofisiología del aprendizaje y de la memoria, advierten que todos esos datos, que nos aproximan a la comprensión del “lenguaje máquina” del cerebro, son muy difíciles de relacionar con las sofisticadas características del aprendizaje humano. Jensen (2000a) aporta toda una lista muy esquemática pero clara de descubrimientos recientes en Neurociencia que se pueden aplicar en clase y de temas que tienen importantes implicaciones para el aprendizaje, la memoria, las escuelas y el desarrollo del cuerpo docente directivo de los establecimientos escolares: El cerebro que crece: el cerebro humano puede hacer crecer nuevas células. El cerebro social: las interacciones y el estado social impactan los niveles de hormonas. El cerebro hormonal: las hormonas pueden y de hecho impactan el conocimiento. El cerebro que se mueve: el movimiento influye en el aprendizaje. El cerebro plástico: dado un mejor enriquecimiento del cerebro para realambrarse, éste cambia. El cerebro espacial: cómo trabajan el espacio, el aprendizaje relacional y la recordación espacial. El cerebro atencional: cómo el córtex prefrontal dirige realmente la atención y déficits atencionales. El cerebro emocional: cómo las amenazas y las hormonas afectan la memoria, las células y genes. El cerebro adaptativo: cómo la aflicción, el cortisol y los estados alostáticos impactan en el aprendizaje. El cerebro paciente: el rol del tiempo en el proceso de aprendizaje. El cerebro computacional: el rol de la retroalimentación en la formación de las redes neurales. El cerebro artificioso: cómo las artes y la música afectan al cerebro y la conducta. El cerebro conectado: cómo nuestro cerebro es cuerpo y el cuerpo es cerebro; cómo trozos de información cerebral circulan a través de nuestro cuerpo. El cerebro en desarrollo: cómo optimizar el valor de los tres primeros años sabiendo qué hacer y cuándo hacerlo. El cerebro hambriento: el rol de la nutrición en el aprendizaje y la memoria; cuáles son los mejores alimentos, ¿qué comer? El cerebro memorable: cómo nuestras memorias son codificadas y recuperadas. El cerebro químico: qué hacen determinados químicos y cómo activar los correctos. Sylwester (1995), al hablar de los modelos del cerebro que están más en boga, trae a colación el pensamiento de Edelman al respecto. Si bien, dice Sylwester, el modelo más prevalente y atrayente del cerebro que existe es el computador, según Edelman; empero, el computador no es el modelo apropiado de cerebro, porque es desarrollado, programado y funciona con una fuerza externa. Las razones que arguye para rechazar este modelo son que muchas memorias se almacenan en los mismos sitios donde se realizan las operaciones actuales. Además, el poderoso rol de las emociones y la preponderancia del procesamiento en paralelo de nuestro cerebro le sugirieron a Edelman que el modelo útil para nuestro cerebro debe provenir de la biología y no de la tecnología. Ateniéndose a este enfoque, en consecuencia, declara que la dinámica electroquímica del cerebro se parece a la ecología de un ambiente selvático. Este no instruye a los organismos sobre cómo deben actuar. La evolución actúa por selección, no por instrucción. La Teoría del Aprendizaje basado en el Cerebro o Compatible con el Cerebro: Orígenes, Filosofía, Características Según Sprenger (1999), hace más de 25 años que los educadores han estado buscando una teoría que pueda traducirse en una aplicación práctica en la sala de clases. La primera teoría de la investigación del cerebro fue la del cerebro derecho/cerebro izquierdo, la que para los educadores fue por largo tiempo equivalente a todo lo que se sabía sobre el cerebro (Dickinson 2000-2002). Sin embargo, hace ya 17 años, Hart (1986) sostenía que hasta ese entonces la educación nunca había tenido una teoría adecuada del aprendizaje. Según ella, tal teoría debería referirse al cerebro, y sólo en esos últimos años se había llegado a una comprensión holística necesaria del cerebro para establecer tal teoría. En base, pues, a esos conocimientos, planteó ella la teoría del aprendizaje compatible con el cerebro. ¿Qué significa el término “compatible con el cerebro”? El término “compatible con el cerebro” fue usado por primera vez por Hart (1983) en su libro Human Brain, Human Learning, y se basó en su observación de que, dado lo que se sabía de la investigación del cerebro, la estructura del enfoque tradicional de enseñanza y de aprendizaje era “opuesta al cerebro”. Su hipótesis era que la enseñanza compatible con el cerebro, en un ambiente sin amenazas que permitiera un uso desinhibido de la espléndida neocorteza o “nuevo cerebro”, tendría como resultado un aprendizaje, un clima y una conducta mucho mejores. Y declaraba enfáticamente que para que la educación fuera realmente “compatible con el cerebro” debía ocurrir un cambio en el paradigma de enseñanza-aprendizaje. Esta teoría del aprendizaje se deriva de los estudios fisiológicos de cómo el cerebro aprende mejor (Lawson 2001). Su fundamento está, pues, en la estructura y funcionamiento del cerebro (Purpose Associates 1998-2001). Según Atakent y Akar (2001) el aprendizaje basado en el cerebro es el actual paradigma que se deduce de la investigación del mismo para explicar los principios de aprendizaje con que trabaja. Jensen (2000b) va más al grano cuando expresa que el aprendizaje basado en el cerebro es un proceso basado en la información del uso de un grupo de estrategias prácticas que son dirigidas por principios sólidos derivados de la investigación del cerebro. Pero no todos están de acuerdo con que se usen los términos “aprendizaje basado en el cerebro”, pues según Cohen (1995) y Yero (2001-2002) el aprendizaje siempre ha sido “basado en el cerebro”; todo aprendizaje, de cualquier tipo en la escuela, está “basado en el cerebro”, de tal modo que el término como tal no tiene sentido. En consecuencia, es mejor y no se presta a equívocos utilizar los términos de “compatible con el cerebro”. Y así se puede hablar de enseñanza escolar, de currículo o de evaluación compatibles con el cerebro o no. Implicaciones y Aplicaciones de la Teoría del Aprendizaje Compatible con el Cerebro para el Currículo, la Enseñanza y la Evaluación: los Principios del Aprendizaje del Cerebro Como cualquier teoría que se precie de tal, el aprendizaje compatible con el cerebro tiene también sus principios. La lista que figura a continuación, que fue publicada por primera vez por Caine y Caine en 1989, ha sido extraída de una publicación de dichos autores del año 1997; esta lista, sin embargo, se ha ido reformando, reestructurando y poniendo al día periódicamente. En razón de la brevedad, hemos preferido mantener la lista de años atrás. El principal objetivo de estos autores fue sintetizar la investigación proveniente de muchas disciplinas en un conjunto de principios de aprendizaje del cerebro que sirvieran de fundamento para pensar acerca del aprendizaje. Los principios dejan sitio para la continua nueva información que provenga de campos tales como la Neurociencia, la sicología cognoscitiva, la teoría del estrés y la creatividad. Los principios incluyen también perspectivas de las nuevas ciencias y lo mejor que sabemos de la práctica y de la amplia experiencia humana (Caine y Caine 2003). Los Principios de Aprendizaje del Cerebro (Caine y Caine 1997) Principio 1. El cerebro es un complejo sistema adaptativo: tal vez una de las características más poderosas del cerebro es su capacidad para funcionar en muchos niveles y de muchas maneras simultáneamente. Pensamientos, emociones, imaginación, predisposiciones y fisiología operan concurrente e interactivamente en la medida en que todo el sistema interactúa e intercambia información con su entorno. Más aún, hay emergentes propiedades del cerebro como un sistema total que no pueden ser reconocidas o entendidas cuando sólo se exploran las partes separadamente. Principio 2. El cerebro es un cerebro social: durante el primer y segundo año de vida fuera del vientre materno, nuestros cerebros están en un estado lo más flexible, impresionable y receptivo como nunca lo estarán. Comenzamos a ser configurados a medida que nuestros receptivos cerebros interactúan con nuestro temprano entorno y relaciones interpersonales. Está ahora claro que a lo largo de nuestra vida, nuestros cerebros cambian en respuesta a su compromiso con los demás, de tal modo que los individuos pueden ser siempre vistos como partes integrales de sistemas sociales más grandes. En realidad, parte de nuestra identidad depende del establecimiento de una comunidad y del hallazgo de maneras para pertenecer a ella. Por lo tanto, el aprendizaje está profundamente influido por la naturaleza de las relaciones sociales dentro de las cuales se encuentran las personas. Principio 3. La búsqueda de significado es innata: en general, la búsqueda de significado se refiere a tener un sentido de nuestras experiencias. Esta búsqueda está orientada a la supervivencia y es básica para el cerebro humano. Aunque las maneras como tenemos un sentido de nuestra experiencia cambia a lo largo del tiempo, el impulso central a hacerlo dura toda la vida. En lo esencial, nuestra búsqueda de significado está dirigida por nuestras metas y valores. La búsqueda de significado se ordena desde la necesidad de alimentarse y encontrar seguridad, a través del desarrollo de las relaciones y de un sentido de identidad, hasta una exploración de nuestro potencial y búsqueda de lo trascendente. Principio 4. La búsqueda de significado ocurre a través de “pautas”: entre las pautas incluimos mapas esquemáticos y categorías tanto adquiridas como innatas. El cerebro necesita y registra automáticamente lo familiar, mientras simultáneamente busca y responde a nuevos estímulos. De alguna manera, por lo tanto, el cerebro es tanto científico como artista, tratando de discernir y entender pautas a medida que ocurran y dando expresión a pautas únicas y creativas propias. El cerebro se resiste a que se le impongan cosas sin significado. Por cosas sin significado entendemos trozos aislados de información no relacionados con lo que tiene sentido o es importante para un aprendiz en particular. Una educación efectiva debe darles a los alumnos la oportunidad de formular sus propias pautas de entendimiento. Principio 5. Las emociones son críticas para la elaboración de pautas: lo que aprendemos es influido y organizado por las emociones y los conjuntos mentales que implican expectativas, inclinaciones y prejuicios personales, autoestima, y la necesidad de interacción social. Las emociones y los pensamientos se moldean unos a otros y no pueden separarse. Las emociones dan color al significado. Las metáforas son un ejemplo de ello. Por lo tanto, un clima emocional apropiado es indispensable para una sana educación. Principio 6. Cada cerebro simultáneamente percibe y crea partes y todos: si bien la distinción entre “cerebro izquierdo y cerebro derecho” es real, no expresa todo lo que es el cerebro. En una persona sana, ambos hemisferios interactúan en cada actividad. La doctrina del “cerebro dual” es útil más bien, porque nos recuerda que el cerebro reduce la información en partes y percibe la totalidad al mismo tiempo. La buena capacitación y educación reconocen esto, por ejemplo, introduciendo proyectos e ideas naturalmente “globales” desde el comienzo. Principio 7. El aprendizaje implica tanto una atención focalizada como una percepción periférica: el cerebro absorbe información de lo que está directamente consciente, y también de lo que está más allá del foco inmediato de atención. De hecho, responde a un contexto sensorial más grande que aquel en que ocurre la enseñanza y la comunicación. “Las señales periféricas” son extremadamente potentes. Incluso las señales inconscientes que revelan nuestras actitudes y creencias interiores tienen un poderoso efecto en los estudiantes. Los educadores, por lo tanto, pueden y deben prestar una gran atención a todas las facetas del entorno educacional. Principio 8. El aprendizaje siempre implica procesos conscientes e inconscientes: si bien un aspecto de la conciencia es consciente, mucho de nuestro aprendizaje es inconsciente, es decir, que la experiencia y el input sensorial son procesados bajo el nivel de conciencia. Puede, por tanto, ocurrir que mucha comprensión no se dé durante la clase, sino horas, semanas o meses más tarde. Los educadores deben organizar lo que hacen para facilitar ese subsiguiente procesamiento inconsciente de la experiencia por los estudiantes. ¿Cómo? Diseñando apropiadamente el contexto, incorporando la reflexión y actividades metacognoscitivas, y proporcionando los medios para ayudar a los alumnos a explayar creativamente ideas, habilidades y experiencia. La enseñanza en gran medida se convierte en un asunto de ayudar a los alumnos a hacer visible lo invisible. Principio 9. Tenemos al menos dos maneras de organizar la memoria: tenemos un conjunto de sistemas para recordar información relativamente no relacionada (sistemas taxonómicos). Esos sistemas son motivados por premio y castigo, y también tenemos una memoria espacial/autobiográfica que no necesita ensayo y permite por “momentos” el recuerdo de experiencias. Este es el sistema que registra los detalles de su fiesta de cumpleaños. Está siempre comprometido, es inagotable y lo motiva la novedad. Así, pues, estamos biológicamente implementados con la capacidad de registrar experiencias completas. El aprendizaje significativo ocurre a través de una combinación de ambos enfoques de memoria. De ahí que la información significativa y la insignificante se organicen y se almacenen de manera diferente. Principio 10. El aprendizaje es un proceso de desarrollo: el desarrollo ocurre de muchas maneras. En parte, el cerebro es “plástico”, lo que significa que mucho de su alambrado pesado es moldeado por la experiencia de la persona. En parte, hay predeterminadas secuencias de desarrollo en el niño, incluyendo las ventanas de oportunidad para asentar la estructura básica necesaria para un posterior aprendizaje. Tales oportunidades explican por qué las lenguas nuevas, como también las artes, deben ser introducidas a los niños muy temprano en la vida. Y, finalmente, en muchos aspectos, no hay límite para el crecimiento ni para las capacidades de los seres humanos para aprender más. Las neuronas continúan siendo capaces de hacer y reforzar nuevas conexiones a lo largo de toda la vida. Principio 11. El aprendizaje complejo se incrementa por el desafío y se inhibe por la amenaza: el cerebro aprende de manera óptima hace el máximo de conexiones cuando es desafiado apropiadamente en un entorno que estimula el asumir riesgos. Sin embargo, se encoge o se “bajonea” ante una amenaza percibida. Se hace entonces menos flexible y revierte a actitudes y procedimientos primitivos. Es por eso que debemos crear y mantener una atmósfera de alerta relajada, lo que implica baja amenaza y alto desafío. La baja amenaza no es, sin embargo, sinónimo de simplemente “sentirse bien”. El elemento esencial de una amenaza percibida es un sentimiento de desamparo o fatiga. La tensión y ansiedad originales son inevitables y deben esperarse en un aprendizaje genuino. Esto se debe a que el genuino aprendizaje implica cambios que llevan a una reorganización del sí. Tal aprendizaje puede estar intrínsecamente lleno de tensiones, prescindiendo de la habilidad o del soporte ofrecido por el profesor. Principio 12. Cada cerebro está organizado de manera única: todos tenemos el mismo conjunto de sistemas y, sin embargo, todos somos diferentes. Algunas de estas diferencias son una consecuencia de nuestra herencia genética. Otras son consecuencia de experiencias diferentes y entornos diferentes. Las diferencias se expresan en términos de estilos de aprendizaje, diferentes talentos e inteligencias, etc. Un importante corolario es apreciar que los alumnos son diferentes y que necesitan elegir, mientras están seguros que están expuestos a una multiplicidad de inputs. Las inteligencias múltiples y vastos rangos de diversidad son, por lo tanto, características de lo que significa ser humano. Lackney (1998), como corolario de los principios del aprendizaje del cerebro recién expuestos, plantea una serie de principios para diseñar la escuela, a fin de que ésta sea compatible con el cerebro: 1. Unir la literatura de la Neurociencia con las interpretaciones de los principios del aprendizaje basado en el cerebro. 2. Facilitar las implicaciones. Los principios que forman el cerebro se basan directamente en lo que sabemos de neurofisiología del cerebro y de entornos óptimos de aprendizaje. 3. Hacer un lugar no es lo mismo que distribuir un espacio. Los entornos óptimos de aprendizaje deben ser enfocados holísticamente, incluyendo tanto el ambiente físico como el entorno social, organizacional, pedagógico y emocional. 4. El diseño de entornos de aprendizaje basado en el cerebro requiere que transformemos nuestro pensamiento tradicional basado en disciplinas o asignaturas en maneras interdisciplinarias. ¿Cómo pasar de la Teoría e Investigación del Cerebro a la Práctica en el Aula y a las Políticas Educacionales? Caine y Caine (1997) sostienen que hay tres elementos interactivos de enseñanza que emergen de sus principios y que pueden perfectamente aplicarse en el proceso de aprendizajeenseñanza: Inmersión orquestada en una experiencia compleja: crear entornos de aprendizaje que sumerjan totalmente a los alumnos en una experiencia educativa. Estado de alerta relajado: eliminar el miedo en los alumnos, mientras se mantiene un entorno muy desafiante. Procesamiento activo: permitir que el alumno consolide e interiorice la información procesándola activamente. En consecuencia, para crear entornos enriquecidos que ayuden a los estudiantes a aprender, los profesores tienen que tratar de comprometer las siguientes capacidades de aprendizaje que tienen todos los alumnos. Para crear un estado de alerta relajado: Reduzca la amenaza y mejore la autoeficacia. Comprometa la interacción social. Comprometa la búsqueda innata de significado. Comprometa las conexiones emocional Para crear una inmersión orquestada en una experiencia compleja: Comprometa la fisiología en el aprendizaje. Comprometa tanto la habilidad para centrar la atención como para aprender de un contexto periférico. Reconozca y comprometa las etapas y los cambios de desarrollo. Comprometa el estilo individual de los alumnos y su unicidad. Comprometa la capacidad para reconocer y dominar pautas esenciales. Para crear un procesamiento activo: Comprometa la habilidad para percibir tanto las partes como el todo. Comprometa tanto el procesamiento consciente como el inconsciente. Comprometa la capacidad para aprender a partir de la memorización de hechos aislados y de eventos biográficos. Según Purpose Associates (1998-2001), la aplicación de la teoría del aprendizaje compatible con el cerebro impacta a la educación en tres aspectos fundamentales: Currículo: los profesores deben diseñar el aprendizaje centrado en los intereses del alumno y hacer un aprendizaje contextual. Enseñanza: los educadores deben permitirles a los alumnos que aprendan en grupos y usen el aprendizaje periférico. Los profesores que estructuran el aprendizaje alrededor de problemas reales, estimulan también a los estudiantes a aprender en entornos fuera de la sala de clase y fuera de la escuela. Evaluación: ya que los alumnos están aprendiendo, su evaluación debería permitirles entender sus propios estilos de aprendizaje y sus preferencias. De esa manera, los alumnos supervisan y mejoran sus procesos de aprendizaje. Y luego se preguntan: ¿Qué sugiere el aprendizaje basado en el cerebro? Sugiere que los profesores deben ayudar a los alumnos a que tengan experiencias apropiadas y saquen provecho de esas experiencias. Caine y Caine (2003) dicen que para pasar de la teoría de la investigación del cerebro a la práctica escolar, lo primero que hay que hacer es partir repensando la escuela: repensar todos los aspectos de la educación, desde el rol del profesor a la naturaleza de la evaluación. Lo que realmente transformaría la escuela, asevera por su parte Yero (2001-2002), es plantearse esta pregunta: ¿Cómo pueden ser las escuelas más compatibles con la manera como los seres humanos aprenden? Los investigadores de Purpose Associates (1998-2001) adelantan posibles soluciones prácticas a este respecto: los planificadores de recursos educacionales deben ser artistas para crear entornos compatibles con el cerebro. Los profesores deben entender que la mejor manera de aprender no es por la clase expositiva, sino participando en entornos reales que permitan ensayar cosas nuevas con seguridad. Lawson (2001) afirma que el diseñar la enseñanza compatible con el cerebro es un verdadero desafío para nuestra profesión. El desafío consiste en crear un nuevo paradigma que ajuste el aprendizaje natural con las tecnologías de punta. Analizar las discrepancias entre las actuales prácticas de enseñanza y las óptimas prácticas de aprendizaje. No hay que responder por qué no se puede hacer, sino más bien cómo se puede hacer. A futuro seremos no diseñadores de enseñanza, sino diseñadores de aprendizaje. Sylwester (1995) se pregunta: ¿Cómo desarrollar un ambiente de aprendizaje orientado ecológicamente para un cerebro involucrado ecológicamente? El desafío para los profesores, afirma Sylwester (1995), es definir, crear, mantener un ambiente y currículo escolar estimulantes emocional e intelectualmente. Y presenta algunos ejemplos de cómo deberían ser los tres modelos interactivos de ambientes educativos: El ambiente natural: ya que no es posible educar a los alumnos en un ambiente totalmente fuera de la escuela, deberíamos al menos organizar el currículo alrededor de simulaciones de clase, juego de roles, salidas a terreno, y otras actividades que se asemejen más a las experiencias y a los desafíos de solución de problemas del mundo natural. Los programas extracurriculares acercan más al mundo real que cualquier otra cosa en la escuela. Usan metáfora, juego, una moderada dominación de un adulto, en un medio no amenazante e informal para explorar las dimensiones, tácticas y estrategias de solución de problemas. El ambiente de laboratorio y de sala de clases: cuando las ratas adultas fueron puestas en un ambiente rico con un grupo de ratas jóvenes (el autor se está refiriendo a los experimentos de Diamond (1988) para estudiar el desarrollo del cerebro), las adultas jugaban con los juguetes y dominaron el entorno. Esos experimentos pueden encontrar su representación en las salas de clase, donde el profesor domina las decisiones y las actividades curriculares, docentes y evaluativas. Los alumnos tienen que crear su ambiente e interactuar con él. Si definimos en un ambiente social a la persona madura como aquélla que es más apta para adaptarse a las necesidades e intereses de los demás, el profesor debe entonces adaptarse a sus alumnos. Actividades tales como proyectos de los alumnos, aprendizaje cooperativo, evaluación por portafolio ponen a los alumnos en el centro del proceso educativo. El ambiente solitario: las ratas necesitaban interactuar con otras ratas para aprender a cómo resolver los problemas de las ratas. La situación es igual con los estudiantes: un ambiente social estimulante entrega el único ambiente apropiado para dominar las habilidades sociales. ¿Cuál es el ambiente normal? Es importante recordar que una jaula de ratas socialmente enriquecida tuvo como resultado un significativo crecimiento más que el ambiente solitario empobrecido. Las escuelas deben, por lo tanto, ayudar a los alumnos a adaptarse a las realidades de la cultura nuestro mayor desafío es crear un enriquecimiento firme en un medio social escolar que tiene un alto potencial para empobrecer– cambiar el ambiente artificial de clase en una respetable aproximación a un ambiente natural. Marian Diamond (2000) recomienda que los profesores deben aproximarse a su tarea con el compromiso de tratar a sus alumnos con un tierno y cariñoso cuidado. Ella piensa que cada alumno debe ser tratado como persona. ¿Cuál debería ser la Actitud que los Profesores o Educadores deberían asumir ante la Neurociencia? Varios autores sostienen que estamos frente a un gran desafío profesional. Nuestra profesión, según Sylwester, es una profesión conductista. Nos fijamos en las manifestaciones visibles, medibles y manejables de conocimiento más que en los mecanismos y procesos cognitivos. Como nuestra profesión no puede comprender los procesos cerebrales internos se concentra en objetos o eventos externos (estímulos) y en la conducta que emerge de procesos cognitivos desconocibles (respuesta). Aprendemos a manipular el entorno para lograr la conducta deseada. La base de nuestra profesión está más cerca del folclore que del conocimiento científico. Podemos predecir lo que ocurre en clase, pero no sabemos por qué ocurre. El centrarse en la conducta externa puede llevar a conclusiones inapropiadas. No comprendemos los mecanismos subyacentes que gobiernan la enseñanza y aprendizaje como son la emoción, el interés, la atención, el pensamiento, y la memoria. No sabemos si nuestros alumnos aprenden debido a nuestros esfuerzos o a pesar de ellos. El estudio de la conducta, por otra parte, puede llevarnos a diagnósticos y tratamientos parciales de muchas complejas conductas de aprendizaje como dislexia, desórdenes de atención, motivación y olvido. Estamos, pues, ante una encrucijada: podemos seguir fijándonos en la observación de la conducta externa o buscar una comprensión científica de los mecanismos, procesos y malos funcionamientos que afectan la realización de tareas complejas de aprendizaje. Ahora bien, el entender los mecanismos y procesos del cerebro añade una dimensión excitante a lo que pensamos sobre nuestra profesión. Sólo a través de nuestro conocimiento de la investigación y de las chapucerías de nuestra profesión comenzaremos a descubrir las aplicaciones útiles de la teoría del cerebro. Nuestra orientación profesional ha sido sólo en ciencias sociales y conductuales; los alumnos de pedagogía rara vez trabajan mucho en biología, química y psicología cognitiva. Pero los significativos adelantos en la teoría e investigación del cerebro sugieren que debe aumentarse la cantidad de ciencias naturales en nuestra preparación. Y Sylwester concluye, planteándose esta interrogante: ¿Puede una profesión encargada de desarrollar un cerebro efectivo y eficiente permanecer desinformada con respecto al cerebro? Si no podemos presentar líderes informados en problemas educativos surgidos de la investigación y teoría del cerebro, ¿podemos esperar que otros, tan desinformados como nosotros, tomen decisiones por nosotros? Nuestra profesión está ahora al borde de una transformación. Piense en lo que sabíamos sobre el cerebro hace 20 años y compárelo con lo que sabemos ahora; luego proyecte nuestro nivel de comprensión a 20 años más adelante. El desafío para los educadores, prosiguen Caine y Caine (1998), es que hay que tomar en serio la investigación del cerebro. Eso significa cambiar nuestro pensamiento y práctica a base de lo que sabemos del aprendizaje compatible con el cerebro. Jensen (2000b) parte haciéndose una pregunta candente: ¿El aprendizaje basado en el cerebro es verdad o es impostura? ¿Dónde está la prueba del aprendizaje basado en el cerebro? A menudo aparecen preguntas con respecto a si la investigación del cerebro es confiable para la capacitación y para la aplicación en clase. Los precavidos, escépticos, vacilan en abrazar nuevas ideas. Los entusiastas e impulsivos ensayan cualquier cosa, tenga ésta fundamento o no. Nunley (2002) se explicita un poco más en este punto diciendo que hay, actualmente, un murmullo de advertencia que está circulando por la comunidad educacional en cuanto a que los profesores no deberían subirse demasiado rápido al carro de la educación basada en el cerebro. Lo que tenemos que hacer es esperar. Esperar que los neurocientíficos nos digan cómo toda esa nueva investigación sobre el cerebro se puede aplicar en la sala de clases. Pero lo que los educadores no entienden es que los neurocientíficos no saben dónde comenzar, pues ellos no son profesores; no están en la sala de clases. No saben las preguntas cuyas respuestas buscamos. Como educadores tenemos que abordar de frente nuestras más apreciadas cuestiones sobre la clase. La tecnología está allí. Tenemos que conocerla ahora. Como es evidente, un profesor bien informado habitualmente tomará mejores decisiones. El profesor debe juzgar si la investigación se adecua a su particular clima de aprendizaje y cómo. Uno tiene que ser cuidadoso y prudente en cómo se interpreta y usa la investigación. Nuestro proceder debe ser buscar la investigación básica en neurociencia y juntarla con los datos de la sicología y de la ciencia cognitiva. Lo que uno nunca encontrará es un estudio definitivo que demuestre que el aprendizaje basado en el cerebro es mejor. Wolfe (2001) también acentúa esa actitud precavida con respecto a la investigación en neurociencia: el entusiasmo y el interés en la investigación en neurociencia es innegable. Pero, ¿adónde estamos yendo con nuestra nueva información? ¿Será otra moda o estamos al fin a punto de adquirir una teoría científicamente fundamentada de la enseñanza y del aprendizaje? Pienso que eso tiene la posibilidad de ir a uno u otro lado. Eso depende de cómo interpretemos y utilicemos la investigación. Lo que debemos hacer es escoger cuidadosa y analíticamente entre los datos y determinar qué estudios realmente tienen aplicaciones para la clase y cuáles no. Madigan (2001) pone una nota, hasta cierto punto negativa, a propósito de ese innegable entusiasmo por la investigación basada en el cerebro, cuando dice: “No hay nada malo en la lógica de querer saber cómo trabaja el cerebro; eso podría ayudarnos a entender cómo aprende la gente”. De hecho, hay una gran cantidad de investigación preliminar en esta área. El problema es que algunos profesores están extrapolando pieza por pieza de algunos hallazgos y creando especificaciones curriculares sin una investigación real que las sustente. El uso del término “basado en el cerebro” ha llegado a estar de moda, pero, desgraciadamente es sólo eso una moda que puede realmente dañar la investigación seria en un campo tan complejo. No podemos ir de la Neurociencia a la clase, porque no sabemos bastante sobre Neurociencia. Muchos científicos, continúa diciendo la autora, aconsejan que es muy prematuro aplicar en la sala de clases los estudios sobre memoria y aprendizaje. Incluso si la ciencia estuviera lista para su aplicación, los profesores deberíamos exigir un estudio cuidadoso de cualquier herramienta basada en la teoría antes de apoyar su implementación y diseminación masiva. Sólo la innovación basada en la investigación mejorará nuestra base de conocimientos. Caine y Caine (1998) aconsejan también actuar con cautela cuando se trata de aplicar la investigación del cerebro a la clase. La investigación del cerebro, afirman, deja muchas cosas sin responder, pero también influye en cómo educamos. Por lo tanto, los resultados y conclusiones de los biólogos deben ser filtrados. Los educadores deben aprender a cómo pensar sobre la investigación del cerebro, porque nadie trabaja más íntimamente con los cerebros vivos que ellos. Reducir la investigación en neurociencia a prescripciones de estrategias de enseñanza minimiza la inmensa promesa de esa investigación para los educadores. Los educadores deben basarse en muchos cuerpos de investigación y relacionarlos para aprovecharse plenamente de la investigación del cerebro. Ningún campo, sea biología o filosofía o química solos, determina qué son los seres humanos y cómo aprenden. La biología no reemplaza lo que entendemos. Es uno de los muchos cuerpos de trabajo y pensamiento que nos mantiene pensando sobre qué realmente pensamos y entendemos. Al tratar con la neurociencia los educadores deben reflexionar y trasladar esa continua investigación al mundo de la educación, pero no traducir esa investigación compleja en estrategias que no resultan. Lackney (1998) coincide con los autores citados, pero acicatea a seguir adelante: hay que ser cautos al aplicar los resultados de la investigación basada en el cerebro, pero simultáneamente hay que seguir adelante con lo que sabemos. No podemos esperar, hay que actuar. En vista de todo lo expuesto, ¿Cuál es el Desafío que les Plantea a los Educadores la Investigación del Cerebro? Jensen (2000b) responde a esta pregunta diciendo que si bien las escuelas no deberían funcionar basadas únicamente en la biología del cerebro, ignorar, por lo demás, lo que sabemos sobre el mismo es una irresponsabilidad. El aprendizaje basado en este órgano ofrece sugerencias a los profesores que quieran una enseñanza más informada. Ofrece la posibilidad de menos corazonadas o equívocos en clase. Es cierto que estamos todavía en la infancia de la investigación cerebral y que hay mucho más que aprender todavía. Pero no podemos descartar esa investigación bajo el pretexto de que está de moda, es prematura u oportunista; eso sería peligroso para nuestros alumnos. Sylwester (1995) afirma que si queremos hacer de la docencia una profesión creativa, optimista y estimulante, tenemos que descubrir nuevas maneras de pensar sobre lo que es la educación formal y lo que puede ser. La actual teoría e investigación del cerebro entrega ahora esbozos amplios y tentativos de cómo debe ser la escuela del futuro; pero los descubrimientos se intensificarán. Los profesores que quieren estudiar los adelantos de la nueva ciencia cognitiva, y luego explorar y experimentar en su búsqueda de apropiadas aplicaciones educativas, tendrán que resolver cosas específicas en los años venideros. En otro de sus libros, The Brain Revolution (1998), Sylwester concluye diciendo que entender cómo trabaja el cerebro es algo muy importante para los educadores, porque una profesión desinformada es vulnerable a las modas seudocientíficas, a generalizaciones inapropiadas y a programas dudosos. Cuesta imaginarse por qué una persona que educa cerebros no quiera entenderlos ni explorar las maneras cómo aumentar su efectividad, ahora que la información está disponible. Sousa (2001) es categórico al decir que, si bien los profesores tienen todavía mucho que aprender de la psicología conductista y cognoscitivista, tienen mucho más que descubrir aún en la excitante área de la biología, incluyendo la investigación en neurociencia. A medida que examinamos las pistas que esta investigación está produciendo acerca del aprendizaje, reconocemos su importancia para la profesión docente. Los profesores tratan de cambiar el cerebro humano cada día. Mientras más sepan de cómo él aprende, más exitosos pueden ser. El conocimiento es poder. Nuestra tarea, concluyen Caine y Caine (1998), consiste no sólo en interpretar y aplicar lo que otros descubrieron. Nosotros, como profesores, trabajamos con grupos de cerebros vivos a cada momento del día, conocemos y vemos cosas que los neurocientíficos ni siquiera se imaginan. Tenemos que hacer algo más. Los profesores deben tomar el liderazgo para darle sentido a lo que está siendo descubierto. Tenemos que hacer preguntas y centrar la investigación en las áreas que sabemos que tienen más necesidad de ser entendidas.