Fundación Colegio Emilio Valenzuela Área: Ciencias Sociales-Filosofía Docente: Rhonal Andrés Veloza Pinzon SDB Escrito. La moral, ¿Sistema normativo o antropología teológica? Dignidad personal, trascendencia e historicidad del hombre1 El fundamento de la dignidad humana se encuentra en su vocación originaria, conocer y amar a Dios. Lo cual implica que el hombre no es algo, sino alguien, es decir un sujeto, una persona. Surge entonces la pregunta cuál es la identidad del hombre, su sentido de vida. Las respuestas son amplias y variadas. Desde la perspectiva eclesial se considera al hombre como imagen de Dios. Donde Dios quiere a cada persona humana por sí misma, y ese querer divino es eficaz, es creador. Este planteamiento se puede justificar desde dos puntos a saber, el carácter personal del hombre y la historicidad y trascendencia de la persona humana. En el Carácter personal del Hombre se presentan tres puntos. El primero, se entiende desde la dignidad. Al considera al hombre como persona se está dando por entendido la idea de dignidad. Se puede decir, entonces que la persona humana es el hombre singular y concreto. No obstante, el ser humano presenta una doble realidad, ser subsistencia y naturaleza espiritual. Estos dos aspectos están unidos y no se pueden separar. Así mismo, desde el plano metafísico, la persona se abre a otras perspectivas tales como el fenomenológico-psicológico, donde el hombre es un yo abierto a un tú, y ese yo tiene su máxima expresión cuando se relaciona con el Tu divino. Con el totalmente Otro. Por ello, citando a Ocariz el hombre no conoce la profundidad y la grandeza de su propio yo hasta que, y en la medida que, se reconoce ante Dios: como objeto del amor de Dios. El segundo aspecto del carácter se entiende como la totalidad del carácter personal. Éste radica en la unidad e imposibilidad de separación de lo que es el hombre. Y aunque en la modernidad se volvió a un dualismo a partir de Descartes, no se ha de olvidar que todo el hombre es persona humana, porque todo el hombre es una unidad sustancial singular y concreta, que Dios ama por sí misma. De los dos puntos anteriores, se desprende el tercero como la insubornabilidad de la persona. Que no se entiende como la negación y contrariedad a los superiores, jefes o leyes. Sino que se ha de entender desde la unidad, la totalidad del sujeto. Más allá de la justificación de la dignidad de la persona desde la segunda formulación del imperativo kantiano. “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio” (AA IV:429). La no subornabilidad lleva consigo tres casos que parecieran contrarios a su mismo sentido, pero que en realidad sustenta aún más la imposibilidad de subordinar al sujeto: 1 OCARIZ, F., Naturaleza, Gracia y Gloria, Eunsa, Pamplona 2001. Págs. 45-65 a. El amor, siempre se inicia con el amor propio para luego poder amar al prójimo. Pero este segundo no se realiza por nosotros mismo, sino por el mismo amor. Es decir por el amor de Dios, total gratuidad, total don desinteresado, es decir el amor de Dios a los Hombres. Tanto así, que nosotros debemos amar al otro como Dios lo ama y nosotros amamos a Dios. b. En la sociedad se dan organizaciones en la cuales hay funciones de autoridad y obediencia que pueden ser entendidas como subordinación. Sin embargo, el sentido ha de ser con base en el fundamento de la cooperación y mutuo servicio. c. Finalmente, la fraternidad, los derechos fundamentales del hombre al igual que sus deberes, entre ellos las leyes estatales, se basan en la imposibilidad de subordinar al ser humanos a ellas, aquí encuentra eco la segunda fomulación del imperativo kantiano. persona debe ser utilizado como medio para un fin, ya que toda persona es, en ella misma un fin en sí misma. Racionalmente, queda corta desde la perspeciva teologica ya que la persona, el ser humano se perfecciona y logra su felicidad en la glorificación de Dios, en terminos teologico el proceso de critificación. En otras palabras ser otros cristos. De esta manera entramos, al segundo aspecto de esta exposición: la Historicidad y trascendencia de la persona humana. El hombre gracias a su interioridad es capaz de reconocerse más que las simples cosas del mundo, por lo cual puede trascenderlas, al ser superior a ellas. Es más, el ser humano puede ir más allá de lo que pueden ir ellas. Un claro ejemplo es la libertad del ser humano, la cual le permite elaborar su propia historia, verdadera. Es decir, toda persona es un ser histórico. En otras palabras, el ser humano se trasciende a sí mismo creando su propia historia desde la propia libertad. De esta manera, se parte del principio fundamental: si no existiese un sujeto permanente de la historia, la historia tampoco existiría. Se ha de entender, que el hombre siga siendo hombre como categoría universal y que el hombre en particular si es afectado por el devenir histórico se da como consecuencia del ejercicio de su libertad. Por tanto, se ha de comprender que la persona posee naturalmente la permanencia y además dotada de libertad. Así mismo, la historia de cada persona no se limita a seguir leyes predeterminadas, sino cada persona es sujeto y autor de su propia historia. El hombre mediante su historia va haciéndose y creándose a sí mismo, donde la libertad juega el papel de mediación para la consecución de ese llegar a ser, y más específicamente llegar a ser bueno. Y es en este sentido, la historia de las personas la que conduce directamente al campo moral y ético. Del mismo modo, sucede en la trascendencia del mismo sujeto, su trabajo, su forma de pensar, su propia forma de actuar, es decir, la superioridad del espíritu sobre la materia, la ética supera a la técnica. Desde este aspecto, la dimensión moral de los actos humanos se comprende como trascendencia en la historicidad. Donde “la dignidad el hombre radica en que tiene un destino eterno y lo ha de decidir en esta vida”, lo cual quiere decir que todo acto del ser humano tiene como característica la obtención de un contenido moral. Sin embargo, aceptar esto, es reafirmar que todos los actos humanos están subyugados a la Ley, por tanto, la libertad de igual manera se vería conquistados por esa misma ley. Caso contrario sucede desde la perspectiva teológica, la libertad encuentra su fundamento en el amor, y no quedarse al margen de lo otro que la interpela. Por tanto, el amor no solo se recupera para la libertad sino también para la ley. Y así desde la recuperación da por entendido que la Ley del amor, proveniente de Dios, se da a un nivel extrínseco y a la ves intrínsecamente, así queda formulado el acto de conciencia, por el cual, la razón, considera la rectitud de una acción. Finalmente, entender el fin último del hombre, desde su libertad, es llegar a la elección de lo más alto, es decir Dios. Sin embargo, para obtener este fin, el ser humano, ha de seguir el ejemplo del hombre perfecto, Jesucristo. Y aunque nuestra naturaleza no es sobrenatural y por ende el pecado se encuentra con los seres humanos, Él es nuestro redentor, por tanto, Jesús es el camino para llegar a la dignidad de ser hijos de Dios. Por ello, es correcto decir que lo que podemos llamar Teología Moral "revelada" en el Antiguo Testamento, lo mismo que en el Nuevo, no es el conjunto de normas y prescripciones morales, sino que son los elementos de Antropología Teológica que surgen del hecho revelatorio. En otras palabras, la teología moral del Antiguo Testamento, integrante del proceso revelatorio y asumible desde el Nuevo como válida, está constituida por los elementos de Antropología Teológica extractados del fenómeno moral israelita contextualizado en su momento histórico. Y la teología moral del Nuevo Testamento, plenitud y novedad absoluta en el proceso revelatorio, está constituida por la interpretación del ser humano en toda su realidad como aparece entendido por Dios en su proyecto salvífico que sucede históricamente en la persona de Cristo Jesús. En conclusión, la teología moral no se encuentra en un listado de normas o preceptos por cumplir ni del Antiguo como el Nuevo Testamento. Esta nueva comprensión de la moral, como antropología teológica, da como resultado una moral crística, de una forma ontológica, la transformación en otros cristos. Se trata de una opción tan radical que implica la renuncia de lo que se posee, de lo que se ha obtenido, de lo que se disfruta, de lo recibido o adquirido, para entregarlo generosamente sin restricciones, sin limitaciones. Es una renuncia que imita lo que sucede en el mismo Jesús "quien siendo de condición divina se despojó, se vació (kenosis) de su posesión para adquirir la condición de esclavo" (Fil 2, 7). Se trata de alcanzar la perfección, la del Padre que está en los cielos. Y esa perfección es alcanza por esta nueva forma de Moral, la propia del Nuevo Testamento, que tiene que ver con un seguimiento de Jesús consistente en la adquisición ontológica de su propia vida, de su propia realidad de Hijo del Padre, de la posesión de su Amor infinito.