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043 caso Colosio

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Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020
Caso Colosio:
En política no hay
asesinos solitarios
#43
Sobre el autor: Carlos Ramírez, Periodista y escritor, Lic. en Periodismo, Mtro.
en Ciencias Políticas, candidato a Dr. en Ciencias Políticas, periodista desde 1972,
columnista político desde 1990, director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y Seguridad, director del portal indicadorpolitico.mx., director de la revista La
Crisis, director de la carta política Agenda Setting, director del Diario Indicador
Político digital, profesor de ciencia política en la Universidad Autónoma del Estado
de Morelos. Sus últimos libros: Obama, La comuna de Oaxaca, El regreso del PRI
(y de Carlos Salinas de Gortari) y La silla endiablada. Peña Nieto y la sucesión
presidencial de 2018: salvar su alma o salvar la república. Sus ensayos se publican
en Kindle de Amazon.
Primera edición, 2018.
D.R. © Centro de Estudios Económicos, Políticos y
de Seguridad, S.A. de C.V.,
Cerro Tuera 49, Col. Oxtopulco Universidad,
Delegacion Coyoacán,
Ciudad de México, México.
Tel: 6264-0054
http://indicadorpolitico.mx
Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández.
Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020
Caso Colosio:
En política no hay
asesinos solitarios
CENTRO DE ESTUDIOS ECONÓMICOS,
POLÍTICOS Y DE SEGURIDAD, S.A. DE C.V.
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ÍNDICE
I. Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
II. En política no hay asesinos solitarios. . . . . . . . . . . . . . . . . 10
III. Lógica desestabilizadora. Seguridad en entredicho. . . . . . 12
IV. No existen los asesinos solitarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
V. ¿Fue el de Colosio un crimen solitario?. . . . . . . . . . . . . . . . 20
VI. La sucesión presidencial en 1994. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
VII. La última y nos vamos (Auge y crisis del tapadismo en México) . . . . . 29
VIII. El tiempo se acabó. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
IX. La traición de Colosio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
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I.
Presentación
El asesinato de Luis Donaldo Colosio sigue despertando interrogantes. La más
importante gira en torno a la posibilidad de que el crimen fuera producto de una
conjura desde el poder, en tanto que desde las investigaciones oficiales se presenta
la hipótesis –pues aún genera dudas la veracidad de la misma– de que se trató de
un asesino solitario.
Como sea, en 2019 se cumplen 25 años de un crimen que cimbró a México,
tanto por sus efectos en el escenario político, como por las implicaciones que tuvo
para los años por venir. El año de 1994 es recordado no sólo por las escenas del
mitin en Lomas Taurinas, en Tijuana Baja California, sino por otros hechos que
conmovieron a la opinión pública de entonces.
El alzamiento zapatista, los secuestros de empresarios y los asesinatos de políticos –cabe recordar aquí que el de Colosio no fue el único que tuvo lugar ese año–,
provocaron una serie de efectos que, sin duda, tuvieron relación con el llamado
error de diciembre con el que se inauguró el sexenio de quien fue el candidato
sustituto de Colosio Murrieta.
Carlos Ramírez recurrió a su archivo como columnista y agregando algunos
textos más, nos aporta elementos para comprender como se dieron las cosas es el
convulso 1994, año en el que se acuño la teoría del asesino solitario, pero que a la
luz de los datos aquí presentados es necesario revisar.
Desde la columna Indicador Político, Carlos Ramírez hace el recuento de los
acontecimientos que dieron lugar a un crimen que cambió la historia de México
en la última década del siglo XX, un evento que muestra que la política no es más
que un campo de batalla que se pelea con todas las armas disponibles, como se
apreció en Lomas Taurinas aquella tarde de marzo de 1994.
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II. En política no hay asesinos solitarios
¿No la vieron venir?
Una semana antes del crimen en Lomas Taurinas hubo un desayuno en casa
de Raúl Cremoux con Luis Donaldo Colosio al que asistieron, entre otros, Miguel
Angel Granados Chapa, José Agustín Ortiz Pinchetti y yo. Luego de una plática
más en clave que con argumentos, yo fui el primero en retirarme porque tenía que
ir a mi oficina en Reforma. Tardaron como cinco minutos en traer mi vehículo y
Colosio salió también un poco apresurado porque tenía citas en el PRI nacional.
Como nos reuníamos con relativa frecuencia, Colosio me invitó a irnos juntos en
su camioneta, él manejando, porque nuestras oficinas estaban cerca.
En el camino lo noté entre preocupado y relajado, pero yo estaba acostumbrado a los lenguajes secretos de los políticos y era mejor no entrar en aclaraciones:
los políticos estaban acostumbrados a hablar a sus ritmos, tiempos y espacios, no a
entrevistas. Colosio se puso al volante de su camioneta negra ya desvencijada, bajó
el cristal de su lado y enfiló de San Fernando, en Tlalpan, hacia la zona centro;
en el camino, entre que platicábamos, Colosio saludaba a la gente con la mano
fuera del auto. Su escolta discreta venía detrás, el general Domiro García Reyes
en mi vehículo, pero Colosio manejaba sin sentido de la unidad vehicular y se le
despegaba a su escolta.
Entre otros temas, el que más me preocupada era el de seguridad. Y no era un
tema nuevo. En 1990 el regente Manuel Camacho Solís me había pedido aceptar
una escolta de policías judiciales de 24 horas; la verdad es que la solicitud me extrañó porque en ese año la situación de inseguridad no era tan mala como después
se descompuso. Pero el argumento de Camacho fue sólido: no quería sorpresas
con periodistas críticos, como la de Manuel Buendía en 1984. Al final, me dijo
que la escolta para mí sería una tranquilidad para él porque habían comenzado
las amenazas contra periodistas –no contra mí, ciertamente– y nada enturbiaría el
ambiente político en la ciudad de México que alguna agresión contra periodistas.
El ambiente de inseguridad había aumentado en 1994 con el alzamiento zapatista
en Chiapas, los bombazos en el DF y los secuestros de empresarios.
A eso me refería cuando le dije a Colosio de la preocupación por la seguridad
en un ambiente cargado de tensiones. Le comenté el efecto de opinión pública
del secuestro del banquero Alfredo Harp Helú y la apatía gubernamental. Colosio
me dijo que Harp había rechazado la escolta; le repliqué que a veces las escoltas
no eran un servicio doméstico sino un mecanismo de seguridad del Estado y de
disuasión pero sobre todo de inteligencia y de vigilancia política. En una situación de emergencia como un alzamiento guerrillero armado en Chiapas con bases
sociales en el DF, el Estado debía de tener un plan de emergencia aún sin la autorización de los potenciales afectados.
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Al bajar por Constituyentes me percaté que nos habíamos quedado solos en
su camioneta porque su escolta se había rezagado. Colosio se orilló debajo del
puente de Circuito Interior para esperarla; ahí le reiteré que había muchas fallas de
seguridad y que ésa, la de ese instante, era una de ellas. El candidato rio fuerte, me
dijo que era un miedoso y le repliqué que con la seguridad no se jugaba y menos
con la del candidato del PRI y peor aún si sólo iba yo con él. Me dijo que ya vendría su escolta. Ahí le dije que el CISEN estaba fallando, que el candidato oficial
no podía quedar aislado en parte alguna de su día, que ya no era un ciudadano
y que si algo le pasaba a él tendría una repercusión mayor en la república y en el
ambiente político; aún sin saberlo, el candidato oficial debía tener vigilancia de
taxis, patrullas, motocicletas y hasta un helicóptero. Preocupado por mí, trató de
decirme que las cosas estaban mal, en efecto, pero no tan mal.
Su escolta tardó como tres minutos en arribar rechinando las llantas. Seguimos el camino rumbo al PRI nacional donde yo lo dejaría antes de dirigirme a
mi oficina. De política sólo quedamos en vernos en Hermosillo, a su regreso de la
gira a Tijuana y después de escala en Ciudad Obregón; le dije que el gobernador
Manlio Fabio Beltrones le estaba preparando un mitin gigantesco y que para mí
sería su segundo destape, el verdadero porque ya iría sin la carga del presidente
Salinas. Como siempre que salía el tema de la crítica política, Colosio se cerraba
y sólo sonreía; pero quedamos en que un grupo de columnistas lo veríamos unos
cinco minutos en Hermosillo antes del mitin. Lo sentí seguro de que Hermosillo
sería una bocanada de oxígeno.
Yo me quedé con la preocupación y publiqué el lunes 21 de marzo (de 1994)
en mi columna Indicador Político de El Financiero un análisis de los riesgos de
seguridad derivados de la inestabilidad política, una derivación más de lo que le
había dicho a Colosio que preocupaciones de él. Dos puntos fueron esenciales en
el texto de dos días antes del asesinato: el 10 sobre un atentado y el 12 sobre las
mil personas cuya seguridad física debía ser un asunto de seguridad nacional. El
texto fue el siguiente:
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III. Lógica desestabilizadora. Seguridad en entredicho
Cuando estallaron los problemas en Chiapas, el gobierno ofreció una escolta
especial a un grupo de hombres importantes. Alfredo Harp Helú, director general
de Banamex, hombre clave en la Bolsa de Valores y operador de inversiones de
importantísimos funcionarios públicos, la rechazó. Lo malo fue que nadie le insistió y el hombre de negocios fue secuestrado. Así, un asunto de seguridad pública
se convirtió en un elemento de desestabilización interna y por tanto de seguridad
nacional por el acoso norteamericano.
Mientras los aparatos de seguridad nacional andan espiando donde no deben,
el país se mostró bastante vulnerable: un grupo guerrillero se organizó durante
diez años y nadie lo descubrió hasta que se levantaron en armas y alguien estalló
una bomba en Plaza Universidad y hasta ahora no saben qué pasó. La lógica de
la desestabilización sociopolítica que se desprendió de Chiapas no fue prevista
por el gobierno: después de los bombazos venían los secuestros, luego los ajusticiamientos y finalmente los golpes criminales contra figuras públicas que crean
ingobernabilidad de fin de sexenio.
El conflicto en Chiapas tuvo una mala lectura en los altos círculos del gobierno: todo lo centraron en asuntos locales, sin pensar en la posibilidad de un desbordamiento de grupos aliados, afines o independientes. Si fue comercial, político
o social, de todos modos el secuestro de Harp mostró a un gobierno incapaz de
prever conflictos que debilitan su capacidad de gestión.
Aunque sea después del niño ahogado, el gobierno salinista se enfrentó a la
necesidad de tomar tres decisiones:
1. La reorganización a fondo del Centro de Información y Seguridad Nacional. El Cisen debe regresar a Gobernación y no ser el brazo espía de José Córdoba.
2. La creación de un Consejo de Seguridad Nacional que agrupe la información de las principales oficinas y agencias dedicadas a la recopilación e interpretación de información política para la toma de decisiones presidenciales.
3. La urgencia de que el Congreso legisle sobre temas de seguridad nacional
y cree una comisión de supervisión de las oficinas gubernamentales dedicadas a
esos menesteres. En el caso de Harp que nadie se hace responsable de esa terrible
falla de seguridad.
En esa transición sexenal, el país enfrentó una docena de riesgos de seguridad
interna y externa:
1. Urge el padrón de las agrupaciones radicales y extremistas nacionales y
extranjeras que actúan con bastante margen de maniobra en la ciudad y el campo.
Hay datos de la penetración aquí de Sendero Luminoso, la ETA, grupos fascistas
latinoamericanos y sectas religiosas vinculadas a organizaciones de seguridad nacional de EU.
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2. El narcotráfico como un asunto prioritario, porque en Estados Unidos hay
una línea de análisis que liga el narcotráfico con los acontecimientos de Chiapas y
sus secuelas. La lucha contra el narcotráfico será el caballo de Troya de EU.
3. Chiapas y los grupos de poder que hicieron crisis en el sureste siguen sin
explicación. Hay el peligro de posibles vinculaciones con otros estados de la República.
4. No existe la evaluación de los efectos en las estructuras tradicionales de
poder de las modificaciones a los artículos 3, 27, 28, 123 y 130 de la Constitución. Hay un repliegue de poderes tradicionales y una consolidación de poderes
fácticos.
5. La inquietud en el Ejército por las críticas a su actuación en Chiapas es un
asunto de doble prioridad: para entender la profundidad y alcance de la irritación,
y para prever el debilitamiento de la moral de un cuerpo básico de la seguridad
nacional.
6. El papel de la apertura comercial en la seguridad nacional del país. La penetración comercial e industrial extranjera va a afectar la conformación cultural de
la sociedad mexicana y ese es un tema de seguridad nacional.
7. La penetración de organismos de inteligencia y seguridad nacional de EU
en México: CIA, DEA, DIA y muchas otras. Han sido varias las visitas a México
de funcionarios de la CIA y del área de seguridad nacional del Departamento de
Estado para evaluar la crisis de Chiapas en función de los intereses de EU.
8. La ruptura de pactos internos y la conformación de nuevas alianzas por el
proyecto neoliberal salinista modificó la correlación de fuerzas sociales históricas
y sus compromisos con el gobierno y con el Estado. El debilitamiento de la fuerza
política e ideológica del Estado disminuirá la capacidad de gobernabilidad del
sistema.
9. El desbordamiento de grupos radicales exhibe una extrema debilidad del
gobierno y de sus aparatos de seguridad. La guerrilla en Chiapas, los bombazos en
el DF, los secuestros de personajes de la economía e incidentes como el del cierre
de la carretera Toluca-DF con encapuchados con cartuchos explosivos muestran
una capacidad menguada de gobernabilidad.
10. La celebración de las elecciones presidenciales más delicadas y decisivas en
un ambiente de evidente descontrol político y de seguridad podría abrir espacios
a atentados que respondan a la lógica de la desestabilización nacional.
11. El desbordamiento de conflictos locales y la contaminación de otras zonas
refleja la incapacidad para apreciar la fragilidad del control político de la República y la falta de capacidad de respuesta del gobierno a la problemática. El autoritarismo y la negación de la realidad llevan a los conflictos violentos.
12. La existencia de cuando menos mil personas cuya seguridad debe de ser un
asunto de alta prioridad. Harp rechazó la escolta pero nadie pensó en una vigilancia que evitara precisamente lo que ocurrió: el secuestro de un banquero y agente
de Bolsa que posee información clasificada sobre inversiones de altos funcionarios. Lo de Harp debe ser una llamada de atención para la previsión de escenarios
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y el seguimiento de conflictos. Se trata, ni más ni menos, de hacer inteligencia
política y no espionaje burdo.
La situación política nacional configuraba un escenario de crisis como indicios
de inestabilidad y ruptura institucional: desde la negativa de Manuel Camacho
Solís a aceptar la nominación de Luis Donaldo Colosio como candidato presidencial, hasta el alzamiento zapatista en Chiapas por una agrupación guerrillera
y los enfrentamientos a balazos con fuerzas militares, pasando por el secuestro
del banquero Alfredo Harp Helú y las fricciones entre grupos priístas. Algunos
columnistas sabíamos de las tensiones de Colosio con el presidente Salinas pero el
propio candidato las justificaba porque estaba seguro que no intentarían quitarle
la candidatura. Varios columnistas suponíamos que el costo político para Salinas
sería alto, aunque lo que más nos preocupaba era la posibilidad de que Salinas
fuera el Álvaro Obregón de la modernidad y convirtiera a Colosio en una especie
de Pascual Ortiz Rubio o del Plutarco Elías Calles que modificó la Constitución
para permitir, cuando menos por una vez y luego de un periodo, la reelección presidencial, el principio fundamental por el que había estallado la revolución. Eso sí,
crecía en el ambiente en la segunda semana de marzo la versión de que Camacho
Solís anunciaría su candidatura independiente a la presidencia de la república,
aunque yo era muy escéptico porque una candidatura ciudadana no se inventaba
de la noche a la mañana, Colosio en realidad tenía buena imagen, el PRI mantenía el control electoral, Salinas no podía entregarle el poder a un Camacho que
lo borraría del mapa y, finalmente, que Camacho Solís en realidad carecía de una
imagen pública lo suficientemente fuerte como para concitar apoyos; en 1988
Cuauhtémoc Cárdenas había logrado un salto cualitativo en las elecciones por la
cohesión de la izquierda y su figura al amparo de su padre. Y conociendo a Cárdenas de ninguna manera iba a declinar a favor del Camacho Solía que había sido
pivote del proyecto neoliberal de desarrollo de Salinas de Gortari. Una cosa era
que en columnas manejáramos el fantasma político de Camacho Solís y otra cosa
que pudiera consolidar una candidatura opositora conjunta.
De todos modos el ambiente político era frágil, Salinas de Gortari aparecía
presionado por Colosio, Camacho Solís y Joseph-Marie Córdoba Montoya. Ya
había pasado el discurso del 6 de marzo y su efecto parecía crecer lentamente, pero
más en la élite priísta que en la sociedad o en los medios. Era difícil para Colosio
deslindarse del proyecto del Salinas porque había sido una de sus piezas clave en
el PRI y en la Secretaría de Desarrollo Social. Además, algunos habíamos visto a
Colosio sufrir cuando hablaba del Salinas operador de campaña. La verdad es que
nunca vimos a Colosio realmente preocupado por quitarle la candidatura, a pesar
de que algunos columnistas se lo decían en pláticas privadas.
El país vivía los perfiles de una crisis política pero aún no sistémica; es decir,
en las élites había jaloneos entre grupos pero el sistema político estaba funcionando. La posibilidad de la ruptura –luego del alzamiento zapatista y de los secuestros– sólo se veía si Camacho Solís renunciaba al PRI y lanzaba su candidatura
independiente. Colosio sabía, por su conocimiento de las entrañas del sistema,
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que difícilmente Camacho Solía daría ese paso estratégico; por eso trabajó con
paciencia un acercamiento con el entonces comisionado para la paz en Chiapas,
aunque Camacho tenía suficiente habilidad para manejar los tiempos políticos en
los medios. De hecho, Colosio ya se había reunido a cenar con Camacho Solís en
la casa del político oaxaqueño Luis Martínez Fernández del Campo y, contra todo
pronóstico, había sido un diálogo fructífero; con todo, Camacho Solís tuvo que
reconocer que el candidato era Colosio y que había que pactar con él.
La caracterización de una crisis sistémica tiene que ver más con rupturas institucionales que con conflictos en las élites de una misma corriente. Era más amenaza sistémica el alzamiento zapatista en su origen –aunque luego controlado en
daños por Camacho Solís como comisionado por la paz– que las quejas de Colosio por presiones de Salinas de Gortari o de Córdoba Montoya o sus desencuentros con Camacho Solís. A pesar de tantas actas de defunción, el sistema político
priísta seguía funcionando. Y la tendencia en las encuestas le daba a Colosio una
ventaja manejable. La fuerza del sistema fue tanta que absorbió la hecatombe no
sólo del alzamiento zapatista sino del asesinato de Colosio y todo el colapso de
1994, incluyendo la devaluación de diciembre; y más aún, resistió el arresto de
Raúl Salinas de Gortari, la respuesta rupturista de Carlos Salinas de Gortari, el
alza en tasa de interés y la pérdida de activos de deudores de la banca.
El sistema político priísta había tenido un diseño de ingeniería de poder pero
no había nacido de la nada ni por generación espontánea. Su construcción había
sido producto del método ensayo-error y se había fraguado en circunstancias más
delicadas que las fricciones en las élites de una misma coalición. A lo largo de su
historia más o menos establecida –de 1857 con Juárez al PNR de Elías Calles,
pasando por el largo gobierno de Porfirio Díaz a base de acuerdos y represiones–,
el sistema político se había sostenido justamente por su concepción sistémica y
no personal o elitista, a diferencia de otros sistemas similares; por eso el propio
sistema político había aniquilado a sus fundadores: Juárez, Díaz, Álvaro Obregón,
Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Luis Echeverría y en 1994 Salinas de Gortari, sin que el sistema hubiera salido lastimado sino más bien fortalecido.
El asesinato de Colosio sobresaltó a los mercados y provocó fuga de capitales,
pero al final el PRI ganó las elecciones sin necesidad de un gran fraude –o visible,
más bien–: el candidato priísta Ernesto Zedillo Ponce de León acumuló 17.2 millones de votos (48.7%), contra 9.1 millones (26%) del panista Diego Fernández
de Cevallos y 5.8 millones (16.6%) del perredista Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. El PRI había superado el saldo en votos de Salinas de Gortari en 1988 (9.6
millones o 50.3%), Cárdenas había bajado del segundo lugar (6 millones o 31%)
y el PAN había superado con creces al saldo de Clouthier (3.2 millones o 17%).
La crisis política que todos señalaban no había derivado en un colapso electoral. Como en 1929, 1958, 1968, 1977 y 1982, luego de profundas crisis de
gobierno que cimbraron el aparato de poder, el sistema político ganó elecciones
presidenciales posteriores a crisis sociales, sindicales y de represión. Hubieron de
darse otras condiciones para la alternancia partidista en la presidencia de la re-
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pública en el 2000: autoridades electorales independientes, resentimiento social
por la crisis y un presidente de la república alejado del PRI. En 1994, con todo y
el colapso de la estabilidad, el PRI reafirmó su hegemonía y sin demasiadas impugnaciones electorales. Se reprodujo la capacidad de regeneración sistémica que
había mostrado la élite en 1928: el asesinato de Obregón prohijó al PRI como
Partido Nacional Revolucionario y éste acreditó –con trampas pero sin instituciones para tramitar quejas– el 93.6% de los votos. Las grandes concentraciones de
José Vasconcelos no derivaron en movilizaciones contra el fraude.
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IV. No existen los asesinos solitarios
La tesis central de este ensayo se asienta en el criterio de que en política no
existen los asesinos solitarios. Y que todo crimen en un sistema político, sea con
motivaciones políticas esenciales o por efecto de asesinos solitarios ajenos a las
estructuras políticas o de poder y hasta por cuestiones de inseguridad pública o
locura, tiene cuando menos tres puntos esenciales:
Todo crimen político es por esencia un hecho político.
Todo crimen político es por definición un acto de poder.
Todo crimen político provoca un realineamiento en las élites.
Y en caso de que se pruebe fehacientemente y más allá de toda duda razonable que hubo un asesino solitario sin motivaciones político-electorales, el efecto
político del asesinato se convierte en fundamento de una crisis política. El asesinato de John F. Kennedy en Dallas el 22 de noviembre de 1963 sigue aportando
evidencias de que hubo razones políticas para cerrar el expediente, entre ellas la
“bala mágica” que asentó Stone en su película JFK. Y en México el asesinato del
candidato triunfador en las elecciones presidenciales de 1928, Álvaro Obregón,
quiso ser encasillado en un fanático religioso, pero investigaciones forenses posteriores detectaron casi veinte orificios de bala y algunas de diferentes calibres,
cuando la versión oficial concluyó que José León Toral sólo había disparado dos
veces a centímetros. Las autoridades concluyeron el argumento del asesino solitario y León Toral fue encarcelado, juzgado como asesino solitario y fusilado el 9
de febrero de 1929.
En ambos casos existió la decisión política de cerrar los expedientes con la
conclusión de asesinos solitarios, a pesar de muchas pistas soslayadas y bastantes
evidencias no concluyentes. La razón puede encontrarse en dos: o existió una
conspiración desde el poder y por tanto ese mismo poder se encargó de cubrir las
pistas (las tesis de Oliver Stone en JFK) o el propio sistema político absorbió el
efecto cimbrador del asesinato para sobrevivir. El asesinato de Kennedy no afectó
la estabilidad de los Estados Unidos y quedó más como referente cultural, aún
después de revelaciones por goteo de una conspiración política; el asesinato de
Obregón fue absorbido por el poder político de Elías Calles y su habilidad para
negociar con los poderes fácticos de entonces, sobre todo los militares; Calles logró fundar el PNR como eje del sistema político, aunque ese sistema lo atropelló
en 1936 cuando fue exiliado por el presidente Lázaro Cárdenas. Aunque en política los hubiera no existen, alguna acusación formal de crímenes de poder o de
Estado en los dos casos habría destruido –ahí sí– el sistema político.
El asesinato de Colosio ocurrió en un evento político, en un escenario polí-
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tico nacional, durante una campaña electoral que le beneficiaba, ante evidencias
de una autonomía relativa del candidato respecto del presidente saliente de la
república y modificó las variables políticas nacionales, sistémicas y de las élites. Es
decir, su efecto total fue político hacia todas direcciones. Hasta ahora no existen
las suficientes evidencias de que Mario Aburto Martínez hubiera sido el asesino
solitario porque quedó en el aire el segundo disparo y la ojiva que quedó entre
las ropas del candidato ni tampoco hay evidencias de que formara parte de una
conspiración de algún grupo de poder. El propio Aburto contribuyó a enredar las
cosas con las dieciocho explicaciones que contabilizó el periodista Carlos Marín
en un trabajo publicado en la revista nexos y en un programa especial en Milenio
Televisión.
Las hipótesis políticas de los asesinatos de hombres públicos del poder no se
deben agotar sólo en el asesino y en la confesión, ni las investigaciones se deben
dirigir a probar una hipótesis central. Cuando el primer fiscal Miguel Montes fijó
la explicación de un complot presentando en TV sus argumentos apoyado en un
video, el aparato de poder lo abrumó hasta que se desdijo y con ello contaminó
las siguientes investigaciones. El crimen de Colosio fue político porque modificó
las variables políticas y de poder, interrumpió un esquema de continuidad de un
grupo en el poder y afectó la estabilidad política y económica.
La designación de Colosio como candidato presidencial fue producto de un
proceso político conducido por el presidente Salinas de Gortari en torno a tres
objetivos de continuidad: de grupo, de proyecto y personal. El subsecretario de
Hacienda y operador de la renegociación de la deuda externa, José Angel Gurría
Treviño, había declarado ante inversionistas extranjeros que el proyecto del presidente Salinas de Gortari estaba diseñado para veinticinco años, curiosamente los
veinticuatro años que había tardado la familia Salinas en colocar a un presidente
después de la fugaz y casi imposible candidatura presidencial de Raúl Salinas Lozano en 1964. Más que un cuarto de siglo, el proyecto salinista era de cuatro sexenios: el de Salinas y tres más, para consolidar el modelo económico en el 2012.
Las fechas se prestan a juegos y cábalas: el PRI perdió las elecciones presidenciales
en el 2000 y tardó dos sexenios más para regresar en el 2012 con Enrique Peña
Nieto, haciendo coincidir el fin del ciclo salinista esperado con la recuperación de
la presidencia de la república.
A finales de noviembre de 1993, antes de la visita que haría el vicepresidente
estadunidense Al Gore a México y después de la aprobación en el Congreso de
los Estados Unidos del tratado de comercio libre Canadá-EU-México, Salinas
de Gortari controló la nominación de Colosio como candidato presidencial. El
proceso se dio en tres niveles: la élite de poder, la clase política y los medios.
La clase política estaba a la expectativa preparándose para la cargada, esa movilización física para abrumar al precandidato oficial, la élite salinista cerró filas
en torno al liderazgo de Salinas de Gortari y los medios de hecho decían que el
candidato sería Colosio; sólo Camacho Solís se mantuvo firme en la hipótesis de
que el presidente decidiría hasta la víspera de la reunión del PRI el domingo 28
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de noviembre e inclusive se vio como el candidato; el viernes se fue a Cuernavaca
no sólo a descansar sino a preparar su discurso de aceptación de la nominación.
Esos juegos palaciegos de poder mostraron que el sistema político priísta seguía
siendo autoritario.
El destape fue tradicional: la élite priísta se reunió en el partido para dar a conocer el nombre, la cargada hacia Colosio fue abrumadora y sólo Camacho Solís
se negó a felicitar al ganador. Las razones camachistas pudieron haber sido válidas
pero Salinas dejó muy claro que el proceso sería también tradicional: el presidente
en turno decidiría la sucesión en función de sus intereses, no de los del país. Camacho había sido el político del salinismo, en tanto que Colosio fue el principal
operador. Hasta finales de 1993 nadie sabía las razones reales que procesaba el
presidente de la república para decidir su sucesor, pero tres cosas estaban claras:
el proceso era largo y obligaba al presidente a construir a su sucesor, las reglas
del juego debían ser respetadas por todos y las presiones sobre el presidente para
orientar la nominación eran consideradas como una traición política.
El asesinato de Colosio ocurrió en un escenario triple:
El proyecto de continuidad de Salinas: grupo, modelo económico y personal.
El alzamiento guerrillero en Chiapas que llevó al país a la orilla de la represión
y la guerra civil.
La crisis política no rupturista pero sí promotora de la inestabilidad por la falta
de canales de participación
A diferencia del contexto de Colosio, el asesinato de Kennedy ocurrió en su
camino hacia la reelección, con escenarios críticos, pero muy manejables. El asesinato de Obregón tuvo un contexto de euforia por la victoria reeleccionista sin
indicios de preocupación social por el fantasma aún tibio del general Porfirio
Díaz y sus siete reelecciones. En ambos casos, los problemas estaban localizados
en las élites y en los grupos de poder dominantes, con activismos de sectores políticos y antisistémicos descuidados por la observación de inteligencia y seguridad
nacional. Y a pesar de las simpatías de los dos políticos, su muerte fue asimilada
por la cotidianeidad: Johnson hundió a los Estados Unidos en Vietnam, Nixon
fue echado del poder, Carter debilitó al poder estadunidense, Reagan relanzó el
armamentismo, Bush pasó sin pena ni gloria, Clinton decepcionó con Mónica
Lewinsky y Barack Obama revivió el sueño kennedyano aunque lo convirtió en
pesadilla de crisis y falta de perspectiva imperial. En México Elías Calles enterró
a Obregón, duró poco en el poder, fue echado del país por Lázaro Cárdenas y el
país construyó un sistema político basado en estructuras de poder.
19
V.
¿Fue el de Colosio un crimen solitario?
Mario Aburto Martínez compró un arma usada, como personaje central de Taxi
driver se preparó en secreto para usarla mirándose en el espejo –la escena improvisada por Robert de Niro ante el espejo en el guión de Paul Schrader: “¿me estás
hablando a mí?”–, decidió ir al mitin de Colosio argumentando que nunca había
ido a uno y quería saber de qué se trataba, llegó al lugar, en medio de apretujones de
decenas de personas se acercó al candidato, sacó la pistola Taurus brasileña similar a
la que usan policías y que es grande, acercó el cañón a Colosio y disparó. Luego dio
varias versiones, incluyendo una singular: se había enojado con el candidato porque
no le contestó una petición a una señora y le quiso dar una lección con la pistola.
Otra: llevaba la pistola al cinto, lo empujaron y casi se le cayó, no supo cómo guardarla en medio de una multitud que lo apretujaba y al tratar de colocarla en la bolsa
interna izquierda de su chamarra se disparó y le dio a Colosio. Una más: levantó el
arma, se arrepintió y en el camino le pegaron en una pierna y el arma se disparó.
Y a los diputados de la Comisión Colosio que le ofertaron laxitud en su prisión a
cambio de la verdad les dijo que él no había disparado sino que el balazo lo hizo “el
ruco”, el policía Tranquilino Sánchez que iba de escolta.
¿Cuándo decidió Aburto cometer el crimen? ¿Cómo llegó al mitin? ¿A qué
hora llegó: antes, durante, al final? ¿Cómo pudo acercarse hasta su blanco con
una pistola al cinto, en la bolsa o en la mano? ¿Cuántos segundos o minutos nadó
entre la muchedumbre para llegar hasta Colosio? ¿Cuántos segundos tuvo el arma
en las manos? ¿Cuántos segundos mantuvo el arma en alto y la acercó a la sien del
candidato? ¿Cómo puede alguien atravesar una multitud compacta y llegar hasta
el personaje central –el principal, en el lenguaje de la seguridad de las escoltas– y
hacerlo con relativa facilidad? ¿Nadie se percató de un personaje sospechoso que
avanzaba hacia la víctima, que portaba un arma, que alzó el arma a la sien? En
el video de la escena se perciben varios segundos de un arma que avanza hacia la
cabeza del personaje central.
La decisión de disparar o no hacerlo responde a una lógica de la locura individual, personal, aún los asesinos contratados saben que la decisión final, la
del instante decisivo, es personal e intransferible. Hasta ahí, de hecho, todos son
asesinos solitarios. Los escenarios y contextos se explican, se dibujan, se construyen, se arman y hasta se adivinan. Los asesinos solitarios reales, los que carecen de
conspiraciones, se mueven en escenarios sociales, políticos, familiares, humanos.
Nadie vive en soledad en una sociedad, hasta los sicópatas tienen justificaciones
suficientes para explicar que los hombres no se mueven por instintos sino sobre
decisiones: eso los diferencia de los animales. Aristóteles no escribió que el hombre era un animal político sino un animal social, de la polis. El crimen, razonó
Marx, es una mercancía y como tal se multiplica y reproduce.
20
VI. La sucesión presidencial en 1994
El proceso de sucesión presidencial –o mecanismo para la designación del
candidato del PRI a la presidencia de la republica– comienza horas después de
la toma de posesión del presidente en turno y se percibe en la fotografía oficial
del nuevo mandatario con el su gabinete de funcionarios del primer círculo. Una
de las tareas del presidente en curso es la de ir administrando los perfiles de sus
colaboradores, sean o no potenciales aspirantes a la candidatura. Desde el ascenso
de Antonio López de Santa Anna a la presidencia en 1833 hasta el 2000 el candidato habría de pasar por tareas en el gabinete presidencial; en el 2006 Roberto
Madrazo Pintado había hecho carrera en el poder legislativo y en la gubernatura
de Tabasco, pero operó desde la presidencia del PRI durante el primer sexenio del
PAN en la presidencia. El candidato presidencial priísta en el 2012 tampoco se
hizo en el gabinete sino que tuvo una corta carrera en el gobierno del Estado de
México. Aunque importante el cargo mexiquense por la población electoral y el
presupuesto de gasto, de todos modos no tiene acceso a la información estratégica
que se maneja en el entorno presidencial.
Una de las tradiciones políticas del sistema priísta radicó en la sensibilidad del
presidente saliente para administrar los equilibrios políticos. Obregón impuso a
Calles como candidato en 1924 y éste rompió los equilibrios al promover la candidatura reeleccionista de Obregón; Cárdenas hubiera querido colocar como sucesor al general Múgica, pero el riesgo de inestabilidad era mayor y optó por Avila
Camacho. Díaz Ordaz decidió por Echeverría en un acto de institucionalidad.
De la Madrid impuso a Salinas de Gortari como candidato en el primer indicio
del incumplimiento del péndulo político; y Salinas en 1994 no hizo más que, de
nueva cuenta, detener el péndulo en el grupo delamadridista-salinista.
El grupo salinista había ganado el poder aplastando al PRI progresista e histórico: en 1987 obligó a la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y la Corriente Democrática, luego colocó a Colosio –entonces economista personal de Salinas– en la
presidencia del PRI, más tarde desplazó a los políticos de cargos de elección popular –sobre todo senadores y gobernadores– por economistas sin carrera política
y finalmente en 1992 borró, con el apoyo de Colosio, el concepto de Revolución
Mexicana del PRI para poner en su lugar el “liberalismo social”.
La reforma salinista, que se vendía como una versión Región 4 de la reforma
soviética de Gorbachov, hizo una reorganización productiva sacando al Estado del
centro motor de la economía y el desarrollo y se esperaba la reforma política que
nunca llegó. Luego del destape de Colosio, Salinas afirmó, al regreso de una gira
internacional por oriente, que la prioridad era la reforma social y no la política; en
1993 Gorbachov ya había sido echado del poder por su propia transición.
El error estratégico de Salinas nunca se entendió en Los Pinos. En la URSS el
21
método analítico del marxismo aportó elementos de interpretación: la correlación
de fuerzas productivas determinaba la correlación de fuerzas sociales y políticas;
ambas eran correspondientes y una sin la otra no podía tener éxito. Salinas modificó la correlación de fuerzas productivas con la venta de paraestatales, el retiro del
Estado de la economía productiva y la apertura comercial, por lo que la correlación de fuerzas sociales y políticas eran incapaces de consolidar reformas.
El modelo salinista se conoció como salinastroika sin priisnot, es decir reforma
económica con el viejo modelo de sistema político priísta corporativo. En la administración del poder, Salinas privilegió el ejercicio autoritario para controlar las
inconformidades. Desde el Departamento del Distrito Federal Manuel Camacho
Solís –un politólogo que había publicado cuando menos tres ensayos analíticos
del sistema desde el método analítico marxista y gramsciano de las relaciones de
clase y el bloque histórico de las superestructuras– estaba encargado de controlar
la disidencia. A favor de Salinas estuvo el hecho de que el PRD no provocó la
salida de más priístas que los de la Corriente Democrática. Además, en el PRI
Colosio supo manejar con habilidad la administración de los contrarios: la imposición de nuevas relaciones de producción con dominio empresarial y de mercado
y el control de las fuerzas políticas tradicionalistas del viejo régimen corporativo y
estatista; ahí demostró Colosio su habilidad para representar al salinismo ante una
clase política rumbo a la salida del sistema.
A lo largo del sexenio salinista hubo dos figuras políticas que se perfilaron
desde su comienzo como posiciones sucesorias: Colosio representaba al salinismo
y al viejo priísmo corporativo y Camacho como la imagen de la reforma democratizadora aunque sin grupos ni sectores a su lado. Salinas jugó con ambos extremos
bajo la suposición de su propia fuerza. Sin embargo, a lo largo del sexenio, las
posiciones de Colosio y Camacho polarizaron al gabinete y al país.
Sin embargo, la variable de la libertad de expresión no tuvo cabida en el escenario de control salinista: los medios, sin entrar a disputarle al presidente su
derecho de designar sucesor, sí jugaron con el ambiente político más abierto. En
1994 el PRD había sido arrinconado: en las elecciones presidenciales de 1988
el Frente Democrático Nacional que impulsó a Cárdenas acreditó en las cifras
oficiales –y la sospecha nunca documentada de fraude electoral, aunque insertada
en el imaginario popular– el 31.1% de los votos, un salto del 7% de la suma de
votos en las presidenciales de 1982 para el Partido Socialista Unificado de México
(ex PCM), el Partido Revolucionario de los trabajadores (trotskista), el Partido
Socialista de los Trabadores (impulsado por la izquierda echeverrista del PRI) y el
Partido Social Demócrata (el expriísta lopezmateísta Manuel Moreno Sánchez).
El FDN logró mantener la alianza de centro-izquierda para fundar el PRD
en función de tres pilares políticos: la Corriente Democrática del PRI, el registro y la militancia de los últimos comunistas del PCM-PSUM-PMS y la alianza
de pequeños grupos socialistas, sin embargo, el pecado original del PRD fue el
peso dominante de los priístas, la configuración interna por corrientes –derivadas
después en tribus– y el énfasis en los liderazgos caudillistas –Cárdenas, Porfirio
22
Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador–. Los socialistas y comunistas se
hicieron a un lado, se conformaron con posiciones legislativas y arriaron no sólo
la bandera del socialismo marxista-leninista sino que archivaron el método de
análisis de la realidad del marxismo.
En 1991, la primera elección federal del PRD, el PRI de Salinas recuperó
todo lo perdido en 1988 en diputaciones: las 137 diputaciones del FDN de 1988
(27.4%) se redujeron a 60 para el PRD (12%). El dato más significativo, por el
efecto político, fue la elección en el Distrito Federal: en las votaciones de 1988 el
PRI había ganado el 24 (60%) de las 40 diputaciones distritales, lo que representó
la imagen de la debacle. Bajo el mando de Camacho Solís como jefe del DDF y
operador político de la elección de mediados de sexenio, en 1991 el PRI tuvo carro completo: las 40 diputaciones federales y locales para la Asamblea. Lo inesperado del resultado se percibió entonces en un hecho anecdótico: Marcelo Ebrard
Casaubón, secretario general del PRI en el DF y operador directo de Camacho,
fue inscrito en el primer lugar de las listas plurinominales; bastaba perder un distrito para que entrara. Sin embargo, el carro completo lo dejó fuera; en medio del
conteo, Camacho hizo presiones para que algún candidato del PRI aceptara un
“fraude al revés” para perder y con ello dejarle espacio a Ebrard pero la información salió en medios y no pudo operarse. En mi columna Indicador Política de El
Financiero escribí al respecto:
20 DE AGOSTO DE 1991
INDICADOR POLITICO
Ebrard, ¿Fuera de la ARDF? ¿llegaran Moreno y Ojeda?
Al parecer, el PRI cayó en su propia trampa matemática. El carro completo en
las elecciones del domingo esta a punto de impedir que los candidatos plurinominales – la elite del salinismo que iba a controlar las comisiones legislativas y el
liderazgo de la asamblea de representantes- puedan llegar, lo que podría prever un
cuerpo legislativo priista de segunda división, lo único que queda es que, después
de la victoria psicológica de anteayer, el alto mando priista decida entregarles algunos distritos a la oposición para abrirles espacios a los plurinominales tricolores.
El problema más serio será en la asamblea de Representantes del DF, donde el
líder potencial de ese organismo se encuentra a punto de no poder tomar posesión
como asambleísta. Lo de menos es que Marcelo Ebrard hubiera querido llegar al
control de la ARDF como plurinominal con el voto perdido del priismo capitalino y todo por no querer hacer campaña electoral. Lo peor del asunto es que la victoria partidista de anteayer es un derrota del principal operador del camachismo,
pues e l carro completo de los 40 distritos cerrara los espacios legales para que los
asambleístas plurinominales puedan llegar.
En la bancada priista de la próxima cámara de diputados también habrá de
que preocuparse, pues los enviados del salinismo tampoco quisieron arriesgarse al
desgaste electoral y a la derrota distrital. El carro completo en el DF podría dejar
fuera a Maria de los Ángeles Moreno y a Pedro Ojeda Paullada, entre otros. El
23
error fue dejarles los uninominales al corporativismo priista y apartar las plurinominales para el neocorporativismo solidario. De no entrar los pluris debido a la
recuperación de distritos uninominales, entonces las presidencias de comisiones
quedaran en manos justamente del viejo priismo que, pese a todo, aun no convierte la modernidad salinista en su acto de fe.
Así, el PRI podría cantar victoria en las urnas, pero al final de cuentas tendrá
que perder intencionadamente algunos distritos a la hora del recuento final para
poder meter algunos plurinominales a la cámara y a la Asamblea de Representantes. De esta manera, la victoria arrolladora del domingo habrá de matizarse esta
misma semana. La ofensiva gubernamental para recuperar el margen de maniobra
priista y la mayoría constitucional dio resultado en las urnas, pero fracasó en la
matemática del Código Electoral para definir las cifras finales.
El problema de fondo fue que la operación mayoría estuvo en manos de políticos y no de matemáticos. Para los asambleístas, la cuestión esta en que la ley
electoral marca con precisión los límites de la representatividad. El Cofipe dice lo
siguiente en su artículo 366, inciso c:
“Al partido que obtenga 34 o mas constancias de mayoría relativa y cuya votación sea equivalente hasta el 66 por ciento de la votación en el DF, le será asignado
de su lista un representante adicional por cada cuatro puntos porcentuales de
votación que hubiera alcanzado por encima del 30 por ciento. En este supuesto,
el numero total de representantes por ambos principios no podrá ser superior
a la cantidad que resulte de sumar a 34 (los de mayoría relativa) el numero de
asambleístas adicionales de su lista que le asignen por cada 4 puntos porcentuales
obtenidos por encima del 30 por ciento.
En función de este complicado articulo, el triunfalismo de Enrique Jackson
podría dejar fuera de la ARDF a Marcelo Ebrard. El líder político del PRI capitalino afirmo el domingo en la noche que se habían ganado los 40 distritos de
asambleístas con 46 por ciento de la votación. Las cuentas del Cofipe para definir
plurinominales tiene la siguiente formula matemática:
1.- El 46 por ciento de la votación menos 30 por ciento de base, da 16.
2.- Esta cifra se divide entre 4 puntos porcentuales que es lo que marca la ley
para definir cada representación proporcional adicional. Así, se tienen solo cuatro
posibles diputados plurinominales.
3.- La ley dice que “el numero total de representantes por ambos principios
no podrá ser superior a la cantidad que resulte de sumar a 34 (los de mayoría
relativa) el numero de asambleístas adicionales de su lista que le asignen por cada
4 puntos porcentuales obtenidos por encima del 30 por ciento”. Si se suman 34
de mayoría mas cuatro posibles plurinominales, se tiene la marca limite máxima
de 38 diputados.
4.- En esta formula, mas de 38 diputados uninominales no permiten ningún
plurinominal porque la suma total no puede ser mayor de los 34 más los 4 posibles por porcentaje. En el DF, los asambleístas pluri requieren victorias distritales menores a 38.
24
Para que Ebrard llegue como pluri a la ARDF – donde debe ser el líder – y
con base en el porcentaje de votación que los priistas no quieren que sea menos de
46 por ciento, entonces la victoria debe reducirse a 37 distritos de mayoría, para
dejar un puesto libre en términos del Cofipe. Y para que arribe también Ignacio
Marvan, otro de los operadores del camachismo y ebrardismo que esta en el tercer
sitio de la lista de plurinominales, entonces se deben ganar 35 distritos de mayoría
y dejarle cinco a la oposición.
Lo que se preguntan los candidatos uninominales a asambleístas que ya anunciaron su victoria es quienes serán los sacrificados para que Ebrard y Marvan puedan sentarse en una curul de Donceles.
Los errores fueron varios: enviar a Ebrard como plurinominal, jugar a perder y
encontrarse con el triunfo, celebrar triunfos y cifras antes de tiempo, no pensar en
los esquemas matemáticos del Cofipe y mantener la pugna política entre Jackson
y Ebrard.
Hacia la elección de 1994 el PRI se perfilaba como ganador, luego de los
resultados de 1991.
Sin embargo, el sistema político había entrado en una zona de desarticulación.
La polarización del grupo externo al gabinete con Camacho disputaba la candidatura con el grupo de Colosio en el PRI y en el gabinete. El temor salinista radicaba en
que se reprodujeran los acontecimientos de 1987-1988 cuando Cárdenas y Muñoz
Ledo crearon la Corriente Democrática del PRI para exigir una elección abierta y
competitiva de candidatos –Cárdenas quería la nominación presidencial priísta– y
su separación le había regalado a la entonces izquierda 25 puntos porcentuales. Por
eso fue que Salinas siempre le dio expectativas a Camacho sobre la candidatura
presidencial, a pesar de que todo estuvo siempre diseñado para Colosio. Como candidato perdedor, Camacho tenía posiciones diplomáticas o legislativas.
Camacho operó en el escenario del pacto con Salinas que la leyenda urbana
había instalado ya en los pasillos del poder del sistema político: primero sería
Salinas presidente y luego dejaría a Camacho; este supuesto acuerdo explicaba
por qué Camacho siempre mantuvo posiciones inflexibles frente a Salinas porque
suponía que su tarea era la de completar la reforma productiva salinista con la reforma política camachista. En el fondo, de acuerdo con posiciones publicas publicadas como artículos o ensayos en medios, Camacho nunca se opuso a la reforma
económica productiva de Salinas; su tarea fue la de liberar el sistema político con
la modernización de las instituciones sociales y políticas. Hay que recordar que
su tesis de licenciatura terminó con la propuesta de su modelo económico: “desarrollo capitalista dependiente”, pero con estructuras políticas descentralizadas.
El juego interno en el gabinete salinista se polarizó entre Camacho y Colosio,
éste como parte del juego de Córdoba Montoya. El carácter obstinado de Camacho nunca pudo encontrar caminos de negociación con Colosio porque éste
estaba atado al poder de Córdoba Montoya. Los viejos acuerdos que implicaban
que el ganador de la candidatura negociaba con los derrotados nunca tuvo posibilidades en el gabinete salinista.
25
El factor disruptor del proceso de sucesión presidencial fue la posibilidad de
observación crítica y ubicable de ese proceso. A lo largo de 1993 Salinas no podía
dar por ganador a Colosio porque necesitaba a Camacho para la negociación
política final del Tratado de Comercio Libre con los EE.UU. y para la estabilidad
política sobretensada en el sistema; en mayo de 1993 asesinaron al cardenal Juan
Jesús Posadas Ocampo y en septiembre grupos guerrilleros zapatistas asesinaron a
soldados en Chiapas.
El debate político en medios de comunicación incorporó una nueva variable
en el juego sucesorio. De todos los nuevos actores hubo uno que sorprendió por
su seriedad y porque logró colarse como elemento analítico. A través de un documento quincenal, el profesor Alfonso Zarate armó un modelo de análisis de la
sucesión presidencial de once variables: perfil de los aspirantes congruencia con el
proyecto presidencial, relación con el presidente, red de alianzas y antagonismos
con actores dentro del sistema político, red de alianzas y antagonismos con actores
fuera del sistema político, desempeño en sus tareas, red de alianzas y antagonismos con los hombres del presidente, desempeño anterior, equipo de trabajo, ramo
a su cargo y perfil de la familia.
En la columna Indicador Político de El Financiero del domingo 28 de noviembre en que se reunía el consejo del PRI para designar candidato hice una
síntesis del estudio de Zárate y el titular de primera plana decía con claridad: el
candidato debe ser Camacho, pero será Colosio. No había adivinación sino que
desde principios de esa semana se habían filtrado datos desde Los Pinos en el
sentido de que la nominación de Colosio sería entre la aprobación de Tratado a
principios de noviembre con la visita del vicepresidente de los EE.UU. Al Gore el
miércoles primero de diciembre.
Mi columna del domingo fue breve:
Si bien es cierto que la política no es una ciencia exacta, cuando menos tiene
la virtud que no tienen otras ciencias: su contacto con la realidad. Aunque al final
de cuentas la decisión presidencial en palabras del libro premonitorio de Isabel Arvide sobre la sucesión presidencial de 1994 es bastante veleidosa, de todos modos
se debe inscribir fuera de los espacios del capricho. Por eso es que los escenarios
prospectivos de periodistas, analistas y politólogos ayudarán a ubicar la decisión
presidencial el acto de señalar al candidato del PRI a Los Pinos, pues, como nunca
antes, han contribuido esos ejercicios políticos a revelar el proceso vergonzoso en
el que un presidente designa, por decisión propia, a su sucesor.
En pocos días el presidente dará a conocer su decisión final y todo el sistema
político se moverá para arroparlo o, por segunda ocasión, para mantener distancia
como ocurrió con Carlos Salinas hace seis años. Mientras tanto, analistas y politólogos hacen ejercicios para, en una demostración fehaciente de que México no
es un país democrático, tratar de adivinarle anticipadamente al presidente de la
República el nombre de su candidato que competirá con las siglas del PRI.
Uno de los estudios más rigurosos llegó finalmente a conclusiones. Alfonso
26
Zárate, un serio y prestigiado analista político, comenzó hace varios meses un estudio metodológico sobre el proceso de designación del candidato priista a partir
del estudio de once variables políticas que tienen que ver con el candidato finalista: perfil de los aspirantes, congruencia con el proyecto presidencial, relación
con el presidente, red de alianzas y antagonismos con el sistema político, red de
alianzas y antagonismos fuera del sistema político, desempeño de sus tareas, red
de alianzas y antagonismos con los hombres del presidente en turno, desempeño
anterior, equipo de trabajo, ramo a su cargo, perfil de la familia.
Las conclusiones del estudio de Zárate y un muy serio equipo de analistas del
Grupo Consultor Interdisciplinario fueron interesantes porque, con base en un
esquema científico, le otorgaron un puntaje a cada una de las variables en función
del desempeño de cada candidato. Así, el estudio llega a resultados interesantes
que, por la carga personalista del dedo del Señor presidente, no necesariamente
tiene que ser el mismo que se conocerá oficialmente en pocos días. A partir del
seguimiento riguroso, los expertos de Alfonso Zárate llegaron a la culminación de
su estudio con las siguientes conclusiones:
1.- Manuel Camacho Solís, jefe del Departamento del Distrito Federal, obtuvo el primer lugar con el 81.20 por ciento del total. De atenderse al análisis
de su perfil como funcionario, Camacho debería de ser el candidato oficial a la
Presidencia en función del estudio de la realidad por resultado final, aunque en
algunas de las variables estuvo detrás de otros precandidatos. En Camacho destacó
sobremanera su amistad con el presidente Salinas, pero se encontró muy abajo en
cuando a la red de alianzas y antagonismos con los hombres del presidente. También tuvo el cuarto lugar en cuanto a congruencia con el proyecto del presidente.
En cambio, destacó en cuanto a un perfil propio muy prodigado.
2.- Luis Donaldo Colosio, secretario de Desarrollo Social, quedó en segundo lugar con 77.85 por ciento. Colosio apareció en primer lugar como el más
congruente con el proyecto del presidente Salinas y en segundo lugar, después de
Camacho, en cuanto a su relación con Salinas. Asimismo, dominó las redes de
alianzas y antagonismos dentro y fuera del sistema político, con el primer lugar
como aliado de los hombres del presidente. Asimismo, Colosio tuvo el primer
lugar en la variable de equipo de trabajo, pero fue el más bajo en cuanto a perfil de
la familia. Aunque quedó en segundo lugar total, de hecho llegó en primer lugar
en los puntos que tienen que ver con la representación de los intereses salinistas.
3.- Pedro Aspe, secretario de Hacienda, logró el tercer lugar con 73.05 por
ciento del puntaje. Destacó el hecho de que tiene el más alto puntaje en cuanto
a relaciones con actores fuera del sistema político. Su relación con el presidente
fue calificada en quinto de siete lugares. Quedó empatado en segundo lugar con
Zedillo en la variable de la congruencia con el proyecto presidencial. Y tuvo el
tercer lugar, después de Colosio y Zedillo, en el punto de alianzas y antagonismos
con los hombres del presidente de la República.
4.- De los otros cuatro aspirantes a la candidatura priista Emilio Gamboa,
Patrocinio González, Emilio Lozoya y Ernesto Zedillo, el estudio de Alfonso Zá-
27
rate señaló puntajes bajos: 60.17 por ciento para Gamboa, 57.69 para González
Garrido, 53.85 para Zedillo y 50.54 para Lozoya. De los cuatro, Zedillo fue el
más alto en cuanto a congruencia con el proyecto presidencial pero el más bajo en
su relación con el presidente de la República. Después de Colosio, Zedillo apareció en segundo lugar en cuanto a alianzas con los hombres del presidente. De los
siete, el secretario de Gobernación tuvo el puntaje más bajo en sus relaciones con
el equipo presidencial y el sexto lugar en congruencia con el proyecto presidencial.
En cuanto a los escenarios de la sucesión presidencial, el estudio de Alfonso
Zárate maneja tres: optimista, pesimista e intermedio. Y en cada uno de ellos trata
posibilidades varias:
1.- El optimista está dominado por la aprobación del Tratado comercial y el
éxito de la modernización. Si Salinas decide como estadista en función del mejor,
entonces el candidato sería Manuel Camacho. Pero si quiere cuidar su imagen y
evitar que el sucesor lo opaque, entonces el candidato sería Luis Donaldo Colosio.
2.- El pesimista tiene que ver con la pérdida de la gobernabilidad y el desbordamiento de la sociedad, ello pese al Tratado y a la política económica. Entonces
se optaría por una solución de endurecimiento autoritario y el candidato no sería
otro que Patrocinio González Garrido.
3.- El intermedio buscaría consolidar cambios y atender presiones sociales y
políticas, con cuatro desenlaces: profundización de la reforma política, continuación de la reforma económica, atención a la reforma social y conflicto político
con solución de estabilidad. Aquí habría dos alternativas: una, la del negociador
Manuel Camacho; y otra que oscilaría entre el duro Patrocinio González o el
operador Emilio Gamboa.
El estudio científico de Alfonso Zárate se sustentó en el seguimiento de comportamientos, biografías y notas y análisis periodísticos. Sus conclusiones parten,
pues, de la evaluación de la realidad, aunque al final de cuentas todo será como
diga el dedo del Señor.
En agoto de 1995, un año después de las elecciones, Zárate publicó su estudio
en un libro titulado Los usos del poder (Editorial Raya en el Agua) y me solicitó
un prólogo. Mi texto fue el siguiente:
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VII. La última y nos vamos (Auge y crisis del tapadismo
en México)
Corría el nervioso mes de septiembre de 1975, cuando el destape del sucesor
del presidente Luis Echeverría había caldeado los ánimos políticos como nunca antes hubiese ocurrido. Al mismo estilo de siempre, el juego secreto del poder mantenía nerviosos a los políticos y divertidos a los analistas y observadores.
¿Quién sería el feliz agraciado con el Gran Premio de la Política Sexenal –así: con
mayúscula monsivaisianas.
Los más inquietos eran, paradójicamente, los factores de poder. ¿Quién les
avisaría, cómo, de qué manera? El día de la unción de José López Portillo muchos
políticos estaban afuera de la base, incluso varios de los aspirantes. Conocido el
nombre del sucesor, los periodistas buscaron reacciones. Se encontraron a Celestino Salcedo Monteón, senador de la República y líder de cuando menos –autoconteo simbólico– cuatro millones de campesinos, y le preguntaron1:
-¿Apoyará el sector campesino al próximo presidente?
El líder vaciló. Era obvio que sí habría esa sumatoria de voluntades políticas
del sistema, pero Salcedo acusó el golpe: apoyar, sí, pero ¿a quién? ¿Acaso le habían
ganado el destape?
-¿A quién? – dijo como en un eco de sus propios pensamientos.
Un periodista, malicioso, le enseñó una publicación extra de un diario de la
tarde donde se leía solamente un apellido, así sin más: ¡López Portillo! Visto el nombre, el líder del sector campesino del PRI, ese agrupamiento corporativo que había
destapado la candidatura de Luis Echeverría seis años antes, recompuso la figura:
-¡Claro!
Hubo épocas en donde la picaresca no fue tan expresiva. En 1957 el presidente Adolfo Ruiz Cortines, el representante del humor involuntario y la picardía
mexicana del sistema político, tuvo que disculparse con su amigo Gilberto Flores
Muñoz porque le había dejado creer que él sería el feliz ungido. En una intriga
palaciega Ruiz Cortines le dejó abierto el camino a Adolfo López Mateos:
-¡Ni modo, Pollo, nos chingarón!- le dijo a Flores Muñoz. El sistema político
mexicano tiene más de 50 años de anécdotas e interrogantes: ¿por qué Cárdenas
no escogió como su sucesor al general Francisco Múgica y se inclinó por el conservador Ávila Camacho, definiendo con ese sólo hecho ciertas reglas del juego sucesorio? Ruiz Cortines engaño dos veces: primero cuando se alejó de su nominación
con el pretexto de que era un viejito achacoso con sombrero, abrigo y bufanda,
que tomaba pastillas para poder vivir, evitando así el golpeteo de la sucesión y
luego cuando mandó mensajes falsos para cubrir a López Mateos.
La sucesión de López Mateos fue la más sencilla, pese a que el entorno cerrado
del presidente obstaculizó a Díaz Ordaz, a Gustavito. Agobiado por el 68, Díaz
1 Excélsior, 23 de septiembre de 1975.
29
Ordaz se fue por la sucesión institucional y por el juego de poder que manejó
hábilmente Echeverría. Éste quiso revivir las tentaciones callistas del Maximato,
pero se encontró con un sistema ya institucional y cerrado que lo echó del país
muy rápidamente. López Portillo repitió la sucesión de Díaz Ordaz y se fue por el
lado institucional, apenas con la estimación de que se había terminado el ciclo de
presidentes formados en la ideología de la Revolución Mexicana. De la Madrid no
vaciló por Salinas de Gortari porque era la garantía de la continuidad.
II
Reglas, picarescas, anécdotas, miles de historias conforman la historieta de las
sucesiones presidenciales priistas 1929-1994. A lo largo de 65 años, la selección
de presidentes de la República se acogió a las tradiciones, usos y costumbres de
un sistema político construido alrededor de dos pilares básicos: el presidente de
la República y el PRI2. ¿Qué fue primero: el huevo de la sucesión o la gallina del
sistema político del sistema político? Analistas mexicanos y extranjeros, diplomáticos, periodistas, observadores y no pocos ciudadanos han querido desentrañar
el misterio más grande jamás visto en México- incluso mayor al de la creación
del universo o al de indagar la existencia de Dios-: ¿cómo se hace un candidato
presidencial del PRI?
[Sucesión presidencial. Sujeto.1) Proceso de selección interna realizado en el
pasillo del poder Presidencia de la República PRI, por medio del cual el presidente en turno escoge a su sucesor.2) Mecanismos en el interior de la estructura del
partido Revolucionario Institucional para designar al candidato de ese partido a
la Presidencia de la República.3) Proceso presidencial que exime a los mexicanos
de votar por el presidente de la República siguiente. Diccionario del buen político mexicano, mimeo. Universidad de la Vida. Autor anónimo porque carece de
títulos extranjeros y teme que indaguen que su Ph. D. es tepiteño. Actualmente
termina su doctorado en las Academias Alzati. 1995, enésima reimpresión corregida y aumentada.]
¿Por qué importa el tema de la sucesión? “No es difícil dar con la causa principal de esa curiosidad (de extranjeros sobre México). México, que vive en frecuentes convulsiones durante los primeros 60 años de su vida independiente, goza de
33 de paz y estabilidad durante el régimen porfiriano; pero en 1910 vuelve a las
andadas el levantamiento militar y de la Revolución, que sólo concluyen en 1929.
De entonces acá, México ha dado un espectáculo sorprendente de siete sucesiones
presidenciales (13 de Pascual Ortiz Rubio a Ernesto Zedillo) hechas pacíficamente, y una vida pública en la que no ha habido una conmoción perceptible hasta
1968 y después en 1971 en ocasión de la rebeldía estudiantil”3.
En la historia moderna de la política mexicana, la sucesión presidencial fue
asumida siempre como garantía de estabilidad política. Desde el surgimiento de
2 Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, 13ª. Edición, México, Ed.
Joaquín Mortiz, 1982, p.21.
3 Cosío Villegas, op.cit.,p. 20.
30
un partido hegemónico, de un gobierno priista fuerte y de una oposición anulada
por un PRI que le dio cabida a todas las fuerzas políticas, la clave de las sucesiones
presidenciales de 1929 a 1988 fue una: la Presidencia de la República no estaba en
disputa partidista o electoral porque en México la Presidencia de la República es
un factor de seguridad nacional de consenso republicano y de estabilidad política.
Punto.
La sucesión presidencial fue durante mucho tiempo elemento lúdico del sistema. En una estructura política donde el PRI dominaba no sólo a la oposición sino
a todos los gobernadores, al 95% de los alcaldes, a todos los senadores, al 95%
de los diputados federales y al 100% de los diputados locales, la sucesión presidencial era el juego que todos jugábamos. Eran los tiempos en que México era
una versión artificial de democracia4, si se piensa que la democracia es, en suma,
la alternancia partidista en el poder. Aquí no.
El sistema político mexicano, como el FAB, se sostuvo por los tres movimientos dialécticos del estancamiento político. El remoje, exprima y tienda de la
política:
El presidente elige al presidente.
La sucesión presidencial es la elección presidencial.
El tapadismo es la garantía de la estabilidad.
(Tapadismo. Sustantivo. Mecanismo mediante el cual un político aspirante a
la Presidencia de la República se esconde debajo de una capucha para que nadie
conozca su identidad, aunque una vez destapado todos lo conocían aunque nadie
sabía quién era él. Diccionario del buen político mexicano. Ibid.)
La sucesión presidencial fue, históricamente, un tema vedado para la sociedad
mexicana. Sin embargo, las cosas han cambiado: al deterioro progresivo de la
vida política institucional le ha seguido un autodescubrimiento de la sociedad
mexicana. Como en el cuento de Hans Cristian Andersen, los mexicanos han
descubierto que el rey priista está desnudo. Así, el análisis de la vida política mexicana es, de muchas maneras, el comienzo de la búsqueda del tiempo perdido de
la democracia.
Aquí se localiza justamente el intento de Alfonso Zárate de escribir un libro
singular –para decir lo menos–: es como descubrir el agua tibia, el hilo negro de
la democracia. Si todos los mexicanos somos políticos, ¿cómo trata de enseñarnos
a usar la ciencia política para metodologizar un mecanismo que depende tanto
de la psicología y de la sensibilidad? ¿Quién no adivinó con tiempo que en 1993
iban a destapar a Colosio? ¿Quién se ha equivocado alguna vez? El que esté libre
de culpa que lance la primera pancarta. Fue picardía el destape equivocado de
Sergio García Ramírez en 1997. Y nadie cree hoy que Mario Moya Palencia haya
creído realmente que él iba a ser el candidato y que muchos de sus seguidores se
hayan quedado con la propaganda impresa. El priismo es orwellianamente infalible, pues corrige sus errores del pasado en el hoyo negro del futuro.
4 Pablo González Casanova, La democracia en México, 17ª. Edición, México,
Ed. ERA, 1986, 333 pp.
31
La importancia del libro de Zárate comienza, pues con el reconocimiento de
nuestra limitación: todos los mexicanos hemos sido víctimas del juego palaciego
de la sucesión presidencial. Zárate nos lo demuestra científicamente y no por eso
debemos molestarnos. Al contrario, hay que agradecer que un científico político se
atreva a dar sus hipótesis científicas de un proceso que tiene el modesto rango de
oficio artesanal –no por menos el presidente en turno es el Pigmalión que modela, a
su imagen y semejanza, a su Galatea con capucha en el barro del sistema político– y
hasta táctico –de tacto, no de táctica– porque usa con maestría el dedo elector.
III
El libro de Zárate, Los usos del poder, llega en el momento preciso: cuando
el proceso de sucesión presidencial se colapsó en Lomas Taurinas, Tijuana, con el
asesinato político del candidato presidencial priista Luis Donaldo Colosio el 23
de marzo de 1994. Y, para ser exactos, ese crimen político fue la fase culminante
de la crisis del sistema político que ya estaba en crisis. Y, en consecuencia, el libro
de Zárate es un buen comienzo en la capacitación democrática de la sociedad
mexicana: para cambiar las cosas, primero hay que conocerlas. Al entrar en crisis
el sistema de sucesión, el sistema de elección en las urnas, y no en los pasillos del
presidencialismo, vuelve a ser considerado como una alternativa democrática ante
una estructura autoritaria del poder priista.
(Elección. Sustantivo. Procedimiento arcaico por medio del cual algunas sociedades atrasadas del primer mundo, como Estados Unidos, Canadá, Inglaterra
y Francia, para decir unas pocas, designan a sus gobernantes. Es tan artesanal y
prehistórico el método, que cada ciudadano marca un papel y luego éstos se cuentan. ¡Uf! Diccionario del buen político mexicano. Ibid.)
Durante años se le ofertó al país el camino de la sucesión presidencial como
el de la estabilidad. Y así fue cuando, como cuenta acuciosamente Zárate en las
páginas de este libro, la selección del candidato presidencial priista obedecía a las
reglas del consenso político. En una paráfrasis de la novela de Mario Vargas Llosa,
Conversación en la Catedral5, el comienzo del despertar democrático mexicano
se da en una sencilla pregunta: ¿en dónde se jodió México? Las respuestas pueden
ser muchas. Zárate da la propia.
Sin embargo, una respuesta inquietante puede ser el punto de partida del análisis, justo en el colapso del tapadismo presidencia: los presidentes de la República
en turno modificaron las prioridades y se olvidaron de las reglas del sistema. ¿Por
qué Cárdenas no impuso a Mújica? ¿Por qué Alemán desechó a Casas Alemán?
¿Por qué Echeverría no impulsó hasta el final de la contienda a Porfirio Muñoz
Ledo? En el fondo, uno de los elementos que ayudan a decidir a los presidentes
salientes es el respeto a las reglas del juego. Cuando las reglas se sustituyeron por
los intereses, entonces la decisión presidencial, a la hora de designar a su sucesor,
se recargó en cuestiones personales, y no institucionales. Y ahí tronó todo.
5 Mario Vargas Llosa, Conversación en la Catedral, Ed, Seix Barral, 1992, (Biblioteca de Bolsillo), p.13.
32
En este esquema, las tres reglas de una sucesión presidencial eran las siguientes:
Ley del péndulo. En un país que carece de estructura democrática, el PRI
debía asumir las oscilaciones de la sociedad. Con el propósito de evitar radicalizaciones costosas que provoquen a los fantasmas de la inestabilidad política, los
presidentes deben impactar justamente esas oscilaciones: presidentes progresistas
que siguen a conservadores y así.
La ley de los consensos. Una de las creencias que el libro de Zárate desmiente
es precisamente el carácter personalista de la decisión. La clave es la estabilidad
sucesoria se dio en el hecho de que el presidente saliente manejaba hábilmente el
proceso sucesorio. Para ello buscaba los consensos con los diferentes grupos y
factores de poder. Ello obligaba también a los aspirantes a realizar negociaciones y
amarres políticos.
La ley de la realidad. Cárdenas hubiera podido imponer a Múgica. Pero sabía
que la realidad política del país necesitaba de otra personalidad. Los presidentes
salientes ponían en práctica sus experiencias en el sistema. Se trataba de designar a
un presidente en función de las necesidades de la República. La realidad más real
es aquella que considera que el presidente saliente va a tener que morir políticamente para que nazca el sucesor.
El tapadismo se colapsó cuando los presidentes se olvidaron de las reglas y de
las leyes políticas del sistema y llegaron a la conclusión autoritaria de que los intereses nacionales eran sus intereses personales. Así, Echeverría puso a López Portillo no porque fuera el mejor para el país sino que era el ideal para un Maximato
en ciernes. López Portillo, De la Madrid y Salinas impusieron a sus sucesores en
función de intereses personales. Y cuando los intereses personales de los presidentes no tuvieron en cuenta los intereses de la República, el tapadismo se convirtió
en una fuente de instabilidad política. Javier García Paniagua, Manuel Bartlett y
Manuel Camacho, cada uno en su propio espacio político, revelaron la realidad de
un candidato destapado –De la Madrid, Salinas y Colosio– que carecía de perfiles
propios, de consensos y de realismo.
Con un rigor científico que hacía falta, Zárate hace un interesante estudio
metodológico sobre la sucesión presidencial de 1994 que se resolvió en noviembre
de 1993. A partir de sus 16 variables, Zárate realizó un conteo especial que dio
tres resultados interesantes6.
El mejor candidato para el país era Manuel Camacho, con 81.20 por ciento
de conteo.
El mejor candidato para Carlos Salinas era Colosio, con 77.84 por ciento.
Y el peor candidato de los cuatro que realmente luchaban por la nominación
–Aspe, Camacho, Colosio y Zedillo– era precisamente Ernesto Zedillo, con 53.85
por ciento.
Camacho fue víctima de una intriga palaciega instrumentada por José Córdoba Montoya desde la oficina presidencial de Los Pinos y apoyada por Carlos
Salinas. Colosio fue asesinado arteramente a los 17 días de haber roto el cordón
6 Cfr. El capítulo “Los grandes referentes”.
33
umbilical de Salinas y Córdoba y a dos días de que Camacho se había retirado de
la política sucesoria después de un acuerdo secreto con Colosio. Y Zedillo, que
siempre fue el único candidato de Córdoba, logró la candidatura sustituta. Aquí
precisamente se colapsó el proceso histórico de la sucesión presidencial mexicana.
(Dedazo. Sustantivo. Movimiento manual mediante el cual el dedo del señor
presidente de la República encarna a la nación y se orienta en dirección a un
determinado político, el cual, por el sólo hecho de ser señalado por el Dedo del
Señor, se convierte mágicamente en un dechado de virtudes. Se trata de una forma
humana de orientar las decisiones políticas que sustituyó al frío mecanismo del
sobre lacrado en cuyo interior estaba el nombre del feliz agraciado con el premio
presidencial. Diccionario del buen político mexicano. Ibid.)
IV
¿Dónde se jodió el país? Cuando cerró el capítulo de las elecciones presidenciales de 1994, el secretario de Gobernación, Jorge Carpizo, terminó su discurso
con un desliz histórico “la patria es primero”, dijo citando a Vicente Guerrero.
Pero Zárate nos recuerda en este libro que precisamente el país se fastidió en la
primera elección presidencial de la historia independiente, pues Guadalupe Victoria había resuelto su sucesión presidencial con la imposición de Vicente Guerrero.
Pero Guerrero perdió las elecciones ante el general Manuel Gómez Pedraza. Sin
embargo, el conflicto poselectoral organizado por Victoria y Guerrero le impidió
a Gómez Pedraza gobernar.
El conflicto sucesión-elección ilustra el problema de la democracia mexicana.
Y si el presidente de la República escoge a su sucesor al margen del voto de la sociedad, entonces toda la pirámide del poder político mexicano se construyó sobre
pilares artificiales. En consecuencia, la fórmula de la crisis política podría quedar
como sigue:
X = ( a-b ) d
Donde X es la democracia, a es el voto de la sociedad, b es el candidato impuesto, c es la estructura electoral controlada por el gobierno y d es el aparato
priista. Si a es menor que b, entonces el conflicto poselectoral es seguro. Si c es
mayor que el resultado de a menos b, entonces el número negativo indicaría la
afluencia del factor P, que quiere decir presidencialismo. Y d sería el equilibrio
político en función de los intereses de los priistas, que lo mismo se la juegan con el
presidencialismo personalista que con corrientes democratizadoras de la sociedad.
(Suspirante. Pronombre personal. Neologismo con el cual se nombra al funcionario que aspira a la presidencia de la República. Su referencia bien del sentido
del humor de Daniel Cosío Villegas, doctorado en las ciencias ocultas del sistema
político mexicano, quién escribía que los aspirantes presidenciales suspiraban por
la silla de Palacio Nacional. Diccionario del buen político mexicano. Ibd.)
La lucha dialéctica sucesión-elección no es nueva. Francisco I. Madero la señalaba desde 1909 en su libro La sucesión presidencial en 1910:
“La primera esperanza (democratizadora) la perdí cuando se instituyó la vice-
34
presidencia de la República, pues comprendí que aun desapareciendo el general
Díaz, no se verificaría ningún cambio, pues su sucesor sería nombrado por él
mismo, indudablemente entre sus mejores amigos, que tendrán que ser los que
más simpaticen con su régimen de gobierno.
“Sin embargo, la convocatoria para una convención por el partido que se llamó por aquellos días Nacionalista, hacía esperar que, por lo menos, el candidato a
la vicepresidencia sería nombrado en la Convención. No fue así, y la convocatoria
resultó una farsa porque después de haber permitido a los delegados que hablaran
de sus candidatos con relativa libertad, se les impuso la candidatura oficial del
señor Ramón Corral, completamente impopular en aquella asamblea, la cual (la
candidatura) fue recibida con ceceos, silbidos y sarcasmos.
“Entonces comprendí que no debíamos ya esperar ningún cambio al desaparecer el general Díaz, puesto que su sucesor, impuesto por él a la República, seguiría
la misma política, lo cual acarrearía grandes males para la patria, pues si el pueblo
doblaba la cerviz, habría sacrificado para siempre sus más caros derechos; o bien,
se erguiría enérgico y valeroso, en cuyo caso tendría que recurrir a la fuerza para
reconquistar sus derechos y volvería a ensangrentar nuestro suelo patrio la guerra
civil con todos sus horrores y funestas consecuencias”7.
El tiempo pasó y pasó, pasó también la Revolución Mexicana en busca del
sufragio efectivo y se pasó a la democracia. Y nada. Plutarco Elías Calles, el genio
estratega político y militar oscuro, convocó a la Fundación del PRI en 1928 y
lo instaló en 1929 con su propia sucesión presidencial. Después de la muerte de
Obregón y del final del caudillismo anunciado por el propio Calles, entre aplausos
y vivas, en septiembre de 1928 en su cuarto y último informe de gobierno, Calles
se volvió el maestro de la intriga palaciega: sustituyó al caudillismo por la jefatura
máxima. Se trajo a Pascual Ortiz Rubio de la embajada de Brasil y lo impuso
como candidato oficial. Y operó la política mexicana hasta el 1º. De abril de 1936,
cuando fue echado del país por Cárdenas debido a que estaba obstaculizando la
política nacional8.
Calles, Obregón. Dos nociones de la política del tapadismo vuelto, en el lenguaje de los dinócratas del sistema salinista, sucesión presidencial. Antes y ahora,
dos tiempos que pasan por el túnel de nuestras esperanzas. Cuenta, narra, recrea
Martín Luis Guzmán en su libro clásico La sombra del Caudillo9 que literaturiza
varias fechas para resumir el proceso de sucesión presidencial a la mexicana10. De
hecho, La sombra del Caudillo, es nuestro El Padrino de Mario Puzzo: un estudio
del poder. La novela de Guzmán mueve personajes: Obregón, Callles, Serrano;
7 Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910, México, Ed, Época,
1988, p.8.
8 Martín Luis Guzmán, La sombra del Caudillo, Obras Completas, t. 1 Compañía General de Ediciones, 1961.
9 Martín Luis Guzmán, op. Cit., pp. 780 y 781
10 La sombra de Serrano, por los reporteros y escritores de Proceso, México, Proceso, 1980, 119 pp.
35
el triángulo de la lucha del poder que, como advirtió Madero, ensangrentó la
historia nacional.
Pero Guzmán escribe la novela como realidad: ¿cómo se designa a un presidente? Obregón es el Caudillo, Hilario Jiménez es Calles e Ignacio Aguirre es
Serrano. Axkaná, asesor de Aguirre, conversa con Aguirre sobre las razones del
Caudillo para designar al candidato presidencial:
“-Políticamente- dice Aguirre-, no es punto político entre él y yo; es punto de
amistad, de compañerismo.
“Axkaná replicó:
“-Eso es un error también. En el campo de las relaciones políticas, la amistad
no figura, no subsiste. Puede haber, de abajo, protección afectuosa o estimación
utilitaria, Pero amistad simple, sentimiento afectivo que una de igual a igual, imposible. Esto sólo entre los humildes, entre la tropa política sin nombre”.
La discusión sigue. Aguirre quiere disculpar al Caudillo, su jefe. Mantiene la
esperanza de la sucesión.
“-…por eso ocurre- continua Axkaná-que al otro día de abrazarse y acariciarse,
los políticos más cercanos se destrozan y se matan. De los amigos más íntimos
nacen a menudo, en política, los enemigos acérrimos, los más crueles,”
Aguirre no quiere entender.
“-…son tus filosofías.
“ –Al revés-insiste Axkaná-; viene al caso perfectamente. Te explica por qué el
Caudillo, tu jefe y tu amigo hasta aquí, está a punto de dejar de serlo. A sus ojos,
su interés y el tuyo, ya no coinciden; piensa, en su deseo de hacer presidente a
Hilario Jiménez, que tú le estorbas. Y claro, se dispone aniquilarte”.
El poder, siempre el poder. Lo dice, sin escrúpulos, el Aguirre que padece las
presiones del Caudillo: “…nos consta a nosotros que en México el sufragio no
existe: existe la disputa violenta de los grupos que ambicionan el poder, apoyados
a veces por la simpatía pública. Ésa es la verdadera Constitución mexicana; lo
demás, pura farsa”11. De 1924 a 1994, setenta años unidos por el crimen político,
el magnicidio.
(PRI. Adjetivo descalificativo. Dícese del sistema de vidas en México, una
especie de cultura política. El investigador Luis Javier Garrido lo define así: todos
somos priistas hasta que demostremos lo contrario. Cítase también como sinónimo de Republica. Causa de todos los males. Caja de Pandora. Etcétera. Diccionario del buen político mexicano .Ibd.)
V
Con su libro, Zárate rasga la cortina del poder. El rey está desnudo. Ningún
momento más adecuado que el actual en el que todo indica el colapso terminal del
sistema político y de sus vicios, sucesionitis incluida. La cura de las enfermedades
comienza cuando se tiene el diagnóstico certero. Las 16 variables de la sucesión
que desglosa Zárate harían ruborizar a cualquier aprendiz de demócrata: son las
11 Martín Luis Guzmán, Ibid., p.906.
36
reglas de la complicidad. ¿Y el pueblo, y la sociedad civil? Fuenteovejuna, señor,
todos a una. Pero al revés: -¿quién mató a la democracia?- El comendador. -¿Y
quién es el comendador?- El presidencialismo: todos en uno.
El libro de Zárate fue producto de un esfuerzo de varios meses. En sus publicaciones quincenales de la Carta de Política Mexicana, Zárate fue profundizando el
estudio del tapadismo en México y organizando sus reglas y sus condicionamientos. En este contexto, el libro de Zárate debe tener una lectura cómplice del lector.
No se trata nada más de tener un formulario de los destapes. El libro es algo más:
la toma de conciencia de nuestras limitaciones democráticas. ¿Cómo leer el libro
de Zárate a la luz de la crisis política de 1994?
La pregunta es recurrente: ¿dónde se jodió el país? Las fechas son circunstanciales: el 23 de marzo de 1994. El asesinato de Colosio fue, asimismo, la muerte
violenta de una posibilidad. Si bien Colosio era hijo político de Salinas, a lo largo
de casi cuatro meses fue construyendo una posibilidad política propia. El 6 de
marzo rompió con el salinismo en su discurso del 65 aniversario del PRI. La
muerte de Colosio quebró el incipiente colosismo político.
Sin Colosio como el candidato de la institucionalidad, el presidente Salinas se
enfrentó a un dilema: poner a otro candidato en función de las mismas reglas de
siempre pero en diferente escenario político, o buscar una candidatura consensada
entre las diferentes corrientes nacionales para encarar el colapso nacional de 1994.
Salinas se fue por lo primero; por tanto, la nominación de Zedillo en función de
la desgracia no hizo sino prever la crisis inevitable: un presidente que carece de
muchas cosas: preparación, ganas, formación política, alianzas y amarres. La crisis
política y económica de diciembre de 1994 y enero de 1995 demostró que Zedillo
era el candidato de Salinas, pero no el candidato para la crisis.
El videodestape de Zedillo –la candidatura inducida en el despacho presidencial de Los Pinos mediante un video donde Colosio le daba la bienvenida a
Zedillo como su jefe de campaña en medio de elogios amistosos– se convirtió en
la crisis terminal del viejo sistema político, y con él del vicioso procedimiento de
selección de candidatos presidenciales. Detrás de la crisis de 1994, del asesinato de
Colosio y del destape de Zedillo, se dibuja tenuemente otro país.
(Democracia. Sustantivo en desuso. Palabra antigua que en el lenguaje mexicano quiere decir todo y nada. Físicamente se parece a la crinolina, ese vestido
del siglo pasado mexicano que inflaba la parte inferior de las mujeres pero que
sin tocar el cuerpo. En las escuelas mexicanas de ciencia política se utiliza como
sinónimo de Royal porque ayuda a inflar los discursos de los políticos aztecas. En
algunas latitudes de la República es vista como una enfermedad de la posmodernidad y en otras se asume como un hongo peligroso porque produce alucinaciones.
Diccionario del buen político mexicano. Ibid.)
Es el país de la transición, del paso de un país que ya no existe a otro que todavía no se desdibuja. El Túnel del tiempo. El país del viejo sistema político mexicano no se repone del enjuiciamiento social a sus cinco pilares antidemocráticos: el
presidente de la República, el PRI, el crecimiento económico con distribución del
37
ingreso, los corporativismos y los entendimientos. Expresado en pocas palabras:
la crisis de la estabilidad política. El colapso del dedazo: Zedillo fue designado
candidato sustituto porque su perfil de economista y tecnócrata podía tranquilizar los mercados financieros. Lo dijo el banquero salinista Roberto Hernández:
si gana la oposición, el país sufrirá una crisis porque subirán las tasas de interés,
se fugarán capitales y habrá devaluación. La maldición de Nostradamus azteca
se hizo realidad justamente con el candidato priista de Hernández: Zedillo. Y lo
peor: Zedillo no pudo contener los problemas económicos, algo para lo que fue
creado.
El tapadismo llegó a su fin con la demanda social de una transición política a
la democracia. Las presiones son incontenibles:
La oleada democratizadora de los mexicanos que quieren la transición a una
democracia en función de tres cosas: equilibrio de poderes, reforma del PRI y
leyes electorales que garanticen el sufragio efectivo. Nada más. Pero también nada
menos. Lo primero disminuiría el peso del presidencialismo en la vida nacional,
lo segundo le quitaría al presidente de la República el bastón de mando del tapadismo que se expresaba en la facultad metaconstitucional del presidente de la República como jefe máximo del PRI12 y por tanto le daba la atribución de designar
a su sucesor, y lo tercero abriría la posibilidad de que la oposición pudiera ganar
las elecciones presidenciales e iniciar la transición por el camino de la alternancia
partidista en el Poder Ejecutivo.
La crisis terminal del tapadismo por razones evidentes: el PRI perdió el 21 de
agosto de 1994 la mayoría absoluta, el presidente Zedillo se comprometió a ser
un priista pasivo y abdicó de su cargo real de jefe máximo del PRI, la ofensiva de
la oposición para conseguir una reforma electoral decisiva que le regrese al voto el
valor político de la elección de funcionarios, la pérdida de posiciones estratégicas
en la república priista y la capacidad de auto-organización ciudadana para plantear la democracia como la demanda primaria del corto plazo mexicano.
El futuro inmediato está lleno de incógnitas. La principal se despejó en 1999:
si al sistema presidencialista se le fracturó el dedo elector, ¿quién designó al candidato priista a la presidencia de la República para el año 2000? Zedillo fue el
último presidente de dedazo. Así, el camino del país llegó a una encrucijada: o la
democracia o el regreso de la dictadura.
12 Jorge Carpizo, El presidencialismo mexicano, México. Ed. Siglo XXI, 10ª,
edición, 1991, páginas, 191-197.
38
VIII.
El tiempo se acabó
A una semana antes de cualquier evento en política es todo y es nada: todo es
nada y nada es todo: y Colosio lo sabía: por eso manejaba su camioneta negra ya
muy usada, a la que le tenía, valga la expresión, afecto: a las cosas no se les tiene cariño sino apego, como que uno se entiende mejor con ellas: ellas se acomodan con
uno: comodidad: por eso Colosio, conociendo a su vehículo, podía ir saludando
con el vidrio bajado de su lado, una mano en el aire y la otra en el volante, una
mirada a los que los que le gritaban frases sin maldad y otra a su acompañante, y
el vehículo respondía a su conductor: una semana es todo y es nada, es el instante
de una totalidad: semana en que habían estallado casi todos los conflictos políticos
negativos, con el secuestro del banquero Alfredo Harp Helú como el dato mayor:
no te preocupes, decía, son provocaciones: si, de provocaciones está empedrado
el camino al precipicio: los dos solos, una semana antes de la cita con el destino,
y no electoral, sino del destino de a deveras que es el que marca la vida de las
personas: los dos solos, una semana antes, todas las opciones previsibles pensadas,
quizá no razonadas, todas menos una exacto, la que faltaba y la que fue: ya faltaba
poco para llegar pero no a donde querían los dos llegar para luego tomar cada
quien su camino de trabajo del día, sino que faltaba una semana y horas para el
gran acto en Hermosillo donde se fijaría el punto de no retorno, ya todos los hilos
amarrados, incluyendo los que no querían que se amarraran: así es de imprevisible y siempre con certezas la política, sobre todo cuando se avanza hacia delante
en caminos imprevisibles: lo malo está en no saber leer los signos ni atender las
señales, pero en política son muchos los signos y las señalas como para saber cuáles son las que valen: la violencia, le dice el acompañante, la inseguridad, se han
rebasado las línea de control, todo se jodió en Chiapas, porque antes no se pensó
que el problema fuera mayor y quizá porque en realidad hubo un tema mayor: la
medimos bien, pero reaccionamos mal porque nuestra medición no estuvo bien
hecha, y ahora no queda más que administrar los chicotazos: hay que aguantar, la
semana siguiente llegaría en Hermosillo el empujón final, después de ese mitin,
tu verdadero destape como candidato, no habría nada que pudiera pararte, ni un
atentado: no es para tanto, dijiste, y en efecto no era para tanto, a nadie le convenía, nadie estaba preparado para eso: miércoles, un miércoles antes, y el lunes, dos
días antes del día, escribirte que había muchos riesgos de seguridad en el escenario, y te atreviste a escribir, sin pensarlo mucho, que había mil personas en el país
cuya seguridad era vital, y que si algo le ocurría a alguna de ellas el embrollo sería
mayor, mil personas, bueno, quinientas, quizá, claro, cien, con cincuenta puede
bastar, pero las hay: pero te dice que no hay preocupación, aunque los dos, una
semana antes, van solos por Periférico, bajaron por Constituyentes para pasar por
debajo del puente de Circuito Interior para enfilarse hacia la zona del partido, la
39
zona de Reforma y Juárez: no hay que desdeñar los avisos, dices, pero no encuentras ya la atención abierta, insistes en que detenga la camioneta porque no pueden
avanzar los dos solos en un vehículo muy conocido, la Blazer negra, los dos solos,
sin guardia, una semana antes: no te rías: no me río: no podemos avanzar sin
guardias: está bien, me detengo: te detienes: silencio: esperar:
¿Qué es un instante?: un momento en el que cambia la vida: adiós: te vi: nos
veremos: te leí: te leyeron: te culpan: dicen que tú sabías: y tú no sabías ni siquiera
que ellos pensaban que sabías: da igual: el instante es un nanosegundo: se lo dices
en la camioneta hablando de temores, inseguridades: y Colosio ríe confiado: esperamos a su escolta: muchos instantes: no llegan sus guardias: dice que las cosas
van mejor de lo que dicen en las columnas: y tú sabes de columnas y le dices que
es cierto: ríes, le dices: pero dices también que esos espacios se llenan con las pasiones, los recovecos y los intereses de los políticos: quedamos en las mismas: porque
partimos de lo mismo: y seguimos esperando: varios instantes: muchos: la escolta
no llegas: solos debajo del puente: no va a ocurrir nada: es el clima, el ambiente, la
tensión de los tiempos del poder: calma, dices: calma, digo: le repito que Hermosillo será clave: sé de lo que hablas: claro que lo sabe, lo supo, lo sabía: dos o tres
ocasiones en su casa de campaña se quejó del acoso de Salinas: de las presiones de
Córdoba: del agobio de Zedillo: Camacho, le dijo, pacta: no quiere: aunque no
quiera: hay que rogarle: hay que rogarle: pero funciona: será tú único aliado: no
voy a romper: aquél no lo sabe: yo sí: otro instante: otros instantes: no llega la escolta: voy a arrancar fuerte: primero tienes que llegar fuerte: así será: hay cosas que
no sé, que no sabré, que no debo saber: bueno…: no sé hasta dónde sean capaces:
ni pienses: pienso pero sé que no serán capaces: por eso: vamos a Tijuana: no puedo, te espero en Hermosillo, ahí estará la clave, no te rías: lo sé: y luego: el cierre:
muy largo, cinco meses a las elecciones y luego tres a juramento: mucho desgaste,
mucho tiempo para las tensiones, mucho desorden: no sé qué decirte: no digas,
acompáñame: estaré en Hermosillo: sí…, Hermosillo: nos echamos un trago antes
del mitin, tres minutos, van otros amigos, pocos; me parecer bien: te parece bien,
pero hay que aguantar: ni falta qué hace, basta con que esperen el desenlace: no
sé qué piensan: los desorientas: pero me siguen los pasos…, qué importa, hay que
convencer a los adversarios: están ya abiertos contigo, te creen: pero el problema
es el contexto: lo que dijiste en el desayuno: sí, lo he pensado mucho: el problema
no está en la oposición sino en el sistema perverso: tu sistema: mi sistema: imposible cambiarlo: no así, ni con ellos: hay que sobrevivir, robalear, nadar de forma
elusiva como los robalos: ojalá fuera así, las perversidades del sistema son trituradoras, lo sé, lo vi, lo hice: de victimario a víctima: no mames: no me río: sólo por
un rato: un instante: más instantes: la escolta no llega: la suma de instantes casi se
escucha como un gigantesco tic tac de reloj: nada alrededor, debajo del puente: él
se ve tranquilo: bueno, dentro de lo que cabe: aguantar, sólo resistir, las presiones
ayudan cuando no doblan: silencio: espera:
El desayuno de minutos antes había reflejado estados de ánimo: estaba en
confianza: Colosio parecía pesimista, pero estaba confiado en ganar hasta el final:
40
hay problemas licenciado: sí… la oposición no ha sabido aprovechar la situación
nacional: suena muy perverso: no, realista: usted tampoco: uhmmm: no es fácil,
lo sabemos: nunca antes un candidato había tenido tantos hilos cruzados en su
propia cancha, nadie: no, nadie, es cierto: hay una guerrilla activa, en negociación
pero guerrilla, ha concitado apoyos inesperados: efecto de políticas de gobierno:
no es lo de menos, pero lo veo como factor de campaña: usted no fue: uhmmm:
debió ir: uhmmm: iba a ir, digo yo, que algo sabía, nos habían citado en el IFE
para volar a Chiapas después del registro: uhmmm: no dije esto pero yo sabía que
él sabía, porque me habían citado como columnista: pudo haber sido provocación: no es cierto, pienso, no digo, sólo pienso, ya se lo diré aparte: hay que lidiar
con muchos hilos sueltos, algunos como chicotazos: propios y de grupo: es cierto,
ahí están: y los descontentos: también: como que no lo dejan: eso parece, pero
en el fondo la mejor parte de mi tiempo es lidiar, enlazar, explicar, pedir tiempo:
¿será?: por muchos enojos y críticas, todos esperan algo del próximo gobierno:
mucho realismo: sí: parecería cinismo: el cinismo es una estrategia policía: no
puede ser: pero que no se agote ahí: bueno: ¿cuánto de ese desorden es lógico y
cuánto provocado?: difícil cuantificarlo, se ve como viene: ¿y de dónde viene?: sí,
no soy muy dado al de parte de quién, cuando en política se encara al que lo dice,
el de parte de quién ya no funciona porque hay arreglos tête à tête, y lo demás pasa
a segundo plano: ¿entonces?: en eso estoy: pero se le ve acotado, como temeroso,
dicen que no es usted, el que conocen: no es lo mismo una cosa que otra: ni otra
que una: es cierto: me muevo como flotando pero con la capacidad de movilidad
de un hipopótamo: de poco sirve tener agilidad si no hay capacidad de movimiento: ¿entonces?: ni quedarse atrás, ni adelantarse: muy: ¿?: ni muy atrás, ni muy
adelante: en política no se puede cuantificar cuanto es poco, lo justo o mucho:
se intuye: ni siquiera…, digamos que los golpes avisan los límites: para qué ser
político: porque uno quiere: esperaba que dijera que para servir: eso se ve después:
usted quiere ser presidente: claro: alto costo: no calculan ustedes cuánto: pero
quería: quiero: ¿cómo entender a un sistema que lo promueve y lo paraliza?: difícil
de entender: como ahora: sí, no me dejan, yo no soy así…, ahora: ¿después?: espero que sí: ¿cómo lidiará con los lastres de ahora cuando esté en el poder?: buena
pregunta, es muy fácil explicar que el poder ayuda a decidir, en realidad, dificulta
¿más?: sistema perverso: sistema, lo de perverso está implícito: y este sistema que
usted ayudó a consolidar en esta etapa ahora lo aprisiona: me acota: ¿se siente a
veces víctima del sistema: soy víctima de las perversidades del sistema: pero el
sistema tiene nombres, no es un aparato: sí, tiene nombres, no muchos pero los
tiene; díganos cuáles: aun no: con las manos: ¿así?: sí, dedo pulgar arriba:
Una semana antes, muchas dudas: estos desayunos me relajan, puedo decir
algo que no es nada y que me sirven más a mí que a ustedes: silencio: pasa el
tiempo: la escolta no llega: no, no son horas, minutos, o largos segundos, quizá
unos cuatro minutos: a veces siento que me entienden, pero no me comprenden:
síndrome del columnista, en nada podemos ayudar, cuando lo hacemos resulta
contraproducente: puede que sí, puede que mejor así: el problema es que es una
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campaña muy larga, casi diez meses de la nominación a la elección: uff: la lucha de
1993 fue dura: de trincheras, cotidiana, segundo a segundo: ¿siempre?: casi, cada
una con sus cosas, Cárdenas exilio a Calles, Ruiz Cortines asustó a Alemán con la
corrupción, Díaz Ordaz quiso quitar a Echeverría, López Portillo se arrepintió de
De la Madrid, en fin: pero ninguna así: creo que no: y peor con Chiapas: peor con
Chiapas: peor con Chiapas: sí: pero con todo, siempre hay formas: pero no las conoce: no todas: ¿cuándo? sobre la marcha: estás casi a la mitad del camino: apenas:
y a veces se ve que no aguantas: no es para tanto: faltan cinco meses: sí: y así: sí: y
la escolta que no viene: no falta mucho: inseguridad, es el tema: creo que nos faltan acuerdos: perversos: todos lo son, depende de para qué sirven: mala política:
incompleta, no mala: como viste en el desayuno, no todos quedaron convencidos:
los políticos no podemos con vencer de algo a quienes están convencidos de lo
contrario: ¿entonces?: cuando menos decir que tienen enfoques, incompletos, no
discutir ni debatir, sólo exponer: como este grupo hay decenas: y no puedo reunirme con todos: ¿bueno o malo?: no sé, ojala puedan permear mis puntos de vista
fuera de las entrevistas rígidas, me interesa que me entiendan, no que me repitan:
mucho trabajo por delante: sí, agotador, y todos los días con novedades negativas
del lado de los aliados, es lo peor: así ha sido siempre: bueno, sí: la gran incógnita
no es saber si vas a ganar no, sino qué hacer con los que terminan: jajaja, es la
clave: ¿y ya sabes?: no sé, yo sólo sé que no se nada: no juegues: deveras, faltan
cinco meses, ellos no pueden contenerme tanto, yo no puedo ser disciplinado:
¿qué te hace falta?: mi propio espacio, que cometa mis errores y tenga mis aciertos:
como que te ven con desconfianza: pudiera ser: como que no eras en candidato
del presidente; no había otro, él me formó, él me construyó: aun así: la opción era
Camacho y él tenía y tiene a todo el gabinete en contra: ¿pudo ser?: imposible:
la política es muy clara: al contrario, en muy brumosa, no se ve más allá de tres
metros y lo que ves siempre no es cierto: alguna vez Julio Scherer le dijo a Díaz
Ordaz que sólo veía un lado de la caja de cerillos y el presidente le contestó, con
claridad y certeza propia, que él como presidente veía los dos lados, aunque uno
apareciera como el lado oscuro de la luna: pues así es: pero el presidente parece
que no ve siquiera el lado visible: jajaja, bien resumido, pero no hay que olvidar
que el presidente actual es un político forjado en las peores tormentas y que ha
salido bien de todas: parece que siempre juega a ganar-ganar y ahí sólo se gana:
se requiere carácter para eso, aunque lo he visto a veces sacudirse, estremecerse de
posibles derrotas: aquí no parece que vaya a perder: ése es justamente el mensaje
que he enviado, pero su entorno lo envenena: cielos: parece que estoy diciendo
de más, ojalá que ya llegue la escolta: no es para publicar y a ti te sirve airear tensiones: antes era de otra manera: jajaja, sí, pero ya no tengo siquiera la intimidad
de la alcoba: eso querías…, ¿no?: a veces decimos que no, que no así, que tan así,
no, pero en realidad sabemos hasta dónde se puede llegar: mira, ahí viene, por fin,
tu escolta: sí, bueno, seguimos, déjame en el partido y de ahí te vas: bien, y nos
vemos en Hermosillo: pactado:
Y te quedas con las evidencias de que hay muchos desacuerdos, bastantes,
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quizá innecesarios, muchos acumulados, pero en el fondo sólo son replanteamientos de alianzas, porque el poder es muy exigente, el verdadero poder duda de su
propio poder y del poder en contra que pueda desatar, era ese día una semana
justo antes de cuando ocurrió lo que no tenía que ocurrir opero igual ocurrió
porque las dinámicas sociales ignoran las leyes de la lógica, y era martes o miércoles, una semana antes, tiempo suficiente para seguir atento, aunque a veces el periodismo juega algunas malas pasadas, fuiste a tu oficina, luego de dejar al candidato en los sótanos del PRI, y con el ánimo de la conversación redactaste una
columna que salió publicada el lunes 21 de marzo, aunque la redactaste antes y la
guardaste para lunes y ahí quedaron las preocupaciones: Cuando estallaron los
problemas en Chiapas, el gobierno ofreció una escolta especial a un grupo de
hombres importantes. Alfredo Harp Helú, director general de Banamex, hombre
clave en la Bolsa de Valores y operador de inversiones de importantísimos funcionarios públicos, la rechazó. Lo malo fue que nadie le insistió y el hombre de negocios fue secuestrado. Así, un asunto de seguridad pública se convirtió en un
elemento de desestabilización interna y por tanto de seguridad nacional por el
acoso norteamericano. Mientras los aparatos de seguridad nacional andan espiando donde no deben, el país se mostró bastante vulnerable: un grupo guerrillero se
organizó durante diez años y nadie lo descubrió hasta que se levantaron en armas
y alguien estalló una bomba en Plaza Universidad y hasta ahora no saben qué
pasó. La lógica de la desestabilización sociopolítica que se desprendió de Chiapas
no fue prevista por el gobierno: después de los bombazos venían los secuestros,
luego los ajusticiamientos y finalmente los golpes criminales contra figuras públicas que crean ingobernabilidad de fin de sexenio. El conflicto en Chiapas tuvo una
mala lectura en los altos círculos del gobierno: todo lo centraron en asuntos locales, sin pensar en la posibilidad de un desbordamiento de grupos aliados, afines o
independientes. Si fue comercial, político o social, de todos modos el secuestro de
Harp mostró a un gobierno incapaz de prever conflictos que debilitan su capacidad de gestión. Aunque sea después del niño ahogado, el gobierno salinista se
enfrenta a la necesidad de tomar tres decisiones: 1. La reorganización a fondo del
Centro de Información y Seguridad Nacional. El Cisen debe regresar a Gobernación y no ser el brazo espía de José Córdoba. 2. La creación de un Consejo de
Seguridad Nacional que agrupe la información de las principales oficinas y agencias dedicadas a la recopilación e interpretación de información política para la
toma de decisiones presidenciales. 3. La urgencia de que el Congreso legisle sobre
temas de seguridad nacional y cree una comisión de supervisión de las oficinas
gubernamentales dedicadas a esos menesteres. En el caso de Harp que nadie se
hace responsable de esa terrible falla de seguridad. En esta transición sexenal, el
país enfrenta una docena de riesgos de seguridad interna y externa: 1. Urge el
padrón de las agrupaciones radicales y extremistas nacionales y extranjeras que
actúan con bastante margen de maniobra en la ciudad y el campo. Hay datos de
la penetración aquí de Sendero Luminoso, la ETA, grupos fascistas latinoamericanos y sectas religiosas vinculadas a organizaciones de seguridad nacional de EU. 2.
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El narcotráfico como un asunto prioritario, porque en Estados Unidos hay una
línea de análisis que liga el narcotráfico con los acontecimientos de Chiapas y sus
secuelas. La lucha contra el narcotráfico será el caballo de Troya de EU. 3. Chiapas
y los grupos de poder que hicieron crisis en el sureste siguen sin explicación. Hay
el peligro de posibles vinculaciones con otros estados de la República. 4. No existe la evaluación de los efectos en las estructuras tradicionales de poder de las modificaciones a los artículos 3, 27, 28, 123 y 130 de la Constitución. Hay un repliegue de poderes tradicionales y una consolidación de poderes fácticos. 5. La
inquietud en el Ejército por las críticas a su actuación en Chiapas es un asunto de
doble prioridad: para entender la profundidad y alcance de la irritación, y para
prever el debilitamiento de la moral de un cuerpo básico de la seguridad nacional.
6. El papel de la apertura comercial en la seguridad nacional del país. La penetración comercial e industrial extranjera va a afectar la conformación cultural de la
sociedad mexicana y ese es un tema de seguridad nacional. 7. La penetración de
organismos de inteligencia y seguridad nacional de EU en México: CIA, DEA,
DIA y muchas otras. Han sido varias las visitas a México de funcionarios de la
CIA y del área de seguridad nacional del Departamento de Estado para evaluar la
crisis de Chiapas en función de los intereses de EU. 8. La ruptura de pactos internos y la conformación de nuevas alianzas por el proyecto neoliberal salinista modificó la correlación de fuerzas sociales históricas y sus compromisos con el gobierno y con el Estado. El debilitamiento de la fuerza política e ideológica del Estado
disminuirá la capacidad de gobernabilidad del sistema. 9. El desbordamiento de
grupos radicales exhibe una extrema debilidad del gobierno y de sus aparatos de
seguridad. La guerrilla en Chiapas, los bombazos en el DF, los secuestros de personajes de la economía e incidentes como el del cierre de la carretera Toluca-DF
con encapuchados con cartuchos explosivos muestran una capacidad menguada
de gobernabilidad. 10. La celebración de las elecciones presidenciales más delicadas y decisivas en un ambiente de evidente descontrol político y de seguridad
podría abrir espacios a atentados que respondan a la lógica de la desestabilización
nacional. 11. El desbordamiento de conflictos locales y la contaminación de otras
zonas refleja la incapacidad para apreciar la fragilidad del control político de la
República y la falta de capacidad de respuesta del gobierno a la problemática. El
autoritarismo y la negación de la realidad llevan a los conflictos violentos. 12. La
existencia de cuando menos mil personas cuya seguridad debe de ser un asunto de
alta prioridad. Harp rechazó la escolta pero nadie pensó en una vigilancia que
evitara precisamente lo que ocurrió: el secuestro de un banquero y agente de Bolsa que posee información clasificada sobre inversiones de altos funcionarios. Lo de
Harp debe ser una llamada de atención para la previsión de escenarios y el seguimiento de conflictos. Se trata, ni más ni menos, de hacer inteligencia política y no
espionaje burdo, sin saber nada, sin prever nada, peor aún, con la certeza de que
la política tenía un límite, que Salinas estaba enojado con Colosio, que le había
enviado mensajes cifrados de que lo largo de la campaña podría permitir la renuncia a la candidatura como una forma elegante de señalar que se la podía quitar,
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porque Salinas padeció lo mismo, en enero de 1988, en medio de una campaña
muy mala a pesar de las manos de Córdoba, Camacho y Colosio, las cosas no salían, mientras Cárdenas avanzaba en sectores del priísmo descontento, por eso
después de las elecciones Manuel Camacho te preguntó ¿por qué la prensa voto
por Cárdenas?, como si el propio Camacho, politólogo de profesión, no supiera la
fractura política en el sistema, pero en la semana que comenzaba el 21 de marzo
tu preocupación era el ambiente de violencia desatado no por el alzamiento guerrillero en Chiapas, sino desde mayo anterior con el asesinato del cardenal Posada
en el aeropuerto de Jalisco, las cosas estaban dándose como no se habían dado
desde aquella política que se arreglaba a balazos, con asesinatos de aspirantes presidenciales, como el de Serrano y Arnulfo Gómez en 1927, o exilios forzados de
grandes jefes revolucionarios, pero la violencia clama violencia y paradójicamente
la violencia sólo se puede apagar con más violencia, como si fuera pozo petrolero
en llamas que sólo se puede apaciguar con explosiones que creen un vacío de oxígeno alrededor del centro del fuego, bueno, algo así, lo viste y lo escribes, riesgos
de seguridad, opusiste muchos, mil personas, no, eran muchas, quizá la mitad,
quinientas, tampoco, demasiadas dianas en tiro al blanco, quizá cien, bueno,
pudo haber sido cien, aunque probablemente con una docena de ellos los desestabilizadores pudieran divertirse un rato, y años después revisas el texto y te preguntas a ti mismo si habías pensado en el candidato como una de ellas, o en el presidente, o en algún candidato de la oposición, y te lastimas diciendo que ya no
recuerdas ese contexto preciso, pero no, sin duda que no pensabas en Colosio,
bueno, nadie en sus cinco o seis sentidos, el sexto de la intuición de sobrevivencia,
suponía que lo quisieran atar, a lo mejor, y era lo más probable en algunos colegas,
que no enfermaran, a Salinas le ocurrió, decía antes, en enero de 1989 cuando el
periodistas Elías Chávez escribió en Proceso “quieren enfermar a Salinas”, pero no
era más que especulación porque De la Madrid carecía de opciones, ¿a quién
pondría en su lugar, ¿a Bartlett, a Del mazo, a García Ramírez?, no, ninguno llenaba los requisitos de la decisión de octubre de 1987, como tampoco ahora, ¿a
quién podía poner Salinas en lugar de Colosio?, ¿a Camacho que nunca le dio su
lugar de líder de grupo, a Zedillo que obedecía más a Córdoba, a Gamboa o Lozoya que él mismo los había metido en la lista cuando te la platicó, como relleno
y distracciones, o a Aspe que ya le había dicho, como Limantour a Porfirio Díaz,
que detestaba la política y que no quería ser presidente, que la política era destructiva, y que para ser político se requería de una pasión por la autodestrucción, por
eso fue que tu marco de referencia era estrecho, nadie en su sano juicio suponía
que pudieran matar al candidato, el pode presidencial tenía formas de persuadir a
los necios, que inclusive si la decisión estuviera tomada y el candidato se negara,
todo presidente tiene formas suficientes para doblar al que fuera, al final de cuentas que Colosio era una hechura de Salinas y que Salinas tenía el poder, no el liderazgo, sino el poder la fuerza la autoridad la capacidad que decide las posibilidades
de un presidente para dar la orden de destruir políticamente a quienes no se sometieran a la autoridad del jefe máximo, y si hubiera llegado el momento Colosio
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no hubiera sido capaz de desobedecer o de incumplir la orden de regresar la candidatura, pero el propio Colosio sabía que mientras no le dieran esa orden de
manera directa y sin posibilidades de elusión, entonces tendría espacios para seguir adelante en la que era la parte más importante de la campaña, no la búsqueda
de votos, sino la construcción de una alianza de políticos para ganar, es cierto, las
elecciones con votos, pero al mismo tiempo construir un grupo de poder con la
fuerza suficiente como para enfrentar al presidente de la república, si se diera el
caso, no chocar, ni desobedecerlo, ni menos aún combatirlo, sino convencerlo del
daño mayor de retirar una candidatura, sin tener una opción confiable, sobre todo
porque las fuerzas oscuras del PRI estaba zopiloteando, aunque más en busca de
posiciones que de relevos, porque así era la política, y entonces el candidato necesitaba crear ese grupo, sobre todo porque en el fondo tenía la certeza de que no
querían quitarle la candidatura, si acaso buscaban que renegociara los acuerdos,
los compromisos, las concesiones, los espacios de poder, y por eso el mejor camino
era el de bajar las tensiones, tratar de aceptar todo, pero de la misma manera buscar sus propias opciones, sus propios caminos, el discurso del 6 de marzo aún estaba en el limbo de las interpretaciones, porque él había enviado el texto a Los
Pinos y había esperado horas prudentes para ajustes y correcciones, pero nada
había salido del despacho presidencial, y ya tarde entendió que fue el primer paso
de la independencia, porque dejaron que el candidato hiciera sus propias mediciones y sondeos y decidirá por sí mismo, y entonces el candidato supuso que había
ganado la primera ronda, sin romper había fijado su línea política de acción, dejando sin tocar la línea económica, ésa seguiría, pero alguien le dijo que podría
estarse reproduciendo la sucesión Díaz Ordaz-Echeverría porque Echeverría había
comenzado a alejarse de Díaz Ordaz en el tema del 68 con aquel larguísimo minuto de silencio en la Universidad Nicolaíta por los estudiantes caídos en Tlatelolco, y en Palacio Nacional no le subrayaron al presidente que el candidato también había incluido en el memorial a los soldados y policías también caídos, y ahí
estuvo a punto tensarse la caída de Echeverría como candidato, pero la maquinaria del sistema era eficiente cuando avanzaba hacia delante, pero incapaz de dar
vueltas inesperadas, y Díaz Ordaz, luego de pedirle al presidente del PRI Alfonso
Martínez Domínguez que se acuartelara en su despacho del PRI por si había que
hacer un cambio, decidió que siempre no, que no había tiempo, que el sistema se
había resquebrajado en el 68 y que sería más costoso, y entonces Díaz Ordaz confió en que las circunstancias se iban a acomodar por la dinámica de la misma crisis,
y Martínez Domínguez recogió su recámara improvisada en su despacho del PRI
y se fue a su casa, y Echeverría siguió su camino de tortura con Díaz Ordaz, y
Colosio sabía que Salinas también sabía de esas historias ya no tan secretas del
sistema y que por ello sabía que sin un nuevo pacto más severo y condicionado, el
presidente entrante podía catapultar su propio poder para alejarse/aplastar/soslayar/ al saliente, por lo que éste tendría que tener ya otro tipo de garantías, y ahí es
donde la relación Colosio-Salinas Salinas-Colosio había pasado de la dependencia
sucesoria a la de replanteamiento de criterios de poder, por eso habías notado al
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candidato con muchas preocupaciones, más de las que podía manejar en sus relaciones con columnistas políticos, éstos con experiencia y capacidad para ver detrás
de los ojos de los políticos, aunque al final tun preocupación fue la de atender con
más intensidad los signos de descomposición política en la sociedad del poder, en
Chiapas, en el narcotráfico y en los grupos rebeldes radicales de tipo ideológico,
no en el entorno presidencial donde, a posteriori, ya sabes que estaban los principales problemas, en un presidente que tenía una relación afectiva con el candidato
y un candidato que comenzaba a diluir o enfriar esa relación porque el poder, sí,
se hereda, sí, pero no como se hereda una propiedad, y que el poder depende del
titular y no de concesionarios, y en esos días el poder se encontraba en la dimensión desconocida de quien lo tenía y debía de cederlo y del que no lo tenía pero
exigía con señales secretas que ya debería tenerlo, y lo peor es que esa disputa por
el poder había comenzado a diluir las certezas del afecto, de la dependencia, de la
herencia del poder al hijo, al hijo que ya quería pensar por sí mismo, esos momentos en que los sentimientos se disuelven en el vacío y aparecen los intereses del
poder, muchas veces más poderosos que los afectos, y ahí estaba, como ejemplo,
la relación de Calles con Obregón, con un asesinato de por medio, y más tarde nos
arrepentiríamos de hacer una lectura distante en tiempo, espacio y valores de lo
ocurrido antes en el sistema, porque vimos el asesinato de Obregón tan lejos como
incomprensible, cuando en política no hay presenta más válido que el pasado, y
después del 23 de marzo aquella ocasión en que un funcionario salinista te pasó
un expediente armado de fotocopias de documentos, recortes de periódicos y
análisis históricos de la reelección de Obregón, quizá en el tiempo político en que
recibían a Salinas en comités Pronasol con el grito de ¡uno, dos, tres, Salinas otra
vez!”, pero lo desechaste porque tu capacidad de análisis, luego, claro, de una
consulta con un par de expertos, que la reelección presidencial era prácticamente
im-po-si-ble aunque los gritos dijeran que no, que sí podía lograrse y el expediente de Ortegón se te perdió en alguna caja que luego tiraste a la basura, ahora que
después del 23 de marzo podría ayudarte a entender los estados de ánimo presidenciales, pero todo ya es tarde, demasiado tarde, aquél día en que charlaron a
solas, aquella columna que advirtió de riesgos de seguridad y que después alguien
le calentó la cabeza a la viuda diciéndole que ahí estaba la clave del asesinato, que
tú lo sabías, que enviaste un mensaje y que había que citarte a declarar, pero por
alguna razón nadie te convocó y te dejaron con muchos datos, frases y quizá gestiones ligeras pero de gran calado que no explicarían el asesinato, ni siquiera pudieran ayudar a aportar algún elemento de culpabilidad, pero sí a atender el cima,
con la certeza, compartida por Manuel Camacho, que los climas no matan, cierto,
los climas no matan pero sí construyen la escena de crímenes, y ahí es donde los
magnicidios cobran víctimas propiciatorias,
Y entonces, tiempo después, te percatas que no hay formas de recobrar el
pasado, que escribirlo es reescribirlo y que de todos modos son apenas partes
fragmentarias de la realidad, y que al final quedas igual, sin saber quién estuvo
escondido en las sombras oscuras de tu memoria, de la memoria de los demás,
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que acumular datos y evidencias te deja las mismas dudas, que inclusive muchos
de los protagonistas ya reescribieron su libreto a su manera y que no habrá forma
de tener acceso a los hechos duros, las evidencias sólidas, las pruebas verificables,
y que la reconstrucción de los hechos quedará en mera ficción, aunque puede
quedarte la certeza de que la novela realista es la literatura que toma cosas de las
realidad, y que el realismo novelado es cuando la realidad pide prestadas cosas
a la literatura, pero el producto final no es más que ficción de la realidad como
realidad de la ficción, y la certeza de que lo que haces no es un juego de palabras
sino un juego de visiones de una realidad inaprehensible que te atreves a convocar
sin saber quién va a creerla, y cuánto de ella hay que creer porque la realidad no es
más que un rompecabezas de fichas exactamente iguales, cada una con autonomía
de la realidad, y que puedes terminar de armarlo con las seguridad de que seguirá
siendo o una parte de la realidad o la irrealidad vendiéndose como realidad, y en
medio de la confusión no te puedes explicar a ti mismo, menos podrás tratar de
explicar lo demás, los demás, y el agotamiento te lleva al conformismo o a la angustia de no saber qué ocurrió, por qué y a favor de quién, y a pesar de ello vives el
presente como si hubieras comprendido el pasado, peor aún, el pasado que te fue
dejó marcado y que te explicaría el presente que vives sin saber por qué o vives, ni
hasta donde es confiable vivirlo como se presenta porque el pasado fue otra cosa
que no supiste, y por eso sientes que te quedaste sin pasado, sin presente y sin
futuro y que la única posibilidad de cuando rescatar algo de lo real del pasado es
la literatura.
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IX. La traición de Colosio
Si se buscara algún elemento político para entender las razones de la decepción
de Salinas hacia Colosio, una de las más importantes estaría en el hecho de que el
sonorense fue una construcción íntegra de Salinas para llevarlo a la candidatura presidencial. Es posible que en mayo de 1979, cuando llegó a la dirección de Política
Económica y Social de la Secretaría de Programación y Presupuesto, Salinas apenas
tenía en mente ayudar a la construcción de la candidatura presidencial de su jefe Miguel de la Madrid Hurtado, quizá muy en el fondo ver la presidencia para él mismo;
sin embargo, Colosio era apenas un aspirante a funcionario que estudiaba posgrados
en el extranjero y apenas tenía una plaza menor en el sector público.
Al llegar a la SPP, Salinas le pidió a Rogelio Montemayor Seguy que le recomendar un economista para que trabajara información estadística especial; Colosio estaba relacionado con Montemayor por el Tecnológico de Monterrey donde
Colosio se había graduado de economista. En este sentido, Colosio se incorporó
directamente con Salinas en 1979 y ahí construyó una carrera meteórica hasta la
candidatura presidencial el 28 de noviembre de 1993, apenas casi tres lustros; en
cambio, Salinas tenía una mayor cercanía con Manuel Camacho Solís, los dos
compañeros en la Escuela de Economía –el primero de la generación 1964-1970
y el segundo de 1965-1969–, pero miembros del grupo de Los Toficos, debido a
que venían de familia acomodada y habían un comercial de dulces de leche que
decía: “Toficos, uhm qué ricos”.
La diferencia de edades no era mucha: Salinas había nacido el 3 de abril de
1948 y Colosio el 10 de febrero de 1950, menos de dos años de diferencia; sin embargo, por recomendaciones de su padre Raúl Salinas Lozano, Carlos tenia cargos
en el sector público desde mediados de los setenta. Camacho era el más veterano:
marzo de 1946, aunque dedicado más a la academia en El Colegio de México
y algunas asesorías en Banco de México por su relación familiar con Leopoldo
Solís Manjarrez, uno de los más importantes activos del sector financiero. Salinas
y Camacho formaban ya una pareja de poder con relaciones con algunas figuras
del PRI.
Al convertirse en economista especial de Salinas, Colosio comenzó su meteórica carrera hacia el poder. A pesar de su imagen descuidada –peinado afro de los
setenta, chino esponjado– y su carácter fiestero –contraste del rigor de Salinas
y Camacho–, Colosio era muy dedicado a su trabajo. Salinas dio un brinco espectacular en diciembre de 1982 al ser designado secretario de Programación y
Presupuesto del gabinete del presidente De la Madrid, Camacho fue designado
subsecretario de Desarrollo Regional y Colosio apenas subdirector de Programación y Presupuesto Regional. A pesar de tareas muy técnicas en su oficina, Colosio
quedó dependiente más del secretario Salinas que del subsecretario Camacho.
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En dos y medio años, Colosio dio su propio salto estratégico: candidato a
diputado federal por un distrito de Sonora, como parte del equipo de Salinas en
la Cámara baja. Salinas demostró su interés muy especial en Colosio al imponerlo
como presidente de la Comisión de Programación y Presupuesto, en el modelo
autoritario y presidencialista donde los secretarios de los despachos presidenciales
colocaban a sus preferidos en las presidencias de las comisiones legislativas. En ese
cargo, Colosio pasó a controlar la información presupuestal en uno de los periodos más conflictivos de la economía: el sexenio delamadridista de PIB promedio
anual de 0% e inflación promedio anual de 85%. En el periodo legislativo de Colosio 1985-1988 la economía encaró el colapso de la deuda y en 1986 la amenaza
de moratoria o renegociación; la tarea de Colosio en la Cámara no fue de carácter
técnico –las cifras y estrategias se manejaban desde la SPP– sino de socialización:
armar un equipo de amigos para la precandidatura de Salinas a la presidencia,
contra la de Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación, aprovechando el
carácter norteño y fiestero del sonorense.
Desde 1979 Salinas tuvo el control de la política económica de De la Madrid
en el aspecto más importante: la definición de los planes de desarrollo, es decir, de
las estrategias integrales de largo plazo; Salinas fue el responsable del Plan Global
de Desarrollo 1980-1982, del Plan Nacional de Desarrollo 1982-1988 y de los
Criterios Generales de Política económica que anualmente entregada la SPP a la
Cámara de Diputados con las estrategias económica, de metas y de desarrollo. En
1986 Salinas dio cuenta del secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, en una
intriga palaciega: Silva regresó de Washington con una nueva Carta de Intención
con el FMI para un nuevo programa de ajuste que controlara la inflación por el
lado de la demanda –salarios, gasto social y PIB, los tres a la baja–, con el fin de
obtener los excedentes presupuestales para pagar los intereses de la deuda externa
con bancos privados y organismos internacionales, pero Salinas presentó en el
gabinete económico una nueva alternativa: crecer para pagar, no bajar el PIB.
Silva, enojado, perdió el control en esa reunión del gabinete económico, dijo que
ya había firmado con el FMI con el apoyo del presidente De la Madrid y que no
podía desdecirse; De la Madrid le ordenó que se regresara a Washington con la
nueva estrategia; Silva salió de la reunión, fue a su oficina, redacto su renuncia y
se la filtró primero al Financial Times de Londres; a Palacio Nacional llego como
nota de ese diario vía teletipos. El nuevo equipo negociador fue de Gustavo Petricioli y Pedro Aspe Armella, quienes amenazaron con la moratoria y lograron que
el FMI aceptara el nuevo modelo. Ahí se dio, en los mensajes secretos del sistema,
el afianzamiento de Salinas como el sucesor presidencial de De la Madrid,
El papel de Colosio en la Cámara respondió a las expectativas de Salinas porque los legisladores fueron disminuidos a meros refrendadores de decisiones del
poder presidencial. En octubre de 1987, luego de un juego amañado de seis precandidatos priístas que comparecieron como aspirantes formales a la presidencia –Sergio García Ramírez, Bartlett, Salinas, Alfredo del Mazo, Ramón Aguirre
Velázquez y el líder senatorial Miguel González Avelar–, de la Madrid impuso a
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Salinas como candidato en una reunión de la cúpula priísta en el edificio central
del PRI, aunque con el desconcierto provocado por Del Mazo al señalar que el
candidato había sido García Ramírez; sin embargo, la maquinaria del poder inmediatamente corrigió el desliz y el candidato oficial fue Salinas.
El de Colosio como oficial mayor del PRI y coordinador de la campaña presidencial fue uno de los primeros nombramientos estratégicos de Salinas. Camacho
era entonces secretario de Desarrollo Urbano y Ecología como parte de la crisis
urbana provocada por los daños ocasionados por el terremoto de septiembre de
1985 en el Distrito Federal, aunque Camacho sería llamado por Salinas para hacerse cargo de la secretaría general del PRI después de las elecciones, con la agenda
específica de negociar con el PAN el apoyo en el Colegio Electoral para validar
elecciones y lograr algún pacto con Cuauhtémoc Cárdenas. De todos modos,
Colosio fue designado candidato a senador para las mismas elecciones. Como
director del Instituto de Estudios Políticos y Económicos del PRI –el IEPES que
organizaba las reuniones de campaña para la definición del programa de gobierno– fue colocado Enrique González Pedrero, un politólogo priístas con perfiles
progresistas, aunque sin autoridad porque las tres cabezas políticas de Salinas estaban definidas: Camacho, Colosio y el franco-mexicano Joseph-Marie Córdoba
Montoya. González Pedrero siempre se quejó de la marginación, no logró ser
designado secretario de Educación del primer gabinete salinista y prefirió una
embajada para alejarse.
A pesar de su formación económica, Colosio tuvo tareas políticas. Lograda la
consolidación electoral, Colosio fue ascendido a presidente nacional del PRI el 4
de diciembre de 1988. Como siempre ocurre en los relevos sexenales, la atención
hacia el quipo salinista se dirigió hacia los que podrían ser sucesores en 1994 y ahí
no había nadie con más fuerza que Camacho, el experto en seguridad nacional
Fernando Gutiérrez Barrios en Gobernación. Colosio, al comenzar el sexenio salinista, no apuntaba como presidenciable, bastante porque los presidentes del PRI
carecen de posibilidades de aspirar a la presidencia porque podrían distorsionar
su función de manejo del partido. A lo largo de los tres primeros años el principal operador político de Salinas fue Camacho, al grado de que le tocó operar la
elección legislativa de 1991 para recuperarle al PRI todas las posiciones electorales
del DF.
Colosio se movió con discreción. Hasta las legislativas de 1991 nunca se le
vio siquiera reaccionar a las columnas políticas que lo colocaban como posible
precandidato a la presidencia. Camacho, en cambio, operó con autonomía no
sólo del presidente sino del equipo de trabajo. Casi desde el primer momento,
Camacho se perfiló como el llanero solitario del gabinete y fueron memorables
sus confrontaciones con otros secretarios. Y si bien Camacho actuaba a favor de
Salinas –aunque con métodos y alianzas particulares–. Córdoba consolidó la apreciación de que Camacho trabajaba para su propia precandidatura presidencial y
no como parte de los activos presidenciales; a Córdoba se le acredita aquella frase
que lastimó a Camacho: “Salinas es más camachista que Camacho salinista”.
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En el gabinete se formaron dos grupos: Camacho y los demás. La confrontación de Camacho con Córdoba y su alejamiento de los demás se convirtió en
uno de los argumentos de Salinas para colocarlo como su sucesor, en la medida
en que Salinas pensaba en su sucesor como parte de una continuidad personal, de
proyecto económico y de equipo; Camacho no hizo alianza con nadie de los salinistas. De modo natural, tres figuras se colocaron en la lista de presidenciales no
oficial, después de las elecciones legislativas de 1991: Camacho, Colosio y Aspe;
poco a poco la lista fue reconocida informalmente por Salinas y ampliada a tres aspirantes más: Emilio Lozoya Thalmann, compañero de generación en Economía
de la UNAM, Emilio Gamboa Patrón, secretario particular del presidente De la
Madrid y clave en la nominación presidencial de salinas en 1987, y Ernesto Zedillo Ponce de León, un economista del Politécnico, forjado en el neoliberalismo
en el Banco de México y egresado de Yale y uno de los funcionarios preferidos de
Córdoba. De los seis, en realidad los posibles eran tres: Aspe, Camacho y Colosio;
los otros tres eran cartas de desgaste y de distracción. Y para los que tenían acceso
a ciertos niveles de información, hacia comienzos de 1993, el año del destape del
candidato presidencial priísta, la lista se acortó a dos porque Aspe –como José Yves
Limantour en 1900 y en 1904 con Porfirio Díaz– nunca quiso ser presidente de
la república: Camacho y Colosio.
A lo largo de su sexenio, Salinas fue dejando pistas claras de su proyecto de
gobierno: la primera gran oleada de reformas ocurrió en el gobierno de De la
Madrid con la reorganización del sector público y se particularizó en el sexenio
1988-1994 la dimensión de las reformas. Las que afectaron la estructura del Estado fueron en el sexenio salinista: venta de la banca en manos del gobierno, venta
de empresas paraestatales –entre ellas teléfonos de México, Altos Hornos, líneas
aéreas y muchas otras–; finalización del reparto agrario y privatización del ejido
para asociaciones con capital privado, desregulación de la inversión extranjera,
reconocimiento de derechos jurídicos a la iglesia. La clave de estas reformas estuvo
en la disciplina priísta para aprobar las modificaciones constitucionales, al grado
de que hubo muchos diputados que aprobaron entre aplausos la expropiación de
la banca en septiembre de 1982 y luego los mismos aprobaron la privatización de
la misma banca.
El tratado de comercio libre con los EE.UU. y Canadá era el punto culminante del proyecto salinista, porque sus fundamentos enraizaban las reformas neoliberales y las hacían inamovibles. Por tanto, el sucesor de Salinas tendría que ser un
aspirante que consolidara, mantuviera, proyectara y profundizara el proyecto de
nación armado por Salinas de Gortari desde mayo de 1979.
La tarea de control de los legisladores priístas para las reformas estuvo en Colosio, con lo que se hizo partícipe de la dimensión políticas e ideológica de esas
reformas. Al ser la bujía político-priísta de esas reformas, Colosio quedaba como
garantía sucesoria de la inmovilidad de esas reformas. Es decir, que en los hechos
políticos Colosio era –quizá junto con Aspe, aunque este sin ganas de ser– el único precandidato presidencial con posibilidades que había sido parte sustancial de
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las reformas. Camacho estaba convencido del modelo económico de Salinas, pero
su preocupación eran las tensiones políticas. En su tesis de licenciatura de 1970,
Camacho había señalado que el camino de México era “el desarrollo capitalista dependiente” y había descartado las opciones socialistas. Por su cercanía a Córdoba,
Zedillo también estaba de acuerdo con la reforma salinista, pero en el escenario
político prospectivo de que lo estaban preparando para ser el candidato presidencial salinista en el 2000, por lo que su presencia en la lista de 1993 era simbólica.
En este sentido, Colosio se perfiló como el precandidato priísta más fuerte
para la continuidad del proyecto económico salinista y por su capacidad para
mantener la unidad del equipo salinista. Al estar confrontado con los salinistas,
Camacho no garantizaba la continuidad integral del proyecto-equipo salinista.
Algunas evaluaciones presentadas a Salinas trataron de presentar con objetividad
la interpretación de que las reformas democratizadoras de Camacho tenían que
sacrificar algunas de las variables del proyecto económico de Salinas. Y en sus amarres previos a la candidatura, Colosio se entendió muy bien con Aspe-Hacienda
y con Zedillo-Programación/Educación, los dos economistas clave del proyecto
salinista.
El proyecto de Salinas era una transformación del Estado de la Revolución
Mexicana 1917-1983 en el Estado moderno, pasando de un Estado de bienestar
que representaba los intereses de las mayorías sociales no propietarias a un Estado
modernizador sin compromisos sociales y con autonomía relativa de los intereses
de las clases. La forma en que usó a los priístas a través de Colosio para avalar
reformas que liquidaron el Estado de la Revolución Mexicana dio los indicios de
por dónde vendría el perfil del candidato presidencial. Y si Colosio había sido la
pieza clave en la aprobación –no diseño– de las reformas del proyecto salinista,
entonces su precandidatura era de las más sólidas porque garantizaba la asunción
de responsabilidades de manera más directa que Camacho en el DF.
El grueso de las reformas salinistas se dio en el largo periodo de dos sexenios:
el de De la Madrid y el propio en el periodo 1989-1993. En todo ese lapso político, Colosio fue uno de los escuderos más importantes de Salinas, no sólo al lado
sino –lo que es más importante– al frente y sobre todo como operador práctico
de alianzas con los priístas. En todo ese tiempo, Colosio no se permitió ninguna
claudicación, nunca criticó el modelo salinista, siempre cumplió con el control
del PRI y de los priístas para la aprobación de reformas que contradecían la tradición y doctrina priísta. Las tres reformas básicas de Salinas –la privatización del
ejido, la reconciliación con la iglesia y el tratado comercial con los EE.UU. que el
priísmo señalaba como el imperio que “nos robó” la mitad del territorio– fueron
pivoteadas con éxito por Colosio; y quizá la religiosa del 130 fue la más complicada porque tocaba la esencia política del priismo: la contrarrevolución cristera que
produjo el asesinato del caudillo Álvaro Obregón en 1928, pero para ello Salinas
con audacia y autoritarismo obligó al PRI –con la oposición del secretario de
Gobernación, Gutiérrez Barrios– a que redactara la iniciativa y la defendiera en
el congreso. De nueva cuenta Colosio fue el garante de esa reforma en el segundo
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semestre de 1991 y se promulgó en enero de 1992, significando una gran victoria
histórica para la iglesia católica porque combatió con las armas las constituciones
de 1857 y de 1817 y se alzó en armas en 1928 sin que hubiera, hasta el momento
de la reforma de 1992, alguna declaración de la jerarquía católica de reconocer la
hegemonía de la Constitución.
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Impreso en talleres gráficos de:
RR. IMPRESOS Y ACABADOS
Mar Mediterráneo #36
Col. Tacuba,
Del. Míguel Hidalgo
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Tels. 5386 6727 / 5527 6211
Cuidado de la edición: Armando Reyes Vigueras
Diseño: Alejandra Sánchez Aragón
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Seguridad, S.A. de C.V.
D.R. México, 2017.
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