Subido por Ricardo JACQUET

Claves de la espiritualidad franciscana

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Claves de la espiritualidad franciscana
Desde siempre se ha atribuido a Francisco el don de haber sabido leer en su momento
histórico lo nuclear del evangelio de Jesús. Se le ha considerado una puerta de acceso y
de acercamiento a Jesús. Por eso creemos que también hoy tiene mucha actualidad y
puede ayudarnos en este momento histórico, convulso como el suyo, a acercarnos a Jesús
y a los valores nucleares del evangelio para encontrar allí el sentido profundo que
Francisco encontró. Tenemos la convicción de que la espiritualidad franciscana es una
relectura de lo cristiano que puede darnos luces en nuestras diversas búsquedas
personales. Por tanto, se la considera, no como un fin en sí misma, sino como camino
para facilitar una comprensión actual de la fe cristiana o para profundizar en ella.
La espiritualidad franciscana nos remite a la vida de Francisco de Asís y al significado
que ha tenido en la historia del franciscanismo. Quisiéramos resumir en este apartado
algunas claves de espiritualidad franciscana. Lo queremos hacer de una manera muy
sintética y con lenguaje actual. Por eso, este resumen no tiene pretensiones de
exhaustividad ni de interpretación científica. Son simplemente unos apuntes
introductorios que persiguen sugerir la vigencia y actualidad del mensaje de Francisco de
Asís, ocho siglos después. Francisco de Asís es mucho más de lo que aquí se expresa;
pero conocerlo de una manera más profunda es uno de los alicientes de este camino que
ahora se inicia.
1.1. La búsqueda personal del Absoluto
“¿Quién eres tú, Dios, ¿y quién soy yo?”. Francisco fue un hombre de búsquedas y
preguntas que le llevaron al encuentro y la relación personal con Dios. “Señor, ¿qué
quieres que yo haga?”. En este proceso de preguntas y búsquedas va intuyendo que su
camino es ser seguidor de Jesús y de su Palabra evangélica. La espiritualidad franciscana
implica una voluntad de relación incesante y personalizada con Dios y de seguimiento de
la vida de Jesús mediante la escucha y lectura de su Palabra.
1.2. La humildad
La humildad en la vida de Francisco se plasma en diferentes movimientos: humildad ante
Dios, pobreza espiritual; humildad ante uno mismo para conocerse verdaderamente; y
humildad con los otros: minoridad como comunión de vida. Renuncia, en definitiva, a
toda pretensión de poder espiritual o material. La espiritualidad franciscana es
interpelación que nos invita a afrontar la vida y nuestras dificultades y posibilidades desde
un profundo sentido de la humildad, es decir, desde la conciencia de nuestra verdadera
limitación. Nos invita a ser pobres, conscientes de nuestra verdad y menores como
itinerario de autenticidad espiritual, personal, vital y convivencial.
1.3. La solidaridad
Francisco encuentra en Dios el sumo bien. Tanto amor no se puede esconder. Es para
agradecerlo y compartirlo. El regalo de Dios se convierte en empeño a favor de los otros,
nos hace ser mensajeros de la paz y el bien. Poder anunciar a cada hombre y a cada mujer
que “Tú también eres amado por Dios” y no sólo decírselo, sino plasmar con nuestro
comportamiento una solidaridad humana que le permita comprobarlo. La espiritualidad
franciscana en la vida concreta de cada persona es vivencia agradecida y humilde de
entrega, compromiso, generosidad y altruismo con los otros, especialmente con los
1
últimos. El franciscanismo es expresión de los resortes ocultos en los que anida la bondad
de cada hombre y cada mujer, y es anuncio de la paz y el bien que Dios nos ofrece.
1.4. La fraternidad
Vivir la fraternidad es una clave central en el itinerario de Francisco de Asís. Fraternidad
en la propia orden: “ninguno tenga potestad o dominio sobre los demás”; fraternidad con
la iglesia, para vivir la comunión eclesial; y fraternidad universal: la creación, los seres
humanos, el mundo, la naturaleza, las dificultades, la alegría… todo se vuelve fraternidad.
Buscando a Dios se encuentra con un nuevo corazón. Aprende a mirar todo con los ojos
y la mirada de Jesús. La espiritualidad franciscana es una vocación de apertura a esa nueva
mirada fraterna y no violenta con la dignidad humana de cada persona y con todo lo que
nos rodea.
Cinco pilares de la Orden y la familia franciscana1
(1) Pobreza: victoria sobre toda codicia; motivo de desprendimiento y por ello fuente de
libertad. El descubrimiento del Jesús pobre como clave de un seguimiento radical y
absoluto del Evangelio, llevó a Francisco a la profundización, hasta las propias raíces
personales, de su pobreza como hombre. Su condición de criatura le enfrentaba con el
hecho incuestionable de ser relacional. La Fraternidad primitiva adoptó la minoridad,
después de un proceso de clarificación, como valor identificativo del grupo. Desde el
presentarse como Penitentes de Asís, pasando por Pobres menores, hasta llegar al
definitivo Hermanos Menores, debió de pasar un cierto tiempo.
(2) Alegría: fruto del encuentro con el bien mayor, que es Dios mismo, particularmente
como Padre de quien procede todo nuestro ser.
(3) Fraternidad: consecuencia de la certeza de la filiación: del mismo Dios de quien
viene mi ser y la gracia de la redención ha brotado amor que ha hecho posible el ser y la
vida nueva de mi hermano. Cuando Francisco se convierte, su lectura del Evangelio está
condicionada por esta formación comunal que había recibido. Al formar la Fraternidad,
la respuesta que dan los primeros compañeros a los que preguntan por su identidad es
clara: «Somos penitentes y oriundos de Asís» (TC 37). El grupo primitivo franciscano,
lejos de considerarse una Orden, se ve más bien como una Fraternidad de iguales que
buscan vivir el Evangelio.
Francisco adoptó la estructura fraterna como una exigencia del Evangelio. Todos ellos
tienen el sentimiento común de que son una organización de iguales, donde la solidaridad
y la corresponsabilidad son las virtudes fundamentales. De ahí su novedad. La Fraternidad
no es fruto de nuestra iniciativa sino un don que nos concede Dios. La Fraternidad supone
la convicción de que todos somos hermanos, no solamente por ser iguales en dignidad,
sino porque nuestras relaciones están fundadas en el Jesús hermano, Hijo del Padre
(1CtaF 1,7; 2CtaF 50. 53. 56).
1
Julio Micó, o.f.m.cap., Temas básicos de espiritualidad franciscana, cf. http://www.franciscanos.org/ temas/
micotemas00.htm
2
El amor de Jesús, gratuito, universal y total, comunitario y recíproco, es la fuente y el
modelo, principio y término de la Fraternidad a la que hemos sido llamados. Por eso
Francisco reconoce la grandeza de tener un Padre en el cielo y un Espíritu como
acompañante y consolador de nuestra Fraternidad. Pero sobre todo proclama con
agradecimiento el tener un tal hermano, Jesús, que aceptó esta responsabilidad hasta el
punto de dar la vida por nosotros (2CtaF 54-60).
A Francisco se le conoce por su amor y respeto a la naturaleza, hasta el punto de ser actual
como prototipo ecológico. Gozaba viendo el sol, mirando la luna y contemplando las
estrellas y el firmamento, sentía ternura por los gusanillos, hasta el punto de apartarlos
del camino para que no los aplastaran los transeúntes. Hacía que a las abejas les sirvieran
miel o buen vino en invierno para que no murieran de frío. Estallaba de alegría al
contemplar la belleza de las flores, la galanura de sus formas y la fragancia de sus aromas.
Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a alabar al
Señor, como si gozaran de razón. Y lo mismo hacía con las mieses y las viñas, con las
piedras y las selvas, y con todo lo bello de los campos, las aguas de las fuentes, la
frondosidad de los huertos, la tierra y el fuego, el aire y el viento, invitándoles a que
permanecieran fieles en su amor al Señor. En fin, a todas las criaturas las llamaba
hermanas, como quien había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios y podía
penetrar hasta el corazón de las criaturas (1 Cel 80. 81). Si Francisco llama hermanas a
las criaturas es porque ha experimentado que el sustrato del que nacen y en el que hunden
sus raíces el hombre y las cosas es el mismo; es decir, Dios. El lazo fraternal que nos une
con los restantes seres no es la simple naturaleza biológica, sino el tener un mismo
Creador (1 R 23,1).
(4) Minoridad: consecuencia de la contemplación del abajarse de Cristo, que así se dona
a todos; tras sus huellas, la pregunta franciscana no es: ¿Qué puedo acumular? Ni
tampoco: ¿Qué puedo sacar de esta persona? Si no, al revés: ¿Qué me hace falta dar?
¿Qué puedo entregar? Ello implica reconocer a los demás como dignos de nuestra
atención, servicio y amor, como mayores nuestros.
Lo cierto es que el nombre de Menores que Francisco tomó como título oficial de la
Orden, es una expresión de la actitud evangélica que los hermanos deben adoptar en el
seguimiento de Jesús. El sentido generalizado del término menor, en cuanto estaba en el
ambiente su significación de relativo -el que está por debajo-, es el que predispuso a
Francisco para que pudiera captar el verdadero sentido evangélico de la minoridad. Esta
actitud menor, tan fundamental como compleja, representa el núcleo del Evangelio. De
ahí que Jesús lo asumiera en su misión de anunciador de la Buena Noticia y lo considerara
imprescindible para los que habían optado por la nueva dinámica del Reino.
La figura de Jesús como Siervo es la raíz teológica de la minoridad servicial. La imagen
del Dios humillado al hacerse hombre, que Pablo nos ofrece en el tremendo himno de la
Carta a los Filipenses (Flp 2,6-11), Juan nos la da en el relato del lavatorio de los pies (Jn
13,1-17). En este mismo contexto de la Última Cena como expresión de la entrega total
al servicio del Reino, Lucas refiere la disputa entre los discípulos por ver quién es el
mayor. La propuesta de Jesús es contundente: el que sirve es siempre el menor, y «yo
estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
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a) El no-saber: el seguimiento humilde de Jesús los había llevado a la renuncia de su
saber como medio de trabajo o apostolado, por cuanto suponía ciertas cotas de prestigio
y poder.
b) El no-tener: La pobreza evangélica o, lo que es lo mismo, el no tener más que lo
necesario para vivir la propia opción con dignidad, también es susceptible de ser vivida
desde la minoridad. Francisco recuerda en su Testamento que en la primitiva Fraternidad
los que se unían al grupo «daban primero a los pobres todo lo que podían tener, y se
contentaban con una túnica, ceñida con una cuerda, y los calzones. Y no querían tener
más» (Test 16s).
c) El no-poder: Francisco insiste en que «ninguno de los hermanos tenga potestad o
dominio, y menos entre ellos. Pues, como dice el Señor en el Evangelio, "los príncipes de
los pueblos se enseñorean de ellos y los que son mayores ejercen el poder en ellos"; pero
entre los hermanos no puede ser así; por tanto, el que quiera hacerse mayor entre ellos,
sea su ministro y siervo, y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor» (1 R 5,912).
(5) Paz: fruto natural de aquel que ha caminado por la fraternidad, el servicio y la alegría.
El servicio al Reino, el servicio a la Palabra, no puede realizarse desde el conflicto
prepotente, ya que entraría en contradicción con el mensaje evangélico que se pretende
anunciar. Cuando Jesús envía a sus discípulos a que proclamen la Buena Noticia del
Reino, lo hace recordándoles su condición de servidores que prestan su colaboración
desde la mansedumbre y la humildad. Además de ir ligeros de equipaje, deberán
comportarse como hombres que no poseen otro poder ni otra fuerza que no sea la de la
misma Palabra.
Francisco y los suyos captaron el espíritu de las Bienaventuranzas que aletea en el
evangelio de Misión; por eso comprendieron que el anuncio itinerante del Evangelio
requería una actitud humilde por parte de los anunciadores, ya que su contenido se
resumía en la Buena Noticia de que Dios había bajado hasta nosotros para salvarnos. Esto
era un motivo de alegría que debía traducirse en la creación de unas relaciones humanas
en las que fuera posible la realización de los hombres según la voluntad de Dios, es decir,
la paz.
Optar por la paz en un mundo violento supone aceptar el papel de perdedor. Confiar en
el diálogo como instrumento pacificador, siempre que se den las condiciones de justicia
necesarias para una convivencia digna, es apostar por el hombre más allá de su peligrosa
apariencia de lobo. Nadie podrá negar que el intento de construir la paz desde la
impotencia de la minoridad evangélica constituye una estela para los que pretendemos
seguir a Jesús acompañados por la experiencia de Francisco.
Si queremos devolverle a la Fraternidad su capacidad provocadora al haber optado por el
radicalismo evangélico, tendremos que recuperar, aunque nos cueste, esta actitud menor;
porque la mera retórica de las palabras ya no vale, sino que habrá que pasar a la evidencia
de los hechos, de modo que se haga patente nuestra identidad de Hermanos Menores.
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