Subido por Edith taco churata

Hechos 44

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Hechos 4:1-24
Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 4 de este libro de
los Hechos de los Apóstoles, que iniciamos en nuestro programa
anterior. Como ya vimos, tenemos aquí la primera persecución
de la iglesia y el poder del Espíritu Santo. Dijimos también que
este capítulo 4 revela el resultado del segundo sermón de
Pedro. Cinco mil hombres fueron salvados. Los apóstoles fueron
arrestados y puestos en la cárcel por instigación de los
saduceos, cuyo único motivo fue su proclamación de la
resurrección de Jesucristo. Leamos los primeros dos versículos
de este capítulo 4 de los Hechos, que comienzan el párrafo que
trata sobre
La primera persecución de la iglesia
"Mientras ellos hablaban al pueblo, vinieron sobre ellos los
sacerdotes con el jefe de la guardia del Templo y los saduceos,
resentidos de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la
resurrección de entre los muertos."
Quisiéramos resaltar aquí algo que es realmente sorprendente,
si no lo ha notado ya. ¿Quiénes fueron los que encabezaron la
persecución contra el Señor Jesús y que por fin lograron que
fuera arrestado y llevado a la cruz? Fueron las autoridades
religiosas, especialmente los fariseos. Ellos fueron los enemigos
de Cristo cuando Él estuvo en la tierra. Ahora, sabemos que
más adelante algunos fariseos fueron salvados. Sabemos por
ejemplo que Nicodemo fue salvo y también José de Arimatea,
que probablemente era fariseo. Sabemos también que Saulo de
Tarso era fariseo. Al parecer había muchos otros fariseos que
llegaron a un conocimiento salvador del Señor Jesucristo.
Después de que los fariseos hubieron acabado con el Señor
Jesús, su enemistad y su rencor pasaron. Pero ahora tenemos a
los saduceos quienes no creían en la resurrección y entonces
fueron ellos los que se constituyeron en enemigos contra los
apóstoles, que estaban proclamando la resurrección de
Jesucristo.
Los saduceos de nuestros tiempos son los que niegan lo
sobrenatural. Niegan la Palabra de Dios con sus labios y con sus
vidas. Y es importante que veamos que, como los saduceos de
aquel entonces, los saduceos de nuestro tiempo tratan de
oponerse a cualquiera que predique la resurrección. Ellos
permiten que se predique acerca de Jesús y que uno diga que
Jesús fue una persona amable, buena y tolerante. Y si usted lo
hace así, pues, no se hallará en problemas. Pero sí se
encontrará con oposición si usted predica a Jesucristo como el
poderoso Salvador que vino a esta tierra, denunció el pecado y
murió en la cruz por los pecados de los seres humanos, y luego
resucitó con gran poder. Ese es el mensaje impopular. Cuando
los apóstoles lo predicaron, estos saduceos les llevaron ante el
Sanedrín, supremo tribunal religioso de los judíos. Leamos los
versículos 3 y 4 de este capítulo 4 de los Hechos:
"Y les echaron mano y los pusieron en la cárcel hasta el día
siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían
oído la palabra, creyeron; y el número de los hombres era como
cinco mil."
Ahora, no olvidemos que todo esto ocurrió en el pórtico de
Salomón, después que Pedro predicó su sermón. Si fueron
salvados unos cinco mil hombres solamente, ¿cuántas mujeres y
niños más creerían? Fue sin duda alguna una gran multitud de
personas la que se convirtió a Cristo en aquella ocasión.
Aquella, espiritualmente hablando, fue una verdadera pesca
milagrosa que, por sus dimensiones, no se repetiría en toda la
historia de la iglesia.
Siempre hemos sido reacios a criticar a Simón Pedro. No
podemos menos que amarle porque, en medio de los contrastes
de su carácter, amaba profundamente al Señor. Y no hay la
menor duda que Dios le usó en esta ocasión de una manera
grande y poderosa. Los versículos 5 y 6 de este capítulo 4 de los
Hechos dicen:
"Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los
gobernantes, los ancianos y los escribas, y el sumo sacerdote
Anás, y Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de la
familia de los sumos sacerdotes;"
Ya habíamos visto antes a este grupo. También estaban allí, y
con toda su astucia, Anás y Caifás, los dos hombres que
condenaron a muerte a Jesús. Ahora, el versículo 7 dice:
"y poniéndolos en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad o
en qué nombre habéis hecho vosotros esto?"
Vemos que Pedro y Juan fueron traídos ante el Sanedrín. Esto
ocurrió después que el cojo había sido sanado y Pedro había
predicado su segundo sermón. El Sanedrín quiso entonces saber
con qué poder y en qué nombre hacían ellos estas cosas. Y
veamos la respuesta de Pedro, aquí en los versículos 8 hasta el
12 de este capítulo 4 de los Hechos. Leamos primero el
versículo 8:
"Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes
del pueblo y ancianos de Israel"
Ahora, fíjese usted que dice aquí que Pedro estaba lleno del
Espíritu Santo. No dice que fuera bautizado con el Espíritu Santo
en esta ocasión. El ya había sido bautizado con el Espíritu. Pero
dice que Pedro fue lleno del Espíritu Santo, lo cual le capacitó
para anunciar el Evangelio por medio de la predicación. Y a
usted y a mi, estimado oyente, nos hace falta también la
plenitud del Espíritu Santo. Esto es algo que debiéramos buscar;
es algo que debiéramos anhelar. Ellos habían tenido que
quedarse y esperar el día de Pentecostés, día en que todos
fueron bautizados en un cuerpo. En ese día sí fueron bautizados
en el cuerpo que es la iglesia de Cristo. Si usted viene a
Jesucristo hoy, estimado oyente, será bautizado con el Espíritu
Santo y colocado en el cuerpo de creyentes, en el mismo
momento en que usted es regenerado. Continuemos leyendo los
versículos 9 y 10:
"Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a
un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado, sea
notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en el
nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis
y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está
en vuestra presencia sano."
Ahora, notemos que hasta este momento, cada vez que Pedro
abría su boca, metía la pata, como solemos decir en una
conversación informal o coloquial. Pero, esta vez, Pedro, como
diría Pablo en su carta a los Efesios, tenía sus pies calzados con
el celo por anunciar el evangelio de la paz. Estaba lleno del
Espíritu Santo, es decir, controlado por el Espíritu Santo, y dijo
exactamente lo que debía decir. Observemos su aguda
observación, haciendo notar que estaban siendo interrogados
por el bien hecho a un enfermo, para saber de qué manera
había sido sanado. Continuemos leyendo el versículo 11:
"Este Jesús es la piedra rechazada por vosotros los edificadores,
la cual ha venido a ser cabeza del ángulo."
Pedro destacó dos cosas en cuanto al Señor Jesús. La primera,
que fue crucificado y que resucitó de los muertos. Y la segunda,
que Jesucristo era la piedra, la roca. En Mateo 16:18, vemos
que Jesús había dicho: ". . . sobre esta roca edificaré mi iglesia".
Ahora, ¿Quién era la roca? La Roca era Cristo mismo.
Observemos que Pedro dijo: "Este Jesús es la piedra". ¿Cuál era
la piedra? ¿Era la Iglesia, o era Simón Pedro? No. Era el Señor
Jesucristo. Como Pedro mismo diría en su primera carta 2:7,
Jesús, la piedra que los constructores despreciaron, se ha
convertido en la piedra principal del edificio. Esto ha sido
logrado por medio de la resurrección. Es evidente que la
resurrección es el hecho central en la predicación del evangelio.
Y Pedro añadió en el versículo 12:
"Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos."
Ahora, recordemos que la pregunta fue: ¿Con qué poder y en
qué nombre habéis hecho estas cosas? Y después de explicar la
fuente del poder, como vemos en este versículo, Pedro se refirió
al nombre. Es decir que Pedro recordó el nacimiento de Jesús
las instrucciones del ángel, en el capítulo 1 del evangelio según
San Mateo, versículo 21, cuando el ángel habló con José y le
dijo: "Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados". Estimado oyente, Él es el Salvador.
Éste fue su nombre desde el principio. Cuando uno acepta este
nombre, lo hace aceptando todo lo que Su persona implica. Y
Pedro dejó en claro, y nosotros queremos dejarlo en claro
también y enfatizar el hecho de que cuando usted, estimado
oyente, acude a Jesucristo, usted viene a Él para salvación. No
hay otro nombre bajo el cielo que pueda salvarle. La ley no le
puede salvar. La religión tampoco le puede salvar. Una
ceremonia tampoco puede salvarle. Solo uno, el nombre de
Jesús le puede salvar. Jesús es el nombre de aquella persona
que descendió a esta tierra para salvar a Su pueblo de sus
pecados. Cuando alguien acude a Él por fe, esa persona se
salva. No hay otro a quien acudir para poder obtener la
salvación. Si usted acude a Él, si confía en Cristo, entonces
usted será salvo. Ese paso garantiza su salvación.
¿No es interesante que en la larga historia de este mundo, y
entre todas las religiones del mundo, con todo el dogmatismo
que estas religiones presentan, ninguna de ellas puede ofrecer
la certeza de una salvación segura? Y éste fue también el gran
mensaje de Simón Pedro, mensaje que dio mientras estaba
lleno del Espíritu Santo. Y ésta fue una gran afirmación para
concluir su mensaje ante el Sanedrín. Continuemos ahora con el
versículo 13 de este capítulo 4 de los Hechos:
"Entonces viendo la valentía de Pedro y de Juan, y sabiendo que
eran hombres sin letras y del vulgo, se admiraban; y les
reconocían que habían estado con Jesús."
Los que les escucharon sabían que estos hombres no tenían
estudios ni una formación cultural, como para expresarse de
esta manera. Pero, los hombres del Sanedrín notaron que ellos
habían estado con Jesús. ¡Cuán maravilloso es tener una vida
que de un modo u otro, dirija la atención de los demás hacia la
persona del Señor Jesucristo! Continuemos con los versículos 14
y 15 de este capítulo 4 de Hechos:
"Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie
con ellos, no podían decir nada en contra. Entonces les
ordenaron que salieran del Concilio; y deliberaban entre sí"
¿Cree usted que por fin, al ver personalmente al hombre
sanado, y después de haber escuchado el discurso de Pedro,
fueron acaso conmovidos? ¡No! De ninguna manera. Esto se
observa al ver la forma en que continuaron con su conferencia.
Ahora leamos el versículo 16:
"diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque, de cierto,
señal evidente ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que
viven en Jerusalén, y no lo podemos negar."
Ni aun los saduceos de aquel entonces pudieron negar que un
milagro había sido hecho en aquel hombre enfermo. Tienen que
ser personas que viven en el siglo veintiuno, alejadas por una
gran distancia en el tiempo, quienes niegan la existencia de los
milagros. Y quisiéramos decir aquí que si algunos de estos
escépticos de nuestro tiempo hubieran estado allí en aquel
entonces, habrían tenido muchas dificultades para negar el
milagro. Incluso los escépticos de aquella época tuvieron que
reconocer que un milagro había tenido lugar.
Hay muchas personas en la actualidad que dicen que si tan solo
les fuera posible presenciar un milagro, entonces creerían. Pero,
eso no es verdad. Esta multitud aquí en el capítulo 4 de los
Hechos había visto un milagro, lo reconoció, pero no creyó. Y
usted y yo, estimado oyente, tenemos la misma naturaleza
humana que tenía aquella gente. El problema aquí no pertenece
al área de la mente. Es un problema de la voluntad y el corazón.
Es el corazón, lo que es por naturaleza perverso. La
incredulidad, es decir, la dificultad para creer, no proviene de la
falta de evidencias; el problema radica en la condición del
corazón humano, que tiene la culpa de que no tengamos
suficiente fe. Ahora, observemos que estas autoridades
continuaban conspirando y dijeron, aquí en los versículos 17 y
18 de este capítulo 4 de Hechos:
"Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo,
amenacémoslos para que no hablen de aquí en adelante a
hombre alguno en este nombre. Entonces los llamaron y les
ordenaron que en ninguna manera hablaran ni enseñaran en el
nombre de Jesús."
Ahora, los apóstoles tenían una respuesta lista para ellos.
Veámosla en los versículos 19 al 22 de este capítulo 4 de los
Hechos:
"Pero Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo
delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios, porque
no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.Ellos
entonces, después de amenazarlos, los soltaron, no hallando
ningún modo de castigarlos, por causa del pueblo, porque todos
glorificaban a Dios por lo que se había hecho, ya que el hombre
en quien se había hecho este milagro de sanidad tenía más de
cuarenta años."
Uno creería que el corazón de los hombres del Sanedrín habría
sido enternecido por esta declaración. Pero, no sucedió así, sino
todo lo contrario, ya que sus corazones se endurecieron aún
más. Leamos los versículos 23 y 24 de este capítulo 4 de los
Hechos, que inician un párrafo titulado,
El poder del Espíritu Santo
"Al ser puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo
lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho.
Ellos, al oírlo, alzaron unánimes la voz a Dios y dijeron:
Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el
mar y todo lo que en ellos hay"
Veamos esta escena. Pedro y Juan habían sido puestos en
libertad, habían regresado a la Iglesia y dieron su informe.
Tenemos aquí una descripción de una gran reunión de la Iglesia
primitiva. Y creemos la condición espiritual de la iglesia nunca
ha estado después en un nivel tan alto como éste que aquí
observamos. Hallamos la clave de esto en su oración. No fue
simplemente una oración cualquiera. Fue un himno de alabanza
en el cual dijeron "Soberano Señor, tú eres el Creador".
Tememos que algunos que en la actualidad profesan ser
cristianos, no estén tan seguros como para poder afirmar lo
mismo que con absoluta convicción proclamaron aquellos
antiguos cristianos; de que el Señor es Dios y Creador.
¿Estimado oyente, el Señor es Dios; ¿está usted seguro de que
el Señor Jesús es Dios? Es que se trata de un asunto muy
importante.
Esta falta de seguridad caracteriza hoy a muchos que pretenden
aceptar una especie de cristianismo "a la carta". Se trata de no
desentonar con el ambiente general, que acepta un cristianismo
"light", libre de todo compromiso con la fe Bíblica, que tolera e
incluso promueve una actitud de duda permanente ante las
afirmaciones de las Sagradas Escrituras y rechaza, de manera
especial, todos los elementos sobrenaturales del relato Bíblico,
tanto del Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Se
ponen en duda eventos relacionados con la vida y milagros de
Jesús, Su muerte y su Resurrección de los muertos. De la
misma manera se niega la acción del Espíritu Santo en el mundo
actual, su obra de llevar a las personas a una convicción de su
pecado y rebelión contra Dios, y de transformar a las personas
que creen en el Señor Jesucristo como su Salvador en nuevas
personas, por medio de un nuevo nacimiento espiritual. Parece
como si algunos sectores llamados cristianos se estuviesen
desmoronando, por la pérdida de convicciones firmes y, en
consecuencia, han perdido el poder divino que caracterizó a la
iglesia del primer siglo y, en consecuencia, han perdido también
su impacto en la sociedad. Se piensa más en métodos para
atraer a la gente, que en movilizar a los cristianos para que
proclamen el mensaje de las buenas noticias, el mensaje de la
resurrección y la victoria de Jesucristo sobre las fuerzas del mal.
Sería trágico que algunos estuvieran más interesados en
constituir clubes religiosos que en aceptar las consecuencias que
el sacrificio de Jesucristo en la cruz y su triunfo sobre la muerte
tienen para los seres humanos de nuestro tiempo.
Ante toda incertidumbre y falta de definición por parte de
muchos, resulta inspirador contemplar a aquel intrépido grupo
que, acosado por sus adversarios, sin ningún apoyo por parte de
los poderes públicos, y con escasos recursos materiales y
humanos, se dirigió a Dios en oración, ensalzando y honrando
Su nombre. Y cuando un grupo de cristianos se expresa con
esta sencilla confianza en Dios, Él escucha estas oraciones, Él
manifiesta Su presencia, Él actúa con poder y ese poder se hace
evidente de tal manera que supera todas las expectativas. Y
entonces, nadie puede atribuir los resultados a las
circunstancias humanas, ni a la retórica de ningún ser humano
en especial. Estas son las oraciones expresadas para que las
escuche Dios, y no para impresionar a los oyentes. Claro que
aquellos hombres y mujeres creían que Jesucristo era Dios, y
conocían las tremendas implicaciones de permitir que el Espíritu
Santo de Dios actuase entre ellos y por medio de ellos. Por todo
ello, estimado oyente, le invitamos hoy a escuchar, desde las
páginas de la Biblia, esta invitación a cambiar de dirección, a
dirigirse a Dios en oración, por medio del único camino para
llegar a Él, es decir, por medio del Señor Jesucristo. No le quepa
a usted la menor duda de que Él le demostrará que ha oído su
oración y su ruego. Es que Dios se encuentra muy cerca. Más
cerca de lo que usted se imagina.
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