Subido por Andrés Medina Muñoz

Germán Doig Klinge - El desafío de la tecnología

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Germán Doig Klinge
El desafío de la tecnología. Más allá de Ícaro y Dédalo Dios en la era
tecnológica. Desafíos de la era tecnológica para la persona y la familia. La
tecnología, ¿el nuevo Golem?
Si se sucumbe a la tentación del «seréis como dioses» se querrá actuar como
un pequeño dios. Aparecerá entonces la pretensión de "crear", sobre todo vida.
De la misma manera como Dios creó alhombre a su imagen y semejanza, el
ser humano -que ha cedido a la tentación del poder de la tecnología- se
planteará tarde o temprano la pretensión de "crear" un ser a su imagen y
semejanza. No es ésta tampoco una tentación exclusiva de nuestro tiempo
tecnologizado. Ya desde antaño se ha hablado de intentos semejantes. Quizás
el relato más revelador de la antigüedad que se conoce sea la leyenda judía
del llamado Golem.
La leyenda del Golem se remontaría hasta algunos siglos atrás en la historia
judía. Se suele poner como su fuente remota el texto Sefer Yerizah, conocido
también como el Libro de la creación y que algunos quieren datar por lo
menos del siglo IV. Aunque en el Sefer Yerizah no se hable de la "creación" de
un antropoide artificial, de ahí se tomarán muchos de los elementos -sobre
todo la combinación de letras y números- que pasarán a formar parte de lo
que en algunas leyendas eran las técnicas para la "creación” de la vida. Pero
será recién hacia el siglo XIII cuando se conozca y se difunda en Europa(1).
Cuenta dicha leyenda que el profeta Jeremías y su hijo consiguieron, mediante
la correcta combinación de letras y números, darle vida a una estatua que
habían fabricado con barro. Habrían realizado sus combinaciones de acuerdo a
una fórmula basados sobre todo en la palabra emeth -verdad-. El producto de
su creación fue llamado Golem -que significa en hebreo sustancia embrionaria
o incompleta, o masa informe-. En la frente de esta creatura pusieron una
inscripción que contenía las letras con las que habían logrado descifrar el
secreto de la creación: "Yahveh es la verdad".
Pero el Golem consiguió arrancarse una de las letras -la primera del alfabeto,
aleph- y la inscripción cambió totalmente de sentido, quedando de la siguiente
manera: "Dios está muerto"(2). Jeremías y su hijo preguntaron entonces al
Golem por lo que hacía. La respuesta, que resultó reveladora, fue la siguiente:
"Si ustedes pueden hacer al hombre, entonces Dios está muerto. Mi vida es la
muerte de Dios. Si el hombre tiene todo el poder, Dios no tiene ninguno".
El tema central de esta leyenda fue reapareciendo a lo largo del tiempo. En el
siglo XVI se difundió una nueva versión teniendo como personaje central al
Rabino de Praga, León ben Bezabel, quien habría "creado" este Golem para
defender al gueto judío de su ciudad. Se aprecia en este relato una lección
para el tiempo actual, sobre todo en función del inmenso poder de la ciencia y
la tecnología. El núcleo de su enseñanza está en la osadía de pretender el
dominio total sobre la creación. Con un ser humano "todopoderoso", según
estas premisas, Dios simplemente sobraría. Entonces el hombre y su obra se
convierten en los nuevos dioses.
Muy en la perspectiva de Bacon, su ciencia es poder: puede desarmar el
mundo por sí mismo y volverlo a armar a su antojo, con lo que éste queda
reducido a un ensamblaje de funciones y mecanismos que él utiliza y cuyos
servicios fuerza. Sólo en el hombre y en sus instrumentos hay remedio para
los problemas del hombre, pues en el fondo sólo en el hombre está el
verdadero poder sobre el mundo. Y si el poder está sólo en el ser humano, ya
no hay necesidad de Dios, pues un Dios sin poder simplemente no es Dios. Y si
Dios desaparece, entonces, como hace decir Fiodor Dostoyevski a uno de los
personajes de Los hermanos Karamasov, «todo es lícito, todo se puede
hacer»(3), y «todo está permitido»(4).
Sin embargo, como señalaba el Cardenal Henri de Lubac, «no es verdad que el
hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra
sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, más que
organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo
inhumano»(5). La leyenda del Golem ilumina la relación con la tecnología desde
dos perspectivas. En primer lugar, el uso del poder y la rebelión contra Dios y
el orden natural, como en el mito de Prometeo(6). Lo que está detrás es una
confianza ilimitada en la tecnología, hasta el punto de creer que la vida
humana misma puede ser producida o "creada" por ella. Entonces el ser
humano se cree Dios. Lo segundo es la pérdida de control sobre la obra
misma del hombre. En la leyenda el Golem se termina liberando de la sumisión
a su "creador" mediante el cambio de las letras. Ése es uno de los graves
riesgos de la obra del ser humano: que se escape de sus manos y se vuelva
contra él. Hoy en día, con las investigaciones en campos como la genética y la
nanotecnología, este peligro ha tomado dimensiones alarmantes. La
pretensión de dar vida a una materia inanimada se remonta muy atrás en la
historia.
Existen numerosas leyendas y mitos que relatan el intento de los hombres de
"crear" un ser humano. Ni siquiera las insalvables dificultades que se han
encontrado en los intentos de fabricar un homúnculo o un autómata han sido
suficiente argumento para desanimar a los que han querido transitar por este
peculiar y peligroso sendero. Ya en los tiempos de los griegos se descubren
vestigios de esta pretensión. Homero relata en su Ilíada la historia de Hefesto,
dios del fuego y herrero divino, quien fabricó unos pequeños autómatas para
que lo ayudasen a caminar y lo asistieran en sus labores. En esta búsqueda de
"crear" vida destacan los alquimistas. Quizá el más conocido sea
Paracelso(7),médico, químico y alquimista suizo, quien habría tratado de "crear"
lo que llamó un homúnculo.
Como se ha dicho, durante el llamado Renacimiento se difundirá el interés por
la magia y la alquimia. Más tarde, durante el tiempo de la Ilustración, se
ahondará en este tipo de exploraciones, añadiéndose un contenido ideológico
que llevará a que adquieran notoriedad las especulaciones sobre los paralelos
entre el ser humano y la máquina. También la literatura ha recogido las
fantasías y ocurrencias de esta singular exploración sobre el origen de la vida.
Wolfgang Goethe, por ejemplo, la incluye en su libro Fausto(8) . Allí se menciona
el intento de "crear" un ser humano. En su obra se muestra la rendición del
científico-mago, el Dr. Fausto, al poder y al conocimiento. Sin embargo, Goethe
no ha sido el único en escribir al respecto. Hay una gran variedad de relatos e
historias sobre la figura de este personaje que habría desafiado a Dios y
vendido su alma al demonio(9). A partir de estas historias Oswald Spengler
calificó al espíritu occidental de la época de la modernidad como de
«fáustico»(10).
Sin duda la obra más célebre sobre esta pretensión es Frankenstein o el
Prometeo moderno de la escritora inglesa Mary Shelley(11), publicada en 1818(12).
El tema central de la novela es la relación del ser humano con la creación
tecnológica y el uso del poder. Se trata ciertamente de una llamada de
atención sobre la responsabilidad frente a la obra producida, y el riesgo de que
ésta se salga de control y termine volviéndose contra su "creador". En un
momento de la novela la creatura le dice a Frankenstein: «Tú eres mi creador,
pero yo soy tu amo». La advertencia implícita en la obra de la Shelley -que el
producto del hombre se salga de control y se vuelva contra él- se ha repetido
conforme ha avanzado el desarrollo tecnológico. La computadora Hal de la
película y obra 2001, odisea del espacio de Arthur Clarke(13) pone de manifiesto
esta preocupación en términos más en consonancia con estos tiempos.
Asociados a estos intentos de "crear" un ser humano están los llamados
autómatas, que más tarde se conocerán como robots. El término robot fue
acuñado por el dramaturgo checo Karel Capek(14)en su pieza teatral R. U. R. siglas de Los robots universales de Rossum-, publicada en 1921. Antiguamente
a los robots se les conocía como autómatas(15). Se ha especulado mucho sobre
su presencia en la vida cotidiana de los seres humanos del futuro. La cienciaficción y la utopía negativa o anti-utopía han imaginado todo tipo de
escenarios, desde unas inocentes y torpes máquinas al servicio de actividades
domésticas, hasta los robots humanizados que hacen "mejor" las cosas que
los hombres. Incluso presentan algunos que han "evolucionado" hasta
desarrollar poderes mentales liberándose del yugo humano y, en algunos
casos, se han convertido en sus guardianes o tutores, en una suerte de nuevos
dioses del Olimpo, como sucede en las novelas del excéntrico escritor Isaac
Asimov(16).
Hoy en día ya no se pensaría en un robot de tipo mecánico, sino más bien en un
ser producto de las combinaciones genéticas y bio-químicas, quizá fabricado
en una probeta a partir de compuestos orgánicos. Un ejemplo son los
llamados cyborgs(17) . Sea como fuere, las especulaciones -cada vez más
frecuentes- sobre el propósito de darle vida a un producto tecnológico -como
podría parecer posible a partir de la biotecnología- son en el fondo reflejo del
«seréis como dioses» con que la serpiente tentó a Adán y Eva en el relato
bíblico del Génesis.
La leyenda del Golem es una expresión de esta tentación. De ahí que no
resulte extraño que algunos pensadores se hayan planteado un paralelo entre
esta leyenda y la tecnología actual. Tal fue el caso de Norbert Wiener, quien
afirmó: «La máquina es la contrapartida moderna del Golem del Rabí de
Praga»(18). El tema ha venido apareciendo en diversos autores contemporáneos
que están reflexionando sobre la tecnología. El italiano Giuseppe O. Longo, por
ejemplo, ha puesto como título de un trabajo: El nuevo Golem. Cómo la
computadora cambia nuestra cultura(19) . Es claro que las perspectivas no
siempre son coincidentes.
No todos los pensadores que tratan el asunto consideran que la pretensión de
"crear" un Golem pueda terminar en una revuelta contra su "creador", el ser
humano. Pero si acaso cabe algún paralelo entre la tecnología y el Golem, cabe
también la advertencia sobre la posibilidad de que la obra del hombre se
escape de su control y se vuelva contra él, con lo que Mary Shelley con su
Frankenstein y Arthur Clarke con su 2001, Odisea del espacio deberían
convertirse en lectura obligada para los tecno-utópicos de hoy.
Por otro lado, la "creación" que emprende el ser humano es a "su" imagen y
semejanza. Esto lo conduce a un fatal y destructivo narcisismo. Sólo se ve a sí
mismo; la realidad y la naturaleza deben ser recreadas según su "yo" -llámese
esto luego "racionalidad" o lo que sea-. Como señalaba Sergio Cotta, se ha
difundido un nuevo mito ligado al desarrollo tecnológico. Este mito «nace del
hombre y vuelve al hombre sin solución de continuidad; mete al hombre dentro
de un círculo cerrado, narcisista, en el que, como en una galería de espejos, él
ve reflejarse desde todos los ángulos su propia imagen, tal vez engrandecida y
sublimada, pero siempre solamente la propia imagen»(20). Se trata, como dice,
de «una prisión encantada»(21). Y este hombre narcisista, fascinado por su
propia obra, parecería que no puede dejar de aspirar a que ésta tenga vida. En
cierto sentido ello recuerda el mito de Pigmalión(22). Marshall McLuhan advierte
también contra el riesgo del narcisismo, pero opina que eso finalmente es un
tipo de idolatría. Comentando el Salmo 115, señala: «El concepto de "ídolo" para
el salmista hebreo se parece mucho a aquel de Narciso de los autores de los
mitos griegos»(23).
Conclusión: La consideración del peligro de una tecno-idolatría pone en
evidencia que el problema de la sociedad actual no debe buscarse
primariamente en el desarrollo de la tecnología, sino en el desorden del ser
humano que tiene su explicación última en el pecado. Como afirma Augusto del
Noce, «pese a las apariencias contrarias, las raíces de la mentalidad
tecnológica no están en el desarrollo técnico, sino en una desviación religiosa.
Y nunca, a mi juicio, se insistirá bastante sobre el punto del carácter, sobre
todo religioso, de la crisis de nuestro siglo»(24).
Lo que subyace a la mentalidad tecnologista y a quienes aspiran a crear una
utopía tecnológica es un asunto religioso y espiritual. Esta desviación religiosa,
como la llama Augusto del Noce, imprime su sello en toda la cultura, puesto
que lo más nuclear de una cultura -y lo que le da sustento y fundamento- es la
actitud que el ser humano tiene hacia Dios y la manera de relacionarse con Él
-ya sea aceptándolo, ya sea rechazándolo-. De este modo la desviación
religiosa lo impregna todo, incluyendo la tecnología y la manera como el ser
humano se relaciona con ella.
Así pues, detrás de los problemas que se han presentado con respecto a la
tecnología y la pretensión de imponer la racionalidad tecnológica como
paradigma de aproximación a toda la realidad hay una implicancia religiosa -o
si se quiere, en sentido propio, a-religiosa-, que lleva a una nueva fe: el
secularismo tecnologista. Se trata de una cierta desnaturalización de la fe en
Dios y de Dios mismo. A la pregunta que nos hacíamos de si hay lugar para
Dios en la era tecnológica, hemos de responder que sí lo hay. Pero se debe
tener cuidado de no sustituirlo con sucedáneos ni sucumbir a la antigua
tentación del «seréis como dioses». Esto es muy importante, puesto que, si
Dios no existe, «todo está permitido». Y si esto llega a tener alguna vigencia en
la sociedad, el ser humano quedará totalmente desguarnecido, ya que sin Dios
sólo se puede organizar la tierra contra el hombre mismo.
Notas
1.
Ver Moshe Idel, Gólem. Jewish Magical and Mystical Traditions on the Artificial Anthropoid,
State University of New York Press, Nueva York 1990. Una de las obras que contribuyó a
popularizar esta leyenda fue la del escritor austriaco Gustav Meyrink, titulada
precisamente El Golem (Tusquets Editores, Barcelona 1995). Fue escrita en 1915 y se
ambienta en el gueto judío de Praga.
2.
Otras versiones de la leyenda afirman que el Golem tenía escrita en la frente la palabra
emeth -verdad- y que se quitó la primera letra -e-, quedando la palabra transformada en
meth -muerte-.
3.
Fiodor M. Dostoyevski, Los hermanos Karamasov, Aguilar, Madrid 1960, p. 879.
4.
Allí mismo, p. 964.
5.
Cardenal Henri de Lubac, El drama del humanismo ateo, Encuentro, Madrid 2 1990, p. 11.
6.
Hay una evidente relación entre la leyenda del Golem y el mito de Prometeo. Como se
sabe, según la mitología griega el titán Prometeo fue el creador del primer ser humano.
7.
1493-1541.
8.
Ver Wolfgang Goethe, Fausto, Biblioteca EDAF, Madrid 1964, pp. 225-230.
9.
Estos relatos están basados en un personaje real de nombre Johannes Faust, que vivió a
fines del siglo XV en las comarcas de Alemania, Polonia y Holanda. Fue conocido como un
gran embaucador, experto en magia. Su historia fue relatada por primera vez en una obra
anónima publicada en Frankfurten 1587. A partir de entonces diversos literatos y
dramaturgos retomarán la figura del Dr. Fausto dando como resultado distintas historias
con el mismo motivo de fondo. En Inglaterra, por ejemplo, fue tomada por el poeta y
escritor inglés Christopher Marlowe (1564-1593), quien escribió una obra con el título La
trágica historia del Doctor Faustus. Marlowe refleja el espíritu renacentista, dándole al Dr.
Fausto las características de la exaltación de la razón frente a la fe y a todo límite. Lessing
y Müller retomarán la figura. Pero será sobre todo Goethe (1749-1832) quien la inmortalice.
Se podría mencionar asimismo la novela del premio nobel de literatura Thomas Mann
(1875-1955) que lleva el mismo título: Doctor Faustus.
10. Ver Oswald Spengler, La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la
historia universal (1917), Espasa Calpe, Madrid 1958, t. II, pp. 578ss.
11. 1797-1851.
12. La mayoría de las películas hechas a partir de este libro no reflejan fielmente la temática
central que se expresa en el subtítulo: el Prometeo moderno.
13. Se trató originalmente de un guion cinematográfico para la película del mismo nombre
dirigida por Stanley Kubrick y filmada en 1968. Después Clarkela convirtió en una novela y
escribió él mismo otros relatos que desarrollan el argumento: 2010, 2061 y 3001 La odisea
final.
14. 1890-1938.
15. Ya en los árabes se sabe de un intento de fabricar un autómata que llamaron la zairjaa y
que es descrito como una "máquina pensante". Raymundo Lullio (1235-1315), un terciario
franciscano catalán, habría tratado de replicar este intento árabe de mecanización
lanzándose a construir una "máquina lógica", como la describe en su Ars magna y que
debe ser colocada como el antepasado más remoto conocido de la computadora.
16. Esto se aprecia especialmente en la serie que empezó con I-robot -que incluía varios
relatos publicados entre 1941 y 1950-. El dominio final de los robots -unos seres buenos,
muy discretos, incluso escasos en número, pero muy eficaces y dueños de un enorme
poder- es relatado por Asimov en las novelas en las que une sus dos líneas principales de
historias de ciencia ficción: la serie I-robot y el ciclo de Trantor. Al final los robots
terminan siéndolos que dirigen los hilos de la historia humana porque los hombres son
incapaces de hacerlo. Asimov introduce en estas novelas otros temas como el de Gaia y la
simbiosis entre el ser humano y la máquina.
17. Los cyborgs vendrían a ser una especie de híbrido entre lo humano y lo artificial -tanto
como producto de la biotecnología como de la implantación de elementos de la
computadora-. El concepto cyborg fue acuñado por Clynes a partir de las palabras
cybernetic y organism.
18. Norbert Wiener, ob. cit. , p. 100.
19. Ver Giuseppe O. Longo, Il nuovo Golem. Come il computer cambia la nostra cultura,
Laterza, Roma
20. Bari 1998.
21. Sergio Cotta, El desafío tecnológico, Eudeba, Buenos Aires 1970, p. 102.
22. Lug. cit.
23. Pigmalión era conocido por sus enormes habilidades de artesano, entre las que destacaba
su destreza como escultor. Cuenta el mito que esculpió una estatua de una mujer tan
hermosa que parecía viva. Pigmalión se enamoró perdidamente de su obra. La diosa
Afrodita, conmovida por el amor del escultor, le dio vida a la estatua, la que tomó el
nombre de Galatea. George Bernard Shaw escribió una conocida obra de teatro basada en
el mito de Pigmalión. Con el nombre de My Fair Lady se hizo muy popular una de las
películas basadas en la obra de Shaw. Pero debe decirse que Shaw -y las versiones que
hicieron para el cine a partir de su obra- no refleja el mito de manera exacta.
24. Marshall McLuhan, Understanding Media. The Extensions of Man (1964), MIT Press,
Cambridge 1994, p. 45.
25. Augusto del Noce, Agonía de la sociedad opulenta, Eunsa, Madrid 1979, p. 152.
Dios en la era tecnológica. ¿Es la tecnología la que genera la tecno-idolatría?
Todo lo dicho conduce a que muchos se planteen una interrogante de fondo:
¿Es la tecnología la que genera esta tecno-idolatría?
Conviene recordar que la idolatría no es algo nuevo en la historia de la
humanidad, y que por ello no se puede decir que la mentalidad tecnologista
tenga el monopolio al respecto. Desde los lejanos tiempos del becerro de oro(1)
hemos visto cómo el ser humano ha fabricado y levantado ídolos de toda clase.
En el Antiguo Testamento se descubre a menudo la preocupación por esta
tentación. Son claras, por ejemplo, advertencias como la del libro de la
Sabiduría que pone a la idolatría como el origen de todos los males(2). En el
mismo libro de la Sagrada Escritura se lee que el hombre modela diversas
piezas dela arcilla: unas son destinadas a usos nobles, pero de la misma
arcilla el alfarero también puede modelar «una vana divinidad»(3). Como dice el
texto, «es el alfarero quien decide»(4). La tecnología se convierte en ídolo
porque el ser humano -que, como hemos dicho, es teologal por naturaleza-,
cuando quiere huir del único Dios verdadero, termina buscando sucedáneos
para reemplazarlo. Siempre ha sido así. La historia de la humanidad está llena
de ejemplos. Hoy esta proclividad se ha manifestado en un nuevo becerro, el
becerro tecnológico.
Sin embargo, es bueno precisar que este fenómeno no es algo que sea de suyo
inherente al desarrollo tecnológico. Hay que dirigir la mirada al ser humano
mismo y buscar en él lo que lo ha llevado a lo largo de los siglos a ponerse de
hinojos ante infinidad de ídolos-aunque luego se haya demostrado que no
tienen sino pies de barro-. La tecnología no tiene, pues, cómo generar una
idolatría. Puede ser utilizada como instrumento para difundir una mentalidad
tecnologista de corte idolátrico, pero no porque ella en sí misma sea de suyo
camino para la idolatría. La tecno-idolatría que se está difundiendo hoy en día
tiene su origen en el ser humano y en su obrar, y en las creencias y valores
que se hacen preponderantes en su cultura. Viene al caso un pasaje de la
Carta a Diogneto que se puede aplicar analógicamente a la tecnología. Se dice
allí que el problema no es la ciencia sino la desobediencia. «No es la ciencia la
que mata, sino la desobediencia mata. En efecto, no sin misterio está escrito
que Dios plantó en el principio el árbol de la vida en medio del paraíso,
dándonos a entender la vida por medio de la ciencia; más, por no haber usado
de ella de manera pura los primeros hombres, quedaron desnudos por
seducción de la serpiente. Porque no hay vida sin ciencia, ni ciencia segura sin
vida verdadera; de ahí que los dos árboles fueron plantados uno cerca del
otro»(5). Es la desobediencia a la verdad la que lleva a la distorsión del sentido
de la ciencia y de la tecnología. Esa desobediencia o prescindencia de sus
contenidos no es fruto de la ciencia en sí -ni de la tecnología-, sino que es
obra del ser humano.
Jugando a ser Dios La tecno-idolatría, sin embargo, no agota el problema que
estamos analizando. Detrás de este nuevo tipo de actitud idolátrica se esconde
la tentación del «seréis como dioses»(6), se disfraza la pretensión del ser
humano de convertirse él mismo en Dios(7). Al fin y al cabo es él quien ha
"creado" este poderoso instrumento que es la tecnología. Si ha sido capaz de
"crear" esto -piensan algunos-, ¿qué límite puede haber para su acción
"creadora"? De esta manera, el enorme poder que la tecnología ha puesto en
manos de los hombres lleva a que algunos crean gozar de atributos divinos.
Tal es el poder que se obtiene, que el paralelo con la omnipotencia divina les
resulta subjetivamente natural, ya que para ellos tanto poder no puede sino
identificarse con la acción de Dios o lo que conciban como tal. La fascinación
del propio poder lleva a que se rindan culto a sí mismos, se embriaguen y
quieran jugar a ser Dios.
La ciencia de Dios es reclamada por el ser humano, y con esa ciencia también
la omnipotencia divina. Se asume entonces como proyecto "fabricar" una
nueva tierra, a imitación de Dios, pero sin Dios, o quizás con un nuevo dios: el
hombre. El "querer ser como Dios" es una tentación tan antigua como el ser
humano, pero hoy reaparece en una particular modalidad, alentada por el
poder que ofrece la tecnología. Son muchos los que han denunciado estos
peligros. Algunos se han detenido especialmente en aquellos que tienen un
mayor contacto con la tecnología. Joseph Weizenbaum, por ejemplo, hablaba
de este riesgo en 1974 con relación a los programadores de software: «El
programador de computadoras es un creador de universos para los cuales él
es el único legislador»(8). Paul Virilio hace algunas anotaciones provocadoras a
partir de la realidad virtual: «Es verdad que hay algo divino en esta nueva
tecnología.
La investigación en el ciberespacio es una búsqueda de Dios. De ser Dios. De
estar aquí y allí. Soy cristiano, y aunque sé que estamos hablando de
metafísica y no de religión, debo decir que el ciberespacio está actuando como
Dios y trabaja con la idea de Dios que es, ve y oye todo»(9). Cada vez se difunde
más esta idea de que se puede "actuar" como Dios, e incluso se les inculca a
los niños. Dentro de los juegos de computadora, por ejemplo, sobre todo los
elaborados a base de la llamada realidad virtual, existen algunos en los que se
puede efectivamente tener el papel de Dios. Tuvo cierta difusión en el mercado
el programa Populus II en el que se jugaba literalmente a ser un dios, en este
caso un hijo de Zeus. En este juego el mundo se presenta como un escenario
donde se puede manipular todo, desde el ambiente natural hasta la vida de las
personas. Se siembra así subliminalmente la idea de que la tecnología lo
puede todo, y de que el ser humano puede a través de ella acomodar el
universo a sus requerimientos y a sus caprichos.
Se podría igualmente mencionar en esta perspectiva otro tipo de "juego" con
reminiscencias divinas: la guerra. Un caso ampliamente conocido puede servir
de ilustración. El proyecto de desarrollo de la bomba atómica en Estados
Unidos durante la Segunda Guerra Mundial recibió el nombre de Trinity, en
alusión de visos sacrílegos a la Santísima Trinidad. Robert Oppenheimer, quien
sugirió el nombre, nunca ocultó las evidentes implicancias divinas de su
elección. Según su intencionalidad, ¿qué otro nombre podía escoger ante lo
que en aquel entonces parecía el prometeico robo de un nuevo fuego a la
divinidad?
En el fondo este jugar a ser Dios manifiesta la rebelión del ser humano contra
el Creador. Es algo de lo que expresa el mito de Prometeo, pero el Prometeo
tecnológico de nuestros días ya no sólo quiere hurtar el fuego, sino que
pretende sustituir a Dios mismo. No le basta el fuego, lo quiere todo. Y una vez
sentado en el trono de la divinidad trata de llevar a cabo su plan de "crear" un
nuevo orden que sustituya el "deficiente" y "peligroso" orden de la naturaleza.
Ya no sólo se rechaza el concepto de creación, sino que tampoco agrada el de
naturaleza que difundió la Ilustración. Lo que se quiere es una "nueva
creación" donde el creador sea el hombre mismo. Aparece entonces, para
quienes se ubican dentro de este tipo de planteamientos, la pretensión de
querer impulsar una nueva etapa de la evolución con el firme convencimiento
no sólo de que existe una evolución de tipo darwiniana, sino también de que el
ser humano es capaz de dirigir dicha evolución que ahora, como hemos visto,
sería una tecno-evolución.
J. Doyne Farmer, uno de los más representativos promotores de las
investigaciones sobre vida artificial, afirma: «En el plazo de cincuenta a cien
años, es probable que surja una nueva clase de organismos. Estos organismos
serán artificiales en el sentido de que serán originalmente diseñados por
seres humanos. Sin embargo, se reproducirán y estarán "vivos" bajo una
definición razonable de esta palabra». Y llama a esta pretensión «la búsqueda
de una nueva creación». A partir de este ejemplo se comprende mejor por qué
el progreso tecnológico se convierte en la verdad y el paradigma de todo,
puesto que todo está por "crearse" para que el ser humano edifique un
universo a la medida de su racionalidad; un universo no humano, más bien en
el que lo humano sea trascendido y dejado atrás. Esta "nueva creación" es la
utopía tecnológica.
Como toda utopía, es racionalmente perfecta, con la perfección que ofrece la
tecnología. En ella el "nuevo hombre" viviría "feliz", como dueño y señor de
todo, e incluso como el "creador" de un nuevo tipo de vida. En la utopía
tecnológica lo artificial tomará las riendas y se producirá finalmente una
simbiosis -tecno-genética- entre el ser humano actual y la máquina. Con el
enorme poder de la tecnología -y con lo que se podría alcanzar en el futuro de
seguir la tendencia actual- crece la tentación de arrebatar a Dios -o a la
naturaleza- tanto la iniciativa creadora como la dirección de la misma.
Entonces se resolverían "todos" los problemas de la humanidad, también los
de la adaptación del ser humano al medio tecnológico, ya que el hombre se
habrá “convertido" en una supermáquina -biológica por cierto- se daría el
reinado del hombre-máquina.
La antigua fantasía de La Mettrie y los delirios de Kevin Kelly se harían
realidad. Y si esta insania fuera posible habría que añadir, según la anécdota
recogida por Naisbitt, que esta supermáquina sería el nuevo dios, con lo que
adquirirían vigencia afirmaciones tan grotescas como la que propone Bruce
Sterling: «En otros mil años seremos máquinas, o dioses»(10). Si se ha llegado a
erigir a la tecnología en un ídolo, ¿a quién hay que mirar para preguntar por el
sentido de las cosas? ¿Acaso a la tecnología misma? Sabemos que ella no
tiene más respuestas que sus procedimientos para conseguir determinadas
cosas útiles. Pero ello no parece preocupar a quienes creen que ése es el
destino del ser humano: ser como dioses y construir la utopía tecnológica. Por
lo menos así lo aparentan quienes sostienen una frase que se ha hecho
popular en los ambientes tecno-utópicos: «Estamos jugando a ser Dios y
parece que nos va bien. . . »(11).
Incluso ya algunos se aventuran a opinar cómo debe ser la relación entre los
nuevos dioses y su creatura. Kevin Kelly, por ejemplo, propone: «El otro asunto
que los hombres-cosa deberían saber es que sus modelos tampoco serán
perfectos. Ni tampoco estarán estas creaciones imperfectas bajo control
divino. Para tener algún éxito en crear una naturaleza creativa, los creadores
tienen que entregar el control a lo creado, así como Yahveh les entregó el
control a ellos. Para ser un dios, al menos uno creativo, uno debe renunciar al
control y acoger la incertidumbre. El control absoluto es absolutamente
aburrido. Para dar a luz lo nuevo, lo inusitado, lo realmente novedoso -esto es,
para estar genuinamente sorprendido- uno debe rendir la sede del poder a la
turba de abajo. La gran ironía de los juegos de dios es que la única manerade
ganar es soltando»(12). Al decir de Kelly, los nuevos "creadores" deben dejar
que su creatura se libere de su control, deben dejarla seguir su camino fuera y
separada de ellos. Propuestas excéntricas como la de Kelly deben llevar por lo
menos a considerar con muy seria responsabilidad las consecuencias de estas
acciones. ¿Tiene control real el ser humano sobre las fuerzas que está
despertando? No vaya a sucederle como al "aprendiz de brujo", que no fue
capaz de controlar lo que había echado a andar con la magia(13).
Algo de esto parece asomarse en campos como la biología y particularmente
la genética. Por ello hay una fundada preocupación de que en el fondo la
humanidad esté empezando a desempeñar el papel de aprendiz ya no de brujo,
sino de Dios. Y ése es un asunto muy grave. En ese contexto, cabe plantear la
pregunta que se hacía J. Weizenbaum: «Ahora que nosotros y ya no Dios
estamos jugando a los dados con el universo, ¿cómo evitamos convertirnos en
excremento o en un juego de dados?»(14). Podría entonces empezar a difundirse
la actitud que denunciaba el Arzobispo Charles Chaput: «Ya que vamos a ser
dioses, bien podríamos empezar a actuar como tales»(15). A lo que añadía a
manera de comentario: «Sugiero que ponderemos cuidadosamente estas
palabras. y las consecuencias para todos nosotros si alguna vez se convierten
en el credo de nuestra investigación genética y biológica»(16).
Notas
1.
Ver Éx 32,1ss.
2.
Ver Sab 14,27.
3.
Sab 15,8.
4.
Sab 15,7.
5.
Carta a Diogneto, XII, 2-7.
6.
Gén 3,5.
7.
No se trata ciertamente del proceso que sigue el camino de la fe. De lo que se trata es de
una vía que el ser humano se plantea como reemplazo de ese otro camino que se origina
en el Plan divino, excluyéndolo por oposición o prescindencia.
8.
Joseph Weizenbaum, ob. cit. , p. 115.
9.
Paul Virilio, Cyberwar, God and Television, ob. cit.
10. Bruce Sterling, Swarn, en Cristal Express, p. 15, citado por Mark Dery, ob. cit. , p. 292.
11. Se trata de las palabras con las que abría su presentación uno de los primeros grupos que
pusieron una computer-communication network en 1978 en la ciudad de San Francisco.
12. Kevin Kelly, ob. cit. , p. 257.
13. La expresión "aprendiz de brujo" viene a partir de un poema escrito por Wolfgang Goethe
basado en una antigua leyenda. Fue publicado en 1797 con el título Der Zauberlehrling . En
1897 el músico francés Paul Dukas compuso un hermoso scherzo titulado L'Apprenti
Sorcier (El aprendiz de brujo) inspirado en este poema. Fue uno de los temas más
populares de la película Fantasía de Walt Disney. Es una sugerente figura que se utiliza
para expresar el hecho de despertar unas fuerzas que luego no se pueden controlar.
14. «Now that we and no longer God are playing dice with the universe, how do we keep from
coming up craps?». Juego de palabras, ya que craps significa en inglés tanto excremento
como juego de dados (Joseph Weizenbaum, ob. cit. , p. 257).
15. Mons. Charles J. Chaput, O. F. M. Cap. , Deus ex Machina: How to Think About Technology,
en revista «Crisis», octubre 1998, I.
16. Lug. cit.
Tecnología, Utopía y Cultura
Un tema central El tema de la tecnología ha venido adquiriendo un lugar
central en la reflexión de nuestros días. El cada vez mayor desarrollo en
campos tan importantes como las comunicaciones, la medicina, la industria o
la misma educación, ha llevado a un amplio debate sobre las ventajas y los
posibles riesgos de una sociedad marcadamente tecnologizada. Es claro, por
un lado, que la tecnología está trayendo enormes beneficios a la humanidad.
Pero, por otro, no se puede negar que están surgiendo problemas nuevos
ligados al desarrollo tecnológico. Han aparecido así los defensores de la
tecnología -que algunos han llamado tecnófilos- quienes han tomado posición
contra los detractores de este desarrollo -calificados como tecnófobos. (1)
Lo cierto es que el desarrollo tecnológico es en muchos sentidos ambiguo.
Tiene sus luces y sus sombras. Ello torna difícil hacerse una idea orgánica del
asunto y hace bastante complicado un diagnóstico adecuado de la situación
actual que muestra el crecimiento de sociedades cada vez más
tecnologizadas. Conforme la tecnología ha ido adquiriendo mayor presencia e
importancia en la vida de las personas el tema ha venido despertando mayor
interés y preocupación. Los últimos lustros -sobre todo desde mediados de los
años 60- han visto multiplicarse los ensayos y los artículos sobre el tema. Tal
es el volumen de material que ha aparecido que casi se podría hablar de un
alud de libros y artículos.
Sea como fuere, la revolución tecnológica ha llegado. Y no parece ciertamente
que exista la posibilidad de una vuelta atrás. Hoy en día, por lo demás, son muy
pocos los que realmente creen en las fantasías iluministas de pensadores
como Rousseau y su pretensión de un paraíso pre-tecnológico aquí en la
tierra. Más bien la atención se dirige hacia un nuevo horizonte que alguno
podría calificar como la utopía tecnológica, en un rescate del concepto que
acuñó Tomás Moro, pero sobre todo retomando a Francis Bacon y su Nueva
Atlántida. Lo cual tiene un cierto sabor a pensamiento ilustrado y a mito del
progreso, sólo que ahora se trata de un progreso marcadamente tecnológico.
Pero ni el paraíso pre-tecnológico de Rousseau, ni la utopía tecnológica
parecen maneras adecuadas de aproximarse al desarrollo tecnológico actual y
a su impacto sobre el ser humano. Los dos enfoques pecan de un excesivo
tecnocentrismo y al hacerlo extravían el rumbo. Todo ello evidencia la
importancia de realizar una reflexión que aborde seriamente el fenómeno
tecnológico y sus consecuencias en la humanidad. Hay que procurar plantear
las preguntas correctas para encontrar algunas respuestas que ayuden a que
este desarrollo sea realmente para provecho del ser humano y no se
desnaturalice y se vuelva contra el hombre mismo. Tal sería el marco para que
dicho desarrollo se despliegue de acuerdo al orden de la naturaleza y del ser
humano según el designio divino, y forme así realmente parte de un desarrollo
integral de la persona.
Notas
1.
Obviamente los calificativos son sólo eso y parecen ubicarse en los polos no designando la
amplia variedad de matices intermedios de quienes por ejemplo valoran los desarrollos
tecnológicos, pero mantienen reservas críticas.
Entrevista a Germán Doig Klinge por Fiorella Vargas D. Publicado en la revista
Oiga, Perú, (4 de agosto de 2000)
El desafío de la tecnología Más allá de Ícaro y Dédalo. Según narra un antiguo
mito griego, Dédalo era un notable inventor, además de herrero, arquitecto y
escultor. Por diversos problemas que había tenido, se refugió en la isla de
Creta bajo la protección del rey Minos. Muy pronto fue llamado a ejercer sus
reconocidas capacidades técnicas. Entre las muchas cosas que fabricó se
encontraban un artefacto que permitió la concepción del Minotauro -un ser
que tenía cuerpo de hombre y cabeza de toro-, el laberinto donde escondieron
a este monstruo que comía carne humana, y el sistema mediante un hilo para
no perderse en él.
A pesar de sus servicios técnicos, Dédalo cayó en desgracia y fue encerrado,
junto con su hijo Ícaro, en el laberinto. No pudiendo escapar de la isla ni por
tierra ni por mar, porque el rey mantenía una estrecha vigilancia, decidió
aventurarse por los cielos. Se le ocurrió entonces diseñar unas alas con
plumas de ave adheridas con cera para escapar volando. Cuando finalmente
fabricó las alas, instruyó a Ícaro sobre cómo volar y le advirtió de los peligros
que afrontarían: “Ícaro, hijo mío, te ruego que te mantengas a una altura
moderada. Puesto que si vuelas muy bajo la humedad de la brisa marina te
impedirá volar, y si vuelas muy alto el calor del sol derretirá la cera y se
desprenderán las plumas. Mantente junto a mí y estarás a salvo”.
Las alas funcionaron muy bien, pudiendo remontar las alturas y alejarse del
laberinto y de Creta. Pero cuando Ícaro se sintió seguro, empezó a separarse
de su padre. Fascinado por la experiencia de volar, quiso elevarse en el cielo
en dirección al sol, desoyendo los consejos paternos. Conforme se acercó, el
calor de los rayos solares fue derritiendo la cera que mantenía juntas las
plumas. Una a una se desprendieron hasta que no se pudo sostener más y
cayó en picada al mar. Su vida terminó de esta manera ante el horror y la
congoja de su padre. Dédalo logró rescatar el cadáver de su hijo y le dio
sepultura. Después continuó vuelo llegando sano y salvo a su destino.
Germán Doig Klinge, coordinador general del Movimiento de Vida Cristiana
(MVC) y miembro del Pontificio Consejo para los Laicos, es autor de
numerosas obras, entre ellas “Derechos humanos y enseñanza social de la
Iglesia”, y el “Diccionario de Río, Medellín, Puebla, Santo Domingo”. Su nuevo
libro “El desafío de la tecnología. Más allá de Ícaro y Dédalo”, que se presentó
ayer jueves en el auditorio principal del Museo de la Nación y que a
continuación explicamos en amplia entrevista, resume un análisis sobre los
efectos que ocasionan los distintos usos que se da a la tecnología en este
mundo globalizado.
¿Cree usted que la tecnología mediatice el pensamiento y el conocimiento del
ser humano, al punto que le distorsione la realidad en que vive, como en el
caso de Ícaro, el hijo de Dédalo?
La tecnología no tendría por qué convertirse en una mediación que distorsione
la realidad. Es conocida la frase de Marshall McLuhan: “el medio es el
mensaje”. Efectivamente, mucha gente cree que eso es así. Es correcto que el
medio influencia en el mensaje, a veces de manera importante, pero no
debemos caer en una posición extrema y pensar que irremediablemente el
medio condiciona el mensaje. El medio no es más importante que el mensaje.
Creo que la influencia de la tecnología depende mucho, en primer lugar, del
entorno cultural, es decir, del peso que se le da en una cultura concreta a esta
determinada tecnología, a esta expresión tecnológica, como puede ser por
ejemplo el caso de la televisión o Internet. Y lo segundo es que la persona
misma es en última instancia quien decide. Muchos opinan que la tecnología se
va metiendo en el ambiente y el hombre termina por no darse cuenta de qué
es lo que sucede.
¿Quiere decir que tanto crecimiento tecnológico nos coge desprovistos?
Efectivamente. En ese sentido Marshall McLuhan recoge un ejemplo muy
interesante: uno no es totalmente consciente del influjo de la cultura porque
vive en un contexto cultural y va absorbiendo sus elementos casi sin darse
cuenta. Pero, como el búho de Minerva, “solamente levanta vuelo cuando caen
las sombras”. De esta manera se expresa que en la oscuridad, cuando uno no
se da cuenta, es cuando aparece esta influencia de la tecnología.
En su libro hace mención a los avances tecnológicos como la televisión o
Internet, en los que si bien es cierto aprendemos, también encontramos mucha
distorsión, como las páginas electrónicas de sexo, que pueden afectar los
códigos morales. Entonces, ¿cómo ve el avance de la tecnología en el entorno
cultural que vivimos, en particular la globalización?
En primer lugar, el proceso de globalización en buena medida es posible
porque está apoyado en la tecnología, sobre todo en la tecnología de las
telecomunicaciones. Ese proceso tiene aspectos muy buenos e interesantes,
como también asuntos problemáticos que despiertan una seria preocupación.
En ese contexto hay que tener mucho cuidado de no satanizar a la tecnología
ni tampoco convertirla en la panacea que resuelve todos los problemas de la
humanidad. La tecnología es, más bien, ambigua. ¿Qué significa esto? Que
puede ser diseñada o aplicada para bien o para mal, de manera que existe la
posibilidad de que el ser humano diseñe tecnología para bien o para mal, o que
incluso utilice la “buena” tecnología para mal. Hay muchos casos en la historia
de tecnologías que fueron hechas para un propósito y luego terminaron siendo
usadas para otro. El tema de la ambigüedad está presente en el diseño y el
uso de la tecnología, pero quizá es más notorio en el diseño. Ahora bien, en el
caso de Internet se puede apreciar lo mismo: muchos están preocupados en
cuanto a la niñez y la adolescencia, por ejemplo, por la cantidad de cosas que
se pueden sacar de ahí. Un caso es el de las perversiones de tipo sexual, pero
también podríamos hablar de técnicas fáciles, seguras y rápidas para el
suicidio, de cómo fabricar una bomba casera, o de los delitos informáticos.
Todo ello, además, en páginas web de fácil acceso. Ciertamente se abre una
ventana que antes no existía, y alguien puede caer en la tentación de utilizar
ello. En el caso de Internet pienso que se da claramente el tema de la
ambigüedad. Tiene aspectos ciertamente muy útiles, pero también abre
posibilidades que pueden hacer daño, como lo que mencionábamos.
¿De qué manera la ambición de los que manejan el poder lleva a la distorsión y
al mal uso de la tecnología?
La tecnología en el fondo conduce al tema del uso del poder porque,
evidentemente, pone en manos de los seres humanos instrumentos que dan
una gran capacidad para realizar muchas cosas. Lo que hace la tecnología es
ofrecer una posibilidad de conseguir lo que se llama “bienes útiles”, es decir
instrumentos para otros objetivos. Entonces, si se tiene muchos de esos
instrumentos, se tiene mucho poder, y hoy en día se obtiene información, de
manera que efectivamente se tiene acceso a un enorme caudal de poder. El
punto está en cómo es que se usa ese poder. Por eso es que muchos opinan
que el tema central de la tecnología es ése: el del uso del poder.
Usted señala que la tecnología está hecha por el hombre y, por consiguiente,
debería estar a su servicio. Entonces, ¿por qué cree que a veces se da lo
contrario?
La tecnología es un instrumento que el hombre desarrolla, necesita y usa
prácticamente en todo lo que realiza, incluso en el ámbito del conocimiento, no
solamente para aspectos de tipo práctico. En consecuencia, debería estar
siempre a su servicio. ¿Por qué el hombre termina no dándole el lugar que le
corresponde? Quizás la principal razón esté en que relativizan algunos
aspectos de fondo, como la dimensión ética. ¿Y qué significa la dimensión
ética? Que el hombre no solamente debe desarrollar la tecnología porque
puede desarrollarla, sino que debe preguntarse si es que ese desarrollo está
de acuerdo a su naturaleza y, en consecuencia, de acuerdo a un bien, no
solamente algo útil en el sentido estricto, sino que signifique un verdadero
progreso humano integral. El caso del Proyecto Genoma Humano es
sumamente elocuente en ese sentido. Sería obtuso negar los beneficios que se
abren para el ser humano; pensemos sólo en algunas enfermedades que
aparentemente podrán ser curadas o prevenidas. Pero sería ingenuo no
considerar los graves riesgos y problemas que al mismo tiempo aparecen.
Algunos temen que reaparezca el problema de la eugenesia.
En ese sentido, definitivamente existe diferencia entre lo que es desarrollo
tecnológico y desarrollo del ser humano.
Yo creo que sí, porque el ser humano es más que el aspecto técnico, el cual, en
términos integrales de la persona no es lo más importante de la persona. Si
caracterizamos las dimensiones de la actividad humana, podría hablarse de
tres tipos: en primer lugar está el conocimiento de la verdad; luego la praxis,
aquello que perfecciona al ser humano en cuanto ser humano y donde entran
la libertad, el amor, las virtudes, la solidaridad; y en tercer lugar la tecnología,
que se conoce como la dimensión de la póiesis en términos filosóficos, y se
refiere a la perfección del objeto externo, es decir, ya no se fija tanto en su
propia perfección sino que se preocupa por la perfección de un objeto externo
a él -como por ejemplo un artefacto-. Si el hombre se subordina a este tercer
aspecto, que no es el más importante, deja de lado la pregunta por la verdad y
el bien de la persona y termina cayendo en una lógica que, aplicada a la
tecnología, está bien, pero que no puede ser absolutizada. Por ejemplo, una
licuadora tiene un proceso eficaz para conseguir un bien útil: licuar; y no
interesa en este proceso la pregunta por la verdad y el bien, sino que funcione;
el día que no funcione bien, se bota y se consigue una nueva. Pero esta misma
lógica no puede ser aplicada a todas las realidades de la vida del hombre.
¿Qué medidas tomar para que el ser humano deje de ser el medio y el fin y
solamente se busque el bien?
Ése es un problema de educación y de conciencia. Pienso que debemos crear
una cultura que ponga a la persona en primer lugar. Por ejemplo, en el ámbito
económico, no basta con que se aplique una política para desarrollar la
producción, sino que es necesario asimismo tener en cuenta que el centro de
esa política tiene que ser la persona. Por otro lado, considero que es necesario
que los legisladores miren con mucha atención las posibles amenazas a la
dignidad humana que están apareciendo y pueden aparecer. El tema del
genoma humano, entre otros, todavía está pendiente de una adecuada atención
en el campo legislativo. Creo que los legisladores tendrían que preparar una
legislación para el desarrollo tecnológico en estos campos, porque más tarde
se va a querer experimentar, por ejemplo, con la clonación humana.
La tecnología trae beneficios, pero también consecuencias dañinas para la
humanidad. Por ejemplo, en el caso del genoma, la clonación, como la de la
oveja “Dolly”, trajo como resultado un envejecimiento acelerado. Quién sabe lo
que sucederá más adelante, cuando empiecen a clonar personas -si se da el
caso-. ¿Cómo podemos contrarrestar nosotros este fenómeno?
Nuevamente es un tema que parte de una educación que tiene que ser
desarrollada a todo nivel. No se trata de decir simplemente que la tecnología
es mala, porque no depende de ella sino de las personas. En ese sentido, soy
partidario de que se incorpore el tema de la tecnología en el currículum
escolar, porque es importante hacer ingresar a los niños y a los jóvenes en
este campo del desarrollo tecnológico y de la comprensión de lo que es la
tecnología, para a partir de allí irles enseñando una relación correcta con ella.
Sobre todo en el diseño y uso de la tecnología se les debe ayudar a que tengan
claramente una conciencia ética y a que no crean que ella les soluciona todos
los problemas, ni que tampoco es un monstruo. Hay que tener cuidado,
además, porque el poder que da la tecnología puede hacerlos pensar que son
omnipotentes; algunos por eso creen que la tecnología es como el aprendiz de
brujo que echa a andar unas fuerzas que luego no tiene cómo controlar.
Y en ese sentido nace lo que usted denomina la tecno-idolatría.
Efectivamente, pienso que hay mucha gente que pareciera convertir a la
tecnología en una especie de dios. Bien sabemos que no es así. Mucha gente
confiaba a partir del desarrollo de la ciencia moderna, de la época de la
Ilustración y sobre todo con el gran avance que comenzó a verse en el siglo
XIX, que el desarrollo de instrumentos racionales, por el hecho de ser
desarrollados por la razón, iba a conducir a consecuencias racionales
beneficiosas para el ser humano. Pero qué sucedió: que en realidad la mayor
racionalidad tecnológica nos puede conducir no a la racionalidad en favor del
ser humano, sino a la irracionalidad, como por ejemplo las “fábricas de
muerte” que fueron los campos de concentración, o las bombas atómicas que
explotaron sobre Hiroshima y Nagasaki, muestras de la máxima irracionalidad
en su expresión y en las consecuencias trágicas contra el ser humano. De
manera que mucha gente frente a ello opina que el ser humano no puede ser
indiferente, porque la racionalidad de la tecnología no lleva necesariamente a
objetivos racionales. En el fondo de lo que se trata es de darle a la tecnología
su lugar correcto en la vida del ser humano, afirmando claramente su
dimensión ética.
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