Subido por Angel Modesto Teruel Gomez

dossier72 201904

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DOSSIER
NÚMERO 72 ABRIL / JUNIO 2019
Europa
en juego
6 € España y Andorra. 9,50 € Europa.
Enrico Letta
Michel Aglietta
Nicolas Leron
Jeromin Zettelmeyer
Elspeth Guild
Michel Wieviorka
Slawomir Sierakowski
Jan-Werner Müller
Stefano Lepri
Ulrich Krotz
Joachim Schild
Iain Begg
Manuel Castells
Bruce Stokes
Anders Aslund
Xulio Ríos
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EDITORIAL
Construir una identidad
Q
ué quiere ser Europa?, se preguntaba Vanguardia Dossier
en el 2003. Era la primera monografía dedicada al proyecto europeo. Y sostenía que para decidir qué Europa
quiere construirse y cómo, la Unión Europea (UE) necesita unas estructuras más democráticas, más transparentes y más eficientes. Un diagnóstico que puede suscribirse 16 años después. Estábamos entonces a las puertas
de la ampliación de la Europa de los 15 a los 25. El 1 de
mayo del 2004 se incorporaban Polonia, Hungría, la República Checa y
Eslovaquia, las repúblicas bálticas (Lituania, Letonia y Estonia), Malta,
Chipre y Eslovenia. El continente se reunificaba y, para la Europa Central y Oriental, la ampliación significaba el final de la Segunda Guerra
Mundial. Vanguardia Dossier explicaba a sus lectores cómo era esa otra
Europa, la que había estado bajo la órbita soviética. Luego llegó la gran
recesión del 2008, y la crisis económica y financiera derivó en una política y social. ¿Qué será de Europa?, se preguntaba Vanguardia Dossier
en el 2013. La crisis de los refugiados del verano del 2015 motivó una
monografía especial y, hace dos años, se publicaba la última, dedicada
a la refundación o desintegración.
Hace años que Europa está en juego, pero este 2019 es un año crucial: Brexit, elecciones al Parlamento Europeo, relevo en la presidencia
del Banco Central y recomposición de la Comisión y el Consejo. Nada
volverá a ser como antes. La Unión llega exhausta y obliga a sus dirigentes a elegir entre la unidad y el relanzamiento o su descomposición y
el fin del proyecto unitario (Letta). Si bien parece improbable que una
salida del Reino Unido dé lugar a un desmantelamiento del proyecto europeo (Begg), los populismos no cesan de erosionar sus valores
(dignidad humana, libertad, igualdad y solidaridad), que descansan
sobre el principio de la democracia y el Estado de derecho. Han crecido haciendo de la migración su enemigo común (Guild), traducen las
carencias y límites de la democracia liberal (Wieviorka) y mandan en
la otra Europa y en Italia, un socio fundador (Lepri). Hay que alimentar
sus diferencias, porque no todos son iguales, y derrotarlos en las urnas
(Sierakowski); la UE ha de dejar de tenerles miedo (Müller).
Los motores de Europa, Francia y Alemania, sufren también el desgaste, pero, llegado el caso, es preferible una Europa alemana que una
sin centro de poder (Krotz-Schild). Y para que el euro sea sostenible han
de afrontarse reformas que satisfagan a todos sus miembros, tanto los
que son poderosos fiscalmente como aquellos que se perciben como
vulnerables al comportamiento de los mercados (Zettelmeyer). Un paso
sería la institución de un presupuesto dotado de recursos fiscales propios bajo la autoridad del Parlamento Europeo (Aglietta-Leron).
Con una China convertida ya en el máximo inversor de Europa
(Ríos), los Estados Unidos de Donald Trump que la desdeñan (Stokes)
y todos los tipos de trucos que se pueden esperar de la Rusia de Putin
para desestabilizarla (Aslund), el Viejo Continente necesita construir
una identidad europea cimentada en sus valores fundacionales para
sobrevivir (Castells).
ILUSTRACIONES DE MARC PALLARÈS
Álex Rodríguez
VANGUARDIA | DOSSIER 3
SUMARIO
ABRIL / JUNIO 2019
6| El tercer acto de la historia europea
por Enrico Letta
Treinta años después de su fundación, la Unión Europea se enfrenta a
una tercera reconversión tras la grave crisis del euro. Es un momento en que se producirán diversas ‘primeras veces’, como el Brexit, el
crecimiento de los partidos euroescépticos que podrían ocupar cargos
importantes o una Alemania que desea liderar abiertamente la Unión.
14| FUERZAS POPULISTAS EN LA UNIÓN EUROPEA
16| Inventar la doble democracia europea
por Michel Aglietta y Nicolas Leron
El crecimiento e integración progresiva se ha mostrado insuficiente, y
a día de hoy la Unión Europea no es propiamente un democracia, porque su Parlamento no dispone de un presupuesto real con el que diseñar grandes políticas. Es preciso un acto de refundación democrática.
21| La zona euro cumple veinte años:
¿Qué reformas son aún necesarias?
por Jeromin Zettelmeyer
La supervivencia del euro ya es de por sí un éxito y ha implicado logros
como un nivel reducido de inflación, pero la crisis de la deuda soberana produjo pérdidas económicas y profundas divisiones políticas. Es
necesario un euro que satisfaga a todos los estados miembros.
26| LAS TRES EUROPAS Y LA PLATAFORMA CHINA
27| Migración y asilo: cómo alcanzar una posición
común
por Elspeth Guild
La crisis de refugiados generó una crisis política interna en la Unión
Europea, con varios países oponiéndose a las cuotas de acogida, como
Hungría y Eslovaquia. Analizar las cifras reales de personas que han
recalado en la Unión es la condición previa a una política común.
32| El populismo, ¿y después?
por Michel Wieviorka
Los déficits de la democracia han alumbrado el populismo, que vehicula expectativas que no hallan satisfacción en el statu quo. Es necesario inventar nuevas formas de democracia si queremos provocar su
retroceso sin que dé paso al odio y la violencia.
36| Diferencias entre el populismo europeo
oriental y el occidental
por Slawomir Sierakowski
Los partidos populistas en Europa Oriental son más nacionalistas y
sensibles a la pérdida de soberanía que los de Europa Occidental. Han
logrado una presencia mayor en los gobiernos, donde se esfuerzan por
subordinar los tribunales, los medios las instituciones, etcétera.
4 VANGUARDIA | DOSSIER
42| Cómo combatir el auge de las autocracias
en la Unión Europea
por Jan-Werner Müller
La política europea y el Europarlamento han ganado importancia. Pero
esta mayor democratización de las estructuras lleva a cierta tolerancia
respecto a los partidos autoritarios de Europa del Este, a causa del temor de los grandes grupos parlamentarios a perder sus votos.
47| CRECIMIENTO DE LA UNIÓN EUROPEA
48| Italia, el socio fundador que se rebela contra
Bruselas
por Stefano Lepri
Desde la llegada del euro, Italia se ha empobrecido. Los dos partidos
hoy en el Gobierno, la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, ganaron con un
programa crítico con la Unión Europea, pero no han llegado implementado sus propuestas en una sociedad que sigue siendo europeísta.
53| Después de Merkel: ¿‘Alemania primero’
o una Europa descabezada?
por Ulrich Krotz Joachim Schild
Angela Merkel abandonará en el 2021 y todo parece indicar que su
partido bajará en favor de partidos euroescépticos como la AfD. En ese
escenario, está por ver cómo se orientará la nueva estrategia europea
de Alemania cuando su socio tradicional, Francia, se halla en declive.
58| La UE sin el Reino Unido: ¿demuestra el Brexit
74| Las amenazas rusas al orden europeo
por Anders Aslund
La Rusia de Borís Yelstin se acercó a Occidente, incluso el primer Vladímir Putin. Pero desde que la Unión Europea empezó a extender su
influencia en los antiguos países de la órbita soviética, Putin la ha considerado como enemiga y ha desplegado una geopolítica antagónica.
78| HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO
84| Los tira y afloja China-Unión Europea
por Xulio Ríos
La Unión Europea es el principal socio comercial de China pero las relaciones entre ambos presentan claroscuros. Las trabas chinas a las
empresas europeas explica la negativa de la UE a reconocerla como una
economía de mercado. Por su lado China intenta reforzar su influencia
en el Viejo Continente, en especial en el Este y el Mediterráneo.
89| LIBROS
92| LITERATURA
94| CINE
96| VIAJES
98| WEBS
100| TEXTOS ORIGINALES
que el proyecto comunitario tiene vuelta atrás?
por Iain Begg
La traumática negociación del Brexit parece augurar por ahora que
ningún país seguirá la senda del Reino Unido. Pero sería equivocado
pensar que el statu quo europeo es satisfactorio. Son necesarias reformas políticas y una redefinición del proyecto común para el futuro.
64| El dilema de la identidad europea?
por Manuel Castells
La Unión Europea ha sido dirigida por políticos y tecnócratas que, aunque han mejorado la vida de la gente superando conflictos históricos,
han olvidado contárselo a la gente. Es necesario construir una identidad
europea que los ciudadanos sientan como propia.
68| LA UNIÓN EUROPEA DISECCIONADA
70| La creciente brecha entre Estados Unidos
de Trump y Europa
por Bruce Stokes
La imagen de la potencia americana en Europa se ha deteriorado en la
mayoría de los países de la Unión Europea respecto a la presidencia de
Obama. Se mantiene, sin embargo, la fe en la alianza transatlántica.
VANGUARDIA DOSSIER
www.vanguardiadossier.com
Número 72 / AÑO 2019
Preimpresión:
La Vanguardia Ediciones, S.L.
Impresión: Jiménez-Godoy, S.A.
Editor: Javier Godó, Conde de Godó
Consejera editorial: Ana Godó
Director: Álex Rodríguez
Redacción: Toni Merigó,
Marc Bello (diseño e infografía)
Traducciones del inglés y del francés:
Juan Gabriel López Guix.
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Depósito Legal: B-12.026.02
ISSN: 1579-3370
VANGUARDIA | DOSSIER
5
6 VANGUARDIA | DOSSIER
El tercer acto
de la historia europea
Enrico Letta
POLÍTÓLOGO. DECANO DE LA PARIS SCHOOL OF
INTERNATIONAL AFFAIRS SCIENCESPO (PSIA).
PRESIDENTE DEL INSTITUTO JACQUES DELORS.
EX PRIMER MINISTRO DE ITALIA.
VANGUARDIA | DOSSIER
7
EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA
L
A LÍNEA DIVISORIA:
En ambos casos, es decir, en el nacimiento y
LA TERCERA FRACTURA
el renacimiento, la única perspectiva era intraeuEuropa y todos nosotros ropea, es decir, concernía a dinámicas entre los
nos hallamos de lleno en un estados miembros e incluso internas. El mundo
período que los historiadores hacía de telón de fondo. Hoy, pasados casi treinta
clasificarán como línea divisoria. años, nos hallamos inmersos en la tercera traveTras esta fase, ya nada volverá sía crucial y decisiva de la historia europea. La
a ser como antes para nuestros Unión nos llega exhausta, aunque no después de
países y nuestro destino común. una guerra propiamente dicha, sino a causa de
Hemos pasado por otros cambios cruciales, otras hechos exógenos cuyo alcance puede equipararse
fracturas de alcance similar. El primero se re- a los daños causados por un conflicto. Nos llega al
monta a los años cincuenta, cuando se produjo cabo de un decenio de profunda crisis económica
el nacimiento de la Comunidad Europea. Atrás que ha sacudido los cimientos de nuestro modelo
quedaban las ruinas de la Segunda Guerra Mun- de desarrollo, erosionado los paradigmas de la
dial; delante, como horizonte, la ambición de protección social, condicionado radicalmente los
curar definitivamente la herida más cruenta del movimientos políticos y el funcionamiento de la
Viejo Continente, la de
democracia. Nos llega
la frontera entre Ale- La Unión nos llega exhausta,
con algunas grandes
mania y Francia que, aunque no después de una guerra conquistas logradas, a
durante siglos, había
partir del euro y de una
propiamente dicha, sino a causa
cubierto de sangre la
gestión de alcance glovida de las naciones. La de hechos exógenos cuyo alcance
bal de la política monetaria gracias al “cueste
segunda fractura más puede equipararse a los daños
lo que cueste” de Mario
reciente se convirtió,
causados por un conflicto
Draghi, pero con un
en realidad, en un renacimiento, y se produjo
proceso de integración
con la caída del muro de Berlín en 1989 y la unifi- todavía parcial, incompleto, deficitaria en el placación entre Este y Oeste. También en este caso, se no de la legitimación política y democrática. Nos
dejaba atrás un conflicto menos sanguinario pero llega después de cinco años de crisis migratoria
con un potencial igualmente explosivo, la guerra que ha dejado grabadas en los ojos de las opiniofría. Delante, como perspectiva, estaba el relanza- nes públicas las imágenes de miles de muertos en
miento del proyecto europeo que, poco después, el Mediterráneo, las colas kilométricas a lo largo
culminaría en Maastricht con la unión monetaria. de fronteras construidas deprisa y corriendo con
8 VANGUARDIA | DOSSIER
EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA
alambre espino, las fotos de familia de consejos
europeos en serie, todos ellos más bien incapaces
de dar con las soluciones adecuadas para armonizar integración y seguridad, humanidad y consenso. Nos llega envejecida, turbada, dividida.
Y, sobre todo, en esta ocasión, no contamos
con el mundo como telón de fondo. Al contrario,
es una variable decisiva. Lo es el desarrollo impetuoso de Asia, con intensidad y tendencias capaces
de transformar para siempre la geopolítica y el
mercado global. Lo es nuestro tradicional punto
y seguido en las relaciones internacionales, el
vínculo con Estados Unidos, con un inquilino
en la Casa Blanca, Donald Trump, que jamás ha
ocultado que, respecto de sus predecesores, tiene
un enfoque mucho menos constructivo en cuanto
a mantener el vínculo euroatlántico. Lo son, en
fin, y por citar los macrofactores más incisivos,
las tendencias demográficas que certifican el fin
de la relevancia del hombre europeo, las incógnitas
sobre el futuro de África, las transformaciones
generadas por la revolución tecnológica en todos
los aspectos de la vida de nuestras comunidades,
del trabajo a la educación, de las modalidades de
construcción e integración del Consejo a las mismas ideas de libertad y convivencia civil.
Las cinco primeras veces del 2019:
simultaneidad y complejidad
Esta breve exposición de incógnitas y criticidades basta para dar una idea del grado de
complejidad que caracteriza el tercer acto de la
historia europea. La perspectiva ya no se refiere
al horizonte interno, con la necesidad de una
resolución de cuestiones entre países miembros,
sino que se amplía a todo el contexto planetario y
obliga a nuestras clases dirigentes a hacer algo que
en los últimos años han hecho poco y mal: elegir.
Elegir, en primer lugar, si se sigue adelante y
se completa de modo definitivo la unificación de
Europa. O bien elegir si se vuelve atrás, a la época
de los estados nación, las divisiones, las pulsiones
disgregadoras. Como veremos, esta opción ya no
es un ejercicio de estilo para guionistas o politólogos. Al contrario, se trata de una posibilidad
concreta aunque, en mi opinión, es nefasta. La
alternativa entre el primer escenario, la unidad
y el relanzamiento de la Unión Europea, y el
segundo, la descomposición definitiva en varios
soberanismos y el fin de un proyecto unitario, se
consumará de modo predominante durante 2019.
Soy consciente de que el debate europeo sufre intermitencias por un efecto anuncio más bien
empalagoso y agorero de confusión y expectativas
decepcionadas. Son muchos los hechos o momentos político-diplomáticos que, por un motivo u
otro, son calificados por comentaristas o políticos
de decisivos, determinantes, drásticos. Después, la
mayoría de las veces, la angustia resulta inútil, las
dificultades quedan sin resolver, el momento de
las decisiones definitivas se aplaza para una cita
posterior, futurible, descrita como igualmente
decisiva. Todo ello tiene unas consecuencias previsibles incluso en términos de confianza y claridad
del discurso público, de la credibilidad de sus protagonistas y de la fiabilidad de los observadores.
VANGUARDIA | DOSSIER
9
EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA
Sin embargo, en esta ocasión, la in- británicas y la convocatoria de un segunsistencia está justificada, el efecto anun- do referéndum, por completo fuera de
cio posee una verosimilitud difícilmente todos los pronósticos, parece seguir sobre
opinable. La razón se encuentra en un la mesa. Sin duda, la gran complejidad
factor objetivo: la simultaneidad de cinco de las negociaciones (en las que, por una
grandes cambios que se producirán todos vez, la Europa de los 27 dio muestras de
a lo largo del año 2019. Analizados por resolución y armonía en las intenciones)
separado, cada uno de esos hechos ten- y las divisiones en la gestión de la salida
dría sus propios requisitos de relevancia. por parte del Gobierno y el Parlamento
Sin embargo, unidos corren el riesgo de Gran Bretaña hablan de la relevancia
de asumir una carga revolucionaria, en de un acontecimiento que reúne todas las
el sentido de que una vez se hayan pro- características de cambio de época.
ducido, la faz de Europa, su papel en el
A estas características se suma la
orden mundial, ya no serán los mismos. incertidumbre derivada del hecho que,
La evolución irá en un sentido o en otro, tratándose de un acontecimiento nunca
tranquilizar a cuantos sostienen el euro- visto, nadie puede prever con certeza
peísmo o galvanizar a los soberanistas. cómo acabará. Europa experimentó un
Con seguridad, dentro de un año nos proceso de esta naturaleza en varias ocaencontraremos aquí hablando de otra siones, sin duda, pero en dirección conEuropa, de otro mundo.
traria, cuando se trataba de regular adVeamos detalladamenministrativa y formalmente
te estos cambios que tienen Tras las
la adhesión y la entrada de
un rasgo común, fundamen- elecciones
nuevos miembros. En catal: se trata de hechos sin
da uno de los casos en que
europeas del
precedentes, de auténticas
se produjo, fue un cambio
primeras veces. Una de estas 2019 quizá nos
difícil de gestionar con la
primeras veces del 2019 pue- encontremos
puesta en práctica de instrude resumirse en la cuestión frente a un
mentos y procedimientos
más candente de estos días, panorama
complejos. En dirección inel Brexit. En más de sesenversa será todavía más arduo
político muy
ta años de historia, nunca
y costoso.
cambiado,
antes un Estado miembro
La segunda de estas
había decidido de forma más amplio
primeras veces del 2019 la tenindependiente abandonar y fragmentado,
dremos con las elecciones
la casa común, detenerse, con la aparición para la renovación del Parladar marcha atrás y salirse
mento Europeo, el próximo
o el refuerzo
del camino de integración
mes de mayo. Obviamente,
comunitaria. Las repercu- de movimientos no quiero decir que es la
siones en términos de im- o partidos
primera vez que se vota. Me
pacto mediático y político hasta hora
refiero a que, por primera
las vimos ya en junio del marginales
vez, el resultado electoral
2016, con el desconcierto
puede ofrecer escenarios
que siguió al resultado del referéndum. por completo inéditos y profundamente
En el 2019, dentro de poco ese resultado explosivos. Desde 1979, es decir, desde el
electoral tan incisivo se convertirá en un año en que los ciudadanos europeos tuhecho real, concreto. A escasas semanas vieron derecho a elegir de forma directa
de la fatídica fecha del 29 de marzo, no a sus representantes al Parlamento de Eses posible conocer los efectos detallados trasburgo, la Asamblea se configuró con
de ese cambio, si será un Brexit duro o una geografía de fuerzas políticas muy
si se procederá a aplicar el complicado lineal, principalmente binaria, la mayoacuerdo alcanzado entre la Comisión ría de escaños se repartieron entre las dos
Europea y el Gobierno del Reino Unido, agrupaciones políticas principales, los
hasta el punto que la opción de una cla- conservadores del Partido Popular Euromorosa marcha atrás de las autoridades peo y los socialdemócratas de la Alianza
10 VANGUARDIA | DOSSIER
Progresista de Socialistas y Demócratas.
En función de los pactos entre ellos, esas
familias políticas procedieron después a
expresar todas las tomas de decisión de
las instituciones comunitarias de 1992 en
adelante: los presidentes de la Comisión,
de Delors a Juncker, los presidentes del
Parlamento (excepto el liberal irlandés
Pat Cox, hace quince años), los presidentes del Consejo Europeo y los altos
representantes para la Política Exterior y
de Seguridad Común.
En mayo, tras decenios bajo el signo
de la continuidad, el esquema bipolar
podría saltar por los aires y poner en entredicho el modelo de gran coalición que
ha servido para trazar las directrices de
las políticas europeas, confeccionar directivas y reglamentos, aprobar programas,
ratificar acuerdos. Por lo tanto, quizá
nos encontremos frente a un panorama
político muy cambiado, más amplio y
fragmentado, con la aparición o el refuerzo de movimientos o partidos hasta
hora marginales. Sea cual sea nuestra
tendencia política, creo que puede haber
una sustancial coincidencia de opiniones
sobre el hecho de que la política europea
se internará por rutas inexploradas.
La tercera de estas primeras veces que
se verificará en el 2019 debe leerse bajo el
signo de una ulterior simultaneidad. Este
año se producirá la renovación de todos
los puestos de decisión en las cúpulas de
las instituciones europeas. Entre ellas
cabe señalar la designación del nuevo
presidente del Banco Central Europeo.
Se trata de un cargo que nunca antes estuvo sujeto a los ciclos electorales, por lo
tanto, era una designación no vinculada
a las demás. Es lo que ocurrió en el 2013
con el nombramiento de Jean-Claude
Trichet y en el 2011 cuando se designó a
Mario Draghi. Esta vez, sin embargo, el
proceso tan sensible para decidir sobre
un papel con una carga estratégica tan
grande se insertará en el marco de la
negociación más general en torno a los
demás puestos de decisión. Ello supone
que los cálculos basados en los intereses
nacionales podrían ir acompañados de
los correspondientes a los equilibrios
entre partidos, familias políticas, grupos
parlamentarios.
EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA
En el plano conceptual, la cuarta de esas
primeras veces del 2019 puede compararse a la
correspondiente a la renovación del Parlamento.
Como ocurrirá con la Asamblea Parlamentaria,
probablemente la Comisión Europea también
se modele en función de un esquema político
que ya no podrá atribuirse al hijo tradicional del
bipartidismo histórico europeo. En ese sentido,
existe la posibilidad concreta de que en el seno del
Ejecutivo de Bruselas confluyan personalidades
representativas de una cultura o de una orientación euroescéptica e incluso antieuropeísta. ¿Ha
ocurrido antes? No. En la Comisión encontramos
perfiles especialmente divisivos o críticos respecto
de este o aquel proceso interno de la vida europea,
pero nunca exponentes abiertamente hostiles
a la esencia misma de la construcción unitaria.
Resulta difícil entender y prever hacia dónde se
inclinará esta probable innovación cuando se trate de la gestión ordinaria y extraordinaria de los
temas del orden del día del Ejecutivo de Bruselas.
La quinta y última de esas primeras veces no
se refiere al funcionamiento de la instituciones
comunitarias sino a la relación entre los estados
miembros y es atribuible al papel del país que, en
los últimos años, ha sido hegemónico en Europa,
es decir, Alemania. Ese liderazgo, proclamado
de hecho pero nunca formalizado a través de un
nombramiento político de peso, ha sido equiparado a una especie de hegemonía renuente por parte
de Berlín. En la práctica, Alemania desempeñó un
papel de guía sustancial, pero siempre se cuidó
mucho de ejercerlo formalmente. Por ejemplo,
Europa nunca contó con un alemán al frente de la
presidencia del BCE o de la Comisión, salvo en la
conocida crisis de la silla vacía de los años sesenta. Esta vez es distinto: Berlín ambiciona abiertamente
a una supremacía directa, sin intermediaciones.
No me cabe duda de que este cambio de ruta es
consecuencia del recelo o incluso de la hostilidad
de una parte del poder establecido de Alemania o
de su opinión pública respecto de algunas orientaciones de la Comisión Europea de los últimos
años. Queda el hecho de que, en gran parte, no es
imaginable el impacto de esta evolución, tanto en
el aspecto político como el comunicativo, por lo
que se refiere a la narración de las relaciones de
fuerzas entre los países miembros. Es inútil negar
que el peligro radica en que la hegemonía –no ya
renuente sino consciente y asertiva– de Alemania
pueda condicionar en gran medida los precarios
pesos y contrapesos entre los estados miembros,
así como entre ellos y las instituciones comunitarias. Todo ello con el riesgo de perjudicar la
estabilidad estructural de la arquitectura de la
Unión Europea que, hasta aquí, se ha fundado en
un delicado equilibrio entre intereses nacionales,
tutela de las minorías, soberanía común y conveniencias en el tablero geopolítico.
La primacía de la democracia, las
personas, las políticas, los pueblos
Más allá de los excesos de una retórica enfática que en demasiadas ocasiones pasadas resultó
desmesurada, el año 2019 traerá consigo escenarios inéditos. ¿Cómo debemos pertrecharnos?
¿De qué manera las clases dirigentes y los pueblos
europeos pueden afrontar esos retos sin perder las
conquistas más importantes conseguidas en las
dos primeras etapas de la historia europea?
En primer lugar, como en toda fase de transición, de cambio de época, se impone la necesidad
de ponerse en tela de juicio. Si esa exigencia se
aplica a Europa, tal como confirman más allá de
toda duda los hechos de los últimos años, habrá
que transformar radicalmente la perspectiva y
los métodos mediante los cuales se lleva a cabo el
proyecto de integración europea.
En concreto, eso supone que no es posible
una ulterior integración sin dos operaciones fundamentales. La primera: reforzar la legitimidad
democrática de las instituciones comunitarias;
la segunda, afirmar con fuerza la primacía de la
política tanto a nivel nacional como europeo. Si
la intuición primordial del proyecto comunitario
(es decir, la de conectar y unir las economías para
crear interdependencia y reducir así al mínimo el
riesgo de conflictos) ha sido un éxito y la construcción europea se ha visto beneficiada, hoy en día la
interdependencia alcanzada es de tal calibre que
parece difícil poder invertirla, como sugieren todas las complicaciones y el caos de procedimientos
relacionados con el Brexit.
La consecuencia es una heterogénesis de los
fines, por lo cual, dado que la integración económica ha funcionado y es percibida como irreversible, ya no constituye un estímulo para seguir adelante. Dicho en términos más simples, el aspecto
económico por sí solo no basta para empujar hacia
delante, para hacer avanzar la aventura europea.
A estas alturas entra en juego la política. O mejor
dicho, a estas alturas no se puede prescindir de la
política. Necesitamos principalmente de la política si queremos superar con éxito este período de
transición. Por brutal que pueda parecer, del regreso al campo de la política depende la salvación
de Europa y la suerte de las democracias liberales
sobre las que se sustenta.
El peligro
radica en que
la hegemonía
–no ya renuente
sino consciente
y asertiva– de
Alemania
condicione los
precarios pesos
y contrapesos
entre los
estados
miembros, así
como entre
ellos y las
instituciones
comunitarias
VANGUARDIA | DOSSIER
11
EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA
Asistimos
al salto a la
palestra de
la democracia
iliberal, en la
que se invierte
la perspectiva:
lo que cuenta
sobre todo no
es la tutela de
las minorías,
sino la
consolidación
del poder de
las mayorías
12 VANGUARDIA | DOSSIER
No recurro a esta asociación entre crisis
del proyecto europeo y crisis de las democracias
liberales por casualidad. Hace tiempo que estoy
convencido de que la crisis de estas últimas es una
de las claves para comprender las dificultades del
primero, porque el funcionamiento de ambos se
basa en los mismos principios constitutivos. Por
una parte, la esencia misma del proyecto europeo
radica en los valores liberales del pluralismo, la
tolerancia y la diversidad, y por otra, estos mismos
ideales caracterizan a las democracias liberales,
porque garantizan, salvaguardan y protegen los
derechos de las minorías políticas, religiosas,
étnicas, lingüísticas, etcétera. Como señalaba antes, la protección de las minorías es también una
condición fundamental del éxito del experimento
europeo: Romano Prodi codificó bien ese concepto
cuando definió que una Unión de éxito es una
“Unión de minorías”.
Tal como hemos podido comprobar en los
últimos años, ese concepto de protección de las
minorías ha flaqueado en muchos países de la
Unión, en algunos de forma más evidente que en
otros. En consecuencia, asistimos a la creación
del concepto de democracia iliberal y a su salto a
la palestra. Se trata de una forma de democracia
en la que se invierte la perspectiva, lo que cuenta
sobre todo no es la tutela de las minorías, sino la
consolidación del poder de las mayorías. Además
de los casos más clamorosos, como son los de Polonia o Hungría, podemos observar esa tendencia
en las cada vez más frecuentes interpretaciones
forzadas de los ejecutivos respecto de sus propios
parlamentos. Aunque con algunos grados de especificidad, se trata de una evolución común entre
las democracias liberales, y no se limita a Europa,
tal como atestigua la elección de Donald Trump
en Estados Unidos.
La fatiga de las democracias liberales se
refleja, naturalmente, a nivel europeo. Citaré el
ejemplo más significativo y esencial para comprender las dificultades y los riesgos para Europa.
Al menos en los últimos diez años el equilibrio
interinstitucional entre Comisión Europea y Consejo Europeo experimentó un notable desplazamiento a favor de este último. ¿Cómo interpretar
ese hecho? En la división de tareas a nivel europeo
se podría argumentar que la Comisión, que persigue el interés comunitario, es el organismo que
salvaguarda las prerrogativas de los estados más
débiles, es decir, las minorías. Sin embargo, si las
decisiones políticas más relevantes de los últimos
años se concentran cada vez más en manos de
los jefes de Estado y de Gobierno en el seno del
Consejo –organismo en el que predominan los
intereses nacionales y, por lo tanto, se crean jerarquías entre países– no debe sorprendernos que
se hayan multiplicado los casos en los que se han
impuesto los estados más fuertes. Por lo tanto, se
podría sostener que el desequilibrio institucional
a favor del Consejo podría verse también como
una consolidación del poder de las mayorías, los
estados miembros más fuertes, en detrimento de
las minorías, es decir, los estados menos fuertes.
Solo la política, entendida en su acepción
más noble, puede resolver y encontrar un punto
de equilibrio entre esas situaciones. Si, tal como
he intentado argumentar detalladamente, el
2019 está destinado a ser recordado como el año
crucial que, de un modo u otro, transformará la
Unión Europea, y si se asume como ineludible un
regreso a la primacía de la política, ¿cuáles son las
condiciones para que ese cambio resulte positivo
para la integración y no se transforme en un principio de descomposición de todo el proyecto? En
mi opinión, son tres las condiciones esenciales,
que podríamos denominar las tres P: personas,
políticas, pueblos europeos.
La primera, las personas. Resultará determinante el modo en que los líderes europeos elegirán las cinco personalidades, las cinco caras, las
cinco voces que representarán a la Unión en la
próxima legislatura; en el caso del presidente del
BCE, el mandato es de ocho años. Estas elecciones,
como ya he explicado, se concentrarán en un período de tiempo reducido, entre julio y octubre,
y terminarán por superponerse y llevarse a cabo
prácticamente al mismo tiempo, aunque todas
las instituciones implicadas, Comisión, Consejo,
BCE, Parlamento y política exterior y de seguridad común, prevean procedimientos y dinámicas
propias. Existe un imperativo obligatorio: unas
decisiones de ese calado deben, sin falta, tomarse
con una lógica que maximice el interés del relanzamiento de la integración, y apartarse de un
exasperado regateo de pasaportes, aspiraciones y
colores políticos. Es fundamental que esas cinco
caras se seleccionen sobre la base de las competencias y la representatividad pero además, y sobre
todo, de la capacidad de hablar a la sociedad y a
los pueblos europeos. Deben estar en condiciones
de hacerlo de un modo moderno, directo, sin
caer en tecnicismos y sin usar el lenguaje de los
burócratas, privilegiando, si acaso, la creatividad.
La elección de estas caras y la posibilidad de crear
una dinámica positiva en la relación entre las
instituciones europeas y los ciudadanos es crucial
para conjurar el riesgo de que los próximos cinco
EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA
años se transformen en un calvario para las instituciones europeas.
Siempre en el marco de la elección de las personas habrá que tener en cuenta necesariamente
el cambio habido en el contexto de la Unión
Europea. En nuestro continente existen líderes
cada vez más antieuropeos y más agresivos en su
retórica y su conducta. Vemos estas características
siniestras tanto en líderes de países tradicionalmente hostiles o, al menos, tibios respecto de la
integración europea, como –ésa es la auténtica
novedad– entre nuestros aliados históricos, con
Estados Unidos a la cabeza. Habrá que tener en
cuenta semejante novedad en la elección de quién
representará a la Unión en los próximos años, es
decir, quiénes son los interlocutores o, en el peor
de los casos, los adversarios. En consecuencia,
será importante poder contar con personalidades
con nervio, asertivas, representativas y capaces
de ser respetadas por interlocutores mucho más
complejos y difíciles que los que en otros tiempos
interactuaron con las instituciones comunitarias.
La segunda condición se refiere a las políticas.
Es impresionante el descarte que se aprecia al
repasar los temas que marcaron la campaña electoral en las últimas elecciones para la renovación
del Parlamento Europeo, en el 2014, en comparación con los asuntos que después constituyeron
las verdaderas prioridades de la legislatura. Las
migraciones estaban prácticamente ausentes del
debate público, mientras que después pasaron a
adquirir el papel de cuestión central de la legislatura, tan central como para modificar de un
modo estremecedor el panorama político, entre
el Brexit, el resultado de las elecciones en Italia,
Austria, Alemania y los llamados países de Visegrado. El mismo descarte, aunque en este caso puede
interpretarse como evolución positiva, lo vemos
en el tema medioambiental que deberá afianzarse
más en las conciencias de los liderazgos políticos
para alcanzar esa relación esencial con los ciudadanos, confirmado hoy por todos los estudios
demoscópicos.
Por lo tanto, es necesario rediseñar las prioridades de la próxima legislatura europea sobre
la base del cambio de panorama, deben estar menos centradas en los mecanismos tradicionales e
inerciales bruselenses y deben ser más capaces de
conectar con los grandes temas del futuro que, no
por casualidad, son los que tienen un mayor impacto en la vida de los ciudadanos. Esta reescritura
inteligente de la agenda política sirve también para transformar la imagen de la Unión, mejorando
su reputación y permitiendo que sea percibida en
color, como una construcción viva y moderna, y
no en blanco y negro, empañada, grisácea o, peor
aún, embalsamada en un tiempo impreciso ajeno
de la realidad.
Por último, la tercera P, la de los pueblos europeos y de la relación con ellos. Resulta crucial
que esta relación sea central y positiva. En las
elecciones comunitarias la gente debe encontrar
síes y no sólo noes. Ello supone que Bruselas debe
conseguir hablar a los ciudadanos europeos
sumando, y no restando o dando la idea de que
resta algo. El discurso es complejo y toca el meollo mismo de la relación entre pueblo y políticas.
Para ser más claro, me concentro en un ejemplo
que, en mi opinión, explica mejor que cualquier
otro, qué está en juego. En estos tiempos, los nacionalismos y el antieuropeísmo crecen también
a raíz del escaso conocimiento recíproco y de la
facilidad con la que se desarrollan unos mensajes
sutiles y cautivadores basados en la construcción
de chivos expiatorios y en la identificación de los
vecinos como enemigos. Si a ello añadimos que el
programa Erasmus, el mayor éxito europeo, sólo
se aplica a una pequeña minoría, esencialmente
a un número restringido de jóvenes estudiantes
universitarios, nos damos cuenta de que haría
falta concentrar todas las energías de la próxima
legislatura para conseguir una medida universal,
europea, capaz de permitir que todo quinceañero
de Barcelona, Bratislava, Pisa o Estrasburgo, estudiara una parte de su curso escolar en el extranjero, en otro país comunitario, como ocurre hoy
con el Erasmus de los estudiantes universitarios.
Una medida así sería extraordinariamente
revolucionaria. Daría a muchas familias, que no
tienen esa posibilidad, la gran oportunidad de
conseguir que sus hijos cursen en el extranjero
por lo menos una parte de sus estudios, igual que
hacen hoy las familias que disponen de recursos
para poder permitírselo de forma privada. Eso que
hoy divide, se convertiría gracias a la Unión Europea en un factor destinado a unir y a compartir. Se
retomaría la idea originaria de Europa de Jacques
Delors, la Unión de las oportunidades, del crecimiento y la inclusión. Sería el mejor modo para
ver el futuro retomando las mejores lecciones del
pasado. Sería un instrumento para contribuir a
reconectar pueblo y poder establecido, trasladando a los ciudadanos la idea de una Europa que
da oportunidades a todos, no sólo a quien puede
permitírselas, y que a partir de la valoración de
la propia identidad y de los propios valores no
negociables de integración está en condiciones de
afrontar el tercer acto de su larga historia común.
VANGUARDIA | DOSSIER
13
FUERZAS POPULISTAS EN LA UNIÓN EUROPEA
Desde la Gran Recesión del 2008 los populismos han ganado presencia en Europa, en especial los de derecha, que se muestran muy
beligerantes con las estructuras políticas de la UE. Sus posturas euroescépticas, antiinmigración y proteccionistas entran en contradicción con los grandes objetivos europeos e influyen en los programas del resto de partidos tradicionales. Ofrecemos aquí una
visión a ojo de pájaro del peso de estos partidos en los parlamentos de los 28 países, al mismo tiempo que expresamos gráficamente
el grado de desigualdad de ingresos de cada uno y el de preocupación por el control de la inmigración en los más importantes.
PARTIDO | PAÍS
UKIP | REINO UNIDO
Información del partido
JETZT | AUSTRIA
Partido de la Independencia
del Reino Unido
Lista Peter Pilz
PETER PILZ
PAUL NUTTALL
LÍDER
IDEOLOGÍA
DERECHA
POSICIÓN UE
ULTIMAS ELECCIONES
%
PARLAMENTO
DEL VOTO
EUROESCÉPTICO
2017 1,80%
DIPUTADOS
IZQUIERDA REFORMISTA
2017 4,40% 8/153
0/650
FPO | AUSTRIA
FIANNA FÁIL | IRLANDA
Partido de la Libertad de Austria
Guerreros del Destino
GOBIERNO
HEINZ-CHRISTIAN STRACHE
MICHEÁL MARTIN
PORCENTAJE DEL VOTO
DERECHA
DERECHA
REFORMISTA
EUROESCÉPTICO
2017 10,24% 51/183
2016 24,30% 44/158
EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO
APOYO AL GOBIERNO
DF | DINAMARCA
+40%
DE 30%
A 40%
DE 20%
A 30%
Partido Popular Danés
DE 10% DE 5% -10%
A 20% A 10%
KRISTIAN THULESEN DAHL
FUENTES: Unión Europea; CIDOB; Wikipedia
(https://en.wikipedia.org); WID.world; y Ipsos Public
Affairs, ‘What worries the world’, julio 2018.
PVV | PAÍSES BAJOS
DERECHA
GEERT WILDERS
APOYO AL GOBIERNO
EUROESCÉPTICO
2015 21,10% 37/175
Partido de la Libertad
EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO
2017 13,10% 20/150
AdF | ALEMANIA
Alternativa para Alemania
FvD | PAÍSES BAJOS
Fórum por la Democracia
JÖRG MEUTHEN Y ALEXANDER GAULAND
THIERRY BAUDET
EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO
DERECHA
2017 12,60% 94/709
25
EUROESCÉPTICO
43
2017 1,80% 2/150
DIE LINKE | ALEMANIA
La Izquierda
KATJA KIPPING Y BERND RIEXINGER
IZQUIERDA
31
REFORMISTA
2017 14,40% 69/709
PP | BÉLGICA
Partido Popular
ADR | LUXEMBURGO
Partido Reformista
de Alternativa Democrática
JEAN SCHOOS
MISCHAËL MODRIKAMEN
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2014 1,51% 1/150
DERECHA
22
35
EUROESCÉPTICO
2018 8,28% 4/60
VB | BÉLGICA
Interés Flamenco
TOM VAN GRIEKEN
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2014 3,67% 3/150
FI | FRANCIA
La Francia Insumisa
EL CONTROL
DE LA INMIGRACIÓN
Uno de los tres principales
problemas del país
%
(dato disponible sólo en los
principales estados de la UE)
JEAN-LUC MÉLENCHON
IZQUIERDA
EUROESCÉPTICO
2017 11,04% 17/577
AN | FRANCIA
Agrupación Nacional (antes Frente Nacional)
MARINE LE PEN
EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO
2017 13,20% 8/577
UP | ESPAÑA
Unidos Podemos y confluencias
PABLO IGLESIAS
IZQUIERDA
REFORMISTA
2016 21,15% 71/350
VOX* | ESPAÑA
SANTIAGO ABASCAL
DERECHA
EUROESCÉPTICO
M5S | ITALIA
Movimiento 5 Estrellas
LUIGI DI MAIO Y BEPPE GRILLO
IZQUIERDA
EUROESCÉPTICO
2018 32,45% 227/630
EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO
LN | ITALIA
Liga Norte, con la Coalición
de Centroderecha
MATTEO SALVINI
2016 0,20% 0/350
DERECHA
* El CIS de finales de enero de 2019
daba a Vox un 6,5% de los votos.
2018 37,25% 265/630
GOBIERNO
EUROESCÉPTICO
SNS | ESLOVENIA
SD | SUECIA
PiS | POLONIA
ZMAGO JELINCIC
JIMMIE AKESSON
BEATA SZYDLO
DERECHA
DERECHA
Partido Nacional Esloveno
DERECHA
Demócratas de Suecia
EUROESCÉPTICO
2018 4,17% 4/90
GOBIERNO
2018 12,60% 13/90
GOBIERNO
DERECHA
INFERIOR A
0,275
PAWEŁ KUKIZ
TIMO SOINI (substituido por
Jussi Halla-aho en 2017)
REFORMISTA
MENOS
DESIGUALDAD
KUKIZ'15 | POLONIA
Partido del los Finlandeses
MARJAN SAREC
EUROESCÉPTICO
Indicador sintético de las desigualdades
de ingresos. Varía de 0 (igualdad perfecta)
a 1 (máxima desigualdad).
2015 37,58% 235/460
PS | FINLANDIA
Lista de Marjan Sarec
IZQUIERDA
EUROESCÉPTICO
2018 17,53% 62/349
LMS | ESLOVENIA
ÍNDICE DE GINI
Ley y Justicia
EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO
EUROESCÉPTICO
DE 0,275
A 0,295
2015 8,81% 42/460
2015 17,65% 38/200
KPV LV | LETONIA
EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO
DE 0,295
A 0,315
¿A quién pertenece el país?
33
EKRE | ESTONIA
ALDIS GOBZEMS
Partido Popular Conservador
DERECHA
MART HELME
2018 14,25% 16/100
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2015 8,10% 7/101
NA | LETONIA
Alianza Nacional
ROBERTS ZILE
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2018 11,01% 13/100
EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO
ANO 2011 | REP. CHECA
DERECHA
7
2016 5,55% 8/141
DERECHA
EUROESCÉPTICO
SNS | ESLOVAQUIA
REFORMISTA
SPD | REP. CHECA
EUROESCÉPTICO
Somos Familia
BÉLA BUGÁR
Alianza de Ciudadanos Descontentos
2017 29,64% 78/200
Orden y Justicia
SR | ESLOVAQUIA
ANDREJ BABIS
GOBIERNO
ROLANDAS PAKSAS
MÁS
DESIGUALDAD
2016 6,60% 11/150
CENTRO
TT | LITUANIA
SUPERIOR A
0,315
EUROESCÉPTICO
Libertad y Democracia Directa
de la República Checa
TOMIO OKAMURA
DERECHA
Partido Nacional Eslovaco
ANDREJ DANKO
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2016 8,60% 15/150
EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO
KOTLEBA | ESLOVAQUIA
Partido Popular Nuestra Eslovaquia
EUROESCÉPTICO
2017 10,64% 22/200
MARIAN KOTLEBA
EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO
2016 8,00% 14/150
7
FIDESZ | HUNGRÍA
JOBBIK | HUNGRÍA
VIKTOR ORBÁN
GÁBOR VONA
DERECHA
DERECHA
Unión Cívica Húngara
MP | RUMANIA
Partido del Movimiento Popular
TRAIAN BASESCU
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2018 49,27% 133/199
Movimiento por una Hungría Mejor
EUROESCÉPTICO
2018 19,06% 26/199
GOBIERNO
REFORMISTA
VOLYA | BULGARIA
2016 5,35% 18/329
Poder
VESELIN MARESHKI
ZIVI ZED | CROACIA
SYPOL | CHIPRE
Escudo Humano y otros
Alianza de Ciudadanos
IVAN VILIBOR SINCIC
CENTRO
GIORGOS LILLIKAS
EUROESCÉPTICO
IZQUIERDA
2016 6,23% 8/151
HDSSB | CROACIA
Asamblea Democrática Croata
de Eslavonia y Baranja
DRAGAN VULIN
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2016 1,25% 1/151
BANDIC MILAN 365 | CROACIA
BANDIĆ MILAN
IZQUIERDA
REFORMISTA
REFORMISTA
2016 6,01% 3/56
CHRYSÍ AVGÍ | GRECIA
Aurora Dorada
NIKOLAOS MICHALOLIAKOS
EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO
2015 6,99% 18/300
SYRIZA | GRECIA
DIKO | CHIPRE
Partido Democrático
NIKOLAS PAPADOPOULOS
CENTRO
REFORMISTA
2016 14,49% 9/56
Coalición de la Izquierda Radical
ELAM | CHIPRE
ALEXIS TSIPRAS
CHRISTOS CHRISTOU
IZQUIERDA
EUROESCÉPTICO
2016 4,04% 2/151
2015 35,46% 145/300
APOYO AL GOBIERNO
GOBIERNO
EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO
2016 3,71% 1/56
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2017 4,15% 12/240
OP | BULGARIA
Patriotas Unidos
VOLEN SIDEROV
DERECHA
EUROESCÉPTICO
2017 9,07% 27/240
APOYO AL GOBIERNO
GERB | BULGARIA
Ciudadanos por el Desarrollo Europeo
de Bulgaria
BOYKO BORISOV
DERECHA
REFORMISTA
2017 32,65% 95/240
GOBIERNO
Inventar la doble
democracia europea
Michel Aglietta
Nicolas Leron
PROFESOR EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD PARÍS-NANTERRE Y
CONSEJERO DEL CENTRO DE ESTUDIOS PROSPECTIVOS E INFORMACIONES INTERNACIONALES (CEPII).
INVESTIGADOR ASOCIADO AL CENTRO DE INVESTIGACIONES POLÍTICAS CEVIPOF SCIENCES PO, FUNDADOR DEL INSTITUTO DE
INVESTIGACIÓN EUROCITÉ (WWW.EUROCITE.EU) Y EXPERTO ASOCIADO A LA FUNDACIÓN JEAN-JAURÈS.
N
UESTRA NECESIDAD DE EUROPA
Dicha corriente justificó el Acta Única Europea
de 1987, que pretendía integrar Europa a través
de las finanzas y hacía del proyecto del euro una
simple culminación de la integración financiera.
La segunda corriente provino de la unificación
alemana, que sólo aceptaba el euro en el marco
del ordoliberalismo. Esa doctrina es expresión de
la economía social de mercado, a la cual obedece el
control de las condiciones macroeconómicas. Las
prioridades de dicho control son la estabilidad de
los precios, la limitación de los déficits excesivos y
la independencia del banco central.
es imperiosa. La impone el
desafío planetario del cambio
climático, la puesta en entredicho del multilateralismo y
el profundo malestar social
que sacude nuestras sociedades. Europa se vio golpeada
por la crisis financiera y sus
repercusiones más gravemente que ninguna otra
región del mundo debido a la debilidad de su
gobernanza política. La crisis financiera y económica mundial sacó a la luz problemas mucho más
profundos que remiten a la concepción de la cons- La tragedia de las dos primeras
trucción europea. Ante la ilusión de creer que tras décadas del euro
las decisiones tomadas al borde del abismo en el
Esas dos doctrinas forman una mezcla ex2012 y algunos progresos en materia de unión ban- plosiva porque las finanzas no son eficientes.
caria hemos alcanzado un statu quo perenne, el Se mueven por una lógica inercial que empucontinuado ascenso de
ja hacia los extremos
las fuerzas populistas Europa se vio golpeada por la crisis cuando no existe una
y antieuropeístas no financiera y por sus repercusiones
estricta regulación. Esa
tarda en devolvernos
no puede
más gravemente que ninguna otra regulación
enseguida a la realidad
estar desligada de la
de un declive demo- región del mundo, debido sobre
moneda, que es esencrático que gangrena todo a la debilidad de su
cialmente un sistema
nuestro continente.
político. Sin embargo,
gobernanza política
La crisis europea
la diversidad de las inshunde sus raíces en las
tituciones políticas de
contradicciones políticas e ideológicas que con- los países miembros de la Unión hace imposible su
dujeron a la creación del euro en 1999. La primera agrupación bajo el pabellón del ordoliberalismo.
corriente es el neoliberalismo que invadió Euro- Por ello, habría sido necesario concebir, desde la
pa bajo la capa de la eficiencia de las finanzas. creación del euro, un sistema político de dos nive-
16 VANGUARDIA | DOSSIER
les que preservara en el plano político la soberanía
de los estados y que construyera en el plano europeo una verdadera democracia europea donde se
permitiera al euro asumir su papel regulador en
el conjunto de la Unión. Llamamos a ese sistema
la doble democracia: la Europa política debe hacerse
por medio de un salto del poder público a nivel
europeo y no por medio de un improbable salto
de la soberanía.
La primera década del euro sufrió el choque
de unas finanzas libres de todo freno fuera del
bloque germánico bajo dominio del ordoliberalismo, que siempre desconfió de los excesos de las
finanzas. El resultado fue una divergencia masiva
e irreversible en los países europeos a causa de
una expansión sin límites del crédito en el sector
privado para financiar la especulación inmobiliaria tanto en España como en Irlanda y todo tipo
de disfunciones macroeconómicas y capturas de
rentas en Italia, Portugal y sobre todo Grecia. Esos
excesos se produjeron sin ninguna regulación de
nivel europeo. Cuando estalló la crisis en el 20072008, el Banco Central Europeo (BCE) se quedó
de brazos cruzados, y las reacciones de los países
endeudados resultaron claramente insuficientes.
Por ello, la crisis cobró impulso con una violencia
renovada en el 2010 tras descubrirse la magnitud
de los déficits en Grecia. La respuesta fue una
política de austeridad generalizada en el peor momento. Y colocó al euro al borde del precipicio en
el otoño del 2011, cuando, por casualidad, Mario
Draghi tomó la dirección del BCE.
La preeminencia de lo económico sobre lo político, y sobre todo la ceguera ante la lógica destructora de las finanzas desreguladas, constituye en
nuestra opinión el punto de partida de la crisis europea. Esa perspectiva de la financiarización en un
espacio carente de una autoridad presupuestaria
común define la crisis europea. La contrainversión
de la mirada, la recuperación de lo económico por
lo político, revela ineludiblemente las evidencias
que se han mantenido fuera de campo y a partir de
las cuales debemos pensar otra Europa: una Europa política cuyo comienzo y finalidad no son más
estabilidad sino democracia. Ése debe ser nuestro
programa intelectual y político.
Desconstruir la matriz
neofuncionalista de la integración
europea
El discurso que condujo a la crisis europea se
despliega por medio de la matriz neofuncionalista
de los inicios de la construcción europea y que perdura aún hoy. El neofuncionalismo representa un
proceso lineal de integración sectorial progresiva y
de extensión correlativa de los mercados. Su fuerza
motriz nace de la reconfiguración de los intereses
de los agentes, mientras las instituciones políticas
nacionales sigan dueñas de las regulaciones de las
que depende la estabilidad social. El resultado son
unos aumentos de la eficiencia a medida que se
amplía el perímetro de la integración.
Sin embargo, las finanzas son todo menos
lineales y con débil influencia política. Se mueven
VANGUARDIA | DOSSIER
17
INVENTAR L A DOBLE DEMOCR ACIA EUROPEA
por ciclos de gran amplitud, puntuados por crisis
en sus inflexiones. Y, sobre todo, están en estrecha
interacción con lo político por medio de su poder
de control sobre las empresas y la influencia en
la gestión de la moneda. Ello conlleva que unas
finanzas internacionalizadas dentro del marco
de una moneda única, más allá de las autoridades
políticas soberanas sin control en el nivel del perímetro de la Unión, no podían dejar de suscitar las
distorsiones mencionadas más arriba. La originalidad y el escollo del neofuncionalismo residen en
la hipótesis de un movimiento ascendente lento
pero irresistible que caracterizó la fase inicial de
la integración europea a partir de finales de la
década de 1950.
Cuando las finanzas escapan al dominio de
los gobiernos nacionales privados del poder monetario, éstos quedan atrapados en la trampa de su
propia criatura institucional. El neofuncionalismo
promete un progreso ascendente hacia un nirvana:
“continuar el proceso de creación de una unión
cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”. Sin embargo, esa integración por medio de
“pequeños pasos” no puede funcionar cuando las
condiciones de integración, es decir, unas finanzas
transnacionales que polarizan las situaciones de
los países y una moneda única, chocan con el ejercicio de las soberanías nacionales.
En ese contexto la ideología neofuncionalista
se agota frente a la resiliencia de las soberanías
estatales. El Brexit contradice empíricamente la
profecía de la inevitable marcha hacia delante de
la construcción europea, sin que el Reino Unido
pertenezca siquiera a la eurozona. La posibilidad
de un retroceso es ya una realidad constatada o
hecha posible, se manifieste por una salida pura
y simple de la Unión Europea (Reino Unido), una
salida de la eurozona (Grecia) o un deterioro de
los principios y valores constitutivos del proyecto
europeo (Polonia, Hungría y Rumanía).
Partir de lo político exige extirpar la cuestión
democrática de la matriz horizontal neofuncionalista para colocarla en el eje vertical de lo político,
como punto de partida de toda reflexión y acción.
La cuestión democrática no es ni podrá ser el último de los pequeños pasos, es y debe ser el acto
fundador constitutivo de los posibles.
La Unión Europea
no es una democracia
En un gesto más radical, partir de lo político,
colocar la cuestión democrática en el centro del
análisis y al inicio de cualquier revitalización europea, supone plantear una definición primordial
18 VANGUARDIA | DOSSIER
e histórica de la democracia moderna (la democracia parlamentaria) y extraer de ella las consecuencias teóricas y políticas.
La democracia empieza con un demos, es
decir, un colectivo político amplio donde la comunidad política está constituida por la mayoría de
los individuos (el principio mayoritario del 50%
más un voto no es más que su traducción práctica y
consensual moderna). Sin embargo, la democracia
es también y sobre todo un kratos, es decir, una capacidad del colectivo político de decidir y producir
bienes públicos. Sin demos, no hay democracia; sin
kratos, tampoco. El kratos, en su traducción moderna, es el poder presupuestario del Parlamento.
La democracia moderna empieza y se concentra en la votación del presupuesto por parte de
una mayoría parlamentaria elegida en función de
grandes orientaciones socioeconómicas y sociales,
ya proceda esa mayoría del resultado directo de
las elecciones o de una coalición postelectoral. El
presupuesto constituye la carne de la democracia.
Permite a los electores optar entre diferentes
grandes orientaciones presupuestarias y, por lo
tanto, ejercer y probar el poder político. ¿Cuál
será el nivel de las retenciones obligatorias, es
decir, la parte de riqueza que una sociedad se da
a sí misma? ¿Cómo y en qué medida contribuirá
cada uno de los grupos sociales? ¿Cuáles serán los
bienes públicos producidos a partir de esa riqueza
común? ¿Quiénes serán sus beneficiarios directos?
De esa definición primordial se deriva una
conclusión sencilla, evidente y, sin embargo, profundamente disruptiva: la Unión Europea (UE) no
es hoy una democracia. La UE reposa en un sofisticado sistema de equilibrio de poderes, asegura
una transparencia institucional, respeta el Estado
de derecho, garantiza un elevado nivel de protección de los derechos fundamentales, desarrolla un
poderoso derecho del mercado interior y despliega
políticas sectoriales y territoriales que cuentan
para quienes se benefician de ellas. Sin embargo,
no es una democracia porque le falta un verdadero
presupuesto, es decir, la capacidad de hacer y no
sólo de reglamentar. Antes incluso de plantearse la
cuestión del demos europeo, falta el kratos, es decir,
la capacidad colectiva de actuar en el plano europeo sobre la realidad social produciendo bienes
públicos europeos.
El Parlamento Europeo vota, en efecto, un
presupuesto técnico del orden de un 1% del PIB de
la Unión Europea. Gratificado por los tratados con
una competencia presupuestaria, pero sin presupuesto político de talla macrosistémica, el Parlamento Europeo no tiene capacidad presupuestaria,
INVENTAR L A DOBLE DEMOCR ACIA EUROPEA
es decir, verdadero poder presupuestario. Una
asamblea desprovista de poder presupuestario
no es un parlamento. Los ciudadanos europeos,
sin verdadero poder para elegir mediante su voto
entre diferentes grandes alternativas de políticas
presupuestarias europeas, no son ciudadanos
europeos, sino ciudadanos nacionales disminuidos que votan en elecciones nacionales de medio
mandato. En ese sentido, la pretensión de democratizar la Unión Europea pone de manifiesto un
error fundamental de juicio: sustenta la idea de
un proceso de mejora de la calidad democrática
de la UE, una calidad que se supone ya presente
pero perfectible. Formulamos, por el contrario, la
tesis de una ausencia de democracia europea que,
en consecuencia, sólo puede apelar a un acto de
fundación de una democracia europea.
Así, el reto político consiste en esforzarse por
pensar la posibilidad de un acto fundador democrático en el plano europeo y situarlo en el espacio
de los posibles políticos ofrecidos por el doble
contexto intraeuropeo y mundial. Dicho contexto
comporta elementos de optimismo y de inquietud.
La elección de Emmanuel Macron en Francia,
con su programa resueltamente europeísta, el
voluntarismo del que hizo gala en sus discursos
de Atenas y la Sorbona y su capacidad para hablar
tanto a los socialdemócratas como a los liberales
o los conservadores, parece abrir un período de
oportunidad para la revitalización del proyecto europeo. Ahora bien, el inmovilismo alemán y el ensombrecimiento de la situación política francesa
hacen que se ciernan dudas acerca de la capacidad
del motor francoalemán a la hora de proporcionar
los impulsos necesarios. Lo constatamos con el
parto doloroso y decepcionante de ese principio
de presupuesto de la eurozona. Además, la llegada
de Donald Trump a la Casa Blanca desestabiliza el
orden mundial, tanto en el plano geopolítico como
en el macroeconómico.
Punto muerto de la integración
por la preponderancia del derecho
europeo
El método comunitario, que se inscribe en la
lógica neofuncionalista, ha buscado sobre todo la
integración haciendo que prevalezca el derecho
europeo sobre los derechos nacionales; y estableciendo, por lo tanto, la preponderancia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Ahora
bien, el derecho europeo es puramente horizontal
y monoprincipal, en el sentido en que es ante todo
un derecho del mercado interior, es decir, de las
libertades de circulación de los agentes económi-
cos y, con la ciudadanía de la Unión Europea, de
los agentes no económicos. No vinculado a una comunidad política, choca con los órdenes jurídicos
nacionales que emanan, ellos sí, de la verticalidad
de lo político. Su principio, derivado además de la
estructura misma del sistema jurídico en mayor
medida que de un plano político intencional, es el
del fundamentalismo del mercado: competencia
libre y no distorsionada, libre movilidad de todo
cuanto puede desplazarse. La proliferación de ese
derecho que se impone a las legislaciones nacionales priva poco a poco a los parlamentos nacionales
de sus prerrogativas soberanas. Produce un juego
de competencia reglamentaria intraeuropea: los
estados miembros padecen una presión estructural para aplicar una política de la oferta.
Sin embargo, el derecho europeo es un espacio en expansión continua. No tiene asignado
ningún límite preciso. El TJUE reivindica la autoridad de juzgar en última instancia el reparto de las
competencias entre la UE y los estados miembros.
Ese derecho traba la política industrial, la política
social y conduce a un deterioro de los servicios
públicos. La aprobación por los gobiernos de las
recomendaciones de la Comisión Europea priva
a los parlamentos nacionales de sus prerrogativas
legislativas.
¿Permite la prioridad del derecho de la competencia sobre las políticas públicas un añadido
de eficacia económica? Ésa es otra ilusión del
fundamentalismo de mercado. La supuesta competencia libre y no distorsionada no tiene nada que
ver con la competencia pura y perfecta de la teoría
normativa. Unida a la unión monetaria, conduce
a la concentración industrial en los países que ya
poseían ventajas comparativas en detrimento de
los territorios en las regiones desindustrializadas
y conduce también a la divergencia económica
en lugar de a la convergencia entre los países.
Eso significa que la lógica de la integración europea por medio de los mercados exclusivamente
produce transferencias masivas en contra de los
países del sur de Europa y en favor del bloque
germánico. El rechazo de Alemania a una unión
de las transferencias no es otra cosa que el rechazo
a las transferencias positivas que ayudarían a compensar las transferencias negativas de las cuales se
beneficia de un modo masivo. Las transferencias
positivas de los que hablamos no son mecanismos
de redistribución menospreciados por la opinión
alemana. Consistirían en producir bienes públicos
comunes de los que Europa en su conjunto tiene
gran necesidad tras décadas de degradación en
términos cuantitativos y cualitativos.
El presupuesto
constituye la
carne de la
democracia.
Permite a los
electores optar
entre diferentes
grandes
orientaciones
sociales y
económicas.
La Unión
Europea
carece de un
presupuesto
real y por tanto
no es hoy una
democracia
VANGUARDIA | DOSSIER
19
INVENTAR L A DOBLE DEMOCR ACIA EUROPEA
Las críticas
provocadas
por la política
del BCE,
en ausencia
del marco
institucional
europeo que
permita una
cooperación
macroeconómica de los
países
miembros, son
las señales de
que el statu quo
de la Unión
Europea ya
no es viable
El euro crea un poder público
incompatible en el orden monetario
con el enfoque neofuncionalista
El sistema jurídico-político europeo padece
una entropía creciente debido a la ausencia de una
autoridad democrática europea. La lógica de compromiso que se deriva de ello sólo puede apuntar a
un mantenimiento del statu quo, amenazado ante
cambios mundiales por la incapacidad de llevar a
cabo una política macroeconómica común. Semejante divorcio se hizo patente con la institución
del euro, que creó un poder público de naturaleza
federal (el BCE) al tiempo que lo privaba de su soberanía en el tratado de Maastricht arguyendo la neutralidad de la moneda. Hubo que esperar a lo más
hondo de la crisis financiera en la eurozona para
que el BCE recobrara la soberanía del prestamista
de última instancia, acentuando el desequilibrio
con la ausencia de autoridad política europea. Esa
ausencia se compensó por medio de un corsé de
reglas presupuestarias arbitrarias en el Pacto de
Estabilidad y Crecimiento, agravado en la crisis de
la eurozona por el pacto fiscal del 2012.
Las críticas provocadas por la política del
BCE, en ausencia del marco institucional europeo
que permita una cooperación macroeconómica
de los países miembros, son las señales de que el
statu quo ya no es viable. Con la existencia de una
moneda, bien público por excelencia, el neofuncionalismo choca con el problema intensamente
político de la identidad colectiva. Hay que buscar la
solución, no en un acomodo federal que subordine
las soberanías políticas de los estados, sino en una
doble democracia que haga interactuar los planos
europeo y nacionales de los poderes públicos.
Un presupuesto europeo que actúe
como prestamista e inversor en
última instancia
Fundar la doble democracia europea supone
un pacto europeo que instituya un presupuesto dotado de recursos fiscales propios bajo la autoridad
de un Parlamento. El presupuesto es, en efecto, una
dimensión constitutiva de lo político por su capacidad de recaudar los impuestos y emitir una deuda
de la sociedad frente a ella misma con objeto de
producir bienes comunes. El poder público presupuestario viene a completar la unión monetaria.
Las finalidades del presupuesto de una Europa con poder público son la inversión a largo plazo
para el crecimiento sostenible. Un presupuesto
de un 3-3,5% del PIB europeo sin el Reino Unido
proporcionaría la base de un inversor de última
instancia buscando la complementariedad entre
20 VANGUARDIA | DOSSIER
inversores públicos y privados. Su papel sería el de
garantizar un sistema financiero basado en una
red de bancos públicos de desarrollo y en clubs de
inversores a largo plazo responsables de romper
la tragedia de los horizontes. El desarrollo de un
mercado de obligaciones europeas daría al BCE la
herramienta para sostener el crecimiento.
Respaldo de una visión de futuro por medio
de la inversión, el presupuesto europeo orientado
al largo plazo contribuiría a transferencias positivas entre los países y de ese modo volvería a dinamizarlos. Las relaciones entre los países miembros
pasarían de ser un juego de suma cero o negativa,
consecuencia de la austeridad generalizada de los
años 2011-2013, a ser un juego de suma positiva
que restablecería la confianza. Habrá doble democracia si el presupuesto europeo refuerza los
poderes públicos nacionales aflojando el yugo
reglamentario de la UE, que ya no es sólo un Estado
regulador, sino un poder público de pleno derecho.
Las políticas cooperativas
de estabilización
La recomposición de las responsabilidades entre el plano europeo y el de los estados permitiría
que las políticas de estabilización fueran más inteligentes y democráticamente legítimas al reformar
en profundidad el semestre europeo.
En efecto, la recuperación del crecimiento
por medio de la inversión de largo plazo daría los
medios de hacer más simétricos los ajustes nacionales. El principio consiste en partir del ajuste
presupuestario para el conjunto de la eurozona y
de hacerlo dependiente del ciclo económico común de los estados miembros, antes de acordar el
reparto entre los presupuestos nacionales.
Para ello hay que crear un organismo presupuestario europeo independiente encargado de
determinar el esfuerzo presupuestario primario
agregado en la perspectiva de una estabilización
a largo plazo de las deudas públicas y proponer
un reparto entre los presupuestos nacionales.
Dicho organismo generaría un fondo de estabilización contracíclico. Su propuesta se sometería a
una comisión parlamentaria compuesta por los
representantes de los parlamentos de los estados
miembros. Tras las eventuales modificaciones, la
propuesta aprobada por la comisión parlamentaria tendría una legitimidad democrática y debería
ser tenida en cuenta obligatoriamente por el Consejo Europeo.
La doble democracia europea sería así la
reforma estructural para recuperar la dimensión
histórica del proyecto europeo.
La zona euro
cumple veinte años
¿Qué reformas son aún necesarias?
Jeromin Zettelmeyer
INSTITUTO PETERSON PARA LA ECONOMÍA INTERNACIONAL.
A
LOS VEINTE AÑOS DE SU CREA-
ción, el éxito del euro es todavía objeto de debate. Por
supuesto, el hecho de que la
moneda haya sobrevivido ese
tiempo ya es en sí un éxito.
Ningún país lo ha abandonado, aunque hubo varios
momentos es que esa posibilidad estuvo cerca. El euro también ha conseguido
mantener un nivel reducido de inflación en todos
sus miembros (algunos han padecido deflación,
pero no por períodos prolongados). Probablemente también ha contribuido al mercado único de
bienes y servicios al eliminar el riesgo cambiario
y excluir la devaluación competitiva. Y, de modo
importante, ha catalizado otras reformas institucionales; en particular, la creación de una
supervisión común de los bancos y unos marcos
de resolución bancaria, lo cual ha beneficiado la
integración financiera a largo plazo, que debe en
última instancia respaldar el crecimiento.
Al mismo tiempo, el euro está vinculado a
una experiencia traumática: la crisis de la deuda
soberana del 2010-2013. Si bien la crisis se precipitó
por unas conmociones externas (unas condiciones
financieras más rígidas globalmente tras el colapso de Lehman Brothers, junto con una drástica reducción del comercio), también la arquitectura del
euro fue un factor coadyuvante y un impedimento
para una pronta resolución. Esto último queda
ilustrado por la comparación con Estados Unidos.
Entre el 2001 y el 2007, tanto Estados Unidos como
la zona del euro experimentaron una expansión
financiera. Cuando la burbuja estalló, ambas eco-
nomías sufrieron grandes caídas en la producción:
la Gran Recesión del 2008-2009. Sin embargo, a
diferencia de Estados Unidos, que se recuperó de
modo continuado a partir de la segunda mitad del
2009, la zona del euro padeció una serie de crisis
en cadena que condujeron a una segunda recesión
en el 2011-2013.
El coste de la crisis fue más allá de las pérdidas económicas. Creó profundas divisiones políticas entre los países golpeados con más fuerza y
los que sufrieron menos y a los que se les pidió que
ayudaran a los más miembros débiles. Esas divisiones siguen amenazando hoy a Europa; entre otras
cosas, por medio de la reaparición de movimientos
políticos nacionalistas.
¿Qué nos dicen esas experiencias acerca del
posible éxito futuro del euro? ¿Qué reformas son
aún necesarias para asegurar su éxito, si es necesaria alguna? Hay dos formas de responder a la
pregunta. Como veremos, llevan más o menos a
las mismas conclusiones.
¿Se han aprendido
las lecciones del euro?
Un enfoque para responder a la pregunta del
título es plantear si se han abordado los problemas
que contribuyeron a la crisis e impidieron la recuperación. La respuesta es: sólo en parte.
Aunque la crisis fue desencadenada por conmociones externas, la mayoría de economistas
coincide en que las razones por las cuales esas
conmociones tuvieron un efecto tan devastador
fueron autóctonas. Entre otras cosas, las burbujas
crediticias alimentadas por flujos de capitales en
la mayoría de los países periféricos del euro durante
VANGUARDIA | DOSSIER
21
22 VANGUARDIA | DOSSIER
L A ZONA EURO CUMPLE VEINTE AÑOS: ¿QUÉ REFORMAS SON AÚN NECESARIAS?
el periodo entre el 2000 y el 2007, así como unos excesivos déficits fiscales en la
etapa anterior a la crisis en algunos países
(entre los que no se encontraba España).
Esos problemas se vieron posibilitados
por una supervisión bancaria escasa y
unas normas fiscales difíciles de hacer
cumplir y al mismo tiempo procíclicas en
la medida en que no limitaban de manera
suficiente el gasto en los buenos tiempos
mientras que lo limitaban demasiado en
los momentos difíciles.
Las dificultades relacionadas con la
resolución de la crisis fueron triples. En
primer lugar, cuando Grecia se declaró
insolvente en el 2010, quienes decidían la
política de la zona del euro descubrieron
que, aunque la reestructuración de su
deuda soberana era una posibilidad teórica, en la práctica resultaba excesivamente
arriesgada debido a las perturbaciones
financieras que semejante reestructuración habría provocado en el país y en el
resto de la zona del euro. Sin embargo, la
alternativa (una austeridad prolongada,
que condujo a un colapso económico peor
que la Gran Depresión estadounidense)
apenas fue mejor. En segundo lugar, las
normas fiscales procíclicas obligaron a
algunos países a emprender un ajuste
fiscal más severo del que les convenía. En
tercer lugar y de modo más importante,
la moneda común suponía que el banco
central ya no estaba disponible en una
emergencia como prestamista de última instancia en los mercados de deuda
soberana. En consecuencia, incluso los
países solventes estuvieron a la merced
de pánicos desencadenados por los efectos indirectos de Grecia o los problemas
de sus sistemas bancarios. Eso es lo que
describe la experiencia de Italia y España
durante el 2011-2012.
Algunos de esos problemas se han
abordado mediante la creación de autoridades comunes de supervisión y resolución bancarias, el Mecanismo Europeo
de Estabilidad (MEE) y la adopción de la
política de “operaciones monetarias de
compraventa” (OMC), que permite al Banco Central Europeo (BCE) respaldar deudas soberanas que adopten un programa
del MEE. La supervisión bancaria común
debería hacer menos probable las burbu-
jas crediticias que conducen a crisis. La
presencia combinada del MEE y las OMC
deberían excluir los pánicos de deuda
soberana como los vistos en el 2011-2012.
También hace un poco más probable que
a los países verdaderamente insolventes
(cuyas finanzas públicas no pueden enderezarse mediante alguna combinación de
créditos para crisis y ajuste fiscal, porque
el ajuste necesario sería mayor que el que
podría soportar la sociedad) se les permita
reestructurarse, ya que el MEE estará ahí
para proteger al resto.
¿Qué falta? A pesar de los intentos
de reforma, las normas fiscales todavía
son imperfectas y difíciles de hacer cumplir. A pesar de la presencia del MEE, la
reestructuración de la deuda soberana en
la zona del euro sigue siendo poco probable incluso en caso de ser necesaria. Y a
pesar de la creación del MEE y la política
de OMC, algunos miembros de la zona
del euro se sienten insuficientemente
protegidos frente a los cambios en los
comportamientos de los mercados y las
conmociones externas. Ese punto de vista
es polémico: es compartido por la Comisión Europea, que defiende importantes
redes de seguridad adicionales en la zona
del euro, pero discutida por algunos estados miembros del norte, que sienten que
lo que falta es sobre todo una voluntad
por parte de los países de la anterior crisis
para abordar sus problemas heredados y
hacer más para protegerse a sí mismos.
Sin embargo, el que eso esté así, y suscite
polémica, indica que hay un problema.
¿Es el euro sostenible?
El segundo enfoque para responder
a la pregunta del título es mirar al futuro:
¿es probable que el euro exista aún dentro
de veinte años? ¿De cincuenta? En un
sentido, su sostenibilidad ha mejorado
mucho: la presencia del MEE y un mayor
papel financiero del BCE hacen ahora
prácticamente imposible que un país deba abandonar el euro debido a la presión
del mercado. Mientras siga en pie la política de OMC, cualquier país que quiera
adherirse a un programa del MEE recibirá
apoyo financiero, cueste lo que cueste.
Eso no significa que ningún país
vaya a salir nunca del euro, sino que se-
mejante salida tendría que ser voluntaria.
Así, la pregunta de si el euro es sostenible
se reduce a la pregunta de si sus miembros siguen prefiriendo ser miembros de
él o prefieren abandonarlo.
Una parte importante de la respuesta se relaciona con el crecimiento a largo
plazo. Por las razones mencionadas al
principio de este artículo, formar parte
del euro debería beneficiar el crecimiento
porque ayuda a crear un mercado único,
más profundo y competitivo, da a los
países miembros acceso a instituciones
económicas de elevada calidad, como el
BCE y el MEE, y reduce la inestabilidad
macroeconómica. Dicho esto, el débil crecimiento continuado de Italia es un motivo de preocupación. Es probable que sus
problemas de crecimiento a largo plazo
no sean debidos al euro, sino a una persistente debilidad de algunas instituciones
públicas, así como de los mercados de productos y laboral. Esos mercados deberían
ser susceptibles de reforma. Sin embargo,
supongamos que no es posible abordarlos
dentro de las limitaciones impuestas por
la política italiana. En ese caso, ¿podrían
Italia y otros países con problemas similares estar mejor en un régimen en el que
pudieran periódicamente, por más que de
modo temporal, estimular el crecimiento
devaluando sus monedas? De ser así,
¿podría esa situación contrarrestar los aspectos potenciadores del crecimiento por
el hecho de pertenecer al euro? Se trata de
pregunta de respuesta difícil y que supera
el alcance de este artículo.
Dejando ese aspecto de lado, la pregunta de si un país desearía salir del euro
conduce de nuevo a las preguntas debatidas más arriba, a saber, si cabe confiar en
que los traumas de la última crisis hayan
quedado atrás. La respuesta es: no. Por
parte de los países de la anterior crisis,
existe el trauma continuado de la pérdida
de la autonomía política, de haber sido
forzados a una prolongada austeridad o
de una combinación de ambos, ya sea a
causa de los mercados financieros o de
Bruselas en tanto que guardián y ejecutor
de las normas fiscales. Existe también un
trauma análogo en el norte: el miedo, en
relación sobre todo con Grecia, de que
cientos de miles de millones en dinero de
VANGUARDIA | DOSSIER
23
L A ZONA EURO CUMPLE VEINTE AÑOS: ¿QUÉ REFORMAS SON AÚN NECESARIAS?
los contribuyentes se hayan gastado apuntalando el euro; el miedo a que eso pueda
convertirse en un pozo sin fondo a través
de crisis y operaciones de rescate futuros.
La principal amenaza futura para el
euro es que esos traumas puedan, en una
nueva crisis, conducir a un cambio en la
opinión pública en contra de la pertenencia a él, ya sea en el país de la crisis o en los
países que respaldan las operaciones de
rescate. Lograr que esa posibilidad se vuelva muy improbable exige importantes
reformas adicionales. Para tranquilizar
a futuros países en crisis, será necesario
ofrecerles mejor protección y, en particular, protección frente a los pánicos del
mercado. Por otro lado, tranquilizar a los
potenciales prestamistas exige un sistema
que mejore los incentivos en favor de las
buenas políticas y haga cumplir la cláusula de no rescate de los tratados europeos.
Esto último exige mantener la opción
de la reestructuración de la deuda como
último recurso.
La pregunta crucial es si resulta
posible tranquilizar a las dos partes al
mismo tiempo. Los países con grandes
fondos tienden a preocuparse de que las
redes de seguridad adicionales conduzcan a una autoprotección demasiado
escasa y en última instancia a disponer
demasiado de los recursos comunes. Los
países que se preocupan por la inestabilidad del mercado tienden a pensar que la
perspectiva de una reestructuración de la
deuda hará que los inversores se pongan
nerviosos cuando un país se encuentre
con problemas, situándolo así en mayor
medida que en la actualidad a la merced
de los mercados. Por ello, da la impresión
de que abordar el primer trauma contribuye a empeorar el segundo, y viceversa.
En un artículo publicado hace un
año, sostuve con un grupo de colegas
franceses y alemanes que en realidad los
dos traumas podían abordarse al mismo
tiempo,1 porque las redes de seguridad
puede diseñarse en principio para que
sean compatibles con los buenos incentivos. Además, las redes de seguridad
fiables deberían hacer que los miembros
de la zona del euro tuvieran menos miedo
de llevar a cabo una reestructuración de
la deuda soberana como último recurso.
24 VANGUARDIA | DOSSIER
Ahora bien, cabe añadir que la creación
de redes de seguridad favorables a los
incentivos resulta difícil en la práctica. Y,
en realidad, el hecho de que la reestructuración de la deuda se convierta en una
opción más creíble en las grandes crisis de
deuda podría desencadenar el pánico en
los países que actualmente poseen deudas
elevadas. Asegurarse de que eso no ocurre
exige un gran cuidado en el diseño y la
secuenciación de las reformas.
A continuación, este artículo esboza
dicha agenda de reformas. Se pueden
agrupar bajo tres epígrafes: la creación
de redes de seguridad bien diseñadas, la
reducción de la exposición de los bancos
a sus propias deudas soberanas sin crear
inestabilidad en los mercados y la reforma de las normas fiscales.
Redes de seguridad
que crean buenos incentivos
Un componente esencial de unas
redes de protección mejoradas es un sistema europeo de garantía de depósitos.
Con los problemas del sistema bancario
imperfectamente correlacionados a través de los países, una garantía para toda
la zona del euro es menos costosa que
los mecanismos nacionales. También
incrementa la credibilidad de la protección de los depositantes, lo cual a su vez
hace menos probable que sea necesaria.
Y, de modo importante, protege la deuda
soberana individual frente a los costes
financieros de las crisis bancarias. Reduce
el bucle diabólico entre riesgos soberanos y
sector bancario nacional: la posibilidad de
que las dudas acerca del sistema bancario
eleven los costes financieros de la deuda
soberana, y que ello precipite la austeridad, que a su vez debilita la economía real
y disminuye la calidad del crédito, con
el resultado de una confirmación de las
dudas iniciales. Ese tipo de bucles pueden
desencadenar pánicos. Por lo tanto, la garantía europea de depósitos podría hacer
que la zona del euro fuera más estable y
equilibrar las reglas de juego protectoras
para los bancos de la zona del euro, respaldando con ello la integración financiera y
el mercado único.
Un elemento adicional de unas mejores redes de protección es el acceso
fiable y rápido a la financiación oficial
cuando sea necesaria. Esa financiación
estaría en principio disponible a través
del MEE, pero podría estarlo para países precalificados como aptos sin tener
que negociar un programa completo. El
acuerdo de diciembre del 2018 entre los
ministros de Economía de la zona euro
para apuntalar la existente línea de crédito precautoria del MEE constituye un paso
en esa dirección.
Por último, la zona euro debería desarrollar un mecanismo de distribución
de riesgos fiscales; por ejemplo, a través
de un seguro de desempleo europeo común. La idea es polémica porque incluso los economistas y los encargados de
formular políticas que están de acuerdo
en la necesidad de una garantía europea de depósitos no coinciden en que la
distribución de riesgos fiscales sea una
buena idea. Los críticos sostienen que
los miembros de la zona euro deberían
centrarse en la reducción de su deuda,
con objeto de crear un espacio fiscal para
los estabilizadores fiscales nacionales,
y en completar la unión bancaria.2 Y, en
realidad, ambas cosas son primordiales.
Sin embargo, un mecanismo de distribución de riesgos fiscales supondría un
importante complemento. Las fluctuaciones del ciclo comercial específicas de
cada país pueden abordarse por medio
de estabilizadores nacionales, pero los
aumentos excepcionalmente elevados del
desempleo justificarían acudir a recursos
comunes, disminuyendo así la necesidad
de una reestructuración de la deuda o de
una austeridad destructiva.
¿Cómo pueden diseñarse las redes
de protección para crear buenos incentivos? Ya se han mencionado dos dispositivos: la precalificación (p.ej., exigiendo
el cumplimiento de las normas fiscales
de la UE como condición para acceder
a las transferencias fiscales o al crédito
subvencionado) y el requisito de que los
países asuman, hasta cierto punto, las
primeras pérdidas de cualquier eventualidad contra la que estén protegidos (como
el deducible exigido por un proveedor de
seguros comerciales). De modo más importante, las redes de protección deben
diseñarse para excluir las transferencias
L A ZONA EURO CUMPLE VEINTE AÑOS: ¿QUÉ REFORMAS SON AÚN NECESARIAS?
permanentes de un grupo de países a otros, pidiendo a los países con más probabilidades de recurrir
al seguro que paguen primas más elevadas. Por
ejemplo, un seguro de desempleo europeo podría
exigir a los países con períodos de desempleo más
inestables y persistentes que paguen contribuciones más altas al fondo común de seguros.
Reducción de las exposiciones
soberanas y creación
de un activo seguro
Además de contar con mejores redes de protección, un componente esencial del paquete de
reformas del euro debería ser la restauración de
la credibilidad de la cláusula de no rescate, interpretada en el sentido que los países sólo deberían
recibir asistencia financiera oficial cuando sea
probable que puedan devolver el dinero (tras las
reformas económicas adecuadas y una dosis realista de ajuste fiscal). Sin esa medida, el euro no es
sostenible: las crisis de solvencia profundas darán
lugar a transferencias permanentes de los países
fiscalmente solventes al país insolvente (algo que
los votantes de los países solventes no aceptarán) o
a la salida del país insolvente, como casi le sucedió
a Grecia en el verano del 2015.
La credibilidad de la cláusula de no rescate,
a su vez, exige utilizar la reestructuración de la
deuda para resolver los problemas de deuda de los
países cuyas deudas se vuelven insostenibles. Ha
habido, de hecho, una reestructuración semejante
(en el 2012, en Grecia), pero resultó ser demasiado
pequeña y demasiado tardía. Para evitar un problema similar, deben reducirse los costes económicos
y los riesgos para la estabilidad asociados con la reestructuración de la deuda. Las redes de protección
propugnadas más arriba serían de ayuda en ese
sentido. Además, las exposiciones directas de los
bancos a sus deudas soberanas deben reducirse de
modo significativo, puesto que suponen que una
reestructuración conllevaría la quiebra del sistema
bancario nacional o requeriría un gran rescate
bancario, contradiciendo con ello su propósito. En
vez de poseer bonos soberanos nacionales, los bancos deberían poseer un activo seguro común a toda
la zona del euro con fines de garantía y liquidez
(por ejemplo, un bono emitido por una institución
europea importante, como el MEE).
Las propuestas de ese tipo han sido recibidas
con escepticismo en los países que temen el mercado y no quieren desprenderse de los sistemas
bancarios como prestamistas de última instancia
y también en los países que piensan que el activo
seguro común se introducirá al final a su costa.
Pero ambos temores pueden abordarse por medio
de un diseño correcto y coordinando la reducción
gradual de la cartera de bonos soberanos de los
bancos (vía una regulación apropiada) con la introducción gradual de un activo seguro europeo.3
Reforma de las normas fiscales
El elemento final de una reforma general
de la arquitectura de la zona del euro debería ser
una completa reforma del Pacto de Estabilidad y
Crecimiento, que es demasiado complejo, sigue
siendo proclive al error e induce un comportamiento fiscal procíclico. Hay aquí un consenso
generalizado entre académicos economistas políticos. Varios autores han defendido recientemente
un nuevo enfoque centrado en techos de gastos
establecidos para reducir poco a poco las tasas de
endeudamiento de los países sobreendeudados.4
Los cambios en los ingresos fiscales no afectarían
el techo de gasto a menos que fueran resultado
de una política tributaria (por ejemplo, vía una
reducción de la presión fiscal). Una caída de los
ingresos en una contracción sería completamente
absorbida por un incremento del déficit fiscal.
A la inversa, durante una expansión, los gastos
permanecerían limitados por el techo, lo cual conduciría a elevados superávits fiscales. Por ello, los
estabilizadores automáticos serían más eficaces
que en la actualidad.
Una norma así tendría más sentido que el
presente sistema. Además, habría que reformar el
propio mecanismo de cumplimiento. La imposición de multas a los países apenas resulta creíble.
Un mejor enfoque es exigir a los países que superan
el techo que financien el gasto adicional emitiendo
bonos subordinados, lo cual eleva los costes de
dicha emisión y protege a los tenedores de bonos.
Conclusión
Para que el euro sea de verdad sostenible, todos los miembros tienen que estar satisfechos, tanto los poderosos en términos fiscales como quienes
se perciben como vulnerables al comportamiento
de los mercados. Ello exige introducir reformas
que hagan las normas fiscales menos procíclicas y
más fáciles de hacer cumplir, mejorar las redes de
protección al tiempo que se preservan los incentivos para buenas políticas nacionales y aumentar la
credibilidad de la cláusula de no rescate. En todo
ello es central la introducción gradual y coordinada de una garantía de depósitos de toda la zona del
euro, un activo seguro europeo y una regulación
que haga que los bancos posean ese activo en lugar
de los bonos soberanos nacionales.
1. A. Bénassy-Quéré, M. Brunnermeier,
H. Enderlein, E. Farhi, M. Fratzscher, C.
Fuest, P.-O. Gourinchas, P. Martin, J. Pisani-Ferry, H. Rey, I. Schnabel, N. Véron,
B. Weder di Mauro, y J. Zettelmeyer,
“Reconciling risk sharing with market
discipline: A constructive approach to
euro area reform”, CEPR Policy Insight, 91
(enero 2018). Disponible en https://cepr.
org/sites/default/files/policy_insights/
PolicyInsight91.pdf.
2. Véanse, por ejemplo, M. Heijdra, T.
Aarden, J. Hanson, y T. van Dijk, “A more stable EMU does not require a central fiscal capacity”, VoxEU, 30/XI/2018,
disponible en https://voxeu.org/article/
more-stable-emu-does-not-requirecentral-fiscal-capacity; y el capítulo 4
del último informe anual (2018-2019)
del Consejo Alemán de Expertos Económicos.
3. Véanse J. Pisani-Ferry y J. Zettelmeyer,
“Could the 7+7 report’s proposals destabilise the euro? A response to Guido
Tabellini”, VoxEU, 20/VIII/2018, disponible en https://voxeu.org/article/could77-report-s-proposals-destabilise-euroresponse-guido-tabellini; y J. Zettelmeyer y A. Leandro, “Europe’s Search for a
Safe Asset”, PIIE Policy Brief, 18-20 (octubre 2018), disponible en https://piie.
com/system/files/documents/
pb18-20.pdf.
4. R. Beetsma, N. Thygesen, A .Cugnasca, E. Orseau, P. Eliofotou, S. Santacroce, “Reforming the EU fiscal framework: A proposal by the European
Fiscal Board” VoxEU, 26/X/2018, disponible en https://voxeu.org/article/
reforming-eu-fiscal-frameworkproposal-european-fiscal-board; L. Feld,
C. Schmidt, I. Schnabel y V. Wieland,
“Refocusing the European fiscal framework”, VoxEU, 12/IX/2018, disponible
en https://voxeu.org/article/refocusingeuropean-fiscal-framework; Z. Darvas,
P. Martin y X. Ragot, “The economic case for an expenditure rule in Europe”,
VoxEU, 12 septiembre 2018, disponible
en https://voxeu.org/article/economiccase-expenditure-rule-europe.
VANGUARDIA | DOSSIER
25
LAS TRES
EUROPAS
A
NDI
ISLA
Y LA PLATAFORMA CHINA
La Unión Europea, ha buscado una mayor integración en dos
grandes ejes: el euro y el espacio Schengen que elimina las
fronteras interiores. Pero no todos los países han aceptado
ambas pérdidas de soberania o no cumplen aún con los
requisitos exigidos. A la inversa, cuatro países externos
(Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza) se sumaron a
Schengen. Dibujamos aquí las fronteras de estas distintas
Europas. También incluimos los límites de la Plataforma 16+1 impulsada por China.
SUECIA
FINLANDIA
NORUEGA
ESTONIA
UNIÓN
EUROPEA
28
LETONIA
DINAMARCA
PAÍSES*
LITUANIA
ESPACIO
SCHENGEN
26
PLATAFORMA 16+1
PAÍSESEUROZONA
IRLANDA
19
ID O
O UN
REIN
Iniciativa de China para
financiar infraestructuras a
cambio de mayor presencia en
la región. Engloba los países
de la UE al este del antiguo
telón de acero, excepto la RDA,
y los de la Ex-Yugoslavia.
PAISES
BAJOS
POLONIA
PAÍSES
IA
MAN
ALE
BÉLG
ICA
UE + E.SCHENGEN
ANTIGUO TELÓN
DE ACERO
LÍMITE DE LA
EX-YUGOSLAVIA
REP. CHECA
UE + EUROZONA
UE + E.SCHENGEN
+ EUROZONA
LUXEMBURGO
AQUIA
LOV
ES
AUS
· ESTATUS DE LOS PAÍSES FUERA
DE LA EUROZONA RESPECTO
A LA ADOPCIÓN DEL EURO
FRANCIA
I
A
LIECHTENSTEIN
TR
SUIZA
HUNGRÍA
ESLOVENIA
PREPARADOS
RUMANÍA
CROACIA
COMPROMETIDOS
A CUMPLIR LAS CONDICIONES
SIN FECHA
EN PROCESO
DE ADHESIÓN
PORTUG
AL
· ESTATUS DE LOS PAÍSES
FUERA DE SCHENGEN
BULGARIA
ITALIA
AUTOEXCLUIDOS
ESPAÑA
GRECIA
AUTOEXCLUIDOS
* Si no se producen cambios tras al
cierre de esta edición, el Reino Unido
dejará de formar parte de la Unión
Europea el 29 de marzo de 2019.
FUENTES: Unión Europea y
Secretariado para la Cooperación
entre China y países de Europa
Central y Oriental (Beijing)
MALTA
CHIPRE
Migración y asilo
Cómo alcanzar una posición común
Elspeth Guild
PROFESORA JEAN MONNET
‘AD PERSONAM’ EN LA UNIVERSIDAD
QUEEN MARY DE LONDRES.
E
1. Véase la Propuesta de Decisión del Consejo por la
que se autoriza a la Comisión a aprobar, en nombre
de la Unión, el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular
en el ámbito de la política
de inmigración.
COM/2018/168 final
2018/0078(NLE). Disponible
en: https://eur-lex.europa.
eu/legal-content/ES/TXT/HT
ML/?uri=CELEX:52018PC016
8&from=ES. Consulta: 21/
XII/2018.
para nuevas medidas; sin embargo, ha logrado un
desacuerdo entre los estados éxito escaso. Los cinco ámbitos relevantes (visados
miembros de la Unión Europea y controles extraterritoriales, procedimientos
(UE) en relación con la política fronterizos, migración, asilo y protección de refude migración y asilo. No pareció giados, expulsión) están sometidos a propuestas
que pudieran ponerse de acuer- que no prosperan. La pregunta es ¿por qué?
do en nada y, sin embargo, todo
La disputa entre los estados miembros arreció
parece estar interrelacionado. en torno al proceso de aprobación del Pacto MunEl movimiento de personas que dial sobre Migración (PMM) de las Naciones Unidas,
buscaban asilo en mayores cantidades de las es- cuyo destino constituye una clara señal de la difiperadas en los años 2015 y 2016 dio lugar a una cultad de alcanzar una política europea común en
especie de crisis política en la UE, con unos efectos ese terreno. El 21 de marzo del 2018, la Comisión
que aún se dejan sentir. El intento, promovido por Europea (encargada de negociar el PMM por la UE)
algunos estados miembros y atacado por otros, presentó al Consejo una propuesta de autorización
de organizar un plan de reubicación para los dos excepcional para poder aprobar, en nombre de
países mediterráneos
la UE, el PMM al final
que en ese momento re- Algunos estados miembros de la
del proceso.1 Se trató de
un paso atrevido puesto
cibían el mayor número UE participaron con entusiasmo
que habría significado
de solicitantes de asilo,
en la tarea desbaratar los
que la Comisión concluGrecia e Italia, acabó
ante el Tribunal de Jus- esfuerzos de la comunidad interyera las negociaciones,
ticia, con una demanda nacional para lograr un consenso
manteniendo al Concontra el Consejo Eurosejo informado de los
sobre migración y fronteras
peo planteada por Esavances pero sin necelovaquía y Hungría. El
sidad de volver a él para
fallo (en contra de esos dos países) se hizo público una aprobación final antes de la firma en la ONU.
en septiembre del 2017. Sin embargo, no por eso En la práctica, eso habría supuesto la exclusión de
desapareció la sensación de división entre los los estados miembros. El esfuerzo de la Comisión
estados en relación con la migración y el asilo. La no tuvo éxito, pero inquietó mucho a los estados
Comisión, con un monopolio sobre la propuesta miembros celosos de su soberanía estatal en relade legislación en ese ámbito, ha realizado grandes ción con las fronteras y la migración. A principios
esfuerzos en el intento de hallar un terreno común de las negociaciones intergubernamentales en
L 2018 FUE UN AÑO DE PROFUNDO
VANGUARDIA | DOSSIER
27
28 VANGUARDIA | DOSSIER
MIGR ACIÓN Y ASILO: CÓMO ALC ANZAR UNA POSICIÓN COMÚN
diciembre del 2017, EE.UU. se retiró formalmente
del PMM afirmando que era contradictorio con
la soberanía estatal estadounidense; además, la
comunidad internacional se vio sorprendida por
una avalancha de defecciones del PMM a partir de
noviembre del 2018. La súbita inquietud de una
serie de estados, principalmente europeos, por las
consecuencias del PMM sobre su soberanía afloró
tras unas negociaciones muy poco conflictivas
sobre los contenidos del PMM llevadas a cabo entre
enero y julio del 2018 (sobre todo, por la Comisión
en nombre de la UE). En la votación final del 19
de diciembre del 2018 en la Asamblea General de
la ONU, de los 194 estados, sólo cinco votaron en
contra del PMM: República Checa, Hungría, Israel,
Polonia y Estados Unidos (con clara mayoría de
países de la UE). Otros siete se abstuvieron (Austria,
Bulgaria, Chile, República Dominicana, Italia, Letonia y Rumanía; de nuevo, estados comunitarios
en su mayoría). En Bélgica, una coalición gubernamental cayó como consecuencia de la insistencia
del primer ministro en firmar el PMM, aunque el
mayor partido del Parlamento sigue gobernando
en minoría. Algunos estados miembros de la UE
participaron con entusiasmo en la tarea de desbaratar los esfuerzos de la comunidad internacional
para alcanzar un consenso sobre migración y
fronteras en el PMM alegando la protección de
la soberanía nacional. Sus temores habían sido
avivados por su lucha de poder con la Comisión
a propósito del PMM, que consideraron como un
intento de cambiar las competencias de la UE en
detrimento de los estados miembros. El resto del
mundo contempló atónito ese indisciplinado comportamiento por parte de Europa.
Esos impropios acontecimientos en el plano
internacional ponen de manifiesto el grado de desconfianza e inquietud por la soberanía existente
entre los estados miembros de la UE y dentro de
ellos en relación con las fronteras y la migración.
Merece la pena repasar brevemente la (in)capacidad de alcanzar un acuerdo comunitario en torno
a medidas sobre el terreno. Un resumen de la legislación propuesta en este ámbito, que parece cada
vez más bloqueada, es el siguiente:
- Visado y controles extraterritoriales. La UE se ha
movido hacia una reducción del número de países
incluidos en la lista negra comunitaria de visados.
La última salida de la lista fue la de Ucrania en mayo del 2017. Turquía iba a salir de la lista en junio
del 2016, pero eso no ocurrió. La aprobación de la
propuesta del Sistema Europeo de Información
y Autorización de Viajes (SEIAV),2 que deberán
obtener todos los viajeros que lleguen a la UE en
el 2020, exigirá que todos los viajeros no comunitarios obtengan un permiso antes de viajar a la UE
y previo pago de una pequeña suma. El sistema
de visados existente (prolongado y costoso para
individuos y estados) necesita ser reconsiderado
y revisado a la luz de la nueva herramienta. Sobre
controles extraterritoriales: el Consejo extendió
el mandato de la operación Sophia (una operación
militar marina) hasta el 31 de marzo del 2019.3 El
mandato básico de la operación es contribuir a
los esfuerzos de la UE por desarticular el modelo
de negocio de quienes se dedican al tráfico de migrantes y la trata de personas en el Mediterráneo
meridional central. Con esa finalidad, entrena a la
Marina y la Guardia Costera libias y monitoriza la
eficacia a largo plazo de esa formación. Sin embargo, un aspecto que ha suscitado preocupación es el
grado de respeto por parte de la Guardia Costera
libia del derecho humano de abandonar ese país
en la devolución de las personas que viajan en las
embarcaciones. En la actualidad, está pendiente
de resolución en el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos una denuncia por la participación de Italia en esas devoluciones a través de la cooperación
con los guardacostas libios.4
- Procedimientos fronterizos. En el 2016, Frontex
se convirtió en la Agencia Europea de la Guardia
de Fronteras y Costas. A lo largo de esos dos años, la
agencia ha reforzado su posición como una de las
piedras angulares del área de libertad, seguridad
y justicia de la UE, con una creciente capacidad
operativa en el terreno en las fronteras exteriores
de Europa. Sin embargo, el mandato de Frontex,
aunque ahora contiene el deber de respetar los derechos fundamentales de la UE, no está atado a las
normas comunitarias sobre control de fronteras,
lo cual significa que hay una laguna real entre los
deberes de los guardias nacionales de fronteras
(sujetos a normas) y Frontex.5 En su discurso sobre
el Estado de la Unión pronunciado el 3 de julio del
2018, el presidente de la Comisión afirmó la necesidad de “un nuevo cuerpo permanente de 10.000
miembros operativos, dotado de competencias
ejecutivas y con equipos propios, [que] garantizará
que la UE tenga las capacidades necesarias para
intervenir cuando quiera y donde quiera que sea
necesario, tanto a lo largo de las fronteras exteriores de la UE como en terceros países”.6 Lo que está
por ver es su encaje con las reivindicaciones nacionales respecto a la soberanía sobre controles fronterizos e inmigración; mientras tanto, de resultas
de la conmoción que supuso para los dirigentes
políticos de algunos estados miembros la llegada
de refugiados en los años 2015-2016, las fronteras
2. Véase el sitio Etias Visa
para Europa. Disponible en:
https://etias.com/. Consulta:
21/XII/2018.
3. Véase el comunicado de
prensa del Consejo, “Operación EUNAVFOR MED SOPHIA: prórroga del mandato hasta el 31 de marzo de
2019”. Disponible en:
www.consilium.europa.eu/
es/press/pressreleases/2018/12/21/
eunavfor-med-operationsophia-mandate-extendeduntil-31-march-2019. Consulta: 21/XII/2018.
4. Sea Watch, “Legal action
against Italy over its coordination of Libyan Coast
Guard pull-backs resulting
in migrant deaths and abuse”, Berlín, 2018. Disponible en: https://sea-watch.
org/en/legal-action-againstitaly-over-its-coordinationof-libyan-coast-guard/. Consulta: 21/XII/2018.
5. Reglamento (UE)
2016/399 del Parlamento
Europeo y del Consejo de 9
de marzo del 2016 por el
que se establece un Código
de normas de la Unión para
el cruce de personas por las
fronteras (Código de Fronteras Schengen).
6. Jean-Claude Juncker,
Discurso sobre el estado de la
Unión, 2018. Disponible en:
https://ec.europa.eu/
commission/sites/betapolitical/files/soteu2018factsheet-coast-guard_
es.pdf. Consulta: 7/I/2019.
VANGUARDIA | DOSSIER
29
MIGR ACIÓN Y ASILO: CÓMO ALC ANZAR UNA POSICIÓN COMÚN
intraeuropeas que por ley no deben tener
guardias que controlen la circulación de
personas siguen estando sujetas a excepciones en Alemania, Austria y los estados
nórdicos, donde siguen produciéndose
controles fronterizos intra-Schengen.7
- Migración: la UE posee un incompleto conjunto de medidas sobre migración
que incluye la reunificación familiar
(para nacionales de terceros países), los
estudiantes e investigadores y los trabajadores. En el 2016, la Comisión propuso
enmiendas a la medida fundamental
sobre migración laboral, la Directiva de
la Tarjeta Azul, pero los progresos realizados son escasos, principalmente por la falta de voluntad de los estados miembros.
- Asilo y protección de refugiados. La UE
ha desarrollado el Sistema Europeo Común de Asilo (SECA) desde el 2000, tras la
asignación de competencias para hacerlo.
El sistema debe respetar la Convención sobre los Refugiados, la Convención contra
la Tortura y la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE (que incluye el derecho de asilo). Para proporcionar acogida
a las personas que llegan a Grecia e Italia,
la UE ha aprobado medidas temporales
de reubicación de los solicitantes de asilo
desde esos estados hasta otros estados
miembros de acuerdo con una fórmula
de redistribución. Se trató de una medida muy polémica y que fue llevada (sin
éxito) ante el Tribunal de Justicia por dos
estados miembros.8 Un tercer conjunto de
propuestas para revisar el SECA fue presentado por la Comisión en julio del 2016,
pero los progresos han sido lentos.9 Uno
de los obstáculos es el sistema de Dublín,
que busca asignar la responsabilidad de la
acogida y la decisión sobre las peticiones
de asilo a los estados miembros de acuerdo con una jerarquía de criterios que no
incluyen la preferencia del demandante
de asilo. En consecuencia, el sistema no
funciona en la práctica.
- Retorno y expulsión. En marzo del
2017, la Comisión propuso renovar las
medidas comunes de la UE relativas al
retorno (incluida la directiva sobre retorno)10 para introducir una mayor eficacia y
coerción en el retorno forzoso.11 Tampoco
está avanzando rápidamente en el Consejo, aunque al mismo tiempo disminuye
el número de personas sujetas a retorno
forzoso en la UE, lo cual lleva a cuestiones
sobre la necesidad misma de las medidas.
En septiembre del 2018 la Comisión propuso una nueva directiva refundida.12
¿Y qué falta en el debate sobre política comunitaria que podría darle más
coherencia y quitarle intensidad política?
Lo primero que deberían hacer todos los
dirigentes y sus equipos es analizar con
seriedad las cifras reales de llegadas a la
UE de nacionales de terceros países y sus
razones. Ello ayudaría a aportar de nuevo
realidad al debate. Por ejemplo, sobre los
visados, ¿intentan los nacionales de terceros países entrar en grandes cantidades?
Los estados (Schengen) de la UE emitieron
en el 2017 un total de 14.652.724 visados
uniformes de corta duración.13 Se presentaron un total de 16,1 millones de
solicitudes, lo cual da un porcentaje de
rechazo de un 8,2% para todos los países
cuyos nacionales están sometidos a ese
requisito. Así, da la impresión de que la
UE aprueba la inmensa mayoría de solicitudes de visados que recibe.
En cuanto a la entrada de nacionales de terceros países en las fronteras
exteriores de la UE, las fronteras Schengen se rigen por el Código de Fronteras
Schengen.14 Según Frontex, 306.904.064
pasajeros entraron en la UE en el 2017 (un
incremento anual de un 4,6%). La entrada
fue negada a un total de 183.548, un índice de rechazo de un 0,06%. De modo que,
según parece, las fronteras exteriores de
la UE no son objeto de un ataque masivo.
Más de 306 millones de personas entraron
en la UE en el 2017 y sólo se rechazó la
entrada a un 0,06%. Además, la mayoría
de los rechazos se produjo en las fronteras
terrestres (84,4%), y las fronteras aéreas
ocuparon el segundo lugar (12,9%). Los
rechazos en las fronteras marítimas son
una insignificante minoría de un 2,7%.15
Merece la pena mencionar que la mayoría
de rechazos se debió a que el individuo
carecía de documento válido (268.475);
en segundo lugar se situó la falta de justificación para el propósito de la estancia.16
En el 2017, los 28 estados miembros de la UE emitieron 3,1 millones de
permisos de primera residencia a nacionales de terceros países.17 Los permisos
7. Véase Comisión Europea, Temporary Reintroduction
Disponible en: www.europarl.europa.eu/
peo y del Consejo relativa a normas y procedimientos co-
of Border Control. Disponible en: https://ec.europa.
thinktank/en/document.html?reference=EPRS_
munes en los Estados miembros para el retorno de los na-
eu/home-affairs/what-we-do/policies/borders-and-
IDA(2018)621878. Consulta: 21/XII/2018.
cionales de terceros países en situación irregular (refundi-
visas/schengen/reintroduction-border-control.
10. Directiva 2008/115/CE del Parlamento Europeo
ción). COM(2018) 634 final. 2018/0329(COD).
Consulta: 9/I/2019.
del Consejo de 16 de diciembre del 2008 relativa a
Disponible en: https://eur-lex.europa.eu/legal-con-
8. E. Guild, C. Costello, M. Garlick y V.M. Lax, The
normas y procedimientos comunes en los estados
tent/ES/TXT/HTML/?uri=CELEX:52018PC0634&fro
2015 refugee crisis in the European Union, Centre for
miembros para el retorno de los nacionales de
m=ES. Consulta: 21/XII/2018.
European Policy Studies, 2015.
terceros países en situación irregular.
13. Todas las cifras estadísticas son de la Comisión
9. Véase el comunicado de prensa de la Comisión
11. Véase el comunicado de prensa de la Comisión
Europea.
Fronteras, migración
y asilo en cifras
Europea, Completar la reforma del Sistema Europeo Co-
Europea “Agenda Europea de Migración: la Comi-
14. Reglamento (UE) 2016/399 del Parlamento Eu-
mún de Asilo: avanzar hacia una política de asilo eficiente,
sión presenta nuevas medidas para una política de
ropeo y del Consejo de 9 de marzo del 2016 por el
justa y humana, Bruselas, 2016. Disponible en: http://
la UE eficaz y creíble en materia de retorno”, Bru-
que se establece un Código de normas de la Unión
europa.eu/rapid/press-release_IP-16-2433_es.htm.
selas, 2017. Disponible en: http://europa.eu/rapid/
para el cruce de personas por las fronteras (Código
Consulta: 21/XII/2018. Véase también el documen-
press-release_IP-17-350_es.htm. Consulta: 21/
de Fronteras Schengen). Disponible en: https://
to del Parlamento Europeo, EU asylum, borders and
XII/2018.
eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/HTML/?uri
external cooperation on migration: Recent developments.
12. Véase la Propuesta de Directiva del Parlamento Euro-
=CELEX:32016R0399&from=ES. Consulta: 9/I/2019.
30 VANGUARDIA | DOSSIER
MIGR ACIÓN Y ASILO: CÓMO ALC ANZAR UNA POSICIÓN COMÚN
de residencia se refieren sólo a los que facultan
al individuo a residir por tres o más meses e incluyen trabajo, familia, estudio y otros permisos
(esa última categoría incluye no sólo la protección
internacional, sino también otros permisos). 2017
fue el año en que la UE-28 dió más permisos de
primera residencia desde el 2008. La mayoría de los
permisos de residencia (un tercio) se concedieron
por motivos de trabajo. Siguen la reunión familiar
(unos 830.000), otras razones (unos 767.000, de los
que unos 538.000 fueron de protección internacional) y la educación (unos 530.000). Ocho estados
miembros concedieron ellos solos cerca de un 88%
de todos los permisos de residencia: Polonia, Alemania, Reino Unido, Francia, España, Italia, Suecia
y Países Bajos, en ese orden. Por nacionalidad,
los principales receptores de permisos en el 2017
fueron los ucranianos18 (seguidos de sirios, chinos,
indios y estadounidenses).19
En el 2017, el número de demandantes de
asilo que solicitó protección internacional en la
UE fue de unos 705.000, más o menos la mitad que
en el 2016 (1,3 millones) . A su vez, en el 2017 se dió
protección en la UE-28 a unos 538.000 solicitantes.
En relación con la migración ilegal, en el 2017
el número de cruces ilegales de frontera fue el
menor desde el 2013, puesto que en comparación
con el 2016 descendió de 511.000 a 204.000.20 Por
lo que hace a la detección de estancias irregulares,
en el 2017 se informó de 618.780 por parte de los
estados miembros, pero sólo se emitieron 516.115
órdenes de abandonar territorio comunitario.21
Sin embargo, al final, tras los procedimientos necesarios, sólo 75.115 nacionales de terceros países
fueron expulsados de modo forzoso de la UE ese
año.22 Las cinco principales nacionalidades de los
individuos detectados como residentes irregulares
fueron albaneses, sirios, marroquíes, iraquíes y
afganos; tres de esas nacionalidades se encontraron también entre los principales beneficiarios de
protección internacional.
Por último, los nacionales de terceros países
constituyen un 4,2% de la población total de la
UE.23 ¿Necesita la UE tener miedo de los nacionales de terceros países que llegan a su territorio? La
respuestas es, a todas luces, negativa. La práctica
comunitaria es recibir a esos nacionales como
turistas, trabajadores, estudiantes y personas
necesitadas de protección internacional (aunque
esta última categoría está sometida a algunas
lamentables excepciones, como la postura del
ministro de Interior italiano). Estas estadísticas
deberían proporcionar un profundo alivio y no ser
una fuente de inquietud y preocupación política
para aquellos estados miembros que temen que la
llegada de extranjeros modifique sus tradiciones.24
¿Hacia dónde?
La experiencia de la UE con la libre circulación de personas ha sido muy positiva. Los ciudadanos europeos aprecian su derecho a desplazarse
y a trabajar en otro Estado miembro. Las siete ampliaciones de la UE se han visto acompañadas todas
las veces (la de 1994 fue la excepción) de temores
acerca de la avalancha de personas que se desplazarían desde las partes pobres hasta las partes ricas
de la UE.25 Sin embargo, la realidad ha sido muy
diferente. Los ciudadanos de la UE se desplazan de
un Estado miembro a otro sobre todo para buscar
trabajo cuando el desempleo crece en su Estado de
origen o para continuar estudios que no pueden
seguirse en su país. Muchos regresan tarde o temprano (sabiendo de podrán partir de nuevo de ser
necesario). El número de ciudadanos europeos que
viven y trabajan en otro Estado miembro diferente
del de su ciudadanía nunca ha superado un 4% de
la población total, por lo general es inferior a un
3%, y ello sin restricciones al cruce de fronteras.
No obstante, existen importantes diferencias
salariales, tasas de desempleo y niveles de vida a
lo largo de la UE. La libre circulación de personas
se alcanzó en la UE mediante un acuerdo basado
en la confianza mutua de todos los estados y en
la decisión de trabajar para alcanzar ese pilar de
la UE. Los estados miembros tienen que aceptar
que los nacionales de terceros países se parecen en
todo a los ciudadanos comunitarios salvo en que
carecen de un pasaporte de la UE. Al igual que los
ciudadanos de la UE van a terceros países buscando
oportunidades laborales y la realización de sus
sueños, lo mismo hacen los nacionales de terceros
países que llegan a la UE. El punto de partida es
comprender que la inmigración de nacionales de
terceros países en la UE es tan normal como la de
los ciudadanos comunitarios en la propia UE y en
terceros países. La UE no sufre ninguna avalancha
ni se ve invadida por nacionales de terceros países.
Los nacionales de terceros países que llegan en
mayor número a la UE y que trabajan aquí son de
lo más invisibles, los ucranianos; el segundo mayor
contingente, los sirios, son refugiados de guerra
que merecen nuestra compasión. A partir de aquí
la UE debería avanzar hacia una posición común
sobre migración, reconociendo el derecho de todas
las personas a la dignidad y negociando juntos con
terceros países acuerdos que faciliten la migración
y la circulación de sus ciudadanos deseosos de
alcanzar aspiraciones legítimas.
15. Ibíd.
16. Ibíd.
17. Eurostat, Residence Permits Statistics,
octubre 2018. Disponible en: https://
ec.europa.eu/eurostat/statistics-explai
ned/index.php?title=Residence_permits_statistics#First_residence_permits:_an_overview. Consulta: 9/I/2019.
18. Ucrania fue sacada de la lista negra
de visados Schengen en junio del 2017.
19. Eurostat, Residence permits statistics,
2018. Disponible en: https://ec.europa.
eu/eurostat/statistics-explained/index.
php/Residence_permits_statistics.
Consulta: 9/I/2019.
20. Ibíd., p. 18.
21. Los datos de Frontex son también
diferentes porque informa de 435.786
detecciones de estancia irregular y
279.215 decisiones de retorno. FRONTEX, Agencia Europea de la Guardia
de Fronteras y Costas, Risk Analysis for
2018, Varsovia, 2018, pág. 16.
22. Frontex, Risks Analysis for 2018. Disponible en: https://frontex.europa.eu/
assets/Publications/Risk_Analysis/
Risk_Analysis/Risk_Analysis_for_2018.
pdf. Consulta: 9/I/2019.
23. Eurostat, Migration and Migrant Population Statistics, marzo 2018. Disponible en: https://ec.europa.eu/eurostat/
statistics-explained/index.
php?title=Migration_and_migrant_
population_statistics#Migrant_
population:_almost_22_million_nonEU_citizens_living_in_the_EU.
24. Jan Puhl, “Orbán Profits from the
Refugees”, Der Spiegel Online, 15/IX/2105.
Disponible en: http://www.spiegel.de/
international/europe/viktor-orbanwants-to-keep-muslim-immigrantsout-of-hungary-a-1052568.html. Consulta: 7/I/2019.
25. E. Guild, “Free Movement of Workers: From Third Country Nationals to
Citizen of the Union”, P. Minderhoud
y N. Trimikliniotis (eds.), Rethinking the
free movement of workers: the European challenges ahead, Nimega, Wolf Legal Publishers, 2009, págs. 25-38.
VANGUARDIA | DOSSIER
31
El populismo,
¿y después?
Michel Wieviorka
SOCIÓLOGO. PROFESOR DE LA ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES EN
SCIENCES SOCIALES (EHESS).
P
1. Véase, por ejemplo, Guy
Hermet, Les Populismes dans
le monde. Une histoire sociologique: XIXe-XXe siècle, Fayard,
París, 2001.
2. Véase, por ejemplo, Alain
Rouquié, Le Siècle de Perón,
Seuil, París, 2016.
3. “Los cuatro puntos cardinales del populismo”, La
Vanguardia, 6/II/2017; retomado en mi Carnet
d’hypothèses, 15/II/2017.
32 VANGUARDIA | DOSSIER
OPULISMO, POPULISTA:
POPULISTA: ESOS TÉR- XX. Luego vienen los populismos latinoamericanos
minos se han hecho omni- de la década de 1930 hasta las décadas de 1950 y
presentes en la vida corrien- 1960 con, sobre todo, el peronismo en Argentina
te, política, mediática, y son a partir de 1945.2 Ya ahí el fenómeno carece de
también objeto de abundantes unidad, dada la diversidad de esas experiencias.
comentarios en las ciencias humanas, sociales y políticas. Sin 1. El avance contemporáneo
Una nueva fase, relativamente diferente, se
embargo, enseguida son fuente de confusión, de estimación, inició en la década de 1980. Son escasos los países
resultan inestables, tanto en el discurso ordinario europeos que evitan ese avance.
En Francia, el Frente Nacional, nacido en
como al querer conceptualizarlos.
La mayoría de las veces su uso es crítico e 1972, era grupuscular y de extrema derecha: a
incluso peyorativo; sobre todo, en el debate pú- principios de la década de 1980 se convirtió en
blico, donde remite a la idea de demagogia. No una fuerza política populista (nacionalpopulista,
es habitual que el recurso a ese vocabulario sea según algunos especialistas), que se hizo visible
apologético, aunque es lo que se observa a veces con motivo de las elecciones municipales parciales
en relación con América Latina o en la idea de un de Dreux en 1983. Su ascenso procede en buena
populismo de izquierda vehiculado en los escritos medida de la decisión de convertir la inmigración
de Ernesto Laclau o Chantal Mouffe.
en tema central de su acción, con lo cual su antiNumerosas obras proponen un repaso histó- semitismo quedó ampliamente completado con
rico a los fenómenos llamados populistas, lo cual su- un racismo antiárabe convertido en islamofobia.
pone postular cierta continuidad, una unidad en En el 2018 cambió de nombre y pasó a llamarse
la historia. En realidad,
Reagrupación Nacional.
hay ahí una facilidad El populismo, asociado a un
Francia cuenta
intelectual que convie- nacionalismo potente, es la
también, lo cual es rane rechazar, y conviene,
ro en Europa, con un
mayoría de las veces antisemita,
más bien, distinguir
populismo de izquierdos épocas diferentes: autoritario y proteccionista,
da: la Francia Insumisa,
la que concluye en la y critica a la Unión Europea
que rechaza la Unión
década de 1960 o a prinEuropea y no esconde
sin llegar a la ruptura
sus referencias positicipios de la de 1970;1 y
la segunda, inaugurada
vas a Hugo Chávez e inen esencia en la década de 1980, del populismo cluso Nicolás Maduro. Francia Insumisa se debate
contemporáneo, que es la que nos interesa aquí, en una tensión entre un posicionamiento como
en particular en relación con Europa.
izquierda de la izquierda, lo cual autoriza la persLa primera fase comienza con el movimiento pectiva de una alianza con los comunistas o los
ruso de la segunda mitad del siglo XIX (los naród- socialistas, y una orientación claramente populista
niki), continúa en Estados Unidos (con el People’s que habla en nombre del pueblo contra las élites
Party) a finales del siglo XIX y principios del siglo en unos términos cercanos a Reagrupación Nacio-
nal. De todos modos, Francia no ostenta el
monopolio del populismo de izquierda en
Europa; algunos politólogos consideran
que Podemos, en España, pertenece a la
misma categoría.
En Italia, el Movimiento 5 Estrellas,
creado y dirigido hasta el 2017 por el
cómico Beppe Grillo, se ha convertido en
un partido que ha resaltado la crítica del
parlamentarismo y el llamamiento a la
democracia directa. Fuerza populista que
conjuga de un modo extraño temáticas de
izquierda y de derecha, sin quererse “ni
de izquierda ni de derecha”, se alió en el
2018 con la extrema derecha antieuropea
y nacionalista de la Liga para dirigir el
país. Las incoherencias son permanentes
en el comportamiento de ese movimiento, para el que la alianza con la Liga es
causa de declive. Como en otras partes, la
unión del nacionalismo y el populismo
parece obrar en provecho del primero.
En los Países Bajos, con Geert Wilders en la actualidad, el populismo se ha
vinculado también con el nacionalismo,
y no carece de modernidad cultural. En
términos generales, los populismos de
Europa Occidental son más abiertos, por
ejemplo, a los homosexuales que los de
Europa Central y Oriental.
En Austria, en los países del grupo de
Visegrado (Polonia, Hungría, la República
Checa, más quizá que Eslovaquia), en toda
la Europa Central, los nacionalpopulismos
acceden al poder (en Hungría, con Fidesz
y Viktor Orbán; en Polonia con Beata Szydlo), se encuentran próximos a él o participan en una coalición gubernamental (en
Austria, Bulgaria, Letonia, Eslovaquia),
pero también en Noruega. En el 2018, en
Europa, seis partidos de tipo nacionalpopulista representan al menos un 20%
de los electores tras las más recientes
elecciones legislativas, y ocho entre un
10% y un 20%. El populismo, asociado a
un nacionalismo potente, es la mayoría
de las veces antisemita y se inclina hacia
el autoritarismo. Proteccionista, critica
la Unión Europea sin llegar a proponer
la ruptura con ella. Y es que, aunque
dice ser hostil a la globalización, puede
adaptarse a modelos económicos favorables al neoliberalismo y, en todo caso, al
mercado; y sus dirigentes también saben
todo cuanto aporta la Unión Europea en
materia económica.
En general, los populismos de derecha coinciden en denunciar los migrantes, exigir la prioridad o la preferencia
para los nacionales en materia de empleo
pero también de vivienda, y mostrar una
clara hostilidad hacia el islam y no sólo el
islamismo radical.
El populismo siempre que está lejos
del poder es contestatario, critica y denuncia el poder político; cuando consigue
ocupar cargos y debe enfrentarse a las
realidades y las limitaciones del poder, su
actitud cambia: ya no resulta sostenible el
discurso indiferente a las contradicciones
internas ni a la demagogia sin límites. En
cuanto se acerca al poder y, sobre todo, si
las condiciones económicas son desfavorables, el populismo se transforma; por
ejemplo, el liderazgo carismático se convierte en autoritarismo violento, o bien
se asocia con un nacionalismo extremista
mucho más claro en sus orientaciones.
2. Cuatro puntos cardinales
Ahora ya podemos empezar a dar
una imagen un poco más estructurada
del populismo y, en especial, distinguir,
como hice en el contexto de la campaña
presidencial francesa del 2017,3 cuatro
principales orientaciones políticas posibles que al final acaban por esbozar
cuatro puntos cardinales.
Los dos primeros se sitúan en un eje
izquierda-derecha, y son:
- uno, a la izquierda de la izquierda,
antieuropeo, aunque evitando una marca
nacionalista demasiado intensa o explícita y rechazando el racismo, la xenofobia,
el antisemitismo, salvo una presencia en
sus márgenes;
- el otro, nacionalista y radicalizado
a la derecha o la extrema derecha, más o
menos explícitamente racista, xenófobo
y antisemita, antieuropeo, partidario de
una sociedad cerrada y una nación homogénea en términos culturales.
Los dos otros puntos cardinales se sitúan en el centro, y en un eje arriba-abajo.
En efecto, el populismo también puede
situarse fuera de la división clásica de la
democracia representativa, no hacerlo ni
en la izquierda ni en la derecha, tomando
de sus dos registros, según los temas y
los momentos, tal o cual aspecto de sus
argumentaciones o sus referencias. Y en
ese caso puede ser:
- del centro y de abajo, popular en
sus acentos, como ocurre con el Movimiento 5 Estrellas en Italia;
- y de arriba, anteponiendo la razón
gestora o económica, pero desembarazándose al máximo de las mediaciones, como
VANGUARDIA | DOSSIER
33
EL POPULISMO, ¿Y DESPUÉS?
en cierto modo Emmanuel Macron en la
campaña presidencial del 2017 y luego en
su política, en particular, con respecto a
los sindicatos.
En todos los casos, los populismos
apelan al pueblo, un pueblo engalanado
con todas las virtudes, o a un vínculo
directo con él, sin mediaciones institucionales: si una forma de democracia
parece en teoría convenirles, se trata de
la democracia directa, no representativa,
que no es la democracia de los parlamentos y los partidos. Para ellos, la soberanía
del pueblo debe ejercerse bajo la forma
principal y amplificada de referéndums,
y no son partidarios de las instituciones
encargadas de regular la vida pública, los
tribunales constitucionales, las autoridades independientes, por ejemplo.
Los populismos denuncian con facilidad la corrupción de las élites, hasta
el punto de caer a veces en la teoría de la
conspiración y de sospechar que las élites
nacionales tienen lazos con fuerzas extranjeras; también es fácil que digan ser
antisistema, lo cual es contradictorio
con sus esfuerzos por acceder al poder, o
acercarse a él. Lo cierto es que no se siente
incómodos con sus contradicciones.
3. Diferencias
Los populismos nacionalistas de
derecha, los más poderosos hoy, presentan entre ellos y en su seno importantes
diferencias.
La más decisiva remite a su relación
con la violencia. En sí mismo, el populismo no es necesariamente violento; por el
contrario, sigue aferrado a unos proyectos
de conquista democrática, electoral, del
poder. Sin embargo, su discurso, cuando
es racista o antisemita, por ejemplo, puede alentar que algunos agentes radicalizados pasen a la acción; su existencia puede
constituir una especie de paraguas.
Si bien el populismo no es en sí violento, sí que puede anunciar o preceder
una fase de violencia. Allí donde fracasa, no consigue mantener un discurso
político mítico, pierde sus apoyos en la
opinión, puede abrirse la vía a las acciones violentas, como vemos hoy en ciertos
movimientos de extrema derecha; por
ejemplo, en Grecia con Aurora Dorada o
34 VANGUARDIA | DOSSIER
en Italia con CasaPound. En ciertos casos,
como en Alemania, existe un extrema
derecha virulenta, cuando no violenta, de
tipo neonazi, entre otros, con el Partido
Nacionaldemócrata de Alemania (Nationaldemokratische Partei Deutschlands,
NPD), pero al mismo tiempo se afirma un
partido político nacionalista más cercano
al populismo y menos extremista, Alternativa para Alemania (Alternative für
Deutschland, AfD), cuyos primeros logros
electorales datan del 2014.
La segunda gran diferencia en Europa es entre el Oeste y el Este. En el Oeste,
los populismos aceptan cierta modernidad cultural. Pueden, por ejemplo, tener dirigentes homosexuales, como Pym
Fortuyn en los Países Bajos, donde tras su
muerte Geert Wilders ha tomado partido
en favor de la defensa de los homosexuales; o abrirse a cierto feminismo, aunque
sólo sea para oponerse a un islam con una
irreductible incapacidad de integrarse
culturalmente. En Europa Central, en
cambio, los populismos son muy tradicionales en términos culturales, a veces
incluso arcaicos, y recuerdan en los casos
extremos temáticas de épocas anteriores
a la guerra.
El espectro político del populismo
es inmenso, puesto que va de la extrema
izquierda a la extrema derecha pasando
por el centro, y se inscribe en el seno de
sociedades cuyas historias son diferentes:
unas, aunque no todas, han sido potencias coloniales; otras han conocido el
nazismo o el fascismo; otras más, a veces
las mismas, la inclusión en el imperio
soviético y luego su descomposición...
Por eso el ascenso de los populismos contemporáneos en Europa, al tiempo que
traduce una crisis general (política, ante
todo, pero también cultural y moral), se
presenta de forma tan diversa.
Y, a pesar de ello, siempre con puntos en común, cortocircuitando las mediaciones, dando a las emociones y las
pasiones más importancia que a la razón
y la argumentación.
4. El populismo como mito
Los populismos expresan expectativas que no hallan satisfacción, o la hallan
de modo insuficiente, en los sistemas
políticos e institucionales, sea porque
éstos han envejecido, fallan, se agotan, o
bien, al contrario, porque aún no existen,
tardan en establecerse. Los populismos
prosperan, por decirlo sucintamente, en
la crisis o las carencias de esos sistemas.
De todos modos, no son ellos mismos el
punto extremo de tal crisis o tales carencias; no son extremistas, con frecuencia
son ambivalentes, contradictorios, y cuando ya no logran expresar sus demandas,
sus miedos, sus esperanzas, entonces
dejan paso a otra cosa: la disolución pura
y simple, el paso a formas políticas democráticas, el activismo revolucionario
y, en los tiempos actuales, ante todo, a
los llamamientos al autoritarismo, al
tiempo que a la derechización extrema,
la violencia. Cuando un populismo se descompone y empieza a aliarse con el mal
(el nacionalismo, el racismo, el antisemitismo, la xenofobia, la intolerancia religiosa, el autoritarismo dictatorial), hay
grandes posibilidades de que se someta a
él, porque dichas tendencias lo obligan a
salir de la ambigüedad o la ambivalencia,
liquidan sus contradicciones en provecho
de proyectos claros y nítidos.
Añadamos a esa constatación que
los populismos suelen funcionar con un
líder carismático que ejerce un poderoso
ascendente sobre una parte del pueblo
y que se beneficia por sus cualidades
excepcionales de un vínculo directo con
él, lo que encaja perfectamente con el
rechazo a las mediaciones entre el pueblo
y su dirección. Semejante vínculo hace las
veces de representación política; no deja
lugar alguno al debate democrático interno, corre parejo con la existencia de un
discurso que soluciona por sí sólo todos
los problemas, tiene respuesta para todo.
Lo cual permite definir por fin lo
que constituye el corazón de los populismos, a saber, que atañen al ámbito del
mito conciliando de modo imaginario,
en el discurso, lo que en la realidad es
inconciliable. Prometen al pueblo que
seguirá siendo él mismo al tiempo que
se transforma; se esfuerzan por acercarse
al poder, gestionar y no sólo protestar, al
tiempo que denuncian el sistema y las élites que lo dirigen; apelan a la unidad del
cuerpo social, pero no dudan en construir
EL POPULISMO, ¿Y DESPUÉS?
esa unidad contra una pequeña parte de
ese mismo cuerpo social, las élites, los
oligarcas, los judíos, etcétera.
5. Un fenómeno ante todo
político
¿No hay que introducir la dimensión
económica para dar plenamente cuenta
del auge de las fuerzas populistas en
Europa desde la década de 1980? En realidad, una explicación económica sería
demasiado simple: el populismo existe en
países sumidos en una crisis económica,
no cabe duda; ahora bien, lo encontramos
asimismo en países que no lo están, como
Suiza o Noruega, y a la inversa un país
como Portugal que ha conocido una grave
crisis no ha visto aparecer partidos populistas. De igual modo, España ha tardado
mucho en dotarse, si cabe decirlo así, de
un partido de extrema derecha a pesar
de la crisis económica, y sólo muy recientemente ha aparecido Vox en Andalucía,
bastión hasta ahora del socialismo. Las
dificultades económicas pueden influir,
por supuesto, en los discursos y los ardores populistas, pero no cabe hacer de ellas
su determinante principal.
En realidad, todo nos conduce a
hacer del populismo contemporáneo, en
primera instancia, un fenómeno propiamente político y, de modo más preciso,
una consecuencia de las dificultades de la
democracia liberal para asumir sus misiones. El populismo traduce los límites de la
democracia, sus carencias. Por ello se ve
tan ampliamente descalificado y estigmatizado, o asimilado con el autoritarismo,
el nacionalismo o el extremismo, del que
difiere por más que parezca acercarse: el
populismo aparece así como una amenaza política que fabrican las democracias
en crisis, y de ahí la contundente fórmula
de Jan-Werner Müller en su libro Was ist
Populismus? Ein Essay: “el populismo es la
sombra que proyecta la democracia representativa”.4
Y es que, cuanto más parecen los
partidos políticos clásicos inadaptados,
impotentes, desfasados con respecto a las
expectativas de la sociedad, más encuen-
4. Jan-Werner Müller, Was ist Populismus? Ein Essay,
Suhrkamp, Berlín, 2016.
tran las fuerzas populistas un espacio
para desarrollarse.
Esas fuerzas pueden dar lugar, sin
duda, al nacimiento de partidos nuevos
que un día se convertirán en relativamente clásicos, que entrarán en los juegos
institucionales, parlamentarios. Sin embargo, mientras siguen siendo populistas, conservan lo que se encuentra en el
corazón del populismo contemporáneo:
la capacidad para proponer un discurso
mítico que seduce a una parte no despreciable de la población proponiéndole la
imagen de una unidad del cuerpo social,
más allá de sus divisiones.
Cuando la representación política,
pero también cuando los eventuales fracasos de iniciativas en favor de la democracia representativa o deliberativa, no
aseguran un modo de tratar aquello que
divide a la sociedad, el populismo aporta
su respuesta bajo la forma de protesta.
Esa protesta es también una protesta en
la que todo se mezcla: lo que divide se
convierte en unidad, el cuerpo social deja
de ser presentado en aquello que opone y
separa los grupos sociales, u otros grupos,
se convierte en un pueblo, una unidad,
lo cual se adapta con facilidad a otras
propuestas unificantes y, en particular,
al discurso de la nación. El populismo
transforma así de un modo mágico los
problemas, las dificultades, en imágenes unificadas de un pueblo finalmente
purgado de todo cuanto parece ser un
obstáculo: en términos sociales, los inmigrantes, acusados de robar el empleo a
los nacionales, por ejemplo; en términos
culturales y religiosos, los musulmanes,
puesto que el islam viene a poner en entredicho la homogeneidad de la nación,
sus valores; y, si en verdad hace falta otro
chivo expiatorio, ahí están los judíos, que
realizan de modo clásico esa función.
Los populismos contemporáneos en
Europa proponen una respuesta mítica
a la crisis política de la representación
clásica, así como al importante desajuste
surgido entre los partidos, sus discursos, su modo de funcionar, su visión
del futuro, los intereses particulares de
sus miembros, y la sociedad tal como
es, con sus expectativas, sus demandas.
Responden a un momento singular de la
historia de Europa: el momento en que se
desmorona un mundo viejo, industrial,
poscolonial y postsoviético, y en que aparece uno nuevo. Un momento en que las
fuerzas políticas nacidas en el mundo
viejo parecen desfasadas, incapaces de
entrar en el mundo nuevo, incapaces
de pensar en términos globales, abordar
el riesgo climático, intentar construir
Europa respondiendo al mismo tiempo a
las aspiraciones nacionales.
Conclusión:
para la democracia
De ahí nuestra conclusión: hay que
inventar formas nuevas de democracia
y de vida política si queremos ver retroceder los populismos sin que den paso a
algo mucho peor: las violencias, el odio,
la guerra. Porque, al fin y al cabo, tras
el populismo llegará necesariamente su
superación y, por lo tanto, la descomposición del mito: esa superación es lo que
hay que pensar.
El populismo critica, protesta, denuncia sin que lo incomoden sus propias
vilezas, su propia corrupción, ni los casos
que lo salpican. Mientras el mito aguante, sin que la fuerza populista implicada
logre ocupar cargos en las instituciones,
resulta erróneo hablar de extremismo,
realizar comparaciones con el fascismo o
el nazismo, imaginar el auge de la violencia. El verdadero peligro se encuentra en
el pospopulismo, cuando el populismo
logre llegar electoralmente al poder o
bien se desestructure para dejar paso
a unas orientaciones inquietantes que
vehiculaba pero sin dejarles capacidad
de acción real: extremismo de derecha,
nacionalismo sin matices, autoritarismo
antidemocrático, pulsiones revolucionarias, etcétera. En los dos casos, vale la
pena considerar los peores escenarios: las
amenazas que puede vehicular o acompañar no son nada al lado de los peligros que
podrían resultar de su desaparición, y de
las fuerzas del mal que se verían entonces
liberadas. Resulta urgente reinventar y
relanzar la democracia, es decir, el tratamiento político de las discrepancias, que
constituyen la diversidad y el pluralismo
de toda sociedad. Hará falta tiempo, porque la crisis es profunda.
VANGUARDIA | DOSSIER
35
36 VANGUARDIA | DOSSIER
Diferencias entre
el populismo europeo
oriental y el occidental
Slawomir Sierakowski
DIRECTOR DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS
AVANZADOS DE VARSOVIA.
E
caída del comunismo coincidió con el punto más
Cuando aparecieron las álgido de la fe en el neoliberalismo, razón por la
identidades nacionales moder- cual el capitalismo que se introdujo en Polonia,
nas, la mayor parte de los actua- la República Checa y Hungría (así como en Rusia)
les países de Europa Oriental ni es mucho más neoliberal que su equivalente en
siquiera existía en el mapa. Sus Alemania, Francia o Italia.
figuras más destacadas eran naLas experiencias comunes del comunismo
cionales de otros países y en ge- del siglo XX y el nacionalismo del siglo XIX hacen
neral el grueso de su población que la región sea mucho más populista que Europa
se encontraba en una situación atrasada y carecía Occidental. Sin embargo, las diferencias internas
de derechos políticos. La experiencia común que de la región también dan lugar a clases muy difeacabó por unir a checos, polacos, rumanos y hún- rentes de populismo. El populismo polaco es ideogaros fue el comunismo.
lógico, mientras que el checo se parece al icónico
La experiencia decimonónica de las luchas personaje del buen soldado Svejk en que es idiota
de independencia ha hecho a los países europeos e inepto, y por lo tanto menos amenazador. Hunorientales más naciogría, en cambio, tiene
nalistas y más sensi- La experiencia de las luchas de
un populismo gangsbles a las cuestiones de independencia del siglo XIX hizo a
teril. El partido Ley y
la soberanía, mientras
Justicia (PiS) polaco es
que la experiencia del los países europeos orientales más como un monasterio,
comunismo (que a me- nacionalistas, mientras que la del
el Fidesz húngaro es
nudo fue más naciona- comunismo desacreditó a la
como una turba y la
lista que izquierdista)
Alianza de Ciudadanos
izquierda política
ha desacreditado la
Descontentos (ANO) de
izquierda política. El
Andrej Babis es como
legado del comunismo es que la región es más un manicomio. El populismo de la Eslovaquia de
pobre, más atrasada, más corrupta y está aislada Robert Fico no se parece a nada; es un populismo
de la inmigración.
invisible, aunque incluye un elemento bastante
Los países europeos orientales difieren de surrealista de cooperación con la mafia italiana.
sus vecinos occidentales en lo referente a su mo- Ese populismo invisible de Fico ha sido el menos
delo económico. Carecen de la experiencia del populista y ha conducido a un crecimiento econóEstado de bienestar de la posguerra. Además, la mico en el país. Por otra parte, también ha resulUROPA ORIENTAL NO EXISTE
VANGUARDIA | DOSSIER
37
DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL
tado ser el más homicida: sólo Eslovaquia
ha vivido el escandaloso asesinato de un
periodista con una muy probable implicación de empresarios en connivencia
con autoridades gubernamentales.
En qué es diferente el
populismo europeo oriental
de su homólogo occidental
Como han mostrado los politólogos
Martin Eiermann, Yascha Mounk y Limor
Gultchin del Instituto Tony Blair para el
Cambio Global, sólo en la Europa Oriental poscomunista derrotan regularmente
los populistas a los partidos tradicionales
en las elecciones. De los quince países
europeos orientales, los partidos populistas ocupan el poder en siete de ellos,
en dos más forman parte de la coalición
gobernante y en otros tres son la principal fuerza opositora.
Eiermann, Mounk y Gultchin también señalan que mientras que en el 2000
los partidos populistas obtuvieron un
20% o más de los votos en sólo dos países
europeos orientales, hoy lo hacen en más
de diez países. En Polonia, los partidos
populistas han pasado de un ínfimo 0,1%
de los votos en el 2000 a conseguir una
mayoría parlamentaria bajo el actual Gobierno del PiS. Y en Hungría, el respaldo
al partido Fidesz del primer ministro ha
superado en ocasiones un 70%.
Al margen de esos datos concretos,
debemos considerar los factores sociales
y políticos subyacentes que han hecho
que el populismo sea tan fuerte en Europa Oriental. De entrada ésta carece de la
tradición del sistema de controles y equilibrios que ha salvaguardado durante
mucho tiempo la democracia occidental.
A diferencia del presidente del PiS Jaroslaw Kaczynski, gobernante de facto de Polonia, Donald Trump no hace caso omiso
de las decisiones judiciales ni utiliza los
servicios secretos contra la oposición.
Veamos la investigación del asesor
especial Robert Mueller sobre Trump y
los vínculos de su campaña con Rusia.
Mueller fue nombrado por el fiscal general adjunto Rod Rosenstein, un funcionario público subordinado de Trump
en el brazo ejecutivo. Aunque Trump
posee autoridad para cesar a Mueller o
38 VANGUARDIA | DOSSIER
Rosenstein, no se atrevería a hacerlo. No
se puede decir lo mismo de Kaczynski.
Otra gran diferencia es que los europeos orientales tienden a sostener actitudes más materialistas que los occidentales, que han dejado atrás preocupaciones
sobre la seguridad física para abrazar lo
que el sociólogo Ronald Inglehart llama
“valores posmaterialistas”. Un aspecto de
esa diferencia es que las sociedades europeas orientales son más vulnerables a
los ataques contra instituciones liberales
abstractas como la libertad de expresión
o la independencia judicial.
No debería constituir ninguna sorpresa. Al fin y al cabo, el liberalismo en
Europa Oriental es una importación
occidental. A pesar de los fenómenos
de Trump y el Brexit, Estados Unidos y
el Reino Unido poseen una cultura de
liberalismo político y social fuertemente
arraigada. En Europa Oriental, la sociedad civil no sólo es más débil, sino que
está más centrada en ámbitos como la
caridad, la religión y el ocio que en las
cuestiones políticas.
Además, en el muy diferenciado
paisaje político de los estados poscomunistas de Europa, la izquierda es muy
débil o está del todo ausente de la vida
política. De modo que la línea divisoria
de la política no se da entre la derecha
y la izquierda, sino entre el bien y el
mal. En consecuencia, Europa oriental
se inclina mucho más por la dicotomía
amigo-enemigo establecida por el politólogo y filósofo jurídico antiliberal alemán
Carl Schmidt. Cada parte se concibe a sí
misma como el único representante legal
de la nación y amenaza a sus adversarios
en tanto que alternativas ilegítimas a las
que hay de desposeer de derechos políticos, no sólo vencer.
¿Es el caso de Polonia
semejante al de Hungría?
Stalin, en la primera década de poder soviético, respaldó la idea del “socialismo en un solo país” con la que quería
afirmar que, hasta que maduraran las
condiciones, el socialismo sólo se daría
en la Unión Soviética. Cuando el primer
ministro húngaro Viktor Orbán declaró,
en julio del 2014, su intención de cons-
truir una “democracia antiliberal”, se
supuso de forma generalizada que estaba
creando el antiliberalismo en un solo país.
Ahora, Orbán y Jaroslaw Kaczynski, máximo dirigente del PiS y jefe del Gobierno
en la sombra (en el que no ocupa cargo alguno), han proclamado una contrarrevolución cuyo objetivo es convertir la Unión
Europea en un proyecto antiliberal.
En el 2008, en el Foro Económico
de Krynica, que se autoconsidera una
especie de Davos regional y que nombró
a Orbán Hombre del Año, Kaczynski y
Orbán anunciaron tras una jornada de
sonrisas y afables palmadas en la espalda
que encabezarían a cien millones de europeos en un intento de rehacer la Unión
Europea siguiendo criterios nacionalistas/religiosos. No es difícil imaginar a
Václav Havel, un anterior homenajeado,
revolviéndose en su tumba ante semejante declaración. Y la antigua primera
ministra ucraniana Yulia Timoshenko,
otra ganadora anterior, debe de estar
horrorizada: su país sufre los estragos de
Rusia bajo el presidente Vladímir Putin,
el pope del antiliberalismo y un modelo
de rol para Kaczynski y Orbán.
Los dos hombres pretenden aprovechar la oportunidad ofrecida por el
referéndum británico acerca del Brexit,
que puso de manifiesto que en la actual
Unión Europea el modo de discurso preferido de los demócratas antiliberales
(las mentiras y las difamaciones) reporta
réditos políticos y profesionales (basta
preguntar al antiguo secretario de Asuntos Exteriores británico, Boris Johnson,
un destacado defensor del Brexit). La
unión de las habilidades de los dos hombres podría convertirlos en una amenaza
más poderosa de lo que muchos europeos
están dispuestos a creer.
Está claro lo que Orbán aporta a
la asociación: una veta de populismo
pragmático. Ha encuadrado el Fidesz en
el seno del Partido Popular Europeo, lo
cual lo mantiene formalmente dentro de
la corriente política principal y convierte
a la canciller alemana Angela Merkel en
un aliada que le proporciona protección
política, a pesar de su gestión antiliberal.
Kaczynski, por su parte, decidió aliar el
PiS con la marginal Alianza de los Con-
DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL
servadores y Reformistas Europeos, y pelea casi
sin descanso con Alemania y la Comisión de la
Unión Europea.
Además, Orbán no está tan alejado del ciudadano común como su socio polaco. Al igual que
Donald Tusk, el antiguo primer ministro polaco
que es hoy presidente del Consejo Europeo, juega
al fútbol con otros políticos. Kaczynski, en cambio,
tiene algo de eremita, vive solo y se pasa las noches
viendo programas de monta de toros por la televisión. Parece vivir fuera de la sociedad, mientras
que sus partidarios parecen colocarlo por encima
de ella: el ascético mesías de una Polonia renacida.
Es ese fervor místico lo que Kaczynski aporta
a su asociación con el oportunista Orbán. Se trata
de un mesianismo fraguado en la historia polaca:
el sentimiento de que el país tiene una misión
especial para la cual Dios lo ha elegido, como
demuestra su historia especialmente trágica.
Levantamientos, guerras, particiones: tales son
las cosas sobre las que un polaco debería pensar
todos los días.
Una identidad mesiánica favorece cierto tipo
de dirigente; un dirigente que, como Putin, parezca movido por un sentimiento de misión (y, en el
caso de Putin, es la misma misión proclamada por
los zares: ortodoxia, autocracia y nacionalidad).
Así, mientras que Orbán es un cínico, Kaczynski
es un fanático para quien el pragmatismo es una
señal de debilidad. Orbán nunca actuaría en contra de sus propios intereses; Kaczynski lo ha hecho
muchas veces. Los ataques contra los miembros de
su propia coalición de Gobierno, por ejemplo, lo
llevaron a perder el poder en el 2007, apenas dos
años después de haberlo conseguido. No parece
tener planes. En su lugar, tiene visiones: no de
reforma fiscal ni de reestructuración económica,
sino de una Polonia nueva.
Orbán no busca nada así. No quiere crear un
nuevo modelo de Hungría: su único objetivo es
permanecer, como Putin, en el poder durante el
resto de su vida. Tras haber gobernado como liberal en los noventa (y preparado el camino para que
Hungría se uniera a la OTAN y la Unión Europea) y
haber perdido, Orbán considera el antiliberalismo
como un medio para seguir venciendo hasta que
llegue el momento de exhalar su último suspiro.
El antiliberalismo de Kaczynski pertenece al
ámbito del alma. Denomina a quienes no pertenecen a su bando la “peor clase de polacos”. El homo
kaczynskius es un polaco preocupado por el destino
de su país y que enseña los dientes a críticos y disidentes, en especial, a los extranjeros. Los homosexuales no puede ser auténticos polacos. Todos
los elementos no polacos existentes en el seno de
Polonia son percibidos como una amenaza. El Gobierno del PiS no ha aceptado ni un solo refugiado
de la minúscula cifra (apenas 7.500) que Polonia,
un país con casi 40 millones de habitantes, aceptó
acoger ante la Unión Europea.
A pesar de sus diferentes motivaciones para
abrazar el antiliberalismo, Kaczynski y Orbán
coinciden en qué significa, en términos prácticos,
construir una nueva cultura nacional. Los medios
de comunicación estatales ya no son públicos,
sino nacionales. Con la eliminación de las oposiciones a funcionarios, los despachos se pueden
llenar de fieles y burócratas del partido. El sistema
educativo se está convirtiendo en un vehículo para
fomentar la identificación con un pasado glorioso
y trágico. Sólo las iniciativas culturales que elogian la nación reciben financiación pública.
Para Kaczynski, la política exterior es una
función de la política histórica. En ese aspecto, los
dos hombres difieren: mientras que el pragmatismo de Orbán evita que se enemiste demasiado con
sus socios estadounidense y europeos, a Kaczynski
no le interesa el cálculo geopolítico. Al fin y al
cabo, un mesías no diluye sus creencias ni se doblega; vive para proclamar la verdad.
Por ello, en su mayor parte, la política exterior de Kaczynski es un tendencioso seminario de
historia. Polonia fue traicionada por Occidente.
Su fuerza (hoy y siempre) procede del orgullo, la
dignidad, el valor y la absoluta autosuficiencia.
Sus derrotas son victorias morales que ponen de
manifiesto la fuerza y el valor de la nación, que le
permiten, como a Cristo, resucitar tras 123 años
de ausencia del mapa de Europa.
De los quince
países europeos
orientales, los
partidos
populistas
ocupan el poder
en siete de
ellos, en dos
más forman
parte de la
coalición
gobernante y en
otros tres son la
principal fuerza
opositora
Las cinco lecciones del Gobierno
populista
El punto de vista convencional sobre el populismo postula que un gobernante errático promulgará políticas contradictorias que beneficiarán
ante todo a los ricos. Los pobres saldrán perdiendo,
porque los populistas no tienen intención de restituir los puestos de trabajo industriales a pesar de
sus promesas. Y las llegadas masivas de migrantes
y refugiados seguirán, porque los populistas carecen de planes para enfrentarse a las causas que
están en la raíz del problema. Al final, los gobiernos populistas, incapaces de gobierno efectivo, se
desmoronarán y sus dirigentes se enfrentarán a la
destitución o no lograrán ser reelegidos.
Kaczynski se enfrentó a unas expectativas
similares. Los polacos liberales pensaron que obraría en beneficio de los ricos, crearía el caos y no
VANGUARDIA | DOSSIER
39
DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL
El ideal político
de los
dirigentes
populistas no es
el orden, sino la
subordinación
de todas las
bases de poder
independientes
y susceptibles
de ponerlos en
entredicho: los
tribunales, los
medios de
comunicación,
las empresas,
las instituciones
culturales, las
oenegés,etc.
40 VANGUARDIA | DOSSIER
tardaría en tropezar y caer, que fue exactamente
lo que ocurrió en el 2005-2007, la última vez que
el PiS de Kaczmarczyk gobernó Polonia.
Sin embargo, los liberales se equivocaron. El
PiS ha conseguido transformarse y pasar de ser
una nulidad ideológica a ser un partido que ha
logrado introducir cambios traumáticos con una
velocidad y una eficacia récord.
No al neoliberalismo. En el 2005-2007, el PiS
aplicó políticas económicas neoliberales (por
ejemplo, eliminó el tramo impositivo más alto y
el impuesto de sucesión); ahora, ha llevado a cabo
las mayores transferencias sociales de la historia
contemporánea de Polonia. Los padres reciben un
subsidio mensual de 500 zloty (unos 120 euros)
por cada hijo a partir del segundo, o por todos
los hijos en las familias pobres (el ingreso neto
mensual medio es de unos 2.900 zloty, aunque
bastante más de dos tercios de los polacos ganan
menos). De resultas, la tasa de pobreza ha descendido en un 20-40% y en un 70-90% entre los niños.
La lista no se detiene ahí. En el 2016, el Gobierno introdujo la gratuidad de los medicamentos para las personas mayores de 75 años. El salario
mínimo supera ahora el pedido por los sindicatos.
La edad de jubilación se ha reducido de los 67 años
para ambos sexos a los 60 para las mujeres y los
65 para los hombres. El Gobierno también prevé
desgravaciones fiscales para los contribuyentes
con menores ingresos.
La restauración del ‘orden’. Las instituciones independientes son el enemigo más importante del
populismo. Los líderes populistas están obsesionados con el control. Para los populistas, la democracia liberal conduce al caos, y a ese caos debe poner
orden un Gobierno responsable. El pluralismo de los
medios de comunicación conduce al caos informativo. Un poder judicial independiente significa
un caos legal. Y una sociedad civil vigorosa es la
receta para las discusiones y el conflicto crónicos.
Ahora bien, los populistas no creen que
semejante caos aparezca por sí solo. Es obra de
las pérfidas potencias extranjeras y sus títeres
nacionales. Para que Polonia sea grande otra vez,
los héroes de la nación tienen que derrotar a sus
traidores, que no son iguales a ellos en la competencia por el poder. De modo que los dirigentes
populistas se ven obligados a limitar los derechos
de sus adversarios. En realidad, su ideal político
no es el orden, sino la subordinación de todas las
bases de poder independientes y susceptibles de
ponerlos en entredicho: los tribunales, los medios
de comunicación, las empresas, las instituciones
culturales, las oenegés, etcétera.
Dictadura electoral. Los populistas saben cómo
ganar las elecciones, pero su concepción de la democracia no se extiende más allá. Al contrario, los
populistas perciben los derechos de las minorías,
la separación de los poderes y los medios de comunicación independientes (aspectos esenciales para
el liberalismo) como un ataque al Gobierno de la
mayoría y, por lo tanto, a la propia democracia.
El ideal político al que anhela un Gobierno
populista es, en esencia, una dictadura elegida.
Y la reciente experiencia estadounidense indica
que puede ser un modelo sostenible. Al fin y al
cabo, todo depende de cómo deciden organizar las
elecciones quienes ocupan el poder, lo cual puede
incluir la reconfiguración de las circunscripciones
electorales o la modificación de las reglas que
rigen la financiación de las campañas o la publicidad política. Las elecciones se pueden falsear de
modo imperceptible.
La fuerza es el derecho. Los populistas se han
beneficiado de la difusión de noticias falsas, la
difamación de oponentes y la promesa de milagros, todo ello tratado por los principales medios
de comunicación como afirmaciones electorales
normales. Sin embargo, constituye un error
pensar que la verdad es un arma eficaz contra la
posverdad. En el mundo de la posverdad, lo que
es decisivo es el poder, no la comprobación de datos. Gana quien es más implacable y tiene menos
escrúpulos.
Los populistas son indecorosos y al mismo tiempo están en ascenso. Los partidarios de
Trump, por ejemplo, han llegado a percibir la
chabacanería como prueba de credibilidad; y, al
mismo tiempo, perciben la cortesía, la verdad y la
razón como pruebas de elitismo. Si las personas
están peor bajo la democracia liberal, tanto peor
para la democracia liberal.
Quienes aspiran a derrotar al populismo
deben aceptar el hecho de que la verdad no es
suficiente. Tienen que mostrarse también determinados e implacables, aunque sin convertirse en
la imagen especular de sus adversarios.
La actual situación en Polonia puede constituir un ejemplo útil. Tras un año de retroceso, los
dos mayores partidos de la oposición ocuparon el
Sejm, el Parlamento polaco, para protestar contra
una votación ilegal del presupuesto estatal. Le tendieron una trampa al Gobierno de Kaczynski: dar
marcha atrás o recurrir a la violencia. En ambos
casos, salía perdiendo.
El nacionalismo no esta muerto. Por desgracia,
lo que no perderá en Polonia, ni tampoco en otras
partes, es el nacionalismo, la única ideología que
DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL
ha sobrevivido a la época posideológica. La apelación al sentimiento nacionalista les ha supuesto
a los populistas apoyos en todas partes, al margen
de la situación o el sistema económicos, porque
está alimentado externamente, es decir, por la
llegada de migrantes y refugiados.
Los políticos de los partidos convencionales
(en especial, los de izquierda) carecen hoy de un
mensaje eficaz sobre la cuestión. Oponerse a la
inmigración contradice sus principios, mientras
que respaldarla conlleva una derrota electoral.
Sin embargo, la elección debería ser clara.
O bien los adversarios del populismo modifican
de modo drástico su discurso relativo a migrantes y refugiados, o bien los populistas seguirán
gobernando. Los migrantes y refugiados saldrán
perdiendo en cualquiera de los dos escenarios,
pero en el segundo lo hará también la democracia liberal. Tales cálculos son desagradables (y, sí,
corroen los valores liberales), pero los populistas,
como hemos visto, son capaces de compromisos
mucho más repugnantes.
Kaczynski ha logrado obtener el control en
dos cuestiones cercanas y queridas para los votantes: las transferencias sociales y la inmigración.
Mientras controle esos dos bastiones del sentimiento electoral, estará a salvo.
Los polacos, los húngaros y otros europeos
orientales combaten el populismo apelando a la
ley, la Unión Europea, los intereses económicos de
sus países. No obstante, lo cierto es que los populistas sólo pueden ser derrotados políticamente.
La Unión Europea es, en el fondo, impotente. El
famoso artículo 7, cuya aplicación se ve precedida
de una serie de medidas, nunca ha sido aplicado.
Aun cuando lo fuera, ese proceso sólo suspendería
los derechos de voto de un país determinado; pero
eso no sucederá nunca, porque exige unanimidad. Orbán y Kaczynski se protegen el uno al otro
garantizando un veto en semejante votación. Al
margen de ese hecho, un buen número de políticos en Bruselas no se atreven a imponer un castigo
a los estados miembros que incumplen las normas; temen que eso proporcione a los populistas
argumentos en favor de sus teorías conspirativas
acerca de los enemigos que se ciernen sobre la
nación polaca, húngara o checa.
Los populistas tienen que ser derrotados en
las urnas. En Polonia, ese resultado es bastante
probable, pero en Hungría es esencialmente imposible. Los medios de comunicación independientes han sobrevivido en Polonia (gracias al hecho
de que los mayores grupos de prensa y televisión
son propiedad de corporaciones alemanas o es-
tadounidenses, y el Gobierno polaco se muestra
cauto a la hora de enfrentarse a Estados Unidos y
Alemania); y el poder judicial polaco resiste con
fuerza la presión del partido gobernante, como
lo hace también la fuerte sociedad civil del país.
En Hungría, en cambio, apenas hay medios de
comunicación que puedan considerarse independientes; mientras que el poder judicial ha
quedado subordinado en gran medida al partido
gobernante, hasta el punto de que Hungría ya no
cumple la definición más concisa de democracia:
no hay duda alguna de quién será el vencedor en
las próximas elecciones.
¿El principio del fin
para los populistas de Polonia?
En las elecciones municipales celebradas en
octubre y noviembre del 2018, la oposición polaca se enfrentó Kaczynki. Aunque el PiS obtuvo el
mayor nivel de apoyo (34%) en las elecciones a 16
asambleas provinciales, la Coalición Cívica quedó
en segundo lugar a sólo siete puntos, con un 28%.
El tercer y el cuarto mejor resultado también recayeron en partidos opositores: el Partido Popular
Polaco, con un 13%, y la Alianza de la Izquierda
Democrática, con un 6,6%.
De resultas, la mitad de las asambleas provinciales están controladas por la oposición. Las
elecciones locales son muy importantes en Polonia, porque las asambleas provinciales controlan
el gasto de los fondos de la Unión Europea (de
los cuales Polonia es el mayor beneficiario, unos
14.000 millones de euros al año) y realizan otras
funciones fundamentales. De modo significativo,
se parecen mucho a unas elecciones parlamentarias, que en Polonia se celebrarán en otoño.
El verdadero desastre para el PiS tuvo lugar
en las ciudades. En total, de las 107 ciudades en las
que los ciudadanos eligieron “presidentes” (más o
menos, las mayores del país), el PiS sólo ganó en
cinco, y además pequeñas.
Los resultados muestran que el PiS sólo
puede contar con aproximadamente un tercio
del voto en Polonia. Si las próximas elecciones
parlamentarias se celebraran hoy, el partido sería
expulsado del poder. Que pueda enderezar la
situación a lo largo de los próximos diez meses
depende de lo bien que sepa la oposición sacar
provecho de la situación.
Polonia no es ni tampoco será el país líder de
Europa Oriental. Sin embargo, puede desempeñar
un papel similar al que desempeñó en 1989 y ser
la primera pieza de dominó que anuncie la caída
del populismo en la región.
VANGUARDIA | DOSSIER
41
42 VANGUARDIA | DOSSIER
Cómo combatir el auge
de las autocracias en
la Unión Europea
Jan-Werner Müller
PROFESOR DE POLÍTICA EN LA UNIVERSIDAD DE PRINCETON.
L
A DEMOCRACIA LIBERAL ESTÁ AMEque los titulares siempre sean mucho más grandes
nazada en Hungría y Polonia. A a propósito del ataque de los mercados contra
veces, la actual destrucción de algunos estados miembros o del último error de
lo que parecían unos sistemas Theresa May.
democráticos, consolidados y
¿Cómo debería enfrentarse la Unión al auge
con un Estado de derecho se de la autocracia en dos de sus estados miembros?
considera como un problema Semejante pregunta se desestima a veces diciendo
lamentable pero, en última ins- que una institución como la Unión Europea, que
tancia, local. Otras crisis euro- en sí misma no es realmente democrática, no
peas, como la del euro y la del Brexit, han parecido puede actuar como defensora creíble de la demomucho más importantes. Se trata de un error. cracia. Ese razonamiento pasa por alto que los estaEl orden europeo es
dos miembros han detambién un orden le- Los estados han delegado
legado libremente en
gal y depende de que libremente en la UE tareas
la Unión Europea talos estados miembros
reas específicas, unas
específicas, incluidas sanciones
de la Unión Europea
tareas que incluyen la
confíen en que unos para quienes no observen valores
defensa de la democracia. En particular, han
y otros observen el europeos fundamentales como la
establecido sanciones
Estado de derecho. Es democracia y el Estado de derecho
también un orden que
para quienes no obserprometió a los estados
ven valores europeos
que salían del autoritarismo (empezando por Es- fundamentales como la democracia y el Estado
paña, Portugal y Grecia en los setenta) que Europa de derecho; y ahí está el artículo 7 del Tratado de
bloquearía cualquier vuelta a la autocracia. Hoy el la Unión Europea.
propio funcionamiento legal de la Unión Europea
El artículo 7 dispone la suspensión de los
(y su promesa moral básica de una comunidad de derechos de voto de un Estado miembro en el Convalores compartidos) se encuentra amenazado. sejo Europeo en caso de una violación persistente
En ese sentido, la amenaza es existencial, por más de los valores europeos fundamentales. Resulta
VANGUARDIA | DOSSIER
43
CÓMO COMBATIR EL AUGE DE L AS AUTOCR ACIAS EN L A UNIÓN EUROPEA
importante comprender que, en realidad,
Hay otra justificación de la protecno ordena nada parecido a una interven- ción de la democracia que puede reforción en el Estado miembro; más bien, se zar la autoridad de la Unión Europea
trata de un mecanismo para aislar el Go- respecto a los Estados miembros. Uno de
bierno de un determinado
los objetivos explícitos de la
Estado miembro del resto La crisis del
ampliación europea hacia
de la Unión: permite una euro ha dado
el Este fue la consolidación
cuarentena moral, no una lugar a la
de las democracias liberales
intervención real. Por ello, politización de
(o, de entrada, la culminano puede cambiar de modo
ción de la transición a la
Europa y a la
inmediato la política interdemocracia liberal en el caeuropeización
na de un Estado delincuente.
so de Rumanía y Bulgaria).
Esa cuarentena tiene de la política:
Los gobiernos de la región
una poderosa justificación: los ciudadanos
(siguiendo los ejemplos de
la legislación de la Unión de la UE se
España, Portugal y Grecia)
se aplica por encima de han hecho
buscaron vincularse a Eurolas fronteras nacionales, conscientes
pa precisamente para evitar
tras ser creada por estados de que lo que
lo que ahora se conoce como
miembros individuales que
una recaída; fue como Ulises
ocurre en
actúan juntos. Un Estado auordenando a sus marineros
otros lugares
tocrático tomaría decisiones
que lo ataran al mástil para
en el Consejo Europeo y, por de Europa
resistir unos futuros cantos
lo tanto, al menos indirec- tiene una
de sirenas de las voces antilirepercusión
tamente, gobernaría la viberales y antidemocráticas.
da de todos los ciudadanos. directa en sus
Desde esta perspectiva,
Más importante aún es el vidas
los dirigentes húngaros y
hecho de que los tribunales
polacos se equivocan al acude Hungría y Polonia son también tribu- sar a Bruselas de algún tipo de “euroconales de la Unión: aplican la legislación lonialismo”. Viktor Orbán se ha quejado
comunitaria, y sus decisiones tienen que de que “intentan decirnos cómo vivir”.
ser reconocidas en toda la Unión. Así, de En realidad, sólo se les está recordando a
un modo literal, todo ciudadano euro- los húngaros y los polacos cómo querían
peo está interesado en no encontrarse vivir cuando se unieron a la Unión en el
frente a un Estado miembro autoritario. 2004 (lo cual no equivale a decir que no
Pensemos en la orden de detención eu- sea nunca legítimo criticar a la Unión
ropea, que se fundamenta en la idea del Europea una vez se ha decidido ser miemreconocimiento mutuo de las decisiones bro de ella; sólo que no resulta razonable
judiciales y, en última instancia, en la hacerlo cuando Bruselas está a la altura
confianza de que todos los estados miem- de los compromisos buscados antaño por
bros garantizan el Estado de derecho y la la población de un Estado miembro).
independencia del poder judicial.
Nunca se hará poco hincapié en ese ¿Tiene la Unión Europea la
punto: la Unión Europea está construida capacidad de proteger la
sobre la idea de unos estados democráti- democracia liberal en los
cos que confían unos en otros. La crisis estados miembros?
del euro ha tenido unas consecuencias esLa Unión Europea tiene la autoridad
pantosas en el sur de Europa; y, si el euro para proteger la democracia liberal en los
fracasara por completo, las repercusiones estados miembros; la pregunta es si tiene
globales serían enormes. Ahora bien, en la capacidad para hacerlo. El artículo 7
el fondo, sólo habría sido una política sigue siendo su principal instrumento.
fracasada. En cambio, la existencia de Durante mucho tiempo, este artículo se
autocracia en el seno de la Unión Europea consideró como una “opción nuclear”, en
pone en entredicho la idea de cómo fun- palabras del antiguo presidente de la Cociona la Unión como forma de gobierno. misión Europea José Manuel Barroso. Los
44 VANGUARDIA | DOSSIER
países parecían demasiado asustados de
que algún día pudieran aplicarse sanciones contra ellos. En el caso de Polonia, la
Comisión Europea finalmente se decantó
por invocar el artículo 7 en diciembre del
2017, pero no es probable que la Comisión
logre convencer el número suficiente de
estados miembros en el Consejo Europeo
para decidir sanciones.
¿Puede la Comisión actuar por su
cuenta, en su papel de guardián de los
tratados europeos? El problema es que los
instrumentos que la Comisión tiene a su
disposición a menudo no se amoldan a
los desafíos específicos de la democracia
liberal. Los procedimientos de infracción
sólo pueden basarse en la legislación comunitaria, que a menudo no abarca los
campos relevantes de la democracia y el
Estado de derecho. Pensemos en el descabezamiento de facto del sistema judicial
llevado a cabo por el Gobierno húngaro
con la rebaja la edad de jubilación de los
jueces de 70 a 62 años. La Comisión llevó
a Hungría ante el Tribunal Europeo de
Justicia alegando discriminación por
motivos de edad y ganó. Sin embargo, los
jueces nunca fueron reincorporados. A
pesar de su éxito legal nominal, Europa
se mostró impotente a la hora de enfrentarse al problema real, que tenía que ver
con el apoderamiento del sistema judicial por parte de un partido político y no
con la discriminación de los individuos.
En el 2014, la Comisión añadió un
“mecanismo del Estado de derecho” a
su repertorio de instrumentos, pero al
final sólo puede llevar a la aplicación
del artículo 7. El “mecanismo” se basa en
que el “diálogo” puede resolver cualquier
conflicto entre la Comisión y el Gobierno
de un Estado miembro. Es cierto que la
Unión Europea se basa en las prácticas
del diálogo constructivo y el compromiso. Pero semejantes prácticas a menudo
sólo son verosímiles desde cierta perspectiva tecnocrática: juntos intentamos
resolver los problemas, ésa es la suposición de partida. En los casos de Hungría
y Polonia, se trata, por supuesto, de una
ilusión. El Fidesz y Ley y Justicia tienen
una agenda política. Su conflicto con Bruselas es de naturaleza política; y lo han
utilizado (presentado como un conflicto
CÓMO COMBATIR EL AUGE DE L AS AUTOCR ACIAS EN L A UNIÓN EUROPEA
entre el país y una burocracia supranacional no
elegida) para ganar respaldo en la política interna.
¿Política de partidos al rescate?
Se ha dicho a menudo que la crisis del euro
ha dado lugar a la politización de Europa, y que ha
llegado la hora de la europeización de la política:
los ciudadanos europeos se han hecho conscientes
de que lo que ocurre en otros lugares de Europa
tiene una repercusión directa en sus vidas. Por
desgracia, también se ha hecho evidente un efecto
menos deseable de semejante interdependencia:
el democristiano y conservador Partido Popular
Europeo (PPE), que nominalmente es el mayoritario, ha decidido blindar sistemáticamente a
Orbán frente a críticas y potenciales sanciones.
Importantes políticos del PPE han emitido una
y otra vez duras advertencias contra el primer
ministro húngaro; por ejemplo, cuando coqueteó
con la idea de reintroducir la pena de muerte en
Hungría, una línea roja absoluta en especial para
los democristianos. Sin embargo, siempre han
evitado excluir al Fidesz de Orbán de sus filas. La
razón es sencilla: el Fidesz tiene un número relativamente elevado de diputados en el Parlamento
Europeo, y el PPE está firmemente comprometido con el mantenimiento de su pluralidad en la
cámara (Helmut Kohl insistió antaño en el hecho
de que los democristianos no habían construido
Europa para dejársela a los socialistas). De modo
paradójico, podría haber sido más fácil expulsar
a Fidesz en un momento en que el Parlamento
tenía pocos poderes; cuando más importante se ha
vuelto, mayor es el incentivo para tener un gran
grupo como el PPE. Dicho aun más claramente,
cuanto más democrática es la Unión Europea
en su conjunto, menor es la protección para las
democracias nacionales frente a las fuerzas autoritarias dentro de los estados miembros.
Es cierto que en septiembre del 2018 un significativo número de diputados del PPE cambió
por fin de opinión y respaldó la aplicación del artículo 7 contra el Gobierno húngaro. Por un lado,
la medida evidenció que el Parlamento Europeo
podía ser, en el fondo, un actor importante en la
defensa de la democracia europea. Sin embargo,
el PPE aún está lejos de excluir el Fidesz; y a posteriori parece que la dirección del PPE jugó un
cuidadoso doble juego: ser vistos como inflexibles
con los valores europeos, pero conservando el Fidesz (y un gran número de diputados) en el redil...
y plenamente conscientes todo el tiempo de que,
dada la probable respuesta del Consejo Europeo,
no se seguirían sanciones reales contra Budapest.
El Gobierno de Varsovia presenta una desventaja comparativa con respecto a Orbán: el
partido Ley y Justicia no es miembro del PPE, sino
del mucho más pequeño y marginal Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). Ese grupo
de euroescépticos está dominado por los tories
británicos. Theresa May, fiel a los dictados de la
lealtad partidista supranacional, afirmó ante un
público varsoviano en diciembre del 2017 que los
asuntos constitucionales son asuntos internos de
Polonia. Sin embargo, los tories van a desaparecer
de la escena partidista comunitaria con el Brexit.
De modo que Varsovia no está protegida con tanta
firmeza como lo está Budadest.
Ha habido un caso en el pasado en que una
familia supranacional de partidos suspendió a un
miembro (el Partido de los Socialistas Europeos
excluyó de facto el SMER eslovaco después de que
éste estableciera una coalición con el SNS de extrema derecha), y el cambio de tono en la dirección
del PPE en septiembre del 2018 no fue nada trivial.
Sin embargo, en última instancia, nos enfrentamos aquí con un problema estructural: como
ha sostenido el politólogo estadounidense Dan
Kelemen, el sistema de partidos de Europa está lo
bastante desarrollado para que sea importante la
lealtad por encima de las fronteras; de ahí el continuado respaldo de facto a Orbán por parte del
PPE. Sin embargo, el sistema de partidos no está lo
bastante desarrollado para europeizar de verdad
las cuestiones políticas, lo cual importa porque
las bolsas de autoritarismo dentro de amplias
estructuras democráticas sólo suelen disolverse
federalizando el problema. Kelemen llama al actual
estado de Europa un “equilibrio autoritario”, con
la consecuencia de que los agentes democráticos
que respaldan de facto agentes antidemocráticos
no tienden a pagar el precio de su comportamiento. Mientras las campañas electorales al Parlamento Europeo sigan siendo un asunto nacional, no
es probable que ese fatídico equilibrio consiga ser
desestabilizado.
No es una guerra cultural
Orbán ha sido muy eficaz reformulando el
conflicto con la Unión Europea como un asunto
de “simple política” o, dicho más claramente,
de elección de valores subjetivos. A los liberales,
según la acusación de él y otros defensores de un
Estado antiliberal, sencillamente no les gustan sus
políticas de familia conservadoras, su defensa de
unos estados nación fuertes en la Unión Europea
y, sobre todo, su rechazo de la inmigración y del
asentamiento de refugiados en Hungría. En una
VANGUARDIA | DOSSIER
45
CÓMO COMBATIR EL AUGE DE L AS AUTOCR ACIAS EN L A UNIÓN EUROPEA
La renuencia de
la UE a proteger
en un Estado
miembro la
democracia
liberal
traicionará las
esperanzas de
los ciudadanos
del país en
cuestión, que
depositaron
su confianza
en la UE como
garante de
algún tipo
contra nuevas
formas de
autoritarismo
democracia se puede discrepar de modo legítimo
sobre esos asuntos. Sin embargo, al centrar toda
la atención en ellos, Orbán ha reconvertido lo
que debería ser un debate sobre las instituciones
democráticas básicas en otra guerra cultural más
(con un llamamiento a los conservadores de todas
partes de Europa a que unan filas tras él)
Una vez que el conflicto ha sido declarado
un asunto de unos compromisos sobre valores
aparentemente subjetivos, resulta fácil acusar a
los liberales de ser en realidad antiliberales: aunque se supone que son defensores de la diversidad,
son incapaces de tolerar a un nacionalista étnico
como Orbán que intenta desviarse de un supuesto
multiculturalismo occidental dominante.
Algunos observadores se han mostrado dispuestos a admitir que una democracia antiliberal
podría ser una reacción legítima al liberalismo
antidemocrático. La UE parece ser un ejemplo obvio
de tecnocracia liberal contra la cual necesita ser
afirmada la voluntad del pueblo. Pero la Unión Europea no prescribe una postura legislativa uniforme
sobre cuestiones polémicas como el matrimonio
de personas del mismo sexo ni un único modelo
de democracia. Sus miembros sólo tienen que
ser lo bastante democráticos de acuerdo con los
criterios (sin duda deficientes) de Copenhague,
que establecen que sólo pueden unirse al club los
estados con democracia, Estado de derecho y capacidad de competir en el mercado único.
Cuando los dirigentes comunitarios han criticado los gobiernos húngaro y polaco, Budapest
y Varsovia han respondido que están defendiendo
la soberanía nacional contra los dictados liberales
de Bruselas. Por desgracia, la Unión les ha hecho el
juego permitiendo la impresión de que la democracia siempre pertenece al Estado nación, y que
el equipo de reparaciones liberal de Bruselas sólo
hace acto de presencia si hay un mal funcionamiento drástico del Estado de derecho. En vez de
eso, los representantes comunitarios tendrían que
haber dejado mucho más claro que, al defender
un poder judicial independiente y una sociedad
civil y unos medios de comunicación críticos,
están defendiendo nada menos que la propia
democracia. Dicho de otro modo, se pueden tener
muchas discrepancias políticas legítimas en la
Unión Europea. Lo que no se puede es hacer realidad dentro de la Unión una preferencia por una
forma de gobierno no democrática.
¿Qué se puede hacer?
La solución no reside en una nueva hornada
de mecanismos y procedimientos legales. Los
46 VANGUARDIA | DOSSIER
ciudadanos deberían hacer que los facilitadores
de la autocracia, como los dirigentes del PPE,
Joseph Daul y Manfred Weber, rindieran cuentas.
La Comisión debería ser más decidida a la hora de
cumplir su papel de guardián de los tratados. JeanClaude Juncker, traumatizado por el Brexit, se ha
mostrado demasiado inclinado a eludir cualquier
conflicto por temor a profundizar más las divisiones en Europa, ajeno al parecer a la posibilidad
de pasar a la historia como el presidente de la
Comisión bajo el cual se hizo irreversible la degeneración del Estado de derecho. La Unión Europea
debería también tomarse en serio la eliminación
de ayudas a los países que ya no cumplen los compromisos normativos básicos de la Unión. Es cierto
que las sanciones perjudican a menudo a los más
vulnerables de una sociedad. No obstante, los
fondos comunitarios han sido a menudo para la
camarilla gobernante de Orbán lo que el petróleo
a los estados autoritarios árabes: un recurso gratuito susceptible de ser utilizado para mantener
satisfecha una red clientelar y comprar respaldo
político. Y es cierto que siempre hay que temer
la reacción nacionalista contra las sanciones comunitarias. Sin embargo, para Europa, intentar
contenerse o mantenerse de algún modo neutral
en conflictos internos muy cargados sobre cuestiones relacionadas con las formas de gobernar (y
no sólo con las políticas) no carece de costes y en
realidad tampoco es neutral. La renuencia a intentar proteger la democracia liberal en un Estado
miembro traicionará las esperanzas de todos los
ciudadanos del país en cuestión, que depositaron
su confianza en la Unión en tanto que garante de
algún tipo contra nuevas formas de autoritarismo. En cualquier caso, un Gobierno deseoso, por
ejemplo, de desmantelar el sistema de equilibrio
de poderes sabe que en algún punto se enfrentará
a un conflicto con las instituciones europeas, por
lo que tiene todos los incentivos para fomentar los
sentimientos euroescépticos, por mucho que haga
o no haga la Unión Europea.
Hay pocas pruebas de una campaña nacionalista con éxito o, para el caso, de graves reacciones
producidas por un ejercicio decidido de la influencia comunitaria. La guerra de independencia declarada por Orbán no ha resultado ser, o al menos
eso indican las encuestas, popular. En realidad,
los índices de aprobación de la Unión Europea
(y de confianza en ella) siguen siendo de los más
altos en Hungría y Polonia. El Huxit o el Poxit no
parecen en este momento amenazas creíbles.
La Unión Europea debe dejar de tenerle miedo a
los autócratas.
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47 VANGUARDIA | DOSSIER
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48 VANGUARDIA | DOSSIER
Italia, el socio fundador
que se rebela contra
Bruselas
Stefano Lepri
COLUMNISTA DE ECONOMÍA EN ‘LA STAMPA’.
E
de lejos una peor burocracia, unos peores políticos
filia de Italia era sencillo. No era y unas peores infraestructuras. Preguntados por el
que los italianos tuvieran una sentido de su voto en un referéndum acerca de la
gran confianza en las institu- permanencia en la UE, los partidarios de quedarse
ciones de la Unión Europea. Era vencen a los de abandonarla en una proporción de
que confiaban aun menos en las 2 a 1 de acuerdo con varias encuestas.
propias. La UE recibe hoy abunEl otoño del 2018 fue testigo de una importandantes críticas, mientras que te prueba. Tras doce semanas de desafío a la Comila coalición populista entre el sión Europea presentando un presupuesto con un
Movimiento 5 Estrellas (M5E) y la Liga ha recibido elevado déficit para el 2019, el populista Gobierno
un amplio respaldo. De todos modos, aunque re- italiano lo modificó y firmó un precario comproducida, la brecha mencionada más arriba persiste. miso con Bruselas. Según una encuesta rápida, un
Durante años, Europa, ha sido sinónimo de 34% aprobaba el acuerdo; mientras que sólo un
hacer las cosas mejor. Una compañía o un estable- 15% respaldaba una rígida postura antieuropea y
cimiento que deseara subrayar su excelencia se un 24% se inclinaba más del lado europeo (encuesañadía euro al nombre
ta Ipsos, 22 diciembre).
o una bandera azul La propaganda euroescéptica en
El uso masivo de
con doce estrellas al los primeros meses del actual
la propaganda euroeslogo. Se suponía que
céptica en los primelos estándares euro- Gobierno quizá provocara una
ros meses del actual
peos, como el etiqueta- reacción. Según un Eurobarómetro
Gobierno quizá haya
do comunitario, eran los partidarios de la UE registraron
provocado una reacmejores que los menos
ción. Según un Euroun 64%, y los detractores un 15%
fiables nacionales. Sin
barómetro Flash de
embargo, poco a poco,
diciembre del 2018, los
a partir quizá del cambio al euro en el 2002, algu- partidarios de la Unión Europea crecieron hasta un
nas cosas se torcieron.
64% frente a un 15% de detractores. Milán y otras
Ahora también el 100% italiano tiene cierto zonas del norte de Italia están tan profundamente
uso como sello de calidad. En todo caso, la nega- arraigadas en el mercado único que no pueden
tividad de los italianos en relación con su país imaginar no formar parte de él.
no ha desaparecido. Comparados con el resto del
Los dos partidos de la actual coalición de
continente, los italianos declaran que su país tiene Gobierno, la derechista Liga y el populista M5E
L SECRETO DE LA ANTIGUA EURO-
VANGUARDIA | DOSSIER
49
ITALIA, EL SOCIO FUNDADOR QUE SE REBEL A CONTR A BRUSEL AS
Estrellas, hicieron campaña contra el euro. Ambos, cada uno por su cuenta, se ha
desdicho de esa postura. A pesar de ello,
los partidos de la oposición se muestran
cautos a la hora de tomar partido en favor
de las autoridades europeas. Tanto el Partido Demócrata (centroizquierda) como el
Forza Italia de Berlusconi (centroderecha)
han optado por reprochar al Gobierno el
gesto de primero desafiar, luego obedecer.
Hacia finales del 2018 la coalición,
en el poder desde junio, rebajó su retórica
antieuropeísta. Sus dos miembros están
cada vez más enfrentados y compiten
entre sí en la elecciones locales. Tres
cuartas partes de los italianos respaldan
una mayor unión económica con Europa
(encuesta Piepoli, 13 enero).
Un latente complejo de inferioridad
en relación con el norte de Europa ha
sido un componente tradicional de la
identidad italiana. Solía alimentar un
deseo de comportarse mejor para no ser
dejados atrás. Ahora que los italianos ven
cómo su país lucha por no rezagarse con
respecto a sus vecinos, en una parte de
la población ha crecido la desconfianza,
cuando no la abierta hostilidad, hacia las
regiones más ricas de Europa, porque nos
han dejado atrás.
El orgullo impulsó el esfuerzo de
1996 por formar parte de la unión monetaria desde el principio. El Gobierno
de Prodi decidió llevar a cabo un fuerte
ajuste presupuestario sólo tras reunirse
con su homólogo español en Valencia.
Allí, José María Aznar le dijo que su país
estaba listo para ser uno de los miembros
fundadores del euro. La eurotassa que entonces se decidió (un impuesto especial
para cumplir con los criterios de Maastricht) fue aceptada por los italianos.
En actualidad, Italia vive presa de
un profundo pesimismo. La búsqueda de
chivos expiatorios siempre ha sido una salida oportuna para los políticos; y si bien
Europa podría no cumplir del todo esa
función, parece que no ocurre lo mismo
con la inmigración. De todos modos, hay
tanta amargura y desolación en el sentir
general que no cabe descartar nuevos
cambios imprevistos de la opinión pública. La principal causa es el actual declive
económico, al que no se ve salida posible.
50 VANGUARDIA | DOSSIER
El pesimismo en relación con el
futuro es generalizado en Europa. Son
pocos quienes consideran que sus hijos
serán más ricos que ellos. Sin embargo,
en Italia, eso ya es una realidad. Según el
Banco de Italia, los salarios de entrada en
el mercado laboral de los jóvenes con educación superior son un 15-20% más bajos
que hace veinte años;1 o casi la mitad de
lo que se ofrece hoy en Francia en empleos
similares.
De media, la renta per cápita de los
italianos (medidos por el Istat, el Instituto
Nacional de Estadística) es más o menos la
misma que hace veinte años. En sí el fenómeno es notable y único entre los países
avanzados. Sin embargo, lo peor es que,
según unos estudios recientes del Banco
de Italia, la renta familiar disponible, un
indicador más preciso del bienestar de
los ciudadanos, no es mayor que hace
treinta años.2
El empobrecimiento general ha atenuado el aumento de la desigualdad
de los ingresos que ha afectado en los
últimos años a otros países. Sin embargo,
los mayores, en un país con una tasa de
natalidad muy baja y una prolongada
esperanza de vida, han logrado protegerse
mejor, pero los jóvenes han quedado a la
intemperie.
Por esa razón muchos graduados
italianos parten al extranjero en busca
de empleo. El envío de los hijos a estudiar
en universidades extranjeras, antaño una
moda de las personas adineradas, es ahora una aspiración cada vez más extendida
de los padres de clase media. En sintonía
con esa situación, en diciembre del 2018,
algunos anuncios televisivos tuvieron
como protagonistas a jóvenes brillantes
que volvían del extranjero para celebrar
la Navidad en Italia con sus padres.
Los expatriados proceden de toda
Italia; es probable que las estadísticas
oficiales, que indican unos 10.000 al mes,
subestimen las salidas. Aunque el país forma menos titulados que otros países europeos (27% de las personas de 25-34 años,
frente a un 42% de España y un 44% de
Francia), Italia tiene dificultades para encontrarles un sitio. Quienes se quedan en
el país pueden acabar aceptando empleos
para los que están sobrecualificados.
Algunas familias llegan a la conclusión de que la educación superior no
importa, o que no pueden permitirse una
educación superior de calidad. Según una
encuesta del Eurobarómetro, los italianos
presentan grandes diferencias con respecto a otras nacionalidades acerca de lo que
es importante para progresar en la vida:
un 22% considera que “los contactos políticos”; un 28%, “los contactos personales”;
y un “18%, “una familia con recursos”. (En
España, los porcentajes respectivos son
7%, 18% y 7%.)
Los economistas perciben un círculo
vicioso entre la poca demanda y la poca
oferta de trabajo cualificado. Casi un cuarto de todos los jóvenes italianos de origen ni estudia ni trabaja, frente a un 6%
en esa situación en Alemania y un 15%
en Francia. El actual máximo dirigente
del M5E y uno de los dos vicepresidentes
del Consejo de Ministros, Luigi Di Maio
(32 años), ha sido uno de ellos y lo demuestra con su flagrante inexperiencia.
Italia ha estado ya dos veces al borde
del incumplimiento de pagos de su deuda
pública, en 1992 y 2011. En las dos ocasiones, la visión del abismo sólo sirvió para
disciplinar por un par de años los malos
hábitos de sus políticos. En las dos ocasiones, unos breves gobiernos dirigidos por
tecnócratas recortaron el gasto público y
aprobaron algunas reformas. Tras ello, no
tardaron en olvidarse las lecciones.
Las primeras señales del declive económico de Italia se remontan a la década
de 1990, cuando unos beneficios crecientes se invirtieron en su mayor parte en
propiedades inmobiliarias o empresas de
servicios públicos, sin que las principales
compañías italianas se atrevieran a traspasar las fronteras del país, o sencillamente no comprendieron que la globalización
estaba en marcha. Con todo, la pérdida
de dinamismo económico sólo empezó a
sentirse de modo masivo en la década del
2000. O después del nacimiento del euro.
De hecho, el último año en que el
PIB creció por encima de un 3% fue el año
2000. El cambio a los billetes y monedas
del euro en enero del 2002 provocó la
duradera impresión de una abrupta subida en los precios que ningún análisis de
datos económicos ha confirmado nunca.
ITALIA, EL SOCIO FUNDADOR QUE SE REBEL A CONTR A BRUSEL AS
Es probable que entonces, con la nueva moneda, se
hiciera perceptible el estancamiento en los ingresos que había durado una década (desde los pactos
para la moderación de los aumentos salariales de
1992 y 1993).
Durante los primeros años de la unión monetaria, Italia no experimentó un auge del crecimiento alimentado por el crédito como otros países
periféricos de la eurozona (España, Irlanda e incluso
Grecia). Silvio Berlusconi obtuvo una amplia victoria en las elecciones generales del 2001 prometiendo un “segundo milagro económico italiano”, pero
bajo su mandato se produjo el resultado contrario:
un crecimiento aun más lento.
Culpar al euro no era todavía apropiado, porque a principios de la década del 2000 Alemania
también tenía problemas. Pocos se dieron cuenta
del mal comportamiento de Italia en la recesión
post-Lehman del 2009 porque su elevada deuda
pública impedía el estímulo de una política presupuestaria expansiva. El pleno reconocimiento de
las dificultades del país sólo se produjo cuando la
crisis de la deuda de la eurozona puso fin a la época
Berlusconi en noviembre del 2011.
A ello siguió una segunda y profunda recesión. Tras cinco años de lenta recuperación, el
insatisfactorio crecimiento se achaca con frecuencia a las reglas presupuestarias europeas, aunque
Italia ha obtenido desde el 2013 más exenciones
que otros países y aunque España y Portugal han
logrado una recuperación más firme sin dejar de
cumplir las mismas reglas.
Afortunadamente, el nacionalismo tiene,
por razones históricas, bases poco sólidas. La demagogia de Mussolini condujo a la rendición de
1943 en la Segunda Guerra Mundial y a 18 meses
de guerra civil. El actual paladín de “Primero los
italianos”, Matteo Salvini (46 años), vicepresidente
del Consejo de Ministros, declaró hace apenas siete
años que “no se sentía representado por la bandera
italiana”, puesto que era partidario de la independencia de las regiones septentrionales.
Los políticos populistas medran aprovechando temas que despiertan fuertes sentimientos en
minorías airadas, aunque sólo hasta cierto punto.
Cuando tocan techo en la creación de consenso,
pueden elegir entre: a) abandonar el tema; y b)
exacerbarlo, o envenenar el punto medio, para
obligar a los ciudadanos a una elección drástica, sí
o no (la estrategia de Steve Bannon).
Salvini hace tiempo que ha elegido b) en
relación con la inmigración, el principal tema mediante el cual ha transformado su Liga, que de ser
un partido separatista del norte de Italia (detestado
por los italianos del sur) ha pasado a ser un partido
implantado en todo el país. La idea subyacente es:
cuanto peor trates a los inmigrantes, peor se comportan, y así los italianos se vuelven cada vez más
hostiles a ellos. En relación con el euro, en cambio,
ahora elige a).
La Liga (el segundo partido en las elecciones
del 4 de marzo del 2018, con un 17,4%; el primero, según las actuales encuestas, con un 30-31%)
aprovechó plenamente durante su campaña el
resentimiento en contra del euro. Eligió a firmes
euroescépticos para importantes puestos en el
Parlamento, lo que provocó la salida de Italia de
inversores extranjeros. En los primeros meses de
gobierno, actuó de modo desafiante frente a Europa, tanto como el M5E.
Sin embargo, en los hechos, la Liga no tardó
en mostrarse muy recelosa ante un enfrentamiento abierto. Los inicios de una fuga de capitales se
hicieron visibles, con movimientos de los ricos
que contactaron con bancos suizos o trasladaron
sus depósitos en euros a Francia o Alemania. Los
principales lobbies empresariales amenazaron con
manifestaciones en las calles. Se cernió sobre el
país el peligro de una crisis financiera total. De modo que, en diciembre, se modificó el proyecto de
presupuesto para el 2019 que desafiaba las reglas.
En la actualidad, Salvini niega cualquier
intención de salir del euro. Los tipos crecientes de
la deuda italiana (desde un 1,8% hasta un máximo
de 3,6% sobre el bono a diez años) lo llevaron a
comprender el gran peligro que comportaba un
juego del gallina al estilo de Varoufakis (amenazar
de modo verosímil con volver a la lira para obtener
concesiones presupuestarias). La incertidumbre
contribuyó a una pequeña recesión de la economía
italiana en el otoño del 2018.
Ambos partidos hicieron campaña en el 2018
en favor de una reducción de impuestos: la carga
impositiva de Italia aumentará ligeramente en el
2019. Ambos partidos prometieron revitalizar el
crecimiento por medio de inversiones públicas
masivas: el nuevo presupuesto no muestra un
crecimiento significativo en inversiones. La ilusión
populista se construyó aunando muchos ruidosos
grupos de presión; sin embargo, sus demandas no
acaban de cuadrar bien.
Cada partido reclama el éxito en su tema
estrella: la Liga a propósito de las prejubilaciones,
el M5E a propósito de la “renta de ciudadanía” (un
subsidio general para pobres y parados). Sin embargo, esas dos costosas medidas exigen recortar otras
ayudas y dejar por satisfacer otras demandas. Una
amnistía fiscal y un menor grado de transparencia
Según el Banco
de Italia, la
renta familiar
disponible no es
mayor que hace
treinta años, y
sólo el empobrecimiento
general ha
atenuado el
aumento de la
desigualdad.
Los mayores
han logrado
protegerse
mejor, mientras
los jóvenes han
quedado a la
intemperie
1. Alfonso Rosolia y Roberto
Torrini, “The generation
gap: a cohort analysis of earnings levels, dispersion and
initial labor market conditions in Italy,1974-2014”,
Questioni di economia e finanza, 366, Banco de Italia, noviembre 2016. Disponible
en www.bancaditalia.it/
pubblicazioni/qef/20160366/index.html.
2. Andrea Brandolini, Romina Gambacorta y Alfonso
Rosolia, “Inequality amid
income stagnation: Italy
over the last quarter of a
century”, Questioni di economia e finanza, 442, Banco de
Italia, junio 2018. Disponible en www.bancaditalia.it/
pubblicazioni/qef/20180442/index.html.
VANGUARDIA | DOSSIER
51
ITALIA, EL SOCIO FUNDADOR QUE SE REBEL A CONTR A BRUSEL AS
en los contratos públicos contradicen la reclamación de “honradez en el Gobierno” del M5E.
Aprobado a toda prisa en el Parlamento, el
presupuesto revisado abrió algunas fisuras en el
relato populista. Algunas medidas sólo contribuyen a acelerar el declive; por ejemplo, una generosa
desgravación fiscal a las pequeñas empresas por
debajo de determinado volumen de negocios. Una
causa importante del hundimiento de la productividad de Italia es la gran cantidad de pequeños
negocios ineficaces que sobreviven gracias a la
evasión fiscal; incentivar su permanencia no contribuirá al crecimiento.
La tregua presupuestaria con la Comisión
Europea no impedirá que los dos partidos exploten
sentimientos antieuropeos cuando hagan campaña el próximo mes de mayo para las elecciones al
Parlamento Europeo. Todavía es posible culpar a
los burócratas de la Unión Europea de cualquier
cosa desagradable. Aunque hasta cierto punto: la
coalición es frágil y podría romperse a finales de
año. Con un ojo puesto en unas posibles elecciones
anticipadas, Salvini no puede correr el riesgo de
enajenarse a un sector empresarial que es abrumadoramente europeísta; por su parte, el M5E (32,7%
de los votos en el 2018, 25-26% en encuestas recientes), en busca de nuevas ideas con las que frenar su
pérdida de fuerza, no puede permitirse avivar un
tema tan controvertido como la salida del euro.
Por su parte, los políticos de la oposición no se
atreven en su mayoría a apoyar a Europa de forma
abierta por temor a ser tildados de élites que se
dedican a instruir a la gente común sobre el modo
en que deben comportarse. Aun más, la irreformabilidad de Italia empuja a todos los partidos (salvo
al pequeño +Europa) a depositar sus esperanzas en
presupuestos expansivos. No ven otra manera de
acelerar el crecimiento económico.
Tras la crisis del 2011 solamente se han intentado unas pocas reformas estructurales a partir
de recetas económicas dominantes; y han demostrado ser impopulares incluso tras cosechar, como
la reforma del mercado laboral del 2014, algunos
efectos positivos evidentes. El actual Gobierno
está incluso revocando algunas de las medidas. La
reacción en Francia contra las políticas de Emmanuel Macron no ha hecho más que reforzar una ya
arraigada aversión.
Todo el mundo es hoy en la política italiana
un keynesiano mal interpretado. Ningún partido
aprueba las reglas presupuestarias europeas existentes; de modo que, por su parte, los políticos y
empresarios alemanes ven crecer la desconfianza
en relación con Italia. En semejante círculo vicioso,
52 VANGUARDIA | DOSSIER
la solución racional (un gran presupuesto común
para la eurozona, como ha propuesto Francia)
concita escaso respaldo.
Sin embargo, el aspecto interesante de la
grave situación italiana es cómo adquirirá forma
la oposición al populismo. La actual coalición dispone de un abundante arsenal demagógico, desde
los discursos abiertamente xenófobos hasta los vagamente izquierdistas. Las reacciones de protesta
han sido dirigidas por mujeres con formación o
empresarios cultos; algunos alcaldes de centroizquieda y algunos obispos católicos han desafiado
la ley antiinmigrantes.
Los sindicatos, extasiados en un principio
por las promesas sobre normas de jubilación y
leyes laborales, organizaron manifestaciones en
todo el país el 25 de enero. La principal asociación
empresarial, Confindustria, critica tanto la ley de
prejubilación (absurda en un país con una esperanza de vida muy alta) como la “renta de ciudadanía”
(que subsidiaría la contratación ilegal).
Intelectuales, economistas, líderes de opinión de todo tipo, se unen en una oposición que
difumina las viejas divisiones entre conservadores
y progresistas. Aunque hasta ahora las disensiones
son demasiado diversas, y sigue siendo fuerte el rechazo a todos los grandes políticos anteriores. Los
simpatizantes de los dos partidos en el Gobierno
muestran similares preferencias respecto a “más
orden y menos democracia” (encuesta Piepoli,
13 de enero).
De modo interesante, el 12 de enero, la Liga
se sumó a los partidos de la oposición, alcaldes,
dirigentes empresariales, grupos ciudadanos, en
una gran manifestación en Turín para defender la
conexión de un nuevo túnel ferroviario con Francia, un proyecto al que el M5E, en su hostilidad a las
grandes obras públicas, se opone rotundamente.
La debilidad financiera volverá a aparecer a
más tardar en otoño del 2019. Según las previsiones de tesorería, el presupuesto del 2020 exigirá
un fuerte aumento impositivo, de un 1,2% del PIB
(una vez en el poder, los populistas se muestran
poco dispuestos a recortar gastos).
Si el tipo de interés a diez años de los bonos
italianos se mantiene cerca de un 3% (el doble del
español), más bancos podrían verse en problemas.
En cuanto a la política, cuando en el interior del
pueblo aparecen intereses diversos, el M5E, que
se pretende “ni de derechas ni de izquierdas”,
no sabe qué elegir. ¿Y hasta dónde podrá llegar
Salvini sacando partido a un solo tema, la inmigración? Caben esperar nuevos giros en la
rama italiana.
Después de Merkel
¿‘Alemania primero’
o una Europa descabezada?
Ulrich Krotz
Joachim Schild
PROFESOR DE RELACIONES INTERNACIONALES Y DIRECTOR DEL
PROGRAMA ‘EUROPA EN EL MUNDO’, CENTRO ROBERT SCHUMAN
PARA ESTUDIOS AVANZADOS, INSTITUTO UNIVERSITARIO EUROPEO.
PROFESOR DE POLÍTICA COMPARADA, UNIVERSIDAD DE TRÉVERIS.
E
L MANDATO DE ANGELA MERKEL
visiones europeas, Angela Merkel ha invertido un
como canciller alemana está lle- importante capital político en salvar la inestable
gando a su fin. En octubre del zona del euro del colapso y, según su punto de vis2018, Merkel anunció que no se ta, defender los valores europeos básicos durante
presentaría a la reelección como la crisis de los refugiados del 2015.
presidenta de la Unión Demócra¿Continuarán sus sucesores por ese camino,
ta Cristiana (CDU) y que daría buscando con paciencia compromisos europeos
por concluida su carrera política (a veces incómodos) y definiendo la cohesión del
en el 2021, cuando están previs- marco integrador europeo como un objetivo funtas las próximas elecciones federales. Por ello, no damental de la política exterior alemana y una
cabe sorprenderse de que los políticos alemanes y parte esencial de su razón de Estado? ¿O se verá teneuropeos hayan empezado a hacerse preguntas so- tado el próximo canciller a adoptar una estrategia
bre el probable impacde Alemania primero, deto de ese cambio en el Merkel ha invertido un importante
finiendo los intereses
estilo y la sustancia de capital político en salvar la
alemanes más estrecha
la diplomacia europea
y crudamente en oposialemana. Desde luego, inestable zona del euro del colapso
ción a los de sus socios?
no cabe comparar el le- y, según su punto de vista, defender ¿Hará notar Alemania
gado y la contribución los valores europeos básicos
su influencia más a
menudo? ¿Y debilita
de Merkel a la integradurante la crisis de los refugiados
la salida de Merkel el
ción europea con los de
un europeísta comproarraigado bilateralismetido como Helmut Kohl quien, junto como el mo franco-alemán en los asuntos europeos?
presidente francés François Mitterrand, respaldó
Estas preguntas no son del todo nuevas. Tras
con energía el proyecto del mercado único y tuvo el final de la guerra fría y una vez concluida la
un papel decisivo en el establecimiento del euro unificación alemana, el destacado estudioso de
y el espacio Schengen de libre circulación. Sin las relaciones internacionales John Mearsheimer
embargo, a pesar de su pragmatismo y su escep- predijo el fin de la Comunidad Europea y el regreso
ticismo ante los planes ambiciosos y las elevadas de Alemania a la política de grandes potencias. Sin
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54 VANGUARDIA | DOSSIER
D E S P U É S D E M E R K E L : ¿ ‘A L E M A N I A P R I M E R O ’ O U N A E U R O PA D E S C A B E Z A DA ?
embargo, Alemania optó por el camino
opuesto para lograr el tratado de Maastricht de 1991-1992, renunció a la soberanía en materia de política monetaria
en un ámbito de competencias estatales
básicas y sacrificó su propia moneda para
vincularse con más fuerza aun a un marco europeo más profundo.
En la década del 2000, tras el inicio
del Gobierno rojiverde dirigido por el
canciller Schröder, vimos un debate sobre
la normalización de la diplomacia europea
alemana al tiempo que el nuevo Gobierno
adoptaba una línea más dura en las negociaciones sobre el presupuesto plurianual
de la Unión y expresaba más abiertamente los intereses nacionales alemanes en la
elaboración de las políticas comunitarias.
El canciller Schröder se quejó de que
Bruselas malgastaba el dinero de los contribuyentes alemanes. Sin embargo, ese
cambio se ciñó en buena medida al plano
de la retórica y apenas afectó a la sustancia de la política europea alemana: hubo
muchas palabras, pero pocos cambios
reales en las prácticas y la acción.
Esa nueva retórica no impidió, por
ejemplo, que el Gobierno alemán desempeñara un papel principal en el debate
constitucional de la primera mitad de la
década de 2000. Joschka Fischer, el europeísta ministro de Asuntos Exteriores del
Partido Verde, no sólo presentó un ambicioso proyecto constitucional europeo
que abogaba por una federación de estados nación construida en torno al núcleo
franco-alemán, sino que también aportó,
junto con su colega francés Dominique
de Villepin, influyentes contribuciones
franco-alemanas sobre cuestiones clave
de la reforma institucional cuando la
Convención Europea redactó un “tratado
constitucional” europeo. Más tarde, tras
el rechazo de dicho tratado por parte de
los ciudadanos franceses y neerlandeses
en sus respectivos referéndums del 2005,
Angela Merkel recogió las piezas y, con
el apoyo del presidente francés Nicolas
Sarkozy, se esforzó por alcanzar un compromiso sobre el tratado de Lisboa y asegurar su ratificación.
En la década del 2010, durante la
crisis de la eurozona, se desató un debate
sobre la hegemonía o dominación alema-
na en la Unión. Muchos consideraron que
Berlín rechazaba la solidaridad intracomunitaria, imponía la “austeridad” a los
países deudores y unas estrictas normas
fiscales a toda la zona del euro. Sin embargo, esas posturas políticas alemanas
no reflejaban tanto el estrecho interés de
un Estado alemán o acreedor, como unas
ideas económicas y unas convicciones
ordoliberales profundamente arraigadas.
En varios momentos decisivos a partir del
2010-2012 y de nuevo en el 2015 durante
la crisis griega, Merkel optó por la integridad de la eurozona. Su mantra “Si el
euro fracasa, Europa fracasa” reflejaba
la creencia de que el mantenimiento del
marco del euro, el mercado único y la
Unión Europea seguía siendo un objetivo
clave de la política exterior de Alemania.
¿Será diferente esta vez? ¿Anunciará
el final de la época de Merkel un cambio
más fundamental en la política europea
de Alemania? ¿Perderá el “hegemón renuente” (Simon Bulmer y William Paterson) su renuencia y desempeñará un
papel más hegemónico o abiertamente
dominante en Europa? ¿Estará más dispuesto Berlín a definir sus intereses nacionales de manera que ya no considere los
intereses centrales de sus socios europeos
(principalmente, Francia)?
Una serie de factores estructurales
clave siguen obrando en el sentido de la
continuidad. La interdependencia económica, la importancia del mercado único
y del euro para los intereses exportadores
alemanes y la pesadilla del impulso en
favor de coaliciones antialemanas en una
Europa en proceso de desintegración nos
hacen creer que Alemania no perderá sus
credenciales europeas. Es poco probable
que se produzca en un futuro próximo
un cambio fundamental en la diplomacia europea alemana. Sin embargo, las
crecientes limitaciones internas y unas
incertidumbres cada vez mayores sobre
el futuro del principal socio europeo de
Alemania, Francia, plantean una serie de
interrogantes y podrían cambiar lenta
pero significativamente el curso de la
diplomacia europea alemana.
En relación con las limitaciones
internas, podemos distinguir el corto y el
largo plazo. A corto plazo, el peso político
de la canciller Merkel en la escena nacional disminuye a medida que se acerca el
final de su mandato. Como consecuencia
de su menguante poder interno, apenas
tendrá los recursos de liderazgo, el capital
político y el respaldo interno necesarios
para desempeñar un papel de liderazgo
proactivo en el plano europeo. Su partido,
la CDU, y su partido hermano, la Unión
Social Cristiana (CSU) de Baviera, vieron
la reducción de su base electoral en las
elecciones federales y las elecciones regionales del 2018 en Baviera y Hesse. Las elecciones al Parlamento Europeo de mayo
del 2019 y las cuatro elecciones estatales
regionales de este año podrían continuar
o incluso agudizar ese declive.
La última serie de elecciones federales y estatales regionales ha revelado
una tendencia que es posible que tenga
un carácter más duradero: un profundo
cambio en el sistema de partidos alemán.
Hemos visto el establecimiento con éxito
de un partido populista y euroescéptico
de derecha, la Alternativa para Alemania
(AfD). Con un 12,6% de los votos en las
elecciones federales de septiembre del
2017 y 91 de los 709 diputados, la AfD no
sólo entró holgadamente en el Bundestag
alemán, sino que se convirtió en el mayor
partido de la oposición en el Parlamento
federal. En el otro extremo del espectro
político, el Partido Verde, que ocupa el
polo opuesto y hace campaña en el seno
una plataforma progresista y proeuropea,
también cosecha éxitos y obtuvo un fuerte apoyo electoral en las elecciones estatales regionales. A principios del 2019, las
encuestas muestran que el Partido Verde
se sitúa en torno a un 20% a nivel federal,
cinco puntos por encima del Partido
Socialdemócrata (SPD), mientras que la
CDU/CSU se sitúa en torno a un 30%. Dado
que el respaldo a La Izquierda (Die Linke,
partido sucesor del represivo Partido Socialista Unificado de la antigua República
Democrática Alemana) se mantiene robustamente en un 10% o justo por debajo
y que el pequeño Partido Democrático
Liberal (FPD) sólo se beneficia ligeramente
de la insatisfacción con la gran coalición
gobernante de la CDU, el CSU y el SPD, el
resultado es que los partidos cristianos y
socialdemócratas salen perdiendo y que
VANGUARDIA | DOSSIER
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D E S P U É S D E M E R K E L : ¿ ‘A L E M A N I A P R I M E R O ’ O U N A E U R O PA D E S C A B E Z A DA ?
Una Europa
descabezada
y sin centro
de poder, más
que una Europa
alemana,
representa
el mayor
escenario
negativo
verosímil que
llevaría a la
parálisis, el
empequeñecimiento o la
desintegración
europea
56 VANGUARDIA | DOSSIER
el centro político se ve reducido. Esa tendencia
complica la tarea de establecer gobiernos de coalición y de gestionar los conflictos entre los socios
una vez establecidas con éxito las coaliciones.
El cambio en el sistema de partidos y el auge
de la AfD también anuncian el fin del tradicional
consenso europeísta y transpartidista imperante
en buena medida desde mediados de la década de
1950 (es posible que con la única breve interrupción de la postura crítica del Partido Verde hacia
la Comunidad Europea en la década de 1980). La
plataforma electoral de la AfD para las próximas
elecciones al Parlamento Europeo de mayo del
2019 está considerando seriamente un Dexit, una
salida alemana de la Unión Europea si no pueden
lograrse las profundas y exhaustivas reformas incluidas en su plan puramente intergubernamental
para la Unión. Con semejante competidor político
a su derecha, la CSU bávara podría verse tentada a
flirtear, más aun que en el pasado, con posiciones
cargadas de retórica y cierta dosis de euroescepticismo. A ese panorama hay que añadir la profunda
politización de las cuestiones europeas: su mayor
importancia y la polarización y competencia
partidista creciente en torno a ellas en el debate
nacional alemán, desencadenadas y alimentadas
ambas por las múltiples crisis de la Unión Europea
en la última década.
Éste es el más complicado y desfavorable
contexto interno en el que cualquier sucesor de
Angela Merkel deberá establecer su posición política nacional e internacional. Sin la movilización
de una sólida base nacional será más difícil lograr
objetivos europeos colectivos y una definición
europea de intereses nacionales.
En el pasado reciente, algunos socios europeos de Alemania consideraron la postura de Berlín sobre una serie de asuntos relacionados con la
reforma de la zona euro como egoísta y contraria
a un espíritu colectivo y solidario. Sigue siendo así
en relación con el polémico tema de un presupuesto de la eurozona capaz de absorber perturbaciones económicas asimétricas o con el debate sobre
un sistema europeo de garantía de depósitos en el
que Alemania se ha mostrado y se sigue mostrando
muy reacia a mutualizar los riesgos bancarios si
no hay antes una reducción efectiva de los riesgos
presentes en los balances de los bancos.
El final del consenso europeísta entre los partidos hace mucho más difícil que puedan añadirse
los nuevos elementos de reparto de riesgos en la
zona euro que Francia y los estados miembros
del sur de Europa llevan tiempo pidiendo (y a los
que se oponen con energía los estados acreedores
septentrionales de la nueva Liga Hanseática). No obstante, en Alemania, la oposición a cualquier nuevo
instrumento de redistribución intracomunitaria
(en especial, a las posibles transferencias fiscales
que puedan resultar de carácter duradero) está
profundamente arraigada, no sólo en las filas de
la AfD, sino también en los sectores cristianodemócratas y liberales del sistema de partidos, así
como en la opinión pública. Lo mismo cabe decir,
mutatis mutandis, en relación con el reparto de
riesgos de Alemania en nombre de los intereses
europeos comunes en la escena internacional, y
con más certeza aun en el ámbito de la seguridad
y la defensa (sobre todo, en el terreno de la gestión
de conflictos militares y civiles más allá de las
fronteras de la Unión Europea, en especial en el
África subsahariana).
Aunque un liderazgo nacional fuerte debería permitir que un nuevo canciller superara las
limitaciones nacionales que restringen el margen
de maniobra de la diplomacia europea alemana,
podría surgir otro obstáculo: la falta de un socio
fuerte para el ejercicio del liderazgo europeo. El
relativo declive económico de Francia desde el
2000 ha relegado cada vez más ese país a un papel
subalterno en el bilateralismo franco-alemán. La
situación parece haber cambiado con la elección
del presidente Macron en el 2017 gracias a unos
enérgicos intentos de reformar Francia, reducir sus
prolongados déficits públicos y reforzar su credibilidad en el escenario europeo. Y, de modo reciente,
el 22 de enero del 2019, los dos estados centrales de
la Unión Europea firmaron solemnemente su nuevo tratado de Aquisgrán para adaptar a los retos del
siglo XXI el marco jurídico del tratado del Elíseo
firmado en 1963. Por medio de ese nuevo tratado
bilateral, Francia y Alemania han subrayado su ambición común de coordinarse sistemáticamente en
los asuntos europeos y también en asuntos de política exterior en el plano multilateral. Ahora bien,
¿puede Alemania dar por sentado que Francia, su
aliado indispensable hasta ahora en la elaboración
de políticas europeas, seguirá siendo en el futuro
un socio fuerte y fiable?
El contundente y persistente movimiento
de protesta de los chalecos amarillos en Francia
podría convertirse en un momento definitorio
de la presidencia de Macron. Esas extendidas y,
en ocasiones, violentas protestas han puesto de
manifiesto la endeblez de la base de apoyo interno
de Macron y han arrojado luz sobre su fracaso a la
hora de reconstruir una sólida base de legitimidad para sus proyectos de reforma en la política
interna francesa. Esa crisis interna imprevista
D E S P U É S D E M E R K E L : ¿ ‘A L E M A N I A P R I M E R O ’ O U N A E U R O PA D E S C A B E Z A DA ?
conlleva el gran riesgo de debilitar gravemente las
posibilidades de Macron de lograr sus objetivos
de reforma económica y social. ¿Podrá seguir desempeñando en los próximos años un fuerte papel
de liderazgo europeo junto con Alemania? Existe
un grave riesgo de que el socio más importante
de Alemania en la consecución de su programa
europeo no esté disponible en el futuro debido a
la parálisis política interna. Entre la élite política,
administrativa y económica alemana, crecen de
nuevo las dudas sobre la capacidad de reforma de
su aliado indispensable. A su vez, ello podría dar lugar
a incertidumbres en relación con la estrategia y los
socios adecuados que Alemania debe elegir para
manejar los desafíos futuros de la Unión Europea.
Si tenemos en cuenta las crecientes limitaciones internas de la diplomacia europea alemana y
la debilidad de Francia, su socio clave, se percibe la
gravedad del riesgo de una doble pérdida del centro. En el plano nacional, el centro político se está
erosionando por los avances del partido populista
de derecha AfD. En el plano europeo, el centro de
poder franco-alemán, que antaño marcó la agenda
en las fases dinámicas de la integración europea y
actuó como fuerza de cohesión en las situaciones
difíciles, corre el riesgo de perder tracción.
Sin duda, todo esto no excluye la posibilidad
de futuras iniciativas franco-alemanas para profundizar la integración en terrenos específicos o
promover la formación de subgrupos para eludir
la oposición de algunos estados miembros. En los
últimos años hemos podido observar una pauta
de ese estilo; curiosamente, en asuntos de seguridad y defensa. Alemania, con el apoyo de Francia,
impulsó el uso del artículo del tratado sobre una
“cooperación estructurada permanente” (CEP)
de subgrupos para mejorar las capacidades de
defensa y la cooperación entre los estados miembros dispuestos. Francia, apoyada por Alemania,
promovió con éxito su “iniciativa de intervención
europea” fuera del marco institucional de la Unión
Europea. Su propósito es desarrollar una cultura
estratégica común en un subgrupo de estados,
para vincular el Reino Unido posterior al Brexit
con la cooperación militar europea y, a largo plazo,
construir un instrumento europeo orientado a
las intervenciones militares en teatros exteriores
(especialmente en África). Sin embargo, la cuestión
crucial sigue siendo si Alemania está dispuesta a ir
más allá del establecimiento de nuevos instrumentos y marcos de cooperación, o si estará dispuesta a
asumir una mayor responsabilidad diplomática y
aceptar riesgos militares para proteger y promover
los intereses europeos en un mundo turbulento.
En cuanto a los asuntos relacionados con la
reforma de la unión económica y monetaria, Alemania y Francia han demostrado recientemente su
capacidad para alcanzar compromisos bilaterales
sobre un presupuesto separado para la eurozona y
sobre la reforma del Mecanismo Europeo de Estabilidad, el “fondo de rescate” de la Unión Europea.
Sin embargo, un grupo de ocho estados acreedores
más pequeños, la nueva Liga Hanseática, se ha
opuesto con rotundidad a la idea de un presupuesto separado para la eurozona. Consiguieron diluir
la propuesta común franco-alemana expuesta en
la declaración bilateral de Meseberg y en la hoja de
ruta franco-alemana para la zona del euro del 19
de junio del 2018, y más tarde en su documento común sobre el presupuesto de la eurozona fechado
el 19 de noviembre del 2018. Ese ejemplo muestra
que un intento franco-alemán de ejercer el coliderazgo no supone en absoluto una garantía de
éxito. Las crecientes limitaciones internas a las que
deben enfrentarse muchos estados miembros en
su diplomacia europea y la creciente importancia
de la coordinación de subgrupos como Visegrado-4
o la Liga Hanseática desafían los intentos de liderazgo europeo. Los seguidores son cada vez más
escasos en una Europa con múltiples líneas rojas
trazadas por los (grupos de) estados miembros.
En consecuencia, el principal peligro no es
que Alemania dirija sola Europa y el programa
europeo como una potencia egoísta y dominante
que se deja tentar por la acción unilateral basada
en las convicciones del Alemania primero. También
las aspiraciones de coliderazgo del antiguo centro
de poder de la Unión podrían verse inhibidas por
los socios europeos. Más peligroso que el liderazgo
unilateral o bilateral es el potencial de una Alemania (aun) más reacia al riesgo, sin apoyo interno y
sin un socio francés para un programa de reformas
europeas no sólo en los ámbitos tradicionales de la
política regulatoria intraeuropea y en los asuntos
de la eurozona, sino también (y cada vez más) en
temas de seguridad y defensa. Semejante resultado
limitaría la capacidad de Alemania para moldear
el papel y el lugar de Europa en un mundo del
siglo XXI sometido a drásticos cambios y con un
elevado potencial de peligro (incluida una Rusia
que parece cada vez más agresiva), un mundo
que puede ver un incremento de la inestabilidad,
guerra civil o guerra en el vecindario de Europa, el
vecindario ampliado y más allá. Por lo tanto, una
Europa descabezada y sin centro de poder, más que
una Europa alemana, representa el mayor escenario negativo verosímil que llevaría a la parálisis, el
empequeñecimiento o la desintegración europea.
VANGUARDIA | DOSSIER
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58 VANGUARDIA | DOSSIER
La Unión Europea
sin el Reino Unido
¿Demuestra el Brexit que el proyecto
comunitario tiene vuelta atrás?
Iain Begg
INVESTIGADOR PROFESIONAL Y CODIRECTOR DEL FORO DAHRENDORF EN EL INSTITUTO EUROPEO DE LA ESCUELA DE ECONOMÍA Y CIENCIAS POLÍTICAS DE LONDRES.
E
1. David Cameron, “EU
Speech at Bloomberg”,
23/I/2013. Disponible en
www.gov.uk/government/
speeches/eu-speech-atbloomberg.
s el Brexit un caso aislado
o el principio de un desmantelamiento gradual del proceso de
integración europea iniciado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial? A pesar de
que la conclusión de un artículo
publicado en Vanguardia Dossier
n.º 55, a finales del 2015, afirmaba que los “jugadores reacios al riesgo harían
bien en no apostar en contra de la salida del Reino
Unido de la Unión Europea a lo largo del próximo
período parlamentario”, el resultado en favor de la
salida, cuando se produjo, no dejó por ello de ser
un acontecimiento sísmico que llegó muy arriba
en la escala Richter. Por toda Europa se especuló
sobre la posibilidad de que otros países se sentirían
tentados de seguir los pasos británicos, y muchos
dirigentes de partidos populistas se apresuraron
a establecer rápidos paralelismos con sus propias
posiciones antieuropeas.
Sin embargo, los dirigentes de la UE pueden
hallar consuelo en la confusión rayana en el caos
en la que se halla sumido hoy el Reino Unido: una
primera ministra derrotada por una mayoría sin
precedentes en una votación crucial sobre un importante asunto político, unos partidos políticos
profundamente divididos, un posible reajuste
constitucional y una reputación de gobernanza
madura hecha añicos. De modo evidente, el Reino
Unido ha dedicado más tiempo a negociar sin éxito
consigo mismo que a hacerlo con la UE-27. Al con-
trario, la UE-27, a pesar de las diferencias en otros
asuntos políticos, ha permanecido muy unida en
las negociaciones del Brexit. Por lo tanto, resulta
tentador interpretarlo como un desastre que otros
países no tendrán ningún incentivo para emular.
Hacerlo sería temerario. La experiencia del
Brexit, al menos hasta ahora, deja patentes el coste, las tensiones y la complejidad de dejar el club
europeo, y no cabe duda de que disuadirá a otros
de contemplar salidas similares. Por ello, resulta
improbable que el artículo 50 del Tratado de la
Unión (que recoge el procedimiento para abandonar la UE) sea invocado de nuevo en un futuro.
Ahora bien, el desencanto ante el proyecto de la UE
adquiere muchas otras formas y pone en entredicho muchos aspectos del modelo de integración.
Entender la decisión del Reino Unido
Cuando David Cameron, entonces primer
ministro británico, anunció el 23 de enero del
2013 en el discurso de Bloomberg1 su intención de
convocar un referéndum sobre la permanencia del
país en la UE, pocos imaginaron que conduciría a
lo que hoy se conoce como Brexit. El objetivo de
Cameron era táctico: quería detener el crecimiento
del sentimiento antieuropeo y el apoyo al populista UKIP, que se estaba comiendo su base electoral.
Dos años más tarde, se sorprendió a sí mismo
venciendo por una reducida mayoría absoluta
en las elecciones generales del 2015 y, en lugar
mantener una coalición de Gobierno que había
conseguido un éxito relativo, tuvo que cumplir su
VANGUARDIA | DOSSIER
59
L A UNIÓN EUROPEA SIN EL REINO UNIDO
Pueden abrirse
tres puertas:
la UE como
defensora de
los valores
liberales; un
enfoque nuevo
a la gobernanza política de la
eurozona; y la
política social,
sobre la base
del “pilar
europeo de
derechos
humanos”
adoptado en la
cumbre de
Göteborg
60 VANGUARDIA | DOSSIER
compromiso de celebrar un referéndum. Incluso
en ese momento, las expectativas se inclinaban
por una permanencia en el seno de la UE. Al fin y
al cabo, el referéndum sobre la independencia de
Escocia celebrado en el 2014 había acabado, a pesar
de los temores, en una victoria bastante cómoda
para el statu quo.
Una consecuencia de las elecciones generales
del 2015 fue la sustitución del máximo dirigente
del Partido Laborista, donde se convirtió en el ganador por sorpresa Jeremy Corbyn, candidato de la
izquierda del partido e inveterado euroescéptico.
En realidad, Corbyn sólo tuvo oportunidad de
presentarse porque algunos diputados de otras
facciones laboristas consideraron que debía existir la suficiente pluralidad entre los candidatos
presentados. De haber tenido que confiar en sus
propios partidarios entre los diputados, Corbyn
nunca habría alcanzado el número necesario de
respaldos. Sin embargo, su poco entusiasta apoyo
a la permanencia durante el referéndum y su continuada ambivalencia acerca de la UE inclinaron
la balanza a su favor.
Resulta fácil interpretar lo sucedido como
una serie de accidentes y cálculos equivocados
por parte de los dirigentes políticos británicos. Sin
embargo, el Reino Unido siempre ha sido un socio
atípico en la UE, de modo que merece la pena analizar con más profundidad si el país es un caso tan
especial que, en realidad, tiene poco valor predictivo respecto al posible comportamiento de otros.
Llegó tarde a la integración europea, porque evitó formar parte de ella en el momento
de su creación, a pesar de participar en 1956 en
las conversaciones de Mesina que allanaron el
camino para la Comunidad Económica Europea.
Sin embargo, a principios de los sesenta, llegó a
la conclusión de que le resultaría más beneficioso
estar vinculado al (entonces) creciente mercado
continental que a los países de la Commonwealth.
A diferencia de las motivaciones mucho más políticas de otros países comunitarios, ese cálculo
transaccional fue crucial (y siguió siéndolo) en el
planteamiento británico ante el proyecto europeo.
El contraste es manifiesto con el objetivo de los seis
países originales de acabar con siglos de guerra, de
los países del sur de Europa de consolidar el fin de
sus dictaduras y de los países de Europa Central
y Oriental de regresar a Europa tras el azote que
supuso la hegemonía soviética.
El planteamiento transaccional británico
también quedó patente en las decisiones de no
unirse al euro ni al espacio de libre circulación de
Schengen, así como en su insistencia en otras di-
versas cláusulas de exclusión voluntaria. Además,
la mayor integración juzgada necesaria para una
gobernanza eficaz de la moneda única también
abriría más de una brecha entre el Reino Unido y
la zona del euro. En resumen, el país se había ido
alejando de la UE.
Más allá del Brexit:
otras presiones para la vuelta atrás
Sea cual sea el desenlace del proceso político británico, existe un enfado en muchos países
comunitarios y una creciente disposición a poner
en entredicho lo que hace la UE y rehuir responsabilidades colectivas. El conocido fenómeno de los
estados miembros de culpar a la UE de los fracasos
políticos y de atribuirse los éxitos exacerba la imagen negativa del proyecto europeo, al igual que
lo hace la propensión que tienen los dirigentes a
la táctica de la patada a la lata en lugar de resolver
los problemas de una vez por todas. El resultado
no sólo presenta la UE bajo una perspectiva desagradable, sino que amplía la distancia entre las
élites y los ciudadanos corrientes, lo cual debilita
el respaldo público en favor de la UE.
Además del Brexit, lo que ha motivado la
búsqueda de una UE revitalizada es el auge del
sentimiento euroescéptico y su traducción en
nuevas formas de populismo; sobre todo (pero no
exclusivamente) en la derecha del espectro político. Los dirigentes de Europa son más conscientes
de su alejamiento de las preocupaciones de los
ciudadanos, pero se esfuerzan por conectar con
ellos. La UE, como entidad, ha confiado mucho
tiempo en la obtención de resultados para justificar sus acciones y sus posturas políticas más que
en la legitimidad directa emanada de un mandato
popular. Como también el Brexit, tres ejemplos
actuales ilustran los dilemas.
La disputa entre Italia y la Comisión Europea
por los planes presupuestarios del Gobierno italiano para el 2019 ejemplifica una tendencia general
a resistirse a una gobernanza económica basada
en normas y a plantear al tiempo interrogantes
acerca del modelo económico que subyace a las
disposiciones del tratado sobre el euro. Las normas
fiscales aprobadas para la eurozona son una forma
limitada de unión fiscal, orientada a evitar los
problemas derivados de la propagación de la indisciplina fiscal de un Estado miembro con efectos
adversos sobre los demás. Aunque hay un poderoso
componente de grandilocuencia política interna
en el modo en que el viceprimer ministro Salvini
ha usado el episodio, no por ello deja de existir
la cuestión más profunda (y que no recibe una
L A UNIÓN EUROPEA SIN EL REINO UNIDO
respuesta adecuada) de las reformas oportunas
necesarias para mejorar la gobernanza del euro.
De modo similar, el rechazo por parte de
Hungría de la obligación de aceptar una cuota de
refugiados, una política acordada tras un voto por
mayoría cualificada, arroja dudas acerca de si las
decisiones tomadas de ese modo pueden utilizarse
en circunstancias en las que un Estado miembro
se opone férreamente a la política pactada. La postura de Hungría quizá sea contraria al espíritu de
integración porque rechaza el reparto de la carga;
sin embargo, refleja al menos en parte una opinión arraigada de ese país, del mismo modo que
la opinión pública alemana es hostil a compartir
la carga de la deuda de otros países.
El choque entre Bruselas y Varsovia sobre
la independencia del poder judicial desafía las
normas comunitarias y es observado con mucha
atención por otros países que pueden estar tentados de alejarse de esas normas; pero también
puede percibirse como una limitación de la autonomía política de un Gobierno democráticamente
elegido. Puede que Polonia quiera hacer cosas que
Bruselas no aprueba, pero ¿cuál es el límite del
poder de la UE para influir sobre lo que ocurre en
el interior de los estados miembros?
De modo más general, la UE se encuentra
ahora buscando una redefinición de su modelo. El
Libro blanco sobre el futuro de Europa,2 publicado por
la Comisión en marzo del 2017 y basado en la materialización del Brexit, planteó cinco escenarios
que van desde el mantenimiento del statu quo,
pasando por el freno de la integración, hasta un
importante salto hacia una UE más abiertamente
federal. Según una evolución interesante, un escenario era la integración diferenciada en la que
sólo se integrarían más algunos estados miembros,
un enfoque más tarde abrazado por el presidente
francés Macron en su discurso pronunciado en
la Sorbona en el 2017; pero ante el cual se mostró
renuente el presidente de la Comisión Europea
Juncker, poco dispuesto a alejarse del sistema tradicional según el cual se espera que todos los países
sigan la misma senda de integración.
Desde entonces, el debate apenas ha avanzado. Francia y Alemania hicieron pública en junio
del 2018 su declaración de Meseberg,3 en la que se
señalan formas de ampliar la cooperación en una
serie de ámbitos; mientras que la firma del tratado de Aquisgrán 2, el 22 de enero del 2019, puede
interpretarse como un intento de dar un nuevo
impulso al liderazgo de la pareja franco-alemana
en la conformación de la integración europea.
Otra hoja de ruta fue la que proporcionó en julio
del 2018 la declaración de Madrid hecha pública
por Emmanuel Macron y Pedro Sánchez.4 Desde el
referéndum británico del 2016, ha habido también
encuentros ocasionales de los jefes de Estado y de
Gobierno (sin participación británica) orientados
a desarrollar planes para la evolución de la Unión.
¿Un camino hacia delante?
Todo ello suscita la pregunta de si los dirigentes de Europa son capaces o no de encontrar
formas de responder al desencanto de los ciudadanos y de redefinir el proyecto europeo con el fin
de contrarrestar la deriva hacia una Europa más
fragmentada y menos homogénea. Un nuevo encuentro tendrá lugar este año en el día de Europa
(el 9 de mayo) en Sibiu (Rumanía), poco antes de
las próximas elecciones al Parlamento Europeo.
Partiendo de medidas e iniciativas anteriores, pretende “marcar la culminación de ese proceso por
medio de un compromiso renovado con una UE
capaz de solucionar los problemas que realmente
importan a las personas”.
El inconveniente de las hojas de ruta, las
declaraciones y demás anuncios es que suenan
bien, pero que demasiado a menudo carecen de
sustancia real. De todos modos, podrían abrirse
tres puertas: Europa como defensora de los valores
liberales; un enfoque nuevo a la gobernanza política de la eurozona; y la política social, donde ya se
ha establecido una base a través del “pilar europeo
de derechos humanos” adoptado formalmente en
la cumbre de Göteborg en el 2017.
Con un orden económico internacional liberal bajo la amenaza de las políticas y –a menudo,
de un modo igualmente importante– las actitudes
adoptadas por Donald Trump, existe para Europa
la oportunidad de encabezar en términos globales
la reafirmación de la importancia de la acción
para combatir el cambio climático y preservar los
compromisos con un sistema de comercio abierto.
Como se ha presentado en una publicación reciente del Centro Europeo de Estrategia Política de la
Comisión Europea,5 Europa trabaja para combatir
el proteccionismo, garantizar el respeto de los derechos de los ciudadanos (incluidos los derechos
relacionados con la economía digital) y enfatizar
que la cooperación internacional no es un juego
de suma cero. Se trata de un mensaje sobre el que
merece la pena hacer hincapié.
Si bien esos objetivos internacionales reflejan
los valores europeos y tienen más posibilidades
de alcanzarse porque la UE es capaz de agregar
los esfuerzos de los estados miembros para conseguir más de lo que podrían individualmente, un
2. Comisión Europea, Libro
blanco sobre el futuro de Europa, Bruselas, 2017. Disponible en https://ec.europa.eu/
commission/sites/betapolitical/files/libro_blanco_
sobre_el_futuro_de_
europa_es.pdf.
3. Angela Merkel y Emmanuel Macron, “Meseberg
Declaration”, comunicado
de prensa, 19/VI/2018. Disponible en https://uk.diplo.
de/uk-en/-/2109214.
4. Presidencia del Gobierno
de España, “Declaración de
Madrid”, 26/VII/2018. Disponible en www.lamoncloa.
gob.es/presidente/activida
des/Documents/2018/
Declaración%20de%20
Madrid%20sobre%20la%20
reforma%20del%20
área%20euro.pdf.
5. European Political Strategy Centre, Strong Europe, Better World, 22/I/2019. Disponible en https://ec.europa.eu/
epsc/sites/epsc/files/epsc_
strong-europe-betterworld.pdf.
VANGUARDIA | DOSSIER
61
L A UNIÓN EUROPEA SIN EL REINO UNIDO
La forma de
manejar el
desafío de
los refugiados
e inmigrantes
es ilustrativa.
Se piden
soluciones
a la UE pero
luego hay una
sistemática
resistencia
a dar las
competencias
y los recursos
necesarios
para alcanzar
una respuesta
efectiva
62 VANGUARDIA | DOSSIER
proyecto europeo convincente también necesita
un énfasis renovado en la gobernanza efectiva a
la hora de proporcionar beneficios. A pesar de las
muchas reformas emprendidas para fortalecer el
marco político del euro, el mediocre crecimiento
y los elevados niveles de desempleo en algunos
países son las pruebas más visibles de que las reformas todavía tienen que conseguir mejoras. No
escasean los planes y las iniciativas orientadas a
completar el marco político de la unión económica
y monetaria; ahora bien, ya sea en relación con
la unión bancaria, el establecimiento de nuevos
mecanismos fiscales u otros ámbitos de política
económica, la UE se ha quedado sistemáticamente
corta a la hora de concluir la tarea.
Por ejemplo, ha habido un gran debate acerca de reforzar el margen para hacer frente a las
perturbaciones macroeconómicas creando una
capacidad fiscal adicional que complemente el
muy limitado presupuesto europeo. Sin embargo,
ha resultado difícil coincidir en nuevos mecanismos en una escala lo bastante grande para que los
resultados sean tangibles. Un enfoque favorecido
por muchos analistas es alguna forma de seguro
de desempleo europeo; pero, a pesar del respaldo
de varios políticos importantes y de estudios que
demuestran que podría contribuir a alcanzar la
estabilidad macroeconómica y tener una repercusión directa en quienes se enfrentan al desempleo,
los dirigentes de Europa han sido incapaces de
ponerse de acuerdo acerca de él.
Como ocurre muy a menudo, las objeciones
se refieren a quién soporta la carga y a los temores
del riesgo moral de que, si existe un nuevo mecanismo, los países estarán tentados de eludir la
responsabilidad para resolver problemas. Existen
ciertamente riesgos, pero como ha observado el
antiguo ministro de Economía italiano Pier Carlo
Padoan, “lejos de ser un camino de salida para los
países que no están acelerando las reformas, el
reparto de riesgos podría ser una fuerza motriz de
las reformas”. Si se concibe de modo inteligente,
semejante instrumento podría, de acuerdo con el
razonamiento de Padoan, contribuir a un mejor
comportamiento económico a largo plazo y ser,
al mismo tiempo, un símbolo de la solidaridad
comunitaria hacia quienes se ven negativamente
afectados por la globalización y los años de crisis.
La Europa social quizá sea un concepto elusivo, pero también hay entre los europeos un amplio
entendimiento de cuáles son sus rasgos distintivos:
un Estado de bienestar protector, la regulación del
mercado laboral, una acción pública concertada
para limitar la pobreza y un énfasis en la inclusión.
Las presiones presupuestarias han dificultado
claramente que los gobiernos de muchos países
promuevan un programa social. No obstante, en
los años posteriores a la crisis, ha habido grandes
debates sobre nuevas iniciativas para que Europa
sea más social, sobre todo, transformando en acciones los principios del pilar de derechos sociales. La
retórica resulta impresionante, pero ya se han visto
las habituales evasivas ante la adopción de medidas con una repercusión real sobre los ciudadanos.
De modo más general, la forma de manejar
los desafíos de los refugiados y los inmigrantes
económicos ha ejemplificado una doble paradoja
presente en el núcleo de la integración europea.
En primer lugar, los europeos buscan en la Unión
Europea soluciones a problemas de difícil solución
(en especial, aquellos que tienen repercusiones
transfronterizas); sin embargo, existe también una
sistemática resistencia a proporcionar las competencias y los recursos necesarios para alcanzar una
respuesta efectiva. En segundo lugar, aun cuando
se puede organizar una respuesta conjunta (de modo típico, tras ásperas negociaciones), la puesta en
práctica se ve a menudo desatendida u obstruida
por los estados miembros.
Conclusiones
La combinación de la confusión que rodea en
el Reino Unido todo lo relacionado con el Brexit, la
especificidad del enfoque británico a la asociación
con otros países europeos y la constatación política
de que la UE necesita volver a pensar su modelo
de integración hace que resulte improbable que
la salida del Reino Unido dé lugar a un desmantelamiento del proyecto europeo. Quizá el mejor
resumen del razonamiento sea la concisa respuesta de un alto funcionario neerlandés cuando se le
pidió que comentara las insinuaciones de que los
Países Bajos podrían seguir la senda británica. Tras
pensarlo apenas un segundo, contestó: “Nuestra
estupidez tiene un límite”.
Del mismo modo, los dirigentes de Europa
deben prestar atención a las señales de alarma procedentes de todas partes que indican que el statu
quo no es una opción. La UE no se puede permitir
quedarse quieta y debe hacer frente a muchas decisiones difíciles sobre cómo debe evolucionar en los
próximos años. La renovación de las instituciones
de la UE que se llevará a cabo en el 2019 ofrece
una oportunidad de volver a pensar el núcleo del
proyecto común. Las élites que dominaron su construcción tienen mucho de lo que enorgullecerse,
pero necesitan nuevas respuestas para contrarrestar los mensajes que surgen del Brexit.
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64 VANGUARDIA | DOSSIER
El dilema
de la identidad
europea
Manuel Castells
CATEDRÁTICO EMÉRITO DE
PLANIFICACIÓN URBANA Y
REGIONAL DE LA UNIVERSIDAD
DE CALIFORNIA-BERKELEY.
L
A IDENTIDAD ES UN SENTIMIENTO
de pertenencia a una comunidad cultural que da sentido
a quienes somos mediante
nuestra relación con otros seres humanos integrantes de
dicha comunidad. En ese sentido es distinta de ciudadanía
(una pertenencia a un Estado
asignada por el Estado) o de una categorización
impuesta que no coincide con lo que sentimos.
Las identidades colectivas son fundamentales
en la construcción de una práctica social porque
configuran la relación con otros seres humanos
en términos de convergencia de intereses y/o
valores. Una identidad religiosa nos predispone a
una proximidad mayor con aquellos con quienes
compartimos nuestras creencias. Una identidad
sexual, una identidad de género o una identidad
étnica definen las relaciones que nos son más afines. Las identidades colectivas se construyen en
la práctica social, no son preestablecidas, porque
requieren una adhesión activa, sin la cual la definición de quienes somos es externa a nosotros,
no se traduce en sentimiento de pertenencia y
por tanto es débil en términos del sentido que le
atribuimos a dicha pertenencia.
Esta clarificación analítica no es un puro
ejercicio académico. Porque en función de cómo
nos sentimos y con quién nos sentimos, compartimos o rechazamos decisiones institucionales
y políticas tomadas en nombre de los colectivos
que organizan la experiencia humana. Por consiguiente, cuando hablamos de Europa como espacio de pertenencia, en la base de la convivencia,
la cuestión primordial que se plantea es la de la
existencia, o posible existencia, de una identidad
europea. En realidad, los problemas que afligen
a las instituciones europeas provienen en gran
parte de la debilidad de dicha identidad. Porque si
bien es cierto que para la mayoría de ciudadanos
de la Unión Europea no hay rechazo explícito a
dicha identidad común, la identidad se replantea
cuando además de derechos hay que asumir obligaciones. No molesta tener un pasaporte europeo
superpuesto al nacional. O una moneda común
(aunque no todos piensan así). Y, sobre todo poder
definirse contra otros, ya sean chinos, japoneses,
árabes, latinoamericanos, africanos e incluso
estadounidenses. Pero siempre y cuando todo eso
no comporte asimilarse necesariamente a otros
europeos en una práctica común. Los conflictos
surgen cuando hay que asumir decisiones en
beneficio de otros miembros de esa comunidad
VANGUARDIA | DOSSIER
65
EL DILEMA DE L A IDENTIDAD EUROPEA
que van más allá de las comunidades
nacionales, regionales o locales históricamente reconocidas. Por ejemplo, en
situación de crisis económica, las ayudas
de los estados y de la Comisión Europea
a países, regiones, bancos o instituciones
necesitados de apoyo financiero suscitan
enormes resistencias en amplios sectores
de la ciudadanía de los países más ricos
porque los destinatarios de esos beneficios, otorgados en parte con sus recursos,
no son realmente parte de lo que sienten
como suyo. Y por parte de los países y
regiones que reciben las ayudas surge un
sentimiento de humillación y de rechazo
a la imposición de condiciones de la ayuda recibida. Fue el rechazo a la inmigración europea de ciudadanos de la Unión
Europea (no a la inmigración del tercer
mundo) lo que determinó el triunfo del
Brexit en el referéndum británico. Y es el
rechazo a políticas comunes de inmigración y refugiados el elemento detonante
de la elección de gobiernos xenófobos en
países como Italia, Hungría, Polonia y,
parcialmente, Finlandia.
Según el Eurobarómetro de la Comisión Europea, al ser preguntados por
su identidad, los ciudadanos de la Unión
declaran en un 89% que tienen un sentimiento de pertenencia a su ciudad o
región, un 93% a su país. Y un 56% a la
Unión Europea. No se puede decir que
no haya identidad europea, aunque a un
nivel significativamente menor, cuando
más de la mitad de los europeos se asimilan con la Unión. Sin embargo, las identidades que definen comportamientos y
se expresan en comunidad son las que
denominamos fuertes, que en indicadores
de actitud son las que se declaran por parte de las personas como muy identificadas
a la comunidad de referencia. En esos
términos, un 57% se siente muy identificado con su país pero tan sólo un 14% se
declara muy identificado con la Unión
Europea. La identidad europea existe,
pero es débil y se concentra en las clases
profesionales y en los jóvenes.
En realidad, podemos decir que sin
un cierto nivel de identidad europea
común es poco probable que la unión
política o económica de las instituciones y
pueblos de Europa perdure. A menos que
66 VANGUARDIA | DOSSIER
las élites políticas, económicas y culturales sean capaces de imponer esa unificación en términos de relaciones de poder.
Porque, dichas élites necesitan instituciones fuertes y una economía de gran
escala para poder competir en términos
de poder con otras élites en un mundo
globalizado. Y sus intereses no son percibidos como propios por las capas de
menor educación y nivel socioeconómico. Esa es la esencia del llamado déficit
democrático de la construcción europea
y la raíz de las crisis políticas que estamos
viviendo*. ¿Por qué sacrificarnos cuando
toca en función de las necesidades de
otros que no son nuestros (la frontera clave
de la identidad)? ¿Por qué con estos humanos y no con los niños hambrientos
de África? Y si extendemos la solidaridad
a otros ámbitos, ¿quiere decir que tenemos una identidad común con ellos? En
realidad sí, como seres humanos, pero no
como europeos.
El movimiento de disgregación de
las naciones Estado que componen la
Unión Europea, ejemplificado por el
Brexit, por el ascenso de movimientos
ultranacionalistas y la consolidación de
gobiernos anti Union Europea, en países
como Italia, Hungría y Polonia, se refiere
en último término al sentimiento de
alteridad entre europeos en el sentido
de una cultura o unos intereses compartidos. Por eso no fue posible aprobar la
Constitución europea por referéndum
(salvo en España y Portugal pero con una
participación en el voto de sólo un 42%).
Y la respuesta de los estados, a saber convertir la Constitución en tratados aprobados por los parlamentos, dominados
sin excepción por los grandes partidos
políticos, incrementó la separación entre
élites y la mayoría de los ciudadanos.
Y es que, en el fondo, no existe base
material para la existencia de una identidad europea común en términos de
práctica compartida, que es el origen de
las culturas e identidades. En términos
geográficos, hay naciones europeas en el
continente que no son ni serán aceptadas
por la Unión Europea, tales como Rusia y
Turquía y que serían las potencias demográficas si formaran parte de la Unión. Lo
cual determina que Ucrania, mediatizada
por Rusia, difícilmente pueda acceder a la
UE. Y países tan respetables como Suiza
y Noruega siempre se mantuvieron prudentemente al margen de la Unión. Examinemos los otros criterios usualmente
constitutivos de identidad colectiva institucionalizada. Obviamente, la lengua,
atributo esencial de comunidades culturales, fragmenta Europa más que la une. Y
la religión (a pesar del intento de algunos
de hacer de Europa el baluarte de la cristiandad) no es ni puede ser un criterio
de práctica común. No sólo porque hay
importantes minorías religiosas, sobre
todo musulmana, pero también judía,
sino porque en la mayoría de los países
europeos predomina la laicidad y por tanto la separación política y cultural entre
Iglesia y Estado. En cuanto a la historia
común, la historia que hemos compartido, ha sido, principalmente, una historia
de guerras, matanzas y destrucciones, en
particular en el siglo XX. Precisamente
contra esa historia se construyeron las
instituciones europeas, como forma de
prevención contra nuevas ambiciones
de dominación entre estados nación. La
identidad europea es un proceso en construcción, no una comunidad cultural enraizada en el pasado. Es lo que he conceptualizado en otros trabajos como identidad
proyecto es decir la voluntad colectiva de
una existencia común y de instituciones
que la representen a partir de valores
en los que la mayoría de los ciudadanos
europeos se sienten reconocidos. Citando
a los tratados comunitarios, los más importantes de esos valores son la defensa
de la dignidad humana, la libertad, la
democracia, la igualdad, el imperio de la
ley y la defensa de los derechos humanos.
En ese sentido, seríamos europeos en la
medida en que asumamos, practiquemos
y defendamos esos valores. La problemática se complica, sin embargo, al considerar, por un lado, que todo depende de
cómo se interpreten e institucionalicen
esos maravillosos principios. Y por otro
lado, ¿por qué esos valores son específicamente europeos? En realidad son valores
universales, compartidos como identidad
cultural por países como Estados Unidos,
India, Canadá, Australia, Nueva Zelanda
y la mayoría de países latinoamericanos,
EL DILEMA DE L A IDENTIDAD EUROPEA
a pesar de su contradictoria historia. Y en cambio
en Europa, dichos principios han sido negados
institucionalmente, incluso en la segunda mitad
del siglo XX, por países como España, Portugal,
Grecia y países de Europa Oriental (aunque en
este último caso debido a su ocupación por la
Unión Soviética). Entonces, ¿a qué nos referimos
al hablar de los valores europeos, fundacionales
de una Europa unida, en términos de práctica
históricamente compartida? Aquí aparece la sospecha de que es nuestra forma de referirnos a una
civilización, supuestamente superior por nuestra
mayor capacidad de poder (tecnológico, económico, militar) a lo largo de la historia. Se supone que
estos valores están arraigados en Europa, como faro civilizador, y por tanto colonizador, del resto del
mundo. Entramos en un terreno de racismo étnico
de justificación de la conquista depredadora de
otros pueblos bajo la ideología del choque de civilizaciones. De modo que aunque efectivamente el
proyecto (que no la realidad actual) de una identidad europea humanista que incluya los derechos
humanos, los derechos animales y la conservación
de la naturaleza, sea encomiable como aportación
a un mundo en crisis, ese proyecto hay que construirlo entre todos más que presuponerlo. Y en
este sentido las tendencias actuales de la defensa a
ultranza de las naciones existentes y sus supuestos
valores civilizadores indican la debilidad de ese
proyecto y la falta de comunidad en torno a él.
Porque si se niegan los derechos humanos de los
demás humanos no europeos (de los refugiados
por ejemplo), ¿cómo podemos hacer un Europa de
los derechos humanos?
Y sin embargo, no hay alternativa, excepto
la disolución de las instituciones co-nacionales
europeas, si queremos preservar el proyecto de
unificación con todo lo que representa, un sueño
medieval, retomado por la Ilustración, aun en
medio de guerras salvajes entre naciones. Será
la Europa de los valores o no será. Los problemas
económicos y técnicos (por ejemplo un euro sostenible a partir de una política fiscal común y un
sistema bancario compartido) pueden resolverse si
hay voluntad política. Porque fue esa voluntad política de algunos políticos y tecnócratas ilustrados
la que configuró el proyecto europeo. Partiendo de
la Europa que ellos querían, superando los horrores de la guerra y la colonización. Pero se olvidaron de contárselo a la gente. Se adentraron en una
serie de medidas que mejoraron la economía y las
condiciones de la vida de la gente, establecieron
programas de desarrollo regional, buscaron la paz
y el desarrollo mundial, siempre bajo el paraguas
militar de Estados Unidos. Y supusieron que los
ciudadanos se darían cuenta de la conveniencia
de ser europeos y consolidarían el proyecto. Para
muchos de ellos esto ya no es así. Y la reacción
contra unas élites políticas que practicaron demasiado tiempo el despotismo ilustrado puede
echar al traste el bienintencionado invento. La
construcción de una identidad europea explícita
es absolutamente necesaria para profundizar la
comunidad cultural y la identidad política. Pero la
contradicción es que para resolver los problemas
hace falta más integración política, no menos. Por
ejemplo para estabilizar el euro. Lo cual requiere,
previamente, una construcción de valores en el
conjunto de la ciudadanía, debatida y participada
por dicha ciudadanía. Hoy por hoy estamos bajo
el impacto del nacionalismo más reaccionario y
defensivo en todos los países. Y para combatirlo en
nombre de la comunidad europea, parte de la comunidad humana, hay que multiplicar prácticas
comunes. Como el programa Erasmus que, a pesar
de su excesiva burocracia, ha creado comunidades de estudiantes europeos. Como las capitales
culturales europeas. Como la política de medios
de comunicación europeos, apoyándose en un internet tecnológicamente global. Por ejemplo con
la creación de un Google europeo que proporcione
una alternativa de privacidad y lucha contra la
invasión bárbara de las redes sociales a la actual
situación dominada por transnacionales que sólo
buscan ganancia por mucha ideología libertaria
que pregonen. Una práctica europea común ya
arraigada son las competiciones deportivas, que
se han transformado en la aspiración de todos
los clubes tanto profesionales como aficionados.
Si hay un deporte europeo, una cultura europea,
una educación superior europea, una ciencia y
tecnología europeas (como el European Research
Council o el European Institute of Technology
and Innovation), y unos medios de comunicación
europeos, incluida la comunicación basada en internet, estaremos sentando las bases de prácticas
comunes, que lleven a valores compartidos que
puedan ser la fundación de instituciones europeas arraigadas en toda Europa. Pero para que eso
pueda plantearse como horizonte de esperanza
hay primero que derrotar en las mentes y en las
urnas, europeas y nacionales, a las fuerzas ultranacionalistas y antieuropeas que proliferan en
nuestro entorno alimentándose carroñeramente
de la frustración de los ciudadanos con las élites
políticas tradicionales. Una Europa unida será
una Europa de derechos humanos y prácticas
democráticas o no será.
La construcción
de una
identidad
europea
explícita es
necesaria para
profundizar
la comunidad
cultural
y la identidad
política. Pero
para resolver
los problemas
hace falta más
integración
política, no
menos
* El análisis propuesto en
este texto está basado en los
datos y estudios presentados
en el volumen Las crisis de
Europa (dirigido por Manuel
Castells y otros), Alianza Editorial, Madrid, 2018. Remito
a dicho volumen para las
referencias pertinentes.
VANGUARDIA | DOSSIER
67
LA UNIÓN EUROPEA DISECCIONADA
Lejos de la vida cotidiana de sus ciudadanos –unos quinientos millones a la espera de la salida del Reino Unido– las instituciones
de la Unión Europea legislan, gobiernan, reparten fondos e intentan desarrollar una política internacional común. Cuáles son esas
instituciones y cuáles sus funciones principales, son las preguntas que se responden aquí de un modo sintético. El Parlamento
Europeo, que es la fuente de la legitimidad del resto de estructuras, merece un espacio propio en el que se analizan los ocho grandes
grupos políticos y los principales partidos estatales que los componen, además de los porcentajes de participación/abstención de
cada país en las últimas elecciones celebradas.
ÓRGANOS POLÍTICOS
CONSEJO EUROPEO
Órgano que representa el nivel más elevado de cooperación política
entre los países de la UE, que incluye seguridad y política exterior.
PARLAMENTO EUROPEO
Órgano legislativo y presupuestario que
representa a los ciudadanos. Ejerce un
control sobre las otras instituciones y puede
censurar a la Comisión Europea.
FUNCIÓN: Elaborar las leyes.
FORMADO POR: 751 diputados elegidos
por cinco años en sufragio universal (en
mayo 2019, nuevas elecciones).
PRESIDENTE: Antonio Tajani
(italiano).
SEDE: Estrasburgo (Francia)
y Bruselas (Bélgica).
ÓRGANOS
CONSULTIVOS
FUNCIÓN: Define las grandes orientaciones políticas
FORMADO POR: Jefes de Estado o primeros ministros, el presidente de la Comisión
Europea y el alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
PRESIDENTE: Donald Tusk (polaco).
SEDE: En el país que ejerce la presidencia de la UE, que cambia
cada seis meses (Rumania, hasta junio 2019, desde julio Finlandia).
COMISIÓN EUROPEA
Órgano ejecutivo que representa el interés general de la Unión.
Es independiente de los gobiernos de los estados miembros.
FUNCIÓN: Propone y ejecuta leyes
FORMADA POR: 28 comisarios (Colegio de Comisarios) nombrados para cinco años.
PRESIDENTE: Jean-Claude Juncker (luxemburgués).
SEDE: Bruselas (Bélgica).
TRIÁNGULO
DECISORIO
Diseña el presupuesto y traduce
en políticas concretas las orientaciones
del Consejo Europeo por medio de la legislación
COMITÉ ECONÓMICO
Y SOCIAL EUROPEO (CESE)
Representa a las organizaciones de
trabajadores y empresarios y otros grupos
de interés. Actúa de puente entre las
instituciones de la UE con capacidad
decisoria y los ciudadanos europeos.
FUNCIÓN: Representar a la
sociedad civil
PRESIDENTE: Luca Jahier (italiano).
FORMADO POR: 350 miembros según
proporción de población de cada Estado.
SEDE: Bruselas (Bélgica).
COMITÉ DE LAS
REGIONES (CDR)
Compuesto por representantes
elegidos a escala local y regional.
FUNCIÓN: Representar a las
colectividades territoriales
PRESIDENTE: Karl-Heinz Lambertz
(belga).
FORMADO POR: 350 miembros según
proporción de población de cada Estado.
SEDE: Bruselas (Bélgica).
ÓRGANOS ECONÓMICOS
BANCO CENTRAL EUROPEO (BCE)
Es el banco central de los países que comparten el euro. Decide independientemente de los gobiernos y otras instituciones, con el objetivo de llevar
adelante la política económica y monetaria de la UE y mantener la
estabilidad de los precios.
FUNCIÓN: Emitir y gestionar el euro
PRESIDENTE: Mario Draghi (italiano).
FORMADO POR: El presidente y el vicepresidente del BCE y los gobernadores
de los bancos centrales nacionales de todos los países de la UE.
SEDE: Frankfurt (Alemania).
CONSEJO
DE LA UNIÓN EUROPEA*
Órgano político y ejecutivo, que representa
a los gobiernos de los Estados miembros,
adopta la legislación europea y coordina
las políticas de la UE.
FUNCIÓN: Adoptar las leyes
FORMADO POR: Ministros de los
gobiernos de los estados miembros,
según el tema.
PRESIDENTE: Cada Estado miembro
ejerce la presidencia por turnos de
seis meses (actualmente Rumanía).
SEDE: Estrasburgo (Francia)
y Bruselas (Bélgica).
* No confundir con el Consejo de Europa, un
organismo independiente de la UE que engloba
47 países y cuyo objetivo es defender los derechos
humanos, la democracia parlamentaria y la
libertad de los ciudadanos (y sólo tiene una
sede, Estrasburgo, Francia).
ÓRGANOS
DE CONTROL
TRIBUNAL DE JUSTICIA
EUROPEO (CJUE)
Vela por el respeto al derecho comunitario.
SEDE: Luxemburgo.
TRIBUNAL DE CUENTAS
EUROPEO (TCE)
Controla los ingresos y los gastos.
SEDE: Luxemburgo.
BANCO EUROPEO DE INVERSIONES (BEI)
Es el órgano financiero de la UE, tanto de proyectos internos como externos .
FUNCIÓN: Financiar las inversiones de interés europeo
PRESIDENTE: Werner Hoyer (alemán).
FORMADO POR: Consejo de Gobernadores (los ministros de Hacienda de los
estados miembros) Consejo de Administración (28 miembros designados por
los estados y uno por la Comisión Europea) y un comité de dirección.
SEDE: Luxemburgo.
FUENTES: Unión Europea;
Parlamento Europeo (‘Briefing’,
abril de 2018); webs de los distintos
grupos políticos del Parlamento.
PARLAMENTO
EUROPEO
ECR
Democristianos, conservadores,
liberales, euroescépticos, populistas
Datos a 1 de abril de 2018
(resultados de las elecciones del
2014 con pequeños realineamientos
posteriores).
ALDE
GUE/NGL
Liberales, socioliberales, europeístas
Socialistas, comunistas (minoría),
euroescépticos suaves
PORCENTAJE
PORCENTAJE
RESPECTO A 2009
RESPECTO A 2009
ALIANZA DE LOS
DEMÓCRATAS
Y LIBERALES
POR EUROPA
CONSERVADORES
Y REFORMISTAS
EUROPEOS
PORCENTAJE
IZQUIERDA UNITARIA
EUROPEA/IZQUIERDA
VERDE NÓRDICA
9,0%
9,6%
RESPECTO A 2009
-2,4
+2,3
VERTS/ALE
VERDES/ALIANZA
LIBRE EUROPEA
6,9%
Ecologistas, minorías nacionales,
regionalismo, centroizquierda
+2
S&D
PORCENTAJE
ALIANZA PROGRESISTA
DE SOCIALISTAS
Y DEMÓCRATAS
EN EL PARLAMENTO
EUROPEO
6,8%
72
189
RESPECTO A 2009
-0,6
68
Socialdemócratas, europeístas
EFDD
EUROPA DE LA
LIBERTAD Y DE LA
DEMOCRACIA DIRECTA
PORCENTAJE
52
25,2%
RESPECTO A 2009
Pro democracia directa,
euroescépticos, populistas
+0,2
219
51
5,9%
DIPUTADOS
751
PARTIDO POPULAR
EUROPEO
ENF
PORCENTAJE TOTAL
DE DIPUTADOS
PORCENTAJE
-6,8
PORCENTAJE
NI
PPE
· CDU, UNIÓN DEMÓCRATA
CRISTIANA (Alemania)
· PO, PLATAFORMA CÍVICA (Polonia)
· PP, PARTIDO POPULAR (España)
· FIDESZ, FIDESZ-UNIÓN CÍVICA
HÚNGARA (Hungría)
S&D
· PD, PARTIDO DEMÓCRATA (Italia)
· SPD, PARTIDO SOCIALDEMÓCRATA
DE ALEMANIA (Alemania)
· LP, PARTIDO LABORISTA (Reino Unido)
· PSOE, PARTIDO SOCIALISTA
OBRERO ESPAÑOL (España)
· PS, PARTIDO SOCIALISTA (Francia)
· PSD, PARTIDO SOCIALDEMÓCRATA
(Rumania)
ECR
19
16
· LEY Y JUSTICIA (Polonia)
· CONSERVATIVES, PARTIDO
CONSERVADOR (Reino Unido)
· LKR, REFORMADORES
11
(Alemania)
56
· DIE LINKE, LA IZQUIERDA
(Alemania)
· KSCM, PARTIDO COMUNISTA
18
DE BOHEMIA Y MORAVIA
(República Checa)
· BE, BLOQUE DE IZQUIERDA
(Portugal)
5
ALDE
20
14
12
· B90/GRÜNE, ALIANZA 90 /
LOS VERDES (Alemania)
· EELV, EUROPA ECOLOGÍALOS VERDES (Francia)
· MP, PARTIDO VERDE (Suecia)
· GRÜNE, LOS VERDESLA ALTERNATIVA VERDE (Austria)
· GPEW, PARTIDO VERDE
4
4
4
4
DERECHOS Y LIBERTADES
12
+4,8
EFDD
8
· UKIP, PARTIDO POR
LA INDEPENDENCIA DEL
REINO UNIDO (Reino Unido)
22
3
· M5E, MOVIMIENTO
5 ESTRELLAS (Italia)
17
3
VERTS/ALE
· MODEM, MOVIMIENTO
DEMÓCRATA (Francia)
· D66, DEMÓCRATAS 66
(Países Bajos)
· UPYD, UNIÓN PROGRESO
Y DEMOCRACIA (España)
· DPS, MOVIMIENTO POR
27
RESPECTO A 2009
GUE/NGL
15
LIBERAL-CONSERVADORES
29
4,8%
NO INSCRITOS
PORCENTAJE 2,6% | RESPECTO A 2009 -1,1
PARTIDOS PRINCIPALES Y SUS DIPUTADOS 1
(Bulgaria)
DE INGLATERRA Y GALES
(Reino Unido)
EUROPA DE LAS
NACIONES Y DE
LAS LIBERTADES
Conservadores, nacionalistas,
euroescépticos, populistas
20
100%
29,2%
RESPECTO A 2009
+1,6
36
Democristianos,
conservadores,
liberales, europeístas
RESPECTO A 2009
44
PPE
PORCENTAJE
ENF
· RN, AGRUPACIÓN NACIONAL,
ANTES FRENTE NACIONAL
11
(Francia)
· LN, LIGA NORTE (Italia)
6
4
15
6
1. Por número de diputados
3
(+ de 10 o los partidos con
mayor número)
3
PARTICIPACIÓN EN LAS ELECCIONES AL PARLAMENTO EUROPEO
0
0
1979 1984 1989 1994 1999 2004 2009 2014
13,0%
18,2%
24,5%
23,8%
29,0%
25,2%
32,4%
30,2%
33,7%
36,1%
35,4%
37,3%
36,5%
43,8%
41,0%
48,1%
47,4%
52,4%
51,1%
56,3%
60,0%
57,2%
42,4%
20
45,4%
20
MÁXIMA ABSTENCIÓN
44,0%
40
74,8%
60
40
*Voto obligatorio
MÁXIMA PARTICIPACIÓN
89,6%
80
85,5%
42,6%
43,0%
45,5%
49,8%
60
56,8%
100
80
58,5%
100
61,0%
· RANKING DE PARTICIPACIÓN 2014
63,0%
· EVOLUCIÓN
Bélgica* Malta
Italia
Irlanda Alemania Austria España Finlandia Estonia R. Unido Rumanía Hungría Eslovenia Rep.Checa
Luxemburgo* Grecia* Dinamarca Suecia Lituania Chipre Francia P. Bajos Bulgaria Portugal Letonia Croacia Polonia Eslovaquía
La creciente brecha entre
EE.UU. de Trump y Europa
Bruce Stokes
DIRECTOR DE ACTITUDES ECONÓMICAS GLOBALES EN EL
CENTRO DE INVESTIGACIONES PEW DE WASHINGTON.
L
A IMAGEN DE ESTADOS UNIDOS EN
Europa y en todo el mundo se ha
hundido tras la elección del presidente Donald Trump en medio
de una oposición generalizada a
sus políticas declaradas y la falta
de confianza en su liderazgo. Al
cabo de dos años de gobierno, la
relación transatlántica se enfrenta a nuevos desafíos: una potencial desaceleración
económica a ambos lados del Atlántico, tensiones
en relación con el comercio y el gasto militar, las
consecuencias del Brexit, las ambiciones de Rusia
y la continuada inestabilidad en Oriente Medio.
Frente a todas esas pruebas para la alianza, el presidente estadounidense no goza de la confianza
de los socios europeos, mientras que en su país los
índices son mucho más bajos que durante la presidencia de Barack Obama, según una encuesta del
Centro de Investigaciones Pew del 2018.1
Además, las opiniones públicas europeas
expresan importantes temores acerca del papel
de Estados Unidos en los asuntos internacionales.
Son mayoría quienes afirman que Estados Unidos
no tiene en cuenta los intereses de países como
el suyo al tomar decisiones de política exterior.
En Europa muchos creen que Estados Unidos
está haciendo menos que antes por resolver los
grandes desafíos globales. Y también hay señales
de que disminuye el poder blando estadounidense:
un promedio de un 57% en cinco países europeos
afirma que Estados Unidos no respeta las libertades personales de sus ciudadanos, frente a un 26%
con esa opinión hace una década.
Las frustraciones con Estados Unidos en la
época de Trump son especialmente frecuentes
1. Richard Wike et al., “Trump’s International Ratings Remain Low, Especially Among Key Allies”, Pew Research Center, 1/VIII/2018. Disponible en www.pewglobal.
org/2018/10/01/trumps-international-ratings-remain-lowespecially-among-key-allies.
70 VANGUARDIA | DOSSIER
entre los socios europeos más cercanos.
En Alemania, donde sólo un 10% tiene
confianza en Trump, tres de cada cuatro
personas afirman que Estados Unidos
hace hoy menos para enfrentarse a los
problemas globales, y la proporción de la
opinión pública que considera que Estados Unidos respeta las libertades personales ha descendido 35 puntos porcentuales
desde el 2008. En Francia, sólo un 9% confía en Trump, mientras que un 81% piensa
que Estados Unidos no tiene en cuenta los
intereses de países como Francia al tomar
decisiones de política exterior.
Las ramificaciones inmediatas de
ese creciente alejamiento transatlántico
resultan menos claras. La mayoría de
europeos (excepto Alemania) afirma que
las relaciones con Estados Unidos no han
empeorado en el último año. En realidad,
según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew realizada en el 2017, el respaldo a la OTAN ha aumentado desde la
elección de Trump.2 La mayor parte de la
opinión pública en los países de la OTAN
cree que Estados Unidos acudiría en su
ayuda en caso de un conflicto militar con
Rusia, y una mayoría de estadounidenses
se sigue mostrando dispuesta a hacerlo,
a pesar de las repetidas críticas del presidente Trump a sus socios de la OTAN.3
2. Bruce Stokes, “NATO’s Image Improves on Both
Sides of Atlantic”, Pew Research Center,
23/V/2017. Disponible en www.pewglobal.
org/2017/05/23/natos-image-improves-on-bothsides-of-atlantic.
3. Zachary Cohen et al., “Trump’s barrage of
attacks ‘beyond belief,’ reeling NATO diplomats
say”, CNN, 12/VII/2018. Disponible en https://
edition.cnn.com/2018/07/11/politics/trump-natodiplomats-reaction/index.html.
Sin embargo, está claro que en el
2019 la relación transatlántica se enfrenta
a desafíos en un momento en que muchos
europeos han perdido la fe en Estados
Unidos y su liderazgo.
Creciente sentimiento
antiestadounidense
En los diez estados miembros de la
Unión Europea estudiados en el 2018, un
promedio de sólo un 43% mostró una opinión favorable de Estados Unidos. Ahora
bien, ese porcentaje matiza una amplia
divergencia en las opiniones europeas,
que van desde siete de cada diez personas
en Polonia, donde la consideración es
mayor, hasta sólo tres de cada diez en la
vecina Alemania. La mitad de los entrevistados en el Reino Unido tienen una
opinión positiva de Estados Unidos, pero
sólo un 38% opina lo mismo en Francia.
De modo notable, en España un 42%
emitió una opinión favorable respecto
a Estados Unidos en el 2018, frente a un
31% en el 2017, el único país de la Unión
Europea con un incremento importante.
En comparación con el final de la
presidencia de Barack Obama, las valoraciones positivas de Estados Unidos
han disminuido de modo significativo
en siete de los países de la Unión Europea estudiados. Ello incluye caídas de
27 puntos porcentuales en Alemania, 25
puntos en Francia y 17 puntos en España.
Sin embargo, las opiniones favorables de
Estados Unidos no han cambiado mucho
a lo largo del tiempo en Polonia, Grecia
o Hungría.
Como ha ocurrido en otras encuestas, algunas de las actitudes más positivas
hacia Estados Unidos se encuentran entre
los jóvenes y los hombres. En España, un
53% entre 18 y 29 años dan a Estados Unidos una valoración favorable, frente a sólo
un tercio de quienes tienen 50 o más años.
Se dan brechas generacionales similares
en la visión positiva de Estados Unidos en
Alemania, Francia y Reino Unido. Y hay
una brecha de género de diez puntos en
España (un 47% de hombres frente a un
37% de mujeres) y en Suecia un 49% frente
a un 39%). Hay también una diferencia de
siete puntos en el Reino Unido (un 53%
frente a un 46%).
Antitrumpismo
Las actitudes europeas hacia el presidente Trump son llamativamente negativas; sobre todo, si se comparan con las
valoraciones recibidas por su predecesor
mientras estuvo en el cargo. El análisis
de cuatro países europeos que el Centro de Investigaciones Pew ha estudiado
todos los años desde el 2003 (Francia,
Alemania, España y Reino Unido) pone
de manifiesto un patrón claro en relación
con las percepciones de los presidentes
estadounidenses. George W. Bush, cuyas
políticas exteriores fueron muy impopulares en Europa, obtuvo bajas calificaciones durante su presidencia; mientras que
ocurrió lo contrario en el caso de Barack
Obama, que gozó de una fuerte aprobación en esos cuatro países durante sus dos
mandatos. Tras las elecciones del 2016,
la confianza en el presidente estadounidense cayó en picado, y las valoraciones
de Trump se asemejan a las recibidas por
Bush al final de su segundo mandato.
Un promedio de un 18% en diez países europeos estudiados está dispuesto de
modo positivo hacia Trump, mientras que
un 82% afirma carecer de confianza en
la gestión de los asuntos internacionales
VANGUARDIA | DOSSIER
71
L A C R E C I E N T E B R E C H A E N T R E E E . U U. D E T R U M P Y E U RO PA
por parte del actual dirigente estadounidense. Y para muchos se trata de un sentimiento bastante intenso: un 69% de los
franceses, los alemanes y los españoles,
un 56% de los suecos y aproximadamente
la mitad de los neerlandeses y los griegos
no albergan ningún tipo de confianza
en Trump.
En varios países europeos, Trump
recibe valoraciones más elevadas entre
los partidarios de los partidos populistas
de derechas. Por ejemplo, entre quienes
en el Reino Unido mantienen una visión
favorable del UKIP, un 53% expresó confianza en Trump, frente a sólo un 21%
entre aquellos del UKIP con una visión
desfavorable. Existen diferencias similares entre los partidarios y detractores
de los partidos populistas de derechas
en Suecia, Francia, Italia, Países Bajos y
Alemania. Sin embargo, merece la pena
señalar que, al margen de Reino Unido,
no hay ningún país europeo donde más
de la mitad de los partidarios de un partido populista de derechas afirme tener
confianza en Trump.
La antipatía europea hacia el presidente Trump puede, en parte, proceder de
la oposición a sus políticas y al desprecio
por muchos de sus cualidades personales.
En el 2017, una encuesta del Centro de Investigaciones Pew preguntó las opiniones
sobre una serie de iniciativas políticas características de Trump.4 Todas recibieron
un suspenso.
Un promedio de un 86% en Europa,
incluido un 92% de españoles, desaprobó
la propuesta de Trump de levantar un muro en la frontera entre México y Estados
Unidos. Antes de la decisión real por parte
de su Gobierno de retirarse del acuerdo
climático de París, un promedio similar
de un 86%, incluido un 91% en España,
había mostrado su desaprobación ante
semejante medida. Más de tres cuartas
partes de los europeos (un promedio de
un 77%), entre ellos un 85% de los españoles, manifestaron oposición a las intenciones estadounidenses de abandonar
acuerdos comerciales. Y seis de cada diez
europeos se mostraron contrarios a la prohibición a los musulmanes de entrar en
Estados Unidos impuesta por el Gobierno
de Trump y a la retirada anunciada pri-
72 VANGUARDIA | DOSSIER
mero y luego llevada a cabo del acuerdo
nuclear con Irán.
En lo referente a las características
personales del presidente estadounidense, más de la mitad de los europeos estudiados (un promedio de un 55%) lo percibió en el 2017 como un dirigente fuerte.
Sin embargo, sólo un 43% lo consideró
carismático; un 19% lo juzgó cualificado
y un 22% pensó que se preocupaba por
la gente común. Además, a un 90% le
pareció arrogante, un 77% lo percibió
como intolerante y un 69% dijo que era
peligroso. De manera destacada, fueron
los españoles quienes con más probabilidad veían a Trump como arrogante (94%)
e intolerante (84%).
Dudas acerca del liderazgo
estadounidense
Una crítica común a la política exterior estadounidense a lo largo de la última década y media ha sido que Estados
Unidos sólo busca su propio beneficio en
los asuntos internacionales y hace caso
omiso de los intereses de otros países.
Como muestran las encuestas del Centro
de Investigaciones Pew, esa creencia fue
especialmente generalizada durante la
presidencia de George W. Bush, cuando
muchos en Europa y el resto del mundo
pensaron que Estados Unidos llevaba a
cabo políticas unilaterales e impopulares.
La fuerte oposición a la guerra de Iraq y
otros elementos de la política exterior
de Bush dieron lugar a quejas crecientes
acerca de que Estados Unidos actuaba por
su cuenta y sin hacer caso de los intereses
y preocupaciones de otros países.
Las opiniones se cambiaron tras
la elección de Barack Obama, cuando
más personas respondieron que Estados
Unidos consideraba los intereses de su
país, aunque incluso durante esos años
el sentimiento global dominante fue que
Estados Unidos no tenía demasiado en
cuenta a otros países. En la actualidad,
la presidencia de Trump ha hecho crecer
en muchos países el número de personas
que dicen que Estados Unidos básicamente no escucha a países como el suyo
a la hora de formular la política exterior.
En el 2018, un promedio de un 79% en
Europa consideraba que Estados Unidos
actuaba de modo unilateral, incluido
un 90% de españoles.
Ese patrón es muy pronunciado
sobre todo entre los amigos tradicionales
de Estados Unidos. El mayor declive se ha
producido en Alemania, donde la mitad
había afirmado en el 2013 que Estados
Unidos pensaba en los intereses de su
país, frente a un 19% del 2018, una caída
de 31 puntos porcentuales. Y, si bien la
proporción de la opinión pública francesa
convencida de que Estados Unidos considera el interés francés no ha sido nunca
muy elevada en ningún momento de la
última década y media, hacia el final de
segundo mandato de Bush alcanzó un mínimo (11% en el 2007), creció algo durante
la presidencia de Obama (35% en el 2013)
y se ha reducido de nuevo con Trump.
Sólo un 18% afirma ahora en Francia que
Estados Unidos tiene en cuenta los intereses de países como el suyo a la hora de
formular políticas.
Entre otras posibles fuentes de resentimiento hacia Estados Unidos se encuentra el hecho de que pocos en Europa ven
que Estados Unidos haga más esfuerzos
para enfrentarse a los desafíos globales.
Esa opinión de que Estados Unidos
está haciendo menos para resolver los
problemas internacionales está especialmente extendida en Europa Occidental.
Más de la mitad la respalda en Alemania
(75%), Suecia (75%), Países Bajos (62%),
Reino Unido (55%) y Francia (53%). Sin
embargo, sólo una cuarta parte o menos
en Grecia (25%) y Polonia (22%) comparten
el punto de vista de que Estados Unidos se
está retirando de la escena internacional.
Las opiniones sobre el compromiso
estadounidense al enfrentarse a los desafíos globales difieren mucho en función
de la confianza expresada en el presidente Trump. En Países Bajos, Suecia, Italia,
Polonia, Grecia y Reino Unido, resulta
significativamente más probable que las
personas que no confían en que Trump
haga lo correcto en los asuntos internacionales digan que Estados Unidos se implica
menos en la resolución de los problemas
globales que aquellas que confían en él.
La imagen de Estados Unidos en su
alianza con Europa se ha visto reforzada
de modo tradicional por su poder blando,
L A C R E C I E N T E B R E C H A E N T R E E E . U U. D E T R U M P Y E U RO PA
los atributos asociados con Estados Unidos que han
dotado al país de persuasión moral en los asuntos
internacionales. La reputación estadounidense como país defensor de la libertad individual ha sido
por lo general uno de ellos. Sin embargo, hoy una
fracción menguante de la opinión pública europea cree que Estados Unidos respeta las libertades
personales de sus propios ciudadanos. El declive
se inició durante el Gobierno de Obama tras las
revelaciones del espionaje electrónico de las comunicaciones llevado a cabo en todo el mundo por la
Agencia Nacional de Seguridad y ha proseguido
durante los primeros dos años de la presidencia de
Trump. La caída es notoria en Europa Occidental,
donde la proporción de la opinión pública que afirma que Washington respeta la libertad personal se
ha reducido de forma abrupta desde el 2013.
Por ejemplo, en el 2013, un 69% de los españoles veían a Estados Unidos como un defensor de
la libertad individual; en el 2018, ese porcentaje
se redujo a un 31%. La disminución en ese terreno
es aun mayor en Alemania (de un 81% a un 35%).
También la mayoría en Suecia, Países Bajos y Francia afirma que Estados Unidos no respeta los derechos de sus ciudadanos. Sólo en Polonia y Hungría
persisten fuertes mayorías que otorgan al Tío Sam
ese poder bando.
Aunque muchos creen que Estados Unidos
no tiene en cuenta los intereses de su país, actúa
de forma unilateral y es menos probable que desempeñe el papel de defensor de las libertades individuales, relativamente pocos europeos describen
un empeoramiento de las relaciones con Estados
Unidos. Al menos cuatro de cada diez en la mayoría
de países europeos afirman que sus interacciones
con Estados Unidos se han mantenido por lo general estables, incluido un 66% de españoles.
Los alemanes son la excepción. Poseen la
visión más negativa de su relación con Estados
Unidos. Ocho de cada diez afirman que los lazos se
han deteriorado desde el 2017.5 Y un 73% de los alemanes piensa que las relaciones entre los dos países son malas.6 Sólo un 41% de los alemanes desea
cooperar más con Estados Unidos, mientras que un
72% expresan un deseo de ser más independientes
de Washington en términos de política exterior. De
modo notable, siete de cada diez estadounidenses
ven como buenas las relaciones con Alemania y
desean una mayor cooperación con ese país, y en
torno a dos tercios (65%) piensan que la relación
entre Estados Unidos y Alemania debería ser tan
estrecha como lo ha sido de modo tradicional.7
Por otra parte, a pesar del aumento del sentimiento antiestadounidense y la aversión hacia el
presidente Trump, los europeos siguen prefiriendo
Estados Unidos a China a la hora de responder
sobre qué país debería liderar el mundo. Cuando
se les pide elegir, un promedio del 64% responde
en Europa que sería mejor para el mundo que Washington fuera la principal potencia. Sólo un 17%
elige Beijing. Eso incluye más de siete de cada diez
suecos (76%) y neerlandeses (71%). También más de
seis de cada diez españoles (63%) eligieron Estados
Unidos, y sólo un 26% eligió China.
El declive de la imagen de Estados Unidos y la
falta de confianza en Donald Trump todavía no ha
debilitado la fe europea en la alianza de seguridad
transatlántica, a pesar de las repetidas críticas del
presidente estadounidense al gasto de defensa europeo y a las insinuaciones de que Estados Unidos
podría abandonar la OTAN.
En el 2017, tras la llegada al poder de Trump,
una encuesta del Centro de Investigaciones Pew
detectó que un promedio de un 60% albergaba
una opinión favorable de la alianza militar, como
también lo hacía un 62% de los estadounidenses.8
Y semejante respaldo tenía 12 puntos más en Alemania en comparación con los resultados del 2015,
antes de que se conocieran de modo generalizado
las críticas de Trump. En España, en particular, el
respaldo en el 2017 fue de un 45%.
Por otra parte, la puesta en entredicho por
parte de Trump del respaldo estadounidense a sus
aliados europeos no ha debilitado la fe europea en
que el Tío Sam acuda en su ayuda. En todos los países miembros de la OTAN estudiados, la mayoría
cree que Estados Unidos usaría la fuerza militar
para respaldar a un socio de la alianza en caso de
serio conflicto militar con Rusia. Ello incluye un
70% de españoles, un 69% de neerlandeses, un 66%
de británicos y un 68% de canadienses. Semejante
sentimiento no se ha modificado mucho desde el
2015-2017. Ni tampoco lo ha hecho la disposición
de la opinión pública estadounidense a acudir en
ayuda de los aliados de la OTAN.
En este inicio del 2019, la relación transatlántica se enfrenta a muchos desafíos, sin que sea
el menor de ellos el grado de sentimiento antiestadounidense y anti-Trump que existe en gran
parte de Europa. Hasta la fecha no ha debilitado la
fe de los europeos en la alianza estratégica, ni ha
inclinado Europa hacia China. Sin embargo, los
problemas que se ciernen (una potencial desaceleración económica, una posible guerra comercial
y una Rusia impredecible) pondrán a prueba la
alianza a lo largo del año en un momento en que
los europeos muestran una inusual posición crítica ante Estados Unidos.
Europa
mantiene la fe
en la alianza
transatlántica,
a pesar de las
críticas de
Donald Trump
al gasto de
defensa
europeo y a sus
insinuaciones
de que Estados
Unidos podría
abandonar
la OTAN
4. Richard Wike et al., “Worldwide,
few confident in Trump or his policies”, Pew Research Center, 26/VI/2017.
Disponible en www.pewglobal.
org/2017/06/26/worldwide-fewconfident-in-trump-or-his-policies
5. Richard Wike et al., “America’s international image continues to suffer”, Pew Research Center, 1/X/2018.
Disponible en www.pewglobal.
org/2018/10/01/americas-internationalimage-continues-to-suffer.
6. Jacob Poushter y Alexandra Castillo,
“Americans and Germans are worlds
apart in views of their countries’ relationship”, Pew Research C., 26/XI/2018.
Disponible en www.pewresearch.org/
fact-tank/2018/11/26/americans-andgermans-are-worlds-apart-in-views-oftheir-countries-relationship.
7. Ibíd.
8. Moira Fagan, “NATO is seen favorably in many member countries, but almost half of Americans say it does too
little”, Pew Research Center, 9/VII/
2018. Disponible en www.
pewresearch.org/fact-tank/2018/07/09/
nato-is-seen-favorably-in-manymember-countries-but-almost-half-ofamericans-say-it-does-too-little.
VANGUARDIA | DOSSIER
73
74 VANGUARDIA | DOSSIER
Las amenazas rusas
al orden europeo
Anders Aslund
INVESTIGADOR PRINCIPAL EN EL ATLANTIC COUNCIL DE
WASHINGTON. SU LIBRO ‘RUSSIA’S CRONY CAPITALISM’ SE
PUBLICARÁ EN MAYO DEL 2019.
L
unos términos que fueran más respetuosos con los
A ACTITUD DE RUSIA HACIA OCCIdente se ha modificado de forma intereses y las inquietudes nacionales de Rusia”.
radical y ha pasado de la amis- Putin obra según una Realpolitik extrema, mientras
tad a la hostilidad. Ese giro ha que Europa insiste en ciertos valores.
sido especialmente brusco en
La revolución naranja ocurrida en Ucrania en
relación con Europa. Al mismo noviembre-diciembre del 2004 hizo que Putin camtiempo, Rusia ha abandonado biara de actitud con respecto a Occidente. Percibió
las tradicionales reglas de juego esos acontecimientos como un ataque a su poder
internacionales y utiliza ahora por parte de Estados Unidos y Europa: “Nuestros
instrumentos ilícitos novedosos. Europa puede es- socios europeos y estadounidenses decidieron
perar todo tipo de trucos sucios y debe enfrentarse respaldar la revolución naranja incluso contra la
a esa nueva Rusia delincuente con sus fortalezas, la Constitución”. En un famoso discurso pronunciaeconomía y la apertura.
do en Munich en febrero del 2007, manifestó su
En las últimas tres décadas, Rusia ha cambia- sentimiento antiestadounidense: “Somos testigos
do con rapidez, en un sentido y en otro. La política hoy de un hiperuso no contenido de la fuerza –la
exterior de la Rusia de Vladímir Putin se parece fuerza militar– en las relaciones internacionales...
difusamente a la de la Unión Soviética de Leonid Un Estado y, por supuesto, ante todo, Estados
Brézhnev; sin embargo, en la década de 1990, fue Unidos, ha sobrepasado sus límites nacionales en
todos los sentidos”.
un país muy diferenEl comunicado de
te, abierto y libre. La La Rusia de Yeltsin aspiraba
la cumbre de la OTAN
Rusia de Yeltsin aspi- a la integración con Occidente.
celebrada en Bucarest
raba a la integración
en abril del 2008 decon Occidente. Rusia Rusia lo intentó, pero era
claró audazmente: “La
lo intentó, pero era de- demasiado grande para sus
OTAN saluda las aspiramasiado grande para vecinos europeos, y la Unión
euroatlánticas
sus vecinos europeos,
Europea no tenía nada que ofrecer ciones
de Ucrania y Georgia
y la Unión Europea no
a adherirse a la OTAN.
tenía nada que ofrecer.
En un principio, incluso Putin adoptó un Hemos acordado hoy que esos países se conviertan
punto de vista positivo acerca de la OTAN. En el en miembros de la OTAN”. Aunque la OTAN no hi2000, declaró: “No veo razón alguna para que no zo nada para hacer creíble ese compromiso, Putin
quepa desarrollar más la cooperación entre Rusia lo percibió como un casus belli.
En agosto del 2008, Rusia y Georgia combatiey la OTAN”. Ahora bien, como observó Strobe Talbott, antiguo subsecretario de Estado de Estados ron en una guerra de cinco días. Rusia reforzó su
Unidos: “Rusia quería unirse a Occidente, pero en dominio sobre las dos regiones autónomas de Abja-
VANGUARDIA | DOSSIER
75
L AS AMENAZAS RUSAS AL ORDEN EUROPEO
sia y Osetia del Sur y amplió ligeramente
sus territorios. A continuación, reconoció
unilateralmente esos pequeños territorios georgianos como estados independientes. La excusa rusa fue que Kosovo se
había declarado independiente en febrero
del 2008. La guerra con Georgia desató el
fervor patriótico en Rusia y disparó la popularidad de Putin hasta un nuevo récord
de un 88%, según la empresa demoscópica independiente Levada Center.
En el 2009, la Unión Europea lanzó
la Asociación Oriental, dirigida a las seis
antiguas repúblicas soviéticas europeas.
En el 2013, la Unión Europea se dispuso a
firmar acuerdos de asociación, incluidos
acuerdos de libre comercio completo
y profundo, con Ucrania, Moldavia y
Georgia. Hasta ese momento, Rusia había
considerado la Unión Europea como un
irrelevante tigre de papel (a diferencia de
la OTAN), pero en junio del 2013 empezó
de pronto a percibir esos acuerdos como
una amenaza mayor. En septiembre del
2013, Putin convenció al presidente armenio Serzh Sargsián para que abandonara
su acuerdo de Asociación con la UE. A
continuación, se centró en Ucrania.
A partir de julio del 2013, Moscú llevó a cabo una intensa política de intimidación contra Ucrania, imponiendo duras
sanciones comerciales a los empresarios
ucranianos europeístas y presionando al
presidente prorruso Víktor Yanukóvich.
Después de que el Gobierno de Yanukóvich declarara que no firmaría el acuerdo
de asociación, estallaron en Kíev protestas
a gran escala, el euromaidán, igual que
en el 2004, en una repetición de la peor
pesadilla de Putin; sin embargo, en esa
ocasión, Putin estaba preparado.
Ofreció a Yanukóvich gas barato
y créditos abundantes en condiciones
aparentemente ventajosas. Yanukóvich
intentó imponer leyes autoritarias, pero
las protestas masivas continuaron. En
enero y febrero, Yanukóvich ordenó a
las fuerzas especiales de la policía que
dispararan contra los manifestantes, tras
lo cual hubo un centenar de muertos; sin
embargo, la reacción política fue que dos
tercios de los parlamentarios ucranianos
se volvieron en contra del presidente y lo
destituyeron de modo sumario después
76 VANGUARDIA | DOSSIER
de que huyera del país el 22 de febrero del
2014, y el Parlamento instaló un nuevo
Gobierno democrático.
El 27 de febrero, fuerzas especiales
rusas sin identificación tomaron por sorpresa el Parlamento regional de Simferopol, la capital de Crimea, y en el plazo de
unos pocos días ocuparon toda la península sin derramamiento alguno de sangre. El 18 de marzo, el Parlamento ruso se
anexionó Crimea violando con ello toda
una serie de acuerdos internacionales. La
opinión pública rusa se mostró exultante.
De nuevo, un 88% de los rusos respaldó a
Putin, según el Levada Center.
Dio entonces la impresión de que,
por medio de pequeñas guerras victoriosas, Putin había dado con el modo de
mantener su popularidad personal y de
mantener también a los rusos tranquilos.
El truco consistía en lograr que las guerras fueran pequeñas y victoriosas, de forma que Rusia pudiera asumir sus costes.
Con ello, Putin esperaba evitar reformas
económicas de mercado que interfirieran
con su corrupto Gobierno.
Sin embargo, la euforia del Kremlin
por la posesión de Crimea llevó a Moscú a
un error de precipitación. En abril-mayo
del 2014, intentó instigar alzamientos en
la mitad meridional y oriental de Ucrania
con predominio de la población rusófona,
pero fracasó. La revuelta sólo tuvo éxito
en algunas partes de las dos regiones más
orientales de Donetsk y Lugansk, y exige
un gran despliegue permanente de tropas
equipadas y dirigidas por militares rusos.
Esa guerra no ha sido pequeña ni victoriosa, ni tampoco popular en Rusia.
Desde el 2009, el PIB ruso permanece casi estancado con un crecimiento medio en torno a un 0,5% anual. El Kremlin
ya no puede justificar su represión con un
aumento del nivel de vida. Los ingresos
disponibles reales han caído en un 17% en
el quinquenio 2014-2018. Rusia se enfrenta a unos fuertes recortes presupuestarios.
El PIB ruso en dólares corrientes es de 1,5
billones aproximadamente, mientras que
el de la Unión Europea supera los 20.
Las guerras de Georgia y Ucrania
muestran la nueva dirección de la política
exterior rusa, cada vez más audaz o arriesgada. Putin se dedica a edificar su legiti-
midad sobre la movilización patriótica. El
Kremlin ha abandonado las viejas reglas
de la guerra. Se adentra en los ámbitos
de la ciberguerra (iniciada en Estonia en
el 2007) y la manipulación de las redes
sociales (con gran éxito en la elección de
Trump). También recurre a viejos métodos soviéticos, como la desinformación
y los asesinatos. Sin embargo, el método
más importante probablemente sea la
corrupción de altos funcionarios.
Todas esas tácticas pueden resumirse en la doctrina Guerásimov. Tras
el inicio de la guerra con Ucrania, un
artículo publicado un año antes por Valeri
Guerásimov, el poderoso jefe del Estado
Mayor ruso, fue objeto de gran atención.
El punto de partida del análisis era que la
frontera entre guerra y paz se había difuminado, puesto que ya nadie declaraba la
guerra. Guerásimov también observaba
que “el papel de medios no militares para
alcanzar objetivos políticos y estratégicos
ha crecido y, en muchos casos, ha superado en eficacia el poder de las armas”.
Dado que los recursos económicos de
Rusia son limitados y el equipo militar
caro, Rusia tendrá que librar las guerras
en gran medida con medios militares no
convencionales. Los enfoques novedosos
incluyen comercio energético, corrupción, redes sociales y sistema judicial.
Gazprom ha cortado de modo intermitente el gas y elevado desorbitadamente su precio a los antiguos países comunistas, mientras que ha sido un socio fiable
en sus relaciones con los países de Europa
Occidental. Los dos cortes de suministro
llevados a cabo por Gazprom a muchos
países europeos en enero del 2006 y enero del 2009 tuvieron el efecto positivo de
hacer que la Unión Europea aprobara su
tercer paquete energético y la Unión de
la Energía, que busca la seguridad del
suministro, la diversificación y la comercialización. Por desgracia, el proyecto del
gasoducto Nord Stream 2, actualmente
en construcción, va en contra de esos
principios. Un 80% de todo el gas que Rusia suministra a la Unión Europea llegará
por un solo sistema de gasoductos a través
del mar Báltico hasta Alemania, con el
consiguiente peligro para la seguridad
del suministro y la competencia de los
L AS AMENAZAS RUSAS AL ORDEN EUROPEO
mercados. La Comisión Europea debería prohibir
ese proyecto puesto que viola la política energética
de la Unión Europea.
La gran diferencia entre el sistema soviético
y la Rusia de Putin es que Putin gobierna sobre
una cleptocracia autoritaria. Ese sistema de capitalismo mafioso es financieramente sofisticado
y está integrado en el sistema financiero global,
aunque Rusia no tiene verdaderos derechos de
propiedad. En consecuencia, todos los rusos con
recursos transfieren sus ahorros al extranjero, donde están seguros. La mayoría de los fondos rusos
van a países con un Estado de derecho, compañías
anónimas y mercados financieros profundos.
Las propiedades privadas rusas en el extranjero
ascienden, como mínimo, a 800.000 millones de
dólares, algo más de la mitad del PIB del país. Se
trata de una ingente cantidad de dinero. Según
una conjetura razonable, un tercio de esos fondos
pertenecen a Putin y sus amigos. Además, el Kremlin controla las grandes corporaciones estatales
y los fondos soberanos rusos.
Con sus ingentes fondos internacionales, el
Kremlin ya no compra partidos ni países. En vez
de eso, compra a unas pocas personas influyentes
de cada país europeo, lo cual es mucho más barato
y más efectivo. Para un político europeo uno o dos
millones de dólares es mucho dinero, pero no para
lo cleptócratas del Kremlin. A veces, esas compras
son abiertas y legales. Un destacado ejemplo es el
antiguo canciller alemán Gerhard Schröder, que se
convirtió en presidente del consejo de supervisión
de Nord Stream nada más tener que abandonar su
cargo. Toomas Ilves, antiguo presidente de Estonia,
ha acuñado el término la “schröderización de Europa”. Muchos otros relevantes políticos europeos
retirados trabajan como miembros de consejos de
supervisión o como asesores de compañías estatales rusas. Un ejemplo notorio es el grupo Hapsburg
de Paul Manafort, que respaldó al presidente
Yanukóvich. En otros casos, grandes empresarios
rusos proporcionan sus servicios al Kremlin en
el exterior, como hacen de modo destacado Oleg
Deripaska en Estados Unidos e Ivan Savvidis en
Grecia, pero hay muchos otros.
La Unión Europea debe acabar con todo esto.
La mejor forma de hacerlo es mediante la transparencia. En primer lugar, ningún país comunitario
debería seguir permitiendo la propiedad anónima.
De acuerdo con el cuarto paquete de lucha contra
el blanqueo de dinero adoptado por la Unión
Europea, esa práctica debería quedar prohibida a
finales del 2020. En segundo lugar, todos los políticos europeos de cierta categoría deberían ser obli-
gados a hacer públicos sus bienes e ingresos, como
hacen todos los ciudadanos escandinavos desde el
siglo XVIII. Esas declaraciones deberían ponerse
a disposición pública y no estar limitadas, como
ocurre en el Parlamento Europeo, a la entrega de
un documento a una secretaría que no comprueba
ni comenta nada. En tercer lugar, la Unión Europea
y todos sus países miembros deberían aprobar una
ley de Registro de Agentes Extranjeros como hizo
Estados Unidos en 1938 para defenderse de la Alemania nazi, y dicha ley debería hacerse cumplir de
modo adecuado.
Los organismos de inteligencia rusos y sus
contratistas han demostrado ser muy hábiles en la
utilización de las redes sociales para manipular los
debates públicos en muchos países. Hay que poner
fin a todo eso. Las redes sociales deben asumir su
responsabilidad en el control de sus plataformas
o, de lo contrario, ser cerradas. La mayor parte del
blanqueo de dinero cesó cuando se obligó a los
bancos a aplicar el principio del “conocimiento
del cliente”. Del mismo modo, las redes sociales
deberían estar obligadas a realizar un adecuado
control de identidad de sus usuarios. Estar obligadas a bloquear los bots y trols anónimos, y a asumir
la responsabilidad editorial normal de cualquier
publicación. De modo similar, la publicidad política en las redes sociales tiene que regularse, como
ocurre en la televisión.
La Rusia de Putin no se preocupa por el Estado de derecho, pero explota el sistema judicial
internacional para extender la represión más allá
de sus fronteras. Rusia se ha hecho tristemente
famosa por su mal uso de Interpol y las notificaciones rojas. Ha emitido al menos siete contra
el banquero de inversión Bill Browder, quien ha
denunciado las flagrantes violaciones de los derechos humanos en Rusia. Browder fue detenido en
España en el 2018 a petición de unas autoridades
rusas que actúan sin someterse a la ley. La Unión
Europea debe poner orden a su relación con la
Interpol y las autoridades judiciales rusas. Podría
sencillamente abandonar ese organismo y usar
sólo Europol, podría censurar a Interpol o no hacer
caso sin más de las notificaciones de países como
Rusia que no cumplen la ley.
El nuevo conflicto Europa-Rusia presenta
múltiples facetas. El Kremlin lleva a cabo todo tipo
de guerras híbridas innovadoras que no llegan a
convertirse en una guerra de verdad. La mejor respuesta de la Unión Europea es el máximo de transparencia. La UE tiene que centrarse en poner fin a
la financiación política ilegal, la manipulación de
las redes sociales y el mal uso del sistema judicial.
La gran
diferencia
entre el sistema
soviético y la
Rusia de Putin
es que Putin
gobierna sobre
una cleptocracia
autoritaria.
Ese sistema
de capitalismo
mafioso es
financieramente
sofisticado y
está integrado
en el sistema
financiero
global
VANGUARDIA | DOSSIER
77
HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO
Hoy el populismo no es un rasgo minoritario de algunos partidos en algunos países, sino que domina la agenda mundial, con Donald
Trump como principal exponente y con el Brexit como su gran éxito en el Viejo Continente. Para llegar al punto de constituir una amenaza para la Unión Europea, se ha recorrido un camino en el que la coyuntura política, social y económica ha ofrecido una pista de despegue
cuyos hitos repasamos aquí. La definición del término populismo es controvertida, pero valga como primer rasgo su carácter de “ideología
delgada” según Cas Mudde. Suele rechazar la inmigración y en Europa es mayoritariamente de derechas e iliberal. Pone en cuestión la
globalización, porque cree que esta ha destruido empleos y degradado el Estado de bienestar y ha beneficiado solamente a las élites.
1970-1980
· LA OLA POPULISTA
A pesar de que existen algunos precedentes en el siglo XIX (los populistas rusos
naródniki y el Greenback Party en Estados Unidos) y dejando de lado Latinoamérica
(por ejemplo el peronismo), la irrupción del populismo en Europa se produce en
los años setenta y ochenta, con la aparición de grupos políticos como el Partido
del Progreso en Dinamarca (1972), el Frente Nacional en Francia (1972), el Partido
Anders Lange en Noruega (1973), el Bloque Flamenco en Bélgica (1978), el Partido
Nacional Británico (1982), el Partido de la Libertad Austriaco (fundado en 1946,
pero que toma una dirección antiélites y orientada a clases bajas en 1986), la Nueva
Democracia Sueca (1991) y la Liga Norte en Italia (1991). Sus programas incluyen
una insólita crítica a la inmigración saltándose la corrección política y una voluntad
de distanciarse de los partidos institucionalizados, al tiempo que invocan un
concepto simple de pueblo. Todos ellos eran de derechas y abogaban en ese momento por menos Estado y menos impuestos y, al contrario que la extrema derecha
tradicional, no cuestionaban la democracia sino que aspiraban a reformarla.
• “Stop a la locura de los impuestos”, reza el cartel de Mogens Glistrup, líder del Partido del
Progreso danés, en 1973, con un aspecto de hombre sencillo que remarca su oposición a los
políticos tradicionales. | Manuel Litran- Paris Match / Getty
1989
· CAE EL MURO DE BERLÍN
Tras la Segunda Guerra Mundial la izquierda domina la Europa de las clases más
desfavorecidas y los sectores progresistas de la sociedad, lo que se refleja en una
hegemonía cultural que bascula entre los partidos comunistas y una socialdemocracia dominante. Los acontecimientos de Mayo del 68 son fruto de esta hegemonía, pero el deterioro económico y político del bloque comunista y su
misma legitimidad (invasiones de Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1962,
Afganistán en 1979...) se acelera en los setenta y ochenta derivando en la caída
del muro de Berlín la noche del 9 de noviembre de 1989. El enorme agujero
ideológico de dicha caída no sólo consagra el modelo y la ideología liberal democrática, sino que deja un vacío en las clases bajas donde el populismo arraigará. En Europa del Este, junto a la demanda mayoritaria de democracia y libertad, aparecen partidos populistas, unos reclamando la voz del pueblo frente a
las élites provenientes del régimen comunista, como el Fórum Cívico Checo (“Los
partidos son para los miembros del partido, el Fórum Cívico es para todos”), otros • Manifestación en Timisoara, Rumanía, en 1990: “Abajo el comunismo, lixenófobos y nostálgicos del comunismo como el Partido de la Gran Rumanía. bertad, democracia”. | Sovfoto-UIG / Getty
78 VANGUARDIA | DOSSIER
1995
· ACUERDOS DE SCHENGEN
Según el teórico del populismo Cas Mudde, este movimiento
se convierte en una fuerza relevante en Europa en los años
noventa. Es la misma década de la madurez política de la UE,
con el tratado de Maastrich (1993) y la entrada en vigor de los
acuerdos de Schengen (1995). Dichos acuerdos habían sido
impulsados en 1985 por cinco países (Alemania Occidental,
Bélgica, Francia, Luxemburgo y Holanda) ante la reticencia
del resto en una ciudad de Luxemburgo, Schengen, en la que
es muy difícil moverse sin atravesar alguna frontera. Su objetivo: eliminar las fronteras interiores. Durante esa década se
van añadiendo al espacio Schengen el resto de países, un espacio que hoy comparten todos los países de la UE excepto
Rumanía, Bulgaria, Chipre y Croacia (y Reino Unido e Irlanda
por no aceptar la totalidad de los acuerdos), además de los
extracomunitarios Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza.
• Jean-Marie Le Pen en septiembre de 1995. Ese año, con una campaña contra los acuerdos de
Schengen y como líder del Frente Nacional, había obtenido un 15% de los votos en las
presidenciales francesas y la posición como cuarta fuerza política. | Pascal Parrot-Sygma / Getty
1999
· CONTRA LA GLOBALIZACIÓN
• Las multitudinarias manifestaciones de Seattle en 1999, con motivo de la cumbre de la OMC, fueron la primera gran
contestación al modelo de libre comercio mundial. | Antoine Serra-Sygma / Getty
Los años noventa también ven el triunfo
del modelo liberal en el mundo entero,
que ilustra el llamado consenso de
Washington (1989), con diez fórmulas liberalizadoras impulsadas por la instituciones de Bretton Woods y Estados Unidos.
Uno de sus frutos es la creación de la
Organización Mundial del Comercio
(OMC) en 1995 que, además de integrar a
los países occidentales, no tarda en sumar a India en 1995 y China en 2000. Es
el triunfo de la globalización, que no
tarda en encontrar opositores, como el
movimiento altermundista que se consagra en Seattle en 1999 en acciones contra
una cumbre de la OMC. Este movimiento
aúna fuerzas radicales de izquierda,
sindicatos, ecologistas y anarquistas y
apuesta por priorizar los valores sociales
y ambientales por encima del liberalismo desregulado. El populismo, tanto de
derechas como de izquierdas, también
se nutrirá de una visión negativa de la
globalización, en que dominan los temores por sus consecuencias: deslocalización, pérdidas de empleo, erosión del
Estado de bienestar...
VANGUARDIA | DOSSIER
79
HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO
2004
DE THEO
·VANASESINATO
GOGH EN HOLANDA
En el contexto propiciado por los atentados del
11-S del 2001 y del 11-M de Madrid del 2004, el
2 de noviembre de 2004 el director de cine Theo
van Gogh es asesinado en Amsterdam por un
joven holandés de padres marroquíes. Van
Gogh acababa de realizar un corto contra la situación de la mujer en el islam. Sorprenden
sobre todo las reacciones al asesinato en un país
que había sido estandarte de la libertad, la mezcla y el multiculturalismo, con ataques a mezquitas y escuelas musulmanas y al poco tiempo,
en respuesta, contra iglesias cristianas. Theo
Van Gogh había estrenado también ese año una
película sobre Pim Fortuyn, titulada 06/05, un
líder populista que había sido asesinado a su vez
dos años antes por un animalista que le acusaba de convertir a los musulmanes en chivos
expiatorios. Fue precisamente su partido, Lista
de Pim Fortuyn, la primera fuerza claramente
populista y contra la inmigración en Holanda
(2002, 4,7%), antes de la aparición del Partido
por la Libertad de Geert Wilder (5,9% en 2006;
15,45 en 2010..., 13,1% en 2017). El lema de este
último en las elecciones del 2017 fue: “Holanda
• Un hombre deposita unas flores en el lugar donde el cineasta Theo van Gogh fue asesinado el 2 de noviembre
del 2004 en Amsterdam. | Michel Porro / Getty
es nuestra de nuevo” con un programa derechista por menos inmigración, menos islam y menos UE. Hay que destacar, por otro lado, algo que
ha ocurrido en la mayoría de países europeos:
estas líneas programáticas han sido mimetizadas por el partido dominante, el liberal Partido
Popular por la Libertad y la Democracia de Mark
Rutte (“Primero los de casa”).
2008
· LA GRAN RECESIÓN
• Una asamblea en las concentraciones del 15-M en la plaza del Sol de Madrid
desarrollada el 19 de mayo del 2011. | Dominique Faget-AFP / Getty
80 VANGUARDIA | DOSSIER
Según otra referencia del populismo, Ernesto Laclau, cierto grado de
crisis de la antigua estructura es necesaria como precondición del
populismo, en momentos en que distintas reclamaciones y agravios
variados se articulan en torno a un eje vertebrador. Esos movimientos
que habían ido creciendo después de la crisis del petróleo de los setenta, que en la década del 2000 reciben el impacto de los atentados
islamistas, se ven azuzados por la monumental crisis económica que
se desata en Estados Unidos con la caída de Lehmans Brother y que
se expande por todo el mundo. Una idea cobra fuerza en las formaciones populistas: las élites cosmopolitas han impuesto la globalización, pero no han devuelto los beneficios a la sociedad, sino que de
algún modo la han extorsionado y han construido un sistema de
partidos para defenderla. Este punto de vista originará una serie de
nuevos movimientos de izquierda de carácter más o menos populista
como el 15-M (España, 2011, que derivará en Podemos en 2014), el
Occupy Wall Street (Estados Unidos, 2011) o el Movimiento 5 Estrellas
(Italia, 2009), que recalcan su carácter antistablishment y cuestionan el
sistema de partidos tradicionales y su falta de representatividad.
HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO
2010
2014
·
• Un agente electoral recoge votos al
LA HUNGRÍA DE ORBÁN
Los primeros países del Este se incorporan a la UE el
2004 (Polonia, Hungría, Eslovaquia, Rep. Checa y
Eslovenia) y pronto muestran relevantes corrientes
populistas en contradicción con los valores fundacionales de la UE. El caso más evidente es Hungría,
en la que el Partido Socialista, que agrupaba a los
herederos de la élite comunista, es derrotado en el
2010 por la Fidesz de Viktor Orbán, con una campaña centrada en quitar el poder a esa élite y devolverlo al pueblo. Con dos tercios del Parlamento procede
a impulsar una nueva Constitución que restringe la
libertad de prensa y debilita la independencia judicial. También impulsa un documento (NER) que favorece a los acólitos y penaliza a los opositores. En
las siguientes elecciones, las nuevas élites a combatir son la UE y el FMI, y a partir de 2015 su discurso
se centra en impedir la entrada de refugiados y en
rechazar las imposiciones de la UE al respecto.
Parlamento europeo en Southampton
Guildhall, en el sur de Inglaterra el 25 de
mayo del 2014. El populista y antieuropeo UKIP obtendría la victoria en el Reino
Unido con un 26,8% del total de los votos.
Carl Court-AFP / Getty
· ASCENSO POPULISTA EN EL PARLAMENTO EUROPEO
Las elecciones europeas del 2014 traen la eclosión de Podemos en España (tercera fuerza,
20% de los votos) y la formación de un nuevo grupo populista, Europa de las Naciones y de
las Libertades (ENF), que liderará el Frente Nacional francés (con Libertad y Democracia
Directa de la Rep. Checa, Interés Flamenco, etcétera) que se suma al existente Europa de la
Libertad y la Democracia Directa (EFDD) liderado por el UKIP de Nigel Farage (y Partido
Popular Danés, Movimiento Cinco Estrellas, etcétera), en total más de un 10% de los diputados. Los fondos europeos destinados a los partidos con representación, pues, serán
usados para desprestigiar a la UE y su “élite burócrata”, luchar por limitar su soberanía y
financiar los propios aparatos políticos. Imponen además su agenda política y añaden el
eje anti/pro UE a los hasta entonces centrales izquierda/derecha y disputas entre estados.
2015
· LA ‘INTERNACIONAL POPULISTA’ DE PUTIN
El 22 de marzo del 2015 el partido Rodina próximo a Vladímir Putin reunía en San
Petersburgo a partidos populistas de extrema derecha europeos, unos días después del
referéndum de anexión de Crimea. Era una de las muestras de las afinidades políticas de
Putin, como lo han sido las buenas relaciones con el Frente Nacional de Marine Le Pen, al
cual incluso ha financiado. La política de Putin se ha caracterizado por la voluntad de
restituir la Federación Rusa a su posición de superpotencia y por una política contra el
liberalismo y la globalización, los dos caballos de Troya que han repartido por todo el
mundo EE.UU. y la UE (aunque en Rusia no se cuestionan las élites propias, Putin se ha
destacado por criticar a las élites cosmopolitas y occidentales). También ha fomentado una
imagen populista de sí mismo, enérgico, viril, capaz de darle al pueblo lo que el pueblo
quiere. Debilitar a la UE apoyando a los grupos euroescépticos forma parte de su estrategia.
• Un grupo de cosacos en el
Fórum Conservador Ruso
Internacional en marzo del
2015, al que acudió una docena de grupos de extrema
• La televisión pública húngara atacada por manifestantes el
derecha europeos, como
18 de septiembre del 2006 cuando se supo que el primer mi-
Aurora Dorada de Grecia,
nistro socialista había mentido sobre la situación económica
Partido Nacionaldemócrata
del país para ganar por poco las elecciones a Fidesz, que to-
de Alemania o Democracia
maría la revancha en las siguientes del 2010 obteniendo una
Nacional de España. | Olga
mayoría absoluta de dos tercios. | Nandor Voros-AFP / Getty
Maltseva-AFP / Getty
HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO
2015
· LA CRISIS DE REFUGIADOS
• En la frontera de Macedonia con Serbia, en agosto de 2015, un grupo de refugiados espera para
continuar su camino hasta Hungría y Alemania. | Fabrizio Di Nucci-NurPhoto / Getty
El término empieza a usarse en abril del 2015, cuando
la guerra de Siria impulsa una gran oleada migratoria
hacia Europa que se suma a los flujos existentes. Entre
enero y julio, a parte de 95.000 emigrantes rescatados
en el Mediterráneo, unos 340.000 entran en la Unión
Europea por la ruta de los Balcanes, el triple que el año
anterior en el mismo periodo. La Alemania de Merkel
se muestra receptiva, al contrario que países como
Hungría o Polonia, en la cual el partido populista Ley
y Justicia gana por primera vez las elecciones en mayo
de 2015. Se empiezan a visualizar las diversas posiciones sobre la cuestión y la debilidad de la UE para imponer cuotas de aceptación de refugiados. La posición de
Merkel se ve debilitada por diversos sucesos en que están vinculados refugiados: agresiones sexuales en
Colonia en Nochevieja, y en el 2016 tres atentados terroristas (Würzburg, Ansbach y mercado de Berlín,
perpetrados respectivamente por solicitantes de asilo
de Pakistán, Siria y Túnez). Esta cuestión será usada por
la AfD (Alternativa para Alemania) en las elecciones del
2017, en las que por primera vez entra en el Parlamento
federal (12,6% de los votos, y 94 de 709 escaños).
2016
GANAN BREXIT
·Y DONALD
TRUMP
El 23 de junio del 2016 el Reino
Unido decidía en referéndum
abandonar la Unión Europea, una
aspiración de la que había hecho
bandera el UKIP, además de parte
del Partido Conservador, que en
teoría se mantuvo neutral.
Fueron las capas británicas menos favorecidas por el progreso
económico y urbano y las más
perjudicas por la globalización
las que apoyaron el Brexit, al contrario que las élites londinenses,
las grandes empresas y la City. El
candidato republicano Donald
Trump, que celebró el resultado,
ganaba las elecciones norteamericanas unos meses después, en
noviembre, sobre una base social • Grandes empresas británicas como la de seguros Lloyds se mostraron mayoritariamente favorables a permanecer en la UE
al mismo tiempo que anunciaban planes de contingencia si ganaba el Brexit. | Leon Neal-AFP / Getty
e ideológica similar.
82 VANGUARDIA | DOSSIER
HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO
2017
· CONFERENCIA DE COBLENZA
Tras la victoria de Trump, el grupo parlamentario europeo ENF ( Europa de las Naciones y de
las Libertades), formado por partidos populistas
de derechas, convoca en enero del 2017 en
Coblenza, Alemania, una conferencia para aunar fuerzas ante las elecciones que se preparan
ese año en Francia, Holanda y Alemania, con la
presencia de los respectivos partidos Frente
Nacional, Partido por la Libertad, y AfD, además
de la Liga Norte italiana y el Partido de la
Libertad de Austria.
Dichas elecciones dieron resultados similar a las anteriores en Países Bajos (13,1%), pero
superiores en Alemania (de un 4,7% a un 12,6%)
y en Francia, donde Marine Le Pen obtuvo un
21,30% de los votos (17,9% en la anteriores), lo
que le permitió acceder a la segunda vuelta que
perdió frente a Macron pero después de haber
aglutinado un 33,9% de los votos.
• Los líderes de la derecha populista en Coblenza: Geert Wilders (Partido por la Libertad, Holanda), Frauke
Petry (AfD, Alemania), Harald Vilimesky (parlamentario europeo, Partido de la Libertad de Austria), Marine Le
Pen (FN, Francia) y Matteo Salvini (LN, Italia). | Thomas Lohnes / Getty
2018
VICTORIA APLASTANTE DEL
·EUROESCEPTICISMO
EN UN PAÍS
FUNDADOR DE LA UNIÓN EUROPEA
En marzo del 2018, las elecciones italianas dan
la victoria a una coalición liderada por un
partido populista y euroescéptico. Se trata de
la Liga Norte de Matteo Salvini, que junto a
Forza Italia y otros partidos en una línea similar, obtienen un 37,2% de los votos. Al segundo
lugar se encarama otro partido populista, este
de izquierdas pero también antieuropeísta, el
Movimiento 5 Estrellas, que por su lado alcanza un 32,4% de los votos. Como resultado,
Italia, uno de los países fundadores de la UE,
muestra a sus aliados europeos que un 70% de
sus votantes están en desacuerdo con sus políticas de mayor integración legislativa y monetaria, de acogida de inmigrantes y refugiados
y de pérdida de soberanía.
Otro país que experimenta un ascenso,
aunque menor, del populismo es Suecia, donde en las elecciones del pasado septiembre
Jimmie Akesson, al frente de Demócratas de
Suecia, obtiene un 17,53% de los votos, en ascenso respecto a anteriores elecciones genera-
• Matteo Salvini en Messina en febrero del 2018, en un acto de campaña de la Liga Norte para las elecciones
generales de las que finalmente saldría victorioso. | Gabriele Maricchiolo-NurPhoto / Getty
les (5,7% en 2010 y 12,9 en 2014). Su programa
apuesta por reducir la inmigración y la asimilación completa de la existente, por combatir
la delincuencia y por ofrecer al “verdadero
pueblo sueco” más trabajo, mejor sanidad y
mayor nivel de vida.
VANGUARDIA | DOSSIER
83
Los tira y afloja
China-Unión Europea
Xulio Ríos
DIRECTOR DEL OBSERVATORIO DE LA POLÍTICA CHINA.
SU ÚLTIMO LIBRO ES ‘LA CHINA DE XI JINPING’
(EDITORIAL POPULAR, 2018)
84 VANGUARDIA | DOSSIER
VANGUARDIA | DOSSIER
85
LOS TIR A Y AFLOJA CHINA-UNIÓN EUROPEA
E
S CHINA FAVORABLE A LA CON-
solidación del proceso de integración de la UE? Sí. ¿Y pueden
a la vez sus políticas concretas
dificultar ese proceso? También.
En efecto, si analizamos los
principales documentos de política de China hacia la UE (2003,
2014 y 2018), constatamos una
inequívoca y constante declaración a favor de una
Europa unida, estable, abierta y próspera. China
desea una UE que desempeñe un papel estratégico
destacado en el ámbito internacional, afirmándose como un sujeto indispensable y autónomo
del orden multipolar que debe suceder al actual
declive de la hegemonía estadounidense. A lo largo
de los últimos lustros, China y la UE han acercado
posiciones en importantes asuntos de la agenda
global; a ello se suma ahora la común defensa del
libre comercio, la globalización y el multilateralismo. A su vez, Beijing coquetea con la UE para
evitar que pueda sumarse a un hipotético frente
antichino de las economías más desarrolladas.
Europa asoma como uno de los principales
objetivos de China en la estrategia de aumento de
su influencia geopolítica, un escenario ideal para
construir una imagen de fortaleza de su economía,
en especial a través de la compra parcial o integral
de conocidas marcas. China es ya el principal inversor en el Viejo Continente. En el 2016, por vez
primera superó a EE.UU. en la lista de compra de
activos en el mercado de fusiones y adquisiciones.
Al mismo tiempo, sus acciones en relación a
determinados estados y conjuntos subregionales
(sur de Europa, países de Europa Central y Oriental, por ejemplo), la disposición de ambiciosos
proyectos como la revitalización de las rutas de la
seda o sus proyectos inversores, despiertan inquietud en algunos importantes socios comunitarios
que alertan del riesgo de fractura por la diferente
percepción que suscita su impacto.
Los convites a una mayor cohesión y más
pragmatismo en la política china de Bruselas constituyen una tónica que se ha acentuado en los últimos años. Una ojeada a los informes al respecto del
Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (2009 y
2017) acreditan una evolución hacia un cambio de
paradigma que toma nota de las vulnerabilidades
europeas en materia de reciprocidad comercial en
los intercambios, los riesgos asociados a la capta-
86 VANGUARDIA | DOSSIER
ción de tecnología o el controvertido auge de las
inversiones chinas en el continente.
En junio del 2016, una nota conjunta de la
Comisión y la alta representante para los Asuntos
Exteriores y Política de Seguridad invocaba la
necesidad de actuar en bloque y con eficacia para
promover los intereses de Europa y de sus ciudadanos ante una China a cada paso más incisiva y ambiciosa en sus objetivos. El desencuentro bilateral
subió un peldaño cuando en junio del 2017, en la
19.ª cumbre UE-China, Bruselas rechazó conceder
a China el estatuto de economía de mercado.
Tomando debida nota de la protección a
ultranza establecida por China en varios sectores
que resultan prácticamente inaccesibles a las inversiones extranjeras, Europa imagina reglas para
dificultar determinados despliegues en ámbitos
que pudieran representar una amenaza.
¿Cualquier tiempo pasado
fue mejor?
La conciencia de una relación sino-europea
desequilibrada de la que China saca el máximo
provecho parece arraigar en estados y grandes empresas europeas. Años después de haber facilitado
la llegada de capitales chinos que se han instalado
en segmentos del mercado europeo de alto valor y
valiéndose de una amplia capacidad de maniobra
en función de su nuevo status global y de la liberalización existente en Europa, la UE considera llegado el momento de ponerle freno especialmente
a las corporaciones estatales que fijan su atención
en las empresas estratégicas europeas con el argumento de que la apertura de la UE, a la vista de la
persistencia del nacionalismo económico chino,
no es correspondida. Resta por ver si la voluntad
expresada por Bruselas de imponer un mayor control es secundado en igual medida por los socios.
Algunos países denuncian que los planes de
China de crear tres enormes corredores comerciales entre Asia y Europa podrían dañar los intereses
comerciales de la UE, según un informe filtrado
al diario alemán Handelsblatt, advirtiendo que el
enfoque chino va en contra de la agenda de la UE
para liberalizar el comercio y empuja el equilibro
de poder a favor de las empresas chinas subsidiadas. El temor deviene de la frustración por la falta
de oportunidades para las empresas europeas en
medio de una creciente desconfianza respecto a
los objetivos estratégicos de Beijing.
LOS TIR A Y AFLOJA CHINA-UNIÓN EUROPEA
Alemania ya endureció las reglas
sobre la inversión extranjera en algunos
sectores, ajustando el umbral de seguridad en las compras de inversionistas no
pertenecientes a la UE a un 10% de las
acciones de la compañía en sectores como
infraestructuras críticas y empresas relativas a defensa y alta tecnología. Berlín
pasó de aliado privilegiado a la condición
de más crispado en virtud de la consideración china de ser el país más útil en su
ambición de recortar a gran velocidad
la distancia tecnológica que le separa de
los países desarrollados. Para Alemania,
China se ha convertido en un serio rival.
Según el Instituto Mercator para Estudios de China (Merics), entre el 2000 y el
2016, China invirtió en Europa en forma
de IED (inversión extranjera directa) más
de 101.000 millones de euros. Los países
más atractivos para los inversores chinos
fueron Reino Unido, Alemania, Italia,
Francia, Finlandia y Portugal, centrándose principalmente en sectores como los
servicios públicos, transportes, infraestructura, maquinaria y equipos industriales, energía, bienes de consumo, etcétera.
En el 2016, un 59% de la IED china en
Europa se centró en los tres líderes regionales: Francia, Alemania y Reino Unido.
El segundo puesto fue ocupado por los
países nórdicos, los cuales recibieron en
torno a un 17% de la IED. Los estados del
sur de Europa quedaron en tercer lugar,
con cerca de un 10%. Las inversiones
chinas, en suma, se encaminan hacia las
economías más grandes y líderes, y donde no tienen un impacto económico tan
fuerte acostumbra a imperar el interés
geopolítico.
En los países del sur de Europa, las
inversiones tienden a ser más arriesgadas (aunque también hay importantes
oportunidades). De hecho, más afectados
por la crisis económica, todos ellos –y la
propia UE en su conjunto– veían a China
como el recurso in extremis para obtener
dinero fresco poniendo a la venta sus empresas estatales o privadas afectadas por
la depresión. China se convirtió entonces
en el flotador para no verse ahogados por
las deudas. También en el caso de España,
a quien China respaldó con una adquisición importante de deuda soberana.
Cuando nadie invertía en Europa, China
estaba dispuesta a hacerlo. Las economías
más débiles de la UE encontraron en China el socio ideal para salvar una industria
local en dificultades.
Es de suponer que, a salvo de otros
atractivos, cada país elegirá la opción
que más le convenga, y China elevará su
atención en el Este de Europa y en el Mediterráneo. La Plataforma 16+1 (que integra
a China y Bulgaria, Croacia, Eslovaquia,
Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia,
Lituania, Polonia, Rumanía, República
Checa y los extracomunitarios balcánicos
Albania, Macedonia, Montenegro, Bosnia
y Serbia) podría consolidarse como la
puerta de entrada del gigante asiático
en el continente, aprovechando para financiar carreteras, centrales eléctricas y
otras infraestructuras que necesitan estos
países a cambio de facilitar su presencia.
Otra preocupación a futuro es el
potencial de división que la Iniciativa de
la Franja y la Ruta (IFR) puede estimular
entre los 28-1 estados miembros de la UE,
muchos de los cuales están desesperados
por atraer nuevas inversiones chinas.
Hungría o Grecia, por ejemplo, tienden
a desmarcarse de los pronunciamientos
comunitarios y el consenso, frágil por naturaleza, podría resquebrajarse. Polonia
o la República Checa podrían suscribir
igualmente estrategias particulares. Y todos se disputan la condición de puente para un más ambicioso desembarco chino.
Varias europas
Bajo la fórmula 16+1, Beijing promueve una política basada en la cooperación económica y comercial, la búsqueda de contratos de infraestructura
(transportes y energía) y la generación
de oportunidades para sus capitales y
productos manufacturados. Dichos proyectos aumentan la influencia política
en la región de Europa Central y Oriental
en un momento en que a nivel local las
carencias financieras son manifiestas. Las
propuestas chinas afectan a la implementación de infraestructuras consideradas
de gran interés para el desarrollo, pero
que las instituciones financieras a diverso
nivel rechazan apoyar en atención a los
riesgos que pesan sobre ellas. Además,
para estos países, China es el socio ideal
para recuperar terreno en sus balanzas
comerciales. Bruselas recela de esta aproximación, que merma su influencia y
autoridad, y pese a los intentos de Beijing
de desactivar los temores, es contemplada
como una maniobra geopolítica de envolvimiento del poder comunitario.
A los préstamos a largo plazo, China
suma grandes ofertas de inversión con
un fondo de varios miles de millones de
dólares, que opera ya en su segunda fase,
destinados a apoyar a las economías de la
zona con problemas de liquidez. Asimismo, instan a las empresas chinas a abrir
parques industriales en la región. China
quiere que sus empresas ganen experiencia y savoir faire en esta otra Europa a fin
de reducir las barreras que dificultan su
acceso a los mercados de los países más
desarrollados del Oeste. La construcción
de ferrocarriles y puertos dibuja un eje
de conexión entre las áreas portuarias de
los mares Báltico, Adriático y Negro que
determina puntos neurálgicos de apoyo a
su corredor terrestre-marítimo. Beijing es
consciente de la importancia estratégica
de esta región para la IFR.
Asimismo, Budapest se afirma como
el quinto centro europeo de liquidación
en moneda china tras Londres, París,
Frankfurt y Luxemburgo; mientras, Polonia ambiciona convertirse en un importante centro logístico; la República Checa
quiere construir zonas económicas y
tecnológicas para inversores chinos; Eslovaquia quiere explorar la cooperación en
energía nuclear; Lituania y los bálticos se
ofrecen para afirmar corredores de transporte y conexiones tecnológicas, etcétera.
Las cumbres anuales, el marco institucional que traza la hoja de ruta de esta
VANGUARDIA | DOSSIER
87
LOS TIR A Y AFLOJA CHINA-UNIÓN EUROPEA
relación, se iniciaron en el 2012, antes por tanto de
la inauguración formal de la IFR en el 2013 pero es
esta IFR lo que le ha aportado un cambio radical.
De hecho, los 16 países se han unido entusiastamente a la IFR. En dicho marco, Beijing encuentra
una vía alternativa que multiplica su capacidad
de proyección en el Viejo Continente sin los sinsabores que a menudo acompaña su diálogo con
Bruselas. Trabajan juntos para mejorar las redes de
transporte, por ejemplo, el proyecto de autopista
E763 en Serbia y el reacondicionamiento general
del ferrocarril Budapest-Belgrado, así como otros
proyectos de infraestructura, entre los que cabe
destacar una planta de energía térmica en BosniaHerzegovina. En la agenda, China tiene previsto
planes en materia de parques industriales en áreas
como capacidad, energía, logística y agricultura.
Pero el proceso está en sus inicios. El comercio bilateral de estos países con China equivale
a poco más de la décima parte del que tiene con
todos los países europeos, si bien crece a ritmo
sostenido. Otro tanto podríamos decir de la significación inversora en comparación con los países
principales del bloque. A pesar de la reducida
cuantía, la gestión de su potencial con añadida
voluntad política apunta a la remodelación del
panorama de la cooperación China-Europa.
Esta orientación e intensificación de los intercambios provoca recelos en el eje franco-alemán
de la UE, pues China asoma como un laminador
de su dominio. Así, la UE también prepara ahora
reglas más estrictas para regular las inversiones
chinas, proponiendo pasar a controlar centralmente las inversiones extranjeras en los estados
miembros de la UE, requiriéndose el examen y el
consentimiento de Bruselas cuando una empresa
estatal extranjera desea invertir en los puertos,
infraestructura energética o industrias de defensa
de la UE. De consumarse esto, podría abrirse una
fractura en la UE entre los viejos países centrales y
los del Este dando lugar a dos centros de gravedad,
lo que podría agravar la crisis de la UE con capitales
con las que ya mantiene diferencias importantes
en materia de libertades democráticas, gestión
de la inmigración, etcétera. Para los países de esta
zona, las ventajas económicas que ofrece Beijing
compensan los riesgos políticos.
Los países de Europa Central y Oriental (PECO), alzados como uno de los grandes centros de
interés global de China, dicen no querer enfrentarse a la UE pero que ese marco 16+1 sirve a los
intereses de sus países, de China y también de
Europa y la UE. El proyecto de mejora de la línea
Budapest-Belgrado, financiado por China, será el
88 VANGUARDIA | DOSSIER
primero que involucra a un miembro de la UE,
China y un miembro europeo no perteneciente a
la UE, Serbia, y creará una importante y moderna
ruta de mercancías a Europa Occidental a través
de Europa Central. Budapest podría ser también
el punto de conexión de una línea ferroviaria que
uniría el puerto de El Pireo con Austria. Estos desarrollos e impulsos no son inspirados por la UE, aún
inmersa en sus políticas de ajuste. Y China quiere
más líneas ferroviarias, más infraestructuras, más
vuelos directos, etcétera, para reforzar la conectividad a todos los niveles.
La apuesta por los puertos del sur haría
disminuir el nivel del comercio de los puertos
del norte de Europa. Eso podría explicar algunas
reticencias. También proporcionaría mayor relevancia a los países del sur, incluyendo a Portugal y
España. Grecia, que no es parte de este foro, ya es
un importante centro de inversión china en la UE.
En su puerto de El Pireo, China ha invertido más
de 500 millones de dólares y su empresa estatal
COSCO desempeña un papel clave en la gestión. El
Pireo sirve de puerta de entrada para el transporte
marítimo chino hacia la UE. No obstante, a día de
hoy, estas tendencias han despertado la preocupación en las firmas europeas, temerosas de perder
mercado e iniciativa, alentando el temor de una
división del bloque continental.
Socios y no aliados
Cuando China dio a conocer su primer documento de Política hacia la UE (2003), confiaba en
que Europa, su primer socio comercial, podría dotarse de una estructura política autónoma capaz
de actuar a nivel global con la autonomía suficiente como para distanciarse de EE.UU. A pesar de que
China y Europa no son rivales en seguridad, pronto
se pudo comprobar que esto era una ilusión. En los
asuntos de interés para China, Bruselas se cuidaría
mucho de afear los intereses de Washington, y las
sucesivas crisis internas acabarían por ajustar el
enfoque de su política, primando de modo claro
el establecimiento de relaciones privilegiadas
con las capitales europeas más determinantes, en
especial, Berlín, Londres o París.
China y la UE nunca defenderán los mismos
valores en razón de sus diferencias ideológicas y de
sistema político. Pero la exclusión de una alianza
no impide reconocer que la UE pueda establecer
con ella un modelo diferenciado de cooperación. El
futuro de Europa también pasa por una diversificación activa de las relaciones. La multiplicación de
la confianza recíproca es indispensable para que
ambas partes sumen en dicha ecuación.
para saber más
literatura
cine
viajes
webs
libros
LA UE AFRONTA UNAS ELECCIONES EN MAYO QUE TANTO EUROESCÉPTICOS COMO EUROPEÍSTAS COINCIDEN EN SEÑALAR COMO DECISIVAS.
PARA LOS PRIMEROS, NO SE TRATA SÓLO DE OTRA OCASIÓN PARA
EXPRESAR EL ENÉSIMO CASTIGO A LAS ÉLITES, SINO QUE ESTA VEZ VISLUMBRAN LA OPORTUNIDAD DE TRANSFORMAR DE VERDAD EL SENTIDO
DEL PROYECTO DE INTEGRACIÓN, SUSTITUYENDO LA IDEA DE UNA EUROPA SUPRANACIONAL POR LA RECUPERACIÓN DE COMPETENCIAS QUE
PERMITA A LOS ESTADOS VOLVER A TENER EL CONTROL. POR SU PARTE,
LOS PROEUROPEOS OSCILAN ENTRE LAS PROMESAS DE REFUNDACIÓN
Y LA MOVILIZACIÓN DE LOS ELECTORES QUE EVITE EL AVANCE DE LAS
FUERZAS EURÓFOBAS. AQUÍ LES PROPONEMOS DIEZ LIBROS RECIENTES
QUE APORTAN PUNTOS DE VISTA MUY DIVERSOS SOBRE ESTA CUESTIÓN.
Quand l’Europe improvise
Dix ans de crises politiques
LUUK VAN MIDDELAAR. GALLIMARD, PARÍS, 2018 (EDICIÓN ORIGINAL EN
NEERLANDÉS DE 2017). 408 PÁGINAS.
Con su segundo libro en solitario, Luuk van Middelaar confirma que es
un pensador clave en el debate actual sobre el sentido y la naturaleza
del proceso de integración. En esta obra, Van Middelaar interpreta la
historia desde la famosa imagen de Hegel sobre el vuelo nocturno de
la lechuza de Minerva: las transformaciones y desafíos existenciales
que estamos viviendo hoy son la cristalización de la reestructuración
del continente entre 1989 y 1993, pero hemos tardado un cuarto de
siglo en entenderlos. Se analiza la reacción de la Unión Europea ante
la última década de crisis encadenadas: crisis financiera, monetaria
y presupuestaria, crisis de seguridad en el Este de Europa, crisis humanitaria en el Mediterráneo y el desafío existencial del final de la
alianza euro-atlántica (Brexit y Trump). Lejos del catastrofismo de
otros autores, Van Middelaar señala una obviedad que a veces pasa
desapercibida en los debates públicos: la UE ha sobrevivido a cada una
de esas crisis. Pero, en vez de repetir banalmente el tópico de que la
construcción europea avanza con ellas, el autor saca una conclusión
sugerente: la UE ha abandonado el relato de Monnet –un avance lento
pero progresivo siempre en la dirección de una Europa más amplia y
unida– y ha tomado conciencia de su mortalidad como proyecto.
VANGUARDIA | DOSSIER
89
para saber más libros
Ignacio Molina y Luis Bouza. Profesores de ciencia política en la Universidad Autónoma de Madrid.
mocráticamente las interdependencias ya irresolubles entre los pueblos europeos.
After Europe
IVAN KRASTEV. UNIVERSITY OF
PENNSYLVANIA PRESS, FILADELFIA,
2017. 118 PÁGINAS.
La democracia
en Europa
Una filosofía
política de la Unión
Europea
DANIEL INNERARITY. GALAXIA
GUTENBERG, BARCELONA, 2017. 384
PÁGINAS.
El título, de inspiración tocquevilliana, anticipa bien la
perspectiva del autor: seguir
analizando el viejo mundo con
las herramientas del antiguo
es un grave error tanto conceptual como político. Y sin
embargo es algo que analistas
y actores políticos tienden a
hacer sobre la UE sin descanso:
contemplar su naturaleza, crisis y oportunidades utilizando
las herramientas de la política
estatal. A partir de aquí, el libro
se aplica a la gran cuestión de
hasta qué punto el futuro de la
gobernanza continental será
democrático. Descarta las críticas escépticas sobre el déficit
democrático de la UE, también
conocidas como tesis del no demos: puesto que la UE no es ni
será un Estado, su capacidad
de funcionar como democracia dependerá no tanto de su
capacidad de crear un pueblo
europeo sino de gestionar de90 VANGUARDIA | DOSSIER
El aclamado libro del politólogo búlgaro es el relato de una
claudicación. Partiendo de un
punto de vista parecido al de
Van Middelaar, el trabajo llega
a una conclusión casi opuesta:
los ciudadanos europeos no
son conscientes del declive de
su continente y no están dispuestos a secundar el combate
de las meritocráticas élites europeas por la defensa de una
Europa y un orden internacional basado en normas liberales. La posición del autor está
fuertemente influenciada por
la actitud de los ciudadanos
y élites de Europa Central y
Oriental durante la crisis de los
refugiados. Krastev recomienda
a la UE intentar desmovilizar
a los populistas adoptando la
parte de su agenda que sea más
digerible. Antes, no obstante,
convendría que analizaran los
datos de opinión y la correlación de fuerzas con mucha
más atención de lo que lo hace
el autor.
Fractured
continent
Europe’s Crisis and
the Fate of the West
WILLIAM DROZDIAK. NORTON, NUEVA
denses (ya sean premios Nobel
como Joseph Stiglitz o influyentes redactores de prensa
como éste) para entender a la
UE y sus estados miembros.
Una visión deformada que muchas veces se comparte desde
Londres, como confirmó Financial Times al declararlo el mejor
libro político del año. El autor
repasa las tensiones internas
de una decena de países para
examinar si el fin de la guerra
fría ha fortalecido o fracturado al continente pero, detrás
de esa atractiva pregunta, se
deja arrastrar casi siempre por
tópicos distorsionados. En el
colorido viaje del autor por las
capitales domina la sensación
de extrema fragilidad y no falta
ningún lugar común, alcanzándose el cénit del simplismo en
los capítulos dedicados a Italia,
España y Grecia.
Hacer Europa
y no la guerra
Una apuesta
europeísta frente
a Trump y el Brexit
ENRICO LETTA, CON LA COLABORA
CIÓN DE SÉBASTIEN MAILLARD.
PENÍNSULA, BARCELONA, 2017. 192
PÁGINAS.
Las crisis de Europa
MANUEL CASTELLS Y OTROS AUTORES. ALIANZA, MADRID, 2018. 648
PÁGINAS.
YORK, 2017. 298 PÁGINAS.
Este trabajo, escrito por un antiguo corresponsal para Europa
del Washington Post, muestra los
graves problemas que tienen
hoy los analistas estadouni-
enfrentado la Unión Europea
en los últimos años. Destacados economistas, sociólogos y
politólogos examinan una tormenta perfecta de desafíos que
incluyen, entre otros, la Gran
Recesión, la crisis del euro y la
austeridad, el drama griego, la
xenofobia, los refugiados, los
problemas de legitimidad de la
UE, el Brexit, o el declive de la
socialdemocracia. La pregunta
es: ¿se desvanece el sueño europeo? La respuesta no es muy
optimista: mientras los fundamentos de la vida cotidiana
funcionen sin contratiempos,
la integración se aprecia y apoya. Pero, si surge una crisis que
exija solidaridad, la debilidad
de la identidad europea lleva
al predominio de los intereses
nacionales.
Este voluminoso trabajo colectivo reúne los análisis de más de
treinta autores de muy diversas
nacionalidades que abordan la
acumulación y retroalimentación de crisis a la que se ha
Hubo un tiempo reciente en el
que Italia tenía gobiernos liderados por políticos intensamente europeístas como Enrico
Letta, que en este libro renueva
su apuesta por la UE a pesar de
la policrisis interna que ha revelado su carácter mortal y un
entorno internacional dominado por matones (brutes según
el título original del libro en
francés) como Trump, Putin y
Erdogan. La tesis central es que
hay que “desbruselizar” Europa
y acercar la toma de decisiones a la ciudadanía –aunque
evitando los referéndums– de
forma que los populismos no
puedan seguir presentando a
la Unión como un proyecto tecnocrático. Es bastante nítida la
sintonía de esta idea, y de otras
reformas mencionadas, con los
célebres discursos europeístas
del presidente Macron y sus
consultas ciudadanas. Letta llama a presentar Europa como
una apuesta ilusionante por lo
mejor de la globalización (una
potencia de valores) en vez de
como una mera reacción frente
a lo peor (declive tecnocrático
en un mundo hostil).
munidades diversas que medio
convivían, se aspiraba a una
imposible pureza que exigía
intercambios masivos de poblaciones. Cientos de miles de
desplazados obligados a aceptar
que donde tenían vida y tierras
ancestrales pasaba ahora a ser
el país del enemigo, y a establecerse en un lugar desconocido
que supuestamente sería el suyo por el simple hecho de que el
nuevo vecino tendría la misma
lengua o religión. Una huida
luego blindada con las fronteras militarizadas de la guerra
fría que ni siquiera pudo evitar
las terribles guerras yugoslavas.
Y una realidad actual, como
demuestran las discusiones territoriales entre Serbia y sus
vecinos, o los refugiados sirios.
Border
KAPKA KASSABOVA. GRANTA BOOKS,
LONDRES, 2017. 400 PÁGINAS
La tribalización
de Europa
Una defensa de nuestros valores liberales
Este combativo librito expone
los peligros que supone para la
UE la aparición de movimientos nacionalistas y populistas.
La politóloga danesa, que ha
vivido en casa el auge de un
robusto partido euroescéptico
Cómo la UE puede
volver a enamorar
(COORDS.). B POLITICS MAGAZINE,
MONOGRÁFICO 03, 2017. 80 PÁGINAS.
A Progressive Vision
of Sovereignty for a
Post-Neoliberal
World
WILLIAM MITCHELL Y THOMAS FAZI.
PLUTO PRESS, LONDRES, 2017. 267
PÁGINAS.
MARLENE WIND. ESPASA,
BARCELONA, 2019. 160 PÁGINAS.
denominada escuela de Amsterdam– que señala que tanto
la globalización económica como la integración europea son
un proyecto de clase que no
consiste tanto en desmantelar
el Estado como en ponerlo al
servicio de un proyecto radical
de redefinición de sus fronteras
con el mercado y la sociedad.
Los autores piensan que la única alternativa real es copiar la
estrategia de sus rivales: usar el
Estado para una ruptura radical
con el orden emergente.
ITZIAR GARCÍA Y XAVIER PEYTIBI
Reclaiming
the State
A Journey to the
Edge of Europe.
Este es un libro sobre la magia
de la mezcla en el lugar más
mestizo del continente, sobre el
trasiego de fronteras y personas
realizado en Europa sudoriental, sobre todo al comienzo del
siglo XX por el empeño de los
pueblos de esa región de hacer
coincidir los nuevos estados
surgidos de la desintegración
otomana con su etnia, su idioma y su Iglesia nacional. En vez
de aceptar el secular paisaje
moteado e intermitente de co-
y antiinmigración, pone el dardo en el Brexit, los gobiernos
iliberales de Hungría o Polonia,
los independentismos y otras
fuerzas centrífugas que amenazan con extender la antes
mencionada balcanización a la
parte occidental del continente.
Para la autora, el declive del
poder europeo en un mundo
cada vez más competitivo hace
que cualquier tendencia que
lleve a la disgregación o a la
ruptura de sus estados deba ser
rechazada como debilitadora
de la influencia e incluso de la
supervivencia de Europa.
La obra se centra en una corriente no minúscula de pensamiento crítico británico que
defiende el Lexit (o left Brexit)
y cree que el abandono de la
UE supone una oportunidad
política y social. Los autores
se enmarcan en una corriente
de economía política –a veces
Este monográfico de voces diversas gira en torno a una misma preocupación: la UE carece
de una conexión emocional
con la ciudadanía, que tiende
a pensar la integración como
un sistema burocrático más
que como un proyecto político o social sustantivo. En este
sentido, la mayor parte de contribuciones piensan que la UE
debe situar en el centro de sus
debates aspectos como los valores europeos, la creación de
un nuevo contrato social para
el siglo XXI, un relato común o
una encarnación mediante un
presidente directamente electo. El proyecto comunitario,
presentado a priori como una
relación apasionada, siempre
fue un razonable matrimonio
de conveniencia. Como en todo
matrimonio concertado, con el
roce puede venir el cariño, pero
está por ver que 70 años para los
primeros, y 10 para los últimos
miembros de la familia, sean
suficientes.
VANGUARDIA | DOSSIER
91
para saber más literatura
Mauricio Bach. Profesor, crítico literario y traductor.
La capital
ROBERT MENASSE. SEIX BARRAL, BARCELONA. 480 PÁGINAS.
La capital del título no es otra que Bruselas, sede del núcleo más importante de la burocracia europea. Con afilado sentido del humor, el austriaco Robert Menasse (Viena, 1954)
pone en escena una sátira feroz del día a día –con todos sus absurdos y disparates– de la
capital de la Unión Europea. Para ello entrecruza varias tramas en las que asoma una
variopinta fauna humana de diversas nacionalidades compuesta por grises chupatintas,
altos funcionarios, burócratas profesionales, asesores, expertos, lobistas, políticos, lugareños y hasta un cerdo que corretea libre por la Grand Place (impactante escena con la
que arranca el libro). Menasse toma como punto de partida los preparativos del cincuenta
aniversario de la creación de la Comisión Europea, que se quiere celebrar homenajeando
a Auschwitz (para lo cual se invita a un grupo de supervivientes). Y en esta Bruselas gris
(y no tan aburrida como dice el tópico) se ponen en escena intereses comerciales, enredos personales, maniobras políticas… Entre carcajada y carcajada, la novela plantea una
visión muy veraz (aunque ciertamente distorsionada por el esperpento) de la ciudad y las
personas que rigen el invento político de la Europa unida. No se trata, ni mucho menos,
de una novela antieuropeísta, pero sí denuncia los excesos y torpezas de una burocracia
que muchas veces se mueve por sus propios intereses corporativos. Galardonada en el 2017
con el premio Deutscher Buchpreis, es una mordaz visión de una Unión Europea que, pese
a sus fallos, todos deseamos que dure muchos años.
La liebre de los
ojos de ámbar
EDMUND DE WAAL. ACANTILADO,
BARCELONA, 2012. 368 PÁGINAS.
Su publicación hace unos años
constituyó una inesperada y
muy grata sorpresa. El autor,
Edmund de Waal, es un ceramista británico, que a partir de
una figurita de marfil heredada–la liebre del título– reconstruía la historia de su familia.
92 VANGUARDIA | DOSSIER
No es por tanto una novela,
sino un libro de memorias, pero que se lee como una novela
gracias a la pasión con la que
se relata esta saga que recorre
dos siglos –el XIX y el XX– y
buena parte de Europa y del
mundo. Es un libro bellísimo
que, a través de una historia
particular –la de una figurita
de marfil y la de una familia–,
es capaz de evocar la compleja
historia europea, los hechos
más destacados, los cambios
sociales, las transformaciones
culturales, las guerras, los movimientos migratorios, el drama del exilio…
libre y que, al enterarse de la
existencia de un campamento
de refugiados en Berlín, decide
presentarse voluntario para
echar una mano. Allí entrará
en contacto con un grupo de
la buena voluntad, la comunicación no siempre resulta fácil
y se producen malentendidos
y choques culturales, mientras las autoridades políticas
se limitan a aplicar la ley con
fría determinación. La autora
tiene el mérito de abordar sin
maniqueísmos ni sentimentalismos facilones un problema no resuelto en la Europa
actual que marca la agenda
política y da alas al populismo
ultraderechista.
Comimos
y bebimos
IGNACIO PEYRÓ, LIBROS DEL
ASTEROIDE, BARCELONA, 2018. 264
Yo voy, tú vas, él va
PÁGINAS.
JENNY ERPENBECK. ANAGRAMA,
BARCELONA, 2018. 336 PÁGINAS.
Ambientada en Alemania, la
novela narra la historia de un
profesor universitario recién
jubilado, que de pronto se encuentra con mucho tiempo
jóvenes llegados desde países
lejanos huyendo de la guerra
y la miseria, y el viejo profesor
escuchará historias cargadas a
partes iguales de desolación y
esperanza. Sin embargo, pese a
El subtítulo de este delicioso
libro misceláneo es bastante
esclarecedor: “Notas de cocina
y vida”. Es, en efecto, una reunión de textos que tienen como
eje vertebrador la gastronomía,
pero en los cuales se habla tam-
pintando Picasso llegue a exhibirse en el pabellón de la República en la Exposición Universal para conseguir apoyos a la
causa de otros países. Estamos
en una Europa muy lejana, la
de la guerra civil española que
sirvió de ensayo general de lo
que vendría después. Era aque-
bién de otros muchos temas, se
reúne un jugoso anecdotario y
se viaja por Europa: aparece España, pero también Inglaterra,
Francia, Italia…, con pinceladas
de los modos y costumbres de
esos países. Europa es un proyecto político, pero también la
suma de una serie de realidades
con mucha historia detrás. Y
la cocina es –como bien sabía
Josep Pla, al que se cita en varias
ocasiones en el libro– una manera de entender y explicar una
cultura. El anterior libro del
autor, Pompa y circunstancia, era
un personal recorrido en forma
de diccionario por la cultura
británica, con muchas páginas
dedicadas a la política que ayudan a entender las corrientes
internas de ese país que han
llevado al Brexit.
Sabotaje
lla una Europa no cohesionada,
barrida por el auge de fascismos
y nacionalismos que desembocaron en una guerra mundial.
Precisamente la Unión Europea
nació con el fin –entre otros– de
que estas situaciones no volvieran a producirse. La novela,
amena y trepidante, es una buena reconstrucción histórica de
aquella Europa dividida y tensionada que no debería volver.
Hacia la boda
ARTURO PÉREZ REVERTE.
JOHN BERGER. ALFAGUARA, MADRID,
ALFAGUARA, MADRID, 2018. 376
2011. 192 PÁGINAS.
PÁGINAS.
Tercera y más reciente entrega
de las andanzas del espía Lorenzo Falcó. En este caso, en plena
Guerra Civil, el agente al servicio del bando nacional recibe el
encargo de viajar a París para
impedir que el Guernica que está
quia se dirigen a las orillas del
río Po para asistir a la boda de su
hija. Durante este doble periplo
por Europa se sucederán los
encuentros con diversos personajes que le permitirán al
autor trazar un mapa humano
de Europa y sus problemáticas. A lo largo del recorrido de
los personajes van apareciendo
problemas sociales y realidades culturales diversas, y finalmente Berger reivindica a las
personas y la fuerza del amor
como elemento cohesionador.
El autor abordó la evolución
sociopolítica europea en otros
libros, como en la notable tri-
logía De sus fatigas (formada por
las novelas Puerca tierra, Una vez
en Europa y Lila y Flag), centrada
en los procesos migratorios del
campo a los grandes centros
urbanos.
Expo 58
JONATHAN COE. ANAGRAMA,
Británico que vivía en la Alta
Saboya, en Francia, John Berger
(1926-2017) se sentía ante todo
europeo. En esta novela relata
un doble viaje por el continente: un padre que viaja en moto
desde Francia y una madre que
viaja en autocar desde Eslova-
BARCELONA, 2015. 320 PÁGINAS.
Mitad novela de espías, mitad
historia de amor, aderezada con
un humor muy británico y una
sólida ambientación histórica,
la novela relata las andanzas de
un joven funcionario británico
al que su gobierno envía a hacerse cargo del pub del pabellón
patrio en la famosa Exposición
Universal que se celebró en 1958
en Bruselas, la del Atomium. El
ingenuo funcionario descubrirá el amor mientras en casa le
esperan su esposa y la recién
nacida hija, se verá involucrado
–y utilizado– en una trama de
espionaje entre las dos potencias enfrentadas en la entonces
muy viva guerra fría y conocerá
el mundo que hay más allá de
su anodina vida de británico
de clase media. La novela habla, entre otras cosas, de los
sueños de cohesión europea de
aquellos años cincuenta y de los
recelos entre los diversos países.
Coe es uno de los más certeros
retratistas de la Gran Bretaña
contemporánea y su novela más
reciente, Middle England (todavía
inédita en España, donde se
publicará entre finales del 2019
y principios del 2020) es un análisis magistral del Brexit: cómo
se fue cocinando el antieuropeísmo de una parte sustancial
de la sociedad británica y cómo
una gestión política entre torpe
y malintencionada desembocó
en el famoso referéndum ganado por los pelos por los partidarios de la salida de Europa.
VANGUARDIA | DOSSIER
93
para saber más Cine
Àngel Quintana. Catedrático de Historia y Teoría del Cine en la Universitat de Girona.
La melancolía del refugiado
EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA. TÍTULO
ORIGINAL: TOIVON TUOLLA PUOLEN. FINLANDIA,
2017. DIRECTOR: AKI KAURISMAKI. INTÉRPRETES:
SAKARI KUOSMANEN, SHERWAN HAJI.
El cineasta finlandés Aki Kaurismaki es
conocido por su humor ácido, por su minimalismo, su gusto por los ambientes retro
y el laconismo que acompaña la existencia
de unos personajes presentados como seres
atrapados en un mundo que no les corresponde. Kaurismaki trasladó estas cuestiones
hacia el problema de los refugiados en El
otro lado de la esperanza. La película pivota en
torno a dos cuestiones fundamentales: la
solidaridad humana y la crueldad del orden
impuesto desde la política. Kaurismaki cree
en la bondad del ser humano, en la ayuda,
en la esperanza como motivación y en la
solidaridad como valor. Por este motivo
los personajes de El otro lado de la esperanza
son seres humanizados que actúan como
personas a la búsqueda de la libertad y la
dignidad, a pesar de sentirse atrapados en
la melancolía del exilio. Sin embargo la sociedad se rige por sus propios aparatos, por
sus legislaciones y por sus construcciones
políticas. El Estado surge como un aparato
burocrático sin sentimientos, alejado de esa
A la izquierda, Sherwan Haji encarna al refugiado sirio Khaled que busca a su hermana en Helsinki.
humanidad a la que apela Aki Kaurismaki.
El otro lado de la esperanza puede considerarse
como una fábula sobre las enfermedades de
la Europa contemporánea: el exilio y el paro.
Un emigrante sirio llega a Helsinki buscando
a su hermana a la que ha perdido durante
la larga huida desde su pueblo en guerra. El
hombre no tiene papeles, y le niegan el asilo.
A pesar de todo, huye y se refugia en la trastienda de un restaurante. Junto a este relato
la película cuenta la historia de un vendedor
de camisas al que la crisis ha obligado a
cerrar su empresa y que quiere rehacer su
vida. La solidaridad entre los personajes se
materializa en la apertura del restaurante. El
azar permite el encuentro entre el refugiado
y su hermana, pero a pesar de todo hay algo
obscuro que no permite que los valores humanos surjan y se instalen con fuerza. Junto
a la esperanza también está la impotencia
frente a la guerra, la falta de justicia social,
el racismo xenófobo y las crisis identitarias.
La bondad subversiva
LÁZARO FELIZ. TÍTULO ORIGINAL: LAZZARO
FELICE. ITALIA, 2018. DIRECTORA: ALICE
ROHRWACHER. INTÉRPRETES: ADRIANO TARDIOLO,
ALBA ROHRWACHER Y SERGI LÓPEZ.
En algún lugar de la Italia central, un grupo de personajes viven en un ambiente rural al ritmo de la naturaleza. No obstante,
hay algo siniestro en sus vidas que se pone
de manifiesto cuando descubrimos que
trabajan para el gran señor de las tierras
dentro de un universo feudal. A partir de
ahí, Alice Rohrwacher nos traslada a otro
mundo más cercano al presente en que un
joven santo inocente sobrevive en medio
de la crisis económica en la perifieria de
94 VANGUARDIA | DOSSIER
Milán. De repente, parece como si se convocaran una serie de mitos del cine italiano,
como la idea del joven bondadoso e inocente –Milagro en Milán de De Sica, Uccellacci e
Uccellini de Pasolini–, el de la chica lunática
que intenta poetizar una realidad que se le
escapa –La strada de Fellini– o el de los pícaros que intentan caminos para la supervivencia –Almas sin conciencia de Fellini o Rufufú de Monicelli–. Todos estos arquetipos
sirven para explorar una realidad social en
transformación en el que todos los valores
del pasado se desmoronan, y la mentira
penetra en el corazón de la sociedad. Mientras los viejos aristócratas agonizan, los
bancos controlan y determinan la política.
En medio de una Europa cambiante, la
cuestión que propone Alice Rohwacher no
pasa por el nihilismo sino por comprender
cómo hoy puede sobrevivir la inocencia. En
la cultura italiana un mito esencial ha sido
el del poder subversivo de la bondad. Pier
Paolo Pasolini lo utilizó en muchas de sus
obras, mientras que Roberto Rossellini encontró su esencia en el legado franciscano.
Lazzaro felice resulta una película inusual
y ejemplar. Frente a la deriva que puede
adquirir el pesimismo social ante una
Europa sin futuro, surge la posibilidad de
volver a la bondad, de resucitar las raíces
humanistas europeas como elemento clave
para vislumbrar otro futuro.
La izquierda
superviviente
LA FÁBRICA DE NADA. TÍTULO ORIGINAL: A FÁBRICA
DE NADA. PORTUGAL: 2017. DIRECTOR: PEDRO PINHO.
INTÉRPRETES: JOSÉ SMITH VARGAS, JOAQUIM BICHANA.
A nivel popular el Gobierno portugués presidido por Antonio Costa, gracias a un pacto con
la izquierda comunista y los antisistema, se
conoce con el nombre de la jerigonza porqué la
política de izquierdas es como una máquina
vieja que, a pesar de todo, funciona. La fábrica
de nada de Pedro Pinho se sitúa al inicio de la
crisis, cuando los trabajadores de una fábrica
de ascensores descubren que la dirección de la
empresa quiere llevar a cabo un proceso de deslocalización. Los trabajadores resisten y luchan
para buscar alternativas. La película conecta
con la política portuguesa porque a partir de un
problema sindical plantea nuevas formas para
solucionar una vieja crisis. Empieza como una
obra de debate sobre el futuro de la izquierda
europea, pero acaba imponiéndose como una
reflexión sobre qué pasa cuando los conceptos
derecha/izquierda son substituidos por la dialéctica sistema/antisistema. Al final reflexiona
sobre cómo se puede llegar a sobrevivir en un
mundo nuevo recuperando los retos de los viejos debates de la izquierda. La cuestión reside en
cómo pueden transformarse en un presente en
el que los juegos de fuerza son más complejos.
El orgullo de los poderosos
WESTERN. ALEMANIA, 2017. DIRECTORA: VALESKA GRISEBACH.
INTÉRPRETES: MEINHARD NEUMAN, REINHARD WETREK.
En la nueva generación del cine alemán ha estallado
una cierta mala conciencia frente a la dominación
económica alemana frente al resto de países de la
Unión Europea. El asunto tiene mucho que ver con
las leyes de austeridad decretadas por Angela Merkel
y el impacto en los países del sur de Europa, pero
también por la política de explotación que las empresas alemanas llevan a cabo en los países de la antigua
europea del Este. La cineasta Mare Aden ya denunció
la situación en Toni Erdmann (2016). Aden ha sido la
productora de Western de Valeska Grisebach donde
el tema central es la arrogancia y el orgullo alemán
frente al otro. Western tiene como protagonistas a
un grupo de obreros alemanes que trabajan en un
proyecto de construcción que tiene lugar en un pequeño pueblo de Bulgaria. Las referencias al western
tienen que ver con la mitología que la propia película
trabaja. Los obreros son como una banda de forajidos
que llegan a la aldea, que actúan con arrogancia
frente a los habitantes del lugar, se emborrachan
en los bares, mientras surge una violencia latente
que tiene que ver con las cuestiones de clase y con el
dominio cultural.
El populismo de la extrema derecha
ESA ES NUESTRA TIERRA. TÍTULO ORIGINAL: CHEZ NOUS.
FRANCIA, 2017. DIRECTOR: LUCAS BELVAUX. INTÉRPRETES:
ÉMILIE DEQUENNE, ANDRÉ DUSSOLLIER.
En enero de 2017, cuando las redes sociales difundieron el tráiler de Esa es nuestra tierra, la presidenta del
Frente Nacional francés, Marine Le Pen, enfureció y
acusó a los productores de beneficiarse del dinero
público para hacer una película orientada a desprestigiar un grupo político antes de las elecciones
presidenciales. Lucas Belvaux, director de origen
belga afincado en Francia, afirmó que con su película
quería explorar cómo el discurso de la extrema derecha penetra en el corazón de las clases medias y de los
obreros apartados por la crisis. La película cuenta la
historia de una enfermera de clase media que se siente tentada por los nuevos discursos sobre la necesidad
de proteger Francia de los extranjeros. La chica decide
presentarse a las elecciones como candidata de un
grupo de extrema derecha sin sospechar que detrás
de las apariencias están las fuerzas paramilitares y
que está haciendo el juego a un racismo latente.
Émilie Dequenne interpreta a una enfermera que se implica
en el Frente Nacional.
El otro
desprotegido
Los hermanos Luc y Jean-Pierre
Dardenne han construido una sólida filmografía que ha ido anunciando los diferentes males de la
Europa contemporánea. Desde La
promesa hasta La chica desconocida
han partido de micro-historias
ambientadas en un barrio de las
afueras de Lieja (Bélgica), para
buscar los gestos humanos que
pueden transformar el mundo. La
chica desconocida (2016) tiene como
protagonista a una chica joven
que se establece en un consultorio
médico. Un día llaman a su puerta pero ella no abre porqué está
finalizando su jornada laboral. Al
cabo de unos días aparece el cadáver de una mujer africana en las
orillas del río. La protagonista intenta investigar quién es la mujer
muerta mientras se enfrenta a sus
problemas internos de conciencia.
Los hermanos Dardenne utilizan
la fábula para plantear problemas
que tienen que ver con los fundamentos de la fraternidad. Su mirada no es religiosa sino laica. La
cuestión esencial reside en cómo
recuperar la ética en un mundo
en que los valores se degradado y
en cómo despertar la conciencia
adormecida de Europa en relación
a ese otro desprotegido.
VANGUARDIA | DOSSIER
95
para saber más viajes
Josep Mª Palau Riberaygua. Periodista especializado en viajes y profesor de Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y del máster de la Organización Mundial del Turismo - UOC. Ganador del
premio del Festival Internacional de Periodismo de Perugia 2018.
BERLÍN
La ciudad del eterno retorno
Para visitar…
Cumplir con la tríada de
visitas imprescindible: la
Puerta de Brandenburgo, la
cúpula del Reichstag y el
Museo del Holocausto. Se
encuentran a poca distancia.
Recorrer la East Side Gallery,
una suerte de galería de arte
al aire libre con 101 imágenes
pintadas en un fragmento
conservado del Muro como
recordatorio y advertencia.
Subir a lo alto de la torre de
Comunicaciones, erigida
como símbolo de progreso de
la Alemania socialista y, hoy
en día, símbolo de la ciudad.
Pasear por el Tiergarten, el
extenso parque urbano donde
se esconde el museo-archivo
del movimiento vanguardista
de la Bauhaus, que este año
celebra su centenario.
Darse un chapuzón en el río
Spree, en los baños al aire
libre de Sommerbad, en
NeuKölln. Según la época del
El popular distrito de Prenzlauer Berg, una de las zonas hipster por excelencia de la ciudad. | T. Seeliger / Getty
P
or mucho que uno visite asiduamente
Berlín, siempre tiene la sensación
de descubrir una ciudad nueva. Tal es la
vitalidad de la antigua capital del Muro,
con mayúsculas. Un muro que hoy es más
virtual que real, aunque todavía haya diferencias entre barrios y se conserven algunos
fragmentos del mismo como recordatorio
de un pasado que se resiste a ser olvidado
del todo. Distintos programas de ayuda al
desarrollo de la Unión Europea han contribuido a recuperar –algunos dirían que a
gentrificar– zonas hoy tan populares como
el distrito de Prenzlauer Berg, una de las zonas hipster por excelencia de la capital alemana. Una capitalidad recuperada no hace
tantos años, cuando Bonn la perdió en favor
96 VANGUARDIA | DOSSIER
de Berlín. Sin ir más lejos, el histórico edificio del Reichstag es la sede del Parlamento
alemán sólo desde su reapertura en el año
1999. Y en el relativamente corto plazo de
tiempo que va hasta hoy, se ha hecho notar:
politólogos y economistas coinciden en señalar Berlín como la auténtica sede efectiva
del poder europeo. Y eso en una ciudad que
no dispone una City cuajada de entidades
financieras como Londres ni disfruta del
entramado industrial más importante de
Alemania. Por si fuera poco, se calcula que
la media de edad de su población supera
ligeramente los 30 años.
Todo ello hace que Berlín sea una ciudad joven de corazón, pero menos en las formas, ya que atesora con orgullo múltiples
año, sólo para intrépidos.
cicatrices de la historia. Una de ellas se está
borrando: el palacio Imperial, destruido en
1950 por las autoridades comunistas como
símbolo del absolutismo prusiano, cuyas
obras avanzan a ojos vista. Una parte ya se
puede visitar; no así los museos Etnológico
de Dahlem y de Arte Asiático, que serán reubicados aquí. La fachada reproducirá fielmente el antiguo palacio barroco, si bien se
tratará inevitablemente de un artificio. En
lo que siempre destaca Berlín, no obstante,
es en su capacidad de reinterpretarse. Basta
con echar un vistazo al antiguo aeropuerto
aliado de Tempelhof, hoy reconvertido en
parque ciudadano, pero también en refugio
improvisado puntualmente para inmigrantes huidos de Siria.
MILÁN
Para visitar…
Signo de los tiempos
L
a tradición gastronómica de Milán apunta más
al arroz que a la pasta, así como a especialidades
como la cotoletta a la milanese, a la que por sus dimensiones también llaman orecchio di elefante. Esta oreja no
es otra cosa que un gran chuletón empanado y frito en
mantequilla, servido en locales donde te reciben con
un montón de trufas protegidas por una campana de
cristal a la entrada y donde no para de llegar personal
de afectada elegancia e informalidad diseñada. Esta y
otras particularidades marcan distancias con el resto
del país, distancia que ciertos movimientos políticos
y poderes empresariales extienden hasta el punto
de poner en duda la utilidad de una Europa unida.
De momento la cosa no va a más porque, por suerte
para la Unión, el milanés es profundamente práctico,
excepto en lo tocante a la estética, que es su perdición.
Ejemplo: multitudes elegantes hacen cola frente al
Starbucks de Piazza Cordusio, el “local más bonito
del mundo”, instalado en el Palazzo della Poste, un
histórico edificio de correos. Sólo así se han dejado
Visitar el Duomo o catedral de
Milán, un espectacular templo
revestido de mármol blanco rosado.
convencer los milaneses para cambiar el expreso cortísimo por una enorme cantidad de café americano
servida en vaso de plástico. Las filas son comparables
a las de la entrada del Duomo, la catedral vecina que
parece confeccionada con nata montada. Sólo que,
allí, los que esperan pacientes son los turistas.
Hay que pasear por su terraza panorámica entre pináculos.
Ver el Cenacolo Vinciano o Última Cena
de Leonardo Da Vinci. Todavía se
halla en lo que fue la pared del
comedor del antiguo convento de
los dominicos de Santa Maria delle
Grazie. Reserva previa perentoria.
Pasear entre la desmesura y la
admiración que provocan las exclusivas tiendas de moda de la vía
Montenapoleone. En la calle una
auténtica exposición de coches de
lujo. Sin embargo, los milaneses
prefieren la vía della Spiga.
Para los atrevidos, probar la emoción del túnel de viento AeroGravity, el mayor del mundo para la
La terraza del Duomo permite una vista panorámica sobre la
simulación de caída libre. Se
ciudad, entre un bosque de pináculos. | Mattia Gravili / Getty
encuentra al lado del recinto ferial.
BUDAPEST
Entre Oriente y Occidente
L
as abundantes raciones de tarta de manzana que se sirven en las terrazas que bordean el Danubio, en la
orilla de Pest, son uno de los rastros del viejo imperio que conserva la capital húngara, a pesar de Lajos
Kossuth, político nacionalista que se significó durante la revolución de 1848 –la llamada primavera de las naciones– y que era contrario a concederle nada a la Casa de Austria, reafirmando así la independencia de Hungría.
También se mantiene el gusto local por los baños termales, que se remontan a la época de los romanos, pero
no pueden negar su impronta turca. Porque el país magiar siempre ha sido bisagra entre Oriente y Occidente,
circunstancia que no es del agrado de todos hoy en día. Así, en el edificio neogótico del Parlamento, que también alberga las oficinas del primer ministro y del presidente de la República, se han aprobado leyes donde
prácticamente se criminaliza ayudar a un inmigrante o refugiado. La visita del edificio es gratuita para los
ciudadanos de la Unión Europea, por ahora. El Gobierno también ha lanzado campañas de regusto antisemita
contra la fundación Open Society, financiada por el filántropo George Soros, olvidando quizá que en la ciudad
se encuentra la mayor sinagoga de Europa y la segunda del mundo.
Para visitar…
Por la parte de Buda, acercarse
al atardecer al bastión de los
Pescadores para ver la panorámica. Está junto la iglesia de
Matías, antiguo escenario
de coronaciones imperiales.
Sucumbir a la tentación de los
baños: el tradicional balneario
de Gellert no defrauda en la
capital europea con más fuentes termales del mundo.
Pasear por el cementerio histó
rico de Kerepesi como hacen
los locales. En realidad es un
gran parque arbolado que,
entre sus ramas, esconde el
Mausoleo del Movimiento del
Trabajo o las tumbas de los caídos en la II Guerra Mundial.
Un recorrido por la plaza
Vörösmarty y la zona peatonal
y comercial de la calle Váci,
coloridas y llenas de vida..
El balneario Gellert de Budapest,
descubierto en 1918 y construido en
1927. | Lipnitzki-Roger Viollet / Getty
VANGUARDIA | DOSSIER
97
para saber más webs
Concepció Muñoz Ruiz. Documentalista. Centro de Documentación Europea.
Universitat Autònoma de Barcelona.
LIBRO BLANCO SOBRE
EL FUTURO DE EUROPA
https://ec.europa.eu/
commission/future-europe/
white-paper-future-europeand-way-forward_es
En este sitio web se puede consultar el libro blanco presentado
por la Comisión Europea el 1
de marzo del 2017 y que expone cinco posibles escenarios de
evolución de la Unión, en función de las opciones por las que
se decante. También se puede
acceder a los cinco documentos
de reflexión publicados posteriormente para abrir el debate
sobre las cuestiones que más
afectarán a los europeos en el
futuro: dimensión social hasta
el 2025, cómo encauzar mejor
la globalización, una visión común de la futura configuración
de la unión económica y monetaria, el futuro de la defensa
europea y las posibles opciones
de reforma del presupuesto de
la Unión Europea.
en España y que tienen como
propósito dar a conocer y debatir El Libro blanco sobre el futuro de Europa y el camino a seguir.
Además, se puede participar en
una consulta pública en línea
que recoge opiniones, deseos y
expectativas sobre el futuro de
la Unión Europea.
ELECCIONES EUROPEAS 2019
www.europarl.europa.eu/
news/es/press-room/
elections-press-kit
Portal web del Parlamento Europeo con toda la información
relativa a las próximas elecciones: fechas clave, datos y cifras,
las campañas “Esta vez voto” y
“Lo que Europa hace por mí”,
encuestas y sondeos de opinión,
cabezas de lista y elección de
la Comisión Europea, los logros del Parlamento Europeo
del 2014 al 2018, resultados de
las elecciones del 1979 al 2014,
servicios audiovisuales y contenidos multimedia y contactos
útiles para los periodistas.
CAMBIO DEMOCRÁTICO
https://ec.europa.eu/
commission/priorities/
democratic-change_es
#FUTURODEEUROPA
www.futurodeeuropa.eu
Portal en el que se encuentran
las convocatorias de los diálogos
con los ciudadanos que organizan las instituciones europeas
98 VANGUARDIA | DOSSIER
La Comisión presenta los pasos
previstos para lograr una UE
más democrática y cercana a los
ciudadanos. Los ámbitos de actuación son la hoja de ruta sobre
el futuro de Europa y la mejora
de la legislación, que consiste en
elaborar las normas y políticas
otras webs
“Esta vez voto”
www.estavezvoto.eu
de la UE de modo que alcancen
sus objetivos de la manera más
eficaz y eficiente posible. Como objetivos concretos plantea:
crear un registro obligatorio de
lobbies; encontrar formas de
avanzar en la cooperación entre
los parlamentos nacionales y la
Comisión; revisar las leyes que
obligan a la Comisión a autorizar los transgénicos, aun cuando la mayoría de los gobiernos
nacionales está en contra de
ello y aumentar el número de
mujeres en cargos de gestión y
otros cargos de administración
en la Comisión.
Campaña del Parlamento Europeo en la que se propone a
los ciudadanos que, además
de ir a votar, ayuden a convencer a otros para que acudan a
las urnas.
Futuro de Europa
www.europarl.europa.
eu/news/es/headlines/
priorities/futuro-dela-ue
Iniciativas en las que ha trabajado el Parlamento Europeo
para crear un futuro mejor
para la UE.
Lo que Europa hace por mí
https://what-europedoes-for-me.eu/es/
portal
Notas breves que ponen de
relieve cómo influye Europa
en la vida cotidiana de sus
ciudadanos.
The Future of the EU
(eurotopics)
FUENTES DE INFORMACIÓN
SOBRE LA UE
http://pagines.uab.cat/
fontsue/ca/content/temes
Este portal web del Centro de
Documentación Europea de la
Universitat Autònoma de Barcelona organiza en áreas temáticas los enlaces recopilados con
el gestor de información Diigo.
De los más de cincuenta temas
presentados, guardan especial
relación con este dossier: Brexit,
elecciones 2019, euro, euroescepticismo, europeísmo, fake
news y desinformación, futuro
de la Unión Europea y partidos
y grupos políticos.
www.eurotopics.net/
en/177867/the-future-ofthe-eu#
Esta revista de prensa dedica un dossier a los temas de
debate sobre el futuro de Europa, en los que también se
refleja la diversidad de opiniones que despierta.
The Future of Europe
(Project Syndicate)
www.project-syndicate.
org/topic/the-future-ofeurope-1
Firmas de gran prestigio escriben sobre el futuro de Europa
en este portal, considerado
como la mayor fuente de artículos de opinión del mundo.
TEXTOS ORIGINALES
nante. Lo è lo sviluppo impetuoso dell’Asia,
con intensità e tendenze capaci di trasformare
per sempre geopolitica e mercato globale. Lo
è un tradizionale nostro punto fermo nelle
relazioni internazionali, il legame con gli Stati
Uniti, con un inquilino alla Casa Bianca, Donald Trump, che non ha mai fatto mistero di
avere, rispetto ai suoi predecessori, un orientamento assai meno costruttivo in merito alla
tenuta del legame euro-atlantico. Lo sono infine, solo per citare i macro fattori più incisivi,
le tendenze demografiche che certificano la
fine della centralità dell’uomo europeo, le incognite sul futuro dell’Africa, le trasformazioni
ingenerate dalla rivoluzione tecnologica su
ogni aspetto della vita delle nostre comunità,
dal lavoro all’educazione, dalle modalità di
costruzione e aggregazione del consenso alle
stesse idee di libertà e convivenza civile.
IL TERZO ATTO
DELLA STORIA
EUROPEA
Enrico Letta
DECANO DELLLA PARIS SCHOOL OF INTERNATIONAL AFFAIRS SCIENCESPO (PSIA).
PRESIDENT DEL JACQUES DELORS INSTITUTE.
EX PRIMO MINISTRO D’ITALIA.
L
O SPARTIACQUE: LA TERZA CESURA
L’Europa, noi tutti, siamo nel pieno di un
periodo che gli storici classificheranno come
“spartiacque”. Dopo questa fase nulla, per i
nostri Paesi e per il nostro destino comune, sarà
più come prima. Di momenti cruciali, di cesure
di portata simile, ne abbiamo attraversati altri.
Il primo è riconducibile alla nascita stessa della
Comunità Europea, negli anni Cinquanta.
Alle spalle le macerie della guerra mondiale;
dinanzi, come orizzonte, l’ambizione di sanare definitivamente la ferità più cruenta del
Vecchio Continente, quella della frontiera tra
Germania e Francia, che per secoli aveva insanguinato la vita delle nazioni. La seconda cesura,
più recente, si è tradotta in realtà in una Rinascita, con la caduta del Muro di Berlino nell’’89
e la piena unificazione tra Est ed Ovest. Anche
in questo caso alle spalle c’era un conflitto,
meno sanguinoso ma dal potenziale altrettanto esplosivo, la Guerra Fredda. Davanti, come
prospettiva, il rilancio del progetto europeo
che di lì a poco sarebbe culminato a Maastricht
con l’unificazione monetaria.
100 VANGUARDIA | DOSSIER
Nascita e Rinascita, dunque. In entrambi i
casi, la prospettiva era solo e soltanto intraeuropea: vale a dire inerente a dinamiche tra Stati
membri e perfino interne ad essi. Il mondo faceva da sfondo. Oggi, ancora significativamente a distanza di circa 30 anni, siamo dentro il
terzo, dirimente, passaggio cruciale della storia europea. L’Unione ci arriva sfiancata non da
una guerra propriamente intesa, ma da eventi
esogeni la cui portata è equiparabile ai danni
causati da un conflitto. Ci arriva dopo un
decennio di crisi economica profonda, che ha
scosso le fondamenta stesse del nostro modello
di sviluppo, eroso i paradigmi di protezione sociale, condizionato radicalmente i movimenti
politici e il funzionamento della democrazia.
Ci arriva con alcune grandi conquiste incassate, a partire dall’euro e da una gestione di
respiro globale della politica monetaria grazie
al whatever it takes di Mario Draghi, ma con
un processo di integrazione ancora parziale,
incompleto, deficitario sul piano della legittimazione politica e democratica. Ci arriva dopo
cinque anni di crisi migratoria, con negli occhi
delle opinioni pubbliche le immagini delle
migliaia dei morti in mare nel Mediterraneo,
delle file chilometriche lungo nuovi confini
tirati su in fretta e furia con il filo spinato,
delle foto di famiglia di Consigli europei in
sequenza, tutti prevalentemente incapaci di
trovare soluzioni in grado di contemperare
integrazione e sicurezza, umanità e consenso.
Ci arriva invecchiata, confusa, divisa.
Soprattutto, stavolta, il mondo non fa da
sfondo. È, al contrario, una variabile determi-
Le 5 prime volte del 2019:
simultaneità e complessità
Basta la sintetica carrellata di incognite e
criticità che ho appena descritto per restituire
il senso del grado di complessità che caratterizza il terzo atto della storia europea. La
prospettiva, dunque, non è più solo l’orizzonte
interno, con la necessità di una risoluzione
delle questioni tra Paesi membri, ma si allarga all’intero contesto planetario e obbliga le
nostre classi dirigenti a un’azione che negli
ultimi anni hanno fatto poco e male: scegliere.
Scegliere, in primo luogo, se andare avanti, portando a definitivo completamento l’unificazione dell’Europa. Oppure scegliere se
tornare indietro, all’epoca degli Stati nazione,
delle divisioni, delle pulsioni disgregatrici.
Quest’opzione, come vedremo, non è più un
esercizio di stile per scenaristi o politologici. Si tratta, al contrario, di una possibilità
concreta, ancorché a mio parere nefasta.
L’alternativa tra il primo scenario – l’unità e il
rilancio dell’Unione europea – e il secondo – la
scomposizione definitiva in tanti sovranismi
e la fine del progetto unitario – si consumerà
prevalentemente nel corso del 2019.
Ne sono consapevole: il dibattito europeo
è attraversato a intermittenza da un “effetto
annuncio” piuttosto stucchevole e foriero di
confusione e attese disilluse. Molti sono, infatti, gli eventi o i passaggi politico-diplomatici
che, per un motivo e per un altro, sono salutati
da commentatori o politici come “decisivi”,
determinanti, drastici. Poi, prevalentemente,
la trepidazione si rileva inutile, i nodi restano
lì irrisolti, il momento delle decisioni definitive è rinviato a un successivo, futuribile,
appuntamento raccontato come altrettanto
decisivo. Il tutto con conseguenze facilmente
intuibili anche in termini di fiducia e chiarezza del discorso pubblico, credibilità dei suoi
protagonisti, attendibilità degli osservatori.
Stavolta, tuttavia, l’enfasi è giustificata,
l’effetto annuncio ha una sua plausibilità
difficilmente opinabile. La ragione è insita
in un fattore oggettivo: la simultaneità di
cinque grandi passaggi che si consumeranno
tutti quanti nell’arco dell’anno in corso, del
2019. Ciascuno di questi eventi, analizzato
singolarmente, avrebbe, di suo, i requisiti della rilevanza. Tutti insieme, invece, rischiano
di avere quelli della carica rivoluzionaria, nel
senso che dopo di essi il volto dell’Europa, il
suo ruolo nell’ordine mondiale, non saranno
più gli stessi. L’evoluzione potrà andare in
un senso o nell’altro: rassicurare i sostenitori
dell’europeismo o galvanizzare i sovranisti. Di
certo, tra un anno saremo qui a commentare
un’altra Europa, un altro mondo.
Vediamo nel dettaglio questi passaggi,
che un altro, fondamentale, tratto hanno in
comune: il fatto di essere eventi senza precedenti, delle vere e proprie “prime volte”. La
prima delle “prime volte” del 2019 è riassumibile nella questione più calda di questi giorni:
il dossier Brexit. Mai prima di oggi, in una
storia ultra sessantennale, uno Stato membro
aveva deciso autonomamente di lasciare la
casa comune, di fermarsi, fare inversione di
marcia e uscire dal cammino di integrazione
comunitaria. Il contraccolpo, in termini di
impatto mediatico e politico, lo abbiamo già
avuto nel giugno 2016, con lo sconcerto rispetto all’esito del voto referendario. È tuttavia nel
2019, tra poco, che quel risultato elettorale
così incisivo si tramuterà in un fatto reale,
concreto. Quali saranno nel dettaglio gli effetti di questo passaggio – se sarà Hard Brexit o
se, invece, si procederà a dare applicazione al
faticoso accordo raggiunto tra Commissione
Europea e governo del Regno Unito – ancora,
a poche settimane dalla data fatidica del 29
marzo, non è dato sapere, tanto che perfino
un’opzione all’inizio del tutto non preventivabile, come un clamoroso dietrofront delle
autorità britanniche e la proclamazione di
un secondo referendum, sembra ancora sul
tavolo. Di certo, l’estrema complessità dei
negoziati – nei quali non v’è dubbio che l’Europa a 27 abbia, per una volta, dato prova di
risolutezza e armonia d’intenti – e le divisioni
nella gestione della partita da parte del governo e del Parlamento UK la dicono lunga sulla
rilevanza di un avvenimento che ha tutte le
caratteristiche del passaggio d’epoca.
A queste caratteristiche si unisce l’incertezza derivante dal fatto che, trattandosi di
un accadimento mai avvenuto, nessuno può
prevedere con certezza come andrà. Un processo del genere l’Europa l’ha sperimentato
sì, anche più volte, ma in direzione contraria,
quando cioè si trattava di disciplinare amministrativamente e formalmente l’adesione e
l’ingresso di nuovi membri. È stato, in ogni
tornante in cui si è verificato, un passaggio
difficile da gestire con l’attivazione di strumenti e procedure complesse. In direzione
inversa sarà, senza dubbio, ancora più arduo
e impegnativo.
La seconda “prima volta” del 2019 è rappresentata dalle elezioni per il rinnovo del
Parlamento europeo, il maggio prossimo.
Ovviamente, non intendo dire che è la prima
volta che si vota. Intendo dire che, per la prima
volta, l’esito elettorale può dischiudere scenari
del tutto inediti, profondamente dirompenti.
Sin dal 1979, infatti, vale a dire dall’anno in
cui i cittadini europei hanno avuto il diritto di
scegliere direttamente i propri rappresentanti
in seno all’assise di Strasburgo, l’Assemblea
si è configurata con una geografia delle forze politiche molto lineare, sostanzialmente
binaria, con il grosso dei seggi appannaggio
dei due maggiori raggruppamenti politici,
i conservatori del Partito Popolare Europeo
(PPE) e i socialdemocratici dell’Alleanza Progressista dei Socialisti e dei Democratici (S&D).
In funzione di intese tra loro queste famiglie
politiche hanno poi proceduto ad esprimere
tutte le cariche decisionali delle istituzioni
comunitarie dal 1992 in poi: i Presidenti della
Commissione, da Delors a Juncker, i Presidenti
del Parlamento (fatta eccezione per il liberale
irlandese Pat Cox, quindici anni fa), i Presidenti del Consiglio Europeo e gli Alti Rappresentanti per la Politica Estera e di Sicurezza.
A maggio, dopo decenni sotto il segno
della continuità, lo schema bipolare potrebbe
saltare fragorosamente, mettendo in discussione il modello di “grande coalizione”, attraverso il quale si sono scritte le linee guida
delle politiche europee, confezionate Direttive
o Regolamenti, varati programmi, ratificati
accordi. Potremmo presumibilmente, dunque, rapportarci con un panorama politico
profondamente mutato, più largo e frammentato, con l’emersione o il rafforzamento
di movimenti o partiti fin qui marginali.
Quale che sia il nostro orientamento politico,
sul fatto che la politica europea navigherà su
rotte inesplorate mi pare possa esserci una
sostanziale convergenza di opinioni.
La terza “prima volta” che si consumerà
nel 2019 è da leggersi sotto il segno di una ulteriore simultaneità. Nell’anno in corso, infatti,
si verificherà il rinnovo contestuale di tutte le
cariche decisionali ai vertici delle istituzioni
europee. Tra queste anche la designazione del
nuovo presidente della Banca Centrale Europea. Si tratta di una carica che in precedenza
era sempre stata assegnata indipendentemente dai cicli elettorali, quindi sganciata da tutte
le altre. È quanto avvenne nel 2013 con la nomina di Jean-Claude Trichet e anche nel 2011
quando venne indicato appunto Mario Draghi.
Stavolta, invece, un processo così sensibile, per
la decisione intorno a un ruolo dalla fortissima valenza strategica, sarà inquadrato nella
cornice della più complessiva negoziazione
politica intorno alle altre cariche decisionali.
Ciò significa che ai calcoli imperniati sugli
interessi nazionali potrebbero accompagnarsi – torno in conclusione sul punto – quelli
attinenti agli equilibri tra partiti, famiglie
politiche, gruppi parlamentari.
La quarta “prima volta” del 2019 è assimilabile sul piano concettuale a quella relativa
al rinnovo del Parlamento. Come l’Assemblea
parlamentare, infatti, anche la Commissione
europea presumibilmente sarà modellata
in funzione di uno schema politico non più
riconducibile a quello tradizionale figlio del
bipartitismo storico europeo. In tal senso,
esiste la concreta possibilità che all’interno dell’esecutivo di Bruxelles confluiscano
personalità espressione di una cultura o di
un orientamento euroscettico o addirittura
antieuropeista. È mai successo in precedenza?
No. La Commissione ha espresso sì profili anche particolarmente divisivi o critici verso questo o quel processo interno alla vita europea,
ma mai esponenti espressamente ostili verso
l’essenza stessa della costruzione unionale.
Difficile capire e preventivare come questa
probabile innovazione si declinerà nella gestione ordinaria e straordinaria dei dossier
VANGUARDIA | DOSSIER
101
E U RO PA E N J U E G O
all’ordine del giorno dell’esecutivo bruxellese.
Infine, la quinta e ultima delle “prime
volte”. Investe non il funzionamento delle
istituzioni comunitarie, ma il rapporto tra gli
Stati membri ed è riferibile al ruolo del Paese
che negli ultimi anni è stato egemone in Europa, vale a dire la Germania. Questa leadership,
conclamata de facto, ma mai formalizzata
attraverso una nomina politica di peso, è stata
equiparata ad una sorta di “egemonia riluttante” da parte di Berlino. In pratica la Germania
ha avuto un ruolo di guida sostanziale, ma
si è sempre ben guardata dall’esercitarlo
formalmente. Mai, ad esempio, l’Europa ha
avuto un tedesco alla guida alla presidenza
della BCE o della Commissione, fatta eccezione per la nota crisi della “sedia vuota”
negli anni Sessanta. Questa volta è differente:
Berlino apertamente ambisce a una primazia
diretta, senza intermediazioni. Che questo
cambio di rotta sia la conseguenza della diffidenza o perfino della ostilità di una parte
dell’establishment tedesco o dell’opinione
pubblica verso alcuni degli orientamenti della
Commissione europea degli ultimi anni non
ho dubbi. Resta il fatto che l’impatto – politico
ma anche comunicativo, per quanto attiene
alla narrazione dei rapporti di forza tra Paesi
membri – di questa evoluzione è in larga parte
non immaginabile. Il pericolo, inutile negarlo, è che l’egemonia non più riluttante, ma
consapevole e assertiva della Germania possa
condizionare pesantemente i precari pesi e
contrappesi tra gli Stati membri, nonché tra di
essi e le istituzioni comunitarie. Il tutto con il
rischio di pregiudicare la stabilità strutturale
dell’architettura dell’Unione europea, che fin
qui si è fondata su un delicato bilanciamento
tra interessi nazionali, tutela delle minoranze,
sovranità comune, convenienze sullo scacchiere geopolitico.
Il primato della
democrazia; persone,
politiche, popoli
Il 2019 dunque, al di là degli eccessi di
una retorica enfatica che in passato in troppe
occasioni si è rivelata fuori misura, sarà con
ogni previsione portatore di scenari inediti.
Come dobbiamo attrezzarci? In che modo,
le classi dirigenti e i popoli europei possono
affrontare queste sfide senza disperdere le
conquiste più importanti che hanno scandito
i primi due tempi della storia europea?
102 VANGUARDIA | DOSSIER
Anzitutto, come in ogni fase di transizione, di cambiamento d’epoca, si impone
la necessità di mettersi profondamente in
discussione. Se applicata all’Europa, questa
esigenza, e i fatti degli ultimi anni lo confermano oltre ogni dubbio, suggeriscono che bisogna trasformare radicalmente la prospettiva
e i metodi attraverso i quali si porta avanti il
progetto di integrazione europea.
In concreto, questo significa che non è
possibile integrarsi ulteriormente senza compiere due operazioni fondamentali. La prima:
rafforzare la legittimità democratica delle
istituzioni comunitarie; la seconda, affermare
con forza il primato della politica, a livello
nazionale e a livello europeo. Se l’intuizione
primordiale del progetto comunitario – vale
a dire quella di connettere, di legare insieme,
le economie per creare interdipendenza e ridurre al minimo, in questo modo, il rischio di
conflitti – è stata un successo e la costruzione
europea ne ha beneficiato, oggi l’interdipendenza raggiunta è tale per cui sembra difficile
poterla invertire, come suggeriscono tutte le
complicazioni e il caos procedurale connessi
alla vicenda Brexit.
La conseguenza è una strana eterogenesi
dei fini, per cui, siccome l’integrazione economica ha funzionato ed è percepita come
irreversibile, essa non costituisce più uno
stimolo ad andare avanti. Tradotto in termini
più semplici, l’aspetto economico da solo non
basta a sospingere in avanti, a far progredire,
l’avventura europea. A questo punto entra in
gioco la politica. O meglio: a questo punto
della politica non si può più fare a meno. Di
essa, principalmente di essa, c’è bisogno se
vogliamo attraversare con successo questo
periodo di transizione. Per quanto possa sembrare brutale, è da un ritorno in campo della
politica che dipende la salvezza dell’Europa,
così come la sorte delle democrazie liberali su
cui essa si poggia.
Non ricorro a questa associazione tra crisi
del progetto europeo e crisi delle democrazie
liberali in maniera casuale. Sono da tempo
persuaso che la crisi delle seconde sia una
delle chiavi per comprendere le difficoltà del
primo, perché il funzionamento di entrambi
si fonda sui medesimi principi costitutivi. Da
un lato, l’essenza stessa del progetto europeo
risiede nei valori liberali del pluralismo, della
tolleranza e della diversità, mentre dall’altro
lato, questi stessi ideali caratterizzano le
democrazie liberali, perché, garantiscono,
salvaguardano e proteggono i diritti delle
minoranze - politiche, religiose, etniche, linguistiche e così via. Come accennavo prima,
la protezione delle minoranze è anche la
condizione fondamentale per il successo
dell’esperimento europeo: Romano Prodi ha
ben codificato questo concetto quando ha definito un’Unione di successo come un’Unione
di minoranze.
Negli ultimi anni, come abbiamo potuto
constatare, questo concetto di protezione delle
minoranze ha vacillato in molti paesi dell’Unione, in alcuni in maniera più conclamata
che in altri. Di conseguenza, abbiamo visto
coniata e venire alla ribalta la nozione di democrazia illiberale, cioè una forma di democrazia
nella quale si inverte la prospettiva: ciò che
conta principalmente non è la tutela delle
minoranze, ma il consolidamento del potere
delle maggioranze. Oltre ai casi più eclatanti,
come la Polonia o l’Ungheria, possiamo osservare questa tendenza nelle sempre più frequenti forzature degli esecutivi nei confronti
dei propri parlamenti. Sebbene con diversi
gradi e specificità, questa è una evoluzione
comune tra le democrazie liberali e non si
limita all’Europa, come testimonia l’elezione
di Donald Trump negli Stati Uniti.
L’affaticamento delle democrazie liberali
si riflette naturalmente a livello europeo. Un
esempio è il più significativo ed è essenziale
per comprendere le difficoltà e i rischi per
l’Europa. Negli ultimi dieci anni almeno, l’equilibrio inter-istituzionale tra Commissione
europea e Consiglio europeo si è pesantemente spostato a favore di quest’ultimo. Come
interpretare questo fatto? Nella divisione dei
compiti a livello europeo, si potrebbe argomentare che la Commissione, perseguendo
l’interesse comunitario, è l’organismo che
salvaguardia le prerogative degli Stati più
deboli, cioè le minoranze. Tuttavia, se le
decisioni politiche più rilevanti degli ultimi
anni sono sempre più concentrate nelle mani
di capi di Stato e di governo all’interno del
Consiglio – organismo in cui prevalgono gli
interessi nazionali e, dunque, si creano gerarchie tra Paesi – non c’è da sorprendersi se si
sono moltiplicate le istanze in cui gli Stati più
forti abbiano avuto il sopravvento. Pertanto,
si potrebbe anche sostenere che lo squilibrio
istituzionale a favore del Consiglio potrebbe
essere visto anche come un consolidamento
E U RO PA E N J U E G O
del potere delle maggioranze - gli Stati membri più forti – a discapito delle minoranze – gli
Stati meno forti.
Solo la politica, intesa nella sua accezione
più nobile, può risolvere e trovare un punto di
equilibrio tra queste istanze. Se infatti, come
ho cercato di argomentare nel dettaglio, il
2019 è destinato ad essere ricordato come
l’anno cruciale che in un modo o nell’altro
trasformerà l’Unione Europea, e assunto come
ineludibile un ritorno al primato della politica, quali sono le condizioni perché questo
cambiamento sia positivo per l’integrazione e
non si trasformi invece in un inizio di decomposizione dell’intero progetto? Tre mi sembrano le condizioni essenziali, che potremmo
anche riassumere le tre «P» di persone, politiche, popoli europei,
La prima, le persone. Sarà determinante il
modo in cui i leader europei sceglieranno le
cinque personalità, i cinque volti, le cinque
voci che rappresenteranno l’Unione nella prossima legislatura; per il presidente della BCE il
mandato invece è di otto anni. Queste scelte,
come ho precedentemente spiegato, saranno
concentrate in un ristretto periodo di tempo,
tra luglio e ottobre e finiranno per sovrapporsi ed essere fatte sostanzialmente nello
stesso tempo, nonostante tutte le istituzioni
interessante - Commissione, Consiglio, BCE,
Parlamento e Politica Estera e di Sicurezza
Comune - prevedano procedure e dinamiche
proprie. Un imperativo è d’obbligo: decisioni
di tale portata devono assolutamente essere
compiute in una logica di massimizzazione
dell’interesse del rilancio dell’integrazione,
restando, dunque, fuori da un mercanteggiamento esasperato di passaporti, aspirazioni
e colori politici. È fondamentale che quei
cinque volti siano selezionati sulla base delle
competenze, della rappresentatività ma anche, e soprattutto, della capacità di parlare
alla società e ai popoli europei. Devono essere
in grado di farlo in modo moderno, diretto,
senza cadere nei tecnicismi e nel linguaggio
dei burocrati, ma privilegiando semmai la
creatività. La scelta di quei volti e la possibilità
di creare una dinamica positiva nel rapporto
tra le istituzioni europee e i cittadini è cruciale
per sventare il rischio che i prossimi cinque
anni si trasformino in un calvario per le istituzioni europee.
Sempre nell’alveo della scelta delle persone si dovrà necessariamente tener conto del
mutato contesto attorno all’Unione europea.
Leader sempre più aggressivi nella retorica e
nella condotta e antieuropei si muovono attorno al nostro continente. Ritroviamo queste
caratteristiche sinistre sia tra leader di paesi
tradizionalmente ostili, o quantomeno tiepidi
verso l’integrazione europea, sia – e questa è
la vera novità – tra i nostri alleati storici, Stati
Uniti in testa. Nella scelta di chi rappresenterà
l’Unione nei prossimi anni si dovrà quindi anche tener conto di questa novità, di chi sono gli
interlocutori o, nella peggiore delle ipotesi, gli
avversari. Di conseguenza, sarà importante poter contare su personalità di polso, assertive,
rappresentative e in grado di essere rispettate
da controparti molto più complesse e difficili
di quelle che nel passato hanno normalmente
interagito con le istituzioni comunitarie.
La seconda condizione riguarda le politiche. È impressionante lo scarto che si riscontra
passando in rassegna i temi che hanno scandito la campagna elettorale per le ultime elezioni per il rinnovo del Parlamento Europeo, nel
2014, e confrontandole con le questioni che
sono poi stati le vere priorità della legislatura.
Le migrazioni erano praticamente assenti dal
dibattito pubblico, mentre inseguito sono
prepotentemente assurte al ruolo di questione centrale della legislatura, tanto centrale
da modificare il panorama politico in modo
sconvolgente, tra Brexit, ed esito del voto in
Italia, Austria, Germania e cosiddetti Paesi di
Visegrad. Lo stesso scarto, in questo caso però
da leggere come evoluzione positiva, lo si può
riscontrare sulla grande questione ambientale
che dovrà ancora crescere nella consapevolezza delle leadership politiche per ritrovare
quell’essenziale rapporto coi cittadini, ribadito oggi da tutte le ricerche demoscopiche.
Dunque, è necessario che le priorità della
prossima legislatura europea siano ridisegnate sulla base di un quadro mutato, meno
incentrate sui tradizionali e inerziali meccanismi brussellesi e più in grado di connettersi
con i grandi temi del futuro, che non casualmente sono anche quelli che maggiormente
hanno impatto sulla vita dei cittadini. Questa
riscrittura intelligente dell’agenda politica è
anche funzionale a trasformare l’immagine
dell’Unione, migliorandone la reputazione
e facendo in odo che essa sia percepita a colori, come una costruzione viva e moderna,
e non in bianco e nero, appannata, ingrigita
o, peggio ancora, imbalsamata in un tempo
imprecisato fuori dalla realtà.
Arrivo, infine, alla terza “p”, quella dei
popoli europei e del rapporto con essi. È cruciale
che questa relazione sia centrale e positiva.
Nelle scelte comunitarie, la gente deve trovare
dei “sì” e non solo dei “no”. Ciò vuol dire che
Bruxelles deve riuscire a parlare ai cittadini
europei aggiungendo e non sottraendo – o
dando l’idea di sottrarre – qualcosa. Il discorso
è complesso e tocca il cuore stesso del rapporto
tra popolo e politiche. Per essere più chiaro,
mi concentro su un esempio che spiega a mio
avviso più di ogni altro discorso la posta in palio. In questo tempo, nazionalismi e antieuropeismo crescono anche sulla base della scarsa
conoscenza reciproca e della facilità con cui
si sviluppano sottili e accattivanti messaggi
basati sulla costruzione di capri espiatori e
sull’identificazione dei vicini come nemici.
Se a questo aggiungiamo che il più grande successo europeo, l’Erasmus, vale solo per una piccola minoranza, sostanzialmente un numero
ristretto di giovani studenti universitari, ci si
rende conto che bisognerebbe concentrare
tutte le energie della prossima legislatura per
una misura universale, europea, in grado di
far fare ad ogni quindicenne, di Barcellona o
di Bratislava, di Pisa o di Strasburgo, una parte
del proprio anno scolastico all’estero, in un
altro Paese comunitario, come oggi capita per
l’Erasmus degli studenti universitari.
Una misura simile sarebbe straordinariamente rivoluzionaria. Darebbe alle tante
famiglie che non ne hanno la possibilità,
la grande chance di far fare all’estero un
pezzo del percorso educativo ai propri figli,
esattamente come oggi fanno le famiglie che
hanno le risorse per poterselo permettere in
via privata. Ciò che oggi divide, diventerebbe grazie all’Unione Europea un fattore di
unità e condivisione. Si riprenderebbe l’dea
originaria dell’Europa di Jacques Delors,
l’Unione delle opportunità, della crescita e
dell’inclusione. Sarebbe il modo migliore per
guardare al futuro ripartendo dalle migliori
lezioni del passato. Sarebbe uno strumento
per contribuire a riconnettere popolo ed
establishment, trasferendo ai cittadini l’idea
di un’Europa che dà opportunità a tutti, non
solo a chi può permettersele, e che a partire
dalla valorizzazione della propria identità e
dei propri valori non negoziabili di integrazione è in grado di affrontare il terzo atto
della sua lunga storia comune.
VANGUARDIA | DOSSIER
103
E U RO PA E N J U E G O
INVENTER LA
DOUBLE DÉMOCRATIE EUROPÉENNE
Michel Aglietta
PROFESSEUR ÉMÉRITE À L’UNIVERSITÉ PARISNANTERRE ET CONSEILLER AU CENTRE D’ÉTUDES
PROSPECTIVES ET D’INFORMATIONS INTERNATIONALES (CEPII).
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CHERCHEUR ASSOCIÉ AU CEVIPOF, SCIENCES PO,
FONDATEUR DU THINK TANK EUROCITÉ (WWW.
EUROCITE.EU) ET EXPERT ASSOCIÉ À LA FONDATION JEAN-JAURÈS.
N
OUS AVONS UN BESOIN ABSOLU D’EUROPE.
Le défi planétaire du changement climatique,
la remise en cause du multilatéralisme et le
profond malaise social qui agite nos sociétés
l’imposent. L’Europe a été atteinte par la crise
financière et ses répercussions plus gravement
qu’aucune autre région du monde à cause
de la faiblesse de sa gouvernance politique.
La crise financière et économique mondiale
a été un révélateur de problèmes beaucoup
plus profonds qui tiennent à la conception de
la construction européenne. L’illusion serait
de croire qu’après les décisions prises au bord
de l’abime en 2012 et les quelques avancées
en matière d’union bancaire on aurait atteint
un statu quo pérenne. Mais la montée continue
des forces populistes et anti-européennes nous
ramène vite à la réalité d’un affaissement
démocratique qui gangrène notre continent.
La crise européenne est enracinée dans
les contradictions politiques et idéologiques
qui ont conduit à la création de l’euro en
1999. Le premier courant est le néolibéralisme
qui a envahi l’Europe sous l’hypothèse de
l’efficience de la finance. Ce courant a justifié
l’Acte unique de 1987 qui prétendait intégrer
l’Europe par la finance et faisait du projet de
l’euro un simple couronnement de l’intégration financière. Le second courant est venu
de l’unification allemande qui n’acceptait
l’euro que dans le cadre de l’ordo-libéralisme.
Cette doctrine exprime l’économie sociale de
marché, à laquelle est soumis le contrôle des
conditions macroéconomiques. Les priorités
de ce contrôle sont la stabilité des prix, la limitation des déficits excessifs et l’indépendance
de la banque centrale.
104 VANGUARDIA | DOSSIER
La tragédie des deux
premières décennies
de l’euro
Ces deux doctrines forment un mélange
détonnant parce que la finance n’est pas
efficiente. Elle est mue par une logique de momentum qui la pousse aux extrêmes lorsqu’elle
n’est pas strictement régulée. Cette régulation
ne peut être détachée de la monnaie qui est
essentiellement un système politique. Or la
diversité des institutions politiques des pays
membres de l’Union rend impossible leur
englobement sous la bannière de l’ordo-libéralisme. Il aurait donc fallu concevoir dès
la création de l’euro un système politiques à
deux niveaux, préservant au niveau national
les souverainetés des Etats et construisant au
niveau européen une véritable démocratie
européenne capable de légitimer un mode
de coordination politique permettant à l’euro d’assumer son rôle régulateur dans l’ensemble de l’Union. Nous appelons ce système
«la double démocratie»: l’Europe politique se
faisant par un saut de puissance publique au
niveau européen, et non par un improbable
saut de souveraineté.
La première décennie de l’euro a subi le
choc d’une finance libre de toute entrave en
dehors du bloc germanique sous l’empire de
l’ordo-libéralisme qui s’est toujours méfié des
excès de la finance. Le résultat a été une divergence massive et irréversible entre les pays
européens par une expansion sans limites
du crédit au secteur privé pour financer la
spéculation immobilière en Espagne comme
en Irlande et toutes sortes de dysfonctionnements macroéconomiques et de captures
de rentes en Italie, au Portugal et surtout en
Grèce. Ces excès se sont produits sans aucune
régulation de niveau européen. Lorsque la
crise a éclaté en 2007-08, la Banque centrale
européenne (BCE) est demeurée l’arme au
pied et les réactions des pays endettés ont été
notoirement insuffisantes. La crise a donc
rebondi avec une violence accrue en 2010 à
partir de la découverte de l’étendue des déficits en Grèce. La réponse a été une politique
d’austérité généralisée au pire moment. Elle
a mis l’euro au bord du précipice à l’automne
2011, où, par chance, Mario Draghi a pris la
direction de la BCE.
La préséance de l’économique sur le politique, avant tout l’aveuglement sur la logique
destructrice de la finance dérégulée, constitue
à nos yeux le point de départ de la crise européenne. Ce prisme de la financiarisation dans
un espace dépourvu d’autorité budgétaire
commune définit la crise européenne. La
contre-inversion du regard, le retournement
de l’économique par le politique, immanquablement, dévoile les évidences tenues
hors-champ et à partir desquelles on peut et
on doit penser une autre Europe : une Europe
politique dont le commencement et la finalité ne sont plus stabilité mais démocratie.
Tel doit être notre programme intellectuel et
politique.
Déconstruire la matrice
néofonctionnaliste de
l’intégration européenne
Le discours qui a conduit à la crise européenne se déploie au travers de la matrice
néofonctionnaliste qui présida aux débuts
de la construction européenne et perdure
encore aujourd’hui. Le néofonctionnalisme
représente un processus linéaire d’intégration sectorielle progressive et d’extension
corrélative des marchés. Sa force motrice naît
de la reconfiguration des intérêts des acteurs,
tant que les institutions politiques nationales
demeurent maîtresses des régulations dont
dépend la stabilité sociale. Il en résulte des
gains d’efficacité au fur et à mesure où le périmètre de l’intégration s’élargit.
Mais la finance est tout sauf linéaire et
à faible influence politique. Elle se meut par
cycles de grande ampleur, ponctués de crises
lors de leurs retournements. Et, surtout, elle
est en interaction étroite avec le politique, via
son pouvoir de contrôle sur les entreprises et
son influence sur la gestion de la monnaie.
Il s’ensuit qu’une finance internationalisée
sous l’égide d’une monnaie unique, débordant les autorités politiques souveraines sans
contrôle au niveau du périmètre de l’Union,
ne pouvait que susciter les distorsions signalées plus haut. Le génie comme l’écueil du
néofonctionnalisme réside donc dans l’hypothèse d’un mouvement ascendant lent, mais
irrésistible qui a caractérisé la phase initiale
de l’intégration européenne partir de la fin
des années 1950.
Lorsque la finance échappe à l’emprise
des gouvernements nationaux dépourvus du
pouvoir monétaire, ceux-ci sont pris au piège
de leur propre créature institutionnelle. Le
néo-fonctionnalisme fait miroiter une marche
E U RO PA E N J U E G O
ascendante vers un nirvana: «poursuivre le
processus créant une union sans cesse plus
étroite entre les peuples de l’Europe.» Cependant cette intégration par «petits pas» ne
peut plus fonctionner lorsque les conditions
d’intégration, c’est-à-dire une finance transnationale polarisant les situations des pays et
une monnaie unique, heurtent l’exercice des
souverainetés nationales.
Dans ce contexte l’idéologie néofonctionnaliste s’épuise face à la résilience des
souverainetés étatiques. Le « Brexit » contredit empiriquement la prophétie de l’inéluctable marche en avant de la construction
européenne, alors même que le Royaume-Uni
n’appartient pas à la zone euro. La possibilité
d’un retour en arrière est désormais réalité
avérée ou rendue possible, que celui-ci se
manifeste par une sortie pure et simple de
l’UE (Royaume-Uni), une sortie de la zone euro
(Grèce), ou une mise à mal des principes et valeurs constitutifs du projet européen (Pologne,
Hongrie et Roumanie).
Partir du politique exige d’extirper la
question démocratique de la matrice horizontale néofonctionnaliste pour la placer sur
l’axe vertical du politique, comme point de
départ de toute réflexion et action. Elle n’est
pas et ne saurait être le dernier des petits pas,
elle est et doit être l’acte fondateur constitutif
des possibles.
L’Union européenne
n’est pas une démocratie
Dans un geste plus radical, partir du
politique, placer la question démocratique
au centre de l’analyse et au départ de toute
relance européenne, implique de poser une
définition première et historique de la démocratie moderne – la démocratie parlementaire
– et d’en tirer les conséquences théoriques et
politiques.
La démocratie commence par un demos,
c’est-à-dire un collectif politique large, la
plupart des individus constituant la communauté politique – le principe majoritaire 50%
+ 1 voix n’étant que sa traduction pratique et
consensuelle moderne. Mais la démocratie
est aussi et surtout un kratos, c’est-à-dire une
capacité collective d’agir sur la réalité, la
capacité du collectif politique de décider et
de produire des biens publics. Sans demos, pas
de démocratie ; sans kratos, non plus. Le kratos,
dans sa traduction moderne, c’est le pouvoir
budgétaire du parlement.
La démocratie moderne commence et
se concentre dans le vote du budget par une
majorité parlementaire élue sur de grandes
orientations socio-économiques et sociétales
– que cette majorité procède directement
du résultat des élections ou d’une coalition
post-élections. Le budget constitue la chair de
la démocratie. Il permet aux électeurs d’avoir
le choix entre différentes grandes orientations
budgétaires, et donc d’exercer et d’éprouver le
pouvoir politique. Quel sera le niveau des prélèvements obligatoires, c’est-à-dire la part de
richesse qu’une société se donne à elle-même?
Comment et à quelle hauteur y contribuera
chacun des groupes sociaux? Quels seront
les biens publics produits à partir de cette
richesse commune? Quels en seront les bénéficiaires directs ?
De cette définition première découle
un prémisse simple, évident et pourtant profondément disruptif: l’Union européenne
n’est pas actuellement une démocratie. L’UE
repose sur un système sophistiqué d’équilibre des pouvoirs, assure une transparence
institutionnelle, respecte l’État de droit, garantit un haut niveau protection des droits
fondamentaux, développe un puissant droit
du marché intérieur et déploie des politiques
sectorielles et territoriales qui comptent pour
celles et ceux qui en bénéficient. Mais elle
n’est pas une démocratie car il lui manque
un véritable budget, c’est-à-dire la capacité à
faire, et pas seulement à réglementer. Avant
même la question du demos européen, le kratos
fait défaut, c’est-à-dire la capacité collective à
agir au niveau européen sur la réalité sociale
en produisant des biens publics européens.
Le Parlement Européen vote en effet un
budget technique de l’ordre de 1% du PIB de
l’UE. Gratifié par les traités d’une compétence
budgétaire, mais sans budget politique de
taille macro systémique, le Parlement Européen n’a pas de capacité budgétaire, c’est-à-dire
de véritable pouvoir budgétaire. Une assemblée dépourvue de pouvoir budgétaire n’est
pas un Parlement. Les citoyens «européens»,
sans véritable pouvoir de choisir par leur
vote entre différentes grandes alternatives
de politiques budgétaires européennes, ne
sont pas des citoyens européens, mais des
citoyens nationaux diminués qui votent à des
élections nationales de mi-mandat. Vouloir
«démocratiser» l’UE relève en ce sens d’une
erreur fondamentale d’appréciation: elle
sous-tend l’idée d’un processus d’amélioration
de la qualité démocratique de l’UE, qualité
présumée déjà présente mais perfectible. Par
opposition, nous formulons la thèse d’une
absence de démocratie européenne qui alors
ne peut appeler qu’un acte de fondation d’une
démocratie européenne.
L’enjeu politique est donc de s’attacher
à penser la possibilité d’un acte fondateur
démocratique au niveau européen et de le
situer dans l’espace des possibles politiques
offerts par le double contexte intra-européen et mondial. Celui-ci comporte des éléments d’optimisme et d’inquiétude. L’élection
d’Emmanuel Macron en France, avec son
programme résolument pro-européen, son
volontarisme affiché lors de ses discours
d’Athènes et de la Sorbonne, et sa capacité à
parler aux sociaux-démocrates comme aux
libéraux ou aux conservateurs, semble ouvrir
une fenêtre d’opportunité pour la relance du
projet européen. L’immobilisme allemand et
l’assombrissement de la situation politique
française laissent cependant planer un doute
quant à la capacité du moteur franco-allemand de donner les impulsions nécessaires.
Nous le constatons avec l’accouchement douloureux et décevant de l’amorce du budget de
la zone euro. En outre, l’accession de Donald
Trump à la Maison Blanche déstabilise l’ordre
mondial, tant sur le plan géopolitique que
macroéconomique.
L’impasse de l’intégration
par la prépondérance du
droit européen
La méthode communautaire, qui s’inscrit
dans la logique néofonctionnaliste, a recherché l’intégration notamment en faisant prévaloir le droit européen sur les droits nationaux,
donc en établissant la prépondérance de la
Cour de justice européenne (CJUE). Or le droit
européen est purement horizontal et mono
principiel, au sens où il est avant tout un droit
du marché intérieur, c’est-à-dire des libertés
de circulation des agents économiques et, avec
la citoyenneté de l’UE, des agents non économiques. Non rattaché à une communauté
politique, il heurte les ordres juridiques nationaux qui eux procèdent de la verticalité du
politique. Son principe, qui découle d’ailleurs
davantage de la structure même du système
juridique que d’un plan politique intention-
VANGUARDIA | DOSSIER
105
E U RO PA E N J U E G O
nel, est celui du fondamentalisme du marché:
concurrence libre et non faussée, libre mobilité de tout ce qui peut se déplacer. La prolifération de ce droit qui s’impose aux législations
nationales dépossède peu à peu les parlements
nationaux de leurs prérogatives souveraines. Il
produit, en effet, un jeu de concurrence réglementaire intra-européen: les Etats membres
subissent une pression structurelle à mettre
en œuvre une politique de l’offre.
Or le droit européen est un espace en
expansion continue. Aucune limite précise ne
lui est assignée. La Cour de justice européenne
revendique l’autorité de juger en dernière instance de la répartition des compétences entre
l’UE et les Etats membres. Ce droit entrave la
politique industrielle, la politique sociale et
conduit à la détérioration des services publics.
L’adoption par les gouvernements des recommandations de la Commission Européenne
dépossède les parlements nationaux de leurs
prérogatives législatives.
La priorité du droit de la concurrence
sur les politiques publiques permet-elle un
surcroit d’efficacité économique? Là se trouve
une autre illusion du fondamentalisme de
marché. La prétendue concurrence libre et
non faussée n’a rien à voir avec la concurrence
pure et parfaite de la théorie normative.
Jointe à l’union monétaire, elle a conduit à la
concentration industrielle dans les pays qui
possédaient déjà des avantages comparatifs,
au dépérissement des territoires dans les
régions désindustrialisées et à la divergence
macroéconomique au lieu de la convergence
entre les pays. Cela signifie que la logique de
l’intégration européenne exclusivement par
les marchés produit des transferts massifs
à l’encontre des pays de l’Europe du Sud et
en faveur du bloc germanique. Le refus par
l’Allemagne d’une union de transferts n’est
rien d’autre que le refus des transferts positifs
qui aideraient à compenser les transferts
négatifs dont elle bénéficie massivement. Les
transferts positifs dont nous parlons ne sont
pas des mécanismes de redistribution honnis
de l’opinion allemande. Ils consisteraient à
produire des biens publics communs dont
l’Europe dans son ensemble a le plus grand
besoin après des décennies de dégradation,
tant quantitativement que qualitativement.
L’institution de l’euro crée
une puissance publique
106 VANGUARDIA | DOSSIER
dans l’ordre monétaire qui
est incompatible avec la
démarche néofonctionnaliste.
Le système juridico-politique européen
est affecté d’une entropie croissante par absence d’autorité démocratique européenne.
La logique de compromis qui en découle ne
peut viser qu’à maintenir le statu quo, menacé face aux bouleversements mondiaux par
l’incapacité de conduire une politique macroéconomique commune. Ce divorce est devenu
patent avec l’institution de l’euro qui a créé
une puissance publique de nature fédérale,
la BCE, tout en la privant de sa souveraineté
dans le traité de Maastricht, en arguant de la
neutralité de la monnaie. Il a fallu attendre le
paroxysme de la crise financière en zone euro
pour que la BCE recouvre la souveraineté du
prêteur en dernier ressort, accentuant le déséquilibre avec l’absence d’autorité politique
européenne. Cette absence a été compensée
par un carcan de règles budgétaires arbitraires
dans le pacte de stabilité et de croissance, aggravé dans la crise de la zone euro par le traité
budgétaire de 2012.
Les critiques provoquées par la politique
de la BCE, en l’absence du cadre institutionnel européen permettant une coopération
macroéconomique des pays membres, sont les
signes que le statu quo n’est plus viable. Avec
l’existence d’une monnaie, bien public par
excellence, le néo-fonctionnalisme se heurte
au problème hautement politique de l’identité collective. Il faut rechercher la solution,
non pas dans un englobement fédéral subordonnant les souverainetés politiques des pays
membres, mais dans une double démocratie
faisant interagir les niveaux européen et nationaux de puissances publiques.
Un budget européen
agissant en emprunteur
et investisseur en dernier
ressort
Fonder la double démocratie européenne
implique un pacte européen qui institue un
budget doté de ressources fiscales propres
sous l’autorité d’un Parlement européen. En
effet, le budget est une dimension constitutive
du politique par la capacité de lever l’impôt
et d’émettre une dette de la société vis-à-vis
d’elle-même pour produire des biens communs. La puissance publique budgétaire vient
compléter l’union monétaire.
Les finalités du budget d’une Europe
puissance publique sont l’investissement à
long terme pour la croissance soutenable. Un
budget de 3 à 3,5% du PIB européen hors RU
fournirait l’assise d’un investisseur en dernier
ressort recherchant la complémentarité entre
investisseurs publics et privés. Son rôle serait
de garantir un système financier reposant sur
un réseau de banques publiques de développement et sur des clubs d’investisseurs à long
terme responsables pour briser la tragédie
des horizons. Le développement d’un marché
d’obligations européennes donnerait à la BCE
l’outil pour soutenir la croissance.
Support d’une vision du futur par l’investissement, le budget européen orienté vers
le long terme contribuerait à des transferts
positifs entre les nations et ainsi les redynamiserait Les rapports entre les pays membres
passeraient d’un jeu à somme nulle ou négative, provoqué par l’austérité généralisée des
années 2011 à 2013, à un jeu à somme positive
qui rétablirait la confiance. Il y aura double
démocratie si le budget européen fortifie les
puissances publiques nationales en desserrant
l’étau réglementaire de l’UE, celle-ci n’étant
plus seulement un Etat régulateur, mais une
puissance publique à part entière.
Les politiques coopératives
de stabilisation
La recomposition des responsabilités
entre le niveau européen et celui des pays
membres permettrait de rendre les politiques
de stabilisation plus intelligentes et démocratiquement légitimes en réformant en profondeur le semestre européen.
En effet, la remontée de la croissance par
l’investissement de long terme donnerait les
moyens de rendre les ajustements nationaux
plus symétriques. Le principe consiste à partir
de l’ajustement budgétaire pour l’ensemble de
la zone euro et de le rendre contingent au cycle économique commun aux Etats membres,
avant de convenir du partage entre les budgets
nationaux.
Pour cela il faut créer une agence budgétaire européenne indépendante qui déterminerait l’effort budgétaire primaire agrégé
dans la perspective d’une stabilisation à long
terme des dettes publiques et proposerait un
partage entre les budgets nationaux. Cette
agence gérerait un fonds de stabilisation
E U RO PA E N J U E G O
contra cyclique. Sa proposition serait soumise
à une commission parlementaire composée
de représentants des parlements des Etats
membres. Après modifications éventuelles,
la proposition approuvée par la commission
parlementaire aurait une légitimité démocratique et devrait obligatoirement être prise en
compte par le Conseil européen.
La double démocratie européenne serait ainsi la réforme structurelle pour retrouver la
dimension historique du projet européen.
THE EURO
AREA AT 20
WHAT REFORMS
ARE STILL NEEDED?
Jeromin Zettelmeyer
PETERSON INSTITUTE FOR INTERNATIONAL
ECONOMICS.
T
WENT Y YEARS AFTER ITS CREATION,
THE success of the euro remains a matter of
debate. The fact that the euro has survived so
far does of course represent a success of sorts.
No country has exited, although there were a
few close calls. The euro has also succeeded in
the sense of delivering low stable inflation to
all its members (some have suffered deflation,
but not over long periods). It has also arguably
supported the single market for goods and
services, by eliminating exchange rate risk
and ruling out competitive devaluation. And
importantly, the euro has catalyzed additional institutional reform – particularly the
creation of common bank supervision and
resolution frameworks, benefiting long-term
financial integration, which should ultimately support growth.
At the same time, the euro is linked to a
traumatic experience: the 2010-13 sovereign
debt crisis. While the crisis was precipitated
by external shocks – globally tighter financial
conditions in the aftermath of the collapse of
Lehman brothers, coupled with a collapse in
trade – the architecture of the euro was both
a contributing factor and an impediment to
its timely resolution. The latter is illustrated
by the comparison with the United States. Between 2001 and 2007, both the U.S. and the euro area experienced a financial boom. When
the boom went bust, both economies suffered
large output losses – the 2008-09 Great Recession. But unlike the United States, which recovered continuously from the second half of
2009 onward, the euro area suffered a series of
knock-on crises, leading to a second recession
during 2011-13.
The cost of the crisis went beyond economic losses. It has created deep political
divisions between countries that were hit
hardest and those that suffered least and were
asked to help the weaker members. These
divisions continue to haunt Europe today,
including via a resurgence of nationalist political movements.
What do these experiences tell us about
the euro’s likely future success? What reforms,
if any, are still needed to ensure its success?
There are two ways to answer this question.
As we shall see, they lead to roughly the same
conclusions.
Have the lessons of the
crisis been learned?
One approach to answering the title
question is to ask whether the problems that
contributed to the crisis and impeded the
recovery have been addressed. The answer is
“only in part”.
Although the crisis was triggered by
external shocks, most economists agree that
the reason why these shocks had such a devastating effect in the euro area were homegrown. They included capital-flow fueled
credit booms in most “peripheral” euro countries during 2000-2007 as well as excessive
pre-crisis fiscal deficits in some countries (not
including Spain). These problems were made
possible by poor banking supervision and
fiscal rules that were both hard to enforce
and procyclical in the sense that they did not
sufficiently constrain spending in good times,
while constraining it too much in bad times.
The difficulties with resolving the crisis
were threefold. First, when Greece became
insolvent in 2010, euro area policy makers
discovered that although the restructuring of
its sovereign debt was a theoretical possibility,
it was prohibitively risky in practice due to the
financial disruptions that such a restructuring could have caused both in Greece and in
the rest of the euro area. But the alternative –
prolonged austerity, which led to an economic
collapse worse than the Great Depression in
the United States – was hardly better. Second,
procyclical fiscal rules forced some countries
that to undertake harsher fiscal adjustment
than was good for them. Third, and most importantly, the common currency implied that
the central bank was no longer available as an
emergency lack of a lender of last resort in sovereign debt markets. As a result, even solvent
countries were susceptible to panics triggered
by spillovers from Greece and/or problems
in their banking systems. This describes the
experience of Italy and Spain during 2011-12.
Some of these problems have been addressed, through the creation in common
banking supervision and resolution authorities, the European Stability Mechanism (ESM),
and the adoption of the “outright monetary
transactions” (OMT) policy, which allows the
ECB to backstop sovereigns that adopt an
ESM program. Common banking supervision
should make credit booms that lead to crises
far less likely. The combined presence of the
ESM and the OMT should rule out sovereign
debt panics of the type seen in 2011-12. It also
makes it a bit more likely that truly insolvent
countries – whose public finances cannot be
fixed through some combination of crisis
lending and fiscal adjustment, because the
required adjustment would be higher than
what societies can bear – will be allowed to restructure, as the ESM would be there to protect
the remainder.
What is missing? Despite reform attempts,
the fiscal rules are still imperfect and hard to
enforce. Despite the presence of the ESM,
sovereign debt restructuring in the euro area
VANGUARDIA | DOSSIER
107
E U RO PA E N J U E G O
remains implausible even when it might be
needed. And despite the creation of the ESM
and the OMT policy, some euro area members
feel insufficiently protected from shifts in market sentiment and external shocks. This view
is controversial: it is shared by the European
Commission, which advocates significant additional safety nets in the euro area, but disputed
by some member states in the north, who feel
that what is missing is mainly a willingness
of the former crisis countries to address their
legacy problems and do more to protect themselves. But the fact that it is there, and that it
raises controversy, suggests a problem.
Is the euro sustainable?
The second approach to answering the
title question is to look forward: is the euro
likely to still exist in 20 year? In 50 years? In
one respect, the sustainability of the euro has
greatly improved: the presence of the ESM
and the stronger financial role of the ECB now
make it virtually impossible that a country
would have to leave the euro due to market
pressure. As long as the OMT policy remains
in place, any country that is willing to sign
up to an ESM program will receive financial
support – whatever it takes.
This does not mean that no country will
ever exit, but it means that any such exit
would need to be voluntary. The question of
whether the euro is sustainable hence boils
down to the question of whether its members
continue to prefer membership over exit.
An important part of the answer relates
to long-term growth. For the reasons mentioned at the beginning of this article, euro membership should benefit growth, by
helping to create a deeper, more competitive
single market, giving its member countries
access to high-quality institutions economic
institutions such as the ECB and the SSM, and
reducing macroeconomic volatility. This said,
continuing weak growth in Italy is a reason to
worry. Italy’s long-term growth problems are
probably not caused by the euro, but rather by
longstanding weaknesses in some public institutions as well as product and labor markets.
These should be amenable to reform. Suppose,
however, that they cannot be addressed within
the constraints imposed by Italian politics. In
this case, might Italy and countries with similar issues be better off in a regime in which
they can periodically, if only temporarily,
108 VANGUARDIA | DOSSIER
boost growth by devaluing their currencies?
If so, might this offset the growth-enhancing
aspects of euro membership? This question is
hard to answer, and beyond the scope of this
article.
Putting this aspect aside, the question of
whether any country would want to exit the
euro leads back to the questions discussed
earlier – namely, whether the traumas of the
last crisis are reliably behind us. The answer is
no. On the side of the former crisis countries,
there is the continuing trauma of losing policy autonomy, being forced into protracted
austerity, or a combination of both – whether
by financial markets or by “Brussels” as the
keeper and enforcer of fiscal rules. There is also an analogous trauma in the north: the fear,
related to Greece in particular, that hundreds
of billions of taxpayer money have already
been spent shoring up the euro; the fear that it
may become a bottomless pit via future crises
and rescue operations.
The main future threat to the euro is that
these traumas might, in a new crisis, lead to
a swing in public opinion against membership – whether in the crisis country or in the
countries backstopping the rescue operations.
Making this very unlikely will require significant additional reforms. To reassure potential
crisis countries, they will need to be offered
better protection, particularly protection
from market panics. Reassuring the potential
creditors, on the other hand, requires a system
that improves incentives for good policies and
enforces the no-bailout clause of the European
treaties. The latter requires maintaining the
option of debt restructuring as a last resort.
The critical question is whether it is possible to reassure both sides at the same time.
Countries with deep purses tend to worry that
additional safety nets will lead to too little
self-protection and ultimately a large draw
on common resources. Countries that worry
about market instability tend to think that
the prospect of debt restructuring will make
investors nervous whenever a country run into
trouble, putting it even more at the mercy of
the markets than is the case presently. Hence,
addressing the first trauma would seem to
make the second trauma worse, and vice versa.
In a paper published a year ago, a group
of French and German colleagues and I argued
that the two traumas could in fact be addressed at the same time,1 because safety nets
can in principle be designed to be consistent
with good incentives. Furthermore, reliable
safety nets should make euro area members less
afraid to undertake a sovereign debt restructuring as a last resort. Having said this, building
incentives-friendly safety nets is difficult in
practice. And, the fact that debt restructuring
becomes a more credible option in deep debt
crises might indeed trigger panic in the countries that currently have high debts. Making
sure that this does not happen requires a careful design and sequencing of reforms.
The remainder of this essay sketches such
a reform agenda. This can be grouped in three
headings: creating well-designed safety nets,
reducing the exposure of banks to their own
sovereigns without creating market instability, and reforming fiscal rules.
Safety nets that create
good incentives
An essential component of better safety
nets is a European deposit insurance. With
banking system problems imperfectly correlated across countries, euro area-wide insurance would be less costly than national
mechanisms. It also increases the credibility
of depositor protection, which in turn makes
it less likely that it will be needed. And importantly, it protects individual sovereign from
the fiscal costs of banking crises. This reduces
the “doom-loop” between sovereigns and
domestic banks – the possibility that doubts
about the banking system raise the financing
costs of the sovereign, precipitating austerity
which in turn weakens the real economy and
lowers credit quality, confirming the initial
doubts. “Loops” of this kind can give rise to
panics. Hence, European deposit insurance
could both make the euro area more stable
and level the protective playing field for euro
area banks, supporting financial integration
and the single market.
A further element of better safety nets
is reliable and fast access to official funding
when needed. This is in principle available
through the ESM but should become available
to prequalified countries without having to
negotiate a full-fledged program. The December 2018 agreement by euro area finance ministers to shore up the ESM’s existing precautionary credit line is a step in this direction.
Finally, the euro area should develop a
fiscal risk sharing mechanism – for example,
E U RO PA E N J U E G O
through a common European unemployment insurance. This idea is controversial in
the sense that even economists and policy
makers that agree on the need for European
deposit insurance disagree on whether fiscal
risk sharing would be a good idea. Critics
argue that euro area members should focus
on reducing their debts, to create fiscal space
for national fiscal stabilizers, and on completing the banking union.2 And indeed, both of
first-order importance. However, a fiscal risk
sharing mechanism would be an important
complement. Country-specific business cycle
fluctuations can be dealt with through national stabilizers, but exceptionally large rises
in unemployment would justify recourse to
common resources, lessening the need either
for debt restructuring or destructive austerity.
How can such safety nets be designed
to create good incentives? Two devices were
already mentioned: pre-qualification (e.g. by
requiring compliance with EU fiscal rules as
a condition for accessing fiscal transfers or
subsidized credit) and the requirement that
countries take the first loss, up to a point, of
any event that they are protected against – like
the “deductible” required by a commercial
insurance provider. Most importantly, safety
nets must be designed to rule out permanent
transfers from one group of countries to another, by requiring countries that are more
likely to draw on the insurance to pay higher
insurance premia. For example, a European
unemployment insurance could require countries with more volatile and persistent unemployment spells to pay higher contributions to
the common insurance pool.
Reducing sovereign
exposures while creating
a safe asset
Apart from better safety nets, an essential component of a euro reform package
should be a restoration of the credibility of the
no-bailout clause, interpreted as saying that
countries should only receive official financial
assistance when it is likely that they can repay
(after appropriate economic reforms and a
realistic dose of fiscal adjustment). Without
this step, the euro is not sustainable: deep solvency crises would either result in permanent
transfers from fiscally solvent countries to the
insolvent country – something the voters of
the solvent countries will not accept – or to
the exit of the insolvent country, as almost
happened to Greece in the summer of 2015.
The credibility of the no-bailout clause,
in turn, requires using debt restructuring to
solve the debt problems of countries whose
debts are unsustainable. There was in fact
one such restructuring – 2012, in Greece –
but this turned out to be too little too late.
To avoid a similar problem, the economic
costs and stability risks associated with debt
restructuring must be reduced. The safety nets
advocated above would help in this regard.
In addition, the direct exposures of banks to
their own sovereigns, must be significantly
reduced, since these imply that a sovereign
debt restructuring would either bankrupt
the national banking system or require a large
bank bail-out, partly defeating its purpose.
Instead of holding national sovereign bonds,
banks should hold a common euro-area wide
safe asset – such as a bond issued by a senior
European institution like the ESM – for collateral and liquidity purposes.
Proposals of this sort have been met with
skepticism both in countries that fear the
market and do not want to let go of banking
systems as lenders of last resort, and in countries who think that the common safe asset
will ultimately come at their expense. But
both fears can be addressed – through the
right design, and by coordinating the gradual reduction of sovereign bond holdings of
banks – via appropriate regulation – with the
gradual introduction of a European safe asset.3
Reforming the fiscal rules
The final building block of a comprehensive euro area architecture reform should be a
thorough reform of the Stability and Growth
Pact, which is far too complex, remains error-prone, and induces procyclical fiscal behavior. On this, there is widespread consensus
among academic and policy economists. Several contributors have recently argued for a
new approach, which focuses on expenditure
ceilings set to slowly reduce the debt ratios of
overindebted countries.4 Changes in tax revenue would not affect the expenditure ceiling
unless they are the result of tax policy (e.g. via
a tax cut). A collapse in revenue in a downturn
would be fully absorbed by an increase in
the fiscal deficit. Conversely, during a boom,
expenditures would remain constrained by
the ceiling, leading to high fiscal surpluses.
Hence, automatic stabilizers would be more
effective than they are today.
A rule of this type would make more
sense than the present system, and hence be
easier to enforce. But in addition, the enforcement mechanism should itself be reformed.
Imposing fines on nations is rarely credible. A
better approach would be to require countries
that spend more than the ceiling to finance
the extra expenditure by issuing subordinated
bonds, raising the costs of such issuance, and
protecting incumbent bondholders.
Conclusion
To make the euro sustainable, all members must be happy with it – the fiscally strong
and those that view themselves as vulnerable
to market sentiment. This requires reforms
that make fiscal rules less procyclical and
easier to enforce, improve safety nets while
preserving incentives for good domestic policies, and increase the credibility of the no
bail-out clause. Central to these is the gradual,
coordinated introduction of a euro area-level
deposit insurance, a European safe asset, and
regulation that leads banks to hold this asset
instead of national sovereign bonds.
1. A. Bénassy-Quéré, M Brunnermeier, H Enderlein,
E Farhi, M Fratzscher, C Fuest, P-O Gourinchas, P
Martin, J Pisani-Ferry, H Rey, I Schnabel, N Véron,
B Weder di Mauro, and J Zettelmeyer (2018), “Reconciling risk sharing with market discipline: A
constructive approach to euro area reform”, CEPR
Policy Insight No. 91.
2. See, for example, M Heijdra, T Aarden, J Hanson,
and T van Dijk (2018), “A more stable EMU does not
require a central fiscal capacity”, VoxEU, 30 November, or Chapter 4 of the latest (2018/19) annual
report of the German Council of Economic Experts.
3. See J Pisani-Ferry and J Zettelmeyer (2018), “Could
the 7+7 report’s proposals destabilise the euro? A
response to Guido Tabellini”, VoxEU, 20 August; J
Zettelmeyer and A Leandro, Europe’s Search for a
Safe Asset (2018), Policy Brief 18-20, Peterson Institute for International Economics, October.
4. R Beetsma, N Thygesen, A Cugnasca, E Orseau, P
Eliofotou, S Santacroce (2018), “Reforming the EU
fiscal framework: A proposal by the European Fiscal
Board” VoxEU, 26 October; L Feld, C Schmidt, I Schnabel, V Wieland (2018), “Refocusing the European
fiscal framework”, VoxEU, 12 September; Z Darvas,
P Martin, X Ragot (2018), “The economic case for an
expenditure rule in Europe, VoxEU, 12 September.
VANGUARDIA | DOSSIER
109
E U RO PA E N J U E G O
HOW TO REACH A
COMMON POSITION
ON AN EUROPEAN
MIGRATION AND
ASYLUM POLICY?
Elspeth Guild
IS JEAN MONNET PROFESSOR AD PERSONAM,
QUEEN MARY UNIVERSITY OF LONDON.
T
HE YEAR 2018 WAS A YEAR OF SUBSTAN-
TIAL disagreement among the EU Member
States about migration and asylum policy.
They seem unable to agree on anything and
yet everything seems to be interconnected.
The movement of people seeking asylum in
larger than expected numbers in 2015-2016
led to something of a political crisis in the
EU the effects of which are still be felt. The
attempt, pushed by some Member States and
resisted by others, to organize a relocation
scheme for the two Mediterranean countries
which at that time were receiving the largest
numbers of arrivals of asylum seekers, Greece
and Italy, ended up before the Court of Justice,
a case brought against the Council by the
Slovak Republic and Hungary. It was decided
(against the Slovak Republic and Hungary) in
September 2017. But this has not dampened
the sense of division among the Member States
about both migration and asylum. The Commission, with a monopoly over the proposal
of legislation in this area has been working
110 VANGUARDIA | DOSSIER
overtime to try to find common grounds for
new measures, with little success. All five relevant areas: visas and extraterritorial controls,
border procedures, migration and asylum/
refugee protection and expulsion are subject
to proposals which are going no where. But the
question is why?
The discord and EU Member States boiled
over into the process of the adoption of the
UN’s Global Compact on Migration (GCM),
the fate of which is a strong indicator of the
difficulty in achieving a common European
policy in this field. On 21 March 2018, the European Commission (which was charged with
negotiating the GCM for the EU) presented a
proposal for exceptional authorisation from
the Council to approve, on behalf of the EU,
the GCM at the end of the process.1 This was
a bold move as it would have meant that the
Commission would finalise the negotiations,
keeping the Council informed of developments but without the need to return to the
Council for final approval before signing off at
the UN. The Member States would effectively
be excluded. The Commission’s effort was unsuccessful, but it put the proverbial cat among
the pigeons of EU states concerned about their
state sovereignty in the field of borders and
migration. While at the commencement of
the intergovernmental negotiations in December 2017, the USA had formally withdrawn
from the GCM stating that it was inconsistent
with US state sovereignty, the international
community was taken by surprise by a rash
of state defections from the GCM from November 2018 onwards. The sudden anxiety of
a number of states, mainly in Europe about
the consequences of the GCM for their state
sovereignty followed fairly uncontentious
negotiations of the contents of the GCM from
January to July 2018 (mainly carried out by
the Commission on behalf of the EU). At the
final vote on 19 December 2018 at the UN
General Assembly, out of 194 states only five
voted against the GCM – the Czech Republic,
Hungary, Israel, Poland and the USA (most
noticeably the majority were EU states). Another seven abstained from the vote (Austria,
Bulgaria, Chile, Dominican Republic, Italy,
Latvia and Romania, again the majority are
EU states). One government coalition fell as a
result of the Prime Minister’s insistence to sign
the GCM (Belgium), though the largest party in
Parliament continues to govern in a minority
position. Some EU Member States participated
full-heartedly in disrupting the international
community’s efforts to achieve consensus on
migration and borders in the GCM on the basis of protecting their state sovereignty. Their
fears about their sovereignty had been fanned
by the power struggle with the Commission
over the GCM which they considered to be an
attempt to change the competences of the EU
to the disadvantage of the Member States. The
rest of the world scratched its (collective) head
at this disorderly display from Europe.
These unseemly developments at the international level reveal the degree of distrust
and sovereignty anxiety within and among
EU Member States regarding borders and
migration. It is worth looking briefly at the
(in)ability to reach agreement within the EU
on measures in the field. A snapshot of the
proposed legislation in the field which seems
increasingly blocked is as follows:
Visa and extraterritorial controls: the EU
has been moving towards a reduction of the
number of countries on the EU visa black list.
The latest to come off the list is Ukraine in May
2017. Turkey was to have come off the list in
June 2016 but this has not occurred. The adopt
of the ETIAS proposal2 the EU Travel Information and Authorisation System to be rolled out
for all travellers to the EU by 2020 will require
all non EU travellers to obtain a travel authorisation at a small fee before travelling to the
EU. The existing visa system (which is lengthy
and expensive for individuals and states) may
need to be reconsidered and revised in light
of the new tool; on extraterritorial controls:
the Council extended the mandate of Operation Sophia (a military sea operation) to 31
March 2019.3 The operation’s core mandate is
to contribute to the EU’s work to disrupt the
business model of migrant smugglers and
human traffickers in the Southern Central
Mediterranean. To this end, it trains the Libyan Coastguard and Navy and monitors the
long-term efficiency of the training. However,
compliance of Libyan coastguard with the
human right to leave Libya by pulling back
people on boats has raised concerns. A case
is currently pending at the European Court
of Human Rights against Italy’s contribution
to these pull backs through cooperation with
Libyan coastguards.4
Border procedures: two years ago Frontex became the European Border and Coast
E U RO PA E N J U E G O
Guard Agency. Over those two years the agency has cemented its position as one of the
cornerstones of the EU’s area of freedom,
security and justice, becoming more and
more operational on the ground at Europe’s
external borders. Yet, the mandate of Frontex
while now containing a duty to comply with
EU fundamental rights is not tied to the EU
regulation on border control which means
there is a legal lacuna between the duties of
national border guards under the regulation
and Frontex.5 The Commission president in
his State of the Union address on 3 July 2018
stated that he wanted “new standing corps of
10,000 operational staff with executive powers
and their own equipment will ensure that the
EU has the necessary capabilities in place to
intervene wherever and whenever needed —
along the EU’s external borders as well as in
non-EU countries.”6 But how this is to fit with
national sovereignty claims about border
controls and migration remains to be seen;
in the meantime, as a result of the 2015-16
shock to the political leaders of some Member
States created by the arrival of refugees, the
intra-Schengen borders which by law must be
free of border guards controlling the movement of people is still subject to exceptions
from Germany, Austria, and the Nordic states
where intra-Schengen border controls continue to take place;7
Migration: the EU has an incomplete set
of measures on migration which include family reunification (for third country nationals),
students and researchers and workers. The
Commission proposed amendments to the
cornerstone labour migration measure, the
Blue Card Directive in 2016, but little progress
has been made mainly because of a lack of
appetite from some Member States;
Asylum and refugee protection: The EU
has developed the Common European Asylum
System (CEAS) since 2000 after being allocated competence to do so. The system must
be compliant with the Refugee Convention,
CAT and the Charter of Fundamental Rights
(which includes a right to asylum). To provide
reception for people arriving in Greece and
Italy the EU adopted two temporary measures
to relocate asylum seekers from those states
to other Member States on the basis of a redistribution key. This was highly divisive and
was attacked before the Court of Justice by two
Member States (unsuccessfully).8 A third set of
proposals to revise the CEAS were presented
by the Commission in July 2016 but progress
has been very slow.9 One of the obstacles is
the Dublin system which seeks to allocate responsibility for reception and determination
of asylum claims to Member States according
to a hierarchy of criteria which do not include
the asylum seeker’s preference. As a result the
system does not work in practice;
Return and expulsion: In March 2017
the Commission proposed to renew the EU’s
common measures on return (including the
Return Directive10) to introduce greater efficiency and coercion into forced return.11 It,
too, is not proceeding rapidly in the Council
while at the same time the number of persons
subject to forced return in the EU is dropping
leading to questions on the necessity of the
measures anyway. In September 2018 the
Commission proposed a new recast Directive.12
Borders, Migration
and Asylum in Numbers
So what is missing from the EU policy
debate which could assist to provide more
coherence and less political heat? The first
thing which should be done is all political
leaders and their staff should have a serious
look at the actually numbers of third country
nationals coming to the EU and why. This
would help to put some reality back into
the debate. For instance, on visas – are third
country nationals seeking to enter in massive
numbers? The EU (Schengen) states issued in
2017 a total of 14,652,724 uniform short stay
visas.13 A total of 16.1 million applications
were made resulting in a non-issuance rate
of 8.2% for all countries whose nationals are
subject to the requirement. It seems EU states
approve the vast majority of visa applications
made to them.
As regards entry of third country nationals at EU external borders, the Schengen
borders are governed by the EU Border Code.14
According to Frontex, 306,904,064 passengers
entered the EU in 2017 (a year-on-year increase
of 4.6%). A total of 183,548 were refused entry
– a refusal rate of approximately 0.06%. So it
would seem that the external borders of the
EU are not under attack. Over 306 million
people entered in 2017 and only 0.06% were refused entry. Further, most refusals took place
at land borders (84.4%) with air borders being
second (12.9%). Refusals at sea borders consti-
tute a tiny minority of 2.7%.15 It is also worth
mentioning that most refusals were based on
the individual not having a valid travel document (268.475), with the lack of a justification
for the purpose of stay being second.16
In 2017, the 28 EU Member States issued 3,1 million first residence permits to
third-country nationals.17 Residence permits
only refer to those allowing the individual to
reside for three months or longer and include
work, family, study or other permits – the latter category comprising not only international
protection but also other permits. 2017 is the
year where the EU 28 have granted more first
residence permits since 2008. The majority
of residence permits – a third – are granted
for employment reasons. This is followed by
family reunion (830 thousand), other reasons
(767 thousand out of which 538 thousand
were granted international protection) and education (530 thousand). Eight Member States
alone granted close to 88% of all residence
permits: Poland, Germany, the UK, France,
Spain, Italy, Sweden and the Netherlands, in
that order. The largest single nationality of
recipients of first residence permits in the EU
in 2017 was Ukrainian18 (followed by Syrians,
Chinese, Indians and US nationals).19
In 2017, the number of asylum seekers
applying for international protection in the
EU was @705,000, roughly half the number of
persons who applied in 2016. This constitutes
a significant drop from the 1.3 million of the
previous year. In turn, 538 000 asylum seekers
were granted protection status in the EU 28
in 2017.
Turning to irregular migration in 2017
the number of illegal border-crossings was
the lowest in the EU since 2013, dropping from
511,000 to 204,000 as compared with 2016.20
As regards detection of illegal stay, in 2017,
618,780 cases were reported by Member States
but only 516,115 orders to leave EU territory
were issued.21 But in the end, after the necessary procedures only 75,115 third country
nationals were forceably expelled from the EU
that year.22 The top five nationalities of those
detected to be irregularly residing in the EU
are Albanians, Syrians, Moroccans, Iraqis and
Afghanis, three of these nationalities are also
among the top beneficiaries of international
protection.
Finally, third country nationals account
for 4.2% of the total EU population.23 Does the
VANGUARDIA | DOSSIER
111
E U RO PA E N J U E G O
EU need to be afraid of third country nationals
arriving on its territory? Clearly the answer to
this question is no. The practice of the EU is to
welcome third country nationals as tourists,
workers, students and persons in need of
international protection (though this final category is the subject of some very unfortunate
exceptions for instance the approach of the
Italian Interior Minister). For those Member
States that fear that the arrival of foreigners
will change their traditions,24 these statistics
should provide profound comfort, not a source
of anxiety and political concern.
Where next?
The EU’s own experience with free movement of persons has been a very positive one.
EU citizens cherish their right to move and
work in another Member State. The seven
enlargements of the EU have on each occasion
(except the 1994 one) been accompanied by
concerns about floods of people moving from
poorer to richer parts of the EU.25 But the reality has been quite different. EU citizens do
move from one Member State to another mainly doing so to find work when unemployment
rises in their home state or to pursue studies
not available to them at home. Many of them
go back to their home country sooner or later
(in full knowledge that they can set out again
should the need arise). The number of EU citizens who live and work in another Member
State than that of their citizenship has never
exceeded 4% of the total population, is usually
under 3%, and this is without an restrictions
on crossing borders of migration. This is notwithstanding very substantial differences in
wages, unemployment levels and standards
of living across the EU. Free movement of
persons has been achieved in the EU through
the agreement of all states to trust one another and to work towards achievement of this
pillar of the EU. The Member States need to
accept that third country nationals resemble
EU citizens in all ways except that they do not
have EU passports. Just as EU citizens go to
third countries to pursue their employment
opportunities and dreams so too third country nationals come to the EU. Understanding
migration of third country nationals to the
EU as just as normal as that of EU citizens
around the EU and to third countries is the
starting point. The EU is not being flooded nor
is it being invaded by third country nationals.
112 VANGUARDIA | DOSSIER
The third country nationals who are coming
to the EU in the largest numbers and working
here are the most invisible, Ukrainians, the
second largest number, Syrians, are war refugees entitled to our compassion. From this
starting point the EU should move towards a
common position on migration, acknowledging the entitlement of all people to dignity
and negotiating together agreements with
third countries which facilitate migration
and movement of their people to achieve their
legitimate aspirations.
14. Regulation (EU) 2016/399 of the European Parliament and of the Council of 9 March 2016 on a
Union Code on the rules governing the movement
of persons across borders (Schengen Borders Code)
15. Ibid.
16. Ibid.
17. Eurostat, Residence Permits Statistics, October
2018, available at: https://ec.europa.eu/eurostat/
statistics-explained/index.php/Residence_permits_
statisticsexplained/index.php/Residence_permits_
statistics#First_residence_permits:_an_overview
accessed 9 January 2019.
18. Ukraine was removed from the Schengen visa
1. COM (2018) 168.
black list in June 2017.
2. https://etias.com/ accessed 21 December 2018
19. https://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explai-
3. https://www.consilium.europa.eu/en/press/press-
ned/index.php/Residence_permits_statistics acces-
releases/2018/12/21/eunavfor-med-operation-sophia-
sed 9 January 2019.
mandate-extended-until-31-march-2019/ accessed
20. Ibid., p. 18.
21 December 2018.
21. The data by Frontex is also different since it re-
4. https://sea-watch.org/en/legal-action-against-
ports 435.786 detections of illegal stay and 279.215
italy-over-its-coordination-of-libyan-coast-guard/
return decisions. FRONTEX, European Border and
accessed 21 December 2018.
Coast Guard Agency, Risk Analysis for 2018, War-
5. Regulation (EU) 2016/399 of the European Par-
saw, p. 16.
liament and of the Council of 9 March 2016 on a
22. https://frontex.europa.eu/assets/Publications/
Union Code on the rules governing the movement
Risk_Analysis/Risk_Analysis/Risk_Analysis_
of persons across borders (Schengen Borders Code).
for_2018.pdf accessed 9 January 2019.
6. https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-poli-
23. Eurostat, Migration and Migrant Popula-
tical/files/soteu2018-factsheet-coast-guard_en.pdf
tion Statistics, March 2018, available at: https://
visited 7 January 2019.
ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/index.
7 https://ec.europa.eu/home-affairs/what-we-do/po-
php?title=Migration_and_migrant_population_
licies/borders-and-visas/schengen/reintroduction-
statistics#Migrant_population:_almost_22_mi-
border-control accessed 9 January 2019.
llion_non-EU_citizens_living_in_the_EU
8. Guild, E., Costello, C., Garlick, M., & Lax, V. M.
24. http://www.spiegel.de/international/europe/
(2015). The 2015 refugee crisis in the European Union.
viktor-orban-wants-to-keep-muslim-immigrants-
Centre for European Policy Studies.
out-of-hungary-a-1052568.html accessed 7 January
9. http://europa.eu/rapid/press-release_IP-16-
2019.
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25. Guild, E. (2009). Free Movement of Workers:
www.europarl.europa.eu/RegData/etudes/
From Third Country Nationals to Citizen of the
IDAN/2018/625194/EPRS_IDA(2018)625194_EN.pdf
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accessed 21 December 2018.
European challenges ahead, Nijmegen: Wolf Legal Publis-
10. Directive 2008/115/EC of the European Parlia-
hers, 25-38.
ment and of the Council of 16 December 2008 on
common standards and procedures in Member
States for returning illegally staying third-country
nationals.
11. http://europa.eu/rapid/press-release_IP-17-350_
en.htm accessed 21 December 2018.
LE POPULISME
ET APRÈS ?
12. Brussels, 12.9.2018 COM(2018) 634 final
Michel Wieviorka
2018/0329 (COD) Proposal for a DIRECTIVE OF THE
SOCIOLOGUE. PROFESSEUR À L’ÉCOLE DES
EUROPEAN PARLIAMENT AND OF THE COUNCIL
HAUTES ÉTUDES EN SCIENCES SOCIALES
on common standards and procedures in Member
(EHESS).
States for returning illegally staying third-country
nationals (recast).
13. All statistics are from the European Commission.
P
OPULISME», «POPULISTE»: CES TERMES
sont devenus omniprésents dans la vie cou-
E U RO PA E N J U E G O
rante, politique, médiatique en même temps
que largement commentés dans les sciences
humaines, sociales et politiques. Ils sont
pourtant vite source de confusion, d’approximation, ils sont incertains et ce aussi bien
dans le discours ordinaire que s’il s’agit de
les conceptualiser.
Leur usage est le plus souvent critique et
même péjoratif, surtout dans le débat public
où il renvoie à l’idée de démagogie ; il est rare
que le recours à ce vocabulaire soit apologétique – mais cela s’observe parfois à propos
de l’Amérique latine ou dans l’idée d‘un
populisme « de gauche » que véhiculent les
écrits d’Ernesto Laclau ou de Chantal Mouffe.
De nombreux ouvrages proposent un
rappel historique des phénomènes dits « populistes » ce qui revient à postuler une certaine continuité, une unité dans l’histoire.
En fait, il y a là une facilité intellectuelle qu’il
vaut mieux refuser, en distinguant deux ères
distinctes : celle qui s’achève dans les années
60, ou au début des années 70 du XXème
siècle1, et celle, inaugurée pour l’essentiel
dans les années 80, du populisme contemporain, qui est celle qui nous intéresse ici, en
particulier à propos de l’Europe.
La première phase commence avec le
mouvement russe de la deuxième moitié du
XIXème siècle (les « narodnicki »), elle se poursuit aux Etats-Unis (avec le People’s Party), à la
fin du XIXème siècle et au début du XXème.
Puis viennent les populismes latino-américains des années 30 jusque dans les années
50 ou 60, avec notamment le péronisme en
Argentine2, à partir de 1945. Déjà là, le phénomène est sans unité, tant ces expériences
sont diverses.
1. La poussée contemporaine
Une nouvelle phase s’est ouverte dans
les années 80, relativement différente. Rares
sont les pays qui, en Europe, évitent cette
poussée.
En France, le Front National, né en 1972,
était groupusculaire et d’extrême-droite :
il est devenu une force politique populiste
–national-populiste ont dit certains spécialistes- au début des années 80, visible à
l’occasion de l’élection partielle de Dreux en
1983. Sa montée en puissance doit beaucoup
au choix de faire de l‘immigration un thème
central de son action, son antisémitisme
étant désormais largement complété par un
racisme anti-arabe devenu islamophobie. Le
Front National a changé de nom pour devenir
en 2018 Rassemblement National.
La France compte également, ce qui est
rare en Europe, un populisme de gauche, avec
La France insoumise, qui rejette l’Union européenne, et ne cache pas ses références positives à Hugo Chavez, sinon à Nicolas Maduro.
La France insoumise est sous tension, entre un
positionnement de gauche de la gauche,
autorisant la perspective d’alliance avec les
communistes ou les socialistes, et une orientation carrément populiste, qui parle au nom
du peuple contre les élites en des termes qui
le rapprochent du Rassemblement National.
Mais la France n’a pas le monopole du populisme de gauche en Europe, certains politologues considèrent que Podemos en Espagne
relève d’une même analyse.
En Italie, le mouvement Cinq Etoiles, créé
par l’amuseur Beppe Grillo qui l’a dirigé
jusqu’en 2017, est devenu un parti qui a mis
en avant la critique du parlementarisme et
l’appel à la démocratie directe. Force populiste conjuguant étrangement thématiques
de gauche et de droite, tout en se voulant « ni
de gauche ni de droite », il s’est allié en 2018
avec l’extrême-droite anti-européenne et
nationaliste de la Ligue pour diriger le pays.
Les incohérences sont permanentes dans la
conduite politique du mouvement Cinq Etoiles
pour qui l’alliance avec la Ligue est source de
déclin. Comme ailleurs, l’union du nationalisme et du populisme semble s’opérer au
profit du premier.
Aux Pays-Bas, avec aujourd’hui Geert
Wilders, le populisme est attaché lui aussi au
nationalisme, et n’est pas dépourvu de modernité culturelle. Les populismes d’Europe
occidentale, de façon plus générale, sont plus
ouverts par exemple aux homosexuels que
ceux d‘Europe centrale et orientale.
En Autriche, dans les pays du groupe
de Visegrad, en Pologne, en Hongrie, en
République tchèque plus peut-être qu’en Slovaquie, etc., dans toute l’Europe centrale, des
« national-populismes », accèdent au pouvoir
(en Hongrie avec le Fidesz et Viktor Orban, en
Pologne avec Beata Szydlo), en sont proches, ou
participent à une coalition gouvernementale
(en Autriche, en Bulgarie, en Lettonie, en
Slovaquie) mais aussi en Norvège. En 2018, en
Europe, six partis de type national-populistes
représentent au moins 20% des électeurs lors
des plus récentes élections législatives, et
huit entre 10 et 20%. Le populisme, associé à
un nationalisme puissant, est le plus souvent
antisémite, et tourne à l’autoritarisme. Protectionniste, il critique l’Union européenne
sans aller jusqu’à prôner la rupture. Car tout
en se disant hostile au « mondialisme », il
peut s’accommoder de modèles économiques
favorables au néo-libéralisme et en tous cas
au marché, et ses dirigeants savent aussi tout
ce qu’apporte l’Union européenne en matière
économique.
Les populismes de droite sont dans l’ensemble d’accord pour dénoncer les migrants,
exiger la priorité ou la préférence pour les
nationaux, en matière d’emploi, mais aussi
de logement, leur hostilité est nette s’il s’agit
de l’islam, et pas seulement de l’islamisme
radical.
Le populisme aussi longtemps qu’il est
loin du pouvoir, est protestataire, il critique
et dénonce le pouvoir politique, se veut
anti-systémique ; parvenu aux affaires, et
amené à se confronter aux réalités et aux
contraintes du pouvoir, il change : un discours que n’embarrasse ni les contradictions
internes, ni la démagogie sans limite n’est
plus tenable. Une fois proche du pouvoir, et
surtout si les conditions économiques sont
défavorables, le populisme se transforme, par
exemple le leadership charismatique devient
un autoritarisme violent, ou bien encore il
s’associe à un nationalisme extrémiste beaucoup plus clair dans ses orientations.
2. Quatre points cardinaux
Nous pouvons maintenant commencer
à donner du populisme une image un peu
plus structurée, et notamment distinguer,
comme je l’avais fait dans le contexte de la
campagne présidentielle de 2017 en France3,
quatre orientations politiques principales
possibles, qui dessinent finalement quatre
points cardinaux.
Les deux premiers se situent sur un axe
gauche/droite, en étant:
-l’un à gauche de la gauche, anti-européen tout en évitant un trop fort ou explicite
marquage nationaliste et en rejetant le racisme, la xénophobie, l’antisémitisme, sauf
à les voir s’exprimer dans ses marges.
-l’autre nationaliste et radicalisé à droite
ou à l’extrême-droite, plus ou moins explicitement raciste, xénophobe et antisémite, an-
VANGUARDIA | DOSSIER
113
E U RO PA E N J U E G O
ti-européen, en faveur d’une société fermée
et d’une nation homogène culturellement
Les deux autres points cardinaux se
situent au centre, et sur un axe haut/bas. Le
populisme peut en effet être aussi localisé
en dehors du clivage classique de la démocratie représentative, ni à gauche, ni droite,
empruntant à leurs deux registres, selon les
thèmes ou les moments, tel ou tel aspect de
leurs argumentations ou de leurs références.
Et dans ce cas il peut être :
-du centre et d’en bas, populaire dans ses
accents, c’est le cas avec le mouvement Cinq
Etoiles en Italie,
-et d’en haut, mettant en avant la raison
gestionnaire ou économique, mais s’affranchissant le plus possible des médiations
comme d’une certaine façon Emmanuel
Macron en campagne présidentielle en 2017,
puis dans sa politique, notamment vis-à-vis
des syndicats.
Dans tous les cas, les populismes en appellent au peuple, paré de toutes les vertus,
ou à une liaison directe avec lui, sans médiations institutionnelles : si une forme de
démocratie semble en théorie leur convenir,
c’est bien la démocratie directe, non représentative, ce n’est pas celle des Parlements
et des partis. La souveraineté du peuple doit
pour eux s’exercer sous la forme principale
et démultipliée de referendums, et ils ne
sont pas favorables aux institutions qui sont
chargées de réguler la vie publique, cours
constitutionnelles, autorités indépendantes
par exemple.
Les populismes dénoncent volontiers
la corruption des élites, quitte à verser éventuellement dans le « complotisme », et à
soupçonner les élites nationales d’avoir partie liée avec des forces étrangères ; ils se
disent aussi volontiers antisystème, ce qui
est contradictoire avec leurs efforts pour
accéder au pouvoir, ou s’en rapprocher. Il est
vrai qu’ils ne sont pas embarrassés par leurs
contradictions.
3. Différences
Les populismes nationalistes de droite,
les plus puissants aujourd’hui présentent,
entre eux et en leur sein, d’importantes
différences.
La plus décisive tient à leur rapport à
la violence. Le populisme n’est pas en luimême nécessairement violent, au contraire,
114 VANGUARDIA | DOSSIER
il demeure attaché à des projets de conquête
démocratique, électorale, du pouvoir. Mais
son discours, par exemple quand il est raciste
ou antisémite, peut encourager des acteurs
radicalisés à passer à l‘acte, son existence
peut constituer une sorte de parapluie.
Si le populisme n’est pas en soi violent, il
peut aussi annoncer ou précéder une phase
de violence. Là où le populisme échoue, ne
parvient pas à maintenir un discours politique mythique, perd ses soutiens dans l’opinion, peut s’ouvrir la voie à des actions violentes, comme on le voit dans certains mouvements d’extrême-droite aujourd’hui, par
exemple en Grèce avec Aube Dorée ou en Italie
avec Casa Pound. Dans certains cas, comme
en Allemagne, une extrême-droite virulente,
sinon violente, de type néo-nazi, existe, avec
entre autres le NPD (Nationaldemokratische Partei Deutschlands), en même temps que s’affirme
un parti politique nationaliste plus proche
du populisme, et moins extrémiste, l’AFD
(Alternative für Deutschland), dont les premières
avancées électorales datent de 2014.
La deuxième grande différence en Europe est entre l’Ouest et l’Est. A l’Ouest, les populismes acceptent une certaine modernité
culturelle. Ils peuvent par exemple avoir des
leaders homosexuels, comme Pym Fortuyn
aux Pays-Bas, où Geert Wilders, après sa mort,
a pris parti pour défendre les homosexuels ;
ou s’ouvrir à un certain féminisme, ne serait-ce que pour s’opposer à un islam jugé
irréductiblement incapable de s’intégrer
culturellement. En Europe centrale, différemment, les populismes sont très traditionnels culturellement, éventuellement même
archaïques, rappelant dans les cas extrêmes
des thématiques d’avant-guerre.
Le spectre politique du populisme est immense, puisque allant de l’extrême-droite à
l’extrême-gauche en passant par le centre, et
il s’inscrit dans des sociétés dont les histoires
sont différentes : les unes, ont été des puissances coloniales, mais pas toutes, certaines
ont connu le nazisme ou le fascisme, d’autres
encore, parfois les mêmes, l’inclusion dans
l’Empire soviétique, puis sa déstructuration,
etc. C’est pourquoi aussi la montée des populismes contemporains en Europe, tout
en traduisant une crise générale, politique
avant tout, mais aussi culturelle et morale,
se présente de façon diversifiée.
Mais toujours aussi avec des points com-
muns, en court-circuitant les médiations, en
donnant plus d’importance aux émotions et
aux passions qu’à la raison et à l’argumentation.
4. Le populisme comme
mythe
Les populismes expriment des attentes
qui ne trouvent pas leur traitement, ou insuffisamment, dans les systèmes politiques et
institutionnels, soit que ceux-ci sont vieillis,
défaillants, épuisés, soit au contraire qu’ils
n’existent pas encore, qu’ils tardent à se
mettre en place. Ils montent en puissance,
pour le dire d’un mot, dans la crise ou les
carences de ces systèmes. Ils ne sont pas pour
autant en eux-mêmes le point extrême de
cette crise ou de ces carences, ils ne sont pas
extrémistes, ils sont souvent ambivalents,
contradictoires, et lorsqu’ils ne parviennent
plus à exprimer leurs demandes, leurs peurs,
leurs espoirs, alors, ils laissent la place à
autre chose: la dissolution pure et simple,
le passage à des formes politiques démocratiques, l’activisme révolutionnaire, et, dans
les temps présents, avant tout, les appels
à l’autoritarisme, en même temps que la
droitisation extrême, la violence. Lorsqu’un
populisme se décompose et commence à
s’allier au mal –le nationalisme, le racisme,
l’antisémitisme, la xénophobie, l’intolérance
religieuse, l’autoritarisme dictatorial- il y a
de fortes chances pour qu’en fait il s’y soumette, car de telles tendances le font sortir
de l’ambiguïté ou de l’ambivalence, liquident
ses contradictions au profit de projet clairs
et nets.
Ajoutons à ce constat que les populismes
fonctionnent généralement avec un leader
charismatique exerçant un ascendant puissant sur une partie du peuple et bénéficiant
par ses qualités exceptionnelles d’un lien direct avec lui, ce qui correspond précisément
au refus des médiations entre le peuple et sa
direction. Un tel lien tient lieu de représentation politique ; il ne laisse aucune place au
débat démocratique interne, il va de pair avec
l’existence d’un discours qui à lui seul règle
tous les problèmes, a réponse à tout.
Ce qui finalement permet de définir ce
qui est le cœur des populismes, à savoir qu’ils
relèvent du mythe en conciliant de façon
imaginaire, dans le discours, ce qui dans la
réalité est inconciliable. Ils promettent au
E U RO PA E N J U E G O
peuple qu’il va rester lui-même tout en se
transformant ; ils s’efforcent de se rapprocher du pouvoir, de gérer, et pas seulement
de protester, tout en dénonçant le système
et les élites qui dirigent ; ils en appellent à
l’unité du corps social, mais n’hésitent pas
à construire cette unité contre une petite
partie de ce même corps social, les élites, les
oligarques, les Juifs, etc..
5. Un phénomène
avant tout politique
Ne faut-il pas introduire la dimension
économique pour rendre pleinement compte
de la poussée des forces populistes en Europe depuis les années 80 ? Une explication
économique serait en fait trop simple : le
populisme existe dans des pays en crise
économique, certes, mais d’une part, on le
rencontre aussi dans des pays qui ne sont pas
en crise économique, en Suisse, par exemple,
ou en Norvège, et symétriquement, un pays
comme le Portugal qui a connu une grave
crise économique n’a pas vu apparaître de
partis populistes. De même, l’Espagne a
beaucoup tardé, si l’on peut dire, à se doter
d’un parti d’extrême-droite malgré la crise
économique, et ce n’est que très récemment
qu’est apparu Vox en Andalousie, jusqu’ici un
bastion du socialisme. Les difficultés économiques peuvent jouer, bien entendu, dans les
discours et les ardeurs populistes, mais on ne
peut en faire leur détermination principale.
En fait, tout nous conduit à faire du
populisme contemporain un phénomène
avant tout proprement politique, et plus
précisément une conséquence des difficultés
de la démocratie libérale à assumer ses missions. Le populisme traduit les limites de la
démocratie, ses carences. C’est pourquoi il est
si largement disqualifié et stigmatisé, ou assimilé à l’autoritarisme, au nationalisme ou
à l’extrémisme, dont il est distinct même s’il
peut sembler s’en rapprocher : le populisme
apparaît alors comme une menace politique
que fabriquent les démocraties en crise, d’où
la forte formule de Jean-Werner Müller dans
son livre Was ist Populismus ? Ein Essay, (p.23 de
la traduction en français pour qui) : « le populisme est l’ombre portée de la démocratie
représentative »4.
Car plus les partis politiques classiques
semblent inadaptés, impuissants, décalés par
rapport aux attentes de la société, et plus les
forces populistes trouvent un espace pour se
développer.
Ces forces peuvent certes donner naissance à des partis nouveaux, qui deviendront
un jour relativement classiques, qui entreront dans les jeux institutionnels, parlementaires. Mais aussi longtemps qu’elles sont populistes, elles conservent ce qui est au cœur
du populisme contemporain : la capacité à
proposer un discours mythique qui séduit
une partie non négligeable de la population
en lui proposant l’image d’une unité du corps
social, au-delà de ses divisions.
Quand la représentation politique, mais
aussi d’éventuels échecs d’initiatives en faveur de la démocratie participative ou délibérative n’assurent plus le traitement de ce
qui divise la société, le populisme apporte
sa réponse, sous la forme d’une protestation. Celle-ci est aussi une promesse dans
laquelle tout se mêle : ce qui fait division
devient en effet unité, le corps social cesse
d’être présenté dans ce qui oppose et sépare
les groupes sociaux, ou autres, il devient un
« peuple », une unité, ce qui s’accommode
facilement d’autres propositions unifiantes,
et en particulier du discours de la nation. Le
populisme vient alors transformer comme
magiquement les problèmes, les difficultés,
en images unifiées d’un peuple éventuellement purgé de tout ce qui semble être un
obstacle : socialement, les immigrés, accusés
de voler l’emploi des nationaux par exemple,
culturellement et religieusement les musulmans, car l’islam viendrait mettre en cause
l’homogénéité de la nation, ses « valeurs », et
s’il faut vraiment un autre bouc émissaire,
les juifs, qui assurent classiquement cette
fonction.
Les populismes contemporains en Europe proposent une réponse mythique à la
crise politique de la représentation classique,
et au décalage majeur apparu entre les partis,
leur discours, leur mode de fonctionnement,
leur vision de l’avenir, les intérêts particuliers de leurs membres, et la société telle
qu’elle est, avec ses attentes, ses demandes.
Ils correspondent à un moment singulier
de l’histoire de l’Europe : celui où un vieux
monde se défait, industriel, post-colonial et
post-soviétique, et où un nouveau apparaît.
Un moment où les forces politiques nées
dans le vieux monde semblent à la traîne, incapables de rentrer dans le nouveau monde,
et de penser global, d’aborder réellement le
risque climatique, d’essayer de construire
l’Europe tout en répondant aux aspirations
nationales.
Conclusion:
pour la démocratie
D’où notre conclusion : il faut inventer
de nouvelles formes de démocratie et de vie
politique si nous voulons voir régresser les
populismes sans qu’ils laissent la place à bien
pire –les violences, la haine, la guerre. Car
de toute façon, après le populisme viendra
nécessairement son dépassement, et donc la
décomposition du mythe : c’est ce dépassement qu’il s’agit de penser.
Le populisme critique, proteste, dénonce
sans être gêné par ses propres turpitudes,
sa propre corruption, ou les « affaires » qui
l’éclaboussent. Aussi longtemps que le mythe
tient, sans que la force populiste concernée
puisse parvenir aux affaires, il est erroné
de parler d’extrémisme, de faire des comparaisons avec le fascisme ou le nazisme,
d’envisager l’essor de la violence. Le véritable
danger est dans l’après-populisme, lorsque
celui-ci ou bien parvient aux affaires, électoralement, ou bien se déstructure pour laisser
la place à des orientations inquiétantes qu’il
véhiculait mais sans leur laisser une réelle
capacité d’action : extrémisme de droite,
nationalisme sans nuance, autoritarisme anti-démocratique, pulsions révolutionnaires,
etc. Dans les deux cas, les pires scenarii
méritent d’être envisagés : les menaces qu’il
peut véhiculer ou accompagner ne sont rien à
côté des dangers qui pourraient résulter de sa
disparition, et des forces du mal qui seraient
alors libérées. Il est urgent de réinventer
et de relancer la démocratie, c’est-à-dire le
traitement politique des différends qui font
la diversité et le pluralisme de toute société.
Il y faudra du temps, car la crise est profonde.
1. cf. par exemple Guy Hermet, Les Populismes dans
le monde. Une histoire sociologique, XIXème-XXème siècle,
Fayard, Paris, 2001.
2. cf. par exemple Alain Rouquié, Le siècle de Peron,
Paris, Seuil, 2016.
3. «Les quatre points cardinaux du populisme», La
Vanguardia, 6 février 2017, repris sur mon Carnet
d’hypothèses, le 15 février 2017.
4. Jean-Werner Müller, Qu’est-ce que le populisme ?
Paris, folio, 2017.
VANGUARDIA | DOSSIER
115
E U RO PA E N J U E G O
HOW EASTERN EUROPEAN POPULISM IS
DIFFERENT THAN ITS
WESTERN EUROPEAN
COUNTERPART
Slawomir Sierakowski
DIRECTOR OF THE INSTITUTE FOR ADVANCED
STUDY IN WARSAW.
E
ASTERN EUROPE DOES NOT EXIST
When modern national identities were
emerging, most of today’s Eastern European
countries were not even on the map. Their
most prominent nationals were citizens of
other countries, and their broader populations were generally backward and politically
disenfranchised. The common experience that
ultimately joined Czechs, Poles, Romanians,
and Hungarians was Communism.
The nineteenth-century experience of
struggles for independence has made Eastern
European countries more nationalistic and
more sensitive to issues of sovereignty, while
the experience of communism (which was often more nationalist than leftist) has discredited the political left. The legacy of communism
is that the region is poorer, more backward,
more corrupt, and cut off from immigration.
Eastern European countries differ from
their Western neighbors in terms of their
economic model. They lack the experience of
116 VANGUARDIA | DOSSIER
the post-war welfare state. Meanwhile, the fall
of communism came at the height of faith in
neoliberalism, which is why the capitalism
that was introduced in Poland, the Czech
Republic, and Hungary (as well as Russia) is far
more neoliberal that its equivalent in Germany, France, or Italy.
The common experiences of twentieth-century communism and nineteenth-century nationalism make the region far more
populist than Western Europe. But the region’s internal differences also mean that it
is home to entirely different brands of populism. Polish populism is ideological, while
the Czech Republic’s resembles the iconic
character Josef Švejk in that it is half-witted
and bumbling, and therefore less threatening.
Hungary, meanwhile, has gangster populism.
PiS is like a monastery, Fidesz is like the mob,
and Andrej Babiš’s ANO is like a madhouse.
The populism of Slovakia’s Robert Fico does
not resemble anything—it is an invisible populism, although it involves the rather surreal
element of cooperation with the Italian mafia.
Fico’s invisible populism has proven the least
populist, and led to economic growth in Slovakia. On the other hand, it also proved the most
murderous—only Slovakia has experienced
the shocking murder of a journalist, most
likely with the involvement of businessmen
cooperating with government authorities.
How Eastern European
Populism is Different than
its Western European
Counterpart
As political scientists Martin Eiermann,
Yascha Mounk, and Limor Gultchin of the
Tony Blair Institute for Global Change have
shown, only in Europe’s post-communist east
do populists routinely beat traditional parties
in elections. Of 15 Eastern European countries,
populist parties currently hold power in seven,
belong to the ruling coalition in two more,
and are the main opposition force in three.
Eiermann, Mounk, and Gultchin also
point out that whereas populist parties captured 20% or more of the vote in only two
Eastern European countries in 2000, today
they have done so in ten countries. In Poland,
populist parties have gone from winning a
mere 0.1% of the vote in 2000 to holding a parliamentary majority under the Law and Justice
(PiS) party’s current government. And in Hun-
gary, support for Prime Minister Viktor Orbán’s
Fidesz party has at times exceeded 70%.
Aside from hard data, we need to consider
the underlying social and political factors that
have made populism so much stronger in Eastern Europe. For starters, Eastern Europe lacks
the tradition of checks and balances that has
long safeguarded Western democracy. Unlike
PiS Chairman Jarosław Kaczynski, Poland’s
de facto ruler, Donald Trump does not ignore
judicial decisions or sic the security services
on the opposition.
Or consider Special Counsel Robert
Mueller’s investigation into Trump and his
campaign’s ties to Russia. Mueller was appointed by US Deputy Attorney General Rod
Rosenstein, a government functionary who
is subordinate to Trump within the executive
branch. But while Trump has the authority to
fire Mueller or Rosenstein, he wouldn’t dare
do so. The same cannot be said for Kaczynski.
Another major difference is that Eastern
Europeans tend to hold more materialist
attitudes than Westerners, who have moved
beyond concerns about physical security to
embrace what sociologist Ronald Inglehart
calls post-materialist values. One aspect of this
difference is that Eastern European societies
are more vulnerable to attacks on abstract
liberal institutions such as freedom of speech
and judicial independence.
This shouldn’t be too surprising. After all,
liberalism in Eastern Europe is a Western import. Notwithstanding the Trump and Brexit
phenomena, the US and the UK have deeply
embedded cultures of political and social liberalism. In Eastern Europe, civil society is not
just weaker; it is also more focused on areas
such as charity, religion, and leisure, rather
than political issues.
Moreover, in the vastly different political
landscape of Europe’s post-communist states,
the left is either very weak or completely
absent from the political mainstream. The political dividing line, then, is not between left
and right, but between right and wrong. As a
result, Eastern Europe is much more prone
to the “friend or foe” dichotomy conceived
by the anti-liberal German political and legal
theorist Carl Schmitt. Each side conceives of
itself as the only real representative of the
nation, and treats its opponents as illegitimate
alternatives, who should be disenfranchised,
not merely defeated.
E U RO PA E N J U E G O
Is the Case of Poland Really
Similar to Hungary?
Stalin, in the first decade of Soviet power,
backed the idea of “socialism in one country,”
meaning that, until conditions ripened, socialism was for the USSR alone. When Hungarian
Prime Minister Viktor Orbán declared, in July
2014, his intention to build an “illiberal democracy,” it was widely assumed that he was
creating “illiberalism in one country.” Now,
Orbán and Jarosław Kaczynski, the leader of
Poland’s ruling Law and Justice (PiS) party, and
puppet-master of the country’s government
(though he holds no office), have proclaimed
a counter-revolution aimed at turning the
European Union into an illiberal project.
After a day of grinning, backslapping
bonhomie at the 2018 Krynica conference,
which styles itself a regional Davos, and which
named Orbán its Man of the Year, Kaczynski
and Orbán announced that they would lead
100 million Europeans in a bid to remake
the EU along nationalist / religious lines. One
might imagine Václav Havel, a previous honoree, rolling over in his grave at the pronouncement. And former Ukrainian Prime Minister Yuliya Tymoshenko, another previous
winner, must be aghast: her country is being
ravaged by Russia under President Vladimir
Putin, the pope of illiberalism and role model for Kaczynski and Orbán.
The two men intend to seize the opportunity presented by the United Kingdom’s
Brexit referendum, which demonstrated that,
in today’s EU, illiberal democrats’ preferred
mode of discourse – lies and smears – can be
politically and professionally rewarding (just
ask the UK’s former foreign secretary, Boris
Johnson, a leading Brexiteer). The fusion of
the two men’s skills could make them a more
potent threat than many Europeans would
like to believe.
What Orbán brings to the partnership
is clear: a strain of “pragmatic” populism. He
has aligned his Fidesz party with the European People’s Party, which keeps him formally
within the political mainstream and makes
German Chancellor Angela Merkel an ally who
provides political protection, despite his illiberal governance. Kaczynski, however, chose
to ally the PiS with the marginal Alliance of
European Conservatives and Reformists, and
quarrels almost ceaselessly with Germany and
the EU Commission.
Moreover, Orbán has more of the common touch than his Polish partner. Like Donald Tusk, the former Polish prime minister
who is now President of the European Council, he plays soccer with other politicians.
Kaczynski, by contrast, is something of a hermit, who lives alone and spends his evenings
watching Spanish rodeo on TV. He seems to
live outside of society, whereas his supporters
seem to place him above it – the ascetic messiah of a Poland reborn.
It is this mystical fervor that Kaczynski
brings to his partnership with the opportunistic Orbán. It is a messianism forged from
Polish history – a sense that the nation has a
special mission for which God has chosen it,
with the proof to be found in Poland’s especially tragic history. Uprisings, war, partitions:
these are the things a Pole should think about
every day.
A messianic identity favors a certain type
of leader – one who, like Putin, appears to be
animated by a sense of mission (in Putin’s
case, it is the same mission proclaimed by the
czars: Orthodoxy, autocracy, and nationality).
So, whereas Orbán is a cynic, Kaczynski is a
fanatic, for whom pragmatism is a sign of
weakness. Orbán would never act against his
own interests; Kaczynski has done so many
times. By attacking members of his own coalition government, for example, Kaczynski
lost power in 2007, only two years after he had
won it. He seems to have no plans. Instead, he
has visions – not of fiscal reform or economic
restructuring, but of a new type of Poland.
Orbán seeks nothing of the kind. He
doesn’t want to create a new-model Hungary;
his only aim is to remain, like Putin, in power
for the rest of his life. Having governed as a liberal in the 1990s (paving the way for Hungary
to join both NATO and the EU) and lost, Orbán
regards illiberalism as the means to win until
he takes his last breath.
Kaczynski’s illiberalism is of the soul. He
calls those outside his camp “the worst sort of
Poles.” Homo Kaczynskius is a Pole preoccupied
with his country’s fate, and who bares his teeth
at critics and dissenters, particularly foreign
ones. Gays and lesbians cannot be true Poles.
All non-Polish elements within Poland are
viewed as a threat. The PiS government has not
accepted a single refugee of the tiny number –
just 7,500 – that Poland, a country of nearly 40
million, agreed with the EU to take in.
Despite their different motivations for
embracing illiberalism, Kaczynski and Orbán agree that, in practical terms, it means
building a new national culture. State-funded
media are no longer public, but rather “national.” By eliminating civil-service exams,
offices can be filled with loyalists and party
hacks. The education system is being turned
into a vehicle for fostering identification with
a glorious and tragic past. Only cultural enterprises that praise the nation should receive
public funding.
For Kaczynski, foreign policy is a function
of historical policy. Here, the two men do
differ: whereas Orbán’s pragmatism keeps
him from antagonizing his European and US
partners excessively, Kaczynski is uninterested
in geopolitical calculation. After all, a messiah
does not trim his beliefs or kowtow; he lives to
proclaim the truth.
So, for the most part, Kaczynski’s foreign
policy is a tendentious history seminar. Poland
was betrayed by the West. Its strength – today and always – comes from pride, dignity,
courage, and absolute self-reliance. Its defeats
are moral victories that prove the nation’s
strength and courage, enabling it, like Christ,
to return from the dead after 123 years of absence from the map of Europe.
The Five Lessons
of Populists Rule
The conventional view of populism posits
that an erratic ruler will enact contradictory
policies that primarily benefit the rich. The
poor will lose, because populists have no hope
of restoring manufacturing jobs, despite their
promises. And massive inflows of migrants
and refugees will continue, because populists
have no plan to address the problem’s root
causes. In the end, populist governments,
incapable of effective rule, will crumble and
their leaders will either face impeachment or
fail to win re-election.
Kaczynski faced similar expectations. Liberal Poles thought that he would work for the
benefit of the rich, create chaos, and quickly
trip himself up – which is exactly what happened in 2005-2007, when Kaczmarczyk’s Law
and Justice Party (PiS) last governed Poland.
But the liberals were wrong. PiS has transformed itself from an ideological nullity into a
party that has managed to introduce shocking
changes with record speed and efficiency:
VANGUARDIA | DOSSIER
117
E U RO PA E N J U E G O
No to neoliberalism. In 2005-2007, PiS implemented neoliberal economic policies (for
example, eliminating the highest income-tax
bracket and the estate tax); this time, it has
enacted the largest social transfers in Poland’s
contemporary history. Parents receive a 500
złoty ($120) monthly benefit for every child
after their first, or for all children in poorer
families (the average net monthly income
is about 2,900 złoty, though more than twothirds of Poles earn less). As a result, the poverty rate has declined by 20-40%, and by 70-90%
among children.
The list goes on: In 2016, the government introduced free medication for people
over the age of 75. The minimum-wage now
exceeds what trade unions had sought. The
retirement age has been reduced from 67 for
both men and women to 60 for women and 65
for men. The government also plans tax relief
for low-income taxpayers.
The restoration of “order.” Independent institutions are the most important enemy of
populism. Populist leaders are control freaks.
For populists, it is liberal democracy that leads
to chaos, which must be “put in order” by a
“responsible government.” Media pluralism
leads to informational chaos. An independent
judiciary means legal chaos. Independent public administration creates institutional chaos.
And a robust civil society is a recipe for chronic
bickering and conflict.
But populists believe that such chaos
does not emerge by itself. It is the work of
perfidious foreign powers and their domestic
puppets. To “make Poland great again,” the
nation’s heroes must defeat its traitors, who
are not equal contenders for power. Populist
leaders are thus obliged to limit their opponents’ rights. Indeed, their political ideal is
not order, but rather the subordination of all
independent bases of power that could challenge them: courts, media, business, cultural
institutions, NGOs, and so forth.
Electoral dictatorship. Populists know how
to win elections, but their conception of democracy extends no further. On the contrary,
populists view minority rights, separation of
government powers, and independent media
– all staples of liberalism – as an attack on majority rule, and therefore on democracy itself.
The political ideal that a populist government strives for is essentially an elected
dictatorship. And recent US experience sug-
118 VANGUARDIA | DOSSIER
gests that this can be a sustainable model.
After all, everything depends on how those in
power decide to organize elections, which can
include redrawing voting districts or altering
the rules governing campaign finance or political advertisements. Elections can be falsified
imperceptibly.
Might makes right. Populists have benefited
from disseminating fake news, slandering
their opponents, and promising miracles that
mainstream media treat as normal campaign
claims. But it is a mistake to think that truth
is an effective weapon against post-truth. In a
post-truth world, it is power, not fact-checking,
that is decisive. Whoever is most ruthless and
has the fewest scruples wins.
Populists are both unseemly and ascendant. Trump’s supporters, for example, have
come to view tawdriness as evidence of credibility, whereas comity, truth, and reason are
evidence of elitism. If people are worse off
under liberal democracy, so much the worse
for liberal democracy.
Those who would resist populism must
come to terms with the fact that truth is not
enough. They must also display determination
and ruthlessness, though without becoming
the mirror image of their opponents.
The current situation in Poland can serve
as a useful example. After a year of retreating,
the two largest opposition parties have begun
to occupy the Sejm (Poland’s parliament) to
protest an illegal vote on the state budget. They
are laying a trap for Kaczynski’s government:
back down or resort to violence. Either way,
he loses.
Nationalism is not dead. Unfortunately, what
won’t lose, in Poland and elsewhere, is nationalism – the only ideology that has survived
in the post-ideological era. By appealing to
nationalist sentiment, populists have gained
support everywhere, regardless of the economic system or situation, because it is being
fueled externally, namely by the influx of
migrants and refugees.
Mainstream politicians, especially on
the left, currently have no effective message
on the issue. Opposing migration contradicts
their ideals, while supporting it means electoral defeat.
But the choice should be clear. Either
populism’s opponents drastically change their
rhetoric regarding migrants and refugees, or
the populists will continue to rule. Migrants
and refugees lose in either scenario, but in the
second, so does liberal democracy. Such calculations are ugly – and, yes, corrosive of liberal
values – but the populists, as we have seen, are
capable of far nastier tradeoffs.
Kaczynski had succeeded in establishing
control over two issues near and dear to voters:
social transfers and immigration. As long as he
controls these two bastions of voter sentiment,
he is safe.
Poles, Hungarians, and other Eastern
Europeans are combatting populism by appealing to the law, to European Union, to
their countries’ economic interests. But the
truth is that populists can only be defeated
politically. The EU is essentially helpless. The
famed Article 7, whose implementation is
precedent by a series of steps, has never been
implemented. Even if it were, that process
would only suspend the given country’s voting
rights—but that will never happen, because
it requires unanimity. Orbán and Kaczynski
safeguard each other by guaranteeing a veto
on such a vote. Regardless of that fact, enough
politicians in Brussels are holding back from
imposing punishment on rule-breaking member states because they are worried that that
would supply the populists with arguments to
support their conspiracy theories concernig
enemies lying in wait for the Polish, Hungarian, or Czech nation.
Populists have to be defeated electorally.
In Poland that outcome is quite probable, but
in Hungary it is essentially impossible. The
independent media has survived in Poland
(thanks to the fact that the largest print and
television outlets are owned by German or
American corporations, and the Polish government is wary antagonizing the US and Germany) and the Polish judiciary is standing firm
against pressure from the ruling party, as is
the country’s strong civil society. In Hungary,
meanwhile, there is almost no independent
media to speak of, while the judiciary has been
largely subordinated to the ruling party, to
the degree that Hungary no longer meets the
most concise definition of democracy—there is
no doubt as to who will win the next election.
The Beginning of the End
for Poland’s Populists?
In local elections held in October and November 2018, the Polish opposition stood up
to Kaczynski. Although Kaczynski’s Law and
E U RO PA E N J U E G O
Justice party obtained the highest level of support — 34 percent — in the elections to Poland’s
16 provincial assemblies, the second-place Citizens’ Coalition was only seven points behind,
at 28 percent. The third- and fourth-strongest
showings were also by opposition parties — the
Polish People’s Party, with 13 percent, and the
Democratic Left Alliance, with 6.6 percent.
As a result, half of the provincial assemblies are controlled by the opposition. Local
elections in Poland are highly significant, as
provincial assemblies control the disbursement of European Union funds (of which Poland is the largest beneficiary, receiving some
14 billion euro annually) and perform other
key functions. Tellingly, they closely resemble
parliamentary elections — which Poland will
hold in the fall.
The real disaster for PiS happened in the
cities. In total, of the 107 cities where voters
choose “presidents” — more or less the country’s largest cities — Law and Justice won just
five, and small ones at that.
The results show that Law and Justice can
count on only roughly a third of the vote in
Poland. If next year’s parliamentary election
were held today, the party would be pushed
out of power. Whether it can come back over
the next ten months depends on how well
the opposition can take advantage of the
situation.
Poland is not and will not be the leader of
Eastern Europe. But it may play a similar role
to the one it had in 1989 and prove to be the
first domino to herald the fall of populism in
the region.
HOW CAN THE EU
FIGHT THE RISE
OF AUTOCRACIES
INSIDE ITS BORDERS?
Jan-Werner Müller
PROFESSOR OF POLITICS AT PRINCETON UNIVERSITY.
L
iberal democracy is under threat in Hungary and Poland. The ongoing destruction
of what had appeared as fairly consolidated
democratic and rule of law systems is sometimes dismissed as a regrettable, but ultimately just local, problem. Other European crises,
from the Eurocrisis to Brexit, have seemed
much more important. This is a mistake. The
European order is a legal order and depends
on EU Member States trusting each other to
observe the rule law. It is also an order that
promised states emerging from authoritarianism – starting with Spain, Portugal, and
Greece in the 1970s – that Europe would
block any road back into autocracy. Today,
the EU’s very legal functioning – and its core
moral promise of a community of shared
values – are under threat. In that sense, the
threat is existential, even if headlines about
markets attacking Member States or Theresa
May’s latest blunders always happen to be
much bigger.
How should the Union address the rise
of autocracy in two Member States? This question is sometimes batted away by saying that
an institution such as the EU, which is itself
not really democratic, cannot act as a credible
defender of democracy. This overlooks that
the Member States have freely delegated specific tasks to the EU – and that those tasks include the defense of democracy. In particular,
they have established sanctions for those not
observing fundamental European values such
as democracy and the rule of law; concretely,
there is Article 7 of the Treaty on European
Union (TEU).
Article 7 provides for the suspension of
the voting rights of a Member State in the
European Council, if that Member State is in
persistent breach of fundamental European
values. It is important to understand that Article 7 does not really mandate anything like
intervention within a Member State; rather,
it is a mechanism to insulate the rest of the
Union from the government of a particular
Member State: it enables a moral quarantine,
not an actual intervention. Thus, it cannot
immediately change the internal politics of
a “rogue state.”
This quarantining has a strong justification: EU law applies across national borders,
after being created by individual Member
States acting together: an autocratic state
will make decisions in the European Council
and therefore, at least indirectly, govern the
lives of all citizens. More important still is the
fact that Hungarian and Polish courts are
also EU courts – they apply EU law, and their
decisions have to be recognized across the
Union. Thus literally every European citizen
has an interest in not being faced with an authoritarian Member State in the EU. Just think
of the European Arrest Warrant, which relies
on the idea of mutual recognition of judicial
decisions – and ultimately on trusting that all
Member States guarantee the rule of law and
the independence of the judiciary.
This point cannot be stressed enough:
The EU is built on the idea of democratic
states trusting each other. The Eurocrisis has
had horrendous consequences in Southern
Europe, and, if the Euro were to fail completely, the global repercussions would be enormous. But, ultimately, the Euro would have
been just a failed policy. Having autocracies in
the EU, by contrast, puts in question the very
idea of how the Union functions as a polity.
There is a further justification for democracy protection that can bolster the EU’s
authority to protect Member State democracy.
One of the explicit goals of European enlargement to the East was to consolidate liberal
democracies (or complete the transition to
liberal democracy in the first place in the case
of Romania and Bulgaria). The region’s governments – following the examples of Spain,
Portugal, and Greece – sought to lock themselves into Europe precisely so as to prevent
what is now often referred to as “backsliding”;
it was like Ulysses ordering his sailors to bind
him to the mast in order to resist the siren
songs of illiberal and antidemocratic voices
in the future.
Considered against this background,
Hungarian and Polish leaders are wrong to accuse Brussels of some form of “Eurocolonial-
VANGUARDIA | DOSSIER
119
E U RO PA E N J U E G O
ism.” Viktor Orbán has complained that “they
are trying to tell us how to live.” In fact, “they”
are only reminding Hungarians and Poles
how they wanted to live when they joined
the Union in 2004 (which is not to say that it
is never legitimate to criticize the EU because
of an initial commitment to membership – it
is just not reasonable to do so, when Brussels
lives up to the very commitments a Member
State population once sought).
Does the EU have the
Capacity to Protect Liberal
Democracy in Member
States?
The EU does have authority to protect liberal democracy in Member States – the question now is whether it has the capacity to do
so. Article 7 remains the main instrument. For
a long time, Article 7 was considered a “nuclear option,” in the words of former European
Commission president José Manuel Barroso.
Countries would seem to be too scared that
sanctions might also be applied against them
one day. In the case of Poland, the European
Commission finally moved towards the invocation of Article 7 in December 2017 – but it
remains unlikely that the Commission will
be able to succeed in convincing a sufficient
number of Member States in the Council to go
along with sanctions.
What about the Commission acting on
its own, in its role as the guardian of the European treaties? The problem is that the instruments the Commission has at its disposal are
often not a good match for the specific political challenges to liberal democracy. Infringement proceedings can only be based on EU
law – which often does not cover the relevant
areas of democracy and the rule of law. Just
think of the Hungarian government’s 2011
de facto decapitation of the judicial system by
lowering the retirement age of judges from 70
to 62. The Commission took Hungary to the
European Court of Justice for age discrimination – and won its case. But the judges were
never reinstated. Despite its nominal legal
success Europe appeared impotent in getting
at the real issue, which was about capturing
the judiciary for one political party and had
nothing to do with the discrimination of
individuals.
In 2014, the Commission added a “rule
of law mechanism” to its repertoire of in-
120 VANGUARDIA | DOSSIER
struments – but that can only lead to the
triggering of Article 7 in the end. The “mechanism” is also heavily reliant on the idea that
“dialogue” can solve any conflicts between
the Commission and a Member State government. True, the EU is based on practices of
constructive dialogue and compromise. But
such practices are often only plausible from
a certain technocratic perspective: “we” are
trying to solve problems together – so the
assumption runs. In the cases of Hungary and
Poland, this is of course an illusion. Fidesz and
PiS have a political agenda; their conflict with
Brussels is political in nature; and they have
used that conflict – portrayed as one between
the nation and an unelected supranational
bureaucracy – to gain support in domestic
politics.
Party Politics
to the Rescue?
It has often been said that the Eurocrisis
has brought about the politicization of Europe –
and that it is now time for the Europeanization
of politics: European citizens have woken up
to the fact that what happens elsewhere in
Europe has a direct impact on their lives. Alas,
a less desirable effect of such interdependence
has also become apparent: the nominally
“mainstream” conservative / Christian Democrat European People’s Party (EPP) has consistently decided to shield Orbán from criticism
and potential sanctions. Leading EPP politicians time and again issued stern warnings to
the Hungarian prime minister – for instance,
when the Hungarian prime minister publicly
mused about reintroducing the death penalty
in Hungary, an absolute no-no for Christian
Democrats in particular. But they have never
come even close to excluding Orbán’s Fidesz
party from its ranks. The reasons seem simple:
Fidesz has a relatively large number of deputies in the European Parliament, and the EPP
is firmly committed to keeping its plurality
in the parliament (Helmut Kohl once insisted
that Christian Democrats had not built Europe to then leave it to socialists). Perversely,
it might have been easier to expel Fidesz at a
time when the Parliament had few powers;
the more important it became, the more
incentive to have a large grouping such as the
EPP. Put even more bluntly: the more democratic the EU as a whole, the less protection
for national democracies from authoritarian
forces inside Member States.
True, in September this past year a significant number of EPP deputies at last changed
their minds and supported triggering Article
7 against the Hungarian government. One
the one hand this proved that the European
Parliament could be a significant actor in
European democracy defense, after all. But
the EPP still do not come close to excluding
Fidesz, and it seems with hindsight that the
EPP leadership played a careful double game:
being seen as uncompromising on European
values, but keeping Fidesz (and its large number of deputies in the fold) – and, knowing full
well all along that, given the likely response
of the European Council, no real sanctions
against Budapest would follow.
The government in Warsaw is at a distinct disadvantage compared to Orbán: The
Law and Justice Party (PiS) is not a member of
the EPP but of the much smaller and marginal European Conservatives and Reformists.
This grouping of Eurosceptics is dominated
by the British Tories. Theresa May, remaining
faithful to the dictates of supranational party
loyalty, told a Warsaw audience in December 2017 that constitutional matters were
Poland’s own business. But the Tories are to
disappear from the EU party scene with Brexit. Warsaw simply is not as firmly protected in
the way that Budapest is.
There has been one case in the past when
a supranational party family suspended a
member (the Party of European Socialists de
facto excluded Slovakia’s SMER after the latter
entered a coalition with the extreme-right
SNS), and the change of tune of the EPP leadership in September 2018 was not trivial. But,
ultimately, the problem here is structural: as
the American political scientist Dan Kelemen
has argued, Europe’s party system is developed enough for party loyalty across borders
to matter – hence the EPP’s de facto continuing
support for Orbán. Yet the party system is not
developed enough truly to Europeanize political issues – which matters because pockets
of authoritarianism within larger democratic structures usually only are dissolved by
“federalizing” the problem. Kelemen calls
the EU’s current state an “authoritarian
equilibrium” – with the consequence that
democratic actors de facto supporting undemocratic actors tend not to pay a price for their
conduct. As long as election campaigns for the
E U RO PA E N J U E G O
European Parliament remain national affairs,
it is unlikely that this fateful equilibrium will
become destabilized.
It’s Not Culture War
Orbán has been very effective in reframing the conflict with the EU as one of “mere
politics” or to put it even more bluntly, subjective value choices. Liberals, as he and other
defenders of his vision of an “illiberal state”
will charge, simply do not like his conservative family policies, his defense of strong
nation-states inside the European Union, and,
most of all, his rejection of immigration and
the settlement of refugees in Hungary. One
can legitimately disagree about these issues
in a democracy. But by focusing all attention
on them, Orbán has remade what should be
a debate about basic democratic institutions
into yet another culture war (with an appeal
to conservatives everywhere in Europe to join
his side).
Once the conflict has been declared a
matter of seemingly subjective value commitments, it becomes easy to accuse the liberals
of being the real illiberals: even though they
are supposed to be the defenders of diversity,
they cannot tolerate an ethnic nationalist like
Orbán who seeks to deviate from a supposed
Western mainstream of multiculturalism
A number of observers have been willing
to concede that “illiberal democracy” might
be a legitimate reaction to undemocratic
liberalism. The EU appears as an obvious instance of a liberal technocracy against which
“the will of the people” needs to be asserted.
Yet the EU prescribes neither a uniform legislative stance on controversial questions such
as same-sex marriage nor a single model of
democracy. Its members just have to be democratic enough according to the (admittedly
flawed) Copenhagen criteria according to
which only states with democracy, the rule of
law, and the capacity to compete in the single
market can join the club.
When EU leaders have criticized the
Hungarian and Polish governments, Budapest and Warsaw have countered that they
are defending national sovereignty against
liberal diktats from Brussels. Alas, the Union
has played into their hands by making it
seem that democracy always belongs to the
nation-state, and that the liberal repair crew
from Brussels only turns up if there is some
drastic malfunction with the rule of law.
Instead, EU representatives should have been
much clearer that, by defending an independent judiciary as well as civil society and critical media, they are defending nothing less
than democracy itself. Put differently: one can
have many legitimate policy disagreements in
the EU. What one cannot get is this: having
one’s preference for an undemocratic polity
realized inside the Union.
that matter, that strong exercises of EU leverage have produced any severe backlashes.
Orbán’s self-declared “war of independence,”
or so polls suggest, has not proven popular. In
fact, approval ratings for (and trust in) the EU
remain among the highest in Hungary and
Poland. “Huxit” or “Poxit” do not appear to be
credible threats at this point. The EU should
stop being scared by autocrats.
What Can Be Done?
The solution is probably not a matter of
yet more mechanisms and legal procedures.
Citizens should hold the enablers of autocracy
– such as EPP leaders Joseph Daul and Manfred Weber – accountable. The Commission
should be much more determined to fulfil its
role as guardian of the treaties. Jean-Claude
Juncker, traumatized by Brexit, has been far
too prone to shy away from any conflict for
fear of deepening further divisions in Europe
– seemingly oblivious to the possibility that he
might go down in history as the Commission
President under whom the spread of rule of
law rot became irreversible. The EU should
also get serious about cutting subsidies to
countries that no longer comply with the basic
normative commitments of the Union. True,
sanctions can often hurt the most vulnerable
in a society. But EU funds have often been to
Orbán’s ruling clique what oil is to Arab authoritarian states: a free resource that can be
used to keep cronies happy and buy political
support. And true, there is always the worry
about nationalist backlash against EU sanctions. Yet for Europe to try to “hold back” or
try somehow to remain “neutral” in highly
charged domestic conflicts about matters of
polity (and not just policy) is not costless, and
also not really “neutral.” A reluctance to try to
protect liberal democracy in a Member State
will betray the hopes of all those citizens of the
country in question who did put their trust in
the Union as some sort of guarantor against
new forms of authoritarianism. In any case,
a government eager to dismantle checks and
balances, for instance, will on some level know
that it is heading for a conflict with European
institutions – hence it has every incentive to
whip up Eurosceptic sentiments, whether the
EU actually does very much or not.
There is also little evidence that any
nationalist campaigns have worked, or, for
ITALY,
THE FOUNDING
PARTNER REBELLING
AGAINST BRUSSELS
Stefano Lepri
ECONOMICS COLUMNIST OF LA STAMPA.
T
HE SECRET OF ITALY’S ONETIME EUROPHIL-
IA was simple. It wasn’t that Italians trusted
European Union institutions so much. It was
they trusted their own institutions even less.
As to now, the European Union is widely criticized, while the populist coalition between
Five Star Movement and League has been blessed with wide support. But, though reduced,
the above gap persists.
For years, «Europe» had been the byword
for «doing things better». A company or a shop
tried to signal excellence by putting «euro» in
their names, or the twelve-starred blue flag
in their logos. European standards, as the
CE marking, were deemed to improve on the
VANGUARDIA | DOSSIER
121
E U RO PA E N J U E G O
sloppy Italian ones. But then, maybe slowly
starting from the currency changeover in
2002, some things went wrong.
Now also «100% Italian» finds some usage
as a mark of quality. But Italians’ negativity
about their country has not gone away. Compared to the rest of the continent, they declare
Italy has far worse bureaucracy, far worse politicians, worse schools, worse infrastructure.
If asked how they would vote in a referendum about the Eu, «Remain» beats «Leave» at
around 2 to 1 in various polls.
Autumn 2018 was an important test.
12 weeks after defying the European Commission with a high-deficit 2019 budget, the
Italian populist government changed it and
signed a precarious compromise with Brussels. A prompt survey found 34% approving
the agreement; only 15% supported a harder
anti-European stance, while 24% were more
on Europe’s side (Ipsos poll, December 22nd).
The massive use of Euroskeptic propaganda in the first months of the current
government has perhaps caused a backlash.
In a Flash Eurobarometer of December 2018,
supporters of the European Union grew back
at 64% in front of 15% opponents. Milan and
other areas of Northern Italy are so deeply integrated in the Single Market that they hardly
can imagine being out of it.
Both parties in the coalition, rightwing
League and populist Five Star Movement, had
campaigned against the euro. Both, separately,
backpedaled. However, opposition parties are
wary of openly taking the side of the European
authorities. Both the Democratic Party (centerleft) and Berlusconi’s Forza Italia (center-right)
chose to blame the government for «first defying, then obeying».
Towards the end of 2018 the coalition,
in charge since June, toned down its rhetoric
against Europe. Its two parties clash more and
more and run as rivals in local elections. Three
quarters of Italians support more economic
union in Europe (Piepoli poll, January 13th).
A latent inferiority complex towards
Northern Europe has long been part of Italian
identity. It used to fuel an impulse to behave
better «so as not to be left behind». Now that
Italians see their country struggling to keep
pace with its neighbours, a part of them has
turned to mistrust, sometimes into open hostility against the wealthier parts of Europe,
because «they left us behind».
122 VANGUARDIA | DOSSIER
Pride had moved the 1996 effort to join
the monetary union from start. The Prodi government decided a heavy budget adjustment
only after meeting in Valencia their Spanish
counterpart. There, José María Aznar told his
country was ready to be a founding member of
the euro. The then decided «eurotassa» (a special
tax to fulfil the Maastricht criteria) went well
with the citizens.
Nowadays Italy is in the grip of a
deep-reaching gloom. Pointing at scapegoats
proved expedient to politicians; and if Europe
is a controversial one, immigration seems not
to be. But the general mood is so bleak and
bitter that new, unforeseen swings of opinion
cannot be ruled out. The main cause is an
ongoing economic decline from which no
possible escape can be seen.
Pessimism about the future is widespread
in Europe. Few people hope that their children
will be wealthier than them. But in Italy this
is already a reality. Entry-level wages for newly
hired young people of higher education are
15-20% lower than 20 years ago, according to
the Bank of Italy1; or nearly half as much as
those currently offered in France for similar
positions.
On average, per capita income of Italians
– as measured by Istat, the National Statistics
Office – is about the same as 20 years ago. This
is already remarkable, a unique phenomenon
among advanced countries. But, even worse,
household disposable income, a more precise
indicator of citizens’ welfare, according to
recent studies from the Bank of Italy is not
higher than 30 years ago2.
A general impoverishment dampened the
rise in income inequality that affected in the
last years other countries. But older people, in
a country with a very low natality rate and a
long lifespan, managed to protect themselves
better, leaving younger people in the cold.
That’s why so many Italian graduates look
for jobs abroad. Sending children to attend
foreign universities, once a fashion for wealthy
people, is now a spreading aspiration among
middle class parents. Sensing this mood, in
December 2018 some television commercials
featured young bright people returning from
abroad to celebrate an Italian Christmas with
Mom and Dad.
Expatriates come from all of Italy; official
statistics, with 10.000 per month, likely understate the outflow. Though forming a lower
number of graduates than other European
countries (27% of people aged 25-34, against
42% in Spain, 44% in France) Italy finds hard to
place them. The ones that stay in the country
may end accepting jobs for which they are
overqualified.
Some families conclude that higher education doesn’t matter, or they cannot afford
the higher education that matters. In a Eurobarometer poll, Italians differ strongly from
other nationalities on what is important for
advancing in life: 22% answer «political connections», 28% «personal connections», 18% «a
wealthy family». (Corresponding numbers for
Spain are 7%, 18%, 7%).
Economists see a vicious circle between
low demand and low offer of skilled labour.
Nearly a quarter of all Italian-born youngsters
neither attends studies nor has a job, against
6% in Germany, 15% in France. Luigi Di Maio
(32), the current leader of the Five Star Movement and deputy prime minister, has been
one of them – and it shows, through his blatant inexperience.
Twice already Italy has been on the brink
of a public debt default, in 1992 and in 2011.
Each time, looking into the abyss disciplined
the bad habits of its politicians and soothed its
political strife only for a couple of years. Each
time, short-lived governments led by technocrats cut public expenditure and approved
some reforms. Afterwards, lessons were soon
unlearned.
Early signs of Italy’s economic decline
hark back to the 1990s, when rising profits
were mostly invested in real estate or public
utilities, with major Italian companies not
daring to thread beyond the country’s borders
or simply not understanding that globalization was under way. But a loss of economic
dynamism began being massively felt only in
the 2000s. Or, after the euro was born.
The latest year of Gdp growth higher
than 3% was, in fact, 2000. Changeover to
euro banknotes and coins in January 2002
caused the lasting impression of a steep rise in
prices, that no analysis of economic data has
ever confirmed. Probably a decade-long stagnation in earnings – since the wage increase
moderation pacts of 1992 and 1993 – came to
attention by means of the new currency.
During the early years of the monetary
union Italy did not experience a credit-fueled
growth boom like other «peripheral» euro
E U RO PA E N J U E G O
countries, such as Spain, Ireland, and even
Greece. Silvio Berlusconi had swept to an
ample victory in the 2001 general election
promising «a second Italian economic miracle» but under his rule an opposite outcome
took place: even slower growth.
Blaming the euro still wasn’t expedient,
because in the early 2000s Germany struggled
too. Few noticed that Italy fared badly in the
post-Lehman recession of 2009 because its
high public debt prevented an expansionary
budget stimulus. Full recognition of the country’s distress came only when the euro debt
crisis brought Berlusconi’s era to an end in
November 2011.
A second, deep recession followed. After
five years of sluggish recovery, unsatisfying
growth is frequently blamed on European
budget rules, though Italy got more exemptions than other countries from 2013 onwards, though Spain and Portugal managed
a stronger recovery while complying with the
same rules.
Luckily, nationalism has weak bases,
because of history. Mussolini’s grandstanding led to the WWII 1943 surrender and 18
months of civil war. The current champion
of «Italians First», deputy prime minister
Matteo Salvini (46), as late as 7 years ago said
he «didn’t feel represented by the Italian flag»,
being a supporter of independence for the
Northern regions.
Populist politicians can thrive on issues
that are strongly felt by angry minorities, up
to a certain point. When they hit a roof in
building consensus, they can choose whether:
a) dropping the issue; b) exasperating it, or
poisoning the middle ground, to force citizens to a drastic choice, yes or no (the Steve
Bannon strategy).
Salvini has long chosen b) towards immigration, the main topic by means of which he
changed his League from a Northern Italian
separatist party, hated by Southerners, into
a nationwide one. The underlying idea is: the
worse you treat immigrants, the worse they
behave, so Italians grow more hostile. Towards
the euro, on the contrary, he now chooses a).
The League (second party in the March
4, 2018 elections with 17,4%; first in current
opinion polls with 30-31%) fully exploited
the anti-euro grudge during its campaign. It
elected euro-skeptic stalwarts to important
charges in Parliament, causing foreign inves-
tors to retreat from Italy. In the first months
of government it was defiant against Europe,
much so than the Five Star Movement.
But, in deeds, the League soon grew wary
of an open clash. Beginnings of a capital flight
became visible, with wealthy people contacting Swiss banks or moving their euro deposits
to France or Germany. The main business
lobbies threatened street marches. Danger of
a full-blown financial crisis lurked. So, in December the rule-defying budget law for 2019
was changed.
Currently Salvini denies any intention
of euro exit. Rising rates on Italian debt (from
1,8% to a peak of 3,6% on the 10-year bond)
led him to understand that a Varoufakis-type
chicken game – credibly threaten a return to
the lira to gain budget concessions – would be
too dangerous. Uncertainty during Autumn
2018 helped pushing the Italian economy into
a slight recession.
Both parties had campaigned in 2018 on
less taxes: Italy’s tax burden will slightly rise
in 2019. Both parties had promised to revive
growth through massive public investments:
the new budget shows no significant increase
in investments. The populist illusion was
built by putting together many vocal pressure
groups; but their requests do not add up well.
Each party can claim success on its pet
issue: the League on earlier retirements, the
5SM on the «Citizenship Income» (a general
subsidy for the poor and unemployed). But
these two costly measures required cutting
other benefits and leaving other demands unfulfilled. A tax amnesty and less transparency
in public procurements belie the Five Star
claim for «honesty in government».
Hastily passed through Parliament, the
revised budget opened a few cracks in the
populist narrative. Some parts are decline-hastening, for example a generous tax relief for
small businesses under a threshold of turnover. A main cause of Italy’s productivity slump
is that a lot of inefficient small businesses
survive thanks to tax evasion; incentivizing
them to stay so will not help growth.
A budget truce with the Brussels Commission will not prevent the two parties from
exploiting anti-European feelings again when
campaigning for the European Parliament
elections of next May. Union bureaucrats can
still be blamed for everything unpleasant. Up
to a point, though: because the coalition is
fragile and could break up later in the year.
With an eye to possible snap political elections Salvini cannot risk alienating a business
community that is overwhelmingly pro-euro;
while the Five Star Movement (32,7% of votes
in 2018, 25-26% in recent opinion polls), in
search of new ideas to pare its loss of strength,
can hardly afford to revive such a disputed
issue as euro exit.
On the other hand, most opposition politicians do not dare support Europe openly,
fearing to be attacked as élites instructing
common people to behave better. Even more,
Italy’s unreformability pushes all parties (except the small «+Europa», or «More Europe») to
put their hopes in expansionary budgets. They
see no other way to a faster economic growth.
Only few «structural reforms» from the
mainstream economic recipe have been attempted after the 2011 crisis; they showed
unpopular even when reaping, as the labour
market reform of 2014, some evident positive
effects. The current government is even reversing some. Backlash in France against Emmanuel Macron’s policies has only strengthened
an already ingrained aversion.
Everybody is a misinterpreted Keynesian
in Italian politics today. No party approves
of the European budget rules as they are; so
that on the other side German politicians and
business people deepen their mistrust towards
Italy. In such a vicious circle, the rational solution – a large Euro area common budget, as
proposed by France – attracts scant support.
The interesting side of Italy’s plight, however, is in how the opposite of populism will
take shape. The current coalition commands a
wide range of demagoguery, from openly xenophobic to vaguely leftish. Spurts of protest
have been leaded by well-educated women or
enlightened business people; some center-left
mayors and some Catholic bishops defied an
anti-immigrant law.
Labour unions, initially besotted by
promises on retirement rules and labour
laws, staged a nationwide demonstration on
January 25th. The main business association,
Confindustria, criticizes both the early retirement law (absurd in a country with a very long
average life expectancy) and the «Citizenship
Income» (which could subsidize illegal hiring).
Intellectuals, economists, opinion leaders
of all sorts join in opposition, blurring old divides between conservatives and progressives.
VANGUARDIA | DOSSIER
123
E U RO PA E N J U E G O
Up to now, though, dissent is too diverse, and
reject of all the previously dominating politicians remains strong. Sympathizers of the
two governing parties are alike in preferring
«more order and less democracy» (Piepoli poll,
January 13th).
On January 12th, interestingly, the League
turned to join opposition parties, mayors,
business leaders, citizen groups, in a large
demonstration in Turin supporting a new rail
tunnel connection to France, which the 5SM,
in their Nimby-like hostility to great public
works, strongly oppose.
No later than Autumn 2019 financial
weakness is bound to reappear. According
to Treasury forecasts, the 2020 budget shall
require a heavy increase in taxes, 1,2% of Gdp
(when in power, populists become loath of
cutting expenditures).
If 10-year interest rate on Italian bonds
stays close to 3% – twice as high as Spain’s
– more banks could run into troubles. As to
politics, when diverging interests emerge inside the «people», the «neither right nor left»
5SM do not know how to choose. And how far
strongman Salvini shall be able to run on only
one issue, immigration? Wait for new twists
in the Italian plot.
1. The generation gap: a cohort analysis of earnings
levels, dispersion and initial labor market conditions in Italy,1974-2014, Banca d’Italia, Questioni di
economia e finanza n.° 366 (in English) by Alfonso
Rosolia and Roberto Torrini.
2. Inequality amid income stagnation: Italy over the
last quarter of a century, Banca d’Italia, Questioni di
economia e finanza n.° 442 (in English) by Andrea Brandolini, Romina Gambacorta and Alfonso Rosolia.
AFTER MERKEL
“GERMANY FIRST” OR
RATHER A LEADERLESS EUROPE?
Ulrich Krotz
PROFESSOR OF INTERNATIONAL RELATIONS, AND
DIRECTOR OF THE PROGRAMME ON EUROPE IN THE
WORLD, ROBERT SCHUMAN CENTRE FOR ADVANCED STUDIES, EUROPEAN UNIVERSITY INSTITUTE.
Joachim Schild
PROFESSOR OF COMPARATIVE POLITICS, UNIVERSITY OF TRIER.
124 VANGUARDIA | DOSSIER
A
NGELA MERKEL’S TENURE AS GERMAN
Chancellor is drawing to a close. In October
2018, she announced that she would not seek
reelection as head of the Christian Democratic
Party and would finish out her political career
by 2021, the year of the next regular federal
election. Little wonder, then, that observers
of German and European politics have started
to ask questions about the likely impact of this
change on the style and substance of German
European diplomacy. To be sure, Merkel’s
legacy and contribution to European integration does not compare to that of committed
Europeanist Helmut Kohl who, together with
French president François Mitterrand, put his
weight behind the single market project and
was decisive in launching the euro and the
Schengen free travel area. However, despite
her pragmatism and skepticism towards high
flying European visions and far reaching
plans, Angela Merkel invested significant
political capital in order to save the shaky
euro zone from collapsing and, in her view, in
defending core European values during the
2015 refugee crisis.
Will her successor(s) continue on this
path, searching patiently for (at times awkward) European compromises and defining
the cohesion of the European integrative
framework as a fundamental German foreign policy goal and an essential part of its
reason of state? Or will the next chancellor be
tempted to adopt a “Germany first” strategy,
defining German interests more narrowly and
more starkly in opposition to those of its part-
ners? Will Germany more frequently throw its
weight around? And does Merkel’s departure
weaken the Franco-German embedded bilateralism in European affairs?
Such questions are not entirely new.
After the end of the Cold War and following
German unification, prominent international
relations scholar John Mearsheimer predicted
an end to the European Community and the
return of Germany to great power politics.
Germany, however, chose the opposite path
in bringing about the Maastricht Treaty in
1991/92, relinquishing sovereignty in monetary policy in a field of core state powers and
scarifying its own currency in order to bind
itself even more firmly to a deepened European framework.
In the 2000s, after the start of the redgreen government led by Chancellor Schröder,
we saw a debate on the “normalization” of
German European diplomacy as the new
government adopted a harder line in negotiations on the Union’s multiannual budget and
more openly articulated German “national
interests” in EU policy-making. Chancellor
Schröder complained that Brussels wasted
German taxpayers’ money. However, this
change remained largely restricted to the level
of rhetoric and hardly affected the substance
of German European policy – much talk, yet
little real change in practices and action.
This new rhetoric did not prevent the German government, for instance, from playing a
leading role during the constitutional debate
in the first half of the 2000s. Joschka Fischer, a
pro-European-minded Foreign Minister from
the Green Party, not only put forward a far
reaching European constitutional blueprint
advocating a federation of nation-states built
around a Franco-German core; he also shaped,
together with his French colleague Dominique de Villepin, influential Franco-German
contributions on key institutional reform
issues as the European Convention drafted a
European “constitutional treaty.” Later, after
French and Dutch citizens had rejected that
treaty in their respective 2005 referenda, Angela Merkel picked up the pieces and, with support from French president Nicolas Sarkozy,
worked hard to reach a compromise on the
Lisbon Treaty and to ensure its ratification.
In the 2010s, during the Eurozone crisis, a
debate on German hegemony or domination
in the European Union raged. Many saw Ber-
E U RO PA E N J U E G O
lin as refusing intra-EU solidarity, imposing
“austerity” on debtor countries and strict
fiscal rules on the entire euro area. These
German policy stances, however, did not so
much reflect a narrowly defined German- or
creditor-state interest. Rather, they mirrored
deeply held economic ideas and ordoliberal
convictions. In several moments of truth from
2010-12 and again in 2015 during the Greek
crisis, Merkel opted for the integrity of the Eurozone. Her mantra “if the euro fails, Europe
fails” represented her belief that preserving
the euro framework, the single market and
the European Union remained a key foreign
policy goal for Germany.
Will this time be different? Will the end
of the Merkel era herald a more fundamental
change in Germany’s European policy? Will
the “reluctant hegemon” (Simon Bulmer and
William Paterson) lose its reluctance and play
a more hegemonic or openly dominant role
in Europe? Will Berlin be more likely to define
its national interests in ways that no longer
consider the core interests of its European
partners, primarily France?
A number of key structural factors still
work in the direction of continuity. Economic
interdependence, the importance of the single
market and the euro for German export interests and the nightmare of a coalition-building
effort against Germany in a disintegrating
Europe make us believe that Germany will not
lose its European credentials. A fundamental
change in German European diplomacy is
quite unlikely to happen anytime soon. However, increasing domestic constraints and
growing uncertainties about the future of
Germany’s key European partner, France, raise
a number of question marks and might slowly
but significantly change the course of German
European diplomacy.
Regarding the domestic constraints, we
may distinguish between short- and longerterm ones. In the short term, Chancellor
Merkel’s political weight on the domestic
scene is diminishing as the expiration of her
time in office draws closer. Due to her dwindling domestic power, she will hardly have
the necessary leadership resources, political
capital and domestic support to play a proactive leadership role at the European level. Her
party, the Christian Democratic Union (CDU),
and its sister party, the Christian Social Union
in Bavaria, saw their electoral base shrink in
the federal election and in the 2018 regional
state elections in Bavaria and Hesse. The European Parliament election in May 2019 and
four regional state elections this year might
continue or even sharpen this decline.
The latest series of federal and regional
state elections revealed a trend that is likely
to be of a more lasting nature: a profound
change in the German party system. We saw
the successful establishment of a populist and
Eurosceptic right-wing party, the AfD (Alternative für Deutschland). With 12.6 per cent of
the vote in the federal elections of September
2017 and 91 out of 709 MPs, the AfD not only
made it easily into the German Bundestag
but gained the status of the largest opposition
party in the federal parliament. On the other
end of the political spectrum, the Green Party,
occupying the opposite pole and campaigning
on a left-liberal, pro-European electoral platform, likewise surfs on a wave of success and
gained strong electoral support in regional
state elections. In early 2019, opinion polls
show the Green Party at around 20 per cent at
the federal level, some 5 per cent ahead of the
Social Democratic Party, with the CDU/CSU
hovering around 30 per cent. With support for
the “Left Party” – the successor of the former
East Germany’s repressive “Socialist Unity Party” – remaining robustly at or just below ten
per cent, and the small liberal FDP managing
to benefit only slightly from dissatisfaction
with the ruling “grand coalition” of CDU, CSU,
and SPD, the Christian parties and the Social
Democrats lost out, shrinking the political
center. This trend complicates the task of setting up coalition governments and managing
the conflicts among the partners once those
coalitions are successfully established.
The change in the party system and the
rise of the AfD also herald the end of the traditional pro-European cross-party consensus
that has largely prevailed since the mid-1950s
(arguably only briefly interrupted by the
Green Party’s critical stance towards the European Community back in the 1980s). The AfD’s
electoral platform for the upcoming European
Parliament election in May 2019 is seriously
considering a “Dexit”, with Germany leaving
the EU if the deep and thorough reforms
along the lines of its purely intergovernmental
blueprint for the Union cannot be achieved.
With this political competitor to its right, the
Bavarian CSU might be tempted to play with
soft-Eurosceptic positions and rhetoric even
more than in the past. Add to this picture the
profound politicization of European issues
– their growing salience and the increased polarization and party competition on European
issues in the German domestic debate, both
triggered and fueled by the multiple EU crises
over the last decade.
It is against this more complicated and
unfavourable domestic background that any
successor to Angela Merkel must establish her
domestic and international political standing.
Without mobilizing a solid domestic support
base, the pursuit of collective European goals
and a European definition of ‘national’ interests will be harder to achieve.
In the recent past, some of Germany’s
European partners considered Berlin’s stance
on a number of Eurozone reform issues as
egoistic and in opposition to a collective spirit
and solidarity. This holds true for the disputed issue of a substantial Eurozone budget
to absorb asymmetric economic shocks or
the debate on a European deposit insurance
scheme in which Germany was, and still is,
very reluctant to mutualize banks’ risks as
long as these risks on banks’ balance sheets
are not effectively reduced.
The end of the pro-European party consensus makes it much more demanding to
add the new elements of risk-sharing in the
euro area for which France and the Southern
European member states have repeatedly
asked (and which the northern creditor states
of the “new Hanseatic league” have forcefully
opposed). In Germany, however, opposition
against any new instruments of intra EU
redistribution, especially against potential
fiscal transfers which might turn out to be of
a durable nature, is deeply entrenched, not
only in the ranks of the AfD, but also on the
Christian democratic and liberal side of the
party system, and in public opinion. Mutatis
mutandis, as for Germany’s risk-sharing on
behalf of common European interests on the
international stage, the same arguably holds
yet more true in security and defence – not
least in the area of military and civilian conflict management beyond the borders of the
EU, especially in sub-Saharan Africa.
Even if strong domestic leadership should
allow a new chancellor to overcome the domestic constraints restricting the wiggle room
for German European diplomacy, another
VANGUARDIA | DOSSIER
125
E U RO PA E N J U E G O
obstacle might appear: the lack of a strong
partner for the exercise of European leadership. France’s relative economic decline
since 2000 has increasingly relegated it to a
junior role in Franco-German bilateralism.
This seemed to have changed with the election of President Macron in 2017 thanks to his
forceful attempts to reform France, to reduce
its lasting public deficits and to strengthen its
credibility on the European stage. And recently, the EU’s two core states solemnly signed
their bilateral Aachen Treaty on 22 January
2019 in order to adapt the legal framework
of the bilateral Elysée Treaty dating from
1963 to the challenges of the 21st century. In
this new bilateral Aachen Treaty, France and
Germany underlined their shared ambition to
coordinate systematically on European affairs
and on foreign policy issues at the multilateral
level as well. But can Germany take for granted
that France, its indispensable ally in European
policy-making to date, will remain a strong
and reliable partner in the future as well?
The forceful and protracted yellow jacket
protest movement in France might turn out to
be a defining moment of Macron’s presidency.
These broad and at times violent protests have
laid bare how wafer-thin Macron’s domestic
support base really is and illuminated his failure to rebuild a sound legitimacy basis for his
reform projects in French domestic politics.
This unforeseen domestic crisis entails the
strong risk of seriously undermining Macron’s
chance to accomplish his goals for economic
and social reform. Will he still be able to play
a strong European leadership role together
with Germany in the years to come? There is
a serious risk that Germany’s most important
partner for pursuing its European agenda
might simply not be as available in the time
ahead because of domestic political paralysis.
In the German political, administrative and
economic elite, doubts concerning the reform
capacity of its “indispensable ally” are once
again growing. This might create uncertainties as to the right strategy and partners for
Germany to choose in order to handle the EU’s
future challenges.
Considering both the increasing domestic constraint of German European diplomacy
and the weakness of France, its key partner,
the risk of a double loss of the centre looms
large: At the domestic level, the political centre is eroding as the right wing populist party
126 VANGUARDIA | DOSSIER
AfD gains ground. At the European level, the
Franco-German power centre, which in the
past acted as an agenda setter in dynamic
phases of European integration and as a force
of cohesion when the going got tougher, runs
the risk of losing traction.
This, to be sure, does not exclude the
possibility of future Franco-German initiatives
for deepening integration in specific fields or
promoting subgroup formation to circumvent
opposition from some member states. We
were able to observe such a pattern in recent
years, interestingly enough in security and
defence affairs. Germany, backed by France,
pushed for the use of the Treaty article on a
“permanent structured cooperation” (PESCO)
of subgroups in order to improve defence capabilities and cooperation among the willing.
France, backed by Germany, successfully promoted its “European intervention initiative”
outside the EU’s institutional framework. It
serves the purpose of developing a common
strategic culture in a subgroup of states, to
bind the post-Brexit UK to European military
cooperation and, in the longer run, to build a
European instrument for military interventions on foreign theatres, especially in Africa.
However, the crucial question remains as to
whether Germany is ready to go beyond establishing new instruments and frameworks
for cooperation, or if it will be ready to take
on more diplomatic responsibility and accept
military risks to protect and promote European interests in a turbulent world.
On EMU reform issues, Germany and
France recently proved able to strike bilateral
compromises on a separate Eurozone budget
and on the reform of the European Stability
Mechanism, the EU’s ‘rescue fund’. However,
a group of eight smaller creditor states, the
“New Hanseatic League”, came out strongly against the idea of a separate Eurozone
budget. They were successful in watering
down the common Franco-German proposal
as laid down in the bilateral Meseberg declaration and in the Franco-German roadmap
for the Euro Area of 19 June 2018, and later in
their common paper on the Eurozone budget
dating from 19 November 2018. This example shows that a Franco-German attempt to
exercise co-leadership is by no means a guarantee for success. The increasing domestic
constraints that many member states have to
handle in their European diplomacy, and the
growing importance of subgroup coordination such as the Visegrád-4 or the Hanseatic
League, challenge any European leadership
attempts. Followers are increasingly rare in
a Europe of multiple “red lines” drawn by
(groups of) member states.
As a consequence, the main danger is
not that Germany will run Europe and the
European show alone, acting as an egoistic,
dominant power tempted by unilateral action
based on “Germany first” convictions. Even
co-leadership aspirations by the EU’s former
power centre might be inhibited by the European partners. More perilous than unilateral
or bilateral leadership is the potential of an
(even) more risk-averse Germany, lacking both
domestic support and a French partner for
a European reform agenda, not only in the
traditional intra-European regulatory policy
domains and Eurozone issues but increasingly
in security and defence as well. Such an outcome would limit Germany’s ability to shape
Europe’s role and place in a dramatically
evolving and potentially very dangerous 21st
century world – including a seemingly ever
more assertive Russia – that will potentially
see instability, civil war or war in Europe’s
neighborhood, extended neighborhood, and
beyond. Hence, a leaderless Europe without a
power centre, rather than a German Europe,
represents the most plausible negative scenario leading to European stasis, dwindling
or disintegration.
THE EU
WITHOUT THE
UNITED KINGDOM
BREXIT SHOWS THAT
THE EU PROJECT CAN BE
REVERSED … OR DOES IT?
Iain Begg
PROFESSORIAL RESEARCH FELLOW AND CO-DIRECTOR OF THE DAHRENDORF FORUM AT THE
EUROPEAN INSTITUTE OF THE LONDON SCHOOL
OF ECONOMICS AND POLITICAL SCIENCE.
I
S BREXIT A ONE-OFF OR THE START OF
a gradual unravelling of the process of European integration that has occurred since
shortly after the end of the Second World
War? Although the conclusion of a Vanguardia
E U RO PA E N J U E G O
Making sense
of the UK decision
Dossier article published late in 2015 was that
“risk-averse gamblers would be well-advised
not to bet against the UK leaving the EU during the next parliament” it was still a seismic
event, high on the Richter scale, when the UK
voted to leave. Across Europe, there was speculation about whether other countries would
be tempted to follow the UK’s lead and many
leaders of populist parties were quick to draw
parallels with their own anti-EU positions.
The EU’s leaders can, however, take comfort from the disarray, bordering on chaos, in
the UK: a Prime Minister losing a crucial vote
on a major policy issue by an unprecedented
majority: political parties profoundly split;
a possible constitutional realignment; and a
reputation for mature governance in tatters.
Manifestly, the UK has spent more time and
effort negotiating unsuccessfully with itself
than with the EU27. By contrast, despite differences on several other policy issues, the
EU27 have remained remarkably united in the
Brexit negotiations. It is, therefore, tempting
to interpret Brexit as a calamity others will
have no incentive to emulate.
This would be foolhardy. The Brexit experience, at least so far, highlights the cost,
stresses and complexity of leaving the club,
and will undoubtedly deter others from contemplating similar exits. Article 50 of the
Treaty – the provision for leaving the EU – is
therefore unlikely to be invoked again for the
foreseeable future. But disenchantment with
the EU project takes many other forms, calling
into question many aspects of the model of
integration.
When David Cameron, then British
Prime Minster, announced in his ‘Bloomberg’
speech1 delivered on the 23rd of January 2013
his intention to call an in-out referendum
on UK membership of the EU, few believed it
would lead to what we now know as Brexit.
Cameron’s aim was tactical: he wanted to curb
the growth of anti-EU sentiment and support
for the populist UK Independence Party which
had been eating into his electoral base.
Two years later, Cameron surprised himself by winning a small outright majority
in the 2015 general election and, instead of
continuing with what had been a relatively
successful coalition government, had to deliver on his commitment to hold a referendum.
Even then, the expectation was that the vote
would be for the UK to remain in the EU.
After all, the 2014 referendum on Scottish
independence had, despite some concerns,
ended with a fairly comfortable win for the
status quo.
One consequence of the 2015 general
election was the replacement of the leader of
the Labour Party, with the hard left candidate
and long-standing euro-sceptic, Jeremy Corbyn, becoming the surprise winner. In fact he
was only a candidate because some Labour
members of parliament from other wings of
the party thought there needed to be sufficient plurality among the candidates. Had he
relied only on his own supporters among MPs,
he would never have achieved the minimum
number needed. But his lukewarm support
for ‘remain’ during the referendum and continuing ambivalence about the EU have made
a difference.
It is easy to interpret what happened in
the UK as a chapter of accidents and miscalculations by political leaders. But the UK has
long been an outlier within the EU, so that it is
worth looking in more depth at whether the
UK is such a special case that it has little predictive value about whether others might follow.
The UK came late to European integration, having shunned membership at the
outset, despite taking part in the 1956 Messina
talks which paved the way for the original EEC.
By the early 1960s, however, the UK had come
to realise it would be better off being linked
to the (then) growing continental European
market, instead of the Commonwealth coun-
tries. Unlike the much more political rationales of other EU members, this transactional
calculation was, and continued to be, central
to the UK approach to the European project.
This contrasts with the aim of the original six
of putting an end to centuries of war, of the
southern European countries of consolidating
the end of dictatorships, and of the central
and eastern European countries of returning
to Europe after the blight of Soviet hegemony.
The UK’s transactional approach was also
apparent in the decisions not to join the euro
or the Schengen free movement area, as well
as securing various other opt-outs. Moreover,
the closer integration judged to be necessary
for effective governance of the single currency
was bound to drive more of a wedge between
the UK and the Eurozone. The UK, in short,
was drifting away from the EU.
Beyond Brexit: other
pressures for reversal
Whatever the outcome of the UK political
process, there is a sour mood in many EU countries, and an increased willingness to question
what the EU does and to shirk collective responsibilities The well-known phenomenon
of member states blaming the EU for policy
failures, while taking credit for successes,
exacerbates the negative image of the EU project, as does the propensity of Europe’s leaders
to “kick the can down the road”, rather than
settle an issue decisively. The result can be not
just to show the EU in a bad light, but also to
widen the distance between elites and ordinary citizens, undermining public support
for the EU.
Apart from Brexit, what has motivated
the search for a re-vitalised EU is the rise of
euro-sceptical sentiment and its translation
into new forms of populism, mainly (but not
exclusively) on the right of the political spectrum. Europe’s leaders are more aware of their
detachment from the concerns of citizens, yet
struggle to connect with them. The EU, as an
entity, has long relied on achieving results to
justify its actions and policy stances, rather
than the direct legitimacy that flows from a
popular mandate. As well as Brexit, three current examples illustrate the dilemmas.
The dispute between Italy and the European Commission over the former’s budget
plans for 2019 exemplifies a broader trend to
push back against rule-based economic gov-
VANGUARDIA | DOSSIER
127
E U RO PA E N J U E G O
ernance, while also raising questions about
the economic model underlying the Treaty
provisions on the euro. The fiscal rules adopted for the Eurozone are a limited form of fiscal
union, intended to avoid problems of spillover
of fiscal indiscipline from one Member State
having adverse effects on others. Although
there is a strong element of domestic political
grandstanding in the way Deputy Prime Minister Salvini, in particular, has used the episode,
there is a deeper (and inadequately answered)
question about the appropriate reforms needed to enhance euro governance.
Similarly, the rejection by Hungary of
an obligation to take a quota of refugees, a
policy agreed by qualified majority voting,
casts doubt on whether decisions made in
this way can be used in circumstances where
the Member State is implacably opposed to
the policy. Hungary’s stance may be contrary
to the spirit of integration by rejecting burden-sharing, but at least partly reflects strong
public opinion in the country, just as German
public opinion is hostile to sharing the debt
burden of other countries.
The clash between Brussels and Warsaw
over the independence of the judiciary challenges EU norms and is being closely watched
by others who may be tempted to depart
from these norms, but can also be seen as a
constraint on the political autonomy of a democratically elected government. It may want to
do things which ‘Brussels’ does not approve of,
but what is the limit of the EU’s power to influence what goes on within Member States?
More broadly, the EU is currently in
search of a redefinition of its model. The
Commission White Paper on the Future of
Europe2 – published in March 2017 and predicated on Brexit happening – put forward five
scenarios encompassing status quo, through
reining-back integration to significant steps
towards a more overtly federal EU. In an
interesting development, one scenario was
differentiated integration in which only some
Member States would integrate further, an approach subsequently espoused by French President Macron in his 2017 Sorbonne speech,
although European Commission President
Juncker signalled his reluctance to depart
from the traditional mode of all countries
being expected to follow the same path of
integration.
Since then, the debate has been some-
128 VANGUARDIA | DOSSIER
what stalled. France and Germany issued their
June 2018 Meseberg Declaration,3 suggesting
ways to enhance cooperation in a number of
areas, while the signing of the Aachen Treaty
2 on 22nd January 2019 can be interpreted as
an attempt to revive the leadership role of the
Franco-German ‘couple’ in shaping European
integration. Another roadmap was provided
in the July 2018 Madrid Declaration by Emmanuel Macron and Pedro Sanchez.4 Since the
2016 UK referendum, there have also been
occasional meetings of the EU heads of state
and government (without UK participation),
aimed at developing plans for the evolution
of the Union.
A way forward?
All This prompts the question of whether Europe’s leaders can both find ways to
respond to the disenchantment of citizens
and to redefine the European project so as to
counter the drift towards a more fragmented
and less coherent Europe. A further meeting
will be held on Europe day – 9th May 2019 –
in Sibiu, Romania, shortly before the next
European Parliament elections. Building on
previous steps and initiatives, it is intended to
“mark the culmination of this process with a
renewed commitment to an EU that delivers
on the issues that really matter to people”.
The trouble with roadmaps, declarations
and so on is they sound good, but too often
lack real substance. Three doors could, nevertheless, be open: Europe as the champion of
liberal values; a fresh approach to the economic governance of the Eurozone; and social policy where a basis has been established through
the “European Pillar of Social Rights”, formally adopted at the 2017 Gothenburg summit.
With the liberal international economic
order under threat from the policies and, often just as significantly, the attitudes struck by
Donald Trump, there is an opportunity for Europe to lead globally in reasserting the importance of action to counter climate change and
to preserve commitments to an open trading
system. As presented in a recent publication
from the European Commission’s European
Policy Strategy Centre,5 Europe works to combat protectionism, to ensure citizens’ rights
are respected (including in relation to the
‘digital’ economy) and to emphasise that international cooperation is not a zero-sum game.
It is a message which deserves to be stressed.
While such international goals reflect
European values and are more likely to be
achieved because the EU is able to aggregate
the efforts of Member States to achieve more
than they would individually, a convincing
European project also needs a renewed focus
on effective governance in delivering benefits.
Despite the many reforms undertaken to
strengthen the euro policy framework, lacklustre growth and high levels of unemployment in some countries are the most visible
evidence that the reforms are yet delivering
improvements. There has been no shortage of
plans and initiatives aimed at completing the
EMU policy framework, but whether it is in
relation to banking union, establishing new
fiscal mechanisms or other economic policy
areas, the EU has consistently stopped short
of finishing the task.
For example, there has been much discussion of reinforcing the scope for dealing
with macroeconomic shocks by creating an
additional fiscal capacity to complement the
rather limited EU-level budget. However, it has
proved difficult to agree on new mechanisms
on a scale sufficiently large to make a tangible
difference. One approach favoured by many
commentators is some form of European Unemployment Insurance, but despite support
from several prominent politicians and studies demonstrating how it could help to achieve
macroeconomic stabilisation and have a direct
impact on those facing unemployment, Europe’s leaders have been unable to agree on it.
As so often, objections relate to who bears
the burden and “moral hazard” fears that if
there is a new mechanism, countries will be
tempted to avoid responsibility for resolving
problems. These are certainly risks, but as
former Italian Finance Minister, Pier Carlo
Padoan has observed, “far from being a way
out for countries that are not accelerating
reforms, risk-sharing could be a driving force
behind reforms”. If cleverly designed, such an
instrument could, following Padoan’s reasoning, contribute to better long-term economic
performance, while also being a symbol of
EU solidarity towards those who have been
adversely affected by globalisation and the
years of crisis.
Social Europe can be an elusive concept, but there is also a broad understanding
among Europeans about what its defining features are: a protective welfare state, regulation
E U RO PA E N J U E G O
of the labour market, concerted public action
to limit poverty, and an emphasis on inclusion.
Budgetary pressures have manifestly made it
hard for governments in many countries to
advance a social agenda. Nevertheless, in the
aftermath of the years of crisis, there has been
plenty of discussion about new initiatives to
make Europe more social, notably turning
the principles in the pillar of social rights
into actions. The rhetoric sounds impressive,
but there has been the usual prevarication
about adopting measures with real impact
on citizens.
More generally, the handling of the refugee and economic migrant challenges has
exemplified a double paradox at the heart of
European integration. First, Europeans look to
the EU for solutions to intractable problems,
especially those with cross-border impacts, yet
there is a consistent reluctance to provide the
powers and resources that would be needed
to achieve an effective response. Second, even
when a response can be cobbled together,
typically after acrimonious negotiations, implementation is often either neglected or
obstructed by member states.
1. https://www.gov.uk/government/speeches/euspeech-at-bloomberg
2. https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-political/files/white_paper_on_the_future_of_europe_en.pdf
3. https://uk.diplo.de/uk-en/-/2109214
4. http://www.lamoncloa.gob.es/presidente/actividades/Documents/2018/Madrid%20Declaration%20
on%20Euro%20Area%20Reform.pdf
5. https://ec.europa.eu/epsc/sites/epsc/files/epsc_
strong-europe-better-world.pdf
Conclusions
The combination of the disarray in the UK
around everything to do with Brexit, the distinctiveness of the UK approach to partnership
with other European countries and the political realisation that the EU needs to rethink its
model of integration makes it unlikely that
the UK’s departure will trigger an unravelling
of the European project. The reasoning is,
perhaps, best summed-up in a pithy reply
from a former senior Dutch official when he
was asked to comment on suggestions that
the Netherlands might follow the British path.
Pausing only for a second, he replied “there is
a limit to our stupidity”.
Equally, Europe’s leaders have to heed
the warning bells from elsewhere, suggesting
the status quo is not an option. The EU cannot
afford to stand still and has to face many
difficult choices about how it develops in
the coming years. With Europe’s institutions
facing renewal later in 2019 there is an opportunity to re-think the core of the EU project.
The elites who dominated construction of the
EU project have much to be proud of, but they
need new answers to counter the messages
from Brexit.
THE GROWING
GAP BETWEEN THE
UNITED STATES OF
TRUMP AND EUROPE
Bruce Stokes
DIRECTOR OF GLOBAL ECONOMIC ATTITUDES AT
THE PEW RESEARCH CENTER IN WASHINGTON.
America’s image in Europe and
around the world plummeted following the
election of U.S. President Donald Trump, amid
widespread opposition to his avowed policies
and lack of confidence in his leadership. Two
years into his administration, new challenges
face the trans-Atlantic relationship: a potential economic slowdown on both sides of the
pond, tensions over trade and military spending, the fallout from Brexit, Russia’s ambitions
and continued instability in the Middle East.
In the face of these tests for the alliance the
U.S. president lacks the confidence of America’s European partners, while ratings for
the U.S. are much lower than during Barack
Obama’s presidency, according to a 2018 Pew
Research Center survey.1
Moreover, European publics express significant concerns about America’s role in
world affairs. Majorities say the U.S. does not
take into account the interests of countries
like theirs when making foreign policy decisions. Many in Europe believe the U.S. is doing
less to help solve major global challenges than
it used to. And there are signs that American
soft power is waning as well: a median of 57%
in five European countries say the U.S. does
not respect the personal freedoms of its people, up from 26% who said this a decade ago.
Frustrations with the U.S. in the Trump
era are particularly common among some
of America’s closest European partners. In
Germany, where just 10% have confidence
in Trump, three-in-four people say the U.S. is
doing less these days to address global problems, and the share of the public who believe
the U.S. respects personal freedoms is down
35 percentage points since 2008. In France,
only 9% have confidence in Trump, while 81%
think the U.S. doesn’t consider the interests
of countries like France when making foreign
policy decisions.
The immediate ramifications of this
growing trans-Atlantic alienation are less
clear. Most Europeans—with the exception
of Germans—say relations with the U.S. have
not gotten worse in the last year. According
to a 2017 Pew Research Center survey, support
for NATO actually increased2 since Trump’s
election. Most NATO publics surveyed believe
the U.S. will come to their aid in the event of a
military conflict with Russia, and a majority
of Americans remain willing to do so, despite
President Trump’s repeated criticism3 of
America’s NATO partners.
But what is clear is that in 2019 the transAtlantic relationship faces challenges at a
time when many Europeans have lost faith in
America and its leadership.
Rising Anti-Americanism
In the ten European Union member states
surveyed in 2018 a median of just 43% offered
a favorable opinion of the U.S. But this figure
includes a wide divergence in European views,
ranging from seven-in-ten in Poland who hold
VANGUARDIA | DOSSIER
129
E U RO PA E N J U E G O
the U.S. in high regard to only three-in-ten in
neighboring Germany. Half the public in the
United Kingdom have a positive opinion of the
U.S., but only 38% in France agree. Notably,
42% in Spain held a favorable view of the U.S.
in 2018, up from 31% in 2017, the only EU nation with a significant increase.
Compared with the end of Barack
Obama’s presidency, positive ratings for the
U.S. have declined significantly in seven of
the EU countries surveyed. This includes dips
of 27 percentage points in Germany, 25 points
in France and 17 points in Spain. However, favorable opinions of the U.S. have not changed
much over the same time period in Poland,
Greece or Hungary.
As has been the case in previous surveys,
some of the most positive attitudes toward
America are found among young Europeans
and men. In Spain, 53% of those ages 18 to 29
give the U.S. a favorable rating, while only a
third of those 50 years of age and older feel
the same. There are similar generation gaps
in Germany, France and the UK. And, there is
a ten-point gender gap in positive views of the
U.S. in Spain (47% of men vs. 37% of women)
and in Sweden (49% vs. 39%). There is also a
seven-point divide in the UK (53% vs. 46%).
Anti-Trumpism
European attitudes toward President
Trump are strikingly negative, especially when
compared with the ratings his predecessor
received while in office. Looking at four European nations the Pew Research Center has surveyed each year since 2003 – France, Germany,
Spain and the UK –reveals a clear pattern
regarding perceptions of American presidents.
George W. Bush, whose foreign policies were
broadly unpopular in Europe, got low ratings
during his presidency, while the opposite was
true for Barack Obama, who enjoyed strong approval in these four nations during his time in
office. Following the 2016 election, confidence
in the U.S. president plunged, with Trump’s
ratings resembling what Bush received near
the end of his second term.
A median of 18% across ten European
countries surveyed are positively disposed
toward Trump, while 82% say they lack confidence in the current U.S. leader’s handling
of world affairs. And for many this is a fairly
intense sentiment: 69% of French, Germans
and Spanish; 56% of Swedes; and roughly half
130 VANGUARDIA | DOSSIER
of Dutch and Greeks say they have no confidence
at all in Trump.
In several European nations, Trump receives higher ratings from supporters of rightwing populist parties. For example, among
people in the UK who have a favorable view
of the United Kingdom Independence Party
(UKIP), 53% express confidence in Trump,
compared with only 21% among those with an
unfavorable view of UKIP. Similar divides exist
among supporters and detractors of rightwing populist parties in Sweden, France, Italy,
the Netherlands and Germany. However, it is
worth noting that, other than in the UK, there
is no European country in which more than
half of right-wing populist party supporters
say they have confidence in Trump.
European antipathy toward President
Trump can, in part, be traced to opposition
to his policies and disdain for many of his
personal attributes. In 2017, a Pew Research
Center survey 4 asked European publics their
views on a number of signature Trump policy
initiatives. All received a failing grade.
A median of 86% in Europe, including
92% of Spaniards, disapproved of Trump’s
proposal to erect a wall along the border between Mexico and the U.S. Prior to the actual
decision by the Trump administration to withdraw from the Paris climate accord, a similar
median of 86%, including 91% in Spain, disapproved of such a move. More than three-quarters (a median of 77%) of Europeans, among
them 85% of the Spanish, voiced opposition to
U.S. intentions to exit trade agreements. And
six-in-ten Europeans were against the Trump
administration’s travel ban on Muslims and
the proposed, and subsequently carried out,
withdrawal from the Iran nuclear deal.
In terms of the U.S. president’s personal
characteristics, more than half of Europeans
(a median of 55%) surveyed in 2017 saw him as
a strong leader. But only 43% saw him as charismatic, 19% judged him well-qualified and
22% thought he cared about ordinary people.
Moreover, 90% found him to be arrogant, 77%
judged him to be intolerant and 69% said he
was dangerous. Notably, it was the Spanish
who were most likely to see Trump as arrogant
(94%) and intolerant (84%).
Doubts About U.S.
Leadership
A common criticism about American
foreign policy over the past decade and a
half has been that the U.S. only looks after its
own interests in world affairs, ignoring the
interests of other nations. As Pew Research
Center surveys show, this belief was especially
prevalent during George W. Bush’s presidency,
when many in Europe and around the world
thought the U.S. was pursuing unilateralist,
and unpopular, policies. Strong opposition to
the Iraq War and other elements of Bush’s foreign policy led to rising complaints about the
U.S. acting alone and ignoring the interests
and concerns of other nations.
Opinions shifted following Barack
Obama’s election, with more people saying
the U.S. considers their nation’s interest,
although even during the Obama years the
prevailing global sentiment was that the U.S.
doesn’t necessarily consider other countries.
Now, the Trump presidency has brought an
increase in the number of people in many nations saying the U.S. essentially doesn’t listen
to countries like theirs when making foreign
policy. In 2018, a median of 79% in Europe
believe the U.S. acts unilaterally, including
90% of Spaniards.
This pattern is especially pronounced
among some of America’s long-time friends.
The biggest decline has been in Germany,
where half in 2013 said the U.S. considered
their country’s interests, compared with 19%
in 2018 – a 31-percentage-point drop. And,
while the share of the French public who believe the U.S. considers their national interest
has not been very high at any point over the
past decade and a half, it reached a low point
near the end of Bush’s second term (11% in
2007), rose somewhat during Obama’s presidency (35% in 2013) and has declined once
more under Trump. Just 18% in France now
say the U.S. considers the interests of countries
like theirs when making policy.
Among other possible sources of resentment toward the United States is the fact that
few in Europe see the U.S. stepping up more to
deal with global challenges.
The view that the U.S. is doing less to
solve international problems is especially
widespread in Western Europe. More than half
say this in Germany (75%), Sweden (75%), the
Netherlands (62%), the UK (55%) and France
(53%). However, only a quarter or fewer in
Greece (25%) and Poland (22%) share the view
that the U.S. is retreating from the world stage.
E U RO PA E N J U E G O
Views of American involvement in addressing global challenges differ greatly depending on expressed confidence in President
Trump. In the Netherlands, Sweden, Italy,
Poland, Greece and the UK people who do not
trust Trump to do the right thing in world affairs are significantly more likely than those
who have confidence in him to say that the U.S.
is less involved in tackling global problems.
America’s image in its alliance with Europe has also long been bolstered by its soft
power—attributes associated with the United
States that have given it moral suasion in
international affairs. The U.S. reputation as
a defender of individual liberty has generally
been one of these.
But, today, a shrinking share of the European public believe the U.S. respects its own
people’s personal freedoms. The decline began
during the Obama administration following
revelations about the National Security Agency’s electronic eavesdropping on communications around the world, and it has continued
during the first two years of the Trump presidency. The drop is especially prominent in
Western Europe, where the share of the public
saying Washington respects personal freedom
has declined sharply since 2013.
For example, in 2013 69% of the Spanish
saw the U.S. as a defender of individual liberty,
by 2018 that number had fallen to 31%. The
drop in such respect is even greater in Germany (81% to 35%). Majorities in Sweden, the
Netherlands and France also say that the U.S.
fails to respect the rights of its people. Only in
Poland and Hungary do strong majorities still
credit Uncle Sam with this soft power.
Although many believe that the U.S. does
not take their country’s interests into account,
acts unilaterally and is less likely to play the
role of defender of individual liberties, relatively few Europeans describe worsening relations with the U.S. At least four-in-ten in most
European countries say their interactions with
the U.S. have generally stayed the same, including 66% of the Spanish.
The Germans are the exception. They
have the most negative view of their relationship with the U.S. Eight-in-ten say such ties
have deteriorated5 since 2017. And 73% of
Germans think relations between the two
nations are bad.6 Only 41% of Germans want
to cooperate more with the U.S., while 72%
express a desire to be more independent from
Washington in foreign policy matters. Notably,
seven-in-ten Americans 7 see relations with
Germany as good and want to cooperate more
with Germany, and roughly two-thirds (65%)
think the relationship between the U.S. and
Germany should remain as close as it has been.
Moreover, despite the rise in Europeans’
anti-Americanism and their distaste for U.S.
President Trump, Europeans would still prefer
the U.S. to China when thinking about which
nation should lead the world. When asked
to choose, a median of 64% in Europe say it
would be better for the world if Washington
is the leading power. Only 17% chose Beijing.
This includes more than seven-in-ten Swedes
(76%) and Dutch (71%). More than six-in-ten
Spanish (63%) also choose the U.S., just 26%
pick China.
And the decline in America’s image and
the lack of confidence in Donald Trump has
not yet undermined European faith in the
transatlantic security alliance, despite the U.S.
president’s repeated criticism of European defense spending and suggestions that America
might abandon NATO.
In 2017, after President Trump took office,
a Pew Research Center survey in European
NATO member countries8 found that a median of 60% held a favorable view of the military
alliance, as did 62% of Americans. And such
backing was up 12 points in Germany compared with findings in 2015, before Trump’s
criticism was widely known. Notably, support
in 2017 was in Spain (45%).
Moreover, Trump’s calling into question
U.S. support for its European allies has not
undermined European faith that Uncle Sam
would come to their aid. Majorities in all the
NATO member countries surveyed believe the
U.S. would use military force to back up an alliance partner if it got into a serious military
conflict with Russia. This includes 70% of
Spanish, 69% of the Dutch, 66% of British and
68% of Canadians. Such sentiment has not
changed much from 2015-2017. Nor has the
American public’s willingness to go to the aid
of NATO allies.
As 2019 begins, the trans-Atlantic relationship faces many challenges, not the least
of which is the level of anti-Americanism and
anti-Trumpism in much of Europe. To date
it has not undermined Europeans’ faith in
the strategic alliance, nor has it tilted Europe
toward China. But looming problems—a po-
tential economic slowdown, a possible trade
war and an unpredictable Russia—will test the
alliance in the year ahead at a time when Europeans have rarely been so critical of the U.S.
1. Richard Wike et al., “Trump’s International Ratings Remain Low, Especially Among Key Allies”,
Pew Research Center, 1/X/2018. http://www.pewglobal.org/2018/10/01/trumps-international-ratingsremain-low-especially-among-key-allies.
2. Bruce Stokes, “NATO’s Image Improves on Both
Sides of Atlantic”, Pew Research Center, 23/V/2017.
http://www.pewglobal.org/2017/05/23/natos-imageimproves-on-both-sides-of-atlantic.
3. Zachary Cohen et al., “ Trump’s barrage of attacks
‘beyond belief,’ reeling NATO diplomats say “, CNN,
12/VII/2018. https://edition.cnn.com/2018/07/11/
politics/trump-nato-diplomats-reaction/index.html.
4. Richard Wike et al. “Worldwide, few confident
in Trump or his policies”, Pew Research Center,
26/VI/2017. http://www.pewglobal.org/2017/06/26/
worldwide-few-confident-in-trump-or-his-policies/
5. Richard Wike et al., “America’s international
image continues to suffer”, Pew Research Center,
1/10/2018. http://www.pewglobal.org/2018/10/01/
americas-international-image-continues-to-suffer.
6. Jacob Poushter y Alexandra Castillo, “Americans
and Germans are worlds apart in views of their countries’ relationship”, Pew Research Center, 26/XI/2018.
http://www.pewresearch.org/fact-tank/2018/11/26/
americans-and-germans-are-worlds-apart-in-viewsof-their-countries-relationship.
7. Ibíd.
8. Moira Fagan, “NATO is seen favorably in many
member countries, but almost half of Americans say
it does too little”, Pew Research Center, 9/VII/2018.
http://www.pewresearch.org/fact-tank/2018/07/09/
nato-is-seen-favorably-in-many-member-countriesbut-almost-half-of-americans-say-it-does-too-little.
RUSSIAN THREATS
TO THE EUROPEAN
ORDER
Anders Åslund
SENIOR FELLOW AT THE ATLANTIC COUNCIL IN
WASHINGTON. HIS BOOK “RUSSIA’S CRONY CAPITALISM” WILL BE PUBLISHED IN THE SPRING.
Russia’s attitude to the West has
radically changed from friendly to hostile. This
turnaround has been particularly sharp with
regard to Europe. At the same time, Russia has
VANGUARDIA | DOSSIER
131
E U RO PA E N J U E G O
abandoned the traditional international rules
of the game and uses new impermissible tools.
Europe must expect all kinds of dirty needs
to encounter the new rogue Russia with its
strengths, which are economic and openness.
For the last three decades, Russia has
changed fast, but back and forth. The foreign
policy of Vladimir Putin’s Russia is confusingly
similar to that of Leonid Brezhnev’s Soviet
Union, but in the 1990s Russia was a very different countries – open and free. Yeltsin’s
Russia aspired to integration with the West.
Russia tried, but it was too big for its European
neighborhood and the European Union had
nothing to offer.
Initially, even Putin took a positive view
of NATO. In 2000, he stated: “I don’t see any
reason why cooperation between Russia and
NATO shouldn’t develop further.” But former
US Deputy Secretary of State Strobe Talbott
remarked: “Putin wanted to join the West, but
on terms that were more respectful of Russia’s
national interests and national anxieties.1”
Putin pursues extreme Realpolitik, while the
West insists on certain values.
The Orange Revolution in Ukraine in
November-December 2004 made Putin change
his attitude to the West. He saw it as an attack
by the United States and Europe on his power:
“our European and American partners decided
to support the orange revolution even against
the Constitution.” In his famous Munich
speech in February 2007, Putin manifested his
anti-Americanism: “Today we are witnessing
an almost uncontained hyper use of force –
military force – in international relations...
132 VANGUARDIA | DOSSIER
One state and, of course, first and foremost
the United States, has overstepped its national
borders in every way.”
The communiqué of the NATO summit in
Bucharest in April 2008 stated boldly: “NATO
welcomes Ukraine’s and Georgia’s Euro-Atlantic aspirations for membership in NATO. We
agreed today that these countries will become
members of NATO.” Although NATO did nothing to render this commitment credible, Putin
perceived it as causus belli.
In August 2008, Russia and Georgia
fought a five-day war. Russia strengthened
its hold over the two Georgian autonomous
regions Abkhazia and South Ossetia and
expended their territories slightly. Russia
unilaterally recognized these small Georgian
territories as independent states. The Russian
excuse was that Kosovo had declared itself
independent in February 2008. The war with
Georgia aroused patriotic fervor in Russia,
boosting Putin’s popularity rating to a new
high of 88 percent, according to the independent pollster Levada Center.
In 2009, the European Union launched
its Eastern Partnership, focusing on the six
European former Soviet republics. In 2013, the
EU prepared to sign Association Agreements
including Deep and Comprehensive Free Trade
Agreements with Ukraine, Moldova, Armenia,
and Georgia. Until this time, Russia had looked
upon the EU as an irrelevant paper tiger (unlike NATO), but in June 2013 Moscow suddenly
started perceiving these agreements with EU
as a major threat. In September 2013, Putin
persuaded the Armenian President Serzh
Sargizyan to abandon its EU Association Agreement. Then, he focused on Ukraine.
From July 2013, Moscow pursued an intensive policy of intimidation against Ukraine,
imposing severe trade sanctions on pro-European Ukrainian businessmen and pressuring Ukraine’s pro-Russian President Viktor
Yanukovych. After Yanukovych’s government
had declared that it would not sign the Association Agreement, large-scale protests, the
Euromaidan, erupted in Kyiv, exactly as in
2004, repeating Putin’s worst nightmare, but
this time he was prepared.
Putin offered Yanukovych cheap gas and
large credits at seemingly benign conditions.
Yanukovych attempted to impose authoritarian laws, but the Ukrainian mass protests continued. In January and February, Yanukovych
ordered special police forces to shoot on the
demonstrators and some 100 protesters were
killed, but the political reaction was that
two-thirds of the Ukrainian parliamentarians
turned against Yanukovych and summarily
dismissed him after he had fled the country
on February 22, and the parliament installed
a new democratic government.
On February 27, 2014, Russian special
forces without insignia seized the regional parliament in Simferopol, the capital of Crimea,
in a surprise attack, and within days they
had occupied the whole peninsular without
bloodshed. On March 18, the Russian parliament annexed Crimea violating of a whole
row of international agreements. The Russian
public loved it. Once again 88 percent of the
Russians approved of Putin, according to the
Levada Center.
Putin seemed to have found out how to
maintain his personal popularity and keep
Russians quiet, namely through small and
victorious wars. The trick was to keep the wars
small and victorious, so that Russia could bear
the cost. Thus, Putin hoped to avoid market
economic reforms that would interfere with
his corrupt rule.
But the Kremlin euphoria over the accession of Crimea drove Moscow to an instant
mistake. In April-May 2014, it attempted to
instigate uprisings in the southern and eastern
half of Ukraine with predominantly Russianspeaking population, but it failed. It took hold
only in parts of the two easternmost regions
of Donetsk and Luhansk, and it requires a
permanent large force of troops equipped and
commanded by Russian military. This war has
been neither small nor victorious or popular
in Russia.
Since 2009, the Russian GDP has been
almost stagnant with an average growth of
about half a percent a year. The Kremlin can
no longer justify its repression with rising
standard of living. Real disposable incomes
have fallen by a total of 17 percent in the five
years 2014-18. Russia faces a severe budget
constraint. Russia’s GDP in current US dollars
is about $1.5 trillion, while the EU GDP is more
than $20 trillion.
The wars in Georgia and Ukraine show the
new direction of Russia’s foreign policy, which
is becoming increasingly daring or risky. Putin
now builds his legitimacy on patriotic mobilization. The Kremlin has abandoned the old
E U RO PA E N J U E G O
rules of war. It indulges in cyber war (initiated
in Estonia in 2007) and social network manipulation (more successfully so in the Trump
election). It also uses old Soviet methods, such
as disinformation and assassinations. The most
important method, however, is probably corruption of top officials.
All these tactics can be summarized as the
Gerasimov Doctrine. After the war in Ukraine
had started, an article published one year
earlier by Russia’s powerful chief of the general staff, General Valery Gerasimov, attracted
great attention. Gerasimov’s starting point was
that the line between war and peace had been
blurred, as nobody declared war any longer.
He also noted that “the role of nonmilitary
means of achieving political and strategic
goals has grown, and, in many cases, they have
exceeded the power of weapons in their efficacy.” Given that Russia’s economic resources
are limited and military hardware expensive,
Russia would have to pursue war to a greater
extent with unconventional military means.
Novel approaches involve energy trade, corruption, social networks, and the judiciary system.
Gazprom has intermittently cut off gas
or shock-hiked gas prices to former communist countries, while it has been reliable in
its relations with West European countries.
Gazprom’s two supply cuts to many European
countries in January 2006 and January 2009
fortunately provoked the EU to establish its
Third Energy Package and the Energy Union,
which call for supply security, diversification, and marketization. Unfortunately, Nord
Stream 2 that is being built right now runs
against these principles. Eighty percent of
all gas Russia supplies to the EU would pass
through one single pipeline system through
the Baltic Sea to Germany, endangering both
supply security and market competition. The
European Commission should prohibit this
pipeline project as violating EU energy policy.
The big difference between the Soviet
system and Putin’s Russia is that Putin rules
over an authoritarian kleptocracy. This system
of crony capitalism is financially sophisticated
and integrated with the global financial system, though Russia has no real property rights.
As a consequence, all Russians of means transfer their savings abroad where they are safe.
Most of the Russian funds go to countries with
the rule of law, anonymous companies, and
deep financial markets. At the very least, Rus-
sian private holdings abroad amount to $800
billion, slightly more than half of the Russian
GDP. This is a vast amount of money. A reasonable guess is that one-third of these funds belong to Putin and his cronies. In addition, the
Kremlin control the large state corporations
and the Russian sovereign wealth funds.
With its vast offshore funds, the Kremlin
no longer buys parties or countries. Instead, it
purchases a few top people in each European
country, which is much cheaper and more
effective. For a European politician a million
dollars or two is big money, but not so for the
Kremlin kleptocrats. Sometimes these purchases are open and legal. The outstanding
example is former German Chancellor Gerhard Schröder, who became chairman of the
supervisory board of Nord Stream immediately
after he was ousted as chancellor. Estonia’s
former President Toomas Ilves has coined the
term “the Schröderization of Europe.” Many
other prominent retired European politicians
work as members of supervisory boards or
consultants of Russian state companies. Paul
Manafort’s Hapsburg Group that promoted
President Yanukovych is an infamous example.
In other cases, Russian big businessmen are
providing their services to the Kremlin in foreign countries, notably Oleg Deripaska in the
United States and Ivan Savvidis in Greece, but
there are many others.
The EU must stop this. Transparency is its
best means. First of all, no EU country should
allow anonymous ownership any longer. In
accordance with the Fourth EU Anti-MoneyLaundering Package of May 2015 this practice
should be outlawed by the end of 2020. Second,
all European politicians of a certain dignity
should be forced to publicly declare all their
assets and incomes, as is the case for all citizens
in Scandinavia since the 18th Century. These
declarations should be available to the public
and not as in the European Parliament just
delivered to a secretariat that does not check
or comment. Third, the EU and all its member
countries should introduce a Foreign Agency
Registration Act (FARA) as the United States did
in 1938 to defend itself against Nazi Germany,
and it should be properly policed.
Russian intelligence agencies and their
contractors have proven great skills in utilizing
social networks for the manipulation of public
debates in many countries. This must come to
an end. The social networks need to take their
responsibility to police their own platforms or
be prohibited. Most money laundering stopped
when banks were forced to apply the principle
“know your customer.” In the same way, social
networks should have to carry out a proper
identity check of their users. They should have
an obligation to block anonymous bots and
trolls, and the social networks would have to
take normal editorial responsibility as any
publication. Similarly, political advertising
should be regulated on social networks as on
television.
While Putin’s Russia does not care about
the rule of law, it exploits the international
judicial system to spread its repression abroad.
Russia has become notorious for its misuse
of Interpol and its red notices. It has had no
less than seven red notices issued against the
investment banker Bill Browder because he
highlighted Russia’s gross violation of human
rights. Browder was arrested in Spain in 2018
at the behest of the lawless Russian authorities.
The EU needs to sort out its relationship with
Interpol and the Russian judicial authorities. It
could simply withdraw from Interpol and stick
to Europol, it could censor Interpol, or it could
just ignore its notes from lawless countries
such as Russia.
Europe’s new strife with Russia is multifaceted. The Kremlin is pursuing all kinds of
innovative hybrid warfare that do not reach
the hurdle of actual warfare. The EU’s best response is a maximum of transparency. It needs
to focus on stopping illicit political financing,
the manipulation of social networks, and the
exploitation of the judiciary system.
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B U S C A N D O
H U E L L A S
E N
E L
D E S I E R T O
22 DE FEBRERO
AL 19 DE MAYO DE 2019
Espacio Fundación Telefónica
C/ Fuencarral 3, Madrid
Exposición gratuita
espacio.fundaciontelefonica.com
#EspacioNasca
Exposición organizada por el Museo de Arte de Lima y el Museo Rietberg de Zúrich, en colaboración con
el Bundeskhunsthalle de Bonn y Fundación Telefónica.
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