DOSSIER NÚMERO 72 ABRIL / JUNIO 2019 Europa en juego 6 € España y Andorra. 9,50 € Europa. Enrico Letta Michel Aglietta Nicolas Leron Jeromin Zettelmeyer Elspeth Guild Michel Wieviorka Slawomir Sierakowski Jan-Werner Müller Stefano Lepri Ulrich Krotz Joachim Schild Iain Begg Manuel Castells Bruce Stokes Anders Aslund Xulio Ríos 9 771579 337002 00072 6 EUROS *test clínico -31 voluntarias **datos in vitro CORRIGE VISIBLEMENTE LAS ARRUGAS EN 2 SEMANAS* JAPÓN OFRECE UNA FUSIÓN ÚNICA: NATURALEZA PRODIGIOSA Y EL PODER DE LA CIENCIA APLICADA A LA BELLEZA. TRES EXCEPCIONALES ALGAS JAPONESAS CREAN EL INIGUALABLE COMPLEJO ANTI-ARRUGAS - KOMBU BOUNCE COMPLEX - PARA BLOQUEAR Y PREVENIR EL ENVEJECIMIENTO. COMBINADO CON LA AVANZADA TECNOLOGÍA - RENEURA TECHNOLOGYTM– GARANTIZAN QUE LA PIEL RESPONDA DE MANERA MÁS EFICAZ AL TRATAMIENTO Y AUMENTAN SU CAPACIDAD DE AUTO-REGENERACIÓN**. RESULTADOS AÚN MÁS VISIBLES Y RÁPIDOS. SIENTE SU EFICACIA: RECUPERA LA ELASTICIDAD DE TU PIEL, MÁS LISA, RE-DENSIFICADA. ASPECTO MÁS JOVEN. MADE WITH SOUL. NUEVA BENEFIANCE WRINKLE SMOOTHING CREAM. EDITORIAL Construir una identidad Q ué quiere ser Europa?, se preguntaba Vanguardia Dossier en el 2003. Era la primera monografía dedicada al proyecto europeo. Y sostenía que para decidir qué Europa quiere construirse y cómo, la Unión Europea (UE) necesita unas estructuras más democráticas, más transparentes y más eficientes. Un diagnóstico que puede suscribirse 16 años después. Estábamos entonces a las puertas de la ampliación de la Europa de los 15 a los 25. El 1 de mayo del 2004 se incorporaban Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia, las repúblicas bálticas (Lituania, Letonia y Estonia), Malta, Chipre y Eslovenia. El continente se reunificaba y, para la Europa Central y Oriental, la ampliación significaba el final de la Segunda Guerra Mundial. Vanguardia Dossier explicaba a sus lectores cómo era esa otra Europa, la que había estado bajo la órbita soviética. Luego llegó la gran recesión del 2008, y la crisis económica y financiera derivó en una política y social. ¿Qué será de Europa?, se preguntaba Vanguardia Dossier en el 2013. La crisis de los refugiados del verano del 2015 motivó una monografía especial y, hace dos años, se publicaba la última, dedicada a la refundación o desintegración. Hace años que Europa está en juego, pero este 2019 es un año crucial: Brexit, elecciones al Parlamento Europeo, relevo en la presidencia del Banco Central y recomposición de la Comisión y el Consejo. Nada volverá a ser como antes. La Unión llega exhausta y obliga a sus dirigentes a elegir entre la unidad y el relanzamiento o su descomposición y el fin del proyecto unitario (Letta). Si bien parece improbable que una salida del Reino Unido dé lugar a un desmantelamiento del proyecto europeo (Begg), los populismos no cesan de erosionar sus valores (dignidad humana, libertad, igualdad y solidaridad), que descansan sobre el principio de la democracia y el Estado de derecho. Han crecido haciendo de la migración su enemigo común (Guild), traducen las carencias y límites de la democracia liberal (Wieviorka) y mandan en la otra Europa y en Italia, un socio fundador (Lepri). Hay que alimentar sus diferencias, porque no todos son iguales, y derrotarlos en las urnas (Sierakowski); la UE ha de dejar de tenerles miedo (Müller). Los motores de Europa, Francia y Alemania, sufren también el desgaste, pero, llegado el caso, es preferible una Europa alemana que una sin centro de poder (Krotz-Schild). Y para que el euro sea sostenible han de afrontarse reformas que satisfagan a todos sus miembros, tanto los que son poderosos fiscalmente como aquellos que se perciben como vulnerables al comportamiento de los mercados (Zettelmeyer). Un paso sería la institución de un presupuesto dotado de recursos fiscales propios bajo la autoridad del Parlamento Europeo (Aglietta-Leron). Con una China convertida ya en el máximo inversor de Europa (Ríos), los Estados Unidos de Donald Trump que la desdeñan (Stokes) y todos los tipos de trucos que se pueden esperar de la Rusia de Putin para desestabilizarla (Aslund), el Viejo Continente necesita construir una identidad europea cimentada en sus valores fundacionales para sobrevivir (Castells). ILUSTRACIONES DE MARC PALLARÈS Álex Rodríguez VANGUARDIA | DOSSIER 3 SUMARIO ABRIL / JUNIO 2019 6| El tercer acto de la historia europea por Enrico Letta Treinta años después de su fundación, la Unión Europea se enfrenta a una tercera reconversión tras la grave crisis del euro. Es un momento en que se producirán diversas ‘primeras veces’, como el Brexit, el crecimiento de los partidos euroescépticos que podrían ocupar cargos importantes o una Alemania que desea liderar abiertamente la Unión. 14| FUERZAS POPULISTAS EN LA UNIÓN EUROPEA 16| Inventar la doble democracia europea por Michel Aglietta y Nicolas Leron El crecimiento e integración progresiva se ha mostrado insuficiente, y a día de hoy la Unión Europea no es propiamente un democracia, porque su Parlamento no dispone de un presupuesto real con el que diseñar grandes políticas. Es preciso un acto de refundación democrática. 21| La zona euro cumple veinte años: ¿Qué reformas son aún necesarias? por Jeromin Zettelmeyer La supervivencia del euro ya es de por sí un éxito y ha implicado logros como un nivel reducido de inflación, pero la crisis de la deuda soberana produjo pérdidas económicas y profundas divisiones políticas. Es necesario un euro que satisfaga a todos los estados miembros. 26| LAS TRES EUROPAS Y LA PLATAFORMA CHINA 27| Migración y asilo: cómo alcanzar una posición común por Elspeth Guild La crisis de refugiados generó una crisis política interna en la Unión Europea, con varios países oponiéndose a las cuotas de acogida, como Hungría y Eslovaquia. Analizar las cifras reales de personas que han recalado en la Unión es la condición previa a una política común. 32| El populismo, ¿y después? por Michel Wieviorka Los déficits de la democracia han alumbrado el populismo, que vehicula expectativas que no hallan satisfacción en el statu quo. Es necesario inventar nuevas formas de democracia si queremos provocar su retroceso sin que dé paso al odio y la violencia. 36| Diferencias entre el populismo europeo oriental y el occidental por Slawomir Sierakowski Los partidos populistas en Europa Oriental son más nacionalistas y sensibles a la pérdida de soberanía que los de Europa Occidental. Han logrado una presencia mayor en los gobiernos, donde se esfuerzan por subordinar los tribunales, los medios las instituciones, etcétera. 4 VANGUARDIA | DOSSIER 42| Cómo combatir el auge de las autocracias en la Unión Europea por Jan-Werner Müller La política europea y el Europarlamento han ganado importancia. Pero esta mayor democratización de las estructuras lleva a cierta tolerancia respecto a los partidos autoritarios de Europa del Este, a causa del temor de los grandes grupos parlamentarios a perder sus votos. 47| CRECIMIENTO DE LA UNIÓN EUROPEA 48| Italia, el socio fundador que se rebela contra Bruselas por Stefano Lepri Desde la llegada del euro, Italia se ha empobrecido. Los dos partidos hoy en el Gobierno, la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, ganaron con un programa crítico con la Unión Europea, pero no han llegado implementado sus propuestas en una sociedad que sigue siendo europeísta. 53| Después de Merkel: ¿‘Alemania primero’ o una Europa descabezada? por Ulrich Krotz Joachim Schild Angela Merkel abandonará en el 2021 y todo parece indicar que su partido bajará en favor de partidos euroescépticos como la AfD. En ese escenario, está por ver cómo se orientará la nueva estrategia europea de Alemania cuando su socio tradicional, Francia, se halla en declive. 58| La UE sin el Reino Unido: ¿demuestra el Brexit 74| Las amenazas rusas al orden europeo por Anders Aslund La Rusia de Borís Yelstin se acercó a Occidente, incluso el primer Vladímir Putin. Pero desde que la Unión Europea empezó a extender su influencia en los antiguos países de la órbita soviética, Putin la ha considerado como enemiga y ha desplegado una geopolítica antagónica. 78| HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO 84| Los tira y afloja China-Unión Europea por Xulio Ríos La Unión Europea es el principal socio comercial de China pero las relaciones entre ambos presentan claroscuros. Las trabas chinas a las empresas europeas explica la negativa de la UE a reconocerla como una economía de mercado. Por su lado China intenta reforzar su influencia en el Viejo Continente, en especial en el Este y el Mediterráneo. 89| LIBROS 92| LITERATURA 94| CINE 96| VIAJES 98| WEBS 100| TEXTOS ORIGINALES que el proyecto comunitario tiene vuelta atrás? por Iain Begg La traumática negociación del Brexit parece augurar por ahora que ningún país seguirá la senda del Reino Unido. Pero sería equivocado pensar que el statu quo europeo es satisfactorio. Son necesarias reformas políticas y una redefinición del proyecto común para el futuro. 64| El dilema de la identidad europea? por Manuel Castells La Unión Europea ha sido dirigida por políticos y tecnócratas que, aunque han mejorado la vida de la gente superando conflictos históricos, han olvidado contárselo a la gente. Es necesario construir una identidad europea que los ciudadanos sientan como propia. 68| LA UNIÓN EUROPEA DISECCIONADA 70| La creciente brecha entre Estados Unidos de Trump y Europa por Bruce Stokes La imagen de la potencia americana en Europa se ha deteriorado en la mayoría de los países de la Unión Europea respecto a la presidencia de Obama. Se mantiene, sin embargo, la fe en la alianza transatlántica. VANGUARDIA DOSSIER www.vanguardiadossier.com Número 72 / AÑO 2019 Preimpresión: La Vanguardia Ediciones, S.L. Impresión: Jiménez-Godoy, S.A. Editor: Javier Godó, Conde de Godó Consejera editorial: Ana Godó Director: Álex Rodríguez Redacción: Toni Merigó, Marc Bello (diseño e infografía) Traducciones del inglés y del francés: Juan Gabriel López Guix. Edita La Vanguardia Ediciones, S.L. Avenida Diagonal, 477, 9.ª planta. 08036 Barcelona. [email protected] Publicidad: Godo Strategies SLU Av. Diagonal 477, 1a planta. 08036 Barcelona. Tel.: 93 344 30 00. Suscripciones Av. 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VANGUARDIA | DOSSIER 7 EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA L A LÍNEA DIVISORIA: En ambos casos, es decir, en el nacimiento y LA TERCERA FRACTURA el renacimiento, la única perspectiva era intraeuEuropa y todos nosotros ropea, es decir, concernía a dinámicas entre los nos hallamos de lleno en un estados miembros e incluso internas. El mundo período que los historiadores hacía de telón de fondo. Hoy, pasados casi treinta clasificarán como línea divisoria. años, nos hallamos inmersos en la tercera traveTras esta fase, ya nada volverá sía crucial y decisiva de la historia europea. La a ser como antes para nuestros Unión nos llega exhausta, aunque no después de países y nuestro destino común. una guerra propiamente dicha, sino a causa de Hemos pasado por otros cambios cruciales, otras hechos exógenos cuyo alcance puede equipararse fracturas de alcance similar. El primero se re- a los daños causados por un conflicto. Nos llega al monta a los años cincuenta, cuando se produjo cabo de un decenio de profunda crisis económica el nacimiento de la Comunidad Europea. Atrás que ha sacudido los cimientos de nuestro modelo quedaban las ruinas de la Segunda Guerra Mun- de desarrollo, erosionado los paradigmas de la dial; delante, como horizonte, la ambición de protección social, condicionado radicalmente los curar definitivamente la herida más cruenta del movimientos políticos y el funcionamiento de la Viejo Continente, la de democracia. Nos llega la frontera entre Ale- La Unión nos llega exhausta, con algunas grandes mania y Francia que, aunque no después de una guerra conquistas logradas, a durante siglos, había partir del euro y de una propiamente dicha, sino a causa cubierto de sangre la gestión de alcance glovida de las naciones. La de hechos exógenos cuyo alcance bal de la política monetaria gracias al “cueste segunda fractura más puede equipararse a los daños lo que cueste” de Mario reciente se convirtió, causados por un conflicto Draghi, pero con un en realidad, en un renacimiento, y se produjo proceso de integración con la caída del muro de Berlín en 1989 y la unifi- todavía parcial, incompleto, deficitaria en el placación entre Este y Oeste. También en este caso, se no de la legitimación política y democrática. Nos dejaba atrás un conflicto menos sanguinario pero llega después de cinco años de crisis migratoria con un potencial igualmente explosivo, la guerra que ha dejado grabadas en los ojos de las opiniofría. Delante, como perspectiva, estaba el relanza- nes públicas las imágenes de miles de muertos en miento del proyecto europeo que, poco después, el Mediterráneo, las colas kilométricas a lo largo culminaría en Maastricht con la unión monetaria. de fronteras construidas deprisa y corriendo con 8 VANGUARDIA | DOSSIER EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA alambre espino, las fotos de familia de consejos europeos en serie, todos ellos más bien incapaces de dar con las soluciones adecuadas para armonizar integración y seguridad, humanidad y consenso. Nos llega envejecida, turbada, dividida. Y, sobre todo, en esta ocasión, no contamos con el mundo como telón de fondo. Al contrario, es una variable decisiva. Lo es el desarrollo impetuoso de Asia, con intensidad y tendencias capaces de transformar para siempre la geopolítica y el mercado global. Lo es nuestro tradicional punto y seguido en las relaciones internacionales, el vínculo con Estados Unidos, con un inquilino en la Casa Blanca, Donald Trump, que jamás ha ocultado que, respecto de sus predecesores, tiene un enfoque mucho menos constructivo en cuanto a mantener el vínculo euroatlántico. Lo son, en fin, y por citar los macrofactores más incisivos, las tendencias demográficas que certifican el fin de la relevancia del hombre europeo, las incógnitas sobre el futuro de África, las transformaciones generadas por la revolución tecnológica en todos los aspectos de la vida de nuestras comunidades, del trabajo a la educación, de las modalidades de construcción e integración del Consejo a las mismas ideas de libertad y convivencia civil. Las cinco primeras veces del 2019: simultaneidad y complejidad Esta breve exposición de incógnitas y criticidades basta para dar una idea del grado de complejidad que caracteriza el tercer acto de la historia europea. La perspectiva ya no se refiere al horizonte interno, con la necesidad de una resolución de cuestiones entre países miembros, sino que se amplía a todo el contexto planetario y obliga a nuestras clases dirigentes a hacer algo que en los últimos años han hecho poco y mal: elegir. Elegir, en primer lugar, si se sigue adelante y se completa de modo definitivo la unificación de Europa. O bien elegir si se vuelve atrás, a la época de los estados nación, las divisiones, las pulsiones disgregadoras. Como veremos, esta opción ya no es un ejercicio de estilo para guionistas o politólogos. Al contrario, se trata de una posibilidad concreta aunque, en mi opinión, es nefasta. La alternativa entre el primer escenario, la unidad y el relanzamiento de la Unión Europea, y el segundo, la descomposición definitiva en varios soberanismos y el fin de un proyecto unitario, se consumará de modo predominante durante 2019. Soy consciente de que el debate europeo sufre intermitencias por un efecto anuncio más bien empalagoso y agorero de confusión y expectativas decepcionadas. Son muchos los hechos o momentos político-diplomáticos que, por un motivo u otro, son calificados por comentaristas o políticos de decisivos, determinantes, drásticos. Después, la mayoría de las veces, la angustia resulta inútil, las dificultades quedan sin resolver, el momento de las decisiones definitivas se aplaza para una cita posterior, futurible, descrita como igualmente decisiva. Todo ello tiene unas consecuencias previsibles incluso en términos de confianza y claridad del discurso público, de la credibilidad de sus protagonistas y de la fiabilidad de los observadores. VANGUARDIA | DOSSIER 9 EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA Sin embargo, en esta ocasión, la in- británicas y la convocatoria de un segunsistencia está justificada, el efecto anun- do referéndum, por completo fuera de cio posee una verosimilitud difícilmente todos los pronósticos, parece seguir sobre opinable. La razón se encuentra en un la mesa. Sin duda, la gran complejidad factor objetivo: la simultaneidad de cinco de las negociaciones (en las que, por una grandes cambios que se producirán todos vez, la Europa de los 27 dio muestras de a lo largo del año 2019. Analizados por resolución y armonía en las intenciones) separado, cada uno de esos hechos ten- y las divisiones en la gestión de la salida dría sus propios requisitos de relevancia. por parte del Gobierno y el Parlamento Sin embargo, unidos corren el riesgo de Gran Bretaña hablan de la relevancia de asumir una carga revolucionaria, en de un acontecimiento que reúne todas las el sentido de que una vez se hayan pro- características de cambio de época. ducido, la faz de Europa, su papel en el A estas características se suma la orden mundial, ya no serán los mismos. incertidumbre derivada del hecho que, La evolución irá en un sentido o en otro, tratándose de un acontecimiento nunca tranquilizar a cuantos sostienen el euro- visto, nadie puede prever con certeza peísmo o galvanizar a los soberanistas. cómo acabará. Europa experimentó un Con seguridad, dentro de un año nos proceso de esta naturaleza en varias ocaencontraremos aquí hablando de otra siones, sin duda, pero en dirección conEuropa, de otro mundo. traria, cuando se trataba de regular adVeamos detalladamenministrativa y formalmente te estos cambios que tienen Tras las la adhesión y la entrada de un rasgo común, fundamen- elecciones nuevos miembros. En catal: se trata de hechos sin da uno de los casos en que europeas del precedentes, de auténticas se produjo, fue un cambio primeras veces. Una de estas 2019 quizá nos difícil de gestionar con la primeras veces del 2019 pue- encontremos puesta en práctica de instrude resumirse en la cuestión frente a un mentos y procedimientos más candente de estos días, panorama complejos. En dirección inel Brexit. En más de sesenversa será todavía más arduo político muy ta años de historia, nunca y costoso. cambiado, antes un Estado miembro La segunda de estas había decidido de forma más amplio primeras veces del 2019 la tenindependiente abandonar y fragmentado, dremos con las elecciones la casa común, detenerse, con la aparición para la renovación del Parladar marcha atrás y salirse mento Europeo, el próximo o el refuerzo del camino de integración mes de mayo. Obviamente, comunitaria. Las repercu- de movimientos no quiero decir que es la siones en términos de im- o partidos primera vez que se vota. Me pacto mediático y político hasta hora refiero a que, por primera las vimos ya en junio del marginales vez, el resultado electoral 2016, con el desconcierto puede ofrecer escenarios que siguió al resultado del referéndum. por completo inéditos y profundamente En el 2019, dentro de poco ese resultado explosivos. Desde 1979, es decir, desde el electoral tan incisivo se convertirá en un año en que los ciudadanos europeos tuhecho real, concreto. A escasas semanas vieron derecho a elegir de forma directa de la fatídica fecha del 29 de marzo, no a sus representantes al Parlamento de Eses posible conocer los efectos detallados trasburgo, la Asamblea se configuró con de ese cambio, si será un Brexit duro o una geografía de fuerzas políticas muy si se procederá a aplicar el complicado lineal, principalmente binaria, la mayoacuerdo alcanzado entre la Comisión ría de escaños se repartieron entre las dos Europea y el Gobierno del Reino Unido, agrupaciones políticas principales, los hasta el punto que la opción de una cla- conservadores del Partido Popular Euromorosa marcha atrás de las autoridades peo y los socialdemócratas de la Alianza 10 VANGUARDIA | DOSSIER Progresista de Socialistas y Demócratas. En función de los pactos entre ellos, esas familias políticas procedieron después a expresar todas las tomas de decisión de las instituciones comunitarias de 1992 en adelante: los presidentes de la Comisión, de Delors a Juncker, los presidentes del Parlamento (excepto el liberal irlandés Pat Cox, hace quince años), los presidentes del Consejo Europeo y los altos representantes para la Política Exterior y de Seguridad Común. En mayo, tras decenios bajo el signo de la continuidad, el esquema bipolar podría saltar por los aires y poner en entredicho el modelo de gran coalición que ha servido para trazar las directrices de las políticas europeas, confeccionar directivas y reglamentos, aprobar programas, ratificar acuerdos. Por lo tanto, quizá nos encontremos frente a un panorama político muy cambiado, más amplio y fragmentado, con la aparición o el refuerzo de movimientos o partidos hasta hora marginales. Sea cual sea nuestra tendencia política, creo que puede haber una sustancial coincidencia de opiniones sobre el hecho de que la política europea se internará por rutas inexploradas. La tercera de estas primeras veces que se verificará en el 2019 debe leerse bajo el signo de una ulterior simultaneidad. Este año se producirá la renovación de todos los puestos de decisión en las cúpulas de las instituciones europeas. Entre ellas cabe señalar la designación del nuevo presidente del Banco Central Europeo. Se trata de un cargo que nunca antes estuvo sujeto a los ciclos electorales, por lo tanto, era una designación no vinculada a las demás. Es lo que ocurrió en el 2013 con el nombramiento de Jean-Claude Trichet y en el 2011 cuando se designó a Mario Draghi. Esta vez, sin embargo, el proceso tan sensible para decidir sobre un papel con una carga estratégica tan grande se insertará en el marco de la negociación más general en torno a los demás puestos de decisión. Ello supone que los cálculos basados en los intereses nacionales podrían ir acompañados de los correspondientes a los equilibrios entre partidos, familias políticas, grupos parlamentarios. EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA En el plano conceptual, la cuarta de esas primeras veces del 2019 puede compararse a la correspondiente a la renovación del Parlamento. Como ocurrirá con la Asamblea Parlamentaria, probablemente la Comisión Europea también se modele en función de un esquema político que ya no podrá atribuirse al hijo tradicional del bipartidismo histórico europeo. En ese sentido, existe la posibilidad concreta de que en el seno del Ejecutivo de Bruselas confluyan personalidades representativas de una cultura o de una orientación euroescéptica e incluso antieuropeísta. ¿Ha ocurrido antes? No. En la Comisión encontramos perfiles especialmente divisivos o críticos respecto de este o aquel proceso interno de la vida europea, pero nunca exponentes abiertamente hostiles a la esencia misma de la construcción unitaria. Resulta difícil entender y prever hacia dónde se inclinará esta probable innovación cuando se trate de la gestión ordinaria y extraordinaria de los temas del orden del día del Ejecutivo de Bruselas. La quinta y última de esas primeras veces no se refiere al funcionamiento de la instituciones comunitarias sino a la relación entre los estados miembros y es atribuible al papel del país que, en los últimos años, ha sido hegemónico en Europa, es decir, Alemania. Ese liderazgo, proclamado de hecho pero nunca formalizado a través de un nombramiento político de peso, ha sido equiparado a una especie de hegemonía renuente por parte de Berlín. En la práctica, Alemania desempeñó un papel de guía sustancial, pero siempre se cuidó mucho de ejercerlo formalmente. Por ejemplo, Europa nunca contó con un alemán al frente de la presidencia del BCE o de la Comisión, salvo en la conocida crisis de la silla vacía de los años sesenta. Esta vez es distinto: Berlín ambiciona abiertamente a una supremacía directa, sin intermediaciones. No me cabe duda de que este cambio de ruta es consecuencia del recelo o incluso de la hostilidad de una parte del poder establecido de Alemania o de su opinión pública respecto de algunas orientaciones de la Comisión Europea de los últimos años. Queda el hecho de que, en gran parte, no es imaginable el impacto de esta evolución, tanto en el aspecto político como el comunicativo, por lo que se refiere a la narración de las relaciones de fuerzas entre los países miembros. Es inútil negar que el peligro radica en que la hegemonía –no ya renuente sino consciente y asertiva– de Alemania pueda condicionar en gran medida los precarios pesos y contrapesos entre los estados miembros, así como entre ellos y las instituciones comunitarias. Todo ello con el riesgo de perjudicar la estabilidad estructural de la arquitectura de la Unión Europea que, hasta aquí, se ha fundado en un delicado equilibrio entre intereses nacionales, tutela de las minorías, soberanía común y conveniencias en el tablero geopolítico. La primacía de la democracia, las personas, las políticas, los pueblos Más allá de los excesos de una retórica enfática que en demasiadas ocasiones pasadas resultó desmesurada, el año 2019 traerá consigo escenarios inéditos. ¿Cómo debemos pertrecharnos? ¿De qué manera las clases dirigentes y los pueblos europeos pueden afrontar esos retos sin perder las conquistas más importantes conseguidas en las dos primeras etapas de la historia europea? En primer lugar, como en toda fase de transición, de cambio de época, se impone la necesidad de ponerse en tela de juicio. Si esa exigencia se aplica a Europa, tal como confirman más allá de toda duda los hechos de los últimos años, habrá que transformar radicalmente la perspectiva y los métodos mediante los cuales se lleva a cabo el proyecto de integración europea. En concreto, eso supone que no es posible una ulterior integración sin dos operaciones fundamentales. La primera: reforzar la legitimidad democrática de las instituciones comunitarias; la segunda, afirmar con fuerza la primacía de la política tanto a nivel nacional como europeo. Si la intuición primordial del proyecto comunitario (es decir, la de conectar y unir las economías para crear interdependencia y reducir así al mínimo el riesgo de conflictos) ha sido un éxito y la construcción europea se ha visto beneficiada, hoy en día la interdependencia alcanzada es de tal calibre que parece difícil poder invertirla, como sugieren todas las complicaciones y el caos de procedimientos relacionados con el Brexit. La consecuencia es una heterogénesis de los fines, por lo cual, dado que la integración económica ha funcionado y es percibida como irreversible, ya no constituye un estímulo para seguir adelante. Dicho en términos más simples, el aspecto económico por sí solo no basta para empujar hacia delante, para hacer avanzar la aventura europea. A estas alturas entra en juego la política. O mejor dicho, a estas alturas no se puede prescindir de la política. Necesitamos principalmente de la política si queremos superar con éxito este período de transición. Por brutal que pueda parecer, del regreso al campo de la política depende la salvación de Europa y la suerte de las democracias liberales sobre las que se sustenta. El peligro radica en que la hegemonía –no ya renuente sino consciente y asertiva– de Alemania condicione los precarios pesos y contrapesos entre los estados miembros, así como entre ellos y las instituciones comunitarias VANGUARDIA | DOSSIER 11 EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA Asistimos al salto a la palestra de la democracia iliberal, en la que se invierte la perspectiva: lo que cuenta sobre todo no es la tutela de las minorías, sino la consolidación del poder de las mayorías 12 VANGUARDIA | DOSSIER No recurro a esta asociación entre crisis del proyecto europeo y crisis de las democracias liberales por casualidad. Hace tiempo que estoy convencido de que la crisis de estas últimas es una de las claves para comprender las dificultades del primero, porque el funcionamiento de ambos se basa en los mismos principios constitutivos. Por una parte, la esencia misma del proyecto europeo radica en los valores liberales del pluralismo, la tolerancia y la diversidad, y por otra, estos mismos ideales caracterizan a las democracias liberales, porque garantizan, salvaguardan y protegen los derechos de las minorías políticas, religiosas, étnicas, lingüísticas, etcétera. Como señalaba antes, la protección de las minorías es también una condición fundamental del éxito del experimento europeo: Romano Prodi codificó bien ese concepto cuando definió que una Unión de éxito es una “Unión de minorías”. Tal como hemos podido comprobar en los últimos años, ese concepto de protección de las minorías ha flaqueado en muchos países de la Unión, en algunos de forma más evidente que en otros. En consecuencia, asistimos a la creación del concepto de democracia iliberal y a su salto a la palestra. Se trata de una forma de democracia en la que se invierte la perspectiva, lo que cuenta sobre todo no es la tutela de las minorías, sino la consolidación del poder de las mayorías. Además de los casos más clamorosos, como son los de Polonia o Hungría, podemos observar esa tendencia en las cada vez más frecuentes interpretaciones forzadas de los ejecutivos respecto de sus propios parlamentos. Aunque con algunos grados de especificidad, se trata de una evolución común entre las democracias liberales, y no se limita a Europa, tal como atestigua la elección de Donald Trump en Estados Unidos. La fatiga de las democracias liberales se refleja, naturalmente, a nivel europeo. Citaré el ejemplo más significativo y esencial para comprender las dificultades y los riesgos para Europa. Al menos en los últimos diez años el equilibrio interinstitucional entre Comisión Europea y Consejo Europeo experimentó un notable desplazamiento a favor de este último. ¿Cómo interpretar ese hecho? En la división de tareas a nivel europeo se podría argumentar que la Comisión, que persigue el interés comunitario, es el organismo que salvaguarda las prerrogativas de los estados más débiles, es decir, las minorías. Sin embargo, si las decisiones políticas más relevantes de los últimos años se concentran cada vez más en manos de los jefes de Estado y de Gobierno en el seno del Consejo –organismo en el que predominan los intereses nacionales y, por lo tanto, se crean jerarquías entre países– no debe sorprendernos que se hayan multiplicado los casos en los que se han impuesto los estados más fuertes. Por lo tanto, se podría sostener que el desequilibrio institucional a favor del Consejo podría verse también como una consolidación del poder de las mayorías, los estados miembros más fuertes, en detrimento de las minorías, es decir, los estados menos fuertes. Solo la política, entendida en su acepción más noble, puede resolver y encontrar un punto de equilibrio entre esas situaciones. Si, tal como he intentado argumentar detalladamente, el 2019 está destinado a ser recordado como el año crucial que, de un modo u otro, transformará la Unión Europea, y si se asume como ineludible un regreso a la primacía de la política, ¿cuáles son las condiciones para que ese cambio resulte positivo para la integración y no se transforme en un principio de descomposición de todo el proyecto? En mi opinión, son tres las condiciones esenciales, que podríamos denominar las tres P: personas, políticas, pueblos europeos. La primera, las personas. Resultará determinante el modo en que los líderes europeos elegirán las cinco personalidades, las cinco caras, las cinco voces que representarán a la Unión en la próxima legislatura; en el caso del presidente del BCE, el mandato es de ocho años. Estas elecciones, como ya he explicado, se concentrarán en un período de tiempo reducido, entre julio y octubre, y terminarán por superponerse y llevarse a cabo prácticamente al mismo tiempo, aunque todas las instituciones implicadas, Comisión, Consejo, BCE, Parlamento y política exterior y de seguridad común, prevean procedimientos y dinámicas propias. Existe un imperativo obligatorio: unas decisiones de ese calado deben, sin falta, tomarse con una lógica que maximice el interés del relanzamiento de la integración, y apartarse de un exasperado regateo de pasaportes, aspiraciones y colores políticos. Es fundamental que esas cinco caras se seleccionen sobre la base de las competencias y la representatividad pero además, y sobre todo, de la capacidad de hablar a la sociedad y a los pueblos europeos. Deben estar en condiciones de hacerlo de un modo moderno, directo, sin caer en tecnicismos y sin usar el lenguaje de los burócratas, privilegiando, si acaso, la creatividad. La elección de estas caras y la posibilidad de crear una dinámica positiva en la relación entre las instituciones europeas y los ciudadanos es crucial para conjurar el riesgo de que los próximos cinco EL TERCER ACTO DE L A HISTORIA EUROPEA años se transformen en un calvario para las instituciones europeas. Siempre en el marco de la elección de las personas habrá que tener en cuenta necesariamente el cambio habido en el contexto de la Unión Europea. En nuestro continente existen líderes cada vez más antieuropeos y más agresivos en su retórica y su conducta. Vemos estas características siniestras tanto en líderes de países tradicionalmente hostiles o, al menos, tibios respecto de la integración europea, como –ésa es la auténtica novedad– entre nuestros aliados históricos, con Estados Unidos a la cabeza. Habrá que tener en cuenta semejante novedad en la elección de quién representará a la Unión en los próximos años, es decir, quiénes son los interlocutores o, en el peor de los casos, los adversarios. En consecuencia, será importante poder contar con personalidades con nervio, asertivas, representativas y capaces de ser respetadas por interlocutores mucho más complejos y difíciles que los que en otros tiempos interactuaron con las instituciones comunitarias. La segunda condición se refiere a las políticas. Es impresionante el descarte que se aprecia al repasar los temas que marcaron la campaña electoral en las últimas elecciones para la renovación del Parlamento Europeo, en el 2014, en comparación con los asuntos que después constituyeron las verdaderas prioridades de la legislatura. Las migraciones estaban prácticamente ausentes del debate público, mientras que después pasaron a adquirir el papel de cuestión central de la legislatura, tan central como para modificar de un modo estremecedor el panorama político, entre el Brexit, el resultado de las elecciones en Italia, Austria, Alemania y los llamados países de Visegrado. El mismo descarte, aunque en este caso puede interpretarse como evolución positiva, lo vemos en el tema medioambiental que deberá afianzarse más en las conciencias de los liderazgos políticos para alcanzar esa relación esencial con los ciudadanos, confirmado hoy por todos los estudios demoscópicos. Por lo tanto, es necesario rediseñar las prioridades de la próxima legislatura europea sobre la base del cambio de panorama, deben estar menos centradas en los mecanismos tradicionales e inerciales bruselenses y deben ser más capaces de conectar con los grandes temas del futuro que, no por casualidad, son los que tienen un mayor impacto en la vida de los ciudadanos. Esta reescritura inteligente de la agenda política sirve también para transformar la imagen de la Unión, mejorando su reputación y permitiendo que sea percibida en color, como una construcción viva y moderna, y no en blanco y negro, empañada, grisácea o, peor aún, embalsamada en un tiempo impreciso ajeno de la realidad. Por último, la tercera P, la de los pueblos europeos y de la relación con ellos. Resulta crucial que esta relación sea central y positiva. En las elecciones comunitarias la gente debe encontrar síes y no sólo noes. Ello supone que Bruselas debe conseguir hablar a los ciudadanos europeos sumando, y no restando o dando la idea de que resta algo. El discurso es complejo y toca el meollo mismo de la relación entre pueblo y políticas. Para ser más claro, me concentro en un ejemplo que, en mi opinión, explica mejor que cualquier otro, qué está en juego. En estos tiempos, los nacionalismos y el antieuropeísmo crecen también a raíz del escaso conocimiento recíproco y de la facilidad con la que se desarrollan unos mensajes sutiles y cautivadores basados en la construcción de chivos expiatorios y en la identificación de los vecinos como enemigos. Si a ello añadimos que el programa Erasmus, el mayor éxito europeo, sólo se aplica a una pequeña minoría, esencialmente a un número restringido de jóvenes estudiantes universitarios, nos damos cuenta de que haría falta concentrar todas las energías de la próxima legislatura para conseguir una medida universal, europea, capaz de permitir que todo quinceañero de Barcelona, Bratislava, Pisa o Estrasburgo, estudiara una parte de su curso escolar en el extranjero, en otro país comunitario, como ocurre hoy con el Erasmus de los estudiantes universitarios. Una medida así sería extraordinariamente revolucionaria. Daría a muchas familias, que no tienen esa posibilidad, la gran oportunidad de conseguir que sus hijos cursen en el extranjero por lo menos una parte de sus estudios, igual que hacen hoy las familias que disponen de recursos para poder permitírselo de forma privada. Eso que hoy divide, se convertiría gracias a la Unión Europea en un factor destinado a unir y a compartir. Se retomaría la idea originaria de Europa de Jacques Delors, la Unión de las oportunidades, del crecimiento y la inclusión. Sería el mejor modo para ver el futuro retomando las mejores lecciones del pasado. Sería un instrumento para contribuir a reconectar pueblo y poder establecido, trasladando a los ciudadanos la idea de una Europa que da oportunidades a todos, no sólo a quien puede permitírselas, y que a partir de la valoración de la propia identidad y de los propios valores no negociables de integración está en condiciones de afrontar el tercer acto de su larga historia común. VANGUARDIA | DOSSIER 13 FUERZAS POPULISTAS EN LA UNIÓN EUROPEA Desde la Gran Recesión del 2008 los populismos han ganado presencia en Europa, en especial los de derecha, que se muestran muy beligerantes con las estructuras políticas de la UE. Sus posturas euroescépticas, antiinmigración y proteccionistas entran en contradicción con los grandes objetivos europeos e influyen en los programas del resto de partidos tradicionales. Ofrecemos aquí una visión a ojo de pájaro del peso de estos partidos en los parlamentos de los 28 países, al mismo tiempo que expresamos gráficamente el grado de desigualdad de ingresos de cada uno y el de preocupación por el control de la inmigración en los más importantes. PARTIDO | PAÍS UKIP | REINO UNIDO Información del partido JETZT | AUSTRIA Partido de la Independencia del Reino Unido Lista Peter Pilz PETER PILZ PAUL NUTTALL LÍDER IDEOLOGÍA DERECHA POSICIÓN UE ULTIMAS ELECCIONES % PARLAMENTO DEL VOTO EUROESCÉPTICO 2017 1,80% DIPUTADOS IZQUIERDA REFORMISTA 2017 4,40% 8/153 0/650 FPO | AUSTRIA FIANNA FÁIL | IRLANDA Partido de la Libertad de Austria Guerreros del Destino GOBIERNO HEINZ-CHRISTIAN STRACHE MICHEÁL MARTIN PORCENTAJE DEL VOTO DERECHA DERECHA REFORMISTA EUROESCÉPTICO 2017 10,24% 51/183 2016 24,30% 44/158 EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO APOYO AL GOBIERNO DF | DINAMARCA +40% DE 30% A 40% DE 20% A 30% Partido Popular Danés DE 10% DE 5% -10% A 20% A 10% KRISTIAN THULESEN DAHL FUENTES: Unión Europea; CIDOB; Wikipedia (https://en.wikipedia.org); WID.world; y Ipsos Public Affairs, ‘What worries the world’, julio 2018. PVV | PAÍSES BAJOS DERECHA GEERT WILDERS APOYO AL GOBIERNO EUROESCÉPTICO 2015 21,10% 37/175 Partido de la Libertad EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO 2017 13,10% 20/150 AdF | ALEMANIA Alternativa para Alemania FvD | PAÍSES BAJOS Fórum por la Democracia JÖRG MEUTHEN Y ALEXANDER GAULAND THIERRY BAUDET EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO DERECHA 2017 12,60% 94/709 25 EUROESCÉPTICO 43 2017 1,80% 2/150 DIE LINKE | ALEMANIA La Izquierda KATJA KIPPING Y BERND RIEXINGER IZQUIERDA 31 REFORMISTA 2017 14,40% 69/709 PP | BÉLGICA Partido Popular ADR | LUXEMBURGO Partido Reformista de Alternativa Democrática JEAN SCHOOS MISCHAËL MODRIKAMEN DERECHA EUROESCÉPTICO 2014 1,51% 1/150 DERECHA 22 35 EUROESCÉPTICO 2018 8,28% 4/60 VB | BÉLGICA Interés Flamenco TOM VAN GRIEKEN DERECHA EUROESCÉPTICO 2014 3,67% 3/150 FI | FRANCIA La Francia Insumisa EL CONTROL DE LA INMIGRACIÓN Uno de los tres principales problemas del país % (dato disponible sólo en los principales estados de la UE) JEAN-LUC MÉLENCHON IZQUIERDA EUROESCÉPTICO 2017 11,04% 17/577 AN | FRANCIA Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) MARINE LE PEN EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO 2017 13,20% 8/577 UP | ESPAÑA Unidos Podemos y confluencias PABLO IGLESIAS IZQUIERDA REFORMISTA 2016 21,15% 71/350 VOX* | ESPAÑA SANTIAGO ABASCAL DERECHA EUROESCÉPTICO M5S | ITALIA Movimiento 5 Estrellas LUIGI DI MAIO Y BEPPE GRILLO IZQUIERDA EUROESCÉPTICO 2018 32,45% 227/630 EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO LN | ITALIA Liga Norte, con la Coalición de Centroderecha MATTEO SALVINI 2016 0,20% 0/350 DERECHA * El CIS de finales de enero de 2019 daba a Vox un 6,5% de los votos. 2018 37,25% 265/630 GOBIERNO EUROESCÉPTICO SNS | ESLOVENIA SD | SUECIA PiS | POLONIA ZMAGO JELINCIC JIMMIE AKESSON BEATA SZYDLO DERECHA DERECHA Partido Nacional Esloveno DERECHA Demócratas de Suecia EUROESCÉPTICO 2018 4,17% 4/90 GOBIERNO 2018 12,60% 13/90 GOBIERNO DERECHA INFERIOR A 0,275 PAWEŁ KUKIZ TIMO SOINI (substituido por Jussi Halla-aho en 2017) REFORMISTA MENOS DESIGUALDAD KUKIZ'15 | POLONIA Partido del los Finlandeses MARJAN SAREC EUROESCÉPTICO Indicador sintético de las desigualdades de ingresos. Varía de 0 (igualdad perfecta) a 1 (máxima desigualdad). 2015 37,58% 235/460 PS | FINLANDIA Lista de Marjan Sarec IZQUIERDA EUROESCÉPTICO 2018 17,53% 62/349 LMS | ESLOVENIA ÍNDICE DE GINI Ley y Justicia EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO EUROESCÉPTICO DE 0,275 A 0,295 2015 8,81% 42/460 2015 17,65% 38/200 KPV LV | LETONIA EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO DE 0,295 A 0,315 ¿A quién pertenece el país? 33 EKRE | ESTONIA ALDIS GOBZEMS Partido Popular Conservador DERECHA MART HELME 2018 14,25% 16/100 DERECHA EUROESCÉPTICO 2015 8,10% 7/101 NA | LETONIA Alianza Nacional ROBERTS ZILE DERECHA EUROESCÉPTICO 2018 11,01% 13/100 EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO ANO 2011 | REP. CHECA DERECHA 7 2016 5,55% 8/141 DERECHA EUROESCÉPTICO SNS | ESLOVAQUIA REFORMISTA SPD | REP. CHECA EUROESCÉPTICO Somos Familia BÉLA BUGÁR Alianza de Ciudadanos Descontentos 2017 29,64% 78/200 Orden y Justicia SR | ESLOVAQUIA ANDREJ BABIS GOBIERNO ROLANDAS PAKSAS MÁS DESIGUALDAD 2016 6,60% 11/150 CENTRO TT | LITUANIA SUPERIOR A 0,315 EUROESCÉPTICO Libertad y Democracia Directa de la República Checa TOMIO OKAMURA DERECHA Partido Nacional Eslovaco ANDREJ DANKO DERECHA EUROESCÉPTICO 2016 8,60% 15/150 EN LA COALICIÓN DEL GOBIERNO KOTLEBA | ESLOVAQUIA Partido Popular Nuestra Eslovaquia EUROESCÉPTICO 2017 10,64% 22/200 MARIAN KOTLEBA EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO 2016 8,00% 14/150 7 FIDESZ | HUNGRÍA JOBBIK | HUNGRÍA VIKTOR ORBÁN GÁBOR VONA DERECHA DERECHA Unión Cívica Húngara MP | RUMANIA Partido del Movimiento Popular TRAIAN BASESCU DERECHA EUROESCÉPTICO 2018 49,27% 133/199 Movimiento por una Hungría Mejor EUROESCÉPTICO 2018 19,06% 26/199 GOBIERNO REFORMISTA VOLYA | BULGARIA 2016 5,35% 18/329 Poder VESELIN MARESHKI ZIVI ZED | CROACIA SYPOL | CHIPRE Escudo Humano y otros Alianza de Ciudadanos IVAN VILIBOR SINCIC CENTRO GIORGOS LILLIKAS EUROESCÉPTICO IZQUIERDA 2016 6,23% 8/151 HDSSB | CROACIA Asamblea Democrática Croata de Eslavonia y Baranja DRAGAN VULIN DERECHA EUROESCÉPTICO 2016 1,25% 1/151 BANDIC MILAN 365 | CROACIA BANDIĆ MILAN IZQUIERDA REFORMISTA REFORMISTA 2016 6,01% 3/56 CHRYSÍ AVGÍ | GRECIA Aurora Dorada NIKOLAOS MICHALOLIAKOS EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO 2015 6,99% 18/300 SYRIZA | GRECIA DIKO | CHIPRE Partido Democrático NIKOLAS PAPADOPOULOS CENTRO REFORMISTA 2016 14,49% 9/56 Coalición de la Izquierda Radical ELAM | CHIPRE ALEXIS TSIPRAS CHRISTOS CHRISTOU IZQUIERDA EUROESCÉPTICO 2016 4,04% 2/151 2015 35,46% 145/300 APOYO AL GOBIERNO GOBIERNO EXTREMA DERECHA EUROESCÉPTICO 2016 3,71% 1/56 DERECHA EUROESCÉPTICO 2017 4,15% 12/240 OP | BULGARIA Patriotas Unidos VOLEN SIDEROV DERECHA EUROESCÉPTICO 2017 9,07% 27/240 APOYO AL GOBIERNO GERB | BULGARIA Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria BOYKO BORISOV DERECHA REFORMISTA 2017 32,65% 95/240 GOBIERNO Inventar la doble democracia europea Michel Aglietta Nicolas Leron PROFESOR EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD PARÍS-NANTERRE Y CONSEJERO DEL CENTRO DE ESTUDIOS PROSPECTIVOS E INFORMACIONES INTERNACIONALES (CEPII). INVESTIGADOR ASOCIADO AL CENTRO DE INVESTIGACIONES POLÍTICAS CEVIPOF SCIENCES PO, FUNDADOR DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN EUROCITÉ (WWW.EUROCITE.EU) Y EXPERTO ASOCIADO A LA FUNDACIÓN JEAN-JAURÈS. N UESTRA NECESIDAD DE EUROPA Dicha corriente justificó el Acta Única Europea de 1987, que pretendía integrar Europa a través de las finanzas y hacía del proyecto del euro una simple culminación de la integración financiera. La segunda corriente provino de la unificación alemana, que sólo aceptaba el euro en el marco del ordoliberalismo. Esa doctrina es expresión de la economía social de mercado, a la cual obedece el control de las condiciones macroeconómicas. Las prioridades de dicho control son la estabilidad de los precios, la limitación de los déficits excesivos y la independencia del banco central. es imperiosa. La impone el desafío planetario del cambio climático, la puesta en entredicho del multilateralismo y el profundo malestar social que sacude nuestras sociedades. Europa se vio golpeada por la crisis financiera y sus repercusiones más gravemente que ninguna otra región del mundo debido a la debilidad de su gobernanza política. La crisis financiera y económica mundial sacó a la luz problemas mucho más profundos que remiten a la concepción de la cons- La tragedia de las dos primeras trucción europea. Ante la ilusión de creer que tras décadas del euro las decisiones tomadas al borde del abismo en el Esas dos doctrinas forman una mezcla ex2012 y algunos progresos en materia de unión ban- plosiva porque las finanzas no son eficientes. caria hemos alcanzado un statu quo perenne, el Se mueven por una lógica inercial que empucontinuado ascenso de ja hacia los extremos las fuerzas populistas Europa se vio golpeada por la crisis cuando no existe una y antieuropeístas no financiera y por sus repercusiones estricta regulación. Esa tarda en devolvernos no puede más gravemente que ninguna otra regulación enseguida a la realidad estar desligada de la de un declive demo- región del mundo, debido sobre moneda, que es esencrático que gangrena todo a la debilidad de su cialmente un sistema nuestro continente. político. Sin embargo, gobernanza política La crisis europea la diversidad de las inshunde sus raíces en las tituciones políticas de contradicciones políticas e ideológicas que con- los países miembros de la Unión hace imposible su dujeron a la creación del euro en 1999. La primera agrupación bajo el pabellón del ordoliberalismo. corriente es el neoliberalismo que invadió Euro- Por ello, habría sido necesario concebir, desde la pa bajo la capa de la eficiencia de las finanzas. creación del euro, un sistema político de dos nive- 16 VANGUARDIA | DOSSIER les que preservara en el plano político la soberanía de los estados y que construyera en el plano europeo una verdadera democracia europea donde se permitiera al euro asumir su papel regulador en el conjunto de la Unión. Llamamos a ese sistema la doble democracia: la Europa política debe hacerse por medio de un salto del poder público a nivel europeo y no por medio de un improbable salto de la soberanía. La primera década del euro sufrió el choque de unas finanzas libres de todo freno fuera del bloque germánico bajo dominio del ordoliberalismo, que siempre desconfió de los excesos de las finanzas. El resultado fue una divergencia masiva e irreversible en los países europeos a causa de una expansión sin límites del crédito en el sector privado para financiar la especulación inmobiliaria tanto en España como en Irlanda y todo tipo de disfunciones macroeconómicas y capturas de rentas en Italia, Portugal y sobre todo Grecia. Esos excesos se produjeron sin ninguna regulación de nivel europeo. Cuando estalló la crisis en el 20072008, el Banco Central Europeo (BCE) se quedó de brazos cruzados, y las reacciones de los países endeudados resultaron claramente insuficientes. Por ello, la crisis cobró impulso con una violencia renovada en el 2010 tras descubrirse la magnitud de los déficits en Grecia. La respuesta fue una política de austeridad generalizada en el peor momento. Y colocó al euro al borde del precipicio en el otoño del 2011, cuando, por casualidad, Mario Draghi tomó la dirección del BCE. La preeminencia de lo económico sobre lo político, y sobre todo la ceguera ante la lógica destructora de las finanzas desreguladas, constituye en nuestra opinión el punto de partida de la crisis europea. Esa perspectiva de la financiarización en un espacio carente de una autoridad presupuestaria común define la crisis europea. La contrainversión de la mirada, la recuperación de lo económico por lo político, revela ineludiblemente las evidencias que se han mantenido fuera de campo y a partir de las cuales debemos pensar otra Europa: una Europa política cuyo comienzo y finalidad no son más estabilidad sino democracia. Ése debe ser nuestro programa intelectual y político. Desconstruir la matriz neofuncionalista de la integración europea El discurso que condujo a la crisis europea se despliega por medio de la matriz neofuncionalista de los inicios de la construcción europea y que perdura aún hoy. El neofuncionalismo representa un proceso lineal de integración sectorial progresiva y de extensión correlativa de los mercados. Su fuerza motriz nace de la reconfiguración de los intereses de los agentes, mientras las instituciones políticas nacionales sigan dueñas de las regulaciones de las que depende la estabilidad social. El resultado son unos aumentos de la eficiencia a medida que se amplía el perímetro de la integración. Sin embargo, las finanzas son todo menos lineales y con débil influencia política. Se mueven VANGUARDIA | DOSSIER 17 INVENTAR L A DOBLE DEMOCR ACIA EUROPEA por ciclos de gran amplitud, puntuados por crisis en sus inflexiones. Y, sobre todo, están en estrecha interacción con lo político por medio de su poder de control sobre las empresas y la influencia en la gestión de la moneda. Ello conlleva que unas finanzas internacionalizadas dentro del marco de una moneda única, más allá de las autoridades políticas soberanas sin control en el nivel del perímetro de la Unión, no podían dejar de suscitar las distorsiones mencionadas más arriba. La originalidad y el escollo del neofuncionalismo residen en la hipótesis de un movimiento ascendente lento pero irresistible que caracterizó la fase inicial de la integración europea a partir de finales de la década de 1950. Cuando las finanzas escapan al dominio de los gobiernos nacionales privados del poder monetario, éstos quedan atrapados en la trampa de su propia criatura institucional. El neofuncionalismo promete un progreso ascendente hacia un nirvana: “continuar el proceso de creación de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”. Sin embargo, esa integración por medio de “pequeños pasos” no puede funcionar cuando las condiciones de integración, es decir, unas finanzas transnacionales que polarizan las situaciones de los países y una moneda única, chocan con el ejercicio de las soberanías nacionales. En ese contexto la ideología neofuncionalista se agota frente a la resiliencia de las soberanías estatales. El Brexit contradice empíricamente la profecía de la inevitable marcha hacia delante de la construcción europea, sin que el Reino Unido pertenezca siquiera a la eurozona. La posibilidad de un retroceso es ya una realidad constatada o hecha posible, se manifieste por una salida pura y simple de la Unión Europea (Reino Unido), una salida de la eurozona (Grecia) o un deterioro de los principios y valores constitutivos del proyecto europeo (Polonia, Hungría y Rumanía). Partir de lo político exige extirpar la cuestión democrática de la matriz horizontal neofuncionalista para colocarla en el eje vertical de lo político, como punto de partida de toda reflexión y acción. La cuestión democrática no es ni podrá ser el último de los pequeños pasos, es y debe ser el acto fundador constitutivo de los posibles. La Unión Europea no es una democracia En un gesto más radical, partir de lo político, colocar la cuestión democrática en el centro del análisis y al inicio de cualquier revitalización europea, supone plantear una definición primordial 18 VANGUARDIA | DOSSIER e histórica de la democracia moderna (la democracia parlamentaria) y extraer de ella las consecuencias teóricas y políticas. La democracia empieza con un demos, es decir, un colectivo político amplio donde la comunidad política está constituida por la mayoría de los individuos (el principio mayoritario del 50% más un voto no es más que su traducción práctica y consensual moderna). Sin embargo, la democracia es también y sobre todo un kratos, es decir, una capacidad del colectivo político de decidir y producir bienes públicos. Sin demos, no hay democracia; sin kratos, tampoco. El kratos, en su traducción moderna, es el poder presupuestario del Parlamento. La democracia moderna empieza y se concentra en la votación del presupuesto por parte de una mayoría parlamentaria elegida en función de grandes orientaciones socioeconómicas y sociales, ya proceda esa mayoría del resultado directo de las elecciones o de una coalición postelectoral. El presupuesto constituye la carne de la democracia. Permite a los electores optar entre diferentes grandes orientaciones presupuestarias y, por lo tanto, ejercer y probar el poder político. ¿Cuál será el nivel de las retenciones obligatorias, es decir, la parte de riqueza que una sociedad se da a sí misma? ¿Cómo y en qué medida contribuirá cada uno de los grupos sociales? ¿Cuáles serán los bienes públicos producidos a partir de esa riqueza común? ¿Quiénes serán sus beneficiarios directos? De esa definición primordial se deriva una conclusión sencilla, evidente y, sin embargo, profundamente disruptiva: la Unión Europea (UE) no es hoy una democracia. La UE reposa en un sofisticado sistema de equilibrio de poderes, asegura una transparencia institucional, respeta el Estado de derecho, garantiza un elevado nivel de protección de los derechos fundamentales, desarrolla un poderoso derecho del mercado interior y despliega políticas sectoriales y territoriales que cuentan para quienes se benefician de ellas. Sin embargo, no es una democracia porque le falta un verdadero presupuesto, es decir, la capacidad de hacer y no sólo de reglamentar. Antes incluso de plantearse la cuestión del demos europeo, falta el kratos, es decir, la capacidad colectiva de actuar en el plano europeo sobre la realidad social produciendo bienes públicos europeos. El Parlamento Europeo vota, en efecto, un presupuesto técnico del orden de un 1% del PIB de la Unión Europea. Gratificado por los tratados con una competencia presupuestaria, pero sin presupuesto político de talla macrosistémica, el Parlamento Europeo no tiene capacidad presupuestaria, INVENTAR L A DOBLE DEMOCR ACIA EUROPEA es decir, verdadero poder presupuestario. Una asamblea desprovista de poder presupuestario no es un parlamento. Los ciudadanos europeos, sin verdadero poder para elegir mediante su voto entre diferentes grandes alternativas de políticas presupuestarias europeas, no son ciudadanos europeos, sino ciudadanos nacionales disminuidos que votan en elecciones nacionales de medio mandato. En ese sentido, la pretensión de democratizar la Unión Europea pone de manifiesto un error fundamental de juicio: sustenta la idea de un proceso de mejora de la calidad democrática de la UE, una calidad que se supone ya presente pero perfectible. Formulamos, por el contrario, la tesis de una ausencia de democracia europea que, en consecuencia, sólo puede apelar a un acto de fundación de una democracia europea. Así, el reto político consiste en esforzarse por pensar la posibilidad de un acto fundador democrático en el plano europeo y situarlo en el espacio de los posibles políticos ofrecidos por el doble contexto intraeuropeo y mundial. Dicho contexto comporta elementos de optimismo y de inquietud. La elección de Emmanuel Macron en Francia, con su programa resueltamente europeísta, el voluntarismo del que hizo gala en sus discursos de Atenas y la Sorbona y su capacidad para hablar tanto a los socialdemócratas como a los liberales o los conservadores, parece abrir un período de oportunidad para la revitalización del proyecto europeo. Ahora bien, el inmovilismo alemán y el ensombrecimiento de la situación política francesa hacen que se ciernan dudas acerca de la capacidad del motor francoalemán a la hora de proporcionar los impulsos necesarios. Lo constatamos con el parto doloroso y decepcionante de ese principio de presupuesto de la eurozona. Además, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca desestabiliza el orden mundial, tanto en el plano geopolítico como en el macroeconómico. Punto muerto de la integración por la preponderancia del derecho europeo El método comunitario, que se inscribe en la lógica neofuncionalista, ha buscado sobre todo la integración haciendo que prevalezca el derecho europeo sobre los derechos nacionales; y estableciendo, por lo tanto, la preponderancia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Ahora bien, el derecho europeo es puramente horizontal y monoprincipal, en el sentido en que es ante todo un derecho del mercado interior, es decir, de las libertades de circulación de los agentes económi- cos y, con la ciudadanía de la Unión Europea, de los agentes no económicos. No vinculado a una comunidad política, choca con los órdenes jurídicos nacionales que emanan, ellos sí, de la verticalidad de lo político. Su principio, derivado además de la estructura misma del sistema jurídico en mayor medida que de un plano político intencional, es el del fundamentalismo del mercado: competencia libre y no distorsionada, libre movilidad de todo cuanto puede desplazarse. La proliferación de ese derecho que se impone a las legislaciones nacionales priva poco a poco a los parlamentos nacionales de sus prerrogativas soberanas. Produce un juego de competencia reglamentaria intraeuropea: los estados miembros padecen una presión estructural para aplicar una política de la oferta. Sin embargo, el derecho europeo es un espacio en expansión continua. No tiene asignado ningún límite preciso. El TJUE reivindica la autoridad de juzgar en última instancia el reparto de las competencias entre la UE y los estados miembros. Ese derecho traba la política industrial, la política social y conduce a un deterioro de los servicios públicos. La aprobación por los gobiernos de las recomendaciones de la Comisión Europea priva a los parlamentos nacionales de sus prerrogativas legislativas. ¿Permite la prioridad del derecho de la competencia sobre las políticas públicas un añadido de eficacia económica? Ésa es otra ilusión del fundamentalismo de mercado. La supuesta competencia libre y no distorsionada no tiene nada que ver con la competencia pura y perfecta de la teoría normativa. Unida a la unión monetaria, conduce a la concentración industrial en los países que ya poseían ventajas comparativas en detrimento de los territorios en las regiones desindustrializadas y conduce también a la divergencia económica en lugar de a la convergencia entre los países. Eso significa que la lógica de la integración europea por medio de los mercados exclusivamente produce transferencias masivas en contra de los países del sur de Europa y en favor del bloque germánico. El rechazo de Alemania a una unión de las transferencias no es otra cosa que el rechazo a las transferencias positivas que ayudarían a compensar las transferencias negativas de las cuales se beneficia de un modo masivo. Las transferencias positivas de los que hablamos no son mecanismos de redistribución menospreciados por la opinión alemana. Consistirían en producir bienes públicos comunes de los que Europa en su conjunto tiene gran necesidad tras décadas de degradación en términos cuantitativos y cualitativos. El presupuesto constituye la carne de la democracia. Permite a los electores optar entre diferentes grandes orientaciones sociales y económicas. La Unión Europea carece de un presupuesto real y por tanto no es hoy una democracia VANGUARDIA | DOSSIER 19 INVENTAR L A DOBLE DEMOCR ACIA EUROPEA Las críticas provocadas por la política del BCE, en ausencia del marco institucional europeo que permita una cooperación macroeconómica de los países miembros, son las señales de que el statu quo de la Unión Europea ya no es viable El euro crea un poder público incompatible en el orden monetario con el enfoque neofuncionalista El sistema jurídico-político europeo padece una entropía creciente debido a la ausencia de una autoridad democrática europea. La lógica de compromiso que se deriva de ello sólo puede apuntar a un mantenimiento del statu quo, amenazado ante cambios mundiales por la incapacidad de llevar a cabo una política macroeconómica común. Semejante divorcio se hizo patente con la institución del euro, que creó un poder público de naturaleza federal (el BCE) al tiempo que lo privaba de su soberanía en el tratado de Maastricht arguyendo la neutralidad de la moneda. Hubo que esperar a lo más hondo de la crisis financiera en la eurozona para que el BCE recobrara la soberanía del prestamista de última instancia, acentuando el desequilibrio con la ausencia de autoridad política europea. Esa ausencia se compensó por medio de un corsé de reglas presupuestarias arbitrarias en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, agravado en la crisis de la eurozona por el pacto fiscal del 2012. Las críticas provocadas por la política del BCE, en ausencia del marco institucional europeo que permita una cooperación macroeconómica de los países miembros, son las señales de que el statu quo ya no es viable. Con la existencia de una moneda, bien público por excelencia, el neofuncionalismo choca con el problema intensamente político de la identidad colectiva. Hay que buscar la solución, no en un acomodo federal que subordine las soberanías políticas de los estados, sino en una doble democracia que haga interactuar los planos europeo y nacionales de los poderes públicos. Un presupuesto europeo que actúe como prestamista e inversor en última instancia Fundar la doble democracia europea supone un pacto europeo que instituya un presupuesto dotado de recursos fiscales propios bajo la autoridad de un Parlamento. El presupuesto es, en efecto, una dimensión constitutiva de lo político por su capacidad de recaudar los impuestos y emitir una deuda de la sociedad frente a ella misma con objeto de producir bienes comunes. El poder público presupuestario viene a completar la unión monetaria. Las finalidades del presupuesto de una Europa con poder público son la inversión a largo plazo para el crecimiento sostenible. Un presupuesto de un 3-3,5% del PIB europeo sin el Reino Unido proporcionaría la base de un inversor de última instancia buscando la complementariedad entre 20 VANGUARDIA | DOSSIER inversores públicos y privados. Su papel sería el de garantizar un sistema financiero basado en una red de bancos públicos de desarrollo y en clubs de inversores a largo plazo responsables de romper la tragedia de los horizontes. El desarrollo de un mercado de obligaciones europeas daría al BCE la herramienta para sostener el crecimiento. Respaldo de una visión de futuro por medio de la inversión, el presupuesto europeo orientado al largo plazo contribuiría a transferencias positivas entre los países y de ese modo volvería a dinamizarlos. Las relaciones entre los países miembros pasarían de ser un juego de suma cero o negativa, consecuencia de la austeridad generalizada de los años 2011-2013, a ser un juego de suma positiva que restablecería la confianza. Habrá doble democracia si el presupuesto europeo refuerza los poderes públicos nacionales aflojando el yugo reglamentario de la UE, que ya no es sólo un Estado regulador, sino un poder público de pleno derecho. Las políticas cooperativas de estabilización La recomposición de las responsabilidades entre el plano europeo y el de los estados permitiría que las políticas de estabilización fueran más inteligentes y democráticamente legítimas al reformar en profundidad el semestre europeo. En efecto, la recuperación del crecimiento por medio de la inversión de largo plazo daría los medios de hacer más simétricos los ajustes nacionales. El principio consiste en partir del ajuste presupuestario para el conjunto de la eurozona y de hacerlo dependiente del ciclo económico común de los estados miembros, antes de acordar el reparto entre los presupuestos nacionales. Para ello hay que crear un organismo presupuestario europeo independiente encargado de determinar el esfuerzo presupuestario primario agregado en la perspectiva de una estabilización a largo plazo de las deudas públicas y proponer un reparto entre los presupuestos nacionales. Dicho organismo generaría un fondo de estabilización contracíclico. Su propuesta se sometería a una comisión parlamentaria compuesta por los representantes de los parlamentos de los estados miembros. Tras las eventuales modificaciones, la propuesta aprobada por la comisión parlamentaria tendría una legitimidad democrática y debería ser tenida en cuenta obligatoriamente por el Consejo Europeo. La doble democracia europea sería así la reforma estructural para recuperar la dimensión histórica del proyecto europeo. La zona euro cumple veinte años ¿Qué reformas son aún necesarias? Jeromin Zettelmeyer INSTITUTO PETERSON PARA LA ECONOMÍA INTERNACIONAL. A LOS VEINTE AÑOS DE SU CREA- ción, el éxito del euro es todavía objeto de debate. Por supuesto, el hecho de que la moneda haya sobrevivido ese tiempo ya es en sí un éxito. Ningún país lo ha abandonado, aunque hubo varios momentos es que esa posibilidad estuvo cerca. El euro también ha conseguido mantener un nivel reducido de inflación en todos sus miembros (algunos han padecido deflación, pero no por períodos prolongados). Probablemente también ha contribuido al mercado único de bienes y servicios al eliminar el riesgo cambiario y excluir la devaluación competitiva. Y, de modo importante, ha catalizado otras reformas institucionales; en particular, la creación de una supervisión común de los bancos y unos marcos de resolución bancaria, lo cual ha beneficiado la integración financiera a largo plazo, que debe en última instancia respaldar el crecimiento. Al mismo tiempo, el euro está vinculado a una experiencia traumática: la crisis de la deuda soberana del 2010-2013. Si bien la crisis se precipitó por unas conmociones externas (unas condiciones financieras más rígidas globalmente tras el colapso de Lehman Brothers, junto con una drástica reducción del comercio), también la arquitectura del euro fue un factor coadyuvante y un impedimento para una pronta resolución. Esto último queda ilustrado por la comparación con Estados Unidos. Entre el 2001 y el 2007, tanto Estados Unidos como la zona del euro experimentaron una expansión financiera. Cuando la burbuja estalló, ambas eco- nomías sufrieron grandes caídas en la producción: la Gran Recesión del 2008-2009. Sin embargo, a diferencia de Estados Unidos, que se recuperó de modo continuado a partir de la segunda mitad del 2009, la zona del euro padeció una serie de crisis en cadena que condujeron a una segunda recesión en el 2011-2013. El coste de la crisis fue más allá de las pérdidas económicas. Creó profundas divisiones políticas entre los países golpeados con más fuerza y los que sufrieron menos y a los que se les pidió que ayudaran a los más miembros débiles. Esas divisiones siguen amenazando hoy a Europa; entre otras cosas, por medio de la reaparición de movimientos políticos nacionalistas. ¿Qué nos dicen esas experiencias acerca del posible éxito futuro del euro? ¿Qué reformas son aún necesarias para asegurar su éxito, si es necesaria alguna? Hay dos formas de responder a la pregunta. Como veremos, llevan más o menos a las mismas conclusiones. ¿Se han aprendido las lecciones del euro? Un enfoque para responder a la pregunta del título es plantear si se han abordado los problemas que contribuyeron a la crisis e impidieron la recuperación. La respuesta es: sólo en parte. Aunque la crisis fue desencadenada por conmociones externas, la mayoría de economistas coincide en que las razones por las cuales esas conmociones tuvieron un efecto tan devastador fueron autóctonas. Entre otras cosas, las burbujas crediticias alimentadas por flujos de capitales en la mayoría de los países periféricos del euro durante VANGUARDIA | DOSSIER 21 22 VANGUARDIA | DOSSIER L A ZONA EURO CUMPLE VEINTE AÑOS: ¿QUÉ REFORMAS SON AÚN NECESARIAS? el periodo entre el 2000 y el 2007, así como unos excesivos déficits fiscales en la etapa anterior a la crisis en algunos países (entre los que no se encontraba España). Esos problemas se vieron posibilitados por una supervisión bancaria escasa y unas normas fiscales difíciles de hacer cumplir y al mismo tiempo procíclicas en la medida en que no limitaban de manera suficiente el gasto en los buenos tiempos mientras que lo limitaban demasiado en los momentos difíciles. Las dificultades relacionadas con la resolución de la crisis fueron triples. En primer lugar, cuando Grecia se declaró insolvente en el 2010, quienes decidían la política de la zona del euro descubrieron que, aunque la reestructuración de su deuda soberana era una posibilidad teórica, en la práctica resultaba excesivamente arriesgada debido a las perturbaciones financieras que semejante reestructuración habría provocado en el país y en el resto de la zona del euro. Sin embargo, la alternativa (una austeridad prolongada, que condujo a un colapso económico peor que la Gran Depresión estadounidense) apenas fue mejor. En segundo lugar, las normas fiscales procíclicas obligaron a algunos países a emprender un ajuste fiscal más severo del que les convenía. En tercer lugar y de modo más importante, la moneda común suponía que el banco central ya no estaba disponible en una emergencia como prestamista de última instancia en los mercados de deuda soberana. En consecuencia, incluso los países solventes estuvieron a la merced de pánicos desencadenados por los efectos indirectos de Grecia o los problemas de sus sistemas bancarios. Eso es lo que describe la experiencia de Italia y España durante el 2011-2012. Algunos de esos problemas se han abordado mediante la creación de autoridades comunes de supervisión y resolución bancarias, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE) y la adopción de la política de “operaciones monetarias de compraventa” (OMC), que permite al Banco Central Europeo (BCE) respaldar deudas soberanas que adopten un programa del MEE. La supervisión bancaria común debería hacer menos probable las burbu- jas crediticias que conducen a crisis. La presencia combinada del MEE y las OMC deberían excluir los pánicos de deuda soberana como los vistos en el 2011-2012. También hace un poco más probable que a los países verdaderamente insolventes (cuyas finanzas públicas no pueden enderezarse mediante alguna combinación de créditos para crisis y ajuste fiscal, porque el ajuste necesario sería mayor que el que podría soportar la sociedad) se les permita reestructurarse, ya que el MEE estará ahí para proteger al resto. ¿Qué falta? A pesar de los intentos de reforma, las normas fiscales todavía son imperfectas y difíciles de hacer cumplir. A pesar de la presencia del MEE, la reestructuración de la deuda soberana en la zona del euro sigue siendo poco probable incluso en caso de ser necesaria. Y a pesar de la creación del MEE y la política de OMC, algunos miembros de la zona del euro se sienten insuficientemente protegidos frente a los cambios en los comportamientos de los mercados y las conmociones externas. Ese punto de vista es polémico: es compartido por la Comisión Europea, que defiende importantes redes de seguridad adicionales en la zona del euro, pero discutida por algunos estados miembros del norte, que sienten que lo que falta es sobre todo una voluntad por parte de los países de la anterior crisis para abordar sus problemas heredados y hacer más para protegerse a sí mismos. Sin embargo, el que eso esté así, y suscite polémica, indica que hay un problema. ¿Es el euro sostenible? El segundo enfoque para responder a la pregunta del título es mirar al futuro: ¿es probable que el euro exista aún dentro de veinte años? ¿De cincuenta? En un sentido, su sostenibilidad ha mejorado mucho: la presencia del MEE y un mayor papel financiero del BCE hacen ahora prácticamente imposible que un país deba abandonar el euro debido a la presión del mercado. Mientras siga en pie la política de OMC, cualquier país que quiera adherirse a un programa del MEE recibirá apoyo financiero, cueste lo que cueste. Eso no significa que ningún país vaya a salir nunca del euro, sino que se- mejante salida tendría que ser voluntaria. Así, la pregunta de si el euro es sostenible se reduce a la pregunta de si sus miembros siguen prefiriendo ser miembros de él o prefieren abandonarlo. Una parte importante de la respuesta se relaciona con el crecimiento a largo plazo. Por las razones mencionadas al principio de este artículo, formar parte del euro debería beneficiar el crecimiento porque ayuda a crear un mercado único, más profundo y competitivo, da a los países miembros acceso a instituciones económicas de elevada calidad, como el BCE y el MEE, y reduce la inestabilidad macroeconómica. Dicho esto, el débil crecimiento continuado de Italia es un motivo de preocupación. Es probable que sus problemas de crecimiento a largo plazo no sean debidos al euro, sino a una persistente debilidad de algunas instituciones públicas, así como de los mercados de productos y laboral. Esos mercados deberían ser susceptibles de reforma. Sin embargo, supongamos que no es posible abordarlos dentro de las limitaciones impuestas por la política italiana. En ese caso, ¿podrían Italia y otros países con problemas similares estar mejor en un régimen en el que pudieran periódicamente, por más que de modo temporal, estimular el crecimiento devaluando sus monedas? De ser así, ¿podría esa situación contrarrestar los aspectos potenciadores del crecimiento por el hecho de pertenecer al euro? Se trata de pregunta de respuesta difícil y que supera el alcance de este artículo. Dejando ese aspecto de lado, la pregunta de si un país desearía salir del euro conduce de nuevo a las preguntas debatidas más arriba, a saber, si cabe confiar en que los traumas de la última crisis hayan quedado atrás. La respuesta es: no. Por parte de los países de la anterior crisis, existe el trauma continuado de la pérdida de la autonomía política, de haber sido forzados a una prolongada austeridad o de una combinación de ambos, ya sea a causa de los mercados financieros o de Bruselas en tanto que guardián y ejecutor de las normas fiscales. Existe también un trauma análogo en el norte: el miedo, en relación sobre todo con Grecia, de que cientos de miles de millones en dinero de VANGUARDIA | DOSSIER 23 L A ZONA EURO CUMPLE VEINTE AÑOS: ¿QUÉ REFORMAS SON AÚN NECESARIAS? los contribuyentes se hayan gastado apuntalando el euro; el miedo a que eso pueda convertirse en un pozo sin fondo a través de crisis y operaciones de rescate futuros. La principal amenaza futura para el euro es que esos traumas puedan, en una nueva crisis, conducir a un cambio en la opinión pública en contra de la pertenencia a él, ya sea en el país de la crisis o en los países que respaldan las operaciones de rescate. Lograr que esa posibilidad se vuelva muy improbable exige importantes reformas adicionales. Para tranquilizar a futuros países en crisis, será necesario ofrecerles mejor protección y, en particular, protección frente a los pánicos del mercado. Por otro lado, tranquilizar a los potenciales prestamistas exige un sistema que mejore los incentivos en favor de las buenas políticas y haga cumplir la cláusula de no rescate de los tratados europeos. Esto último exige mantener la opción de la reestructuración de la deuda como último recurso. La pregunta crucial es si resulta posible tranquilizar a las dos partes al mismo tiempo. Los países con grandes fondos tienden a preocuparse de que las redes de seguridad adicionales conduzcan a una autoprotección demasiado escasa y en última instancia a disponer demasiado de los recursos comunes. Los países que se preocupan por la inestabilidad del mercado tienden a pensar que la perspectiva de una reestructuración de la deuda hará que los inversores se pongan nerviosos cuando un país se encuentre con problemas, situándolo así en mayor medida que en la actualidad a la merced de los mercados. Por ello, da la impresión de que abordar el primer trauma contribuye a empeorar el segundo, y viceversa. En un artículo publicado hace un año, sostuve con un grupo de colegas franceses y alemanes que en realidad los dos traumas podían abordarse al mismo tiempo,1 porque las redes de seguridad puede diseñarse en principio para que sean compatibles con los buenos incentivos. Además, las redes de seguridad fiables deberían hacer que los miembros de la zona del euro tuvieran menos miedo de llevar a cabo una reestructuración de la deuda soberana como último recurso. 24 VANGUARDIA | DOSSIER Ahora bien, cabe añadir que la creación de redes de seguridad favorables a los incentivos resulta difícil en la práctica. Y, en realidad, el hecho de que la reestructuración de la deuda se convierta en una opción más creíble en las grandes crisis de deuda podría desencadenar el pánico en los países que actualmente poseen deudas elevadas. Asegurarse de que eso no ocurre exige un gran cuidado en el diseño y la secuenciación de las reformas. A continuación, este artículo esboza dicha agenda de reformas. Se pueden agrupar bajo tres epígrafes: la creación de redes de seguridad bien diseñadas, la reducción de la exposición de los bancos a sus propias deudas soberanas sin crear inestabilidad en los mercados y la reforma de las normas fiscales. Redes de seguridad que crean buenos incentivos Un componente esencial de unas redes de protección mejoradas es un sistema europeo de garantía de depósitos. Con los problemas del sistema bancario imperfectamente correlacionados a través de los países, una garantía para toda la zona del euro es menos costosa que los mecanismos nacionales. También incrementa la credibilidad de la protección de los depositantes, lo cual a su vez hace menos probable que sea necesaria. Y, de modo importante, protege la deuda soberana individual frente a los costes financieros de las crisis bancarias. Reduce el bucle diabólico entre riesgos soberanos y sector bancario nacional: la posibilidad de que las dudas acerca del sistema bancario eleven los costes financieros de la deuda soberana, y que ello precipite la austeridad, que a su vez debilita la economía real y disminuye la calidad del crédito, con el resultado de una confirmación de las dudas iniciales. Ese tipo de bucles pueden desencadenar pánicos. Por lo tanto, la garantía europea de depósitos podría hacer que la zona del euro fuera más estable y equilibrar las reglas de juego protectoras para los bancos de la zona del euro, respaldando con ello la integración financiera y el mercado único. Un elemento adicional de unas mejores redes de protección es el acceso fiable y rápido a la financiación oficial cuando sea necesaria. Esa financiación estaría en principio disponible a través del MEE, pero podría estarlo para países precalificados como aptos sin tener que negociar un programa completo. El acuerdo de diciembre del 2018 entre los ministros de Economía de la zona euro para apuntalar la existente línea de crédito precautoria del MEE constituye un paso en esa dirección. Por último, la zona euro debería desarrollar un mecanismo de distribución de riesgos fiscales; por ejemplo, a través de un seguro de desempleo europeo común. La idea es polémica porque incluso los economistas y los encargados de formular políticas que están de acuerdo en la necesidad de una garantía europea de depósitos no coinciden en que la distribución de riesgos fiscales sea una buena idea. Los críticos sostienen que los miembros de la zona euro deberían centrarse en la reducción de su deuda, con objeto de crear un espacio fiscal para los estabilizadores fiscales nacionales, y en completar la unión bancaria.2 Y, en realidad, ambas cosas son primordiales. Sin embargo, un mecanismo de distribución de riesgos fiscales supondría un importante complemento. Las fluctuaciones del ciclo comercial específicas de cada país pueden abordarse por medio de estabilizadores nacionales, pero los aumentos excepcionalmente elevados del desempleo justificarían acudir a recursos comunes, disminuyendo así la necesidad de una reestructuración de la deuda o de una austeridad destructiva. ¿Cómo pueden diseñarse las redes de protección para crear buenos incentivos? Ya se han mencionado dos dispositivos: la precalificación (p.ej., exigiendo el cumplimiento de las normas fiscales de la UE como condición para acceder a las transferencias fiscales o al crédito subvencionado) y el requisito de que los países asuman, hasta cierto punto, las primeras pérdidas de cualquier eventualidad contra la que estén protegidos (como el deducible exigido por un proveedor de seguros comerciales). De modo más importante, las redes de protección deben diseñarse para excluir las transferencias L A ZONA EURO CUMPLE VEINTE AÑOS: ¿QUÉ REFORMAS SON AÚN NECESARIAS? permanentes de un grupo de países a otros, pidiendo a los países con más probabilidades de recurrir al seguro que paguen primas más elevadas. Por ejemplo, un seguro de desempleo europeo podría exigir a los países con períodos de desempleo más inestables y persistentes que paguen contribuciones más altas al fondo común de seguros. Reducción de las exposiciones soberanas y creación de un activo seguro Además de contar con mejores redes de protección, un componente esencial del paquete de reformas del euro debería ser la restauración de la credibilidad de la cláusula de no rescate, interpretada en el sentido que los países sólo deberían recibir asistencia financiera oficial cuando sea probable que puedan devolver el dinero (tras las reformas económicas adecuadas y una dosis realista de ajuste fiscal). Sin esa medida, el euro no es sostenible: las crisis de solvencia profundas darán lugar a transferencias permanentes de los países fiscalmente solventes al país insolvente (algo que los votantes de los países solventes no aceptarán) o a la salida del país insolvente, como casi le sucedió a Grecia en el verano del 2015. La credibilidad de la cláusula de no rescate, a su vez, exige utilizar la reestructuración de la deuda para resolver los problemas de deuda de los países cuyas deudas se vuelven insostenibles. Ha habido, de hecho, una reestructuración semejante (en el 2012, en Grecia), pero resultó ser demasiado pequeña y demasiado tardía. Para evitar un problema similar, deben reducirse los costes económicos y los riesgos para la estabilidad asociados con la reestructuración de la deuda. Las redes de protección propugnadas más arriba serían de ayuda en ese sentido. Además, las exposiciones directas de los bancos a sus deudas soberanas deben reducirse de modo significativo, puesto que suponen que una reestructuración conllevaría la quiebra del sistema bancario nacional o requeriría un gran rescate bancario, contradiciendo con ello su propósito. En vez de poseer bonos soberanos nacionales, los bancos deberían poseer un activo seguro común a toda la zona del euro con fines de garantía y liquidez (por ejemplo, un bono emitido por una institución europea importante, como el MEE). Las propuestas de ese tipo han sido recibidas con escepticismo en los países que temen el mercado y no quieren desprenderse de los sistemas bancarios como prestamistas de última instancia y también en los países que piensan que el activo seguro común se introducirá al final a su costa. Pero ambos temores pueden abordarse por medio de un diseño correcto y coordinando la reducción gradual de la cartera de bonos soberanos de los bancos (vía una regulación apropiada) con la introducción gradual de un activo seguro europeo.3 Reforma de las normas fiscales El elemento final de una reforma general de la arquitectura de la zona del euro debería ser una completa reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que es demasiado complejo, sigue siendo proclive al error e induce un comportamiento fiscal procíclico. Hay aquí un consenso generalizado entre académicos economistas políticos. Varios autores han defendido recientemente un nuevo enfoque centrado en techos de gastos establecidos para reducir poco a poco las tasas de endeudamiento de los países sobreendeudados.4 Los cambios en los ingresos fiscales no afectarían el techo de gasto a menos que fueran resultado de una política tributaria (por ejemplo, vía una reducción de la presión fiscal). Una caída de los ingresos en una contracción sería completamente absorbida por un incremento del déficit fiscal. A la inversa, durante una expansión, los gastos permanecerían limitados por el techo, lo cual conduciría a elevados superávits fiscales. Por ello, los estabilizadores automáticos serían más eficaces que en la actualidad. Una norma así tendría más sentido que el presente sistema. Además, habría que reformar el propio mecanismo de cumplimiento. La imposición de multas a los países apenas resulta creíble. Un mejor enfoque es exigir a los países que superan el techo que financien el gasto adicional emitiendo bonos subordinados, lo cual eleva los costes de dicha emisión y protege a los tenedores de bonos. Conclusión Para que el euro sea de verdad sostenible, todos los miembros tienen que estar satisfechos, tanto los poderosos en términos fiscales como quienes se perciben como vulnerables al comportamiento de los mercados. Ello exige introducir reformas que hagan las normas fiscales menos procíclicas y más fáciles de hacer cumplir, mejorar las redes de protección al tiempo que se preservan los incentivos para buenas políticas nacionales y aumentar la credibilidad de la cláusula de no rescate. En todo ello es central la introducción gradual y coordinada de una garantía de depósitos de toda la zona del euro, un activo seguro europeo y una regulación que haga que los bancos posean ese activo en lugar de los bonos soberanos nacionales. 1. A. Bénassy-Quéré, M. Brunnermeier, H. Enderlein, E. Farhi, M. Fratzscher, C. Fuest, P.-O. Gourinchas, P. Martin, J. Pisani-Ferry, H. Rey, I. Schnabel, N. Véron, B. Weder di Mauro, y J. Zettelmeyer, “Reconciling risk sharing with market discipline: A constructive approach to euro area reform”, CEPR Policy Insight, 91 (enero 2018). Disponible en https://cepr. org/sites/default/files/policy_insights/ PolicyInsight91.pdf. 2. Véanse, por ejemplo, M. Heijdra, T. Aarden, J. Hanson, y T. van Dijk, “A more stable EMU does not require a central fiscal capacity”, VoxEU, 30/XI/2018, disponible en https://voxeu.org/article/ more-stable-emu-does-not-requirecentral-fiscal-capacity; y el capítulo 4 del último informe anual (2018-2019) del Consejo Alemán de Expertos Económicos. 3. Véanse J. Pisani-Ferry y J. Zettelmeyer, “Could the 7+7 report’s proposals destabilise the euro? A response to Guido Tabellini”, VoxEU, 20/VIII/2018, disponible en https://voxeu.org/article/could77-report-s-proposals-destabilise-euroresponse-guido-tabellini; y J. Zettelmeyer y A. Leandro, “Europe’s Search for a Safe Asset”, PIIE Policy Brief, 18-20 (octubre 2018), disponible en https://piie. com/system/files/documents/ pb18-20.pdf. 4. R. Beetsma, N. Thygesen, A .Cugnasca, E. Orseau, P. Eliofotou, S. Santacroce, “Reforming the EU fiscal framework: A proposal by the European Fiscal Board” VoxEU, 26/X/2018, disponible en https://voxeu.org/article/ reforming-eu-fiscal-frameworkproposal-european-fiscal-board; L. Feld, C. Schmidt, I. Schnabel y V. Wieland, “Refocusing the European fiscal framework”, VoxEU, 12/IX/2018, disponible en https://voxeu.org/article/refocusingeuropean-fiscal-framework; Z. Darvas, P. Martin y X. Ragot, “The economic case for an expenditure rule in Europe”, VoxEU, 12 septiembre 2018, disponible en https://voxeu.org/article/economiccase-expenditure-rule-europe. VANGUARDIA | DOSSIER 25 LAS TRES EUROPAS A NDI ISLA Y LA PLATAFORMA CHINA La Unión Europea, ha buscado una mayor integración en dos grandes ejes: el euro y el espacio Schengen que elimina las fronteras interiores. Pero no todos los países han aceptado ambas pérdidas de soberania o no cumplen aún con los requisitos exigidos. A la inversa, cuatro países externos (Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza) se sumaron a Schengen. Dibujamos aquí las fronteras de estas distintas Europas. También incluimos los límites de la Plataforma 16+1 impulsada por China. SUECIA FINLANDIA NORUEGA ESTONIA UNIÓN EUROPEA 28 LETONIA DINAMARCA PAÍSES* LITUANIA ESPACIO SCHENGEN 26 PLATAFORMA 16+1 PAÍSESEUROZONA IRLANDA 19 ID O O UN REIN Iniciativa de China para financiar infraestructuras a cambio de mayor presencia en la región. Engloba los países de la UE al este del antiguo telón de acero, excepto la RDA, y los de la Ex-Yugoslavia. PAISES BAJOS POLONIA PAÍSES IA MAN ALE BÉLG ICA UE + E.SCHENGEN ANTIGUO TELÓN DE ACERO LÍMITE DE LA EX-YUGOSLAVIA REP. CHECA UE + EUROZONA UE + E.SCHENGEN + EUROZONA LUXEMBURGO AQUIA LOV ES AUS · ESTATUS DE LOS PAÍSES FUERA DE LA EUROZONA RESPECTO A LA ADOPCIÓN DEL EURO FRANCIA I A LIECHTENSTEIN TR SUIZA HUNGRÍA ESLOVENIA PREPARADOS RUMANÍA CROACIA COMPROMETIDOS A CUMPLIR LAS CONDICIONES SIN FECHA EN PROCESO DE ADHESIÓN PORTUG AL · ESTATUS DE LOS PAÍSES FUERA DE SCHENGEN BULGARIA ITALIA AUTOEXCLUIDOS ESPAÑA GRECIA AUTOEXCLUIDOS * Si no se producen cambios tras al cierre de esta edición, el Reino Unido dejará de formar parte de la Unión Europea el 29 de marzo de 2019. FUENTES: Unión Europea y Secretariado para la Cooperación entre China y países de Europa Central y Oriental (Beijing) MALTA CHIPRE Migración y asilo Cómo alcanzar una posición común Elspeth Guild PROFESORA JEAN MONNET ‘AD PERSONAM’ EN LA UNIVERSIDAD QUEEN MARY DE LONDRES. E 1. Véase la Propuesta de Decisión del Consejo por la que se autoriza a la Comisión a aprobar, en nombre de la Unión, el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular en el ámbito de la política de inmigración. COM/2018/168 final 2018/0078(NLE). Disponible en: https://eur-lex.europa. eu/legal-content/ES/TXT/HT ML/?uri=CELEX:52018PC016 8&from=ES. Consulta: 21/ XII/2018. para nuevas medidas; sin embargo, ha logrado un desacuerdo entre los estados éxito escaso. Los cinco ámbitos relevantes (visados miembros de la Unión Europea y controles extraterritoriales, procedimientos (UE) en relación con la política fronterizos, migración, asilo y protección de refude migración y asilo. No pareció giados, expulsión) están sometidos a propuestas que pudieran ponerse de acuer- que no prosperan. La pregunta es ¿por qué? do en nada y, sin embargo, todo La disputa entre los estados miembros arreció parece estar interrelacionado. en torno al proceso de aprobación del Pacto MunEl movimiento de personas que dial sobre Migración (PMM) de las Naciones Unidas, buscaban asilo en mayores cantidades de las es- cuyo destino constituye una clara señal de la difiperadas en los años 2015 y 2016 dio lugar a una cultad de alcanzar una política europea común en especie de crisis política en la UE, con unos efectos ese terreno. El 21 de marzo del 2018, la Comisión que aún se dejan sentir. El intento, promovido por Europea (encargada de negociar el PMM por la UE) algunos estados miembros y atacado por otros, presentó al Consejo una propuesta de autorización de organizar un plan de reubicación para los dos excepcional para poder aprobar, en nombre de países mediterráneos la UE, el PMM al final que en ese momento re- Algunos estados miembros de la del proceso.1 Se trató de un paso atrevido puesto cibían el mayor número UE participaron con entusiasmo que habría significado de solicitantes de asilo, en la tarea desbaratar los que la Comisión concluGrecia e Italia, acabó ante el Tribunal de Jus- esfuerzos de la comunidad interyera las negociaciones, ticia, con una demanda nacional para lograr un consenso manteniendo al Concontra el Consejo Eurosejo informado de los sobre migración y fronteras peo planteada por Esavances pero sin necelovaquía y Hungría. El sidad de volver a él para fallo (en contra de esos dos países) se hizo público una aprobación final antes de la firma en la ONU. en septiembre del 2017. Sin embargo, no por eso En la práctica, eso habría supuesto la exclusión de desapareció la sensación de división entre los los estados miembros. El esfuerzo de la Comisión estados en relación con la migración y el asilo. La no tuvo éxito, pero inquietó mucho a los estados Comisión, con un monopolio sobre la propuesta miembros celosos de su soberanía estatal en relade legislación en ese ámbito, ha realizado grandes ción con las fronteras y la migración. A principios esfuerzos en el intento de hallar un terreno común de las negociaciones intergubernamentales en L 2018 FUE UN AÑO DE PROFUNDO VANGUARDIA | DOSSIER 27 28 VANGUARDIA | DOSSIER MIGR ACIÓN Y ASILO: CÓMO ALC ANZAR UNA POSICIÓN COMÚN diciembre del 2017, EE.UU. se retiró formalmente del PMM afirmando que era contradictorio con la soberanía estatal estadounidense; además, la comunidad internacional se vio sorprendida por una avalancha de defecciones del PMM a partir de noviembre del 2018. La súbita inquietud de una serie de estados, principalmente europeos, por las consecuencias del PMM sobre su soberanía afloró tras unas negociaciones muy poco conflictivas sobre los contenidos del PMM llevadas a cabo entre enero y julio del 2018 (sobre todo, por la Comisión en nombre de la UE). En la votación final del 19 de diciembre del 2018 en la Asamblea General de la ONU, de los 194 estados, sólo cinco votaron en contra del PMM: República Checa, Hungría, Israel, Polonia y Estados Unidos (con clara mayoría de países de la UE). Otros siete se abstuvieron (Austria, Bulgaria, Chile, República Dominicana, Italia, Letonia y Rumanía; de nuevo, estados comunitarios en su mayoría). En Bélgica, una coalición gubernamental cayó como consecuencia de la insistencia del primer ministro en firmar el PMM, aunque el mayor partido del Parlamento sigue gobernando en minoría. Algunos estados miembros de la UE participaron con entusiasmo en la tarea de desbaratar los esfuerzos de la comunidad internacional para alcanzar un consenso sobre migración y fronteras en el PMM alegando la protección de la soberanía nacional. Sus temores habían sido avivados por su lucha de poder con la Comisión a propósito del PMM, que consideraron como un intento de cambiar las competencias de la UE en detrimento de los estados miembros. El resto del mundo contempló atónito ese indisciplinado comportamiento por parte de Europa. Esos impropios acontecimientos en el plano internacional ponen de manifiesto el grado de desconfianza e inquietud por la soberanía existente entre los estados miembros de la UE y dentro de ellos en relación con las fronteras y la migración. Merece la pena repasar brevemente la (in)capacidad de alcanzar un acuerdo comunitario en torno a medidas sobre el terreno. Un resumen de la legislación propuesta en este ámbito, que parece cada vez más bloqueada, es el siguiente: - Visado y controles extraterritoriales. La UE se ha movido hacia una reducción del número de países incluidos en la lista negra comunitaria de visados. La última salida de la lista fue la de Ucrania en mayo del 2017. Turquía iba a salir de la lista en junio del 2016, pero eso no ocurrió. La aprobación de la propuesta del Sistema Europeo de Información y Autorización de Viajes (SEIAV),2 que deberán obtener todos los viajeros que lleguen a la UE en el 2020, exigirá que todos los viajeros no comunitarios obtengan un permiso antes de viajar a la UE y previo pago de una pequeña suma. El sistema de visados existente (prolongado y costoso para individuos y estados) necesita ser reconsiderado y revisado a la luz de la nueva herramienta. Sobre controles extraterritoriales: el Consejo extendió el mandato de la operación Sophia (una operación militar marina) hasta el 31 de marzo del 2019.3 El mandato básico de la operación es contribuir a los esfuerzos de la UE por desarticular el modelo de negocio de quienes se dedican al tráfico de migrantes y la trata de personas en el Mediterráneo meridional central. Con esa finalidad, entrena a la Marina y la Guardia Costera libias y monitoriza la eficacia a largo plazo de esa formación. Sin embargo, un aspecto que ha suscitado preocupación es el grado de respeto por parte de la Guardia Costera libia del derecho humano de abandonar ese país en la devolución de las personas que viajan en las embarcaciones. En la actualidad, está pendiente de resolución en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos una denuncia por la participación de Italia en esas devoluciones a través de la cooperación con los guardacostas libios.4 - Procedimientos fronterizos. En el 2016, Frontex se convirtió en la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas. A lo largo de esos dos años, la agencia ha reforzado su posición como una de las piedras angulares del área de libertad, seguridad y justicia de la UE, con una creciente capacidad operativa en el terreno en las fronteras exteriores de Europa. Sin embargo, el mandato de Frontex, aunque ahora contiene el deber de respetar los derechos fundamentales de la UE, no está atado a las normas comunitarias sobre control de fronteras, lo cual significa que hay una laguna real entre los deberes de los guardias nacionales de fronteras (sujetos a normas) y Frontex.5 En su discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado el 3 de julio del 2018, el presidente de la Comisión afirmó la necesidad de “un nuevo cuerpo permanente de 10.000 miembros operativos, dotado de competencias ejecutivas y con equipos propios, [que] garantizará que la UE tenga las capacidades necesarias para intervenir cuando quiera y donde quiera que sea necesario, tanto a lo largo de las fronteras exteriores de la UE como en terceros países”.6 Lo que está por ver es su encaje con las reivindicaciones nacionales respecto a la soberanía sobre controles fronterizos e inmigración; mientras tanto, de resultas de la conmoción que supuso para los dirigentes políticos de algunos estados miembros la llegada de refugiados en los años 2015-2016, las fronteras 2. Véase el sitio Etias Visa para Europa. Disponible en: https://etias.com/. Consulta: 21/XII/2018. 3. Véase el comunicado de prensa del Consejo, “Operación EUNAVFOR MED SOPHIA: prórroga del mandato hasta el 31 de marzo de 2019”. Disponible en: www.consilium.europa.eu/ es/press/pressreleases/2018/12/21/ eunavfor-med-operationsophia-mandate-extendeduntil-31-march-2019. Consulta: 21/XII/2018. 4. Sea Watch, “Legal action against Italy over its coordination of Libyan Coast Guard pull-backs resulting in migrant deaths and abuse”, Berlín, 2018. Disponible en: https://sea-watch. org/en/legal-action-againstitaly-over-its-coordinationof-libyan-coast-guard/. Consulta: 21/XII/2018. 5. Reglamento (UE) 2016/399 del Parlamento Europeo y del Consejo de 9 de marzo del 2016 por el que se establece un Código de normas de la Unión para el cruce de personas por las fronteras (Código de Fronteras Schengen). 6. Jean-Claude Juncker, Discurso sobre el estado de la Unión, 2018. Disponible en: https://ec.europa.eu/ commission/sites/betapolitical/files/soteu2018factsheet-coast-guard_ es.pdf. Consulta: 7/I/2019. VANGUARDIA | DOSSIER 29 MIGR ACIÓN Y ASILO: CÓMO ALC ANZAR UNA POSICIÓN COMÚN intraeuropeas que por ley no deben tener guardias que controlen la circulación de personas siguen estando sujetas a excepciones en Alemania, Austria y los estados nórdicos, donde siguen produciéndose controles fronterizos intra-Schengen.7 - Migración: la UE posee un incompleto conjunto de medidas sobre migración que incluye la reunificación familiar (para nacionales de terceros países), los estudiantes e investigadores y los trabajadores. En el 2016, la Comisión propuso enmiendas a la medida fundamental sobre migración laboral, la Directiva de la Tarjeta Azul, pero los progresos realizados son escasos, principalmente por la falta de voluntad de los estados miembros. - Asilo y protección de refugiados. La UE ha desarrollado el Sistema Europeo Común de Asilo (SECA) desde el 2000, tras la asignación de competencias para hacerlo. El sistema debe respetar la Convención sobre los Refugiados, la Convención contra la Tortura y la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE (que incluye el derecho de asilo). Para proporcionar acogida a las personas que llegan a Grecia e Italia, la UE ha aprobado medidas temporales de reubicación de los solicitantes de asilo desde esos estados hasta otros estados miembros de acuerdo con una fórmula de redistribución. Se trató de una medida muy polémica y que fue llevada (sin éxito) ante el Tribunal de Justicia por dos estados miembros.8 Un tercer conjunto de propuestas para revisar el SECA fue presentado por la Comisión en julio del 2016, pero los progresos han sido lentos.9 Uno de los obstáculos es el sistema de Dublín, que busca asignar la responsabilidad de la acogida y la decisión sobre las peticiones de asilo a los estados miembros de acuerdo con una jerarquía de criterios que no incluyen la preferencia del demandante de asilo. En consecuencia, el sistema no funciona en la práctica. - Retorno y expulsión. En marzo del 2017, la Comisión propuso renovar las medidas comunes de la UE relativas al retorno (incluida la directiva sobre retorno)10 para introducir una mayor eficacia y coerción en el retorno forzoso.11 Tampoco está avanzando rápidamente en el Consejo, aunque al mismo tiempo disminuye el número de personas sujetas a retorno forzoso en la UE, lo cual lleva a cuestiones sobre la necesidad misma de las medidas. En septiembre del 2018 la Comisión propuso una nueva directiva refundida.12 ¿Y qué falta en el debate sobre política comunitaria que podría darle más coherencia y quitarle intensidad política? Lo primero que deberían hacer todos los dirigentes y sus equipos es analizar con seriedad las cifras reales de llegadas a la UE de nacionales de terceros países y sus razones. Ello ayudaría a aportar de nuevo realidad al debate. Por ejemplo, sobre los visados, ¿intentan los nacionales de terceros países entrar en grandes cantidades? Los estados (Schengen) de la UE emitieron en el 2017 un total de 14.652.724 visados uniformes de corta duración.13 Se presentaron un total de 16,1 millones de solicitudes, lo cual da un porcentaje de rechazo de un 8,2% para todos los países cuyos nacionales están sometidos a ese requisito. Así, da la impresión de que la UE aprueba la inmensa mayoría de solicitudes de visados que recibe. En cuanto a la entrada de nacionales de terceros países en las fronteras exteriores de la UE, las fronteras Schengen se rigen por el Código de Fronteras Schengen.14 Según Frontex, 306.904.064 pasajeros entraron en la UE en el 2017 (un incremento anual de un 4,6%). La entrada fue negada a un total de 183.548, un índice de rechazo de un 0,06%. De modo que, según parece, las fronteras exteriores de la UE no son objeto de un ataque masivo. Más de 306 millones de personas entraron en la UE en el 2017 y sólo se rechazó la entrada a un 0,06%. Además, la mayoría de los rechazos se produjo en las fronteras terrestres (84,4%), y las fronteras aéreas ocuparon el segundo lugar (12,9%). Los rechazos en las fronteras marítimas son una insignificante minoría de un 2,7%.15 Merece la pena mencionar que la mayoría de rechazos se debió a que el individuo carecía de documento válido (268.475); en segundo lugar se situó la falta de justificación para el propósito de la estancia.16 En el 2017, los 28 estados miembros de la UE emitieron 3,1 millones de permisos de primera residencia a nacionales de terceros países.17 Los permisos 7. Véase Comisión Europea, Temporary Reintroduction Disponible en: www.europarl.europa.eu/ peo y del Consejo relativa a normas y procedimientos co- of Border Control. Disponible en: https://ec.europa. thinktank/en/document.html?reference=EPRS_ munes en los Estados miembros para el retorno de los na- eu/home-affairs/what-we-do/policies/borders-and- IDA(2018)621878. Consulta: 21/XII/2018. cionales de terceros países en situación irregular (refundi- visas/schengen/reintroduction-border-control. 10. Directiva 2008/115/CE del Parlamento Europeo ción). COM(2018) 634 final. 2018/0329(COD). Consulta: 9/I/2019. del Consejo de 16 de diciembre del 2008 relativa a Disponible en: https://eur-lex.europa.eu/legal-con- 8. E. Guild, C. Costello, M. Garlick y V.M. Lax, The normas y procedimientos comunes en los estados tent/ES/TXT/HTML/?uri=CELEX:52018PC0634&fro 2015 refugee crisis in the European Union, Centre for miembros para el retorno de los nacionales de m=ES. Consulta: 21/XII/2018. European Policy Studies, 2015. terceros países en situación irregular. 13. Todas las cifras estadísticas son de la Comisión 9. Véase el comunicado de prensa de la Comisión 11. Véase el comunicado de prensa de la Comisión Europea. Fronteras, migración y asilo en cifras Europea, Completar la reforma del Sistema Europeo Co- Europea “Agenda Europea de Migración: la Comi- 14. Reglamento (UE) 2016/399 del Parlamento Eu- mún de Asilo: avanzar hacia una política de asilo eficiente, sión presenta nuevas medidas para una política de ropeo y del Consejo de 9 de marzo del 2016 por el justa y humana, Bruselas, 2016. Disponible en: http:// la UE eficaz y creíble en materia de retorno”, Bru- que se establece un Código de normas de la Unión europa.eu/rapid/press-release_IP-16-2433_es.htm. selas, 2017. Disponible en: http://europa.eu/rapid/ para el cruce de personas por las fronteras (Código Consulta: 21/XII/2018. Véase también el documen- press-release_IP-17-350_es.htm. Consulta: 21/ de Fronteras Schengen). Disponible en: https:// to del Parlamento Europeo, EU asylum, borders and XII/2018. eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/HTML/?uri external cooperation on migration: Recent developments. 12. Véase la Propuesta de Directiva del Parlamento Euro- =CELEX:32016R0399&from=ES. Consulta: 9/I/2019. 30 VANGUARDIA | DOSSIER MIGR ACIÓN Y ASILO: CÓMO ALC ANZAR UNA POSICIÓN COMÚN de residencia se refieren sólo a los que facultan al individuo a residir por tres o más meses e incluyen trabajo, familia, estudio y otros permisos (esa última categoría incluye no sólo la protección internacional, sino también otros permisos). 2017 fue el año en que la UE-28 dió más permisos de primera residencia desde el 2008. La mayoría de los permisos de residencia (un tercio) se concedieron por motivos de trabajo. Siguen la reunión familiar (unos 830.000), otras razones (unos 767.000, de los que unos 538.000 fueron de protección internacional) y la educación (unos 530.000). Ocho estados miembros concedieron ellos solos cerca de un 88% de todos los permisos de residencia: Polonia, Alemania, Reino Unido, Francia, España, Italia, Suecia y Países Bajos, en ese orden. Por nacionalidad, los principales receptores de permisos en el 2017 fueron los ucranianos18 (seguidos de sirios, chinos, indios y estadounidenses).19 En el 2017, el número de demandantes de asilo que solicitó protección internacional en la UE fue de unos 705.000, más o menos la mitad que en el 2016 (1,3 millones) . A su vez, en el 2017 se dió protección en la UE-28 a unos 538.000 solicitantes. En relación con la migración ilegal, en el 2017 el número de cruces ilegales de frontera fue el menor desde el 2013, puesto que en comparación con el 2016 descendió de 511.000 a 204.000.20 Por lo que hace a la detección de estancias irregulares, en el 2017 se informó de 618.780 por parte de los estados miembros, pero sólo se emitieron 516.115 órdenes de abandonar territorio comunitario.21 Sin embargo, al final, tras los procedimientos necesarios, sólo 75.115 nacionales de terceros países fueron expulsados de modo forzoso de la UE ese año.22 Las cinco principales nacionalidades de los individuos detectados como residentes irregulares fueron albaneses, sirios, marroquíes, iraquíes y afganos; tres de esas nacionalidades se encontraron también entre los principales beneficiarios de protección internacional. Por último, los nacionales de terceros países constituyen un 4,2% de la población total de la UE.23 ¿Necesita la UE tener miedo de los nacionales de terceros países que llegan a su territorio? La respuestas es, a todas luces, negativa. La práctica comunitaria es recibir a esos nacionales como turistas, trabajadores, estudiantes y personas necesitadas de protección internacional (aunque esta última categoría está sometida a algunas lamentables excepciones, como la postura del ministro de Interior italiano). Estas estadísticas deberían proporcionar un profundo alivio y no ser una fuente de inquietud y preocupación política para aquellos estados miembros que temen que la llegada de extranjeros modifique sus tradiciones.24 ¿Hacia dónde? La experiencia de la UE con la libre circulación de personas ha sido muy positiva. Los ciudadanos europeos aprecian su derecho a desplazarse y a trabajar en otro Estado miembro. Las siete ampliaciones de la UE se han visto acompañadas todas las veces (la de 1994 fue la excepción) de temores acerca de la avalancha de personas que se desplazarían desde las partes pobres hasta las partes ricas de la UE.25 Sin embargo, la realidad ha sido muy diferente. Los ciudadanos de la UE se desplazan de un Estado miembro a otro sobre todo para buscar trabajo cuando el desempleo crece en su Estado de origen o para continuar estudios que no pueden seguirse en su país. Muchos regresan tarde o temprano (sabiendo de podrán partir de nuevo de ser necesario). El número de ciudadanos europeos que viven y trabajan en otro Estado miembro diferente del de su ciudadanía nunca ha superado un 4% de la población total, por lo general es inferior a un 3%, y ello sin restricciones al cruce de fronteras. No obstante, existen importantes diferencias salariales, tasas de desempleo y niveles de vida a lo largo de la UE. La libre circulación de personas se alcanzó en la UE mediante un acuerdo basado en la confianza mutua de todos los estados y en la decisión de trabajar para alcanzar ese pilar de la UE. Los estados miembros tienen que aceptar que los nacionales de terceros países se parecen en todo a los ciudadanos comunitarios salvo en que carecen de un pasaporte de la UE. Al igual que los ciudadanos de la UE van a terceros países buscando oportunidades laborales y la realización de sus sueños, lo mismo hacen los nacionales de terceros países que llegan a la UE. El punto de partida es comprender que la inmigración de nacionales de terceros países en la UE es tan normal como la de los ciudadanos comunitarios en la propia UE y en terceros países. La UE no sufre ninguna avalancha ni se ve invadida por nacionales de terceros países. Los nacionales de terceros países que llegan en mayor número a la UE y que trabajan aquí son de lo más invisibles, los ucranianos; el segundo mayor contingente, los sirios, son refugiados de guerra que merecen nuestra compasión. A partir de aquí la UE debería avanzar hacia una posición común sobre migración, reconociendo el derecho de todas las personas a la dignidad y negociando juntos con terceros países acuerdos que faciliten la migración y la circulación de sus ciudadanos deseosos de alcanzar aspiraciones legítimas. 15. Ibíd. 16. Ibíd. 17. Eurostat, Residence Permits Statistics, octubre 2018. Disponible en: https:// ec.europa.eu/eurostat/statistics-explai ned/index.php?title=Residence_permits_statistics#First_residence_permits:_an_overview. Consulta: 9/I/2019. 18. Ucrania fue sacada de la lista negra de visados Schengen en junio del 2017. 19. Eurostat, Residence permits statistics, 2018. Disponible en: https://ec.europa. eu/eurostat/statistics-explained/index. php/Residence_permits_statistics. Consulta: 9/I/2019. 20. Ibíd., p. 18. 21. Los datos de Frontex son también diferentes porque informa de 435.786 detecciones de estancia irregular y 279.215 decisiones de retorno. FRONTEX, Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, Risk Analysis for 2018, Varsovia, 2018, pág. 16. 22. Frontex, Risks Analysis for 2018. Disponible en: https://frontex.europa.eu/ assets/Publications/Risk_Analysis/ Risk_Analysis/Risk_Analysis_for_2018. pdf. Consulta: 9/I/2019. 23. Eurostat, Migration and Migrant Population Statistics, marzo 2018. Disponible en: https://ec.europa.eu/eurostat/ statistics-explained/index. php?title=Migration_and_migrant_ population_statistics#Migrant_ population:_almost_22_million_nonEU_citizens_living_in_the_EU. 24. Jan Puhl, “Orbán Profits from the Refugees”, Der Spiegel Online, 15/IX/2105. Disponible en: http://www.spiegel.de/ international/europe/viktor-orbanwants-to-keep-muslim-immigrantsout-of-hungary-a-1052568.html. Consulta: 7/I/2019. 25. E. Guild, “Free Movement of Workers: From Third Country Nationals to Citizen of the Union”, P. Minderhoud y N. Trimikliniotis (eds.), Rethinking the free movement of workers: the European challenges ahead, Nimega, Wolf Legal Publishers, 2009, págs. 25-38. VANGUARDIA | DOSSIER 31 El populismo, ¿y después? Michel Wieviorka SOCIÓLOGO. PROFESOR DE LA ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES EN SCIENCES SOCIALES (EHESS). P 1. Véase, por ejemplo, Guy Hermet, Les Populismes dans le monde. Une histoire sociologique: XIXe-XXe siècle, Fayard, París, 2001. 2. Véase, por ejemplo, Alain Rouquié, Le Siècle de Perón, Seuil, París, 2016. 3. “Los cuatro puntos cardinales del populismo”, La Vanguardia, 6/II/2017; retomado en mi Carnet d’hypothèses, 15/II/2017. 32 VANGUARDIA | DOSSIER OPULISMO, POPULISTA: POPULISTA: ESOS TÉR- XX. Luego vienen los populismos latinoamericanos minos se han hecho omni- de la década de 1930 hasta las décadas de 1950 y presentes en la vida corrien- 1960 con, sobre todo, el peronismo en Argentina te, política, mediática, y son a partir de 1945.2 Ya ahí el fenómeno carece de también objeto de abundantes unidad, dada la diversidad de esas experiencias. comentarios en las ciencias humanas, sociales y políticas. Sin 1. El avance contemporáneo Una nueva fase, relativamente diferente, se embargo, enseguida son fuente de confusión, de estimación, inició en la década de 1980. Son escasos los países resultan inestables, tanto en el discurso ordinario europeos que evitan ese avance. En Francia, el Frente Nacional, nacido en como al querer conceptualizarlos. La mayoría de las veces su uso es crítico e 1972, era grupuscular y de extrema derecha: a incluso peyorativo; sobre todo, en el debate pú- principios de la década de 1980 se convirtió en blico, donde remite a la idea de demagogia. No una fuerza política populista (nacionalpopulista, es habitual que el recurso a ese vocabulario sea según algunos especialistas), que se hizo visible apologético, aunque es lo que se observa a veces con motivo de las elecciones municipales parciales en relación con América Latina o en la idea de un de Dreux en 1983. Su ascenso procede en buena populismo de izquierda vehiculado en los escritos medida de la decisión de convertir la inmigración de Ernesto Laclau o Chantal Mouffe. en tema central de su acción, con lo cual su antiNumerosas obras proponen un repaso histó- semitismo quedó ampliamente completado con rico a los fenómenos llamados populistas, lo cual su- un racismo antiárabe convertido en islamofobia. pone postular cierta continuidad, una unidad en En el 2018 cambió de nombre y pasó a llamarse la historia. En realidad, Reagrupación Nacional. hay ahí una facilidad El populismo, asociado a un Francia cuenta intelectual que convie- nacionalismo potente, es la también, lo cual es rane rechazar, y conviene, ro en Europa, con un mayoría de las veces antisemita, más bien, distinguir populismo de izquierdos épocas diferentes: autoritario y proteccionista, da: la Francia Insumisa, la que concluye en la y critica a la Unión Europea que rechaza la Unión década de 1960 o a prinEuropea y no esconde sin llegar a la ruptura sus referencias positicipios de la de 1970;1 y la segunda, inaugurada vas a Hugo Chávez e inen esencia en la década de 1980, del populismo cluso Nicolás Maduro. Francia Insumisa se debate contemporáneo, que es la que nos interesa aquí, en una tensión entre un posicionamiento como en particular en relación con Europa. izquierda de la izquierda, lo cual autoriza la persLa primera fase comienza con el movimiento pectiva de una alianza con los comunistas o los ruso de la segunda mitad del siglo XIX (los naród- socialistas, y una orientación claramente populista niki), continúa en Estados Unidos (con el People’s que habla en nombre del pueblo contra las élites Party) a finales del siglo XIX y principios del siglo en unos términos cercanos a Reagrupación Nacio- nal. De todos modos, Francia no ostenta el monopolio del populismo de izquierda en Europa; algunos politólogos consideran que Podemos, en España, pertenece a la misma categoría. En Italia, el Movimiento 5 Estrellas, creado y dirigido hasta el 2017 por el cómico Beppe Grillo, se ha convertido en un partido que ha resaltado la crítica del parlamentarismo y el llamamiento a la democracia directa. Fuerza populista que conjuga de un modo extraño temáticas de izquierda y de derecha, sin quererse “ni de izquierda ni de derecha”, se alió en el 2018 con la extrema derecha antieuropea y nacionalista de la Liga para dirigir el país. Las incoherencias son permanentes en el comportamiento de ese movimiento, para el que la alianza con la Liga es causa de declive. Como en otras partes, la unión del nacionalismo y el populismo parece obrar en provecho del primero. En los Países Bajos, con Geert Wilders en la actualidad, el populismo se ha vinculado también con el nacionalismo, y no carece de modernidad cultural. En términos generales, los populismos de Europa Occidental son más abiertos, por ejemplo, a los homosexuales que los de Europa Central y Oriental. En Austria, en los países del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, la República Checa, más quizá que Eslovaquia), en toda la Europa Central, los nacionalpopulismos acceden al poder (en Hungría, con Fidesz y Viktor Orbán; en Polonia con Beata Szydlo), se encuentran próximos a él o participan en una coalición gubernamental (en Austria, Bulgaria, Letonia, Eslovaquia), pero también en Noruega. En el 2018, en Europa, seis partidos de tipo nacionalpopulista representan al menos un 20% de los electores tras las más recientes elecciones legislativas, y ocho entre un 10% y un 20%. El populismo, asociado a un nacionalismo potente, es la mayoría de las veces antisemita y se inclina hacia el autoritarismo. Proteccionista, critica la Unión Europea sin llegar a proponer la ruptura con ella. Y es que, aunque dice ser hostil a la globalización, puede adaptarse a modelos económicos favorables al neoliberalismo y, en todo caso, al mercado; y sus dirigentes también saben todo cuanto aporta la Unión Europea en materia económica. En general, los populismos de derecha coinciden en denunciar los migrantes, exigir la prioridad o la preferencia para los nacionales en materia de empleo pero también de vivienda, y mostrar una clara hostilidad hacia el islam y no sólo el islamismo radical. El populismo siempre que está lejos del poder es contestatario, critica y denuncia el poder político; cuando consigue ocupar cargos y debe enfrentarse a las realidades y las limitaciones del poder, su actitud cambia: ya no resulta sostenible el discurso indiferente a las contradicciones internas ni a la demagogia sin límites. En cuanto se acerca al poder y, sobre todo, si las condiciones económicas son desfavorables, el populismo se transforma; por ejemplo, el liderazgo carismático se convierte en autoritarismo violento, o bien se asocia con un nacionalismo extremista mucho más claro en sus orientaciones. 2. Cuatro puntos cardinales Ahora ya podemos empezar a dar una imagen un poco más estructurada del populismo y, en especial, distinguir, como hice en el contexto de la campaña presidencial francesa del 2017,3 cuatro principales orientaciones políticas posibles que al final acaban por esbozar cuatro puntos cardinales. Los dos primeros se sitúan en un eje izquierda-derecha, y son: - uno, a la izquierda de la izquierda, antieuropeo, aunque evitando una marca nacionalista demasiado intensa o explícita y rechazando el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, salvo una presencia en sus márgenes; - el otro, nacionalista y radicalizado a la derecha o la extrema derecha, más o menos explícitamente racista, xenófobo y antisemita, antieuropeo, partidario de una sociedad cerrada y una nación homogénea en términos culturales. Los dos otros puntos cardinales se sitúan en el centro, y en un eje arriba-abajo. En efecto, el populismo también puede situarse fuera de la división clásica de la democracia representativa, no hacerlo ni en la izquierda ni en la derecha, tomando de sus dos registros, según los temas y los momentos, tal o cual aspecto de sus argumentaciones o sus referencias. Y en ese caso puede ser: - del centro y de abajo, popular en sus acentos, como ocurre con el Movimiento 5 Estrellas en Italia; - y de arriba, anteponiendo la razón gestora o económica, pero desembarazándose al máximo de las mediaciones, como VANGUARDIA | DOSSIER 33 EL POPULISMO, ¿Y DESPUÉS? en cierto modo Emmanuel Macron en la campaña presidencial del 2017 y luego en su política, en particular, con respecto a los sindicatos. En todos los casos, los populismos apelan al pueblo, un pueblo engalanado con todas las virtudes, o a un vínculo directo con él, sin mediaciones institucionales: si una forma de democracia parece en teoría convenirles, se trata de la democracia directa, no representativa, que no es la democracia de los parlamentos y los partidos. Para ellos, la soberanía del pueblo debe ejercerse bajo la forma principal y amplificada de referéndums, y no son partidarios de las instituciones encargadas de regular la vida pública, los tribunales constitucionales, las autoridades independientes, por ejemplo. Los populismos denuncian con facilidad la corrupción de las élites, hasta el punto de caer a veces en la teoría de la conspiración y de sospechar que las élites nacionales tienen lazos con fuerzas extranjeras; también es fácil que digan ser antisistema, lo cual es contradictorio con sus esfuerzos por acceder al poder, o acercarse a él. Lo cierto es que no se siente incómodos con sus contradicciones. 3. Diferencias Los populismos nacionalistas de derecha, los más poderosos hoy, presentan entre ellos y en su seno importantes diferencias. La más decisiva remite a su relación con la violencia. En sí mismo, el populismo no es necesariamente violento; por el contrario, sigue aferrado a unos proyectos de conquista democrática, electoral, del poder. Sin embargo, su discurso, cuando es racista o antisemita, por ejemplo, puede alentar que algunos agentes radicalizados pasen a la acción; su existencia puede constituir una especie de paraguas. Si bien el populismo no es en sí violento, sí que puede anunciar o preceder una fase de violencia. Allí donde fracasa, no consigue mantener un discurso político mítico, pierde sus apoyos en la opinión, puede abrirse la vía a las acciones violentas, como vemos hoy en ciertos movimientos de extrema derecha; por ejemplo, en Grecia con Aurora Dorada o 34 VANGUARDIA | DOSSIER en Italia con CasaPound. En ciertos casos, como en Alemania, existe un extrema derecha virulenta, cuando no violenta, de tipo neonazi, entre otros, con el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (Nationaldemokratische Partei Deutschlands, NPD), pero al mismo tiempo se afirma un partido político nacionalista más cercano al populismo y menos extremista, Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD), cuyos primeros logros electorales datan del 2014. La segunda gran diferencia en Europa es entre el Oeste y el Este. En el Oeste, los populismos aceptan cierta modernidad cultural. Pueden, por ejemplo, tener dirigentes homosexuales, como Pym Fortuyn en los Países Bajos, donde tras su muerte Geert Wilders ha tomado partido en favor de la defensa de los homosexuales; o abrirse a cierto feminismo, aunque sólo sea para oponerse a un islam con una irreductible incapacidad de integrarse culturalmente. En Europa Central, en cambio, los populismos son muy tradicionales en términos culturales, a veces incluso arcaicos, y recuerdan en los casos extremos temáticas de épocas anteriores a la guerra. El espectro político del populismo es inmenso, puesto que va de la extrema izquierda a la extrema derecha pasando por el centro, y se inscribe en el seno de sociedades cuyas historias son diferentes: unas, aunque no todas, han sido potencias coloniales; otras han conocido el nazismo o el fascismo; otras más, a veces las mismas, la inclusión en el imperio soviético y luego su descomposición... Por eso el ascenso de los populismos contemporáneos en Europa, al tiempo que traduce una crisis general (política, ante todo, pero también cultural y moral), se presenta de forma tan diversa. Y, a pesar de ello, siempre con puntos en común, cortocircuitando las mediaciones, dando a las emociones y las pasiones más importancia que a la razón y la argumentación. 4. El populismo como mito Los populismos expresan expectativas que no hallan satisfacción, o la hallan de modo insuficiente, en los sistemas políticos e institucionales, sea porque éstos han envejecido, fallan, se agotan, o bien, al contrario, porque aún no existen, tardan en establecerse. Los populismos prosperan, por decirlo sucintamente, en la crisis o las carencias de esos sistemas. De todos modos, no son ellos mismos el punto extremo de tal crisis o tales carencias; no son extremistas, con frecuencia son ambivalentes, contradictorios, y cuando ya no logran expresar sus demandas, sus miedos, sus esperanzas, entonces dejan paso a otra cosa: la disolución pura y simple, el paso a formas políticas democráticas, el activismo revolucionario y, en los tiempos actuales, ante todo, a los llamamientos al autoritarismo, al tiempo que a la derechización extrema, la violencia. Cuando un populismo se descompone y empieza a aliarse con el mal (el nacionalismo, el racismo, el antisemitismo, la xenofobia, la intolerancia religiosa, el autoritarismo dictatorial), hay grandes posibilidades de que se someta a él, porque dichas tendencias lo obligan a salir de la ambigüedad o la ambivalencia, liquidan sus contradicciones en provecho de proyectos claros y nítidos. Añadamos a esa constatación que los populismos suelen funcionar con un líder carismático que ejerce un poderoso ascendente sobre una parte del pueblo y que se beneficia por sus cualidades excepcionales de un vínculo directo con él, lo que encaja perfectamente con el rechazo a las mediaciones entre el pueblo y su dirección. Semejante vínculo hace las veces de representación política; no deja lugar alguno al debate democrático interno, corre parejo con la existencia de un discurso que soluciona por sí sólo todos los problemas, tiene respuesta para todo. Lo cual permite definir por fin lo que constituye el corazón de los populismos, a saber, que atañen al ámbito del mito conciliando de modo imaginario, en el discurso, lo que en la realidad es inconciliable. Prometen al pueblo que seguirá siendo él mismo al tiempo que se transforma; se esfuerzan por acercarse al poder, gestionar y no sólo protestar, al tiempo que denuncian el sistema y las élites que lo dirigen; apelan a la unidad del cuerpo social, pero no dudan en construir EL POPULISMO, ¿Y DESPUÉS? esa unidad contra una pequeña parte de ese mismo cuerpo social, las élites, los oligarcas, los judíos, etcétera. 5. Un fenómeno ante todo político ¿No hay que introducir la dimensión económica para dar plenamente cuenta del auge de las fuerzas populistas en Europa desde la década de 1980? En realidad, una explicación económica sería demasiado simple: el populismo existe en países sumidos en una crisis económica, no cabe duda; ahora bien, lo encontramos asimismo en países que no lo están, como Suiza o Noruega, y a la inversa un país como Portugal que ha conocido una grave crisis no ha visto aparecer partidos populistas. De igual modo, España ha tardado mucho en dotarse, si cabe decirlo así, de un partido de extrema derecha a pesar de la crisis económica, y sólo muy recientemente ha aparecido Vox en Andalucía, bastión hasta ahora del socialismo. Las dificultades económicas pueden influir, por supuesto, en los discursos y los ardores populistas, pero no cabe hacer de ellas su determinante principal. En realidad, todo nos conduce a hacer del populismo contemporáneo, en primera instancia, un fenómeno propiamente político y, de modo más preciso, una consecuencia de las dificultades de la democracia liberal para asumir sus misiones. El populismo traduce los límites de la democracia, sus carencias. Por ello se ve tan ampliamente descalificado y estigmatizado, o asimilado con el autoritarismo, el nacionalismo o el extremismo, del que difiere por más que parezca acercarse: el populismo aparece así como una amenaza política que fabrican las democracias en crisis, y de ahí la contundente fórmula de Jan-Werner Müller en su libro Was ist Populismus? Ein Essay: “el populismo es la sombra que proyecta la democracia representativa”.4 Y es que, cuanto más parecen los partidos políticos clásicos inadaptados, impotentes, desfasados con respecto a las expectativas de la sociedad, más encuen- 4. Jan-Werner Müller, Was ist Populismus? Ein Essay, Suhrkamp, Berlín, 2016. tran las fuerzas populistas un espacio para desarrollarse. Esas fuerzas pueden dar lugar, sin duda, al nacimiento de partidos nuevos que un día se convertirán en relativamente clásicos, que entrarán en los juegos institucionales, parlamentarios. Sin embargo, mientras siguen siendo populistas, conservan lo que se encuentra en el corazón del populismo contemporáneo: la capacidad para proponer un discurso mítico que seduce a una parte no despreciable de la población proponiéndole la imagen de una unidad del cuerpo social, más allá de sus divisiones. Cuando la representación política, pero también cuando los eventuales fracasos de iniciativas en favor de la democracia representativa o deliberativa, no aseguran un modo de tratar aquello que divide a la sociedad, el populismo aporta su respuesta bajo la forma de protesta. Esa protesta es también una protesta en la que todo se mezcla: lo que divide se convierte en unidad, el cuerpo social deja de ser presentado en aquello que opone y separa los grupos sociales, u otros grupos, se convierte en un pueblo, una unidad, lo cual se adapta con facilidad a otras propuestas unificantes y, en particular, al discurso de la nación. El populismo transforma así de un modo mágico los problemas, las dificultades, en imágenes unificadas de un pueblo finalmente purgado de todo cuanto parece ser un obstáculo: en términos sociales, los inmigrantes, acusados de robar el empleo a los nacionales, por ejemplo; en términos culturales y religiosos, los musulmanes, puesto que el islam viene a poner en entredicho la homogeneidad de la nación, sus valores; y, si en verdad hace falta otro chivo expiatorio, ahí están los judíos, que realizan de modo clásico esa función. Los populismos contemporáneos en Europa proponen una respuesta mítica a la crisis política de la representación clásica, así como al importante desajuste surgido entre los partidos, sus discursos, su modo de funcionar, su visión del futuro, los intereses particulares de sus miembros, y la sociedad tal como es, con sus expectativas, sus demandas. Responden a un momento singular de la historia de Europa: el momento en que se desmorona un mundo viejo, industrial, poscolonial y postsoviético, y en que aparece uno nuevo. Un momento en que las fuerzas políticas nacidas en el mundo viejo parecen desfasadas, incapaces de entrar en el mundo nuevo, incapaces de pensar en términos globales, abordar el riesgo climático, intentar construir Europa respondiendo al mismo tiempo a las aspiraciones nacionales. Conclusión: para la democracia De ahí nuestra conclusión: hay que inventar formas nuevas de democracia y de vida política si queremos ver retroceder los populismos sin que den paso a algo mucho peor: las violencias, el odio, la guerra. Porque, al fin y al cabo, tras el populismo llegará necesariamente su superación y, por lo tanto, la descomposición del mito: esa superación es lo que hay que pensar. El populismo critica, protesta, denuncia sin que lo incomoden sus propias vilezas, su propia corrupción, ni los casos que lo salpican. Mientras el mito aguante, sin que la fuerza populista implicada logre ocupar cargos en las instituciones, resulta erróneo hablar de extremismo, realizar comparaciones con el fascismo o el nazismo, imaginar el auge de la violencia. El verdadero peligro se encuentra en el pospopulismo, cuando el populismo logre llegar electoralmente al poder o bien se desestructure para dejar paso a unas orientaciones inquietantes que vehiculaba pero sin dejarles capacidad de acción real: extremismo de derecha, nacionalismo sin matices, autoritarismo antidemocrático, pulsiones revolucionarias, etcétera. En los dos casos, vale la pena considerar los peores escenarios: las amenazas que puede vehicular o acompañar no son nada al lado de los peligros que podrían resultar de su desaparición, y de las fuerzas del mal que se verían entonces liberadas. Resulta urgente reinventar y relanzar la democracia, es decir, el tratamiento político de las discrepancias, que constituyen la diversidad y el pluralismo de toda sociedad. Hará falta tiempo, porque la crisis es profunda. VANGUARDIA | DOSSIER 35 36 VANGUARDIA | DOSSIER Diferencias entre el populismo europeo oriental y el occidental Slawomir Sierakowski DIRECTOR DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS AVANZADOS DE VARSOVIA. E caída del comunismo coincidió con el punto más Cuando aparecieron las álgido de la fe en el neoliberalismo, razón por la identidades nacionales moder- cual el capitalismo que se introdujo en Polonia, nas, la mayor parte de los actua- la República Checa y Hungría (así como en Rusia) les países de Europa Oriental ni es mucho más neoliberal que su equivalente en siquiera existía en el mapa. Sus Alemania, Francia o Italia. figuras más destacadas eran naLas experiencias comunes del comunismo cionales de otros países y en ge- del siglo XX y el nacionalismo del siglo XIX hacen neral el grueso de su población que la región sea mucho más populista que Europa se encontraba en una situación atrasada y carecía Occidental. Sin embargo, las diferencias internas de derechos políticos. La experiencia común que de la región también dan lugar a clases muy difeacabó por unir a checos, polacos, rumanos y hún- rentes de populismo. El populismo polaco es ideogaros fue el comunismo. lógico, mientras que el checo se parece al icónico La experiencia decimonónica de las luchas personaje del buen soldado Svejk en que es idiota de independencia ha hecho a los países europeos e inepto, y por lo tanto menos amenazador. Hunorientales más naciogría, en cambio, tiene nalistas y más sensi- La experiencia de las luchas de un populismo gangsbles a las cuestiones de independencia del siglo XIX hizo a teril. El partido Ley y la soberanía, mientras Justicia (PiS) polaco es que la experiencia del los países europeos orientales más como un monasterio, comunismo (que a me- nacionalistas, mientras que la del el Fidesz húngaro es nudo fue más naciona- comunismo desacreditó a la como una turba y la lista que izquierdista) Alianza de Ciudadanos izquierda política ha desacreditado la Descontentos (ANO) de izquierda política. El Andrej Babis es como legado del comunismo es que la región es más un manicomio. El populismo de la Eslovaquia de pobre, más atrasada, más corrupta y está aislada Robert Fico no se parece a nada; es un populismo de la inmigración. invisible, aunque incluye un elemento bastante Los países europeos orientales difieren de surrealista de cooperación con la mafia italiana. sus vecinos occidentales en lo referente a su mo- Ese populismo invisible de Fico ha sido el menos delo económico. Carecen de la experiencia del populista y ha conducido a un crecimiento econóEstado de bienestar de la posguerra. Además, la mico en el país. Por otra parte, también ha resulUROPA ORIENTAL NO EXISTE VANGUARDIA | DOSSIER 37 DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL tado ser el más homicida: sólo Eslovaquia ha vivido el escandaloso asesinato de un periodista con una muy probable implicación de empresarios en connivencia con autoridades gubernamentales. En qué es diferente el populismo europeo oriental de su homólogo occidental Como han mostrado los politólogos Martin Eiermann, Yascha Mounk y Limor Gultchin del Instituto Tony Blair para el Cambio Global, sólo en la Europa Oriental poscomunista derrotan regularmente los populistas a los partidos tradicionales en las elecciones. De los quince países europeos orientales, los partidos populistas ocupan el poder en siete de ellos, en dos más forman parte de la coalición gobernante y en otros tres son la principal fuerza opositora. Eiermann, Mounk y Gultchin también señalan que mientras que en el 2000 los partidos populistas obtuvieron un 20% o más de los votos en sólo dos países europeos orientales, hoy lo hacen en más de diez países. En Polonia, los partidos populistas han pasado de un ínfimo 0,1% de los votos en el 2000 a conseguir una mayoría parlamentaria bajo el actual Gobierno del PiS. Y en Hungría, el respaldo al partido Fidesz del primer ministro ha superado en ocasiones un 70%. Al margen de esos datos concretos, debemos considerar los factores sociales y políticos subyacentes que han hecho que el populismo sea tan fuerte en Europa Oriental. De entrada ésta carece de la tradición del sistema de controles y equilibrios que ha salvaguardado durante mucho tiempo la democracia occidental. A diferencia del presidente del PiS Jaroslaw Kaczynski, gobernante de facto de Polonia, Donald Trump no hace caso omiso de las decisiones judiciales ni utiliza los servicios secretos contra la oposición. Veamos la investigación del asesor especial Robert Mueller sobre Trump y los vínculos de su campaña con Rusia. Mueller fue nombrado por el fiscal general adjunto Rod Rosenstein, un funcionario público subordinado de Trump en el brazo ejecutivo. Aunque Trump posee autoridad para cesar a Mueller o 38 VANGUARDIA | DOSSIER Rosenstein, no se atrevería a hacerlo. No se puede decir lo mismo de Kaczynski. Otra gran diferencia es que los europeos orientales tienden a sostener actitudes más materialistas que los occidentales, que han dejado atrás preocupaciones sobre la seguridad física para abrazar lo que el sociólogo Ronald Inglehart llama “valores posmaterialistas”. Un aspecto de esa diferencia es que las sociedades europeas orientales son más vulnerables a los ataques contra instituciones liberales abstractas como la libertad de expresión o la independencia judicial. No debería constituir ninguna sorpresa. Al fin y al cabo, el liberalismo en Europa Oriental es una importación occidental. A pesar de los fenómenos de Trump y el Brexit, Estados Unidos y el Reino Unido poseen una cultura de liberalismo político y social fuertemente arraigada. En Europa Oriental, la sociedad civil no sólo es más débil, sino que está más centrada en ámbitos como la caridad, la religión y el ocio que en las cuestiones políticas. Además, en el muy diferenciado paisaje político de los estados poscomunistas de Europa, la izquierda es muy débil o está del todo ausente de la vida política. De modo que la línea divisoria de la política no se da entre la derecha y la izquierda, sino entre el bien y el mal. En consecuencia, Europa oriental se inclina mucho más por la dicotomía amigo-enemigo establecida por el politólogo y filósofo jurídico antiliberal alemán Carl Schmidt. Cada parte se concibe a sí misma como el único representante legal de la nación y amenaza a sus adversarios en tanto que alternativas ilegítimas a las que hay de desposeer de derechos políticos, no sólo vencer. ¿Es el caso de Polonia semejante al de Hungría? Stalin, en la primera década de poder soviético, respaldó la idea del “socialismo en un solo país” con la que quería afirmar que, hasta que maduraran las condiciones, el socialismo sólo se daría en la Unión Soviética. Cuando el primer ministro húngaro Viktor Orbán declaró, en julio del 2014, su intención de cons- truir una “democracia antiliberal”, se supuso de forma generalizada que estaba creando el antiliberalismo en un solo país. Ahora, Orbán y Jaroslaw Kaczynski, máximo dirigente del PiS y jefe del Gobierno en la sombra (en el que no ocupa cargo alguno), han proclamado una contrarrevolución cuyo objetivo es convertir la Unión Europea en un proyecto antiliberal. En el 2008, en el Foro Económico de Krynica, que se autoconsidera una especie de Davos regional y que nombró a Orbán Hombre del Año, Kaczynski y Orbán anunciaron tras una jornada de sonrisas y afables palmadas en la espalda que encabezarían a cien millones de europeos en un intento de rehacer la Unión Europea siguiendo criterios nacionalistas/religiosos. No es difícil imaginar a Václav Havel, un anterior homenajeado, revolviéndose en su tumba ante semejante declaración. Y la antigua primera ministra ucraniana Yulia Timoshenko, otra ganadora anterior, debe de estar horrorizada: su país sufre los estragos de Rusia bajo el presidente Vladímir Putin, el pope del antiliberalismo y un modelo de rol para Kaczynski y Orbán. Los dos hombres pretenden aprovechar la oportunidad ofrecida por el referéndum británico acerca del Brexit, que puso de manifiesto que en la actual Unión Europea el modo de discurso preferido de los demócratas antiliberales (las mentiras y las difamaciones) reporta réditos políticos y profesionales (basta preguntar al antiguo secretario de Asuntos Exteriores británico, Boris Johnson, un destacado defensor del Brexit). La unión de las habilidades de los dos hombres podría convertirlos en una amenaza más poderosa de lo que muchos europeos están dispuestos a creer. Está claro lo que Orbán aporta a la asociación: una veta de populismo pragmático. Ha encuadrado el Fidesz en el seno del Partido Popular Europeo, lo cual lo mantiene formalmente dentro de la corriente política principal y convierte a la canciller alemana Angela Merkel en un aliada que le proporciona protección política, a pesar de su gestión antiliberal. Kaczynski, por su parte, decidió aliar el PiS con la marginal Alianza de los Con- DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL servadores y Reformistas Europeos, y pelea casi sin descanso con Alemania y la Comisión de la Unión Europea. Además, Orbán no está tan alejado del ciudadano común como su socio polaco. Al igual que Donald Tusk, el antiguo primer ministro polaco que es hoy presidente del Consejo Europeo, juega al fútbol con otros políticos. Kaczynski, en cambio, tiene algo de eremita, vive solo y se pasa las noches viendo programas de monta de toros por la televisión. Parece vivir fuera de la sociedad, mientras que sus partidarios parecen colocarlo por encima de ella: el ascético mesías de una Polonia renacida. Es ese fervor místico lo que Kaczynski aporta a su asociación con el oportunista Orbán. Se trata de un mesianismo fraguado en la historia polaca: el sentimiento de que el país tiene una misión especial para la cual Dios lo ha elegido, como demuestra su historia especialmente trágica. Levantamientos, guerras, particiones: tales son las cosas sobre las que un polaco debería pensar todos los días. Una identidad mesiánica favorece cierto tipo de dirigente; un dirigente que, como Putin, parezca movido por un sentimiento de misión (y, en el caso de Putin, es la misma misión proclamada por los zares: ortodoxia, autocracia y nacionalidad). Así, mientras que Orbán es un cínico, Kaczynski es un fanático para quien el pragmatismo es una señal de debilidad. Orbán nunca actuaría en contra de sus propios intereses; Kaczynski lo ha hecho muchas veces. Los ataques contra los miembros de su propia coalición de Gobierno, por ejemplo, lo llevaron a perder el poder en el 2007, apenas dos años después de haberlo conseguido. No parece tener planes. En su lugar, tiene visiones: no de reforma fiscal ni de reestructuración económica, sino de una Polonia nueva. Orbán no busca nada así. No quiere crear un nuevo modelo de Hungría: su único objetivo es permanecer, como Putin, en el poder durante el resto de su vida. Tras haber gobernado como liberal en los noventa (y preparado el camino para que Hungría se uniera a la OTAN y la Unión Europea) y haber perdido, Orbán considera el antiliberalismo como un medio para seguir venciendo hasta que llegue el momento de exhalar su último suspiro. El antiliberalismo de Kaczynski pertenece al ámbito del alma. Denomina a quienes no pertenecen a su bando la “peor clase de polacos”. El homo kaczynskius es un polaco preocupado por el destino de su país y que enseña los dientes a críticos y disidentes, en especial, a los extranjeros. Los homosexuales no puede ser auténticos polacos. Todos los elementos no polacos existentes en el seno de Polonia son percibidos como una amenaza. El Gobierno del PiS no ha aceptado ni un solo refugiado de la minúscula cifra (apenas 7.500) que Polonia, un país con casi 40 millones de habitantes, aceptó acoger ante la Unión Europea. A pesar de sus diferentes motivaciones para abrazar el antiliberalismo, Kaczynski y Orbán coinciden en qué significa, en términos prácticos, construir una nueva cultura nacional. Los medios de comunicación estatales ya no son públicos, sino nacionales. Con la eliminación de las oposiciones a funcionarios, los despachos se pueden llenar de fieles y burócratas del partido. El sistema educativo se está convirtiendo en un vehículo para fomentar la identificación con un pasado glorioso y trágico. Sólo las iniciativas culturales que elogian la nación reciben financiación pública. Para Kaczynski, la política exterior es una función de la política histórica. En ese aspecto, los dos hombres difieren: mientras que el pragmatismo de Orbán evita que se enemiste demasiado con sus socios estadounidense y europeos, a Kaczynski no le interesa el cálculo geopolítico. Al fin y al cabo, un mesías no diluye sus creencias ni se doblega; vive para proclamar la verdad. Por ello, en su mayor parte, la política exterior de Kaczynski es un tendencioso seminario de historia. Polonia fue traicionada por Occidente. Su fuerza (hoy y siempre) procede del orgullo, la dignidad, el valor y la absoluta autosuficiencia. Sus derrotas son victorias morales que ponen de manifiesto la fuerza y el valor de la nación, que le permiten, como a Cristo, resucitar tras 123 años de ausencia del mapa de Europa. De los quince países europeos orientales, los partidos populistas ocupan el poder en siete de ellos, en dos más forman parte de la coalición gobernante y en otros tres son la principal fuerza opositora Las cinco lecciones del Gobierno populista El punto de vista convencional sobre el populismo postula que un gobernante errático promulgará políticas contradictorias que beneficiarán ante todo a los ricos. Los pobres saldrán perdiendo, porque los populistas no tienen intención de restituir los puestos de trabajo industriales a pesar de sus promesas. Y las llegadas masivas de migrantes y refugiados seguirán, porque los populistas carecen de planes para enfrentarse a las causas que están en la raíz del problema. Al final, los gobiernos populistas, incapaces de gobierno efectivo, se desmoronarán y sus dirigentes se enfrentarán a la destitución o no lograrán ser reelegidos. Kaczynski se enfrentó a unas expectativas similares. Los polacos liberales pensaron que obraría en beneficio de los ricos, crearía el caos y no VANGUARDIA | DOSSIER 39 DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL El ideal político de los dirigentes populistas no es el orden, sino la subordinación de todas las bases de poder independientes y susceptibles de ponerlos en entredicho: los tribunales, los medios de comunicación, las empresas, las instituciones culturales, las oenegés,etc. 40 VANGUARDIA | DOSSIER tardaría en tropezar y caer, que fue exactamente lo que ocurrió en el 2005-2007, la última vez que el PiS de Kaczmarczyk gobernó Polonia. Sin embargo, los liberales se equivocaron. El PiS ha conseguido transformarse y pasar de ser una nulidad ideológica a ser un partido que ha logrado introducir cambios traumáticos con una velocidad y una eficacia récord. No al neoliberalismo. En el 2005-2007, el PiS aplicó políticas económicas neoliberales (por ejemplo, eliminó el tramo impositivo más alto y el impuesto de sucesión); ahora, ha llevado a cabo las mayores transferencias sociales de la historia contemporánea de Polonia. Los padres reciben un subsidio mensual de 500 zloty (unos 120 euros) por cada hijo a partir del segundo, o por todos los hijos en las familias pobres (el ingreso neto mensual medio es de unos 2.900 zloty, aunque bastante más de dos tercios de los polacos ganan menos). De resultas, la tasa de pobreza ha descendido en un 20-40% y en un 70-90% entre los niños. La lista no se detiene ahí. En el 2016, el Gobierno introdujo la gratuidad de los medicamentos para las personas mayores de 75 años. El salario mínimo supera ahora el pedido por los sindicatos. La edad de jubilación se ha reducido de los 67 años para ambos sexos a los 60 para las mujeres y los 65 para los hombres. El Gobierno también prevé desgravaciones fiscales para los contribuyentes con menores ingresos. La restauración del ‘orden’. Las instituciones independientes son el enemigo más importante del populismo. Los líderes populistas están obsesionados con el control. Para los populistas, la democracia liberal conduce al caos, y a ese caos debe poner orden un Gobierno responsable. El pluralismo de los medios de comunicación conduce al caos informativo. Un poder judicial independiente significa un caos legal. Y una sociedad civil vigorosa es la receta para las discusiones y el conflicto crónicos. Ahora bien, los populistas no creen que semejante caos aparezca por sí solo. Es obra de las pérfidas potencias extranjeras y sus títeres nacionales. Para que Polonia sea grande otra vez, los héroes de la nación tienen que derrotar a sus traidores, que no son iguales a ellos en la competencia por el poder. De modo que los dirigentes populistas se ven obligados a limitar los derechos de sus adversarios. En realidad, su ideal político no es el orden, sino la subordinación de todas las bases de poder independientes y susceptibles de ponerlos en entredicho: los tribunales, los medios de comunicación, las empresas, las instituciones culturales, las oenegés, etcétera. Dictadura electoral. Los populistas saben cómo ganar las elecciones, pero su concepción de la democracia no se extiende más allá. Al contrario, los populistas perciben los derechos de las minorías, la separación de los poderes y los medios de comunicación independientes (aspectos esenciales para el liberalismo) como un ataque al Gobierno de la mayoría y, por lo tanto, a la propia democracia. El ideal político al que anhela un Gobierno populista es, en esencia, una dictadura elegida. Y la reciente experiencia estadounidense indica que puede ser un modelo sostenible. Al fin y al cabo, todo depende de cómo deciden organizar las elecciones quienes ocupan el poder, lo cual puede incluir la reconfiguración de las circunscripciones electorales o la modificación de las reglas que rigen la financiación de las campañas o la publicidad política. Las elecciones se pueden falsear de modo imperceptible. La fuerza es el derecho. Los populistas se han beneficiado de la difusión de noticias falsas, la difamación de oponentes y la promesa de milagros, todo ello tratado por los principales medios de comunicación como afirmaciones electorales normales. Sin embargo, constituye un error pensar que la verdad es un arma eficaz contra la posverdad. En el mundo de la posverdad, lo que es decisivo es el poder, no la comprobación de datos. Gana quien es más implacable y tiene menos escrúpulos. Los populistas son indecorosos y al mismo tiempo están en ascenso. Los partidarios de Trump, por ejemplo, han llegado a percibir la chabacanería como prueba de credibilidad; y, al mismo tiempo, perciben la cortesía, la verdad y la razón como pruebas de elitismo. Si las personas están peor bajo la democracia liberal, tanto peor para la democracia liberal. Quienes aspiran a derrotar al populismo deben aceptar el hecho de que la verdad no es suficiente. Tienen que mostrarse también determinados e implacables, aunque sin convertirse en la imagen especular de sus adversarios. La actual situación en Polonia puede constituir un ejemplo útil. Tras un año de retroceso, los dos mayores partidos de la oposición ocuparon el Sejm, el Parlamento polaco, para protestar contra una votación ilegal del presupuesto estatal. Le tendieron una trampa al Gobierno de Kaczynski: dar marcha atrás o recurrir a la violencia. En ambos casos, salía perdiendo. El nacionalismo no esta muerto. Por desgracia, lo que no perderá en Polonia, ni tampoco en otras partes, es el nacionalismo, la única ideología que DIFERENCIAS ENTRE EL POPULISMO EUROPEO ORIENTAL Y EL OCCIDENTAL ha sobrevivido a la época posideológica. La apelación al sentimiento nacionalista les ha supuesto a los populistas apoyos en todas partes, al margen de la situación o el sistema económicos, porque está alimentado externamente, es decir, por la llegada de migrantes y refugiados. Los políticos de los partidos convencionales (en especial, los de izquierda) carecen hoy de un mensaje eficaz sobre la cuestión. Oponerse a la inmigración contradice sus principios, mientras que respaldarla conlleva una derrota electoral. Sin embargo, la elección debería ser clara. O bien los adversarios del populismo modifican de modo drástico su discurso relativo a migrantes y refugiados, o bien los populistas seguirán gobernando. Los migrantes y refugiados saldrán perdiendo en cualquiera de los dos escenarios, pero en el segundo lo hará también la democracia liberal. Tales cálculos son desagradables (y, sí, corroen los valores liberales), pero los populistas, como hemos visto, son capaces de compromisos mucho más repugnantes. Kaczynski ha logrado obtener el control en dos cuestiones cercanas y queridas para los votantes: las transferencias sociales y la inmigración. Mientras controle esos dos bastiones del sentimiento electoral, estará a salvo. Los polacos, los húngaros y otros europeos orientales combaten el populismo apelando a la ley, la Unión Europea, los intereses económicos de sus países. No obstante, lo cierto es que los populistas sólo pueden ser derrotados políticamente. La Unión Europea es, en el fondo, impotente. El famoso artículo 7, cuya aplicación se ve precedida de una serie de medidas, nunca ha sido aplicado. Aun cuando lo fuera, ese proceso sólo suspendería los derechos de voto de un país determinado; pero eso no sucederá nunca, porque exige unanimidad. Orbán y Kaczynski se protegen el uno al otro garantizando un veto en semejante votación. Al margen de ese hecho, un buen número de políticos en Bruselas no se atreven a imponer un castigo a los estados miembros que incumplen las normas; temen que eso proporcione a los populistas argumentos en favor de sus teorías conspirativas acerca de los enemigos que se ciernen sobre la nación polaca, húngara o checa. Los populistas tienen que ser derrotados en las urnas. En Polonia, ese resultado es bastante probable, pero en Hungría es esencialmente imposible. Los medios de comunicación independientes han sobrevivido en Polonia (gracias al hecho de que los mayores grupos de prensa y televisión son propiedad de corporaciones alemanas o es- tadounidenses, y el Gobierno polaco se muestra cauto a la hora de enfrentarse a Estados Unidos y Alemania); y el poder judicial polaco resiste con fuerza la presión del partido gobernante, como lo hace también la fuerte sociedad civil del país. En Hungría, en cambio, apenas hay medios de comunicación que puedan considerarse independientes; mientras que el poder judicial ha quedado subordinado en gran medida al partido gobernante, hasta el punto de que Hungría ya no cumple la definición más concisa de democracia: no hay duda alguna de quién será el vencedor en las próximas elecciones. ¿El principio del fin para los populistas de Polonia? En las elecciones municipales celebradas en octubre y noviembre del 2018, la oposición polaca se enfrentó Kaczynki. Aunque el PiS obtuvo el mayor nivel de apoyo (34%) en las elecciones a 16 asambleas provinciales, la Coalición Cívica quedó en segundo lugar a sólo siete puntos, con un 28%. El tercer y el cuarto mejor resultado también recayeron en partidos opositores: el Partido Popular Polaco, con un 13%, y la Alianza de la Izquierda Democrática, con un 6,6%. De resultas, la mitad de las asambleas provinciales están controladas por la oposición. Las elecciones locales son muy importantes en Polonia, porque las asambleas provinciales controlan el gasto de los fondos de la Unión Europea (de los cuales Polonia es el mayor beneficiario, unos 14.000 millones de euros al año) y realizan otras funciones fundamentales. De modo significativo, se parecen mucho a unas elecciones parlamentarias, que en Polonia se celebrarán en otoño. El verdadero desastre para el PiS tuvo lugar en las ciudades. En total, de las 107 ciudades en las que los ciudadanos eligieron “presidentes” (más o menos, las mayores del país), el PiS sólo ganó en cinco, y además pequeñas. Los resultados muestran que el PiS sólo puede contar con aproximadamente un tercio del voto en Polonia. Si las próximas elecciones parlamentarias se celebraran hoy, el partido sería expulsado del poder. Que pueda enderezar la situación a lo largo de los próximos diez meses depende de lo bien que sepa la oposición sacar provecho de la situación. Polonia no es ni tampoco será el país líder de Europa Oriental. Sin embargo, puede desempeñar un papel similar al que desempeñó en 1989 y ser la primera pieza de dominó que anuncie la caída del populismo en la región. VANGUARDIA | DOSSIER 41 42 VANGUARDIA | DOSSIER Cómo combatir el auge de las autocracias en la Unión Europea Jan-Werner Müller PROFESOR DE POLÍTICA EN LA UNIVERSIDAD DE PRINCETON. L A DEMOCRACIA LIBERAL ESTÁ AMEque los titulares siempre sean mucho más grandes nazada en Hungría y Polonia. A a propósito del ataque de los mercados contra veces, la actual destrucción de algunos estados miembros o del último error de lo que parecían unos sistemas Theresa May. democráticos, consolidados y ¿Cómo debería enfrentarse la Unión al auge con un Estado de derecho se de la autocracia en dos de sus estados miembros? considera como un problema Semejante pregunta se desestima a veces diciendo lamentable pero, en última ins- que una institución como la Unión Europea, que tancia, local. Otras crisis euro- en sí misma no es realmente democrática, no peas, como la del euro y la del Brexit, han parecido puede actuar como defensora creíble de la demomucho más importantes. Se trata de un error. cracia. Ese razonamiento pasa por alto que los estaEl orden europeo es dos miembros han detambién un orden le- Los estados han delegado legado libremente en gal y depende de que libremente en la UE tareas la Unión Europea talos estados miembros reas específicas, unas específicas, incluidas sanciones de la Unión Europea tareas que incluyen la confíen en que unos para quienes no observen valores defensa de la democracia. En particular, han y otros observen el europeos fundamentales como la establecido sanciones Estado de derecho. Es democracia y el Estado de derecho también un orden que para quienes no obserprometió a los estados ven valores europeos que salían del autoritarismo (empezando por Es- fundamentales como la democracia y el Estado paña, Portugal y Grecia en los setenta) que Europa de derecho; y ahí está el artículo 7 del Tratado de bloquearía cualquier vuelta a la autocracia. Hoy el la Unión Europea. propio funcionamiento legal de la Unión Europea El artículo 7 dispone la suspensión de los (y su promesa moral básica de una comunidad de derechos de voto de un Estado miembro en el Convalores compartidos) se encuentra amenazado. sejo Europeo en caso de una violación persistente En ese sentido, la amenaza es existencial, por más de los valores europeos fundamentales. Resulta VANGUARDIA | DOSSIER 43 CÓMO COMBATIR EL AUGE DE L AS AUTOCR ACIAS EN L A UNIÓN EUROPEA importante comprender que, en realidad, Hay otra justificación de la protecno ordena nada parecido a una interven- ción de la democracia que puede reforción en el Estado miembro; más bien, se zar la autoridad de la Unión Europea trata de un mecanismo para aislar el Go- respecto a los Estados miembros. Uno de bierno de un determinado los objetivos explícitos de la Estado miembro del resto La crisis del ampliación europea hacia de la Unión: permite una euro ha dado el Este fue la consolidación cuarentena moral, no una lugar a la de las democracias liberales intervención real. Por ello, politización de (o, de entrada, la culminano puede cambiar de modo ción de la transición a la Europa y a la inmediato la política interdemocracia liberal en el caeuropeización na de un Estado delincuente. so de Rumanía y Bulgaria). Esa cuarentena tiene de la política: Los gobiernos de la región una poderosa justificación: los ciudadanos (siguiendo los ejemplos de la legislación de la Unión de la UE se España, Portugal y Grecia) se aplica por encima de han hecho buscaron vincularse a Eurolas fronteras nacionales, conscientes pa precisamente para evitar tras ser creada por estados de que lo que lo que ahora se conoce como miembros individuales que una recaída; fue como Ulises ocurre en actúan juntos. Un Estado auordenando a sus marineros otros lugares tocrático tomaría decisiones que lo ataran al mástil para en el Consejo Europeo y, por de Europa resistir unos futuros cantos lo tanto, al menos indirec- tiene una de sirenas de las voces antilirepercusión tamente, gobernaría la viberales y antidemocráticas. da de todos los ciudadanos. directa en sus Desde esta perspectiva, Más importante aún es el vidas los dirigentes húngaros y hecho de que los tribunales polacos se equivocan al acude Hungría y Polonia son también tribu- sar a Bruselas de algún tipo de “euroconales de la Unión: aplican la legislación lonialismo”. Viktor Orbán se ha quejado comunitaria, y sus decisiones tienen que de que “intentan decirnos cómo vivir”. ser reconocidas en toda la Unión. Así, de En realidad, sólo se les está recordando a un modo literal, todo ciudadano euro- los húngaros y los polacos cómo querían peo está interesado en no encontrarse vivir cuando se unieron a la Unión en el frente a un Estado miembro autoritario. 2004 (lo cual no equivale a decir que no Pensemos en la orden de detención eu- sea nunca legítimo criticar a la Unión ropea, que se fundamenta en la idea del Europea una vez se ha decidido ser miemreconocimiento mutuo de las decisiones bro de ella; sólo que no resulta razonable judiciales y, en última instancia, en la hacerlo cuando Bruselas está a la altura confianza de que todos los estados miem- de los compromisos buscados antaño por bros garantizan el Estado de derecho y la la población de un Estado miembro). independencia del poder judicial. Nunca se hará poco hincapié en ese ¿Tiene la Unión Europea la punto: la Unión Europea está construida capacidad de proteger la sobre la idea de unos estados democráti- democracia liberal en los cos que confían unos en otros. La crisis estados miembros? del euro ha tenido unas consecuencias esLa Unión Europea tiene la autoridad pantosas en el sur de Europa; y, si el euro para proteger la democracia liberal en los fracasara por completo, las repercusiones estados miembros; la pregunta es si tiene globales serían enormes. Ahora bien, en la capacidad para hacerlo. El artículo 7 el fondo, sólo habría sido una política sigue siendo su principal instrumento. fracasada. En cambio, la existencia de Durante mucho tiempo, este artículo se autocracia en el seno de la Unión Europea consideró como una “opción nuclear”, en pone en entredicho la idea de cómo fun- palabras del antiguo presidente de la Cociona la Unión como forma de gobierno. misión Europea José Manuel Barroso. Los 44 VANGUARDIA | DOSSIER países parecían demasiado asustados de que algún día pudieran aplicarse sanciones contra ellos. En el caso de Polonia, la Comisión Europea finalmente se decantó por invocar el artículo 7 en diciembre del 2017, pero no es probable que la Comisión logre convencer el número suficiente de estados miembros en el Consejo Europeo para decidir sanciones. ¿Puede la Comisión actuar por su cuenta, en su papel de guardián de los tratados europeos? El problema es que los instrumentos que la Comisión tiene a su disposición a menudo no se amoldan a los desafíos específicos de la democracia liberal. Los procedimientos de infracción sólo pueden basarse en la legislación comunitaria, que a menudo no abarca los campos relevantes de la democracia y el Estado de derecho. Pensemos en el descabezamiento de facto del sistema judicial llevado a cabo por el Gobierno húngaro con la rebaja la edad de jubilación de los jueces de 70 a 62 años. La Comisión llevó a Hungría ante el Tribunal Europeo de Justicia alegando discriminación por motivos de edad y ganó. Sin embargo, los jueces nunca fueron reincorporados. A pesar de su éxito legal nominal, Europa se mostró impotente a la hora de enfrentarse al problema real, que tenía que ver con el apoderamiento del sistema judicial por parte de un partido político y no con la discriminación de los individuos. En el 2014, la Comisión añadió un “mecanismo del Estado de derecho” a su repertorio de instrumentos, pero al final sólo puede llevar a la aplicación del artículo 7. El “mecanismo” se basa en que el “diálogo” puede resolver cualquier conflicto entre la Comisión y el Gobierno de un Estado miembro. Es cierto que la Unión Europea se basa en las prácticas del diálogo constructivo y el compromiso. Pero semejantes prácticas a menudo sólo son verosímiles desde cierta perspectiva tecnocrática: juntos intentamos resolver los problemas, ésa es la suposición de partida. En los casos de Hungría y Polonia, se trata, por supuesto, de una ilusión. El Fidesz y Ley y Justicia tienen una agenda política. Su conflicto con Bruselas es de naturaleza política; y lo han utilizado (presentado como un conflicto CÓMO COMBATIR EL AUGE DE L AS AUTOCR ACIAS EN L A UNIÓN EUROPEA entre el país y una burocracia supranacional no elegida) para ganar respaldo en la política interna. ¿Política de partidos al rescate? Se ha dicho a menudo que la crisis del euro ha dado lugar a la politización de Europa, y que ha llegado la hora de la europeización de la política: los ciudadanos europeos se han hecho conscientes de que lo que ocurre en otros lugares de Europa tiene una repercusión directa en sus vidas. Por desgracia, también se ha hecho evidente un efecto menos deseable de semejante interdependencia: el democristiano y conservador Partido Popular Europeo (PPE), que nominalmente es el mayoritario, ha decidido blindar sistemáticamente a Orbán frente a críticas y potenciales sanciones. Importantes políticos del PPE han emitido una y otra vez duras advertencias contra el primer ministro húngaro; por ejemplo, cuando coqueteó con la idea de reintroducir la pena de muerte en Hungría, una línea roja absoluta en especial para los democristianos. Sin embargo, siempre han evitado excluir al Fidesz de Orbán de sus filas. La razón es sencilla: el Fidesz tiene un número relativamente elevado de diputados en el Parlamento Europeo, y el PPE está firmemente comprometido con el mantenimiento de su pluralidad en la cámara (Helmut Kohl insistió antaño en el hecho de que los democristianos no habían construido Europa para dejársela a los socialistas). De modo paradójico, podría haber sido más fácil expulsar a Fidesz en un momento en que el Parlamento tenía pocos poderes; cuando más importante se ha vuelto, mayor es el incentivo para tener un gran grupo como el PPE. Dicho aun más claramente, cuanto más democrática es la Unión Europea en su conjunto, menor es la protección para las democracias nacionales frente a las fuerzas autoritarias dentro de los estados miembros. Es cierto que en septiembre del 2018 un significativo número de diputados del PPE cambió por fin de opinión y respaldó la aplicación del artículo 7 contra el Gobierno húngaro. Por un lado, la medida evidenció que el Parlamento Europeo podía ser, en el fondo, un actor importante en la defensa de la democracia europea. Sin embargo, el PPE aún está lejos de excluir el Fidesz; y a posteriori parece que la dirección del PPE jugó un cuidadoso doble juego: ser vistos como inflexibles con los valores europeos, pero conservando el Fidesz (y un gran número de diputados) en el redil... y plenamente conscientes todo el tiempo de que, dada la probable respuesta del Consejo Europeo, no se seguirían sanciones reales contra Budapest. El Gobierno de Varsovia presenta una desventaja comparativa con respecto a Orbán: el partido Ley y Justicia no es miembro del PPE, sino del mucho más pequeño y marginal Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). Ese grupo de euroescépticos está dominado por los tories británicos. Theresa May, fiel a los dictados de la lealtad partidista supranacional, afirmó ante un público varsoviano en diciembre del 2017 que los asuntos constitucionales son asuntos internos de Polonia. Sin embargo, los tories van a desaparecer de la escena partidista comunitaria con el Brexit. De modo que Varsovia no está protegida con tanta firmeza como lo está Budadest. Ha habido un caso en el pasado en que una familia supranacional de partidos suspendió a un miembro (el Partido de los Socialistas Europeos excluyó de facto el SMER eslovaco después de que éste estableciera una coalición con el SNS de extrema derecha), y el cambio de tono en la dirección del PPE en septiembre del 2018 no fue nada trivial. Sin embargo, en última instancia, nos enfrentamos aquí con un problema estructural: como ha sostenido el politólogo estadounidense Dan Kelemen, el sistema de partidos de Europa está lo bastante desarrollado para que sea importante la lealtad por encima de las fronteras; de ahí el continuado respaldo de facto a Orbán por parte del PPE. Sin embargo, el sistema de partidos no está lo bastante desarrollado para europeizar de verdad las cuestiones políticas, lo cual importa porque las bolsas de autoritarismo dentro de amplias estructuras democráticas sólo suelen disolverse federalizando el problema. Kelemen llama al actual estado de Europa un “equilibrio autoritario”, con la consecuencia de que los agentes democráticos que respaldan de facto agentes antidemocráticos no tienden a pagar el precio de su comportamiento. Mientras las campañas electorales al Parlamento Europeo sigan siendo un asunto nacional, no es probable que ese fatídico equilibrio consiga ser desestabilizado. No es una guerra cultural Orbán ha sido muy eficaz reformulando el conflicto con la Unión Europea como un asunto de “simple política” o, dicho más claramente, de elección de valores subjetivos. A los liberales, según la acusación de él y otros defensores de un Estado antiliberal, sencillamente no les gustan sus políticas de familia conservadoras, su defensa de unos estados nación fuertes en la Unión Europea y, sobre todo, su rechazo de la inmigración y del asentamiento de refugiados en Hungría. En una VANGUARDIA | DOSSIER 45 CÓMO COMBATIR EL AUGE DE L AS AUTOCR ACIAS EN L A UNIÓN EUROPEA La renuencia de la UE a proteger en un Estado miembro la democracia liberal traicionará las esperanzas de los ciudadanos del país en cuestión, que depositaron su confianza en la UE como garante de algún tipo contra nuevas formas de autoritarismo democracia se puede discrepar de modo legítimo sobre esos asuntos. Sin embargo, al centrar toda la atención en ellos, Orbán ha reconvertido lo que debería ser un debate sobre las instituciones democráticas básicas en otra guerra cultural más (con un llamamiento a los conservadores de todas partes de Europa a que unan filas tras él) Una vez que el conflicto ha sido declarado un asunto de unos compromisos sobre valores aparentemente subjetivos, resulta fácil acusar a los liberales de ser en realidad antiliberales: aunque se supone que son defensores de la diversidad, son incapaces de tolerar a un nacionalista étnico como Orbán que intenta desviarse de un supuesto multiculturalismo occidental dominante. Algunos observadores se han mostrado dispuestos a admitir que una democracia antiliberal podría ser una reacción legítima al liberalismo antidemocrático. La UE parece ser un ejemplo obvio de tecnocracia liberal contra la cual necesita ser afirmada la voluntad del pueblo. Pero la Unión Europea no prescribe una postura legislativa uniforme sobre cuestiones polémicas como el matrimonio de personas del mismo sexo ni un único modelo de democracia. Sus miembros sólo tienen que ser lo bastante democráticos de acuerdo con los criterios (sin duda deficientes) de Copenhague, que establecen que sólo pueden unirse al club los estados con democracia, Estado de derecho y capacidad de competir en el mercado único. Cuando los dirigentes comunitarios han criticado los gobiernos húngaro y polaco, Budapest y Varsovia han respondido que están defendiendo la soberanía nacional contra los dictados liberales de Bruselas. Por desgracia, la Unión les ha hecho el juego permitiendo la impresión de que la democracia siempre pertenece al Estado nación, y que el equipo de reparaciones liberal de Bruselas sólo hace acto de presencia si hay un mal funcionamiento drástico del Estado de derecho. En vez de eso, los representantes comunitarios tendrían que haber dejado mucho más claro que, al defender un poder judicial independiente y una sociedad civil y unos medios de comunicación críticos, están defendiendo nada menos que la propia democracia. Dicho de otro modo, se pueden tener muchas discrepancias políticas legítimas en la Unión Europea. Lo que no se puede es hacer realidad dentro de la Unión una preferencia por una forma de gobierno no democrática. ¿Qué se puede hacer? La solución no reside en una nueva hornada de mecanismos y procedimientos legales. Los 46 VANGUARDIA | DOSSIER ciudadanos deberían hacer que los facilitadores de la autocracia, como los dirigentes del PPE, Joseph Daul y Manfred Weber, rindieran cuentas. La Comisión debería ser más decidida a la hora de cumplir su papel de guardián de los tratados. JeanClaude Juncker, traumatizado por el Brexit, se ha mostrado demasiado inclinado a eludir cualquier conflicto por temor a profundizar más las divisiones en Europa, ajeno al parecer a la posibilidad de pasar a la historia como el presidente de la Comisión bajo el cual se hizo irreversible la degeneración del Estado de derecho. La Unión Europea debería también tomarse en serio la eliminación de ayudas a los países que ya no cumplen los compromisos normativos básicos de la Unión. Es cierto que las sanciones perjudican a menudo a los más vulnerables de una sociedad. No obstante, los fondos comunitarios han sido a menudo para la camarilla gobernante de Orbán lo que el petróleo a los estados autoritarios árabes: un recurso gratuito susceptible de ser utilizado para mantener satisfecha una red clientelar y comprar respaldo político. Y es cierto que siempre hay que temer la reacción nacionalista contra las sanciones comunitarias. Sin embargo, para Europa, intentar contenerse o mantenerse de algún modo neutral en conflictos internos muy cargados sobre cuestiones relacionadas con las formas de gobernar (y no sólo con las políticas) no carece de costes y en realidad tampoco es neutral. La renuencia a intentar proteger la democracia liberal en un Estado miembro traicionará las esperanzas de todos los ciudadanos del país en cuestión, que depositaron su confianza en la Unión en tanto que garante de algún tipo contra nuevas formas de autoritarismo. En cualquier caso, un Gobierno deseoso, por ejemplo, de desmantelar el sistema de equilibrio de poderes sabe que en algún punto se enfrentará a un conflicto con las instituciones europeas, por lo que tiene todos los incentivos para fomentar los sentimientos euroescépticos, por mucho que haga o no haga la Unión Europea. Hay pocas pruebas de una campaña nacionalista con éxito o, para el caso, de graves reacciones producidas por un ejercicio decidido de la influencia comunitaria. La guerra de independencia declarada por Orbán no ha resultado ser, o al menos eso indican las encuestas, popular. En realidad, los índices de aprobación de la Unión Europea (y de confianza en ella) siguen siendo de los más altos en Hungría y Polonia. El Huxit o el Poxit no parecen en este momento amenazas creíbles. La Unión Europea debe dejar de tenerle miedo a los autócratas. SOLUCIONAR AFGANISTÁN DESDE ABAJO E 1 de en El ener eroo de 195 er 9588 en ntr tróó en vig igor or el Tr Trat atad at adoo Co ad Cons nsti ns titu ti tuti tu tivo ti vo de la Com omun unid un idad id ad Eur urop op pea e , co cono noci no cido doo com omoo el tra rata taado de Ro Roma ma,, qu ma quee ha habí b an bí n firma fir mado ma do pre revi viam vi am men ente te los par arla lame la ment me n os de se nt seis is paí aíse sess fu se fund ndad nd ador ad ores or es,, to es todo doss el do ello loss de la Eu lo Euro ropa ro pa con onti t ne ti nent ntal nt al y con o fro ront nter nt eras er as com omun u es un e . Es Esee núcl nú cleo cl eo fue amp mpli lián li á do án dose se en su uce cesi siva si vass ol va olea eada ea das, da s, al mi mism smoo ti sm tiem empo em po que se pr prof ofun of undi un diza di zaba za baa en la int nteg egra eg raci ra ción ci ón,, a pa ón p rt rtir ir de 19993 9 , co con n ell nue uevo vo Trat Tr atad at adoo de ad d la Un Unió ión ió n Eu Euro roope peaa o tr trat atad at adoo de Maa ad aast stri st rich ri cht. ch t. Aqu quíí of ofre r ce re cemo moss viisu mo sual alme al m nt me ntee la lass su suce cesi ce siiva vass in i co corp rpor rp orac or acio ac ione io nes, ne s, ade demá máss de los má esta es tado ta doss as do aspi pira pi rant ra ntes nt es y los que for orma man ma n la lla lama mada ma da Aso soci ciac ci ació ac ión ió n Or Orie ient ie ntal nt al.. La apo al port r ac rt ació ión ió n ec e on nóm mic icaa al a pre resu s pu su pues esto es too eurrop opeo e , co eo c n lo loss úl ú ti t mo m s dato da toss di to disp spon sp onib on ible ib less (2 le (201 016) 01 6 , il 6) ilus usstr t a el pes e o de cad a a Es Esta tado ta do en el pro roye yect ye cto. ct o. FUNDADORES DE LA UE (1958) Y FASES DE LA AMPLIACIÓN orar ATOS NDID oner o incorpo nacional: A C S p h PAÍSE ceso de trans UE al derec * República Democrática Alemana 1958 En pro laación de la O laa llegis NTENEGR 1973 MO 1981 1986 1990* QUIA TUR ONIA D E MAC NORTE L E D IA SERB 1995 NIA ALBA 2004 ASO CIA Des ORIE CIÓN la a tinada NTAL s y la ociaci a refor nóm integr ón polí zar i c a de ación tica so Orie cios de seis p ecoa nta l l y a Euro íses Me de l ridion del Cáu pa a Po al, d caso de V lítica entr o ecin dad Europe (PEV a AR ME ). AZ N E 2007 2013 BIE RBA IA IYÁ LO N GE RRU MO ORG SIA IA LD UC AV I RA NI A A S IALE TENC requisitos O P TOS davía los o DIDA CAN o cumplen t la UE: Que n ngresar en i para NIA INA B OS ZEGOV -HER OVO KOS A DIA NLAN FIN Si noo se s pro p duc u en cam uc cambio bio i s ttras ras al ci cierr erree d dee esta esta t ed ció edi ción, n, el Reino Rei einoo Unido Uni n do dej dejará ará r de de fo forma rmarr part artee de la Uni la Unión Un ó Eur ón Europe opea el op el 29 29 d dee marz marz arr o d dee 22019 019. 01 019 IA SUEC L ÓN A UROPEO I CA C A U M R RIB DINA TO E CONTSUPUESde euros) O G R ES MBU PAÍS S PRE illones LUXE m (2016, 0 14.00 00 + de .0 4 1 0 9.00 .000 5 2.000 2.000 1.000 000 . - de 1 IA NIA ESTO IA NIA LETO ANIA LITU NIA POLO CA HE REP.C QUIA IA VÁ ÍA ESLO NGRÍA HU ANÍA RUM VENIA ESLO GARIA BUL BAJO NDA IRLA IDO NID INO U REIN ICA BÉLG ANIA ALEM IA CIA FRAN ITALIA 47 VANGUARDIA | DOSSIER UGAL PORT RIA AUST ÑA ESPA A MALT FUE FUEN ENT EN TE TES TES: ES U ES Unió n ón EEurope rop aa; Com omis mis m isión ión n Eu EEur Euro urop pea; ea; a;; y Euros urrostat. tat ta tat. A IA GREC CIA CROA I RE CHIP SOLUCIONAR AFGANISTÁN DESDE ABAJO 48 VANGUARDIA | DOSSIER Italia, el socio fundador que se rebela contra Bruselas Stefano Lepri COLUMNISTA DE ECONOMÍA EN ‘LA STAMPA’. E de lejos una peor burocracia, unos peores políticos filia de Italia era sencillo. No era y unas peores infraestructuras. Preguntados por el que los italianos tuvieran una sentido de su voto en un referéndum acerca de la gran confianza en las institu- permanencia en la UE, los partidarios de quedarse ciones de la Unión Europea. Era vencen a los de abandonarla en una proporción de que confiaban aun menos en las 2 a 1 de acuerdo con varias encuestas. propias. La UE recibe hoy abunEl otoño del 2018 fue testigo de una importandantes críticas, mientras que te prueba. Tras doce semanas de desafío a la Comila coalición populista entre el sión Europea presentando un presupuesto con un Movimiento 5 Estrellas (M5E) y la Liga ha recibido elevado déficit para el 2019, el populista Gobierno un amplio respaldo. De todos modos, aunque re- italiano lo modificó y firmó un precario comproducida, la brecha mencionada más arriba persiste. miso con Bruselas. Según una encuesta rápida, un Durante años, Europa, ha sido sinónimo de 34% aprobaba el acuerdo; mientras que sólo un hacer las cosas mejor. Una compañía o un estable- 15% respaldaba una rígida postura antieuropea y cimiento que deseara subrayar su excelencia se un 24% se inclinaba más del lado europeo (encuesañadía euro al nombre ta Ipsos, 22 diciembre). o una bandera azul La propaganda euroescéptica en El uso masivo de con doce estrellas al los primeros meses del actual la propaganda euroeslogo. Se suponía que céptica en los primelos estándares euro- Gobierno quizá provocara una ros meses del actual peos, como el etiqueta- reacción. Según un Eurobarómetro Gobierno quizá haya do comunitario, eran los partidarios de la UE registraron provocado una reacmejores que los menos ción. Según un Euroun 64%, y los detractores un 15% fiables nacionales. Sin barómetro Flash de embargo, poco a poco, diciembre del 2018, los a partir quizá del cambio al euro en el 2002, algu- partidarios de la Unión Europea crecieron hasta un nas cosas se torcieron. 64% frente a un 15% de detractores. Milán y otras Ahora también el 100% italiano tiene cierto zonas del norte de Italia están tan profundamente uso como sello de calidad. En todo caso, la nega- arraigadas en el mercado único que no pueden tividad de los italianos en relación con su país imaginar no formar parte de él. no ha desaparecido. Comparados con el resto del Los dos partidos de la actual coalición de continente, los italianos declaran que su país tiene Gobierno, la derechista Liga y el populista M5E L SECRETO DE LA ANTIGUA EURO- VANGUARDIA | DOSSIER 49 ITALIA, EL SOCIO FUNDADOR QUE SE REBEL A CONTR A BRUSEL AS Estrellas, hicieron campaña contra el euro. Ambos, cada uno por su cuenta, se ha desdicho de esa postura. A pesar de ello, los partidos de la oposición se muestran cautos a la hora de tomar partido en favor de las autoridades europeas. Tanto el Partido Demócrata (centroizquierda) como el Forza Italia de Berlusconi (centroderecha) han optado por reprochar al Gobierno el gesto de primero desafiar, luego obedecer. Hacia finales del 2018 la coalición, en el poder desde junio, rebajó su retórica antieuropeísta. Sus dos miembros están cada vez más enfrentados y compiten entre sí en la elecciones locales. Tres cuartas partes de los italianos respaldan una mayor unión económica con Europa (encuesta Piepoli, 13 enero). Un latente complejo de inferioridad en relación con el norte de Europa ha sido un componente tradicional de la identidad italiana. Solía alimentar un deseo de comportarse mejor para no ser dejados atrás. Ahora que los italianos ven cómo su país lucha por no rezagarse con respecto a sus vecinos, en una parte de la población ha crecido la desconfianza, cuando no la abierta hostilidad, hacia las regiones más ricas de Europa, porque nos han dejado atrás. El orgullo impulsó el esfuerzo de 1996 por formar parte de la unión monetaria desde el principio. El Gobierno de Prodi decidió llevar a cabo un fuerte ajuste presupuestario sólo tras reunirse con su homólogo español en Valencia. Allí, José María Aznar le dijo que su país estaba listo para ser uno de los miembros fundadores del euro. La eurotassa que entonces se decidió (un impuesto especial para cumplir con los criterios de Maastricht) fue aceptada por los italianos. En actualidad, Italia vive presa de un profundo pesimismo. La búsqueda de chivos expiatorios siempre ha sido una salida oportuna para los políticos; y si bien Europa podría no cumplir del todo esa función, parece que no ocurre lo mismo con la inmigración. De todos modos, hay tanta amargura y desolación en el sentir general que no cabe descartar nuevos cambios imprevistos de la opinión pública. La principal causa es el actual declive económico, al que no se ve salida posible. 50 VANGUARDIA | DOSSIER El pesimismo en relación con el futuro es generalizado en Europa. Son pocos quienes consideran que sus hijos serán más ricos que ellos. Sin embargo, en Italia, eso ya es una realidad. Según el Banco de Italia, los salarios de entrada en el mercado laboral de los jóvenes con educación superior son un 15-20% más bajos que hace veinte años;1 o casi la mitad de lo que se ofrece hoy en Francia en empleos similares. De media, la renta per cápita de los italianos (medidos por el Istat, el Instituto Nacional de Estadística) es más o menos la misma que hace veinte años. En sí el fenómeno es notable y único entre los países avanzados. Sin embargo, lo peor es que, según unos estudios recientes del Banco de Italia, la renta familiar disponible, un indicador más preciso del bienestar de los ciudadanos, no es mayor que hace treinta años.2 El empobrecimiento general ha atenuado el aumento de la desigualdad de los ingresos que ha afectado en los últimos años a otros países. Sin embargo, los mayores, en un país con una tasa de natalidad muy baja y una prolongada esperanza de vida, han logrado protegerse mejor, pero los jóvenes han quedado a la intemperie. Por esa razón muchos graduados italianos parten al extranjero en busca de empleo. El envío de los hijos a estudiar en universidades extranjeras, antaño una moda de las personas adineradas, es ahora una aspiración cada vez más extendida de los padres de clase media. En sintonía con esa situación, en diciembre del 2018, algunos anuncios televisivos tuvieron como protagonistas a jóvenes brillantes que volvían del extranjero para celebrar la Navidad en Italia con sus padres. Los expatriados proceden de toda Italia; es probable que las estadísticas oficiales, que indican unos 10.000 al mes, subestimen las salidas. Aunque el país forma menos titulados que otros países europeos (27% de las personas de 25-34 años, frente a un 42% de España y un 44% de Francia), Italia tiene dificultades para encontrarles un sitio. Quienes se quedan en el país pueden acabar aceptando empleos para los que están sobrecualificados. Algunas familias llegan a la conclusión de que la educación superior no importa, o que no pueden permitirse una educación superior de calidad. Según una encuesta del Eurobarómetro, los italianos presentan grandes diferencias con respecto a otras nacionalidades acerca de lo que es importante para progresar en la vida: un 22% considera que “los contactos políticos”; un 28%, “los contactos personales”; y un “18%, “una familia con recursos”. (En España, los porcentajes respectivos son 7%, 18% y 7%.) Los economistas perciben un círculo vicioso entre la poca demanda y la poca oferta de trabajo cualificado. Casi un cuarto de todos los jóvenes italianos de origen ni estudia ni trabaja, frente a un 6% en esa situación en Alemania y un 15% en Francia. El actual máximo dirigente del M5E y uno de los dos vicepresidentes del Consejo de Ministros, Luigi Di Maio (32 años), ha sido uno de ellos y lo demuestra con su flagrante inexperiencia. Italia ha estado ya dos veces al borde del incumplimiento de pagos de su deuda pública, en 1992 y 2011. En las dos ocasiones, la visión del abismo sólo sirvió para disciplinar por un par de años los malos hábitos de sus políticos. En las dos ocasiones, unos breves gobiernos dirigidos por tecnócratas recortaron el gasto público y aprobaron algunas reformas. Tras ello, no tardaron en olvidarse las lecciones. Las primeras señales del declive económico de Italia se remontan a la década de 1990, cuando unos beneficios crecientes se invirtieron en su mayor parte en propiedades inmobiliarias o empresas de servicios públicos, sin que las principales compañías italianas se atrevieran a traspasar las fronteras del país, o sencillamente no comprendieron que la globalización estaba en marcha. Con todo, la pérdida de dinamismo económico sólo empezó a sentirse de modo masivo en la década del 2000. O después del nacimiento del euro. De hecho, el último año en que el PIB creció por encima de un 3% fue el año 2000. El cambio a los billetes y monedas del euro en enero del 2002 provocó la duradera impresión de una abrupta subida en los precios que ningún análisis de datos económicos ha confirmado nunca. ITALIA, EL SOCIO FUNDADOR QUE SE REBEL A CONTR A BRUSEL AS Es probable que entonces, con la nueva moneda, se hiciera perceptible el estancamiento en los ingresos que había durado una década (desde los pactos para la moderación de los aumentos salariales de 1992 y 1993). Durante los primeros años de la unión monetaria, Italia no experimentó un auge del crecimiento alimentado por el crédito como otros países periféricos de la eurozona (España, Irlanda e incluso Grecia). Silvio Berlusconi obtuvo una amplia victoria en las elecciones generales del 2001 prometiendo un “segundo milagro económico italiano”, pero bajo su mandato se produjo el resultado contrario: un crecimiento aun más lento. Culpar al euro no era todavía apropiado, porque a principios de la década del 2000 Alemania también tenía problemas. Pocos se dieron cuenta del mal comportamiento de Italia en la recesión post-Lehman del 2009 porque su elevada deuda pública impedía el estímulo de una política presupuestaria expansiva. El pleno reconocimiento de las dificultades del país sólo se produjo cuando la crisis de la deuda de la eurozona puso fin a la época Berlusconi en noviembre del 2011. A ello siguió una segunda y profunda recesión. Tras cinco años de lenta recuperación, el insatisfactorio crecimiento se achaca con frecuencia a las reglas presupuestarias europeas, aunque Italia ha obtenido desde el 2013 más exenciones que otros países y aunque España y Portugal han logrado una recuperación más firme sin dejar de cumplir las mismas reglas. Afortunadamente, el nacionalismo tiene, por razones históricas, bases poco sólidas. La demagogia de Mussolini condujo a la rendición de 1943 en la Segunda Guerra Mundial y a 18 meses de guerra civil. El actual paladín de “Primero los italianos”, Matteo Salvini (46 años), vicepresidente del Consejo de Ministros, declaró hace apenas siete años que “no se sentía representado por la bandera italiana”, puesto que era partidario de la independencia de las regiones septentrionales. Los políticos populistas medran aprovechando temas que despiertan fuertes sentimientos en minorías airadas, aunque sólo hasta cierto punto. Cuando tocan techo en la creación de consenso, pueden elegir entre: a) abandonar el tema; y b) exacerbarlo, o envenenar el punto medio, para obligar a los ciudadanos a una elección drástica, sí o no (la estrategia de Steve Bannon). Salvini hace tiempo que ha elegido b) en relación con la inmigración, el principal tema mediante el cual ha transformado su Liga, que de ser un partido separatista del norte de Italia (detestado por los italianos del sur) ha pasado a ser un partido implantado en todo el país. La idea subyacente es: cuanto peor trates a los inmigrantes, peor se comportan, y así los italianos se vuelven cada vez más hostiles a ellos. En relación con el euro, en cambio, ahora elige a). La Liga (el segundo partido en las elecciones del 4 de marzo del 2018, con un 17,4%; el primero, según las actuales encuestas, con un 30-31%) aprovechó plenamente durante su campaña el resentimiento en contra del euro. Eligió a firmes euroescépticos para importantes puestos en el Parlamento, lo que provocó la salida de Italia de inversores extranjeros. En los primeros meses de gobierno, actuó de modo desafiante frente a Europa, tanto como el M5E. Sin embargo, en los hechos, la Liga no tardó en mostrarse muy recelosa ante un enfrentamiento abierto. Los inicios de una fuga de capitales se hicieron visibles, con movimientos de los ricos que contactaron con bancos suizos o trasladaron sus depósitos en euros a Francia o Alemania. Los principales lobbies empresariales amenazaron con manifestaciones en las calles. Se cernió sobre el país el peligro de una crisis financiera total. De modo que, en diciembre, se modificó el proyecto de presupuesto para el 2019 que desafiaba las reglas. En la actualidad, Salvini niega cualquier intención de salir del euro. Los tipos crecientes de la deuda italiana (desde un 1,8% hasta un máximo de 3,6% sobre el bono a diez años) lo llevaron a comprender el gran peligro que comportaba un juego del gallina al estilo de Varoufakis (amenazar de modo verosímil con volver a la lira para obtener concesiones presupuestarias). La incertidumbre contribuyó a una pequeña recesión de la economía italiana en el otoño del 2018. Ambos partidos hicieron campaña en el 2018 en favor de una reducción de impuestos: la carga impositiva de Italia aumentará ligeramente en el 2019. Ambos partidos prometieron revitalizar el crecimiento por medio de inversiones públicas masivas: el nuevo presupuesto no muestra un crecimiento significativo en inversiones. La ilusión populista se construyó aunando muchos ruidosos grupos de presión; sin embargo, sus demandas no acaban de cuadrar bien. Cada partido reclama el éxito en su tema estrella: la Liga a propósito de las prejubilaciones, el M5E a propósito de la “renta de ciudadanía” (un subsidio general para pobres y parados). Sin embargo, esas dos costosas medidas exigen recortar otras ayudas y dejar por satisfacer otras demandas. Una amnistía fiscal y un menor grado de transparencia Según el Banco de Italia, la renta familiar disponible no es mayor que hace treinta años, y sólo el empobrecimiento general ha atenuado el aumento de la desigualdad. Los mayores han logrado protegerse mejor, mientras los jóvenes han quedado a la intemperie 1. Alfonso Rosolia y Roberto Torrini, “The generation gap: a cohort analysis of earnings levels, dispersion and initial labor market conditions in Italy,1974-2014”, Questioni di economia e finanza, 366, Banco de Italia, noviembre 2016. Disponible en www.bancaditalia.it/ pubblicazioni/qef/20160366/index.html. 2. Andrea Brandolini, Romina Gambacorta y Alfonso Rosolia, “Inequality amid income stagnation: Italy over the last quarter of a century”, Questioni di economia e finanza, 442, Banco de Italia, junio 2018. Disponible en www.bancaditalia.it/ pubblicazioni/qef/20180442/index.html. VANGUARDIA | DOSSIER 51 ITALIA, EL SOCIO FUNDADOR QUE SE REBEL A CONTR A BRUSEL AS en los contratos públicos contradicen la reclamación de “honradez en el Gobierno” del M5E. Aprobado a toda prisa en el Parlamento, el presupuesto revisado abrió algunas fisuras en el relato populista. Algunas medidas sólo contribuyen a acelerar el declive; por ejemplo, una generosa desgravación fiscal a las pequeñas empresas por debajo de determinado volumen de negocios. Una causa importante del hundimiento de la productividad de Italia es la gran cantidad de pequeños negocios ineficaces que sobreviven gracias a la evasión fiscal; incentivar su permanencia no contribuirá al crecimiento. La tregua presupuestaria con la Comisión Europea no impedirá que los dos partidos exploten sentimientos antieuropeos cuando hagan campaña el próximo mes de mayo para las elecciones al Parlamento Europeo. Todavía es posible culpar a los burócratas de la Unión Europea de cualquier cosa desagradable. Aunque hasta cierto punto: la coalición es frágil y podría romperse a finales de año. Con un ojo puesto en unas posibles elecciones anticipadas, Salvini no puede correr el riesgo de enajenarse a un sector empresarial que es abrumadoramente europeísta; por su parte, el M5E (32,7% de los votos en el 2018, 25-26% en encuestas recientes), en busca de nuevas ideas con las que frenar su pérdida de fuerza, no puede permitirse avivar un tema tan controvertido como la salida del euro. Por su parte, los políticos de la oposición no se atreven en su mayoría a apoyar a Europa de forma abierta por temor a ser tildados de élites que se dedican a instruir a la gente común sobre el modo en que deben comportarse. Aun más, la irreformabilidad de Italia empuja a todos los partidos (salvo al pequeño +Europa) a depositar sus esperanzas en presupuestos expansivos. No ven otra manera de acelerar el crecimiento económico. Tras la crisis del 2011 solamente se han intentado unas pocas reformas estructurales a partir de recetas económicas dominantes; y han demostrado ser impopulares incluso tras cosechar, como la reforma del mercado laboral del 2014, algunos efectos positivos evidentes. El actual Gobierno está incluso revocando algunas de las medidas. La reacción en Francia contra las políticas de Emmanuel Macron no ha hecho más que reforzar una ya arraigada aversión. Todo el mundo es hoy en la política italiana un keynesiano mal interpretado. Ningún partido aprueba las reglas presupuestarias europeas existentes; de modo que, por su parte, los políticos y empresarios alemanes ven crecer la desconfianza en relación con Italia. En semejante círculo vicioso, 52 VANGUARDIA | DOSSIER la solución racional (un gran presupuesto común para la eurozona, como ha propuesto Francia) concita escaso respaldo. Sin embargo, el aspecto interesante de la grave situación italiana es cómo adquirirá forma la oposición al populismo. La actual coalición dispone de un abundante arsenal demagógico, desde los discursos abiertamente xenófobos hasta los vagamente izquierdistas. Las reacciones de protesta han sido dirigidas por mujeres con formación o empresarios cultos; algunos alcaldes de centroizquieda y algunos obispos católicos han desafiado la ley antiinmigrantes. Los sindicatos, extasiados en un principio por las promesas sobre normas de jubilación y leyes laborales, organizaron manifestaciones en todo el país el 25 de enero. La principal asociación empresarial, Confindustria, critica tanto la ley de prejubilación (absurda en un país con una esperanza de vida muy alta) como la “renta de ciudadanía” (que subsidiaría la contratación ilegal). Intelectuales, economistas, líderes de opinión de todo tipo, se unen en una oposición que difumina las viejas divisiones entre conservadores y progresistas. Aunque hasta ahora las disensiones son demasiado diversas, y sigue siendo fuerte el rechazo a todos los grandes políticos anteriores. Los simpatizantes de los dos partidos en el Gobierno muestran similares preferencias respecto a “más orden y menos democracia” (encuesta Piepoli, 13 de enero). De modo interesante, el 12 de enero, la Liga se sumó a los partidos de la oposición, alcaldes, dirigentes empresariales, grupos ciudadanos, en una gran manifestación en Turín para defender la conexión de un nuevo túnel ferroviario con Francia, un proyecto al que el M5E, en su hostilidad a las grandes obras públicas, se opone rotundamente. La debilidad financiera volverá a aparecer a más tardar en otoño del 2019. Según las previsiones de tesorería, el presupuesto del 2020 exigirá un fuerte aumento impositivo, de un 1,2% del PIB (una vez en el poder, los populistas se muestran poco dispuestos a recortar gastos). Si el tipo de interés a diez años de los bonos italianos se mantiene cerca de un 3% (el doble del español), más bancos podrían verse en problemas. En cuanto a la política, cuando en el interior del pueblo aparecen intereses diversos, el M5E, que se pretende “ni de derechas ni de izquierdas”, no sabe qué elegir. ¿Y hasta dónde podrá llegar Salvini sacando partido a un solo tema, la inmigración? Caben esperar nuevos giros en la rama italiana. Después de Merkel ¿‘Alemania primero’ o una Europa descabezada? Ulrich Krotz Joachim Schild PROFESOR DE RELACIONES INTERNACIONALES Y DIRECTOR DEL PROGRAMA ‘EUROPA EN EL MUNDO’, CENTRO ROBERT SCHUMAN PARA ESTUDIOS AVANZADOS, INSTITUTO UNIVERSITARIO EUROPEO. PROFESOR DE POLÍTICA COMPARADA, UNIVERSIDAD DE TRÉVERIS. E L MANDATO DE ANGELA MERKEL visiones europeas, Angela Merkel ha invertido un como canciller alemana está lle- importante capital político en salvar la inestable gando a su fin. En octubre del zona del euro del colapso y, según su punto de vis2018, Merkel anunció que no se ta, defender los valores europeos básicos durante presentaría a la reelección como la crisis de los refugiados del 2015. presidenta de la Unión Demócra¿Continuarán sus sucesores por ese camino, ta Cristiana (CDU) y que daría buscando con paciencia compromisos europeos por concluida su carrera política (a veces incómodos) y definiendo la cohesión del en el 2021, cuando están previs- marco integrador europeo como un objetivo funtas las próximas elecciones federales. Por ello, no damental de la política exterior alemana y una cabe sorprenderse de que los políticos alemanes y parte esencial de su razón de Estado? ¿O se verá teneuropeos hayan empezado a hacerse preguntas so- tado el próximo canciller a adoptar una estrategia bre el probable impacde Alemania primero, deto de ese cambio en el Merkel ha invertido un importante finiendo los intereses estilo y la sustancia de capital político en salvar la alemanes más estrecha la diplomacia europea y crudamente en oposialemana. Desde luego, inestable zona del euro del colapso ción a los de sus socios? no cabe comparar el le- y, según su punto de vista, defender ¿Hará notar Alemania gado y la contribución los valores europeos básicos su influencia más a menudo? ¿Y debilita de Merkel a la integradurante la crisis de los refugiados la salida de Merkel el ción europea con los de un europeísta comproarraigado bilateralismetido como Helmut Kohl quien, junto como el mo franco-alemán en los asuntos europeos? presidente francés François Mitterrand, respaldó Estas preguntas no son del todo nuevas. Tras con energía el proyecto del mercado único y tuvo el final de la guerra fría y una vez concluida la un papel decisivo en el establecimiento del euro unificación alemana, el destacado estudioso de y el espacio Schengen de libre circulación. Sin las relaciones internacionales John Mearsheimer embargo, a pesar de su pragmatismo y su escep- predijo el fin de la Comunidad Europea y el regreso ticismo ante los planes ambiciosos y las elevadas de Alemania a la política de grandes potencias. Sin VANGUARDIA | DOSSIER 53 54 VANGUARDIA | DOSSIER D E S P U É S D E M E R K E L : ¿ ‘A L E M A N I A P R I M E R O ’ O U N A E U R O PA D E S C A B E Z A DA ? embargo, Alemania optó por el camino opuesto para lograr el tratado de Maastricht de 1991-1992, renunció a la soberanía en materia de política monetaria en un ámbito de competencias estatales básicas y sacrificó su propia moneda para vincularse con más fuerza aun a un marco europeo más profundo. En la década del 2000, tras el inicio del Gobierno rojiverde dirigido por el canciller Schröder, vimos un debate sobre la normalización de la diplomacia europea alemana al tiempo que el nuevo Gobierno adoptaba una línea más dura en las negociaciones sobre el presupuesto plurianual de la Unión y expresaba más abiertamente los intereses nacionales alemanes en la elaboración de las políticas comunitarias. El canciller Schröder se quejó de que Bruselas malgastaba el dinero de los contribuyentes alemanes. Sin embargo, ese cambio se ciñó en buena medida al plano de la retórica y apenas afectó a la sustancia de la política europea alemana: hubo muchas palabras, pero pocos cambios reales en las prácticas y la acción. Esa nueva retórica no impidió, por ejemplo, que el Gobierno alemán desempeñara un papel principal en el debate constitucional de la primera mitad de la década de 2000. Joschka Fischer, el europeísta ministro de Asuntos Exteriores del Partido Verde, no sólo presentó un ambicioso proyecto constitucional europeo que abogaba por una federación de estados nación construida en torno al núcleo franco-alemán, sino que también aportó, junto con su colega francés Dominique de Villepin, influyentes contribuciones franco-alemanas sobre cuestiones clave de la reforma institucional cuando la Convención Europea redactó un “tratado constitucional” europeo. Más tarde, tras el rechazo de dicho tratado por parte de los ciudadanos franceses y neerlandeses en sus respectivos referéndums del 2005, Angela Merkel recogió las piezas y, con el apoyo del presidente francés Nicolas Sarkozy, se esforzó por alcanzar un compromiso sobre el tratado de Lisboa y asegurar su ratificación. En la década del 2010, durante la crisis de la eurozona, se desató un debate sobre la hegemonía o dominación alema- na en la Unión. Muchos consideraron que Berlín rechazaba la solidaridad intracomunitaria, imponía la “austeridad” a los países deudores y unas estrictas normas fiscales a toda la zona del euro. Sin embargo, esas posturas políticas alemanas no reflejaban tanto el estrecho interés de un Estado alemán o acreedor, como unas ideas económicas y unas convicciones ordoliberales profundamente arraigadas. En varios momentos decisivos a partir del 2010-2012 y de nuevo en el 2015 durante la crisis griega, Merkel optó por la integridad de la eurozona. Su mantra “Si el euro fracasa, Europa fracasa” reflejaba la creencia de que el mantenimiento del marco del euro, el mercado único y la Unión Europea seguía siendo un objetivo clave de la política exterior de Alemania. ¿Será diferente esta vez? ¿Anunciará el final de la época de Merkel un cambio más fundamental en la política europea de Alemania? ¿Perderá el “hegemón renuente” (Simon Bulmer y William Paterson) su renuencia y desempeñará un papel más hegemónico o abiertamente dominante en Europa? ¿Estará más dispuesto Berlín a definir sus intereses nacionales de manera que ya no considere los intereses centrales de sus socios europeos (principalmente, Francia)? Una serie de factores estructurales clave siguen obrando en el sentido de la continuidad. La interdependencia económica, la importancia del mercado único y del euro para los intereses exportadores alemanes y la pesadilla del impulso en favor de coaliciones antialemanas en una Europa en proceso de desintegración nos hacen creer que Alemania no perderá sus credenciales europeas. Es poco probable que se produzca en un futuro próximo un cambio fundamental en la diplomacia europea alemana. Sin embargo, las crecientes limitaciones internas y unas incertidumbres cada vez mayores sobre el futuro del principal socio europeo de Alemania, Francia, plantean una serie de interrogantes y podrían cambiar lenta pero significativamente el curso de la diplomacia europea alemana. En relación con las limitaciones internas, podemos distinguir el corto y el largo plazo. A corto plazo, el peso político de la canciller Merkel en la escena nacional disminuye a medida que se acerca el final de su mandato. Como consecuencia de su menguante poder interno, apenas tendrá los recursos de liderazgo, el capital político y el respaldo interno necesarios para desempeñar un papel de liderazgo proactivo en el plano europeo. Su partido, la CDU, y su partido hermano, la Unión Social Cristiana (CSU) de Baviera, vieron la reducción de su base electoral en las elecciones federales y las elecciones regionales del 2018 en Baviera y Hesse. Las elecciones al Parlamento Europeo de mayo del 2019 y las cuatro elecciones estatales regionales de este año podrían continuar o incluso agudizar ese declive. La última serie de elecciones federales y estatales regionales ha revelado una tendencia que es posible que tenga un carácter más duradero: un profundo cambio en el sistema de partidos alemán. Hemos visto el establecimiento con éxito de un partido populista y euroescéptico de derecha, la Alternativa para Alemania (AfD). Con un 12,6% de los votos en las elecciones federales de septiembre del 2017 y 91 de los 709 diputados, la AfD no sólo entró holgadamente en el Bundestag alemán, sino que se convirtió en el mayor partido de la oposición en el Parlamento federal. En el otro extremo del espectro político, el Partido Verde, que ocupa el polo opuesto y hace campaña en el seno una plataforma progresista y proeuropea, también cosecha éxitos y obtuvo un fuerte apoyo electoral en las elecciones estatales regionales. A principios del 2019, las encuestas muestran que el Partido Verde se sitúa en torno a un 20% a nivel federal, cinco puntos por encima del Partido Socialdemócrata (SPD), mientras que la CDU/CSU se sitúa en torno a un 30%. Dado que el respaldo a La Izquierda (Die Linke, partido sucesor del represivo Partido Socialista Unificado de la antigua República Democrática Alemana) se mantiene robustamente en un 10% o justo por debajo y que el pequeño Partido Democrático Liberal (FPD) sólo se beneficia ligeramente de la insatisfacción con la gran coalición gobernante de la CDU, el CSU y el SPD, el resultado es que los partidos cristianos y socialdemócratas salen perdiendo y que VANGUARDIA | DOSSIER 55 D E S P U É S D E M E R K E L : ¿ ‘A L E M A N I A P R I M E R O ’ O U N A E U R O PA D E S C A B E Z A DA ? Una Europa descabezada y sin centro de poder, más que una Europa alemana, representa el mayor escenario negativo verosímil que llevaría a la parálisis, el empequeñecimiento o la desintegración europea 56 VANGUARDIA | DOSSIER el centro político se ve reducido. Esa tendencia complica la tarea de establecer gobiernos de coalición y de gestionar los conflictos entre los socios una vez establecidas con éxito las coaliciones. El cambio en el sistema de partidos y el auge de la AfD también anuncian el fin del tradicional consenso europeísta y transpartidista imperante en buena medida desde mediados de la década de 1950 (es posible que con la única breve interrupción de la postura crítica del Partido Verde hacia la Comunidad Europea en la década de 1980). La plataforma electoral de la AfD para las próximas elecciones al Parlamento Europeo de mayo del 2019 está considerando seriamente un Dexit, una salida alemana de la Unión Europea si no pueden lograrse las profundas y exhaustivas reformas incluidas en su plan puramente intergubernamental para la Unión. Con semejante competidor político a su derecha, la CSU bávara podría verse tentada a flirtear, más aun que en el pasado, con posiciones cargadas de retórica y cierta dosis de euroescepticismo. A ese panorama hay que añadir la profunda politización de las cuestiones europeas: su mayor importancia y la polarización y competencia partidista creciente en torno a ellas en el debate nacional alemán, desencadenadas y alimentadas ambas por las múltiples crisis de la Unión Europea en la última década. Éste es el más complicado y desfavorable contexto interno en el que cualquier sucesor de Angela Merkel deberá establecer su posición política nacional e internacional. Sin la movilización de una sólida base nacional será más difícil lograr objetivos europeos colectivos y una definición europea de intereses nacionales. En el pasado reciente, algunos socios europeos de Alemania consideraron la postura de Berlín sobre una serie de asuntos relacionados con la reforma de la zona euro como egoísta y contraria a un espíritu colectivo y solidario. Sigue siendo así en relación con el polémico tema de un presupuesto de la eurozona capaz de absorber perturbaciones económicas asimétricas o con el debate sobre un sistema europeo de garantía de depósitos en el que Alemania se ha mostrado y se sigue mostrando muy reacia a mutualizar los riesgos bancarios si no hay antes una reducción efectiva de los riesgos presentes en los balances de los bancos. El final del consenso europeísta entre los partidos hace mucho más difícil que puedan añadirse los nuevos elementos de reparto de riesgos en la zona euro que Francia y los estados miembros del sur de Europa llevan tiempo pidiendo (y a los que se oponen con energía los estados acreedores septentrionales de la nueva Liga Hanseática). No obstante, en Alemania, la oposición a cualquier nuevo instrumento de redistribución intracomunitaria (en especial, a las posibles transferencias fiscales que puedan resultar de carácter duradero) está profundamente arraigada, no sólo en las filas de la AfD, sino también en los sectores cristianodemócratas y liberales del sistema de partidos, así como en la opinión pública. Lo mismo cabe decir, mutatis mutandis, en relación con el reparto de riesgos de Alemania en nombre de los intereses europeos comunes en la escena internacional, y con más certeza aun en el ámbito de la seguridad y la defensa (sobre todo, en el terreno de la gestión de conflictos militares y civiles más allá de las fronteras de la Unión Europea, en especial en el África subsahariana). Aunque un liderazgo nacional fuerte debería permitir que un nuevo canciller superara las limitaciones nacionales que restringen el margen de maniobra de la diplomacia europea alemana, podría surgir otro obstáculo: la falta de un socio fuerte para el ejercicio del liderazgo europeo. El relativo declive económico de Francia desde el 2000 ha relegado cada vez más ese país a un papel subalterno en el bilateralismo franco-alemán. La situación parece haber cambiado con la elección del presidente Macron en el 2017 gracias a unos enérgicos intentos de reformar Francia, reducir sus prolongados déficits públicos y reforzar su credibilidad en el escenario europeo. Y, de modo reciente, el 22 de enero del 2019, los dos estados centrales de la Unión Europea firmaron solemnemente su nuevo tratado de Aquisgrán para adaptar a los retos del siglo XXI el marco jurídico del tratado del Elíseo firmado en 1963. Por medio de ese nuevo tratado bilateral, Francia y Alemania han subrayado su ambición común de coordinarse sistemáticamente en los asuntos europeos y también en asuntos de política exterior en el plano multilateral. Ahora bien, ¿puede Alemania dar por sentado que Francia, su aliado indispensable hasta ahora en la elaboración de políticas europeas, seguirá siendo en el futuro un socio fuerte y fiable? El contundente y persistente movimiento de protesta de los chalecos amarillos en Francia podría convertirse en un momento definitorio de la presidencia de Macron. Esas extendidas y, en ocasiones, violentas protestas han puesto de manifiesto la endeblez de la base de apoyo interno de Macron y han arrojado luz sobre su fracaso a la hora de reconstruir una sólida base de legitimidad para sus proyectos de reforma en la política interna francesa. Esa crisis interna imprevista D E S P U É S D E M E R K E L : ¿ ‘A L E M A N I A P R I M E R O ’ O U N A E U R O PA D E S C A B E Z A DA ? conlleva el gran riesgo de debilitar gravemente las posibilidades de Macron de lograr sus objetivos de reforma económica y social. ¿Podrá seguir desempeñando en los próximos años un fuerte papel de liderazgo europeo junto con Alemania? Existe un grave riesgo de que el socio más importante de Alemania en la consecución de su programa europeo no esté disponible en el futuro debido a la parálisis política interna. Entre la élite política, administrativa y económica alemana, crecen de nuevo las dudas sobre la capacidad de reforma de su aliado indispensable. A su vez, ello podría dar lugar a incertidumbres en relación con la estrategia y los socios adecuados que Alemania debe elegir para manejar los desafíos futuros de la Unión Europea. Si tenemos en cuenta las crecientes limitaciones internas de la diplomacia europea alemana y la debilidad de Francia, su socio clave, se percibe la gravedad del riesgo de una doble pérdida del centro. En el plano nacional, el centro político se está erosionando por los avances del partido populista de derecha AfD. En el plano europeo, el centro de poder franco-alemán, que antaño marcó la agenda en las fases dinámicas de la integración europea y actuó como fuerza de cohesión en las situaciones difíciles, corre el riesgo de perder tracción. Sin duda, todo esto no excluye la posibilidad de futuras iniciativas franco-alemanas para profundizar la integración en terrenos específicos o promover la formación de subgrupos para eludir la oposición de algunos estados miembros. En los últimos años hemos podido observar una pauta de ese estilo; curiosamente, en asuntos de seguridad y defensa. Alemania, con el apoyo de Francia, impulsó el uso del artículo del tratado sobre una “cooperación estructurada permanente” (CEP) de subgrupos para mejorar las capacidades de defensa y la cooperación entre los estados miembros dispuestos. Francia, apoyada por Alemania, promovió con éxito su “iniciativa de intervención europea” fuera del marco institucional de la Unión Europea. Su propósito es desarrollar una cultura estratégica común en un subgrupo de estados, para vincular el Reino Unido posterior al Brexit con la cooperación militar europea y, a largo plazo, construir un instrumento europeo orientado a las intervenciones militares en teatros exteriores (especialmente en África). Sin embargo, la cuestión crucial sigue siendo si Alemania está dispuesta a ir más allá del establecimiento de nuevos instrumentos y marcos de cooperación, o si estará dispuesta a asumir una mayor responsabilidad diplomática y aceptar riesgos militares para proteger y promover los intereses europeos en un mundo turbulento. En cuanto a los asuntos relacionados con la reforma de la unión económica y monetaria, Alemania y Francia han demostrado recientemente su capacidad para alcanzar compromisos bilaterales sobre un presupuesto separado para la eurozona y sobre la reforma del Mecanismo Europeo de Estabilidad, el “fondo de rescate” de la Unión Europea. Sin embargo, un grupo de ocho estados acreedores más pequeños, la nueva Liga Hanseática, se ha opuesto con rotundidad a la idea de un presupuesto separado para la eurozona. Consiguieron diluir la propuesta común franco-alemana expuesta en la declaración bilateral de Meseberg y en la hoja de ruta franco-alemana para la zona del euro del 19 de junio del 2018, y más tarde en su documento común sobre el presupuesto de la eurozona fechado el 19 de noviembre del 2018. Ese ejemplo muestra que un intento franco-alemán de ejercer el coliderazgo no supone en absoluto una garantía de éxito. Las crecientes limitaciones internas a las que deben enfrentarse muchos estados miembros en su diplomacia europea y la creciente importancia de la coordinación de subgrupos como Visegrado-4 o la Liga Hanseática desafían los intentos de liderazgo europeo. Los seguidores son cada vez más escasos en una Europa con múltiples líneas rojas trazadas por los (grupos de) estados miembros. En consecuencia, el principal peligro no es que Alemania dirija sola Europa y el programa europeo como una potencia egoísta y dominante que se deja tentar por la acción unilateral basada en las convicciones del Alemania primero. También las aspiraciones de coliderazgo del antiguo centro de poder de la Unión podrían verse inhibidas por los socios europeos. Más peligroso que el liderazgo unilateral o bilateral es el potencial de una Alemania (aun) más reacia al riesgo, sin apoyo interno y sin un socio francés para un programa de reformas europeas no sólo en los ámbitos tradicionales de la política regulatoria intraeuropea y en los asuntos de la eurozona, sino también (y cada vez más) en temas de seguridad y defensa. Semejante resultado limitaría la capacidad de Alemania para moldear el papel y el lugar de Europa en un mundo del siglo XXI sometido a drásticos cambios y con un elevado potencial de peligro (incluida una Rusia que parece cada vez más agresiva), un mundo que puede ver un incremento de la inestabilidad, guerra civil o guerra en el vecindario de Europa, el vecindario ampliado y más allá. Por lo tanto, una Europa descabezada y sin centro de poder, más que una Europa alemana, representa el mayor escenario negativo verosímil que llevaría a la parálisis, el empequeñecimiento o la desintegración europea. VANGUARDIA | DOSSIER 57 58 VANGUARDIA | DOSSIER La Unión Europea sin el Reino Unido ¿Demuestra el Brexit que el proyecto comunitario tiene vuelta atrás? Iain Begg INVESTIGADOR PROFESIONAL Y CODIRECTOR DEL FORO DAHRENDORF EN EL INSTITUTO EUROPEO DE LA ESCUELA DE ECONOMÍA Y CIENCIAS POLÍTICAS DE LONDRES. E 1. David Cameron, “EU Speech at Bloomberg”, 23/I/2013. Disponible en www.gov.uk/government/ speeches/eu-speech-atbloomberg. s el Brexit un caso aislado o el principio de un desmantelamiento gradual del proceso de integración europea iniciado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial? A pesar de que la conclusión de un artículo publicado en Vanguardia Dossier n.º 55, a finales del 2015, afirmaba que los “jugadores reacios al riesgo harían bien en no apostar en contra de la salida del Reino Unido de la Unión Europea a lo largo del próximo período parlamentario”, el resultado en favor de la salida, cuando se produjo, no dejó por ello de ser un acontecimiento sísmico que llegó muy arriba en la escala Richter. Por toda Europa se especuló sobre la posibilidad de que otros países se sentirían tentados de seguir los pasos británicos, y muchos dirigentes de partidos populistas se apresuraron a establecer rápidos paralelismos con sus propias posiciones antieuropeas. Sin embargo, los dirigentes de la UE pueden hallar consuelo en la confusión rayana en el caos en la que se halla sumido hoy el Reino Unido: una primera ministra derrotada por una mayoría sin precedentes en una votación crucial sobre un importante asunto político, unos partidos políticos profundamente divididos, un posible reajuste constitucional y una reputación de gobernanza madura hecha añicos. De modo evidente, el Reino Unido ha dedicado más tiempo a negociar sin éxito consigo mismo que a hacerlo con la UE-27. Al con- trario, la UE-27, a pesar de las diferencias en otros asuntos políticos, ha permanecido muy unida en las negociaciones del Brexit. Por lo tanto, resulta tentador interpretarlo como un desastre que otros países no tendrán ningún incentivo para emular. Hacerlo sería temerario. La experiencia del Brexit, al menos hasta ahora, deja patentes el coste, las tensiones y la complejidad de dejar el club europeo, y no cabe duda de que disuadirá a otros de contemplar salidas similares. Por ello, resulta improbable que el artículo 50 del Tratado de la Unión (que recoge el procedimiento para abandonar la UE) sea invocado de nuevo en un futuro. Ahora bien, el desencanto ante el proyecto de la UE adquiere muchas otras formas y pone en entredicho muchos aspectos del modelo de integración. Entender la decisión del Reino Unido Cuando David Cameron, entonces primer ministro británico, anunció el 23 de enero del 2013 en el discurso de Bloomberg1 su intención de convocar un referéndum sobre la permanencia del país en la UE, pocos imaginaron que conduciría a lo que hoy se conoce como Brexit. El objetivo de Cameron era táctico: quería detener el crecimiento del sentimiento antieuropeo y el apoyo al populista UKIP, que se estaba comiendo su base electoral. Dos años más tarde, se sorprendió a sí mismo venciendo por una reducida mayoría absoluta en las elecciones generales del 2015 y, en lugar mantener una coalición de Gobierno que había conseguido un éxito relativo, tuvo que cumplir su VANGUARDIA | DOSSIER 59 L A UNIÓN EUROPEA SIN EL REINO UNIDO Pueden abrirse tres puertas: la UE como defensora de los valores liberales; un enfoque nuevo a la gobernanza política de la eurozona; y la política social, sobre la base del “pilar europeo de derechos humanos” adoptado en la cumbre de Göteborg 60 VANGUARDIA | DOSSIER compromiso de celebrar un referéndum. Incluso en ese momento, las expectativas se inclinaban por una permanencia en el seno de la UE. Al fin y al cabo, el referéndum sobre la independencia de Escocia celebrado en el 2014 había acabado, a pesar de los temores, en una victoria bastante cómoda para el statu quo. Una consecuencia de las elecciones generales del 2015 fue la sustitución del máximo dirigente del Partido Laborista, donde se convirtió en el ganador por sorpresa Jeremy Corbyn, candidato de la izquierda del partido e inveterado euroescéptico. En realidad, Corbyn sólo tuvo oportunidad de presentarse porque algunos diputados de otras facciones laboristas consideraron que debía existir la suficiente pluralidad entre los candidatos presentados. De haber tenido que confiar en sus propios partidarios entre los diputados, Corbyn nunca habría alcanzado el número necesario de respaldos. Sin embargo, su poco entusiasta apoyo a la permanencia durante el referéndum y su continuada ambivalencia acerca de la UE inclinaron la balanza a su favor. Resulta fácil interpretar lo sucedido como una serie de accidentes y cálculos equivocados por parte de los dirigentes políticos británicos. Sin embargo, el Reino Unido siempre ha sido un socio atípico en la UE, de modo que merece la pena analizar con más profundidad si el país es un caso tan especial que, en realidad, tiene poco valor predictivo respecto al posible comportamiento de otros. Llegó tarde a la integración europea, porque evitó formar parte de ella en el momento de su creación, a pesar de participar en 1956 en las conversaciones de Mesina que allanaron el camino para la Comunidad Económica Europea. Sin embargo, a principios de los sesenta, llegó a la conclusión de que le resultaría más beneficioso estar vinculado al (entonces) creciente mercado continental que a los países de la Commonwealth. A diferencia de las motivaciones mucho más políticas de otros países comunitarios, ese cálculo transaccional fue crucial (y siguió siéndolo) en el planteamiento británico ante el proyecto europeo. El contraste es manifiesto con el objetivo de los seis países originales de acabar con siglos de guerra, de los países del sur de Europa de consolidar el fin de sus dictaduras y de los países de Europa Central y Oriental de regresar a Europa tras el azote que supuso la hegemonía soviética. El planteamiento transaccional británico también quedó patente en las decisiones de no unirse al euro ni al espacio de libre circulación de Schengen, así como en su insistencia en otras di- versas cláusulas de exclusión voluntaria. Además, la mayor integración juzgada necesaria para una gobernanza eficaz de la moneda única también abriría más de una brecha entre el Reino Unido y la zona del euro. En resumen, el país se había ido alejando de la UE. Más allá del Brexit: otras presiones para la vuelta atrás Sea cual sea el desenlace del proceso político británico, existe un enfado en muchos países comunitarios y una creciente disposición a poner en entredicho lo que hace la UE y rehuir responsabilidades colectivas. El conocido fenómeno de los estados miembros de culpar a la UE de los fracasos políticos y de atribuirse los éxitos exacerba la imagen negativa del proyecto europeo, al igual que lo hace la propensión que tienen los dirigentes a la táctica de la patada a la lata en lugar de resolver los problemas de una vez por todas. El resultado no sólo presenta la UE bajo una perspectiva desagradable, sino que amplía la distancia entre las élites y los ciudadanos corrientes, lo cual debilita el respaldo público en favor de la UE. Además del Brexit, lo que ha motivado la búsqueda de una UE revitalizada es el auge del sentimiento euroescéptico y su traducción en nuevas formas de populismo; sobre todo (pero no exclusivamente) en la derecha del espectro político. Los dirigentes de Europa son más conscientes de su alejamiento de las preocupaciones de los ciudadanos, pero se esfuerzan por conectar con ellos. La UE, como entidad, ha confiado mucho tiempo en la obtención de resultados para justificar sus acciones y sus posturas políticas más que en la legitimidad directa emanada de un mandato popular. Como también el Brexit, tres ejemplos actuales ilustran los dilemas. La disputa entre Italia y la Comisión Europea por los planes presupuestarios del Gobierno italiano para el 2019 ejemplifica una tendencia general a resistirse a una gobernanza económica basada en normas y a plantear al tiempo interrogantes acerca del modelo económico que subyace a las disposiciones del tratado sobre el euro. Las normas fiscales aprobadas para la eurozona son una forma limitada de unión fiscal, orientada a evitar los problemas derivados de la propagación de la indisciplina fiscal de un Estado miembro con efectos adversos sobre los demás. Aunque hay un poderoso componente de grandilocuencia política interna en el modo en que el viceprimer ministro Salvini ha usado el episodio, no por ello deja de existir la cuestión más profunda (y que no recibe una L A UNIÓN EUROPEA SIN EL REINO UNIDO respuesta adecuada) de las reformas oportunas necesarias para mejorar la gobernanza del euro. De modo similar, el rechazo por parte de Hungría de la obligación de aceptar una cuota de refugiados, una política acordada tras un voto por mayoría cualificada, arroja dudas acerca de si las decisiones tomadas de ese modo pueden utilizarse en circunstancias en las que un Estado miembro se opone férreamente a la política pactada. La postura de Hungría quizá sea contraria al espíritu de integración porque rechaza el reparto de la carga; sin embargo, refleja al menos en parte una opinión arraigada de ese país, del mismo modo que la opinión pública alemana es hostil a compartir la carga de la deuda de otros países. El choque entre Bruselas y Varsovia sobre la independencia del poder judicial desafía las normas comunitarias y es observado con mucha atención por otros países que pueden estar tentados de alejarse de esas normas; pero también puede percibirse como una limitación de la autonomía política de un Gobierno democráticamente elegido. Puede que Polonia quiera hacer cosas que Bruselas no aprueba, pero ¿cuál es el límite del poder de la UE para influir sobre lo que ocurre en el interior de los estados miembros? De modo más general, la UE se encuentra ahora buscando una redefinición de su modelo. El Libro blanco sobre el futuro de Europa,2 publicado por la Comisión en marzo del 2017 y basado en la materialización del Brexit, planteó cinco escenarios que van desde el mantenimiento del statu quo, pasando por el freno de la integración, hasta un importante salto hacia una UE más abiertamente federal. Según una evolución interesante, un escenario era la integración diferenciada en la que sólo se integrarían más algunos estados miembros, un enfoque más tarde abrazado por el presidente francés Macron en su discurso pronunciado en la Sorbona en el 2017; pero ante el cual se mostró renuente el presidente de la Comisión Europea Juncker, poco dispuesto a alejarse del sistema tradicional según el cual se espera que todos los países sigan la misma senda de integración. Desde entonces, el debate apenas ha avanzado. Francia y Alemania hicieron pública en junio del 2018 su declaración de Meseberg,3 en la que se señalan formas de ampliar la cooperación en una serie de ámbitos; mientras que la firma del tratado de Aquisgrán 2, el 22 de enero del 2019, puede interpretarse como un intento de dar un nuevo impulso al liderazgo de la pareja franco-alemana en la conformación de la integración europea. Otra hoja de ruta fue la que proporcionó en julio del 2018 la declaración de Madrid hecha pública por Emmanuel Macron y Pedro Sánchez.4 Desde el referéndum británico del 2016, ha habido también encuentros ocasionales de los jefes de Estado y de Gobierno (sin participación británica) orientados a desarrollar planes para la evolución de la Unión. ¿Un camino hacia delante? Todo ello suscita la pregunta de si los dirigentes de Europa son capaces o no de encontrar formas de responder al desencanto de los ciudadanos y de redefinir el proyecto europeo con el fin de contrarrestar la deriva hacia una Europa más fragmentada y menos homogénea. Un nuevo encuentro tendrá lugar este año en el día de Europa (el 9 de mayo) en Sibiu (Rumanía), poco antes de las próximas elecciones al Parlamento Europeo. Partiendo de medidas e iniciativas anteriores, pretende “marcar la culminación de ese proceso por medio de un compromiso renovado con una UE capaz de solucionar los problemas que realmente importan a las personas”. El inconveniente de las hojas de ruta, las declaraciones y demás anuncios es que suenan bien, pero que demasiado a menudo carecen de sustancia real. De todos modos, podrían abrirse tres puertas: Europa como defensora de los valores liberales; un enfoque nuevo a la gobernanza política de la eurozona; y la política social, donde ya se ha establecido una base a través del “pilar europeo de derechos humanos” adoptado formalmente en la cumbre de Göteborg en el 2017. Con un orden económico internacional liberal bajo la amenaza de las políticas y –a menudo, de un modo igualmente importante– las actitudes adoptadas por Donald Trump, existe para Europa la oportunidad de encabezar en términos globales la reafirmación de la importancia de la acción para combatir el cambio climático y preservar los compromisos con un sistema de comercio abierto. Como se ha presentado en una publicación reciente del Centro Europeo de Estrategia Política de la Comisión Europea,5 Europa trabaja para combatir el proteccionismo, garantizar el respeto de los derechos de los ciudadanos (incluidos los derechos relacionados con la economía digital) y enfatizar que la cooperación internacional no es un juego de suma cero. Se trata de un mensaje sobre el que merece la pena hacer hincapié. Si bien esos objetivos internacionales reflejan los valores europeos y tienen más posibilidades de alcanzarse porque la UE es capaz de agregar los esfuerzos de los estados miembros para conseguir más de lo que podrían individualmente, un 2. Comisión Europea, Libro blanco sobre el futuro de Europa, Bruselas, 2017. Disponible en https://ec.europa.eu/ commission/sites/betapolitical/files/libro_blanco_ sobre_el_futuro_de_ europa_es.pdf. 3. Angela Merkel y Emmanuel Macron, “Meseberg Declaration”, comunicado de prensa, 19/VI/2018. Disponible en https://uk.diplo. de/uk-en/-/2109214. 4. Presidencia del Gobierno de España, “Declaración de Madrid”, 26/VII/2018. Disponible en www.lamoncloa. gob.es/presidente/activida des/Documents/2018/ Declaración%20de%20 Madrid%20sobre%20la%20 reforma%20del%20 área%20euro.pdf. 5. European Political Strategy Centre, Strong Europe, Better World, 22/I/2019. Disponible en https://ec.europa.eu/ epsc/sites/epsc/files/epsc_ strong-europe-betterworld.pdf. VANGUARDIA | DOSSIER 61 L A UNIÓN EUROPEA SIN EL REINO UNIDO La forma de manejar el desafío de los refugiados e inmigrantes es ilustrativa. Se piden soluciones a la UE pero luego hay una sistemática resistencia a dar las competencias y los recursos necesarios para alcanzar una respuesta efectiva 62 VANGUARDIA | DOSSIER proyecto europeo convincente también necesita un énfasis renovado en la gobernanza efectiva a la hora de proporcionar beneficios. A pesar de las muchas reformas emprendidas para fortalecer el marco político del euro, el mediocre crecimiento y los elevados niveles de desempleo en algunos países son las pruebas más visibles de que las reformas todavía tienen que conseguir mejoras. No escasean los planes y las iniciativas orientadas a completar el marco político de la unión económica y monetaria; ahora bien, ya sea en relación con la unión bancaria, el establecimiento de nuevos mecanismos fiscales u otros ámbitos de política económica, la UE se ha quedado sistemáticamente corta a la hora de concluir la tarea. Por ejemplo, ha habido un gran debate acerca de reforzar el margen para hacer frente a las perturbaciones macroeconómicas creando una capacidad fiscal adicional que complemente el muy limitado presupuesto europeo. Sin embargo, ha resultado difícil coincidir en nuevos mecanismos en una escala lo bastante grande para que los resultados sean tangibles. Un enfoque favorecido por muchos analistas es alguna forma de seguro de desempleo europeo; pero, a pesar del respaldo de varios políticos importantes y de estudios que demuestran que podría contribuir a alcanzar la estabilidad macroeconómica y tener una repercusión directa en quienes se enfrentan al desempleo, los dirigentes de Europa han sido incapaces de ponerse de acuerdo acerca de él. Como ocurre muy a menudo, las objeciones se refieren a quién soporta la carga y a los temores del riesgo moral de que, si existe un nuevo mecanismo, los países estarán tentados de eludir la responsabilidad para resolver problemas. Existen ciertamente riesgos, pero como ha observado el antiguo ministro de Economía italiano Pier Carlo Padoan, “lejos de ser un camino de salida para los países que no están acelerando las reformas, el reparto de riesgos podría ser una fuerza motriz de las reformas”. Si se concibe de modo inteligente, semejante instrumento podría, de acuerdo con el razonamiento de Padoan, contribuir a un mejor comportamiento económico a largo plazo y ser, al mismo tiempo, un símbolo de la solidaridad comunitaria hacia quienes se ven negativamente afectados por la globalización y los años de crisis. La Europa social quizá sea un concepto elusivo, pero también hay entre los europeos un amplio entendimiento de cuáles son sus rasgos distintivos: un Estado de bienestar protector, la regulación del mercado laboral, una acción pública concertada para limitar la pobreza y un énfasis en la inclusión. Las presiones presupuestarias han dificultado claramente que los gobiernos de muchos países promuevan un programa social. No obstante, en los años posteriores a la crisis, ha habido grandes debates sobre nuevas iniciativas para que Europa sea más social, sobre todo, transformando en acciones los principios del pilar de derechos sociales. La retórica resulta impresionante, pero ya se han visto las habituales evasivas ante la adopción de medidas con una repercusión real sobre los ciudadanos. De modo más general, la forma de manejar los desafíos de los refugiados y los inmigrantes económicos ha ejemplificado una doble paradoja presente en el núcleo de la integración europea. En primer lugar, los europeos buscan en la Unión Europea soluciones a problemas de difícil solución (en especial, aquellos que tienen repercusiones transfronterizas); sin embargo, existe también una sistemática resistencia a proporcionar las competencias y los recursos necesarios para alcanzar una respuesta efectiva. En segundo lugar, aun cuando se puede organizar una respuesta conjunta (de modo típico, tras ásperas negociaciones), la puesta en práctica se ve a menudo desatendida u obstruida por los estados miembros. Conclusiones La combinación de la confusión que rodea en el Reino Unido todo lo relacionado con el Brexit, la especificidad del enfoque británico a la asociación con otros países europeos y la constatación política de que la UE necesita volver a pensar su modelo de integración hace que resulte improbable que la salida del Reino Unido dé lugar a un desmantelamiento del proyecto europeo. Quizá el mejor resumen del razonamiento sea la concisa respuesta de un alto funcionario neerlandés cuando se le pidió que comentara las insinuaciones de que los Países Bajos podrían seguir la senda británica. Tras pensarlo apenas un segundo, contestó: “Nuestra estupidez tiene un límite”. Del mismo modo, los dirigentes de Europa deben prestar atención a las señales de alarma procedentes de todas partes que indican que el statu quo no es una opción. La UE no se puede permitir quedarse quieta y debe hacer frente a muchas decisiones difíciles sobre cómo debe evolucionar en los próximos años. La renovación de las instituciones de la UE que se llevará a cabo en el 2019 ofrece una oportunidad de volver a pensar el núcleo del proyecto común. Las élites que dominaron su construcción tienen mucho de lo que enorgullecerse, pero necesitan nuevas respuestas para contrarrestar los mensajes que surgen del Brexit. Lleva todas las ventajas del Club contigo con la App Club Vanguardia Cerca de mí Encuentra tu u oferta Viajes EUROPCAR -20% Restaurantes DAVID MARTÍN N CASAS SHIBUI -35% 345 0123456789012345 Alquila coche y ¡muévete a tu aire! -20% Ocio y Cultura PortAventura Park 20% de descuento sobre total factura Música GUITAR FEST enalina! ¡Diviértete y quema adrenalina! 15% de descuento -15% en todos los conciertos Gimnasios ¡Disfruta de los mejores estrenos! ¡Ponte en forma! orma! Cinesa SPAs y masajes -37% 6,90€ Ocio y Cultura AIRE ANCIENT BATHS DiR Sumérgete en una atmósfera de relax Restaurantes McDONALD'S® Menú exclusivo Panadería artesanal Club Vanguardia y cosmopolita. 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Las identidades colectivas son fundamentales en la construcción de una práctica social porque configuran la relación con otros seres humanos en términos de convergencia de intereses y/o valores. Una identidad religiosa nos predispone a una proximidad mayor con aquellos con quienes compartimos nuestras creencias. Una identidad sexual, una identidad de género o una identidad étnica definen las relaciones que nos son más afines. Las identidades colectivas se construyen en la práctica social, no son preestablecidas, porque requieren una adhesión activa, sin la cual la definición de quienes somos es externa a nosotros, no se traduce en sentimiento de pertenencia y por tanto es débil en términos del sentido que le atribuimos a dicha pertenencia. Esta clarificación analítica no es un puro ejercicio académico. Porque en función de cómo nos sentimos y con quién nos sentimos, compartimos o rechazamos decisiones institucionales y políticas tomadas en nombre de los colectivos que organizan la experiencia humana. Por consiguiente, cuando hablamos de Europa como espacio de pertenencia, en la base de la convivencia, la cuestión primordial que se plantea es la de la existencia, o posible existencia, de una identidad europea. En realidad, los problemas que afligen a las instituciones europeas provienen en gran parte de la debilidad de dicha identidad. Porque si bien es cierto que para la mayoría de ciudadanos de la Unión Europea no hay rechazo explícito a dicha identidad común, la identidad se replantea cuando además de derechos hay que asumir obligaciones. No molesta tener un pasaporte europeo superpuesto al nacional. O una moneda común (aunque no todos piensan así). Y, sobre todo poder definirse contra otros, ya sean chinos, japoneses, árabes, latinoamericanos, africanos e incluso estadounidenses. Pero siempre y cuando todo eso no comporte asimilarse necesariamente a otros europeos en una práctica común. Los conflictos surgen cuando hay que asumir decisiones en beneficio de otros miembros de esa comunidad VANGUARDIA | DOSSIER 65 EL DILEMA DE L A IDENTIDAD EUROPEA que van más allá de las comunidades nacionales, regionales o locales históricamente reconocidas. Por ejemplo, en situación de crisis económica, las ayudas de los estados y de la Comisión Europea a países, regiones, bancos o instituciones necesitados de apoyo financiero suscitan enormes resistencias en amplios sectores de la ciudadanía de los países más ricos porque los destinatarios de esos beneficios, otorgados en parte con sus recursos, no son realmente parte de lo que sienten como suyo. Y por parte de los países y regiones que reciben las ayudas surge un sentimiento de humillación y de rechazo a la imposición de condiciones de la ayuda recibida. Fue el rechazo a la inmigración europea de ciudadanos de la Unión Europea (no a la inmigración del tercer mundo) lo que determinó el triunfo del Brexit en el referéndum británico. Y es el rechazo a políticas comunes de inmigración y refugiados el elemento detonante de la elección de gobiernos xenófobos en países como Italia, Hungría, Polonia y, parcialmente, Finlandia. Según el Eurobarómetro de la Comisión Europea, al ser preguntados por su identidad, los ciudadanos de la Unión declaran en un 89% que tienen un sentimiento de pertenencia a su ciudad o región, un 93% a su país. Y un 56% a la Unión Europea. No se puede decir que no haya identidad europea, aunque a un nivel significativamente menor, cuando más de la mitad de los europeos se asimilan con la Unión. Sin embargo, las identidades que definen comportamientos y se expresan en comunidad son las que denominamos fuertes, que en indicadores de actitud son las que se declaran por parte de las personas como muy identificadas a la comunidad de referencia. En esos términos, un 57% se siente muy identificado con su país pero tan sólo un 14% se declara muy identificado con la Unión Europea. La identidad europea existe, pero es débil y se concentra en las clases profesionales y en los jóvenes. En realidad, podemos decir que sin un cierto nivel de identidad europea común es poco probable que la unión política o económica de las instituciones y pueblos de Europa perdure. A menos que 66 VANGUARDIA | DOSSIER las élites políticas, económicas y culturales sean capaces de imponer esa unificación en términos de relaciones de poder. Porque, dichas élites necesitan instituciones fuertes y una economía de gran escala para poder competir en términos de poder con otras élites en un mundo globalizado. Y sus intereses no son percibidos como propios por las capas de menor educación y nivel socioeconómico. Esa es la esencia del llamado déficit democrático de la construcción europea y la raíz de las crisis políticas que estamos viviendo*. ¿Por qué sacrificarnos cuando toca en función de las necesidades de otros que no son nuestros (la frontera clave de la identidad)? ¿Por qué con estos humanos y no con los niños hambrientos de África? Y si extendemos la solidaridad a otros ámbitos, ¿quiere decir que tenemos una identidad común con ellos? En realidad sí, como seres humanos, pero no como europeos. El movimiento de disgregación de las naciones Estado que componen la Unión Europea, ejemplificado por el Brexit, por el ascenso de movimientos ultranacionalistas y la consolidación de gobiernos anti Union Europea, en países como Italia, Hungría y Polonia, se refiere en último término al sentimiento de alteridad entre europeos en el sentido de una cultura o unos intereses compartidos. Por eso no fue posible aprobar la Constitución europea por referéndum (salvo en España y Portugal pero con una participación en el voto de sólo un 42%). Y la respuesta de los estados, a saber convertir la Constitución en tratados aprobados por los parlamentos, dominados sin excepción por los grandes partidos políticos, incrementó la separación entre élites y la mayoría de los ciudadanos. Y es que, en el fondo, no existe base material para la existencia de una identidad europea común en términos de práctica compartida, que es el origen de las culturas e identidades. En términos geográficos, hay naciones europeas en el continente que no son ni serán aceptadas por la Unión Europea, tales como Rusia y Turquía y que serían las potencias demográficas si formaran parte de la Unión. Lo cual determina que Ucrania, mediatizada por Rusia, difícilmente pueda acceder a la UE. Y países tan respetables como Suiza y Noruega siempre se mantuvieron prudentemente al margen de la Unión. Examinemos los otros criterios usualmente constitutivos de identidad colectiva institucionalizada. Obviamente, la lengua, atributo esencial de comunidades culturales, fragmenta Europa más que la une. Y la religión (a pesar del intento de algunos de hacer de Europa el baluarte de la cristiandad) no es ni puede ser un criterio de práctica común. No sólo porque hay importantes minorías religiosas, sobre todo musulmana, pero también judía, sino porque en la mayoría de los países europeos predomina la laicidad y por tanto la separación política y cultural entre Iglesia y Estado. En cuanto a la historia común, la historia que hemos compartido, ha sido, principalmente, una historia de guerras, matanzas y destrucciones, en particular en el siglo XX. Precisamente contra esa historia se construyeron las instituciones europeas, como forma de prevención contra nuevas ambiciones de dominación entre estados nación. La identidad europea es un proceso en construcción, no una comunidad cultural enraizada en el pasado. Es lo que he conceptualizado en otros trabajos como identidad proyecto es decir la voluntad colectiva de una existencia común y de instituciones que la representen a partir de valores en los que la mayoría de los ciudadanos europeos se sienten reconocidos. Citando a los tratados comunitarios, los más importantes de esos valores son la defensa de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el imperio de la ley y la defensa de los derechos humanos. En ese sentido, seríamos europeos en la medida en que asumamos, practiquemos y defendamos esos valores. La problemática se complica, sin embargo, al considerar, por un lado, que todo depende de cómo se interpreten e institucionalicen esos maravillosos principios. Y por otro lado, ¿por qué esos valores son específicamente europeos? En realidad son valores universales, compartidos como identidad cultural por países como Estados Unidos, India, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y la mayoría de países latinoamericanos, EL DILEMA DE L A IDENTIDAD EUROPEA a pesar de su contradictoria historia. Y en cambio en Europa, dichos principios han sido negados institucionalmente, incluso en la segunda mitad del siglo XX, por países como España, Portugal, Grecia y países de Europa Oriental (aunque en este último caso debido a su ocupación por la Unión Soviética). Entonces, ¿a qué nos referimos al hablar de los valores europeos, fundacionales de una Europa unida, en términos de práctica históricamente compartida? Aquí aparece la sospecha de que es nuestra forma de referirnos a una civilización, supuestamente superior por nuestra mayor capacidad de poder (tecnológico, económico, militar) a lo largo de la historia. Se supone que estos valores están arraigados en Europa, como faro civilizador, y por tanto colonizador, del resto del mundo. Entramos en un terreno de racismo étnico de justificación de la conquista depredadora de otros pueblos bajo la ideología del choque de civilizaciones. De modo que aunque efectivamente el proyecto (que no la realidad actual) de una identidad europea humanista que incluya los derechos humanos, los derechos animales y la conservación de la naturaleza, sea encomiable como aportación a un mundo en crisis, ese proyecto hay que construirlo entre todos más que presuponerlo. Y en este sentido las tendencias actuales de la defensa a ultranza de las naciones existentes y sus supuestos valores civilizadores indican la debilidad de ese proyecto y la falta de comunidad en torno a él. Porque si se niegan los derechos humanos de los demás humanos no europeos (de los refugiados por ejemplo), ¿cómo podemos hacer un Europa de los derechos humanos? Y sin embargo, no hay alternativa, excepto la disolución de las instituciones co-nacionales europeas, si queremos preservar el proyecto de unificación con todo lo que representa, un sueño medieval, retomado por la Ilustración, aun en medio de guerras salvajes entre naciones. Será la Europa de los valores o no será. Los problemas económicos y técnicos (por ejemplo un euro sostenible a partir de una política fiscal común y un sistema bancario compartido) pueden resolverse si hay voluntad política. Porque fue esa voluntad política de algunos políticos y tecnócratas ilustrados la que configuró el proyecto europeo. Partiendo de la Europa que ellos querían, superando los horrores de la guerra y la colonización. Pero se olvidaron de contárselo a la gente. Se adentraron en una serie de medidas que mejoraron la economía y las condiciones de la vida de la gente, establecieron programas de desarrollo regional, buscaron la paz y el desarrollo mundial, siempre bajo el paraguas militar de Estados Unidos. Y supusieron que los ciudadanos se darían cuenta de la conveniencia de ser europeos y consolidarían el proyecto. Para muchos de ellos esto ya no es así. Y la reacción contra unas élites políticas que practicaron demasiado tiempo el despotismo ilustrado puede echar al traste el bienintencionado invento. La construcción de una identidad europea explícita es absolutamente necesaria para profundizar la comunidad cultural y la identidad política. Pero la contradicción es que para resolver los problemas hace falta más integración política, no menos. Por ejemplo para estabilizar el euro. Lo cual requiere, previamente, una construcción de valores en el conjunto de la ciudadanía, debatida y participada por dicha ciudadanía. Hoy por hoy estamos bajo el impacto del nacionalismo más reaccionario y defensivo en todos los países. Y para combatirlo en nombre de la comunidad europea, parte de la comunidad humana, hay que multiplicar prácticas comunes. Como el programa Erasmus que, a pesar de su excesiva burocracia, ha creado comunidades de estudiantes europeos. Como las capitales culturales europeas. Como la política de medios de comunicación europeos, apoyándose en un internet tecnológicamente global. Por ejemplo con la creación de un Google europeo que proporcione una alternativa de privacidad y lucha contra la invasión bárbara de las redes sociales a la actual situación dominada por transnacionales que sólo buscan ganancia por mucha ideología libertaria que pregonen. Una práctica europea común ya arraigada son las competiciones deportivas, que se han transformado en la aspiración de todos los clubes tanto profesionales como aficionados. Si hay un deporte europeo, una cultura europea, una educación superior europea, una ciencia y tecnología europeas (como el European Research Council o el European Institute of Technology and Innovation), y unos medios de comunicación europeos, incluida la comunicación basada en internet, estaremos sentando las bases de prácticas comunes, que lleven a valores compartidos que puedan ser la fundación de instituciones europeas arraigadas en toda Europa. Pero para que eso pueda plantearse como horizonte de esperanza hay primero que derrotar en las mentes y en las urnas, europeas y nacionales, a las fuerzas ultranacionalistas y antieuropeas que proliferan en nuestro entorno alimentándose carroñeramente de la frustración de los ciudadanos con las élites políticas tradicionales. Una Europa unida será una Europa de derechos humanos y prácticas democráticas o no será. La construcción de una identidad europea explícita es necesaria para profundizar la comunidad cultural y la identidad política. Pero para resolver los problemas hace falta más integración política, no menos * El análisis propuesto en este texto está basado en los datos y estudios presentados en el volumen Las crisis de Europa (dirigido por Manuel Castells y otros), Alianza Editorial, Madrid, 2018. Remito a dicho volumen para las referencias pertinentes. VANGUARDIA | DOSSIER 67 LA UNIÓN EUROPEA DISECCIONADA Lejos de la vida cotidiana de sus ciudadanos –unos quinientos millones a la espera de la salida del Reino Unido– las instituciones de la Unión Europea legislan, gobiernan, reparten fondos e intentan desarrollar una política internacional común. Cuáles son esas instituciones y cuáles sus funciones principales, son las preguntas que se responden aquí de un modo sintético. El Parlamento Europeo, que es la fuente de la legitimidad del resto de estructuras, merece un espacio propio en el que se analizan los ocho grandes grupos políticos y los principales partidos estatales que los componen, además de los porcentajes de participación/abstención de cada país en las últimas elecciones celebradas. ÓRGANOS POLÍTICOS CONSEJO EUROPEO Órgano que representa el nivel más elevado de cooperación política entre los países de la UE, que incluye seguridad y política exterior. PARLAMENTO EUROPEO Órgano legislativo y presupuestario que representa a los ciudadanos. Ejerce un control sobre las otras instituciones y puede censurar a la Comisión Europea. FUNCIÓN: Elaborar las leyes. FORMADO POR: 751 diputados elegidos por cinco años en sufragio universal (en mayo 2019, nuevas elecciones). PRESIDENTE: Antonio Tajani (italiano). SEDE: Estrasburgo (Francia) y Bruselas (Bélgica). ÓRGANOS CONSULTIVOS FUNCIÓN: Define las grandes orientaciones políticas FORMADO POR: Jefes de Estado o primeros ministros, el presidente de la Comisión Europea y el alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. PRESIDENTE: Donald Tusk (polaco). SEDE: En el país que ejerce la presidencia de la UE, que cambia cada seis meses (Rumania, hasta junio 2019, desde julio Finlandia). COMISIÓN EUROPEA Órgano ejecutivo que representa el interés general de la Unión. Es independiente de los gobiernos de los estados miembros. FUNCIÓN: Propone y ejecuta leyes FORMADA POR: 28 comisarios (Colegio de Comisarios) nombrados para cinco años. PRESIDENTE: Jean-Claude Juncker (luxemburgués). SEDE: Bruselas (Bélgica). TRIÁNGULO DECISORIO Diseña el presupuesto y traduce en políticas concretas las orientaciones del Consejo Europeo por medio de la legislación COMITÉ ECONÓMICO Y SOCIAL EUROPEO (CESE) Representa a las organizaciones de trabajadores y empresarios y otros grupos de interés. Actúa de puente entre las instituciones de la UE con capacidad decisoria y los ciudadanos europeos. FUNCIÓN: Representar a la sociedad civil PRESIDENTE: Luca Jahier (italiano). FORMADO POR: 350 miembros según proporción de población de cada Estado. SEDE: Bruselas (Bélgica). COMITÉ DE LAS REGIONES (CDR) Compuesto por representantes elegidos a escala local y regional. FUNCIÓN: Representar a las colectividades territoriales PRESIDENTE: Karl-Heinz Lambertz (belga). FORMADO POR: 350 miembros según proporción de población de cada Estado. SEDE: Bruselas (Bélgica). ÓRGANOS ECONÓMICOS BANCO CENTRAL EUROPEO (BCE) Es el banco central de los países que comparten el euro. Decide independientemente de los gobiernos y otras instituciones, con el objetivo de llevar adelante la política económica y monetaria de la UE y mantener la estabilidad de los precios. FUNCIÓN: Emitir y gestionar el euro PRESIDENTE: Mario Draghi (italiano). FORMADO POR: El presidente y el vicepresidente del BCE y los gobernadores de los bancos centrales nacionales de todos los países de la UE. SEDE: Frankfurt (Alemania). CONSEJO DE LA UNIÓN EUROPEA* Órgano político y ejecutivo, que representa a los gobiernos de los Estados miembros, adopta la legislación europea y coordina las políticas de la UE. FUNCIÓN: Adoptar las leyes FORMADO POR: Ministros de los gobiernos de los estados miembros, según el tema. PRESIDENTE: Cada Estado miembro ejerce la presidencia por turnos de seis meses (actualmente Rumanía). SEDE: Estrasburgo (Francia) y Bruselas (Bélgica). * No confundir con el Consejo de Europa, un organismo independiente de la UE que engloba 47 países y cuyo objetivo es defender los derechos humanos, la democracia parlamentaria y la libertad de los ciudadanos (y sólo tiene una sede, Estrasburgo, Francia). ÓRGANOS DE CONTROL TRIBUNAL DE JUSTICIA EUROPEO (CJUE) Vela por el respeto al derecho comunitario. SEDE: Luxemburgo. TRIBUNAL DE CUENTAS EUROPEO (TCE) Controla los ingresos y los gastos. SEDE: Luxemburgo. BANCO EUROPEO DE INVERSIONES (BEI) Es el órgano financiero de la UE, tanto de proyectos internos como externos . FUNCIÓN: Financiar las inversiones de interés europeo PRESIDENTE: Werner Hoyer (alemán). FORMADO POR: Consejo de Gobernadores (los ministros de Hacienda de los estados miembros) Consejo de Administración (28 miembros designados por los estados y uno por la Comisión Europea) y un comité de dirección. SEDE: Luxemburgo. FUENTES: Unión Europea; Parlamento Europeo (‘Briefing’, abril de 2018); webs de los distintos grupos políticos del Parlamento. PARLAMENTO EUROPEO ECR Democristianos, conservadores, liberales, euroescépticos, populistas Datos a 1 de abril de 2018 (resultados de las elecciones del 2014 con pequeños realineamientos posteriores). ALDE GUE/NGL Liberales, socioliberales, europeístas Socialistas, comunistas (minoría), euroescépticos suaves PORCENTAJE PORCENTAJE RESPECTO A 2009 RESPECTO A 2009 ALIANZA DE LOS DEMÓCRATAS Y LIBERALES POR EUROPA CONSERVADORES Y REFORMISTAS EUROPEOS PORCENTAJE IZQUIERDA UNITARIA EUROPEA/IZQUIERDA VERDE NÓRDICA 9,0% 9,6% RESPECTO A 2009 -2,4 +2,3 VERTS/ALE VERDES/ALIANZA LIBRE EUROPEA 6,9% Ecologistas, minorías nacionales, regionalismo, centroizquierda +2 S&D PORCENTAJE ALIANZA PROGRESISTA DE SOCIALISTAS Y DEMÓCRATAS EN EL PARLAMENTO EUROPEO 6,8% 72 189 RESPECTO A 2009 -0,6 68 Socialdemócratas, europeístas EFDD EUROPA DE LA LIBERTAD Y DE LA DEMOCRACIA DIRECTA PORCENTAJE 52 25,2% RESPECTO A 2009 Pro democracia directa, euroescépticos, populistas +0,2 219 51 5,9% DIPUTADOS 751 PARTIDO POPULAR EUROPEO ENF PORCENTAJE TOTAL DE DIPUTADOS PORCENTAJE -6,8 PORCENTAJE NI PPE · CDU, UNIÓN DEMÓCRATA CRISTIANA (Alemania) · PO, PLATAFORMA CÍVICA (Polonia) · PP, PARTIDO POPULAR (España) · FIDESZ, FIDESZ-UNIÓN CÍVICA HÚNGARA (Hungría) S&D · PD, PARTIDO DEMÓCRATA (Italia) · SPD, PARTIDO SOCIALDEMÓCRATA DE ALEMANIA (Alemania) · LP, PARTIDO LABORISTA (Reino Unido) · PSOE, PARTIDO SOCIALISTA OBRERO ESPAÑOL (España) · PS, PARTIDO SOCIALISTA (Francia) · PSD, PARTIDO SOCIALDEMÓCRATA (Rumania) ECR 19 16 · LEY Y JUSTICIA (Polonia) · CONSERVATIVES, PARTIDO CONSERVADOR (Reino Unido) · LKR, REFORMADORES 11 (Alemania) 56 · DIE LINKE, LA IZQUIERDA (Alemania) · KSCM, PARTIDO COMUNISTA 18 DE BOHEMIA Y MORAVIA (República Checa) · BE, BLOQUE DE IZQUIERDA (Portugal) 5 ALDE 20 14 12 · B90/GRÜNE, ALIANZA 90 / LOS VERDES (Alemania) · EELV, EUROPA ECOLOGÍALOS VERDES (Francia) · MP, PARTIDO VERDE (Suecia) · GRÜNE, LOS VERDESLA ALTERNATIVA VERDE (Austria) · GPEW, PARTIDO VERDE 4 4 4 4 DERECHOS Y LIBERTADES 12 +4,8 EFDD 8 · UKIP, PARTIDO POR LA INDEPENDENCIA DEL REINO UNIDO (Reino Unido) 22 3 · M5E, MOVIMIENTO 5 ESTRELLAS (Italia) 17 3 VERTS/ALE · MODEM, MOVIMIENTO DEMÓCRATA (Francia) · D66, DEMÓCRATAS 66 (Países Bajos) · UPYD, UNIÓN PROGRESO Y DEMOCRACIA (España) · DPS, MOVIMIENTO POR 27 RESPECTO A 2009 GUE/NGL 15 LIBERAL-CONSERVADORES 29 4,8% NO INSCRITOS PORCENTAJE 2,6% | RESPECTO A 2009 -1,1 PARTIDOS PRINCIPALES Y SUS DIPUTADOS 1 (Bulgaria) DE INGLATERRA Y GALES (Reino Unido) EUROPA DE LAS NACIONES Y DE LAS LIBERTADES Conservadores, nacionalistas, euroescépticos, populistas 20 100% 29,2% RESPECTO A 2009 +1,6 36 Democristianos, conservadores, liberales, europeístas RESPECTO A 2009 44 PPE PORCENTAJE ENF · RN, AGRUPACIÓN NACIONAL, ANTES FRENTE NACIONAL 11 (Francia) · LN, LIGA NORTE (Italia) 6 4 15 6 1. Por número de diputados 3 (+ de 10 o los partidos con mayor número) 3 PARTICIPACIÓN EN LAS ELECCIONES AL PARLAMENTO EUROPEO 0 0 1979 1984 1989 1994 1999 2004 2009 2014 13,0% 18,2% 24,5% 23,8% 29,0% 25,2% 32,4% 30,2% 33,7% 36,1% 35,4% 37,3% 36,5% 43,8% 41,0% 48,1% 47,4% 52,4% 51,1% 56,3% 60,0% 57,2% 42,4% 20 45,4% 20 MÁXIMA ABSTENCIÓN 44,0% 40 74,8% 60 40 *Voto obligatorio MÁXIMA PARTICIPACIÓN 89,6% 80 85,5% 42,6% 43,0% 45,5% 49,8% 60 56,8% 100 80 58,5% 100 61,0% · RANKING DE PARTICIPACIÓN 2014 63,0% · EVOLUCIÓN Bélgica* Malta Italia Irlanda Alemania Austria España Finlandia Estonia R. Unido Rumanía Hungría Eslovenia Rep.Checa Luxemburgo* Grecia* Dinamarca Suecia Lituania Chipre Francia P. Bajos Bulgaria Portugal Letonia Croacia Polonia Eslovaquía La creciente brecha entre EE.UU. de Trump y Europa Bruce Stokes DIRECTOR DE ACTITUDES ECONÓMICAS GLOBALES EN EL CENTRO DE INVESTIGACIONES PEW DE WASHINGTON. L A IMAGEN DE ESTADOS UNIDOS EN Europa y en todo el mundo se ha hundido tras la elección del presidente Donald Trump en medio de una oposición generalizada a sus políticas declaradas y la falta de confianza en su liderazgo. Al cabo de dos años de gobierno, la relación transatlántica se enfrenta a nuevos desafíos: una potencial desaceleración económica a ambos lados del Atlántico, tensiones en relación con el comercio y el gasto militar, las consecuencias del Brexit, las ambiciones de Rusia y la continuada inestabilidad en Oriente Medio. Frente a todas esas pruebas para la alianza, el presidente estadounidense no goza de la confianza de los socios europeos, mientras que en su país los índices son mucho más bajos que durante la presidencia de Barack Obama, según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew del 2018.1 Además, las opiniones públicas europeas expresan importantes temores acerca del papel de Estados Unidos en los asuntos internacionales. Son mayoría quienes afirman que Estados Unidos no tiene en cuenta los intereses de países como el suyo al tomar decisiones de política exterior. En Europa muchos creen que Estados Unidos está haciendo menos que antes por resolver los grandes desafíos globales. Y también hay señales de que disminuye el poder blando estadounidense: un promedio de un 57% en cinco países europeos afirma que Estados Unidos no respeta las libertades personales de sus ciudadanos, frente a un 26% con esa opinión hace una década. Las frustraciones con Estados Unidos en la época de Trump son especialmente frecuentes 1. Richard Wike et al., “Trump’s International Ratings Remain Low, Especially Among Key Allies”, Pew Research Center, 1/VIII/2018. Disponible en www.pewglobal. org/2018/10/01/trumps-international-ratings-remain-lowespecially-among-key-allies. 70 VANGUARDIA | DOSSIER entre los socios europeos más cercanos. En Alemania, donde sólo un 10% tiene confianza en Trump, tres de cada cuatro personas afirman que Estados Unidos hace hoy menos para enfrentarse a los problemas globales, y la proporción de la opinión pública que considera que Estados Unidos respeta las libertades personales ha descendido 35 puntos porcentuales desde el 2008. En Francia, sólo un 9% confía en Trump, mientras que un 81% piensa que Estados Unidos no tiene en cuenta los intereses de países como Francia al tomar decisiones de política exterior. Las ramificaciones inmediatas de ese creciente alejamiento transatlántico resultan menos claras. La mayoría de europeos (excepto Alemania) afirma que las relaciones con Estados Unidos no han empeorado en el último año. En realidad, según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew realizada en el 2017, el respaldo a la OTAN ha aumentado desde la elección de Trump.2 La mayor parte de la opinión pública en los países de la OTAN cree que Estados Unidos acudiría en su ayuda en caso de un conflicto militar con Rusia, y una mayoría de estadounidenses se sigue mostrando dispuesta a hacerlo, a pesar de las repetidas críticas del presidente Trump a sus socios de la OTAN.3 2. Bruce Stokes, “NATO’s Image Improves on Both Sides of Atlantic”, Pew Research Center, 23/V/2017. Disponible en www.pewglobal. org/2017/05/23/natos-image-improves-on-bothsides-of-atlantic. 3. Zachary Cohen et al., “Trump’s barrage of attacks ‘beyond belief,’ reeling NATO diplomats say”, CNN, 12/VII/2018. Disponible en https:// edition.cnn.com/2018/07/11/politics/trump-natodiplomats-reaction/index.html. Sin embargo, está claro que en el 2019 la relación transatlántica se enfrenta a desafíos en un momento en que muchos europeos han perdido la fe en Estados Unidos y su liderazgo. Creciente sentimiento antiestadounidense En los diez estados miembros de la Unión Europea estudiados en el 2018, un promedio de sólo un 43% mostró una opinión favorable de Estados Unidos. Ahora bien, ese porcentaje matiza una amplia divergencia en las opiniones europeas, que van desde siete de cada diez personas en Polonia, donde la consideración es mayor, hasta sólo tres de cada diez en la vecina Alemania. La mitad de los entrevistados en el Reino Unido tienen una opinión positiva de Estados Unidos, pero sólo un 38% opina lo mismo en Francia. De modo notable, en España un 42% emitió una opinión favorable respecto a Estados Unidos en el 2018, frente a un 31% en el 2017, el único país de la Unión Europea con un incremento importante. En comparación con el final de la presidencia de Barack Obama, las valoraciones positivas de Estados Unidos han disminuido de modo significativo en siete de los países de la Unión Europea estudiados. Ello incluye caídas de 27 puntos porcentuales en Alemania, 25 puntos en Francia y 17 puntos en España. Sin embargo, las opiniones favorables de Estados Unidos no han cambiado mucho a lo largo del tiempo en Polonia, Grecia o Hungría. Como ha ocurrido en otras encuestas, algunas de las actitudes más positivas hacia Estados Unidos se encuentran entre los jóvenes y los hombres. En España, un 53% entre 18 y 29 años dan a Estados Unidos una valoración favorable, frente a sólo un tercio de quienes tienen 50 o más años. Se dan brechas generacionales similares en la visión positiva de Estados Unidos en Alemania, Francia y Reino Unido. Y hay una brecha de género de diez puntos en España (un 47% de hombres frente a un 37% de mujeres) y en Suecia un 49% frente a un 39%). Hay también una diferencia de siete puntos en el Reino Unido (un 53% frente a un 46%). Antitrumpismo Las actitudes europeas hacia el presidente Trump son llamativamente negativas; sobre todo, si se comparan con las valoraciones recibidas por su predecesor mientras estuvo en el cargo. El análisis de cuatro países europeos que el Centro de Investigaciones Pew ha estudiado todos los años desde el 2003 (Francia, Alemania, España y Reino Unido) pone de manifiesto un patrón claro en relación con las percepciones de los presidentes estadounidenses. George W. Bush, cuyas políticas exteriores fueron muy impopulares en Europa, obtuvo bajas calificaciones durante su presidencia; mientras que ocurrió lo contrario en el caso de Barack Obama, que gozó de una fuerte aprobación en esos cuatro países durante sus dos mandatos. Tras las elecciones del 2016, la confianza en el presidente estadounidense cayó en picado, y las valoraciones de Trump se asemejan a las recibidas por Bush al final de su segundo mandato. Un promedio de un 18% en diez países europeos estudiados está dispuesto de modo positivo hacia Trump, mientras que un 82% afirma carecer de confianza en la gestión de los asuntos internacionales VANGUARDIA | DOSSIER 71 L A C R E C I E N T E B R E C H A E N T R E E E . U U. D E T R U M P Y E U RO PA por parte del actual dirigente estadounidense. Y para muchos se trata de un sentimiento bastante intenso: un 69% de los franceses, los alemanes y los españoles, un 56% de los suecos y aproximadamente la mitad de los neerlandeses y los griegos no albergan ningún tipo de confianza en Trump. En varios países europeos, Trump recibe valoraciones más elevadas entre los partidarios de los partidos populistas de derechas. Por ejemplo, entre quienes en el Reino Unido mantienen una visión favorable del UKIP, un 53% expresó confianza en Trump, frente a sólo un 21% entre aquellos del UKIP con una visión desfavorable. Existen diferencias similares entre los partidarios y detractores de los partidos populistas de derechas en Suecia, Francia, Italia, Países Bajos y Alemania. Sin embargo, merece la pena señalar que, al margen de Reino Unido, no hay ningún país europeo donde más de la mitad de los partidarios de un partido populista de derechas afirme tener confianza en Trump. La antipatía europea hacia el presidente Trump puede, en parte, proceder de la oposición a sus políticas y al desprecio por muchos de sus cualidades personales. En el 2017, una encuesta del Centro de Investigaciones Pew preguntó las opiniones sobre una serie de iniciativas políticas características de Trump.4 Todas recibieron un suspenso. Un promedio de un 86% en Europa, incluido un 92% de españoles, desaprobó la propuesta de Trump de levantar un muro en la frontera entre México y Estados Unidos. Antes de la decisión real por parte de su Gobierno de retirarse del acuerdo climático de París, un promedio similar de un 86%, incluido un 91% en España, había mostrado su desaprobación ante semejante medida. Más de tres cuartas partes de los europeos (un promedio de un 77%), entre ellos un 85% de los españoles, manifestaron oposición a las intenciones estadounidenses de abandonar acuerdos comerciales. Y seis de cada diez europeos se mostraron contrarios a la prohibición a los musulmanes de entrar en Estados Unidos impuesta por el Gobierno de Trump y a la retirada anunciada pri- 72 VANGUARDIA | DOSSIER mero y luego llevada a cabo del acuerdo nuclear con Irán. En lo referente a las características personales del presidente estadounidense, más de la mitad de los europeos estudiados (un promedio de un 55%) lo percibió en el 2017 como un dirigente fuerte. Sin embargo, sólo un 43% lo consideró carismático; un 19% lo juzgó cualificado y un 22% pensó que se preocupaba por la gente común. Además, a un 90% le pareció arrogante, un 77% lo percibió como intolerante y un 69% dijo que era peligroso. De manera destacada, fueron los españoles quienes con más probabilidad veían a Trump como arrogante (94%) e intolerante (84%). Dudas acerca del liderazgo estadounidense Una crítica común a la política exterior estadounidense a lo largo de la última década y media ha sido que Estados Unidos sólo busca su propio beneficio en los asuntos internacionales y hace caso omiso de los intereses de otros países. Como muestran las encuestas del Centro de Investigaciones Pew, esa creencia fue especialmente generalizada durante la presidencia de George W. Bush, cuando muchos en Europa y el resto del mundo pensaron que Estados Unidos llevaba a cabo políticas unilaterales e impopulares. La fuerte oposición a la guerra de Iraq y otros elementos de la política exterior de Bush dieron lugar a quejas crecientes acerca de que Estados Unidos actuaba por su cuenta y sin hacer caso de los intereses y preocupaciones de otros países. Las opiniones se cambiaron tras la elección de Barack Obama, cuando más personas respondieron que Estados Unidos consideraba los intereses de su país, aunque incluso durante esos años el sentimiento global dominante fue que Estados Unidos no tenía demasiado en cuenta a otros países. En la actualidad, la presidencia de Trump ha hecho crecer en muchos países el número de personas que dicen que Estados Unidos básicamente no escucha a países como el suyo a la hora de formular la política exterior. En el 2018, un promedio de un 79% en Europa consideraba que Estados Unidos actuaba de modo unilateral, incluido un 90% de españoles. Ese patrón es muy pronunciado sobre todo entre los amigos tradicionales de Estados Unidos. El mayor declive se ha producido en Alemania, donde la mitad había afirmado en el 2013 que Estados Unidos pensaba en los intereses de su país, frente a un 19% del 2018, una caída de 31 puntos porcentuales. Y, si bien la proporción de la opinión pública francesa convencida de que Estados Unidos considera el interés francés no ha sido nunca muy elevada en ningún momento de la última década y media, hacia el final de segundo mandato de Bush alcanzó un mínimo (11% en el 2007), creció algo durante la presidencia de Obama (35% en el 2013) y se ha reducido de nuevo con Trump. Sólo un 18% afirma ahora en Francia que Estados Unidos tiene en cuenta los intereses de países como el suyo a la hora de formular políticas. Entre otras posibles fuentes de resentimiento hacia Estados Unidos se encuentra el hecho de que pocos en Europa ven que Estados Unidos haga más esfuerzos para enfrentarse a los desafíos globales. Esa opinión de que Estados Unidos está haciendo menos para resolver los problemas internacionales está especialmente extendida en Europa Occidental. Más de la mitad la respalda en Alemania (75%), Suecia (75%), Países Bajos (62%), Reino Unido (55%) y Francia (53%). Sin embargo, sólo una cuarta parte o menos en Grecia (25%) y Polonia (22%) comparten el punto de vista de que Estados Unidos se está retirando de la escena internacional. Las opiniones sobre el compromiso estadounidense al enfrentarse a los desafíos globales difieren mucho en función de la confianza expresada en el presidente Trump. En Países Bajos, Suecia, Italia, Polonia, Grecia y Reino Unido, resulta significativamente más probable que las personas que no confían en que Trump haga lo correcto en los asuntos internacionales digan que Estados Unidos se implica menos en la resolución de los problemas globales que aquellas que confían en él. La imagen de Estados Unidos en su alianza con Europa se ha visto reforzada de modo tradicional por su poder blando, L A C R E C I E N T E B R E C H A E N T R E E E . U U. D E T R U M P Y E U RO PA los atributos asociados con Estados Unidos que han dotado al país de persuasión moral en los asuntos internacionales. La reputación estadounidense como país defensor de la libertad individual ha sido por lo general uno de ellos. Sin embargo, hoy una fracción menguante de la opinión pública europea cree que Estados Unidos respeta las libertades personales de sus propios ciudadanos. El declive se inició durante el Gobierno de Obama tras las revelaciones del espionaje electrónico de las comunicaciones llevado a cabo en todo el mundo por la Agencia Nacional de Seguridad y ha proseguido durante los primeros dos años de la presidencia de Trump. La caída es notoria en Europa Occidental, donde la proporción de la opinión pública que afirma que Washington respeta la libertad personal se ha reducido de forma abrupta desde el 2013. Por ejemplo, en el 2013, un 69% de los españoles veían a Estados Unidos como un defensor de la libertad individual; en el 2018, ese porcentaje se redujo a un 31%. La disminución en ese terreno es aun mayor en Alemania (de un 81% a un 35%). También la mayoría en Suecia, Países Bajos y Francia afirma que Estados Unidos no respeta los derechos de sus ciudadanos. Sólo en Polonia y Hungría persisten fuertes mayorías que otorgan al Tío Sam ese poder bando. Aunque muchos creen que Estados Unidos no tiene en cuenta los intereses de su país, actúa de forma unilateral y es menos probable que desempeñe el papel de defensor de las libertades individuales, relativamente pocos europeos describen un empeoramiento de las relaciones con Estados Unidos. Al menos cuatro de cada diez en la mayoría de países europeos afirman que sus interacciones con Estados Unidos se han mantenido por lo general estables, incluido un 66% de españoles. Los alemanes son la excepción. Poseen la visión más negativa de su relación con Estados Unidos. Ocho de cada diez afirman que los lazos se han deteriorado desde el 2017.5 Y un 73% de los alemanes piensa que las relaciones entre los dos países son malas.6 Sólo un 41% de los alemanes desea cooperar más con Estados Unidos, mientras que un 72% expresan un deseo de ser más independientes de Washington en términos de política exterior. De modo notable, siete de cada diez estadounidenses ven como buenas las relaciones con Alemania y desean una mayor cooperación con ese país, y en torno a dos tercios (65%) piensan que la relación entre Estados Unidos y Alemania debería ser tan estrecha como lo ha sido de modo tradicional.7 Por otra parte, a pesar del aumento del sentimiento antiestadounidense y la aversión hacia el presidente Trump, los europeos siguen prefiriendo Estados Unidos a China a la hora de responder sobre qué país debería liderar el mundo. Cuando se les pide elegir, un promedio del 64% responde en Europa que sería mejor para el mundo que Washington fuera la principal potencia. Sólo un 17% elige Beijing. Eso incluye más de siete de cada diez suecos (76%) y neerlandeses (71%). También más de seis de cada diez españoles (63%) eligieron Estados Unidos, y sólo un 26% eligió China. El declive de la imagen de Estados Unidos y la falta de confianza en Donald Trump todavía no ha debilitado la fe europea en la alianza de seguridad transatlántica, a pesar de las repetidas críticas del presidente estadounidense al gasto de defensa europeo y a las insinuaciones de que Estados Unidos podría abandonar la OTAN. En el 2017, tras la llegada al poder de Trump, una encuesta del Centro de Investigaciones Pew detectó que un promedio de un 60% albergaba una opinión favorable de la alianza militar, como también lo hacía un 62% de los estadounidenses.8 Y semejante respaldo tenía 12 puntos más en Alemania en comparación con los resultados del 2015, antes de que se conocieran de modo generalizado las críticas de Trump. En España, en particular, el respaldo en el 2017 fue de un 45%. Por otra parte, la puesta en entredicho por parte de Trump del respaldo estadounidense a sus aliados europeos no ha debilitado la fe europea en que el Tío Sam acuda en su ayuda. En todos los países miembros de la OTAN estudiados, la mayoría cree que Estados Unidos usaría la fuerza militar para respaldar a un socio de la alianza en caso de serio conflicto militar con Rusia. Ello incluye un 70% de españoles, un 69% de neerlandeses, un 66% de británicos y un 68% de canadienses. Semejante sentimiento no se ha modificado mucho desde el 2015-2017. Ni tampoco lo ha hecho la disposición de la opinión pública estadounidense a acudir en ayuda de los aliados de la OTAN. En este inicio del 2019, la relación transatlántica se enfrenta a muchos desafíos, sin que sea el menor de ellos el grado de sentimiento antiestadounidense y anti-Trump que existe en gran parte de Europa. Hasta la fecha no ha debilitado la fe de los europeos en la alianza estratégica, ni ha inclinado Europa hacia China. Sin embargo, los problemas que se ciernen (una potencial desaceleración económica, una posible guerra comercial y una Rusia impredecible) pondrán a prueba la alianza a lo largo del año en un momento en que los europeos muestran una inusual posición crítica ante Estados Unidos. Europa mantiene la fe en la alianza transatlántica, a pesar de las críticas de Donald Trump al gasto de defensa europeo y a sus insinuaciones de que Estados Unidos podría abandonar la OTAN 4. Richard Wike et al., “Worldwide, few confident in Trump or his policies”, Pew Research Center, 26/VI/2017. Disponible en www.pewglobal. org/2017/06/26/worldwide-fewconfident-in-trump-or-his-policies 5. Richard Wike et al., “America’s international image continues to suffer”, Pew Research Center, 1/X/2018. Disponible en www.pewglobal. org/2018/10/01/americas-internationalimage-continues-to-suffer. 6. Jacob Poushter y Alexandra Castillo, “Americans and Germans are worlds apart in views of their countries’ relationship”, Pew Research C., 26/XI/2018. Disponible en www.pewresearch.org/ fact-tank/2018/11/26/americans-andgermans-are-worlds-apart-in-views-oftheir-countries-relationship. 7. Ibíd. 8. Moira Fagan, “NATO is seen favorably in many member countries, but almost half of Americans say it does too little”, Pew Research Center, 9/VII/ 2018. Disponible en www. pewresearch.org/fact-tank/2018/07/09/ nato-is-seen-favorably-in-manymember-countries-but-almost-half-ofamericans-say-it-does-too-little. VANGUARDIA | DOSSIER 73 74 VANGUARDIA | DOSSIER Las amenazas rusas al orden europeo Anders Aslund INVESTIGADOR PRINCIPAL EN EL ATLANTIC COUNCIL DE WASHINGTON. SU LIBRO ‘RUSSIA’S CRONY CAPITALISM’ SE PUBLICARÁ EN MAYO DEL 2019. L unos términos que fueran más respetuosos con los A ACTITUD DE RUSIA HACIA OCCIdente se ha modificado de forma intereses y las inquietudes nacionales de Rusia”. radical y ha pasado de la amis- Putin obra según una Realpolitik extrema, mientras tad a la hostilidad. Ese giro ha que Europa insiste en ciertos valores. sido especialmente brusco en La revolución naranja ocurrida en Ucrania en relación con Europa. Al mismo noviembre-diciembre del 2004 hizo que Putin camtiempo, Rusia ha abandonado biara de actitud con respecto a Occidente. Percibió las tradicionales reglas de juego esos acontecimientos como un ataque a su poder internacionales y utiliza ahora por parte de Estados Unidos y Europa: “Nuestros instrumentos ilícitos novedosos. Europa puede es- socios europeos y estadounidenses decidieron perar todo tipo de trucos sucios y debe enfrentarse respaldar la revolución naranja incluso contra la a esa nueva Rusia delincuente con sus fortalezas, la Constitución”. En un famoso discurso pronunciaeconomía y la apertura. do en Munich en febrero del 2007, manifestó su En las últimas tres décadas, Rusia ha cambia- sentimiento antiestadounidense: “Somos testigos do con rapidez, en un sentido y en otro. La política hoy de un hiperuso no contenido de la fuerza –la exterior de la Rusia de Vladímir Putin se parece fuerza militar– en las relaciones internacionales... difusamente a la de la Unión Soviética de Leonid Un Estado y, por supuesto, ante todo, Estados Brézhnev; sin embargo, en la década de 1990, fue Unidos, ha sobrepasado sus límites nacionales en todos los sentidos”. un país muy diferenEl comunicado de te, abierto y libre. La La Rusia de Yeltsin aspiraba la cumbre de la OTAN Rusia de Yeltsin aspi- a la integración con Occidente. celebrada en Bucarest raba a la integración en abril del 2008 decon Occidente. Rusia Rusia lo intentó, pero era claró audazmente: “La lo intentó, pero era de- demasiado grande para sus OTAN saluda las aspiramasiado grande para vecinos europeos, y la Unión euroatlánticas sus vecinos europeos, Europea no tenía nada que ofrecer ciones de Ucrania y Georgia y la Unión Europea no a adherirse a la OTAN. tenía nada que ofrecer. En un principio, incluso Putin adoptó un Hemos acordado hoy que esos países se conviertan punto de vista positivo acerca de la OTAN. En el en miembros de la OTAN”. Aunque la OTAN no hi2000, declaró: “No veo razón alguna para que no zo nada para hacer creíble ese compromiso, Putin quepa desarrollar más la cooperación entre Rusia lo percibió como un casus belli. En agosto del 2008, Rusia y Georgia combatiey la OTAN”. Ahora bien, como observó Strobe Talbott, antiguo subsecretario de Estado de Estados ron en una guerra de cinco días. Rusia reforzó su Unidos: “Rusia quería unirse a Occidente, pero en dominio sobre las dos regiones autónomas de Abja- VANGUARDIA | DOSSIER 75 L AS AMENAZAS RUSAS AL ORDEN EUROPEO sia y Osetia del Sur y amplió ligeramente sus territorios. A continuación, reconoció unilateralmente esos pequeños territorios georgianos como estados independientes. La excusa rusa fue que Kosovo se había declarado independiente en febrero del 2008. La guerra con Georgia desató el fervor patriótico en Rusia y disparó la popularidad de Putin hasta un nuevo récord de un 88%, según la empresa demoscópica independiente Levada Center. En el 2009, la Unión Europea lanzó la Asociación Oriental, dirigida a las seis antiguas repúblicas soviéticas europeas. En el 2013, la Unión Europea se dispuso a firmar acuerdos de asociación, incluidos acuerdos de libre comercio completo y profundo, con Ucrania, Moldavia y Georgia. Hasta ese momento, Rusia había considerado la Unión Europea como un irrelevante tigre de papel (a diferencia de la OTAN), pero en junio del 2013 empezó de pronto a percibir esos acuerdos como una amenaza mayor. En septiembre del 2013, Putin convenció al presidente armenio Serzh Sargsián para que abandonara su acuerdo de Asociación con la UE. A continuación, se centró en Ucrania. A partir de julio del 2013, Moscú llevó a cabo una intensa política de intimidación contra Ucrania, imponiendo duras sanciones comerciales a los empresarios ucranianos europeístas y presionando al presidente prorruso Víktor Yanukóvich. Después de que el Gobierno de Yanukóvich declarara que no firmaría el acuerdo de asociación, estallaron en Kíev protestas a gran escala, el euromaidán, igual que en el 2004, en una repetición de la peor pesadilla de Putin; sin embargo, en esa ocasión, Putin estaba preparado. Ofreció a Yanukóvich gas barato y créditos abundantes en condiciones aparentemente ventajosas. Yanukóvich intentó imponer leyes autoritarias, pero las protestas masivas continuaron. En enero y febrero, Yanukóvich ordenó a las fuerzas especiales de la policía que dispararan contra los manifestantes, tras lo cual hubo un centenar de muertos; sin embargo, la reacción política fue que dos tercios de los parlamentarios ucranianos se volvieron en contra del presidente y lo destituyeron de modo sumario después 76 VANGUARDIA | DOSSIER de que huyera del país el 22 de febrero del 2014, y el Parlamento instaló un nuevo Gobierno democrático. El 27 de febrero, fuerzas especiales rusas sin identificación tomaron por sorpresa el Parlamento regional de Simferopol, la capital de Crimea, y en el plazo de unos pocos días ocuparon toda la península sin derramamiento alguno de sangre. El 18 de marzo, el Parlamento ruso se anexionó Crimea violando con ello toda una serie de acuerdos internacionales. La opinión pública rusa se mostró exultante. De nuevo, un 88% de los rusos respaldó a Putin, según el Levada Center. Dio entonces la impresión de que, por medio de pequeñas guerras victoriosas, Putin había dado con el modo de mantener su popularidad personal y de mantener también a los rusos tranquilos. El truco consistía en lograr que las guerras fueran pequeñas y victoriosas, de forma que Rusia pudiera asumir sus costes. Con ello, Putin esperaba evitar reformas económicas de mercado que interfirieran con su corrupto Gobierno. Sin embargo, la euforia del Kremlin por la posesión de Crimea llevó a Moscú a un error de precipitación. En abril-mayo del 2014, intentó instigar alzamientos en la mitad meridional y oriental de Ucrania con predominio de la población rusófona, pero fracasó. La revuelta sólo tuvo éxito en algunas partes de las dos regiones más orientales de Donetsk y Lugansk, y exige un gran despliegue permanente de tropas equipadas y dirigidas por militares rusos. Esa guerra no ha sido pequeña ni victoriosa, ni tampoco popular en Rusia. Desde el 2009, el PIB ruso permanece casi estancado con un crecimiento medio en torno a un 0,5% anual. El Kremlin ya no puede justificar su represión con un aumento del nivel de vida. Los ingresos disponibles reales han caído en un 17% en el quinquenio 2014-2018. Rusia se enfrenta a unos fuertes recortes presupuestarios. El PIB ruso en dólares corrientes es de 1,5 billones aproximadamente, mientras que el de la Unión Europea supera los 20. Las guerras de Georgia y Ucrania muestran la nueva dirección de la política exterior rusa, cada vez más audaz o arriesgada. Putin se dedica a edificar su legiti- midad sobre la movilización patriótica. El Kremlin ha abandonado las viejas reglas de la guerra. Se adentra en los ámbitos de la ciberguerra (iniciada en Estonia en el 2007) y la manipulación de las redes sociales (con gran éxito en la elección de Trump). También recurre a viejos métodos soviéticos, como la desinformación y los asesinatos. Sin embargo, el método más importante probablemente sea la corrupción de altos funcionarios. Todas esas tácticas pueden resumirse en la doctrina Guerásimov. Tras el inicio de la guerra con Ucrania, un artículo publicado un año antes por Valeri Guerásimov, el poderoso jefe del Estado Mayor ruso, fue objeto de gran atención. El punto de partida del análisis era que la frontera entre guerra y paz se había difuminado, puesto que ya nadie declaraba la guerra. Guerásimov también observaba que “el papel de medios no militares para alcanzar objetivos políticos y estratégicos ha crecido y, en muchos casos, ha superado en eficacia el poder de las armas”. Dado que los recursos económicos de Rusia son limitados y el equipo militar caro, Rusia tendrá que librar las guerras en gran medida con medios militares no convencionales. Los enfoques novedosos incluyen comercio energético, corrupción, redes sociales y sistema judicial. Gazprom ha cortado de modo intermitente el gas y elevado desorbitadamente su precio a los antiguos países comunistas, mientras que ha sido un socio fiable en sus relaciones con los países de Europa Occidental. Los dos cortes de suministro llevados a cabo por Gazprom a muchos países europeos en enero del 2006 y enero del 2009 tuvieron el efecto positivo de hacer que la Unión Europea aprobara su tercer paquete energético y la Unión de la Energía, que busca la seguridad del suministro, la diversificación y la comercialización. Por desgracia, el proyecto del gasoducto Nord Stream 2, actualmente en construcción, va en contra de esos principios. Un 80% de todo el gas que Rusia suministra a la Unión Europea llegará por un solo sistema de gasoductos a través del mar Báltico hasta Alemania, con el consiguiente peligro para la seguridad del suministro y la competencia de los L AS AMENAZAS RUSAS AL ORDEN EUROPEO mercados. La Comisión Europea debería prohibir ese proyecto puesto que viola la política energética de la Unión Europea. La gran diferencia entre el sistema soviético y la Rusia de Putin es que Putin gobierna sobre una cleptocracia autoritaria. Ese sistema de capitalismo mafioso es financieramente sofisticado y está integrado en el sistema financiero global, aunque Rusia no tiene verdaderos derechos de propiedad. En consecuencia, todos los rusos con recursos transfieren sus ahorros al extranjero, donde están seguros. La mayoría de los fondos rusos van a países con un Estado de derecho, compañías anónimas y mercados financieros profundos. Las propiedades privadas rusas en el extranjero ascienden, como mínimo, a 800.000 millones de dólares, algo más de la mitad del PIB del país. Se trata de una ingente cantidad de dinero. Según una conjetura razonable, un tercio de esos fondos pertenecen a Putin y sus amigos. Además, el Kremlin controla las grandes corporaciones estatales y los fondos soberanos rusos. Con sus ingentes fondos internacionales, el Kremlin ya no compra partidos ni países. En vez de eso, compra a unas pocas personas influyentes de cada país europeo, lo cual es mucho más barato y más efectivo. Para un político europeo uno o dos millones de dólares es mucho dinero, pero no para lo cleptócratas del Kremlin. A veces, esas compras son abiertas y legales. Un destacado ejemplo es el antiguo canciller alemán Gerhard Schröder, que se convirtió en presidente del consejo de supervisión de Nord Stream nada más tener que abandonar su cargo. Toomas Ilves, antiguo presidente de Estonia, ha acuñado el término la “schröderización de Europa”. Muchos otros relevantes políticos europeos retirados trabajan como miembros de consejos de supervisión o como asesores de compañías estatales rusas. Un ejemplo notorio es el grupo Hapsburg de Paul Manafort, que respaldó al presidente Yanukóvich. En otros casos, grandes empresarios rusos proporcionan sus servicios al Kremlin en el exterior, como hacen de modo destacado Oleg Deripaska en Estados Unidos e Ivan Savvidis en Grecia, pero hay muchos otros. La Unión Europea debe acabar con todo esto. La mejor forma de hacerlo es mediante la transparencia. En primer lugar, ningún país comunitario debería seguir permitiendo la propiedad anónima. De acuerdo con el cuarto paquete de lucha contra el blanqueo de dinero adoptado por la Unión Europea, esa práctica debería quedar prohibida a finales del 2020. En segundo lugar, todos los políticos europeos de cierta categoría deberían ser obli- gados a hacer públicos sus bienes e ingresos, como hacen todos los ciudadanos escandinavos desde el siglo XVIII. Esas declaraciones deberían ponerse a disposición pública y no estar limitadas, como ocurre en el Parlamento Europeo, a la entrega de un documento a una secretaría que no comprueba ni comenta nada. En tercer lugar, la Unión Europea y todos sus países miembros deberían aprobar una ley de Registro de Agentes Extranjeros como hizo Estados Unidos en 1938 para defenderse de la Alemania nazi, y dicha ley debería hacerse cumplir de modo adecuado. Los organismos de inteligencia rusos y sus contratistas han demostrado ser muy hábiles en la utilización de las redes sociales para manipular los debates públicos en muchos países. Hay que poner fin a todo eso. Las redes sociales deben asumir su responsabilidad en el control de sus plataformas o, de lo contrario, ser cerradas. La mayor parte del blanqueo de dinero cesó cuando se obligó a los bancos a aplicar el principio del “conocimiento del cliente”. Del mismo modo, las redes sociales deberían estar obligadas a realizar un adecuado control de identidad de sus usuarios. Estar obligadas a bloquear los bots y trols anónimos, y a asumir la responsabilidad editorial normal de cualquier publicación. De modo similar, la publicidad política en las redes sociales tiene que regularse, como ocurre en la televisión. La Rusia de Putin no se preocupa por el Estado de derecho, pero explota el sistema judicial internacional para extender la represión más allá de sus fronteras. Rusia se ha hecho tristemente famosa por su mal uso de Interpol y las notificaciones rojas. Ha emitido al menos siete contra el banquero de inversión Bill Browder, quien ha denunciado las flagrantes violaciones de los derechos humanos en Rusia. Browder fue detenido en España en el 2018 a petición de unas autoridades rusas que actúan sin someterse a la ley. La Unión Europea debe poner orden a su relación con la Interpol y las autoridades judiciales rusas. Podría sencillamente abandonar ese organismo y usar sólo Europol, podría censurar a Interpol o no hacer caso sin más de las notificaciones de países como Rusia que no cumplen la ley. El nuevo conflicto Europa-Rusia presenta múltiples facetas. El Kremlin lleva a cabo todo tipo de guerras híbridas innovadoras que no llegan a convertirse en una guerra de verdad. La mejor respuesta de la Unión Europea es el máximo de transparencia. La UE tiene que centrarse en poner fin a la financiación política ilegal, la manipulación de las redes sociales y el mal uso del sistema judicial. La gran diferencia entre el sistema soviético y la Rusia de Putin es que Putin gobierna sobre una cleptocracia autoritaria. Ese sistema de capitalismo mafioso es financieramente sofisticado y está integrado en el sistema financiero global VANGUARDIA | DOSSIER 77 HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO Hoy el populismo no es un rasgo minoritario de algunos partidos en algunos países, sino que domina la agenda mundial, con Donald Trump como principal exponente y con el Brexit como su gran éxito en el Viejo Continente. Para llegar al punto de constituir una amenaza para la Unión Europea, se ha recorrido un camino en el que la coyuntura política, social y económica ha ofrecido una pista de despegue cuyos hitos repasamos aquí. La definición del término populismo es controvertida, pero valga como primer rasgo su carácter de “ideología delgada” según Cas Mudde. Suele rechazar la inmigración y en Europa es mayoritariamente de derechas e iliberal. Pone en cuestión la globalización, porque cree que esta ha destruido empleos y degradado el Estado de bienestar y ha beneficiado solamente a las élites. 1970-1980 · LA OLA POPULISTA A pesar de que existen algunos precedentes en el siglo XIX (los populistas rusos naródniki y el Greenback Party en Estados Unidos) y dejando de lado Latinoamérica (por ejemplo el peronismo), la irrupción del populismo en Europa se produce en los años setenta y ochenta, con la aparición de grupos políticos como el Partido del Progreso en Dinamarca (1972), el Frente Nacional en Francia (1972), el Partido Anders Lange en Noruega (1973), el Bloque Flamenco en Bélgica (1978), el Partido Nacional Británico (1982), el Partido de la Libertad Austriaco (fundado en 1946, pero que toma una dirección antiélites y orientada a clases bajas en 1986), la Nueva Democracia Sueca (1991) y la Liga Norte en Italia (1991). Sus programas incluyen una insólita crítica a la inmigración saltándose la corrección política y una voluntad de distanciarse de los partidos institucionalizados, al tiempo que invocan un concepto simple de pueblo. Todos ellos eran de derechas y abogaban en ese momento por menos Estado y menos impuestos y, al contrario que la extrema derecha tradicional, no cuestionaban la democracia sino que aspiraban a reformarla. • “Stop a la locura de los impuestos”, reza el cartel de Mogens Glistrup, líder del Partido del Progreso danés, en 1973, con un aspecto de hombre sencillo que remarca su oposición a los políticos tradicionales. | Manuel Litran- Paris Match / Getty 1989 · CAE EL MURO DE BERLÍN Tras la Segunda Guerra Mundial la izquierda domina la Europa de las clases más desfavorecidas y los sectores progresistas de la sociedad, lo que se refleja en una hegemonía cultural que bascula entre los partidos comunistas y una socialdemocracia dominante. Los acontecimientos de Mayo del 68 son fruto de esta hegemonía, pero el deterioro económico y político del bloque comunista y su misma legitimidad (invasiones de Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1962, Afganistán en 1979...) se acelera en los setenta y ochenta derivando en la caída del muro de Berlín la noche del 9 de noviembre de 1989. El enorme agujero ideológico de dicha caída no sólo consagra el modelo y la ideología liberal democrática, sino que deja un vacío en las clases bajas donde el populismo arraigará. En Europa del Este, junto a la demanda mayoritaria de democracia y libertad, aparecen partidos populistas, unos reclamando la voz del pueblo frente a las élites provenientes del régimen comunista, como el Fórum Cívico Checo (“Los partidos son para los miembros del partido, el Fórum Cívico es para todos”), otros • Manifestación en Timisoara, Rumanía, en 1990: “Abajo el comunismo, lixenófobos y nostálgicos del comunismo como el Partido de la Gran Rumanía. bertad, democracia”. | Sovfoto-UIG / Getty 78 VANGUARDIA | DOSSIER 1995 · ACUERDOS DE SCHENGEN Según el teórico del populismo Cas Mudde, este movimiento se convierte en una fuerza relevante en Europa en los años noventa. Es la misma década de la madurez política de la UE, con el tratado de Maastrich (1993) y la entrada en vigor de los acuerdos de Schengen (1995). Dichos acuerdos habían sido impulsados en 1985 por cinco países (Alemania Occidental, Bélgica, Francia, Luxemburgo y Holanda) ante la reticencia del resto en una ciudad de Luxemburgo, Schengen, en la que es muy difícil moverse sin atravesar alguna frontera. Su objetivo: eliminar las fronteras interiores. Durante esa década se van añadiendo al espacio Schengen el resto de países, un espacio que hoy comparten todos los países de la UE excepto Rumanía, Bulgaria, Chipre y Croacia (y Reino Unido e Irlanda por no aceptar la totalidad de los acuerdos), además de los extracomunitarios Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza. • Jean-Marie Le Pen en septiembre de 1995. Ese año, con una campaña contra los acuerdos de Schengen y como líder del Frente Nacional, había obtenido un 15% de los votos en las presidenciales francesas y la posición como cuarta fuerza política. | Pascal Parrot-Sygma / Getty 1999 · CONTRA LA GLOBALIZACIÓN • Las multitudinarias manifestaciones de Seattle en 1999, con motivo de la cumbre de la OMC, fueron la primera gran contestación al modelo de libre comercio mundial. | Antoine Serra-Sygma / Getty Los años noventa también ven el triunfo del modelo liberal en el mundo entero, que ilustra el llamado consenso de Washington (1989), con diez fórmulas liberalizadoras impulsadas por la instituciones de Bretton Woods y Estados Unidos. Uno de sus frutos es la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995 que, además de integrar a los países occidentales, no tarda en sumar a India en 1995 y China en 2000. Es el triunfo de la globalización, que no tarda en encontrar opositores, como el movimiento altermundista que se consagra en Seattle en 1999 en acciones contra una cumbre de la OMC. Este movimiento aúna fuerzas radicales de izquierda, sindicatos, ecologistas y anarquistas y apuesta por priorizar los valores sociales y ambientales por encima del liberalismo desregulado. El populismo, tanto de derechas como de izquierdas, también se nutrirá de una visión negativa de la globalización, en que dominan los temores por sus consecuencias: deslocalización, pérdidas de empleo, erosión del Estado de bienestar... VANGUARDIA | DOSSIER 79 HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO 2004 DE THEO ·VANASESINATO GOGH EN HOLANDA En el contexto propiciado por los atentados del 11-S del 2001 y del 11-M de Madrid del 2004, el 2 de noviembre de 2004 el director de cine Theo van Gogh es asesinado en Amsterdam por un joven holandés de padres marroquíes. Van Gogh acababa de realizar un corto contra la situación de la mujer en el islam. Sorprenden sobre todo las reacciones al asesinato en un país que había sido estandarte de la libertad, la mezcla y el multiculturalismo, con ataques a mezquitas y escuelas musulmanas y al poco tiempo, en respuesta, contra iglesias cristianas. Theo Van Gogh había estrenado también ese año una película sobre Pim Fortuyn, titulada 06/05, un líder populista que había sido asesinado a su vez dos años antes por un animalista que le acusaba de convertir a los musulmanes en chivos expiatorios. Fue precisamente su partido, Lista de Pim Fortuyn, la primera fuerza claramente populista y contra la inmigración en Holanda (2002, 4,7%), antes de la aparición del Partido por la Libertad de Geert Wilder (5,9% en 2006; 15,45 en 2010..., 13,1% en 2017). El lema de este último en las elecciones del 2017 fue: “Holanda • Un hombre deposita unas flores en el lugar donde el cineasta Theo van Gogh fue asesinado el 2 de noviembre del 2004 en Amsterdam. | Michel Porro / Getty es nuestra de nuevo” con un programa derechista por menos inmigración, menos islam y menos UE. Hay que destacar, por otro lado, algo que ha ocurrido en la mayoría de países europeos: estas líneas programáticas han sido mimetizadas por el partido dominante, el liberal Partido Popular por la Libertad y la Democracia de Mark Rutte (“Primero los de casa”). 2008 · LA GRAN RECESIÓN • Una asamblea en las concentraciones del 15-M en la plaza del Sol de Madrid desarrollada el 19 de mayo del 2011. | Dominique Faget-AFP / Getty 80 VANGUARDIA | DOSSIER Según otra referencia del populismo, Ernesto Laclau, cierto grado de crisis de la antigua estructura es necesaria como precondición del populismo, en momentos en que distintas reclamaciones y agravios variados se articulan en torno a un eje vertebrador. Esos movimientos que habían ido creciendo después de la crisis del petróleo de los setenta, que en la década del 2000 reciben el impacto de los atentados islamistas, se ven azuzados por la monumental crisis económica que se desata en Estados Unidos con la caída de Lehmans Brother y que se expande por todo el mundo. Una idea cobra fuerza en las formaciones populistas: las élites cosmopolitas han impuesto la globalización, pero no han devuelto los beneficios a la sociedad, sino que de algún modo la han extorsionado y han construido un sistema de partidos para defenderla. Este punto de vista originará una serie de nuevos movimientos de izquierda de carácter más o menos populista como el 15-M (España, 2011, que derivará en Podemos en 2014), el Occupy Wall Street (Estados Unidos, 2011) o el Movimiento 5 Estrellas (Italia, 2009), que recalcan su carácter antistablishment y cuestionan el sistema de partidos tradicionales y su falta de representatividad. HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO 2010 2014 · • Un agente electoral recoge votos al LA HUNGRÍA DE ORBÁN Los primeros países del Este se incorporan a la UE el 2004 (Polonia, Hungría, Eslovaquia, Rep. Checa y Eslovenia) y pronto muestran relevantes corrientes populistas en contradicción con los valores fundacionales de la UE. El caso más evidente es Hungría, en la que el Partido Socialista, que agrupaba a los herederos de la élite comunista, es derrotado en el 2010 por la Fidesz de Viktor Orbán, con una campaña centrada en quitar el poder a esa élite y devolverlo al pueblo. Con dos tercios del Parlamento procede a impulsar una nueva Constitución que restringe la libertad de prensa y debilita la independencia judicial. También impulsa un documento (NER) que favorece a los acólitos y penaliza a los opositores. En las siguientes elecciones, las nuevas élites a combatir son la UE y el FMI, y a partir de 2015 su discurso se centra en impedir la entrada de refugiados y en rechazar las imposiciones de la UE al respecto. Parlamento europeo en Southampton Guildhall, en el sur de Inglaterra el 25 de mayo del 2014. El populista y antieuropeo UKIP obtendría la victoria en el Reino Unido con un 26,8% del total de los votos. Carl Court-AFP / Getty · ASCENSO POPULISTA EN EL PARLAMENTO EUROPEO Las elecciones europeas del 2014 traen la eclosión de Podemos en España (tercera fuerza, 20% de los votos) y la formación de un nuevo grupo populista, Europa de las Naciones y de las Libertades (ENF), que liderará el Frente Nacional francés (con Libertad y Democracia Directa de la Rep. Checa, Interés Flamenco, etcétera) que se suma al existente Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD) liderado por el UKIP de Nigel Farage (y Partido Popular Danés, Movimiento Cinco Estrellas, etcétera), en total más de un 10% de los diputados. Los fondos europeos destinados a los partidos con representación, pues, serán usados para desprestigiar a la UE y su “élite burócrata”, luchar por limitar su soberanía y financiar los propios aparatos políticos. Imponen además su agenda política y añaden el eje anti/pro UE a los hasta entonces centrales izquierda/derecha y disputas entre estados. 2015 · LA ‘INTERNACIONAL POPULISTA’ DE PUTIN El 22 de marzo del 2015 el partido Rodina próximo a Vladímir Putin reunía en San Petersburgo a partidos populistas de extrema derecha europeos, unos días después del referéndum de anexión de Crimea. Era una de las muestras de las afinidades políticas de Putin, como lo han sido las buenas relaciones con el Frente Nacional de Marine Le Pen, al cual incluso ha financiado. La política de Putin se ha caracterizado por la voluntad de restituir la Federación Rusa a su posición de superpotencia y por una política contra el liberalismo y la globalización, los dos caballos de Troya que han repartido por todo el mundo EE.UU. y la UE (aunque en Rusia no se cuestionan las élites propias, Putin se ha destacado por criticar a las élites cosmopolitas y occidentales). También ha fomentado una imagen populista de sí mismo, enérgico, viril, capaz de darle al pueblo lo que el pueblo quiere. Debilitar a la UE apoyando a los grupos euroescépticos forma parte de su estrategia. • Un grupo de cosacos en el Fórum Conservador Ruso Internacional en marzo del 2015, al que acudió una docena de grupos de extrema • La televisión pública húngara atacada por manifestantes el derecha europeos, como 18 de septiembre del 2006 cuando se supo que el primer mi- Aurora Dorada de Grecia, nistro socialista había mentido sobre la situación económica Partido Nacionaldemócrata del país para ganar por poco las elecciones a Fidesz, que to- de Alemania o Democracia maría la revancha en las siguientes del 2010 obteniendo una Nacional de España. | Olga mayoría absoluta de dos tercios. | Nandor Voros-AFP / Getty Maltseva-AFP / Getty HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO 2015 · LA CRISIS DE REFUGIADOS • En la frontera de Macedonia con Serbia, en agosto de 2015, un grupo de refugiados espera para continuar su camino hasta Hungría y Alemania. | Fabrizio Di Nucci-NurPhoto / Getty El término empieza a usarse en abril del 2015, cuando la guerra de Siria impulsa una gran oleada migratoria hacia Europa que se suma a los flujos existentes. Entre enero y julio, a parte de 95.000 emigrantes rescatados en el Mediterráneo, unos 340.000 entran en la Unión Europea por la ruta de los Balcanes, el triple que el año anterior en el mismo periodo. La Alemania de Merkel se muestra receptiva, al contrario que países como Hungría o Polonia, en la cual el partido populista Ley y Justicia gana por primera vez las elecciones en mayo de 2015. Se empiezan a visualizar las diversas posiciones sobre la cuestión y la debilidad de la UE para imponer cuotas de aceptación de refugiados. La posición de Merkel se ve debilitada por diversos sucesos en que están vinculados refugiados: agresiones sexuales en Colonia en Nochevieja, y en el 2016 tres atentados terroristas (Würzburg, Ansbach y mercado de Berlín, perpetrados respectivamente por solicitantes de asilo de Pakistán, Siria y Túnez). Esta cuestión será usada por la AfD (Alternativa para Alemania) en las elecciones del 2017, en las que por primera vez entra en el Parlamento federal (12,6% de los votos, y 94 de 709 escaños). 2016 GANAN BREXIT ·Y DONALD TRUMP El 23 de junio del 2016 el Reino Unido decidía en referéndum abandonar la Unión Europea, una aspiración de la que había hecho bandera el UKIP, además de parte del Partido Conservador, que en teoría se mantuvo neutral. Fueron las capas británicas menos favorecidas por el progreso económico y urbano y las más perjudicas por la globalización las que apoyaron el Brexit, al contrario que las élites londinenses, las grandes empresas y la City. El candidato republicano Donald Trump, que celebró el resultado, ganaba las elecciones norteamericanas unos meses después, en noviembre, sobre una base social • Grandes empresas británicas como la de seguros Lloyds se mostraron mayoritariamente favorables a permanecer en la UE al mismo tiempo que anunciaban planes de contingencia si ganaba el Brexit. | Leon Neal-AFP / Getty e ideológica similar. 82 VANGUARDIA | DOSSIER HITOS DEL POPULISMO CONTEMPORÁNEO 2017 · CONFERENCIA DE COBLENZA Tras la victoria de Trump, el grupo parlamentario europeo ENF ( Europa de las Naciones y de las Libertades), formado por partidos populistas de derechas, convoca en enero del 2017 en Coblenza, Alemania, una conferencia para aunar fuerzas ante las elecciones que se preparan ese año en Francia, Holanda y Alemania, con la presencia de los respectivos partidos Frente Nacional, Partido por la Libertad, y AfD, además de la Liga Norte italiana y el Partido de la Libertad de Austria. Dichas elecciones dieron resultados similar a las anteriores en Países Bajos (13,1%), pero superiores en Alemania (de un 4,7% a un 12,6%) y en Francia, donde Marine Le Pen obtuvo un 21,30% de los votos (17,9% en la anteriores), lo que le permitió acceder a la segunda vuelta que perdió frente a Macron pero después de haber aglutinado un 33,9% de los votos. • Los líderes de la derecha populista en Coblenza: Geert Wilders (Partido por la Libertad, Holanda), Frauke Petry (AfD, Alemania), Harald Vilimesky (parlamentario europeo, Partido de la Libertad de Austria), Marine Le Pen (FN, Francia) y Matteo Salvini (LN, Italia). | Thomas Lohnes / Getty 2018 VICTORIA APLASTANTE DEL ·EUROESCEPTICISMO EN UN PAÍS FUNDADOR DE LA UNIÓN EUROPEA En marzo del 2018, las elecciones italianas dan la victoria a una coalición liderada por un partido populista y euroescéptico. Se trata de la Liga Norte de Matteo Salvini, que junto a Forza Italia y otros partidos en una línea similar, obtienen un 37,2% de los votos. Al segundo lugar se encarama otro partido populista, este de izquierdas pero también antieuropeísta, el Movimiento 5 Estrellas, que por su lado alcanza un 32,4% de los votos. Como resultado, Italia, uno de los países fundadores de la UE, muestra a sus aliados europeos que un 70% de sus votantes están en desacuerdo con sus políticas de mayor integración legislativa y monetaria, de acogida de inmigrantes y refugiados y de pérdida de soberanía. Otro país que experimenta un ascenso, aunque menor, del populismo es Suecia, donde en las elecciones del pasado septiembre Jimmie Akesson, al frente de Demócratas de Suecia, obtiene un 17,53% de los votos, en ascenso respecto a anteriores elecciones genera- • Matteo Salvini en Messina en febrero del 2018, en un acto de campaña de la Liga Norte para las elecciones generales de las que finalmente saldría victorioso. | Gabriele Maricchiolo-NurPhoto / Getty les (5,7% en 2010 y 12,9 en 2014). Su programa apuesta por reducir la inmigración y la asimilación completa de la existente, por combatir la delincuencia y por ofrecer al “verdadero pueblo sueco” más trabajo, mejor sanidad y mayor nivel de vida. VANGUARDIA | DOSSIER 83 Los tira y afloja China-Unión Europea Xulio Ríos DIRECTOR DEL OBSERVATORIO DE LA POLÍTICA CHINA. SU ÚLTIMO LIBRO ES ‘LA CHINA DE XI JINPING’ (EDITORIAL POPULAR, 2018) 84 VANGUARDIA | DOSSIER VANGUARDIA | DOSSIER 85 LOS TIR A Y AFLOJA CHINA-UNIÓN EUROPEA E S CHINA FAVORABLE A LA CON- solidación del proceso de integración de la UE? Sí. ¿Y pueden a la vez sus políticas concretas dificultar ese proceso? También. En efecto, si analizamos los principales documentos de política de China hacia la UE (2003, 2014 y 2018), constatamos una inequívoca y constante declaración a favor de una Europa unida, estable, abierta y próspera. China desea una UE que desempeñe un papel estratégico destacado en el ámbito internacional, afirmándose como un sujeto indispensable y autónomo del orden multipolar que debe suceder al actual declive de la hegemonía estadounidense. A lo largo de los últimos lustros, China y la UE han acercado posiciones en importantes asuntos de la agenda global; a ello se suma ahora la común defensa del libre comercio, la globalización y el multilateralismo. A su vez, Beijing coquetea con la UE para evitar que pueda sumarse a un hipotético frente antichino de las economías más desarrolladas. Europa asoma como uno de los principales objetivos de China en la estrategia de aumento de su influencia geopolítica, un escenario ideal para construir una imagen de fortaleza de su economía, en especial a través de la compra parcial o integral de conocidas marcas. China es ya el principal inversor en el Viejo Continente. En el 2016, por vez primera superó a EE.UU. en la lista de compra de activos en el mercado de fusiones y adquisiciones. Al mismo tiempo, sus acciones en relación a determinados estados y conjuntos subregionales (sur de Europa, países de Europa Central y Oriental, por ejemplo), la disposición de ambiciosos proyectos como la revitalización de las rutas de la seda o sus proyectos inversores, despiertan inquietud en algunos importantes socios comunitarios que alertan del riesgo de fractura por la diferente percepción que suscita su impacto. Los convites a una mayor cohesión y más pragmatismo en la política china de Bruselas constituyen una tónica que se ha acentuado en los últimos años. Una ojeada a los informes al respecto del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (2009 y 2017) acreditan una evolución hacia un cambio de paradigma que toma nota de las vulnerabilidades europeas en materia de reciprocidad comercial en los intercambios, los riesgos asociados a la capta- 86 VANGUARDIA | DOSSIER ción de tecnología o el controvertido auge de las inversiones chinas en el continente. En junio del 2016, una nota conjunta de la Comisión y la alta representante para los Asuntos Exteriores y Política de Seguridad invocaba la necesidad de actuar en bloque y con eficacia para promover los intereses de Europa y de sus ciudadanos ante una China a cada paso más incisiva y ambiciosa en sus objetivos. El desencuentro bilateral subió un peldaño cuando en junio del 2017, en la 19.ª cumbre UE-China, Bruselas rechazó conceder a China el estatuto de economía de mercado. Tomando debida nota de la protección a ultranza establecida por China en varios sectores que resultan prácticamente inaccesibles a las inversiones extranjeras, Europa imagina reglas para dificultar determinados despliegues en ámbitos que pudieran representar una amenaza. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? La conciencia de una relación sino-europea desequilibrada de la que China saca el máximo provecho parece arraigar en estados y grandes empresas europeas. Años después de haber facilitado la llegada de capitales chinos que se han instalado en segmentos del mercado europeo de alto valor y valiéndose de una amplia capacidad de maniobra en función de su nuevo status global y de la liberalización existente en Europa, la UE considera llegado el momento de ponerle freno especialmente a las corporaciones estatales que fijan su atención en las empresas estratégicas europeas con el argumento de que la apertura de la UE, a la vista de la persistencia del nacionalismo económico chino, no es correspondida. Resta por ver si la voluntad expresada por Bruselas de imponer un mayor control es secundado en igual medida por los socios. Algunos países denuncian que los planes de China de crear tres enormes corredores comerciales entre Asia y Europa podrían dañar los intereses comerciales de la UE, según un informe filtrado al diario alemán Handelsblatt, advirtiendo que el enfoque chino va en contra de la agenda de la UE para liberalizar el comercio y empuja el equilibro de poder a favor de las empresas chinas subsidiadas. El temor deviene de la frustración por la falta de oportunidades para las empresas europeas en medio de una creciente desconfianza respecto a los objetivos estratégicos de Beijing. LOS TIR A Y AFLOJA CHINA-UNIÓN EUROPEA Alemania ya endureció las reglas sobre la inversión extranjera en algunos sectores, ajustando el umbral de seguridad en las compras de inversionistas no pertenecientes a la UE a un 10% de las acciones de la compañía en sectores como infraestructuras críticas y empresas relativas a defensa y alta tecnología. Berlín pasó de aliado privilegiado a la condición de más crispado en virtud de la consideración china de ser el país más útil en su ambición de recortar a gran velocidad la distancia tecnológica que le separa de los países desarrollados. Para Alemania, China se ha convertido en un serio rival. Según el Instituto Mercator para Estudios de China (Merics), entre el 2000 y el 2016, China invirtió en Europa en forma de IED (inversión extranjera directa) más de 101.000 millones de euros. Los países más atractivos para los inversores chinos fueron Reino Unido, Alemania, Italia, Francia, Finlandia y Portugal, centrándose principalmente en sectores como los servicios públicos, transportes, infraestructura, maquinaria y equipos industriales, energía, bienes de consumo, etcétera. En el 2016, un 59% de la IED china en Europa se centró en los tres líderes regionales: Francia, Alemania y Reino Unido. El segundo puesto fue ocupado por los países nórdicos, los cuales recibieron en torno a un 17% de la IED. Los estados del sur de Europa quedaron en tercer lugar, con cerca de un 10%. Las inversiones chinas, en suma, se encaminan hacia las economías más grandes y líderes, y donde no tienen un impacto económico tan fuerte acostumbra a imperar el interés geopolítico. En los países del sur de Europa, las inversiones tienden a ser más arriesgadas (aunque también hay importantes oportunidades). De hecho, más afectados por la crisis económica, todos ellos –y la propia UE en su conjunto– veían a China como el recurso in extremis para obtener dinero fresco poniendo a la venta sus empresas estatales o privadas afectadas por la depresión. China se convirtió entonces en el flotador para no verse ahogados por las deudas. También en el caso de España, a quien China respaldó con una adquisición importante de deuda soberana. Cuando nadie invertía en Europa, China estaba dispuesta a hacerlo. Las economías más débiles de la UE encontraron en China el socio ideal para salvar una industria local en dificultades. Es de suponer que, a salvo de otros atractivos, cada país elegirá la opción que más le convenga, y China elevará su atención en el Este de Europa y en el Mediterráneo. La Plataforma 16+1 (que integra a China y Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumanía, República Checa y los extracomunitarios balcánicos Albania, Macedonia, Montenegro, Bosnia y Serbia) podría consolidarse como la puerta de entrada del gigante asiático en el continente, aprovechando para financiar carreteras, centrales eléctricas y otras infraestructuras que necesitan estos países a cambio de facilitar su presencia. Otra preocupación a futuro es el potencial de división que la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) puede estimular entre los 28-1 estados miembros de la UE, muchos de los cuales están desesperados por atraer nuevas inversiones chinas. Hungría o Grecia, por ejemplo, tienden a desmarcarse de los pronunciamientos comunitarios y el consenso, frágil por naturaleza, podría resquebrajarse. Polonia o la República Checa podrían suscribir igualmente estrategias particulares. Y todos se disputan la condición de puente para un más ambicioso desembarco chino. Varias europas Bajo la fórmula 16+1, Beijing promueve una política basada en la cooperación económica y comercial, la búsqueda de contratos de infraestructura (transportes y energía) y la generación de oportunidades para sus capitales y productos manufacturados. Dichos proyectos aumentan la influencia política en la región de Europa Central y Oriental en un momento en que a nivel local las carencias financieras son manifiestas. Las propuestas chinas afectan a la implementación de infraestructuras consideradas de gran interés para el desarrollo, pero que las instituciones financieras a diverso nivel rechazan apoyar en atención a los riesgos que pesan sobre ellas. Además, para estos países, China es el socio ideal para recuperar terreno en sus balanzas comerciales. Bruselas recela de esta aproximación, que merma su influencia y autoridad, y pese a los intentos de Beijing de desactivar los temores, es contemplada como una maniobra geopolítica de envolvimiento del poder comunitario. A los préstamos a largo plazo, China suma grandes ofertas de inversión con un fondo de varios miles de millones de dólares, que opera ya en su segunda fase, destinados a apoyar a las economías de la zona con problemas de liquidez. Asimismo, instan a las empresas chinas a abrir parques industriales en la región. China quiere que sus empresas ganen experiencia y savoir faire en esta otra Europa a fin de reducir las barreras que dificultan su acceso a los mercados de los países más desarrollados del Oeste. La construcción de ferrocarriles y puertos dibuja un eje de conexión entre las áreas portuarias de los mares Báltico, Adriático y Negro que determina puntos neurálgicos de apoyo a su corredor terrestre-marítimo. Beijing es consciente de la importancia estratégica de esta región para la IFR. Asimismo, Budapest se afirma como el quinto centro europeo de liquidación en moneda china tras Londres, París, Frankfurt y Luxemburgo; mientras, Polonia ambiciona convertirse en un importante centro logístico; la República Checa quiere construir zonas económicas y tecnológicas para inversores chinos; Eslovaquia quiere explorar la cooperación en energía nuclear; Lituania y los bálticos se ofrecen para afirmar corredores de transporte y conexiones tecnológicas, etcétera. Las cumbres anuales, el marco institucional que traza la hoja de ruta de esta VANGUARDIA | DOSSIER 87 LOS TIR A Y AFLOJA CHINA-UNIÓN EUROPEA relación, se iniciaron en el 2012, antes por tanto de la inauguración formal de la IFR en el 2013 pero es esta IFR lo que le ha aportado un cambio radical. De hecho, los 16 países se han unido entusiastamente a la IFR. En dicho marco, Beijing encuentra una vía alternativa que multiplica su capacidad de proyección en el Viejo Continente sin los sinsabores que a menudo acompaña su diálogo con Bruselas. Trabajan juntos para mejorar las redes de transporte, por ejemplo, el proyecto de autopista E763 en Serbia y el reacondicionamiento general del ferrocarril Budapest-Belgrado, así como otros proyectos de infraestructura, entre los que cabe destacar una planta de energía térmica en BosniaHerzegovina. En la agenda, China tiene previsto planes en materia de parques industriales en áreas como capacidad, energía, logística y agricultura. Pero el proceso está en sus inicios. El comercio bilateral de estos países con China equivale a poco más de la décima parte del que tiene con todos los países europeos, si bien crece a ritmo sostenido. Otro tanto podríamos decir de la significación inversora en comparación con los países principales del bloque. A pesar de la reducida cuantía, la gestión de su potencial con añadida voluntad política apunta a la remodelación del panorama de la cooperación China-Europa. Esta orientación e intensificación de los intercambios provoca recelos en el eje franco-alemán de la UE, pues China asoma como un laminador de su dominio. Así, la UE también prepara ahora reglas más estrictas para regular las inversiones chinas, proponiendo pasar a controlar centralmente las inversiones extranjeras en los estados miembros de la UE, requiriéndose el examen y el consentimiento de Bruselas cuando una empresa estatal extranjera desea invertir en los puertos, infraestructura energética o industrias de defensa de la UE. De consumarse esto, podría abrirse una fractura en la UE entre los viejos países centrales y los del Este dando lugar a dos centros de gravedad, lo que podría agravar la crisis de la UE con capitales con las que ya mantiene diferencias importantes en materia de libertades democráticas, gestión de la inmigración, etcétera. Para los países de esta zona, las ventajas económicas que ofrece Beijing compensan los riesgos políticos. Los países de Europa Central y Oriental (PECO), alzados como uno de los grandes centros de interés global de China, dicen no querer enfrentarse a la UE pero que ese marco 16+1 sirve a los intereses de sus países, de China y también de Europa y la UE. El proyecto de mejora de la línea Budapest-Belgrado, financiado por China, será el 88 VANGUARDIA | DOSSIER primero que involucra a un miembro de la UE, China y un miembro europeo no perteneciente a la UE, Serbia, y creará una importante y moderna ruta de mercancías a Europa Occidental a través de Europa Central. Budapest podría ser también el punto de conexión de una línea ferroviaria que uniría el puerto de El Pireo con Austria. Estos desarrollos e impulsos no son inspirados por la UE, aún inmersa en sus políticas de ajuste. Y China quiere más líneas ferroviarias, más infraestructuras, más vuelos directos, etcétera, para reforzar la conectividad a todos los niveles. La apuesta por los puertos del sur haría disminuir el nivel del comercio de los puertos del norte de Europa. Eso podría explicar algunas reticencias. También proporcionaría mayor relevancia a los países del sur, incluyendo a Portugal y España. Grecia, que no es parte de este foro, ya es un importante centro de inversión china en la UE. En su puerto de El Pireo, China ha invertido más de 500 millones de dólares y su empresa estatal COSCO desempeña un papel clave en la gestión. El Pireo sirve de puerta de entrada para el transporte marítimo chino hacia la UE. No obstante, a día de hoy, estas tendencias han despertado la preocupación en las firmas europeas, temerosas de perder mercado e iniciativa, alentando el temor de una división del bloque continental. Socios y no aliados Cuando China dio a conocer su primer documento de Política hacia la UE (2003), confiaba en que Europa, su primer socio comercial, podría dotarse de una estructura política autónoma capaz de actuar a nivel global con la autonomía suficiente como para distanciarse de EE.UU. A pesar de que China y Europa no son rivales en seguridad, pronto se pudo comprobar que esto era una ilusión. En los asuntos de interés para China, Bruselas se cuidaría mucho de afear los intereses de Washington, y las sucesivas crisis internas acabarían por ajustar el enfoque de su política, primando de modo claro el establecimiento de relaciones privilegiadas con las capitales europeas más determinantes, en especial, Berlín, Londres o París. China y la UE nunca defenderán los mismos valores en razón de sus diferencias ideológicas y de sistema político. Pero la exclusión de una alianza no impide reconocer que la UE pueda establecer con ella un modelo diferenciado de cooperación. El futuro de Europa también pasa por una diversificación activa de las relaciones. La multiplicación de la confianza recíproca es indispensable para que ambas partes sumen en dicha ecuación. para saber más literatura cine viajes webs libros LA UE AFRONTA UNAS ELECCIONES EN MAYO QUE TANTO EUROESCÉPTICOS COMO EUROPEÍSTAS COINCIDEN EN SEÑALAR COMO DECISIVAS. PARA LOS PRIMEROS, NO SE TRATA SÓLO DE OTRA OCASIÓN PARA EXPRESAR EL ENÉSIMO CASTIGO A LAS ÉLITES, SINO QUE ESTA VEZ VISLUMBRAN LA OPORTUNIDAD DE TRANSFORMAR DE VERDAD EL SENTIDO DEL PROYECTO DE INTEGRACIÓN, SUSTITUYENDO LA IDEA DE UNA EUROPA SUPRANACIONAL POR LA RECUPERACIÓN DE COMPETENCIAS QUE PERMITA A LOS ESTADOS VOLVER A TENER EL CONTROL. POR SU PARTE, LOS PROEUROPEOS OSCILAN ENTRE LAS PROMESAS DE REFUNDACIÓN Y LA MOVILIZACIÓN DE LOS ELECTORES QUE EVITE EL AVANCE DE LAS FUERZAS EURÓFOBAS. AQUÍ LES PROPONEMOS DIEZ LIBROS RECIENTES QUE APORTAN PUNTOS DE VISTA MUY DIVERSOS SOBRE ESTA CUESTIÓN. Quand l’Europe improvise Dix ans de crises politiques LUUK VAN MIDDELAAR. GALLIMARD, PARÍS, 2018 (EDICIÓN ORIGINAL EN NEERLANDÉS DE 2017). 408 PÁGINAS. Con su segundo libro en solitario, Luuk van Middelaar confirma que es un pensador clave en el debate actual sobre el sentido y la naturaleza del proceso de integración. En esta obra, Van Middelaar interpreta la historia desde la famosa imagen de Hegel sobre el vuelo nocturno de la lechuza de Minerva: las transformaciones y desafíos existenciales que estamos viviendo hoy son la cristalización de la reestructuración del continente entre 1989 y 1993, pero hemos tardado un cuarto de siglo en entenderlos. Se analiza la reacción de la Unión Europea ante la última década de crisis encadenadas: crisis financiera, monetaria y presupuestaria, crisis de seguridad en el Este de Europa, crisis humanitaria en el Mediterráneo y el desafío existencial del final de la alianza euro-atlántica (Brexit y Trump). Lejos del catastrofismo de otros autores, Van Middelaar señala una obviedad que a veces pasa desapercibida en los debates públicos: la UE ha sobrevivido a cada una de esas crisis. Pero, en vez de repetir banalmente el tópico de que la construcción europea avanza con ellas, el autor saca una conclusión sugerente: la UE ha abandonado el relato de Monnet –un avance lento pero progresivo siempre en la dirección de una Europa más amplia y unida– y ha tomado conciencia de su mortalidad como proyecto. VANGUARDIA | DOSSIER 89 para saber más libros Ignacio Molina y Luis Bouza. Profesores de ciencia política en la Universidad Autónoma de Madrid. mocráticamente las interdependencias ya irresolubles entre los pueblos europeos. After Europe IVAN KRASTEV. UNIVERSITY OF PENNSYLVANIA PRESS, FILADELFIA, 2017. 118 PÁGINAS. La democracia en Europa Una filosofía política de la Unión Europea DANIEL INNERARITY. GALAXIA GUTENBERG, BARCELONA, 2017. 384 PÁGINAS. El título, de inspiración tocquevilliana, anticipa bien la perspectiva del autor: seguir analizando el viejo mundo con las herramientas del antiguo es un grave error tanto conceptual como político. Y sin embargo es algo que analistas y actores políticos tienden a hacer sobre la UE sin descanso: contemplar su naturaleza, crisis y oportunidades utilizando las herramientas de la política estatal. A partir de aquí, el libro se aplica a la gran cuestión de hasta qué punto el futuro de la gobernanza continental será democrático. Descarta las críticas escépticas sobre el déficit democrático de la UE, también conocidas como tesis del no demos: puesto que la UE no es ni será un Estado, su capacidad de funcionar como democracia dependerá no tanto de su capacidad de crear un pueblo europeo sino de gestionar de90 VANGUARDIA | DOSSIER El aclamado libro del politólogo búlgaro es el relato de una claudicación. Partiendo de un punto de vista parecido al de Van Middelaar, el trabajo llega a una conclusión casi opuesta: los ciudadanos europeos no son conscientes del declive de su continente y no están dispuestos a secundar el combate de las meritocráticas élites europeas por la defensa de una Europa y un orden internacional basado en normas liberales. La posición del autor está fuertemente influenciada por la actitud de los ciudadanos y élites de Europa Central y Oriental durante la crisis de los refugiados. Krastev recomienda a la UE intentar desmovilizar a los populistas adoptando la parte de su agenda que sea más digerible. Antes, no obstante, convendría que analizaran los datos de opinión y la correlación de fuerzas con mucha más atención de lo que lo hace el autor. Fractured continent Europe’s Crisis and the Fate of the West WILLIAM DROZDIAK. NORTON, NUEVA denses (ya sean premios Nobel como Joseph Stiglitz o influyentes redactores de prensa como éste) para entender a la UE y sus estados miembros. Una visión deformada que muchas veces se comparte desde Londres, como confirmó Financial Times al declararlo el mejor libro político del año. El autor repasa las tensiones internas de una decena de países para examinar si el fin de la guerra fría ha fortalecido o fracturado al continente pero, detrás de esa atractiva pregunta, se deja arrastrar casi siempre por tópicos distorsionados. En el colorido viaje del autor por las capitales domina la sensación de extrema fragilidad y no falta ningún lugar común, alcanzándose el cénit del simplismo en los capítulos dedicados a Italia, España y Grecia. Hacer Europa y no la guerra Una apuesta europeísta frente a Trump y el Brexit ENRICO LETTA, CON LA COLABORA CIÓN DE SÉBASTIEN MAILLARD. PENÍNSULA, BARCELONA, 2017. 192 PÁGINAS. Las crisis de Europa MANUEL CASTELLS Y OTROS AUTORES. ALIANZA, MADRID, 2018. 648 PÁGINAS. YORK, 2017. 298 PÁGINAS. Este trabajo, escrito por un antiguo corresponsal para Europa del Washington Post, muestra los graves problemas que tienen hoy los analistas estadouni- enfrentado la Unión Europea en los últimos años. Destacados economistas, sociólogos y politólogos examinan una tormenta perfecta de desafíos que incluyen, entre otros, la Gran Recesión, la crisis del euro y la austeridad, el drama griego, la xenofobia, los refugiados, los problemas de legitimidad de la UE, el Brexit, o el declive de la socialdemocracia. La pregunta es: ¿se desvanece el sueño europeo? La respuesta no es muy optimista: mientras los fundamentos de la vida cotidiana funcionen sin contratiempos, la integración se aprecia y apoya. Pero, si surge una crisis que exija solidaridad, la debilidad de la identidad europea lleva al predominio de los intereses nacionales. Este voluminoso trabajo colectivo reúne los análisis de más de treinta autores de muy diversas nacionalidades que abordan la acumulación y retroalimentación de crisis a la que se ha Hubo un tiempo reciente en el que Italia tenía gobiernos liderados por políticos intensamente europeístas como Enrico Letta, que en este libro renueva su apuesta por la UE a pesar de la policrisis interna que ha revelado su carácter mortal y un entorno internacional dominado por matones (brutes según el título original del libro en francés) como Trump, Putin y Erdogan. La tesis central es que hay que “desbruselizar” Europa y acercar la toma de decisiones a la ciudadanía –aunque evitando los referéndums– de forma que los populismos no puedan seguir presentando a la Unión como un proyecto tecnocrático. Es bastante nítida la sintonía de esta idea, y de otras reformas mencionadas, con los célebres discursos europeístas del presidente Macron y sus consultas ciudadanas. Letta llama a presentar Europa como una apuesta ilusionante por lo mejor de la globalización (una potencia de valores) en vez de como una mera reacción frente a lo peor (declive tecnocrático en un mundo hostil). munidades diversas que medio convivían, se aspiraba a una imposible pureza que exigía intercambios masivos de poblaciones. Cientos de miles de desplazados obligados a aceptar que donde tenían vida y tierras ancestrales pasaba ahora a ser el país del enemigo, y a establecerse en un lugar desconocido que supuestamente sería el suyo por el simple hecho de que el nuevo vecino tendría la misma lengua o religión. Una huida luego blindada con las fronteras militarizadas de la guerra fría que ni siquiera pudo evitar las terribles guerras yugoslavas. Y una realidad actual, como demuestran las discusiones territoriales entre Serbia y sus vecinos, o los refugiados sirios. Border KAPKA KASSABOVA. GRANTA BOOKS, LONDRES, 2017. 400 PÁGINAS La tribalización de Europa Una defensa de nuestros valores liberales Este combativo librito expone los peligros que supone para la UE la aparición de movimientos nacionalistas y populistas. La politóloga danesa, que ha vivido en casa el auge de un robusto partido euroescéptico Cómo la UE puede volver a enamorar (COORDS.). B POLITICS MAGAZINE, MONOGRÁFICO 03, 2017. 80 PÁGINAS. A Progressive Vision of Sovereignty for a Post-Neoliberal World WILLIAM MITCHELL Y THOMAS FAZI. PLUTO PRESS, LONDRES, 2017. 267 PÁGINAS. MARLENE WIND. ESPASA, BARCELONA, 2019. 160 PÁGINAS. denominada escuela de Amsterdam– que señala que tanto la globalización económica como la integración europea son un proyecto de clase que no consiste tanto en desmantelar el Estado como en ponerlo al servicio de un proyecto radical de redefinición de sus fronteras con el mercado y la sociedad. Los autores piensan que la única alternativa real es copiar la estrategia de sus rivales: usar el Estado para una ruptura radical con el orden emergente. ITZIAR GARCÍA Y XAVIER PEYTIBI Reclaiming the State A Journey to the Edge of Europe. Este es un libro sobre la magia de la mezcla en el lugar más mestizo del continente, sobre el trasiego de fronteras y personas realizado en Europa sudoriental, sobre todo al comienzo del siglo XX por el empeño de los pueblos de esa región de hacer coincidir los nuevos estados surgidos de la desintegración otomana con su etnia, su idioma y su Iglesia nacional. En vez de aceptar el secular paisaje moteado e intermitente de co- y antiinmigración, pone el dardo en el Brexit, los gobiernos iliberales de Hungría o Polonia, los independentismos y otras fuerzas centrífugas que amenazan con extender la antes mencionada balcanización a la parte occidental del continente. Para la autora, el declive del poder europeo en un mundo cada vez más competitivo hace que cualquier tendencia que lleve a la disgregación o a la ruptura de sus estados deba ser rechazada como debilitadora de la influencia e incluso de la supervivencia de Europa. La obra se centra en una corriente no minúscula de pensamiento crítico británico que defiende el Lexit (o left Brexit) y cree que el abandono de la UE supone una oportunidad política y social. Los autores se enmarcan en una corriente de economía política –a veces Este monográfico de voces diversas gira en torno a una misma preocupación: la UE carece de una conexión emocional con la ciudadanía, que tiende a pensar la integración como un sistema burocrático más que como un proyecto político o social sustantivo. En este sentido, la mayor parte de contribuciones piensan que la UE debe situar en el centro de sus debates aspectos como los valores europeos, la creación de un nuevo contrato social para el siglo XXI, un relato común o una encarnación mediante un presidente directamente electo. El proyecto comunitario, presentado a priori como una relación apasionada, siempre fue un razonable matrimonio de conveniencia. Como en todo matrimonio concertado, con el roce puede venir el cariño, pero está por ver que 70 años para los primeros, y 10 para los últimos miembros de la familia, sean suficientes. VANGUARDIA | DOSSIER 91 para saber más literatura Mauricio Bach. Profesor, crítico literario y traductor. La capital ROBERT MENASSE. SEIX BARRAL, BARCELONA. 480 PÁGINAS. La capital del título no es otra que Bruselas, sede del núcleo más importante de la burocracia europea. Con afilado sentido del humor, el austriaco Robert Menasse (Viena, 1954) pone en escena una sátira feroz del día a día –con todos sus absurdos y disparates– de la capital de la Unión Europea. Para ello entrecruza varias tramas en las que asoma una variopinta fauna humana de diversas nacionalidades compuesta por grises chupatintas, altos funcionarios, burócratas profesionales, asesores, expertos, lobistas, políticos, lugareños y hasta un cerdo que corretea libre por la Grand Place (impactante escena con la que arranca el libro). Menasse toma como punto de partida los preparativos del cincuenta aniversario de la creación de la Comisión Europea, que se quiere celebrar homenajeando a Auschwitz (para lo cual se invita a un grupo de supervivientes). Y en esta Bruselas gris (y no tan aburrida como dice el tópico) se ponen en escena intereses comerciales, enredos personales, maniobras políticas… Entre carcajada y carcajada, la novela plantea una visión muy veraz (aunque ciertamente distorsionada por el esperpento) de la ciudad y las personas que rigen el invento político de la Europa unida. No se trata, ni mucho menos, de una novela antieuropeísta, pero sí denuncia los excesos y torpezas de una burocracia que muchas veces se mueve por sus propios intereses corporativos. Galardonada en el 2017 con el premio Deutscher Buchpreis, es una mordaz visión de una Unión Europea que, pese a sus fallos, todos deseamos que dure muchos años. La liebre de los ojos de ámbar EDMUND DE WAAL. ACANTILADO, BARCELONA, 2012. 368 PÁGINAS. Su publicación hace unos años constituyó una inesperada y muy grata sorpresa. El autor, Edmund de Waal, es un ceramista británico, que a partir de una figurita de marfil heredada–la liebre del título– reconstruía la historia de su familia. 92 VANGUARDIA | DOSSIER No es por tanto una novela, sino un libro de memorias, pero que se lee como una novela gracias a la pasión con la que se relata esta saga que recorre dos siglos –el XIX y el XX– y buena parte de Europa y del mundo. Es un libro bellísimo que, a través de una historia particular –la de una figurita de marfil y la de una familia–, es capaz de evocar la compleja historia europea, los hechos más destacados, los cambios sociales, las transformaciones culturales, las guerras, los movimientos migratorios, el drama del exilio… libre y que, al enterarse de la existencia de un campamento de refugiados en Berlín, decide presentarse voluntario para echar una mano. Allí entrará en contacto con un grupo de la buena voluntad, la comunicación no siempre resulta fácil y se producen malentendidos y choques culturales, mientras las autoridades políticas se limitan a aplicar la ley con fría determinación. La autora tiene el mérito de abordar sin maniqueísmos ni sentimentalismos facilones un problema no resuelto en la Europa actual que marca la agenda política y da alas al populismo ultraderechista. Comimos y bebimos IGNACIO PEYRÓ, LIBROS DEL ASTEROIDE, BARCELONA, 2018. 264 Yo voy, tú vas, él va PÁGINAS. JENNY ERPENBECK. ANAGRAMA, BARCELONA, 2018. 336 PÁGINAS. Ambientada en Alemania, la novela narra la historia de un profesor universitario recién jubilado, que de pronto se encuentra con mucho tiempo jóvenes llegados desde países lejanos huyendo de la guerra y la miseria, y el viejo profesor escuchará historias cargadas a partes iguales de desolación y esperanza. Sin embargo, pese a El subtítulo de este delicioso libro misceláneo es bastante esclarecedor: “Notas de cocina y vida”. Es, en efecto, una reunión de textos que tienen como eje vertebrador la gastronomía, pero en los cuales se habla tam- pintando Picasso llegue a exhibirse en el pabellón de la República en la Exposición Universal para conseguir apoyos a la causa de otros países. Estamos en una Europa muy lejana, la de la guerra civil española que sirvió de ensayo general de lo que vendría después. Era aque- bién de otros muchos temas, se reúne un jugoso anecdotario y se viaja por Europa: aparece España, pero también Inglaterra, Francia, Italia…, con pinceladas de los modos y costumbres de esos países. Europa es un proyecto político, pero también la suma de una serie de realidades con mucha historia detrás. Y la cocina es –como bien sabía Josep Pla, al que se cita en varias ocasiones en el libro– una manera de entender y explicar una cultura. El anterior libro del autor, Pompa y circunstancia, era un personal recorrido en forma de diccionario por la cultura británica, con muchas páginas dedicadas a la política que ayudan a entender las corrientes internas de ese país que han llevado al Brexit. Sabotaje lla una Europa no cohesionada, barrida por el auge de fascismos y nacionalismos que desembocaron en una guerra mundial. Precisamente la Unión Europea nació con el fin –entre otros– de que estas situaciones no volvieran a producirse. La novela, amena y trepidante, es una buena reconstrucción histórica de aquella Europa dividida y tensionada que no debería volver. Hacia la boda ARTURO PÉREZ REVERTE. JOHN BERGER. ALFAGUARA, MADRID, ALFAGUARA, MADRID, 2018. 376 2011. 192 PÁGINAS. PÁGINAS. Tercera y más reciente entrega de las andanzas del espía Lorenzo Falcó. En este caso, en plena Guerra Civil, el agente al servicio del bando nacional recibe el encargo de viajar a París para impedir que el Guernica que está quia se dirigen a las orillas del río Po para asistir a la boda de su hija. Durante este doble periplo por Europa se sucederán los encuentros con diversos personajes que le permitirán al autor trazar un mapa humano de Europa y sus problemáticas. A lo largo del recorrido de los personajes van apareciendo problemas sociales y realidades culturales diversas, y finalmente Berger reivindica a las personas y la fuerza del amor como elemento cohesionador. El autor abordó la evolución sociopolítica europea en otros libros, como en la notable tri- logía De sus fatigas (formada por las novelas Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag), centrada en los procesos migratorios del campo a los grandes centros urbanos. Expo 58 JONATHAN COE. ANAGRAMA, Británico que vivía en la Alta Saboya, en Francia, John Berger (1926-2017) se sentía ante todo europeo. En esta novela relata un doble viaje por el continente: un padre que viaja en moto desde Francia y una madre que viaja en autocar desde Eslova- BARCELONA, 2015. 320 PÁGINAS. Mitad novela de espías, mitad historia de amor, aderezada con un humor muy británico y una sólida ambientación histórica, la novela relata las andanzas de un joven funcionario británico al que su gobierno envía a hacerse cargo del pub del pabellón patrio en la famosa Exposición Universal que se celebró en 1958 en Bruselas, la del Atomium. El ingenuo funcionario descubrirá el amor mientras en casa le esperan su esposa y la recién nacida hija, se verá involucrado –y utilizado– en una trama de espionaje entre las dos potencias enfrentadas en la entonces muy viva guerra fría y conocerá el mundo que hay más allá de su anodina vida de británico de clase media. La novela habla, entre otras cosas, de los sueños de cohesión europea de aquellos años cincuenta y de los recelos entre los diversos países. Coe es uno de los más certeros retratistas de la Gran Bretaña contemporánea y su novela más reciente, Middle England (todavía inédita en España, donde se publicará entre finales del 2019 y principios del 2020) es un análisis magistral del Brexit: cómo se fue cocinando el antieuropeísmo de una parte sustancial de la sociedad británica y cómo una gestión política entre torpe y malintencionada desembocó en el famoso referéndum ganado por los pelos por los partidarios de la salida de Europa. VANGUARDIA | DOSSIER 93 para saber más Cine Àngel Quintana. Catedrático de Historia y Teoría del Cine en la Universitat de Girona. La melancolía del refugiado EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA. TÍTULO ORIGINAL: TOIVON TUOLLA PUOLEN. FINLANDIA, 2017. DIRECTOR: AKI KAURISMAKI. INTÉRPRETES: SAKARI KUOSMANEN, SHERWAN HAJI. El cineasta finlandés Aki Kaurismaki es conocido por su humor ácido, por su minimalismo, su gusto por los ambientes retro y el laconismo que acompaña la existencia de unos personajes presentados como seres atrapados en un mundo que no les corresponde. Kaurismaki trasladó estas cuestiones hacia el problema de los refugiados en El otro lado de la esperanza. La película pivota en torno a dos cuestiones fundamentales: la solidaridad humana y la crueldad del orden impuesto desde la política. Kaurismaki cree en la bondad del ser humano, en la ayuda, en la esperanza como motivación y en la solidaridad como valor. Por este motivo los personajes de El otro lado de la esperanza son seres humanizados que actúan como personas a la búsqueda de la libertad y la dignidad, a pesar de sentirse atrapados en la melancolía del exilio. Sin embargo la sociedad se rige por sus propios aparatos, por sus legislaciones y por sus construcciones políticas. El Estado surge como un aparato burocrático sin sentimientos, alejado de esa A la izquierda, Sherwan Haji encarna al refugiado sirio Khaled que busca a su hermana en Helsinki. humanidad a la que apela Aki Kaurismaki. El otro lado de la esperanza puede considerarse como una fábula sobre las enfermedades de la Europa contemporánea: el exilio y el paro. Un emigrante sirio llega a Helsinki buscando a su hermana a la que ha perdido durante la larga huida desde su pueblo en guerra. El hombre no tiene papeles, y le niegan el asilo. A pesar de todo, huye y se refugia en la trastienda de un restaurante. Junto a este relato la película cuenta la historia de un vendedor de camisas al que la crisis ha obligado a cerrar su empresa y que quiere rehacer su vida. La solidaridad entre los personajes se materializa en la apertura del restaurante. El azar permite el encuentro entre el refugiado y su hermana, pero a pesar de todo hay algo obscuro que no permite que los valores humanos surjan y se instalen con fuerza. Junto a la esperanza también está la impotencia frente a la guerra, la falta de justicia social, el racismo xenófobo y las crisis identitarias. La bondad subversiva LÁZARO FELIZ. TÍTULO ORIGINAL: LAZZARO FELICE. ITALIA, 2018. DIRECTORA: ALICE ROHRWACHER. INTÉRPRETES: ADRIANO TARDIOLO, ALBA ROHRWACHER Y SERGI LÓPEZ. En algún lugar de la Italia central, un grupo de personajes viven en un ambiente rural al ritmo de la naturaleza. No obstante, hay algo siniestro en sus vidas que se pone de manifiesto cuando descubrimos que trabajan para el gran señor de las tierras dentro de un universo feudal. A partir de ahí, Alice Rohrwacher nos traslada a otro mundo más cercano al presente en que un joven santo inocente sobrevive en medio de la crisis económica en la perifieria de 94 VANGUARDIA | DOSSIER Milán. De repente, parece como si se convocaran una serie de mitos del cine italiano, como la idea del joven bondadoso e inocente –Milagro en Milán de De Sica, Uccellacci e Uccellini de Pasolini–, el de la chica lunática que intenta poetizar una realidad que se le escapa –La strada de Fellini– o el de los pícaros que intentan caminos para la supervivencia –Almas sin conciencia de Fellini o Rufufú de Monicelli–. Todos estos arquetipos sirven para explorar una realidad social en transformación en el que todos los valores del pasado se desmoronan, y la mentira penetra en el corazón de la sociedad. Mientras los viejos aristócratas agonizan, los bancos controlan y determinan la política. En medio de una Europa cambiante, la cuestión que propone Alice Rohwacher no pasa por el nihilismo sino por comprender cómo hoy puede sobrevivir la inocencia. En la cultura italiana un mito esencial ha sido el del poder subversivo de la bondad. Pier Paolo Pasolini lo utilizó en muchas de sus obras, mientras que Roberto Rossellini encontró su esencia en el legado franciscano. Lazzaro felice resulta una película inusual y ejemplar. Frente a la deriva que puede adquirir el pesimismo social ante una Europa sin futuro, surge la posibilidad de volver a la bondad, de resucitar las raíces humanistas europeas como elemento clave para vislumbrar otro futuro. La izquierda superviviente LA FÁBRICA DE NADA. TÍTULO ORIGINAL: A FÁBRICA DE NADA. PORTUGAL: 2017. DIRECTOR: PEDRO PINHO. INTÉRPRETES: JOSÉ SMITH VARGAS, JOAQUIM BICHANA. A nivel popular el Gobierno portugués presidido por Antonio Costa, gracias a un pacto con la izquierda comunista y los antisistema, se conoce con el nombre de la jerigonza porqué la política de izquierdas es como una máquina vieja que, a pesar de todo, funciona. La fábrica de nada de Pedro Pinho se sitúa al inicio de la crisis, cuando los trabajadores de una fábrica de ascensores descubren que la dirección de la empresa quiere llevar a cabo un proceso de deslocalización. Los trabajadores resisten y luchan para buscar alternativas. La película conecta con la política portuguesa porque a partir de un problema sindical plantea nuevas formas para solucionar una vieja crisis. Empieza como una obra de debate sobre el futuro de la izquierda europea, pero acaba imponiéndose como una reflexión sobre qué pasa cuando los conceptos derecha/izquierda son substituidos por la dialéctica sistema/antisistema. Al final reflexiona sobre cómo se puede llegar a sobrevivir en un mundo nuevo recuperando los retos de los viejos debates de la izquierda. La cuestión reside en cómo pueden transformarse en un presente en el que los juegos de fuerza son más complejos. El orgullo de los poderosos WESTERN. ALEMANIA, 2017. DIRECTORA: VALESKA GRISEBACH. INTÉRPRETES: MEINHARD NEUMAN, REINHARD WETREK. En la nueva generación del cine alemán ha estallado una cierta mala conciencia frente a la dominación económica alemana frente al resto de países de la Unión Europea. El asunto tiene mucho que ver con las leyes de austeridad decretadas por Angela Merkel y el impacto en los países del sur de Europa, pero también por la política de explotación que las empresas alemanas llevan a cabo en los países de la antigua europea del Este. La cineasta Mare Aden ya denunció la situación en Toni Erdmann (2016). Aden ha sido la productora de Western de Valeska Grisebach donde el tema central es la arrogancia y el orgullo alemán frente al otro. Western tiene como protagonistas a un grupo de obreros alemanes que trabajan en un proyecto de construcción que tiene lugar en un pequeño pueblo de Bulgaria. Las referencias al western tienen que ver con la mitología que la propia película trabaja. Los obreros son como una banda de forajidos que llegan a la aldea, que actúan con arrogancia frente a los habitantes del lugar, se emborrachan en los bares, mientras surge una violencia latente que tiene que ver con las cuestiones de clase y con el dominio cultural. El populismo de la extrema derecha ESA ES NUESTRA TIERRA. TÍTULO ORIGINAL: CHEZ NOUS. FRANCIA, 2017. DIRECTOR: LUCAS BELVAUX. INTÉRPRETES: ÉMILIE DEQUENNE, ANDRÉ DUSSOLLIER. En enero de 2017, cuando las redes sociales difundieron el tráiler de Esa es nuestra tierra, la presidenta del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, enfureció y acusó a los productores de beneficiarse del dinero público para hacer una película orientada a desprestigiar un grupo político antes de las elecciones presidenciales. Lucas Belvaux, director de origen belga afincado en Francia, afirmó que con su película quería explorar cómo el discurso de la extrema derecha penetra en el corazón de las clases medias y de los obreros apartados por la crisis. La película cuenta la historia de una enfermera de clase media que se siente tentada por los nuevos discursos sobre la necesidad de proteger Francia de los extranjeros. La chica decide presentarse a las elecciones como candidata de un grupo de extrema derecha sin sospechar que detrás de las apariencias están las fuerzas paramilitares y que está haciendo el juego a un racismo latente. Émilie Dequenne interpreta a una enfermera que se implica en el Frente Nacional. El otro desprotegido Los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne han construido una sólida filmografía que ha ido anunciando los diferentes males de la Europa contemporánea. Desde La promesa hasta La chica desconocida han partido de micro-historias ambientadas en un barrio de las afueras de Lieja (Bélgica), para buscar los gestos humanos que pueden transformar el mundo. La chica desconocida (2016) tiene como protagonista a una chica joven que se establece en un consultorio médico. Un día llaman a su puerta pero ella no abre porqué está finalizando su jornada laboral. Al cabo de unos días aparece el cadáver de una mujer africana en las orillas del río. La protagonista intenta investigar quién es la mujer muerta mientras se enfrenta a sus problemas internos de conciencia. Los hermanos Dardenne utilizan la fábula para plantear problemas que tienen que ver con los fundamentos de la fraternidad. Su mirada no es religiosa sino laica. La cuestión esencial reside en cómo recuperar la ética en un mundo en que los valores se degradado y en cómo despertar la conciencia adormecida de Europa en relación a ese otro desprotegido. VANGUARDIA | DOSSIER 95 para saber más viajes Josep Mª Palau Riberaygua. Periodista especializado en viajes y profesor de Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y del máster de la Organización Mundial del Turismo - UOC. Ganador del premio del Festival Internacional de Periodismo de Perugia 2018. BERLÍN La ciudad del eterno retorno Para visitar… Cumplir con la tríada de visitas imprescindible: la Puerta de Brandenburgo, la cúpula del Reichstag y el Museo del Holocausto. Se encuentran a poca distancia. Recorrer la East Side Gallery, una suerte de galería de arte al aire libre con 101 imágenes pintadas en un fragmento conservado del Muro como recordatorio y advertencia. Subir a lo alto de la torre de Comunicaciones, erigida como símbolo de progreso de la Alemania socialista y, hoy en día, símbolo de la ciudad. Pasear por el Tiergarten, el extenso parque urbano donde se esconde el museo-archivo del movimiento vanguardista de la Bauhaus, que este año celebra su centenario. Darse un chapuzón en el río Spree, en los baños al aire libre de Sommerbad, en NeuKölln. Según la época del El popular distrito de Prenzlauer Berg, una de las zonas hipster por excelencia de la ciudad. | T. Seeliger / Getty P or mucho que uno visite asiduamente Berlín, siempre tiene la sensación de descubrir una ciudad nueva. Tal es la vitalidad de la antigua capital del Muro, con mayúsculas. Un muro que hoy es más virtual que real, aunque todavía haya diferencias entre barrios y se conserven algunos fragmentos del mismo como recordatorio de un pasado que se resiste a ser olvidado del todo. Distintos programas de ayuda al desarrollo de la Unión Europea han contribuido a recuperar –algunos dirían que a gentrificar– zonas hoy tan populares como el distrito de Prenzlauer Berg, una de las zonas hipster por excelencia de la capital alemana. Una capitalidad recuperada no hace tantos años, cuando Bonn la perdió en favor 96 VANGUARDIA | DOSSIER de Berlín. Sin ir más lejos, el histórico edificio del Reichstag es la sede del Parlamento alemán sólo desde su reapertura en el año 1999. Y en el relativamente corto plazo de tiempo que va hasta hoy, se ha hecho notar: politólogos y economistas coinciden en señalar Berlín como la auténtica sede efectiva del poder europeo. Y eso en una ciudad que no dispone una City cuajada de entidades financieras como Londres ni disfruta del entramado industrial más importante de Alemania. Por si fuera poco, se calcula que la media de edad de su población supera ligeramente los 30 años. Todo ello hace que Berlín sea una ciudad joven de corazón, pero menos en las formas, ya que atesora con orgullo múltiples año, sólo para intrépidos. cicatrices de la historia. Una de ellas se está borrando: el palacio Imperial, destruido en 1950 por las autoridades comunistas como símbolo del absolutismo prusiano, cuyas obras avanzan a ojos vista. Una parte ya se puede visitar; no así los museos Etnológico de Dahlem y de Arte Asiático, que serán reubicados aquí. La fachada reproducirá fielmente el antiguo palacio barroco, si bien se tratará inevitablemente de un artificio. En lo que siempre destaca Berlín, no obstante, es en su capacidad de reinterpretarse. Basta con echar un vistazo al antiguo aeropuerto aliado de Tempelhof, hoy reconvertido en parque ciudadano, pero también en refugio improvisado puntualmente para inmigrantes huidos de Siria. MILÁN Para visitar… Signo de los tiempos L a tradición gastronómica de Milán apunta más al arroz que a la pasta, así como a especialidades como la cotoletta a la milanese, a la que por sus dimensiones también llaman orecchio di elefante. Esta oreja no es otra cosa que un gran chuletón empanado y frito en mantequilla, servido en locales donde te reciben con un montón de trufas protegidas por una campana de cristal a la entrada y donde no para de llegar personal de afectada elegancia e informalidad diseñada. Esta y otras particularidades marcan distancias con el resto del país, distancia que ciertos movimientos políticos y poderes empresariales extienden hasta el punto de poner en duda la utilidad de una Europa unida. De momento la cosa no va a más porque, por suerte para la Unión, el milanés es profundamente práctico, excepto en lo tocante a la estética, que es su perdición. Ejemplo: multitudes elegantes hacen cola frente al Starbucks de Piazza Cordusio, el “local más bonito del mundo”, instalado en el Palazzo della Poste, un histórico edificio de correos. Sólo así se han dejado Visitar el Duomo o catedral de Milán, un espectacular templo revestido de mármol blanco rosado. convencer los milaneses para cambiar el expreso cortísimo por una enorme cantidad de café americano servida en vaso de plástico. Las filas son comparables a las de la entrada del Duomo, la catedral vecina que parece confeccionada con nata montada. Sólo que, allí, los que esperan pacientes son los turistas. Hay que pasear por su terraza panorámica entre pináculos. Ver el Cenacolo Vinciano o Última Cena de Leonardo Da Vinci. Todavía se halla en lo que fue la pared del comedor del antiguo convento de los dominicos de Santa Maria delle Grazie. Reserva previa perentoria. Pasear entre la desmesura y la admiración que provocan las exclusivas tiendas de moda de la vía Montenapoleone. En la calle una auténtica exposición de coches de lujo. Sin embargo, los milaneses prefieren la vía della Spiga. Para los atrevidos, probar la emoción del túnel de viento AeroGravity, el mayor del mundo para la La terraza del Duomo permite una vista panorámica sobre la simulación de caída libre. Se ciudad, entre un bosque de pináculos. | Mattia Gravili / Getty encuentra al lado del recinto ferial. BUDAPEST Entre Oriente y Occidente L as abundantes raciones de tarta de manzana que se sirven en las terrazas que bordean el Danubio, en la orilla de Pest, son uno de los rastros del viejo imperio que conserva la capital húngara, a pesar de Lajos Kossuth, político nacionalista que se significó durante la revolución de 1848 –la llamada primavera de las naciones– y que era contrario a concederle nada a la Casa de Austria, reafirmando así la independencia de Hungría. También se mantiene el gusto local por los baños termales, que se remontan a la época de los romanos, pero no pueden negar su impronta turca. Porque el país magiar siempre ha sido bisagra entre Oriente y Occidente, circunstancia que no es del agrado de todos hoy en día. Así, en el edificio neogótico del Parlamento, que también alberga las oficinas del primer ministro y del presidente de la República, se han aprobado leyes donde prácticamente se criminaliza ayudar a un inmigrante o refugiado. La visita del edificio es gratuita para los ciudadanos de la Unión Europea, por ahora. El Gobierno también ha lanzado campañas de regusto antisemita contra la fundación Open Society, financiada por el filántropo George Soros, olvidando quizá que en la ciudad se encuentra la mayor sinagoga de Europa y la segunda del mundo. Para visitar… Por la parte de Buda, acercarse al atardecer al bastión de los Pescadores para ver la panorámica. Está junto la iglesia de Matías, antiguo escenario de coronaciones imperiales. Sucumbir a la tentación de los baños: el tradicional balneario de Gellert no defrauda en la capital europea con más fuentes termales del mundo. Pasear por el cementerio histó rico de Kerepesi como hacen los locales. En realidad es un gran parque arbolado que, entre sus ramas, esconde el Mausoleo del Movimiento del Trabajo o las tumbas de los caídos en la II Guerra Mundial. Un recorrido por la plaza Vörösmarty y la zona peatonal y comercial de la calle Váci, coloridas y llenas de vida.. El balneario Gellert de Budapest, descubierto en 1918 y construido en 1927. | Lipnitzki-Roger Viollet / Getty VANGUARDIA | DOSSIER 97 para saber más webs Concepció Muñoz Ruiz. Documentalista. Centro de Documentación Europea. Universitat Autònoma de Barcelona. LIBRO BLANCO SOBRE EL FUTURO DE EUROPA https://ec.europa.eu/ commission/future-europe/ white-paper-future-europeand-way-forward_es En este sitio web se puede consultar el libro blanco presentado por la Comisión Europea el 1 de marzo del 2017 y que expone cinco posibles escenarios de evolución de la Unión, en función de las opciones por las que se decante. También se puede acceder a los cinco documentos de reflexión publicados posteriormente para abrir el debate sobre las cuestiones que más afectarán a los europeos en el futuro: dimensión social hasta el 2025, cómo encauzar mejor la globalización, una visión común de la futura configuración de la unión económica y monetaria, el futuro de la defensa europea y las posibles opciones de reforma del presupuesto de la Unión Europea. en España y que tienen como propósito dar a conocer y debatir El Libro blanco sobre el futuro de Europa y el camino a seguir. Además, se puede participar en una consulta pública en línea que recoge opiniones, deseos y expectativas sobre el futuro de la Unión Europea. ELECCIONES EUROPEAS 2019 www.europarl.europa.eu/ news/es/press-room/ elections-press-kit Portal web del Parlamento Europeo con toda la información relativa a las próximas elecciones: fechas clave, datos y cifras, las campañas “Esta vez voto” y “Lo que Europa hace por mí”, encuestas y sondeos de opinión, cabezas de lista y elección de la Comisión Europea, los logros del Parlamento Europeo del 2014 al 2018, resultados de las elecciones del 1979 al 2014, servicios audiovisuales y contenidos multimedia y contactos útiles para los periodistas. CAMBIO DEMOCRÁTICO https://ec.europa.eu/ commission/priorities/ democratic-change_es #FUTURODEEUROPA www.futurodeeuropa.eu Portal en el que se encuentran las convocatorias de los diálogos con los ciudadanos que organizan las instituciones europeas 98 VANGUARDIA | DOSSIER La Comisión presenta los pasos previstos para lograr una UE más democrática y cercana a los ciudadanos. Los ámbitos de actuación son la hoja de ruta sobre el futuro de Europa y la mejora de la legislación, que consiste en elaborar las normas y políticas otras webs “Esta vez voto” www.estavezvoto.eu de la UE de modo que alcancen sus objetivos de la manera más eficaz y eficiente posible. Como objetivos concretos plantea: crear un registro obligatorio de lobbies; encontrar formas de avanzar en la cooperación entre los parlamentos nacionales y la Comisión; revisar las leyes que obligan a la Comisión a autorizar los transgénicos, aun cuando la mayoría de los gobiernos nacionales está en contra de ello y aumentar el número de mujeres en cargos de gestión y otros cargos de administración en la Comisión. Campaña del Parlamento Europeo en la que se propone a los ciudadanos que, además de ir a votar, ayuden a convencer a otros para que acudan a las urnas. Futuro de Europa www.europarl.europa. eu/news/es/headlines/ priorities/futuro-dela-ue Iniciativas en las que ha trabajado el Parlamento Europeo para crear un futuro mejor para la UE. Lo que Europa hace por mí https://what-europedoes-for-me.eu/es/ portal Notas breves que ponen de relieve cómo influye Europa en la vida cotidiana de sus ciudadanos. The Future of the EU (eurotopics) FUENTES DE INFORMACIÓN SOBRE LA UE http://pagines.uab.cat/ fontsue/ca/content/temes Este portal web del Centro de Documentación Europea de la Universitat Autònoma de Barcelona organiza en áreas temáticas los enlaces recopilados con el gestor de información Diigo. De los más de cincuenta temas presentados, guardan especial relación con este dossier: Brexit, elecciones 2019, euro, euroescepticismo, europeísmo, fake news y desinformación, futuro de la Unión Europea y partidos y grupos políticos. www.eurotopics.net/ en/177867/the-future-ofthe-eu# Esta revista de prensa dedica un dossier a los temas de debate sobre el futuro de Europa, en los que también se refleja la diversidad de opiniones que despierta. The Future of Europe (Project Syndicate) www.project-syndicate. org/topic/the-future-ofeurope-1 Firmas de gran prestigio escriben sobre el futuro de Europa en este portal, considerado como la mayor fuente de artículos de opinión del mundo. TEXTOS ORIGINALES nante. Lo è lo sviluppo impetuoso dell’Asia, con intensità e tendenze capaci di trasformare per sempre geopolitica e mercato globale. Lo è un tradizionale nostro punto fermo nelle relazioni internazionali, il legame con gli Stati Uniti, con un inquilino alla Casa Bianca, Donald Trump, che non ha mai fatto mistero di avere, rispetto ai suoi predecessori, un orientamento assai meno costruttivo in merito alla tenuta del legame euro-atlantico. Lo sono infine, solo per citare i macro fattori più incisivi, le tendenze demografiche che certificano la fine della centralità dell’uomo europeo, le incognite sul futuro dell’Africa, le trasformazioni ingenerate dalla rivoluzione tecnologica su ogni aspetto della vita delle nostre comunità, dal lavoro all’educazione, dalle modalità di costruzione e aggregazione del consenso alle stesse idee di libertà e convivenza civile. IL TERZO ATTO DELLA STORIA EUROPEA Enrico Letta DECANO DELLLA PARIS SCHOOL OF INTERNATIONAL AFFAIRS SCIENCESPO (PSIA). PRESIDENT DEL JACQUES DELORS INSTITUTE. EX PRIMO MINISTRO D’ITALIA. L O SPARTIACQUE: LA TERZA CESURA L’Europa, noi tutti, siamo nel pieno di un periodo che gli storici classificheranno come “spartiacque”. Dopo questa fase nulla, per i nostri Paesi e per il nostro destino comune, sarà più come prima. Di momenti cruciali, di cesure di portata simile, ne abbiamo attraversati altri. Il primo è riconducibile alla nascita stessa della Comunità Europea, negli anni Cinquanta. Alle spalle le macerie della guerra mondiale; dinanzi, come orizzonte, l’ambizione di sanare definitivamente la ferità più cruenta del Vecchio Continente, quella della frontiera tra Germania e Francia, che per secoli aveva insanguinato la vita delle nazioni. La seconda cesura, più recente, si è tradotta in realtà in una Rinascita, con la caduta del Muro di Berlino nell’’89 e la piena unificazione tra Est ed Ovest. Anche in questo caso alle spalle c’era un conflitto, meno sanguinoso ma dal potenziale altrettanto esplosivo, la Guerra Fredda. Davanti, come prospettiva, il rilancio del progetto europeo che di lì a poco sarebbe culminato a Maastricht con l’unificazione monetaria. 100 VANGUARDIA | DOSSIER Nascita e Rinascita, dunque. In entrambi i casi, la prospettiva era solo e soltanto intraeuropea: vale a dire inerente a dinamiche tra Stati membri e perfino interne ad essi. Il mondo faceva da sfondo. Oggi, ancora significativamente a distanza di circa 30 anni, siamo dentro il terzo, dirimente, passaggio cruciale della storia europea. L’Unione ci arriva sfiancata non da una guerra propriamente intesa, ma da eventi esogeni la cui portata è equiparabile ai danni causati da un conflitto. Ci arriva dopo un decennio di crisi economica profonda, che ha scosso le fondamenta stesse del nostro modello di sviluppo, eroso i paradigmi di protezione sociale, condizionato radicalmente i movimenti politici e il funzionamento della democrazia. Ci arriva con alcune grandi conquiste incassate, a partire dall’euro e da una gestione di respiro globale della politica monetaria grazie al whatever it takes di Mario Draghi, ma con un processo di integrazione ancora parziale, incompleto, deficitario sul piano della legittimazione politica e democratica. Ci arriva dopo cinque anni di crisi migratoria, con negli occhi delle opinioni pubbliche le immagini delle migliaia dei morti in mare nel Mediterraneo, delle file chilometriche lungo nuovi confini tirati su in fretta e furia con il filo spinato, delle foto di famiglia di Consigli europei in sequenza, tutti prevalentemente incapaci di trovare soluzioni in grado di contemperare integrazione e sicurezza, umanità e consenso. Ci arriva invecchiata, confusa, divisa. Soprattutto, stavolta, il mondo non fa da sfondo. È, al contrario, una variabile determi- Le 5 prime volte del 2019: simultaneità e complessità Basta la sintetica carrellata di incognite e criticità che ho appena descritto per restituire il senso del grado di complessità che caratterizza il terzo atto della storia europea. La prospettiva, dunque, non è più solo l’orizzonte interno, con la necessità di una risoluzione delle questioni tra Paesi membri, ma si allarga all’intero contesto planetario e obbliga le nostre classi dirigenti a un’azione che negli ultimi anni hanno fatto poco e male: scegliere. Scegliere, in primo luogo, se andare avanti, portando a definitivo completamento l’unificazione dell’Europa. Oppure scegliere se tornare indietro, all’epoca degli Stati nazione, delle divisioni, delle pulsioni disgregatrici. Quest’opzione, come vedremo, non è più un esercizio di stile per scenaristi o politologici. Si tratta, al contrario, di una possibilità concreta, ancorché a mio parere nefasta. L’alternativa tra il primo scenario – l’unità e il rilancio dell’Unione europea – e il secondo – la scomposizione definitiva in tanti sovranismi e la fine del progetto unitario – si consumerà prevalentemente nel corso del 2019. Ne sono consapevole: il dibattito europeo è attraversato a intermittenza da un “effetto annuncio” piuttosto stucchevole e foriero di confusione e attese disilluse. Molti sono, infatti, gli eventi o i passaggi politico-diplomatici che, per un motivo e per un altro, sono salutati da commentatori o politici come “decisivi”, determinanti, drastici. Poi, prevalentemente, la trepidazione si rileva inutile, i nodi restano lì irrisolti, il momento delle decisioni definitive è rinviato a un successivo, futuribile, appuntamento raccontato come altrettanto decisivo. Il tutto con conseguenze facilmente intuibili anche in termini di fiducia e chiarezza del discorso pubblico, credibilità dei suoi protagonisti, attendibilità degli osservatori. Stavolta, tuttavia, l’enfasi è giustificata, l’effetto annuncio ha una sua plausibilità difficilmente opinabile. La ragione è insita in un fattore oggettivo: la simultaneità di cinque grandi passaggi che si consumeranno tutti quanti nell’arco dell’anno in corso, del 2019. Ciascuno di questi eventi, analizzato singolarmente, avrebbe, di suo, i requisiti della rilevanza. Tutti insieme, invece, rischiano di avere quelli della carica rivoluzionaria, nel senso che dopo di essi il volto dell’Europa, il suo ruolo nell’ordine mondiale, non saranno più gli stessi. L’evoluzione potrà andare in un senso o nell’altro: rassicurare i sostenitori dell’europeismo o galvanizzare i sovranisti. Di certo, tra un anno saremo qui a commentare un’altra Europa, un altro mondo. Vediamo nel dettaglio questi passaggi, che un altro, fondamentale, tratto hanno in comune: il fatto di essere eventi senza precedenti, delle vere e proprie “prime volte”. La prima delle “prime volte” del 2019 è riassumibile nella questione più calda di questi giorni: il dossier Brexit. Mai prima di oggi, in una storia ultra sessantennale, uno Stato membro aveva deciso autonomamente di lasciare la casa comune, di fermarsi, fare inversione di marcia e uscire dal cammino di integrazione comunitaria. Il contraccolpo, in termini di impatto mediatico e politico, lo abbiamo già avuto nel giugno 2016, con lo sconcerto rispetto all’esito del voto referendario. È tuttavia nel 2019, tra poco, che quel risultato elettorale così incisivo si tramuterà in un fatto reale, concreto. Quali saranno nel dettaglio gli effetti di questo passaggio – se sarà Hard Brexit o se, invece, si procederà a dare applicazione al faticoso accordo raggiunto tra Commissione Europea e governo del Regno Unito – ancora, a poche settimane dalla data fatidica del 29 marzo, non è dato sapere, tanto che perfino un’opzione all’inizio del tutto non preventivabile, come un clamoroso dietrofront delle autorità britanniche e la proclamazione di un secondo referendum, sembra ancora sul tavolo. Di certo, l’estrema complessità dei negoziati – nei quali non v’è dubbio che l’Europa a 27 abbia, per una volta, dato prova di risolutezza e armonia d’intenti – e le divisioni nella gestione della partita da parte del governo e del Parlamento UK la dicono lunga sulla rilevanza di un avvenimento che ha tutte le caratteristiche del passaggio d’epoca. A queste caratteristiche si unisce l’incertezza derivante dal fatto che, trattandosi di un accadimento mai avvenuto, nessuno può prevedere con certezza come andrà. Un processo del genere l’Europa l’ha sperimentato sì, anche più volte, ma in direzione contraria, quando cioè si trattava di disciplinare amministrativamente e formalmente l’adesione e l’ingresso di nuovi membri. È stato, in ogni tornante in cui si è verificato, un passaggio difficile da gestire con l’attivazione di strumenti e procedure complesse. In direzione inversa sarà, senza dubbio, ancora più arduo e impegnativo. La seconda “prima volta” del 2019 è rappresentata dalle elezioni per il rinnovo del Parlamento europeo, il maggio prossimo. Ovviamente, non intendo dire che è la prima volta che si vota. Intendo dire che, per la prima volta, l’esito elettorale può dischiudere scenari del tutto inediti, profondamente dirompenti. Sin dal 1979, infatti, vale a dire dall’anno in cui i cittadini europei hanno avuto il diritto di scegliere direttamente i propri rappresentanti in seno all’assise di Strasburgo, l’Assemblea si è configurata con una geografia delle forze politiche molto lineare, sostanzialmente binaria, con il grosso dei seggi appannaggio dei due maggiori raggruppamenti politici, i conservatori del Partito Popolare Europeo (PPE) e i socialdemocratici dell’Alleanza Progressista dei Socialisti e dei Democratici (S&D). In funzione di intese tra loro queste famiglie politiche hanno poi proceduto ad esprimere tutte le cariche decisionali delle istituzioni comunitarie dal 1992 in poi: i Presidenti della Commissione, da Delors a Juncker, i Presidenti del Parlamento (fatta eccezione per il liberale irlandese Pat Cox, quindici anni fa), i Presidenti del Consiglio Europeo e gli Alti Rappresentanti per la Politica Estera e di Sicurezza. A maggio, dopo decenni sotto il segno della continuità, lo schema bipolare potrebbe saltare fragorosamente, mettendo in discussione il modello di “grande coalizione”, attraverso il quale si sono scritte le linee guida delle politiche europee, confezionate Direttive o Regolamenti, varati programmi, ratificati accordi. Potremmo presumibilmente, dunque, rapportarci con un panorama politico profondamente mutato, più largo e frammentato, con l’emersione o il rafforzamento di movimenti o partiti fin qui marginali. Quale che sia il nostro orientamento politico, sul fatto che la politica europea navigherà su rotte inesplorate mi pare possa esserci una sostanziale convergenza di opinioni. La terza “prima volta” che si consumerà nel 2019 è da leggersi sotto il segno di una ulteriore simultaneità. Nell’anno in corso, infatti, si verificherà il rinnovo contestuale di tutte le cariche decisionali ai vertici delle istituzioni europee. Tra queste anche la designazione del nuovo presidente della Banca Centrale Europea. Si tratta di una carica che in precedenza era sempre stata assegnata indipendentemente dai cicli elettorali, quindi sganciata da tutte le altre. È quanto avvenne nel 2013 con la nomina di Jean-Claude Trichet e anche nel 2011 quando venne indicato appunto Mario Draghi. Stavolta, invece, un processo così sensibile, per la decisione intorno a un ruolo dalla fortissima valenza strategica, sarà inquadrato nella cornice della più complessiva negoziazione politica intorno alle altre cariche decisionali. Ciò significa che ai calcoli imperniati sugli interessi nazionali potrebbero accompagnarsi – torno in conclusione sul punto – quelli attinenti agli equilibri tra partiti, famiglie politiche, gruppi parlamentari. La quarta “prima volta” del 2019 è assimilabile sul piano concettuale a quella relativa al rinnovo del Parlamento. Come l’Assemblea parlamentare, infatti, anche la Commissione europea presumibilmente sarà modellata in funzione di uno schema politico non più riconducibile a quello tradizionale figlio del bipartitismo storico europeo. In tal senso, esiste la concreta possibilità che all’interno dell’esecutivo di Bruxelles confluiscano personalità espressione di una cultura o di un orientamento euroscettico o addirittura antieuropeista. È mai successo in precedenza? No. La Commissione ha espresso sì profili anche particolarmente divisivi o critici verso questo o quel processo interno alla vita europea, ma mai esponenti espressamente ostili verso l’essenza stessa della costruzione unionale. Difficile capire e preventivare come questa probabile innovazione si declinerà nella gestione ordinaria e straordinaria dei dossier VANGUARDIA | DOSSIER 101 E U RO PA E N J U E G O all’ordine del giorno dell’esecutivo bruxellese. Infine, la quinta e ultima delle “prime volte”. Investe non il funzionamento delle istituzioni comunitarie, ma il rapporto tra gli Stati membri ed è riferibile al ruolo del Paese che negli ultimi anni è stato egemone in Europa, vale a dire la Germania. Questa leadership, conclamata de facto, ma mai formalizzata attraverso una nomina politica di peso, è stata equiparata ad una sorta di “egemonia riluttante” da parte di Berlino. In pratica la Germania ha avuto un ruolo di guida sostanziale, ma si è sempre ben guardata dall’esercitarlo formalmente. Mai, ad esempio, l’Europa ha avuto un tedesco alla guida alla presidenza della BCE o della Commissione, fatta eccezione per la nota crisi della “sedia vuota” negli anni Sessanta. Questa volta è differente: Berlino apertamente ambisce a una primazia diretta, senza intermediazioni. Che questo cambio di rotta sia la conseguenza della diffidenza o perfino della ostilità di una parte dell’establishment tedesco o dell’opinione pubblica verso alcuni degli orientamenti della Commissione europea degli ultimi anni non ho dubbi. Resta il fatto che l’impatto – politico ma anche comunicativo, per quanto attiene alla narrazione dei rapporti di forza tra Paesi membri – di questa evoluzione è in larga parte non immaginabile. Il pericolo, inutile negarlo, è che l’egemonia non più riluttante, ma consapevole e assertiva della Germania possa condizionare pesantemente i precari pesi e contrappesi tra gli Stati membri, nonché tra di essi e le istituzioni comunitarie. Il tutto con il rischio di pregiudicare la stabilità strutturale dell’architettura dell’Unione europea, che fin qui si è fondata su un delicato bilanciamento tra interessi nazionali, tutela delle minoranze, sovranità comune, convenienze sullo scacchiere geopolitico. Il primato della democrazia; persone, politiche, popoli Il 2019 dunque, al di là degli eccessi di una retorica enfatica che in passato in troppe occasioni si è rivelata fuori misura, sarà con ogni previsione portatore di scenari inediti. Come dobbiamo attrezzarci? In che modo, le classi dirigenti e i popoli europei possono affrontare queste sfide senza disperdere le conquiste più importanti che hanno scandito i primi due tempi della storia europea? 102 VANGUARDIA | DOSSIER Anzitutto, come in ogni fase di transizione, di cambiamento d’epoca, si impone la necessità di mettersi profondamente in discussione. Se applicata all’Europa, questa esigenza, e i fatti degli ultimi anni lo confermano oltre ogni dubbio, suggeriscono che bisogna trasformare radicalmente la prospettiva e i metodi attraverso i quali si porta avanti il progetto di integrazione europea. In concreto, questo significa che non è possibile integrarsi ulteriormente senza compiere due operazioni fondamentali. La prima: rafforzare la legittimità democratica delle istituzioni comunitarie; la seconda, affermare con forza il primato della politica, a livello nazionale e a livello europeo. Se l’intuizione primordiale del progetto comunitario – vale a dire quella di connettere, di legare insieme, le economie per creare interdipendenza e ridurre al minimo, in questo modo, il rischio di conflitti – è stata un successo e la costruzione europea ne ha beneficiato, oggi l’interdipendenza raggiunta è tale per cui sembra difficile poterla invertire, come suggeriscono tutte le complicazioni e il caos procedurale connessi alla vicenda Brexit. La conseguenza è una strana eterogenesi dei fini, per cui, siccome l’integrazione economica ha funzionato ed è percepita come irreversibile, essa non costituisce più uno stimolo ad andare avanti. Tradotto in termini più semplici, l’aspetto economico da solo non basta a sospingere in avanti, a far progredire, l’avventura europea. A questo punto entra in gioco la politica. O meglio: a questo punto della politica non si può più fare a meno. Di essa, principalmente di essa, c’è bisogno se vogliamo attraversare con successo questo periodo di transizione. Per quanto possa sembrare brutale, è da un ritorno in campo della politica che dipende la salvezza dell’Europa, così come la sorte delle democrazie liberali su cui essa si poggia. Non ricorro a questa associazione tra crisi del progetto europeo e crisi delle democrazie liberali in maniera casuale. Sono da tempo persuaso che la crisi delle seconde sia una delle chiavi per comprendere le difficoltà del primo, perché il funzionamento di entrambi si fonda sui medesimi principi costitutivi. Da un lato, l’essenza stessa del progetto europeo risiede nei valori liberali del pluralismo, della tolleranza e della diversità, mentre dall’altro lato, questi stessi ideali caratterizzano le democrazie liberali, perché, garantiscono, salvaguardano e proteggono i diritti delle minoranze - politiche, religiose, etniche, linguistiche e così via. Come accennavo prima, la protezione delle minoranze è anche la condizione fondamentale per il successo dell’esperimento europeo: Romano Prodi ha ben codificato questo concetto quando ha definito un’Unione di successo come un’Unione di minoranze. Negli ultimi anni, come abbiamo potuto constatare, questo concetto di protezione delle minoranze ha vacillato in molti paesi dell’Unione, in alcuni in maniera più conclamata che in altri. Di conseguenza, abbiamo visto coniata e venire alla ribalta la nozione di democrazia illiberale, cioè una forma di democrazia nella quale si inverte la prospettiva: ciò che conta principalmente non è la tutela delle minoranze, ma il consolidamento del potere delle maggioranze. Oltre ai casi più eclatanti, come la Polonia o l’Ungheria, possiamo osservare questa tendenza nelle sempre più frequenti forzature degli esecutivi nei confronti dei propri parlamenti. Sebbene con diversi gradi e specificità, questa è una evoluzione comune tra le democrazie liberali e non si limita all’Europa, come testimonia l’elezione di Donald Trump negli Stati Uniti. L’affaticamento delle democrazie liberali si riflette naturalmente a livello europeo. Un esempio è il più significativo ed è essenziale per comprendere le difficoltà e i rischi per l’Europa. Negli ultimi dieci anni almeno, l’equilibrio inter-istituzionale tra Commissione europea e Consiglio europeo si è pesantemente spostato a favore di quest’ultimo. Come interpretare questo fatto? Nella divisione dei compiti a livello europeo, si potrebbe argomentare che la Commissione, perseguendo l’interesse comunitario, è l’organismo che salvaguardia le prerogative degli Stati più deboli, cioè le minoranze. Tuttavia, se le decisioni politiche più rilevanti degli ultimi anni sono sempre più concentrate nelle mani di capi di Stato e di governo all’interno del Consiglio – organismo in cui prevalgono gli interessi nazionali e, dunque, si creano gerarchie tra Paesi – non c’è da sorprendersi se si sono moltiplicate le istanze in cui gli Stati più forti abbiano avuto il sopravvento. Pertanto, si potrebbe anche sostenere che lo squilibrio istituzionale a favore del Consiglio potrebbe essere visto anche come un consolidamento E U RO PA E N J U E G O del potere delle maggioranze - gli Stati membri più forti – a discapito delle minoranze – gli Stati meno forti. Solo la politica, intesa nella sua accezione più nobile, può risolvere e trovare un punto di equilibrio tra queste istanze. Se infatti, come ho cercato di argomentare nel dettaglio, il 2019 è destinato ad essere ricordato come l’anno cruciale che in un modo o nell’altro trasformerà l’Unione Europea, e assunto come ineludibile un ritorno al primato della politica, quali sono le condizioni perché questo cambiamento sia positivo per l’integrazione e non si trasformi invece in un inizio di decomposizione dell’intero progetto? Tre mi sembrano le condizioni essenziali, che potremmo anche riassumere le tre «P» di persone, politiche, popoli europei, La prima, le persone. Sarà determinante il modo in cui i leader europei sceglieranno le cinque personalità, i cinque volti, le cinque voci che rappresenteranno l’Unione nella prossima legislatura; per il presidente della BCE il mandato invece è di otto anni. Queste scelte, come ho precedentemente spiegato, saranno concentrate in un ristretto periodo di tempo, tra luglio e ottobre e finiranno per sovrapporsi ed essere fatte sostanzialmente nello stesso tempo, nonostante tutte le istituzioni interessante - Commissione, Consiglio, BCE, Parlamento e Politica Estera e di Sicurezza Comune - prevedano procedure e dinamiche proprie. Un imperativo è d’obbligo: decisioni di tale portata devono assolutamente essere compiute in una logica di massimizzazione dell’interesse del rilancio dell’integrazione, restando, dunque, fuori da un mercanteggiamento esasperato di passaporti, aspirazioni e colori politici. È fondamentale che quei cinque volti siano selezionati sulla base delle competenze, della rappresentatività ma anche, e soprattutto, della capacità di parlare alla società e ai popoli europei. Devono essere in grado di farlo in modo moderno, diretto, senza cadere nei tecnicismi e nel linguaggio dei burocrati, ma privilegiando semmai la creatività. La scelta di quei volti e la possibilità di creare una dinamica positiva nel rapporto tra le istituzioni europee e i cittadini è cruciale per sventare il rischio che i prossimi cinque anni si trasformino in un calvario per le istituzioni europee. Sempre nell’alveo della scelta delle persone si dovrà necessariamente tener conto del mutato contesto attorno all’Unione europea. Leader sempre più aggressivi nella retorica e nella condotta e antieuropei si muovono attorno al nostro continente. Ritroviamo queste caratteristiche sinistre sia tra leader di paesi tradizionalmente ostili, o quantomeno tiepidi verso l’integrazione europea, sia – e questa è la vera novità – tra i nostri alleati storici, Stati Uniti in testa. Nella scelta di chi rappresenterà l’Unione nei prossimi anni si dovrà quindi anche tener conto di questa novità, di chi sono gli interlocutori o, nella peggiore delle ipotesi, gli avversari. Di conseguenza, sarà importante poter contare su personalità di polso, assertive, rappresentative e in grado di essere rispettate da controparti molto più complesse e difficili di quelle che nel passato hanno normalmente interagito con le istituzioni comunitarie. La seconda condizione riguarda le politiche. È impressionante lo scarto che si riscontra passando in rassegna i temi che hanno scandito la campagna elettorale per le ultime elezioni per il rinnovo del Parlamento Europeo, nel 2014, e confrontandole con le questioni che sono poi stati le vere priorità della legislatura. Le migrazioni erano praticamente assenti dal dibattito pubblico, mentre inseguito sono prepotentemente assurte al ruolo di questione centrale della legislatura, tanto centrale da modificare il panorama politico in modo sconvolgente, tra Brexit, ed esito del voto in Italia, Austria, Germania e cosiddetti Paesi di Visegrad. Lo stesso scarto, in questo caso però da leggere come evoluzione positiva, lo si può riscontrare sulla grande questione ambientale che dovrà ancora crescere nella consapevolezza delle leadership politiche per ritrovare quell’essenziale rapporto coi cittadini, ribadito oggi da tutte le ricerche demoscopiche. Dunque, è necessario che le priorità della prossima legislatura europea siano ridisegnate sulla base di un quadro mutato, meno incentrate sui tradizionali e inerziali meccanismi brussellesi e più in grado di connettersi con i grandi temi del futuro, che non casualmente sono anche quelli che maggiormente hanno impatto sulla vita dei cittadini. Questa riscrittura intelligente dell’agenda politica è anche funzionale a trasformare l’immagine dell’Unione, migliorandone la reputazione e facendo in odo che essa sia percepita a colori, come una costruzione viva e moderna, e non in bianco e nero, appannata, ingrigita o, peggio ancora, imbalsamata in un tempo imprecisato fuori dalla realtà. Arrivo, infine, alla terza “p”, quella dei popoli europei e del rapporto con essi. È cruciale che questa relazione sia centrale e positiva. Nelle scelte comunitarie, la gente deve trovare dei “sì” e non solo dei “no”. Ciò vuol dire che Bruxelles deve riuscire a parlare ai cittadini europei aggiungendo e non sottraendo – o dando l’idea di sottrarre – qualcosa. Il discorso è complesso e tocca il cuore stesso del rapporto tra popolo e politiche. Per essere più chiaro, mi concentro su un esempio che spiega a mio avviso più di ogni altro discorso la posta in palio. In questo tempo, nazionalismi e antieuropeismo crescono anche sulla base della scarsa conoscenza reciproca e della facilità con cui si sviluppano sottili e accattivanti messaggi basati sulla costruzione di capri espiatori e sull’identificazione dei vicini come nemici. Se a questo aggiungiamo che il più grande successo europeo, l’Erasmus, vale solo per una piccola minoranza, sostanzialmente un numero ristretto di giovani studenti universitari, ci si rende conto che bisognerebbe concentrare tutte le energie della prossima legislatura per una misura universale, europea, in grado di far fare ad ogni quindicenne, di Barcellona o di Bratislava, di Pisa o di Strasburgo, una parte del proprio anno scolastico all’estero, in un altro Paese comunitario, come oggi capita per l’Erasmus degli studenti universitari. Una misura simile sarebbe straordinariamente rivoluzionaria. Darebbe alle tante famiglie che non ne hanno la possibilità, la grande chance di far fare all’estero un pezzo del percorso educativo ai propri figli, esattamente come oggi fanno le famiglie che hanno le risorse per poterselo permettere in via privata. Ciò che oggi divide, diventerebbe grazie all’Unione Europea un fattore di unità e condivisione. Si riprenderebbe l’dea originaria dell’Europa di Jacques Delors, l’Unione delle opportunità, della crescita e dell’inclusione. Sarebbe il modo migliore per guardare al futuro ripartendo dalle migliori lezioni del passato. Sarebbe uno strumento per contribuire a riconnettere popolo ed establishment, trasferendo ai cittadini l’idea di un’Europa che dà opportunità a tutti, non solo a chi può permettersele, e che a partire dalla valorizzazione della propria identità e dei propri valori non negoziabili di integrazione è in grado di affrontare il terzo atto della sua lunga storia comune. VANGUARDIA | DOSSIER 103 E U RO PA E N J U E G O INVENTER LA DOUBLE DÉMOCRATIE EUROPÉENNE Michel Aglietta PROFESSEUR ÉMÉRITE À L’UNIVERSITÉ PARISNANTERRE ET CONSEILLER AU CENTRE D’ÉTUDES PROSPECTIVES ET D’INFORMATIONS INTERNATIONALES (CEPII). Nicolas Leron CHERCHEUR ASSOCIÉ AU CEVIPOF, SCIENCES PO, FONDATEUR DU THINK TANK EUROCITÉ (WWW. EUROCITE.EU) ET EXPERT ASSOCIÉ À LA FONDATION JEAN-JAURÈS. N OUS AVONS UN BESOIN ABSOLU D’EUROPE. Le défi planétaire du changement climatique, la remise en cause du multilatéralisme et le profond malaise social qui agite nos sociétés l’imposent. L’Europe a été atteinte par la crise financière et ses répercussions plus gravement qu’aucune autre région du monde à cause de la faiblesse de sa gouvernance politique. La crise financière et économique mondiale a été un révélateur de problèmes beaucoup plus profonds qui tiennent à la conception de la construction européenne. L’illusion serait de croire qu’après les décisions prises au bord de l’abime en 2012 et les quelques avancées en matière d’union bancaire on aurait atteint un statu quo pérenne. Mais la montée continue des forces populistes et anti-européennes nous ramène vite à la réalité d’un affaissement démocratique qui gangrène notre continent. La crise européenne est enracinée dans les contradictions politiques et idéologiques qui ont conduit à la création de l’euro en 1999. Le premier courant est le néolibéralisme qui a envahi l’Europe sous l’hypothèse de l’efficience de la finance. Ce courant a justifié l’Acte unique de 1987 qui prétendait intégrer l’Europe par la finance et faisait du projet de l’euro un simple couronnement de l’intégration financière. Le second courant est venu de l’unification allemande qui n’acceptait l’euro que dans le cadre de l’ordo-libéralisme. Cette doctrine exprime l’économie sociale de marché, à laquelle est soumis le contrôle des conditions macroéconomiques. Les priorités de ce contrôle sont la stabilité des prix, la limitation des déficits excessifs et l’indépendance de la banque centrale. 104 VANGUARDIA | DOSSIER La tragédie des deux premières décennies de l’euro Ces deux doctrines forment un mélange détonnant parce que la finance n’est pas efficiente. Elle est mue par une logique de momentum qui la pousse aux extrêmes lorsqu’elle n’est pas strictement régulée. Cette régulation ne peut être détachée de la monnaie qui est essentiellement un système politique. Or la diversité des institutions politiques des pays membres de l’Union rend impossible leur englobement sous la bannière de l’ordo-libéralisme. Il aurait donc fallu concevoir dès la création de l’euro un système politiques à deux niveaux, préservant au niveau national les souverainetés des Etats et construisant au niveau européen une véritable démocratie européenne capable de légitimer un mode de coordination politique permettant à l’euro d’assumer son rôle régulateur dans l’ensemble de l’Union. Nous appelons ce système «la double démocratie»: l’Europe politique se faisant par un saut de puissance publique au niveau européen, et non par un improbable saut de souveraineté. La première décennie de l’euro a subi le choc d’une finance libre de toute entrave en dehors du bloc germanique sous l’empire de l’ordo-libéralisme qui s’est toujours méfié des excès de la finance. Le résultat a été une divergence massive et irréversible entre les pays européens par une expansion sans limites du crédit au secteur privé pour financer la spéculation immobilière en Espagne comme en Irlande et toutes sortes de dysfonctionnements macroéconomiques et de captures de rentes en Italie, au Portugal et surtout en Grèce. Ces excès se sont produits sans aucune régulation de niveau européen. Lorsque la crise a éclaté en 2007-08, la Banque centrale européenne (BCE) est demeurée l’arme au pied et les réactions des pays endettés ont été notoirement insuffisantes. La crise a donc rebondi avec une violence accrue en 2010 à partir de la découverte de l’étendue des déficits en Grèce. La réponse a été une politique d’austérité généralisée au pire moment. Elle a mis l’euro au bord du précipice à l’automne 2011, où, par chance, Mario Draghi a pris la direction de la BCE. La préséance de l’économique sur le politique, avant tout l’aveuglement sur la logique destructrice de la finance dérégulée, constitue à nos yeux le point de départ de la crise européenne. Ce prisme de la financiarisation dans un espace dépourvu d’autorité budgétaire commune définit la crise européenne. La contre-inversion du regard, le retournement de l’économique par le politique, immanquablement, dévoile les évidences tenues hors-champ et à partir desquelles on peut et on doit penser une autre Europe : une Europe politique dont le commencement et la finalité ne sont plus stabilité mais démocratie. Tel doit être notre programme intellectuel et politique. Déconstruire la matrice néofonctionnaliste de l’intégration européenne Le discours qui a conduit à la crise européenne se déploie au travers de la matrice néofonctionnaliste qui présida aux débuts de la construction européenne et perdure encore aujourd’hui. Le néofonctionnalisme représente un processus linéaire d’intégration sectorielle progressive et d’extension corrélative des marchés. Sa force motrice naît de la reconfiguration des intérêts des acteurs, tant que les institutions politiques nationales demeurent maîtresses des régulations dont dépend la stabilité sociale. Il en résulte des gains d’efficacité au fur et à mesure où le périmètre de l’intégration s’élargit. Mais la finance est tout sauf linéaire et à faible influence politique. Elle se meut par cycles de grande ampleur, ponctués de crises lors de leurs retournements. Et, surtout, elle est en interaction étroite avec le politique, via son pouvoir de contrôle sur les entreprises et son influence sur la gestion de la monnaie. Il s’ensuit qu’une finance internationalisée sous l’égide d’une monnaie unique, débordant les autorités politiques souveraines sans contrôle au niveau du périmètre de l’Union, ne pouvait que susciter les distorsions signalées plus haut. Le génie comme l’écueil du néofonctionnalisme réside donc dans l’hypothèse d’un mouvement ascendant lent, mais irrésistible qui a caractérisé la phase initiale de l’intégration européenne partir de la fin des années 1950. Lorsque la finance échappe à l’emprise des gouvernements nationaux dépourvus du pouvoir monétaire, ceux-ci sont pris au piège de leur propre créature institutionnelle. Le néo-fonctionnalisme fait miroiter une marche E U RO PA E N J U E G O ascendante vers un nirvana: «poursuivre le processus créant une union sans cesse plus étroite entre les peuples de l’Europe.» Cependant cette intégration par «petits pas» ne peut plus fonctionner lorsque les conditions d’intégration, c’est-à-dire une finance transnationale polarisant les situations des pays et une monnaie unique, heurtent l’exercice des souverainetés nationales. Dans ce contexte l’idéologie néofonctionnaliste s’épuise face à la résilience des souverainetés étatiques. Le « Brexit » contredit empiriquement la prophétie de l’inéluctable marche en avant de la construction européenne, alors même que le Royaume-Uni n’appartient pas à la zone euro. La possibilité d’un retour en arrière est désormais réalité avérée ou rendue possible, que celui-ci se manifeste par une sortie pure et simple de l’UE (Royaume-Uni), une sortie de la zone euro (Grèce), ou une mise à mal des principes et valeurs constitutifs du projet européen (Pologne, Hongrie et Roumanie). Partir du politique exige d’extirper la question démocratique de la matrice horizontale néofonctionnaliste pour la placer sur l’axe vertical du politique, comme point de départ de toute réflexion et action. Elle n’est pas et ne saurait être le dernier des petits pas, elle est et doit être l’acte fondateur constitutif des possibles. L’Union européenne n’est pas une démocratie Dans un geste plus radical, partir du politique, placer la question démocratique au centre de l’analyse et au départ de toute relance européenne, implique de poser une définition première et historique de la démocratie moderne – la démocratie parlementaire – et d’en tirer les conséquences théoriques et politiques. La démocratie commence par un demos, c’est-à-dire un collectif politique large, la plupart des individus constituant la communauté politique – le principe majoritaire 50% + 1 voix n’étant que sa traduction pratique et consensuelle moderne. Mais la démocratie est aussi et surtout un kratos, c’est-à-dire une capacité collective d’agir sur la réalité, la capacité du collectif politique de décider et de produire des biens publics. Sans demos, pas de démocratie ; sans kratos, non plus. Le kratos, dans sa traduction moderne, c’est le pouvoir budgétaire du parlement. La démocratie moderne commence et se concentre dans le vote du budget par une majorité parlementaire élue sur de grandes orientations socio-économiques et sociétales – que cette majorité procède directement du résultat des élections ou d’une coalition post-élections. Le budget constitue la chair de la démocratie. Il permet aux électeurs d’avoir le choix entre différentes grandes orientations budgétaires, et donc d’exercer et d’éprouver le pouvoir politique. Quel sera le niveau des prélèvements obligatoires, c’est-à-dire la part de richesse qu’une société se donne à elle-même? Comment et à quelle hauteur y contribuera chacun des groupes sociaux? Quels seront les biens publics produits à partir de cette richesse commune? Quels en seront les bénéficiaires directs ? De cette définition première découle un prémisse simple, évident et pourtant profondément disruptif: l’Union européenne n’est pas actuellement une démocratie. L’UE repose sur un système sophistiqué d’équilibre des pouvoirs, assure une transparence institutionnelle, respecte l’État de droit, garantit un haut niveau protection des droits fondamentaux, développe un puissant droit du marché intérieur et déploie des politiques sectorielles et territoriales qui comptent pour celles et ceux qui en bénéficient. Mais elle n’est pas une démocratie car il lui manque un véritable budget, c’est-à-dire la capacité à faire, et pas seulement à réglementer. Avant même la question du demos européen, le kratos fait défaut, c’est-à-dire la capacité collective à agir au niveau européen sur la réalité sociale en produisant des biens publics européens. Le Parlement Européen vote en effet un budget technique de l’ordre de 1% du PIB de l’UE. Gratifié par les traités d’une compétence budgétaire, mais sans budget politique de taille macro systémique, le Parlement Européen n’a pas de capacité budgétaire, c’est-à-dire de véritable pouvoir budgétaire. Une assemblée dépourvue de pouvoir budgétaire n’est pas un Parlement. Les citoyens «européens», sans véritable pouvoir de choisir par leur vote entre différentes grandes alternatives de politiques budgétaires européennes, ne sont pas des citoyens européens, mais des citoyens nationaux diminués qui votent à des élections nationales de mi-mandat. Vouloir «démocratiser» l’UE relève en ce sens d’une erreur fondamentale d’appréciation: elle sous-tend l’idée d’un processus d’amélioration de la qualité démocratique de l’UE, qualité présumée déjà présente mais perfectible. Par opposition, nous formulons la thèse d’une absence de démocratie européenne qui alors ne peut appeler qu’un acte de fondation d’une démocratie européenne. L’enjeu politique est donc de s’attacher à penser la possibilité d’un acte fondateur démocratique au niveau européen et de le situer dans l’espace des possibles politiques offerts par le double contexte intra-européen et mondial. Celui-ci comporte des éléments d’optimisme et d’inquiétude. L’élection d’Emmanuel Macron en France, avec son programme résolument pro-européen, son volontarisme affiché lors de ses discours d’Athènes et de la Sorbonne, et sa capacité à parler aux sociaux-démocrates comme aux libéraux ou aux conservateurs, semble ouvrir une fenêtre d’opportunité pour la relance du projet européen. L’immobilisme allemand et l’assombrissement de la situation politique française laissent cependant planer un doute quant à la capacité du moteur franco-allemand de donner les impulsions nécessaires. Nous le constatons avec l’accouchement douloureux et décevant de l’amorce du budget de la zone euro. En outre, l’accession de Donald Trump à la Maison Blanche déstabilise l’ordre mondial, tant sur le plan géopolitique que macroéconomique. L’impasse de l’intégration par la prépondérance du droit européen La méthode communautaire, qui s’inscrit dans la logique néofonctionnaliste, a recherché l’intégration notamment en faisant prévaloir le droit européen sur les droits nationaux, donc en établissant la prépondérance de la Cour de justice européenne (CJUE). Or le droit européen est purement horizontal et mono principiel, au sens où il est avant tout un droit du marché intérieur, c’est-à-dire des libertés de circulation des agents économiques et, avec la citoyenneté de l’UE, des agents non économiques. Non rattaché à une communauté politique, il heurte les ordres juridiques nationaux qui eux procèdent de la verticalité du politique. Son principe, qui découle d’ailleurs davantage de la structure même du système juridique que d’un plan politique intention- VANGUARDIA | DOSSIER 105 E U RO PA E N J U E G O nel, est celui du fondamentalisme du marché: concurrence libre et non faussée, libre mobilité de tout ce qui peut se déplacer. La prolifération de ce droit qui s’impose aux législations nationales dépossède peu à peu les parlements nationaux de leurs prérogatives souveraines. Il produit, en effet, un jeu de concurrence réglementaire intra-européen: les Etats membres subissent une pression structurelle à mettre en œuvre une politique de l’offre. Or le droit européen est un espace en expansion continue. Aucune limite précise ne lui est assignée. La Cour de justice européenne revendique l’autorité de juger en dernière instance de la répartition des compétences entre l’UE et les Etats membres. Ce droit entrave la politique industrielle, la politique sociale et conduit à la détérioration des services publics. L’adoption par les gouvernements des recommandations de la Commission Européenne dépossède les parlements nationaux de leurs prérogatives législatives. La priorité du droit de la concurrence sur les politiques publiques permet-elle un surcroit d’efficacité économique? Là se trouve une autre illusion du fondamentalisme de marché. La prétendue concurrence libre et non faussée n’a rien à voir avec la concurrence pure et parfaite de la théorie normative. Jointe à l’union monétaire, elle a conduit à la concentration industrielle dans les pays qui possédaient déjà des avantages comparatifs, au dépérissement des territoires dans les régions désindustrialisées et à la divergence macroéconomique au lieu de la convergence entre les pays. Cela signifie que la logique de l’intégration européenne exclusivement par les marchés produit des transferts massifs à l’encontre des pays de l’Europe du Sud et en faveur du bloc germanique. Le refus par l’Allemagne d’une union de transferts n’est rien d’autre que le refus des transferts positifs qui aideraient à compenser les transferts négatifs dont elle bénéficie massivement. Les transferts positifs dont nous parlons ne sont pas des mécanismes de redistribution honnis de l’opinion allemande. Ils consisteraient à produire des biens publics communs dont l’Europe dans son ensemble a le plus grand besoin après des décennies de dégradation, tant quantitativement que qualitativement. L’institution de l’euro crée une puissance publique 106 VANGUARDIA | DOSSIER dans l’ordre monétaire qui est incompatible avec la démarche néofonctionnaliste. Le système juridico-politique européen est affecté d’une entropie croissante par absence d’autorité démocratique européenne. La logique de compromis qui en découle ne peut viser qu’à maintenir le statu quo, menacé face aux bouleversements mondiaux par l’incapacité de conduire une politique macroéconomique commune. Ce divorce est devenu patent avec l’institution de l’euro qui a créé une puissance publique de nature fédérale, la BCE, tout en la privant de sa souveraineté dans le traité de Maastricht, en arguant de la neutralité de la monnaie. Il a fallu attendre le paroxysme de la crise financière en zone euro pour que la BCE recouvre la souveraineté du prêteur en dernier ressort, accentuant le déséquilibre avec l’absence d’autorité politique européenne. Cette absence a été compensée par un carcan de règles budgétaires arbitraires dans le pacte de stabilité et de croissance, aggravé dans la crise de la zone euro par le traité budgétaire de 2012. Les critiques provoquées par la politique de la BCE, en l’absence du cadre institutionnel européen permettant une coopération macroéconomique des pays membres, sont les signes que le statu quo n’est plus viable. Avec l’existence d’une monnaie, bien public par excellence, le néo-fonctionnalisme se heurte au problème hautement politique de l’identité collective. Il faut rechercher la solution, non pas dans un englobement fédéral subordonnant les souverainetés politiques des pays membres, mais dans une double démocratie faisant interagir les niveaux européen et nationaux de puissances publiques. Un budget européen agissant en emprunteur et investisseur en dernier ressort Fonder la double démocratie européenne implique un pacte européen qui institue un budget doté de ressources fiscales propres sous l’autorité d’un Parlement européen. En effet, le budget est une dimension constitutive du politique par la capacité de lever l’impôt et d’émettre une dette de la société vis-à-vis d’elle-même pour produire des biens communs. La puissance publique budgétaire vient compléter l’union monétaire. Les finalités du budget d’une Europe puissance publique sont l’investissement à long terme pour la croissance soutenable. Un budget de 3 à 3,5% du PIB européen hors RU fournirait l’assise d’un investisseur en dernier ressort recherchant la complémentarité entre investisseurs publics et privés. Son rôle serait de garantir un système financier reposant sur un réseau de banques publiques de développement et sur des clubs d’investisseurs à long terme responsables pour briser la tragédie des horizons. Le développement d’un marché d’obligations européennes donnerait à la BCE l’outil pour soutenir la croissance. Support d’une vision du futur par l’investissement, le budget européen orienté vers le long terme contribuerait à des transferts positifs entre les nations et ainsi les redynamiserait Les rapports entre les pays membres passeraient d’un jeu à somme nulle ou négative, provoqué par l’austérité généralisée des années 2011 à 2013, à un jeu à somme positive qui rétablirait la confiance. Il y aura double démocratie si le budget européen fortifie les puissances publiques nationales en desserrant l’étau réglementaire de l’UE, celle-ci n’étant plus seulement un Etat régulateur, mais une puissance publique à part entière. Les politiques coopératives de stabilisation La recomposition des responsabilités entre le niveau européen et celui des pays membres permettrait de rendre les politiques de stabilisation plus intelligentes et démocratiquement légitimes en réformant en profondeur le semestre européen. En effet, la remontée de la croissance par l’investissement de long terme donnerait les moyens de rendre les ajustements nationaux plus symétriques. Le principe consiste à partir de l’ajustement budgétaire pour l’ensemble de la zone euro et de le rendre contingent au cycle économique commun aux Etats membres, avant de convenir du partage entre les budgets nationaux. Pour cela il faut créer une agence budgétaire européenne indépendante qui déterminerait l’effort budgétaire primaire agrégé dans la perspective d’une stabilisation à long terme des dettes publiques et proposerait un partage entre les budgets nationaux. Cette agence gérerait un fonds de stabilisation E U RO PA E N J U E G O contra cyclique. Sa proposition serait soumise à une commission parlementaire composée de représentants des parlements des Etats membres. Après modifications éventuelles, la proposition approuvée par la commission parlementaire aurait une légitimité démocratique et devrait obligatoirement être prise en compte par le Conseil européen. La double démocratie européenne serait ainsi la réforme structurelle pour retrouver la dimension historique du projet européen. THE EURO AREA AT 20 WHAT REFORMS ARE STILL NEEDED? Jeromin Zettelmeyer PETERSON INSTITUTE FOR INTERNATIONAL ECONOMICS. T WENT Y YEARS AFTER ITS CREATION, THE success of the euro remains a matter of debate. The fact that the euro has survived so far does of course represent a success of sorts. No country has exited, although there were a few close calls. The euro has also succeeded in the sense of delivering low stable inflation to all its members (some have suffered deflation, but not over long periods). It has also arguably supported the single market for goods and services, by eliminating exchange rate risk and ruling out competitive devaluation. And importantly, the euro has catalyzed additional institutional reform – particularly the creation of common bank supervision and resolution frameworks, benefiting long-term financial integration, which should ultimately support growth. At the same time, the euro is linked to a traumatic experience: the 2010-13 sovereign debt crisis. While the crisis was precipitated by external shocks – globally tighter financial conditions in the aftermath of the collapse of Lehman brothers, coupled with a collapse in trade – the architecture of the euro was both a contributing factor and an impediment to its timely resolution. The latter is illustrated by the comparison with the United States. Between 2001 and 2007, both the U.S. and the euro area experienced a financial boom. When the boom went bust, both economies suffered large output losses – the 2008-09 Great Recession. But unlike the United States, which recovered continuously from the second half of 2009 onward, the euro area suffered a series of knock-on crises, leading to a second recession during 2011-13. The cost of the crisis went beyond economic losses. It has created deep political divisions between countries that were hit hardest and those that suffered least and were asked to help the weaker members. These divisions continue to haunt Europe today, including via a resurgence of nationalist political movements. What do these experiences tell us about the euro’s likely future success? What reforms, if any, are still needed to ensure its success? There are two ways to answer this question. As we shall see, they lead to roughly the same conclusions. Have the lessons of the crisis been learned? One approach to answering the title question is to ask whether the problems that contributed to the crisis and impeded the recovery have been addressed. The answer is “only in part”. Although the crisis was triggered by external shocks, most economists agree that the reason why these shocks had such a devastating effect in the euro area were homegrown. They included capital-flow fueled credit booms in most “peripheral” euro countries during 2000-2007 as well as excessive pre-crisis fiscal deficits in some countries (not including Spain). These problems were made possible by poor banking supervision and fiscal rules that were both hard to enforce and procyclical in the sense that they did not sufficiently constrain spending in good times, while constraining it too much in bad times. The difficulties with resolving the crisis were threefold. First, when Greece became insolvent in 2010, euro area policy makers discovered that although the restructuring of its sovereign debt was a theoretical possibility, it was prohibitively risky in practice due to the financial disruptions that such a restructuring could have caused both in Greece and in the rest of the euro area. But the alternative – prolonged austerity, which led to an economic collapse worse than the Great Depression in the United States – was hardly better. Second, procyclical fiscal rules forced some countries that to undertake harsher fiscal adjustment than was good for them. Third, and most importantly, the common currency implied that the central bank was no longer available as an emergency lack of a lender of last resort in sovereign debt markets. As a result, even solvent countries were susceptible to panics triggered by spillovers from Greece and/or problems in their banking systems. This describes the experience of Italy and Spain during 2011-12. Some of these problems have been addressed, through the creation in common banking supervision and resolution authorities, the European Stability Mechanism (ESM), and the adoption of the “outright monetary transactions” (OMT) policy, which allows the ECB to backstop sovereigns that adopt an ESM program. Common banking supervision should make credit booms that lead to crises far less likely. The combined presence of the ESM and the OMT should rule out sovereign debt panics of the type seen in 2011-12. It also makes it a bit more likely that truly insolvent countries – whose public finances cannot be fixed through some combination of crisis lending and fiscal adjustment, because the required adjustment would be higher than what societies can bear – will be allowed to restructure, as the ESM would be there to protect the remainder. What is missing? Despite reform attempts, the fiscal rules are still imperfect and hard to enforce. Despite the presence of the ESM, sovereign debt restructuring in the euro area VANGUARDIA | DOSSIER 107 E U RO PA E N J U E G O remains implausible even when it might be needed. And despite the creation of the ESM and the OMT policy, some euro area members feel insufficiently protected from shifts in market sentiment and external shocks. This view is controversial: it is shared by the European Commission, which advocates significant additional safety nets in the euro area, but disputed by some member states in the north, who feel that what is missing is mainly a willingness of the former crisis countries to address their legacy problems and do more to protect themselves. But the fact that it is there, and that it raises controversy, suggests a problem. Is the euro sustainable? The second approach to answering the title question is to look forward: is the euro likely to still exist in 20 year? In 50 years? In one respect, the sustainability of the euro has greatly improved: the presence of the ESM and the stronger financial role of the ECB now make it virtually impossible that a country would have to leave the euro due to market pressure. As long as the OMT policy remains in place, any country that is willing to sign up to an ESM program will receive financial support – whatever it takes. This does not mean that no country will ever exit, but it means that any such exit would need to be voluntary. The question of whether the euro is sustainable hence boils down to the question of whether its members continue to prefer membership over exit. An important part of the answer relates to long-term growth. For the reasons mentioned at the beginning of this article, euro membership should benefit growth, by helping to create a deeper, more competitive single market, giving its member countries access to high-quality institutions economic institutions such as the ECB and the SSM, and reducing macroeconomic volatility. This said, continuing weak growth in Italy is a reason to worry. Italy’s long-term growth problems are probably not caused by the euro, but rather by longstanding weaknesses in some public institutions as well as product and labor markets. These should be amenable to reform. Suppose, however, that they cannot be addressed within the constraints imposed by Italian politics. In this case, might Italy and countries with similar issues be better off in a regime in which they can periodically, if only temporarily, 108 VANGUARDIA | DOSSIER boost growth by devaluing their currencies? If so, might this offset the growth-enhancing aspects of euro membership? This question is hard to answer, and beyond the scope of this article. Putting this aspect aside, the question of whether any country would want to exit the euro leads back to the questions discussed earlier – namely, whether the traumas of the last crisis are reliably behind us. The answer is no. On the side of the former crisis countries, there is the continuing trauma of losing policy autonomy, being forced into protracted austerity, or a combination of both – whether by financial markets or by “Brussels” as the keeper and enforcer of fiscal rules. There is also an analogous trauma in the north: the fear, related to Greece in particular, that hundreds of billions of taxpayer money have already been spent shoring up the euro; the fear that it may become a bottomless pit via future crises and rescue operations. The main future threat to the euro is that these traumas might, in a new crisis, lead to a swing in public opinion against membership – whether in the crisis country or in the countries backstopping the rescue operations. Making this very unlikely will require significant additional reforms. To reassure potential crisis countries, they will need to be offered better protection, particularly protection from market panics. Reassuring the potential creditors, on the other hand, requires a system that improves incentives for good policies and enforces the no-bailout clause of the European treaties. The latter requires maintaining the option of debt restructuring as a last resort. The critical question is whether it is possible to reassure both sides at the same time. Countries with deep purses tend to worry that additional safety nets will lead to too little self-protection and ultimately a large draw on common resources. Countries that worry about market instability tend to think that the prospect of debt restructuring will make investors nervous whenever a country run into trouble, putting it even more at the mercy of the markets than is the case presently. Hence, addressing the first trauma would seem to make the second trauma worse, and vice versa. In a paper published a year ago, a group of French and German colleagues and I argued that the two traumas could in fact be addressed at the same time,1 because safety nets can in principle be designed to be consistent with good incentives. Furthermore, reliable safety nets should make euro area members less afraid to undertake a sovereign debt restructuring as a last resort. Having said this, building incentives-friendly safety nets is difficult in practice. And, the fact that debt restructuring becomes a more credible option in deep debt crises might indeed trigger panic in the countries that currently have high debts. Making sure that this does not happen requires a careful design and sequencing of reforms. The remainder of this essay sketches such a reform agenda. This can be grouped in three headings: creating well-designed safety nets, reducing the exposure of banks to their own sovereigns without creating market instability, and reforming fiscal rules. Safety nets that create good incentives An essential component of better safety nets is a European deposit insurance. With banking system problems imperfectly correlated across countries, euro area-wide insurance would be less costly than national mechanisms. It also increases the credibility of depositor protection, which in turn makes it less likely that it will be needed. And importantly, it protects individual sovereign from the fiscal costs of banking crises. This reduces the “doom-loop” between sovereigns and domestic banks – the possibility that doubts about the banking system raise the financing costs of the sovereign, precipitating austerity which in turn weakens the real economy and lowers credit quality, confirming the initial doubts. “Loops” of this kind can give rise to panics. Hence, European deposit insurance could both make the euro area more stable and level the protective playing field for euro area banks, supporting financial integration and the single market. A further element of better safety nets is reliable and fast access to official funding when needed. This is in principle available through the ESM but should become available to prequalified countries without having to negotiate a full-fledged program. The December 2018 agreement by euro area finance ministers to shore up the ESM’s existing precautionary credit line is a step in this direction. Finally, the euro area should develop a fiscal risk sharing mechanism – for example, E U RO PA E N J U E G O through a common European unemployment insurance. This idea is controversial in the sense that even economists and policy makers that agree on the need for European deposit insurance disagree on whether fiscal risk sharing would be a good idea. Critics argue that euro area members should focus on reducing their debts, to create fiscal space for national fiscal stabilizers, and on completing the banking union.2 And indeed, both of first-order importance. However, a fiscal risk sharing mechanism would be an important complement. Country-specific business cycle fluctuations can be dealt with through national stabilizers, but exceptionally large rises in unemployment would justify recourse to common resources, lessening the need either for debt restructuring or destructive austerity. How can such safety nets be designed to create good incentives? Two devices were already mentioned: pre-qualification (e.g. by requiring compliance with EU fiscal rules as a condition for accessing fiscal transfers or subsidized credit) and the requirement that countries take the first loss, up to a point, of any event that they are protected against – like the “deductible” required by a commercial insurance provider. Most importantly, safety nets must be designed to rule out permanent transfers from one group of countries to another, by requiring countries that are more likely to draw on the insurance to pay higher insurance premia. For example, a European unemployment insurance could require countries with more volatile and persistent unemployment spells to pay higher contributions to the common insurance pool. Reducing sovereign exposures while creating a safe asset Apart from better safety nets, an essential component of a euro reform package should be a restoration of the credibility of the no-bailout clause, interpreted as saying that countries should only receive official financial assistance when it is likely that they can repay (after appropriate economic reforms and a realistic dose of fiscal adjustment). Without this step, the euro is not sustainable: deep solvency crises would either result in permanent transfers from fiscally solvent countries to the insolvent country – something the voters of the solvent countries will not accept – or to the exit of the insolvent country, as almost happened to Greece in the summer of 2015. The credibility of the no-bailout clause, in turn, requires using debt restructuring to solve the debt problems of countries whose debts are unsustainable. There was in fact one such restructuring – 2012, in Greece – but this turned out to be too little too late. To avoid a similar problem, the economic costs and stability risks associated with debt restructuring must be reduced. The safety nets advocated above would help in this regard. In addition, the direct exposures of banks to their own sovereigns, must be significantly reduced, since these imply that a sovereign debt restructuring would either bankrupt the national banking system or require a large bank bail-out, partly defeating its purpose. Instead of holding national sovereign bonds, banks should hold a common euro-area wide safe asset – such as a bond issued by a senior European institution like the ESM – for collateral and liquidity purposes. Proposals of this sort have been met with skepticism both in countries that fear the market and do not want to let go of banking systems as lenders of last resort, and in countries who think that the common safe asset will ultimately come at their expense. But both fears can be addressed – through the right design, and by coordinating the gradual reduction of sovereign bond holdings of banks – via appropriate regulation – with the gradual introduction of a European safe asset.3 Reforming the fiscal rules The final building block of a comprehensive euro area architecture reform should be a thorough reform of the Stability and Growth Pact, which is far too complex, remains error-prone, and induces procyclical fiscal behavior. On this, there is widespread consensus among academic and policy economists. Several contributors have recently argued for a new approach, which focuses on expenditure ceilings set to slowly reduce the debt ratios of overindebted countries.4 Changes in tax revenue would not affect the expenditure ceiling unless they are the result of tax policy (e.g. via a tax cut). A collapse in revenue in a downturn would be fully absorbed by an increase in the fiscal deficit. Conversely, during a boom, expenditures would remain constrained by the ceiling, leading to high fiscal surpluses. Hence, automatic stabilizers would be more effective than they are today. A rule of this type would make more sense than the present system, and hence be easier to enforce. But in addition, the enforcement mechanism should itself be reformed. Imposing fines on nations is rarely credible. A better approach would be to require countries that spend more than the ceiling to finance the extra expenditure by issuing subordinated bonds, raising the costs of such issuance, and protecting incumbent bondholders. Conclusion To make the euro sustainable, all members must be happy with it – the fiscally strong and those that view themselves as vulnerable to market sentiment. This requires reforms that make fiscal rules less procyclical and easier to enforce, improve safety nets while preserving incentives for good domestic policies, and increase the credibility of the no bail-out clause. Central to these is the gradual, coordinated introduction of a euro area-level deposit insurance, a European safe asset, and regulation that leads banks to hold this asset instead of national sovereign bonds. 1. A. Bénassy-Quéré, M Brunnermeier, H Enderlein, E Farhi, M Fratzscher, C Fuest, P-O Gourinchas, P Martin, J Pisani-Ferry, H Rey, I Schnabel, N Véron, B Weder di Mauro, and J Zettelmeyer (2018), “Reconciling risk sharing with market discipline: A constructive approach to euro area reform”, CEPR Policy Insight No. 91. 2. See, for example, M Heijdra, T Aarden, J Hanson, and T van Dijk (2018), “A more stable EMU does not require a central fiscal capacity”, VoxEU, 30 November, or Chapter 4 of the latest (2018/19) annual report of the German Council of Economic Experts. 3. See J Pisani-Ferry and J Zettelmeyer (2018), “Could the 7+7 report’s proposals destabilise the euro? A response to Guido Tabellini”, VoxEU, 20 August; J Zettelmeyer and A Leandro, Europe’s Search for a Safe Asset (2018), Policy Brief 18-20, Peterson Institute for International Economics, October. 4. R Beetsma, N Thygesen, A Cugnasca, E Orseau, P Eliofotou, S Santacroce (2018), “Reforming the EU fiscal framework: A proposal by the European Fiscal Board” VoxEU, 26 October; L Feld, C Schmidt, I Schnabel, V Wieland (2018), “Refocusing the European fiscal framework”, VoxEU, 12 September; Z Darvas, P Martin, X Ragot (2018), “The economic case for an expenditure rule in Europe, VoxEU, 12 September. VANGUARDIA | DOSSIER 109 E U RO PA E N J U E G O HOW TO REACH A COMMON POSITION ON AN EUROPEAN MIGRATION AND ASYLUM POLICY? Elspeth Guild IS JEAN MONNET PROFESSOR AD PERSONAM, QUEEN MARY UNIVERSITY OF LONDON. T HE YEAR 2018 WAS A YEAR OF SUBSTAN- TIAL disagreement among the EU Member States about migration and asylum policy. They seem unable to agree on anything and yet everything seems to be interconnected. The movement of people seeking asylum in larger than expected numbers in 2015-2016 led to something of a political crisis in the EU the effects of which are still be felt. The attempt, pushed by some Member States and resisted by others, to organize a relocation scheme for the two Mediterranean countries which at that time were receiving the largest numbers of arrivals of asylum seekers, Greece and Italy, ended up before the Court of Justice, a case brought against the Council by the Slovak Republic and Hungary. It was decided (against the Slovak Republic and Hungary) in September 2017. But this has not dampened the sense of division among the Member States about both migration and asylum. The Commission, with a monopoly over the proposal of legislation in this area has been working 110 VANGUARDIA | DOSSIER overtime to try to find common grounds for new measures, with little success. All five relevant areas: visas and extraterritorial controls, border procedures, migration and asylum/ refugee protection and expulsion are subject to proposals which are going no where. But the question is why? The discord and EU Member States boiled over into the process of the adoption of the UN’s Global Compact on Migration (GCM), the fate of which is a strong indicator of the difficulty in achieving a common European policy in this field. On 21 March 2018, the European Commission (which was charged with negotiating the GCM for the EU) presented a proposal for exceptional authorisation from the Council to approve, on behalf of the EU, the GCM at the end of the process.1 This was a bold move as it would have meant that the Commission would finalise the negotiations, keeping the Council informed of developments but without the need to return to the Council for final approval before signing off at the UN. The Member States would effectively be excluded. The Commission’s effort was unsuccessful, but it put the proverbial cat among the pigeons of EU states concerned about their state sovereignty in the field of borders and migration. While at the commencement of the intergovernmental negotiations in December 2017, the USA had formally withdrawn from the GCM stating that it was inconsistent with US state sovereignty, the international community was taken by surprise by a rash of state defections from the GCM from November 2018 onwards. The sudden anxiety of a number of states, mainly in Europe about the consequences of the GCM for their state sovereignty followed fairly uncontentious negotiations of the contents of the GCM from January to July 2018 (mainly carried out by the Commission on behalf of the EU). At the final vote on 19 December 2018 at the UN General Assembly, out of 194 states only five voted against the GCM – the Czech Republic, Hungary, Israel, Poland and the USA (most noticeably the majority were EU states). Another seven abstained from the vote (Austria, Bulgaria, Chile, Dominican Republic, Italy, Latvia and Romania, again the majority are EU states). One government coalition fell as a result of the Prime Minister’s insistence to sign the GCM (Belgium), though the largest party in Parliament continues to govern in a minority position. Some EU Member States participated full-heartedly in disrupting the international community’s efforts to achieve consensus on migration and borders in the GCM on the basis of protecting their state sovereignty. Their fears about their sovereignty had been fanned by the power struggle with the Commission over the GCM which they considered to be an attempt to change the competences of the EU to the disadvantage of the Member States. The rest of the world scratched its (collective) head at this disorderly display from Europe. These unseemly developments at the international level reveal the degree of distrust and sovereignty anxiety within and among EU Member States regarding borders and migration. It is worth looking briefly at the (in)ability to reach agreement within the EU on measures in the field. A snapshot of the proposed legislation in the field which seems increasingly blocked is as follows: Visa and extraterritorial controls: the EU has been moving towards a reduction of the number of countries on the EU visa black list. The latest to come off the list is Ukraine in May 2017. Turkey was to have come off the list in June 2016 but this has not occurred. The adopt of the ETIAS proposal2 the EU Travel Information and Authorisation System to be rolled out for all travellers to the EU by 2020 will require all non EU travellers to obtain a travel authorisation at a small fee before travelling to the EU. The existing visa system (which is lengthy and expensive for individuals and states) may need to be reconsidered and revised in light of the new tool; on extraterritorial controls: the Council extended the mandate of Operation Sophia (a military sea operation) to 31 March 2019.3 The operation’s core mandate is to contribute to the EU’s work to disrupt the business model of migrant smugglers and human traffickers in the Southern Central Mediterranean. To this end, it trains the Libyan Coastguard and Navy and monitors the long-term efficiency of the training. However, compliance of Libyan coastguard with the human right to leave Libya by pulling back people on boats has raised concerns. A case is currently pending at the European Court of Human Rights against Italy’s contribution to these pull backs through cooperation with Libyan coastguards.4 Border procedures: two years ago Frontex became the European Border and Coast E U RO PA E N J U E G O Guard Agency. Over those two years the agency has cemented its position as one of the cornerstones of the EU’s area of freedom, security and justice, becoming more and more operational on the ground at Europe’s external borders. Yet, the mandate of Frontex while now containing a duty to comply with EU fundamental rights is not tied to the EU regulation on border control which means there is a legal lacuna between the duties of national border guards under the regulation and Frontex.5 The Commission president in his State of the Union address on 3 July 2018 stated that he wanted “new standing corps of 10,000 operational staff with executive powers and their own equipment will ensure that the EU has the necessary capabilities in place to intervene wherever and whenever needed — along the EU’s external borders as well as in non-EU countries.”6 But how this is to fit with national sovereignty claims about border controls and migration remains to be seen; in the meantime, as a result of the 2015-16 shock to the political leaders of some Member States created by the arrival of refugees, the intra-Schengen borders which by law must be free of border guards controlling the movement of people is still subject to exceptions from Germany, Austria, and the Nordic states where intra-Schengen border controls continue to take place;7 Migration: the EU has an incomplete set of measures on migration which include family reunification (for third country nationals), students and researchers and workers. The Commission proposed amendments to the cornerstone labour migration measure, the Blue Card Directive in 2016, but little progress has been made mainly because of a lack of appetite from some Member States; Asylum and refugee protection: The EU has developed the Common European Asylum System (CEAS) since 2000 after being allocated competence to do so. The system must be compliant with the Refugee Convention, CAT and the Charter of Fundamental Rights (which includes a right to asylum). To provide reception for people arriving in Greece and Italy the EU adopted two temporary measures to relocate asylum seekers from those states to other Member States on the basis of a redistribution key. This was highly divisive and was attacked before the Court of Justice by two Member States (unsuccessfully).8 A third set of proposals to revise the CEAS were presented by the Commission in July 2016 but progress has been very slow.9 One of the obstacles is the Dublin system which seeks to allocate responsibility for reception and determination of asylum claims to Member States according to a hierarchy of criteria which do not include the asylum seeker’s preference. As a result the system does not work in practice; Return and expulsion: In March 2017 the Commission proposed to renew the EU’s common measures on return (including the Return Directive10) to introduce greater efficiency and coercion into forced return.11 It, too, is not proceeding rapidly in the Council while at the same time the number of persons subject to forced return in the EU is dropping leading to questions on the necessity of the measures anyway. In September 2018 the Commission proposed a new recast Directive.12 Borders, Migration and Asylum in Numbers So what is missing from the EU policy debate which could assist to provide more coherence and less political heat? The first thing which should be done is all political leaders and their staff should have a serious look at the actually numbers of third country nationals coming to the EU and why. This would help to put some reality back into the debate. For instance, on visas – are third country nationals seeking to enter in massive numbers? The EU (Schengen) states issued in 2017 a total of 14,652,724 uniform short stay visas.13 A total of 16.1 million applications were made resulting in a non-issuance rate of 8.2% for all countries whose nationals are subject to the requirement. It seems EU states approve the vast majority of visa applications made to them. As regards entry of third country nationals at EU external borders, the Schengen borders are governed by the EU Border Code.14 According to Frontex, 306,904,064 passengers entered the EU in 2017 (a year-on-year increase of 4.6%). A total of 183,548 were refused entry – a refusal rate of approximately 0.06%. So it would seem that the external borders of the EU are not under attack. Over 306 million people entered in 2017 and only 0.06% were refused entry. Further, most refusals took place at land borders (84.4%) with air borders being second (12.9%). Refusals at sea borders consti- tute a tiny minority of 2.7%.15 It is also worth mentioning that most refusals were based on the individual not having a valid travel document (268.475), with the lack of a justification for the purpose of stay being second.16 In 2017, the 28 EU Member States issued 3,1 million first residence permits to third-country nationals.17 Residence permits only refer to those allowing the individual to reside for three months or longer and include work, family, study or other permits – the latter category comprising not only international protection but also other permits. 2017 is the year where the EU 28 have granted more first residence permits since 2008. The majority of residence permits – a third – are granted for employment reasons. This is followed by family reunion (830 thousand), other reasons (767 thousand out of which 538 thousand were granted international protection) and education (530 thousand). Eight Member States alone granted close to 88% of all residence permits: Poland, Germany, the UK, France, Spain, Italy, Sweden and the Netherlands, in that order. The largest single nationality of recipients of first residence permits in the EU in 2017 was Ukrainian18 (followed by Syrians, Chinese, Indians and US nationals).19 In 2017, the number of asylum seekers applying for international protection in the EU was @705,000, roughly half the number of persons who applied in 2016. This constitutes a significant drop from the 1.3 million of the previous year. In turn, 538 000 asylum seekers were granted protection status in the EU 28 in 2017. Turning to irregular migration in 2017 the number of illegal border-crossings was the lowest in the EU since 2013, dropping from 511,000 to 204,000 as compared with 2016.20 As regards detection of illegal stay, in 2017, 618,780 cases were reported by Member States but only 516,115 orders to leave EU territory were issued.21 But in the end, after the necessary procedures only 75,115 third country nationals were forceably expelled from the EU that year.22 The top five nationalities of those detected to be irregularly residing in the EU are Albanians, Syrians, Moroccans, Iraqis and Afghanis, three of these nationalities are also among the top beneficiaries of international protection. Finally, third country nationals account for 4.2% of the total EU population.23 Does the VANGUARDIA | DOSSIER 111 E U RO PA E N J U E G O EU need to be afraid of third country nationals arriving on its territory? Clearly the answer to this question is no. The practice of the EU is to welcome third country nationals as tourists, workers, students and persons in need of international protection (though this final category is the subject of some very unfortunate exceptions for instance the approach of the Italian Interior Minister). For those Member States that fear that the arrival of foreigners will change their traditions,24 these statistics should provide profound comfort, not a source of anxiety and political concern. Where next? The EU’s own experience with free movement of persons has been a very positive one. EU citizens cherish their right to move and work in another Member State. The seven enlargements of the EU have on each occasion (except the 1994 one) been accompanied by concerns about floods of people moving from poorer to richer parts of the EU.25 But the reality has been quite different. EU citizens do move from one Member State to another mainly doing so to find work when unemployment rises in their home state or to pursue studies not available to them at home. Many of them go back to their home country sooner or later (in full knowledge that they can set out again should the need arise). The number of EU citizens who live and work in another Member State than that of their citizenship has never exceeded 4% of the total population, is usually under 3%, and this is without an restrictions on crossing borders of migration. This is notwithstanding very substantial differences in wages, unemployment levels and standards of living across the EU. Free movement of persons has been achieved in the EU through the agreement of all states to trust one another and to work towards achievement of this pillar of the EU. The Member States need to accept that third country nationals resemble EU citizens in all ways except that they do not have EU passports. Just as EU citizens go to third countries to pursue their employment opportunities and dreams so too third country nationals come to the EU. Understanding migration of third country nationals to the EU as just as normal as that of EU citizens around the EU and to third countries is the starting point. The EU is not being flooded nor is it being invaded by third country nationals. 112 VANGUARDIA | DOSSIER The third country nationals who are coming to the EU in the largest numbers and working here are the most invisible, Ukrainians, the second largest number, Syrians, are war refugees entitled to our compassion. From this starting point the EU should move towards a common position on migration, acknowledging the entitlement of all people to dignity and negotiating together agreements with third countries which facilitate migration and movement of their people to achieve their legitimate aspirations. 14. Regulation (EU) 2016/399 of the European Parliament and of the Council of 9 March 2016 on a Union Code on the rules governing the movement of persons across borders (Schengen Borders Code) 15. Ibid. 16. Ibid. 17. Eurostat, Residence Permits Statistics, October 2018, available at: https://ec.europa.eu/eurostat/ statistics-explained/index.php/Residence_permits_ statisticsexplained/index.php/Residence_permits_ statistics#First_residence_permits:_an_overview accessed 9 January 2019. 18. Ukraine was removed from the Schengen visa 1. COM (2018) 168. black list in June 2017. 2. https://etias.com/ accessed 21 December 2018 19. https://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explai- 3. https://www.consilium.europa.eu/en/press/press- ned/index.php/Residence_permits_statistics acces- releases/2018/12/21/eunavfor-med-operation-sophia- sed 9 January 2019. mandate-extended-until-31-march-2019/ accessed 20. Ibid., p. 18. 21 December 2018. 21. The data by Frontex is also different since it re- 4. https://sea-watch.org/en/legal-action-against- ports 435.786 detections of illegal stay and 279.215 italy-over-its-coordination-of-libyan-coast-guard/ return decisions. FRONTEX, European Border and accessed 21 December 2018. Coast Guard Agency, Risk Analysis for 2018, War- 5. Regulation (EU) 2016/399 of the European Par- saw, p. 16. liament and of the Council of 9 March 2016 on a 22. https://frontex.europa.eu/assets/Publications/ Union Code on the rules governing the movement Risk_Analysis/Risk_Analysis/Risk_Analysis_ of persons across borders (Schengen Borders Code). for_2018.pdf accessed 9 January 2019. 6. https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-poli- 23. 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All statistics are from the European Commission. P OPULISME», «POPULISTE»: CES TERMES sont devenus omniprésents dans la vie cou- E U RO PA E N J U E G O rante, politique, médiatique en même temps que largement commentés dans les sciences humaines, sociales et politiques. Ils sont pourtant vite source de confusion, d’approximation, ils sont incertains et ce aussi bien dans le discours ordinaire que s’il s’agit de les conceptualiser. Leur usage est le plus souvent critique et même péjoratif, surtout dans le débat public où il renvoie à l’idée de démagogie ; il est rare que le recours à ce vocabulaire soit apologétique – mais cela s’observe parfois à propos de l’Amérique latine ou dans l’idée d‘un populisme « de gauche » que véhiculent les écrits d’Ernesto Laclau ou de Chantal Mouffe. De nombreux ouvrages proposent un rappel historique des phénomènes dits « populistes » ce qui revient à postuler une certaine continuité, une unité dans l’histoire. En fait, il y a là une facilité intellectuelle qu’il vaut mieux refuser, en distinguant deux ères distinctes : celle qui s’achève dans les années 60, ou au début des années 70 du XXème siècle1, et celle, inaugurée pour l’essentiel dans les années 80, du populisme contemporain, qui est celle qui nous intéresse ici, en particulier à propos de l’Europe. La première phase commence avec le mouvement russe de la deuxième moitié du XIXème siècle (les « narodnicki »), elle se poursuit aux Etats-Unis (avec le People’s Party), à la fin du XIXème siècle et au début du XXème. Puis viennent les populismes latino-américains des années 30 jusque dans les années 50 ou 60, avec notamment le péronisme en Argentine2, à partir de 1945. Déjà là, le phénomène est sans unité, tant ces expériences sont diverses. 1. La poussée contemporaine Une nouvelle phase s’est ouverte dans les années 80, relativement différente. Rares sont les pays qui, en Europe, évitent cette poussée. En France, le Front National, né en 1972, était groupusculaire et d’extrême-droite : il est devenu une force politique populiste –national-populiste ont dit certains spécialistes- au début des années 80, visible à l’occasion de l’élection partielle de Dreux en 1983. Sa montée en puissance doit beaucoup au choix de faire de l‘immigration un thème central de son action, son antisémitisme étant désormais largement complété par un racisme anti-arabe devenu islamophobie. Le Front National a changé de nom pour devenir en 2018 Rassemblement National. La France compte également, ce qui est rare en Europe, un populisme de gauche, avec La France insoumise, qui rejette l’Union européenne, et ne cache pas ses références positives à Hugo Chavez, sinon à Nicolas Maduro. La France insoumise est sous tension, entre un positionnement de gauche de la gauche, autorisant la perspective d’alliance avec les communistes ou les socialistes, et une orientation carrément populiste, qui parle au nom du peuple contre les élites en des termes qui le rapprochent du Rassemblement National. Mais la France n’a pas le monopole du populisme de gauche en Europe, certains politologues considèrent que Podemos en Espagne relève d’une même analyse. En Italie, le mouvement Cinq Etoiles, créé par l’amuseur Beppe Grillo qui l’a dirigé jusqu’en 2017, est devenu un parti qui a mis en avant la critique du parlementarisme et l’appel à la démocratie directe. Force populiste conjuguant étrangement thématiques de gauche et de droite, tout en se voulant « ni de gauche ni de droite », il s’est allié en 2018 avec l’extrême-droite anti-européenne et nationaliste de la Ligue pour diriger le pays. Les incohérences sont permanentes dans la conduite politique du mouvement Cinq Etoiles pour qui l’alliance avec la Ligue est source de déclin. Comme ailleurs, l’union du nationalisme et du populisme semble s’opérer au profit du premier. Aux Pays-Bas, avec aujourd’hui Geert Wilders, le populisme est attaché lui aussi au nationalisme, et n’est pas dépourvu de modernité culturelle. Les populismes d’Europe occidentale, de façon plus générale, sont plus ouverts par exemple aux homosexuels que ceux d‘Europe centrale et orientale. En Autriche, dans les pays du groupe de Visegrad, en Pologne, en Hongrie, en République tchèque plus peut-être qu’en Slovaquie, etc., dans toute l’Europe centrale, des « national-populismes », accèdent au pouvoir (en Hongrie avec le Fidesz et Viktor Orban, en Pologne avec Beata Szydlo), en sont proches, ou participent à une coalition gouvernementale (en Autriche, en Bulgarie, en Lettonie, en Slovaquie) mais aussi en Norvège. En 2018, en Europe, six partis de type national-populistes représentent au moins 20% des électeurs lors des plus récentes élections législatives, et huit entre 10 et 20%. Le populisme, associé à un nationalisme puissant, est le plus souvent antisémite, et tourne à l’autoritarisme. Protectionniste, il critique l’Union européenne sans aller jusqu’à prôner la rupture. Car tout en se disant hostile au « mondialisme », il peut s’accommoder de modèles économiques favorables au néo-libéralisme et en tous cas au marché, et ses dirigeants savent aussi tout ce qu’apporte l’Union européenne en matière économique. Les populismes de droite sont dans l’ensemble d’accord pour dénoncer les migrants, exiger la priorité ou la préférence pour les nationaux, en matière d’emploi, mais aussi de logement, leur hostilité est nette s’il s’agit de l’islam, et pas seulement de l’islamisme radical. Le populisme aussi longtemps qu’il est loin du pouvoir, est protestataire, il critique et dénonce le pouvoir politique, se veut anti-systémique ; parvenu aux affaires, et amené à se confronter aux réalités et aux contraintes du pouvoir, il change : un discours que n’embarrasse ni les contradictions internes, ni la démagogie sans limite n’est plus tenable. Une fois proche du pouvoir, et surtout si les conditions économiques sont défavorables, le populisme se transforme, par exemple le leadership charismatique devient un autoritarisme violent, ou bien encore il s’associe à un nationalisme extrémiste beaucoup plus clair dans ses orientations. 2. Quatre points cardinaux Nous pouvons maintenant commencer à donner du populisme une image un peu plus structurée, et notamment distinguer, comme je l’avais fait dans le contexte de la campagne présidentielle de 2017 en France3, quatre orientations politiques principales possibles, qui dessinent finalement quatre points cardinaux. Les deux premiers se situent sur un axe gauche/droite, en étant: -l’un à gauche de la gauche, anti-européen tout en évitant un trop fort ou explicite marquage nationaliste et en rejetant le racisme, la xénophobie, l’antisémitisme, sauf à les voir s’exprimer dans ses marges. -l’autre nationaliste et radicalisé à droite ou à l’extrême-droite, plus ou moins explicitement raciste, xénophobe et antisémite, an- VANGUARDIA | DOSSIER 113 E U RO PA E N J U E G O ti-européen, en faveur d’une société fermée et d’une nation homogène culturellement Les deux autres points cardinaux se situent au centre, et sur un axe haut/bas. Le populisme peut en effet être aussi localisé en dehors du clivage classique de la démocratie représentative, ni à gauche, ni droite, empruntant à leurs deux registres, selon les thèmes ou les moments, tel ou tel aspect de leurs argumentations ou de leurs références. Et dans ce cas il peut être : -du centre et d’en bas, populaire dans ses accents, c’est le cas avec le mouvement Cinq Etoiles en Italie, -et d’en haut, mettant en avant la raison gestionnaire ou économique, mais s’affranchissant le plus possible des médiations comme d’une certaine façon Emmanuel Macron en campagne présidentielle en 2017, puis dans sa politique, notamment vis-à-vis des syndicats. Dans tous les cas, les populismes en appellent au peuple, paré de toutes les vertus, ou à une liaison directe avec lui, sans médiations institutionnelles : si une forme de démocratie semble en théorie leur convenir, c’est bien la démocratie directe, non représentative, ce n’est pas celle des Parlements et des partis. La souveraineté du peuple doit pour eux s’exercer sous la forme principale et démultipliée de referendums, et ils ne sont pas favorables aux institutions qui sont chargées de réguler la vie publique, cours constitutionnelles, autorités indépendantes par exemple. Les populismes dénoncent volontiers la corruption des élites, quitte à verser éventuellement dans le « complotisme », et à soupçonner les élites nationales d’avoir partie liée avec des forces étrangères ; ils se disent aussi volontiers antisystème, ce qui est contradictoire avec leurs efforts pour accéder au pouvoir, ou s’en rapprocher. Il est vrai qu’ils ne sont pas embarrassés par leurs contradictions. 3. Différences Les populismes nationalistes de droite, les plus puissants aujourd’hui présentent, entre eux et en leur sein, d’importantes différences. La plus décisive tient à leur rapport à la violence. Le populisme n’est pas en luimême nécessairement violent, au contraire, 114 VANGUARDIA | DOSSIER il demeure attaché à des projets de conquête démocratique, électorale, du pouvoir. Mais son discours, par exemple quand il est raciste ou antisémite, peut encourager des acteurs radicalisés à passer à l‘acte, son existence peut constituer une sorte de parapluie. Si le populisme n’est pas en soi violent, il peut aussi annoncer ou précéder une phase de violence. Là où le populisme échoue, ne parvient pas à maintenir un discours politique mythique, perd ses soutiens dans l’opinion, peut s’ouvrir la voie à des actions violentes, comme on le voit dans certains mouvements d’extrême-droite aujourd’hui, par exemple en Grèce avec Aube Dorée ou en Italie avec Casa Pound. Dans certains cas, comme en Allemagne, une extrême-droite virulente, sinon violente, de type néo-nazi, existe, avec entre autres le NPD (Nationaldemokratische Partei Deutschlands), en même temps que s’affirme un parti politique nationaliste plus proche du populisme, et moins extrémiste, l’AFD (Alternative für Deutschland), dont les premières avancées électorales datent de 2014. La deuxième grande différence en Europe est entre l’Ouest et l’Est. A l’Ouest, les populismes acceptent une certaine modernité culturelle. Ils peuvent par exemple avoir des leaders homosexuels, comme Pym Fortuyn aux Pays-Bas, où Geert Wilders, après sa mort, a pris parti pour défendre les homosexuels ; ou s’ouvrir à un certain féminisme, ne serait-ce que pour s’opposer à un islam jugé irréductiblement incapable de s’intégrer culturellement. En Europe centrale, différemment, les populismes sont très traditionnels culturellement, éventuellement même archaïques, rappelant dans les cas extrêmes des thématiques d’avant-guerre. Le spectre politique du populisme est immense, puisque allant de l’extrême-droite à l’extrême-gauche en passant par le centre, et il s’inscrit dans des sociétés dont les histoires sont différentes : les unes, ont été des puissances coloniales, mais pas toutes, certaines ont connu le nazisme ou le fascisme, d’autres encore, parfois les mêmes, l’inclusion dans l’Empire soviétique, puis sa déstructuration, etc. C’est pourquoi aussi la montée des populismes contemporains en Europe, tout en traduisant une crise générale, politique avant tout, mais aussi culturelle et morale, se présente de façon diversifiée. Mais toujours aussi avec des points com- muns, en court-circuitant les médiations, en donnant plus d’importance aux émotions et aux passions qu’à la raison et à l’argumentation. 4. Le populisme comme mythe Les populismes expriment des attentes qui ne trouvent pas leur traitement, ou insuffisamment, dans les systèmes politiques et institutionnels, soit que ceux-ci sont vieillis, défaillants, épuisés, soit au contraire qu’ils n’existent pas encore, qu’ils tardent à se mettre en place. Ils montent en puissance, pour le dire d’un mot, dans la crise ou les carences de ces systèmes. Ils ne sont pas pour autant en eux-mêmes le point extrême de cette crise ou de ces carences, ils ne sont pas extrémistes, ils sont souvent ambivalents, contradictoires, et lorsqu’ils ne parviennent plus à exprimer leurs demandes, leurs peurs, leurs espoirs, alors, ils laissent la place à autre chose: la dissolution pure et simple, le passage à des formes politiques démocratiques, l’activisme révolutionnaire, et, dans les temps présents, avant tout, les appels à l’autoritarisme, en même temps que la droitisation extrême, la violence. Lorsqu’un populisme se décompose et commence à s’allier au mal –le nationalisme, le racisme, l’antisémitisme, la xénophobie, l’intolérance religieuse, l’autoritarisme dictatorial- il y a de fortes chances pour qu’en fait il s’y soumette, car de telles tendances le font sortir de l’ambiguïté ou de l’ambivalence, liquident ses contradictions au profit de projet clairs et nets. Ajoutons à ce constat que les populismes fonctionnent généralement avec un leader charismatique exerçant un ascendant puissant sur une partie du peuple et bénéficiant par ses qualités exceptionnelles d’un lien direct avec lui, ce qui correspond précisément au refus des médiations entre le peuple et sa direction. Un tel lien tient lieu de représentation politique ; il ne laisse aucune place au débat démocratique interne, il va de pair avec l’existence d’un discours qui à lui seul règle tous les problèmes, a réponse à tout. Ce qui finalement permet de définir ce qui est le cœur des populismes, à savoir qu’ils relèvent du mythe en conciliant de façon imaginaire, dans le discours, ce qui dans la réalité est inconciliable. Ils promettent au E U RO PA E N J U E G O peuple qu’il va rester lui-même tout en se transformant ; ils s’efforcent de se rapprocher du pouvoir, de gérer, et pas seulement de protester, tout en dénonçant le système et les élites qui dirigent ; ils en appellent à l’unité du corps social, mais n’hésitent pas à construire cette unité contre une petite partie de ce même corps social, les élites, les oligarques, les Juifs, etc.. 5. Un phénomène avant tout politique Ne faut-il pas introduire la dimension économique pour rendre pleinement compte de la poussée des forces populistes en Europe depuis les années 80 ? Une explication économique serait en fait trop simple : le populisme existe dans des pays en crise économique, certes, mais d’une part, on le rencontre aussi dans des pays qui ne sont pas en crise économique, en Suisse, par exemple, ou en Norvège, et symétriquement, un pays comme le Portugal qui a connu une grave crise économique n’a pas vu apparaître de partis populistes. De même, l’Espagne a beaucoup tardé, si l’on peut dire, à se doter d’un parti d’extrême-droite malgré la crise économique, et ce n’est que très récemment qu’est apparu Vox en Andalousie, jusqu’ici un bastion du socialisme. Les difficultés économiques peuvent jouer, bien entendu, dans les discours et les ardeurs populistes, mais on ne peut en faire leur détermination principale. En fait, tout nous conduit à faire du populisme contemporain un phénomène avant tout proprement politique, et plus précisément une conséquence des difficultés de la démocratie libérale à assumer ses missions. Le populisme traduit les limites de la démocratie, ses carences. C’est pourquoi il est si largement disqualifié et stigmatisé, ou assimilé à l’autoritarisme, au nationalisme ou à l’extrémisme, dont il est distinct même s’il peut sembler s’en rapprocher : le populisme apparaît alors comme une menace politique que fabriquent les démocraties en crise, d’où la forte formule de Jean-Werner Müller dans son livre Was ist Populismus ? Ein Essay, (p.23 de la traduction en français pour qui) : « le populisme est l’ombre portée de la démocratie représentative »4. Car plus les partis politiques classiques semblent inadaptés, impuissants, décalés par rapport aux attentes de la société, et plus les forces populistes trouvent un espace pour se développer. Ces forces peuvent certes donner naissance à des partis nouveaux, qui deviendront un jour relativement classiques, qui entreront dans les jeux institutionnels, parlementaires. Mais aussi longtemps qu’elles sont populistes, elles conservent ce qui est au cœur du populisme contemporain : la capacité à proposer un discours mythique qui séduit une partie non négligeable de la population en lui proposant l’image d’une unité du corps social, au-delà de ses divisions. Quand la représentation politique, mais aussi d’éventuels échecs d’initiatives en faveur de la démocratie participative ou délibérative n’assurent plus le traitement de ce qui divise la société, le populisme apporte sa réponse, sous la forme d’une protestation. Celle-ci est aussi une promesse dans laquelle tout se mêle : ce qui fait division devient en effet unité, le corps social cesse d’être présenté dans ce qui oppose et sépare les groupes sociaux, ou autres, il devient un « peuple », une unité, ce qui s’accommode facilement d’autres propositions unifiantes, et en particulier du discours de la nation. Le populisme vient alors transformer comme magiquement les problèmes, les difficultés, en images unifiées d’un peuple éventuellement purgé de tout ce qui semble être un obstacle : socialement, les immigrés, accusés de voler l’emploi des nationaux par exemple, culturellement et religieusement les musulmans, car l’islam viendrait mettre en cause l’homogénéité de la nation, ses « valeurs », et s’il faut vraiment un autre bouc émissaire, les juifs, qui assurent classiquement cette fonction. Les populismes contemporains en Europe proposent une réponse mythique à la crise politique de la représentation classique, et au décalage majeur apparu entre les partis, leur discours, leur mode de fonctionnement, leur vision de l’avenir, les intérêts particuliers de leurs membres, et la société telle qu’elle est, avec ses attentes, ses demandes. Ils correspondent à un moment singulier de l’histoire de l’Europe : celui où un vieux monde se défait, industriel, post-colonial et post-soviétique, et où un nouveau apparaît. Un moment où les forces politiques nées dans le vieux monde semblent à la traîne, incapables de rentrer dans le nouveau monde, et de penser global, d’aborder réellement le risque climatique, d’essayer de construire l’Europe tout en répondant aux aspirations nationales. Conclusion: pour la démocratie D’où notre conclusion : il faut inventer de nouvelles formes de démocratie et de vie politique si nous voulons voir régresser les populismes sans qu’ils laissent la place à bien pire –les violences, la haine, la guerre. Car de toute façon, après le populisme viendra nécessairement son dépassement, et donc la décomposition du mythe : c’est ce dépassement qu’il s’agit de penser. Le populisme critique, proteste, dénonce sans être gêné par ses propres turpitudes, sa propre corruption, ou les « affaires » qui l’éclaboussent. Aussi longtemps que le mythe tient, sans que la force populiste concernée puisse parvenir aux affaires, il est erroné de parler d’extrémisme, de faire des comparaisons avec le fascisme ou le nazisme, d’envisager l’essor de la violence. Le véritable danger est dans l’après-populisme, lorsque celui-ci ou bien parvient aux affaires, électoralement, ou bien se déstructure pour laisser la place à des orientations inquiétantes qu’il véhiculait mais sans leur laisser une réelle capacité d’action : extrémisme de droite, nationalisme sans nuance, autoritarisme anti-démocratique, pulsions révolutionnaires, etc. Dans les deux cas, les pires scenarii méritent d’être envisagés : les menaces qu’il peut véhiculer ou accompagner ne sont rien à côté des dangers qui pourraient résulter de sa disparition, et des forces du mal qui seraient alors libérées. Il est urgent de réinventer et de relancer la démocratie, c’est-à-dire le traitement politique des différends qui font la diversité et le pluralisme de toute société. Il y faudra du temps, car la crise est profonde. 1. cf. par exemple Guy Hermet, Les Populismes dans le monde. Une histoire sociologique, XIXème-XXème siècle, Fayard, Paris, 2001. 2. cf. par exemple Alain Rouquié, Le siècle de Peron, Paris, Seuil, 2016. 3. «Les quatre points cardinaux du populisme», La Vanguardia, 6 février 2017, repris sur mon Carnet d’hypothèses, le 15 février 2017. 4. Jean-Werner Müller, Qu’est-ce que le populisme ? Paris, folio, 2017. VANGUARDIA | DOSSIER 115 E U RO PA E N J U E G O HOW EASTERN EUROPEAN POPULISM IS DIFFERENT THAN ITS WESTERN EUROPEAN COUNTERPART Slawomir Sierakowski DIRECTOR OF THE INSTITUTE FOR ADVANCED STUDY IN WARSAW. E ASTERN EUROPE DOES NOT EXIST When modern national identities were emerging, most of today’s Eastern European countries were not even on the map. Their most prominent nationals were citizens of other countries, and their broader populations were generally backward and politically disenfranchised. The common experience that ultimately joined Czechs, Poles, Romanians, and Hungarians was Communism. The nineteenth-century experience of struggles for independence has made Eastern European countries more nationalistic and more sensitive to issues of sovereignty, while the experience of communism (which was often more nationalist than leftist) has discredited the political left. The legacy of communism is that the region is poorer, more backward, more corrupt, and cut off from immigration. Eastern European countries differ from their Western neighbors in terms of their economic model. They lack the experience of 116 VANGUARDIA | DOSSIER the post-war welfare state. Meanwhile, the fall of communism came at the height of faith in neoliberalism, which is why the capitalism that was introduced in Poland, the Czech Republic, and Hungary (as well as Russia) is far more neoliberal that its equivalent in Germany, France, or Italy. The common experiences of twentieth-century communism and nineteenth-century nationalism make the region far more populist than Western Europe. But the region’s internal differences also mean that it is home to entirely different brands of populism. Polish populism is ideological, while the Czech Republic’s resembles the iconic character Josef Švejk in that it is half-witted and bumbling, and therefore less threatening. Hungary, meanwhile, has gangster populism. PiS is like a monastery, Fidesz is like the mob, and Andrej Babiš’s ANO is like a madhouse. The populism of Slovakia’s Robert Fico does not resemble anything—it is an invisible populism, although it involves the rather surreal element of cooperation with the Italian mafia. Fico’s invisible populism has proven the least populist, and led to economic growth in Slovakia. On the other hand, it also proved the most murderous—only Slovakia has experienced the shocking murder of a journalist, most likely with the involvement of businessmen cooperating with government authorities. How Eastern European Populism is Different than its Western European Counterpart As political scientists Martin Eiermann, Yascha Mounk, and Limor Gultchin of the Tony Blair Institute for Global Change have shown, only in Europe’s post-communist east do populists routinely beat traditional parties in elections. Of 15 Eastern European countries, populist parties currently hold power in seven, belong to the ruling coalition in two more, and are the main opposition force in three. Eiermann, Mounk, and Gultchin also point out that whereas populist parties captured 20% or more of the vote in only two Eastern European countries in 2000, today they have done so in ten countries. In Poland, populist parties have gone from winning a mere 0.1% of the vote in 2000 to holding a parliamentary majority under the Law and Justice (PiS) party’s current government. And in Hun- gary, support for Prime Minister Viktor Orbán’s Fidesz party has at times exceeded 70%. Aside from hard data, we need to consider the underlying social and political factors that have made populism so much stronger in Eastern Europe. For starters, Eastern Europe lacks the tradition of checks and balances that has long safeguarded Western democracy. Unlike PiS Chairman Jarosław Kaczynski, Poland’s de facto ruler, Donald Trump does not ignore judicial decisions or sic the security services on the opposition. Or consider Special Counsel Robert Mueller’s investigation into Trump and his campaign’s ties to Russia. Mueller was appointed by US Deputy Attorney General Rod Rosenstein, a government functionary who is subordinate to Trump within the executive branch. But while Trump has the authority to fire Mueller or Rosenstein, he wouldn’t dare do so. The same cannot be said for Kaczynski. Another major difference is that Eastern Europeans tend to hold more materialist attitudes than Westerners, who have moved beyond concerns about physical security to embrace what sociologist Ronald Inglehart calls post-materialist values. One aspect of this difference is that Eastern European societies are more vulnerable to attacks on abstract liberal institutions such as freedom of speech and judicial independence. This shouldn’t be too surprising. After all, liberalism in Eastern Europe is a Western import. Notwithstanding the Trump and Brexit phenomena, the US and the UK have deeply embedded cultures of political and social liberalism. In Eastern Europe, civil society is not just weaker; it is also more focused on areas such as charity, religion, and leisure, rather than political issues. Moreover, in the vastly different political landscape of Europe’s post-communist states, the left is either very weak or completely absent from the political mainstream. The political dividing line, then, is not between left and right, but between right and wrong. As a result, Eastern Europe is much more prone to the “friend or foe” dichotomy conceived by the anti-liberal German political and legal theorist Carl Schmitt. Each side conceives of itself as the only real representative of the nation, and treats its opponents as illegitimate alternatives, who should be disenfranchised, not merely defeated. E U RO PA E N J U E G O Is the Case of Poland Really Similar to Hungary? Stalin, in the first decade of Soviet power, backed the idea of “socialism in one country,” meaning that, until conditions ripened, socialism was for the USSR alone. When Hungarian Prime Minister Viktor Orbán declared, in July 2014, his intention to build an “illiberal democracy,” it was widely assumed that he was creating “illiberalism in one country.” Now, Orbán and Jarosław Kaczynski, the leader of Poland’s ruling Law and Justice (PiS) party, and puppet-master of the country’s government (though he holds no office), have proclaimed a counter-revolution aimed at turning the European Union into an illiberal project. After a day of grinning, backslapping bonhomie at the 2018 Krynica conference, which styles itself a regional Davos, and which named Orbán its Man of the Year, Kaczynski and Orbán announced that they would lead 100 million Europeans in a bid to remake the EU along nationalist / religious lines. One might imagine Václav Havel, a previous honoree, rolling over in his grave at the pronouncement. And former Ukrainian Prime Minister Yuliya Tymoshenko, another previous winner, must be aghast: her country is being ravaged by Russia under President Vladimir Putin, the pope of illiberalism and role model for Kaczynski and Orbán. The two men intend to seize the opportunity presented by the United Kingdom’s Brexit referendum, which demonstrated that, in today’s EU, illiberal democrats’ preferred mode of discourse – lies and smears – can be politically and professionally rewarding (just ask the UK’s former foreign secretary, Boris Johnson, a leading Brexiteer). The fusion of the two men’s skills could make them a more potent threat than many Europeans would like to believe. What Orbán brings to the partnership is clear: a strain of “pragmatic” populism. He has aligned his Fidesz party with the European People’s Party, which keeps him formally within the political mainstream and makes German Chancellor Angela Merkel an ally who provides political protection, despite his illiberal governance. Kaczynski, however, chose to ally the PiS with the marginal Alliance of European Conservatives and Reformists, and quarrels almost ceaselessly with Germany and the EU Commission. Moreover, Orbán has more of the common touch than his Polish partner. Like Donald Tusk, the former Polish prime minister who is now President of the European Council, he plays soccer with other politicians. Kaczynski, by contrast, is something of a hermit, who lives alone and spends his evenings watching Spanish rodeo on TV. He seems to live outside of society, whereas his supporters seem to place him above it – the ascetic messiah of a Poland reborn. It is this mystical fervor that Kaczynski brings to his partnership with the opportunistic Orbán. It is a messianism forged from Polish history – a sense that the nation has a special mission for which God has chosen it, with the proof to be found in Poland’s especially tragic history. Uprisings, war, partitions: these are the things a Pole should think about every day. A messianic identity favors a certain type of leader – one who, like Putin, appears to be animated by a sense of mission (in Putin’s case, it is the same mission proclaimed by the czars: Orthodoxy, autocracy, and nationality). So, whereas Orbán is a cynic, Kaczynski is a fanatic, for whom pragmatism is a sign of weakness. Orbán would never act against his own interests; Kaczynski has done so many times. By attacking members of his own coalition government, for example, Kaczynski lost power in 2007, only two years after he had won it. He seems to have no plans. Instead, he has visions – not of fiscal reform or economic restructuring, but of a new type of Poland. Orbán seeks nothing of the kind. He doesn’t want to create a new-model Hungary; his only aim is to remain, like Putin, in power for the rest of his life. Having governed as a liberal in the 1990s (paving the way for Hungary to join both NATO and the EU) and lost, Orbán regards illiberalism as the means to win until he takes his last breath. Kaczynski’s illiberalism is of the soul. He calls those outside his camp “the worst sort of Poles.” Homo Kaczynskius is a Pole preoccupied with his country’s fate, and who bares his teeth at critics and dissenters, particularly foreign ones. Gays and lesbians cannot be true Poles. All non-Polish elements within Poland are viewed as a threat. The PiS government has not accepted a single refugee of the tiny number – just 7,500 – that Poland, a country of nearly 40 million, agreed with the EU to take in. Despite their different motivations for embracing illiberalism, Kaczynski and Orbán agree that, in practical terms, it means building a new national culture. State-funded media are no longer public, but rather “national.” By eliminating civil-service exams, offices can be filled with loyalists and party hacks. The education system is being turned into a vehicle for fostering identification with a glorious and tragic past. Only cultural enterprises that praise the nation should receive public funding. For Kaczynski, foreign policy is a function of historical policy. Here, the two men do differ: whereas Orbán’s pragmatism keeps him from antagonizing his European and US partners excessively, Kaczynski is uninterested in geopolitical calculation. After all, a messiah does not trim his beliefs or kowtow; he lives to proclaim the truth. So, for the most part, Kaczynski’s foreign policy is a tendentious history seminar. Poland was betrayed by the West. Its strength – today and always – comes from pride, dignity, courage, and absolute self-reliance. Its defeats are moral victories that prove the nation’s strength and courage, enabling it, like Christ, to return from the dead after 123 years of absence from the map of Europe. The Five Lessons of Populists Rule The conventional view of populism posits that an erratic ruler will enact contradictory policies that primarily benefit the rich. The poor will lose, because populists have no hope of restoring manufacturing jobs, despite their promises. And massive inflows of migrants and refugees will continue, because populists have no plan to address the problem’s root causes. In the end, populist governments, incapable of effective rule, will crumble and their leaders will either face impeachment or fail to win re-election. Kaczynski faced similar expectations. Liberal Poles thought that he would work for the benefit of the rich, create chaos, and quickly trip himself up – which is exactly what happened in 2005-2007, when Kaczmarczyk’s Law and Justice Party (PiS) last governed Poland. But the liberals were wrong. PiS has transformed itself from an ideological nullity into a party that has managed to introduce shocking changes with record speed and efficiency: VANGUARDIA | DOSSIER 117 E U RO PA E N J U E G O No to neoliberalism. In 2005-2007, PiS implemented neoliberal economic policies (for example, eliminating the highest income-tax bracket and the estate tax); this time, it has enacted the largest social transfers in Poland’s contemporary history. Parents receive a 500 złoty ($120) monthly benefit for every child after their first, or for all children in poorer families (the average net monthly income is about 2,900 złoty, though more than twothirds of Poles earn less). As a result, the poverty rate has declined by 20-40%, and by 70-90% among children. The list goes on: In 2016, the government introduced free medication for people over the age of 75. The minimum-wage now exceeds what trade unions had sought. The retirement age has been reduced from 67 for both men and women to 60 for women and 65 for men. The government also plans tax relief for low-income taxpayers. The restoration of “order.” Independent institutions are the most important enemy of populism. Populist leaders are control freaks. For populists, it is liberal democracy that leads to chaos, which must be “put in order” by a “responsible government.” Media pluralism leads to informational chaos. An independent judiciary means legal chaos. Independent public administration creates institutional chaos. And a robust civil society is a recipe for chronic bickering and conflict. But populists believe that such chaos does not emerge by itself. It is the work of perfidious foreign powers and their domestic puppets. To “make Poland great again,” the nation’s heroes must defeat its traitors, who are not equal contenders for power. Populist leaders are thus obliged to limit their opponents’ rights. Indeed, their political ideal is not order, but rather the subordination of all independent bases of power that could challenge them: courts, media, business, cultural institutions, NGOs, and so forth. Electoral dictatorship. Populists know how to win elections, but their conception of democracy extends no further. On the contrary, populists view minority rights, separation of government powers, and independent media – all staples of liberalism – as an attack on majority rule, and therefore on democracy itself. The political ideal that a populist government strives for is essentially an elected dictatorship. And recent US experience sug- 118 VANGUARDIA | DOSSIER gests that this can be a sustainable model. After all, everything depends on how those in power decide to organize elections, which can include redrawing voting districts or altering the rules governing campaign finance or political advertisements. Elections can be falsified imperceptibly. Might makes right. Populists have benefited from disseminating fake news, slandering their opponents, and promising miracles that mainstream media treat as normal campaign claims. But it is a mistake to think that truth is an effective weapon against post-truth. In a post-truth world, it is power, not fact-checking, that is decisive. Whoever is most ruthless and has the fewest scruples wins. Populists are both unseemly and ascendant. Trump’s supporters, for example, have come to view tawdriness as evidence of credibility, whereas comity, truth, and reason are evidence of elitism. If people are worse off under liberal democracy, so much the worse for liberal democracy. Those who would resist populism must come to terms with the fact that truth is not enough. They must also display determination and ruthlessness, though without becoming the mirror image of their opponents. The current situation in Poland can serve as a useful example. After a year of retreating, the two largest opposition parties have begun to occupy the Sejm (Poland’s parliament) to protest an illegal vote on the state budget. They are laying a trap for Kaczynski’s government: back down or resort to violence. Either way, he loses. Nationalism is not dead. Unfortunately, what won’t lose, in Poland and elsewhere, is nationalism – the only ideology that has survived in the post-ideological era. By appealing to nationalist sentiment, populists have gained support everywhere, regardless of the economic system or situation, because it is being fueled externally, namely by the influx of migrants and refugees. Mainstream politicians, especially on the left, currently have no effective message on the issue. Opposing migration contradicts their ideals, while supporting it means electoral defeat. But the choice should be clear. Either populism’s opponents drastically change their rhetoric regarding migrants and refugees, or the populists will continue to rule. Migrants and refugees lose in either scenario, but in the second, so does liberal democracy. Such calculations are ugly – and, yes, corrosive of liberal values – but the populists, as we have seen, are capable of far nastier tradeoffs. Kaczynski had succeeded in establishing control over two issues near and dear to voters: social transfers and immigration. As long as he controls these two bastions of voter sentiment, he is safe. Poles, Hungarians, and other Eastern Europeans are combatting populism by appealing to the law, to European Union, to their countries’ economic interests. But the truth is that populists can only be defeated politically. The EU is essentially helpless. The famed Article 7, whose implementation is precedent by a series of steps, has never been implemented. Even if it were, that process would only suspend the given country’s voting rights—but that will never happen, because it requires unanimity. Orbán and Kaczynski safeguard each other by guaranteeing a veto on such a vote. Regardless of that fact, enough politicians in Brussels are holding back from imposing punishment on rule-breaking member states because they are worried that that would supply the populists with arguments to support their conspiracy theories concernig enemies lying in wait for the Polish, Hungarian, or Czech nation. Populists have to be defeated electorally. In Poland that outcome is quite probable, but in Hungary it is essentially impossible. The independent media has survived in Poland (thanks to the fact that the largest print and television outlets are owned by German or American corporations, and the Polish government is wary antagonizing the US and Germany) and the Polish judiciary is standing firm against pressure from the ruling party, as is the country’s strong civil society. In Hungary, meanwhile, there is almost no independent media to speak of, while the judiciary has been largely subordinated to the ruling party, to the degree that Hungary no longer meets the most concise definition of democracy—there is no doubt as to who will win the next election. The Beginning of the End for Poland’s Populists? In local elections held in October and November 2018, the Polish opposition stood up to Kaczynski. Although Kaczynski’s Law and E U RO PA E N J U E G O Justice party obtained the highest level of support — 34 percent — in the elections to Poland’s 16 provincial assemblies, the second-place Citizens’ Coalition was only seven points behind, at 28 percent. The third- and fourth-strongest showings were also by opposition parties — the Polish People’s Party, with 13 percent, and the Democratic Left Alliance, with 6.6 percent. As a result, half of the provincial assemblies are controlled by the opposition. Local elections in Poland are highly significant, as provincial assemblies control the disbursement of European Union funds (of which Poland is the largest beneficiary, receiving some 14 billion euro annually) and perform other key functions. Tellingly, they closely resemble parliamentary elections — which Poland will hold in the fall. The real disaster for PiS happened in the cities. In total, of the 107 cities where voters choose “presidents” — more or less the country’s largest cities — Law and Justice won just five, and small ones at that. The results show that Law and Justice can count on only roughly a third of the vote in Poland. If next year’s parliamentary election were held today, the party would be pushed out of power. Whether it can come back over the next ten months depends on how well the opposition can take advantage of the situation. Poland is not and will not be the leader of Eastern Europe. But it may play a similar role to the one it had in 1989 and prove to be the first domino to herald the fall of populism in the region. HOW CAN THE EU FIGHT THE RISE OF AUTOCRACIES INSIDE ITS BORDERS? Jan-Werner Müller PROFESSOR OF POLITICS AT PRINCETON UNIVERSITY. L iberal democracy is under threat in Hungary and Poland. The ongoing destruction of what had appeared as fairly consolidated democratic and rule of law systems is sometimes dismissed as a regrettable, but ultimately just local, problem. Other European crises, from the Eurocrisis to Brexit, have seemed much more important. This is a mistake. The European order is a legal order and depends on EU Member States trusting each other to observe the rule law. It is also an order that promised states emerging from authoritarianism – starting with Spain, Portugal, and Greece in the 1970s – that Europe would block any road back into autocracy. Today, the EU’s very legal functioning – and its core moral promise of a community of shared values – are under threat. In that sense, the threat is existential, even if headlines about markets attacking Member States or Theresa May’s latest blunders always happen to be much bigger. How should the Union address the rise of autocracy in two Member States? This question is sometimes batted away by saying that an institution such as the EU, which is itself not really democratic, cannot act as a credible defender of democracy. This overlooks that the Member States have freely delegated specific tasks to the EU – and that those tasks include the defense of democracy. In particular, they have established sanctions for those not observing fundamental European values such as democracy and the rule of law; concretely, there is Article 7 of the Treaty on European Union (TEU). Article 7 provides for the suspension of the voting rights of a Member State in the European Council, if that Member State is in persistent breach of fundamental European values. It is important to understand that Article 7 does not really mandate anything like intervention within a Member State; rather, it is a mechanism to insulate the rest of the Union from the government of a particular Member State: it enables a moral quarantine, not an actual intervention. Thus, it cannot immediately change the internal politics of a “rogue state.” This quarantining has a strong justification: EU law applies across national borders, after being created by individual Member States acting together: an autocratic state will make decisions in the European Council and therefore, at least indirectly, govern the lives of all citizens. More important still is the fact that Hungarian and Polish courts are also EU courts – they apply EU law, and their decisions have to be recognized across the Union. Thus literally every European citizen has an interest in not being faced with an authoritarian Member State in the EU. Just think of the European Arrest Warrant, which relies on the idea of mutual recognition of judicial decisions – and ultimately on trusting that all Member States guarantee the rule of law and the independence of the judiciary. This point cannot be stressed enough: The EU is built on the idea of democratic states trusting each other. The Eurocrisis has had horrendous consequences in Southern Europe, and, if the Euro were to fail completely, the global repercussions would be enormous. But, ultimately, the Euro would have been just a failed policy. Having autocracies in the EU, by contrast, puts in question the very idea of how the Union functions as a polity. There is a further justification for democracy protection that can bolster the EU’s authority to protect Member State democracy. One of the explicit goals of European enlargement to the East was to consolidate liberal democracies (or complete the transition to liberal democracy in the first place in the case of Romania and Bulgaria). The region’s governments – following the examples of Spain, Portugal, and Greece – sought to lock themselves into Europe precisely so as to prevent what is now often referred to as “backsliding”; it was like Ulysses ordering his sailors to bind him to the mast in order to resist the siren songs of illiberal and antidemocratic voices in the future. Considered against this background, Hungarian and Polish leaders are wrong to accuse Brussels of some form of “Eurocolonial- VANGUARDIA | DOSSIER 119 E U RO PA E N J U E G O ism.” Viktor Orbán has complained that “they are trying to tell us how to live.” In fact, “they” are only reminding Hungarians and Poles how they wanted to live when they joined the Union in 2004 (which is not to say that it is never legitimate to criticize the EU because of an initial commitment to membership – it is just not reasonable to do so, when Brussels lives up to the very commitments a Member State population once sought). Does the EU have the Capacity to Protect Liberal Democracy in Member States? The EU does have authority to protect liberal democracy in Member States – the question now is whether it has the capacity to do so. Article 7 remains the main instrument. For a long time, Article 7 was considered a “nuclear option,” in the words of former European Commission president José Manuel Barroso. Countries would seem to be too scared that sanctions might also be applied against them one day. In the case of Poland, the European Commission finally moved towards the invocation of Article 7 in December 2017 – but it remains unlikely that the Commission will be able to succeed in convincing a sufficient number of Member States in the Council to go along with sanctions. What about the Commission acting on its own, in its role as the guardian of the European treaties? The problem is that the instruments the Commission has at its disposal are often not a good match for the specific political challenges to liberal democracy. Infringement proceedings can only be based on EU law – which often does not cover the relevant areas of democracy and the rule of law. Just think of the Hungarian government’s 2011 de facto decapitation of the judicial system by lowering the retirement age of judges from 70 to 62. The Commission took Hungary to the European Court of Justice for age discrimination – and won its case. But the judges were never reinstated. Despite its nominal legal success Europe appeared impotent in getting at the real issue, which was about capturing the judiciary for one political party and had nothing to do with the discrimination of individuals. In 2014, the Commission added a “rule of law mechanism” to its repertoire of in- 120 VANGUARDIA | DOSSIER struments – but that can only lead to the triggering of Article 7 in the end. The “mechanism” is also heavily reliant on the idea that “dialogue” can solve any conflicts between the Commission and a Member State government. True, the EU is based on practices of constructive dialogue and compromise. But such practices are often only plausible from a certain technocratic perspective: “we” are trying to solve problems together – so the assumption runs. In the cases of Hungary and Poland, this is of course an illusion. Fidesz and PiS have a political agenda; their conflict with Brussels is political in nature; and they have used that conflict – portrayed as one between the nation and an unelected supranational bureaucracy – to gain support in domestic politics. Party Politics to the Rescue? It has often been said that the Eurocrisis has brought about the politicization of Europe – and that it is now time for the Europeanization of politics: European citizens have woken up to the fact that what happens elsewhere in Europe has a direct impact on their lives. Alas, a less desirable effect of such interdependence has also become apparent: the nominally “mainstream” conservative / Christian Democrat European People’s Party (EPP) has consistently decided to shield Orbán from criticism and potential sanctions. Leading EPP politicians time and again issued stern warnings to the Hungarian prime minister – for instance, when the Hungarian prime minister publicly mused about reintroducing the death penalty in Hungary, an absolute no-no for Christian Democrats in particular. But they have never come even close to excluding Orbán’s Fidesz party from its ranks. The reasons seem simple: Fidesz has a relatively large number of deputies in the European Parliament, and the EPP is firmly committed to keeping its plurality in the parliament (Helmut Kohl once insisted that Christian Democrats had not built Europe to then leave it to socialists). Perversely, it might have been easier to expel Fidesz at a time when the Parliament had few powers; the more important it became, the more incentive to have a large grouping such as the EPP. Put even more bluntly: the more democratic the EU as a whole, the less protection for national democracies from authoritarian forces inside Member States. True, in September this past year a significant number of EPP deputies at last changed their minds and supported triggering Article 7 against the Hungarian government. One the one hand this proved that the European Parliament could be a significant actor in European democracy defense, after all. But the EPP still do not come close to excluding Fidesz, and it seems with hindsight that the EPP leadership played a careful double game: being seen as uncompromising on European values, but keeping Fidesz (and its large number of deputies in the fold) – and, knowing full well all along that, given the likely response of the European Council, no real sanctions against Budapest would follow. The government in Warsaw is at a distinct disadvantage compared to Orbán: The Law and Justice Party (PiS) is not a member of the EPP but of the much smaller and marginal European Conservatives and Reformists. This grouping of Eurosceptics is dominated by the British Tories. Theresa May, remaining faithful to the dictates of supranational party loyalty, told a Warsaw audience in December 2017 that constitutional matters were Poland’s own business. But the Tories are to disappear from the EU party scene with Brexit. Warsaw simply is not as firmly protected in the way that Budapest is. There has been one case in the past when a supranational party family suspended a member (the Party of European Socialists de facto excluded Slovakia’s SMER after the latter entered a coalition with the extreme-right SNS), and the change of tune of the EPP leadership in September 2018 was not trivial. But, ultimately, the problem here is structural: as the American political scientist Dan Kelemen has argued, Europe’s party system is developed enough for party loyalty across borders to matter – hence the EPP’s de facto continuing support for Orbán. Yet the party system is not developed enough truly to Europeanize political issues – which matters because pockets of authoritarianism within larger democratic structures usually only are dissolved by “federalizing” the problem. Kelemen calls the EU’s current state an “authoritarian equilibrium” – with the consequence that democratic actors de facto supporting undemocratic actors tend not to pay a price for their conduct. As long as election campaigns for the E U RO PA E N J U E G O European Parliament remain national affairs, it is unlikely that this fateful equilibrium will become destabilized. It’s Not Culture War Orbán has been very effective in reframing the conflict with the EU as one of “mere politics” or to put it even more bluntly, subjective value choices. Liberals, as he and other defenders of his vision of an “illiberal state” will charge, simply do not like his conservative family policies, his defense of strong nation-states inside the European Union, and, most of all, his rejection of immigration and the settlement of refugees in Hungary. One can legitimately disagree about these issues in a democracy. But by focusing all attention on them, Orbán has remade what should be a debate about basic democratic institutions into yet another culture war (with an appeal to conservatives everywhere in Europe to join his side). Once the conflict has been declared a matter of seemingly subjective value commitments, it becomes easy to accuse the liberals of being the real illiberals: even though they are supposed to be the defenders of diversity, they cannot tolerate an ethnic nationalist like Orbán who seeks to deviate from a supposed Western mainstream of multiculturalism A number of observers have been willing to concede that “illiberal democracy” might be a legitimate reaction to undemocratic liberalism. The EU appears as an obvious instance of a liberal technocracy against which “the will of the people” needs to be asserted. Yet the EU prescribes neither a uniform legislative stance on controversial questions such as same-sex marriage nor a single model of democracy. Its members just have to be democratic enough according to the (admittedly flawed) Copenhagen criteria according to which only states with democracy, the rule of law, and the capacity to compete in the single market can join the club. When EU leaders have criticized the Hungarian and Polish governments, Budapest and Warsaw have countered that they are defending national sovereignty against liberal diktats from Brussels. Alas, the Union has played into their hands by making it seem that democracy always belongs to the nation-state, and that the liberal repair crew from Brussels only turns up if there is some drastic malfunction with the rule of law. Instead, EU representatives should have been much clearer that, by defending an independent judiciary as well as civil society and critical media, they are defending nothing less than democracy itself. Put differently: one can have many legitimate policy disagreements in the EU. What one cannot get is this: having one’s preference for an undemocratic polity realized inside the Union. that matter, that strong exercises of EU leverage have produced any severe backlashes. Orbán’s self-declared “war of independence,” or so polls suggest, has not proven popular. In fact, approval ratings for (and trust in) the EU remain among the highest in Hungary and Poland. “Huxit” or “Poxit” do not appear to be credible threats at this point. The EU should stop being scared by autocrats. What Can Be Done? The solution is probably not a matter of yet more mechanisms and legal procedures. Citizens should hold the enablers of autocracy – such as EPP leaders Joseph Daul and Manfred Weber – accountable. The Commission should be much more determined to fulfil its role as guardian of the treaties. Jean-Claude Juncker, traumatized by Brexit, has been far too prone to shy away from any conflict for fear of deepening further divisions in Europe – seemingly oblivious to the possibility that he might go down in history as the Commission President under whom the spread of rule of law rot became irreversible. The EU should also get serious about cutting subsidies to countries that no longer comply with the basic normative commitments of the Union. True, sanctions can often hurt the most vulnerable in a society. But EU funds have often been to Orbán’s ruling clique what oil is to Arab authoritarian states: a free resource that can be used to keep cronies happy and buy political support. And true, there is always the worry about nationalist backlash against EU sanctions. Yet for Europe to try to “hold back” or try somehow to remain “neutral” in highly charged domestic conflicts about matters of polity (and not just policy) is not costless, and also not really “neutral.” A reluctance to try to protect liberal democracy in a Member State will betray the hopes of all those citizens of the country in question who did put their trust in the Union as some sort of guarantor against new forms of authoritarianism. In any case, a government eager to dismantle checks and balances, for instance, will on some level know that it is heading for a conflict with European institutions – hence it has every incentive to whip up Eurosceptic sentiments, whether the EU actually does very much or not. There is also little evidence that any nationalist campaigns have worked, or, for ITALY, THE FOUNDING PARTNER REBELLING AGAINST BRUSSELS Stefano Lepri ECONOMICS COLUMNIST OF LA STAMPA. T HE SECRET OF ITALY’S ONETIME EUROPHIL- IA was simple. It wasn’t that Italians trusted European Union institutions so much. It was they trusted their own institutions even less. As to now, the European Union is widely criticized, while the populist coalition between Five Star Movement and League has been blessed with wide support. But, though reduced, the above gap persists. For years, «Europe» had been the byword for «doing things better». A company or a shop tried to signal excellence by putting «euro» in their names, or the twelve-starred blue flag in their logos. European standards, as the CE marking, were deemed to improve on the VANGUARDIA | DOSSIER 121 E U RO PA E N J U E G O sloppy Italian ones. But then, maybe slowly starting from the currency changeover in 2002, some things went wrong. Now also «100% Italian» finds some usage as a mark of quality. But Italians’ negativity about their country has not gone away. Compared to the rest of the continent, they declare Italy has far worse bureaucracy, far worse politicians, worse schools, worse infrastructure. If asked how they would vote in a referendum about the Eu, «Remain» beats «Leave» at around 2 to 1 in various polls. Autumn 2018 was an important test. 12 weeks after defying the European Commission with a high-deficit 2019 budget, the Italian populist government changed it and signed a precarious compromise with Brussels. A prompt survey found 34% approving the agreement; only 15% supported a harder anti-European stance, while 24% were more on Europe’s side (Ipsos poll, December 22nd). The massive use of Euroskeptic propaganda in the first months of the current government has perhaps caused a backlash. In a Flash Eurobarometer of December 2018, supporters of the European Union grew back at 64% in front of 15% opponents. Milan and other areas of Northern Italy are so deeply integrated in the Single Market that they hardly can imagine being out of it. Both parties in the coalition, rightwing League and populist Five Star Movement, had campaigned against the euro. Both, separately, backpedaled. However, opposition parties are wary of openly taking the side of the European authorities. Both the Democratic Party (centerleft) and Berlusconi’s Forza Italia (center-right) chose to blame the government for «first defying, then obeying». Towards the end of 2018 the coalition, in charge since June, toned down its rhetoric against Europe. Its two parties clash more and more and run as rivals in local elections. Three quarters of Italians support more economic union in Europe (Piepoli poll, January 13th). A latent inferiority complex towards Northern Europe has long been part of Italian identity. It used to fuel an impulse to behave better «so as not to be left behind». Now that Italians see their country struggling to keep pace with its neighbours, a part of them has turned to mistrust, sometimes into open hostility against the wealthier parts of Europe, because «they left us behind». 122 VANGUARDIA | DOSSIER Pride had moved the 1996 effort to join the monetary union from start. The Prodi government decided a heavy budget adjustment only after meeting in Valencia their Spanish counterpart. There, José María Aznar told his country was ready to be a founding member of the euro. The then decided «eurotassa» (a special tax to fulfil the Maastricht criteria) went well with the citizens. Nowadays Italy is in the grip of a deep-reaching gloom. Pointing at scapegoats proved expedient to politicians; and if Europe is a controversial one, immigration seems not to be. But the general mood is so bleak and bitter that new, unforeseen swings of opinion cannot be ruled out. The main cause is an ongoing economic decline from which no possible escape can be seen. Pessimism about the future is widespread in Europe. Few people hope that their children will be wealthier than them. But in Italy this is already a reality. Entry-level wages for newly hired young people of higher education are 15-20% lower than 20 years ago, according to the Bank of Italy1; or nearly half as much as those currently offered in France for similar positions. On average, per capita income of Italians – as measured by Istat, the National Statistics Office – is about the same as 20 years ago. This is already remarkable, a unique phenomenon among advanced countries. But, even worse, household disposable income, a more precise indicator of citizens’ welfare, according to recent studies from the Bank of Italy is not higher than 30 years ago2. A general impoverishment dampened the rise in income inequality that affected in the last years other countries. But older people, in a country with a very low natality rate and a long lifespan, managed to protect themselves better, leaving younger people in the cold. That’s why so many Italian graduates look for jobs abroad. Sending children to attend foreign universities, once a fashion for wealthy people, is now a spreading aspiration among middle class parents. Sensing this mood, in December 2018 some television commercials featured young bright people returning from abroad to celebrate an Italian Christmas with Mom and Dad. Expatriates come from all of Italy; official statistics, with 10.000 per month, likely understate the outflow. Though forming a lower number of graduates than other European countries (27% of people aged 25-34, against 42% in Spain, 44% in France) Italy finds hard to place them. The ones that stay in the country may end accepting jobs for which they are overqualified. Some families conclude that higher education doesn’t matter, or they cannot afford the higher education that matters. In a Eurobarometer poll, Italians differ strongly from other nationalities on what is important for advancing in life: 22% answer «political connections», 28% «personal connections», 18% «a wealthy family». (Corresponding numbers for Spain are 7%, 18%, 7%). Economists see a vicious circle between low demand and low offer of skilled labour. Nearly a quarter of all Italian-born youngsters neither attends studies nor has a job, against 6% in Germany, 15% in France. Luigi Di Maio (32), the current leader of the Five Star Movement and deputy prime minister, has been one of them – and it shows, through his blatant inexperience. Twice already Italy has been on the brink of a public debt default, in 1992 and in 2011. Each time, looking into the abyss disciplined the bad habits of its politicians and soothed its political strife only for a couple of years. Each time, short-lived governments led by technocrats cut public expenditure and approved some reforms. Afterwards, lessons were soon unlearned. Early signs of Italy’s economic decline hark back to the 1990s, when rising profits were mostly invested in real estate or public utilities, with major Italian companies not daring to thread beyond the country’s borders or simply not understanding that globalization was under way. But a loss of economic dynamism began being massively felt only in the 2000s. Or, after the euro was born. The latest year of Gdp growth higher than 3% was, in fact, 2000. Changeover to euro banknotes and coins in January 2002 caused the lasting impression of a steep rise in prices, that no analysis of economic data has ever confirmed. Probably a decade-long stagnation in earnings – since the wage increase moderation pacts of 1992 and 1993 – came to attention by means of the new currency. During the early years of the monetary union Italy did not experience a credit-fueled growth boom like other «peripheral» euro E U RO PA E N J U E G O countries, such as Spain, Ireland, and even Greece. Silvio Berlusconi had swept to an ample victory in the 2001 general election promising «a second Italian economic miracle» but under his rule an opposite outcome took place: even slower growth. Blaming the euro still wasn’t expedient, because in the early 2000s Germany struggled too. Few noticed that Italy fared badly in the post-Lehman recession of 2009 because its high public debt prevented an expansionary budget stimulus. Full recognition of the country’s distress came only when the euro debt crisis brought Berlusconi’s era to an end in November 2011. A second, deep recession followed. After five years of sluggish recovery, unsatisfying growth is frequently blamed on European budget rules, though Italy got more exemptions than other countries from 2013 onwards, though Spain and Portugal managed a stronger recovery while complying with the same rules. Luckily, nationalism has weak bases, because of history. Mussolini’s grandstanding led to the WWII 1943 surrender and 18 months of civil war. The current champion of «Italians First», deputy prime minister Matteo Salvini (46), as late as 7 years ago said he «didn’t feel represented by the Italian flag», being a supporter of independence for the Northern regions. Populist politicians can thrive on issues that are strongly felt by angry minorities, up to a certain point. When they hit a roof in building consensus, they can choose whether: a) dropping the issue; b) exasperating it, or poisoning the middle ground, to force citizens to a drastic choice, yes or no (the Steve Bannon strategy). Salvini has long chosen b) towards immigration, the main topic by means of which he changed his League from a Northern Italian separatist party, hated by Southerners, into a nationwide one. The underlying idea is: the worse you treat immigrants, the worse they behave, so Italians grow more hostile. Towards the euro, on the contrary, he now chooses a). The League (second party in the March 4, 2018 elections with 17,4%; first in current opinion polls with 30-31%) fully exploited the anti-euro grudge during its campaign. It elected euro-skeptic stalwarts to important charges in Parliament, causing foreign inves- tors to retreat from Italy. In the first months of government it was defiant against Europe, much so than the Five Star Movement. But, in deeds, the League soon grew wary of an open clash. Beginnings of a capital flight became visible, with wealthy people contacting Swiss banks or moving their euro deposits to France or Germany. The main business lobbies threatened street marches. Danger of a full-blown financial crisis lurked. So, in December the rule-defying budget law for 2019 was changed. Currently Salvini denies any intention of euro exit. Rising rates on Italian debt (from 1,8% to a peak of 3,6% on the 10-year bond) led him to understand that a Varoufakis-type chicken game – credibly threaten a return to the lira to gain budget concessions – would be too dangerous. Uncertainty during Autumn 2018 helped pushing the Italian economy into a slight recession. Both parties had campaigned in 2018 on less taxes: Italy’s tax burden will slightly rise in 2019. Both parties had promised to revive growth through massive public investments: the new budget shows no significant increase in investments. The populist illusion was built by putting together many vocal pressure groups; but their requests do not add up well. Each party can claim success on its pet issue: the League on earlier retirements, the 5SM on the «Citizenship Income» (a general subsidy for the poor and unemployed). But these two costly measures required cutting other benefits and leaving other demands unfulfilled. A tax amnesty and less transparency in public procurements belie the Five Star claim for «honesty in government». Hastily passed through Parliament, the revised budget opened a few cracks in the populist narrative. Some parts are decline-hastening, for example a generous tax relief for small businesses under a threshold of turnover. A main cause of Italy’s productivity slump is that a lot of inefficient small businesses survive thanks to tax evasion; incentivizing them to stay so will not help growth. A budget truce with the Brussels Commission will not prevent the two parties from exploiting anti-European feelings again when campaigning for the European Parliament elections of next May. Union bureaucrats can still be blamed for everything unpleasant. Up to a point, though: because the coalition is fragile and could break up later in the year. With an eye to possible snap political elections Salvini cannot risk alienating a business community that is overwhelmingly pro-euro; while the Five Star Movement (32,7% of votes in 2018, 25-26% in recent opinion polls), in search of new ideas to pare its loss of strength, can hardly afford to revive such a disputed issue as euro exit. On the other hand, most opposition politicians do not dare support Europe openly, fearing to be attacked as élites instructing common people to behave better. Even more, Italy’s unreformability pushes all parties (except the small «+Europa», or «More Europe») to put their hopes in expansionary budgets. They see no other way to a faster economic growth. Only few «structural reforms» from the mainstream economic recipe have been attempted after the 2011 crisis; they showed unpopular even when reaping, as the labour market reform of 2014, some evident positive effects. The current government is even reversing some. Backlash in France against Emmanuel Macron’s policies has only strengthened an already ingrained aversion. Everybody is a misinterpreted Keynesian in Italian politics today. No party approves of the European budget rules as they are; so that on the other side German politicians and business people deepen their mistrust towards Italy. In such a vicious circle, the rational solution – a large Euro area common budget, as proposed by France – attracts scant support. The interesting side of Italy’s plight, however, is in how the opposite of populism will take shape. The current coalition commands a wide range of demagoguery, from openly xenophobic to vaguely leftish. Spurts of protest have been leaded by well-educated women or enlightened business people; some center-left mayors and some Catholic bishops defied an anti-immigrant law. Labour unions, initially besotted by promises on retirement rules and labour laws, staged a nationwide demonstration on January 25th. The main business association, Confindustria, criticizes both the early retirement law (absurd in a country with a very long average life expectancy) and the «Citizenship Income» (which could subsidize illegal hiring). Intellectuals, economists, opinion leaders of all sorts join in opposition, blurring old divides between conservatives and progressives. VANGUARDIA | DOSSIER 123 E U RO PA E N J U E G O Up to now, though, dissent is too diverse, and reject of all the previously dominating politicians remains strong. Sympathizers of the two governing parties are alike in preferring «more order and less democracy» (Piepoli poll, January 13th). On January 12th, interestingly, the League turned to join opposition parties, mayors, business leaders, citizen groups, in a large demonstration in Turin supporting a new rail tunnel connection to France, which the 5SM, in their Nimby-like hostility to great public works, strongly oppose. No later than Autumn 2019 financial weakness is bound to reappear. According to Treasury forecasts, the 2020 budget shall require a heavy increase in taxes, 1,2% of Gdp (when in power, populists become loath of cutting expenditures). If 10-year interest rate on Italian bonds stays close to 3% – twice as high as Spain’s – more banks could run into troubles. As to politics, when diverging interests emerge inside the «people», the «neither right nor left» 5SM do not know how to choose. And how far strongman Salvini shall be able to run on only one issue, immigration? Wait for new twists in the Italian plot. 1. The generation gap: a cohort analysis of earnings levels, dispersion and initial labor market conditions in Italy,1974-2014, Banca d’Italia, Questioni di economia e finanza n.° 366 (in English) by Alfonso Rosolia and Roberto Torrini. 2. Inequality amid income stagnation: Italy over the last quarter of a century, Banca d’Italia, Questioni di economia e finanza n.° 442 (in English) by Andrea Brandolini, Romina Gambacorta and Alfonso Rosolia. AFTER MERKEL “GERMANY FIRST” OR RATHER A LEADERLESS EUROPE? Ulrich Krotz PROFESSOR OF INTERNATIONAL RELATIONS, AND DIRECTOR OF THE PROGRAMME ON EUROPE IN THE WORLD, ROBERT SCHUMAN CENTRE FOR ADVANCED STUDIES, EUROPEAN UNIVERSITY INSTITUTE. Joachim Schild PROFESSOR OF COMPARATIVE POLITICS, UNIVERSITY OF TRIER. 124 VANGUARDIA | DOSSIER A NGELA MERKEL’S TENURE AS GERMAN Chancellor is drawing to a close. In October 2018, she announced that she would not seek reelection as head of the Christian Democratic Party and would finish out her political career by 2021, the year of the next regular federal election. Little wonder, then, that observers of German and European politics have started to ask questions about the likely impact of this change on the style and substance of German European diplomacy. To be sure, Merkel’s legacy and contribution to European integration does not compare to that of committed Europeanist Helmut Kohl who, together with French president François Mitterrand, put his weight behind the single market project and was decisive in launching the euro and the Schengen free travel area. However, despite her pragmatism and skepticism towards high flying European visions and far reaching plans, Angela Merkel invested significant political capital in order to save the shaky euro zone from collapsing and, in her view, in defending core European values during the 2015 refugee crisis. Will her successor(s) continue on this path, searching patiently for (at times awkward) European compromises and defining the cohesion of the European integrative framework as a fundamental German foreign policy goal and an essential part of its reason of state? Or will the next chancellor be tempted to adopt a “Germany first” strategy, defining German interests more narrowly and more starkly in opposition to those of its part- ners? Will Germany more frequently throw its weight around? And does Merkel’s departure weaken the Franco-German embedded bilateralism in European affairs? Such questions are not entirely new. After the end of the Cold War and following German unification, prominent international relations scholar John Mearsheimer predicted an end to the European Community and the return of Germany to great power politics. Germany, however, chose the opposite path in bringing about the Maastricht Treaty in 1991/92, relinquishing sovereignty in monetary policy in a field of core state powers and scarifying its own currency in order to bind itself even more firmly to a deepened European framework. In the 2000s, after the start of the redgreen government led by Chancellor Schröder, we saw a debate on the “normalization” of German European diplomacy as the new government adopted a harder line in negotiations on the Union’s multiannual budget and more openly articulated German “national interests” in EU policy-making. Chancellor Schröder complained that Brussels wasted German taxpayers’ money. However, this change remained largely restricted to the level of rhetoric and hardly affected the substance of German European policy – much talk, yet little real change in practices and action. This new rhetoric did not prevent the German government, for instance, from playing a leading role during the constitutional debate in the first half of the 2000s. Joschka Fischer, a pro-European-minded Foreign Minister from the Green Party, not only put forward a far reaching European constitutional blueprint advocating a federation of nation-states built around a Franco-German core; he also shaped, together with his French colleague Dominique de Villepin, influential Franco-German contributions on key institutional reform issues as the European Convention drafted a European “constitutional treaty.” Later, after French and Dutch citizens had rejected that treaty in their respective 2005 referenda, Angela Merkel picked up the pieces and, with support from French president Nicolas Sarkozy, worked hard to reach a compromise on the Lisbon Treaty and to ensure its ratification. In the 2010s, during the Eurozone crisis, a debate on German hegemony or domination in the European Union raged. Many saw Ber- E U RO PA E N J U E G O lin as refusing intra-EU solidarity, imposing “austerity” on debtor countries and strict fiscal rules on the entire euro area. These German policy stances, however, did not so much reflect a narrowly defined German- or creditor-state interest. Rather, they mirrored deeply held economic ideas and ordoliberal convictions. In several moments of truth from 2010-12 and again in 2015 during the Greek crisis, Merkel opted for the integrity of the Eurozone. Her mantra “if the euro fails, Europe fails” represented her belief that preserving the euro framework, the single market and the European Union remained a key foreign policy goal for Germany. Will this time be different? Will the end of the Merkel era herald a more fundamental change in Germany’s European policy? Will the “reluctant hegemon” (Simon Bulmer and William Paterson) lose its reluctance and play a more hegemonic or openly dominant role in Europe? Will Berlin be more likely to define its national interests in ways that no longer consider the core interests of its European partners, primarily France? A number of key structural factors still work in the direction of continuity. Economic interdependence, the importance of the single market and the euro for German export interests and the nightmare of a coalition-building effort against Germany in a disintegrating Europe make us believe that Germany will not lose its European credentials. A fundamental change in German European diplomacy is quite unlikely to happen anytime soon. However, increasing domestic constraints and growing uncertainties about the future of Germany’s key European partner, France, raise a number of question marks and might slowly but significantly change the course of German European diplomacy. Regarding the domestic constraints, we may distinguish between short- and longerterm ones. In the short term, Chancellor Merkel’s political weight on the domestic scene is diminishing as the expiration of her time in office draws closer. Due to her dwindling domestic power, she will hardly have the necessary leadership resources, political capital and domestic support to play a proactive leadership role at the European level. Her party, the Christian Democratic Union (CDU), and its sister party, the Christian Social Union in Bavaria, saw their electoral base shrink in the federal election and in the 2018 regional state elections in Bavaria and Hesse. The European Parliament election in May 2019 and four regional state elections this year might continue or even sharpen this decline. The latest series of federal and regional state elections revealed a trend that is likely to be of a more lasting nature: a profound change in the German party system. We saw the successful establishment of a populist and Eurosceptic right-wing party, the AfD (Alternative für Deutschland). With 12.6 per cent of the vote in the federal elections of September 2017 and 91 out of 709 MPs, the AfD not only made it easily into the German Bundestag but gained the status of the largest opposition party in the federal parliament. On the other end of the political spectrum, the Green Party, occupying the opposite pole and campaigning on a left-liberal, pro-European electoral platform, likewise surfs on a wave of success and gained strong electoral support in regional state elections. In early 2019, opinion polls show the Green Party at around 20 per cent at the federal level, some 5 per cent ahead of the Social Democratic Party, with the CDU/CSU hovering around 30 per cent. With support for the “Left Party” – the successor of the former East Germany’s repressive “Socialist Unity Party” – remaining robustly at or just below ten per cent, and the small liberal FDP managing to benefit only slightly from dissatisfaction with the ruling “grand coalition” of CDU, CSU, and SPD, the Christian parties and the Social Democrats lost out, shrinking the political center. This trend complicates the task of setting up coalition governments and managing the conflicts among the partners once those coalitions are successfully established. The change in the party system and the rise of the AfD also herald the end of the traditional pro-European cross-party consensus that has largely prevailed since the mid-1950s (arguably only briefly interrupted by the Green Party’s critical stance towards the European Community back in the 1980s). The AfD’s electoral platform for the upcoming European Parliament election in May 2019 is seriously considering a “Dexit”, with Germany leaving the EU if the deep and thorough reforms along the lines of its purely intergovernmental blueprint for the Union cannot be achieved. With this political competitor to its right, the Bavarian CSU might be tempted to play with soft-Eurosceptic positions and rhetoric even more than in the past. Add to this picture the profound politicization of European issues – their growing salience and the increased polarization and party competition on European issues in the German domestic debate, both triggered and fueled by the multiple EU crises over the last decade. It is against this more complicated and unfavourable domestic background that any successor to Angela Merkel must establish her domestic and international political standing. Without mobilizing a solid domestic support base, the pursuit of collective European goals and a European definition of ‘national’ interests will be harder to achieve. In the recent past, some of Germany’s European partners considered Berlin’s stance on a number of Eurozone reform issues as egoistic and in opposition to a collective spirit and solidarity. This holds true for the disputed issue of a substantial Eurozone budget to absorb asymmetric economic shocks or the debate on a European deposit insurance scheme in which Germany was, and still is, very reluctant to mutualize banks’ risks as long as these risks on banks’ balance sheets are not effectively reduced. The end of the pro-European party consensus makes it much more demanding to add the new elements of risk-sharing in the euro area for which France and the Southern European member states have repeatedly asked (and which the northern creditor states of the “new Hanseatic league” have forcefully opposed). In Germany, however, opposition against any new instruments of intra EU redistribution, especially against potential fiscal transfers which might turn out to be of a durable nature, is deeply entrenched, not only in the ranks of the AfD, but also on the Christian democratic and liberal side of the party system, and in public opinion. Mutatis mutandis, as for Germany’s risk-sharing on behalf of common European interests on the international stage, the same arguably holds yet more true in security and defence – not least in the area of military and civilian conflict management beyond the borders of the EU, especially in sub-Saharan Africa. Even if strong domestic leadership should allow a new chancellor to overcome the domestic constraints restricting the wiggle room for German European diplomacy, another VANGUARDIA | DOSSIER 125 E U RO PA E N J U E G O obstacle might appear: the lack of a strong partner for the exercise of European leadership. France’s relative economic decline since 2000 has increasingly relegated it to a junior role in Franco-German bilateralism. This seemed to have changed with the election of President Macron in 2017 thanks to his forceful attempts to reform France, to reduce its lasting public deficits and to strengthen its credibility on the European stage. And recently, the EU’s two core states solemnly signed their bilateral Aachen Treaty on 22 January 2019 in order to adapt the legal framework of the bilateral Elysée Treaty dating from 1963 to the challenges of the 21st century. In this new bilateral Aachen Treaty, France and Germany underlined their shared ambition to coordinate systematically on European affairs and on foreign policy issues at the multilateral level as well. But can Germany take for granted that France, its indispensable ally in European policy-making to date, will remain a strong and reliable partner in the future as well? The forceful and protracted yellow jacket protest movement in France might turn out to be a defining moment of Macron’s presidency. These broad and at times violent protests have laid bare how wafer-thin Macron’s domestic support base really is and illuminated his failure to rebuild a sound legitimacy basis for his reform projects in French domestic politics. This unforeseen domestic crisis entails the strong risk of seriously undermining Macron’s chance to accomplish his goals for economic and social reform. Will he still be able to play a strong European leadership role together with Germany in the years to come? There is a serious risk that Germany’s most important partner for pursuing its European agenda might simply not be as available in the time ahead because of domestic political paralysis. In the German political, administrative and economic elite, doubts concerning the reform capacity of its “indispensable ally” are once again growing. This might create uncertainties as to the right strategy and partners for Germany to choose in order to handle the EU’s future challenges. Considering both the increasing domestic constraint of German European diplomacy and the weakness of France, its key partner, the risk of a double loss of the centre looms large: At the domestic level, the political centre is eroding as the right wing populist party 126 VANGUARDIA | DOSSIER AfD gains ground. At the European level, the Franco-German power centre, which in the past acted as an agenda setter in dynamic phases of European integration and as a force of cohesion when the going got tougher, runs the risk of losing traction. This, to be sure, does not exclude the possibility of future Franco-German initiatives for deepening integration in specific fields or promoting subgroup formation to circumvent opposition from some member states. We were able to observe such a pattern in recent years, interestingly enough in security and defence affairs. Germany, backed by France, pushed for the use of the Treaty article on a “permanent structured cooperation” (PESCO) of subgroups in order to improve defence capabilities and cooperation among the willing. France, backed by Germany, successfully promoted its “European intervention initiative” outside the EU’s institutional framework. It serves the purpose of developing a common strategic culture in a subgroup of states, to bind the post-Brexit UK to European military cooperation and, in the longer run, to build a European instrument for military interventions on foreign theatres, especially in Africa. However, the crucial question remains as to whether Germany is ready to go beyond establishing new instruments and frameworks for cooperation, or if it will be ready to take on more diplomatic responsibility and accept military risks to protect and promote European interests in a turbulent world. On EMU reform issues, Germany and France recently proved able to strike bilateral compromises on a separate Eurozone budget and on the reform of the European Stability Mechanism, the EU’s ‘rescue fund’. However, a group of eight smaller creditor states, the “New Hanseatic League”, came out strongly against the idea of a separate Eurozone budget. They were successful in watering down the common Franco-German proposal as laid down in the bilateral Meseberg declaration and in the Franco-German roadmap for the Euro Area of 19 June 2018, and later in their common paper on the Eurozone budget dating from 19 November 2018. This example shows that a Franco-German attempt to exercise co-leadership is by no means a guarantee for success. The increasing domestic constraints that many member states have to handle in their European diplomacy, and the growing importance of subgroup coordination such as the Visegrád-4 or the Hanseatic League, challenge any European leadership attempts. Followers are increasingly rare in a Europe of multiple “red lines” drawn by (groups of) member states. As a consequence, the main danger is not that Germany will run Europe and the European show alone, acting as an egoistic, dominant power tempted by unilateral action based on “Germany first” convictions. Even co-leadership aspirations by the EU’s former power centre might be inhibited by the European partners. More perilous than unilateral or bilateral leadership is the potential of an (even) more risk-averse Germany, lacking both domestic support and a French partner for a European reform agenda, not only in the traditional intra-European regulatory policy domains and Eurozone issues but increasingly in security and defence as well. Such an outcome would limit Germany’s ability to shape Europe’s role and place in a dramatically evolving and potentially very dangerous 21st century world – including a seemingly ever more assertive Russia – that will potentially see instability, civil war or war in Europe’s neighborhood, extended neighborhood, and beyond. Hence, a leaderless Europe without a power centre, rather than a German Europe, represents the most plausible negative scenario leading to European stasis, dwindling or disintegration. THE EU WITHOUT THE UNITED KINGDOM BREXIT SHOWS THAT THE EU PROJECT CAN BE REVERSED … OR DOES IT? Iain Begg PROFESSORIAL RESEARCH FELLOW AND CO-DIRECTOR OF THE DAHRENDORF FORUM AT THE EUROPEAN INSTITUTE OF THE LONDON SCHOOL OF ECONOMICS AND POLITICAL SCIENCE. I S BREXIT A ONE-OFF OR THE START OF a gradual unravelling of the process of European integration that has occurred since shortly after the end of the Second World War? Although the conclusion of a Vanguardia E U RO PA E N J U E G O Making sense of the UK decision Dossier article published late in 2015 was that “risk-averse gamblers would be well-advised not to bet against the UK leaving the EU during the next parliament” it was still a seismic event, high on the Richter scale, when the UK voted to leave. Across Europe, there was speculation about whether other countries would be tempted to follow the UK’s lead and many leaders of populist parties were quick to draw parallels with their own anti-EU positions. The EU’s leaders can, however, take comfort from the disarray, bordering on chaos, in the UK: a Prime Minister losing a crucial vote on a major policy issue by an unprecedented majority: political parties profoundly split; a possible constitutional realignment; and a reputation for mature governance in tatters. Manifestly, the UK has spent more time and effort negotiating unsuccessfully with itself than with the EU27. By contrast, despite differences on several other policy issues, the EU27 have remained remarkably united in the Brexit negotiations. It is, therefore, tempting to interpret Brexit as a calamity others will have no incentive to emulate. This would be foolhardy. The Brexit experience, at least so far, highlights the cost, stresses and complexity of leaving the club, and will undoubtedly deter others from contemplating similar exits. Article 50 of the Treaty – the provision for leaving the EU – is therefore unlikely to be invoked again for the foreseeable future. But disenchantment with the EU project takes many other forms, calling into question many aspects of the model of integration. When David Cameron, then British Prime Minster, announced in his ‘Bloomberg’ speech1 delivered on the 23rd of January 2013 his intention to call an in-out referendum on UK membership of the EU, few believed it would lead to what we now know as Brexit. Cameron’s aim was tactical: he wanted to curb the growth of anti-EU sentiment and support for the populist UK Independence Party which had been eating into his electoral base. Two years later, Cameron surprised himself by winning a small outright majority in the 2015 general election and, instead of continuing with what had been a relatively successful coalition government, had to deliver on his commitment to hold a referendum. Even then, the expectation was that the vote would be for the UK to remain in the EU. After all, the 2014 referendum on Scottish independence had, despite some concerns, ended with a fairly comfortable win for the status quo. One consequence of the 2015 general election was the replacement of the leader of the Labour Party, with the hard left candidate and long-standing euro-sceptic, Jeremy Corbyn, becoming the surprise winner. In fact he was only a candidate because some Labour members of parliament from other wings of the party thought there needed to be sufficient plurality among the candidates. Had he relied only on his own supporters among MPs, he would never have achieved the minimum number needed. But his lukewarm support for ‘remain’ during the referendum and continuing ambivalence about the EU have made a difference. It is easy to interpret what happened in the UK as a chapter of accidents and miscalculations by political leaders. But the UK has long been an outlier within the EU, so that it is worth looking in more depth at whether the UK is such a special case that it has little predictive value about whether others might follow. The UK came late to European integration, having shunned membership at the outset, despite taking part in the 1956 Messina talks which paved the way for the original EEC. By the early 1960s, however, the UK had come to realise it would be better off being linked to the (then) growing continental European market, instead of the Commonwealth coun- tries. Unlike the much more political rationales of other EU members, this transactional calculation was, and continued to be, central to the UK approach to the European project. This contrasts with the aim of the original six of putting an end to centuries of war, of the southern European countries of consolidating the end of dictatorships, and of the central and eastern European countries of returning to Europe after the blight of Soviet hegemony. The UK’s transactional approach was also apparent in the decisions not to join the euro or the Schengen free movement area, as well as securing various other opt-outs. Moreover, the closer integration judged to be necessary for effective governance of the single currency was bound to drive more of a wedge between the UK and the Eurozone. The UK, in short, was drifting away from the EU. Beyond Brexit: other pressures for reversal Whatever the outcome of the UK political process, there is a sour mood in many EU countries, and an increased willingness to question what the EU does and to shirk collective responsibilities The well-known phenomenon of member states blaming the EU for policy failures, while taking credit for successes, exacerbates the negative image of the EU project, as does the propensity of Europe’s leaders to “kick the can down the road”, rather than settle an issue decisively. The result can be not just to show the EU in a bad light, but also to widen the distance between elites and ordinary citizens, undermining public support for the EU. Apart from Brexit, what has motivated the search for a re-vitalised EU is the rise of euro-sceptical sentiment and its translation into new forms of populism, mainly (but not exclusively) on the right of the political spectrum. Europe’s leaders are more aware of their detachment from the concerns of citizens, yet struggle to connect with them. The EU, as an entity, has long relied on achieving results to justify its actions and policy stances, rather than the direct legitimacy that flows from a popular mandate. As well as Brexit, three current examples illustrate the dilemmas. The dispute between Italy and the European Commission over the former’s budget plans for 2019 exemplifies a broader trend to push back against rule-based economic gov- VANGUARDIA | DOSSIER 127 E U RO PA E N J U E G O ernance, while also raising questions about the economic model underlying the Treaty provisions on the euro. The fiscal rules adopted for the Eurozone are a limited form of fiscal union, intended to avoid problems of spillover of fiscal indiscipline from one Member State having adverse effects on others. Although there is a strong element of domestic political grandstanding in the way Deputy Prime Minister Salvini, in particular, has used the episode, there is a deeper (and inadequately answered) question about the appropriate reforms needed to enhance euro governance. Similarly, the rejection by Hungary of an obligation to take a quota of refugees, a policy agreed by qualified majority voting, casts doubt on whether decisions made in this way can be used in circumstances where the Member State is implacably opposed to the policy. Hungary’s stance may be contrary to the spirit of integration by rejecting burden-sharing, but at least partly reflects strong public opinion in the country, just as German public opinion is hostile to sharing the debt burden of other countries. The clash between Brussels and Warsaw over the independence of the judiciary challenges EU norms and is being closely watched by others who may be tempted to depart from these norms, but can also be seen as a constraint on the political autonomy of a democratically elected government. It may want to do things which ‘Brussels’ does not approve of, but what is the limit of the EU’s power to influence what goes on within Member States? More broadly, the EU is currently in search of a redefinition of its model. The Commission White Paper on the Future of Europe2 – published in March 2017 and predicated on Brexit happening – put forward five scenarios encompassing status quo, through reining-back integration to significant steps towards a more overtly federal EU. In an interesting development, one scenario was differentiated integration in which only some Member States would integrate further, an approach subsequently espoused by French President Macron in his 2017 Sorbonne speech, although European Commission President Juncker signalled his reluctance to depart from the traditional mode of all countries being expected to follow the same path of integration. Since then, the debate has been some- 128 VANGUARDIA | DOSSIER what stalled. France and Germany issued their June 2018 Meseberg Declaration,3 suggesting ways to enhance cooperation in a number of areas, while the signing of the Aachen Treaty 2 on 22nd January 2019 can be interpreted as an attempt to revive the leadership role of the Franco-German ‘couple’ in shaping European integration. Another roadmap was provided in the July 2018 Madrid Declaration by Emmanuel Macron and Pedro Sanchez.4 Since the 2016 UK referendum, there have also been occasional meetings of the EU heads of state and government (without UK participation), aimed at developing plans for the evolution of the Union. A way forward? All This prompts the question of whether Europe’s leaders can both find ways to respond to the disenchantment of citizens and to redefine the European project so as to counter the drift towards a more fragmented and less coherent Europe. A further meeting will be held on Europe day – 9th May 2019 – in Sibiu, Romania, shortly before the next European Parliament elections. Building on previous steps and initiatives, it is intended to “mark the culmination of this process with a renewed commitment to an EU that delivers on the issues that really matter to people”. The trouble with roadmaps, declarations and so on is they sound good, but too often lack real substance. Three doors could, nevertheless, be open: Europe as the champion of liberal values; a fresh approach to the economic governance of the Eurozone; and social policy where a basis has been established through the “European Pillar of Social Rights”, formally adopted at the 2017 Gothenburg summit. With the liberal international economic order under threat from the policies and, often just as significantly, the attitudes struck by Donald Trump, there is an opportunity for Europe to lead globally in reasserting the importance of action to counter climate change and to preserve commitments to an open trading system. As presented in a recent publication from the European Commission’s European Policy Strategy Centre,5 Europe works to combat protectionism, to ensure citizens’ rights are respected (including in relation to the ‘digital’ economy) and to emphasise that international cooperation is not a zero-sum game. It is a message which deserves to be stressed. While such international goals reflect European values and are more likely to be achieved because the EU is able to aggregate the efforts of Member States to achieve more than they would individually, a convincing European project also needs a renewed focus on effective governance in delivering benefits. Despite the many reforms undertaken to strengthen the euro policy framework, lacklustre growth and high levels of unemployment in some countries are the most visible evidence that the reforms are yet delivering improvements. There has been no shortage of plans and initiatives aimed at completing the EMU policy framework, but whether it is in relation to banking union, establishing new fiscal mechanisms or other economic policy areas, the EU has consistently stopped short of finishing the task. For example, there has been much discussion of reinforcing the scope for dealing with macroeconomic shocks by creating an additional fiscal capacity to complement the rather limited EU-level budget. However, it has proved difficult to agree on new mechanisms on a scale sufficiently large to make a tangible difference. One approach favoured by many commentators is some form of European Unemployment Insurance, but despite support from several prominent politicians and studies demonstrating how it could help to achieve macroeconomic stabilisation and have a direct impact on those facing unemployment, Europe’s leaders have been unable to agree on it. As so often, objections relate to who bears the burden and “moral hazard” fears that if there is a new mechanism, countries will be tempted to avoid responsibility for resolving problems. These are certainly risks, but as former Italian Finance Minister, Pier Carlo Padoan has observed, “far from being a way out for countries that are not accelerating reforms, risk-sharing could be a driving force behind reforms”. If cleverly designed, such an instrument could, following Padoan’s reasoning, contribute to better long-term economic performance, while also being a symbol of EU solidarity towards those who have been adversely affected by globalisation and the years of crisis. Social Europe can be an elusive concept, but there is also a broad understanding among Europeans about what its defining features are: a protective welfare state, regulation E U RO PA E N J U E G O of the labour market, concerted public action to limit poverty, and an emphasis on inclusion. Budgetary pressures have manifestly made it hard for governments in many countries to advance a social agenda. Nevertheless, in the aftermath of the years of crisis, there has been plenty of discussion about new initiatives to make Europe more social, notably turning the principles in the pillar of social rights into actions. The rhetoric sounds impressive, but there has been the usual prevarication about adopting measures with real impact on citizens. More generally, the handling of the refugee and economic migrant challenges has exemplified a double paradox at the heart of European integration. First, Europeans look to the EU for solutions to intractable problems, especially those with cross-border impacts, yet there is a consistent reluctance to provide the powers and resources that would be needed to achieve an effective response. Second, even when a response can be cobbled together, typically after acrimonious negotiations, implementation is often either neglected or obstructed by member states. 1. https://www.gov.uk/government/speeches/euspeech-at-bloomberg 2. https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-political/files/white_paper_on_the_future_of_europe_en.pdf 3. https://uk.diplo.de/uk-en/-/2109214 4. http://www.lamoncloa.gob.es/presidente/actividades/Documents/2018/Madrid%20Declaration%20 on%20Euro%20Area%20Reform.pdf 5. https://ec.europa.eu/epsc/sites/epsc/files/epsc_ strong-europe-better-world.pdf Conclusions The combination of the disarray in the UK around everything to do with Brexit, the distinctiveness of the UK approach to partnership with other European countries and the political realisation that the EU needs to rethink its model of integration makes it unlikely that the UK’s departure will trigger an unravelling of the European project. The reasoning is, perhaps, best summed-up in a pithy reply from a former senior Dutch official when he was asked to comment on suggestions that the Netherlands might follow the British path. Pausing only for a second, he replied “there is a limit to our stupidity”. Equally, Europe’s leaders have to heed the warning bells from elsewhere, suggesting the status quo is not an option. The EU cannot afford to stand still and has to face many difficult choices about how it develops in the coming years. With Europe’s institutions facing renewal later in 2019 there is an opportunity to re-think the core of the EU project. The elites who dominated construction of the EU project have much to be proud of, but they need new answers to counter the messages from Brexit. THE GROWING GAP BETWEEN THE UNITED STATES OF TRUMP AND EUROPE Bruce Stokes DIRECTOR OF GLOBAL ECONOMIC ATTITUDES AT THE PEW RESEARCH CENTER IN WASHINGTON. America’s image in Europe and around the world plummeted following the election of U.S. President Donald Trump, amid widespread opposition to his avowed policies and lack of confidence in his leadership. Two years into his administration, new challenges face the trans-Atlantic relationship: a potential economic slowdown on both sides of the pond, tensions over trade and military spending, the fallout from Brexit, Russia’s ambitions and continued instability in the Middle East. In the face of these tests for the alliance the U.S. president lacks the confidence of America’s European partners, while ratings for the U.S. are much lower than during Barack Obama’s presidency, according to a 2018 Pew Research Center survey.1 Moreover, European publics express significant concerns about America’s role in world affairs. Majorities say the U.S. does not take into account the interests of countries like theirs when making foreign policy decisions. Many in Europe believe the U.S. is doing less to help solve major global challenges than it used to. And there are signs that American soft power is waning as well: a median of 57% in five European countries say the U.S. does not respect the personal freedoms of its people, up from 26% who said this a decade ago. Frustrations with the U.S. in the Trump era are particularly common among some of America’s closest European partners. In Germany, where just 10% have confidence in Trump, three-in-four people say the U.S. is doing less these days to address global problems, and the share of the public who believe the U.S. respects personal freedoms is down 35 percentage points since 2008. In France, only 9% have confidence in Trump, while 81% think the U.S. doesn’t consider the interests of countries like France when making foreign policy decisions. The immediate ramifications of this growing trans-Atlantic alienation are less clear. Most Europeans—with the exception of Germans—say relations with the U.S. have not gotten worse in the last year. According to a 2017 Pew Research Center survey, support for NATO actually increased2 since Trump’s election. Most NATO publics surveyed believe the U.S. will come to their aid in the event of a military conflict with Russia, and a majority of Americans remain willing to do so, despite President Trump’s repeated criticism3 of America’s NATO partners. But what is clear is that in 2019 the transAtlantic relationship faces challenges at a time when many Europeans have lost faith in America and its leadership. Rising Anti-Americanism In the ten European Union member states surveyed in 2018 a median of just 43% offered a favorable opinion of the U.S. But this figure includes a wide divergence in European views, ranging from seven-in-ten in Poland who hold VANGUARDIA | DOSSIER 129 E U RO PA E N J U E G O the U.S. in high regard to only three-in-ten in neighboring Germany. Half the public in the United Kingdom have a positive opinion of the U.S., but only 38% in France agree. Notably, 42% in Spain held a favorable view of the U.S. in 2018, up from 31% in 2017, the only EU nation with a significant increase. Compared with the end of Barack Obama’s presidency, positive ratings for the U.S. have declined significantly in seven of the EU countries surveyed. This includes dips of 27 percentage points in Germany, 25 points in France and 17 points in Spain. However, favorable opinions of the U.S. have not changed much over the same time period in Poland, Greece or Hungary. As has been the case in previous surveys, some of the most positive attitudes toward America are found among young Europeans and men. In Spain, 53% of those ages 18 to 29 give the U.S. a favorable rating, while only a third of those 50 years of age and older feel the same. There are similar generation gaps in Germany, France and the UK. And, there is a ten-point gender gap in positive views of the U.S. in Spain (47% of men vs. 37% of women) and in Sweden (49% vs. 39%). There is also a seven-point divide in the UK (53% vs. 46%). Anti-Trumpism European attitudes toward President Trump are strikingly negative, especially when compared with the ratings his predecessor received while in office. Looking at four European nations the Pew Research Center has surveyed each year since 2003 – France, Germany, Spain and the UK –reveals a clear pattern regarding perceptions of American presidents. George W. Bush, whose foreign policies were broadly unpopular in Europe, got low ratings during his presidency, while the opposite was true for Barack Obama, who enjoyed strong approval in these four nations during his time in office. Following the 2016 election, confidence in the U.S. president plunged, with Trump’s ratings resembling what Bush received near the end of his second term. A median of 18% across ten European countries surveyed are positively disposed toward Trump, while 82% say they lack confidence in the current U.S. leader’s handling of world affairs. And for many this is a fairly intense sentiment: 69% of French, Germans and Spanish; 56% of Swedes; and roughly half 130 VANGUARDIA | DOSSIER of Dutch and Greeks say they have no confidence at all in Trump. In several European nations, Trump receives higher ratings from supporters of rightwing populist parties. For example, among people in the UK who have a favorable view of the United Kingdom Independence Party (UKIP), 53% express confidence in Trump, compared with only 21% among those with an unfavorable view of UKIP. Similar divides exist among supporters and detractors of rightwing populist parties in Sweden, France, Italy, the Netherlands and Germany. However, it is worth noting that, other than in the UK, there is no European country in which more than half of right-wing populist party supporters say they have confidence in Trump. European antipathy toward President Trump can, in part, be traced to opposition to his policies and disdain for many of his personal attributes. In 2017, a Pew Research Center survey 4 asked European publics their views on a number of signature Trump policy initiatives. All received a failing grade. A median of 86% in Europe, including 92% of Spaniards, disapproved of Trump’s proposal to erect a wall along the border between Mexico and the U.S. Prior to the actual decision by the Trump administration to withdraw from the Paris climate accord, a similar median of 86%, including 91% in Spain, disapproved of such a move. More than three-quarters (a median of 77%) of Europeans, among them 85% of the Spanish, voiced opposition to U.S. intentions to exit trade agreements. And six-in-ten Europeans were against the Trump administration’s travel ban on Muslims and the proposed, and subsequently carried out, withdrawal from the Iran nuclear deal. In terms of the U.S. president’s personal characteristics, more than half of Europeans (a median of 55%) surveyed in 2017 saw him as a strong leader. But only 43% saw him as charismatic, 19% judged him well-qualified and 22% thought he cared about ordinary people. Moreover, 90% found him to be arrogant, 77% judged him to be intolerant and 69% said he was dangerous. Notably, it was the Spanish who were most likely to see Trump as arrogant (94%) and intolerant (84%). Doubts About U.S. Leadership A common criticism about American foreign policy over the past decade and a half has been that the U.S. only looks after its own interests in world affairs, ignoring the interests of other nations. As Pew Research Center surveys show, this belief was especially prevalent during George W. Bush’s presidency, when many in Europe and around the world thought the U.S. was pursuing unilateralist, and unpopular, policies. Strong opposition to the Iraq War and other elements of Bush’s foreign policy led to rising complaints about the U.S. acting alone and ignoring the interests and concerns of other nations. Opinions shifted following Barack Obama’s election, with more people saying the U.S. considers their nation’s interest, although even during the Obama years the prevailing global sentiment was that the U.S. doesn’t necessarily consider other countries. Now, the Trump presidency has brought an increase in the number of people in many nations saying the U.S. essentially doesn’t listen to countries like theirs when making foreign policy. In 2018, a median of 79% in Europe believe the U.S. acts unilaterally, including 90% of Spaniards. This pattern is especially pronounced among some of America’s long-time friends. The biggest decline has been in Germany, where half in 2013 said the U.S. considered their country’s interests, compared with 19% in 2018 – a 31-percentage-point drop. And, while the share of the French public who believe the U.S. considers their national interest has not been very high at any point over the past decade and a half, it reached a low point near the end of Bush’s second term (11% in 2007), rose somewhat during Obama’s presidency (35% in 2013) and has declined once more under Trump. Just 18% in France now say the U.S. considers the interests of countries like theirs when making policy. Among other possible sources of resentment toward the United States is the fact that few in Europe see the U.S. stepping up more to deal with global challenges. The view that the U.S. is doing less to solve international problems is especially widespread in Western Europe. More than half say this in Germany (75%), Sweden (75%), the Netherlands (62%), the UK (55%) and France (53%). However, only a quarter or fewer in Greece (25%) and Poland (22%) share the view that the U.S. is retreating from the world stage. E U RO PA E N J U E G O Views of American involvement in addressing global challenges differ greatly depending on expressed confidence in President Trump. In the Netherlands, Sweden, Italy, Poland, Greece and the UK people who do not trust Trump to do the right thing in world affairs are significantly more likely than those who have confidence in him to say that the U.S. is less involved in tackling global problems. America’s image in its alliance with Europe has also long been bolstered by its soft power—attributes associated with the United States that have given it moral suasion in international affairs. The U.S. reputation as a defender of individual liberty has generally been one of these. But, today, a shrinking share of the European public believe the U.S. respects its own people’s personal freedoms. The decline began during the Obama administration following revelations about the National Security Agency’s electronic eavesdropping on communications around the world, and it has continued during the first two years of the Trump presidency. The drop is especially prominent in Western Europe, where the share of the public saying Washington respects personal freedom has declined sharply since 2013. For example, in 2013 69% of the Spanish saw the U.S. as a defender of individual liberty, by 2018 that number had fallen to 31%. The drop in such respect is even greater in Germany (81% to 35%). Majorities in Sweden, the Netherlands and France also say that the U.S. fails to respect the rights of its people. Only in Poland and Hungary do strong majorities still credit Uncle Sam with this soft power. Although many believe that the U.S. does not take their country’s interests into account, acts unilaterally and is less likely to play the role of defender of individual liberties, relatively few Europeans describe worsening relations with the U.S. At least four-in-ten in most European countries say their interactions with the U.S. have generally stayed the same, including 66% of the Spanish. The Germans are the exception. They have the most negative view of their relationship with the U.S. Eight-in-ten say such ties have deteriorated5 since 2017. And 73% of Germans think relations between the two nations are bad.6 Only 41% of Germans want to cooperate more with the U.S., while 72% express a desire to be more independent from Washington in foreign policy matters. Notably, seven-in-ten Americans 7 see relations with Germany as good and want to cooperate more with Germany, and roughly two-thirds (65%) think the relationship between the U.S. and Germany should remain as close as it has been. Moreover, despite the rise in Europeans’ anti-Americanism and their distaste for U.S. President Trump, Europeans would still prefer the U.S. to China when thinking about which nation should lead the world. When asked to choose, a median of 64% in Europe say it would be better for the world if Washington is the leading power. Only 17% chose Beijing. This includes more than seven-in-ten Swedes (76%) and Dutch (71%). More than six-in-ten Spanish (63%) also choose the U.S., just 26% pick China. And the decline in America’s image and the lack of confidence in Donald Trump has not yet undermined European faith in the transatlantic security alliance, despite the U.S. president’s repeated criticism of European defense spending and suggestions that America might abandon NATO. In 2017, after President Trump took office, a Pew Research Center survey in European NATO member countries8 found that a median of 60% held a favorable view of the military alliance, as did 62% of Americans. And such backing was up 12 points in Germany compared with findings in 2015, before Trump’s criticism was widely known. Notably, support in 2017 was in Spain (45%). Moreover, Trump’s calling into question U.S. support for its European allies has not undermined European faith that Uncle Sam would come to their aid. Majorities in all the NATO member countries surveyed believe the U.S. would use military force to back up an alliance partner if it got into a serious military conflict with Russia. This includes 70% of Spanish, 69% of the Dutch, 66% of British and 68% of Canadians. Such sentiment has not changed much from 2015-2017. Nor has the American public’s willingness to go to the aid of NATO allies. As 2019 begins, the trans-Atlantic relationship faces many challenges, not the least of which is the level of anti-Americanism and anti-Trumpism in much of Europe. To date it has not undermined Europeans’ faith in the strategic alliance, nor has it tilted Europe toward China. But looming problems—a po- tential economic slowdown, a possible trade war and an unpredictable Russia—will test the alliance in the year ahead at a time when Europeans have rarely been so critical of the U.S. 1. Richard Wike et al., “Trump’s International Ratings Remain Low, Especially Among Key Allies”, Pew Research Center, 1/X/2018. http://www.pewglobal.org/2018/10/01/trumps-international-ratingsremain-low-especially-among-key-allies. 2. Bruce Stokes, “NATO’s Image Improves on Both Sides of Atlantic”, Pew Research Center, 23/V/2017. http://www.pewglobal.org/2017/05/23/natos-imageimproves-on-both-sides-of-atlantic. 3. Zachary Cohen et al., “ Trump’s barrage of attacks ‘beyond belief,’ reeling NATO diplomats say “, CNN, 12/VII/2018. https://edition.cnn.com/2018/07/11/ politics/trump-nato-diplomats-reaction/index.html. 4. Richard Wike et al. “Worldwide, few confident in Trump or his policies”, Pew Research Center, 26/VI/2017. http://www.pewglobal.org/2017/06/26/ worldwide-few-confident-in-trump-or-his-policies/ 5. Richard Wike et al., “America’s international image continues to suffer”, Pew Research Center, 1/10/2018. http://www.pewglobal.org/2018/10/01/ americas-international-image-continues-to-suffer. 6. Jacob Poushter y Alexandra Castillo, “Americans and Germans are worlds apart in views of their countries’ relationship”, Pew Research Center, 26/XI/2018. http://www.pewresearch.org/fact-tank/2018/11/26/ americans-and-germans-are-worlds-apart-in-viewsof-their-countries-relationship. 7. Ibíd. 8. Moira Fagan, “NATO is seen favorably in many member countries, but almost half of Americans say it does too little”, Pew Research Center, 9/VII/2018. http://www.pewresearch.org/fact-tank/2018/07/09/ nato-is-seen-favorably-in-many-member-countriesbut-almost-half-of-americans-say-it-does-too-little. RUSSIAN THREATS TO THE EUROPEAN ORDER Anders Åslund SENIOR FELLOW AT THE ATLANTIC COUNCIL IN WASHINGTON. HIS BOOK “RUSSIA’S CRONY CAPITALISM” WILL BE PUBLISHED IN THE SPRING. Russia’s attitude to the West has radically changed from friendly to hostile. This turnaround has been particularly sharp with regard to Europe. At the same time, Russia has VANGUARDIA | DOSSIER 131 E U RO PA E N J U E G O abandoned the traditional international rules of the game and uses new impermissible tools. Europe must expect all kinds of dirty needs to encounter the new rogue Russia with its strengths, which are economic and openness. For the last three decades, Russia has changed fast, but back and forth. The foreign policy of Vladimir Putin’s Russia is confusingly similar to that of Leonid Brezhnev’s Soviet Union, but in the 1990s Russia was a very different countries – open and free. Yeltsin’s Russia aspired to integration with the West. Russia tried, but it was too big for its European neighborhood and the European Union had nothing to offer. Initially, even Putin took a positive view of NATO. In 2000, he stated: “I don’t see any reason why cooperation between Russia and NATO shouldn’t develop further.” But former US Deputy Secretary of State Strobe Talbott remarked: “Putin wanted to join the West, but on terms that were more respectful of Russia’s national interests and national anxieties.1” Putin pursues extreme Realpolitik, while the West insists on certain values. The Orange Revolution in Ukraine in November-December 2004 made Putin change his attitude to the West. He saw it as an attack by the United States and Europe on his power: “our European and American partners decided to support the orange revolution even against the Constitution.” In his famous Munich speech in February 2007, Putin manifested his anti-Americanism: “Today we are witnessing an almost uncontained hyper use of force – military force – in international relations... 132 VANGUARDIA | DOSSIER One state and, of course, first and foremost the United States, has overstepped its national borders in every way.” The communiqué of the NATO summit in Bucharest in April 2008 stated boldly: “NATO welcomes Ukraine’s and Georgia’s Euro-Atlantic aspirations for membership in NATO. We agreed today that these countries will become members of NATO.” Although NATO did nothing to render this commitment credible, Putin perceived it as causus belli. In August 2008, Russia and Georgia fought a five-day war. Russia strengthened its hold over the two Georgian autonomous regions Abkhazia and South Ossetia and expended their territories slightly. Russia unilaterally recognized these small Georgian territories as independent states. The Russian excuse was that Kosovo had declared itself independent in February 2008. The war with Georgia aroused patriotic fervor in Russia, boosting Putin’s popularity rating to a new high of 88 percent, according to the independent pollster Levada Center. In 2009, the European Union launched its Eastern Partnership, focusing on the six European former Soviet republics. In 2013, the EU prepared to sign Association Agreements including Deep and Comprehensive Free Trade Agreements with Ukraine, Moldova, Armenia, and Georgia. Until this time, Russia had looked upon the EU as an irrelevant paper tiger (unlike NATO), but in June 2013 Moscow suddenly started perceiving these agreements with EU as a major threat. In September 2013, Putin persuaded the Armenian President Serzh Sargizyan to abandon its EU Association Agreement. Then, he focused on Ukraine. From July 2013, Moscow pursued an intensive policy of intimidation against Ukraine, imposing severe trade sanctions on pro-European Ukrainian businessmen and pressuring Ukraine’s pro-Russian President Viktor Yanukovych. After Yanukovych’s government had declared that it would not sign the Association Agreement, large-scale protests, the Euromaidan, erupted in Kyiv, exactly as in 2004, repeating Putin’s worst nightmare, but this time he was prepared. Putin offered Yanukovych cheap gas and large credits at seemingly benign conditions. Yanukovych attempted to impose authoritarian laws, but the Ukrainian mass protests continued. In January and February, Yanukovych ordered special police forces to shoot on the demonstrators and some 100 protesters were killed, but the political reaction was that two-thirds of the Ukrainian parliamentarians turned against Yanukovych and summarily dismissed him after he had fled the country on February 22, and the parliament installed a new democratic government. On February 27, 2014, Russian special forces without insignia seized the regional parliament in Simferopol, the capital of Crimea, in a surprise attack, and within days they had occupied the whole peninsular without bloodshed. On March 18, the Russian parliament annexed Crimea violating of a whole row of international agreements. The Russian public loved it. Once again 88 percent of the Russians approved of Putin, according to the Levada Center. Putin seemed to have found out how to maintain his personal popularity and keep Russians quiet, namely through small and victorious wars. The trick was to keep the wars small and victorious, so that Russia could bear the cost. Thus, Putin hoped to avoid market economic reforms that would interfere with his corrupt rule. But the Kremlin euphoria over the accession of Crimea drove Moscow to an instant mistake. In April-May 2014, it attempted to instigate uprisings in the southern and eastern half of Ukraine with predominantly Russianspeaking population, but it failed. It took hold only in parts of the two easternmost regions of Donetsk and Luhansk, and it requires a permanent large force of troops equipped and commanded by Russian military. This war has been neither small nor victorious or popular in Russia. Since 2009, the Russian GDP has been almost stagnant with an average growth of about half a percent a year. The Kremlin can no longer justify its repression with rising standard of living. Real disposable incomes have fallen by a total of 17 percent in the five years 2014-18. Russia faces a severe budget constraint. Russia’s GDP in current US dollars is about $1.5 trillion, while the EU GDP is more than $20 trillion. The wars in Georgia and Ukraine show the new direction of Russia’s foreign policy, which is becoming increasingly daring or risky. Putin now builds his legitimacy on patriotic mobilization. The Kremlin has abandoned the old E U RO PA E N J U E G O rules of war. It indulges in cyber war (initiated in Estonia in 2007) and social network manipulation (more successfully so in the Trump election). It also uses old Soviet methods, such as disinformation and assassinations. The most important method, however, is probably corruption of top officials. All these tactics can be summarized as the Gerasimov Doctrine. After the war in Ukraine had started, an article published one year earlier by Russia’s powerful chief of the general staff, General Valery Gerasimov, attracted great attention. Gerasimov’s starting point was that the line between war and peace had been blurred, as nobody declared war any longer. He also noted that “the role of nonmilitary means of achieving political and strategic goals has grown, and, in many cases, they have exceeded the power of weapons in their efficacy.” Given that Russia’s economic resources are limited and military hardware expensive, Russia would have to pursue war to a greater extent with unconventional military means. Novel approaches involve energy trade, corruption, social networks, and the judiciary system. Gazprom has intermittently cut off gas or shock-hiked gas prices to former communist countries, while it has been reliable in its relations with West European countries. Gazprom’s two supply cuts to many European countries in January 2006 and January 2009 fortunately provoked the EU to establish its Third Energy Package and the Energy Union, which call for supply security, diversification, and marketization. Unfortunately, Nord Stream 2 that is being built right now runs against these principles. Eighty percent of all gas Russia supplies to the EU would pass through one single pipeline system through the Baltic Sea to Germany, endangering both supply security and market competition. The European Commission should prohibit this pipeline project as violating EU energy policy. The big difference between the Soviet system and Putin’s Russia is that Putin rules over an authoritarian kleptocracy. This system of crony capitalism is financially sophisticated and integrated with the global financial system, though Russia has no real property rights. As a consequence, all Russians of means transfer their savings abroad where they are safe. Most of the Russian funds go to countries with the rule of law, anonymous companies, and deep financial markets. At the very least, Rus- sian private holdings abroad amount to $800 billion, slightly more than half of the Russian GDP. This is a vast amount of money. A reasonable guess is that one-third of these funds belong to Putin and his cronies. In addition, the Kremlin control the large state corporations and the Russian sovereign wealth funds. With its vast offshore funds, the Kremlin no longer buys parties or countries. Instead, it purchases a few top people in each European country, which is much cheaper and more effective. For a European politician a million dollars or two is big money, but not so for the Kremlin kleptocrats. Sometimes these purchases are open and legal. The outstanding example is former German Chancellor Gerhard Schröder, who became chairman of the supervisory board of Nord Stream immediately after he was ousted as chancellor. Estonia’s former President Toomas Ilves has coined the term “the Schröderization of Europe.” Many other prominent retired European politicians work as members of supervisory boards or consultants of Russian state companies. Paul Manafort’s Hapsburg Group that promoted President Yanukovych is an infamous example. In other cases, Russian big businessmen are providing their services to the Kremlin in foreign countries, notably Oleg Deripaska in the United States and Ivan Savvidis in Greece, but there are many others. The EU must stop this. Transparency is its best means. First of all, no EU country should allow anonymous ownership any longer. In accordance with the Fourth EU Anti-MoneyLaundering Package of May 2015 this practice should be outlawed by the end of 2020. Second, all European politicians of a certain dignity should be forced to publicly declare all their assets and incomes, as is the case for all citizens in Scandinavia since the 18th Century. These declarations should be available to the public and not as in the European Parliament just delivered to a secretariat that does not check or comment. Third, the EU and all its member countries should introduce a Foreign Agency Registration Act (FARA) as the United States did in 1938 to defend itself against Nazi Germany, and it should be properly policed. Russian intelligence agencies and their contractors have proven great skills in utilizing social networks for the manipulation of public debates in many countries. This must come to an end. The social networks need to take their responsibility to police their own platforms or be prohibited. Most money laundering stopped when banks were forced to apply the principle “know your customer.” In the same way, social networks should have to carry out a proper identity check of their users. They should have an obligation to block anonymous bots and trolls, and the social networks would have to take normal editorial responsibility as any publication. Similarly, political advertising should be regulated on social networks as on television. While Putin’s Russia does not care about the rule of law, it exploits the international judicial system to spread its repression abroad. Russia has become notorious for its misuse of Interpol and its red notices. It has had no less than seven red notices issued against the investment banker Bill Browder because he highlighted Russia’s gross violation of human rights. Browder was arrested in Spain in 2018 at the behest of the lawless Russian authorities. The EU needs to sort out its relationship with Interpol and the Russian judicial authorities. It could simply withdraw from Interpol and stick to Europol, it could censor Interpol, or it could just ignore its notes from lawless countries such as Russia. Europe’s new strife with Russia is multifaceted. The Kremlin is pursuing all kinds of innovative hybrid warfare that do not reach the hurdle of actual warfare. The EU’s best response is a maximum of transparency. It needs to focus on stopping illicit political financing, the manipulation of social networks, and the exploitation of the judiciary system. VANGUARDIA | DOSSIER 133 B U S C A N D O H U E L L A S E N E L D E S I E R T O 22 DE FEBRERO AL 19 DE MAYO DE 2019 Espacio Fundación Telefónica C/ Fuencarral 3, Madrid Exposición gratuita espacio.fundaciontelefonica.com #EspacioNasca Exposición organizada por el Museo de Arte de Lima y el Museo Rietberg de Zúrich, en colaboración con el Bundeskhunsthalle de Bonn y Fundación Telefónica.