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2 Escudero (2003)

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Escudero Escorza, T. (2003). Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de
inteso desarrollo de la evaluación en educación. RELIEVE:, v. 9, n. 1, p. 11-43.
http://www.uv.es/RELIEVE/v9n1/RELIEVEv9n1_1.htm
Revista ELectrónica de Investigación
y EValuación Educativa
DESDE LOS TESTS HASTA LA INVESTIGACIÓN EVALUATIVA ACTUAL. UN SIGLO, EL XX, DE INTENSO DESARROLLO DE LA EVALUACIÓN EN EDUCACIÓN
(From tests to current evaluative research. One century, the XXth, of intense development of evaluation in education)
por
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Tomás Escudero Escorza
([email protected])
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Sobre los autores
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Abstract
This article presents a review and state of art about development in educational evaluation in the XXth century. The
main theoretical proposals are commented
Resumen
Este artículo presenta una revisión crítica del desarrollo
histórico que ha tenido el ámbito de la evaluación educativa durante todo el siglo XX. Se analizan los principales
propuestas teóricas planteadas.
Keywords
Descriptores
Evaluation, Evaluation Research, Evaluation Methods;
Formative Evaluation Summative Evaluation, Testing,
Program Evaluation
Evaluación, Investigación evaluativa, Métodos de Evaluación, Evaluación Formativa, Evaluación Sumativa, Test,
Evaluación de Programas
Introducción
En cualquier disciplina, la aproximación histórica suele ser una vía fundamental para comprender su concepción, estatus, funciones, ámbito,
etc. Este hecho es especialmente evidente en el
caso de la evaluación, pues se trata de una disciplina que ha sufrido profundas transformaciones
conceptuales y funcionales a lo largo de la historia y, sobre todo, a lo largo del siglo XX, en el
que principalmente ubicamos nuestro análisis. En
este sentido, la aproximación diacrónica al concepto resulta imprescindible.
El análisis la vamos a llevar a cabo basándonos en tres planteamientos que podríamos tachar de clásicos en la reciente literatura sobre
el tema y que usamos indistintamente, aunque
no tenemos la pretensión de ofrecer un planteamiento de síntesis, sino de utilización cabal
de todos ellos, puesto que los tres planteamientos inciden sobre los mismos momentos y
movimientos claves.
Un planteamiento, quizás el más utilizado en
nuestro contexto (Mateo y otros, 1993; Hernández, 1993), es el que ofrecen Madaus, Scri-
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ven, Stufflebeam y otros autores, que en sus trabajos suelen establecer seis épocas, empezando
su análisis desde el siglo XIX (Stufflebeam y
Shinkfield, 1987; Madaus y otros, 1991). Nos
hablan de: a) época de la reforma (1800-1900),
b) época de la eficiencia y del «testing» (19001930), c) época de Tyler (1930-1945), d) época
de la inocencia (1946-1956), e) época de la expansión (1957-1972) y f) época de la profesionalización (desde 1973), que enlaza con la situación actual.
Otros autores como Cabrera (1986) y Salvador
(1992) citan tres grandes épocas, tomando como
punto de referencia central la figura de Tyler en
el segundo cuarto del Siglo XX. A la época de
Tyler se le denomina de nacimiento, a las anteriores de precedentes o antecedentes y a la posterior de desarrollo.
Guba y sus colaboradores, sobre todo Yvonna
Lyncoln, destacan distintas generaciones. Ahora
estaríamos en la cuarta (Guba y Lincoln, 1989),
que según ellos se apoya en el enfoque paradigmático constructivista y en las necesidades de los
«stakeholders» (demandantes e implicados en la
evaluación), como base para determinar la información que se necesita. La primera generación es la de la medición, que llega hasta el primer tercio de este siglo, la segunda es la de la
descripción y la tercera la del juicio o valoración.
Tras el análisis histórico, como complemento y
como revisión de síntesis del mismo, ofrecemos
un sucinto resumen de los enfoques evaluativos
más relevantes, de los distintos modelos y planteamientos que, con mayor o menor fuerza, vienen a nuestra mente cuando intentamos acotar lo
que es hoy en día la investigación evaluativa en
educación
1. Precedentes: Antes de los «tests» y de la
medición
Desde la antigüedad se han venido creando y
usando procedimientos instructivos en los que
los profesores utilizaban referentes implícitos,
sin una teoría explícita de evaluación, para valorar y, sobre todo, diferenciar y seleccionar a estudiantes. Dubois (1970) y Coffman (1971) citan
los procedimientos que se empleaban en la
China imperial, hace más de tres mil años, para
seleccionar a los altos funcionarios. Otros autores como Sundbery (1977) hablan de pasajes
evaluadores en la Biblia, mientras Blanco
(1994) se refiere a los exámenes de los profesores griegos y romanos. Pero según McReynold (1975), el tratado más importante de evaluación de la antigüedad es el Tetrabiblos, que
se atribuye a Ptolomeo. También Cicerón y
San Agustín introducen en sus escritos conceptos y planteamientos evaluadores.
En la Edad Media se introducen los exámenes en los medios universitarios con carácter
más formal. Hay que recordar los famosos
exámenes orales públicos en presencia de tribunal, aunque sólo llegaban a los mismos los
que contaban con el visto bueno de sus profesores, con lo que la posibilidad de fracaso era
prácticamente inexistente. En el Renacimiento
se siguen utilizando procedimientos selectivos
y Huarte de San Juan, en su Examen de ingenios para las ciencias, defiende la observación
como procedimiento básico de la evaluación
(Rodríguez y otros, 1995).
En el siglo XVIII, a medida que aumenta la
demanda y el acceso a la educación, se acentúa
la necesidad de comprobación de los méritos
individuales y las instituciones educativas van
elaborando e introduciendo normas sobre la
utilización de exámenes escritos (Gil, 1992).
Entrado el siglo XIX se establecen los sistemas nacionales de educación y aparecen los
diplomas de graduación, tras la superación de
exámenes (exámenes del Estado). Según Max
Weber (Barbier, 1993), surge un sistema de
exámenes de comprobación de una preparación
específica, para satisfacer las necesidades de
una nueva sociedad jerárquica y burocratizada.
En los Estados Unidos, en 1845, Horace Mann
comienza a utilizar las primeras técnicas evaluativas del tipo «tests» escritos, que se extienden a las escuelas de Boston, y que inician el
camino hacia referentes más objetivos y explícitos con relación a determinadas destrezas
lecto-escritoras. Sin embargo, no se trata toda-
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c) El desarrollo de los métodos estadísticos
que favorecía decisivamente la orientación
métrica de la época (Nunnally, 1978).
vía de una evaluación sustentada en un enfoque
teórico, sino más bien, algo que responde a prácticas en buena medida rutinarias y con frecuencia
basadas en instrumentos poco fiables.
Al final del siglo XIX, en 1897, aparece un trabajo de J. M. Rice, que se suele señalar como la
primera investigación evaluativa en educación
(Mateo y otros, 1993). Se trataba de un análisis
comparativo en escuelas americanas sobre el
valor de la instrucción en el estudio de la ortografía, utilizando como criterio las puntuaciones
obtenidas en los tests.
2. Los tests psicométricos
d) El desarrollo de la sociedad industrial
que potenciaba la necesidad de encontrar
unos mecanismos de acreditación y selección de alumnos, según sus conocimientos.
Consecuentemente con este estado de cosas,
en este periodo entre finales del siglo XIX y
principios del XX, se desarrolla una actividad
evaluativa intensa conocida como «testing»,
que se define por características como las siguientes:
• Medición y evaluación resultaban términos
intercambiables. En la práctica sólo se
hablaba de medición.
En el contexto anterior, a finales del siglo XIX,
se despierta un gran interés por la medición científica de las conductas humanas. Esto es algo que
se enmarca en el movimiento renovador de la
metodología de las ciencias humanas, al asumir
el positivismo de las ciencias físico-naturales. En
este sentido, la evaluación recibe las mismas
influencias que otras disciplinas pedagógicas
relacionadas con procesos de medición, como la
pedagogía experimental y la diferencial (Cabrera,
1986).
• El objetivo era detectar y establecer diferencias individuales, dentro del modelo del
rasgo y atributo que caracterizaba las elaboraciones psicológicas de la época (Fernández
Ballesteros, 1981), es decir, el hallazgo de
puntuaciones diferenciales, para determinar
la posición relativa del sujeto dentro de la
norma grupal.
La actividad evaluativa se verá condicionada
de forma decisiva por diversos factores que confluyen en dicho momento, tales como:
a) El florecimiento de las corrientes filosóficas positivistas y empíricas, que apoyaban a la
observación, la experimentación, los datos y
los hechos como fuentes del conocimiento
verdadero. Aparece la exigencia del rigor científico y de la objetividad en la medida de la
conducta humana (Planchard, 1960) y se potencian las pruebas escritas como medio para
combatir la subjetividad de los exámenes orales (Ahman y Cook, 1967).
b) La influencia de las teorías evolucionistas
y los trabajos de Darwin, Galton y Cattel, apoyando la medición de las características de los
individuos y las diferencias entre ellos.
• Los tests de rendimiento, sinónimo de evaluación educativa, se elaboraban para establecer discriminaciones individuales, olvidándose en gran medida la representatividad
y congruencia con los objetivos educativos.
En palabras de Guba y Lincoln (1982), la
evaluación y la medida tenían poca relación
con los programas escolares. Los tests informaban algo sobre los alumnos, pero no de
los programas con los que se les había formado.
En el campo educativo destacan algunos instrumentos de aquella época, como las escalas
de escritura de Ayres y Freeman, de redacción
de Hillegas, de ortografía de Buckingan, de
cálculo de Wood, de lectura de Thorndike y
McCall y de aritmética de Wood y McCall
(Planchard, 1960; Ahman y Cook, 1967; Ebel,
1977).
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Sin embargo, fue en los tests psicológicos donde los esfuerzos tuvieron mayor impacto, siendo
probablemente la obra de Thorndike (1904) la de
mayor influencia en los comienzos del siglo XX.
En Francia destacan los trabajos de Alfred Binet,
después revisados por Terman en la Universidad
de Stanford, sobre tests de capacidades cognitivas. Ahora hablamos del Stanford-Binet, uno de
los tests más conocidos en la historia de la psicometría.
Años más tarde, con las necesidades de reclutamiento en la Primera Guerra Mundial, Arthur
Otis dirige un equipo que construye tests colectivos de inteligencia general (Alfa para lectoescritores y Beta para analfabetos) e inventarios de
personalidad (Phillips, 1974).
Tras la contienda, los tests psicológicos se ponen al servicio de fines sociales. La década entre
1920 y 1930 marca el punto más alto del «testing», pues se idean multitud de tests estandarizados para medir toda clase de destrezas escolares con referentes objetivos externos y explícitos,
basados en procedimientos de medida de la inteligencia, para utilizar con grandes colectivos de
estudiantes.
Estas aplicaciones estandarizadas se acogen
muy bien en los ámbitos educativos y McCall
(1920) propone que los profesores construyan
sus propias pruebas objetivas, para no tener que
confiar exclusivamente en las propuestas por
especialistas externos.
Este movimiento estuvo vigente en paralelo al
proceso de perfeccionamiento de los tests psicológicos con el desarrollo de la estadística y del
análisis factorial. El fervor por el «testing» decreció a partir de los años cuarenta e, incluso,
empezaron a surgir algunos movimientos hipercríticos con estas prácticas.
Guba y Lincoln (1989) se refieren a esta evaluación como a la primera generación, que puede
legítimamente ser denominada como la generación de la medida. El papel del evaluador era
técnico, como proveedor de instrumentos de medición. Según estos autores, esta primera generación permanece todavía viva, pues todavía exis-
ten textos y publicaciones que utilizan de manera indisoluble evaluación y medida (Gronlund, 1985).
3. El nacimiento de la verdadera evaluación educativa: La gran reforma
«tyleriana»
Antes de que llegara la revolución promovida
por Ralph W. Tyler, en Francia se inicia en los
años veinte una corriente independiente conocida como docimología (Pieron, 1968 y 1969;
Bonboir, 1972), que supone un primer acercamiento a la verdadera evaluación educativa. Se
criticaba, sobre todo, el divorcio entre lo enseñado y las metas de la instrucción. La evaluación se dejaba, en último término, en manos de
una interpretación totalmente personal del profesor. Como solución se proponía: a) elaboración de taxonomías para formular objetivos, b)
diversificación de fuentes de información,
exámenes, expedientes académicos, técnicas de
repesca y tests, c) unificación de criterios de
corrección a partir del acuerdo entre los correctores de las pruebas y d) revisión de los juicios
de valoración mediante procedimientos tales
como la doble corrección, o la media de distintos correctores. Como puede verse, se trata de
criterios en buena medida vigentes actualmente
y, en algún caso, incluso avanzados.
Pero quien es tradicionalmente considerado
como el padre de la evaluación educativa es
Tyler (Joint Committee, 1981), por ser el primero en dar una visión metódica de la misma,
superando desde el conductismo, muy en boga
en el momento, la mera evaluación psicológica.
Entre 1932 y 1940, en su famoso Eight-Year
Study of Secondary Education para la Progressive Education Association, publicado dos años
después (Smith y Tyler, 1942), plantea la necesidad de una evaluación científica que sirva
para perfeccionar la calidad de la educación.
La obra de síntesis la publica unos años después (Tyler, 1950), exponiendo de manera clara su idea de «curriculum», e integrando en él
su método sistemático de evaluación educativa,
como el proceso surgido para determinar en
qué medida han sido alcanzados los objetivos
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previamente establecidos (véase también Tyler,
1967 y 1969).
El «currículum» viene delimitado por las cuatro cuestiones siguientes:
a) ¿Qué objetivos se desean conseguir?
b) ¿Con qué actividades se pueden alcanzar?
c) ¿Cómo pueden organizarse eficazmente
estas experiencias?
d) ¿Cómo se puede comprobar si se alcanzan
los objetivos?
Y la buena evaluación precisa de las siguientes
condiciones:
a) Propuesta clara de objetivos.
b) Determinación de las situaciones en las
que se deben manifestar las conductas esperadas.
c) Elección de instrumentos apropiados de
evaluación.
d) Interpretación de los resultados de las
pruebas.
e) Determinación de la fiabilidad y objetividad de las medidas.
Esta evaluación ya no es una simple medición,
porque supone un juicio de valor sobre la información recogida. Se alude, aunque sin desarrollar, a la toma de decisiones sobre los aciertos o
fracasos de la programación, en función de los
resultados de los alumnos, algo que retomarán
otros importantes evaluadores como Cronbach y
Sufflebeam unos años después.
Para Tyler, la referencia central en la evaluación son los objetivos preestablecidos, que deben
ser cuidadosamente definidos en términos de
conducta (Mager, 1962), teniendo en cuenta que
deben marcar el desarrollo individual del alumno, pero dentro de un proceso socializador.
El objeto del proceso evaluativo es determinar
el cambio ocurrido en los alumnos, pero su fun-
ción es más amplia que el hacer explícito este
cambio a los propios alumnos, padres y profesores; es también un medio para informar sobre
la eficacia del programa educacional y también
de educación continua del profesor. Se trata,
según Guba y Lincoln (1989), de la segunda
generación de la evaluación. Desgraciadamente, esta visión evaluativa global no fue
suficientemente apreciada, ni explotada, por
aquellos que utilizaron sus trabajos (Bloom y
otros, 1975; Guba y Lincoln, 1982).
A pesar de lo anterior y de que las reformas
tylerianas no siempre se aplicaron de inmediato, las ideas de Tyler fueron muy bien acogidas
por los especialistas en desarrollo curricular y
por los profesores. Su esquema era racional y
se apoyaba en una tecnología clara, fácil de
entender y aplicar (Guba y Lincoln, 1982;
House, 1989) y encajaba perfectamente en la
racionalidad del análisis de la tarea que comenzaba a usarse con éxito en ámbitos educativos
militares (Gagné, 1971). En España, los planteamientos de Tyler se extendieron con la Ley
General de Educación de 1970.
Tras la Segunda Guerra Mundial se produce
un periodo de expansión y optimismo que Stufflebeam y Shinkfield (1987) no han dudado en
calificar de «irresponsabilidad social», por el
gran despilfarro consumista tras una época de
recesión. Se trata de la etapa conocida como la
de la inocencia (Madaus y otros, 1991). Se
extienden mucho las instituciones y servicios
educativos de todo tipo, se producen cantidad
de tests estandarizados, se avanza en la tecnología de la medición y en los principios estadísticos del diseño experimental (Gulliksen, 1950;
Lindquist, 1953; Walberg y Haertel, 1990) y
aparecen las famosas taxonomías de los objetivos educativos (Bloom y otros, 1956; Krathwohl y otros, 1964). Sin embargo, en esta época, la aportación de la evaluación a la mejora
de la enseñanza es escasa debido a la carencia
de planes coherentes de acción. Se escribe mucho de evaluación, pero con escasa influencia
en el perfeccionamiento de la labor instruccional. El verdadero desarrollo de las propuestas
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nos. Para ello, es necesario interaccionar con
ellos de manera más frecuente y más informal.
tylerianas vino después (Taba, 1962; Popham y
Baker, 1970; Fernández de Castro, 1973).
Ralph W. Tyler murió el 18 de febrero de
1994, superados los noventa años de vida, tras
siete décadas de fructíferas aportaciones y servicios a la evaluación, a la investigación y a la educación en general. Unos meses antes, en abril de
1993, Pamela Perfumo, una estudiante graduada
de la Universidad de Stanford, entrevistó a Tyler
con el propósito de conocer su pensamiento acerca del actual desarrollo de la evaluación y de los
temas controvertidos alrededor de la misma. Esta
entrevista, convenientemente preparada, fue
presentada el 16 de abril de 1993 en la Conferencia de la AERA que tuvo lugar en Atlanta.
Horowitz (1995) analiza el contenido y el significado de la citada entrevista, destacando, entre
otros, los siguientes aspectos en el pensamiento
de Tyler al final de sus días:
a) Necesidad de analizar cuidadosamente los
propósitos de la evaluación, antes de ponerse a
evaluar. Los actuales planteamientos de evaluaciones múltiples y alternativas deben ajustarse a este principio
b) El propósito más importante en la evaluación de los alumnos es guiar su aprendizaje,
esto es, ayudarles a que aprendan. Para ello es
necesaria una evaluación comprensiva de todos los aspectos significativos de su rendimiento; no basta con asegurarse que hacen regularmente el trabajo diario.
c) El «portfolio» es un instrumento valioso de
evaluación, pero depende de su contenido. En
todo caso, hay que ser cauteloso ante la preponderancia de un solo procedimiento de evaluación, incluyendo el «portfolio», por su incapacidad de abarcar todo el espectro de aspectos evaluables.
d) La verdadera evaluación debe ser idiosincrásica, adecuada a las peculiaridades del
alumno y el centro. En rigor, la comparación
de centros no es posible.
e) Los profesores deben rendir cuentas de su
acción educativa ante los padres de los alum-
Medio siglo después de que Tyler
revolucionara el mundo de la evaluación
educativa, se observa la fortaleza, coherencia y
vigencia de su pensamiento. Como acabamos
de ver, sus ideas básicas, convenientemente
actualizadas, se entroncan fácilmente en las
corrientes más actuales de la evaluación
educativa.
4. El desarrollo de los sesenta
Los años sesenta traerán nuevos aires a la
evaluación educativa, entre otras cosas porque
se empezó a prestar interés por algunas de las
llamadas de atención de Tyler, relacionadas
con la eficacia de los programas y el valor intrínseco de la evaluación para la mejora de la
educación.
En esa época surge un cierto conflicto entre
la sociedad americana y su sistema educativo,
sobre todo porque los rusos iban por delante en
la carrera especial, tras el lanzamiento del
Sputnik por la URSS en 1957. Aparece un cierto desencanto con la escuela pública y crece la
presión por la rendición de cuentas (MacDonald, 1976; Stenhouse, 1984). En 1958 se promulga una nueva ley de defensa educativa que
proporciona muchos programas y medios para
evaluarlos. En 1964 se establece el Acta de
educación primaria y secundaria (ESEA) y se
crea el National Study Comitte on Evaluation,
creándose una nueva evaluación no sólo de
alumnos, sino orientada a incidir en los programas y en la práctica educativa global (Mateo y otros, 1993; Rodríguez y otros, 1995).
Para mejorar la situación y retomar la hegemonía científica y educativa, fueron muchos
los millones de dólares que desde los fondos
públicos se destinaron a subvencionar nuevos
programas educativos e iniciativas del personal
de las escuelas públicas americanas encaminadas a mejorar la calidad de la enseñanza. (Popham, 1983; Rutman y Mowbray, 1983; Weiss,
1983). Este movimiento se vio también potenciado por el desarrollo de nuevos medios
tecnológicos (audiovisuales, ordenadores...) y
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nológicos (audiovisuales, ordenadores...) y el de
la enseñanza programada, cuyas posibilidades
educativas despertaron el interés entre los profesionales de la educación (Rosenthal, 1976).
De la misma forma que la proliferación de
programas sociales en la década anterior había
impulsado la evaluación de programas en el área
social, los años sesenta serán fructíferos en demanda de evaluación en el ámbito de la educación. Esta nueva dinámica en la que entra la evaluación, hace que, aunque ésta se centraba en los
alumnos como sujeto que aprende, y el objeto de
valoración era el rendimiento de los mismos, sus
funciones, su enfoque y su última interpretación
variará según el tipo de decisión buscada.
Buena parte de culpa de este fuerte ímpetu evaluador americano se debió a la ya citada aprobación de la «Elementary and Secondary Act»
(ESEA) en 1965 (Berk, 1981; Rutman, 1984).
Con esta ley se puso en marcha el primer programa significativo para la organización de la
educación en el ámbito federal de los Estados
Unidos, y se estipuló que cada uno de los proyectos realizados con el apoyo económico federal debía ser anualmente evaluado, a fin de justificar subvenciones futuras.
Junto al desencanto de la escuela pública, cabe
señalar la recesión económica que caracteriza los
finales años sesenta, y, sobre todo, la década de
los setenta. Ello hizo que la población civil, como contribuyentes, y los propios legisladores se
preocupasen por la eficacia y el rendimiento del
dinero que se empleaba en la mejora del sistema
escolar. A finales de los años sesenta, y como
consecuencia de lo anterior, entra en escena un
nuevo movimiento, la era de la «Accountability»,
de la rendición de cuentas (Popham, 1980 y
1983; Rutman y Mowbray, 1983), que se asocia
fundamentalmente a la responsabilidad del personal docente en el logro de objetivos educativos
establecidos. De hecho, en el año 1973, la legislación de muchos estados americanos instituyó la
obligación de controlar el logro de los objetivos
educativos y la adopción de medidas correctivas
en caso negativo (MacDonald, 1976; Wilson y
otros, 1978). Es comprensible que, planteado así,
este movimiento de rendición de cuentas, de
responsabilidad escolar, diera lugar a una oleada de protestas por parte del personal docente.
Otra dimensión de la responsabilidad escolar
nos la ofrece Popham (1980), cuando se refiere
al movimiento de descentralización escolar
durante los últimos años sesenta y principios de
los setenta. Los grandes distritos escolares se
dividieron en áreas geográficas más pequeñas,
y, por consiguiente, con un control ciudadano
más directo sobre lo que ocurría en las escuelas.
Como consecuencia de estos focos de influencia, se amplió considerablemente el fenómeno de la evaluación educativa. El sujeto
directo de la evaluación siguió siendo el alumno, pero también todos aquellos factores que
confluyen en el proceso educativo (el programa
educativo en un sentido amplio, profesor, medios, contenidos, experiencias de aprendizaje,
organización, etc.), así como el propio producto educativo.
Como resultado de estas nuevas necesidades
de la evaluación, se inicia durante esta época
un periodo de reflexión y de ensayos teóricos
con ánimo de clarificar la multidimensionalidad del proceso evaluativo. Estas reflexiones
teóricas enriquecerán decisivamente el ámbito
conceptual y metodológico de la evaluación, lo
que unido a la tremenda expansión de la evaluación de programas ocurrida durante estos
años, dará lugar al nacimiento de esa nueva
modalidad de investigación aplicada que hoy
denominamos como investigación evaluativa.
Como hitos de la época hay que destacar dos
ensayos por su decisiva influencia: el artículo
de Cronbach (1963), Course improvement
through evaluation, y el de Scriven (1967), The
methodology of evaluation. La riqueza de ideas
evaluativas expuestas en estos trabajos nos
obligan a que, aunque brevemente, nos refiramos a ellas.
Del análisis que Cronbach del concepto, funciones y metodología de la evaluación, entresacamos las sugerencias siguientes:
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a) Asociar el concepto de evaluación a la
toma de decisiones. Distingue el autor tres tipos de decisiones educativas a las cuales la
evaluación sirve: a) sobre el perfeccionamiento del programa y de la instrucción, b) sobre
los alumnos (necesidades y méritos finales) y
c) acerca de la regulación administrativa sobre
la calidad del sistema, profesores, organización, etc. De esta forma, Cronbach abre el
campo conceptual y funcional de la evaluación
educativa mucho más allá del marco conceptual dado por Tyler, aunque en su línea de sugerencias.
tudios de seguimientos, esto es, el camino
posterior seguido por los estudiantes que han
participado en el programa.
b) La evaluación que se usa para mejorar un
programa mientras éste se está aplicando,
contribuye más al desarrollo de la educación
que la evaluación usada para estimar el valor
del producto de un programa ya concluido.
Si estas reflexiones de Cronbach fueron impactantes, no lo fueron menos las del ensayo de
Scriven (1967). Sus fecundas distinciones terminológicas ampliaron enormemente el campo
semántico de la evaluación, a la vez que clarificaron el quehacer evaluativo. Destacamos a
continuación las aportaciones más significativas:
c) Poner en cuestión la necesidad de que los
estudios evaluativos sean de tipo comparativo.
Entre las objeciones a este tipo de estudios, el
autor destaca el hecho de que, con frecuencia,
las diferencias entre las puntuaciones promedio entre-grupos son menores que las intragrupos, así como otras referentes a las dificultades técnicas que en el marco educativo presentan los diseños comparativos. Cronbach
aboga por unos criterios de comparación de tipo absoluto, reclamando la necesidad de una
evaluación con referencia al criterio, al defender la valoración con relación a unos objetivos
bien definidos y no la comparación con otros
grupos.
f) Desde esta óptica, las técnicas de evaluación no pueden limitarse a los tests de
rendimiento. Los cuestionarios, las entrevistas, la observación sistemática y no sistemática, las pruebas de ensayo, según el autor,
ocupan un lugar importante en la evaluación,
en contraste al casi exclusivo uso que se
hacía de los tests como técnicas de recogida
de información.
d) Se ponen en cuestión los estudios a gran
escala, puesto que las diferencias entre los tratamientos pueden ser muy grandes e impedir
discernir con claridad las causas de los resultados. Se defienden los estudios más analíticos, bien controlados, que pueden usarse para
comparar versiones alternativas de un programa.
e) Metodológicamente Cronbach propone
que la evaluación debe incluir: 1) estudios de
proceso –hechos que tienen lugar en el aula–;
2) medidas de rendimiento y actitudes –
cambios observados en los alumnos– y 3) esRevista ELectrónica de Investigación y EValuación Educativa
a) Se establece de forma tajante la diferencia entre la evaluación como actividad metodológica, lo que el autor llama meta de la
evaluación, y las funciones de la evaluación
en un contexto particular. Así, la evaluación
como actividad metodológica es esencialmente igual, sea lo que fuera lo que estemos
evaluando. El objetivo de la evaluación es
invariante, supone en definitiva el proceso
por el cual estimamos el valor de algo que se
evalúa, mientras que las funciones de la evaluación pueden ser enormemente variadas.
Estas funciones se relacionan con el uso que
se hace de la información recogida.
b) Scriven señala dos funciones distintas
que puede adoptar la evaluación: la formativa y la sumativa. Propone el término de
evaluación formativa para calificar aquel
proceso de evaluación al servicio de un programa en desarrollo, con objeto de mejorarlo, y el término de evaluación sumativa para
aquel proceso orientado a comprobar la eficacia del programa y tomar decisiones sobre
su continuidad.
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Escudero Escorza, T. (2003). Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de inteso
desarrollo de la evaluación en educación. RELIEVE:, v. 9, n. 1, p. 11-43.
http://www.uv.es/RELIEVE/v9n1/RELIEVEv9n1_1.htm
c) Otra importante contribución de Scriven
es la crítica al énfasis que la evaluación da a la
consecución de objetivos previamente establecidos, porque si los objetivos carecen de valor,
no tiene ningún interés saber hasta qué punto
se han conseguido. Resalta la necesidad de que
la evaluación debe incluir tanto la evaluación
de los propios objetivos como el determinar el
grado en que éstos han sido alcanzados (Scriven, 1973 y 1974).
d) Clarificadora es también la distinción que
hace Scriven entre evaluación intrínseca y evaluación extrínseca, como dos formas diferentes de valorar un elemento de la enseñanza. En
una evaluación intrínseca se valora el elemento por sí mismo, mientras que en la evaluación
extrínseca se valora el elemento por los efectos que produce en los alumnos. Esta distinción resulta muy importante a la hora de considerar el criterio a utilizar, pues en la evaluación intrínseca el criterio no se formula en
términos de objetivos operativos, mientras que
sí se hace en la evaluación extrínseca .
e) Scriven adopta una posición contraria a
Cronbach, defendiendo el carácter comparativo que deben presentar los estudios de evaluación. Admite con Cronbach los problemas técnicos que los estudios comparativos entrañan y
la dificultad de explicar las diferencias entre
programas, pero Scriven considera que la evaluación como opuesta a la mera descripción
implica emitir un juicio sobre la superioridad o
inferioridad de lo que se evalúa con respecto a
sus competidores o alternativas.
Estas dos aportaciones comentadas influyeron
decisivamente en la comunidad de evaluadores,
incidiendo no sólo en estudios en la línea de la
investigación evaluativa, a la que se referían preferentemente, sino también en la evaluación
orientada al sujeto, en la línea de evaluación como «assessment» (Mateo, 1986). Estamos ante la
tercera generación de la evaluación que, según
Guba y Lincoln (1989), se caracteriza por introducir la valoración, el juicio, como un contenido
intrínseco en la evaluación. Ahora el evaluador
no sólo analiza y describe la realidad, además,
la valora, la juzga con relación a distintos criterios.
Durante estos años sesenta aparecen muchas
otras aportaciones que va perfilando una nueva
concepción evaluativa, que terminará de desarrollarse y, sobre todo, de extenderse en las
décadas posteriores. Se percibe que el núcleo
conceptual de la evaluación lo constituye la
valoración del cambio ocurrido en el alumno
como efecto de una situación educativa sistemática, siendo unos objetivos bien formulados
el mejor criterio para valorar este cambio. Así
mismo, se comienza a prestar atención no sólo
a los resultados pretendidos, sino también a los
efectos laterales o no pretendidos, e incluso a
resultados o efectos a largo plazo (Cronbach,
1963; Glaser, 1963; Scriven, 1967; Stake,
1967).
A pesar de las voces críticas con la operativización de objetivos (Eisner, 1967 y 1969; Atkin, 1968), no sólo por la estructura de valor
que en ello subyace, sino también por centrar la
valoración del aprendizaje en los productos
más fácilmente mensurables, a veces los más
bajos en las taxonomías del dominio cognoscitivo, y de que se prestaba escasa atención a los
objetivos del dominio afectivo, que presentan
mayor dificultad de tratamiento operativo, el
modelo evaluativo de Tyler se enriquecería
mucho en estos años, con trabajos sobre los
objetivos educativos que continuarían y perfeccionarían el camino emprendido en 1956 por
Bloom y colaboradores (Mager, 1962 y 1973;
Lindvall, 1964; Krathwohl y otros, 1964; Glaser, 1965; Popham, 1970; Bloom y otros, 1971;
Gagné 1971). Entre otras cosas aparecieron
nuevas ideas sobre la evaluación de la interacción en el aula y sobre sus efectos en los logros
de los alumnos (Baker, 1969).
Stake (1967) propuso su modelo de evaluación, The countenance model, que sigue la línea de Tyler, pero es más completo al considerar las discrepancias entre lo observado y lo
esperado en los «antecedentes» y «transacciones», y posibilitar algunas bases para elaborar
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hipótesis acerca de las causas y los fallos en los
resultados finales. En sus sucesivas propuestas,
Stake se irá distanciando de sus posiciones iniciales.
Metfessell y Michael (1967) presentaron también un modelo de evaluación de la efectividad
de un programa educativo en el cual, aún siguiendo el modelo básico de Tyler, proponían la
utilización de una lista comprensiva de criterios
diversos que los evaluadores podrían tener en
cuenta en el momento de la valoración y, por
consiguiente, no centrarse meramente en los conocimientos intelectuales alcanzados por los
alumnos.
Suchman (1967) profundiza en la convicción
de que la evaluación debe basarse en datos objetivos que sean analizados con metodología científica, matizando que la investigación científica
es preferentemente teórica y, en cambio, la investigación evaluativa es siempre aplicada. Su principal propósito es descubrir la efectividad, éxito
o fracaso de un programa al compararlo con los
objetivos propuestos y, así, trazar las líneas de su
posible redefinición. Esta investigación evaluativa para Suchman debe tener en cuenta: a) la naturaleza del destinatario del objetivo y la del propio objetivo, b) el tiempo necesario para que se
realice el cambio propuesto, c) el conocimiento
de si los resultados esperados son dispersos o
concentrados y d) los métodos que han de emplearse para alcanzar los objetivos. Suchman,
además, defiende la utilización de evaluadores
externos para evitar todo tipo de tergiversación
de los profesores muy implicados en los procesos
instruccionales.
El énfasis en los objetivos y su medida traerá
también la necesidad de una nueva orientación a
la evaluación, la denominada evaluación de referencia criterial. La distinción introducida por
Glaser (1963) entre mediciones referidas a normas y criterios tendrá eco al final de la década de
los sesenta, precisamente como resultado de las
nuevas exigencias que a la evaluación educativa
se le planteaban. Así, por ejemplo, cuando Hambleton (1985) estudia las diferencias entre tests
referidos al criterio y tests referidos a la norma,
señala para los primeros, además de los conocidos objetivos de describir la ejecución del
sujeto y tomar decisiones sobre si domina o no
domina un contenido, otro objetivo como es el
de valorar la eficacia de un programa.
Desde finales de los sesenta los especialistas
se pronunciarán decisivamente a favor de la
evaluación criterial, en cuanto que es el tipo de
evaluación que suministra una información real
y descriptiva del estatus del sujeto o sujetos
respecto a los objetivos de enseñanza previstos,
así como la valoración de ese estatus por comparación con un estándar o criterio de realizaciones deseables, siendo irrelevantes, al efecto
de contraste, los resultados obtenidos por otros
sujetos o grupo de sujetos (Popham, 1970 y
1983; Mager, 1973; Carreño, 1977; Gronlund,
1985).
En las prácticas evaluativas de esta década de
los sesenta se observan dos niveles de actuación. Un nivel podemos calificarlo como la
evaluación orientada hacia los individuos,
fundamentalmente alumnos y profesores. El
otro nivel, es el de la evaluación orientada a la
toma de decisiones sobre el «instrumento» o
«tratamiento» o «programa» educativo. Este
último nivel, impulsado también por la evaluación de programas en el ámbito social, será la
base para la consolidación en el terreno educativo de la evaluación de programas y de la investigación evaluativa.
5. Desde los años setenta: La consolidación de la investigación evaluativa
Si con algo se podría caracterizar las aportaciones teóricas que nos ofrecen los especialistas durante los años setenta es con la proliferación de toda clase de modelos evaluativos que
inundan el mercado bibliográfico, modelos de
evaluación que expresan la propia óptica del
autor que los propone sobre qué es y cómo debe conducirse un proceso evaluativo. Se trata,
por tanto, de una época caracterizada por la
pluralidad conceptual y metodológica. Guba y
Lincoln (1982) nos hablan de más de cuarenta
modelos propuestos en estos años, y Mateo
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(1986) se refiere a la eclosión de modelos. Estos
enriquecerán considerablemente el vocabulario
evaluativo, sin embargo, compartimos la idea de
Popham (1980) de que algunos son demasiado
complicados y otros utilizan una jerga bastante
confusa.
Algunos autores como Guba y Lincoln (1982),
Pérez (1983) y en alguna medida House (1989),
tienden a clasificar estos modelos en dos grandes
grupos, cuantitativos y cualitativos, pero nosotros
pensamos con Nevo (1983) y Cabrera (1986) que
la situación es mucho más rica en matices.
Es cierto que esas dos tendencias se observan
hoy en las propuestas evaluativas, y que algunos
modelos pueden ser representativos de ellas, pero
los diferentes modelos, considerados particularmente, se diferencian más por destacar o enfatizar alguno o algunos de los componentes del
proceso evaluativo y por la particular interpretación que a este proceso le dan. Es desde esta
perspectiva, a nuestro entender, como los diferentes modelos deben ser vistos, y valorar así sus
respectivas aportaciones en los terrenos conceptual y metodológico (Worthen y Sanders, 1973;
Stufflebeam y Shinkfield, 1987; Arnal y otros,
1992; Scriven, 1994).
También son varios los autores (Lewy, 1976;
Popham, 1980; Cronbach, 1982; Anderson y
Ball, 1983; De la Orden, 1985) los que consideran los modelos no como excluyentes, sino más
bien como complementarios y que el estudio de
los mismos (al menos aquellos que han resultado
ser más prácticos) llevará al evaluador a adoptar
una visión más amplia y comprensiva de su trabajo. Nosotros, en algún momento nos hemos
atrevido a hablar de enfoques modélicos, más
que de modelos, puesto que es cada evaluador el
que termina construyendo su propio modelo en
cada investigación evaluativa, en función del tipo
de trabajo y las circunstancias (Escudero, 1993).
En este movimiento de propuestas de modelos
de evaluación cabe distinguir dos épocas con
marcadas diferencias conceptuales y metodológicas. En una primera época, las propuestas seguían la línea expuesta por Tyler en su planteamiento, que ha venido a llamarse de “Consecución de
Metas”. Además de los ya citados de Stake y
Metfessell y Michael, que corresponden a los
últimos años sesenta, en esta época destacan la
propuesta de Hammond (1983) y el Modelo de
Discrepancia de Provus (1971). Para estos autores los objetivos propuestos siguen siendo el
criterio fundamental de valoración, pero enfatizan la necesidad de aportar datos sobre la congruencia o discrepancia entre las pautas de instrucción diseñadas y la ejecución de las mismas
en la realidad del aula.
Otros modelos consideran el proceso de evaluación al servicio de las instancias que deben
tomar decisiones. Ejemplos notables de ellos
son: probablemente el más famoso y utilizado
de todos, el C.I.P.P. (contexto, input, proceso y
producto), propuesto por Stufflebeam y colaboradores (1971) y el C.E.S. (toma sus siglas del
Centro de la Universidad de California para el
Estudio de la Evaluación) dirigido por Alkin
(1969). La aportación conceptual y metodológica de estos modelos es valorada positivamente entre la comunidad de evaluadores (Popham,
1980; Guba y Lincoln, 1982; House, 1989).
Estos autores van más allá de la evaluación
centrada en resultados finales, puesto que en
sus propuestas suponen diferentes tipos de evaluación, según las necesidades de las decisiones a las que sirven.
Una segunda época en la proliferación de
modelos es la representada por los modelos
alternativos, que con diferentes concepciones
de la evaluación y de la metodología a seguir
comienzan a aparecer en la segunda mitad de
esta década de los setenta. Entre ellos destacan
la Evaluación Responsable de Stake (1975 y
1976), a la que se adhieren Guba y Lincoln
(1982), la Evaluación Democrática de MacDonald (1976), la Evaluación Iluminativa de
Parlett y Hamilton (1977) y la Evaluación como crítica artística de Eisner (1985).
En líneas generales, este segundo grupo de
modelos evaluativos enfatiza el papel de la
audiencia de la evaluación y de la relación del
evaluador con ella. La audiencia prioritaria de
la evaluación en estos modelos no es quien
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debe tomar las decisiones, como en los modelos
orientados a la toma de decisiones, ni el responsable de elaborar los currículos u objetivos, como
en los modelos de consecución de metas. La audiencia prioritaria son los propios participantes
del programa. La relación entre el evaluador y la
audiencia en palabras de Guba y Lincoln (1982)
debe ser «transaccional y fenomenológica». Se
trata de modelos que propugnan una evaluación
de tipo etnográfica, de aquí que la metodología
que consideran más adecuada es la propia de la
antropología social (Parlett y Hamilton, 1977;
Guba y Lincoln, 1982; Pérez 1983).
Este resumen de modelos de la época de eclosión es suficiente para aproximarnos al amplio
abanico conceptual teórico y metodológico que
hoy se relaciona con la evaluación. Ello explica
que cuando Nevo (1983 y 1989) pretende realizar
una conceptualización de la evaluación, a partir
de la revisión de la literatura especializada, atendiendo a los tópicos ¿qué es la evaluación? ¿qué
funciones tiene? ¿cuál es el objeto de evaluación?... no encuentra una única respuesta a estas
cuestiones. Es fácilmente comprensible que las
exigencias que plantea la evaluación de programas de una parte, y la evaluación para la toma de
decisiones sobre los individuos de otra, conducen
a una gran variedad de esquemas evaluativos
reales utilizados por profesores, directores, inspectores y administradores públicos. Pero también es cierto que bajo esta diversidad subyacen
diferentes concepciones teóricas y metodológicas
sobre la evaluación. Diferentes concepciones que
han dado lugar a una apertura y pluralidad conceptual en el ámbito de la evaluación en varios
sentidos (Cabrera, 1986). A continuación destacamos los puntos mas sobresalientes de esta pluralidad conceptual.
a) Diferentes conceptos de evaluación. Por
una parte existe la clásica definición dada por
Tyler: la evaluación como el proceso de determinar el grado de congruencia entre las
realizaciones y los objetivos previamente establecidos, a la que corresponden los modelos
orientados hacia la consecución de metas.
Contrasta esta definición con aquella más amplia que se propugna desde los modelos orien-
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tados a la toma de decisiones: la evaluación
como el proceso de determinar, obtener y
proporcionar información relevante para
juzgar decisiones alternativas, defendida por
Alkin (1969), Stufflebeam y otros (1971),
MacDonald (1976) y Cronbach (1982).
Además, el concepto de evaluación de Scriven (1967), como el proceso de estimar el
valor o el mérito de algo, es retomado por
Cronbach (1982), Guba y Lincoln (1982), y
House (1989), con objeto de señalar las diferencias que comportarían los juicios valorativos en caso de estimar el mérito (se vincularía a características intrínsecas de lo que se
evalúa) o el valor (se vincularía al uso y
aplicación que tendría para un contexto determinado).
b) Diferentes criterios. De las definiciones
apuntadas anteriormente se desprende que el
criterio a utilizar para la valoración de la información también cambia. Desde la óptica
de la consecución de metas, una buena y
operativa definición de los objetivos constituye el criterio fundamental. Desde la perspectiva de las decisiones y situados dentro
de un contexto político, Stufflebeam y colaboradores, Alkin y MacDonald llegan a sugerir incluso la no valoración de la información por parte del evaluador, siendo el que
toma las decisiones el responsable de su valoración.
Las definiciones de evaluación que acentúan la determinación del «mérito» como objetivo de la evaluación, utilizan criterios estándares sobre los que los expertos o profesionales están de acuerdo. Se trata de modelos relacionados con la acreditación y el enjuiciamiento profesional (Popham, 1980).
Los autores (Stake, 1975; Parlett y Hamilton, 1977; Guba y Lincoln, 1982; House,
1983) que acentúan el proceso de evaluación
al servicio de determinar el «valor» más que
el «mérito» de la entidad u objeto evaluado,
abogan por que el criterio de valoración fundamental sean las necesidades contextuales
en las que ésta se inserta. Así, Guba y Lin[ www.uv.es/RELIEVE ]
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g) Diferencias en el papel jugado por el
evaluador, lo que ha venido a llamarse evaluación interna vs. evaluación externa. No
obstante, una relación directa entre el evaluador y las diferentes audiencias de la evaluación es reconocida por la mayoría de los
autores (Nevo, 1983; Weiss, 1983; Rutman,
1984).
coln (1982) refieren los términos de la comparación valorativa; de un lado, las características del objeto evaluado y, de otro, las necesidades, expectativas y valores del grupo a los
que les afecta o con los que se relaciona el objeto evaluado.
c) Pluralidad de procesos evaluativos dependiendo de la percepción teórica que sobre
la evaluación se mantenga. Los modelos de
evaluación citados y otros más que pueden encontrarse en la bibliografía, representan diferentes propuestas para conducir una evaluación.
d) Pluralidad de objetos de evaluación. Como dice Nevo (1983 y 1989), existen dos conclusiones importantes que se obtienen de la
revisión de la bibliografía sobre la evaluación.
Por un lado, cualquier cosa puede ser objeto
de evaluación y ésta no debería limitarse a estudiantes y profesores y, por otro, una clara
identificación del objeto de evaluación es una
importante parte en cualquier diseño de evaluación.
e) Apertura, reconocida en general por todos
los autores, de la información necesaria en un
proceso evaluativo para dar cabida no sólo a
los resultados pretendidos, sino a los efectos
posibles de un programa educativo, sea pretendido o no. Incluso Scriven (1973 y 1974)
propone una evaluación en la que no se tenga
en cuenta los objetivos pretendidos, sino valorar todos los efectos posibles. Apertura también respecto a la recogida de información no
sólo del producto final, sino también sobre el
proceso educativo. Y apertura en la consideración de diferentes resultados de corto y largo
alcance. Por último, apertura también en considerar no sólo resultados de tipo cognitivo,
sino también afectivos (Anderson y Ball,
1983).
f) Pluralidad también reconocida de las funciones de la evaluación en el ámbito educativo, recogiéndose la propuesta de Scriven entre
evaluación formativa y sumativa, y añadiéndose otras de tipo socio-político y administrativas (Nevo, 1983).
h) Pluralidad de audiencia de la evaluación y, por consiguiente, pluralidad en los
informes de evaluación. Desde informes narrativos, informales, hasta informes muy estructurados (Anderson y Ball, 1983).
i) Pluralidad metodológica. Las cuestiones
metodológicas surgen desde la dimensión de
la evaluación como investigación evaluativa,
que viene definida en gran medida por la diversidad metodológica.
El anterior resumen recoge las aportaciones
a la evaluación en los años setenta y ochenta, la
época que se ha denominado época de la profesionalización (Stufflebeam y Skinkfield,
1987; Madaus y otros, 1991; Hernández, 1993;
Mateo y otros, 1993), en la que además de los
innumerables modelos de los setenta, se profundizó en los planteamientos teóricos y prácticos y se consolidó la evaluación como investigación evaluativa en los términos antes definida. En este contexto, lógicamente, aparecen
muchas nuevas revistas especializadas como
Educational Evaluation and Policy Analysis,
Studies in Evaluation, Evaluation Review, New
Directions for Program Evaluation, Evaluation
and Program Planning, Evaluation News,..., se
fundan asociaciones científicas relacionadas
con el desarrollo de la evaluación y las universidades empiezan a ofrecer cursos y programas
de investigación evaluativa, no sólo en postgrados y programas de doctorado, sino también
en planes de estudio para titulaciones de primer
y segundo ciclos.
6. La cuarta generación según Guba y
Lincoln
A finales de los ochenta, tras todo este
desarrollo antes descrito, Guba y Lincoln
(1989) ofrecen una alternativa evaluadora, que
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ofrecen una alternativa evaluadora, que denominan cuarta generación, pretendiendo superar lo
que según estos autores son deficiencias de las
tres generaciones anteriores, tales como una visión gestora de la evaluación, una escasa atención al pluralismo de valores y un excesivo apego al paradigma positivista. La alternativa de
Guba y Lincoln la denominan respondente y
constructivista, integrando de alguna manera el
enfoque respondente propuesto en primer lugar
por Stake (1975), y la epistemología postmoderna del constructivismo (Russell y Willinsky,
1997). Las demandas, las preocupaciones y los
asuntos de los implicados o responsables (stakeholders) sirven como foco organizativo de la
evaluación (como base para determinar qué información se necesita), que se lleva a cabo dentro
de los planteamientos metodológicos del paradigma constructivista.
La utilización de las demandas, preocupaciones
y asuntos de los implicados es necesaria, según
Guba y Lincoln, porque:
b) Para llevar a cabo lo anterior se necesita
una postura de descubrimiento más que de
verificación, típica del positivismo.
c) No se tienen en cuenta suficientemente
los factores contextuales.
d) No se proporcionan medios para valoraciones caso por caso.
e) La supuesta neutralidad de la metodología convencional es de dudosa utilidad
cuando se buscan juicios de valor acerca de
un objeto social.
Partiendo de estas premisas, el evaluador es
responsable de determinadas tareas, que realizará secuencialmente o en paralelo, construyendo un proceso ordenado y sistemático de
trabajo. Las responsabilidades básicas del evaluador de la cuarta generación son las siguientes:
a) Son grupos de riesgo ante la evaluación y
sus problemas deben ser convenientemente
contemplados, de manera que se sientan protegidos ante tal riesgo.
b) Los resultados pueden ser utilizados en su
contra en diferentes sentidos, sobre todo si están al margen del proceso.
c) Son potenciales usuarios de la información resultante de la evaluación.
d) Pueden ampliar y mejorar el rango de la
evaluación.
e) Se produce una interacción positiva entre
los distintos implicados.
El cambio paradigmático lo justifican estos
autores porque:
a) La metodología convencional no contempla la necesidad de identificar las demandas,
preocupaciones y asuntos de los implicados.
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1) Identificar todos los implicados con
riesgo en la evaluación.
2) Resaltar para cada grupo de implicados
sus construcciones acerca de lo evaluado y
sus demandas y preocupaciones al respecto.
3) Proporcionar un contexto y una metodología hermenéutica para poder tener en cuenta, comprender y criticar las diferentes construcciones, demandas y preocupaciones.
4) Generar el máximo acuerdo posible
acerca de dichas construcciones, demandas y
preocupaciones.
5) Preparar una agenda para la negociación
acerca de temas no consensuados.
6) Recoger y proporcionar la información
necesaria para la negociación.
7) Formar y hacer de mediador para un
«forum» de implicados para la negociación.
8) Desarrollar y elaborar informes para cada grupo de implicados sobre los distintos
acuerdos y resoluciones acerca de los intere-
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ses propios y de los de otros grupos (Stake,
1986; Zeller, 1987).
•Consecución de facilidades y acceso a la
información (Lincoln y Guba, 1985).
9) Reciclar la evaluación siempre que queden
asuntos pendientes de resolución.
3) Identificación de las audiencias (Guba y
Lincoln, 1982).
•Agentes.
La propuesta de Guba y Lincoln (1989) se extiende bastante en la explicación de la naturaleza
y características del paradigma constructivista en
contraposición con las del positivista.
•Beneficiarios.
•Victimas.
Cuando se habla de los pasos o fases de la evaluación en esta cuarta generación, sus proponentes citan doce pasos o fases, con diferentes subfases en cada una de estas. Estos pasos son los siguientes:
4) Desarrollo de construcciones conjuntas
dentro de cada grupo o audiencia (Glaser y
Strauss, 1967; Glaser, 1978; Lincoln y Guba, 1985).
5) Contraste y desarrollo de las construcciones conjuntas de las audiencias.
1) Establecimiento de un contrato con un patrocinador o cliente.
•Documentos y registros.
•Identificación del cliente o patrocinador
de la evaluación.
•Observación.
•Identificación del objeto de la evaluación.
•Literatura profesional.
•Propósito de la evaluación (Guba y Lincoln, 1982).
•Círculos de otras audiencias.
•Construcción ética del evaluador.
•Acuerdo con el cliente por el tipo de evaluación.
6) Clasificación de las demandas, preocupaciones y asuntos resueltos.
•Identificación de audiencias.
7) Establecimiento de prioridades en los
temas no resueltos.
•Breve descripción de la metodología a
usar.
8) Recogida de información.
•Garantía de acceso a registros y documentos.
9) Preparación de la agenda para la negociación.
•Acuerdo por garantizar la confidencialidad y anonimato hasta donde sea posible.
10) Desarrollo de la negociación.
•Descripción del tipo de informe a elaborar.
11) Informes (Zeller, 1987; Licoln y Guba,
1988).
•Listado de especificaciones técnicas.
12) Reciclado/revisión.
2) Organización para reciclar la investigación.
•Selección y entrenamiento del equipo evaluador.
Para juzgar la calidad de la evaluación, se
nos ofrecen tres enfoques que se denominan
paralelo, el ligado al proceso hermenéutico y
el de autenticidad.
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b) La evaluación es un proceso conjunto de
colaboración.
Los criterios paralelos, de confianza, se denominan así porque intentan ser paralelos a los criterios de rigor utilizados muchos años dentro del
paradigma convencional. Estos criterios han sido
validez interna y externa, fiabilidad y objetividad. Sin embargo, los criterios deban ser acordes
con el paradigma fundamentador (Morgan,
1983). En el caso de la cuarta generación los
criterios que se ofrecen son los de credibilidad,
transferencia, dependencia y confirmación (Lincoln y Guba, 1986).
El criterio de credibilidad es paralelo al de validez interna, de forma que la idea de isomorfismo entre los hallazgos y la realidad se reemplaza
por el isomorfismo entre las realidades construidas de las audiencias y las reconstrucciones del
evaluador atribuidas a ellas. Para conseguir esto
existen varias técnicas, entre las que destacan las
siguientes: a) el compromiso prolongado, b) la
observación persistente, c) el contraste con colegas, d) el análisis de casos negativos (Kidder,
1981), e) la subjetividad progresiva y f) el control de los miembros. La transferencia puede
verse como paralela a la validez externa, la dependencia es paralela al criterio de fiabilidad y la
confirmación puede verse como paralela a la
objetividad.
Otra manera de juzgar la calidad de la evaluación es el análisis dentro del propio proceso, algo
que encaja con el paradigma hermenéutico, a
través de un proceso dialéctico.
Pero estos dos tipos de criterios, aunque útiles,
no son del todo satisfactorios para Guba y Lincoln, que defienden con más ahínco los criterios
que denominan de autenticidad, también de base
constructivista. Estos criterios incluyen los siguientes: a) imparcialidad, justicia, b) autenticidad ontológica, c) autenticidad educativa, d) autenticidad catalítica y e) autenticidad táctica
(Lincoln y Guba, 1986).
Este análisis de la cuarta generación de podemos terminarlo con los rasgos con los que definen Guba y Lincoln a la evaluación:
a) La evaluación es un proceso sociopolítico.
c) la evaluación es un proceso de enseñanza/aprendizaje.
d) La evaluación es un proceso continuo,
recursivo y altamente divergente.
e) La evaluación es un proceso emergente.
f) La evaluación es un proceso con resultados impredecibles.
g) La evaluación es un proceso que crea
realidad.
En esta evaluación, se retienen las características del evaluador fruto de las tres primeras
generaciones, esto es, la de técnico, la de analista y la de juez, pero estas deben ampliarse
con destrezas para recoger e interpretar datos
cualitativos (Patton, 1980), con la de historiador e iluminador, con la de mediador de juicios, así como un papel más activo como evaluador en un contexto socio-político concreto.
Russell y Willinsky (1997) defienden las potencialidades del planteamiento de la cuarta
generación para desarrollar formulaciones alternativas de práctica evaluadora entre los implicados, incrementando la probabilidad de que
la evaluación sirva para mejorar la enseñanza
escolar. Esto requiere por parte del profesorado
el reconocimiento de otras posiciones, además
de la suya, la implicación de todos desde el
principio del proceso y, por otra parte, el desarrollo de aproximaciones más pragmáticas de
la conceptualización de Guba y Lincoln, adaptadas a las distintas realidades escolares.
7. El nuevo impulso alrededor de Stufflebeam
Para terminar este recorrido analíticohistórico desde los primeros intentos de medición educativa hasta la actual investigación
evaluativa en educación, queremos recoger las
recomendaciones que más recientemente nos
viene ofreciendo una de las figuras señeras de
este campo en la segunda mitad del siglo XX.
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Escudero Escorza, T. (2003). Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de inteso
desarrollo de la evaluación en educación. RELIEVE:, v. 9, n. 1, p. 11-43.
http://www.uv.es/RELIEVE/v9n1/RELIEVEv9n1_1.htm
Nos estamos refiriendo a Daniel L. Stufflebeam,
proponente del modelo CIPP (el más utilizado) a
finales de los sesenta, desde 1975 a 1988 presidente del «Joint Committee on Standars for Educational Evaluation» y actual director del «Evaluation Center» de la Western Michigan University (sede del Joint Committee) y del CREATE
(Center for Research on Educational Accountability and Teacher Evaluation), centro auspiciado
y financiado por el Departamento de Educación
del gobierno americano.
Para evaluar la educación en una sociedad
moderna, Stufflebeam (1994) nos dice que se
deben tomar algunos criterios básicos de referencia como los siguientes:
• Las necesidades educativas. Es necesario
preguntarse si la educación que se proporciona cubre las necesidades de los estudiantes y de sus familias en todos los terrenos a
la vista de los derechos básicos, en este caso,
dentro de una sociedad democrática (Nowakowski y otros, 1985).
Recogiendo estas recomendaciones (Stufflebeam, 1994, 1998, 1999, 2000 y 2001), en las
que se han ido integrando ideas de diversos evaluadores también notables, no sólo ofrecemos
una de las últimas aportaciones a la actual concepción de la investigación evaluativa en educación, sino que completamos en buena medida la
visión del panorama actual, rico y plural, tras
analizar la cuarta generación de Guba y Lincoln.
Se parte de los cuatro principios del Joint
Committee (1981 y 1988), esto es, de la idea de
que cualquier buen trabajo de investigación evaluativa debe ser: a) útil, esto es, proporcionar
información a tiempo e influir, b) factible, esto
es, debe suponer un esfuerzo razonable y debe
ser políticamente viable, c) apropiada, adecuada, legítima, esto es, ética y justa con los implicados, y d) segura y precisa a la hora de ofrecer
información y juicios sobre el objeto de la evaluación. Además, la evaluación se ve como una
«transdisciplina», pues es aplicable a muchas
disciplinas diferentes y a muchos objetos diversos (Scriven, 1994).
Stufflebeam invoca a la responsabilidad del
evaluador, que debe actuar de acuerdo a principios aceptados por la sociedad y a criterios de
profesionalidad, emitir juicios sobre la calidad y
el valor educativo del objeto evaluado y debe
asistir a los implicados en la interpretación y
utilización de su información y sus juicios. Sin
embargo, es también su deber, y su derecho, estar
al margen de la lucha y la responsabilidad política por la toma de decisiones y por las decisiones
tomadas.
• La equidad. Hay que preguntarse si el sistema es justo y equitativo a la hora de proporcionar servicios educativos, el acceso a
los mismos, la consecución de metas, el desarrollo de aspiraciones y la cobertura para
todos los sectores de la comunidad (Kellagan, 1982).
• La factibilidad. Hay que cuestionar la eficiencia en la utilización y distribución de recursos, la adecuación y viabilidad de las
normas legales, el compromiso y participación de los implicados y todo lo que hace
que el esfuerzo educativo produzca el
máximo de frutos posibles.
• La excelencia como objetivo permanente
de búsqueda. La mejora de la calidad, a partir del análisis de las prácticas pasadas y presentes es uno de los fundamentos de la investigación evaluativa.
Tomando el referente de estos criterios y sus
derivaciones, Stufflebeam sumariza una serie
de recomendaciones para llevar a cabo buenas
investigaciones evaluativas y mejorar el sistema educativo. Estas recomendaciones son las
siguientes:
Revista ELectrónica de Investigación y EValuación Educativa
1) Los planes de evaluación deben satisfacer los cuatro requerimientos de utilidad,
factibilidad, legitimidad y precisión (Joint
Committee, 1981 y 1988).
2) Las
entidades
educativas
deben
examinarse por su integración y servicio a
los principios de la sociedad democrática,
equidad, bienestar, etc.
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3) Las entidades educativas deben ser valoradas tanto por su mérito (valor intrínseco, calidad respecto a criterios generales) como por
su valor (valor extrínseco, calidad y servicio
para un contexto particular) (Guba y Lincoln,
1982; Scriven, 1991), como por su significación en la realidad del contexto en el que se
ubica. Scriven (1998) nos señala que usando
otras denominaciones habituales, mérito tiene
bastante equivalencia con el término calidad,
valor con el de relación coste-eficacia y significación con el de importancia. En todo caso,
los tres conceptos son dependientes del contexto, sobre todo significación, de manera que
entender la diferencia entre dependencia del
contexto y arbitrariedad es parte de la comprensión de la lógica de la evaluación.
4) La evaluación de profesores, instituciones
educativas, programas, etc, debe relacionarse
siempre con el conjunto de sus deberes, responsabilidades y obligaciones profesionales o
institucionales, etc. Quizás uno de los retos
que deben abordar los sistemas educativos es
la definición más clara y precisa de estos deberes y responsabilidades. Sin ello, la evaluación es problemática, incluso en el terreno
formativo (Scriven, 1991a).
5) Los estudios evaluativos deben ser capaces de valorar hasta qué medida los profesores
y las instituciones educativas son responsables
y rinden cuentas del cumplimiento de sus deberes y obligaciones profesionales (Scriven,
1994).
6) Los estudios evaluativos deben proporcionar direcciones para la mejora, porque no basta con emitir un juicio sobre el mérito o el valor de algo.
7) Recogiendo los puntos anteriores, todo estudio evaluativo debe tener un componente
formativo y otro sumativo.
8) Se debe promover la autoevaluación profesional, proporcionando a los educadores las
destrezas para ello y favoreciendo actitudes
positivas hacia ella (Madaus y otros, 1991)
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9) La evaluación del contexto (necesidades, oportunidades, problemas en un área,...)
debe emplearse de manera prospectiva, para
localizar bien las metas y objetivos y definir
prioridades. Asimismo, la evaluación del
contexto debe utilizarse retrospectivamente,
para juzgar bien el valor de los servicios y
resultados educativos, en relación con las
necesidades de los estudiantes (Madaus y
otros, 1991; Scriven, 1991)
10) La evaluación de las entradas (inputs)
debe emplearse de manera prospectiva, para
asegurar el uso de un rango adecuado de enfoques según las necesidades y los planes.
11) La evaluación del proceso debe usarse
de manera prospectiva para mejorar el plan
de trabajo, pero también de manera retrospectiva para juzgar hasta qué punto la calidad del proceso determina el por qué los resultados son de un nivel u otro (Stufflebean
y Shinkfield, 1987).
12) La evaluación del producto es el medio
para identificar los resultados buscados y no
buscados en los participantes o afectados por
el objeto evaluado. Se necesita una valoración prospectiva de los resultados para
orientar el proceso y detectar zonas de necesidades. Se necesita una evaluación retrospectiva del producto para poder juzgar en
conjunto el mérito y el valor del objeto evaluado (Scriven, 1991; Webster y Edwards,
1993; Webster y otros, 1994).
13) Los estudios evaluativos se deben apoyar en la comunicación y en la inclusión sustantiva y funcional de los implicados (stakeholders) con las cuestiones claves, criterios,
hallazgos e implicaciones de la evaluación,
así como en la promoción de la aceptación y
el uso de sus resultados (Chelimsky, 1998).
Más aún, los estudios evaluativos deben
conceptualizarse
y
utilizarse
sistemáticamente como parte del proceso de
mejora educativa a largo plazo (Alkin y
otros, 1979; Joint Committee, 1988; Stronge
y Helm, 1991; Keefe, 1994) y de
fundamento para la acción contra las
discriminaciones sociales (Mertens, 1999).
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(Mertens, 1999). La evaluación para el desarrollo (empowerment evaluation), que defiende Fetterman (1994), es un procedimiento, de
base democrática, de participación de los implicados en el programa evaluado, para promover la autonomía de los mismos en la resolución de sus problemas. Weiss (1998) nos
alerta de que la evaluación participativa incrementa la probabilidad de que se utilicen los
resultados de la evaluación, pero también la de
que sea conservadora en su concepción, pues
es difícil pensar que los responsables de una
organización pongan en cuestión el fundamento y el sistema de poder de la misma. Generalmente su interés es el cambio de cosas pequeñas.
14) Los estudios evaluativos deben emplear
múltiples perspectivas, múltiples medidas de
resultados, y métodos tanto cuantitativos como cualitativos para recoger y analizar la información. La pluralidad y complejidad del
fenómeno educativo hace necesario emplear
enfoques múltiples y multidimensionales en
los estudios evaluativos (Scriven, 1991)
15) Los estudios evaluativos deben ser evaluados, incluyendo metaevaluaciones formativas
para mejorar su calidad y su uso y metaevaluaciones sumativas para ayudar a los usuarios
en la interpretación de sus hallazgos y proporcionar sugerencias para mejorar futuras evaluaciones (Joint Committee, 1981 y 1988; Madaus y otros, 1991; Scriven, 1991; Stufflebeam, 2001).
Estas quince recomendaciones proporcionan
elementos esenciales para un enfoque de los estudios evaluativos que Stufflebeam denomina
objetivista y que se basa en la teoría ética de que
la bondad moral es objetiva e independiente de
los sentimientos personales o meramente humanos.
Sin entrar en el debate sobre estas valoraciones
finales de Stufflebeam, ni en análisis comparativos con otras propuestas, por ejemplo con las de
Guba y Lincoln (1989), nos resulta evidente que
las concepciones de la investigación evaluativa
son diversas, dependiendo del origen epistemo-
lógico desde el que se parte, pero apareciendo
claros y contundentes algunos elementos comunes a todas las perspectivas como la contextualización, el servicio a la sociedad, la diversidad metodológica, la atención, respeto y participación de los implicados, etc., así como una
mayor profesionalización de los evaluadores y
una mayor institucionalización de los estudios
(Worthen y Sanders, 1991).
El propio Stufflebeam (1998) reconoce el
conflicto de los planteamientos del Joint Committee on Standards for Educational Evaluation con las posiciones de la corriente evaluadora denominada postmodernista, representada,
además de por Guba y Lincoln, por otros reconocidos evaluadores como Mabry, Stake y
Walker, pero no acepta que existan razones
para actitudes de escepticismo y frustración
con las prácticas evaluadoras actuales, porque
existen muchos ámbitos de aproximación y el
desarrollo de estándares de evaluación es
perfectamente compatible con la atención a los
diversos implicados, valores, contextos sociales y métodos. Stufflebeam defiende una mayor
colaboración en la mejora de las evaluaciones,
estableciendo los estándares de manera participativa, pues cree que es posible la aproximación de planteamientos, con contribuciones
importantes desde todos los puntos de vista.
Weiss (1998) también toma posiciones parecidas cuando nos dice que las ideas constructivistas deben hacernos pensar más cuidadosamente al usar los resultados de las evaluaciones, sintetizarlas y establecer generalizaciones,
pero duda que todo haya que interpretarlo en
términos exclusivamente individuales, pues
existen muchos elementos comunes entre las
personas, los programas y las instituciones.
8. Para concluir: síntesis de enfoques
modélicos y metodológicos de la evaluación y la última perspectiva de Scriven
Tras este análisis del desarrollo de la evaluación a lo largo del Siglo XX, parece oportuno,
a modo de síntesis y de conclusión, recoger y
resaltar los que son considerados los principa-
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les modelos, planteamientos metodológicos, diseños, perspectivas y visiones de la evaluación
en la actualidad. Su análisis, de manera compacta, es un complemento necesario para una visión
como la histórica que, por su linealidad, tiene el
riesgo de ofrecer una imagen disciplinar artificiosamente fraccionada.
Hemos visto que en la década de los setenta y
en sus alrededores se produce una especie de
eclosión de propuestas evaluativas, que tradicionalmente han venido siendo denominadas como
modelos (Castillo y Gento, 1995) y en algunos
casos como diseños (Arnal y otros, 1992) de investigación evaluativa. Sabemos que existieron
varias decenas de estas propuestas, pero muy
concentradas en el tiempo, en la década citada.
De hecho, el asunto de los propuestos modelos
para la evaluación parece un tema prácticamente
cerrado desde hace cuatro lustros. Ya no surgen
nuevos modelos o propuestas, salvo alguna excepción como vemos más adelante.
A pesar de lo dicho, se sigue hablando de modelos, métodos y diseños en la literatura especializada, sobre todo buscando su clasificación de
acuerdo con diversos criterios, origen paradigmático, propósito, metodología, etc. También en las
clasificaciones, no sólo en los modelos, existe
diversidad, lo que prueba que, además de dinamismo académico en el terreno de la investigación evaluativa, todavía existe cierta debilidad
teórica al respecto.
Nosotros ya hemos señalado con anterioridad
(Escudero, 1993), que coincidimos con Nevo
(1983 y 1989) en la apreciación de que muchos
de los acercamientos a la conceptualización de la
evaluación (por ejemplo, el modelo respondiente,
el libre de metas, el de discrepancias, etc.) se les
ha denominado indebidamente como modelos a
pesar de que ninguno de ellos tenga el grado de
complejidad y de globalidad que debería acarrear
el citado concepto. Lo que un texto clásico en
evaluación (Worthen y Sanders, 1973) denomina
como «modelos contemporáneos de evaluación»
(a los conocidos planteamientos de Tyler, Scriven, Stake, Provus, Stufflebeam, etc), el propio
Stake (1981) dice que sería mejor denominarlo
como «persuasiones» mientras que House
(1983) se refiere a «metáforas».
Norris (1993) apunta que el concepto de modelo se utiliza con cierta ligereza al referirse a
concepción, enfoque o incluso método de evaluación. De Miguel (1989), por su parte, piensa
que muchos de los llamados modelos solamente son descripciones de procesos o aproximaciones a programas de evaluación. DarlingHammond y otros (1989) utilizan el término
«modelo» por costumbre, pero indican que no
lo hacen en el sentido preciso que tiene el término en las ciencias sociales, esto es, apoyándose en una estructura de supuestos interrelacionales fundamentada teóricamente. Finalmente diremos que el propio autor del modelo
CIPP, solamente utiliza esta denominación de
manera sistemática para referirse a su propio
modelo (Stufflebeam y Shinkfield, 1987), utilizando los términos de enfoque, método, etc., al
referirse a los otros. Para nosotros, quizás sea
el término enfoque evaluativo el más apropiado, aunque aceptemos seguir hablando de modelos y diseños por simple tradición académica.
Nuestra idea es que a la hora de plantearnos
una investigación evaluativa, no contamos todavía con unos pocos modelos bien fundamentados, definidos, estructurados y completos,
entre los que elegir uno de ellos, pero sí tenemos distintos enfoques modélicos y un amplio
soporte teórico y empírico, que permiten al
evaluador ir respondiendo de manera bastante
adecuada a las distintas cuestiones que le va
planteando el proceso de investigación, ayudándole a configurar un plan global, un organigrama coherente, un «modelo» científicamente robusto para llevar a cabo su evaluación
(Escudero, 1993). ¿Cuáles son las cuestiones
que hay que responder en este proceso de construcción modélica? Apoyándonos en las aportaciones de diferentes autores (Worthen y Sanders, 1973; Nevo, 1989; Kogan, 1989; Smith y
Haver, 1990), deben responderse y delimitar su
respuesta al construir un modelo de investigación evaluativa, los aspectos siguientes:
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13) Evaluación de la propia investigación
evaluativa / metaevaluación.
1) Objeto de la investigación evaluativa.
2) Propósito, objetivos.
Para definir estos elementos hay que buscar,
lógicamente, el apoyo de los diferentes enfoques modélicos, métodos, procedimientos, etc.,
que la investigación evaluativa ha desarrollado,
sobre todo en las últimas décadas.
3) Audiencias/implicados/clientela.
4) Énfasis/aspectos prioritarios o preferentes.
5) Criterios de mérito o valor.
Volviendo a los denominados modelos de los
setenta y a sus clasificaciones, podemos recoger algunas de las aparecidas en la última década en nuestro entorno académico, apoyándose en distintos autores. Así, por ejemplo, Arnal
y otros (1992) ofrecen una clasificación de lo
que denominan diseños de la investigación
evaluativa, revisando las de diversos autores
(Patton, 1980; Guba y Lincoln, 1982; Pérez,
1983; Stufflebeam y Shinkfield, 1987). Esta
clasificación es la siguiente :
6) Información a recoger.
7) Métodos de recogida de información.
8) Métodos de análisis.
9) Agentes del proceso.
10)
Secuenciación del proceso.
11)
Informes/utilización de resultados.
12)
Límites de la evaluación.
Tabla 1- Tipos de diseños de investigación educativa
Perspectiva
Empíricoanalítica
Susceptibles
de complementariedad
Humanísticointerpretativa
Patton
(1980)
Objetivos
Guba y Lincoln
(1982)
Objetivos
Análisis sistemas
Pérez
(1983)
Objetivos
Stufflebeam y
Shinkfield (1987)
Objetivos
Análisis sistemas
Método
científico
CIPP
CIPP
CIPP
Crítica artística
Crítica artística
Crítica artística
Autores
creadores
Tyler (1950)
Rivlin (1971)
Rossi y otros (1979)
Suchman (1967)
Stufflebeam (1966)
Adversario
Eisner (1971)
Contrapuesto
Wolf (1974)
UTOS
UTOS
Cronbach (1982)
Respondente
Respondente
Respondente
Respondente
Stake (1975
Iluminativo
Iluminativo
Parlett y Hamilton (1977)
Iluminativo
Sin metas
Sin metas
Sin metas
Democrático
Por su parte, Castillo y Gento (1995) ofrecen
una clasificación de «métodos de evaluación»
dentro de cada uno de los modelos (paradigmas),
que ellos denominan conductivista-eficientistas,
Scriven (1967)
MacDonald (1976)
humanísticos y holísticos (mixtos). Una síntesis de estas clasificaciones es la siguiente:
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Tabla 2- Modelo conductista-eficientista
Método/
autor
Consecución
objetivos
Tyler (1940)
Finalidad
evaluativa
Medición logro
objetivos
Paradigma domiContenido de
nante
evaluación
Cuantitativo
Resultados
Rol del
evaluador
Técnico externo
CIPP
Stufflebeam
(1967)
Información
para toma
decisiones
Mixto
Técnico externo
Figura
(countenance)
Stake (1967)
CSE
Alkin (1969)
Valoración
resultados y
proceso
Información para
determinación de
decisiones
Valoración
proceso y
producto
Mixto
Planificación
educativa
Cronbach
(1982)
Mixto
Mixto
C (contexto)
I (input)
P (proceso)
P (producto)
Antecedentes,
transacciones,
resultados
Centrados en
logros de
necesidades
U (unidades de
evaluación)
T (tratamiento)
O (operaciones)
Técnico externo
Técnico externo
Técnico externo
Tabla 3- Modelo humanístico
Método/
autor
Atención al
cliente
Scriven (1973)
Finalidad
evaluativa
Análisis de
necesidades del
cliente
Paradigma domiContenido de
nante
evaluación
Mixto
Todos los
efectos del
programa
Contraposición
Owens (1973),
Wolf (1974)
Crítica artística
Eisner (1981)
Opiniones para
decisión
consensuada
Interpretación
crítica de la
acción educativa
Mixto
Cualquier aspecto
del programa
Cualitativo
•
•
•
•
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Contexto
Procesos
emergentes
Relaciones de
procesos
Impacto en
contexto
Rol del
evaluador
Evaluador externo
de
necesidades
del
cliente
Árbitro externo
del debate
Provocador
externo de
interpretaciones
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Tabla 4- Modelo holístico
Método/
autor
Evaluación
respondente
Stake (1976)
Evaluación
holística
MacDonald
(1976)
Evaluación
iluminativa
Parlett y Hamilton
(1977)
Finalidad
evaluativa
Valoración de
respuesta a
necesidades de
participantes
Interpretación
educativa para
mejorarla
Paradigma domiContenido de
evaluación
nante
Cualitativo
Resultado de
debate total
sobre programa
Rol del
evaluador
Promotor externo
de la interpretación
por los implicados
Elementos que
Promotor externo
configuran la
de la interpretaacción educativa
ción
por los implicados
Sistema de
Promotor externo
enseñanza y me- de la interpretadio
ción
de aprendizaje
por los implicados
Iluminación y
comprensión de
los componentes
del programa
Cualitativo
Cualitativo
También Scriven (1994) ofrece una clasificación de los «modelos anteriores», previamente a
introducir su perspectiva transdisciplinar que
luego comentamos. Este autor identifica seis visiones o enfoques alternativos en la fase «explosiva» de los modelos, además de algunas más
que denomina «exóticas» y que se mueven entre
los modelos de jurisprudencia y de experto. A
continuación comentamos sucintamente estas
visiones y los «modelos» que se adscriben a
ellas.
La visión fuerte hacia la toma de decisiones
(Visión A) concibe al evaluador investigando
con el objetivo de llegar a conclusiones evaluativas que le ayuden al que debe tomar decisiones.
Los que apoyan este enfoque se preocupan de si
el programa alcanza sus objetivos, pero van más
allá, cuestionándose si tales objetivos cubren las
necesidades que deben cubrir. Esta posición es
mantenida, aunque no la hiciera explícita, por
Ralph Tyler y extensamente elaborada en el modelo CIPP (Stufflebeam y otros, 1971).
Según el planteamiento tyleriano, las decisiones acerca de un programa deben basarse en el
grado de coincidencia entre los objetivos y los
resultados. El cambio de los alumnos, habitual-
mente el objetivo perseguido, es el criterio de
evaluación.
A diferencia de Tyler, Stufflebeam ofrece
una perspectiva más amplia de los contenidos a
evaluar. Estos son las cuatro dimensiones que
identifican su modelo, contexto (C) donde tiene
lugar el programa o está la institución, inputs
(I) elementos y recursos de partida, proceso (P)
que hay que seguir hacia la meta y producto
(P) que se obtiene. Además, se deja constancia
de que el objetivo primordial de la investigación evaluativa es la mejora, la toma de decisiones para la mejora de todas y cada una de
las cuatro dimensiones antes citadas.
Scriven (1994) nos dice que Stufflebeam ha
seguido desarrollando su perspectiva desde que
desarrolló el CIPP. Sin embargo, uno de sus
colaboradores en tal empresa, Guba, tomó
posteriormente una dirección diferente, tal
como hemos visto al analizar la cuarta generación de la evaluación (Guba y Lincoln, 1989).
La visión débil hacia la toma de decisiones
(Visión B) concibe al evaluador proporcionando información relevante para la toma de decisiones, pero no le obliga a emitir conclusiones
evaluativas o críticas a los objetivos de los
programas. El representante teórico más genui-
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no es Marv Alkin (1969), que define a la evaluación como un proceso factual de recogida y generación de información al servicio del que toma
las decisiones, pero es éste el que tiene que tomar
las conclusiones evaluativas. Esta posición es
lógicamente popular entre los que piensan que la
verdadera ciencia no debe o no puede entrar en
cuestiones de juicios de valor. El modelo de Alkin se conoce como CES (Centro para el Estudio
de la Evaluación), planteando las siguientes fases: valoración de las necesidades y fijación del
problema, planificación del programa, evaluación de la instrumentalización, evaluación de
progresos y evaluación de resultados.
La visión relativista (Visión C) también mantiene la distancia de las conclusiones evaluativas,
pero usando el marco de valores de los clientes,
sin un juicio por parte del evaluador acerca de
esos valores o alguna referencia a otros. Esta
visión y la anterior han sido el camino que ha
permitido integrarse sin problemas en el «carro»
de la investigación evaluativa a muchos científicos sociales. De hecho, uno de los textos más
utilizados de evaluación en el ámbito de las ciencias sociales (Rossi y Freeman, 1993), toma preferentemente esta perspectiva .
Las visiones B y C son las posiciones de los
científicos entroncados con una concepción libre
de valores de la ciencia. En cambio, los que participan de la visión A proceden de un paradigma
diferente, probablemente debido a su conexión
académica con la historia, la filosofía de la educación, la educación comparada y la administración educativa.
Hace unos años Alkin (1991) revisó sus planteamientos de dos décadas atrás, pero siguió sin
incluir los términos de mérito, valor o valía; termina definiendo un Sistema de Información para
la Gestión (Management Information SystemMIS) para uso del que toma decisiones, pero no
ofrece valoraciones al respecto
Pero la forma más simple de la visión relativista (Visión C) es la desarrollada en el «modelo de
discrepancia» de evaluación de Malcolm Provus
(1971). Las discrepancias son las divergencias
con la secuencia de tareas proyectadas y la tem-
poralización prevista. Este modelo es muy cercano al control de programas en sentido convencional; es una especie de simulación de una
evaluación.
La visión de la descripción fértil, rica, completa (Visión D) es la que entiende la evaluación como una tarea etnográfica o periodística,
en la que el evaluador informa de lo que ve sin
intentar emitir afirmaciones valorativas o inferir conclusiones evaluativas, ni siquiera en el
marco de los valores del cliente como en la
visión relativista. Esta visión ha sido defendida
por Robert Stake y muchos de los teóricos británicos. Se trata de una especie de versión naturalista de la visión B, tiene algo de sabor relativista y a veces parece precursora de la visión de la cuarta generación. Se centra en la
observación, en lo observable, más que en la
inferencia. Recientemente se le ha denominado
como visión de la descripción sólida, fuerte,
para evitar el término rica, que parece más
evaluativa.
Stake, en su primera etapa, es tayleriano en
cuanto a concepción evaluativa centrada en los
objetivos planteados, proponiendo el método
de evaluación de la figura (Stake, 1967), como
rostro o imagen total de la evaluación. Esta gira
en torno a los tres componentes, antecedentes,
transacciones y resultados, elaborando dos
matrices de datos, una de descripción y otra de
juicio. En la primera se recogen de un lado las
intenciones y de otro las observaciones y, en la
segunda, las normas, lo que se aprueba y los
juicios, lo que se cree que debe ser.
A mitad de los setenta, Stake se aleja de la
tradición tayleriana de preocupación por los
objetivos y revisa su método de evaluación
hacia un planteamiento que él califica como
«respondente» (Stake, 1975 y 1975a), asumiendo que los objetivos del programa pueden
modificarse sobre la marcha, con la finalidad
de ofrecer una visión completa y holística del
programa y responder a los problemas y cuestiones reales que plantean los implicados. Según Stufflebeam y Shinkfield (1987), este modelo hizo de Stake el líder de una nueva escue-
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Escudero Escorza, T. (2003). Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de inteso
desarrollo de la evaluación en educación. RELIEVE:, v. 9, n. 1, p. 11-43.
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• Unidades (U) que son sometidas a evaluación, individuos o grupos participantes.
la de evaluación, que exige un método pluralista,
flexible, interactivo, holístico, subjetivo y orientado al servicio. Este modelo sugiere la «atención
al cliente» propuesta por Scriven (1973), valorando sus necesidades y expectativas.
De manera gráfica, Stake (1975a) propone las
fases del método a modo de las horas de un reloj,
poniendo la primera en las doce horas y siguiendo las siguientes fases, el sentido de las agujas
del reloj. Estas fases son las siguientes: 1) Hablar
con los clientes, responsables y audiencias, 2)
Alcance del programa, 3) Panorama de actividades, 4) Propósitos e intereses, 5) Cuestiones y
problemas, 6) Datos para investigar los problemas, 7) Observadores, jueces e instrumentos, 8)
Antecedentes, transacciones y resultados, 9) Desarrollo de temas, descripciones y estudio de
casos, 10) Validación (confirmación), 11) Esquema para la audiencia y 12) Reunión de informes formales. El evaluador puede seguir las fases también en sentido contrario del reloj o en
cualquier otro orden.
En el método respondente el evaluador ha de
entrevistar a los implicados para conocer sus
puntos de vista y buscar la confluencia de las
diversas perspectivas. El evaluador deberá interpretar las opiniones y diferencias de puntos de
vista (Stecher y Davis, 1990) y presentar una
amplia gama de opiniones o juicios, en lugar de
presentar sus conclusiones personales.
La visión del proceso social (Visión E) que
cristalizó hace algo más de dos décadas alrededor
de un grupo de la Universidad de Stanford, dirigido por Lee J. Cronbach (1980), resta importancia a la orientación sumativa de la evaluación
(decisiones externas sobre los programas y rendición de cuentas), enfatizando la comprensión,
la planificación y la mejora de los programas
sociales a los que sirve. Sus posiciones quedaban
claramente establecidas en noventa y cinco tesis
que han tenido una enorme difusión entre los
evaluadores y los usuarios de la evaluación.
En cuanto a los contenidos de la evaluación,
Cronbach (1983) propone que se planifiquen y
controlen los siguientes elementos:
• Tratamiento (T) de la evaluación.
• Operaciones (O) que lleva a cabo el evaluador para la recogida y análisis de datos,
así como para la elaboración de conclusiones.
• Contexto en el que tiene lugar el programa
y su evaluación.
En una investigación evaluativa concreta se
pueden dar varias unidades, varios tratamientos
y varias operaciones, en definitiva varios (uto),
dentro de un universo UTO de situaciones
admisibles.
Ernie House (1989), un teórico y un práctico
de la evaluación bastante independiente de
corrientes en boga, también marcó el entronque
social de los programas, pero se distinguía sobre todo por su énfasis de las dimensiones más
éticas y argumentales de la evaluación, quizás
motivado por la ausencia de estas facetas en los
planteamientos de Cronbach y sus colaboradores.
La visión constructivista de la cuarta generación (Visión F) es la última de estas seis visiones que describe Scriven (1994), siendo
mantenida por Guba y Lincoln (1989) y seguida por muchos evaluadores americanos y británicos. Ya hemos visto anteriormente que esta
visión rechaza una evaluación orientada a la
búsqueda de calidad, mérito, valor, etc., y favorece la idea de que ello es el resultado de la
construcción por individuos y la negociación
de grupos. Esto significa, según Scriven, que el
conocimiento científico de todo tipo es sospechoso, discutible y no objetivo. Lo mismo le
ocurre a todo trabajo análitico como el análisis
filosófico, incluido el suyo. Scriven apunta que
el propio Guba ha sido siempre consciente de
las potenciales «autocontradicciones» de su
posición.
De esta revisión de Scriven quedan al margen
algunas posiciones evaluativas tradicionalmente recogidas y tratadas por los analistas. Así por
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Escudero Escorza, T. (2003). Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de inteso
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ejemplo, Schuman (1967) ofrece un diseño evaluativo basado en el método científico o, al menos, en alguna variación o adaptación del mismo.
Owens (1973) y Wolf (1974 y 1975) proponen
un método de contraposición o discusión que
sobre un programa llevan a cabo dos grupos de
evaluadores, partidarios y adversarios, para proporcionar información pertinente a quienes toman decisiones. Eisner (1971, 1975 y 1981)
plantea la evaluación en términos similares al
proceso de crítica artística.
El propio Scriven (1967 y 1973) proponía hace
años centrar la evaluación en la atención al cliente y no tanto en las metas previstas, puesto que
frecuentemente los logros no previstos son más
importantes que los que figuran en la planificación del programa. Por ello, se suele denominar a
su enfoque como evaluación sin metas. El evaluador determina el valor o mérito del programa
para informar a los usuarios; se trata algo así
como de un intermediario informativo (Scriven,
1980).
La evaluación iluminativa (Parlett y Hamilton,
1977) tiene un enfoque holístico, descriptivo e
interpretativo, con la pretensión de iluminar sobre un complejo rango de cuestiones que se dan
de manera interactiva (Fernández, 1991). La evaluación democrática de MacDonald (1971 y
1976), también denominada holística, supone la
participación colaborativa de los implicados,
siendo el contraste de opiniones de los implicados el elemento evaluativo primordial.
Scriven (1994) analiza las seis visiones críticamente y se muestra más cercano a la visión A,
la visión fuerte sobre la toma de decisiones, representada fundamentalmente por el modelo
CIPP de Stufflebeam y sus planteamientos, pues
dice que es la más cercana de todas a la visión
del sentido común, que es la que tienen los evaluadores trabajando con sus programas, de la
misma manera que los médicos trabajan con los
pacientes, haciéndolo lo mejor posible, independientemente del tipo y del estado general del
paciente. Scriven quiere extender esta visión con
una visión o modelo que denomina transdisciplinar y que él califica como significativamente
distinta de la aludida visión A y radicalmente
diferente de las restantes.
En la perspectiva transdisciplinar, la investigación evaluativa tiene dos componentes: el
conjunto de campos de aplicación de la evaluación y el contenido de la propia disciplina. Algo parecido a lo que ocurre a disciplinas como
la estadística y la medición. En definitiva, la
investigación evaluativa es una disciplina que
incluye sus propios contenidos y los de otras
muchas disciplinas; su preocupación por el
análisis y mejora se extiende a muchas disciplinas, es transdisciplinar.
Esta visión es objetivista como la A y defiende que el evaluador determine el mérito o el
valor del programa, del personal o de los productos investigados. En tal sentido, se debe
establecer de manera explícita y defender la
lógica utilizada en la inferencia de conclusiones evaluativas a partir de las premisas definicionales y factuales. Así mismo, se deben perseguir las falacias argumentales de la doctrina
libre de valores (Evaluation Thesaurus, 1991).
En segundo lugar, la perspectia transdisciplinar se orienta hacia el consumidor, más que
hacia el gestor o intermediario. No se trata de
una orientación exclusiva hacia el consumidor,
pero sí la consideración primera del consumidor como justificación del programa, y que el
bien común es la primacía de la evaluación. A
partir de aquí, también se produce información
valiosa para el gestor que decide y se pueden
analizar los productos de un programa o institución a la vista de sus objetivos. Esta posición
no sólo ve legitimidad en la emisión de conclusiones evaluativas por parte del investigador,
sino que ve necesidad de hacerlo en la gran
mayoría de las ocasiones.
Se trata también de una visión generalizada,
no justamente una visión general, que incluye
la generalización de conceptos en el ámbito del
conocimiento y la práctica. Desde esta perspectiva, la investigación evaluativa es mucho más
que la evaluación de programas e incide en
procesos, instituciones y otros muchos más
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objetos. De manera más detallada, esta visión
generalizada significa que:
a) Los campos distintivos de aplicación de la
disciplina son los programas, el personal, los
rendimientos, los productos, los proyectos, la
gestión, y la metaevaluación de todo ello.
b) Las investigaciones evaluativas inciden en
todo tipo de disciplinas y en las prácticas que
resultan de ellas.
c) Las investigaciones evaluativas se mueven
desde niveles muy prácticos hasta el nivel
conceptual.
d) Los distintos campos de la investigación
evaluativa tienen muchos niveles de interconexión y solapamiento. La evaluación de programas, de personal, de centros, etc., tienen
muchos puntos en común.
El cuarto elemento distintivo de la visión
transdisciplinar de la evaluación es que se trata
de una visión técnica. La evaluación no sólo necesita el apoyo técnico de otras muchas disciplinas, sino que, además, tiene su propia metodología. La lógica de la síntesis de resultados, las
consecuencias, etc., y la correcta ubicación en el
proceso de muchas técnicas auxiliares en las que,
probablemente, no es necesario ser un gran especialista, pero sí tener un conocimiento cabal.
Esta perspectiva transdisciplinar de la investigación evaluativa de Scriven (1994), coincide en
gran medida con los planteamientos que de la
misma hemos defendido en otros momentos (Escudero, 1996). Nosotros no tenemos unas posiciones contrarias a las otras visiones en la misma
medida que las tiene Scriven y, de hecho, consideramos desde una posición pragmática, que
todas las visiones tienen puntos fuertes y que en
todo caso, aportan algo útil para la comprensión
conceptual y el desarrollo de la investigación
evaluativa. Sin embargo, sí que pensamos que
esta moderna visión de Scriven es sólida y coherente y ampliamente aceptada en la actualidad.
Una crítica que podría hacerse a este planteamiento de Scriven está en el excesivo énfasis
relativo de la orientación al cliente, al usuario en
sentido estricto. Pensamos que esta orientación
debe integrarse dentro de una orientación a los
implicados, donde existen distintos tipos y distintas audiencias y, por supuesto, una muy importante, son los usuarios en el sentido de Scriven, pero nos parece que la investigación evaluativa hoy en día tiene una orientación prioritaria más plural que la defendida por este autor.
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ABOUT THE AUTHORS / SOBRE LOS AUTORES
Tomás Escudero Escorza ([email protected]). Catedrático del área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universidad de Zaragoza. Es miembro de la Comisión
de Coordinación Técnica del Plan de Calidad de las Universidades. Tiene un gran número de trabajos y publicaciones sobre evaluación educativa, particularmente sobre evaluación institucional.
Revista ELectrónica de Investigación y EValuación Educativa
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Escudero Escorza, T. (2003). Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de
inteso desarrollo de la evaluación en educación. RELIEVE:, v. 9, n. 1, p. 11-43.
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ARTICLE RECORD / FICHA DEL ARTÍCULO
Escudero, Tomás (2003).
Reference /
Referencia
Title / Título
Authors / Autores
Review /
Revista
ISSN
Publication date /
Fecha de publicación
Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de
intenso desarrollo de la evaluación en educación. Revista ELectrónica de Investigación y EVa-
luación Educativa (RELIEVE), v. 9, n. 1.
http://www.uv.es/RELIEVE/v9n1/RELIEVEv9n1_1.htm. Consultado en (poner fecha).
Desde los tests hasta la investigación evaluativa actual. Un siglo, el XX, de intenso
desarrollo de la evaluación en educación. [ From tests to current evaluative research.
One century, the XXth, of intense development of evaluation in education]
Tomás Escudero Escorza
Revista ELectrónica de Investigación y EValuación Educativa (RELIEVE), v. 9, n. 1
1134-4032
2003 (Reception Date: 2003 January 10; Publication Date: 2003 Febr. 27 )
This article presents a review and state of art about development in educational
evaluation in the XXth century. The main theoretical proposals are commented.
Abstract /
Resumen
Keywords
Descriptores
Institution /
Institución
Publication site /
Dirección
Language / Idioma
Este artículo presenta una revisión crítica del desarrollo histórico que ha tenido el ámbito de la evaluación educativa durante todo el siglo XX. Se analizan los principales
propuestas teóricas planteadas..
Evaluation, Evaluation Research, Evaluation Methods; Formative Evaluation Summative Evaluation, Testing, Program Evaluation.
Evaluación, Investigación evaluativa, Métodos de Evaluación, Evaluación Formativa,
Evaluación Sumativa, Test, Evaluación de Programas
Universidad de Zaragoza (España)
http://www.uv.es/RELIEVE
Español (Title, abstract and keywords in english)
Revista ELectrónica de Investigación y EValuación Educativa
(RELIEVE)
[ ISSN: 1134-4032 ]
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modified and their origin is indicated (RELIEVE Journal, volume, number and electronic address of the document). /
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