Introducción La filosofía y la historia se desarrollan orgánicamente, de modo que no podemos contemplar los hechos humanos como eventos inevitables en el destino o descubrimientos que de por sí saldrían a la luz, como si siempre hubiesen existido. Es el ser humano quien se construye a sí mismo en la historia (Fromm 1984: 37), quien se desarrolla y se realiza en las decisiones que toma y en los proyectos que emprende. El presente de la sociedad se ha construido con el trabajo y la vida de varones y mujeres que han tomado decisiones, con sus testimonios, errores y esfuerzos. La historia está llena de nombres, de personas que han sumado sus vidas a la construcción de esta historia. De este modo, los compromisos sociales como los derechos humanos, son una conquista, un fruto del trabajo de las personas que han vivido a lo largo de la historia de la humanidad. La historia de los hombres no ha sido un cuento fácil, carente de equivocaciones o momentos dolorosos; precisamente porque se ha sufrido y se han tomado decisiones injustas es porque en esta historia los logros se celebran y tienen sentido. Abusos, violencia, discriminación e imposiciones están en la raíz de la historia, de modo que todos los logros sociales han nacido de la semilla de la sangre y el sufrimiento de muchos seres humanos, cuyo testimonio demanda que estos no se queden en un papel, en una simple hoja de ruta que por sí sola no es la ruta. Para superar la hoja de ruta y llevar al pragmatismo los compromisos de la sociedad es necesaria la asimilación de los principios que les han dado vida, que los sostienen y desarrollan; su comprensión correcta y su integración en la vida. Hablaremos en este artículo sobre la Libertad, el primer principio que fundamenta los derechos humanos y los compromisos de nuestra sociedad, su dinámica teórica y práctica, y cómo debe ser asimilada en la vida de cada uno de nosotros. La libertad es el principio que ha movido los procesos de construcción y desarrollo de la historia. La libertad humana se desarrolla cuando el individuo trabaja, vive y toma decisiones. No aparece de la nada, generada espontáneamente, como un accidente en la existencia y la vida humana, sino que el hombre la desarrolla con su vida y en sus decisiones. El hombre vive libremente porque se conoce, porque sabe abrazar su existencia y comprometerse por amor en proyectos en relación con los demás. La libertad es un principio humano, el principio con el que se construye la vida y del que ningún hombre puede prescindir para realizarse y ser feliz. Ningún hombre es libre en detrimento de su naturaleza o dejando a un lado su capacidad volitiva. El hombre libre está en el mundo y lo construye. El esclavo abandona su propia existencia a la deriva del desconocimiento y del devenir, desperdiciando toda su naturaleza y sus posibilidades. La sociedad no es una mera idea abstracta en el pensamiento colectivo, está constituida por personas concretas, por nombres que no se diluyen entre sí, sino que se fortalecen. Por eso, aunque la libertad es propia de cada individuo cuando conoce y toma decisiones, esta es un reto para la sociedad. Asegurar que cada individuo tenga los medios necesarios para realizarse y ser generativo, impedir que alguno sea víctima de violencia o discriminaciones injustas y promover la realización de todas las personas es un compromiso de la sociedad con su propia felicidad y realización. Cuidar la libertad de cada individuo es un deber social, y un compromiso para la libertad de cada uno de los seres humanos que compartimos la vida y las relaciones. Por eso para entender la libertad en sus implicaciones y en los compromisos colectivos que plantea, primero hay que entenderla en la vida del ser humano, del individuo, en su dinámica y su estructura interna, su forma de ser en la existencia humana. Partiendo de la libertad de cada uno podremos hablar de la libertad de todos. 1. La libertad humana 1.1. Dimensiones y grados Lo primero que debemos reconocer sobre la libertad es que no es un elemento monolítico o estático, sino que admite gradaciones. La libertad es propia de cada ser, que se hace libre desde su naturaleza; de modo que la naturaleza es la base de la libertad. Así, la libertad no es una, sino que existen en ella dimensiones y grados según la naturaleza del ser que la posee. Maritain ejemplificaría esta variedad interna de la libertad diciendo que una piedra cae libremente, según la gravedad, si no hay nada que se lo impida; Dios, por su parte, es libre porque existe -espor sí mismo (Correa: 38). Conforme al grado de libertad se reconocen dos significados o dimensiones: libertad de elección y la libertad de espontaneidad. La libertad de elección se refiere a la ausencia de determinaciones necesarias (no hay otra opción que actuar así, por necesidad hago esto); y la libertad de espontaneidad se refiere a la ausencia de coerción (se me obliga agresivamente a hacer esto, se me prohíbe violentamente optar por algo) (Maritain 1936). La libertad de espontaneidad contiene la ausencia de violencia, de determinaciones externas agresivas que obligan o prohíben. Esta violencia va en contra de la naturaleza y coacciona o reprime al ser en su dinamismo interno. Es la libertad de actuar espontáneamente, de salir o quedarse, de ser independiente y emancipado. Aquí que la autonomía es la primera dimensión de la libertad. La libertad de elección es propia del ser que posee facultad racional. Contiene la presencia de opciones y la ausencia de determinaciones externas para poder optar por alguna de las opciones. Esta libertad es un ejercicio volitivo, propio del dinamismo interno de un ser racional. Es la capacidad de construir y construirse, de elegir lo mejor dentro de todo lo bueno. La segunda dimensión de la libertad es la voluntad. Voluntad y autonomía son de este modo las dimensiones de la libertad, que las identificamos según sus grados, acordes a la naturaleza del ser. Se es libre con y desde la propia naturaleza, y nunca en su contra o prescindiendo de ella. Reconocer los grados de libertad es indispensable para emprender su conquista: conforme se avanza en la naturaleza se avanza en la libertad, y se pasa de la conquista de la autonomía a la conquista de la voluntad. La libertad tiene su punto de partida en el reconocimiento de la propia naturaleza humana: intelectiva, espiritual, corporal, sexual, temporal, psíquica... Integrarse como ser humano, asumiendo y abrazando todas las dimensiones de la propia naturaleza, es el movimiento inicial, la primera piedra en la construcción de la libertad. 1.2. El ser humano no nace libre, se vuelve libre Partiendo de lo dicho anteriormente, la libertad no se trata de la construcción ex nihilo de reglas y medidas a capricho o gusto personal. La libertad inicia con el movimiento de aceptación de la propia naturaleza. Este movimiento es volitivo, implica amor a la verdad, aceptar y considerar justas y objetivas las leyes de la naturaleza sobre las que se encuentra la existencia humana. La libertad inicia ahí precisamente, en ese acto volitivo de aceptación satisfactoria de lo que se es. Solo sabiéndose humano se puede poseer lo inherente al ser humano. Ya Sócrates nos diría que el inicio de la sabiduría es el “conócete a ti mismo”, y ese mismo es el origen de la libertad. El acto de navegar mar adentro, mirar hacia el interior, hacia la realidad propia, la propia historia, mirar la propia naturaleza y amarla es el primer acto de libertad humana. Ese movimiento es lo que caracteriza nuestra esencia humana homo sapiens sapiens: el hombre que sabe que sabe. La conciencia de sí mismo, sin mentiras ni disimulos, clara y segura, es el punto de partida, el inicio de la libertad humana. 1.2.1. La libertad en la naturaleza humana Nuestra naturaleza no es un elemento sencillo, ni es fácilmente manipulable. Es una realidad amplia, integrada y compuesta por muchas dimensiones. La conquista de la propia naturaleza es un proceso complejo y requiere su comprensión integral. El ser humano es racional, posee la capacidad de conocer, comparar, relacionar y proyectar. Posee la capacidad de ordenar su instinto y su naturaleza. La capacidad racional es lo que lo hace organizarse y colaborarse en civilización. Para Scheler el ser humano se diferencia de los animales porque posee espíritu (Scheler 1980). Este espíritu humano lejos de ser una realidad esotérica es una dimensión constitutiva de la naturaleza del hombre. Este espíritu está presente en la creación y la generación, en la proyección que la humanidad hace de sí misma. Tiene que ver con la vocación, con el dinamismo interno que nos impulsa y nos demanda generatividad. La composición de la novena sinfonía de Beethoven, la Pietà de Miguel Ángel, la torre Eiffel, el bombillo de Edison, el cálculo diferencial, la física cuántica, el Quijote de Cervantes, son manifestaciones de este espíritu humano. El espíritu humano es ese centro activo en el hombre que lo lleva a relacionarse con su entorno, a contemplar la belleza de un atardecer, a emocionarse con la verdad de un buen libro, a compartir sonrisas con sus seres queridos y conmoverse con el testimonio de un santo. Por el espíritu el hombre conoce y trabaja el mundo. Parafraseando a Maritain: con el espíritu el hombre interactúa con el universo, conteniéndolo entero por el conocimiento y dándolo entero por el amor (Correa: 36). El espíritu impulsa al hombre y es una de las dimensiones constitutivas de la naturaleza humana. La siguiente dimensión es el cuerpo. El cuerpo no es una posesión más, mucho menos un accidente al hombre; es una dimensión constitutiva de la persona humana, que es sexuada y somática. Bien señala Burgos el error de haber pretendido estudiar al ser humano separado de su cuerpo y de su sexualidad (Burgos 2009). Caía el personalismo en el dualismo platónico al que tanto se opuso, considerando a la persona como un ente eidético, y denigrándola a una mera construcción intelectual. Cualquier palabra sobre el ser humano que no toque con delicadeza su verdadera realidad, se convierte en una ideología, que como tal, solo se buscará a sí misma como objetivo, usando como medio a las personas que más bien debían ser su razón de ser; y en la realidad verdadera del hombre, en su ser, se encuentra como fundamento su cuerpo sexuado. El cuerpo es el que interactúa con el mundo. El que abraza y toca, el que puede golpear y acariciar, romper y modelar, construir, cansarse, sudar, sufrir, llorar y reír. El cuerpo es nuestra dimensión más tangible, más reconocible y más estudiada, además. El dinamismo interno de nuestra naturaleza corporal nos regala la capacidad de percibir sensualmente el mundo y comunicarnos con él. Incluso para transmitir nuestras ideas utilizamos nuestro cuerpo, nuestra voz, manos, respiración. El cuerpo nos da dignidad, por ser frágil nos hace sensibles y nos limita. El cuerpo nos hace ser humanos. Este cuerpo humano es sexuado (Burgos 2009). Nos regala una base del proyecto natural de vida. A través de la sexualidad nos relacionamos con las demás personas, nos proyectamos hacia los demás y hacia nosotros mismos. Con la sexualidad demostramos interés y cariño, nos cuidamos y nos compartimos; con el cuerpo acariciamos el mundo. Un gravísimo error que se comete en nuestros días es considerar que todo lo que no se ha elegido consciente y arbitrariamente es una imposición de la sociedad y de la cultura, que hay que destruir, despreciando así todo lo no-elegido: el cuerpo, la sexualidad, las actitudes espontáneas propias de la naturaleza humana, etc. Se contempla entonces al ser humano como una verdadera tabula rasa donde la sociedad escribe según sus criterios y conveniencia, siendo la persona en su totalidad un producto cultural del capricho de la sociedad de la época. El cuerpo, el sexo, la sexualidad, son datos ontológicos al ser humano, parte de su propia existencia y de su ser, nunca considerables como accidentes a la persona tal son el color de sus ojos o sus posesiones materiales. Por tanto, todo su ser, toda su ontología, ha de ser asumida, incluido el cuerpo. La sexualidad no es una imposición de la sociedad, sino un regalo que viene con la existencia, algo que no elegimos y sin embargo es de nuestro ser y partícipe de nuestra libertad. Varones y mujeres poseemos diferencias corporales que nos definen. Aunque nuestros códigos genéticos no sean radicalmente diferentes, sino que comparten muchas características y cualidades, existen diferencias genéticas, cromosomas, que afectan a todas y cada una de las células de nuestro cuerpo, tanto a las encargadas de la reproducción como a las encargadas de las emociones, de la vista, del tacto y de la digestión (Burgos 2009: 58). De este modo la interacción con el mundo no es la misma para un varón que para una mujer. El cuerpo nos dota de capacidades diferentes, de maneras de interactuar diferentes, que bien desarrolladas y desde la libertad pueden unirse y complementarse para construir juntos proyectos generativos y fecundos. Varones y mujeres compartimos la existencia, construimos y constituimos la humanidad, cuya realización está en la realización de los varones y las mujeres, que nos realizamos juntos, uno para el otro. La particularidad y especificidad de su ser, su forma y su manifestación, está en lo que cada persona construya y realice por sí misma en su historia, en relación con los demás. Nuestro cuerpo sexuado interactúa con el mundo y es una de las dimensiones constitutivas de la naturaleza humana. Dentro de la constitución del ser humano participan otras dimensiones, como el tiempo, la cultura, la historia y la familia. En el tiempo interactuamos y tomamos decisiones, con la materia prima del pasado construimos nuestro presente, en las decisiones que tomamos según las posibilidades que se nos presentan. En el tiempo somos autónomos y libres. Somos hijos de una historia y una cultura. Como seres humanos partícipes de una comunidad nos desarrollamos a nosotros mismos en la historia, historia que a la vez construimos juntos desde nuestra libertad. En la integridad de nuestro ser, y como su eje transversal, se encuentra la familia. Nuestras familias nos marcan, nos construyen e integran en gran medida. Mi familia es parte de mí, sin ellos no puedo realizarme y con ellos me siento pleno. El hogar familiar construye la intimidad de la persona y estructura su personalidad. Estas dimensiones constitutivas de la naturaleza humana actúan integralmente. Ninguna dimensión existe aislada de las demás, sino que constituyen una sola naturaleza articulada. Conocer y abrazar nuestra verdadera naturaleza humana, integralmente, sin miedos ni disimulos, es el primer paso de libertad. Es partir de la realidad, de nuestra propia verdad. No elegimos esta naturaleza, ni la existencia, ambas son un regalo. Siendo así, y retomando a Heidegger, el ser humano no elige ser, no elige su existencia, le es dada y debe asumirla auténticamente para construir su propia historia de realización personal (Heidegger 2003). 1.2.2. Construcción de la personalidad El sentido de conocerse a sí mismo, de abrazar la verdad sobre uno mismo, es construir la propia personalidad, decidir quién quiero ser y vivir auténticamente. Nos construimos a nosotros mismos en las decisiones que tomamos cotidianamente, en las cosas que priorizamos, lo que decidimos querer, la forma en que decidimos expresarnos y demostrar cariño, en lo que en lo que llevamos a la práctica. Esto va desde la forma en que decidimos vestirnos hasta los proyectos de decidimos construir. Desarrollando la personalidad desarrollamos libertad paralelamente, en otras palabras, nos hacemos libres en la medida en que construimos y desarrollamos nuestra vida auténticamente. Dijimos antes que la vida no es una construcción ex nihilo; y aquí que estas decisiones, la construcción de la personalidad y el desarrollo de la vida, tienen como punto de partida y materia prima la verdad sobre uno mismo, la propia naturaleza. La libertad de voluntad es tomar decisiones conscientes, naturales y humanas. Trigg, hablando de la naturaleza humana en Aristóteles, diría que lo natural no es precisamente lo que nos resulta más fácil hacer ni lo que más deseamos hacer (Trigg 2001: 52). La libertad es un ejercicio de toda la naturaleza: racional, espiritual, corporal, etc.; de toda la persona, de carácter y de fortaleza. La voluntad es un movimiento de responsabilidad. La responsabilidad se convierte así en la manifestación de la libertad, en el valor más humano. El hombre en cuanto es libre, posee autonomía y voluntad, es capaz de responsabilizarse con su propia felicidad, y con la libertad y los derechos de su prójimo. El respeto es un valor de compromiso: no se confunde con la tolerancia, mucho menos con soportar algo impuesto externamente con lo que no se está de acuerdo. El respeto por la vida no es dejar de violentarla, sino velar porque toda vida sea valorada justamente y custodiada con delicadeza; comprometerse con su cuidado y sano desarrollo. De hecho, la felicidad de toda persona humana está en desarrollar proyectos al lado del otro; en comprometerse y trabajar en comunión con los demás. Se es feliz trabajando con y por alguien a quien podemos llamar tú. Parafraseando de nuevo aquel párrafo de Maritain, el ser humano es individualidad de inteligencia y voluntad, abraza el universo conociéndolo y lo dona amando. El hombre hace pragmáticos sus valores y su fe por lo que vive y ama (Correa: 36). Aquí podemos afirmar que solo quien se ama a sí mismo y se sabe libre es capaz de realizarse comprometiéndose en la felicidad de quienes lo rodean. Ese es el fin de la libertad: la realización. 2. La libertad en la sociedad Decíamos al inicio que la libertad es uno de los principios fundantes de la Declaración universal de los derechos humanos, sobre los que nuestra sociedad se construye. Junto con la fraternidad y la igualdad constituye el espíritu que da sentido y vida a estos derechos. Los derechos humanos son también un fruto de la libertad y de la historia de la humanidad. Por eso, como fruto de la libertad, solo tienen sentido en comunidad, en relación con los demás. Como humanidad construimos relaciones organizándonos en sociedades civilizadas. Tomando acuerdos comunes, construyendo estructuras morales, uniéndonos en proyectos que favorecen a todos y proponiéndonos compromisos y consecuencias para favorecer la responsabilidad. La característica más esencial de una sociedad civilizada y auténticamente humana es el respeto por la dignidad de cada persona. 2.1. Principios sociales Nuestra sociedad se sostiene por un espíritu, unos principios, de modo que no es posible asumir los derechos humanos prescindiendo de ellos. Solo se puede respetar la propia vida y la del prójimo sabiéndose libre y amando fraternalmente a los que son iguales en dignidad. El principio de libertad tiene como objeto al propio individuo, que se conoce, se construye y se hace libre para realizarse. El principio de fraternidad pone su mirada en el prójimo. Implica responsabilidad y compromiso: amor fraternal. Es el principio de la colaboración mutua, que evita la competencia agresiva, bélica, y desleal. Tiene sus raíces en el mandamiento judeocristiano de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este principio reconoce a los seres humanos como hermanos entre sí, hermanos de humanidad. El principio de la igualdad engloba a la sociedad humana. Es el principio de la justicia, y rechaza toda discriminación injusta. Asegura la igualdad de oportunidades para todos, la igualdad en dignidad, valores, derechos y responsabilidades. La igualdad vincula al individuo con todas las demás personas con las que comparte naturaleza humana. Es importante que quede claro que estos son los principios de los cuales deben partir y sostenerse todas nuestras iniciativas sociales; sin ellos los derechos no tienen sentido ni sustento y fuera de ellos no hay verdadero progreso humano. El individuo tiene que asumir estos principios como parte de su vida para poder construir sobre ellos los derechos humanos y la ética para actuar en el mundo con la sociedad. En otras palabras, solamente un hombre que se sabe libre, ama fraternalmente y considera iguales en dignidad a los demás, es capaz de respetar los derechos humanos. 2.2. Los derechos humanos empiezan en el individuo “¿Dónde, después de todo, comienzan los derechos humanos universales? En pequeños lugares cerca de casa, tan cerca y tan pequeños que no pueden ser vistos en ningún mapa del mundo. Con todo son el mundo de la persona individual; el vecindario donde vive, la escuela o universidad a la que asiste, la fábrica, granja u oficina donde trabaja. Así son los lugares donde todo hombre, mujer y niño busca justicia igualitaria, igualdad de oportunidades, igual dignidad sin discriminación. A menos que estos derechos tengan significado ahí, tendrán poco significado en cualquier otro lugar. Sin una acción concertada de los ciudadanos para custodiarlos cerca de casa, buscaremos en vano el progreso en el resto del mundo” (Roosevelt 1953). En esa cita Eleanor Roosevelt explicaba uno de los factores más importantes de los derechos humanos: inician en cada una de las personas. Ni el papel ni la norma los garantiza, sino la vivencia de sus principios por cada individuo. Es cada persona la principal responsable de sus derechos, quien debe asumirlos y respetarlos en sí mismo y en los demás. Es el individuo quien se hace libre, quien ama fraternalmente y quien comparte en igualdad; nadie puede hacerlo por él. El principal reto que como sociedad tenemos de frente a los derechos humanos es formativo. Es necesario formar a cada individuo en la vivencia de estos principios. Educar desde los hogares, en las escuelas y universidades en la integración de estos principios como principios de vida. Solo asegurando que cada individuo asuma la libertad, la igualdad y la fraternidad como principios de vida se puede asegurar el respeto por los derechos humanos. El método para esta formación es el testimonio. Un niño aprende más por lo que en su familia viven que por lo que un maestro pueda decirle en la escuela. El testimonio de los adultos con los que convive y a quienes observa es lo que va a llevar a ser parte de sí mismo. Por eso la formación en los principios debe ser integral, que englobe todas las dimensiones de la naturaleza humana. 2.3. Problemáticas y errores 2.3.1. Irrespetando mi naturaleza irrespeto los derechos humanos El principio de libertad se construye desde la propia naturaleza humana. De ahí que conocerla y valorarla se vuelve fundamental para respetar los propios derechos y los de los demás. No existen derechos que violenten, repriman o menosprecien esta naturaleza. Decíamos al inicio que no se construyen derechos a capricho arbitrario, sino a partir de lo que se es. Se es libre reconociendo la verdad sobre sí mismo, y solamente siendo libre es posible vivir y respetar los derechos humanos. Es necesario reiterar que nadie puede hacer esto por uno. Uno de los problemas que enfrentamos en el campo de los derechos humanos es el capricho. Cualquier deseo que se tenga se exige como un derecho que debe ser respetado por los demás, no importa cuáles sean sus consecuencias, ni si van en contra de la naturaleza humana. No es que tener deseos o incluso caprichos deba ser considerado algo negativo, pero no deben ser confundidos los deseos con derechos. Existe una vieja frase que dice que mis derechos terminan donde comienzan los del otro. Los derechos humanos comienzan en el individuo, pero no se reducen a él. Cada persona debe respetar la vida, la suya y la de todos. Cada persona debe respetar la libertad de expresión, la suya y la de todos. Y el cumplimiento de deseos y caprichos queda limitado precisamente por los derechos humanos. No se tiene derecho a cumplir deseos caprichosos porque no existen derechos que atañan solo a sí. Este problema no es tan superficial como parecería. Es grave precisamente porque es un problema de principios. Alguien que piensa que el cumplimiento de sus deseos es un derecho es alguien que no ha entendido la dinámica de la libertad, alguien que ha caído en el individualismo porque no ama fraternalmente a los demás y que además ignora que los derechos se comparten en igualdad de términos con el resto de la humanidad. Es natural de un alma con facultad racional respetar la diferencia, y tomar decisiones coherentes a la libertad. Para ejemplificar esto diremos que no se tiene derecho a atentar contra la salud, ni al fumado ni al consumo de drogas. Tampoco se tiene derecho a lastimar el propio cuerpo ni a ofender o difamar a otra persona. 2.3.2. La libertad no es entregarse al devenir Otro riesgo que se corre en el ámbito de los derechos humanos viene con las corrientes que proponen una vivencia laxa de la libertad. Asumen y predican que la libertad es acomodarse al devenir, al fluir de los acontecimientos que deben suceder solos y sin forzar a que las cosas ocurran. Se pretende con estas corrientes que entre las opciones de libertad esté elegir lo malo -lo dañino o perjudicial- o incluso no elegir. Cualquier cosa que requiera compromiso es mal vista, se asemeja a las presiones y la libertad laxa rechaza las presiones. Que todo fluya viene siendo el lema de estas corrientes. Se rechaza así la responsabilidad, rechazan el compromiso con la vida y por tanto la realización y la generatividad. No se asumen proyectos ni se poseen aspiraciones trascendentes. Se reprime al espíritu humano, a la razón, incluso al cuerpo. Se deja de tomar decisiones y se deja de construir y de generar. El trabajo ya no es motivo de realización sino de presión, entonces se deja de trabajar. Se esboza así algo muy diferente a la libertad, porque lo es. Entregarse al devenir es ser esclavo de los acontecimientos y no protagonista de ellos. No se construye la vida, sino que se deja que las cosas caigan sobre sí con el peso de la propia mediocridad. Se es esclavo de un mundo que lleva a la deriva, que golpea y ahoga. Se es esclavo del propio no. No es libertad el conformismo mediocre. No es libertad el no elegir ni permitir que otros elijan lo que corresponde a uno elegir. No es libertad algo que prescinda de responsabilidad, renuncias y consecuencias. Para ejemplificar aquí diremos que no es libre quien no ejerce el sufragio responsablemente, después de haber escuchado y discernido las respectivas propuestas según las necesidades reales de la comunidad. 3.3.3. La libertad no viene dada de fuera Está muy de moda hablar de indignación, exigencia de derechos, marchas… Se crean movimientos, comentarios y denuncias en este tema; sindicatos que exigen nuevos y mayores privilegios e incentivos para el trabajo, etc. El riesgo que se corre con estas actitudes es comenzar a creer que los derechos vienen de afuera, que son dados por entes externos al individuo y que si esos entes no los dan entonces se carece de ellos. Se comienza a luchar porque otros respeten lo que en principio concierne respetar a cada uno. Se convierte entonces el individuo en un glotón de privilegios, engorda su individualismo egoísta con incentivos que él mismo exige y con los que nunca está satisfecho. Siempre exige más y siempre cree tener la razón. Nos sirve aquí aquella frase atribuida a Gandhi: “hay en el mundo recursos suficientes para las necesidades de todos, pero no para la avaricia de algunos”. Esta cita aplica también para los derechos. Ninguna ley, papel o normativa convierte a un hombre en un ser humano libre. Es un movimiento de cada persona el desarrollarse libremente, responsabilizarse con sus propias decisiones y con el respeto a la libertad de los demás. No es de héroes sino de ladrones alegar para conseguir comodidades para sí; ni es libre quien se atiene a las costillas de los demás. De hecho, la libertad siempre trae consigo inquietud, compromiso, la necesidad de esfuerzo, incluso de incomodidad. La libertad supone un reto, supone responsabilidad, y por eso el hombre se realiza siendo libre. Nunca será feliz el que pretende vivir siendo mantenido por la sociedad. Para ellos enfrentarse auténticamente a la libertad causa miedo, porque tienen miedo incluso de conocerse a sí mismos. Para ejemplificar aquí diremos que una falsa libertad es aquella de los sindicatos del sector público que piden incentivos salariales para llegar temprano al trabajo. Un hombre libre llega temprano por amor a quienes sirve con su trabajo. 3. Conclusiones: asegurar autonomía para construir voluntad La libertad no es un ente, sino que se desarrolla en grados y dimensiones según la naturaleza de cada ser. Según estos grados se comprenden dos dimensiones de la libertad: la autonomía y la voluntad. La autonomía implica la ausencia de violencia o determinaciones agresivas. El ser autónomo es el que no se ve coaccionado, y es capaz de moverse de forma independiente. La voluntad implica la ausencia de necesidades determinantes, la presencia de opciones buenas y la acción de elegir la mejor. El primer momento de la libertad es conocerse a sí mismo, encontrarse con la propia naturaleza y abrazarla por amor a la verdad y la justicia. La libertad es principio en toda la naturaleza humana: entiende con la razón, se proyecta con el espíritu, toca con el cuerpo, construye en el tiempo, vive desde la cultura, y ama desde el hogar familiar. La persona se hace libre a sí misma cuando construye su personalidad, con sus decisiones cotidianas y los proyectos que emprende. La vida se construye día con día, decisión con decisión, acto con acto, gesto con gesto, y es un acto de la voluntad de cada ser humano. Los derechos humanos solo tienen sentido asumiendo la libertad, la igualdad y la fraternidad como principios de vida. Y esto es un deber de cada uno de los miembros de la sociedad que desea realizarse felizmente. Para llegar a la Declaración universal hizo falta sufrir y trabajar mucho como humanidad. Una larga historia de errores e injusticias, luchas y sacrificios dieron vida a estos derechos, por lo que sería muy ingenuo pensar que su asimilación en la sociedad será más fácil o requerirá de menos responsabilidad y esfuerzo. Con todo y que los derechos humanos inician en cada individuo, como sociedad tenemos la responsabilidad de educar y velar por estos. La dimensión más humana de la libertad es la voluntad, propia de un alma con facultad racional, y responsabilidad de cada uno. En ese sentido la sociedad no puede ser libre por nadie, ni otorgar voluntad a quien no la tiene por sí mismo; pero sí es responsabilidad de la sociedad velar porque cada ser humano posea autonomía. Eliminar la esclavitud, la trata de personas, la violencia doméstica y laboral, y todo lo que coaccione la libertad de las personas es una responsabilidad diaria de cada miembro de la sociedad. Ser indiferente a la injusticia es también una falsa idea de libertad y un crimen contra su propia libertad. Tenemos como reto eliminar el individualismo que dicta que si yo estoy cómodo el resto no importa. La libertad y los derechos humanos inician en cada persona, pero no se reducen a una persona. Ser auténticamente libres debe llevar siempre a respetar que todos los demás también lo sean. Los derechos humanos y sus principios aseguran una base para la realización de cada persona humana. La sociedad debe asegurar estos derechos para cada uno, para que cada uno pueda desarrollarse a sí mismo plenamente, según sus valores y creencias; pues solo en la realización de cada varón y cada mujer está la realización de la sociedad. Como comunidad vivimos y nos realizamos juntos, construyendo la historia día a día en las decisiones que tomamos uno a uno. Como sociedad ahora hemos decidido que en adelante nuestras decisiones broten de esos principios, con esos derechos y responsabilidades. Lo que sigue depende de la voluntad de cada uno. El hombre no elige la existencia, pero sí cómo vivirla. Vargas Chacón, Isaac Arturo "Introducción a la libertad humana. Un principio de vida", Ensayos de Filosofía, nº 4, 2016, semestre 2, artículo 5 La obra de Carlos Llano es un canto a la libertad, que es –en definitiva– el tesoro más grande que tenemos (en la naturaleza) y que somos (en nuestro ser personal). Respecto a lo primero hace un acertado recuento de las limitaciones del no saber, del no tener virtudes… Esos defectos o hábitos denigrativos son los que limitan la libertad y tratar de superarlas es el modo como se debe entender la libertad “de”. Pero es la libertad “para” la más potente libertad porque lleva a que sea la persona misma la que se “destine” toda ella a las personas divinas y humanas también. Es el sentido donal de la libertad y que Carlos Llano ha expresado tan bien con palabras y que manifestaba tan maravillosamente en sus hechos; ya que la experiencia que tuvimos todos quienes hemos tenido la suerte de relacionarnos con él es que nos trataba de acuerdo a ese nivel tan alto de personas. Esa unidad entre libertad “de” y libertad “para” es muy estrecha, y lo es porque en la medida en que superamos nuestras limitaciones podemos ser más libres, nuestro ser personal puede “manifestarse” mejor. De lo contrario, sin hábitos perfectivos que nos sostengan, se puede dar el lamentable “quiero (hacer el bien), pero no puedo”, lo cual alude a la falta de libertad, que se adquiere precisamente con la práctica de esos hábitos llamados virtudes. Es lo que con bastante acierto nos hace ver el profesor Arturo Picos, cuando hace referencia a las virtudes propias de la acción práctica que señala Carlos Llano: las del diagnóstico, las de la decisión y las del mando. Por ejemplo, para el buen diagnóstico hace falta objetividad y humildad y entonces se da un ejercicio de la libertad: “Aquí aparece por primera vez la libertad. Porque aunque la objetividad incide en la inteligencia, no se origina únicamente en ella, sino en la determinación de la voluntad -libertad– para no dejar que la subjetividad prevalezca por encima de la realidad objetiva. Y por lo que respecta a la humildad, si bien es primordialmente un juicio que se dirige a la verdad acerca de la propia subjetividad, esta justipreciación depende en última instancia de un acto de desprendimiento del propio yo que es también, en definitiva, un acto de suprema libertad”.[1] Pero, donde más se pone en juego la libertad es en el acto de la decisión, porque no sólo elegimos tal o cual oportunidad, o generamos tal o cual alternativa; sino que al hacerlo nos elegimos a nosotros mismos, debido a que en el acto voluntario es la persona la que acompaña al acto voluntario. Podríamos decir con Nietszche: yo solo desprecio (o aprecio, o elijo) en cuanto me acepto como tal. De ahí que nuestras decisiones nos marcan tanto, de alguna manera nos “determinamos” a través de ellas. Se trata de lo que diría Antonio Millán Puelles “la libre afirmación de nuestro ser”, y es lo que en definitiva sostiene la acción: “Ese <<yo quiero>> no es intelectual, sino volitivo, y aunque no cambia lo pensado en tanto pensado, lo convierte en verdaderamente realizable”.[2] Así pues, no es el entendimiento el que mueve, es la persona de cada quien la que activa, mueve a la voluntad a querer. En suma, es el ser personal el que despliega la libertad: “Sólo hay verdadera decisión cuando se ejerce sobre lo que versa sobre el propio ser. En ese nivel, el ejercicio más perfecto de la libertad es la entrega de sí mismo, propia del amor, que culmina en el don de sí, pasando por la renuncia, que es a la vez condición sine qua non y consecuencia del amor. Para amar es necesario disponer de sí, y no dispone de sí quien no tiene dominio sobre sus inclinaciones, lo cual es privilegio de la persona virtuosa. A la vez, ese autodominio sólo tiene sentido en función de la capacidad de destinarse de la persona, esto es, de entregarse a otra en la donación amorosa. La libertad, según Llano, pasa a ser autodeterminación entitativa, sobre la base del previo autodominio, que culmina en el don de sí al otro”.[3]