La Generación del 14 o Novecentismo alcanzó su madurez hacia 1914, convivió con las vanguardias de los años veinte e inició su ocaso ideológico y estético hacia 1930, con la politización de la literatura que precedió a la Guerra Civil. Entre sus filas encontramos novelistas y poetas, pero también filósofos, historiadores, filólogos, científicos y políticos. En la novela destacaron Wenceslao Fernández Flórez, Gabriel Miró y Ramón Pérez de Ayala, quienes superaron los patrones narrativos y estilísticos del Realismo: el primero a través del humor (El secreto de barba azul, 1923) y del lirismo (El bosque animado, 1943), el mismo lirismo del que hizo gala Miró (Las cerezas del cementerio, 1910; El obispo leproso, 1926), alejado del intelectualismo de las novelas de Ramón Pérez de Ayala (Tigre Juan, 1926). En poesía, la gran figura de la generación fue Juan Ramón Jiménez, con una obra en la que sobresalen títulos como Diario de un poeta recién casado, Eternidades, Piedra y cielo, En el otro costado o Dios deseado y deseante; una obra que evolucionó desde un inicial y juvenil modernismo hacia una poesía pura, desnuda, que respondía esencialmente a tres impulsos (sed de belleza, ansia de conocimiento y anhelo de eternidad). El ensayo ocupó un lugar importante en la producción novecentista. Destacaron Eugenio D’Ors, Gregorio Marañón, Manuel Azaña y la figura más universal del grupo (exceptuando a Juan Ramón Jiménez), el filósofo Ortega y Gasset. No hablamos aquí de su aportación filosófica, pero sí de una de sus obras capitales, La deshumanización del arte (1925), que tanta influencia tendrá en la Generación del 27 y donde volcó las ideas novecentistas sobre el arte (especialmente la literatura): debe ser un valor en sí mismo que no puede medirse por recrear la realidad exterior (antirrealismo), por revelar los sentimientos del autor (antirromanticismo) o incluir sus preocupaciones metafísicas (antinoventayochismo); es decir, el arte debe ser creación que llame la atención sobre sí mismo y no sobre valores extrínsecos; en consecuencia, debe buscar la «pureza», libre de contaminaciones humanas, de sentimientos y de pasiones; por ello, es un arte cerrado, arbitrario, fuente de placer intelectual y sin ninguna función social o redentora; consiguientemente, es un arte selectivo y minoritario, que se centra fundamentalmente en el exquisito tratamiento del estilo y el lenguaje. La concepción novecentista del arte guarda muchos puntos en común con la de las distintas vanguardias que, a una velocidad de vértigo, se fueron sucediendo tras la Primera guerra mundial: futurismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo… todo estaba por hacer y los jóvenes artistas europeos se entregaron con desenfreno a experimentos, manifiestos y proclamas artísticas. La literatura española no fue ajena a todo esto: las experiencias de vanguardia en España se concretaron en la presencia del Surrealismo (fundamentalmente en los poetas del 27) y en el Ultraísmo y el Creacionismo. El Surrealismo buscaba la liberación total del hombre: liberación de los impulsos reprimidos en el subconsciente y de la sociedad burguesa. Quizá por ello, el automatismo (consistente en expresar de forma libre, inmediata y fiel todo aquello que ocupa la mente del autor en el momento de la creación) se convirtió en la base técnica del surrealismo, mientras que los sueños constituyeron su base temática para conformar mundos de imágenes inquietantes y fantásticas. En 1918, el escritor Cansinos Assens publicó el manifiesto del Ultraísmo, guiado por el poeta chileno Vicente Huidobro. El nombre elegido, Ultraísmo, refleja la voluntad de los jóvenes poetas de ir más allá, de prescindir de lo anterior y abrirse a las nuevas tendencias, de las que cogió lo que más le interesó: el rechazo de lo sentimental y lo lógico, el humor, los temas maquinistas o deportivos, la metáfora… En cuanto al Creacionismo, su base es fundamentalmente el Cubismo, con el que comparte el rechazo de la imitación realista, el interés por la imagen fragmentada, la obsesión por el dinamismo, los caligramas, etc. Entre sus autores más destacados se encuentran su creador, Vicente Huidobro, Gerardo Diego (miembro del 27) y Ramón Gómez de la Serna (o, como a él le gustaba que le llamaran, RAMÓN), miembro de la Generación del 14 y figura vital para las vanguardias en España que, en su famosa tertulia del café Pombo y en las revistas de la época, defendió y difundió las nuevas tendencias. Fue, además, creador de las greguerías, definidas por él mismo como “metáfora más humor”. Muchas de ellas son, efectivamente, metáforas, aunque otras están formadas por intuiciones líricas muy libres, o se reducen a frases ingeniosas, chistes, juegos conceptuales, paradojas, alteraciones de frases hechas... que buscan dar una visión inédita de las cosas. Con excepciones, las vanguardias españolas pocas veces produjeron obras valiosas (fueron movimientos muy efímeros), si bien tuvieron la virtud de abrir una vía hacia la experimentación e influyeron, como ya hemos dicho, en muchos autores del 27.