EL HOMBRE VELLUDO DE LA SELVA Alejandro Humboldt En las cataratas oímos también mencionar por primera vez al hombre velludo de la selva, el denominado salvaje, que rapta mujeres, construye chozas y, a veces, devora carne humana. Los tamanacos lo llaman achi; los maypures, vasitri o el gran diablo. Ni los indígenas ni los misioneros ponen en duda la existencia de este mono antropomorfo, al que temen extraordinariamente. Esta leyenda, montada sin duda por los misioneros, los colonizadores españoles y los negros africanos a base de diversos rasgos extraídos de las costumbres del orangután, el gibón, el yoko o el chimpancé y el pongo, nos persiguió durante cinco años tanto en el hemisferio boreal como en el austral, y en todas partes, incluso en los círculos más cultos, molestaba que fuésemos los únicos en poner en tela de juicio la presencia en América de un gran mono antropomorfo. ¿Habría dado origen a la leyenda del salvaje el famoso mono capuchino de Esmeralda (Simia chiropotes), cuyos colmillos miden más de 14 milímetros de longitud, cuyo rostro es mucho más semejante al humano que el del orangután y que cuando se excita se frota la barba con la mano? Sea como fuere, no es tan grande como el coaita (Simia paniscus); pero cuando está en lo alto de un árbol o sólo se le ve la cabeza, podría tomarse por un ser humano? (Humboldt, Pág. 230)