Descarga - FILOSOFÍA 10

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I LECTURA
La sociedad 20:80 y el ‘tittytainment’
El libro es docente para los que no manoseamos el mundo espacial de la macroeconomía
Mauro J. Zúñiga A.
Es un libro notable. Sustentado en 376 citas bibliográficas espesamente diseminadas sobre 300
páginas, Hans Peter-Martin y Harald Schuman nos ofrecen La trampa de la globalización, traducido
al español por Carlos Fortea y editado por Tauros, Pensamiento. Se inspiraron en la mesa redonda
que la Fundación Gorvachov convocó del 27 de septiembre al 1 de octubre de 1995 en The
Fairmont, un hotel legendario y exclusivo de la ciudad de San Francisco. Asistieron 500 líderes
políticos, económicos y sociales de todo el mundo. El tema fue señalar el camino al siglo XXI: en
marcha hacia una nueva civilización.
La conclusión de esta maratónica sesión se resume en dos números y un concepto: la sociedad
20:80 y tittytainment. Así de sencillo. En el siglo XXI, el 20% de la población activa bastará para
mantener en marcha la economía mundial. ¿Y el resto? “Sin duda, el 80% tendrá grandes
problemas, responde Jeremy Rifkin, autor del Fin del trabajo. Zbigniew Brzezinski, quien fuera
consejero del presidente Jimmy Carter, fusionó dos palabras inglesas para dar la solución: tits, que
significa pecho, teta o mama, según nos suene mejor; pero no para resaltar el aspecto sexual, sino
orientado hacia la alimentación, y entertainment, entretenimiento: tittytainment. En 1996 ya había
500 satélites enviando señales a mil millones de televisiones. El bombardeo es incesante. Nuestros
pequeños se enmudecen frente a los monitores. Los ídolos de la juventud a escala mundial son
fabricados por la industria del entretenimiento. Deporte, música, violencia, sexo en todas sus
variables; lo que quiera lo encuentra sin salir de casa. Se plantea desarrollar en nuestro siglo lo
que le dio resplandor al imperio romano: Pan y circo; aunque, según las estadísticas presentadas
en el libro y las que nos ofrecen el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la
Organización Internacional del Trabajo y el propio Banco Mundial, el pan escasea a escala
planetaria o al menos son cada vez menos bocas las que lo saborean. Los grandes consorcios
despiden a cientos de miles de trabajadores a la velocidad del relámpago. Las empresas medianas
y pequeñas sucumben. El miedo al despido y el trabajo precario son los reyes de la modernidad.
Los beneficios sociales de la población se están acomodando en los basureros del mundo. Nuestro
ambiente llegó a los límites de incompatibilidad biológica. La sociedad 20:80 está cómodamente
instalada. Pero entonces, ¿quién es el culpable? “Nadie”, miente el mercado con su inocultable
cinismo.
El libro es docente para los que no manoseamos el mundo espacial de la macroeconomía. Las
cosas nunca han estado bien, pero se agravaron desde hace dos décadas. Ronald Regan, con su
lugarteniente Milton Fridman en EU, y Margaret Tatcher, con Frederick Von Hayek en Inglaterra,
tenían que dotar a su nuevo dios de su santísima trinidad, y lo lograron: desregulación,
liberalización y privatización. Se encontraron con un papá Estado muy bonachón: les ofrecía
seguridad social a los trabajadores, regulaba la jornada laboral, protegía sus divisas, regulaba las
comunicaciones, gravaba el capital, luchaba para proteger sus fronteras de la especulación.
¡Pecados mortales! Liberad el comercio y el tráfico de capitales. Privatizad todas las empresas del
Estado. Amén. La política sucumbió ante la economía; los Estados ante el capital y los seres
humanos ante el mercado. Los consorcios invierten donde sus costes de producción son más
rentables, vale decir, donde los Estados son más generosos, para utilizar una palabra decente. Lo
demás, incluyendo al 80% de los habitantes del globo con todo su ambiente, es pulverizado dentro
de una gigantesca bolsa de plástico. ¿Cifras? Abundan. El capital financiero internacional moviliza
diariamente 1.8 billón de dólares. ¿Qué beneficios deja? Miseria.
¿Se acabó el mundo? Claro que no. Hay salidas. El libro menciona, entre otras, la aplicación de la
tasa Tobin (James Tobin, 1978, premio Nobel de Economía): un impuesto internacional del 1% a
todas las transacciones financieras de corto plazo. Esta propuesta fue reformulada en 1998 por
Ignacio Ramonet, director del diario francés Le Monde. Si se pone en práctica, con el dinero
recogido de la especulación financiera se puede desterrar la pobreza en pocos años. El
movimiento ATTAC (Asociación por una Tasa a las Transacciones financieras especulativas para
Ayuda al Ciudadano) fundado para tales propósitos ha salido de Europa y se ha difundido por
América del Norte, Asia, Africa y América Latina. La utopía ha quedado atrás.
II LECTURA
EL CAMINO DE LA SERVIDUMBRE
Por Friedrich A. Hayek
Capítulo III
Individualismo y Colectivismo
Es imprescindible tener en cuenta que el socialismo no sólo significa un objetivo de mayor
igualdad y seguridad sino también un método: la abolición de la propiedad privada de los
medios de producción, y la creación de un sistema de "economía planificada" en la que un
organismo de planificación central sustituye a los empresarios que trabajan por una
ganancia (5).
Es necesario subrayar que la discusión sobre el socialismo no puede limitarse a los fines
sino que también tiene que comprender los medios que hacen falta para conseguir esos
fines. Porque el problema es que los métodos para conseguir una distribución igualitaria
siempre son iguales, lo mismo sirvan para beneficiar a una raza superior que a los
miembros de una aristocracia.
La discusión entre los modernos planificadores y sus oponentes gira en torno a cuál es la
mejor forma de conseguir nuestros objetivos. Lo que se discute es si una utilización
racional de los recursos exige una dirección centralizada o si es mejor limitarse a crear las
condiciones para que sean los individuos los que puedan planificar de la mejor manera
posible.
El pensamiento liberal no es defensor de ningún status quo. Considera sencillamente que la
mejor manera de coordinar los esfuerzos humanos es mediante la competencia. Pero para
que la competencia pueda funcionar exitosamente hay que crear un marco legal bien
reflexionado. La competencia es el único método mediante el que podemos coordinar
nuestras actividades sin la intervención arbitraria de alguna autoridad. Por supuesto, el
mantenimiento de la competencia es perfectamente compatible con la prohibición de usar
substancias tóxicas, la limitación de las horas de trabajo o la exigencia de ciertas
condiciones sanitarias. En ese sentido, el único problema es determinar si las ventajas que
se consiguen son mayores que los costos sociales que imponen.
Obviamente, el funcionamiento de la competencia requiere, y depende, de condiciones que
nunca pueden ser totalmente garantizadas por la empresa privada. La intervención estatal
siempre es necesaria pero la planificación y la competencia sólo pueden combinarse cuando
se planifica para la competencia, no en contra de ella.
------------------------------------------(5) En el mundo posterior a la Guerra Fría, habría que redefinir la política económica
colectivista. Fracasados sus dogmas tradicionales básicos (su desprecio por el mercado, su
pasión por la estatización o nacionalización de las empresas) ahora parece caracterizarse
por la enorme cantidad de regulaciones burocráticas con que el gobierno central abruma a
la empresa privada (que en EEUU incluyen la acción afirmativa) así como por la excesiva
carga tributaria necesaria para mantener su inmenso aparato burocrático de beneficencia
social.
---------- o ---------Capítulo IV
La "inevitabilidad" de la planificación
Se habla mucho de que la planificación es inevitable. Se dice que los cambios tecnológicos
han hecho imposible la competencia en toda una serie de campos, y que la única opción que
nos queda es el control de la producción o bien por los monopolios privados o bien por el
gobierno. En gran medida, esta tesis se deriva de la doctrina marxista de la "concentración
de la industria".
La supuesta causa tecnológica del crecimiento de los monopolios es la superioridad de la
empresa grande sobre la pequeña, debido a la superior eficiencia de los métodos modernos
de producción en masa. Sin embargo, la superioridad de la gran empresa no ha sido
demostrada nunca. Frecuentemente, los monopolios son producto de otros factores como
los acuerdos secretos o una deliberada política gubernamental. No constituyen ninguna
tendencia "necesaria" del capitalismo. Si así fuera, hubieran aparecido primero en los países
de capitalismo más desarrollado. Pero no fue así. Los monopolios aparecieron primero en
Estados Unidos y Alemania, países de capitalismo joven. El crecimiento de los monopolios
y carteles en Alemania desde 1878, fue una política deliberada del gobierno alemán. Fue el
primer gran experimento en "planificación científica" y "organización consciente de la
industria". El supuesto "inevitable" desarrollo del capitalismo en "capitalismo monopolista"
fue simplemente una idea popularizada por teóricos alemanes, particularmente Sombart.
Cuando EEUU siguió una política altamente proteccionista a principios del siglo XX, esto
pareció confirmar sus generalizaciones.
La afirmación de que la complejidad de la civilización industrial moderna hace necesaria la
planificación central revela una falta de comprensión sobre la verdadera función de la
competencia. Lejos de sólo ser apropiada para condiciones relativamente simples, es la
misma complejidad de la división del trabajo en las condiciones modernas es lo que hace de
la competencia el único método eficiente para poder conseguir esa coordinación. Es
precisamente cuando los factores a tomar en cuenta son tan numerosos que es imposible
conseguir una visión de conjunto sobre los mismos, cuando la descentralización se hace
verdaderamente imprescindible.
En efecto, el mercado en un sistema que registra automáticamente todos los actos
individuales relevantes y permite a los empresarios ajustar sus actividades a las de los
demás con sólo observar el comportamiento de unos cuantos precios. Los esfuerzos
individuales se coordinan así mediante un mecanismo impersonal que trasmite la
información relevante.
Una de las razones que explican que haya tantos expertos que apoyen la planificación
centralizada estriba en que los ideales técnicos que cada uno persigue pudieran ser
alcanzados, si sólo cada uno de ellos pudiera convertirse en el único objetivo único a
conseguir. Una de las razones que alimenta la rebelión de los especialistas contra el sistema
es, precisamente, que sus ideales son inalcanzables. Lo que les resulta difícil de comprender
a los especialistas es que cada uno de esos objetivos sólo puede ser alcanzado mediante el
sacrificio de los demás (6). Lo que agrava la dificultad de la tarea es que hay que balancear
lo que nos importa mucho con otros factores en los que estamos mucho menos interesados.
El movimiento a favor de la planificación deriva mucho de su fuerza de reunir a todos los
idealistas unidireccionales, a todos los hombres y mujeres dedicados a la persecución de un
solo ideal. Pero su devoción a la planificación no es el resultado de una amplia visión de la
sociedad sino, todo lo contrario, de una exagerada valoración de sus estrechos intereses.
Probablemente sean los más peligrosos para poner al frente de la sociedad porque del
idealista unidireccional al fanático no suele haber más que un paso.
--------------------------------------(6) Un caso que viene a la mente es el de los ambientalistas o "verdes" contemporáneos,
cuyos grupos extremistas aspiran a eliminar... ¡el crecimiento económico!
Capítulo V
Planificación y democracia
El rasgo común de todos los sistemas colectivistas es la deliberada organización de toda la
actividad de los individuos en función de un objetivo social definido, rechazando cualquier
área donde los intereses individuales sean lo más importante. Ahora bien, el bienestar de
millones no puede ser medido en una sola escala, depende de muchas cosas que sólo
pueden conseguirse mediante una infinita variedad de combinaciones. Es por eso que ese
bienestar de millones no puede ser expresado mediante un objetivo único sino gracias a una
gran jerarquía de objetivos en las que las necesidades de cada persona ocupan un cierto
lugar. Pretender dirigir nuestras actividades mediante un plan único significaría poder darle
a cada una de nuestras necesidades un lugar en un orden de valores entre los que el
planificador tendría que poder escoger. Pero eso es simplemente imposible. ¿Cómo decidir,
por ejemplo, dónde ubicar recursos necesariamente limitados? ¿En un nuevo hospital en el
campo? ¿En una máquina sofisticada para un centro de investigación? ¿En un aumento de
salarios a los maestros? Por otra parte, esto también requeriría un código ético completo
porque sería la única forma de poder establecer algún tipo de priorización.
Por supuesto, no estamos acostumbrados a pensar en códigos morales completos.
Constantemente estamos escogiendo entre diferentes valores sin que haya un código social
que nos señale qué deberíamos escoger. En realidad, el desarrollo de la civilización ha ido
acompañado de la progresiva disminución de reglas de conducta fijas para orientar la
acción. El hombre primitivo rodeaba de un elaborado ritual casi todas sus actividades
cotidianas y estaba limitado por una infinidad de tabúes. Ni siquiera hubiera soñado con
hacer las cosas de manera diferente a los demás miembros de la tribu. Ha sido el desarrollo
de la civilización, precisamente, el que ha ido disminuyendo el número de esas reglas y
haciéndolas más generales.
La filosofía del individualismo no está basada en la idea de que el hombre deba ser egoísta.
En lo que está basada es en la aceptación de la imposibilidad de incluir en nuestra escala de
valores algo más que un pequeño sector de las necesidades del conjunto de la sociedad. De
aquí, la imposibilidad de un plan social único. Las únicas escalas de valores son las
parciales, que son diferentes entre un individuo y otro y que frecuentemente son
contradictorias. De esto, el liberalismo concluye que, dentro de ciertos límites, se le debería
permitir a los individuos perseguir sus propios valores sin interferencia de los demás. Esto
no excluye el reconocimiento de la coincidencia de objetivos individuales que hace posible
y conveniente la asociación para conseguirlos. Pero esa acción conjunta está limitada a los
casos en que esos puntos de vista individuales coinciden.
Es el precio de la democracia que las posibilidades de un control consciente se encuentren
restringidas a los campos en donde haya un acuerdo real y que, en otras áreas, haya que
dejar las cosas al azar. La democracia es esencialmente un invento para salvaguardar la paz
interna y la libertad individual. No tiene nada de infalible ni de seguro. La planificación y la
democracia chocan porque la planificación exige cierta supresión de la libertad.
III LECTURA
10 años no es nada. Reflexiones sobre la crisis neoliberal
una década más tarde.
Publicado el enero 3, 2012 por Marian feliz
Publicada en Marcha.org.ar (2/1/2012) [http://www.marcha.org.ar/index.php/nacionales/118-opinion/497-10-anos-no-es-nada-reflexionessobre-la-crisis-neoliberal-una-decada-mas-tarde]
Por Mariano Féliz*. Hace una década comenzaba a cerrarse definitivamente el ciclo
neoliberal en Argentina. Eso iniciaría una nueva fase de desarrollo capitalista de carácter
neodesarrollista en el país.
El proyecto neoliberal en Argentina atravesó varias etapas. Comenzó en 1975 con el
Rodrigazo y se profundizó con el posterior golpe militar, continuó con el ciclo alfonsinista
y concluyó con la fase de la convertibilidad. A lo largo de esos diferentes momentos, dentro
de las clases dominantes, los sectores más transnacionalizados del capital (local y
extranjero) fueron consolidando su posición hegemónica mientras los sectores populares
sufrieron un ataque despiadado a sus condiciones materiales de vida y a su capacidad de
organización.
En los noventa, el ciclo de la convertibilidad marcó el punto más alto del neoliberalismo en
Argentina. Dio cuenta a su vez de su avanzada triunfal y de su eventual derrota política. La
crisis de la convertibilidad se convirtió en la crisis del programa neoliberal pero no en su
fracaso.
La crisis de la convertibilidad se produjo por la composición de una serie de elementos
discordantes, superpuestos, estructurales y coyunturales, políticos y económicos.
Estructuralmente, la crisis del modelo convertible tuvo que ver con:
(a) el salto en la productividad laboral que creó las condiciones para – potencialmente –
desvalorizar todas las mercancías producidas localmente. Este proceso fue resultado de la
concentración, centralización y transnacionalización del capital local (nacional y
extranjero).
(b) la creciente explotación laboral producto de la flexibilización de las relaciones
laborales, la crisis de las estrategias tradicionales de organización sindical, y la destrucción
de miles de puestos de trabajo.
(c) la imposibilidad de superar la condición periférica de la economía argentina y su
profundización bajo la forma de una creciente orientación hacia el saqueo de las riquezas
naturales (entre otras, el desarrollo de la producción de alimentos transgénicos y la minería
a cielo abierto), sus manufacturas y la manufactura tipo armaduría.
(d) la destrucción del Estado de bienestar periférico, a través de la privatización de la casi
totalidad de las empresas públicas y bienes comunes, el avance en la privatización de la
salud y la educación y la consolidación de un esquema tributario regresivo.
(e) la explosión del endeudamiento público y privado externo, que consolidó la dinámica de
endeudamiento iniciada en la dictadura.
Estos rasgos estructurales que condujeron a la crisis se combinaron con una serie de
elementos coyunturales, que a mediados de los noventa, la desataron aun si no fueron su
fundamento:
(1) la desaceleración en el comercio internacional que puso un freno al aumento de las
exportaciones.
(2) el ciclo de crisis en los países de la periferia que encareció el crédito internacional.
(3) el fin del proceso de privatizaciones y el agotamiento del ciclo de transferencia de
activos del capital local al capital transnacional.
La combinación contingente de estos elementos con los procesos estructurales llevaron al
capitalismo argentino a un proceso de contracción, estancamiento y crisis profunda. Sin
embargo, la transición hacia una crisis orgánica del proyecto neoliberal supuso la
combinación del desarrollo de las contradicciones objetivas con la conformación de un
nuevo ciclo de auge de las luchas populares.
En efecto, el complejo entrelazamiento del naciente movimiento piquetero, con el
movimiento estudiantil, organizaciones sociales y políticas de nuevo tipo, y fracciones de la
clase trabajadora que recuperaba capacidad de respuesta, permitieron enfrentar con éxito
relativo los intentos de desplazar a las contradicciones de la convertibilidad hacia al futuro
a través de políticas de ajuste. La imposibilidad del gobierno de Menem y luego de De la
Rúa de retomar la iniciativa política frente al ascenso de las luchas sociales (derrota del
duhaldismo/menemismo en las urnas en 1999, freno al ajuste de López Murphy, plan de
lucha para enfrentar el proyecto de “déficit cero” y explosión social post-corralito) fueron
la clave para comprender la desarticulación total de la hegemonía social del proyecto
neoliberal.
La crisis orgánica se manifestó con claridad en la segunda mitad de 2001 con la creciente
fuga de capitales, la multiplicación de monedas paralelas (públicas y privadas), la
profundización de la recesión, el aumento en el voto nulo/blanco/ausentismo en las
elecciones legislativas de 2001 y las protestas (cacerolazos, saqueos, movilizaciones
masivas) en diciembre.
Sin embargo, la capacidad política de los sectores populares de enfrentar el ajuste fue
proporcional a nuestra incapacidad para conducir la transición desde el neoliberalismo
hacia un proyecto postcapitalista. En efecto, si bien pudimos condicionar la salida, no
tuvimos capacidad organizativa para disputar a los sectores dominantes la conducción de la
misma. Por eso la salida de la convertibilidad se transformó en una masiva desvalorización
de las mercancías (en particular, de la fuerza de trabajo) y una gigantesca redistribución del
ingreso en favor del capital. Las condiciones estructurales conformadas a lo largo del
neoliberalismo fueron violentamente ratificadas.
La elección de Duhalde para conducir el proceso transicional dio cuenta del éxito
estructural del neoliberalismo (y su última etapa, la convertibilidad): a 10 años de iniciado
ese proceso se ha consolidado en Argentina un proyecto neodesarrollista (“capitalismo
serio” como gusta decir la Presidenta) articulado en torno a las fracciones que se
convirtieron en hegemónicas dentro de las clases dominantes a lo largo del ciclo neoliberal
(el gran capital transnacionalizado, “nacional” y “extranjero”, con base en el saqueo de las
riquezas naturales y la superexplotación laboral).
A una década del fin del ciclo neoliberal, los sectores populares nos encaminamos -en
mejores condiciones que entonces- a la construcción de una alternativa social y política al
proyecto de la burguesía. Sólo la lucha, la organización, la fuerza de nuestras convicciones
y nuestra capacidad de aprovechar las circunstancias históricas podrán conducirnos al éxito.
* Investigador CONICET. Profesor UNLP. Miembro del Centro de Estudios para el
Cambio Social. Recientemente ha publicado el libro “Un estudio sobre la crisis en un país
periférico. La economía argentina del crecimiento a la crisis, 1991-2002” a través de
Editorial El Colectivo. [email protected] / marianfeliz.wordpress.com
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