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Borbones

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España de los borbones y su imperio Americano
Enviado por Leilasabrina 09/07/2014 2556 Palabras
​LA ESPAÑA DE LOS BORBONES Y SU IMPERIO AMERICANO
EL ESTADO BORBÓNICO
El reinado de Carlos II resulto ser la decadencia del Estado español, su reinado significo la
crónica de derrotas militares, la bancarrota real, regresión intelectual y el hambre por
doquier. Hacia 1700, la población había descendido a más de 1 millón a comparación del
reinado de Felipe II. Esto se debió a una serie de malas cosechas durante la década de
1680, que llevo el hambre a castilla. Los primeros pasos para resolver los problemas
financieros era rechazando la carga de deudas heredadas de reinados anteriores. También,
se detuvo la progresiva inflación causada por la devaluación repetida de la moneda,
mediante una vuelta al oro y la plata como patrones de valor. España había perdido sus
industrias y se limitaba a exportar productos agrícolas como pago de las manufacturas
extranjeras. En cuanto al comercio colonial, Cádiz actuaba como mero lugar de paso en el
intercambio de metal precioso americano por mercancías europeas.
En realidad, era el debilitamiento de la corona lo que amenazaba al país. Derrotado por
Francia, en el intento de dominar Europa, el Estado Habsburgo fue presa entonces de
pugnas internas. Con el acceso al trono de Carlos II, la aristocracia territorial extendía su
jurisdicción señorial sobre distritos y ciudades enteras, y domino los consejos centrales de
la monarquía. En toda la península, tanto la recaudación de impuestos como la provisión de
armas y
vituallas al ejército se arrendaban a contratistas particulares, entre los más destacados de
los cuales se encontraban varios comerciales extranjeros. Mientras que en Europa
continental, el absolutismo dinástico estaba basando su nuevo poder en un ejército
permanente y un control fiscal, en España la monarquía había sufrido una pérdida
progresiva de autoridad.
La muerte de Carlos II, provocó una guerra europea, cuyo premio principal era la sucesión
al trono de España. La elección por las cortes de Felipe obtuvo un amplio apoyo de Castilla,
donde sus tropas francesas fueron bien recibidas. Pero Carlos de Austria, contaba con el
respaldo de Gran Bretaña, Holanda, Portugal las provincias de Cataluña y Valencia y una
parte considerable de la aristocracia castellana, la cual temia que la nueva dinastía la
desposeyera de su poder.
En el nuevo tratado de paz, se reflejaba el papel pasivo que desempeño España, firmado en
1713, como compensación a su renuncia al trono español, el emperador de Austria recibió
los Países Bajos, Milán, Cerdeña y Nápoles. El rey de Saboya se quedó con Sicilia. Y Gran
Bretaña retuvo Gibraltar y Menorca, obtuvo el “asiento” durante 30 años, gozaba de un
derecho monopolístico de introducir esclavos africanos por todo el imperio español y,
además, se aseguraba el derecho al envío de un barco anual con 500 toneladas de
mercancías para comerciar con las colonias de España en Nuevo Mundo. Finalmente se
cedió a Portugal, aliada a Gran Bretaña,
Sacramento, un asentamiento en la ribera oriental del Rio de la Plata.
La entronización de Felipe V bajo la amenaza de una guerra civil e invasión extranjera
permitió a los consejeros franceses sentar las bases de un estado absolutista con notable
rapidez. Así Felipe, excluyo a la aristocracia de los altos consejos del Estado para no influir
más en las direcciones del gobierno de la corona. La creación de secretarios de estado
redujo el papel de armados con picas, que se sustituyó por armados al estilo francés. Otras
reformas, marcaron el inicio de un nuevo ejército: un cuerpo de guardianes reales con
servicio en Madrid, unidades distintas de artillería e ingenieros y la formación de una clase
de oficiales de carrera. Para financiar estas medidas de fuerza, los expertos fiscales
consiguieron duplicar los ingresos. Pero la llegada de Isabel Farnesio de Palma, segunda
esposa de Felipe este notable proceso en la administración tuvo un retroceso por los
sobregastos llevados a cabo por la misma, en aventuras dinásticas conquistando feudos
para sus dos hijos. Todavía tiene que estimarse el pago de deudas anteriores. Para estas
fechas (1737) se consideraba a España como carentes de amigos extranjeros y de alianzas,
desorganizado en sus finanzas, cuyo ejército está en malas condiciones, su marina, si ello
fuera posible, en peores y sin ningún ministro de pesos. La subida al trono de Fernando VI
(1746-1759) dispuso a España con un completo cambio de reformas. Aunque la
renovación por parte de Carlos III del pacto de Familia de 1761 supuso para España una
derrota en las últimas etapas de la Guerra de los Siete Años, el resto de su reinado marco
por un notable aumento de la prosperidad, tanto en la península como en las colonias, y
durante una breve época España volvió a ser considerada una potencia europea.
La elite ministerial fue lo que introdujo a España lo equivalente a una revolución
administrativa. La mayoría de los ministros era gente venida a menos o del común. En este
reinado la mayoría de los ministros nombrados eran “manteístas”, letrados que no habían
podido entrar en colegios prestigiosos. Los Borbones confiaban en su nobleza funcional,
concediendo títulos a sus servidores de confianza, tanto en calidad de recompensa como
para reforzar su autoridad.
Estos funcionarios participaban activamente en el gobierno de su país. Influenciados por el
contraste de entre la creciente prosperidad y el poder de Francia e Inglaterra y el
debilitamiento y empobrecimiento de la península, todos estos hombres buscaban una
solución en la corona. De forma que si, se pudo debatir la justicia del tiranicidio y se insistió
en la base contractual del gobierno, en el Siglo de las Luces se prohibieron sus trabajos por
subversivos. Los seguidores del despotismo ilustrado no olvidaban el origen de su poder.
Se atacó severamente a la iglesia. Frente a las demandas de la monarquía papal y su
afirmación de su papel eclesiástico del rey como
vicario de Cristo, obtuvo una demanda y frente a esto el papado cedía a la corona el
derecho de nombramiento de todos los beneficios clericales de España. En general, se
consideraba a las órdenes religiosas más como una carga de la sociedad, que como
fortalezas espirituales. Tras toda esta actitud se encontraba la influencia de Francia, una
perturbadora mezcla del galicanismo y el jansenismo del siglo XVII.
La preocupación era El progreso Económico; La Ciencia; El Conocimiento Pragmático;
Nuevas Rutas del Comercio. Francia e Inglaterra, enfrentadas a la hegemonía comercial de
Holanda, habían utilizado medidas proteccionistas para defender y promover su
navegación, industria y comercio; España intentó aplicar las medidas para librar a la
península de su dependencia de manufactura del norte de Europa.
Jerónimo de Ustáriz: Eran la onerosas tarifas e impuestos interiores los que habían
destruidos la industria interna y habían hecho depender a la península importadas del
exterior. El remedio podría venir solamente “esta nueva máxima de estado”, o, como lo
expresó en otra parte, “la nueva política” de Francia, Inglaterra y Holanda, países cuyo
comercio había aumentado a expensas de España.
Sus recomendaciones eran simples; insistía en que los aranceles debían distinguir siempre
entre los productos primarias y bienes elaborados, en que la mercancía importada debía
pagar siempre más cargas que las manufacturas del país y en que debían eliminarse,
siempre que
fuera posible, una prudente regulación de tarifas liberaría la energía productiva de la
industria española. Abogaba por una activa política de adquisiciones respecto al
equipamiento, municiones y uniformes para fuerzas armadas, de manera que todo este
aprovisionamiento viniera de talleres y fundiciones españoles. Restauración de la
Monachuia, un requisito previo esencial era la expansión del poder armado de la corona.
El gran logro de la nueva dinastía fue la creación de un estado absolutista, burocrático,
abocado al engrandecimiento territorial; la autoridad, los recursos de la monarquía fue
precursor, del despertar de la economía, derivada de las necesidades de las fuerzas
armadas y de la corte.
Todo este sumario de hechos atestigua el impacto general de los gastos del gobierno. La
revolución administrativa que había detrás de esta recobraba vitalidad del estado. La
principal innovación consistía en la confianza en los funcionarios de carrera, militares o
civiles, sujetos a una evolución y promociones reguladas que vivían de sueldos fijos en
lugar de gratificaciones o beneficios del cargo.
La principal fuente de acción ejecutiva, a nivel provincial el intendente era la figura clave, el
símbolo del orden nuevo, encargándoseles la responsabilidad de recolectar los impuestos,
dirigir el ejército, la promoción de obras públicas y el fomento general de la economía, El
nuevo tipo de funcionario demostró su validez, ciertamente, ya que ingresos públicos
subieron
sin pausa.
Como en cualquier estado dinástico, los primeros beneficiarios del presupuesto fueron la
familia real y la corte. El total de gastos de la “casa real” en 1787 era el 15 del por ciento del
total ingresado, la mayor de la partida correspondía a las fuerzas armadas, que acaparaban
alrededor del 60 por el 100 del ingreso público.
Si el interés en el poder naval surgía de las necesidades estratégicas del imperio, el nivel de
las fuerzas terrestres reflejaba la ambición ultramarina de la dinastía. El sistemas de levas,
lo cual evitaba tener que confiar en mercenarios extranjeros cómo los que se encontraba en
oros ejércitos de la época. De extracción popular, ascendidos una vez en filas y podían
pretender prestigio social, ya que contaba con cierta educación, disciplina y dependiente del
servicio real para conseguir su medio de vida, lo que proveyó al estado dinástico de sus
indisciplinables agentes de gobierno
España dependía ahora de su imperio americano para asegurarse una buena posición en
Europa. El nuevo mundo el Estado borbónico demostró tener un éxito notable, tanto a la
hora de salvaguardar sus fronteras como al explotar los recursos coloniales. El renacimiento
del poder español durante el reinado de Carlos III fue, en gran medida, una consecuencia
del florecimiento del comercio con las Indias y del aumento de las rentas que el mismo
producía.
LA REVOLUCIÓN EN EL GOBIERNO.
Hasta entonces, el máximo interés de los círculos ministeriales se
había dedicado a Europa, la creación de un nuevo sistema de gobierno y el
aprovisionamiento de las guerras italianas que habían absorbidos prácticamente toda le
energía de la elite administrativa.
Esta preocupación por el Viejo Mundo había conducido a un notable deterioro del poder
imperial en América. De hecho, durante las primeras décadas del siglo XVIII España no hizo
más que rechazar incursiones extranjeras en su territorio y consolidar su posesión sobre
fronteras amenazadas.
En cada provincia del imperio, la administración había llegado a estar en manos de un
pequeño aparato de poder colonial, compuesto por la elite criolla, unos pocos funcionarios
de la península con muchos años al servicio y los grandes mercaderes dedicada a la
importación. Prevalecía la venta de cargos en todos los niveles de la administración. El
elemento clericó y religioso era lo que ejercía la autoridad real en la sociedad,
desempañando el papel de dirigentes intelectuales y espirituales de la elite y de consejeros
y guardianes de las masas. Como en las últimas décadas del dominio de los Austrias en
España, el poder de la corona para drenar los recursos de la sociedad estaba limitado por la
ausencia de sanciones efectivas. Para dar el cambio tendría que volver a controlar las
administraciones de las colonias y crear nuevas instituciones de gobierno. Sólo entonces
podría introducir las reformas económicas.
El catalizador del cambio fue la guerra contra Inglaterra. La tardía
irrupción de España en la guerra de los Siete Años (1756-1763) le acarreó un revés
inmediato con la captura inglesa de Manila y la Habana. Además, España tuvo que ceder
Florida y devolver la Colonia do Sacramento a Portugal. Ante las pérdidas de tierras los
ministro de Carlos III se orientaron hacia el programa de reforma elaborado en el Nuevo
Sistema de gobierno económico para la América (1743) de Campillo y Cossio, en el
encontraron argumentos para la vuelta a la práctica de visitas generales llevada a cabo
anteriormente por los Austrias, a la que seguiría la instauración de intendencias
permanentes. Las propuestas consistían en la aplicación de reformas en América, ya
introducidas en España, su puesta en marcha resulto tener efectos más drásticos ya que la
revolución administrativa del imperio fue iniciada por soldados y funcionarios enviados
desde la península
El primer paso de este programa fue la provisión de una fuerza militar adecuada, como
salvaguarda contra ataques extranjeros y levantamientos internos. La idea era alzar milicias
locales en cada una de las colonias con el fin de organizar un ejército.
Este interés en la fuerza militar produjo frutos sustanciosos. En esta decisión de afianzar las
fronteras de su imperio americano desplego la monarquía borbónica, por fin, una operación
expansionista propia de una verdadera potencia colonial.
Junto al reclutamiento de regimientos coloniales mantenidos permantemente en pie,
encontramos la organización
de numerosas unidades de milicia. La distribución de cargos militares y privilegios legales
se consideraba un medio definitivo para despertar la lealtad de la elite criolla. Además la
existencia de la milicia facilitaba al estado colonial sanciones armadas contra los disturbios
populares.
La monarquía reivindico su poder frente a la iglesia de forma dramática cuando, en 1767,
Carlos III decreto la expulsión de todos los jesuitas de sus dominios, ya que estos eran bien
conocidos por su independencia de la autoridad episcopal, su intransigencia acerca del
pago de diezmos eclesiásticos, su devoción al papado, su extraordinaria riqueza y su
habilidad a la hora de litigar contra la burocracia.
De mayor alcance y eficacia fue la reforma radical de la administración civil. En 1776 se
estableció un nuevo virreinato con capital en Buenos Aires con el fin de ser promovido con
los beneficios fiscales de Potosí, y preparar el camino de la división política
permanentemente en la zona andina. En otros lugares, el impacto de los cambios fue
menos radical. El virreinato de Nueva Granada se nombró un comandante general como
superintendente de las defensas y la administración de toda la región fronteriza.
En las Capitales de Lima, Buenos Aires y Mexico, Jose de Galvez visitador general de
nueva España, instalo superintendencias subdelegadas de Real Hacienda, funcionarios de
relevan a los virreyes de toda responsabilidad en cuestiones de Hacienda. Se estableció
una junta
para supervisar a los mismos en sus actividades y para revisar cualquier cuestión que
surgiera en la recaudación de las rentas. Habría que destacar que el nombramiento de
superintendentes se pensó como medio de reducir los poderes de los virreyes, que Galvez
consideraba demasiados amplios. Su idea era la de establecer un sistema tripartito, en que
los regentes encabezarían el aparato judicial, los superintendentes de Hacienda y a los
intendentes, y los virreyes conservarían la administración civil y militar.
A partir de los puestos de intendentes, las innovaciones clave fueron el nombramiento de
una burocracia fiscal asalariada y el establecimiento de nuevos monopolios de la corona.
El nombramiento de una burocracia a salariada, respaldada por un considerable ejercito de
guardias, permitió a la monarquía española recoger una extraordinaria cosecha fiscal como
consecuencia de la expansión de la actividad económica producida por sus reformas en el
comercio y su fomento en las exportaciones coloniales
En efecto, la revolución administrativa creo un nuevo estado absolutista, basado, como en
el caso de Europa, en un ejército permanente y una burocracia profesional. Este estado se
consagraba, tanto como sus equivalentes del Viejo Mundo, al principio del
engrandecimiento territorial. Pero diferencio de sus modelos europeos en que no consiguió
formar ninguna autentica alianza, fundada en intereses comunes, con los sectores
dirigentes de la sociedad colonial
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