Resumen de El Arte de la Vida

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Resumen de El Arte de la Vida, de Zygmunt Bauman
NOTA PREVIA. Este es un libro con una infinidad de citas y debates muy interesantes, pero difíciles de
enlazar en un “todo” común. Para ayudar a la comprensión de la obra en su conjunto, pego aquí una
sinopsis sacada de La Casa del Libro:
El arte de la vida es un relato brillante de las condiciones en que elegimos nuestro modelo de vida
y de las limitaciones que pueden imponerse sobre esta opción. En último lugar, aunque no menos
importante, es un estudio de las maneras en que nuestra sociedad influye (aunque no determina)
la manera en que construimos y narramos nuestras trayectorias vitales. En nuestra sociedad
individualizada, somos todos artistas de la vida, tanto si lo sabemos como si no, queramos o no,
nos guste o no, por decreto de la sociedad y no por elección. En esta sociedad se espera de
nosotros que demos a nuestras vidas propósito y forma utilizando nuestras habilidades y recursos,
aunque no dispongamos de las herramientas y los materiales necesarios en los talleres de los
artistas para concebir y ejecutar su trabajo. Y se nos elogia o censura por los resultados, por lo
que hemos llegado a hacer o no y por lo que hemos conseguido y perdido.
Ahora ya comienzo el resumen en sí. Los conceptos que veo importantes están marcados y definidos al
final.
Introducción: ¿Qué hay de malo en la felicidad?
Ante la pregunta que titula esta parte, formulada por Michael RUSTIN, Bauman pone en
cuestión la supuesta correlación entre crecimiento económico y felicidad. Dogma asumido por
la mayor parte de la población y no menos académicos, la creencia en que indicadores como el
PIB pueden también señalar los estándares de felicidad en distintas sociedades es
completamente erróneo para el autor. Según él, el sueño de felicidad ha ido modificándose
conforme nos adentramos en la sociedad líquida, de la consecución de una vida plena y
gratificante a una búsqueda de los medios que uno cree necesarios para alcanzar esta vida,
búsqueda en la que los mercados tienen el protagonismo. La propiedad de ciertos artículos
conlleva el reconocimiento social, base de toda felicidad hoy en día. Pone el ejemplo de
“Liberty”, niña de 12 años que va a crecer apoyándose en “etiquetas, logos y tiendas” como
remansos de seguridad para la afirmación de sí misma ante ella y ante los demás.
La felicidad en esta sociedad consiste en tener la esperanza de ser feliz, esperanza que nunca
muere gracias a que estamos siempre esperando “nuevas oportunidades” y “nuevos comienzos”;
en lugar de contemplar la vida como un todo, la dividimos en episodios. De ahí se deduce la
“fobia al compromiso”, la “búsqueda de la transitoriedad”, etc., mientras paralelamente
reaparecen los gustos por el “placer del compromiso”, del “tú y yo” o del “dejar huella” como
reacción.
Bauman introduce aquí a Friedrich NIETZSCHE y su concepción del “superhombre”, como
“gran maestro del arte de la autoafirmación”, hombre capaz de evadir toda regla y obligación,
además de considerarlo el valor máximo. El superhombre rechazará todo enlace al pasado,
mirándolo con desprecio. Esta autoafirmación propia del superhombre es sin embargo imposible
al necesitarse un autodominio extremo para lograrla. Es en la incertidumbre donde la vida
humana se desarrolla, y es por ello que escapar de ella mueve nuestra “búsqueda vital”.
Capítulo primero: Las miserias de la felicidad.
Este capítulo comienza con el análisis de una sección del New York Times llamada “Cómo
gastarlo”. Bauman se sirve del estudio de Ann RIPPIN sobre dicha sección (ella se pregunta
“¿Qué es lo que se ofrece a un hombre joven y moderno que empieza su camino?) para
determinar que uno de los elementos comunes es la exclusividad, la sensación de “haber sido
elegido”. Sin embargo, la sensación de exclusividad dura poco ya que todos los productos son
transitorios y efímeros. La consumición de estos bienes conlleva la necesidad de seguir
consumiendo nuevas propuestas para no perder la seguridad que en teoría han ganado con ello
los consumidores.
Max SCHELER afirmó en 1912 que el aprecio hacia un valor, propiedad, situación, etc. se
produce solamente mediante la comparación con la situación, posesión o cualidad de otras
personas, lo que genera fuertes sentimientos de rencor y deseo al mismo tiempo. Esta
enfermedad se ha vuelto común en la sociedad contemporánea: en teoría todos somos iguales a
nivel político y legal, a pesar de que en nuestra práctica diaria no podemos evitar percibir lo
contrario una y otra vez.
Tras estos ejemplos, Bauman se pregunta si hay algo que pueda decirse sobre la felicidad que no
sea polémico, y llega a afirmar que sí: la felicidad es algo bueno, deseable y apreciado. Es
mejor ser feliz que infeliz. Todo lo demás despierta polémica, pero el problema es que decir lo
anterior equivale casi a no decir nada. A partir de aquí, intentará hacer un recorrido histórico (o
algo parecido) por las posiciones de diversos pensadores sobre la felicidad intercalando
reflexiones propias.
Comienza con Immanuel KANT, quien afirmó que “la noción de felicidad es tan imprecisa que
aun cuando cada hombre desea conseguir la felicidad, pese a ello nunca puede decir con
precisión de acuerdo consigo mismo lo que verdaderamente quiera o desee”. SÓCRATES
afirma que es un “hecho bruto de la vida”, y ARISTÓTELES lista las cualidades y logros que
llevan a una vida feliz: nacer en buena cuna, muchos hijos, salud, belleza, fuerza, alta estatura,
complexión atlética, fama, honor, buena suerte y virtud (nada más). Actualmente, en cambio,
consideramos que la felicidad es más una condición de “estar en camino” que un “estado” (si
fuese un estado solo podría ser de “excitación espoleado por la insatisfacción”).
Un momento crucial es la llegada de la búsqueda de la felicidad. Se pasa de la satisfacción de
necesidades a la producción de deseos, convirtiéndose esta búsqueda en una fuerza
desestabilizadora para la “solidez” moderna y el factor fundamental para el paso a la
modernidad líquida. TOCQUEVILLE afirmaba en La Democracia en América que esta
búsqueda de la felicidad provocaba en sus coetáneos norteamericanos un sentimiento de
insatisfacción incluso estando rodeados de abundancia.
SÉNECA ya se había pronunciado sobre los efectos de esta “búsqueda de la felicidad”,
afirmando que las cosas inmortales son muy valiosas, ya que el ser humano ansía sobre todas las
cosas detener el tiempo, olvidar la mortalidad que el “fruto del conocimiento” les hizo
aprehender. Esta división “valioso-durable contra vano-transitorio” se transformará en la era
moderna en “inutilidad de los intereses individuales contra interés del todo social” (Durkheim
será uno de los profetas de la primacía de este “todo social”). Pero la inmortalidad está oculta a
los seres humanos, y éstos deben suplirla con vanos y pasajeros placeres. MARCO AURELIO
sigue a su maestro Séneca afirmando su famoso “tenéis derecho a estar erguidos, no a que os
mantengan erguidos”, y proponiendo el desapego por todos los pequeños placeres de lo terreno.
Él defiende la guía por unos principios rectores: integridad, dignidad, laboriosidad, abnegación,
satisfacción… para el buscador de la felicidad, el carácter personal y la conciencia son su
último refugio.
Blaise PASCAL, muchos siglos más tarde, seguiría esta escuela (“Toda la desgracia de los
hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación”).
Para Pascal, la búsqueda de la felicidad entendida por sus contemporáneos no es más que correr
sin parar en un circuito cerrado, siendo para ellos lo importante correr y no llegar, evitar el tedio
en lugar de concienciarse de que no es necesario correr por correr.
Volvemos a saltar unos pocos siglos para hablar del Ordo Amorisi de Scheler. El ánimo es el
“núcleo del hombre” mucho más que el conocimiento o la voluntad. El hombre no es ens
cogitans o un ens volens (ser que sabe y que desea) sino un ens amans (ser que ama). El corazón
construye un mundo de valores, y sobre la realidad de los valores la razón torna inservible.
Observando una vida entera, cada particular parece aleatorio o accidental, pero siempre reflejará
en lo que creemos que es el “núcleo” de esa persona. Por ello vemos nuestras vidas como fruto
de un destino impersonal: pese a que tomamos decisiones, no somos realmente conscientes del
efecto que estas pueden tener. El amor tiende a unir los objetos de amor (personas, grupos…)
abandonando el interés por uno mismo (curioso señor este Scheler).
Pero, ¿cómo se articula este amor en una sociedad donde la fórmula de la felicidad eleva la
individualización a principio guía?, se preguntan Ulrich BECK y E. BECK-GERNSHEIM.
Gilles LIPOVETSKY habla de un cambio de un “individualismo disciplinario y moralizante,
heroico y militante” a otro “hedonista y psicológico” exclusivamente centrado en los logros
íntimos. En la nueva sociedad, como afirma Christopher LASCH, “los agravios colectivos se
transforman en problemas personales que pueden someterse a intervención terapéutica”. Solo
nos podemos basar en la seguridad de la situación social, por lo que nuestra máxima obsesión es
la aprobación de las miradas de los otros, como dice KAUFMANN. También podemos decir,
con HEIDEGGER, que la espuela de la acción y la clave del conocimiento es la decepciónii. La
privación significa infelicidad.
Todo esto se debe asimismo a que en el mundo de Heidegger lo normal y lo anormal podían
diferenciarse sin problema alguno, ya que duración y uniformidad lo guiaban: felicidad
significaba “ausencia de infelicidad”. Pero, dice Bauman, es la aparición de las clases medias
(burguesía) en las sociedades altamente estratificadas la que provoca un cambio, ya que esta
clase es más sensible a la “amenaza de la infelicidad”. Hay que esforzarse por mantener la
posición ya que se puede caer, pero al mismo tiempo tratar de ganarse el paso al estrato
superior. Con ello, tenían dos fronteras, por lo alto y por lo bajo, lo cual les generaba más
inestabilidad. Las clases medias son las primeras en experimentar el dilema más básico de la
sociedad moderna: el existente entre LIBERTAD Y SEGURIDAD.
Jean Claude MICHÉA estudia las concepciones de “buena sociedad y buena vida” en la
sociedad moderna, y concluye que el proyecto moderno aparece como la búsqueda de una vida
tranquila y huir del horror de la guerra. Proviene del contexto de matanzas entre sectas
religiosas en toda Europa (situación que Bauman compara con la que vive a día de hoy el islam
en Oriente Próximo), contexto del que surgen los escritos de PASCAL o de HOBBES. Como
(¡oh, sorpresa!) el ángel de la historia de Klee interpretado por BENJAMIN, los hombres de
aquella época huyeron hacia el futuro con los ojos fijos en un pasado atroz, pero empujados
como fueron al futuro no repararon muy bien en dónde se dirigía dicho futuro o cuáles serían
sus efectos. Al resultar imposible para los ilustrados diseñar un modelo apropiado para toda la
humanidad, estos decidirán optar por el interés individual como principio máximo, y éste será el
que guíe los pasos de la modernidad en Occidente.
Capítulo segundo: Nosotros, los artistas de la vida.
Para Hanna SWIDA-ZEMBA, uno de los cambios fundamentales de la generación actual es
que, al contrario que sus antecesores (que contemplaban el pasado y el futuro como escenarios
posibles) para los jóvenes a día de hoy solo existe el presente. Las preguntas fundamentales de
esta generación han tornado del “¿Por qué hay tanta agresión en el mundo?” al “¿Es posible
alcanzar la felicidad plena?”. Para llegar a este cambio es necesario que uno haya creído, según
Bauman, que “es un artista capaz de crear y dar forma a las cosas de la misma forma que
podría ser un producto de esta creación y conformación”. Ser un individuo no es fruto de la
elección, sino que nos viene dado “por decreto”; la vida humana consiste en una lucha eterna
entre las condiciones externas y los designios de sus auctoresiii. Para RICOEUR las visiones
de la vida buena son como una nebulosa de estrellas: se puede elegir ir a una o a otra, pero
siempre se tiene la incertidumbre de si se ha escogido el camino “adecuado”. El brillo de una
estrella nos encamina hacia un destino, pero siempre veremos el resto de brillos y dudaremos
sobre nuestro propio camino, que siempre podrá ser desandado con las consecuentes pérdidas.
Para FOUCAULT las identidades no nos vienen dadas, deben crearse de la misma manera que
se crean las obras de arte. Siguiendo esta metáfora, la obra de arte que es la vida en las
generaciones viejas era algo duradero, resistente al paso del tiempo, como un cuadro de la vieja
escuela. Sin embargo, la obra de arte de las generaciones nuevas se asemejaría más a una
performance o una instalación: efímeros, perecederos, reciclables. Cada obra de arte se
corresponde a su vez con una manera de ver la vida. Este arte de la vida es imposible de evitar, e
incluso la no-acción también cuenta como acción, como la elección de un camino. Las nuevas
generaciones, en lugar de seguir un camino vital claro y único reúnen y acumulan experiencias
de diverso tipo “por si acaso”, ya que semejante a una lotería la vida se ha transformado en una
sucesión de situaciones inesperadas, diferentes, ante las que habrá que reaccionar usando una
paleta de recursos.
En la segunda parte de este capítulo Bauman hace un recorrido por el concepto de generacióniv,
concepto que nace de la mano de ORTEGA Y GASSET y Karl MANNHEIM fruto de un
trauma inigualable en la historia de occidente a nivel mental y moral: la Primera Guerra
Mundial. Este trauma, que el autor explica de manera extensa (extensísima) se explica desde la
división de la identidad de RICOEUR en ipséité y mêmetév. La mêmeté sufre tal golpe con la
Gran Guerra que rompe entre una parte de la población y otra: los que han vivido en las
trincheras no son capaces de identificarse con su mismidad previa a la guerra, ni con su yo
durante mientras vuelven a casa. Así nace la idea de “generación”. Pero en la sociedad actual,
Bauman se pregunta, el concepto de generación puede estar pasando a ser un término-zombi
(BECK), de uso sous-nature (DERRIDA) o palabra-eco (BAUMAN): con el ritmo tan brutal
de cambio que experimentamos, los acontecimientos extraordinarios se ven demasiado
ordinarios. La perturbaciónvi que históricamente se traducía en nuevos valores dando por
erróneos los del pasado es ahora imposible que se produzca paradójicamente porque diariamente
asistimos a perturbaciones “extraordinarias” que dan lugar inmediatamente a nuevas
perturbaciones, restándoles el poder revulsivo que tienen. El estado de revolución permanente
en el que se encuentra el mundo moderno líquido solo deja lugar a un tipo de perturbación: la
turbulencia comunicativa, síntoma de la división intergeneracional emergente.
Las generaciones antiguas, en las que Bauman se incluye, siguieron a Sartre con su concepto de
projet de la vie: la elección de un proyecto de vida era la elección máxima, que se seguiría a lo
largo del tiempo de modo coherente. Solo había un camino a seguir una vez tomada la decisión
primordial. Las generaciones nuevas no pueden creer en esto, y son conscientes de que las
decisiones de hoy pueden llevar al fracaso al mes siguiente. Seguir un guión, mantenerse fiel al
camino, puede llevar al suicidio social y personal (sic.). Surgen mitos como el del hombre que
“se encuentra con el destino”, expansión a todos los ámbitos de la vida a la figura del mecenas
que encontraba a un artista y con ello le hacía prosperar y llegar a la aprobación y
reconocimiento sociales. Este “encontrarse con el destino” puede suceder en cualquier
momento, lo que hace que se difumine la frontera por ejemplo entre el trabajo y el ocio
(Bauman me robó mi idea para la EPD de Diseños), e incluso entre la aplicación y la
holgazanería. Las artes plásticas reflejan fielmente este cambio: ahora todo lo valioso es lo que
requiera un rápido montaje y pronto desmontaje de la creación. Del mismo modo, esto se aplica
a al arte de la vida.
El arte de la vida en la sociedad actual conlleva un proceso de transformación permanente,
mediante la autodestrucción creativa de la autodefinición y autoconfirmación. El projet de vie
de Sartre, camino de salvación secular y peregrinaje hacia la gracia eterna, es imposible a día de
hoy. Los objetivos vitales son efímeros, los atajos son valiosos y la planificación a largo plazo,
arriesgada. “La volatilidad, vulnerabilidad y fragilidad de todas y cada una de las identidades
carga a todo aquel que busca una identidad con la obligación de atender a diario las tareas de
identificación”. La coerción no se formula como “tú debes convertirte en alguien diferente de
quien eres”, sino como “tú puedes convertirte en alguien diferente de quien eres”, coerción
implícita pero no por ellos menos fuerte.
Los practicantes del “arte de la vida” se enfrentan, según François DE SINGLY, a varios
problemas: las aspiraciones de la vida oscilan entre objetivos incompatibles entre sí (unión o
abandono, imitación o invención, rutina o espontaneidad), y la identidad, que es el producto de
este arte de la vida, no es más que el resultado -estable y provisional, individual y colectivo,
subjetivo y objetivo, biográfico y estructurado- de muchos procesos de socialización diferentes
y contradictorios entre sí.
Volviendo al tema de las generaciones, se ha pasado de la metáfora de las “raíces” y el
“desarraigo” a la de “echar y levar anclas”. Las raíces determinan el crecimiento, impiden el
movimiento, y ahora la identidad es más como un barco que transporta una carga y va parando
en diferentes puertos, más o menos tiempo y con una u otra carga.
Según KAUFMANN, se ha pasado de la comunidad integradoravii a la pertenencia variada.
Las ambiciones monopolísticas de la “entidad de pertenencia” se han debilitado mucho. Ya no
hay posibilidad por parte de los referentes de pertenencia de controlar o supervisar la fuerza o
la dedicación de los miembros (no como antes, cuando “yo soy P” implicaba “yo no soy Q, R,
S…”). Por ello, por ejemplo, la idea de hibridez cultural ha pasado de ser muy mal visto a
contemplarse como algo muy positivo. Ante esta situación se manifiesta clarísimamente una
escasez de guías, de puntos de orientación firmes y fiables.
Para BECK no se ha llegado, como había dicho el desafortunado y denostado Francis
FUKUYAMA, al fin de las ideologías. Según él la ideología imperante en la sociedad actual
proclama la inutilidad de la solidaridad, ridiculiza la responsabilidad comunal y espera que se
encuentren soluciones individuales a problemas colectivos. Una metáfora de la situación es la
de los reality shows, que sugieren que la vida tras la pantalla es un reflejo de la sociedad real;
se asume que habrá exclusión y se mantiene la emoción con saber quién será cada semana. El
reconocimiento socialviii es la aspiración máxima, y la humillaciónix el mayor temor,
habiéndose sustituido la explotación y la discriminación por la negación de reconocimiento, el
rechazo de respeto y la amenaza de exclusión como fórmulas más usadas para explicar las
situaciones de agravio hacia los individuos. La ideología imperante envuelve la cuestión de la
identidad: ¿quién soy? ¿qué lugar ocupo?
Capítulo tercero: La elección.
BAUMAN divide las energías liberadas por el deseo de felicidad en centrífugas (tienden hacia
los otros) o centrípetas (tienden hacia uno mismo). Bauman explica aquí, de nuevo
extensamente, los esfuerzos de todos los filósofos morales por encontrar un “puente” entre el
interés por uno mismo y la preocupación por los otros; en esta parte seré algo más breve.
Nechama TEC estudió en Polonia por qué algunos polacos, bajo riesgo de ser condenados a
pena de muerte, escondieron o ayudaron a judíos y otros no. En su estudio sociológico, donde
buscaba correlación entre la voluntad de ayudar y la disposición de sacrificio, fracasó
estrepitosamente: unos y otros eran iguales. Amos OZ, otro sociólogo, explicó que es una
materia que escapa a la sociología dado que todo humano en su fuero interno es capaz de
distinguir el bien del mal. Durante el holocausto existían excusas para no ayudar (¡me pueden
matar!), excusas comprensibles, que nadie habría rebatido. Pero esto se basa en una valoración
previa: “mi vida es más valiosa o digna de cuidado que las vidas de los otros”. Este debate (por
qué la gente responde de maneras tan diferentes a situaciones aparentemente idénticas) sigue sin
tener respuesta de los teólogos, filósofos, científicos sociales y naturales. Pese a todos los
determinantes científicos y técnicos, pese a los modos de medir, pese a las extensiones utópicas
o distópicas de los avances en la ciencia, el ser humano sigue “obsesionado con tomar
elecciones que causan estragos en normas y rutinas existentes”. Sigue por tanto existiendo como
cualidad del ser humano eso que llamamos libre albedrío.
El mundo “de fuera” es caprichoso, y estos caprichos son llamados “accidentes”. Estos
accidentes, como demostró Edward LORENZ con su descubrimiento famosísimo (el aleteo de
una mariposa un día de primavera en Pekín puede cambiar la trayectoria de un huracán otoñal
en México), son incontrolables. Esto lleva a otro debate divertido: ¿somos jugadores o juegan
con nosotros?
Siguiendo como ejemplo la película La vida de los otros, Bauman llega a la conclusión de que
es el CARÁCTER lo que decide qué elecciones se hacen: “es el carácter del actor el que
somete las opciones que han pasado con éxito la prueba de la probabilidad a la otra prueba,
mucho más exigente, de la aceptabilidad”. Aquí hay una digresión muy, muy larga de
Emmanuel LEVINAS sobre la moralidad que se puede reducir a que un acto moral no puede
servir propósito alguno, y que lo moral por su propia naturaleza no puede ser cuestionado:
cuestionarse sobre lo que es el ser moral ya implica una decadencia de lo moral. En todo este
asunto del carácter siempre entrará, claro está, la promesa y práctica del alivio de la
responsabilidad. Lo único es que se ha cambiado de la “responsabilidad ante” (un superior, una
autoridad, una causa) a la “responsabilidad por” (el bienestar, la autonomía, la dignidad de otro).
De esta “responsabilidad por los demás” se cambia por último a la “responsabilidad por uno
mismo”. El “otro”, origen de esta responsabilidad inicialmente, ha desaparecido de escena.
A continuación, Bauman explica de manera muy simpática una metáfora sobre las fuerzas
centrífugas y centrípetas usando la anorexia y la bulimia. El mundo de fuera es fuente de
deseo, pero a la vez genera miedos y peligros, generando dos impulsos contrapuestos
equivalentes a la anorexia y la bulimia. La anorexia sería la respuesta de Corea del Norte ante la
ambivalencia exterior, y la bulimia podría entenderse con la “cadena cismogenética” de Gregory
BATESON (ni preguntéis).
Entre las dos estrategias de búsqueda de felicidad generadas a partir de la oposición entre
fuerzas centrípetas y centrífugas no es necesario elegir, pero son dos caminos paralelos. Bauman
nombra “portavoces” de cada vía a Friedrich NIETZSCHE con el Übermensch como defensor
de las energías centrípetas (ya lo habéis estudiado/leído todos; explica durante muchas páginas
sus ideas sobre la moral de los señores y la moral de los esclavos, la aparición del superhombre
y la destrucción de los valores de los esclavos), y a Emmanuel LÉVINAS, como representante
de las energías centrífugas: la responsabilidad hacia los otros es la base según él de la búsqueda
de la felicidad. Según Lévinas uno tiene la posibilidad de ignorar la responsabilidad hacia los
otros, pero es dicha responsabilidad la que reporta la felicidad.
Bauman termina el capítulo invitando a escoger una u otra vía como elección fundamental del
hombre o mujer actuales.
Epílogo: De la organización y de organizarse.
Os juro que no hay nada destacable. Hace una extensión de todo lo que ha dicho anteriormente
para aplicarlo al paso de las organizaciones del gerencialismo (je…je…) a la “economía de la
experiencia”, donde bajo una supuesta capa de enfoque hacia los seres humanos las relaciones y
vínculos emocionales se han colonizado por la empresa, eliminando la posibilidad de dividir
entre varios mundos la vida social, laboral, personal… concluye diciendo que el amor no es algo
que se encuentra, sino algo que debe hacerse y rehacerse día tras día. Y que la felicidad, citando
a Kant, no es un ideal de la razón sino de la imaginación. En cuanto te preguntas si eres feliz,
dice John Stuart Mill, dejas de serlo.
i
ORDO AMORIS
1. Scheler parte de la idea de que la esencia de lo que él denomina el mundo (sea éste individual,
histórico, familiar, de un pueblo o una nación) puede ser reconocida y comprendida más a fondo
si se reconoce el sistema en el que se articulan las valoraciones concretas y las preferencias
valorativas. Este sistema denominado ethos tiene como núcleo fundamental el orden del amor y
el odio. Es esta construcción de “pasiones dominantes y predominantes” la que va a dar forma a
la concepción del mundo del mismo modo que lo hará con los hechos y las acciones de los
sujetos.
2. En este sentido, tenemos que el ordo amoris está significado en dos niveles uno normativo y otro
descriptivo. En el nivel normativo se encuentra el conocimiento de la jerarquía de todas las
posibles disponibilidades que tienen las cosas para ser amadas en función del valor interno que
les corresponde. No es entonces, este nivel, referido a un mero compendio de normas, sino a la
disposición de las cosas a ser amadas ya que este ordo amoris objetivo se transforma en norma
justo en el momento en el que “se vincula al querer del ser humano y le es ofrecido por un
querer”. En el nivel descriptivo es posible encontrar la fórmula moral básica según la cual el
sujeto existe moralmente y vive, es decir, todo aquello que es reconocido como moralmente
relevante en un ser humano o en un grupo, debiera ser reducido al modo específico de la
construcción de sus actos de amor y de odio, de las capacidades de amor y de odio: al ordo
amoris que las domina y que se manifiesta en todas las emociones.
ii
DECEPCIÓN. Según Heidegger, es el motor de la acción. Históricamente, la gente ha tendido a
rebelarse no para hacer “justicia” sino para vencer una “injusticia”. Es el alejamiento de una situación
familiar, de la norma, lo que se ve como un agravio y traumatiza. Cuando lo no familiar irrumpe, lo
familiar perdido se transforme en la misma felicidad.
iii
AUCTOR. Unión de Autor y Actor; refiere a la Agencia.
iv
GENERACIÓN. “Sujeto colectivo” marcado por una visión del mundo diferenciada, así como capaz e
inclinado a actuar por su cuenta y según sus intereses particulares.
v
IPSÉITÉ y MÊMETÉ. Partes en las que para Paul RICOEUR se divide la identidad como fenómeno.
La primera sería la “distintividad” continua de otros humanos, y la segunda la mismidad continua de uno
mismo.
vi
PERTURBACIÓN. Cambio que provoca una completa “reevaluación de los valores” en la sociedad.
vii
COMUNIDAD INTEGRADORA. Idea heredada de la ya desaparecida “era panóptica”, que se refiere
a los esfuerzos organizados para trazar y fortalecer con claridad la línea que separa el “nosotros” del
“ellos”.
viii
RECONOCIMIENTO SOCIAL. Significa aceptación de que el individuo que practica esta forma de
vida lleva una vida digna y decente, y sobre esta base merece el respeto debido y ofrecido a otras
personas dignas y decentes.
ix
HUMILLACIÓN. Experiencia de ser derribado, oprimido, reprimido o empujado hacia afuera.
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