3º AÑO DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES SOCIOLOGÍA Profesora: Graciela Bobbio; [email protected] Evaluación Domiciliaria Consignas: El parcial puede ser realizado en forma grupal con no más de cinco integrantes, debe ser entregado en forma virtual conforme la forma de presentación establecida para los trabajos de investigación, el día 17 de Julio hasta las 12 horas del mediodía. Sin excepción. A.- Frágil felicidad LA SOCIEDAD SITIADA Por Zygmunt Bauman El tardío y provechoso descubrimiento del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, afincado desde hace más de treinta años en Inglaterra, permitió que en los últimos años sus obras comenzaran a circular de manera sostenida en castellano. El autor reencuentra el interés por lo que denomina "sociología del orden". También volverá a hallar la conexión entre la obsesión que ese orden tenía por la modernidad y por la búsqueda de una "Sociedad Perfecta", del cual resultarían el nazismo y el estalinismo. Tal vez éste sea el aspecto menos original del pensamiento de Bauman, anclado en las aguas más movedizas y sombrías de la escuela de Frankfurt. Otros desarrollos de La ciudad sitiada ofrecen mayor interés. Por ejemplo, la lectura y el análisis que hace de los valores del nuevo capitalismo: la flexibilidad, la movilidad, la versatilidad, la transitoriedad, necesidades de las que hacemos virtudes por obra y gracia del capitalismo tardío. Se utilizan esos términos para identificar a la nueva sociedad, la "ciudad de la red", pero son también aplicables al mundo del trabajo y al de las relaciones personales. Por su parte, el espacio de los flujos supone tanto la supremacía del mercado como la creencia en la tecnología y, por ende, la desaparición progresiva y silenciosa de la sociedad. Así, paradójicamente, resalta el autor polaco, la sociología se encuentra en un doble vínculo al perder "su objeto natural junto con su cliente auto evidente". En la sociología clásica, la metáfora de la "sociedad" sugería la experiencia de un compromiso fuerte, así como de un poder coercitivo, incorporado en el Estado-nación. La metáfora actual de “la red”, en cambio, diluye los vínculos -la solidaridad orgánica, la interdependencia, el capital social- transformándolos en meros "contactos". Asimismo, en los tiempos de la modernidad sólida, ya pasados, la imagen de la sociedad era la de un todo más grande que la suma de sus partes, con una razón y un propósito propios. Dicha sociedad aseguraba certeza y una duración mayor, mucho más consistente, que la vida de cada uno de sus miembros. Hoy esa sociedad, la de la modernidad sólida, ha desaparecido. Con ella han desaparecido también el sentido de un tiempo más allá de la vida individual y la creencia en que las instituciones tradicionalmente asociadas a la sociedad -la familia y el Estado, principalmente- eran fuentes de certeza. De este modo, la gradual desaparición o desintegración de la sociedad, es el origen de la actual impotencia pública. Los hombres se sienten ineficaces. Tal vez el aspecto de mayor originalidad e interés de La sociedad sitiada sea el análisis que hace el autor de la evolución histórica de la idea de felicidad. Para los antiguos supone, sobre todo, alcanzar una vida armónica liberándose de las necesidades y los excesos. El cristianismo, en cambio, se interesó sobre todo por la eternidad, un horizonte que está al alcance de quien acepte el sufrimiento y la penitencia. Vale decir que durante la mayor parte de la historia, la felicidad no era ni un objetivo por alcanzar ni un fin individual. Sólo durante la Ilustración la felicidad adquiere la forma que le damos hoy a costa de dejar de ser una recompensa por las buenas obras para ser un derecho. Desde entonces, y abrazada al avance del individualismo ilustrado, la felicidad se da por supuesta. Es decir, aparece como un fin auto evidente, un fin en sí mismo. Una vez que se privatiza, los hombres la buscan de manera incesante y se transforma en objeto inasible de un horizonte que siempre se aleja. La felicidad moderna puede ser un incentivo para la acción, pero el caso es que se transmuta, ya en un consumo continuo y desasosegante, ya en un derecho que no es una llamada a la acción participativa, la "felicidad pública", sino un imperativo individualista. En nuestros tiempos, todo derecho se convierte en exigencia grupal dentro del marco de una política particularista o "del reconocimiento". En la actual globalización, la felicidad se difumina porque aquélla se refiere a un conjunto de procesos "macro" en los cuales las cosas "sobrevienen" gracias a ser cada vez más impredecibles y más incontrolables. El futuro está fuera de nuestro control y lleno de riesgos. De ahí que la modernidad esté sitiada en un cerco que ella misma ha construido. Se pide: Leer cuidadosamente el texto. El texto hace referencia a diferentes ideologías: a.- Desarrollar las ideologías, solo en lo pertinente al texto, no en forma general. b.- Indicar en forma precisa qué parte del texto permitió establecer la relación (palabra, frase) c.- Identificar la perspectiva de Romano Guardini, en el concepto de felicidad sostenido por Bauman. d.- Explicar por qué los sistemas totalitarios representan una forma de “sociedad perfecta”, según Bauman. e.- ¿Qué significa que el autor está anclado en las aguas sombrías y movedizas de la escuela de Francfort? f.- Elaborar una conclusión teniendo como disparador el título de la obra. Se pueden incluir las ideologías de todos los pensadores estudiados, en necesario nombrarlos en cada caso. B.- Leer atentamente el texto de primera fuente y contestar. 1.- Identificar a quién pertenece (nombre, año, país, paradigma, teorías) 2.- Desarrollar los conceptos reconocidos a partir de la lectura. 3.- Subrayar en el texto las partes identificadas, para su desarrollo. 4.- Indicar puntos en común y discrepancias con la ideología de Romano Guardini. 5.- Elaborar conclusiones relacionando ambas ideologías. “La conferencia que, accediendo a sus deseos, he de pronunciar hoy les defraudará por diversas razones. [….] quedarán excluidas, todas las cuestiones concernientes a la política que debemos hacer, es decir, al contenido que debemos dar a nuestro quehacer político. Estas cuestiones nada tienen que ver con el problema general de qué es y qué significa la política como vocación. […] Por política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado. […] Quien quiera imponer sobre la tierra la justicia absoluta valiéndose del poder necesita para ello seguidores, un “aparato” humano. Para que éste funcione tiene que ponerle ante los ojos los necesarios premios internos y externos. En las condiciones de la moderna lucha de clases, tiene que ofrecer como premio interno la satisfacción del odio y el deseo de revancha y, sobre todo, la satisfacción del resentimiento y de la pasión pseudo ética de tener razón; es decir, tiene que satisfacer la necesidad de difamar al adversario y de acusarle de herejía. Como medios externos tiene que ofrecer la aventura, el triunfo, el botín, el poder y las prebendas. El jefe depende por entero para su triunfo del funcionamiento de este aparato y por esto depende de los motivos del aparato y no de los suyos propios. Tiene, pues, que asegurar permanentemente esos premios para los seguidores que necesita, es decir, para los guardias rojos, los pícaros y los agitadores. En tales condiciones, el resultado objetivo de su acción no está en su mano, sino que le viene impuesto por esos motivos éticos de sus seguidores, que sólo pueden ser refrendados en la medida en que al menos una parte de éstos, que en este mundo nunca será la mayoría, esté animada por una noble fe en su persona y en su causa. Pero, incluso cuando es subjetivamente sincera, no sólo esta fe no pasa de ser la mayor parte de los casos más que una “legitimación” del ansia de venganza, de poder, de botín y de prebendas (no nos engañemos, la interpretación materialista de la historia no es tampoco un carruaje que se toma y se deja a capricho, y no se detiene ante los autores de la revolución), sino que, sobre todo, tras la revolución emocional, se impone nuevamente la cotidianidad tradicional: los héroes de la fe y la fe misma desaparecen o, lo que es más eficaz aun, se trasforman en parte constitutiva de la fraseología de los pícaros y de los técnicos de la política. Esta evolución se produce de forma especialmente rápida en las contiendas ideológicas porque suelen estar dirigidas o inspiradas por auténticos caudillos, profetas de la revolución. Aquí, como en todo aparato sometido a una jefatura, una de las condiciones del éxito es el empobrecimiento espiritual en pro de la “disciplina”. El séquito triunfante de un caudillo ideológico suele así transformarse con especial facilidad en un grupo completamente ordinario de prebendados. […]”