Comala es por allá y Sabaiba por acá Andrea López González En una ocasión escuché decir a una maestra que la literatura se alimenta de la misma literatura. Para ella, los relatos evocan, transforman y dialogan con otros relatos hasta convertirse en lo que son: una evidencia más de las infinitas posibilidades para contar algo. Si digo esto es porque El Camino rojo a Sabaiba (1988) de Óscar Liera me parece uno de esos casos. Esta obra en particular evoca en muchos aspectos al universo planteado por Rulfo en Pedro Páramo (1955), con sus debidos giros y particularidades, por lo que mi propósito es mirar estas dos obras, una de índole teatral y la otra narrativa, para observar sus semejanzas y diferencias. Con lo último no pretendo simplificar el trabajo de Liera ubicándolo en el contexto rulfiano, pues la distancia entre obras permite que cada una trate problemáticas distintas, en contextos determinados y con protagonistas particulares. Con respecto a la obra, Geney Beltrán Félix (2009) opina: El dominio técnico y estilístico se rige por la multiplicidad: el habla regional no es sólo transcrita, es conjugada con otros dejos lingüísticos, como el de la evocación lírica; los personajes actúan pasiones, miedos y delitos que se han insertado en una larga cuenta temporal, misma que se tensa en un solo punto, el de la representación, al grado de que varias versiones de un hecho tienen espacio y niegan cualquier certidumbre: ¿qué pasó realmente con Carmen Castro y los habitantes de Sabaiba?; la misma geografía asumidamente sinaloense convive con rupturas de la lógica: la escenografía pide y concreta un castillo medieval en Aztlán. En El camino rojo a Sabaiba, Liera combina espacios, tiempos, perspectivas y lenguajes que dan la impresión de que cada uno se rige por sus propias reglas y dota de complejidad la historia. Lo que pretendo hacer a continuación es profundizar en algunos aspectos que dice el crítico. Para empezar el análisis, el dramaturgo logra conjugar cuatro elementos básicos que son el soporte de la obra: el sueño, la memoria, la muerte y la temporalidad. Lo primero que salta a la vista en los primeros diálogos es el lenguaje onírico de Zacarías Fajardo, tono que se mantendrá en los demás actos. El sueño se confunde con la muerte, como si morir fuese estar dormido o estar inmerso en un profundo sopor. La frontera entre vivos y muertos es ambigua porque ambos planos conviven entre sí a través de la memoria, es decir, los recuerdos son justificaciones para nombrar a otros personajes y sus acciones en el pueblo. A diferencia de Juan Preciado, Fabián Castro no es consciente de su propia muerte hasta que se le da a conocer al espectador. Incluso, su situación parece una pesadilla causada por el brebaje de vino de ayale. Asimismo, tampoco tiene conocimiento de su propia historia ni de cómo llegó al castillo de Aztlán. Sin embargo, tanto Preciado como él comparten algo imprescindible: una misión. El del primero nace a partir de la promesa hecha a su madre antes de morir: conocer a Pedro Páramo, su padre, motivo por el cual viaja a Comala. En el caso del segundo, la promesa no le es comunicada, pero se convierte en una especie de presagio fatal para el pueblo. Luego, a través de diversas explicaciones Fabián tiene consciencia de ella. De igual forma, la misión para estos dos protagonistas es originada por la venganza. Aquí la memoria tiene un papel relevante: con Juan, la madre protesta la otra cara de la memoria, el olvido, que Pedro Páramo tuvo con ellos dos “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro” (Rulfo, 5). En cambio, con Fabián, la promesa es recordada por la madre hacia el pueblo y este se encarga de pasar dicho conocimiento de generación en generación. La venganza se convierte en una leyenda, mientras que con Juan se vuelve un asunto de dos: entre él y su papá. Empero, ninguna de las promesas llega a consumarse. La muerte de Juan no es muy clara. Se sospecha que ha muerto una vez que llega a formar parte del diálogo con las demás ánimas. La muerte de Fabián es explícita: lo matan el mismo día que llega al pueblo. Para ambos personajes el destino trágico es inexorable. La temporalidad también está aunada a la memoria. Con temporalidad me refiero a la historia del pueblo. Una de las ventajas de la obra es Sabaiba puede ser cualquier lugar en un tiempo indeterminado que tiende a ir hacia el mito y la realidad. Por esta razón pienso que la obra de Liera continúa teniendo relevancia, ya que cuenta con dinamismo para trasladar las situaciones y los personajes sin condicionarlos ni forzar la historia. De allá su representación teatral hasta nuestros días. A diferencia de la novela de Rulfo, en esta obra no todos están muertos. Las generaciones del pueblo han transmitido ciertos vaticinios que aún esperan ver confirmados como la llegada de Fabián, tal y como sucedió hace años con Marcela Luallo donde el clima y el espacio también presentaban una serie de características inusuales en el pueblo. Celso: […] También contaba la mamá de mi mamá grande que hace muchos años amanecieron nubes anaranjadas y por la tarde cayeron aqs granizales que ahuyentaron los pescados cuatro semanas y fue cuando, quebrando las gotas de lluvia congelada, regresó al pueblo Marcela Luallo a cobrar venganza. Son días de ictericia, dicen los ancianos. Es como si el amarillo propiciara las venganzas. Hubo mucho desorden, aparecieron fenómenos extraños; nació un niño con cuerpo de marrano y unos pescadores sacaron del mar una caguama con cara de mujer. Efrén: (Muy serio) No juegues con eso, ¡caramba! (Atmósfera tensa.) Celso: Ya amanecieron las nubes anaranjadas. (Pausa.) Si por la tarde tenemos granizales es que algo nos espera y debemos cuidarnos (Liera, 38). La obra está narrada de manera anacrónica, un ejemplo es el fragmento citado. Por ende, la temporalidad no es solo un aspecto interno relacionado con la historia del mismo pueblo o los personajes, también es externo. Aquí presente y pasado se entrelazan por el recuerdo y permiten al espectador ubicarse en la historia. El diálogo entre Celso y Efrén ocurre antes de la llegada de Fabián. La caracterización del clima, así como las promesas de venganza son eventos circulares que los personajes rememoran por medio del discurso de la gente mayor. Los ancianos parecen ser una voz colectiva que pesa sobre el pueblo y de algún modo, fungen cual autoridad en él. Lo ya vivido, que se mantiene de generación en generación, es tan detallado que sirve como pautas para tener en cuenta. Por ello, una vez que los habitantes observan los cambios climáticos ya referidos sienten pavor. Este sentimiento no es gratuito. La obra retrata la situación de un pueblo que ha sufrido bastantes carencias y el cual está sometido por el poder de los Villafoncurt, en especial de Glady cuya dominación ha determinado parte de la historia del pueblo. El investigador Daniel Vazquez Toriño (2002) dice al respecto: [...] todos los personajes de la pieza, vivos o muertos, tienen una historia que contar, pública o secreta, cierta o falsa. Los muertos penan por deshacerse de sus secretos, y todos utilizan a Fabián como confidente. En principio, podríamos pensar que se está buscando una verdad sobre los hechos, y que el público, por medio de Fabián Romero, llegará a una conclusión. Antes al contrario, Fabián está también muerto, y lo que hemos presenciado es un cuento más de los que se cuentan en ese pueblo. No hay conclusión, solo secretos que pesan y lechuzas que los escuchan espantadas. A la manera de Rulfo, los personajes son voces que acuden a Fabián para desahogar penas, mitos y frustraciones. Es un pueblo, donde en efecto, no importa la verosimilitud de los hechos ni las conclusiones a las que se llegue, sino en exponer los abusos por los cuales pasa, aunque en realidad no se haga nada. Fabián solo es un confidente, no un justiciero. Sirve de intermediario para que el espectador conozca Sabaiba, lo que hay detrás de ella y su historia. A pesar de que los muertos y vivos conviven a través de la memoria, es evidente la distinción entre ellos. Los muertos se ubican en un solo espacio: el castillo de Aztlán que funciona también como lugar mítico donde se rememora la existencia de Gladys. El pueblo relata diversos episodios de su vida para darlos a conocer a Fabián y al espectador, en un intento por justificar el porqué de las cosas. En contraste con la novela de Rulfo, los personajes no asumen su propia muerte, pero sí cuentan su propia historia y sus acciones en el pueblo. Todo lo recordado vuelve a la vida y se manifiesta una vez más entre los vivos, en las generaciones que aún sufren las consecuencias de los Villafoncurt. Gladys es un personaje que evoca a la figura de Pedro Páramo. En la obra ya no se encuentra al hacendado que destaca de los demás por sus propiedades, sino a una clase social establecida sobre el pueblo. El personaje de Gladys es relevante porque el mecanismo por el cual ejerce poder es a través de la dualidad: por un lado, es amable, atenta y persuasiva; por otro, una vez que ha conseguido lo que quiere, es dura, decidida e indiferente. En este aspecto, no es una dictadora cualquiera, se trata de un personaje redondo que da sentido a la historia con sus acciones y el camino de barro. De igual modo, su mandato es una explicación del porqué el pueblo se encuentra en precarias condiciones, muy a la manera de Pedro Páramo. No obstante, en Gladys hay un talón de Aquiles que le impide concebirse como mujer: la infertilidad. Pedro Páramo puebla Comala con hijos suyos de los cuales solo uno reconoce: Miguel Páramo. La relación de posible hermandad entre los habitantes es lo que determina su identificación con el hacendado, además de ser el proveedor de recursos en el lugar. En cambio, con Gladys la situación es distinta. Ella no tiene la capacidad biológica para tener hijos, pero sí para “adoptarlos” a través de regalos, atenciones o palabras que terminan por ser ejercicios de control. De alguna forma, juega con el papel de madre que se mezcla con la figura de autoridad respetada por el pueblo. Así, la dualidad en ella corresponde con esta carencia, pues para “ganar” hijos necesita atraerlos sutilmente, sin olvidar luego que ella es la que manda. Con respecto al control, cabe mencionar al personaje de la mujer araña. En ella se sintetizan los valores, prejuicios e ideas acerca de la otredad. Su transformación a ser indefinido entre humano e insecto proviene de una desobediencia por parte de la figura materna. La mujer araña es una alteración de las normas y a la vez, su exposición y el relato de su historia son mecanismos de control, pues en sí la desobediencia se configura a maldición, un castigo legítimo de la madre. Este evento podría interpretarse como una microversión de lo que ocurre en el pueblo: Gladys es la madre que castiga a sus “hijos” si no acatan las órdenes pactadas. Asimismo, el hecho de que hayan matado a la mujer araña habla de la insistente tarea por no alterar el orden y de una comunidad en continua alerta, cuya única solución para resolver sus conflictos termina en muerte. Una de las razones para explicar este comportamiento es la constante situación de abuso y amenaza por parte de los Villafoncurt. Al no poder derrocar el sistema de opresión, el pueblo transforma la frustración en violencia y se desata contra el más vulnerable: la mujer araña y Fabián. Por último, a pesar de tratarse de un pueblo conservador, no hay indicios de religiosidad en él. Sor Joaquina podría representar el poder religioso, pero en realidad no es más que la sobrina del ama que finge ser lo que no es. Este personaje es otra personificación de la otredad porque los demás personajes la consideran como una loca. Además, transgrede los valores religiosos al mezclarlos con deseos eróticos. La juerga que se le hace a Carmen y la presencia de Gladys en el pueblo prueba que pesa más el poder dictatorial que el religioso. Es más importante realizar una crítica política que religiosa. Incluso, si se considera a Sor Joaquina como el poder religioso del pueblo, sería un elemento más bajo la sombra de Gladys al ser ella quien la provee de vestidos, zapatos y hogar. El teatro de Liera lo pongo en paralelo con el teatro cosmopolita de los contemporáneos. Si éstos últimos iban de México al mundo, Liera partía de México para retratarlo dentro de sus mismos límites. Su teatro regional basta para hacer hincapié en las problemáticas sociales, políticas y económicas que le interesaban. A la manera de Usigli y Carballido, esta obra en particular, maneja las didascalias de forma narrativa y se adecua al lenguaje dependiendo de cada personaje, de tal manera que en algunas ocasiones parecen ensueños o ambientes románticos. Por último, sin restarle importancia al trabajo de Rulfo, creo que esta obra de Liera tiene mayor vigencia, pues se trata una variedad de temas que el mismo dramaturgo coloca sutilemente sobre la mesa y se sirve de la multiplicidad de lenguajes, tonos y perspectivas para otorgar un panorama completo de una clase social. En cierto modo, es más rica que el ambiente asfixiante de Comala. La propuesta artística de Liera es renovadora, reflexiva y actual. Bibliografía Beltrán, F. G. (31 de marzo 2009). Teatro escogido, de Óscar Liera. Letras Libres. Recuperado de: http://www.letraslibres.com/mexico/libros/teatro-escogido-oscar-liera Liera, Ó. (2002). El camino rojo a Sabaiba. Rulfo, J. (2005). Pedro Páramo. Editorial RM. Vázquez, D. (2002). “El teatro mexicano del siglo XX: búsqueda de la esencia de una nación” Recuperado de https://meguer.files.wordpress.com/2009/08/teatro-mexicano-sigloxx.doc