Cárceles de la pobreza Por Adolfo Ruiz @adolruiz Cuesta transitar los oscuros corredores de la vieja Cárcel de San Martín sin imaginar los casi 125 años de la historia misma de Córdoba que por allí deambularon. Cuesta atravesar la mirada por sus ventanucos enrejados sin al menos por unos segundos no imaginar cuántas otras miradas habrán hecho lo mismo, soñando quizás con un mejor destino que nunca iba a llegar. Cuesta hurgar en las escrituras grabadas a mano en sus muros sin intentar descubrir en ellas parte de las historias de padecimientos y torturas de los que encontraron en estas pictografías burdas la única manera de expresar lo que sentían. Cuesta contemplar los patios triangulares de baldosas flojas, sin figurarse que esos horribles espacios eran los lugares más ansiados por los habitantes de las celdas que lo circundan. Cuesta mucho más pensar en esos patios, cuando recordamos el fusilamiento a sangre fría del preso político Paco Bauducco, o la tortura de René Mourkazel, estaqueado y expuesto hasta morir de frío, ambos en invierno del pavoroso 1976. Cuesta, por qué no, acercarse a la reja del Pabellón Uno, en el primer centro, y no pensar en el Chango Juárez, inspirando su Luna Cautiva. Cuesta, más cerca en el tiempo, atravesar el callejón lateral junto al muro, y no pensar en la alocada carrera de un camión, cargado de presos en fuga y con un escudo humano a bordo, que terminarían a los pocos segundos en cinco absurdas muertes, durante el motín de 2005. Es que San Martín cuesta por todos lados. Porque es un lugar que aún vacío y silencioso, interpela y no devuelve respuestas sencillas. Tampoco cómodas. Porque San Martín fue durante bastante más de un siglo el escenario perfecto para que el Estado mismo violara contra sus poblaciones vulnerables los derechos humanos más básicos e indiscutibles. Por eso, para quienes conocieron esa cárcel cuando era cárcel, cuando se cruza en automóvil por la calle Videla del Pino, frente al portal de ingreso, es inevitable no detenerse en un grafiti estampado en la misma esquina, y que tal vez resume lo que fue la vieja Penitenciaría durante tantos años: “Cárceles de la pobreza, donde el rico nunca entra, donde el pobre nunca egresa”.